Capítulo V. POLÍTICA GANADERA DE LOS SIGLOS XV Y XVI

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sEQ^UNDA PARTE
Resumen Histórico de la Polítito
Agraria Española
v
POLITICA GANADERA DE LOS SIGLOS XV y XVI.
MERCANTILISMO
La unidad nacional, realizada sobre las ruinas de un suelo
que había sufrido ocho siglos de guerra durante la Reconquista,
recogió, no sólo por tradición y por realidad económica, sino
por clara visión política de oportunidad, la organización agraria
existente que se basaba en ambas Castillas y en Aragón en una
escasa y casi nula producción agrícola y unas potentes organizaciones ganaderas, como las Comunidades de pueblos aragoneses y castellanos, los A^ocios, Gremios, Reuniones locales
y regionales de ganaderos, el famoso Honrado Concejo de la
Mesta (1273), Gremio de criadores de ovejas castellanas, la
Casa de Ganaderos de Zaragoza 112181 y otras formas de organización económica pastoral, que durante toda la Edad Media, con ligeras alternativas, vienen fomentando la producción
y la política ganadera.
Las organizaciones más importantes eran las de Soria, cuyos
pastores habfan de ser después los fundadores de la Mesta, las
de las Comunidades de Segovia, Cuéllar, Sepúlveda y Fuentidueña en Castilla y las de Albarracín, Daroca, Teruel y Calatayud en Aragón.
La lana del ganado merino español Ilegó a ser uno de los
productos mós fundamentales.del comercio internacional y absorbfa por completo la atención mercantil de toda Europa, aun
antes de que las grandes ambiciones imperiales y de dominio
comercial del mayor y mós poderoso Monarca español fa favoreciera de modo tan resuelto y singular como lo hizo Carlos I.
Tenfa su fundamento económico, su razón histórica y social
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y de conveníencia política, la orientación que los Reyes Católicos
imprimieron en la vida agraria nacional.
En toda España, como consecuencia de la constante lucha
con los moros, era la ganadería la riqueza que por su movilidad,
y por el menor empleo de brazos, se adaptaba a las circunstancias de la guerra.
Aunque tenga antecedentes más remotos, coma la vida pastoril trashumante de los celtíberos y de la época visigoda, reforzada por las costumbres pastorales de los invasores bereberes,
el hecho es que en toda Castilla y Aragbn hubo desde tiempo
inmemorial órganizaciones y asambleas de pastores y propietarios de gonados; unos, con carócter local, y otras, más ampiias,
de trashumancia corta o larga, según también las vicisitudes
ocasionales derivadas de las conquistas de tierras logradas. Se
reunían dos o tres veces al año y trataban de cuantos asuntos
concernían a la producción y organizacibn de la industria pastoral: contratos con los pastores, reparto de ovejas descarriadas,
vías pecuarias, marcas o hierros, etc.
En i273, Alfanso el Sabio reunió "a todos los pastores de
Castilla" en una Asociación Nacionai, otorgándoles carta de
priyilegio y dándoles el nombre de "Honrado Concejo de la
Mesta de Pastores".
Esta organización fué adquiriendo fuerza e importancia, aunque con diversas vicisitudes, según ios sucesívos Monarcas, por
consecuencia de sus prerrogativas y de sus iuchas con los agricultores, con los ganados estantes y, en general, con los cercados y la propiedad de los pueblos.
Se nombraron funcionarios, Alcalde de Mesta, Alcaldes de
Cuadrilla, "entregadares", visitadores y, en suma, la organización nacional era no sófo ya ordenación económica de la ganadería, sino, por la dependencia de todos aquellos funcionarios
del poder real, fué un instrumento político que la saga ^idad de
Alfonso XI y después de un modo definitivo los Reyes Católicos,
supieron aprovechar para fortalecer la unidad nacional, combatiendo los intereses separatistas de los señores feudales, de
los pueblos y de las regiones.
Después de la conquista de los pastos extremeños, se inició
la trashumancia en toda !a nación, cuyo suelo aparece como
arriostrado por la red de cañadas, cordeles y pasos que con-
servan con escrupulosa y a veces excesiva atención los "entregadores", funcionarios judiciales ambulantes, defensores de los
derechos de la Mesta contra la ambición de los propietarios
colindantes de aquellas anchas fajas de terreno, que medían
"seis sogas de cuarenta y cinco palmos", o sea, unas noventa
varas, y que por su anchura y por su soledad en gran parte del
año eran una tentación permánente para aquellos terratenientes.
