RÉGIMEN ECONÓMICO MATRIMONIAL Y VIUDEDAD (II) José Antonio Serrano García Profesor Titular de Derecho civil INDICE SISTEMÁTICO (continuación) 4 Capítulos matrimoniales 4.1 Concepto, contenido y forma 4.2 Idioma 4.3 Tiempo y eficacia 4.4 Inoponibilidad a terceros 4.5 Capacidad 4.6 Modificación de estipulaciones capitulares 4.7 Instituciones familiares consuetudinarias 5 Régimen de separación de bienes 5.1 Aplicación del régimen de separación de bienes 5.2 Régimen jurídico 5.3 Titularidad de los bienes 5.4 Gestión y viudedad 5.5 Gestión con mandato 5.6 Responsabilidad por deudas 4. Capítulos matrimoniales 4.1. Concepto, contenido y forma de los capítulos a) Concepto En Aragón, desde la Edad Media, es tradicional un amplio reconocimiento de la libertad de capitular, de hacer capítulos o capitulaciones matrimoniales, incluso con posterioridad al matrimonio. Más antiguos son aún los pactos entre cónyuges sobre aportaciones al matrimonio (arras, firma de dote, dote, etc.). También en muchos otros sitios existió en la Edad Media este amplio reconocimiento, pero en la época de la codificación prevaleció en bastantes lugares una corriente restrictiva que llevó a prohibir o limitar los contratos entre cónyuges y a la inmutabilidad del régimen económico conyugal tras la celebración del matrimonio. No sucedió así en Aragón, donde la libertad de pactos capitulares está íntimamente relacionada con el principio standum est chartae que entraña, sobre todo a partir de COSTA, un generoso marco de autonomía de los particulares para autorregular sus propios intereses. Esta libertad fue mantenida en el Apéndice (arts. 46 y 58-60), luego en la Compilación (arts. 25 a 28) y ahora está regulada en el Título II de la Ley 2/2003. Los instrumentos que recogen los pactos capitulares se denominan "capítulos" o "capitulaciones" porque normalmente se hallan divididos precisamente en capítulos. Pero dentro de ellos, y bajo esta denominación genérica, caben cualesquiera negocios que puedan constar en escritura pública, normalmente negocios familiares y sucesorios. Para LACRUZ, en el contenido propio de las capitulaciones, hay que distinguir las atribuciones de bienes concretos, inter vivos o mortis causa, tanto realizadas por los esposos como por terceros, y las estipulaciones capitulares propiamente dichas, que constituyen la parte normativa relativa al régimen económico familiar y sucesorio, que viene a desplazar la regulación legal supletoria. Sin esta parte normativa, aunque el instrumento contenga atribuciones concretas, estipulaciones personales o cualquier otro contenido posible, no puede hablarse técnicamente de capitulaciones matrimoniales. b) Contenido El contenido normativo de las capitulaciones aragonesas es tradicionalmente más amplio que en otros territorios y comprende tanto estipulaciones relativas al régimen económico matrimonial como al régimen sucesorio de la casa o patrimonio familiar, interviniendo frecuentemente, junto a los esposos o cónyuges, parientes próximos de uno y otro lado; suelen comprender, por tanto, negocios familiares complejos con pactos sobre la viudedad o la continuación de la comunidad conyugal, pactos sucesorios, nombramiento de fiduciarios, inventario de aportaciones de muebles por sitios, etc. Las capitulaciones venían a ser la carta o constitución de la familia, con las reglas para la conservación y transmisión del patrimonio y costumbres familiares de generación en generación. Entre las disposiciones generales del Título Primero hemos visto que el apartado 1 del artículo 3 permite a los cónyuges regular sus relaciones familiares en capitulaciones matrimoniales, tanto antes como después de contraer matrimonio, sin más límites que los del principio standum est chartae. Hemos visto también que otra disposición general, la contenida en el apartado 1 del artículo 11, dice que el régimen económico del matrimonio se ordenará por las capitulaciones que otorguen los cónyuges. El régimen económico del matrimonio, también la viudedad, son materias de Derecho de familia que constituyen contenido propio de las estipulaciones capitulares; pero el contenido de los capítulos matrimoniales puede ser mucho más rico. Como dice el apartado 1 del artículo 13 Ley 2/2003, los capítulos matrimoniales podrán contener cualesquiera estipulaciones relativas al régimen familiar y sucesorio de los contrayentes y de quienes con ellos concurran al otorgamiento, sin más límites que los del principio standum est chartae. Por tanto, las estipulaciones capitulares pueden estar referidas tanto al régimen familiar como al sucesorio (pactos sucesorios) y no sólo de los contrayentes (los cónyuges) sino también de quienes con ellos concurran al otorgamiento (padres, hermanos, tíos, hijos, etc.). Dice el Preámbulo que "los capítulos matrimoniales son el instrumento en que, tradicionalmente, los particulares vierten sus pactos y determinaciones en orden a regular el régimen económico del matrimonio, hacer aportaciones en atención al mismo e incluso atender con efectos jurídicos a las más variadas incumbencias relativas a los derechos de los cónyuges y sus parientes, en vida o para después de la muerte de alguno de ellos que pacta sobre su sucesión." Añade que "la Ley acoge esta libertad de contenido sin otros límites que los genéricos del principio standum est charte, que la historia ha emparejado señaladamente con las capitulaciones matrimoniales". Los límites de los pactos capitulares son, por tanto, los mismos vistos al comentar el principio de libertad de regulación del artículo 3. Los cónyuges o futuros cónyuges pueden utilizar los capítulos también para establecer previsiones para el caso de que el matrimonio se disuelva por divorcio o se separe, ya sea legalmente o de hecho. Pero junto a las estipulaciones, en las capitulaciones puede haber también atribuciones de bienes concretos, inter vivos o mortis causa, tanto realizadas por los esposos como por terceros. En los capítulos se pueden contener cualesquiera contratos entre los cónyuges o con terceros. Así, por ejemplo, donaciones por razón de matrimonio, ya sean los donantes los cónyuges, uno hacia el otro, o terceras personas a favor de los cónyuges o uno de ellos. Estos actos y contratos que pueden otorgarse en capitulaciones requieren la capacidad que las normas que los regulan exijan en cada caso (art. 17.2 Ley 2/2003). También las estipulaciones capitulares relativas al régimen sucesorio (por ejemplo, los pactos sucesorios contenidos en capítulos) requieren la capacidad exigida por la Ley de sucesiones. c) Forma