Análisis de la patología hepato-biliar y pancreática: Hepatopatías, litiasis biliar, pancreatitis. Dietoterapia. Esquema: 1. Introducción 2. Hepatopatías 2.1.- Hepatitis aguda 2.2.- Hepatitis crónica 2.3.- Cirrosis hepática 2.4.- Síndrome de insuficiencia hepática 2.5.- Dietoterapia en las hepatopatías 3. Patología biliar 3.1.- Litiasis biliar y sus complicaciones 3.2.- Dietoterapia en la patología biliar 4. Patología pancreática 4.1.- Pancreatitis aguda 4.2.- Pancreatitis crónica 4.3.- Síndrome de insuficiencia pancreática exocrina 4.4.- Dietoterapia en las enfermedades pancreáticas 5. Referencias Bibliografías y Documentales 1. INTRODUCCIÓN Las enfermedades hepáticas, biliares y pancreáticas se manifiestan clínicamente de forma muy variada, siendo llamativos los síntomas y signos locales y existiendo manifestaciones a distancia o sistémicas que se relacionan con el deterioro de las funciones del órgano. El hígado se encarga de sintetizar, transformar, conjugar y eliminar gran cantidad de sustancias que se dirigen a la sangre, al sistema linfático o la bilis. Interviene en el metabolismo de los principios inmediatos, produce diversas proteínas plasmáticas (albúmina, varios factores de la coagulación), fabrica la bilis y por tanto, como veremos, la insuficiencia hepática tiene manifestaciones multisistémicas. La vesícula y las vías biliares reciben, almacenan y conducen la bilis hacia el duodeno, en el que interviene básicamente en la digestión de las grasas. El páncreas es una glándula mixta, cuyo componente exocrino fabrica y envía al duodeno el juego pancreático y cuyo componente endocrino es el responsable la síntesis de insulina y otras hormonas. Por otra parte, las manifestaciones clínicas de las enfermedades de estos órganos vienen marcadas con frecuencia por el agente etiológico, que a menudo es infeccioso o tóxico y a veces por su propia patogenia, ya que la autoinmunidad puede jugar un papel primordial en las hepatitis crónicas o en la cirrosis biliar primaria. 2. HEPATOPATIAS 2.1.- Hepatitis aguda Es la inflamación del hígado, acompañada de necrosis hepatocelular y sus principales causas son: infección vírica, ingesta de alcohol y tóxicos. La hepatitis vírica aguda a su vez puede ser producida por diversos virus hepatotropos: los virus A y el virus E, de transmisión feco – oral epidémica, y los virus B, Delta y C, de transmisión parenteral, transplacentaria y sexual. La sintomatología inicial es común en casi todos los casos: fiebre, hepatomegalia dolorosa, cuadro catarral más o menos intenso y síndrome ictérico con ictericia, hipocolia o acolia y coluria. Sin embargo existen casos subictéricos e incluso asintomáticos. La infección es autolimitada en el tiempo en la mayoría de las hepatitis A y E, mientras que puede cronificarse en las hepatitis B, C y Delta (virus que produce coinfección junto al B y que empeora el pronóstico). También existe la posibilidad de que se produzca una hepatitis fulminante con necrosis hepática masiva y la muerte en horas o días. El diagnóstico de las hepatitis víricas agudas se basa en los datos epidemiológicos (convivencia con enfermos, contacto con sangre o hemoderivados, etc..), en la historia clínica y en la analítica sanguínea, que demuestra una hiperbilirrubinemia, una elevación precoz de GOT y GPT, que persiste en tanto hay fenómenos de necrosis hepática y que remite paralelamente al cuadro clínico y una fosfatasa alcalina variable dependiendo del grado de colestasis. También pueden aparecer alteraciones leucocitarias como leucopenia con linfocitosis y anemia, a veces hemolítica o aplásica (especialmente en las hepatitis C). La confirmación diagnóstica se basa en el hallazgo de antígenos y anticuerpos específicos y en raras ocasiones hay que recurrir a biopsia hepática. En cuanto a la prevención, hay que resaltar la importancia de la vacunación sistemática, incluida en el calendario vacunal, contra la hepatitis B, en la que se utiliza el antígeno recombinante de superficie, y cuya eficacia después de la tercera dosis es superior al 95% en menores de 40 años. La inmunización activa antihepatitis A, consigue una eficacia superior al 95%, pero de duración incierta, y que por tanto está indicada exclusivamente en viaje a zonas endémicas, hemofílicos, profesionales de riesgo y situaciones epidémicas. El tratamiento de la hepatitis aguda es sintomático: reposo relativo, dieta y en los casos más graves hospitalización para el mantenimiento de constantes vitales. En general no está indicado el aislamiento (salvo en