Edouard GRIMARD UNA MIRADA AL INFINITO Vivir - Morir - Renacer Leymarie, Editor París 1899 2 3 Título original: Une échappée sur l’infini. Por Edouard Grimard. París 1889. © Por la traducción del francés: José Manuel Ramos González. Pontevedra. 2009 http://www.iesxunqueira1.com/maupassant 4 5 Dedico este libro a las mujeres en particular, porque es en el fondo de sus receptivas almas donde repercuten las vibraciones más delicadas del mundo psíquico. Nada más importante y más eficaz que el del hombre, es el papel que desempeña la mujer en la obra de la evolución moral de la humanidad. Cuántas de esas criaturas heroicas que, por su valor, su desinteresada abnegación, su inagotable cariño, su afinidad natural por todas las ideas generosas, no están ya « a mitad de camino del cielo ». ¿Acaso no es mujer, esa Psique cuya gran y emocionante historia contamos y cuya figura simbólica representa el alma humana con todas sus virtudes latentes y todas sus perfecciones? 6 7 PRÓLOGO ¿No les ha sucedido nunca, en una triste velada de invierno, cuando la nieve revolotea y sopla la brisa glacial, entrar en una de esas largas galerías donde se alinean ordenadas las lentes circulares de un polyorama1? Se acercan y hete aquí que, desde el primer vistazo, se ven ustedes transportados a un mundo encantado. Aquí, sobre las olas azules del Mediterráneo cubierto por la cúpula azulada del cielo, veis Argel, la deslumbrante ciudad cuya cascada de casas blancas parece desmoronarse hasta el mar, luego Sicilia con su Etna, luego el golfo de Nápoles donde humea su Vesubio, luego Atenas, con su Acrópolis que enmarca el mar azul y que dominan las líneas grandiosas del Pentélique y del Hymette que parecen haber sido esculpidos por algún Praxíteles titánico, luego el Bósforo, o el Cáucaso, o todavía, más allá, en la alta Asia, las dominadoras crestas de sus montañas. Luego ustedes salen de allí. Abandonan esas regiones maravillosas, y bajo la molesta borrasca, en el fango espeso de la calle, se deslizan, se estremecen, cabizbajos… pero con la mirada todavía deslumbrada por los mágicos espejos. 1 El Polyorama data originalmente de mediados del siglo XVIII, y consiste en una serie de tarjetas ilustradas que combinan para formar un paisaje sin fin. Se pueden colocar las tarjetas en cualquier orden, y los cuadros inmóviles cabrán juntos para crear un paisaje. Con 16 cuadros hay 16 posibilidades factoriales, es decir, se pueden realizar 20.922.789.888.000 de posibilidades de unir los 16 cuadros para formar el paisaje sin fin. Hacia el año 1830, el óptico francés Lemaire inventó el polyorama panóptico. Este instrumento constituyó una importante novedad ya que permitía ver una misma imagen en dos ambientes diferentes, de día y de noche, variando la incidencia de la luz sobre la imagen. Las litografías ofrecían, generalmente, escenas en perspectiva de monumentos o plazas de ciudades célebres, paisajes, etc. (Nota del T.) 8 Vuelven ustedes a ver, en los efluvios de una tibia luz, el Etna, el Vesubio, el Cuerno dorado de Constantinopla, el Cáucaso y muchas más visiones todavía, – ronda fantástica que parece arremolinarse alrededor del Himalaya cuya cima altanera, bajo su corona de plata, se perfila sobre el gran cielo asiático. Pues bien, la calle triste y fría, es el mundo en el que nosotros damos traspiés, en la amargura de la vida, con la mirada oscurecida por las lágrimas, el corazón encogido por la ignorancia del pasado, las tristezas del presente y las poderosas incertitudes del futuro – y el polyorama, es esa Escapada hacia el infinito en la contemplación de aquello que contienen las páginas de este libro. 9 El alma es la llave del universo. ED. SCHURÈ La gran ley de continuidad que vemos dominar en todo el universo nos lleva a concluir las graduaciones infinitas del ser y a concebir todo el espacio como lleno por la inteligencia y la voluntad. Alf. RUSSEL WALLACE. Los hechos son cosas opinables. Alf. RUSSEL WALLACE. Para mí, la cuestión no presenta dudas; la psicología oculta existe y es un mundo nuevo que se abre ante nosotros. Ch. RICHET. El espiritismo empuja como un bosque, sobre las ruinas de un agonizante materialismo. VICTOR MEUNIER. ¡Incognoscible, Inexistente! – Neologismos inútiles creados por los apóstoles de la abstinencia intelectual y que han fundado, bajo el nombre de « Positivismo », un sociedad de moderación contra los excesos del espíritu. Eugène NUS. 10 11 ALGUNAS PALABRAS AL LECTOR Creo deber manifestar, desde la primera página, que voy a contar cosas extraordinarias, tratar de describir espectáculos de una naturaleza excepcional, llevarles conmigo a regiones inexploradas y servirme de un lenguaje especial apropiado para fenómenos especiales. Sin embargo entendámonos bien. No crean que vaya a tomar prestadas las fórmulas cabalísticas de los nigromantes, ni a montarme sobre el hipogrifo de los visionarios, o a embocar una de las trompetas de Apocalipsis. No, simplemente voy a repetir, después de muchos otros, lo que nos han enseñado los astrónomos, los físicos, los fisiólogos, los psicólogos, lo que nos han hecho conocer, sobre todo – y aquí es donde comienza lo insólito – algunas « revelaciones » especiales hechas desde hace mucho tiempo a la humanidad y cuya historia – con pruebas para apoyarlas – va a ser el objeto de esta modesta obra. Que quede claro pues que no pretendo ni predicar, ni vaticinar, ni pontificar. No es una obra de proselitismo. – Expongo. Si se me objeta por un casual que las cosas que voy a decir son en ocasiones demasiado extrañas, incluso excéntricas, en el sentido de que se salen de lo corriente, sobrepasan las tradiciones admitidas y destacan un poco en medio de lo que se repite, de los que se escribe y sobre todo de lo que se cree comúnmente – sin saber demasiado por qué, por ejemplo, – respondería que es precisamente a causa de eso por lo que ese tema ha sido elegido, estudiado y tratado. 12 Si reclamo para mí tal libertad, concedo una no menor al lector que me hará el honor de ojear este libro. Libre cada uno de tomar o de dejar todo o en parte. Se trata de organización intelectual, de aptitudes especiales y de aspiraciones individuales. Ni que decir tiene que estas páginas no se dirigen ni a los satisfechos, creyentes o no, ni a los indiferentes, ni a los escépticos. Solo podrán comprenderlas aquellos que buscan más y mejor lo que ya poseen, los que deseen elevarse a ciertas alturas, franquear las vulgaridades tradicionales, los dogmas consagrados de la ciencia académica y que, hambrientos de un cierto ideal, respirando mal bajo la tapadera que nos aplasta, están dispuestos a exclamar, como Goethe en su lecho de muerte: «¡Luz, más luz todavía!» Es para esos lectores, hombres de deseo y de buena voluntad, para quién han sido escritas las páginas que siguen. En primer lugar preguntaría porque asombrarse de que una doctrina nueva o unas concepciones inesperadas surjan en medio de todos los despojos que cubren la tierra a nuestro alrededor. La propia ciencia, esa ciencia de la que tan orgullosos estamos y con razón, se ve invadida de una especie de vértigo ante sus propios descubrimientos. «No me atrevo a avanzar por miedo a verme obligado a concluir », decía un día un ilustre fisiólogo,– Charcot, si no me equivoco. Hoy las ideas caminan aprisa. Las hipótesis se suceden, se sustituyen, pasan de moda y nos arrastran hacia horizontes que se hunden, retroceden… retroceden tan bien incluso, que nos aproximan a lo imposible, a lo paradójico – lo paradójico de hoy que será la verdad de mañana. 