Las fuentes históricas no tratan de la forma de los capítulos matrimoniales y la doctrina y jurisprudencia anteriores al Apéndice solían afirmar la validez de las capitulaciones sin escritura pública. No obstante, ya antes de la vigencia del Código civil como Derecho supletorio, se había ido creando la necesidad de exigir escritura pública y así lo postularon el Congreso de Jurisconsultos de 1881 y los Proyectos de Apéndice de finales del s. XIX. El art. 58 del Apéndice de 1925 exige, en todo caso, escritura pública y la nueva jurisprudencia interpreta que su falta acarrea la nulidad. En la Compilación, también el art. 25.2 exigía escritura pública. En la actualidad es el apartado 2 del artículo 13 Ley 2/2003 el que dice que los capítulos matrimoniales y sus modificaciones requieren, para su validez, el otorgamiento en escritura pública. No, por tanto, en cualquier otro documento público; al tratarse de forma sustancial, su falta está sancionada con la nulidad absoluta. Es una norma imperativa aragonesa sobre la que no puede pacto, disposición o costumbre en contrario. prevalecer 4.2 Idioma El artículo 14 de la Ley 2/2003 regula el idioma de los capítulos matrimoniales, y lo hace en la misma forma en que la Ley 1/1999, de sucesiones por causa de muerte, había regulado ya el idioma de los pactos sucesorios (art. 67) y de los testamentos (art. 97). Tanto el pacto sucesorio y el testamento como las capitulaciones matrimoniales pueden redactarse en cualquiera de las lenguas o modalidades lingüísticas de Aragón que los otorgantes elijan. Si el notario autorizante no conociera la lengua o modalidad lingüística elegida, los capítulos se otorgarán en presencia y con intervención de un intérprete, no necesariamente oficial, designado por los otorgantes y aceptado por el notario, que deberá firmar el documento. Sencilla regulación, sin requerir que el intérprete tenga título oficial, que facilitará que los otorgantes, que pacten de conformidad con el Derecho aragonés y así lo deseen, puedan redactar sus capítulos matrimoniales en la lengua o modalidad lingüística de Aragón que prefieran. Se supone que ha de ser una conocida por los otorgantes, aunque la Ley tampoco lo exige como requisito. 4.3 Tiempo y eficacia La tradicional regla aragonesa permisiva también del otorgamiento postnupcial de los capítulos matrimoniales se halla ahora recogida en el apartado 1 del artículo 15 Ley 2/2003, en términos prácticamente idénticos a los del art. 26 Comp.,: Los capítulos matrimoniales pueden otorgarse y modificarse antes del matrimonio y durante el mismo. Obsérvese que antes del matrimonio no sólo pueden otorgarse capítulos matrimoniales sino modificarse los previamente otorgados. Y lo mismo durante el matrimonio: pueden otorgarse por primera vez o modificarse los anteriores capítulos, otorgados tanto antes como después del matrimonio. Hasta la reforma de 1975 no hubo en el Código civil una regla similar (cfr. el vigente art. 1326), sino que regía el principio de inmutabilidad del régimen económico del matrimonio. No rige en Aragón tampoco lo dispuesto en el artículo 1334 del Código civil (eficacia de los capítulos condicionada a que el matrimonio se contraiga en el plazo de un año). La regulación aragonesa es autosuficiente, y en este caso hay previsión específica. Los capítulos prenupciales tienen su eficacia condicionada a la celebración del matrimonio, por lo que, como ha previsto el apartado 2 del artículo 15 Ley 2/2003, sus estipulaciones no producirán efectos hasta la celebración de éste. No importa el tiempo que pueda transcurrir hasta la celebración del matrimonio, siempre que los otorgantes no modifiquen o resuelvan lo estipulado en ellos. La eficacia de las estipulaciones comienza, en principio, con la celebración del matrimonio, pero los otorgantes pueden retrasarla previendo un momento posterior (el nacimiento de un hijo, por ejemplo). En cualquier caso, como dice el apartado 3 del artículo 15 Ley 2/2003, los otorgantes pueden someter la eficacia de las estipulaciones (que no existe hasta la celebración del matrimonio) a condición (suspensiva o resolutoria) o término (inicial o final), incluso darles efecto retroativo (sólo en los otorgamientos postnupciales), sin perjuicio de los derechos adquiridos por terceros. Posibilidad esta última que ya preveía el art. 26 Comp. Se trata de una ficción jurídica que no afecta a los negocios consumados ni puede ir en perjuicio de los derechos adquiridos por terceros, pero que puede servir entre los cónyuges para evitar enriquecimientos no deseados; la figura entraña una renuncia a la liquidación del régimen anterior. En cambio, la eficacia de los actos y contratos contenidos en los capítulos, que no constituyan estipulaciones relativas al régimen económico matrimonial, podrán tener eficacia aunque el matrimonio no llegue a celebrarse, siempre que no se halle condicionada a este hecho (así, por ejemplo, el reconocimiento de un hijo). Como dice la TSJ Aragón Civil y Penal S 22 Febrero 2002, la posibilidad de los cónyuges de establecer pactos acerca de los bienes tanto presentes como futuros, para nada impide que otros pactos o actuaciones posteriores contradigan y dejen sin efecto los en principio otorgados. 4.4 Inoponibilidad a terceros Al comentar el artículo 16 Ley 2/2003 hay que tener en cuenta el art. 12 de esta misma Ley y el 1333 del Código civil. Recordemos que según el primero de dichos artículos, la modificación del régimen económico del matrimonio no perjudicará en ningún caso los derechos ya adquiridos por terceros. Por tanto, aunque se puede dar eficacia retroactiva a las estipulaciones capitulares (art. 15.3), es siempre sin perjuicio de los derecho adquiridos por terceros. Todos los derechos ya adquiridos por terceros, bien porque contrataron con los cónyuges bien porque de otra manera adquirieron frente a ellos un derecho legítimo merecedor de protección legal, se mantienen intactos, de forma que las nuevas estipulaciones capitulares, aunque se haya hecho mención de su existencia en el Registro Civil o de hecho las conozcan, no les son oponibles para alterar aquellas relaciones jurídicas que nacieron antes. Se trata de proteger los derechos ya adquiridos en el momento de cambio o modificación del régimen económico del matrimonio. Problema distinto es el de la oponibilidad a terceros de la nueva regulación económica del matrimonio cuando la relación con los cónyuges se produce con posterioridad. Entre los otorgantes, la eficacia de las estipulaciones capitulares es la prevista en el artículo 15; pero