FICHAS DE DANIEL Y GABRIELA VITOLO COMENZAR....LUEGO CONTINUAR ES NUESTRA ÚNICA OPCIÓN LA PERSEVERANCIA EN EL TRABAJO DE LOS GRUPOS La muerte de un hijo causa un impacto muy duro en nuestras vidas. Un efecto devastador que parece aniquilarnos, y que nos lleva a postrarnos en un profundo pozo de tristeza y depresión. Nos parece que ya nada es posible que pueda verse bien. Que no podremos volver a ser felices, a reír, a disfrutar de la vida. La reacción es natural frente al hecho irreversible de la muerte de un hijo, y es la respuesta refleja al estado de shock que sigue a los primeros momentos una vez producida la pérdida. Sin embargo, y aunque nos duela o nos rebele tener que reconocerlo, la incontrastable realidad de que la vida sigue, es un fenómeno que nos enfrenta con decisiones personales. Tendremos que plantearnos que será de nuestra vida y de lo que nos rodea, y como podremos encarar esta nueva etapa de nuestra vida, a la que accedemos involuntariamente y llevados por circunstancias no sólo no deseadas sino tampoco imaginadas. Desde nuestra experiencia, la única manera de poder recuperarnos de nuestro dolor es “comenzando” , “empezando” y tomando conciencia que ese comenzar sólo será el primer paso, pues una vez que hemos “comenzado” sólo nos queda continuar: y sin saber hasta cuando. Sobre estas bases es que acercamos estas breves reflexiones personales al Grupo, para su discusión y análisis.(Daniel y Gabriela Vítolo) COMENZAR “Nadie quiere curarse. Sólo quieren aliviar los síntomas; demostrar que han realizado un esfuerzo al intentar algo, o al consultar a un especialista...aprender algunos trucos para usarlos y sobrevivir o, con mucha frecuencia, dejar sentado que no tienen ya remedio y que no hay nadie que pueda curarlos”. (atribuido a Anthony de Mello por Carlos G. Vallés; “Ligero de equipaje”.) Cuánta verdad en estas palabras. No queremos curarnos. Sólo queremos alivio para nuestro dolor. Ello tiene varias explicaciones para nosotros. En primer lugar, frente a este hecho desolador, nos parece que lo que nos ha ocurrido es tan terrible que no concebimos que algún día podamos superarlo. De allí nace nuestra primera limitación: no nos atrevemos a imaginar que la recuperación es posible. En segundo lugar, intentamos – en cierta forma – asumir un compromiso de “lealtad” o de “fidelidad” con nuestro dolor. Nos parece que superar el dolor, o imaginar – y hasta desear- que el mismo pueda “irse” es una suerte de traición para con ese dolor, y aún hasta para con la memoria de nuestro hijo muerto. Volver a reir se concibe como una afrenta, y volver a ser feliz, casi como un olvido. De allí que preferimos imaginarnos una vida surcada por ese dolor por todo el resto de nuestra existencia, y proclamarnos a nosotros mismos dolientes para toda una eternidad, sin cura y sin recuperación. Con un dolor “a los vientos”; sin destino, con un sufrimiento “vital”, “existencial”. Para ellonos refugiamos en nuestro dolor, nos encerramos en su caparazón, y no queremos curarnos Sin embargo, por otra parte, ese dolor nos ahoga, no nos deja vivir. Por momentos no podemos soportarlo. Y es entonces que intentamos cualquier camino en la búsqueda de alivio, pero sólo eso: un alivio que permita que el dolor sea soportableo – al menos – manejable. También puede pasarnos que tengamos, aunque no muy manifiestamente, un oculto deseo de recuperación, pero que no estemos dispuestos a pasar por esa honda y traumática etapa de sufrimiento por la que necesariamente se debe atravesar en el camino hacia la recuperación. Es como el caso del enfermo que quiere curarse, pero no quiere pasar por la operación y el tratamiento adecuado, pues son dolorosos. Sin embargo, entendemos que la búsqueda de alivio, como comienzo, debe ser suficientemente valorada y entendida como un paso necesario – aunqueno suficiente – del camino de recuperación Y esto puede verse claramente en algunas