brotes epidémicos de hepatitis A) La hepatitis alcohólica aguda se produce principalmente en ingestas masivas y puede manifestarse de forma semejante a la hepatitis vírica o de forma fulminante, de muy mal pronóstico. El etanol, es un hepatotóxico intrínseco, pero además intervienen en su patogenia otros factores como el sexo (mayor predisposición en mujeres), el sistema inmunológico (mayor prevalencia en los sujetos con HLA B 8) o la malnutrición. La hepatitis tóxica se produce por drogas que actúan activando el metabolismo hepático o bloqueando los sistemas enzimáticos del sistema microsomal. Puede ser producida por múltiples sustancias como tóxicos industriales (tetracloruro de carbono, tricloroetileno) y especialmente por fármacos como citostáticos (6 – mercaptopurina, 5 – fluoracilo), paracetamol (que produce una necrosis hepática masiva si se alcanzan dosis de 15 gr. en 24 horas) , anovulatorios, psicofármacos (clorpromazina, diazepan), tuberculostáticos (isoniacida, rifampicina), cloranfenicol, tetraciclinas, sulfamidas, anestésicos (halotano, tricloroetileno), etc. 2.2.- Hepatitis crónica Clásicamente se define como aquella que dura mas de 6 meses, aunque el diagnóstico definitivo debe ser siempre morfológico, mediante biopsia hepática, existiendo dos formas, persistente y activa o agresiva, que si bien comparten con frecuencia una etiología común (virus B, virus C, alcohol o tóxicos) , tienen una evolución y pronóstico completamente distintos. La hepatitis crónica persistente, se caracteriza histológicamente por una inflamación limitada al espacio porta con conservación de la estructura del lobulillo hepático. Suele ser asintomática, aunque puede producir síntomas leves como astenia y anorexia y a veces existe una ligera hepatomegalia. Tiene buen pronóstico, evoluciona espontáneamente a la curación y sólo requiere revisiones periódicas. La hepatitis crónica activa o agresiva, en cambio, se caracteriza histológicamente por una inflamación periportal y una necrosis en “sacabocados” y puede evolucionar hacia la insuficiencia hepática y la cirrosis. Resulta de la cronificación de aproximadamente el 5% de las hepatitis agudas por virus B y entre el 30% - 50% de las producidas por el virus C, también por tóxicos o ingesta prolongada de alcohol. En cuanto a su patogenia, se implican factores genéticos y especialmente alteraciones autoinmunes, ya que se describen anomalías de los linfocitos T y a veces presencia de autoanticuerpos dirigidos contra la membrana del hepatocito y/o contra otros tejidos u órganos (músculo liso, tiroides). Clínicamente, la mayoría de las veces, tiene un comienzo insidioso, en un 30% evoluciona a la cirrosis y en un 35% - 40% de casos hay manifestaciones multisistémicas compatibles con enfermedad autoinmune (artritis reumatoide, tiroiditis, anemia hemolítica). En cuanto al tratamiento, son de elección los corticoides, y con frecuencia se emplea el interferon, con resultados variables. Aun siendo causa común de los dos tipos anatomopatológicos de hepatitis crónica, por su trascendencia social, la mayoría de autores consideran la hepatitis crónica alcohólica como una entidad nosológica aparte. En este caso hay que resaltar la influencia de la cuantía de la ingesta etílica (más de 150 gramos al día produce hepatopatía crónica en el 70% de los casos) y de la duración del consumo (es raro que aparezcan lesiones en menos de un año de abuso,en cambio en más de 15 años son prácticamente seguras la hepatitis y su evolución natural hacia la degeneración cirrótica) 2.3.-Cirrosis hepática es una enfermedad degenerativa crónica,irreversible y difusa del hígado caracterizada anatomopatológicamente por la formación de bandas de fibrosis y necrosis de los hepatocitos, que son sustituidos progresivamente por nódulos de regeneración. Todo ello altera profundamente la arquitectura hepática y su fisiología,manifestándose clínicamente por síntomas de intensidad variable propios de la insuficiencia hepática,de la que hablaremos posteriormente. En cuanto a su etiología,las causas más frecuentes son el consumo de alcohol (en España supone alrededor del 65% de los casos) y las hepatitis víricas B,C y Delta. Otras causas menos frecuentes son la insuficiencia cardíaca derecha de larga evolución,drogas y tóxicos,hemocromatosis,etc...En un 20% de casos es idiopática. 2.4.