para la oponibilidad a terceros hay que atender a lo dispuesto en el artículo 16. No basta que las estipulaciones hayan sido otorgadas válidamente y sean ya eficaces entre cónyuges para que lo sean también frente a terceros con los que entren en relación seguidamente, porque éstos pueden desconocer de hecho su existencia y no haber tenido medios idóneos de conocerla. No se puede dejar en manos de los cónyuges la utilización de unas capitulaciones (o resoluciones judiciales), en el momento que más les convenga a ellos, cuando han permanecido ocultas en el tráfico jurídico (véase AP Zaragoza S 227/1998 de 7 Abril 1998, con cita de Ss. del TS y resoluciones de la DGRN). Por ello ha establecido el apartado 1 del artículo 16 que las estipulaciones capitulares sobre régimen económico matrimonial son inoponibles a los terceros de buena fe. Los terceros que entren en relación con los cónyuges o alguno de ellos tras la vigencia de las estipulaciones capitulares, podrán exigir que no les afecten si no las conocían y con una diligencia media no podían haber tenido noticia de su existencia. La buena fe se presume, por lo que la carga de probar que los terceros conocen tales estipulaciones corresponde a los cónyuges. Ahora bien como, de conformidad con el artículo 1333 Cc., hay obligación de hacer mención (la LRC lo considera mera posibilidad) en toda inscripción de matrimonio en el Registro Civil de las capitulaciones matrimoniales que se hubieren otorgado, establece el apartado 2 del artículo 16 Ley 2/2003 que la buena fe del tercero no se presumirá cuando el otorgamiento de los capítulos conste en el Registro Civil. Por tanto, la mención de los capítulos en el Registro civil sirve exclusivamente para eliminar la presunción de buena fe, pero no convierte automáticamente a quienes se relacionen con los cónyuges con posterioridad en terceros de mala fe; al faltar la presunción de buena fe, el hecho del conocimiento o desconocimiento de las estipulaciones capitulares corresponderá probarlo a quien lo alegue y de conformidad con las reglas generales de prueba. La publicidad del Registro Civil elimina simplemente la presunción de buena fe. No obstante, la publicidad que proporciona el Registro Civil es únicamente del régimen económico y de sus modificaciones, pero no facilita información sobre el contenido de este régimen económico. Para conocer el alcance concreto de este régimen se deberá acudir al notario autorizante de los capítulos y solicitar la expedición de una copia (art. 224 Decreto 02-06-44). La AP Zaragoza A 499/2000 de 17 Julio 2000 dice que, mientras no haya constancia en el Registro de la Propiedad al tiempo del embargo de que el consorcio conyugal se ha disuelto (art. 140.1º RH), aunque de hecho se haya liquidado y dividido, es suficiente con la notificación del procedimiento y embargo (amén del traslado de la demanda) al cónyuge no deudor, sin necesidad de demandar a ambos. Aunque el hecho modificativo (la disolución del consorcio) conste en el Registro Civil, si no figura en el Registro de la Propiedad, no perjudicará en cuanto al inmueble a los terceros de buena fe (arts. 32 y 34 LH). Por el contrario, si consta en el Registro de la Propiedad, la publicidad del mismo es suficiente, en cuanto al inmueble en cuestión, para perjudicar a los terceros (aunque sean civiles) a efectos de que no puedan alegar ignorancia. En síntesis, pues, la publicidad del Registro Civil no puede prevalecer en materia de bienes inmuebles sobre la publicidad del Registro de la Propiedad. La mujer interpuso tercería de dominio solicitando el levantamiento de los embargos sobre bienes a ella adjudicados en la partición e inscritos a su nombre en el Registro. Invocó el dominio de los bienes embargados, dominio acreditado con la escritura pública de capitulaciones matrimoniales y liquidación de la sociedad conyugal, pero no se trata - dice la AP Zaragoza A 500/2000 de 18 Julio 2000- de cuestionar la propiedad de unos bienes anteriormente consorciales y después adjudicados a la esposa en las referidas capitulaciones, sino de hacer efectivos sobre ellos los derechos de terceros adquiridos con anterioridad a la modificación del régimen económico matrimonial, que no puede perjudicar en ningún caso tales derechos, y teniendo el marido facultades para obligar dichos bienes en el ejercicio de su profesión, era manifiesta la improcedencia de la tercería para liberar tales bienes de las trabas a que están sujetos. 4.5 Capacidad Las reglas sobre capacidad -como dice el Preámbulo- sientan criterios propios, fundados en la edad aragonesa de los catorce años, que aclaran dudas y resuelven contradicciones. Tales criterios están contenidos en el artículo 17 Ley 2/2003. La nueva regulación es bastante diferente de la que contenía el art. 27 Comp., según el cual tienen capacidad para otorgar capítulos antes de contraer matrimonio los que válidamente puedan celebrarlo; y añadía que los menores de edad necesitarán la asistencia de uno cualquiera de sus padres y, en su defecto, del tutor, Junta de Parientes o Juez de Primera Instancia. Ciertamente, la capacidad para otorgar capitulaciones postnupciales no plantea problemas en Aragón porque, según el artículo 4 Comp., tendrán la consideración de mayores de edad los menores desde el momento en que contraen matrimonio. Los aragoneses casados son mayores de edad y, salvo incapacitación o declaración de prodigalidad, tienen plena capacidad para capitular, así como para celebrar todo tipo de actos y contratos. La regulación vigente parte de una regla general relativa a la capacidad para consentir las estipulaciones que determinen o modifiquen el régimen económico de su matrimonio, a la que añade tres reglas complementarias. La regla general es que los mayores de catorce años podrán consentir tales estipulaciones. Sin embargo: a) Los mayores de catorce años menores de edad, si no están emancipados, necesitarán la asistencia de uno cualquiera de sus padres y, en su defecto, del tutor, de la Junta de Parientes o del Juez. b) Los incapacitados necesitarán la asistencia de su guardador legal, salvo que la sentencia de incapacitación disponga otra cosa. c) Los declarados pródigos necesitarán la asistencia de su curador. La regla general, interpretada a contrario, permite deducir que no tienen capacidad para otorgar estipulaciones capitulaciones los menores de catorce años, personas que ni con dispensa de edad podrían contraer matrimonio válido. Teniendo en cuenta las reglas complementarias, se puede afirmar que pueden consentir las estipulaciones capitulares, por sí mismos y sin necesidad de asistencia, los mayores de catorce años casados o emancipados que no se hallen incapacitados ni declarados pródigos. Necesitan asistencia los mayores de catorce años menores de edad, si no están emancipados. Los menores de edad emancipados, en cuanto pueden contraer matrimonio sin dispensa de edad, tienen también plena capacidad para capitular. No estando emancipados, tales menores de edad para otorgar estipulaciones capitulaciones (necesariamente previas al matrimonio, puesto que si están casados ya son mayores de edad) necesitan la asistencia que el precepto indica, cualquiera que sea el régimen económico que estipulen, también si se limitan a pactar el régimen de separación de bienes regulado en la Ley aragonesa. En defecto de padres, el precepto contiene una enumeración indistinta de legitimados para prestar la asistencia, a elegir por el menor, que incluye también -a diferencia del art. 5 Comp.