Enlace a Capítulos y régimen de separación (José Antonio Serrano)

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RÉGIMEN ECONÓMICO MATRIMONIAL Y VIUDEDAD (II)
José Antonio Serrano García
Profesor Titular de Derecho civil
INDICE SISTEMÁTICO (continuación)
4 Capítulos matrimoniales
4.1 Concepto, contenido y forma
4.2 Idioma
4.3 Tiempo y eficacia
4.4 Inoponibilidad a terceros
4.5 Capacidad
4.6 Modificación de estipulaciones capitulares
4.7 Instituciones familiares consuetudinarias
5 Régimen de separación de bienes
5.1 Aplicación del régimen de separación de bienes
5.2 Régimen jurídico
5.3 Titularidad de los bienes
5.4 Gestión y viudedad
5.5 Gestión con mandato
5.6 Responsabilidad por deudas
4. Capítulos matrimoniales
4.1. Concepto, contenido y forma de los capítulos
a) Concepto
En Aragón, desde la Edad Media, es tradicional un amplio
reconocimiento de la libertad de capitular, de hacer
capítulos o capitulaciones matrimoniales, incluso con
posterioridad al matrimonio. Más antiguos son aún los
pactos entre cónyuges sobre aportaciones al matrimonio
(arras, firma de dote, dote, etc.). También en muchos otros
sitios existió en la Edad Media este amplio reconocimiento,
pero en la época de la codificación prevaleció en bastantes
lugares una corriente restrictiva que llevó a prohibir o
limitar los contratos entre cónyuges y a la inmutabilidad
del régimen económico conyugal tras la celebración del
matrimonio. No sucedió así en Aragón, donde la libertad de
pactos capitulares está íntimamente relacionada con el
principio standum est chartae que entraña, sobre todo a
partir de COSTA, un generoso marco de autonomía de los
particulares para autorregular sus propios intereses. Esta
libertad fue mantenida en el Apéndice (arts. 46 y 58-60),
luego en la Compilación (arts. 25 a 28) y ahora está
regulada en el Título II de la Ley 2/2003.
Los instrumentos que recogen los pactos capitulares se
denominan "capítulos" o "capitulaciones" porque normalmente
se hallan divididos precisamente en capítulos. Pero dentro
de ellos, y bajo esta denominación genérica, caben
cualesquiera negocios que puedan constar en escritura
pública, normalmente negocios familiares y sucesorios. Para
LACRUZ, en el contenido propio de las capitulaciones, hay
que distinguir las atribuciones de bienes concretos, inter
vivos o mortis causa, tanto realizadas por los esposos como
por terceros, y las estipulaciones capitulares propiamente
dichas, que constituyen la parte normativa relativa al
régimen económico familiar y sucesorio, que viene a
desplazar la regulación legal supletoria. Sin esta parte
normativa, aunque el instrumento contenga atribuciones
concretas, estipulaciones personales o cualquier otro
contenido posible, no puede hablarse técnicamente de
capitulaciones matrimoniales.
b) Contenido
El contenido normativo de las capitulaciones aragonesas es
tradicionalmente más amplio que en otros territorios y
comprende
tanto
estipulaciones
relativas
al
régimen
económico matrimonial como al régimen sucesorio de la casa
o patrimonio familiar, interviniendo frecuentemente, junto
a los esposos o cónyuges, parientes próximos de uno y otro
lado; suelen comprender, por tanto, negocios familiares
complejos con pactos sobre la viudedad o la continuación de
la comunidad conyugal, pactos sucesorios, nombramiento de
fiduciarios, inventario de aportaciones de muebles por
sitios, etc. Las capitulaciones venían a ser la carta o
constitución de la familia, con las reglas para la
conservación y transmisión del patrimonio y costumbres
familiares de generación en generación.
Entre las disposiciones generales del Título Primero hemos
visto que el apartado 1 del artículo 3 permite a los
cónyuges
regular
sus
relaciones
familiares
en
capitulaciones matrimoniales, tanto antes como después de
contraer matrimonio, sin más límites que los del principio
standum est chartae. Hemos visto también que otra
disposición general, la contenida en el apartado 1 del
artículo 11, dice que el régimen económico del matrimonio
se ordenará por las capitulaciones que otorguen los
cónyuges. El régimen económico del matrimonio, también la
viudedad,
son
materias
de
Derecho
de
familia
que
constituyen
contenido
propio
de
las
estipulaciones
capitulares;
pero
el
contenido
de
los
capítulos
matrimoniales puede ser mucho más rico.
Como dice el apartado 1 del artículo 13 Ley 2/2003, los
capítulos
matrimoniales
podrán
contener
cualesquiera
estipulaciones relativas al régimen familiar y sucesorio de
los contrayentes y de quienes con ellos concurran al
otorgamiento, sin más límites que los del principio standum
est chartae. Por tanto, las estipulaciones capitulares
pueden estar referidas tanto al régimen familiar como al
sucesorio (pactos sucesorios) y no sólo de los contrayentes
(los cónyuges) sino también de quienes con ellos concurran
al otorgamiento (padres, hermanos, tíos, hijos, etc.).
Dice el Preámbulo que "los capítulos matrimoniales son el
instrumento en que, tradicionalmente, los particulares
vierten sus pactos y determinaciones en orden a regular el
régimen económico del matrimonio, hacer aportaciones en
atención al mismo e incluso atender con efectos jurídicos a
las más variadas incumbencias relativas a los derechos de
los cónyuges y sus parientes, en vida o para después de la
muerte de alguno de ellos que pacta sobre su sucesión."
Añade que "la Ley acoge esta libertad de contenido sin
otros límites que los genéricos del principio standum est
charte, que la historia ha emparejado señaladamente con las
capitulaciones matrimoniales". Los límites de los pactos
capitulares son, por tanto, los mismos vistos al comentar
el principio de libertad de regulación del artículo 3.
Los cónyuges o futuros cónyuges pueden utilizar los
capítulos también para establecer previsiones para el caso
de que el matrimonio se disuelva por divorcio o se separe,
ya sea legalmente o de hecho.
Pero junto a las estipulaciones, en las capitulaciones
puede haber también atribuciones de bienes concretos, inter
vivos o mortis causa, tanto realizadas por los esposos como
por terceros. En los capítulos se pueden contener
cualesquiera contratos entre los cónyuges o con terceros.
Así, por ejemplo, donaciones por razón de matrimonio, ya
sean los donantes los cónyuges, uno hacia el otro, o
terceras personas a favor de los cónyuges o uno de ellos.
Estos
actos
y
contratos
que
pueden
otorgarse
en
capitulaciones requieren la capacidad que las normas que
los regulan exijan en cada caso (art. 17.2 Ley 2/2003).