- Síndrome de insuficiencia hepática También llamado insuficiencia hepatocelular, es la incapacidad del hepatocito para llevar a cabo sus funciones, y se manifiesta por un conjunto de síntomas y signos que dependen directamente de dicha incapacidad , que siempre es consecuencia de una lesión hepática grave, aguda o crónica, que inhibe funcionalmente más del 80% del parénquima. Respecto a su etiología, cualquier hepatopatía difusa, ya sea vírica o tóxica, la hepatitis crónica activa, la cirrosis, la colestasis crónica, las afecciones vasculares como la lesión de la arteria hepática o la oclusión de las venas suprahepáticas o las enfermedades por depósito de metales como la hemocromatosis y la enfermedad de Wilson, pueden conducir en algún momento de su evolución a una insuficiencia hepática. Sin embargo, las hepatopatías localizadas como abcesos y quistes hidatídicos no suelen producirla al no anular la mayor parte del parénquima. Las manifestaciones clínicas principales de la insuficiencia hepática son: a) Ictericia, que se produce como consecuencia de una hiperbilirrubinemia, que a su vez indica la incapacidad del hepatocito para conjugar y/o eliminar la bilirrubina. El pigmento se acumula en piel y mucosas dándoles un tinte amarillento. Puede acompañarse de acolia o hipocolia y coluria por colestasis. b) Ascitis, o acumulación de líquido en la cavidad peritoneal, consecuencia del desequilibrio de presiones a ambos lados de la pared capilar, y que a su vez se debe a la confluencia de varios factores como la hipertensión portal del cirrótico, la hipertensión linfática por exceso de formación de linfa a nivel peritoneal, la hipoalbuminemia (ya que el hepatocito sintetiza la albúmina) y el aumento de reabsorción tubular de sodio unido a la retención de agua que aparecen como consecuencia de la insuficiencia renal funcional casi constante en los cirróticos con enfermedad avanzada. Clínicamente el abdomen aparece distendido, con circulación colateral evidente, y en la exploración física se puede objetivar mediante percusión la presencia de líquido libre intraperitoneal (signo de la “oleada ascítica”). La ascitis suele coexistir con oliguria, edemas periféricos y a veces con derrame pleural. c) Encefalopatía hepática: Bajo este término se engloban todos los síndromes neuropsíquicos que pueden presentarse en el curso de una hepatopatía con insuficiencia hepatocelular, y cuya aparición depende patogénicamente de ésta. No se incluyen aquellos síndromes neuropsíquicos que, aunque pueden concurrir en una insuficiencia hepática, no dependen patogénicamente de ella como son la encefalopatía alcohólica o el síndrome psiquiátrico asociado a la enfermedad de Wilson. Desde el punto de vista patogénico, la idea central es que la incapacidad del hepatocito para depurar del plasma sustancias potencialmente neurotóxicas da lugar a una acumulación de éstas en el sistema nervioso central. La principal es el amoniaco, ya que el hígado es el órgano encargado de la fabricación de urea a partir de iones amonio que proceden principalmente del catabolismo protéico. Al fallar la síntesis de urea se produce una hiperamoniemia con efecto tóxico sobre el sistema nervioso, que se ve favorecida si además existe un shunt porto – cava. Además se ha comprobado la existencia de falsos neurotransmisores como la octopamina por alteraciones de la composición plasmática de aminoácidos (disminución de aminoácidos de cadena ramificada y aumento de aromáticos). También hay un incremento de neuroinhibidores como el ácido gamma – aminobutírico (Gaba). En muchas ocasiones se pueden identificar acontecimientos desencadenantes de la entrada en encefalopatía, siendo el más frecuente la hemorragia digestiva (por incremento de amoniaco intestinal por la flora bacteriana a partir de los substratos nitrogenados de la sangre), otras veces es un estreñimiento pertinaz (que incrementa también la producción de amoniaco intestinal y aumenta su absorción), o puede aparecer a raíz de la ingesta abundante de proteínas o de la concurrencia de un cuadro infeccioso o por abuso de sedantes, diuréticos o cualquier fármaco que provoque un desequilibrio hidroelectrolítico. En lo referente a las manifestaciones clínicas, estas son de carácter psíquico y neurológico, aunque a veces pueden ser subclínicos y detectarse solo tras pruebas especiales. Las manifestaciones psiquiátricas más habituales son cambios bruscos de humor con iras repentinas y euforias injustificadas con trastornos del sueño en su comienzo. A medida que avanza el cuadro se añaden importantes alteraciones del comportamiento (esquizoide, paranoico) y desorientación temporo - espacial con deterioro intelectual. Los signos neurológicos más