- al Juez. Necesitan igualmente asistencia para consentir estipulaciones capitulares referidas a su régimen económico del matrimonio los mayores de catorce años incapacitados, aunque se hallen emancipados o casados o sean mayores de edad, siempre que la sentencia de incapacitación no les haya impedido otorgar capítulos. Tanto da que se trate de capitulaciones pre o postnupciales. La asistencia la prestará su guardador legal, que puede ser tutor o curador. De manera análoga, en caso de declaración de prodigalidad, necesitan la asistencia de su curador. La negación de la asistencia es irrecurrible. Las capitulaciones otorgadas sin la necesaria asistencia son anulables (art. 5.1 Comp.). El otorgamiento de capitulaciones es acto personalísimo que, por ello, no puede ser realizado mediante representante (puede admitirse el mero "nuntius"). Para los demás actos y contratos que pueden otorgarse en capitulaciones, es decir para todo lo contenido en los capítulos que no sean estipulaciones que determinen o modifiquen el régimen económico de su matrimonio, se requiere la capacidad que las normas que los regulan exijan en cada caso (apartado 2 del artículo 17). Así, por ejemplo, los otorgantes de un pacto sucesorio deben ser mayores de edad (art. 63 Ley de sucesiones). 4.6 Modificación de estipulaciones capitulares La regulación de la novación de capitulaciones que contenía el artículo 28 Comp.(cfr. 1331 CC) había sido muy criticada por la doctrina aragonesa, que había llegado a defender la conveniencia de suprimir dicho artículo. La nueva regulación está inspirada -dice el Preámbulo- en la doctrina aragonesa mejor fundada (alusión, en especial, a la obra de Carmen Bayod López sobre los sujetos de las capitulaciones aragonesas). El apartado 1 del artículo 18 Ley 2/2003 dice que, "tanto antes como después de celebrado el matrimonio, la modificación de las estipulaciones que determinan el régimen económico familiar requiere únicamente el consentimiento de las personas que están o han de quedar sujetas a dicho régimen". Se afirma, por tanto, que la modificación de tales estipulaciones es competencia exclusiva de las personas afectadas por el régimen económico familiar que se modifica; con lo cual queda claro que no se requiere la concurrencia de los ascendientes, ni de otras personas, que hayan asistido al otorgamiento de los capítulos para dotar, hacer donaciones o legados o nombrar herederos a los contrayentes o a sus hijos, aunque la novación afecte a los bienes y derechos recibidos, como decía el art. 28 Comp. La validez de la modificación requiere únicamente el consentimiento de las personas que están o han de quedar sujetas al régimen económico familiar paccionado. Esas personas serán, desde luego, los cónyuges; pero cuando se trate de un régimen económico familiar más amplio, como un consorcio entre matrimonio u otra situación permanente de comunidad familiar, deberán consentir la modificación también el resto de las personas afectadas por el cambio. Es el apartado 2 el que atiende a las consecuencias que esa modificación de estipulaciones capitulares relativas al régimen familiar paccionado puede tener en los actos y negocios patrimoniales contenidos en los capítulos y que se otorgaron en atención al régimen que ahora se modifica. Tal modificación permite a los otorgantes de estos actos y negocios patrimoniales revocarlos, a no ser que consientan la modificación. Para facilitar su derecho de revocación se dice que el notario que autorice la escritura de modificación notificará su otorgamiento a los que intervinieron en las capitulaciones matrimoniales que se modifican dentro de los ocho días hábiles siguientes. Sin perjuicio de las responsabilidades a que hubiere lugar, la falta de notificación no afectará a la eficacia de la modificación. Norma similar a las previstas en la Ley de sucesiones en los arts. 86.2 y 106.4. Tratándose de la revocación unilateral de pactos sucesorios contenidos en los capítulos que se modifican, parece que el legislador no ha querido establecer aquí nuevas causas de revocación unilateral. Para que proceda la revocación unilateral de los pactos sucesorios será preciso que el cambio de régimen económico familiar pueda entrañar una de las causas taxativamente enumeradas en el artículo 86.1 de la Ley de sucesiones. La revocación requiere escritura pública. Se aplican el resto de previsiones del art. 86 de la Ley de sucesiones. 4.7 Instituciones familiares consuetudinarias a) Dote y firma de dote. En los primeros tiempos del Derecho aragonés no existe la dote romana salvo la de pequeña importancia conocida como "axovar" o "axuar". La dote aragonesa inicialmente es de tipo germánico y recibe el nombre de "arras": asignación del marido a la mujer (no siempre obligatoria) como precio de compra o en pago del poder sobre ella que se atribuye a la mujer para asegurar su viudedad cuando no hay hijos. Con la recepción del Derecho romano se produce una fuerte transformación de las arras aragonesas y al lado o en sustitución de ellas aparece un nuevo estilo de dote llamado "escreix", "firma de dote" o "aumento de dote" que constituye el marido en correspondencia a la dote aportada por la mujer o sus parientes; ya no se trata de un don de supervivencia sino de verdadero aumento de dote (de estilo romana), que pertenece a la mujer y sigue la suerte de la dote. En la Compilación de 1967 se incluyeron tres artículos (3032) referidos a las modalidades específicas de la dote aragonesa y se dejó todo el resto de la disciplina de la dote a la aplicación supletoria del Código civil (arts. 1336-1380). En 1981 