experiencias vividas en Grupos de autoayuda, donde recurrimos en nuestra desesperación, en la búsqueda de alivio y, generalmente, lo encontramos en las primeras reuniones, donde otras personas que han pasado por nuestra misma experiencia nos confortan, y nos dan contención. En un clima de mutua comprensión y en un ejercicio franco y sincero del dolor compartido. Esa es la primera etapa,el Grupo nos da acogida y sólo en él encontramos contención y sosiego, llegando hasta sentir que es el único lugar en el mundo en que podemos encontrarnos cómodos, o quesus integrantes son las únicas personas que pueden comprendernos, o con quienes podemos pasar momentos más o menos prolongados. Llegamos a desear con ansias cada reunión. Nos entusiasmamos. Y hemos cumplido el primer objetivo: encontrar algo de alivio, y un ámbito apropiado para la expresión de nuestro dolor. Este es un buen paso. Es el comienzo, la búsqueda de alivio. Es un paso necesario, pero no suficiente. CONTINUAR Sufrir para dejar de sufrir “Sufrir para dejar de sufrir, es decir, usar el mismo sufrimiento para combatirlo y reducirlo en cuanto sea posible. Todo proceso espiritual tiene lugar a través del sufrimiento, con sólo que aprendamos a usar el sufrimiento para acabar con el sufrimiento. No os distraigáis cuando sufrís, no os pongáis a racionalizar el sufrimiento, a justificarlo, y menos intentéis olvidarlo o pasarlo por alto. La única manera de tratar con el sufrimiento es hacerle frente, mirarle fijamente a la cara, observarlo, entenderlo”. (Anthony de Mello, Cursillo de Lonaula, abril de 1987). Y hemos encontrado, entonces, en los primeros pasos, en nuestro ingreso al Grupo, alivio para nuestro dolor. Pero... tarde o temprano, comenzaremos quizás a sentir que nos resulta difícil ir a las reuniones, que nos cuesta arrancar para ir al encuentro. Es como si perdiéramos entusiasmo. Y no sabemos porqué. Pero nos cuesta ir, o preferimos no ir; comenzamos a faltar. O vamos a la reunión con apatía y nos parece que ya no es interesante, que no hay nada nuevo, que es más de lo mismo. Y nos planteamos dejar de ir. Claro, lo que ocurre es que vamos pasando del proceso del “dolor” al proceso de “sufrimiento”. El dolor es un sentimiento que tenemos, que está presente, y que no podemos gobernar, sino que sólo lo sentimos, que está presente. El sufrimiento, por el contrario, es algo “nuestro”, es la encarnación del dolor en nosotros. Es la aprehensión de ese dolor y su procesamiento a través de nuetra mente y nuestro corazón. Es el apego al dolor. Y pasado el primer momento de alivio, advertimos que nuestra concurrencia a los Grupos lo que hace es aliviar el dolor en un primer momento, pero pone de manifiesto – a continuación – ese proceso de “sufrimiento”. Cada nuevo caso que conocemos, cada nuevo integrante que se presenta, nos recuerda y nos revive nuestra historia. Cuando vemos a quienes tienen mayor “antigüedad” que nosotros en su pérdida, quebrarse luego de haber estado mejor anteriormente, o que no progresan en el trabajo de recuperación, nos sentimos desalentados, o nos atemorizamos. Nos vemos – quizás – reflejados en le futuro. O imaginamos que esto nunca acabará. Entonces se nos hace difícil seguir. Por nuestra parte, consideramos que lo que realmente ocurre, es que el trabajo de Grupo nos coloca frente a nuestra propia realidad: frente a frente con nuestro sufrimiento; frente a frente con la necesidad de aceptación del hecho de que nuestro hijo ha muerto; y que esto significa que no lo volveremos a ver en esta vida. Y esto nos aterra; nos espanta; queremod huir de esa realidad. Advertimos que todo será – en nuestro trabajo de recuperación – más difícil, más duro y más lento de lo que pensábamos. Y nos negamos a esta realidad. Por eso comenzamos a intuir que el proceso de recuperación es un proceso de sufrimiento, o de mayor sufrimiento que el que actualmente tenemos. Y entonces no queremos seguir; o