13 Escuchad a un sabio: « Los fluidos eléctricos, magnéticos, caloríficos y luminosos, dice Berthelot1, fluidos que se admitían hace medio siglo, no tienen más realidad que los cuatro elementos de los antiguos. Esos fluidos, con los progresos de la ciencia, se han reducido a uno solo, el éter, y hete aquí que el éter de los físicos y el átomo de los químicos se desvanecen, a su vez, para dar lugar a concepciones más elevadas, que tienden a explicar todo por los únicos fenómenos del movimiento.» Posteriormente veremos a lo que nos lleva la concepción de esta fuerza invisible, que ella misma depende de una causa igualmente invisible, intangible e imponderable. (Ver la nota 1 al final del volumen.) He aquí pues como se resquebraja nuestro viejo mundo. Cruje en su ciencia a la que desconciertan sus hallazgos maravillosos, en su filosofía que ha echado abajo tantos sistemas, en su política que oscila y a veces se deshonra, en su moral que se hunde, en su religión que, presa de disgusto, regresa a sus viejos altares ensangrentados. Y mientras todo se desmigaja en nuestra desamparada sociedad y la ciencia nos declara que todo debe tender a «la unidad» a la síntesis, hete aquí que se presenta una nueva doctrina – nueva para nosotros, pero antigua como la humanidad – que también proclama la necesidad de una síntesis universal, científica, moral, religiosa, síntesis que se establece y organiza en el majestuoso conjunto de su economía divina. Estudiémosla en su lenta evolución. « A pesar de los esfuerzos reunidos por las castas sacerdotales y científicas, –dice Eugène Nus, al que tendremos ocasión de citar a menudo,– el mundo está en la 1 Origines de la chimie 14 búsqueda de una idea. La palabra que buscamos puede estar hundida tan bien en la noche del pasado como oculta en las brumas del futuro. Hay que mirar por todas partes y tener cuidado, sobre todo, de examinar de muy cerca lo que hace reír al vulgar.» Ahora bien, el vulgar ha reído, ante todo. Se ha reído de las mesas giratorias, de las casas encantadas, de las comunicaciones bastante extrañas a veces, hay que reconocerlo, que obtenían algunos círculos de «espíritus», más o menos convencidos o serios. ¡Bien! lo declaro, no vamos a tratar aquí en absoluto de ese espiritismo vulgar que han desprestigiado algunos adeptos superficiales. Y se ha reído, en efecto, de ese fenómeno fértil en curiosidades de mal gusto con los que se divierten en sociedad, cuando, sobre la mesa se juntan las manos extendidas, con el deseo disimulado de ver « cosas divertidas». Es necesario repetir que no nos ocuparemos de eso. Trataremos de cosas serias, de ciencia, de filosofía, de moral, de religión, en una palabra de las «maravillas de la vida invisible», es decir de las más elevadas preocupaciones que puedan acosar el cerebro del hombre pensante, que quiere saber, que quiere comprender1. Tanto peor para aquellos que no han encontrado más que ridículas manifestaciones en lo que nos han revelado las austeras voces de los « grandes antepasados » y que, en la sombra del templo cuyas puertas se entreabren, no han visto ni sus gigantescas columnas, ni las esplendas bóvedas, ni las misteriosas profundidades. Nosotros vamos a entrar en ese templo. 1 El autor de este libro podría testimoniar, mediante una experiencia personal, todos los consuelos que se pueden obtener en esta nueva fe si, bajo el abrazo de secretos desgarros, no quisiera callarse todo el escaparate de dolor, en la creencia de una especie de pudor moral. 15 He citado mucho en este libro. He transcrito páginas enteras, al principio porque esas páginas son muy bellas, y luego porque, en estas arduas materias, he querido rodearme de testimonios cuya autoridad fuese difícilmente cuestionable. Aparte de los nombres que se encontrarán más adelante, no sabría relacionar a todos los pensadores en los que me he inspirado. Es a puñados como he recolectado en la rica siembra que han amasado todos esos audaces investigadores – verdaderos «alpinistas de lo ideal»– a los que no asusta ninguna escalada. Desde las altas cimas soleadas desde donde regresan, nos han traído la luz. Se lo agradecemos de todo corazón.1 1 Existe, además, toda una biblioteca de obras especiales, donde podrán obtener los que quieran iniciarse más, y los remito a la Librairie des Sciencies psychiques et spirites, 42, rue Saint-Jacques, en París. 16 17 CAPÍTULO PRIMERO EL PROBLEMA DE LA VIDA El error humano es un abismo inexplorado. No hay medida ni extensión, ni profundidad en ese océano. Desde los orígenes más remotos de la historia, el error ha sido la atmósfera que la humanidad ha respirado. Sin embargo hay que distinguir. Hay dos tipos de errores: el error de tanteo y el error sistemático. El primero es el necesario, normal, científico, que mediante la experimentación conduce a la verdad. El segundo es el error detestable, fatal, porque es querido, ciego y tenaz y porque perpetua indefinidamente la ignorancia y la mentira. Y es de este error del que se ha encaprichado la humanidad. Se nutre con delicias, abrevando hasta la embriaguez. Desde la interminable duración de las tradiciones ineptas, de las grotescas supersticiones, contra las que no prevalecen ni la razón, ni la lógica, ni el buen sentido común. Estos dos errores constituyen el patrimonio de la humanidad. Se les encuentra por todas partes. La historia, cierta tal vez en sus grandes líneas y sus generalidades, no es en el fondo más que una sarta de inexactitudes. La filosofía escolástica no ha sido, durante siglos, más que «guirigay y nubarrones de cerebros», como decía Montaigne1. Las ciencias han balbuceado hasta llegar al 1 Mantengo en declarar que los críticos más o menos acerbos con respecto a la filosofía que se pueda encontrar aquí y allá, en estas páginas, no invalidan en nada el elevado pensamiento de algunos filósofos, ni la importancia de algunos trabajos de los que se pueden glorificar tales o cuales siglos. 18 empleo del método experimental. Donde el error sistemático se muestra en todo su esplendor es en la historia de las religiones. Desde el fetichismo más abyecto hasta el dogmatismo moderno, pasando por las peores extravagancias de la Edad Media, se han acumulado los más audaces desafíos que pueda llevar a la razón humana a tomar partido por la divagación autoritaria. Y todavía, si estas divagaciones se hubiesen confinado a la sombra de los claustros; pero se han impuesto mediante el hierro y el fuego, rompiendo los corazones, doblegando las conciencias y no caminando más que en su ruta sombría más que mediante la siniestra claridad de las piras encendidas « para mayor gloria de Dios ». Mundo abominable cuyo eje giraba sobre dos polos célebres: un infierno y un paraíso – un infierno salvaje inventado por almas siniestras que alucinaban antiguas ferocidades – un paraíso pueril y bárbaro, tal como solo podían soñarlo esas mismas siniestras almas que oscilaban entre un Satán atormentador, ejecutor de las bajas obras de la venganza eterna y un dios arisco que, bajo los diversos nombre de Jehová para los judíos, de Baal para los fenicios, Todos esos críticos no tienen otro objetivo que constatar la innegable insuficiencia de la filosofía en las cuestiones de moral social o individual. La filosofía, como obra de la razón pura en sus más elevadas manifestaciones, nunca o casi nunca ha hecho obra «de edificación», es decir de reconstitución intelectual o moral – sobre todo moral. Es al margen de ella como se ha efectuado la evolución del alma humana de la que ella no se ha ocupado demasiado más que para «disecarla» psicológicamente, aunque, en su agnosticismo sistemático, altanero… e impotente también, no ha tratado de buscar sus profundas pulsaciones, del mismo modo que no se ha preocupado de sus aspiraciones más legítimas. 19 de Moloch en Cartago y demás, respiraba con delicia el vapor acre de los sacrificios expiatorios. –¡Ha dicho usted un paraíso bárbaro! – He dicho bárbaro. Lean el siguiente pasaje: «Los bienaventurados, sin salir del lugar que ocupan, saldrán sin embargo de algún modo, en virtud de su don de inteligencia y de vista distinta, a fin de considerar las torturas de los condenados; y viéndolas, no solamente sentirán ningún dolor, sino que serán colmados de alegría y darán gracias a Dios por su propia dicha, asistiendo a la inefable calamidad de los impíos.» ¿Quién ha dicho esto? ¿Quién ha pronunciado esas blasfematorias monstruosidades? Fue el oráculo del cristianismo oficial, aquel que los doctores católicos han apodado el doctor angelical; el teólogo por excelencia, ¡Santo Tomás de Aquino, en persona! ¿Qué podía ser la religión sino lo que ha sido, bajo los auspicios de semejante doctrina? Y por otra parte, ¿qué se habría podido responder a los hombres de la Edad Media, cuando, en la anestesia en la que los habían sumido sus conductores espirituales, se preguntaban con angustia: «¿Pero qué es entonces la vida?» Sí, ¿qué es la vida? podemos preguntarnos todavía. Interroguemos a los hombres de nuestros días. He aquí algunas respuestas: Nacer emitiendo un grito, grito de dolor o de asfixia – tal vez de espanto, provocado en el nuevo huésped de la tierra por el misteriosos presentimiento de las miserias que le esperan. Vivir en medio de esperanzas falsas, de alegrías fugitivas, de esfuerzos sin resultado, de inquietudes