fueron suprimidos del Código civil los artículos de la dote, mientras que la reforma aragonesa de 1985 mantuvo los citados preceptos de la Compilación, extendiendo al varón todo lo que antes sólo predicaba de la mujer, por aplicación del principio de igualdad entre cónyuges, convirtiendo así la regulación en ambivalente. La dote o firma de dote, aunque de uso muy escaso, mantuvo su presencia testimonial en la ley aragonesa pero el resto de su régimen quedó enteramente encomendado a la autonomía de la voluntad de quienes desearan constituir este tipo de aportaciones matrimoniales. Por último, dado que, en ejercicio de la libertad de capitular, instituciones como la dote o la firma de dote hace tiempo que han caído en desuso, la nueva Ley 2/2003 no contiene para ellas previsiones específicas, sino que las menciona junto a las demás instituciones familiares consuetudinarias, regidas por el pacto e interpretadas conforme a la costumbre y los usos locales (art. 19). b) Otras instituciones familiares consuetudinarias. La frecuente repetición en un determinado lugar o comarca de concretos pactos sobre la organización económica y sucesoria de la familia crea costumbre y da origen a la existencia de instituciones familiares consuetudinarias como las que enumeraba, a modo de ejemplo, el art. 34 Comp. En la actualidad es el artículo 19 de la Ley 2/2003 el que contiene esa enumeración ejemplificativa, en la que ha incluido la "dote" y "firma de dote", además ha introducido alguna pequeña corrección en la lista del art. 34 Comp. Las instituciones citadas son las siguientes: "dote", "firma de dote", "hermandad llana", "agermanamiento" o "casamiento al más viviente", "casamiento en casa", "acogimiento" o "casamiento a sobre bienes", "consorcio universal" o "juntar dos casas" y "dación personal". Su establecimiento precisa estipulación capitular que se interpretará con arreglo a la costumbre y a los usos locales (Véase AP Zaragoza S 653/1998 de 9 Noviembre 1998). La "hermandad llana" es la estipulación capitular en cuya virtud se hacen comunes para ambos cónyuges todos o algunos de los bienes que cada uno poseía antes de constituirse esta comunidad universal, así como los que cada uno adquiera con posterioridad. El "agermanamiento" o "casamiento al más viviente" es aquél pacto cuya finalidad es la de atribuir al viudo la herencia de su cónyuge en defecto de hijos. Puramente sucesorio es el "pacto al más viviente" regulado ahora en los artículos 80 y 81 de la Ley de sucesiones como pacto de recíproca institución de herederos entre los otorgantes; los efectos del "pacto al más viviente" pueden ser establecidos también por los testadores que en testamento mancomunado se instituyen recíprocamente herederos. El "casamiento en casa" es una modalidad consuetudinaria de la viudedad foral por la que el contrayente forastero que queda viudo está autorizado a volverse a casar sin pérdida del usufructo de viudedad sobre la casa y, además, comunicándolo al segundo cónyuge, todo ello siempre que las segundas nupcias sean convenientes a la casa y familia, consintiéndolas a tal fin los representantes designados para ello. La Ley 2/2003 ha derogado el art. 35 Comp. y no ha considerado necesario reproducir su contenido ("el usufructo proveniente del casamiento en casa se extingue cuando los cónyuges abandonan ésta o la explotación familiar"). El "acogimiento" o "casamiento a sobre bienes" se trata del matrimonio que se vincula a la casa de otro en relación de acogimiento, con todas las modalidades que por pacto cabe establecer, pero normalmente para el servicio de la casa acogente, en comunidad de disfrute, ganancias y trabajo, con organización jerárquica y regulándose conjuntamente la sucesión de ambas (Véase AP Zaragoza S 653/1998 de 9 Noviembre 1998). El "consorcio universal" o "juntar dos casas" se produce al establecer una relación entre los matrimonios titulares de los patrimonios de dos casas distintas, de lo que resulta una comunidad de explotación y disfrute a la par que previsión hereditaria de unidad. Por la "dación personal" un soltero o un viudo, ordinariamente sin hijos, se dona o da a una casa, haciéndole irrevocable cesión de todos sus bienes y comprometiéndose a trabajar en provecho de ella en cuanto se le ordene y ofrezca, y a mantenerse viudo o célibe toda la vida, a cambio de ser sustentado, sano o enfermo, con todo lo necesario, hasta el fin de sus días (Costa). Bajo el título de "otras situaciones de comunidad" el artículo 20 Ley 2/2003 (que es reproducción literal del art. 34 Comp.) ordena que al disolverse un consorcio entre matrimonios ("acogimiento" o "casamiento sobre bienes", "consorcio universal" o "juntar dos casas", etc.) u otra situación permanente de comunidad familiar (heredamiento a favor de soltero, "dación personal", o, en la sociedad actual, cabe pensar también en las comunidades entre parejas no casadas), los beneficios obtenidos con el trabajo común se dividirán entre los asociados en proporción equitativa, conforme a la costumbre y atendidas las diversas aportaciones en bienes o trabajo, los beneficios ya percibidos, las causas de la disolución y demás circunstancias. 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El régimen de separación de bienes se caracteriza por la inexistencia de un patrimonio común y, por lo tanto, por la autonomía e independencia patrimonial de los cónyuges, que mantienen separados sus respectivos patrimonios y a cada uno le corresponde en exclusiva la gestión y disposición de sus bienes. Si bien, en Aragón y salvo renuncia expresa, hay que tener en cuenta que ambos cónyuges conservarán el derecho de viudedad (art. 23.2). También la responsabilidad por las obligaciones contraídas para cada cónyuges es exclusivamente suya, salvo en el caso de las relativas a la satisfacción de las necesidades familiares (art. 27). Este régimen será el aplicable cuando así lo hayan acordado los cónyuges en capitulaciones matrimoniales (régimen convencional), y también en todo caso de exclusión o disolución del consorcio conyugal, si los cónyuges no han pactado otro régimen (art. 21). En estos últimos casos funciona como régimen legal supletorio de segundo grado. a) Régimen paccionado En cuanto régimen paccionado requiere ser establecido en capítulos matrimoniales, que pueden otorgarse y modificarse antes del matrimonio y durante el mismo (art. 15.1). En las capitulaciones, los cónyuges pueden limitarse a establecer, sin más, el régimen de separación de bienes, en cuyo caso serán de aplicación las normas aragonesas reguladoras de