También las estipulaciones capitulares relativas al régimen
sucesorio (por ejemplo, los pactos sucesorios contenidos en
capítulos) requieren la capacidad exigida por la Ley de
sucesiones.
c) Forma
Las fuentes históricas no tratan de la forma de los
capítulos matrimoniales y la doctrina y jurisprudencia
anteriores al Apéndice solían afirmar la validez de las
capitulaciones sin escritura pública. No obstante, ya antes
de la vigencia del Código civil como Derecho supletorio, se
había ido creando la necesidad de exigir escritura pública
y así lo postularon el Congreso de Jurisconsultos de 1881 y
los Proyectos de Apéndice de finales del s. XIX. El art. 58
del Apéndice de 1925 exige, en todo caso, escritura pública
y la nueva jurisprudencia interpreta que su falta acarrea
la nulidad. En la Compilación, también el art. 25.2 exigía
escritura pública.
En la actualidad es el apartado 2 del artículo 13 Ley
2/2003 el que dice que los capítulos matrimoniales y sus
modificaciones requieren, para su validez, el otorgamiento
en escritura pública. No, por tanto, en cualquier otro
documento público; al tratarse de forma sustancial, su
falta está sancionada con la nulidad absoluta. Es una norma
imperativa aragonesa sobre la que no puede
pacto, disposición o costumbre en contrario.
prevalecer
4.2 Idioma
El artículo 14 de la Ley 2/2003 regula el idioma de los
capítulos matrimoniales, y lo hace en la misma forma en que
la Ley 1/1999, de sucesiones por causa de muerte, había
regulado ya el idioma de los pactos sucesorios (art. 67) y
de los testamentos (art. 97).
Tanto el pacto sucesorio y el testamento como las
capitulaciones
matrimoniales
pueden
redactarse
en
cualquiera de las lenguas o modalidades lingüísticas de
Aragón que los otorgantes elijan. Si el notario autorizante
no conociera la lengua o modalidad lingüística elegida, los
capítulos se otorgarán en presencia y con intervención de
un intérprete, no necesariamente oficial, designado por los
otorgantes y aceptado por el notario, que deberá firmar el
documento.
Sencilla regulación, sin requerir que el intérprete tenga
título oficial, que facilitará que los otorgantes, que
pacten de conformidad con el Derecho aragonés y así lo
deseen, puedan redactar sus capítulos matrimoniales en la
lengua o modalidad lingüística de Aragón que prefieran. Se
supone que ha de ser una conocida por los otorgantes,
aunque la Ley tampoco lo exige como requisito.
4.3 Tiempo y eficacia
La tradicional regla aragonesa permisiva también del
otorgamiento postnupcial de los capítulos matrimoniales se
halla ahora recogida en el apartado 1 del artículo 15 Ley
2/2003, en términos prácticamente idénticos a los del art.
26 Comp.,: Los capítulos matrimoniales pueden otorgarse y
modificarse antes del matrimonio y durante el mismo.
Obsérvese que antes del matrimonio no sólo pueden otorgarse
capítulos matrimoniales sino modificarse los previamente
otorgados. Y lo mismo durante el matrimonio: pueden
otorgarse por primera vez o modificarse los anteriores
capítulos,
otorgados
tanto
antes
como
después
del
matrimonio.
Hasta la reforma de 1975 no hubo en el Código civil una
regla similar (cfr. el vigente art. 1326), sino que regía
el principio de inmutabilidad del régimen económico del
matrimonio.
No rige en Aragón tampoco lo dispuesto en el artículo 1334
del Código civil (eficacia de los capítulos condicionada a
que el matrimonio se contraiga en el plazo de un año). La
regulación aragonesa es autosuficiente, y en este caso hay
previsión específica. Los capítulos prenupciales tienen su
eficacia condicionada a la celebración del matrimonio, por
lo que, como ha previsto el apartado 2 del artículo 15 Ley
2/2003, sus estipulaciones no producirán efectos hasta la
celebración de éste. No importa el tiempo que pueda
transcurrir hasta la celebración del matrimonio, siempre
que los otorgantes no modifiquen o resuelvan lo estipulado
en ellos. La eficacia de las estipulaciones comienza, en
principio, con la celebración del matrimonio, pero los
otorgantes pueden retrasarla previendo un momento posterior
(el nacimiento de un hijo, por ejemplo).
En cualquier caso, como dice el apartado 3 del artículo 15
Ley 2/2003, los otorgantes pueden someter la eficacia de
las estipulaciones (que no existe hasta la celebración del
matrimonio) a condición (suspensiva o resolutoria) o
término (inicial o final), incluso darles efecto retroativo
(sólo en los otorgamientos postnupciales), sin perjuicio de
los derechos adquiridos por terceros. Posibilidad esta
última que ya preveía el art. 26 Comp. Se trata de una
ficción jurídica que no afecta a los negocios consumados ni
puede ir en perjuicio de los derechos adquiridos por
terceros, pero que puede servir entre los cónyuges para
evitar enriquecimientos no deseados; la figura entraña una
renuncia a la liquidación del régimen anterior.
En cambio, la eficacia de los actos y contratos contenidos
en los capítulos, que no constituyan estipulaciones
relativas al régimen económico matrimonial, podrán tener
eficacia aunque el matrimonio no llegue a celebrarse,
siempre que no se halle condicionada a este hecho (así, por
ejemplo, el reconocimiento de un hijo).
Como dice la TSJ Aragón Civil y Penal S 22 Febrero 2002, la
posibilidad de los cónyuges de establecer pactos acerca de
los bienes tanto presentes como futuros, para nada impide
que otros pactos o actuaciones posteriores contradigan y
dejen sin efecto los en principio otorgados.
4.4 Inoponibilidad a terceros
Al comentar el artículo 16 Ley 2/2003 hay que tener en
cuenta el art. 12 de esta misma Ley y el 1333 del Código
civil.
Recordemos que según el primero de dichos artículos, la
modificación del régimen económico del matrimonio no
perjudicará en ningún caso los derechos ya adquiridos por
terceros. Por tanto, aunque se puede dar eficacia
retroactiva a las estipulaciones capitulares (art. 15.3),
es siempre sin perjuicio de los derecho adquiridos por
terceros. Todos los derechos ya adquiridos por terceros,
bien porque contrataron con los cónyuges bien porque de
otra manera adquirieron frente a ellos un derecho legítimo
merecedor de protección legal, se mantienen intactos, de
forma que las nuevas estipulaciones capitulares, aunque se
haya hecho mención de su existencia en el Registro Civil o
de hecho las conozcan, no les son oponibles para alterar
aquellas relaciones jurídicas que nacieron antes. Se trata
de proteger los derechos ya adquiridos en el momento de
cambio o modificación del régimen económico del matrimonio.
