LA ENSEÑANZA: DE LA TEORÍA A LA PRÁCTICA Una reflexión desde el quehacer pedagógico Isabel Cristina Carmona Daza* Reflexionar sobre el acto de enseñar y la enseñanza, desde el quehacer del maestro en el aula de clase y su relación con la teoría, permitirá reconocer el papel que en el proceso de enseñanzaaprendizaje juegan, no solo los actores que en él intervienen, sino también las relaciones afectivas, comunicativas y cognitivas implícitas en el mismo, para llegar a entender que solo se logrará un cambio radical y significativo en dicho proceso en tanto se trabaje en la construcción del conocimiento, desde la colectividad. Es importante igualmente reconocer que enseñar no es sinónimo de aprender, aunque este último esté implícito en el primero, que además este proceso debe leerse desde un contexto específico de manera tal que se le dé sentido y por lo tanto se resignifique, lo cual será posible si el maestro logra romper la parálisis paradigmática que lo acompaña y se deja sorprender por lo sensible, lo innovativo, lo nuevo. Palabras Clave: estudiante, relaciones, acto construcción. Enseñar, enseñanza, maestro, enseñante, aprendiz, comunicativo, saber, colectividad, pensamiento, “Cada vez que enseñamos algo a un alumno impedimos que lo descubra” (Jean Piaget) La historia de la educación da cuenta de la preocupación y el interés de grandes pedagogos por descubrir en qué forma el hombre aprende y en qué consiste el proceso de enseñanza-aprendizaje; para explicar dicho proceso han recurrido a la filosofía, a la pedagogía y a la sicología; este tema desde hace un tiempo se ha convertido en una preocupación personal, preocupación que ha sido motivada por la observación directa de la brecha existente entre la teoría y la práctica, por lo tanto, ésta es una valiosa oportunidad, no solo para reflexionar a partir de mi mismidad, sino también para invitar a todos los lectores de la revista a reflexionar sobre el concepto de enseñanza en el cual está inscrita nuestra práctica docente, como también a pensar y repensar qué se enseña, quién enseña y dónde se enseña. Lograr lo anterior requiere un abordaje, por un lado, desde los actores directos que hacen parte de este proceso como son los estudiantes y los enseñantes, es decir, en este caso particular, los docentes, ya que se trata de mirar introspectivamente la enseñanza en el ámbito escolar, por cuanto no se puede desconocer que de una u otra forma, en cada una de las instancias sociales existe y se da este proceso, ya que, como lo manifiesta Francesco Tonucci, “se aprende incluso sin enseñanzas de tipo escolar, es cierto que el niño desarrolla la mayoría absoluta de sus potencialidades cognitivas antes de la edad escolar y que muchos conocimientos derivan de las experiencias que se viven fuera de la escuela y en especial de las que brindan los medios de comunicación”1; por otro lado, es necesario revisar la teoría que nos invita a tener en cuenta que el enseñar es: 1 TONNUCI, Francesco. (1996); ¿Enseñar o aprender?. Buenos Aires Ed. Losada S.A. ,P. 12 “Una actividad que se ha visto afectada y revaluada por las diferentes concepciones que se han tenido a través de la historia con relación al aprender, en donde además han jugado un papel importante la función del maestro y del estudiante, el currículo, el plan de estudios, la escuela, la familia y la sociedad. Enseñar es, desde la epistemología empiropositivista, fundamentada en el aprendizaje memorístico, libresco y repetitivo, la transmisión de una información teniendo en cuenta los niveles de comprensión de los alumnos, de tal forma que es el docente quien entrega dicha información, explica, propone y pregunta, mientras que el estudiante es quien recibe, contesta y asiente pasivamente. Esta concepción lleva a la escuela a ver al niño como una tabula rasa, totalmente vacío, con carencias cognitivas a quien hay que llenar de información, para que luego, en comunidad, repita casi textualmente dicha información. Es un aprender carente de significado ya que el estudiante no sabe qué hacer con tanta información, que por sí misma no tiene ninguna validez, por lo tanto carece igualmente de intencionalidad; no es analizada, no se puede reflexionar. Este aprendizaje no permite un crecimiento personal ni un mejoramiento social, el maestro observa y percibe al niño como un adulto en miniatura. La posición de carácter deductivista-constructivista postula que enseñar es crear ambientes epistemológicos, pedagógicos y didácticos que propicien experiencias de aprendizaje en la contextualización apropiada. Este postulado ofrece la información requerida, invita a trabajar desde una dialéctica pedagógica basada en el respeto y la tolerancia por las diferentes concepciones, conlleva a revisar dicha información desde una visión intencional del aprender, responde al porqué y el para qué de dicha información. Conduce a la negociación racional de acuerdos programáticos, a confrontar colectivamente su utilidad desde el análisis y la investigación de un texto real individual y social. El enseñar, es entonces un acto público y como tal, está cara a cara, no solo con la realidad, sino con los actores que la viven quienes se convierten en sus más rigurosos críticos. Enseñar, desde esta perspectiva es aprender con otros. Esta relación e interacción lleva a lo que algunos autores denominan el conflicto sociocognitivo que genera un desequilibrio conceptual, llamado desde la teoría cognitiva, el motor del desarrollo”2. Frente a las diferentes escuelas y enfoques pedagógicos presentados, es tanto nuestro desconcierto que, literalmente, nos quedamos sin saber qué hacer, no obstante, desde nuestro quehacer pedagógico hemos buscado estrategias que nos permitan llevar a la práctica estas posiciones teóricas; sin embargo, algunas veces caemos en el activismo escolar, por demás acrítico, ya que no se desarrolla el pensamiento y mucho menos la