este régimen, así como las disposiciones generales del Título Primero. Pueden, por el contrario, confeccionar su propio régimen de separación de bienes, que será completado, en su caso, por la regulación legal del régimen de separación de bienes y por las normas imperativas del Derecho aragonés. Subsidiariamente se aplicarán las normas del consorcio conyugal en tanto lo permita su naturaleza (art. 22). Este tipo de régimen suele ser elegido cuando interesa separar los negocios de uno de los cónyuges de los bienes adquiridos por el otro, igualmente suele preferirse por los que acuden al matrimonio con hijos de un enlace anterior; pero en muchas ocasiones, la adopción de este régimen responde a la existencia de una crisis matrimonial o separación de hecho. b) Régimen legal supletorio Como régimen legal supletorio de segundo grado será de aplicación cuando los cónyuges pacten en capitulaciones, anteriores o posteriores al matrimonio, la exclusión del régimen legal de consorciales sin establecer uno que lo sustituya. El supuesto no será nada frecuente. La ley impone también el régimen de separación, si los cónyuges no han pactado otro régimen, en todo caso de disolución del consorcio conyugal. Lo dicen de forma general, aunque con algunas significativas diferencias entre sí, tanto la letra b) del artículo 21 como el apartado 1 del artículo 66, y lo señalan de forma particularizada los arts. 43 (disolución por ejecución sobre bienes comunes por deudas privativas) y 46 (disolución por desacuerdos sobre la gestión de la economía familiar o incumplimiento reiterado del deber de informarse recíprocamente). Tras la disolución del consorcio conyugal sólo puede haber verdadero régimen de separación de bienes si sigue habiendo matrimonio (disolución del consorcio constante matrimonio: art. 66.1) y también convivencia matrimonial. En tales circunstancias habrá régimen de separación de bienes si los cónyuges no han pactado otro régimen. Pero cuando tras la disolución del consorcio conyugal constante matrimonio falta la convivencia de los cónyuges, bien porque están separados judicialmente bien porque lo están de hecho (con o sin acuerdo), no parece que pueda decirse que en esa situación hay un auténtico régimen económico matrimonial de separación de bienes; al no haber comunidad de vida, ni domicilio conyugal, sólo la presencia de hijos comunes será fuente de necesidades familiares que ambos están obligados a satisfacer. Pero parece que, en tal caso, basta con la aplicación de las normas imperativas de las disposiciones generales y lo acordado o dispuesto en la sentencia. Hay, sin duda, separación de bienes, pero no propiamente un "régimen" de separación de bienes. Así lo da a entender el apartado 1 del artículo 66. Pues bien, esa situación de separación de bienes no se altera por la reconciliación de los cónyuges en caso de separación personal (judicial o de hecho) o por la desaparición de cualquiera de las demás causas que la hubiesen motivado (apartado 2 del art. 66). En realidad, lo que se está diciendo es que la desaparición de la separación conyugal o de otras causas de disolución del consorcio conyugal no provoca la restauración del consorcio anterior; siguen sin régimen de comunidad pero, desaparecida la causa de su disolución del consorcio, los cónyuges pueden ya pactar uno nuevo. Cabe también entender que si lo que ha desaparecido es la separación conyugal, en situación de convivencia ya puede decirse que hay "régimen" de separación de bienes. En caso de disolución del consorcio conyugal por nulidad del matrimonio, si la sentencia declara la mala fe de uno solo de los cónyuges, el que hubiera obrado de buena fe podrá optar por la liquidación del régimen matrimonial según las normas del consorcio o por la aplicación del régimen de separación de bienes (art. 67). En este caso, la aplicación es sólo a efectos de liquidación y depende de la elección del cónyuge de buena fe. 5.2 Régimen jurídico El artículo 22 Ley 2/2003 regula el régimen jurídico del régimen de separación de bienes, es decir las normas o conjuntos de normas por las que se rige la economía del matrimonio en tal caso. Aunque no lo dice, resulta indudable que, tanto como régimen paccionado o legal supletorio de segundo grado, le son de aplicación las disposiciones generales del Título Primero: las no imperativas en cuanto no sean desplazadas por lo pactado en capítulos y las imperativas directamente. El régimen económico de separación de bienes se regirá en primer término por lo convenido por los cónyuges en los capítulos que lo establezcan, sin más límites que los del principio standum est chartae (arts. 13.1 y 3.1). Recordemos que el apartado 2 del artículo 3 declara imperativas las normas de los artículos 1, 2, 4 a 8 y 12. En defecto de capítulos, o para completarlos si es el caso, se aplicarán las normas establecidas en el presente Título para este régimen (arts. 21 a 27). El régimen legal es, por tanto, supletorio o complementario de lo acordado en capítulos matrimoniales. Subsidiariamente, es decir, cuando las normas del Título III sean insuficientes, dice el artículo 22 que el régimen económico de separación de bienes se regirá por las normas del consorcio conyugal en tanto lo permita su naturaleza. La norma concuerda con el apartado 2 del artículo 11. La aplicación analógica de las normas del consorcio conyugal al régimen de separación de bienes ha quedado bastante reducida en la nueva Ley por haber llevado a las disposiciones generales normas que antes estaban en el régimen legal con vocación de aplicación general (dirección de la vida familiar, satisfacción de las necesidades familiares, deber de información recíproca, vivienda familiar), así como por haber introducido una regulación propia de este régimen que, en particular, evita la aplicación supletoria de las normas de la gestión de los bienes privativos. No obstante, cabe pensar en la posible utilidad de la regulación de los bienes privativos, de la presunción y el reconocimiento de privatividad, del régimen de las deudas privativas, etc. 5.3 Titularidad de los bienes En el régimen de separación de bienes, pertenecerán a cada cónyuge los que tuviese en el momento inicial del mismo y los que después adquiera por cualquier título (art. 23.1 Ley 2/2003). Este principio de separación e independencia patrimonial referido a los bienes y derechos de los cónyuges es uno de los pilares de este régimen económico matrimonial. No existe un patrimonio común regido por normas especiales, como en el consorcio conyugal. Por ello, si los