no nos animamos a seguir. Y allí viene el desaliento, el desgano, el deseo de bajar los brazos, a quedarnos donde estamos con dolor y algún alivio. Pero nos resistimos a tener que pasar por ese traumático sendero de sufrimiento que lleva a la recuperación. Nos planteamos – quizás – que bastante hemos sufrido, y estamos sufriendo, para tener que sufrir más. El peligro en esta etapa de desaliento es que nos detengamos, y que abandonemos. Que abandonemos la búsqueda común y que volvamos a recluirnos en la rebelión, en la negación de la realidad. Que retornemos al escape de la queja, de echarle la culpa de nuestros sentimientos a todo el mundo: a los médicos, a una sociedad que no comprende, a la falta de seguridad, a lo injusto de la vida, a Dios mismo; que nos refugiemos en la autocompasión, en la amargura o en la depresión. Que tratemos de ahogar nuestra pena y nuestra desesperación en el trabajo frenético, o en el cinismo. O que recurramos a esos sustitutos ficticios y destructivos que son los medicamentos auto administrados, la droga, el alcohol o una vida disipada , indiferente, vacua. Que volvamos a aislarnos y recluirnos en absoluta soledad, en una indiferencia total frente al resto del mundo, y especialmente frente a otros que sufren. Podemos llegar a sentirnos abandonados, solos, únicos. Y esto ocurre – como recuerda Menapace – hasta con las personas que tienen una fe sumamente desarrollada. Y es verdad, porque siempre la cruz y el sufrimiento encierran soledad y, a veces, la ausencia que más duele es la de no sentir a Dios a nuestro lado. Algo así como si nos hubiera abandonado. Por eso planteamos la necesidad de “continuar”. A pesar de lo duro, a pesar de lo áspero que es el camino; a pesar de que ello nos lleve a sufrir más. Porque sólo sufriendo podremos acabar con nuestro sufrimiento Como decía de Mello,” usar el sufrimiento para acabar con el sufrimiento”. El sufrimiento nos revela nuestras debilidades, saca a la superficie nuestras necesidades internas, nos urge a ponerles remedio, y nos ofrece el medio para hacerlo: ver la realidad tal como es y aceptarla. Sin ello no hay recuperación posible; aunque duela decirlo y aunque nos cueste reconocerlo. Lo importante es continuar. No abandonar. Nos parece que hoy, en la situación por la que atravesamos, la única meta es el camino. Si abandonamos el camino, no habrá meta alguna Hay que continuar Por ello no temas ni te espantes ante la apariencia que es la oscuridad, ante el disfraz que es el mal, ante el manto vacío que es la muerte, porque constituyen para ti tu desafío. Y el trabajo de recuperación es enfrentarlos. Aunque cueste, aunque duela. Reflexiona Richard Bach, en una de sus obras, que estos obstáculos son las piedras en que cada uno elige amolar el agudo filo del espíritu. Para ello tenemos que saber que siempre, en derredor nuestro está la realidad del amor, y a cada momento tenemos el poder de transformar nuestro mundo por obra de lo que hemos aprendido. La piedra nos ha sido dada, o peor aún, impuesta. En nosotros está el utilizarla para afilar y templar el espíritu, o para atarnos a ella y dejarnos hundir en el oscuro mar de la depresión. Hay que elegir. Y en esto deberíamos ser sinceros. El dolor nos enseña, y el sufrimiento también. Sólo en nosotros está que esa “enseñanza” se convierta en “aprendizaje” y, como aprendizaje en elemento transformador. Y para ello, debemos continuar. Comenzar no ha sido suficiente. Hay que continuar. Tenemos que aprender a sufrir para dejar de sufrir. CONTINUAR La apertura del corazón El trabajo en los Grupos, además de compartir, ayuda a despertar. Porque, como nos recuerda Fromm, es necesario despertar, descartar las ilusiones, ficciones y mentiras y ver la realidad tal como es Y es muy difícil que el hombre pueda por sí solo, y sin ayuda de otros, llegar a despertar. Decía Einstein que cada uno de los seres humanos experimenta su propio