Leer relato - Grupo Memoria Docente y Documentación Pedagógica

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Memoria Pedagógica e Innovación Educativa en el Nivel Inicial
Primera semana de clases: alegría o angustia
Yolanda Mendez
Jardín de Infantes N° 901, Pilar
Coordinadora: Patricia Chanteiro
Comenzaba un nuevo año y me encontraba en otro Jardín en el que hacía varios años
que no estaba.
Luego de las reuniones de rutina comencé a pensar
semana. Buscaba no sólo innovar, sino
actividades para la primera
también presentar juegos o actividades
divertidas.
A lo largo de mis años de carrera, siempre pensé cómo y qué hacer para que las
primeras semanas fueran más amenas para los chicos, en primer lugar, pero también
para los padres y para mí.
Este año, en busca de nuevas ideas, entré en la página abc.gov y allí encontré la
circular N° 1 del año 2011, que sugería utilizar lo s distintos sectores de la sala en las
primeras semanas.
Decidí ponerla en práctica y ahora puedo dar cuenta de la
experiencia.
El primer día de clases recibí a un grupo de nenes de cinco años, la mayoría sin
experiencia, acompañados por sus familias. Luego de las palabras iniciales en el SUM
a cargo del directivo, nos dirigimos hacia la sala. La había desmantelado de sillas y
mesas y había colocado en ella muchos juegos y juguetes. En ese momento observé
la cara de felicidad de los chicos, mientras que los padres me miraban de arriba a
abajo, esperando verme accionar.
Así les hablé a chicos y padres:
–Buenos días, mi nombre es Yolanda y voy a compartir este año con ustedes. La idea
es jugar y aprender juntos, con aciertos y errores que entre todos iremos modificando.
Luego me dirigí específicamente a los niños:
–Les cuento un secreto: todo esto que ven acá –dije al tiempo que señalaba juegos y
juguetes– es para que juguemos juntos. Mañana los espero, pero les propongo algo:
como el espacio no es muy grande, ¿qué les parece si mamá y papá nos esperan
afuera mientras nosotros jugamos con todo esto? Después de un rato los hacemos
entrar y compartimos una sorpresa con ellos.
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En ese momento observé cómo los nenes miraban atónitos a sus padres), que les
decían a sus hijos cosas como: “sí, mañana venimos y te quedás a jugar. Mamá te
espera afuera. No vas a llorar, ¿no?” En ese momento vino a mi mente, como una
brisa, el recuerdo de cómo mi marido y yo hacíamos comentarios similares cuando
nuestras hijas comenzaron el Jardín. Sonreí y con mirada cómplice les dije a los
padres:
–No pongamos tantas angustias anticipadas en lo que va a ocurrir mañana. Dejemos
que las cosas sucedan. Esperemos hasta mañana y vengan al Jardín relajados
Piensen que los adultos somos los modelos de los niños.
Ninguno me contestó, pero creo que las dudas eran muchas, y los miedos y las
inquietudes también. Los miré a todos, padres y niños, los saludé uno por uno y,
mientras se retiraban, pensaba no sólo en el día vivido, sino también en mis propias
dudas e inquietudes. A partir de ese pantallazo del primer día ya comenzaba a hacer
mis propias conjeturas: “éste va a ser terrible”, “éste es un divino”, “éste no tiene un
solo límite”, etc. Así culminó la primera jornada. Todavía no podía hacer ni una
pequeña evaluación de lo acontecido y debía esperar los días subsiguientes.
El segundo día los recibí, como les había prometido, con juguetes y juegos. Apenas
entraron les propuse que se quedaran a jugar un rato y que mamá esperara afuera.
“Siempre hay algún valiente”, pensé, y así sucedió. Dos o tres chicos se animaron.
Como era de esperar, ya tenían experiencia previa en otro Jardín.
Les abrí dos sectores: el de dramatizaciones (con juguetes de la casita, muñecos,
carritos para pasear, autos grandes y muñecos variados); y el de construcciones (con
bloques de plástico de diversos tamaños, incluso ladrillos grandes). Todo lo demás
estaba guardado en cajas y no se veía. Los invite a jugar y yo iba de un lugar a otro
socializando con cada uno e intentando compartir el juego. Los más osados fueron
directo a jugar, con otros tuve que utilizar diferentes tipos de estrategias para
incentivarlos.
Los papás que estaban en la sala, al verlos tan entretenidos, comenzaron a salir, y
muchos de los chicos ni lo notaban. Otros al darse cuenta empezaban a llorar, pero
inmediatamente abría la puerta y en tono de broma les decía a los padres:
– ¿Fueron a buscar el juguete que les pedí?
Inmediatamente los padres se incorporaban al juego, ya que la consigna era clara: el
adulto que permanecía en la sala debía compartir el juego con su hijo.
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Luego de aproximadamente cuarenta minutos, y antes de que cayera el interés, les
propuse que me ayudaran a ordenar para invitar a los papás a compartir un juego con
ellos. Como era de esperar, el orden no fue el deseado y pensé: “a no desesperar, ya
lo trabajaremos de a poco”.
Invité a todos los papás y los hice sentar en ronda, al lado de sus hijos. Luego les
propuse el juego del pasamanos: se pasa un cascabel de mano en mano en sentido
de las agujas del reloj y, cuando la canción termina, el papá debe decir su nombre y el
de su hijo, si éste no se anima. Al principio pocos se atrevían, pero de a poco algunos
fueron haciéndolo.
Los días subsiguientes, les fui ofreciendo otros sectores (no más de dos) en los que
poder participar y realizamos diferentes juegos con los padres (canciones
representadas, lectura de cuentos, expresiones gráficas, etc.). Noté que los padres y
sus hijos, con el correr de los días, se veían más relajados. Sólo dos nenes lloraban a
la entrada.
En la segunda semana les dije a los padres que íbamos a ir espaciando las
actividades con ellos, ante lo cual uno de ellos me contestó:
– Ah, no va a ser todo el año así. ¡Qué lástima!
Luego de escuchar esa frase, reflexioné unos segundos, como estamos
acostumbradas en la escuela. Por un lado, me sentí bien con el comentario porque mi
objetivo se había cumplido: la primera semana chicos y padres disfrutaron y no
padecieron el ingreso al Jardín. Pero, por otro lado, pensé: “me muero si todos los
días tengo que armar un juego para los padres y desmantelar la sala para obtener
mayor espacio. ¡No hay cuerpo que aguante!”.
Con esta experiencia logré que los niños ingresaran sin angustiarse al Jardín y que
los padres tomaran confianza en la institución y la docente, porque para ellos también
era una nueva experiencia. Los juegos en sectores siguieron a lo largo del año como
un momento importante del día. Por supuesto que hubo cambios: se abrieron tres
sectores, el trabajo fue más organizado y, si bien les ofrecía el material para jugar, los
niños ya realizaban propuestas para armar espacios de juego propios.
Deseo rescatar que esta experiencia fue significativa para este grupo de niños y
padres, dado que el objetivo planteado se vio logrado Creo que volvería a utilizar la
misma propuesta en ciclos posteriores, pero, como cada grupo es diferente,
seguramente lo haría con cambios. Estoy convencida de que una vez más vi
enriquecida mi tarea como docente.
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