Problema distinto es el de la oponibilidad a terceros de la
nueva regulación económica del matrimonio cuando la
relación con los cónyuges se produce con posterioridad.
Entre los otorgantes, la eficacia de las estipulaciones
capitulares es la prevista en el artículo 15; pero para la
oponibilidad a terceros hay que atender a lo dispuesto en
el artículo 16.
No basta que las estipulaciones hayan sido otorgadas
válidamente y sean ya eficaces entre cónyuges para que lo
sean también frente a terceros con los que entren en
relación seguidamente, porque éstos pueden desconocer de
hecho su existencia y no haber tenido medios idóneos de
conocerla. No se puede dejar en manos de los cónyuges la
utilización
de
unas
capitulaciones
(o
resoluciones
judiciales), en el momento que más les convenga a ellos,
cuando han permanecido ocultas en el tráfico jurídico
(véase AP Zaragoza S 227/1998 de 7 Abril 1998, con cita de
Ss. del TS y resoluciones de la DGRN).
Por ello ha establecido el apartado 1 del artículo 16 que
las estipulaciones capitulares sobre régimen económico
matrimonial son inoponibles a los terceros de buena fe. Los
terceros que entren en relación con los cónyuges o alguno
de
ellos
tras
la
vigencia
de
las
estipulaciones
capitulares, podrán exigir que no les afecten si no las
conocían y con una diligencia media no podían haber tenido
noticia de su existencia.
La buena fe se presume, por lo que la carga de probar que
los terceros conocen tales estipulaciones corresponde a los
cónyuges.
Ahora bien como, de conformidad con el artículo 1333 Cc.,
hay obligación de hacer mención (la LRC lo considera mera
posibilidad) en toda inscripción de matrimonio en el
Registro Civil de las capitulaciones matrimoniales que se
hubieren otorgado, establece el apartado 2 del artículo 16
Ley 2/2003 que la buena fe del tercero no se presumirá
cuando el otorgamiento de los capítulos conste en el
Registro Civil. Por tanto, la mención de los capítulos en
el Registro civil sirve exclusivamente para eliminar la
presunción de buena fe, pero no convierte automáticamente a
quienes se relacionen con los cónyuges con posterioridad en
terceros de mala fe; al faltar la presunción de buena fe,
el hecho del conocimiento o desconocimiento de las
estipulaciones capitulares corresponderá probarlo a quien
lo alegue y de conformidad con las reglas generales de
prueba.
La
publicidad
del
Registro
Civil
elimina
simplemente la presunción de buena fe.
No obstante, la publicidad que proporciona el Registro
Civil es únicamente del régimen económico y de sus
modificaciones, pero no facilita información sobre el
contenido de este régimen económico. Para conocer el
alcance concreto de este régimen se deberá acudir al
notario autorizante de los capítulos y solicitar la
expedición de una copia (art. 224 Decreto 02-06-44).
La AP Zaragoza A 499/2000 de 17 Julio 2000 dice que,
mientras no haya constancia en el Registro de la Propiedad
al tiempo del embargo de que el consorcio conyugal se ha
disuelto (art. 140.1º RH), aunque de hecho se haya
liquidado y dividido, es suficiente con la notificación del
procedimiento y embargo (amén del traslado de la demanda)
al cónyuge no deudor, sin necesidad de demandar a ambos.
Aunque el hecho modificativo (la disolución del consorcio)
conste en el Registro Civil, si no figura en el Registro de
la Propiedad, no perjudicará en cuanto al inmueble a los
terceros de buena fe (arts. 32 y 34 LH). Por el contrario,
si consta en el Registro de la Propiedad, la publicidad del
mismo es suficiente, en cuanto al inmueble en cuestión,
para perjudicar a los terceros (aunque sean civiles) a
efectos de que no puedan alegar ignorancia. En síntesis,
pues, la publicidad del Registro Civil no puede prevalecer
en materia de bienes inmuebles sobre la publicidad del
Registro de la Propiedad.
La mujer interpuso tercería de dominio solicitando el
levantamiento de los embargos sobre bienes a ella
adjudicados en la partición e inscritos a su nombre en el
Registro. Invocó el dominio de los bienes embargados,
dominio
acreditado
con
la
escritura
pública
de
capitulaciones matrimoniales y liquidación de la sociedad
conyugal, pero no se trata - dice la AP Zaragoza A 500/2000
de 18 Julio 2000- de cuestionar la propiedad de unos bienes
anteriormente consorciales y después adjudicados a la
esposa en las referidas capitulaciones, sino de hacer
efectivos sobre ellos los derechos de terceros adquiridos
con anterioridad a la modificación del régimen económico
matrimonial, que no puede perjudicar en ningún caso tales
derechos, y teniendo el marido facultades para obligar
dichos bienes en el ejercicio de su profesión, era
manifiesta la improcedencia de la tercería para liberar
tales bienes de las trabas a que están sujetos.
4.5 Capacidad
Las reglas sobre capacidad -como dice el Preámbulo- sientan
criterios propios, fundados en la edad aragonesa de los
catorce
años,
que
aclaran
dudas
y
resuelven
contradicciones. Tales criterios están contenidos en el
artículo 17 Ley 2/2003.
La nueva regulación es bastante diferente de la que
contenía el art. 27 Comp., según el cual tienen capacidad
para otorgar capítulos antes de contraer matrimonio los que
válidamente puedan celebrarlo; y añadía que los menores de
edad necesitarán la asistencia de uno cualquiera de sus
padres y, en su defecto, del tutor, Junta de Parientes o
Juez de Primera Instancia.
Ciertamente, la capacidad para otorgar capitulaciones
postnupciales no plantea problemas en Aragón porque, según
el artículo 4 Comp., tendrán la consideración de mayores de
edad los menores desde el momento en que contraen
matrimonio. Los aragoneses casados son mayores de edad y,
salvo incapacitación o declaración de prodigalidad, tienen
plena capacidad para capitular, así como para celebrar todo
tipo de actos y contratos.
La regulación vigente parte de una regla general relativa a
la
capacidad
para
consentir
las
estipulaciones
que
determinen o modifiquen el régimen económico de su
matrimonio, a la que añade tres reglas complementarias. La
regla general es que los mayores de catorce años podrán
consentir tales estipulaciones. Sin embargo:
a) Los mayores de catorce años menores de edad, si no están
emancipados, necesitarán la asistencia de uno cualquiera de
sus padres y, en su defecto, del tutor, de la Junta de
Parientes o del Juez.
b) Los incapacitados necesitarán la asistencia de su
guardador legal, salvo que la sentencia de incapacitación
disponga otra cosa.
c) Los declarados pródigos necesitarán la asistencia de su
curador.