comprensión, nos quedamos meramente con la experiencia sensorial, con lo observado, no le damos sentido, ni el significado que la actividad por sí misma ofrece, por 2 CENDA. (1999); Documento VI. Programa Licenciatura en Pedagogía Infantil. Documento presentado al Consejo Nacional de Acreditación CNA. P. 19-20 Santafé de Bogotá. cuanto tradicionalmente se nos ha exigido enseñar desde la clase, y dar clase significa responder a un programa en donde están marcados desde un principio los temas, los cuales a la vez responden a una organización del tiempo. Esto ocurre año tras año y como maestros siempre terminamos haciendo lo mismo y de la misma forma., lo que conduce a lo que Cousinet denominó “el automatismo, que no es otra cosa que lo inconsciente que dirige al hombre....la actividad se hace inconsciente, y nada es más difícil que hacer consciente a un maestro una práctica habitual que tener conciencia de una actividad convertida en inconsciente” 3. Lo más paradójico en este automatismo radica en la poca participación de los estudiantes en su proceso; frecuentemente se puede observar en el discurso que se establece en el aula la regla de los dos tercios, “1. durante aproximadamente dos tercios del tiempo, alguien habla; 2) aproximadamente dos tercios de esta conversación la lleva a cabo el maestro; 3) aproximadamente dos tercios de la conversación del maestro consiste en lectura o pregunta.”4. Por otra parte, es necesario reconocer que social y culturalmente se tiene enraizada la idea de que es el maestro quien tiene el saber y que es su deber transmitirlo al estudiante de manera tal que se alcancen cambios conceptuales, motivo por el cual se nos dificulta la apropiación y ejecución de nuevas propuestas por lo que continuamos en el aula de clase utilizando una práctica que dista mucho de la teoría presentada por varios autores; hay por lo tanto una incoherencia tal que uno llega a preguntarse qué es lo que estamos haciendo, continuamos impidiendo el desarrollo de la creatividad, se pretende trabajar desde la autonomía del estudiante, a pesar de ello siempre estamos “enseñando” desde la instrucción, decimos a los estudiantes qué hacer, cómo hacer, con qué hacer, con quién hacer y cuándo hacer. Resulta igualmente difícil dejar de reconocer que todas las propuestas presentadas a través del tiempo, en diferentes momentos, han estado encaminadas al mejoramiento del proceso de enseñanza-aprendizaje, como también el hecho de que para alcanzar este mejoramiento se ha llegado a establecer métodos que faciliten dicho proceso, creyéndose por lo tanto, “que el alumno aprende en función del método de enseñanza”5, a ello es a lo que le hemos apostado, olvidándonos del aprendiz; es aquí donde se observa la incoherencia entre las teorías actuales y la práctica, por cuanto se pretende enseñar todo a todos y de la misma manera, desconociendo así la propuesta de trabajar a partir del reconocimiento del niño como un ser singular, único e irrepetible, con necesidades, intereses, capacidades, aptitudes y actitudes diferentes; diferencias que hacen posible que el proceso se convierta en un acto comunicativo en donde gracias a esa comunicación es que se da el conocimiento. Desde esta perspectiva, en la práctica cotidiana debemos tener en cuenta al estudiante como un ser interactuante, de ahí la importancia de “hacer cosas 3 COUSINET, R El automatismo de la enseñanza citado por Luzuriaga en Ideas Pedagógicas del Siglo XX, Buenos Aires, 1961, P. 196-197 4 SOLÉ, Isabel. Op. Cit., P. 40 5 AVANZINI Guy, (1996): La pedagogía hoy, Fondo de Cultura Económica, México. P. 182 con las palabras”6, cosas que de hecho llamen su atención, tales como preguntar, afirmar, ordenar, saludar, cosas que desde el acto comunicativo posibiliten su participación, que generen su inquietud, que además lo mantengan alerta, que lo sorprendan, esto solo es posible en la medida en que el maestro actué comunicativamente y comprenda que para mantener abierta esa comunicación debe: “enunciar algo comprensivamente, dar al oyente algo qué comprender, hacerse comprender y llegar a un entendimiento con otra persona”7, en este caso, sus estudiantes. De lo que se trata entonces es que desde el acto comunicativo, nuestro hacer permita la participación del estudiante en su proceso de aprendizaje; por lo tanto el lenguaje que utilicemos debe ser sensible, claro, coherente y atractivo para que pueda ser entendido, compartido y comprendido. Debe contener además varios usos: el cognitivo, el expresivo y el interactivo, que son explicados por Habermans así: “En el uso cognitivo, el hablante propone una obligación de suministrar fundamentos inmanentes al acto de hablar, en el expresivo el hablante entra en una obligación inmanente al acto de habla, a saber, la obligación de probar confiabilidad para mostrar en las consecuencias de su acción que ha expresado precisamente aquella intención que de hecho guía su conducta. En el uso interactivo del lenguaje, el hablante propone una obligación de suministrar justificación inmanente del acto de habla” 8. Desde nuestra función, somos conscientes de la necesidad de transformar la práctica pedagógica, esto es posible en la medida en que logremos salir de la parálisis paradigmatica en la que todavía nos encontramos para aceptar así que la enseñanza, y el acto de enseñar son procesos inacabados, para crear desde la reflexión pedagógica espacios que desde la colectividad se pueda mirar, leer y repensar la enseñanza como un acto complejo fácil de transformarse en un saber, que a partir del aprender con el otro, el participar y el compartir con los demás se traduzca en enseñabilidad, ya que por esta vía es posible que algo se convierta en un saber. 6 MOCKUS, Antanas y otros (1997): Las fronteras de la escuela. La teoría de la acción comunicativa de Jurgen Habermans. Santafé de Bogotá. Cooperativa editorial magisterio. 7 Ibid., P. 102 8 Ibid., P. 110