El lenguaje en este país El español y el inglés en México (y en el

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Este País 99
Junio 1999
El lenguaje en este país
El español y el inglés en México (y en el mundo)
José G. Moreno de Alba
D. José Ramón Cossío, colaborador como yo de esta revista, me envió hace algunas semanas
copia de un interesante artículo de Joshua Fishman ("The new linguistic order", Foreign Policy,
invierno 1998-99, 26-39). Tanto porque Fishman es sin duda uno de los sociolingüistas más
importantes del mundo cuanto por el evidente interés del asunto por él tratado, me parece útil hacer
algunos comentarios, en relación, primero, con la situación del inglés en el mundo y, después, con
la de otras lenguas, en particular la española, que también se muestran poderosas por muchas
razones en este fin de siglo y de milenio.
Aproximadamente 1,600 millones de personas, un tercio de la población mundial, emplea, al
menos ocasionalmente, el inglés. Más del 80 por ciento de los textos colocados en la Internet están
redactados en esa lengua. Cuando tuvieron que dialogar, hace poco, el canciller alemán Gerhard
Schroeder y el presidente francés Jacques Chirac, lo hicieron en inglés. El inglés es la lengua oficial
del Banco Central Europeo, aunque el Reino Unido no forme todavía parte de la Unión Monetaria
Europea, el banco esté situado en Frankfurt y sólo el 10 por ciento del personal directivo sea
británico. Como se ve, nunca antes en la historia lengua alguna había sido hablada o al menos
semihablada de manera tan extensa y por tal número de personas.
El origen de este vastísimo imperio lingüístico deber buscarse en los siglos de exitosa
colonización británica. De las 100 colonias que obtuvieron su independencia entre 1940 y 1990, 56
eran antiguas colonias británicas y la mayor parte de las demás adoptó también, como aquéllas, el
inglés como lengua oficial o al menos reconoció su utilidad. El poderío del inglés es una
consecuencia de la traída y llevada globalización y también, obviamente, una importante
contribución para su fortalecimiento. Algunas razones: el crecimiento del comercio internacional,
de las corporaciones multinacionales y de los medios de comunicación norteamericanos; la
expansión sorprendente de la red electrónica conocida como Internet; el impacto mundial de la
cultura de los Estados Unidos (sus canciones, su forma de comer y de vestir, sus deportes, sus
entretenimientos); el crecimiento del estudio de la lengua inglesa en países no anglohablantes; el
gran número de jóvenes que, sin ser tener el inglés como lengua materna, estudian empero en países
en los cuales es lengua oficial, etcétera.
Ante los datos anteriores, cualquiera, no sólo un lingüista profesional, podría predecir una
inevitable globalización total del inglés. No debe olvidarse empero que las lenguas crecen y decaen
con las potencias militares, económicas, culturales o religiosas que las sostienen. Hay además otras
importantes razones para pensar que eventualmente podría disminuir en las futuras décadas la
influencia del inglés en el mundo, sobre todo si se considera que en la globalización misma está
también la explicación del surgimiento de ciertos fenómenos de regionalización y del éxito actual
de las lenguas regionales o, más, precisamente, de la creciente regionalización de algunas lenguas.
En Africa, por ejemplo, donde se hablan 2,000 de los aproximadamente 6,000 idiomas actuales y
donde vive el 13 por ciento de la población mundial, no es el inglés, como podría pensarse, el más
frecuentado vehículo de comunicación. En el Este de Africa es el swahili la lengua que dos
extranjeros emplean en primer lugar para comunicarse entre sí. Algo semejante puede decirse del
hausa en el Occidente de ese enorme continente.