La regla general, interpretada a contrario, permite deducir
que no tienen capacidad para otorgar estipulaciones
capitulaciones los menores de catorce años, personas que ni
con dispensa de edad podrían contraer matrimonio válido.
Teniendo en cuenta las reglas complementarias, se puede
afirmar
que
pueden
consentir
las
estipulaciones
capitulares, por sí mismos y sin necesidad de asistencia,
los mayores de catorce años casados o emancipados que no se
hallen incapacitados ni declarados pródigos.
Necesitan asistencia los mayores de catorce años menores de
edad, si no están emancipados. Los menores de edad
emancipados, en cuanto pueden contraer matrimonio sin
dispensa de edad, tienen también plena capacidad para
capitular. No estando emancipados, tales menores de edad
para otorgar estipulaciones capitulaciones (necesariamente
previas al matrimonio, puesto que si están casados ya son
mayores de edad) necesitan la asistencia que el precepto
indica, cualquiera que sea el régimen económico que
estipulen, también si se limitan a pactar el régimen de
separación de bienes regulado en la Ley aragonesa. En
defecto de padres, el precepto contiene una enumeración
indistinta de legitimados para prestar la asistencia, a
elegir por el menor, que incluye también -a diferencia del
art. 5 Comp.- al Juez.
Necesitan
igualmente
asistencia
para
consentir
estipulaciones capitulares referidas a su régimen económico
del matrimonio los mayores de catorce años incapacitados,
aunque se hallen emancipados o casados o sean mayores de
edad, siempre que la sentencia de incapacitación no les
haya impedido otorgar capítulos. Tanto da que se trate de
capitulaciones pre o postnupciales. La asistencia la
prestará su guardador legal, que puede ser tutor o curador.
De manera análoga, en caso de declaración de prodigalidad,
necesitan la asistencia de su curador.
La negación de la asistencia es irrecurrible. Las
capitulaciones otorgadas sin la necesaria asistencia son
anulables (art. 5.1 Comp.).
El otorgamiento de capitulaciones es acto personalísimo
que,
por
ello,
no
puede
ser
realizado
mediante
representante (puede admitirse el mero "nuntius").
Para los demás actos y contratos que pueden otorgarse en
capitulaciones, es decir para todo lo contenido en los
capítulos que no sean estipulaciones que determinen o
modifiquen el régimen económico de su matrimonio, se
requiere la capacidad que las normas que los regulan exijan
en cada caso (apartado 2 del artículo 17). Así, por
ejemplo, los otorgantes de un pacto sucesorio deben ser
mayores de edad (art. 63 Ley de sucesiones).
4.6 Modificación de estipulaciones capitulares
La regulación de la novación de capitulaciones que contenía
el artículo 28 Comp.(cfr. 1331 CC) había sido muy criticada
por la doctrina aragonesa, que había llegado a defender la
conveniencia de suprimir dicho artículo.
La nueva regulación está inspirada -dice el Preámbulo- en
la doctrina aragonesa mejor fundada (alusión, en especial,
a la obra de Carmen Bayod López sobre los sujetos de las
capitulaciones aragonesas).
El apartado 1 del artículo 18 Ley 2/2003 dice que, "tanto
antes como después de celebrado el matrimonio, la
modificación de las estipulaciones que determinan el
régimen
económico
familiar
requiere
únicamente
el
consentimiento de las personas que están o han de quedar
sujetas a dicho régimen".
Se afirma, por tanto, que la modificación de tales
estipulaciones es competencia exclusiva de las personas
afectadas por el régimen económico familiar que se
modifica; con lo cual queda claro que no se requiere la
concurrencia de los ascendientes, ni de otras personas, que
hayan asistido al otorgamiento de los capítulos para dotar,
hacer donaciones o legados o nombrar herederos a los
contrayentes o a sus hijos, aunque la novación afecte a los
bienes y derechos recibidos, como decía el art. 28 Comp.
La validez de la modificación requiere únicamente el
consentimiento de las personas que están o han de quedar
sujetas al régimen económico familiar paccionado. Esas
personas serán, desde luego, los cónyuges; pero cuando se
trate de un régimen económico familiar más amplio, como un
consorcio entre matrimonio u otra situación permanente de
comunidad familiar, deberán consentir la modificación
también el resto de las personas afectadas por el cambio.
Es el apartado 2 el que atiende a las consecuencias que esa
modificación de estipulaciones capitulares relativas al
régimen familiar paccionado puede tener en los actos y
negocios patrimoniales contenidos en los capítulos y que se
otorgaron en atención al régimen que ahora se modifica. Tal
modificación permite a los otorgantes de estos actos y
negocios patrimoniales revocarlos, a no ser que consientan
la modificación. Para facilitar su derecho de revocación se
dice que el notario que autorice la escritura de
modificación
notificará
su
otorgamiento
a
los
que
intervinieron en las capitulaciones matrimoniales que se
modifican dentro de los ocho días hábiles siguientes. Sin
perjuicio de las responsabilidades a que hubiere lugar, la
falta de notificación no afectará a la eficacia de la
modificación. Norma similar a las previstas en la Ley de
sucesiones en los arts. 86.2 y 106.4.
Tratándose de la revocación unilateral de pactos sucesorios
contenidos en los capítulos que se modifican, parece que el
legislador no ha querido establecer aquí nuevas causas de
revocación unilateral. Para que proceda la revocación
unilateral de los pactos sucesorios será preciso que el
cambio de régimen económico familiar pueda entrañar una de
las causas taxativamente enumeradas en el artículo 86.1 de
la Ley de sucesiones. La revocación requiere escritura
pública. Se aplican el resto de previsiones del art. 86 de
la Ley de sucesiones.
4.7 Instituciones familiares consuetudinarias
a) Dote y firma de dote.
En los primeros tiempos del Derecho aragonés no existe la
dote romana salvo la de pequeña importancia conocida como
"axovar" o "axuar". La dote aragonesa inicialmente es de
tipo germánico y recibe el nombre de "arras": asignación
del marido a la mujer (no siempre obligatoria) como precio
de compra o en pago del poder sobre ella que se atribuye a
la mujer para asegurar su viudedad cuando no hay hijos. Con
la recepción del Derecho romano se produce una fuerte
transformación de las arras aragonesas y al lado o en
sustitución de ellas aparece un nuevo estilo de dote
llamado "escreix", "firma de dote" o "aumento de dote" que
constituye el marido en correspondencia a la dote aportada
por la mujer o sus parientes; ya no se trata de un don de
supervivencia sino de verdadero aumento de dote (de estilo
romana), que pertenece a la mujer y sigue la suerte de la
dote.
En la Compilación de 1967 se incluyeron tres artículos (3032) referidos a las modalidades específicas de la dote
aragonesa y se dejó todo el resto de la disciplina de la
dote a la aplicación supletoria del Código civil (arts.