persistentes. No poseer, cuando se cree haber obtenido la felicidad, más que un simulacro de esa felicidad efímera 20 que envenena todo instante con el temor de verla desaparecer. Tener el corazón roto por la desaparición de seres queridos que la muerte golpea a su paso, esa hiena que con caminar sesgado sigue paso a paso al viajero herido, esa muerte que, por tan largo tiempo que dure nuestro trayecto en este bajo mundo, «trota a nuestro lado, haciendo crujir sus grandes huesos de esqueleto ». Estar expuesto sin cesar – sin contar con los sufrimiento morales para los que no hay remedio – a innumerables enfermedades que tiene reservada para nosotros la madrastra naturaleza. Ser el blanco de todos los celos, de todas las traiciones, de las variadas malevolencias que no saben distinguir las amistades sospechosas de las enemistades declaradas. Preguntarse todos los días por qué se ha sido arrojado sobre este mundo inhóspito donde las plazas están contadas; ignorar de donde se viene, no saber a dónde se va; estar ávido de ideal y de inmortalidad, sin que ninguna previsión seria pueda legitimar a nuestros ojos esas decepcionantes aspiraciones. Ver prosperar el egoísmo, triunfar a la injusticia y la violencia, cuando la debilidad sucumbe y cuando la inocencia vierte lágrimas inútiles. Sentir pesar sobre nuestras cabezas un cielo despiadado y duro, contra cuyas bóvedas chocan sin eco quejas, sollozos y súplicas. Consumir los mejores años en el ardiente fragor de la batalla por la vida, luego sentirse ir a menos, envejecer en las añoranzas; arrastrar sus pasos indolentes sobre el terreno de nuestras ilusiones deshojadas y finalmente desplomarse en las angustias de la agonía, a la orilla del negro abismo en el que cada uno debe rodar solo y para siempre, sin ningún consuelo, sin ninguna luz del alba nueva... Eso es la vida – odiosa y feroz broma de no sé que divinidad vengativa y que se agrava tanto o más cuanto más se nos hable sin cesar de un Dios, padre de los hombres, 21 justo, misericordioso… ¡Ah! ¡macabra ironía! Pero cien veces prefiero la nada y si tarda…¡bien! ¡entonces el suicidio antes que semejante tortura! ¿De quién son esas desgarradoras lamentaciones? De todos los escépticos indignados, de todos los corazones rotos, de todos los creyentes decepcionados, de todos los desesperados de todos los siglos. ¡Ah! esas letanías son amplias, universales. Escuchemos todavía algunas voces aisladas: «La naturaleza, dice el Sr. Jules Soury1, es nuestra madre, está claro; pero si salimos de su seno, es para volver a él más tarde o más temprano. El grano de trigo arrojado en el surco germina y sale de la tierra. La espiga se convierte en pan, se transforma en carne y en sangre, en ovulo fecundado de donde sale el niño, es decir el hombre; luego el cadáver abona la tierra que aportará otras cosechas, y así por los siglos de los siglos sin que se pueda decir ni comprender por qué. Pues si hay algo vano e inútil en el mundo, es el nacimiento, la existencia y la muerte de esos innumerables parásitos, faunas y floras, que vegetan como un moho y se agitan en la superficie de nuestro ínfimo planeta arrastrado a capricho por el sol hacia alguna constelación desconocida. Indiferente en sí misma, pero necesaria, sin duda, puesto que ella es, esta existencia teniendo por condición la encarnizada lucha de todos contra todos, la violencia, la estrategia, el amor más amargo que la muerte, esta existencia a los ojos de todos los seres conscientes ¿puede parecer otra cosa que no sea un sueño siniestro, una dolorosa alucinación, al precio del cual la nada sería el bien soberano? 1 Philosophie naturelle. 22 Por otra parte, si somos hijos de la naturaleza, si nos ha dado el ser, somos nosotros, a su vez, quiénes la hemos dotado de todas las cualidades ideales que la muestran a nuestros ojos. La eterna ilusión que encanta y que atormenta el corazón del hombre es y permanecerá siendo su obra. En este universo, donde todo son tinieblas y silencio, él solo vela y sufre en este planeta porque quizás el solo medita y reflexiona. Es apenas que comienza a comprender la vanidad de todo lo que ha creído, de todo lo que ha amado, la nada de la belleza, la mentira de la bondad, la ironía de toda ciencia humana. Después de haber adorado ingenuamente a sus dioses y a sus héroes, cuando no tiene ya ni fe, ni esperanza, he aquí que siente como la propia naturaleza se desvanece, porque era como todo lo demás, apariencia y engañifa. Solo, en este mundo donde campea la muerte, en medio de los restos de sus ídolos destrozados, se levanta el fantasma de sus eternas, de sus desahuciadas ilusiones. » «Cuenta – dice lord Byron, otro desilusionado – cuenta las alegrías que tus horas han visto, cuenta tus días exentos de angustia y reconoce que, aunque hayas existido, hay algo mejor: no existir.» En las desesperadas líneas del Sr. Clémenceau, en la Mêlée social, habla en estos términos amargos de las últimas fases de la vida sobre la tierra: «Nuestras ciudades en ruinas, entre informes vestigios humanos, las últimas ruinas desmoronadas sobre la vida moribunda, todo el pensamiento, todo el arte engullido en la gran muerte creciente. Toda la obra humana en la última viscosidad de la vida. Y luego, la última manifestación de vida terrestre será destruida a su vez. Inútilmente, el globo frío y desnudo paseará su indiferencia por los estériles caminos del espacio. Entonces se cumplirá el ciclo de los últimos planetas hermanos, unos muertos desde hoy, tal 23 vez. Y el sol apagado seguido de su fúnebre cortejo precipitará en la noche su carrera incalculada hacia lo desconocido.» Añadamos a estos trágicos acentos esta broma del Sr. J. De Gastyne: «La humanidad es algo apestoso, un conjunto de animales malsanos que se toman por las patas para devorarse desde más cerca.» A las recriminaciones de todas esta voces, podríamos añadir otras del mismo estilo y desde luego no menos amargas; pero ¿qué son esos gritos de desesperanza corrosiva y con tanta acrimonia, al lado de las encendidas protestas, de los sollozos desgarradores que el corazón sangrante y convulso de Mme. L. Ackermann hace subir de la tierra al cielo? Escuchadla blasfemar, y maldecir, y llorar, y esperar en el fondo, a pesar de todo. ¡Para qué volver a nacer! volver a ver la luz y el cielo, Esos testigos de una desgracia que de la memoria no se ha ido, Ellos que, sobre nuestros dolores y nuestros desvelos, De piedad han sonreído. ¡No, No! Antes la muerte, la noche sombría, eterna! Hija del viejo caos, protégenos bajo tu ala, Y tú, hermana del sueño, tú que nos has acunado, Muerte, no los libres; contra su seno fiel, Mantennos bien abrazados. Tal vez tengamos derecho a las celestiales delicias; ¡No! no es que temamos al infierno, Pues nuestros pecados no han merecido suplicios: Si a punto estuvimos de ello, ¡hemos sufrido tanto! ¡Pues bien! ni siquiera renunciamos a esta esperanza De entrar en tu reino y ver tus esplendores, 24 ¡Señor! Rechazamos tu recompensa, Y no queremos recompensa por nuestros dolores. Lo sabemos bien, tú puedes dar todavía alas A las almas que se doblegan bajo un fardo demasiado pesado; Tú puedes, cuanto te plazca, lejos de las esferas mortales Elevarlos a ti, en la gracia y el amor; Tú puedes penetrarnos de un nuevo vigor, Devolvernos el deseo que habíamos perdido… Sí, pero el recuerdo de esa zarza inmortal Aferrada a nuestros corazones, ¿nos la arrancarás? Cuando de tus querubines la falange sagrada Nos saludase como elegidos, abriendo los santos lugares, Les gritaríamos enseguida con voz afligida: ¿Nosotros elegidos? ¿Nosotros felices? ¡Pero mirad nuestros ojos! Los llantos son allí aún, más amargos, más numerosos. ¡Ah! hagáis lo que hagáis, ese velo denso y sombrío Nos ha oscurecido vuestros cielos. ¡Ah! tú golpeas demasiado fuerte, en tu cruel ira. Tú lo escuchas y lo ves! el sufrimiento ha vencido. En un sueño sin fin, ¡oh, poder eterno! Déjanos olvidar que hemos vivido. (Les Maelheureux.) Encontrarme ante la iniquidad celestial, Ante un Dios celoso que golpea y que detesta, Y en mi desesperación decirme con horror: 25 «El que podía todo ha querido el dolor.» Liberado de la fe como de un mal sueño, El hombre repudiará a los tiranos inmortales Y no será mas presa de los terrores sin tregua, Doblegarse cobardemente al pie de los altares. Cansado de encontrarlo sordo, creerá el cielo vacío. Arrojando sobre ti su velo eterno y espléndido, La Naturaleza ya te oculta a su mirada; Él no descubrirá en el universo sin límites, Por todo Dios a, partir de ahora, más que una pareja ciega y oscura La Fuerza y el Azar (Prométhée.) ¡Maldita seas, oh, Naturaleza! en tus inmensas obras, Sí, maldita en tu fuente y en tus elementos, Por todos tus abandonos, tus olvidos, tus demencias, ¡También por tus abortos! Que invaden los cielos, la inmovilidad oscura Bajo un velo fúnebre apaga toda llama, Puesto que de un universo magnífico y sin límites ¡Tu no has sabido hacer más que una tumba! (L’Homme à la Nature) Miserable mota de polvo Que la nada ha arrojado, Tu vida es un día sobre la tierra; No eres nada en la inmensidad. Tu madre gimiendo te ha dado el nacimiento: Tu fuiste el hijo de sus dolores, Y tu saludas la existencia Mediante gritos agudos y llantos. 