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Otros buenos ejemplos de este proceso de creciente regionalización, a veces impulsado desde el
ámbito gubernamental, son el árabe, el mandarín, el hindi y el español. Así, en el Norte de Africa,
sea por case, no son pocas las personas que en realidad son trilingües: en el ámbito familiar hablan
su particular lengua materna, emplean el hausa para el comercio y la educación y. finalmente, hacen
uso del árabe para rezar y para estudiar el Corán. También en el Medio Oriente las organizaciones
musulmanas, a pesar del cada vez más frecuente empleo del inglés para la promoción del Islam en
el mundo, no dejan de usar el árabe como principal vínculo para afianzar su relación con los demás
musulmanes y para educar o adoctrinar, dentro de sus fronteras, a las minorías étnicas (cristianos en
Sudán, por ejemplo). La regionalización del mandarín es fácilmente observable, por ejemplo, en
Singapur, país que cuenta con cuatro lenguas oficiales pero que va ya en el decimonoveno año de su
campaña nacional "hable mandarín". Por otra parte, sabemos que cada día hay más estudiantes de
hindi en la multilingüe y multiétnica India.
El español está destinado, sin duda, a ser una de las grandes lenguas regionales que, en el futuro
inmediato, deberá seguir cobrando mayor importancia en el nivel mundial. Ello se debe,
predominantemente, a la explosión demográfica de las comunidades que lo hablan y a las
inevitables migraciones que siguen a ese crecimiento. Coincido con Fishman en que, de manera
consistente, en la Península Ibérica adquieren cada día mayor presencia, a veces a costa del español,
las lenguas de importantes minorías (catalán, vasco y gallego, destacadamente). No creo sin
embargo que algo análogo se pueda decir de las lenguas indígenas de México. Me parece que, entre
los principales proyectos políticos de los zapatistas, no figura, como afirma Fishman, el
renacimiento del maya. Tengo la impresión de que, lamentablemente, el proceso de las lenguas
indígenas de México, actualmente, es precisamente el contrario del que se da en las lenguas
minoritarias de España. Mientras allá son los poderosos gobiernos de las autonomías y los grupos
socialmente más calificados y económicamente más fuertes los que impulsan y apoyan, con enorme
éxito, las lenguas de sus regiones, en México ni el gobierno se preocupa por el fortalecimiento de
las lenguas indígenas ni, sobre todo, buena parte de los propios indígenas está convencida de que
conviene hacerlo. Creo que, por lo contrario, muchos de ellos tienen el deseo de incorporarse,
mediante la adquisición del español, al desarrollo del país. Por otra parte, los tímidos esfuerzos del
gobierno por establecer programas de educación bilingüe-bicultural han tenido, por desgracia,
escaso éxito. Si puede hablarse, entonces, de un proceso de cierta debilitación del español en
Cataluña, el País Vasco y Galicia, debe asimismo señalarse que, en regiones indígenas de México –
y, probablemente, de varios otros países hispanohablantes del Continente Americano– se produce el
fenómeno contrario: una creciente vitalidad y evidente fortalecimiento de la lengua española. Ahora
bien, un claro ejemplo de regionalización de la lengua española, en gran escala, puede verse en el
Suroeste (y varias otras partes) de los Estados Unidos. Cualquier medida que algunas autoridades
de ese país tomen o hayan tomado ya para contrarrestar el desarrollo de la lengua española –como
por ejemplo las leyes que contra la educación bilingüe se aprobaron recientemente en el estado de
California– de poco servirán si continúa el flujo hasta ahora incontrolable de inmigrantes que
hablan español –procedentes en su mayoría de México y Centroamérica–casi todos ellos ilegales.
En resumen, me parece que mientras las lenguas indígenas de México, lamentablemente, hace
tiempo han entrado en un proceso de debilitamiento y, por tanto, lejos están de extenderse
regionalmente, precisamente lo contrario acontece con la lengua española: por una parte, en los
países que la tienen como nacional y oficial, quizá con la excepción de España –cuya población
tiene índices muy bajos de crecimiento– continúa el proceso de una notable explosión demográfica;
y, por otra, se da también un claro fenómeno de regionalización, de manera destacada en los
Estados Unidos.
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