frecuentes son el flapping tremor o temblor aleteante (90%), y el signo de la rueda dentada (40%). A veces hay hiperreflexia y Babinsky positivo. Puede cursar de forma aguda o crónica y frecuentemente hay fluctuaciones. Para expresar la gravedad del cuadro se emplea la escala de Trey, en la cual: El grado I corresponde a euforia – depresión, desorientación temporo – espacial, dificultad en el habla e insomnio nocturno con somnolencia diurna. En el grado II hay acentuación de los signos anteriores con trastorno del comportamiento y somnolencia intensa. En el grado III hay somnolencia constante, sólo se responde a estímulos intensos y el lenguaje es incomprensible. En el grado IV hay coma profundo, midriasis y Babinsky positivo. d) Alteraciones endocrinas: El hígado sano conjuga los esteroides, convirtiéndolos en hidrosolubles para su posterior eliminación urinaria y por tanto el hígado insuficiente da lugar a manifestaciones hormonales. En el varón es frecuente la atrofia testicular con disminución de la líbido y esterilidad. También se puede presentar ginecomastía uni o bilateral. En la mujer son muy frecuentes los trastornos del ciclo mestrual, con reglas irregulares y a veces amenorrea. En ambos sexos aparecen alteraciones en la distribución del vello corporal con pérdida axilar y pubiana. e) Alteraciones cutáneas: Entre ellas destacan las arañas vasculares o “spiders”, distribuidas exclusivamente en el territorio de la vena cava superior y caracterizadas por dilataciones arteriolares centrales y pulsátiles de la que parten pequeños capilares de forma radiada. Las arañas vasculares se acompañan con frecuencia de otras dilataciones vasculares muy finas, sin arteriola central, denominadas telangiectasias. También es típico el enrojecimiento de las eminencias tenar e hipotenar, que constituye el llamado eritema palmar. Hay alteraciones ungueales como fragilidad, forma de vidrio de reloj, desaparición de la lúnula,... f) Alteraciones digestivas: Pueden ser más o menos inespecíficas como anorexia o sensación dispéptica, hay hipertrofia parotidea en la mayoría de pacientes y es de especial trascendencia la formación de varices esofágicas, complicación frecuente de la hipertensión portal propia de los cirróticos, y que se debe a la apertura de colaterales que comunican el sistema portal con la cava superior, y especialmente con las venas esofágicas. La rotura de las varices con hemorragia digestiva es la causa de muerte mas frecuente en el cirrótico. Si existe hipertensión portal, la insuficiencia se acompaña de esplenomegalia. g) Otros signos: Son habituales la fatigabilidad, pérdida de peso, fiebre que a veces puede ser atribuida a la propia hepatopatía y no a la existencia de un cuadro infeccioso, y el fetor hepático derivado de la presencia de metabolitos de la metionina. Es frecuente la diátesis hemorrágica por déficit de factores de coagulación. h) Síndrome biológico: Se encuentra una hipoalbuminenia, consecuencia de su deficiente síntesis, proporcional al grado y duración de la insuficiencia. Lo mismo sucede con la colesterolemia. La falta de incorporación de aminoácidos para la síntesis protéica determina la presencia de hiperaminoacidemia e hiperaminoaciduria y la deficiencia de los factores de la coagulación (todos menos el VIII, no fabricado por el hígado) tiene una enorme importancia, hasta el punto que el tiempo de protrombina se utiliza en la valoración clínica de la insuficiencia. Recordemos que una hemostasia deficiente puede ser mortal si se asocia a varices esofágicas. También se encuentra hiperbilirrubinemia y cifras variables de transaminasas y fosfatasa alcalina, así como aumento de gammaglutamiltranspeptidasa en los alcohólicos y si existe colestasis. Desde el punto de vista hematológico, el signo mas frecuente es la anemia, ya sea microcítica por pérdidas hemáticas ocultas por el tubo digestivo o macrocítica por la acción tóxica del alcohol sobre la médula ósea o por déficit de ácido fólico. Con frecuencia se acompaña de leucopenia y trombopenia, coexistiendo con un hiperesplenismo. 2.5.