Por los Reyes Católicos, y después en el siglo XVI, se dieran
muchas e importantes disposiciones para defender estos derechos de paso libre de ganado y conservación de las cañadas
y cordeles, contra ^las pretensiones de las Ordenes Militares de
las ciudades y de los pueblos.
Tres grandes sistemas de comunicación pecuaria eran la base
de la trashumancia en España: la Cañada Real Leonesa, o del
Oeste, la Central o Segoviana y la del Este o Manchega.
La primera se extendía desde León, atravesando Zamora, Salamanca y Béjar, en donde empalmaba con una rama derivada
de la Cañada Segoviana. Esta descendía desde Navarra por
Logroño, Burgos, Palencia, Segovia y Avila.
La Leonesa, desde Béjar, se encaminaba hacía los ricos
pastos extremeños, contínuando por Plasencia, C6ceres, Mérida
y Badajoz y derivando ramificaciones que orillaban e! Tajo y
el Guadiana e internándose en Portugal.
La Segoviana, además de su paso por Avila y por San Rafael, Peguerinos y EI Escorial, que venían a unirse. al Sur de
Puente del Arzobispo, tenían otro entronque que era muy recorrido, desde la Síerra de Cameros y una vez cruzados los
grandes y finos agastaderos sorianos, saltaba bordeando !as
tierras de Sig ^ enza a la de Solana y de Guadarrama y por
Buitrago y Guadarrama Ilegaba a Escorial, desde donde descendían por la Torre de Esteban Hambrán a las Ilanuras cercanas a Talavera, Guadalupe, Almadén y Val1e del Guadalquivir.
La cañada o ruta del Este se extendfa desde las alturas de
Cuenca, en los límites con Teruel, por el Suroeste, atravesando
la Mancha y la parte alta de la cuenca del Guadalquivir; por
un lado, se esparce en tierras de Jaén, y por otro, hasta las
Ilanuras murcianas.
Si a esta ligera visión de orden geográfico unimos la del
vafor mercantil de los intereses que la Mesta representaba, ven-49-
a
dremos al conocimiento de la importancia que la política ganadera tenía parti España y la razón de la decidida protección
que se la dispensó desde el término de la Reconquista y singularmente en los ochenta años (1476-1556) transcurridos durante el gobierno de los Reyes Católicos y Carlos I.
La razón suprema de la protección era de orden mercantii,
sin oividar por ello que había razones de orden político que
abonaban también esta orientación.,La misma pol(ticb siguió Inglaterra por las mismas causas, en tiempos de los Tudor; había
que robustecer la fuente de ingresos más importante de la Nación, cual era la de exportación de la lana, producto de fácil
iran ^ porte, almacenamiento y conservacíón.
Todos los esfuerzos del nuevo Estado iban encaminados a
concentrar las energías y!os recursos rurales de Castilla en la
ganadería. Así pudieron decir los Monarcas posteriores que "la
explotación y conservación de la ganadería es el principal sustento de estos reinos".
Se subordinó en absoluto la agrícultura a(a ganadería. Se
ampliaron los pastos en toda la Península y se ahogaron los esfuerzos locales para mejorar la agricultura, como aconteció en
Granada y Murcia. En 1489 se dió un Decreto real autorizando
la rectificación de los linderos de las Cañadas, en los itinerarios
seguidos por los rebaños, desde los cincuenta años anteriores
a aquella fecha, y con este motívo, los entregadores ensancharon de nuevo las cañadas, se arrendaron para la Mesta grandes
extensiones de pastos de los realengos de la Serena, en los
montes de Toledo y Extremadura; la Corona obtuvo las propiedades de las Ordenes Militares con sus extensos y estimados
pastos y se aumentó la actividad de los entregadores con las
órdenes dadas a los Corregídores y Jueces pesquisidores que
restringieron y destruyeron los acotamientos de los m6s importantes pueblos, de los Monasterios y de las Ordenes Militares.
Hasta las famosas Cortes de Toledo de 1480 se pusieron del
lado de los Monarcas y los Procuradores contribuyeron al cumplimiento de la orden de evacuación de todos los acotamientos,
en los comunales apropíados por los funcionarios concejiies, durante el reinado de Enrique IV.