26 Bajo espeso de tus males, tu cuerpo usado sucumbe, Y disfrutando de la noche el tranquilo antes corredor, Tus ojos se cierran finalmente con el sueño de la tumba: Regocíjate, anciano, es tu primera dicha. (L’Homme) Y tú, serás hasta este punto sin entrañas, Gran Dios que debes desde lo alto escuchar y ver todo, Que tantas lamentables despedidas y tantos funerales No puedan conmoverte. ¡No! Dios que se dice bueno, tu permites que se espere; Unir para separar, ese no es en absoluto tu diseño. Todo lo que se ha amado, aunque fuese un día en la tierra, Va a amarse en tu seno. (L’Amour et la Mort.) Tales son los gemidos dolorosos, los gritos desesperados que arranca a esta gran alma descarriada la desesperanza de la vida. Lo malo es que en el fondo de sus altivas abjuraciones, se encuentra la cristiana mal apagada, la antigua creyente fanática que, en su primera juventud, exaltada por la turbadora doctrina de los catecismos que tomó al pie de la letra, a punto estuvo de ingresar en un convento. – Es ella misma quién nos lo cuenta. Su padre intervino a propósito para desviarla de esta peligrosa vía. Pero fueron los fantasmas de esos dogmas 27 crueles los que la persiguieron en sus más atrevidas protestas de independencia filosófica. Siempre ocurre después de haber exhalado sus más amargas imprecaciones cuando ella ve flotar sobre las tinieblas como una pálida luz de aurora. – ¡Necesito el más allá!– grita ella en su angustia. –Tú lo tendrás, pobre alma desgarrada. Respetemos pues esas tristezas. Excusemos esas blasfemias que no son más que llamadas imperiosas a la Justicia, apóstrofes a la Verdad. ¡Ah! sí, desde luego, ella esta bien justificada y como sería aquí el caso de repetir esa broma extraña tan profunda en su aparente ingenuidad: «ella tendría toda la razón… si no se encontrase que estaba equivocada.» ¿Toda la historia no es el largo martirio de nuestra raza palpitante baja las sangrantes correas y el dolor, y su inconsolable sollozo no sube eternamente hacia el cielo, como subía antaño el acre humo de los sacrificios mezclados con los gritos de las víctimas expiatorias? ¿Quiere uste conocer este martirio de la humanidad? Pues bien, lea estas páginas de espantosa estadística que tomamos de una de las obras tan profusamente documentadas del Sr. Camille Flammarion. « Lo que no hay que olvidar, cuando uno tiene el valor de contemplar el cuadro de las ferocidades del animal humano, es que el respeto por la vida es un sentimiento casi enteramente moderno. La historia de todos los siglos y de todos los países nos muestra con que débil peso caía en la balanza de la moral antigua, la vida del hombre, de la mujer, sobre todo del niño y del esclavo. Matar, antaño, era la cosa más sencilla del mundo, y durante una larga serie de siglos la sangre humana ha corrido como el agua. Guerras, 28 devastaciones, asesinatos políticos y religiosos, infanticidios cotidianos y reglamentados, he aquí con lo que se han mancillado y enrojecido casi todas las páginas de la historia de la humanidad. La antropofagia, término extremo de la ferocidad humana, comenzó desde la aparición de los hombres sobre la tierra y persiste todavía ahora en ciertos pueblos relativamente civilizados, con la circunstancia agravante de que esos pueblos habitan países fértiles y que no podrían, como podrían hacerlo los salvajes indígenas de los archipiélagos rocosas de la Polinesia, alegar por excusa la eterna y torturadora hambre. Las huellas de la anciana antropofagia se encuentran por toda Europa, tan bien como las que han dejado los sacrificios humanos, preludios del canibalismo, pues las ceremonias funerarias se terminaban siempre mediante una comida en la que la carne de las víctimas constituía el manjar más apreciado. En Portugal, se han encontrado grutas donde se han contado millares de mandíbulas y dientes humanos. En la antigua Grecia, los atenienses ofrecían a los dioses sacrificios humanos atestiguados por las viejas leyendas de Lycaon sirviendo a sus huéspedes los miembros de su propio hijo Pélops; Atrée haciendo servir a su hermano Thyeste sus dos hijos en un festín familiar. Célebres han sido los horrores de Cartago, donde se hacía quemar vivos a millares de niños en honor a Moloch, la monstruosa divinidad de los cartagineses y fenicios. En Roma, se hacia igualmente sacrificios humanos, y, hasta bajo el emperador Cómodo, los cortesanos hacían figurar, entre los platos de sus banquetes, los trozos más delicados elegidos en los cuerpos de las víctimas sacrificadas. Iguales abominaciones en Escandinavia. Los Llindous ofrecían anualmente a sus dioses centenares de víctimas humanas. 29 ¿Y que ocurría en América y en México en particular? En 1487, la dedicatoria del gran templo de México fue celebrada, magníficamente, mediante la degollación de setenta y dos mil víctimas. La masacre duró cuatro días enteros. La sangre fluía en una verdadera cascada sobre las escalones de la gran escalera del tempo en forma de inmensas cloacas que, durante semanas, infectaron toda la ciudad. Bajo Moztezuma, doce mil cautivos perecieron en un fiesta. Con motivo de la conquista de México por Cortés en 1519, se descubrieron osarios donde fueron contados hasta ciento treinta y seis mil cráneos. Los mejicanos tenían unas jaulas especiales en las que cebaban a los cautivos, hombres, mujeres y niños, que, llegado el momento, eran llevados a la carnicería. Y se encuentran más o menos parecidas abominaciones de un extremo al otro de las dos Américas. Lo que es más horrible, es que estos actos de salvajismo se han perpetuado hasta nuestros días. En ciertas regiones de África central, el canibalismo es todavía una costumbre tradicional. Hay cavernas que sirven de alacenas y se han encontrado llenas de osamentas humanos. Algunas tribus negras ponen trampas a leones utilizando un niño vivo como cebo. Los palacios de los antiguos reyes de Dahomey así como sus templos estaban formados de muros, donde cráneos hacían las veces de ladrillos, siendo cimentados con un mortero que se mezclaba con sangre humana. Se sabe también que a la muerte de esos reyes se celebraban sus funerales degollando tal número de víctimas que se llenaban lagos con toda la sangre derramada. En Guayana, en Brasil y en la Tierra de Fuego, se comen a los viejos parientes, a las viejas mujeres y a los cautivos. Se ve que no es en absoluto una imagen retórica, cuando se afirma que olas de sangre han inundado nuestra lamentable tierra. 