- Dietoterapia en las hepatopatías El tratamiento dietético en las enfermedades de hígado tiene tal importancia que constituye la base, por no decir la única terapeútica. Vamos a distinguir por un lado los procesos agudos, tales como las hepatitis agudas sintomáticas, y por otro la insuficiencia hepática con todas sus implicaciones. En las hepatitis agudas sintomáticas, la dieta es distinta según la fase de la que se trate, ya que en el periodo inicial suele presentarse anorexia, por lo que se aconsejan alimentos propios de una dieta blanda a base de arroz o pastas hervidas, puré de patatas, pescados blancos cocidos y fruta hervida o cruda si se acepta. La leche no siempre es bien tolerada. En el periodo de estado, suele haber intolerancia a las grasas, por lo que puede estar indicada una restricción de éstas, mientras que en el periodo de resolución, se produce una recuperación del apetito, por lo que la dieta, evitando los alimentos fuertes o de difícil digestión, tenderá hacia la normalización. Generalmente se toleran la leche y los huevos (alimentos contraindicados en la patología biliar). Por supuesto, está totalmente prohibido el alcohol y no se justifican las dietas muy ricas en azúcares o en proteinas. En la insuficiencia hepática se plantea un auténtico dilema dietoterápico, ya que por un lado, un alto porcentaje de enfermos presenta malnutrición, relacionada directamente con trastornos de la inmunidad celular que favorecen la aparición de infecciones, las cuales agravan el estado de por si ya crítico de un hepatópata crónico. Además la propia malnutrición afecta negativamente a la función hepatocelular, creando un círculo vicioso. Por estas razones, no se deben restringir las proteínas de la dieta, ya que con ello agravaríamos su déficit nutricional y su respuesta inmunitaria. Pero por otro lado, un exceso de proteínas puede precipitar la aparición de una encefalopatía hepática o agravarla si se encuentra en sus estadíos iniciales. En la práctica, en aquellos enfermos sin encefalopatía ni ascitis no debe indicarse ningún tipo de dieta restrictiva, incluso es aconsejable que sea ligeramente hipercalórica, sin sobrecargarla de hidratos de carbono, frecuentemente incompatibles con el estado diabético que suele acompañar al cirrótico. En definitiva, debe ser una dieta equilibrada en cuanto a principios inmediatos, minerales y vitaminas, con un contenido calórico adaptado a las necesidades de cada individuo. Se evitarán guisos fuertes y muy condimentados, los alimentos muy salados (aceitunas, embutidos) y se restringirán los alimentos flatulentos (coles de Bruselas, cebolla cruda, legumbres), que pueden agravar el meteorismo que muchos pacientes sufren. También es muy importante la abundancia de fibra vegetal (es frecuente el estreñimiento), y en cuanto al contenido lipídico, se basará en la tolerancia, ya que hay pacientes que admiten alimentos ricos en grasas y otros con un cierto grado de dispepsia biliar, en los cuales habría que restringirlos. Si se presentan ascitis y/o edemas se prescribe una dieta hiposódica entre los 600 mgr. y los 2 gr. al día de contenido sódico, vigilando estrechamente el balance hídrico y valorando la posibilidad de tratamiento diurético. En caso de encefalopatía hepática, debe limitarse la ingesta de alimentos nitrogenados con una dieta hipoprotéica. Cuando el cuadro es agudo, la restricción debe ser severa, inicialmente con un aposte de 20 – 25 gramos de proteínas al día, que se irán incrementando hasta los 40 – 50 gramos al día. Algunos cirróticos ya no pueden aumentar más esa cantidad diaria de ingesta proteica, so pena de recaer en la encefalopatía, y desde luego ello contribuye a agravar su desnutrición. Algunos autores proponen la restricción selectiva de ingesta de aminoácidos aromáticos (fenilalanina, tirosina), como responsables de la síntesis de falsos neurotransmisores, e incluso añadir suplementos comerciales de aminoácidos ramificados (leucina, valina), sustituyendo a los anteriores, pero la eficacia de esta medida es dudosa. Ante el problema de la hiperproducción intestinal de amoniaco se manejan el empleo de lactulosa, disacarido no absorbible cuyo metabolismo bacteriano alcaliniza la luz intestinal y el empleo de antibióticos tipo neomicina que disminuyan puntualmente la población bacteriana de la flora intestinal. 3. PATOLOGIA BILIAR 3.1.