1336-1380). En 1981 fueron suprimidos del Código civil los
artículos de la dote, mientras que la reforma aragonesa de
1985 mantuvo los citados preceptos de la Compilación,
extendiendo al varón todo lo que antes sólo predicaba de la
mujer, por aplicación del principio de igualdad entre
cónyuges, convirtiendo así la regulación en ambivalente. La
dote o firma de dote, aunque de uso muy escaso, mantuvo su
presencia testimonial en la ley aragonesa pero el resto de
su régimen quedó enteramente encomendado a la autonomía de
la voluntad de quienes desearan constituir este tipo de
aportaciones matrimoniales.
Por último, dado que, en ejercicio de la libertad de
capitular, instituciones como la dote o la firma de dote
hace tiempo que han caído en desuso, la nueva Ley 2/2003 no
contiene para ellas previsiones específicas, sino que las
menciona junto a las demás instituciones familiares
consuetudinarias, regidas por el pacto e interpretadas
conforme a la costumbre y los usos locales (art. 19).
b) Otras instituciones familiares consuetudinarias.
La frecuente repetición en un determinado lugar o comarca
de concretos pactos sobre la organización económica y
sucesoria de la familia crea costumbre y da origen a la
existencia de instituciones familiares consuetudinarias
como las que enumeraba, a modo de ejemplo, el art. 34 Comp.
En la actualidad es el artículo 19 de la Ley 2/2003 el que
contiene esa enumeración ejemplificativa, en la que ha
incluido la "dote" y "firma de dote", además ha introducido
alguna pequeña corrección en la lista del art. 34 Comp. Las
instituciones citadas son las siguientes: "dote", "firma de
dote", "hermandad llana", "agermanamiento" o "casamiento al
más viviente", "casamiento en casa", "acogimiento" o
"casamiento a sobre bienes", "consorcio universal" o
"juntar dos casas" y "dación personal".
Su establecimiento precisa estipulación capitular que se
interpretará con arreglo a la costumbre y a los usos
locales (Véase AP Zaragoza S 653/1998 de 9 Noviembre 1998).
La "hermandad llana" es la estipulación capitular en cuya
virtud se hacen comunes para ambos cónyuges todos o algunos
de los bienes que cada uno poseía antes de constituirse
esta comunidad universal, así como los que cada uno
adquiera con posterioridad.
El "agermanamiento" o "casamiento al más viviente" es aquél
pacto cuya finalidad es la de atribuir al viudo la herencia
de su cónyuge en defecto de hijos. Puramente sucesorio es
el "pacto al más viviente" regulado ahora en los artículos
80 y 81 de la Ley de sucesiones como pacto de recíproca
institución de herederos entre los otorgantes; los efectos
del "pacto al más viviente" pueden ser establecidos también
por los testadores que en testamento mancomunado se
instituyen recíprocamente herederos.
El "casamiento en casa" es una modalidad consuetudinaria de
la viudedad foral por la que el contrayente forastero que
queda viudo está autorizado a volverse a casar sin pérdida
del usufructo de viudedad sobre la casa y, además,
comunicándolo al segundo cónyuge, todo ello siempre que las
segundas nupcias sean convenientes a la casa y familia,
consintiéndolas a tal fin los representantes designados
para ello. La Ley 2/2003 ha derogado el art. 35 Comp. y no
ha considerado necesario reproducir su contenido ("el
usufructo proveniente del casamiento en casa se extingue
cuando los cónyuges abandonan ésta o la explotación
familiar").
El "acogimiento" o "casamiento a sobre bienes" se trata del
matrimonio que se vincula a la casa de otro en relación de
acogimiento, con todas las modalidades que por pacto cabe
establecer, pero normalmente para el servicio de la casa
acogente, en comunidad de disfrute, ganancias y trabajo,
con organización jerárquica y regulándose conjuntamente la
sucesión de ambas (Véase AP Zaragoza S 653/1998 de 9
Noviembre 1998).
El "consorcio universal" o "juntar dos casas" se produce al
establecer una relación entre los matrimonios titulares de
los patrimonios de dos casas distintas, de lo que resulta
una comunidad de explotación y disfrute a la par que
previsión hereditaria de unidad.
Por
la
"dación
personal"
un
soltero
o
un
viudo,
ordinariamente sin hijos, se dona o da a una casa,
haciéndole irrevocable cesión de todos sus bienes y
comprometiéndose a trabajar en provecho de ella en cuanto
se le ordene y ofrezca, y a mantenerse viudo o célibe toda
la vida, a cambio de ser sustentado, sano o enfermo, con
todo lo necesario, hasta el fin de sus días (Costa).
Bajo el título de "otras situaciones de comunidad" el
artículo 20 Ley 2/2003 (que es reproducción literal del
art. 34 Comp.) ordena que al disolverse un consorcio entre
matrimonios ("acogimiento" o "casamiento sobre bienes",
"consorcio universal" o "juntar dos casas", etc.) u otra
situación permanente de comunidad familiar (heredamiento a
favor de soltero, "dación personal", o, en la sociedad
actual, cabe pensar también en las comunidades entre
parejas no casadas), los beneficios obtenidos con el
trabajo común se dividirán entre los asociados en
proporción equitativa, conforme a la costumbre y atendidas
las diversas aportaciones en bienes o trabajo, los
beneficios ya percibidos, las causas de la disolución y
demás circunstancias.
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5 Régimen de separación de bienes
5.1 Aplicación del régimen de separación de bienes
Una de las novedades de la Ley 2/2003 es la regulación del
régimen de separación de bienes al que dedica el Título
III, arts. 21 a 27.
La regulación introducida es autosuficiente, de manera que
cuando éste sea el régimen de un determinado matrimonio, en
defecto de estipulaciones capitulares o para completarlas,
serán de aplicación las previsiones de la Ley aragonesa que
así cierra el paso a la aplicación supletoria del Código
civil.
El régimen de separación de bienes se caracteriza por la
inexistencia de un patrimonio común y, por lo tanto, por la
autonomía e independencia patrimonial de los cónyuges, que
mantienen separados sus respectivos patrimonios y a cada
uno le corresponde en exclusiva la gestión y disposición de
sus bienes. Si bien, en Aragón y salvo renuncia expresa,
hay que tener en cuenta que ambos cónyuges conservarán el
derecho de viudedad (art. 23.2). También la responsabilidad
por las obligaciones contraídas para cada cónyuges es
exclusivamente suya, salvo en el caso de las relativas a la
satisfacción de las necesidades familiares (art. 27).