30 La combatividad del animal humano deja bien lejos tras ella el salvajismo de las fieras más feroces. Desde su aparición sobre el globo, la humanidad ha estado en guerra perpetua contra sí misma, sin haber tenido nunca tiempo de reflexionar por qué. – Degollamientos de pueblos, he aquí la historia del pasado, y en el momento presente, a finales de nuestro siglo XIX, tan glorioso en ciertos aspectos, no se escucha habar de otra cosa que no sean las formidables futuras guerras mediante la perpetración de las cuales todo el genio del hombre se agota en inventos diabólicos, con el objetivo prioritario de hacer de esos combates próximos las más espantosas matanzas que hayan jamás podido soñar los conquistadores más sanguinarios. Y sin embargo, esos «gloriosos» héroes, esos conquistadores «insignes» ¡han añadido también bellas páginas a los anales de nuestra humanidad!... ¿Quieren ustedes cifras? He aquí algunas y de las más edificantes: ¿Saben cuantos hombres, por siglo, ha devorado la guerra? Aproximadamente veinte millones, nada más que en Europa y en los Estados Unidos. Nuestro Napoleón, «Napoleón el Grande» cuya gloria, según Béranger, – nuestro poeta nacional, – será tan largo tiempo conservada bajo la paja, hizo degollar él solo a cinco millones de europeos. – Es cierto que eso no era más que « carne de cañón», como él mismo decía. – En los Estados Unidos, la guerra de secesión hizo desaparecer a novecientos cincuenta mil. Y ha sido igual, desde el origen de la historia. Que se sospeche aproximadamente lo que han costado de vidas humanas la guerra de Troya, las guerras médicas, las guerras púnicas, la guerra de los Cimbres y los teutones, las ferocidades de Atila, los horrores de la «Santa Inquisición», 31 los procesos por brujería, las guerras llamadas « de religión». las masacres de la Saint-Barthélemy, las guerras de los Cien años, de los Treinta años, de Siete años, y tantas otras matanzas aún, que se podrían añadir a esta siniestra enumeración – y se podría sin exagerar evaluar en más de cuarenta millones el número de hombres asesinados por siglo en los dos hemisferios; de tal modo que el total de hombres muertos desde el origen de los tiempos históricos se eleva aproximadamente a la cifra de mil doscientos millones – casi tantos como los que existen sobre el globo entero. Después de las cifras, ¿quieren ustedes imágenes figurativas? La sangre vertida de ese modo equivale a dieciocho millones de meros cúbicos, chorro inagotable que arroja sin reposo ni tregua, desde el comienzo del mundo, cerca de setecientos litros de sangre por hora, sobre los tronos de la tierra para mantener siempre fresco y rutilante al «púrpura respetado». Si los mil doscientos millones de esqueletos, surgiesen del sepulcro, se alienasen de pie los unos encima de los otros, esta espantosa columna tendría más de quinientas mil leguas de altura – seis veces más alto que de la tierra a la luna. – Todos esos cadáveres arrojados en la Mancha harían ese famoso puente proyectado entre Francia e Inglaterra. Añadamos finalmente, para cerrar la serie de estas macabras suposiciones, que con los cráneos de todos esos esqueletos se podría hace un collar sin igual que seis veces daría la vuelta a nuestro lúgubre y sangriento planeta.» He aquí las piezas del proceso. Hemos escuchado las declaraciones de los testigos de cargo. Esas declaraciones podrían ser prolongadas, 32 multiplicadas; pero ¿para qué? El alegato, por desarrollado que pudiese ser, no nos proporcionaría nuevos argumentos. Desencantos, amarguras, abjuraciones desesperadas, arrojadas a la cara de ese Dios impasible que se disimula en las profanidades de su cielo, que ninguna suplica afecta, que ninguna lágrima conmueve. Escuchad estos versos altivos y desdeñosos de Alfred de Vigny: Mudo, ciego y sordo a los gritos de las criaturas, si el cielo nos arroja como un mundo abortado, El justo opondrá el desdén a la ausencia Y no responderá mas que mediante un frío silencio Al silencio eterno de la divinidad. Pus bien, ¿es cierto en efecto que ese silencio sea eterno? ¿Es cierto que ese Dios mudo no se haya revelado nunca a la humanidad? Para responder a estas dos preguntas, que no son más que una en realidad, han sido escritas las páginas que siguen. He declarado, desde el principio, que iba a contar cosas , más o menos extraordinarias, y que haría falta sino para comprenderlas, al menos para aceptarlas en su economía, renunciar a ciertos prejuicios, rechazar cualquier partido tomado, en una palabra hacer un acto de buena voluntad y no obstinarse en cerrar los ojos a la luz, bajo el singular pretexto de que esta luz era inesperada. ¿Es pues tan difícil de elevarse un poco por encima de las vulgaridades corriente, de aceptar ciertas ideas nuevas, de confesar que no sabemos todo aún y que aparte de nuestros conocimientos tradicionales puede haber misterios que estudiar, desconocidos en despejar los diversos problemas que la vida nos arroja a la cara? 33 ¿En medio de las brumas opacas de la tierra, nos habríamos convertido en miopes hasta el punto de que no pudiésemos admitir que más allá de los visible se extiende el océano de lo invisible que nos estrecha, nos penetra; y estaríamos obligados a comparar nuestra piadosa invalidez a la de esas larvas acuáticas que, en el lodo de los pantanos, son incapaces de comprender que por encima de las aguas estancadas vuelan libélulas cuyo sol diamanta las alas y que esas libélulas, ayer aun larvas reptantes como ellas, tal vez hubiesen podido sentir en el fango, brotar sus futuras alas de gasa, de seda o de terciopelo? Pues bien, querámoslo o no, existe ese invisible, y no serán las protestas de unas larvas abyectas lo que le impida existir. No es en absoluto un mundo de alucinaciones en el que vamos a penetrar. Es la serie de investigaciones filosóficas científicas perseguidas desde siglos, en nuestros dos hemisferios, y guiados hoy por las más altas cumbres del mundo intelectual, como vamos a subir a las esferas del más allá, en las regiones de lo invisible como otros han visto ya y del que nos han contado maravillas. Obsérvese bien, por favor, que «maravillas» aquí no quiere decir en absoluto «milagros». No hay nada de sobrenatural en la constatación de este hecho de que la tierra y los destinados que nos ofrece son perfectamente insuficientes para quien quiera encerrar en su alma la menor parcela de ideal y que no hay realmente más que «satisfechos» que puedan declarar que respiran a gusto en los vapores de nuestra tierra pantanosa. Buscar algo más, sobre todo algo mejor, no parece ser el deseo más legítimo, a menos que uno no tenga el corazón desinteresado por todos los dolores revelados por las desesperadas páginas que acabamos de transcribir. 34 ¡Y he aquí pues donde nos encontramos después de los sesenta u ochenta miles de años en los que el hombre ha pasado sobre la tierra! con que aletargada lentitud progresa esta pobre humanidad y ¡qué cansada debe estar de llevar su cruz! Mas que cansada, angustiada. Manifiestamente, comienza a perder la clama de las dudas que la corroen, incertitudes que la torturan. Es en las tinieblas donde le hombre está obligado a buscar su camino, indeciso, tanteando, desamparado. No menos desamparado que el hombre en esta sociedad moderna donde hormiguean inmensas fuerzas destructivas. Es de las masas profundas del pueblo como suben inquietantes murmullos, y cuan justificados están, por el sufrimiento de aquellos que, desde los delgados surcos que horadan en su cólera, no ven salir más que una irrisoria cosecha. Y sin embargo, en medio de esas generaciones que desde hace siglo van dando traspiés por las sombras, no escucháis elevarse voces que de un continente a otro gritan: «¡Hermanos, he aquí el alba!» Y se buscan las primeros resplandores, al mismo tiempo que se siente pasar como un soplido precursor que hace estremecer el alma de los pueblos. «Aquí tenemos – dice Eugène Nus – el antiguo Oriente que se sacude y sale de sus santuarios trayéndonos la llave de sus mitos, padres de los nuestros y volviendo a leer nuestros análisis en su gran síntesis donde junto a nuestras religiones donde penetran nuestras filosofías.» «Jamás, – dice el Sr. Ed. Schuré1 – jamás la aspiración a la vida espiritual, al mundo invisible, rechazada por las teorías materialistas de los sabios y por la opinión mundana, no ha sido más seria ni más real. Se encuentra esta aspiración en los lamentos, en las dudas, en 1 Les Grands Initiés. 35 las negras melancolías y hasta en las blasfemias de nuestros novelistas naturalistas y de nuestros poetas decadentes. ¿El alma humana jamás ha tenido un sentimiento más profundo de la insuficiencia, de la miseria, de lo irreal de su vida presente? La religión sin pruebas y la ciencia sin esperanza están de pie una frente a la otra, desafiándose sin poder penetrarse ni vencerse. Nuestro tiempo concibe el desarrollo de la humanidad como la marcha eterna hacia una verdad indefinida, indefinible y nunca inaccesible, y es en este campo cerrado como combaten, armados de cualquier tipo de argumento, el misticismo, el materialismo, el positivismo y el escepticismo. ¿Qué es lo que ha salido de esas disputas estériles, de esas revueltas, de esta anarquía de las conciencias? Una generación seca, sin ideal, sin luz y sin fe, encontrando de muy buen tono negar el alma y a Dios, de no creer ni en esta vida ni en la otra y de mofarse, con una ironía que se cree espiritual, su débil voluntad, su conciencia descarriada, su energía castrada y su libertad moral sistemáticamente desconocida. » «Nunca – dice por otra parte Léon Denis1,– la necesidad de luz se ha hecho sentir de una manera más imperiosa. Tras haber sido sometidos durante una larga serie de siglos al principio de autoridad, los pueblos aspiran cada vez más en sacudirse toda traba. Al mismo tiempo que las instituciones políticas y sociales se modifican a veces de un modo lamentable, las creencias religiosas se desmoronan, los dogmas perecen transformándose y los cultos son abandonados.» «La humanidad, en el círculo de su vida, se agita entre dos errores: uno que afirma y otro que niega; uno que dice 1 Après la mort; – Christianisme et Spiritisme. 