- Litiasis biliar y sus complicaciones Es la presencia de cálculos en la vesícula y/o en las vías biliares. La colelitiasis o presencia de cálculos en la vesícula constituye una patología frecuente en los países occidentales y en ella se reconocen como factores predisponentes el sexo femenino, la edad (mayores de 45 años), la obesidad, la multiparidad y las dietas ricas en colesterol. En el 75% de los casos, los cálculos están formados principalmente por colesterol, que precipita cuando la bilis tiene un exceso de éste,( ya sea por disminución de secreción biliar de sales biliares solubilizantes o por un aumento de secreción biliar de colesterol) En el 25% de casos los cálculos son pigmentarios, con predominio de bilirrubinato cálcico, por precipitación de bilirrubina, cuya patogenia puede ser un aumento de excreción hepática (procesos hemolíticos) o por infecciones biliares crónicas por bacterias coliformes que deconjugan el pigmento. Clínicamente puede ser asintomática durante largos períodos de tiempo, manifestarse como una simple dispepsia o bien como un cólico biliar con dolor brusco e intenso en epigastrio y/o hipocondrio derecho, que puede irradiar a la parte alta de la espalda y que se suele acompañar de náuseas, vómitos e ictericia ligera. Frecuentemente se produce de madrugada y tras una transgresión dietética. El dolor generalmente es autolimitado en el tiempo (entre 1 y 4 horas). Complicaciones de la litiasis biliar: Coledocolitiasis: Es la presencia de cálculos en el colédoco, que en la mayoría de casos migran desde la vesícula. Puede ser también asintomática, sin embargo suele cursar con cólico biliar complicado (no autolimitado en el tiempo) y a su vez puede complicarse con una colangitis aguda, por colonización bacteriana del sistema ductal, que cursa con dolor en hipocondrio derecho, ictericia y fiebre (triada de Charcot), y rápido compromiso hemodinámico.En ocasiones se produce una ictericia obstructiva, sin cólico ni colangitis, siendo característico el aumento precoz de la fosfatasa alcalina en plasma. Si el cálculo se moviliza desde el coledoco hasta implantarse en la ampolla de Vater puede producirse una pancreatitis aguda. Colecistitis: Es la inflamación aguda de la vesícula que suele presentarse por obstrucción del conducto cístico por un cálculo. Además del factor obstructivo, suele encontrarse contaminación bacteriana. Clínicamente se caracteriza por cólico biliar que no cede, con febrícula y a veces signos de irritación peritoneal. Suele haber antecedentes de cólicos repetidos y en algunos casos se hace crónica. La colecistitis a su vez puede complicarse con un ileobiliar cuando el calculo perfora la vesícula o el cístico y se abre paso a la luz duodenal. En cuento al tratamiento de la litiasis biliar, la terapia disolutiva oral con ácidos biliares como el quenodesoxicólico o el ursodesoxicólico y la litotricia extracorpórea por ondas de choque no han respondido a las expectativas iniciales por el reducido porcentaje de pacientes a los que se puede aplicar (20% y 25% respectivamente) y por la alta tasa de recidiva postdisolución, de forma que el tratamiento de elección en la colelitiasis sintomática es la colicistectomía, que será urgente ante cualquier complicación. Puede practicarse por vía laparoscópica (90% de los casos actualmente) o a través de incisión abdominal si existe colecistitis aguda, hipertensión portal severa o trastornos de coagulación. 3.2.- Dietoterapia en la patología biliar En primer lugar, hay que considerar los alimentos que pueden provocar los síntomas, estando prohibidos o muy limitados los alimentos grasos de origen animal (carnes grasas, embutidos, huevos, leche entera y derivados), el chocolate, las salsas, especias y picantes y los alimentos flatulentos como legumbres, col y derivados, alcachofas, cebolla y manzanas crudas, etc. Las grasas de origen vegetal se suelen tolerar mejor (excepto los frutos secos). Cuantitativamente, la dieta biliar, contendrá alrededor de 30 gramos de lípidos al día, es decir, menos del 25% del total energético. En principio están permitidos la leche descremada y sus derivados, el arroz, las pastas y el pan, las patatas, frutas (preferiblemente hervidas), verduras (salvo las flatulentas), carnes magras, pescado blanco y aceite de oliva crudo o hervido. Sin embargo, tras enumerar la lista de alimentos prohibidos y permitidos, nos podemos encontrar frecuentes situaciones paradógicas en el paciente biliar, ya que algunos toleran perfectamente la lecha entera, los huevos o los fritos, mientras que otros presentan síntomas con alimentos teóricamente inofensivos, por lo que algunos autores recomiendan autorizar al paciente a ensayar alimentos teóricamente prohibidos para, una vez comprobada su tolerancia, prohibirlos definitivamente o repetirlos con cierta frecuencia en cantidades moderadas. 4. PATOLOGIA PANCREATICA 4.1.