Se dictaron órdenes y.castigos ejemplares contra las ciudades que todavfa intentaron rebelarse contra la política pastoral
de los Reyes. Avila tuvo que anular en 1491 sus nuevas ordenanzas, que autorizaban la venta y acotamientos de parte de sus
terrenos comunales, y son bien conocidas las árdenes sobre el
Reino de Granada, redén conquistado, en que se prohibfan los
cercados, salvo licencia especial de la Corona.
Hasta las antiguas y famosas "cinco cosas vedadas", que
databan del siglo XII, cuales eran los trigales, viñedos, huertas,
dehesas y prados de guadaña, fueron en gran parte invadidas,
. bajo prefiexto de que no se hallaba bien justificado su desxino
en muchos casos.
Pero aun hubo otra disposición, que fué indudabiemente la
que más favoreció a la ganadería en detrimento de la agricultura, y fué la famosa "Ley de Posesión", que permitía tomar posesión permanente de un campo si los rebaños lo ocupaban,
sin que se enterase el dueño, durante una temporada o unos
meses. Esta disposición, extendida después a la legislación forestal, es la base de las apropiaciones de montes y de la invasión más desenfrenada de la propiedad pública que se ha presenciado en España aun en tiempos recientes.
Estas y otras disposiciones levantaron protestas contra la
Mesta y la política ganadera, ante ei Consejo Real, que se inclinó siempre del lado de los ganaderos por "los resultados
desastrosos que podría acarrear para la industria pecuaria y el
importantísimo comercio de la lana" ei dejar a los ganaderos
a merced de los terratenientes.
Todo ello puede verse en las Ordenanzas de la Mesta recopiladas, primero en 1492, por el famoso legislador Malpartida,
y después, en 151 l, por el m6s destacado Consejero jurídico de
la Monarquía, doctor Palacios Rubios.
Pero como testimonio final de la política ganadera seguida
por los Reyes Católicos y de la sujeción a ella de la agricultura,
basta recordar las Leyes de Foro, promulgadas en 1505, fomentando ia perpetuación de los mayorazgos y reconociendo con
ello uno de los obstáculos más grandes para el fomento de las
labranzas de Castilla.
Todas estas medidas dieron un poder extraordinario a la
ganadería, que fué la forma dominante del aprovechamiento
dei suelo español. AI principio del siglo XVI Ilegó el comercio
de la lana en España a su apogeo, y a la muerte de los Reyes
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Católicos sólo !a Mesta había incrementado sus rebaños en más
de un millón de ovejas, que hacía ascender a 3.500.000 merinas
las que se aprovechaban de los generosos privilegios concedidos por la Monarquía.
La política forestal de los Reyes Católícos está encauzada
en el mismo sentido de favorecer cuanto concierne a los rebaños
y, por tanto, de poca importancia para la conservación del arbolado.
Dice Klein: "Este reinado fué ciertamente un momento decisivo para la historia forestal de Castilla; y para la desolación
de las regíones forestales del reíno, dió motivo la parcíalidad
de los Reyes Católicos a favor de la industria pastoril. Indudablemente otros factores contribuyeron también a) mismo fin, a
saber: el aumento de la población, la construcción de la flota
para traer los tesoros de América, las armadas navales y otras
circunstancias climatalógicas y geológicas. Pero, sin duda alguna, los estragos anuales de los trashumantes, bajo la protección
ilimitada de la nueva autocracia a la trashumancia, explica en
gran parte la aridez que tanto impresionó a los Embajadores
venecianos y a otros viajeros observadores del siglo XVI, y que
tampoco escapó a la alarmada atención de los propios españoles.
"La ejecucíón de ias reformas que se promuigaron en todo
el siglo XVi sobre montes y plantíos (Decretos 1518, 1548 y 15671
estaba en manos de los Gobiernos locales, en piena decadencia
y sin apoyo de la autoridad central."
Y añade: "Con estos proyectos estaba la simiente de donde
habfa de surgir el caos económico, que más tarde habría de
ahogar el desarrollo normal de los recursos rurales del pafs."
Y, en efecto, desde este mismo momento se inicia la decadencia española, pese a los triunfos exteriores en Europa y América, mantenidos por el esp(ritu miiitar y por la fe religiosa, pero
minados en su vida económica nacional por un error de orden
fun^damental, cual era el indebido destino que se daba a la produccíón de( suelo, con grave detrimento de otras producciones
más propias y naturales, es decir, por una mala ordenación superficial de la tierra a fovor exclusivo de la ganadería y con
notorio perjuicio de la agricuftura y de los montes.