cónyuges adquieren conjuntamente bienes o derechos, serán cotitulares de ellos en régimen de comunidad ordinaria y les pertenecerán, por tanto, en proindiviso ordinario, con aplicación de los artículos 392 y ss. del Código civil. En definitiva, lo mismo que si no estuvieran casados, la titularidad de los bienes que adquieran corresponderá a quien determine el título de su adquisición (apartado 1 del art. 24), y, por tanto, con independencia de a quién pertenezca el dinero o contraprestación con que los adquiera. La norma excluye el juego de la subrogación real en el régimen económico de separación de bienes. No hay una presunción de comunidad, ni está prevista la comunicación automática de ingresos, frutos ni de bien o derecho alguno. La prueba de la titularidad de los bienes será más fácil respecto de los inmuebles inscritos a nombre de uno de los cónyuges en el Registro de la Propiedad. Sin embargo, después de una larga convivencia puede haber algún bien de procedencia dudosa, que no se sabe o no se puede probar a cual de los dos cónyuges pertenece. La duda surge con mayor frecuencia en materia de bienes muebles (por ejemplo, mobiliario que se encuentra en la casa), dadas las características de su régimen de circulación o tráfico. En estos casos, las dudas sobre la titularidad pueden resolverse mediante el reconocimiento por uno de los cónyuges de que pertenecen al otro. Puede ser de aplicación analógica lo previsto en el artículo 32 sobre reconocimiento de privatividad. También cabe recurrir a las presunciones posesorias de los artículos 448 y 464 Cc. y, con mayores reservas, a las presunciones declarativas de titularidad de bienes que se hayan establecido en las capitulaciones matrimoniales. En última instancia, el apartado 2 del artículo 24 ha previsto que, cuando no sea posible acreditar a cuál de los cónyuges corresponde la titularidad de algún bien o derecho o en qué proporción, se entenderá que pertenece a ambos por mitades indivisas. Presunción de titularidad iuris tantum, con efectos entre los cónyuges y frente a terceros, que podrá ser destruida probando que, de acuerdo con el título de adquisición, el titular es el marido o la mujer o ambos en la proporción que el título determine. Basta la mera titularidad formal para impedir la aplicación de esta presunción, sin necesidad de probar la procedencia de la contraprestación. De la presunción residual de cotitularidad se exceptúan los bienes muebles de uso personal o que estén directamente destinados al desarrollo de la actividad o profesión de uno de los cónyuges y que no sean de extraordinario valor, que se presumirá que pertenecen a éste (apartado 3 del artículo 24). Son los mismos bienes que en el consorcio conyugal los cónyuges tienen derecho a detraer de los bienes comunes, como aventajas, sin que sean computados en su lote (art. 84.1). En el régimen de separación de bienes, cuando la titularidad de estos bienes no se puede acreditar, no se presume que pertenecen a ambos por mitades indivisas (presunción general), sino que pertenecen al cónyuge que los usa personal o profesionalmente. 5.4 Gestión y viudedad Dice el inciso final del apartado 1 del artículo 23 Ley 2/2003 que, sobre los bienes de su titularidad, corresponderá a cada uno la administración, goce y libre disposición. A primera vista pudiera parecer que estas facultades de gestión, posesión y disposición del cónyuge titular de los bienes son ilimitadas, como si se tratara de una persona soltera. Pero no es así. Estas facultades son, ciertamente, las más amplias posibles en un régimen económico matrimonial, pero tienen como límites las normas imperativas contenidas entre las disposiciones generales y, así mismo, la existencia del derecho de viudedad que durante el matrimonio se manifiesta como derecho expectante a usufructuar los bienes del otro. Por tanto, el gobierno de la familia y las decisiones sobre la economía familiar corresponden a ambos cónyuges (art. 4): es dentro del marco de esas directrices acordadas por ambos donde cada uno es libre de ejercer sus facultades. Ambos tienen el deber de contribuir a la satisfacción de las necesidades familiares, en la forma pactada o determinada conforme a los criterios del artículo 5, y pueden haber bienes suyos dedicados al uso familiar cuyo destino no podrá cambiar unilateralmente, el caso especialmente previsto en el artículo 8 es el de la vivienda habitual de la familia o el mobiliario ordinario de la misma. Las amplias facultades de administración y disposición de sus respectivas bienes no elimina su deber de informar al otro, de manera suficiente y periódicamente, sobre la gestión de su patrimonio, sobre sus ingresos y actividades económicas, en orden a la toma de decisiones sobre la economía familiar y la atención de las necesidades familiares, como dice el artículo 6. Por otra parte, en el régimen de separación de bienes, salvo renuncia expresa, ambos cónyuges conservarán el derecho de viudedad (apartado 2 del art. 23, en concordancia con el 10). Y durante el matrimonio el derecho de viudedad se manifiesta como derecho expectante a favor de cada uno de los cónyuges sobre los bienes del otro (art. 97). Pues bien, este derecho expectante de viudedad se extingue cuando los bienes muebles salen del patrimonio privativo del otro, salvo cuando se hayan enajenado en fraude del derecho de viudedad (art. 100); pero en el caso de los bienes inmuebles por naturaleza y las empresas o explotaciones económicas, el derecho expectante de viudedad no se extingue por su enajenación, salvo renuncia expresa y alguna otra excepción prevista en el artículo 98. Sin renuncia al derecho expectante será muy difícil encontrar adquirente, por lo que en la práctica la disposición de este tipo de bienes requiere contar con el consentimiento del otro para que renuncie expresamente, bien en escritura pública, bien en el mismo acto por el que válidamente se enajena el bien. En la enajenación judicial de inmuebles por naturaleza, empresas o explotaciones económicas, tampoco se extingue el derecho expectante si el otro manifiesta su voluntad de conservarlo y el acreedor no prueba, en tal caso, que la ejecución se ha seguido por deudas de cargo o responsabilidad común (satisfacción de necesidades familiares), o bien por deudas contraídas con anterioridad al matrimonio o por razón de sucesiones o donaciones (art. 99). 