Este régimen será el aplicable cuando así lo hayan acordado
los cónyuges en capitulaciones matrimoniales (régimen
convencional), y también en todo caso de exclusión o
disolución del consorcio conyugal, si los cónyuges no han
pactado otro régimen (art. 21). En estos últimos casos
funciona como régimen legal supletorio de segundo grado.
a) Régimen paccionado
En cuanto régimen paccionado requiere ser establecido en
capítulos matrimoniales, que pueden otorgarse y modificarse
antes del matrimonio y durante el mismo (art. 15.1).
En las capitulaciones, los cónyuges pueden limitarse a
establecer, sin más, el régimen de separación de bienes, en
cuyo caso serán de aplicación las normas aragonesas
reguladoras de este régimen, así como las disposiciones
generales del Título Primero. Pueden, por el contrario,
confeccionar su propio régimen de separación de bienes, que
será completado, en su caso, por la regulación legal del
régimen de separación de bienes y por las normas
imperativas del Derecho aragonés. Subsidiariamente se
aplicarán las normas del consorcio conyugal en tanto lo
permita su naturaleza (art. 22).
Este tipo de régimen suele ser elegido cuando interesa
separar los negocios de uno de los cónyuges de los bienes
adquiridos por el otro, igualmente suele preferirse por los
que acuden al matrimonio con hijos de un enlace anterior;
pero en muchas ocasiones, la adopción de este régimen
responde a la existencia de una crisis matrimonial o
separación de hecho.
b) Régimen legal supletorio
Como régimen legal supletorio de segundo grado será de
aplicación cuando los cónyuges pacten en capitulaciones,
anteriores o posteriores al matrimonio, la exclusión del
régimen legal de consorciales sin establecer uno que lo
sustituya. El supuesto no será nada frecuente.
La ley impone también el régimen de separación, si los
cónyuges no han pactado otro régimen, en todo caso de
disolución del consorcio conyugal. Lo dicen de forma
general, aunque con algunas significativas diferencias
entre sí, tanto la letra b) del artículo 21 como el
apartado 1 del artículo 66, y lo señalan de forma
particularizada los arts. 43 (disolución por ejecución
sobre
bienes
comunes
por
deudas
privativas)
y
46
(disolución por desacuerdos sobre la gestión de la economía
familiar o incumplimiento reiterado del deber de informarse
recíprocamente).
Tras la disolución del consorcio conyugal sólo puede haber
verdadero régimen de separación de bienes si sigue habiendo
matrimonio (disolución del consorcio constante matrimonio:
art. 66.1) y también convivencia matrimonial. En tales
circunstancias habrá régimen de separación de bienes si los
cónyuges no han pactado otro régimen.
Pero cuando tras la disolución del consorcio conyugal
constante matrimonio falta la convivencia de los cónyuges,
bien porque están separados judicialmente bien porque lo
están de hecho (con o sin acuerdo), no parece que pueda
decirse que en esa situación hay un auténtico régimen
económico matrimonial de separación de bienes; al no haber
comunidad de vida, ni domicilio conyugal, sólo la presencia
de hijos comunes será fuente de necesidades familiares que
ambos están obligados a satisfacer. Pero parece que, en tal
caso, basta con la aplicación de las normas imperativas de
las disposiciones generales y lo acordado o dispuesto en la
sentencia. Hay, sin duda, separación de bienes, pero no
propiamente un "régimen" de separación de bienes. Así lo da
a entender el apartado 1 del artículo 66.
Pues bien, esa situación de separación de bienes no se
altera por la reconciliación de los cónyuges en caso de
separación personal (judicial o de hecho) o por la
desaparición de cualquiera de las demás causas que la
hubiesen motivado (apartado 2 del art. 66). En realidad, lo
que se está diciendo es que la desaparición de la
separación conyugal o de otras causas de disolución del
consorcio conyugal no provoca la restauración del consorcio
anterior;
siguen
sin
régimen
de
comunidad
pero,
desaparecida la causa de su disolución del consorcio, los
cónyuges pueden ya pactar uno nuevo. Cabe también entender
que si lo que ha desaparecido es la separación conyugal, en
situación de convivencia ya puede decirse que hay "régimen"
de separación de bienes.
En caso de disolución del consorcio conyugal por nulidad
del matrimonio, si la sentencia declara la mala fe de uno
solo de los cónyuges, el que hubiera obrado de buena fe
podrá optar por la liquidación del régimen matrimonial
según las normas del consorcio o por la aplicación del
régimen de separación de bienes (art. 67). En este caso, la
aplicación es sólo a efectos de liquidación y depende de la
elección del cónyuge de buena fe.
5.2 Régimen jurídico
El artículo 22 Ley 2/2003 regula el régimen jurídico del
régimen de separación de bienes, es decir las normas o
conjuntos de normas por las que se rige la economía del
matrimonio en tal caso.
Aunque no lo dice, resulta indudable que, tanto como
régimen paccionado o legal supletorio de segundo grado, le
son de aplicación las disposiciones generales del Título
Primero: las no imperativas en cuanto no sean desplazadas
por lo pactado en capítulos y las imperativas directamente.
El régimen económico de separación de bienes se regirá en
primer término por lo convenido por los cónyuges en los
capítulos que lo establezcan, sin más límites que los del
principio standum est chartae (arts. 13.1 y 3.1).
Recordemos que el apartado 2 del artículo 3 declara
imperativas las normas de los artículos 1, 2, 4 a 8 y 12.
En defecto de capítulos, o para completarlos si es el caso,
se aplicarán las normas establecidas en el presente Título
para este régimen (arts. 21 a 27). El régimen legal es, por
tanto, supletorio o complementario de lo acordado en
capítulos matrimoniales.
Subsidiariamente, es decir, cuando las normas del Título
III sean insuficientes, dice el artículo 22 que el régimen
económico de separación de bienes se regirá por las normas
del consorcio conyugal en tanto lo permita su naturaleza.
La norma concuerda con el apartado 2 del artículo 11.
La aplicación analógica de las normas del consorcio
conyugal al régimen de separación de bienes ha quedado
bastante reducida en la nueva Ley por haber llevado a las
disposiciones generales normas que antes estaban en el
régimen legal con vocación de aplicación general (dirección
de la vida familiar, satisfacción de las necesidades
familiares, deber de información recíproca, vivienda
familiar), así como por haber introducido una regulación
propia de este régimen que, en particular, evita la
aplicación supletoria de las normas de la gestión de los
bienes privativos.
No obstante, cabe pensar en la posible utilidad de la
regulación de los bienes privativos, de la presunción y el
reconocimiento de privatividad, del régimen de las deudas
privativas, etc.
5.3 Titularidad de los bienes
En el régimen de separación de bienes, pertenecerán a cada
cónyuge los que tuviese en el momento inicial del mismo y
los que después adquiera por cualquier título (art. 23.1
Ley 2/2003).