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Pero antes de adelantar nuestro juicio sigamos, para mayor
afirmación del mismo, la exposición de los hechos más notorios
de la política ganadera de los siglos anteriores.
Debemos Ilamar la atención de que, a medida que se consolida la paz y los pueblos empiezan a desarrollar su vida propia y a despertar en su economía rural, es natural que hallaran
un obstóculo en esta protección desmedida y exclusiva en favor
de la ganaderfa, para la libre expansión de sus actividades
económicas y para el mejor aprovechamiento de sus tierras.
Y, en efecto, ya en las Cortes de Burgos, en 1515, aun antes
de la muerte de Fernando el Católico, se manifestaron los primeros slntomas de descontento, rumores de la tormenta que se
cernía para un porvenír mós o menos próximo.
La demanda de productos agrícolas aumentaba con el bienestar y también con la consideración de que era preciso exportar a América el vino y el aceite de oliva, cuya explotación
estaba afi( prohibida.
A la vez, siguiendo la moda económica mercantilista, lo importante era exportar y no importpr, acaparar el oro y plata
que venía de América, recién descubierta, y ello trajo el encarecimiento de los alimentos, la despoblación de España y ya se
habló en tono de queja, en lo sucesivo, en el seno de ias Cortes,
desde 1518 y 1520 en adelante-pero sobre todo desde mediados de siglo, cuando empezó ya en mayor escala la importación
de la plata de América-, sobre la excesiva protección que se
daba a la ganadería, con detrimento de la agricultura.
Carlos I, como hemos dicho, siguió la política de los Reyes
Católicos y la impulsó aun, pero no por ello dejaron de notarse
mós claramente los primeros síntomas de la descomposición en
esta orientación ganadera.
No ya la agricultura, sino la ganaderfa estante, local, pujaba y obtenia los pastos que en otros tiempos se reservaban
para la Mesta. EI Rey, que tenía grandes necesidades económicas y que halló resistencia mós de una vez en la concesión
por las Cortes de los créditos y servicios especiales que de ellas
demandaba, se vió precisado a conceder a las Villas y Ciudades, cuya influencia era necesaria en aquellas Asambleas, per-53-
misos o licencias para el cercada de tierras públicas. Los pueblos
iban desarrollando su vida agr(cola y ganadera; las Comunidades castellanas y aragonesas robustecían sus organizaciones
internas con exclusión de la organización nacional de la Mesta;
en suma, se sentía la palpitación vígorosa del desarrollo espontáneo de una economía agrícola hasta entonces olvidada por
causa de las guerras y por necesidades polfticas.
Pero, a pesar de ello, podían más las ambiciones del Emperador que no admitían espera ni podían sujetarse al lento despertar de aquella nueva economía, que desplazaba las sencillas
ideas mercantilistas que no habían pasado de suponer que Ia
economía nacíonal era un trasunto de la econom(a doméstica.
Carlos I de España y V de Alemania se vió en la precisión
de seguir la política de sus antecesores, impulsando el régimen
nacional ganadero, que le proporcionaba los ingresos necesarios-que le eran facilitados por sus banqueros, los Fugger, a
los que arrendó los valiosos pastos del Maestrazgo y relacionó
para sus operacíones financieras con la Mesta que se hallaba en
pleno apogeo-para sus planes imperiales.
1a roturación de las tierras y la conservación de los montes
tuvieron que supeditarse a las exigencias del pastoreo.
En 1525 se decretó que todos (os pastos roturados antes de
los ocho primeros años del reinado de Corlos I tenían que volver a su primitivo estado, poniéndose a la disposición de los
ganaderos. En 1552 se promulgó un edicto anólogo, pero indicando un plazo de doce años. Y de aquí en adelante, durante
los dos siglos de dominio de la Casa de Austria, se dieron gran
número de di5posiciones en este mismo sentido y aun acentuando más el favor, a medida que se hac(a más fuerte y desesperada
la lucha de la Mesta con la agricultura. La Corona ayudaba a
aquélla con sus propiós funcionarios en los pleitos entablados
contra la misma, ya que los deseos de los ganaderos coincidian
con las ambiciones de los gobernantes.
Sin embargo, como dec(amos antes, se advierte aún en esta
época de apogeo de la Mesta, que los intereses de los pueblos,
los de las tierras labrantías y la ganader(a estante, se iban manifestando progresivamente contra la excesiva protección dispensada a la pofítica ganadera trashumante.