ser, sus pensamientos y sentimientos, como si estuvieran separados del resto, y consideraba que, esto era - en realidad – una mera ilusión óptica de la conciencia. Y esta ilusión constituye, en palabras de Einstein, una verdadera prisión de la cual sólo se puede escapar abriéndonos de corazón. Y la apertura del corazón tiene un doble funcionamiento. Por una parte el corazón deja que broten de él sus sentimientos más profundos, sus vivencias más íntimas y que éstas sean conocidas por otros. Por otra parte, la apertura permite – también – que ingresen en ese corazón, vivencias y sentimientos de otras personas, que pueden enriquecerlo y alimentarlo. “Dicen que las alegrías cuando se comparten se agrandan. Y que en cambio con las penas pasa al revés. Se achican. Tal vez lo que sucede es que al compartir, lo que se dilata es el corazón. Y con un corazón dilatado se está mejor capacitado para gozar las alegrías y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro”. (Mamerto Menapace, “El paso y la espera”). No llegamos a incorporarnos a los Grupos ni por la afinidad de viejos amigos, ni por el parentesco, ni por el lazo de patria vecindad, ni cualquier otro interés extrínseco al Grupo. Simplemente hemos llegado y nos hemos encontrado con hombres y mujeres. Ninguno de nosotros ha “buscado” a “esos” hombres o mujeres, y –parafraseando a Larrañaga –hasta nos animaríamos a decir que, en principio,no nos interesaban, podían ser cualesquiera otros, nos eran indiferentes. Lo único que teníamos en común con esos hombres y mujeres era que se nos había muerto un hijo. Sin embargo, esa experiencia de “compartir” nos ha hermanado. Nos ha identificado. Nos ha dado una identidad común. Nos ha permitido dejar caer en forma mágica nuestras defensas, nuestras máscaras, nuestros escudos. Nos ha permitido conocer lo que es verse y tratarse, con otro ser humano, de corazón a corazón. Sin presentaciones, sin protocolo, sin actitudes defensivas, y sin zonas de reserva. Desde la esencia del ser y su más profunda debilidad e impotencia frente al dolor. Nos ha llevado a amarnos desde la presencia ignorada de nuestros hijos muertos. Y esto es un misterio que conforma, por sí solo, una experiencia humana y espiritual de enorme magnitud. De ese modo, desde un continuar en nuestro trabajo de recuperación, junto al sufrimiento nace una experiencia maravillosa quizás no conocida en forma tan directa por nosotros con anterioridad: el amor incondicional hacia el otro; y hacia su hijo, a quien nunca antes habíamos conocido y que murió sin que lo conociéramos; y al que hoy sentimos conocer más profundamente que si lo hubiéramos conocido en vida. Descubrimos, entonces, la experiencia de compartir el sufrimiento desde el amor. Cuestión que trasciende – por peso y por desenvolvimiento propio – aún la búsqueda personal de recuperación, y que nos debe incentivar a continuar Como recuerdan quienes han experimentado en profundidad el amor, éste tiene dos cualidades: la primera es su carácter indiscriminado; la segunda, su gratitud . A ellas generalmente agregan una tercera: su falta de auto-conciencia, es decir su espontaneidad, y hasta una cuarta : su libertad. Y así estamos amando o intentando aprender a amar. En la medida que podamos advertir, en su verdadera esencia, alcance y profundidad esta afirmación, tendremos un elemento más de motivación para continuar. Desde el sufrimiento, nuestra recuperación también pasa por una nueva escuela de vida. Una escuela que lleva al aprendizaje del amor. Una forma de proyectar, desde la experiencia del Grupo, y para todo el resto de nuestra vida, la conciencia de la existencia del “otro”, de su misterio humano, de la existencia de “otros dolores”, “otros sufrimientos” y de la importancia de admitir y darnos cuenta que, desde esos dolores, sufrimientos, y seres humanos, tenemos la capacidad y la oportunidad de aprender, de dar y recibir ayuda. De respetar