Este principio de separación e independencia patrimonial
referido a los bienes y derechos de los cónyuges es uno de
los pilares de este régimen económico matrimonial. No
existe un patrimonio común regido por normas especiales,
como en el consorcio conyugal. Por ello, si los cónyuges
adquieren
conjuntamente
bienes
o
derechos,
serán
cotitulares de ellos en régimen de comunidad ordinaria y
les pertenecerán, por tanto, en proindiviso ordinario, con
aplicación de los artículos 392 y ss. del Código civil.
En definitiva, lo mismo que si no estuvieran casados, la
titularidad de los bienes que adquieran corresponderá a
quien determine el título de su adquisición (apartado 1 del
art. 24), y, por tanto, con independencia de a quién
pertenezca el dinero o contraprestación con que los
adquiera. La norma excluye el juego de la subrogación real
en el régimen económico de separación de bienes.
No hay una presunción de comunidad, ni está prevista la
comunicación automática de ingresos, frutos ni de bien o
derecho alguno. La prueba de la titularidad de los bienes
será más fácil respecto de los inmuebles inscritos a nombre
de uno de los cónyuges en el Registro de la Propiedad.
Sin embargo, después de una larga convivencia puede haber
algún bien de procedencia dudosa, que no se sabe o no se
puede probar a cual de los dos cónyuges pertenece. La duda
surge con mayor frecuencia en materia de bienes muebles
(por ejemplo, mobiliario que se encuentra en la casa),
dadas las características de su régimen de circulación o
tráfico.
En estos casos, las dudas sobre la titularidad pueden
resolverse mediante el reconocimiento por uno de los
cónyuges de que pertenecen al otro. Puede ser de aplicación
analógica
lo
previsto
en
el
artículo
32
sobre
reconocimiento de privatividad.
También cabe recurrir a las presunciones posesorias de los
artículos 448 y 464 Cc. y, con mayores reservas, a las
presunciones declarativas de titularidad de bienes que se
hayan establecido en las capitulaciones matrimoniales.
En última instancia, el apartado 2 del artículo 24 ha
previsto que, cuando no sea posible acreditar a cuál de los
cónyuges corresponde la titularidad de algún bien o derecho
o en qué proporción, se entenderá que pertenece a ambos por
mitades indivisas. Presunción de titularidad iuris tantum,
con efectos entre los cónyuges y frente a terceros, que
podrá ser destruida probando que, de acuerdo con el título
de adquisición, el titular es el marido o la mujer o ambos
en la proporción que el título determine. Basta la mera
titularidad formal para impedir la aplicación de esta
presunción, sin necesidad de probar la procedencia de la
contraprestación.
De la presunción residual de cotitularidad se exceptúan los
bienes muebles de uso personal o que estén directamente
destinados al desarrollo de la actividad o profesión de uno
de los cónyuges y que no sean de extraordinario valor, que
se presumirá que pertenecen a éste (apartado 3 del artículo
24). Son los mismos bienes que en el consorcio conyugal los
cónyuges tienen derecho a detraer de los bienes comunes,
como aventajas, sin que sean computados en su lote (art.
84.1). En el régimen de separación de bienes, cuando la
titularidad de estos bienes no se puede acreditar, no se
presume que pertenecen a ambos por mitades indivisas
(presunción general), sino que pertenecen al cónyuge que
los usa personal o profesionalmente.
5.4 Gestión y viudedad
Dice el inciso final del apartado 1 del artículo 23 Ley
2/2003
que,
sobre
los
bienes
de
su
titularidad,
corresponderá a cada uno la administración, goce y libre
disposición.
A primera vista pudiera parecer que estas facultades de
gestión, posesión y disposición del cónyuge titular de los
bienes son ilimitadas, como si se tratara de una persona
soltera. Pero no es así. Estas facultades son, ciertamente,
las
más
amplias
posibles
en
un
régimen
económico
matrimonial,
pero
tienen
como
límites
las
normas
imperativas contenidas entre las disposiciones generales y,
así mismo, la existencia del derecho de viudedad que
durante el matrimonio se manifiesta como derecho expectante
a usufructuar los bienes del otro.
Por tanto, el gobierno de la familia y las decisiones sobre
la economía familiar corresponden a ambos cónyuges (art.
4): es dentro del marco de esas directrices acordadas por
ambos donde cada uno es libre de ejercer sus facultades.
Ambos tienen el deber de contribuir a la satisfacción de
las necesidades familiares, en la forma pactada o
determinada conforme a los criterios del artículo 5, y
pueden haber bienes suyos dedicados al uso familiar cuyo
destino
no
podrá
cambiar
unilateralmente,
el
caso
especialmente previsto en el artículo 8 es el de la
vivienda habitual de la familia o el mobiliario ordinario
de la misma.
Las amplias facultades de administración y disposición de
sus respectivas bienes no elimina su deber de informar al
otro, de manera suficiente y periódicamente, sobre la
gestión de su patrimonio, sobre sus ingresos y actividades
económicas, en orden a la toma de decisiones sobre la
economía familiar y la atención de las necesidades
familiares, como dice el artículo 6.
Por otra parte, en el régimen de separación de bienes,
salvo renuncia expresa, ambos cónyuges conservarán el
derecho
de
viudedad
(apartado
2
del
art.
23,
en
concordancia con el 10). Y durante el matrimonio el derecho
de viudedad se manifiesta como derecho expectante a favor
de cada uno de los cónyuges sobre los bienes del otro (art.
97). Pues bien, este derecho expectante de viudedad se
extingue cuando los bienes muebles salen del patrimonio
privativo del otro, salvo cuando se hayan enajenado en
fraude del derecho de viudedad (art. 100); pero en el caso
de los bienes inmuebles por naturaleza y las empresas o
explotaciones económicas, el derecho expectante de viudedad
no se extingue por su enajenación, salvo renuncia expresa y
alguna otra excepción prevista en el artículo 98. Sin
renuncia al derecho expectante será muy difícil encontrar
adquirente, por lo que en la práctica la disposición de
este tipo de bienes requiere contar con el consentimiento
del otro para que renuncie expresamente, bien en escritura
pública, bien en el mismo acto por el que válidamente se
enajena el bien.
En la enajenación judicial de inmuebles por naturaleza,
empresas o explotaciones económicas, tampoco se extingue el
derecho expectante si el otro manifiesta su voluntad de
conservarlo y el acreedor no prueba, en tal caso, que la
ejecución
se
ha
seguido
por
deudas
de
cargo
o
responsabilidad
común
(satisfacción
de
necesidades
familiares), o bien por deudas contraídas con anterioridad
al matrimonio o por razón de sucesiones o donaciones (art.
99).
5.5 Gestión con mandato
En la actualidad, marido y mujer son iguales en derechos y
deberes, el matrimonio ya no modifica la capacidad de obrar
de la mujer casada y ninguno de los cónyuge puede
atribuirse la representación del otro sin que le haya sido
conferida (art. 71 Cc.).