Por eso, desde fa primera protesta, ya citada, del represen-
tante de Cáceres, en que refiri^éndose a los privilegios de la
Mesta pronunció aquellas frases, que Ilamaron la atención por
su atrevimiento, ante el poder de los Reyes Católicos y que expresando el sentir de los pueb(os decían: "estas cosas no se
pueden Ilamar justas ni legales, ni siquiera honestas, puesto que
no son para e! bien público, sino para el interés privado de
unos cuantos favorecidos", hasta las sentencias de las ChanciIlerfas o Altos Tribunales de apalación en 1539-40, últimos años
del reinado de Carlos I, que derribaron las sentencias de los
entregadores que defendfan los pastos contra las tierras de labor, los pueblos avanzaron mucho en la protección de la agricultura que iba despertando y transformando la economfa rural
española.
Felipe II siguió también en materia agraria la misma ru#a que
su padre, confirmando sus órdenes y su orientación y aun pudiera decirse que, examinando los textos legales de esta época y
tomados al pie de la letra, fué quizás la de mayor triunfo de la
Mesta, ya que los Decretos 1566, 1580 y 1582, asf lo demuestran.
Con ello se convalidan los derechos a los pastos de los ganaderos de la Mesta, con detrimento de los pastos estantes; vuelven a ser pastizales los terrenos roturados desde veinte años
antes, o sea, desde 1560, y se nombran Comísíones Reales para
establecer la tasa de los pastos.
Pero, a pesar de la letra de estas disposiciones y del Monarca que las refrendaba, la ejecución de las mismas y el ambiente en el que se desarrollaron, no fueron muy propicios a
la política ganadera nacional.
Las Cortes, (os Tribunales, los Concejos, redactaban y presentaban con mayor frecuencia e intensidad toda clase de protestas contra la Mesta, emprendiendo una campaña en defensa
de la agricultura y contra la ganaderfa, a la que imputaban
todas las calamidades del reino y subida de precios y la despoblación humana forestai. Claro es que a la vez se argúfa con
que los privilegios ganaderos violaban las antiguas libertades
de las villas y ciudades, para que usaran de sus tierras a su
albedrfo.
AI edicto de 1^80, que ordenaba !a destruccibn de las labranzas realizadas desde veinte años antes, se replicó con fa
petición conjunta de 21 pueblos de Extremadura y Andalucfa,
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entre ios que se encontraban Mérida, Plasencia, Cóceres, SeviIla, Córdoba y Granada. la nobleza, singu(armente e( Duque
de Béjar, dueño de grandes extensiones de terreno, se sumó
también a este movimiento de orden económico y agrario.
la política ganadera empezaba francamente a resentirse.
EI Presidente de Ia Mesta ordena a las entregadores que, en lo
sucesivo, no presente mós pleitos relativos a posesiones o a
nuevas roturaciones. Los mismos banqueros del Monarca, los
Fugger, a cuenta de los préstamos realizados, intervienen !os
arrendamíentos colectivos a los ganaderos, que iban cedienda
como los del Maestrazgo; asf, la Mesta tiene que abonarles doce
miilones de maravedises como renta anticipada de los pastos de
Calatrava, para calmar !as impacientes exigencias de los banqueros.
las necesidades financieras de Felipe (f hícieron que éste
tuviera que realizar con frecuencia concesiones en favor de los
labradores contra los ganaderos, y aunque las disposiciones favorecieran abiertamente los intereses de la ganadería trashumante, la realidad era muy distínta. Se concedian con cualquier
pretexto licencias reales para roturar y cercar, para aumentar
los fondos de la provisión de la Armada, en los tiempos de la
Invencible, para disminuir las tierras baldfas y destruir los refugios de los Iobos y zorros, y as( iba progresando la marea
que amendzaba inundar y absorber los privilegios de la Mesta.
Esta luchaba con gran ahinco, en un principio, pero después
can desesperación, contra la oposición creciente, contra una
realidad económica, contra una vida agrfcoia que se imponía
por razón natura ^ , una vez que se hab(a tranquilizado la vida
interior de España con el término de la Reconquista.