36 al hombre: cree sin comprender; el otro que le grita: muere sin esperar.» ¡Pues bien, qué! ¿Vamos a permanecer así? Cuando el nadador, al que un desfallecimiento ha hecho hundirse en aguas profundas, toca con pie crispado el fondo del río, ¿no experimenta una conmoción nerviosa que le hace rebotar y remontar hasta la superficie? Y nosotros, que hemos llegado tan bajo, que tocamos con el pie la capa viscosa, ¿permaneceremos en un cobarde abandono de nosotros mismos, sin intentar el supremo esfuerzo? ¿Seremos negligentes sin preocuparnos más de esos presentimientos y esas aspiraciones; dejaremos sin respuesta todas esas desesperadas llamadas? «Lo que nos importa, – dice Eugène Nus, ante todo y por encima de todo, en el impulso en el que nos encontramos, es encontrar una luz que nos ayude a desembrollar el caos de nuestras ideas. Los que detentan antiguas tradiciones afirman que poseen esta luz y que ha llegado el tiempo en el que podemos recibirla. Acojámosla; estudiémosla, bajo beneficio de inventario1» No estamos invitados por aquellos que conocen esta luz, por esos precursores de todos los siglos que, como se verá más adelante, han multiplicado las pruebas, acumulado los testimonios, – pruebas y testimonios controlados, verificados, corroborados por los iniciados modernos de los dos mundos y que no dejan de gritarnos, ellos también: « Sí, es ella, ¡aquí está la nueva aurora!» « El hombre ha nacido en el hueco de una ola, dice Ed. Schuré, y no sabe nada del amplio océano que se extiende a su alrededor sin límites; pero una fuerza misteriosa empuja nuestra barca sobre la cresta de la ola y allí, aunque siempre golpeados por la tempestad, acabamos 1 Les Grands Mystères. 37 por comprender su grandioso ritmo, y la mirada, midiendo la bóveda celeste, descansa en la calma y el azul.» «La humanidad, dice Lamartine, es un tejedor que trabaja en el reverso de la trama de los tiempos. Un día llegará en el que, pasando al otro lado de la tela, contemplará el cuadro magnífico y grandioso que habrá tejido, durante siglos, con sus propias manos, sin haber visto otra cosa, antes, que el batiburrillo de los hilos entremezclados.» «Cada esfera del ser, dice F. Amiel, tiende a una esfera más elevada y en ella ya tiene revelaciones, o al menos presentimientos. El ideal bajo todas sus formas es la visión profética de una existencia superior a la suya, a la que cada ser aspira invenciblemente. Semejantes a los volcanes que nos aportan los secretos del interior del globo, el entusiasmo, el éxtasis son explosiones pasajeras del mundo interior del alma, y la vida humana no es más que la preparación de esta vida espiritual. Los grados de iniciación son innumerables. El hombre, discípulo de la vida, crisálida de un ángel, trabaja pues en su futura eclosión, pues la evolución divina no es más que una serie de metamorfosis, donde cada forma, resultado de las anteriores, es la condición de las que siguen. La vida divina es un encadenamiento de muertes sucesivas donde el espíritu, rechazando cada vez alguna de sus imperfecciones, acaba por ceder a la creciente atracción del centro de gravedad inefable, del sol de la inteligencia, del hogar del amor.» Y estas voces no son aisladas en la tierra. Si en el pesado silencio que nos oprime, nos parecen ser las fanfarrias matinales de los clarines de vanguardia, no son menos los ecos lejanos y tardíos de otras voces que más lejos, muy al fondo de las edades, han resonado al alba de 38 las civilizaciones antiguas, en la alta Asia al principio, luego en Persia, luego en Egipto, luego en Grecia, de donde nos han llegado lentamente, entrecortadas por largos silencios, tan largos, tan tristes, que parecían haberse apagado en la inconsciencia de los hombres primitivos apenas desprendidos de la animalidad. ¿Por qué habrían de sorprendernos los lentos progresos de la evolución humana? La lentitud, en el universo entero, preside todas las metamorfosis. No es más que mediante un trabajo molecular como ellas se producen en nuestra vieja tierra cargada de siglos. El tiempo no cuenta en la eternidad. El mundo de las almas no se modifica más aprisa de lo que hace el rostro de nuestros continentes. Pero esta lentitud no excluye la continuidad cuyas intermitencias no son más que aparentes. Ahora bien, parece que arrastrada por la espiral regresiva de un misterioso remolino la humanidad debe retornar a las doctrinas de nuestros antiguos predecesores, en la historia y en el tiempo. Se opera en el mundo de las ideas una curiosa evolución que, bien a sus espaldas, favorecerá ese retorno del presente hacia el pasado y, de un modo totalmente especial, llegará a una aproximación – inesperada, como no podría ser de otro modo – ¡entre la ciencia y la metafísica! «Dos enemigas, dice Eugène Nus, que se proclaman irreconciliables, están reconciliándose, no dudando ya ni la una ni la otra y más que nunca denigrándose con las más cordial animosidad. La frontera que las separaba se deshace poco a poco, e invasiones recíprocas tienden a mezclar sus dos reinos. La ciencia, mal que bien, a cada paso que da hacia delante, se ve empujada al terreno de la razón pura y ésta para que no se la acuse de edificar castillos en el aire, se ve obligada a tomar prestados de su rival los materiales de sus fundaciones. Solamente los sabios, hundiéndose en 39 lo invisible, se defienden como diablos de ahondar en la metafísica.» « Se ha constatado, por otra parte – leemos en la notable obra ya mencionada1 y de la que un gran número de referencias a ella serán hechas a continuación,– que desde Bacon y Descartes, las ciencias modernas tienden inconscientemente, sin duda, pero con toda seguridad, a retornar a las hipótesis de los filósofos de Grecia y Alejandría. La física moderna ha llegado poco a poco a identificar la idea de materia con la idea de fuerza, lo que es un gran paso hacia el dinamismo espiritualista. Para explicar la luz, el calor, el magnetismo y la electricidad, los sabios se han visto obligados a admitir que una materia sutil e imponderable llena el espacio y penetra en todos los cuerpos. A esta materia le llaman Éter, y es un nuevo paso hacia la antigua hipótesis del Alma del mundo, que no es otra cosa que el fluido universal. Y de este modo, mediante una singular evolución de las doctrinas modernas, nos vemos conducidos hacia esta otra doctrina, vieja como la humanidad, cuyos principios esenciales pueden resumirse del siguiente modo: No hay más que un Dios poderoso, justo y bueno. De él emanarán los Espíritus, efusión de su esencia. Luego condensa el espíritu en materia, creando el mundo corporal. – Los Espíritus libres tienen la facultad de mejorar, de subir hacia el Creador. Los diversos globos del espacio les sirven de estaciones progresivas. – El espíritu es la única realidad; la materia no es más que su expresión inferior, voluble y efímera. – El alma humana especializada por su individualidad es inmortal por esencia; su evolución se efectúa en una serie de existencias alternativas espirituales y corporales. – La reencarnación es 1 Les Grands Initiés. 40 la ley de esta evolución. – Llegada a su estado más puro, el Espíritu se desprende de la carne y toma conciencia de su divinidad. «Desde luego, – prosigue nuestro autor – son inmensas las perspectivas que se abren desde el umbral de esta admirable doctrina comparada, sea al miserable horizonte en el que el hombre está encerrado por el materialismo, sea a las infantiles prédicas de la teología clerical. Sobre este umbral, se experimenta el deslumbramiento y el estremecimiento del infinito. Los abismos del inconsciente se abren en nosotros, nos muestran el pozo de donde salimos, al mismo tiempo que las altura vertiginosas a las que tenemos el derecho de aspirar. ¿Acaso la puerta de lo invisible no ha sido abierta ante nosotros por la manifestación de fenómenos extraños de sonambulismo, de todos los estados del alma diferentes de la vigilia, de el sueño lúcido, la doble visión y la sugestión mental a distancia, hasta el éxtasis que nos transfigura, nos marca del destello divino y nos transporta por encima del mundo visible, a cuyas leyes escapamos como tránsfugas gloriosos? » ¡Pues bien! puesto que es del Oriente de donde vienen esas extrañas revelaciones, vamos hacia el Oriente. 