- Pancreatitis aguda Es el proceso inflamatorio agudo de la glándula pancreática, de curso breve y bien definido, con retorno posterior a la normalidad funcional si el paciente sobrevive. Como factores etiológicos hay que considerar que el 90% de casos se debe a litiasis biliar complicada o alcoholismo, y en el 10% restante se incluye un amplio abanico de casos como hipertiroidismo, hiperlipoproteinemias, parotiditis, mononucleosis infecciosa, fármacos (sulfamidas, tiazidas) postraumático, etc. En algunos casos puede ser idiopática. Desde el punto de vista patogénico, la pancreatitis aguda es la autodigestión de la glándula por sus propios productos de secreción: En condiciones normales el páncreas se protege por diversos mecanismos como secretar sus enzimas en forma de precursores inactivos o inhibir la retrodifusión de jugo pancreático mediante la propia actividad metabólica de las células acinares. En la pancreatitis se activan dentro del órgano sus proenzimas, lo cual podría desencadenarse por reflujo biliar a través del conducto de Wirsung y en otros casos por obstrucción del conducto por tapones de moco provocados por la ingesta alcohólica. En cualquier caso, el punto de partida es la activación del tripsinógeno en tripsina , que a su vez provoca en “cascada” la actividad de calicreina (vasodilatación, edema y dolor), elastasa (hemorragia), lecitina y lisolecitina (coagulación y necrosis) y lipasa (necrosis grasa) . Clínicamente, la pancreatitis aguda es un cuadro muy grave, caracterizado por dolor muy intenso y mal delimitado, aunque generalmente se localiza en epigastrio o mesogastrio con irradiación a la espalda en cinturón. Frecuentemente se relaciona con una comida copiosa rica en grasas y alcohol. También suele aparecer fiebre (debido a la circulación plasmática de productos derivados de la necrosis pancreatica), naúseas, vómitos, meteorismo, a veces ictericia por compresión del colédoco y meteorismo. El cuadro clínico se agrava si aparece hipocalcemia (probablemente por la captación del calcio para formar jabones si se produce necrosis grasa), y que puede ser asintomática o producir una tetania, hipopotasemia (que contribuye a producir un ileoparalitico), trombosis y coagulación intravascular diseminada (ya que la tripsina convierte fibrinógeno en fibrina), psicosis, confusión, convulsiones,....que se engloban en el término encefalopatía pancreática y tendencia al shock (por dolor, deshidratación y a veces bacteriemia). El diagnóstico se basa en la clínica, en la exploración física abdominal (rigidez, disminución de ruidos abdominales, aparición de manchas equimóticas periumbilicales o en flancos, de muy mal pronóstico), radiografía simple de abdomen, ecografía, TAC y especialmente por la analítica sanguínea, en la que se encuentra una hiperamilasemia que suele ceder alrededor del 3º día, una hiperlipasemia, máxima al 4º día y que tarda más en normalizarse, y un aumento del aclaramiento amilasa/ creatinina, junto a alteraciones menos específicas como leucocitosis con desviación izquierda e hiperglucemia. Obviamente, el tratamiento es hospitalario y se basa en la analgesia, la reducción de la secreción pancreática con dieta absoluta y administración de antihistamínicos H2 y el tratamiento médico de las complicaciones si se presentan (infección secundaria, trastornos de la coagulación, insuficiencia renal,...). El tratamiento quirúrgico está indicado ante la incertidumbre diagnóstica o ante la aparición de complicaciones locales como abcesos o pseudoquistes. El pronóstico es generalmente bueno con curación espontánea en el 80% de los casos al cabo de una semana. Sin embargo, aparte de las complicaciones graves que pueden causar la muerte, existen casos de episodios repetidos de pancreatitis aguda (pancreatitis aguda recidivante), tras los cuales, la glándula suele volver a la normalidad funcional, pero otras veces, tras cada episodio agudo, quedan lesiones incipientes y alteraciones funcionales que representan el estadio inicial de una pancreatitis crónica que se está manifestando por brotes agudos repetidos. 4.2.- Pancreatitis crónica Es el proceso inflamatorio crónico de la glándula pancreática, con sustitución progresiva del tejido glandular por tejido fibroso, afectándose primero el componente exocrino y después el endocrino. La lesión progresa de forma inexorable aun suprimiéndose el factor causal, que suele ser la litiasis biliar o el alcoholismo. Como hemos comentado anteriormente, en muchas ocasiones la pancreatitis aguda y la crónica representan simplemente diferentes estadios evolutivos del mismo proceso, relacionados por una fase intermedia de pancreatitis recidivante. Sin embargo, en un 30% - 40% de casos su etiología se desconoce. Clínicamente se presenta dolor abdominal semejante al de la pancreatitis