5.5 Gestión con mandato En la actualidad, marido y mujer son iguales en derechos y deberes, el matrimonio ya no modifica la capacidad de obrar de la mujer casada y ninguno de los cónyuge puede atribuirse la representación del otro sin que le haya sido conferida (art. 71 Cc.). Hemos visto que, tradicionalmente en Aragón y ahora de conformidad con el artículo 3 de la Ley 2/2003, los cónyuges pueden celebrar entre sí todo tipo de contratos, incluidas las donaciones, con sujeción a las reglas del Derecho de obligaciones y contratos. Uno de esos contratos posibles entre los cónyuges es, sin duda alguna, el de mandato, regulado en los artículos 1709 y ss. del Código civil. A los mandatos entre cónyuges alude una de las disposiciones generales, la contenida en el artículo 9 Ley 2/2003. En sede de régimen de separación de bienes se distingue entre la gestión de bienes del otro con mandato expreso, con mandato tácito (sin la oposición del otro) y contra su voluntad (arts. 25 y 26 Ley 2/2003). a) Gestión con mandato expreso Dice el artículo 25, en sede de régimen de separación de bienes, que cada cónyuge podrá en cualquier tiempo conferir al otro mandato expreso para la administración de sus bienes, así como revocarlo, condicionarlo o restringirlo. Esta posibilidad de conferir mandato expreso, en cualquier tiempo, para que el cónyuge administre los bienes del mandante está implícita en la norma general del artículo 9 que se refiere a cualesquiera mandatos entre cónyuges, expresos o tácitos, generales o especiales, concebidos en términos amplios o expresamente para determinados actos. Y es también el supuesto que en sede de consorcio conyugal contempla el apartado 2 del artículo 61, como complemento de la regulación de la gestión de los bienes privativos. El mandante puede revocar el mandato a su voluntad (art. 1733 Cc.), pero cuando se haya dado para contratar con determinadas personas, su revocación no puede perjudicar a éstas si no se les ha hecho saber (1734 Cc.). La revocación se producirá por ministerio de la ley como efecto de la admisión a trámite de la demanda de nulidad, separación o divorcio (art. 103.2º Cc.), e incluso antes si la revocación ha sido acordada como medida previa (art. 104 Cc.). Añade el apartado 2 del artículo 106 Cc. que la revocación de consentimientos y poderes se entiende definitiva. Quien puede revocar el mandato ha de poder también, a su voluntad, condicionarlo o restringirlo, si bien estas modificaciones del contenido inicial parece que exigirán la aceptación, expresa o tácita, del cónyuge mandatario, quien en cualquier caso puede renunciar al mandato poniéndolo en conocimiento del mandante. b) Gestión sin mandato expreso En artículo separado (el 26) se regula el supuesto de administración o gestión por uno de los cónyuges de bienes o intereses del otro sin mandato expreso, que puede ser sin su oposición (apartado 1) o contra su voluntad (apartado 2). Cuando esta gestión se produce sin oposición del cónyuge titular de los bienes, lo que presupone que es con su conocimiento y que se trata de un mandato tácito, el cónyuge que actúa tiene las obligaciones y responsabilidades de un mandatario, pero no está obligado a rendir cuentas del destino de los frutos percibidos, salvo que se demuestre que los ha empleado en su propio beneficio. El propietario de los bienes puede recuperar la administración a su voluntad. La redacción del apartado 1 coincide literalmente con la del apartado 2 del artículo 61, pero presenta algunas diferencias con la del artículo 9, que dice que serán de aplicación las reglas del mandato con fórmula más amplia y comprensiva de la del art. 26.1; alude a la no rendición de cuentas de los "frutos percibidos y consumidos", mientras que aquí se dice que no hay obligación de rendir cuentas del "destino de los frutos percibidos", que son fórmulas muy similares o equivalentes; en el art. 9 la no obligación de rendir cuentas es "salvo que se haya dispuesto otra cosa", mientras que en el 26.1 se dice que "salvo que se demuestre que los ha empleado en su propio beneficio": parece que lo razonable es sumar ambas salvedades (salvo que se haya dispuesto otra cosa o se demuestre que los ha empleado en su propio beneficio). La frase final del 26.1 no tiene paralelo en el artículo 9, pero es una consecuencia de la libertad del mandante de revocar el mandato. El apartado 2 del artículo 26 se refiere a la administración de los bienes del otro contra su voluntad, no a la mera gestión de negocios ajenos sin conocimiento del cónyuge propietario (art. 1889 Cc.), y obliga al gestor a responder de los daños y perjuicios que ocasione, parece que incluso en supuestos de caso fortuito, si bien descontados en todo caso los lucros que el propietario hay obtenido por la gestión (lo cual parece una aplicación de lo dispuesto en el art. 1893 Cc.). 5.6 Responsabilidad por deudas El régimen de separación de bienes atribuye a cada cónyuge la titularidad de los bienes que adquiera por cualquier título (arts. 23.1 y 24.1 Ley 2/2003), pero le atribuye también, en justa correspondencia, la responsabilidad exclusiva de las obligaciones por él contraídas, salvo los casos previstos en el artículo 7 (art. 27). El matrimonio no restringe la capacidad de obrar de ninguno de los cónyuges, de modo que, siendo mayores de edad en todo caso (art. 4 Comp.), si no se hallan incapacitados judicialmente, tienen plena capacidad de obrar y pueden contraer todo tipo de obligaciones y resultar deudores o acreedores como cualquier persona no casada. El cónyuge deudor será responsable del cumplimiento de sus obligaciones y responderá del incumplimiento con todos sus bienes, presentes y futuros (art. 1911 Cc.). Al no haber un patrimonio común, responde con sus bienes privativos y, en su caso, con las cuotas que le correspondan en los bienes en cotitularidad ordinaria. La regla general es, por tanto, que la responsabilidad es exclusivamente suya y los acreedores tienen la garantía de todo su patrimonio personal. La excepción la introduce el artículo 7, al que oportunamente se remite el 27. Marido y mujer responden solidariamente, frente a terceros de buena fe, de las obligaciones contraídas por uno de ellos para atender a la satisfacción de las necesidades familiares. Los acreedores tendrán que probar que se trata de una obligación de ese tipo para, ante la falta de cumplimiento voluntario del cónyuge que la contrajo, poder dirigirse por el todo también contra el otro y de forma ilimitada. Se trata de una solidaridad no paritaria, sino accesoria o dependiente porque el cónyuge que contrajo la deuda es el deudor principal y el único obligado al cumplimiento, mientras que el otro cónyuge es un deudor solidario que responde si el deudor principal no cumple.