41 CAPITULO II LAS AURORAS Se ha dicho y a menudo repetido: « Todo lo que pensamos y los modos de pensar tienen su origen en Asia.» Por lejos que puedan remontarse los confusos recuerdos que nos han venido de la India, todos mencionan una primera raza blanca histórica establecida al pie del Himalaya. Fue de la vertiente meridional de esta alta cadena, durante tanto tiempo llamada el « centro del mundo », de donde descendió la ola civilizadora. Es pues en esas regiones como se han debido iluminar las primeras auroras. Remontémonos hacia ellas. Hay dos especiales a las que llamaremos las « auroras de la vida espiritual ». Una de ellas fue antaño saludada por el padre, sacerdote y sacrificador, que, ante un humilde banco de césped, celebraba, a la salida del sol, el culto de familia. Esta aurora teñía de rosa las nieves de la alta montaña, altar grandioso del templo que por cúpula tenía el gran cielo azul. La otra, reflejo de la primera – como lo son esos arcos iris desdoblados que reproducen el orbe generador sobre las nubes tormentosas – esa segunda aurora, a través de la distancia, a través de la sucesión de los siglos, colorea nuestro cielo cuyo horizonte se ilumina lentamente con las luces proféticas del alba del Himalaya. Contemplemos de cerca esas primeras luces. Estamos en la India, la tierra de nuestros antepasados los Aryas, pueblo de luz, de un lado en la alta Asia, del otro hacia 42 Persia, Egipto, Grecia y Roma, han marcado su estela deslumbrante como un largo reguero de estrellas1 . Fue sobre esta tierra privilegiada, desde hace treinta o cuarenta mil años, y más, si creemos ciertas historias, – cien mil tal vez, dice el Dr. Paul Gibier que ha estudiado mucho el orientalismo, – donde circularon los libros en los que fueron consignadas las primeras doctrinas religiosas formuladas por los hombres. Fue allí como fueron cantados poemas extraños, inocentes y sublimes, primeros balbuceos de la humanidad en su cuna2. – Ver la nota 2 al final del volumen.? «El alba está en los Vedas, – dice Michelet. – En el Ramayana, es la noche deliciosa donde todas las infancias, todas las maternidades de la naturaleza, espíritus, ríos, árboles y animales juegan juntos y encantar el corazón.» Fue allí donde estuvo el auténtico paraíso terrenal. ¿Qué dicen esos poemas? Dos personas unidas, el hombre y la mujer, con un impulso común, agradeciendo la luz, cantan juntos un himno a Agni, el Fuego divino: «Gracias por la luz del día que nace, gracias por la deseada aurora, por la lumbre que ilumina y hace sonreír la casa durante el invierno; gracias, gracias al buen Agni, el dulce compañero de la familia.» Dúo encantador, pura oración, conmovedora e ingenua adoración a ese fuego creador, fuente de toda luz, de todo calor, de toda vida. Durante siglo, los pueblos de Oriente escucharon, encantados y recogidos, esos hímnicos védicos que no se conforman con invocar al santo y glorioso Agni, sino que, elevándose más alto que un simple canto de gratitud, 1 Michelet, Bible de l’Humanité. El spiritismos n’est que le brahmanisme ésotérique à l’air libre. P. Gibier. 2 43 afirman – cosa increíble, en los mismos albores de la vida sobre la tierra – el principio de inmortalidad del alma y el dogma de la reencarnación. Repitamos esas voces del pasado. «Es – cantan los himnos védicos – una parte del hombre que es inmortal. Entre las almas, hay quiénes vienen hacia nosotros y marchándose, entonces otras regresan hacia nosotros.» Toda la doctrina esotérica1 esta presentida, esbozada, en esas palabras. Elevado por los ascetas, en el seno de los bosques de cedros que crecen en las pendientes del Himalaya, Krishna (Christna o Kirstna), prototipo de Jesucristo, fue el inspirador de las creencias hindúes. «Nacido también de una virgen, en una gruta donde se encontraba un asno,» fue escondido por sus padres de un rey que lo quería matar2. Iniciador en el primer momento, reformador de las doctrinas védicas, Krishna, rodeado de un pequeño numero de discípulos, iba de ciudad en ciudad, revelando, repitiendo la doctrina sagrada. Ahora bien, he aquí lo que enseñaba: «El cuerpo, envoltura del alma, de la que es su domicilio temporal, es algo perecible; pero el alma que lo habita es invisible y eterna. La salida del alma, después de la muerte, constituye el misterio de los renacimientos. Todo renacimiento feliz o desgraciado es la consecuencia de las obras practicadas en las vidas anteriores. 1 La doctrina esotérica, o oculta, es la que, desde hace mucho tiempo mantenida en secreto en los santuarios de los templos antiguos, y luego transmitida por los iniciados, ha sido admitida por el espiritualismo moderno, porque resume los principios fundamentales de la religión del futuro. 2 Se encuentran igualmente las más singulares analogías entre Buda y Krishna. 44 «Para alcanzar la perfección, hay que elevarse al Ser divino que está en cada uno de nosotros, pues, sabe, tú llevas en ti un Amigo sublime que no conoces. Dios reside en el interior de todo hombre; pero muy pocos saben encontrarlo. El hombre que sacrifica sus deseos a Aquél de donde proceden todas las cosas consigue la perfección. El hombre que encuentra en sí mismo su dicha y su luz es uno con Dios. Ahora bien, el alma que ha encontrado a Dios está liberada del renacimiento y de la muerte, de la vejez y del dolor. Bebe el agua de la inmortalidad. » Y Krishna decía todavía: «Las almas inspiradas por el amor de nuestros semejantes son las que pesan más en la balanza celestial. «El hombre justo y bueno debe caer bajo los golpes de los malvados; pero se parece al árbol de sándalo que perfuma el hacha que lo ha talado. «Vosotros y yo – decía a sus discípulos – hemos tenido varios nacimientos. Los míos no son conocidos más que por mí; pero vosotros no conocéis los vuestros. Aunque por mi naturaleza, ya no me vea obligado a renacer y a morir más, todas las veces que la virtud se debilita en el mundo, sucumbiendo bajo la injusticia y la perversidad, entonces me hago visible y regreso así de época en época, para la salvación del justo y el castigo del malvado. « Mucho tiempo antes de que se despojen de su envoltura moral, las almas que han practicado el bien adquieren la facultad de conversar con los almas que les han precedido en la vida espiritual.» «Tales son las revelaciones1 – la palabra no es demasiado fuerte – que nos han venido desde el fondo de la Asia prehistórica. La humanidad ha tenido pues, realmente, reveladores que la han iniciado en las verdades supremas, 1 E. Nus, les Grands Mystères. 45 desde salvadores que han venido a asistirla en sus días de desfallecimiento – hombres, criaturas de Dios, como nosotros, pero superiores a las almas entre las que descendían, como el adulto es superior a los niños que enseña. «La debilidad intelectual y moral de sus discípulos ha podido velar la luz que éstos habían aportado, pero no apagarla. Bajo las fábulas en las que la humana puerilidad envuelve la palabra de vida, la inteligencia despierta encuentra en ellas y obtiene el texto divino. «algunas frases de los más viejos libros del mundo nos han aportado unas luces que brillaban en los albores de la humanidad y que, todavía hoy, sobrepasan el entendimiento vulgar. Ellas no han podido ser halladas por esos hombres niños que las han escrito… ¿bajo el dictado de qué inteligencia?» Deben haber venido más allá de la tierra. » Sea como sea, de los Aryas procede esa luz. En los más remotos y oscuros pasados, ¿quién les dio a conocer a esos pastores sencillos y puros, pero ignorantes, lo que sabían, lo que al menos presentían? Sin duda, estaban atraídos hacia el infinito por los amplios horizontes de sus llanuras y de sus montañas. Pasaban largas horas mirando la inmensidad del azul que se extendía sobre sus cabezas, observando la marcha de las constelaciones y se preparaban para comprender a Dios mediante la contemplación del cielo. Apenas separados de la naturaleza, le hablaban y escuchaban su voz. Esta gran madre, la cual discurría por sus arterias, se les presentaba como viva y animada1. Pero, ¿quién ha podido revelarles el Ser de los seres, «aquel, así como se expresan los Vedas, del que ha emanado el río de la vida, principio y raíz, causa productora de la naturaleza, 1 Renan, les Religions de l’antiquité. 