el dolor del otro y su sentimiento, sin juzgarlo, sin aconsejarlo... De escucharlo y comprenderlo. De sentirlo. De – simplemente – amarlo. Y también de ser nosotros respetados, comprendidos, escuchados y amados. Un mutuo intercambio multiplicador en el amor. Si nuestros hijos no hubieran muerto, quizás nunca hubiésemos conocido esto. Una vez más, se pone de relevancia que nuestros hijos, con su muerte nos regalan la posibilidad de acceder a un mundo nuevo y a una vida nueva. Ellos son los maestros. Y en nosotros está el permitirles enseñar; y aprovechar esta experiencia aprendiendo. Esto también es una razón para continuar, y una forma de continuar Pero en este camino del continuar y del compartir, también existen peligros y debemos estar alertas. El testimonio personal sobre la vida y la experiencia propias – nos dice Valles (Viviendo Juntos)- puede ser un hermoso y eficaz medio de acercamiento entre personas distintas, y de comunicación y participación con los demás de las riquezas espirituales. Sin embargo, puede suceder – agrega – que, como es un medio eficaz, puede muchas veces resultar peligroso, pues caemos fácilmente en la tentación de que nuestro “testimonio”, con el correr del tiempo, se transforme en “consejo” o en “recriminación”, cuando no en un medio imperativo de conductas. Cuando decimos “...yo hice...” o “...a mí me pasó esto”...debemos tener cuidado que no suene como si quisiéramos insinuar o recriminar : “...tu deberías hacer...” o “...te debería haber pasado esto...” Aún desde nuestra sinceridad o desde nuestra vehemencia testimonial, siempre – nos parece- debemos cuidar que la experiencia no sea un arma, y nuestro testimonio no constituya una ofensiva. Por ello parte del continuar es aceptar con humildad nuestra limitación, y entregarnos en el Grupo al intercambio puro de experiencias y al diálogo abierto, que es la manera práctica de reconocer el pluralismo, de hacerlo posible y de cosechar sus frutos. Más aún; el diálogo bien practicado me enseña, me modela, me forma y me hace a mí mismo ser mejor al hacerme más abierto, más atento, más delicado, y más libre para comunicarme, y humilde para preguntar, dispuesto a aprender y decidido a abrirme. Por ello es tan importante el trabajo en el Grupo: porque el diálogo que nos lleva a compartir el dolor y a buscar la recuperación, mágicamente se convierte en una educación en sí mismo; no es ya sólo el contenido del diálogo lo que importa, aunque no pueda perderse de vista, sino todo el proceso, el entrenamiento, la disciplina, el lanzarse a ello- como recuerda Valles – el riesgo y la aventura, la novedad y el descubrimiento, el llegar a conocer al otro- al hermano en el dolor- y salir conociéndose mejor a sí mismo. Y eso también es continuar. CONTINUAR Imaginar una vida mejor “Por muy calificados que estemos, por mucho que lo merezcamos, jamás alcanzaremos una vida mejor mientras no podamos imaginarla y no nos permitamos alcanzarla” (Richard Bach, “Uno”) Como nos recuerda Bach, no hay desastre que no pueda convertirse en una bendición, ni bendición que no pueda tornarse en desastre. Es la ley de la vida, y funciona a pesar nuestro. Y cuando comenzamos – como dice Bach – una vida ( y en nuestro caso la recomenzamos de veras, pues debemos aprender a vivir desde nuestra nueva realidad) es como si cada uno contara con un bloque de mármol y las herramientas necesarias para convertirla en escultura. Podemos arrastrarlo tras nosotros intacto; podemos reducirlo a grava; podemos darle una forma gloriosa. Está sólo en nosotros la opción. Generamos nuestro propio medio desde nuestra nueva realidad, y creamos desde nosotros y por nosotros una nueva vida.¿Cómo sentirnos, en adelante, con la propia vida que nosotros mismos nos hemos creado?. ¿A quién culpar sino a nosotros? Continuar es también imaginar y permitirnos llevar adelante lo imaginado. Hay que continuar; hoy es nuestra única opción