aguda, en episodios recurrentes o bien de forma más insidiosa. Hay pérdida de peso constante, tanto porque la ingesta desencadena dolor como por la propia malabsorción, ya que la manifestación clave de esta patología es el síndrome de insuficiencia pancreática exocrina, que comentaremos posteriormente. En las pruebas de laboratorio, no se suelen evidenciar alteraciones de amilasa, lipasa y cociente amilasa/creatinina en plasma (salvo que el paciente se encuentre en fase de agudización). Puede presentar complicaciones como pseudoquistes o hemorragias digestivas altas, y en etapas avanzadas se afecta el componente endocrino, produciéndose una diabetes mellitus. Se asocia con frecuencia con ulcus duodenal y cáncer de cabeza de páncreas. 4.3.- Síndrome de insuficiencia pancreática exocrina Es el déficit total o parcial de su secreción externa y etiológicamente la causa más frecuente es la pancreatitis crónica, aunque también puede producirse por cálculos biliares que obstruyan a nivel de la ampolla de Vater, compresión tumoral de origen biliar o pancreático, mucoviscidosis, pancreatectomía o carencias alimentarias prolongadas, especialmente proteicas. Las consecuencias fisiopatológicas de la insuficiencia son, lógicamente, la digestión inadecuada por todos los principios inmediatos por déficit de las enzimas respectivas, produciéndose por tanto un síndrome de malabsorción intestinal que se manifiesta en el examen de las heces por amilorrea, creatorrea y especialmente esteatorrea. Sin embargo, la absorción de las unidades estructurales de los principios inmediatos, como glucosa, aminoácidos, ácidos grasos, etc....,es normal si se administran como tales, lo que le diferencia de otros cuadros de malabsorción, por ejemplo, la enfermedad celíaca. Clínicamente cursa con pérdida de peso progresivo, astenia, anorexia, deposiciones diarréicas, muy abundantes, pálidas y fétidas. Suele existir distensión abdominal, con meteorismo y flatulencia y desde el punto de vista general se presenta lógicamente desnutrición mas o menos acusada. Sin embargo, las anemias y las carencia de vitaminas liposolubles son menos marcadas que en otros síndromes de malabsorción. El diagnóstico definitivo del síndrome se realiza demostrando una disminución de bicarbonato y enzimas en el jugo pancreático recogido mediante sondaje duodenal, tras estimulación con secretina. 4.4.- Dietoterapia en las enfermedades pancreáticas En el tratamiento hospitalario de la pancreatitis aguda se indica una dieta líquida ligera a partir del 4º - 5º día de evolución, con tendencia a la normalización alimentaria posterior. En la insuficiencia pancreática exocrina, se intenta contrarrestar la malabsoricón mediante preparados farmacológicos de enzimas pancreáticas a altas dosis, aunque los resultados son poco satisfactorios, probablemente por la inactivación en el medio ácido gástrico, por lo que se aconseja la administración de antiácidos para mejorarlos. La dieta consiste básicamente en una reducción de la cantidad diaria de grasas, entre 25 gramos y 50 gramos diarios, completándolas en los casos más graves con triglicéridos de cadena media, en cantidades de 25 gramos a 40 gramos diarios. Estos se presentan comercializados como “aceites MCT” o en fórmulas combinadas (leche descremada en polvo y preparados para alimentación enteral ). No precisan ser hidrolizados por la lipasa pancreática,( pueden serlo por la gástrica o la intestinal ) y tampoco necesitan la emulsión biliar, por su hidrosolubilidad. En grandes cantidades son cetogénicos, por lo que están contraindicados en diabéticos y cirróticos y su administración, que deberá ser gradual por posibles intolerancias digestivas iniciales, puede hacerse aisladamente, sustituyendo al aceite habitual o mezclado con leche desnatada. Pueden tolerarse entre 20 gramos y 60 gramos al día. Por otra parte, se aconseja dividir la dieta en 6 – 7 ingestas diarias, con lo que se consigue disminuir la pérdida de principio inmediatos por las heces. 5. REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS Y DOCUMENTALES - CONDE, A. y col. Patología general. Luzán. Madrid, 1991 - NELSON, J.K. y col. Dietética y nutrición. Manual de la Clínica Mayo. Harcourt Brace. Madrid, 1997. - CERVERA, P. y col. Alimentación y dietoterapia. Interamericana Mc Graw – Hill. Madrid, 1993. - HARRISON y col. Principios de medicina interna. Interamericana Mc Graw – Hill. México, 1989. - CHICHARRO y VILASECA. Estrategias clínicas y protocolos en Digestivo. http://www.prous.com/digest/protocolos.