No bastaba para detener !a fata! decadencia de la polftica
ganadera la serie de confirmaciones arbitrarias de los antiguos
privilegios y derechos de la ganadería realizada por los tres
últimos Monarcas de la Casa de Austria (1598-1700), ni la fuerte
campaña defensiva que de !a ganaderfa se organizó, en la que
se distinguió el antiguo entregador Caxa de Leruela, ni la distribución de subsidios en las ciudades a los Procuradores en
Cortes para acallar su hostlidad, ni la poderosa ayuda que le
prestó e! Conde Duque de Olivares, por el que se promulgó,
en marza de 1ó33, el más notorio privilegio que se concedió a
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ia Mesta, que fué la sumisión de los ganaderos estantes a la
jurisdicción de la Mesta y la renovación de la Ley de Posesión
que había Ilegado a ser letra muerta.
Estas disposiciones sirvieron para que se acusara la ganadería un ligero mejoramiento en su polítíca, mejoramíento del
que se aprovechó más la ganadería estante-y, en efecto, no
cabe duda que la agricultura a fines del siglo XVII había cedido en favor de la ganadería de los pueblos y la industr^a de
la lana absorbía la atención de los castellanos-, pero no ya
del modo eficaz con que lo hizo la Mesta con su organización
y sus Agencias de Medina del Campo y en ei Consulado de
Burgos y de Bilbao, sino en medio de la mayor confusión, por
!a que fueron los ganaderos particulares víctimas de las especulaciones de los compradores forasteros.
AI caer la Casa de Austria con el último Monarca, Carlos II,
la política ganadera nacional no era ni la sombra de lo que
fué en su apogeo del siglo XVI.
Ai venir la nueva Monarquía borbónica, terminada la guerra
de Sucesión, Felipe V, acostumbrado a la corriente mercantilista
francesa, tan en boga y brillantemente impuesta por el cálebre
Ministro de Luis XIV, Colbert, y en vista de la poderosa ayuda
que la ganadería había prestado a los Reyes de la Casa de
Austria, refrendó con toda diligencia las peticiones formuladas por los ganaderos y se renovaron ei derecho de posesión
y las tasas de las rentas de pastos, que se pagaron, además,
en plazos y se procuró una concentración administrativa y política, para (o que se concedieron a la Mesta facultades para
ejercer sus privilegios hasta en Aragón por la incorporación de
las Comunidades de Daroca, Teruel y Albarracín, cosa que formaba parte de la política centralizadora que empezó con la
sofocación del levantamiento aragonés y!a supresión de sus
Cortes.
Pero todos estos esfuerzos de los primeros Monarcas borbónicos fueron estér'rles ante la realidad econbmica del agro es-
pañol, que cada día con mayor firmeza se iba imponiendo y
a la que no había ya fuerza politica ni teorías mercantiiistas
qué pudíeran detener.
En Castilla crecía la población, y las peticiones de tierras
laborables fueran cada vez más insistentes; las licencias surgían
para todos (os pueblos, consintiendo el cercado de bienes comunes para el cultivo; los baldíos y los montes empezaban a
ser invadidos; se abría así el amanecer de una nueva era agraria y parecía cercana la muerte de la polftica ganadera y de
la Mesta.
No hemos hecho alusión, por deliberado propósito, en esta
rápida ojeada histórica a dos hechos tan importantes como el
levantamiento de los Comuneros de Castilla contra Carlos I y
la expatriación de los moriscos en tiempos de Felipe IV, y no
lo hacemos, primero, por innecesaria para nuestro propósito de
ordenación económica del suelo, que sólo requiere una simple
exposición de la pol(tica ganadera seguida en la época imperial de España, y segundo, porque es tema que por sí solo tiene
suficiente importancia para un amplio y documentado estudio
histórico sobre la relación indudable de tales hechos con la política agraria seguida en España, de la que no podían desligarse, ya que era la base esencial de la vida de !as Comunidades castelianas y de la riqueza agrfcala de los moriscos, pero
que se sale del marco de este trabajo.
En suma, queremos hacer notar qúe, pesa a la política ganadera impuesta por !os Monarcas más poderosos de España
°y contra las teorías económicas mós en boga en aquellos tiempos, como era el mercantilismo predicado por los teorizahtes de
la ciencia económica en toda Eurapa, la realidad del agro español respondió en forma incontenible, primero, manifestando
con protestas aisladas la improcedencia de la exageración económica ganadera impuesta, luego en forma avasailadora, que
derrumbó los más fuertes baluartes de una poi(tica errónea conservada durante dos siglos, contra la realidad ffsica española,
ia que por no haber sido comprendida por nuestros gobernantes
precipitó-entre otras razones-a nuestra Patria hacia la más
triste decadencia y pobreza.
Hechos tan elocuentes y lección tan severa no deben olvidarse por ningún español.
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