Hemos visto que, tradicionalmente en Aragón y ahora de
conformidad con el artículo 3 de la Ley 2/2003, los
cónyuges pueden celebrar entre sí todo tipo de contratos,
incluidas las donaciones, con sujeción a las reglas del
Derecho de obligaciones y contratos.
Uno de esos contratos posibles entre los cónyuges es, sin
duda alguna, el de mandato, regulado en los artículos 1709
y ss. del Código civil.
A
los
mandatos
entre
cónyuges
alude
una
de
las
disposiciones generales, la contenida en el artículo 9 Ley
2/2003.
En sede de régimen de separación de bienes se distingue
entre la gestión de bienes del otro con mandato expreso,
con mandato tácito (sin la oposición del otro) y contra su
voluntad (arts. 25 y 26 Ley 2/2003).
a) Gestión con mandato expreso
Dice el artículo 25, en sede de régimen de separación de
bienes, que cada cónyuge podrá en cualquier tiempo conferir
al otro mandato expreso para la administración de sus
bienes, así como revocarlo, condicionarlo o restringirlo.
Esta posibilidad de conferir mandato expreso, en cualquier
tiempo, para que el cónyuge administre los bienes del
mandante está implícita en la norma general del artículo 9
que se refiere a cualesquiera mandatos entre cónyuges,
expresos o tácitos, generales o especiales, concebidos en
términos amplios o expresamente para determinados actos. Y
es también el supuesto que en sede de consorcio conyugal
contempla el apartado 2 del artículo 61, como complemento
de la regulación de la gestión de los bienes privativos.
El mandante puede revocar el mandato a su voluntad (art.
1733 Cc.), pero cuando se haya dado para contratar con
determinadas personas, su revocación no puede perjudicar a
éstas si no se les ha hecho saber (1734 Cc.). La revocación
se producirá por ministerio de la ley como efecto de la
admisión a trámite de la demanda de nulidad, separación o
divorcio (art. 103.2º Cc.), e incluso antes si la
revocación ha sido acordada como medida previa (art. 104
Cc.). Añade el apartado 2 del artículo 106 Cc. que la
revocación de consentimientos y poderes se entiende
definitiva.
Quien puede revocar el mandato ha de poder también, a su
voluntad, condicionarlo o restringirlo, si bien estas
modificaciones del contenido inicial parece que exigirán la
aceptación, expresa o tácita, del cónyuge mandatario, quien
en cualquier caso puede renunciar al mandato poniéndolo en
conocimiento del mandante.
b) Gestión sin mandato expreso
En artículo separado (el 26) se regula el supuesto de
administración o gestión por uno de los cónyuges de bienes
o intereses del otro sin mandato expreso, que puede ser sin
su oposición (apartado 1) o contra su voluntad (apartado
2).
Cuando esta gestión se produce sin oposición del cónyuge
titular de los bienes, lo que presupone que es con su
conocimiento y que se trata de un mandato tácito, el
cónyuge
que
actúa
tiene
las
obligaciones
y
responsabilidades de un mandatario, pero no está obligado a
rendir cuentas del destino de los frutos percibidos, salvo
que se demuestre que los ha empleado en su propio
beneficio. El propietario de los bienes puede recuperar la
administración a su voluntad.
La redacción del apartado 1 coincide literalmente con la
del apartado 2 del artículo 61, pero presenta algunas
diferencias con la del artículo 9, que dice que serán de
aplicación las reglas del mandato con fórmula más amplia y
comprensiva de la del art. 26.1; alude a la no rendición de
cuentas de los "frutos percibidos y consumidos", mientras
que aquí se dice que no hay obligación de rendir cuentas
del "destino de los frutos percibidos", que son fórmulas
muy similares o equivalentes; en el art. 9 la no obligación
de rendir cuentas es "salvo que se haya dispuesto otra
cosa", mientras que en el 26.1 se dice que "salvo que se
demuestre que los ha empleado en su propio beneficio":
parece que lo razonable es sumar ambas salvedades (salvo
que se haya dispuesto otra cosa o se demuestre que los ha
empleado en su propio beneficio). La frase final del 26.1
no tiene paralelo en el artículo 9, pero es una
consecuencia de la libertad del mandante de revocar el
mandato.
El
apartado
2
del
artículo
26
se
refiere
a
la
administración de los bienes del otro contra su voluntad,
no a la mera gestión de negocios ajenos sin conocimiento
del cónyuge propietario (art. 1889 Cc.), y obliga al gestor
a responder de los daños y perjuicios que ocasione, parece
que incluso en supuestos de caso fortuito, si bien
descontados en todo caso los lucros que el propietario hay
obtenido por la gestión (lo cual parece una aplicación de
lo dispuesto en el art. 1893 Cc.).
5.6 Responsabilidad por deudas
El régimen de separación de bienes atribuye a cada cónyuge
la titularidad de los bienes que adquiera por cualquier
título (arts. 23.1 y 24.1 Ley 2/2003), pero le atribuye
también, en justa correspondencia, la responsabilidad
exclusiva de las obligaciones por él contraídas, salvo los
casos previstos en el artículo 7 (art. 27).
El matrimonio no restringe la capacidad de obrar de ninguno
de los cónyuges, de modo que, siendo mayores de edad en
todo caso (art. 4 Comp.), si no se hallan incapacitados
judicialmente, tienen plena capacidad de obrar y pueden
contraer todo tipo de obligaciones y resultar deudores o
acreedores como cualquier persona no casada.
El cónyuge deudor será responsable del cumplimiento de sus
obligaciones y responderá del incumplimiento con todos sus
bienes, presentes y futuros (art. 1911 Cc.). Al no haber un
patrimonio común, responde con sus bienes privativos y, en
su caso, con las cuotas que le correspondan en los bienes
en cotitularidad ordinaria.
La regla general es, por tanto, que la responsabilidad es
exclusivamente suya y los acreedores tienen la garantía de
todo su patrimonio personal.
La
excepción
la
introduce
el
artículo
7,
al
que
oportunamente se remite el 27. Marido y mujer responden
solidariamente, frente a terceros de buena fe, de las
obligaciones contraídas por uno de ellos para atender a la
satisfacción de las necesidades familiares.
Los acreedores tendrán que probar que se trata de una
obligación de ese tipo para, ante la falta de cumplimiento
voluntario del cónyuge que la contrajo, poder dirigirse por
el todo también contra el otro y de forma ilimitada. Se
trata de una solidaridad no paritaria, sino accesoria o
dependiente porque el cónyuge que contrajo la deuda es el
deudor principal y el único obligado al cumplimiento,
mientras que el otro cónyuge es un deudor solidario que
responde si el deudor principal no cumple.
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