46 amo de la vida y regulador de los mundos, de quién todo procede, en quién todo subsiste y a quién todo retorna?» ¿Quién les hizo entrever los misterios de la evolución, la existencia de esta substancia difusa que llena los espacios y cuya condensación crea los soles y las tierras, – esta sucesión de existencias, este encadenamiento de los seres y esta unión de la creación, en definitiva, bases de la inmortalidad racional que se convertirá en el inalterable credo de la humanidad futura? Sin duda, esas grandes nociones no tardaron en borrarse del espíritu humano y desparecieron bajo un montón de fábulas inverosímiles y grotescas. Hay cuentos de hadas para niños cuya extravagancia constituye todo su encanto. Solamente la imaginación crea para esos seres primitivos, que no tienen ni razón ni conocimientos, una especie de vida moral sin la cual su cerebro no funcionaría. Para ser aceptados por las razas burdas, los iniciadores se vieron obligados a envolver de imágenes más o menos transparentes las verdades que querían enseñar. Y esa es la razón de que las primeras leyendas fueran símbolos cuyo sentido oculto permaneció confinado en las criptas de los iniciados. Luego resultó que el sentido simbólico también se perdió. El espíritu de los apóstoles primitivos se había apagado. Algunos hombres inteligentes, pero ambiciosos, se habían envuelto de un prestigio ante el cual se inclinaron las muchedumbres. La casta fue reconocida y consagrada. El sacerdocio se materializa como el vulgar y no discierne ya el espíritu de la letra, el pensamiento de la forma. La fantasía inventa dogmas; la alucinación crea dioses. «Pero a pesar de todo el espíritu humano ascendía. Razones más lúcidas, conciencias más sanas se desprendían poco a poco de esas tinieblas. Incluso para la multitud, en 47 medio del desorden, algunas verdades habían sido adquiridas. «Y cuando ser reaccionaba contra esas quimeras, cuando la duda invadía las almas, cuando el pueblo comenzaba a burlarse de sus divinidades falsas y dos augures no podían ya mirarse sin reír, cuando por fin la humanidad buscaba en el horizonte una luz nueva – entonces reaparecía la luz. » (Eugène Nus.) Son esas luces intermitentes cuyas huellas buscaremos a través de los tiempos y a través de los pueblos. ______________________ Después de Asia, he aquí Egipto. He aquí al Egipto grandioso, austero, misterioso, tierra de esfinges – esfinge él mismo. Y también esta tierra fúnebre que nos va a iniciar en los misterios de ultratumba. Sí, aquí está el país de la muerte, con sus innumerables sepulturas, sus necrópolis, sus momias. No se ven más que tumbas de un extremo al otro de Egipto. Aquí sus pirámides, esas «montañas de dolores» como las llama Michelet, donde se sepultaban sus reyes; allá, sus inmensas necrópolis horadadas en las rocas duras de las cadenas arábigas que un eterno trabajo transformaba en nichos funerarios. Cuántas vidas humanas, cuánto dolor y lágrimas en el amontonamiento de esos gigantes mausoleos, en la abertura de esos subterráneos, ¡auténticas ciudades sepulcrales! Sin embargo, no nos engañemos. Ese culto permanente por la muerte no era, en realidad, más que la contrapartida del culto por la vida. Era para sustraerse a la 48 muerte todo lo que se podía, como una civilización entera, durante una larga serie de siglos, no se propuso otro objetivo que asegurarse el tránsito a la segunda vida del sepulcro. El valle del Nilo es una tierra de dos caras. Si con sus obeliscos, sus esfinges, sus innumerables piedras con inscripciones simbólicas, sus mausoleos cubiertos de jeroglíficos y sus templos que asemejan tumbas gigantescas, se nos presenta como un amplio papiro mortuorio, por otra parte es para el africano del desierto la tierra que quita la sed, la lujuriosa esposa del Nilo que la fecunda con sus aguas y la fertiliza con su limo periódicamente expandido. He aquí bajo que doble aspecto aparece esta tierra a ninguna otra igual. Mientras que Europa admira en ella las austeras grandezas, el África sedienta no ve más que las aguas del poderoso nutriente, aunque, según la pintoresca imagen de Michelet, « se la podría representar muy bien como una inmensa esfinge hembra, de la longitud del Nilo, una nodriza colosal, de luto, que muestra su rostro lúgubre a los pueblos blancos, mientras que ante su teta y su opulenta grupa, el negro se mantiene arrodillado.» Que Egipto sea el heredero directo de las doctrinas de la India o que las posea ya desde la más remota antigüedad, no es menos cierto que la gran voz primitiva de la alta Asia ha encontrado un eco en la misteriosa tierra de los faraones1. 1 Lo que seguramente no se podría cuestionar, es la prodigiosa antigüedad de la primera civilización egipcia que se remonta a la antigua raza roja, la primera del mundo. En una inscripción de la cuarta dinastía, se habla de la esfinge colosal de Gizé como de un monumento cuyo origen se había perdido ya en la noche de los tiempos y que habría sido encontrado, por casualidad, enterrado en las arenas bajo las que estaba olvidada desde numerosas generaciones. Ahora bien, la cuarta 49 Es un error que numerosos historiadores hayan creído poder asimilar esos faraones de Egipto a los déspotas de Ninive y de Babilonia. Cuando en Asiria la realeza se esfuerza en destruir el sacerdocio y hacer de él un instrumento dócil, en Egipto, por el contrario, fue el sacerdocio lo que disciplinó a la realeza, expulsando a los déspotas y gobernando la nación sin abdicar nunca, y eso, gracias a su oculta y poderosa organización. Fue por su « armazón religioso científico » como Egipto se convirtió en el eje en torno al que evolucionó el pensamiento religioso de la humanidad, pasando de Asia a Europa. Fue en el templo de Osiris donde se conservó intacta la ciencia divina y todos los misterios de la iniciación. Fue allí donde se elaboró la famosa doctrina del Verbo-Luz, que Moisés encerrará en su arca de oro y de la que Cristo se convertirá, más tarde, en su viva encarnación. La esfinge, primera creación alegórica de Egipto, se convirtió en su marca distintiva, el símbolo de su cuádruple significación, la imagen de la naturaleza calma en su fuerza, temible en su misterio. Esa cabeza de mujer sobre un cuerpo de toro, con garras de león y que repliega sus alas de águila bajo los flancos de su fecundidad, es la Isis terrestre en la síntesis de sus vidas y quién resume, en ese monstruo simbólico, esta gran idea de que la naturaleza humana emerge de la naturaleza animal1. (Ed.Schuré). dinastía nos remite al menos a cuatro mil años antes de Jesucristo. Que se juzgue de ello la prodigiosa antigüedad de la esfinge.(Ed. Schuré). 1 Escuchemos a la esfinge; ella misma se define así: – Mírame, dijo, tengo una cabeza humana, en la que reside la ciencia, pero la ciencia sola no basta, y por eso tengo garras de león; estoy armada para la acción. Pero esas patas no son lo suficientemente sólidas porque tienen que soportar mis flancos de toro. Prosigo mi meta laboriosamente, con la paciencia del buey que traza su surco. Y cuando tengo algún desfallecimiento, agito mis alas de águila, me arrojo al dominio de la intuición, escruto los secretos de la vida universal, luego 50 Fue en los libros sagrados de Hermes «el divino» donde fue formulada y conservada la doctrina secreta. Él la ideó, la escribió, la ocultó parcialmente, callándose con prudencia y sin embargo hablando. «Y habiendo ordenado a los dioses sus hermanos, servirle de cortejo, subió a las estrellas.» Pero antes de subir hacia la luz, había conversado con el Invisible, había tenido una visión1. – Y esta visión era la siguiente: Un día, Hermes se durmió tras haber reflexionado sobre el origen de las cosas. Un pesado sopor se apoderó de su cuerpo; pero su espíritu subía en el espacio. Entonces, le pareció que un ser sin forma determinada lo llamaba por su nombre. –¿Quién eres? – preguntó Hermes asustado. – Soy la Inteligencia soberana; ¿qué deseas? –Contemplar la fuente de los seres, conocer a Dios. De inmediato, Hermes se sintió inundado de una inefable luz donde flotaban sombras transparentes… Luego, de repente, unas tinieblas descendieron sobre él. Entonces se levantó del abismo una voz, el grito de la luz, y de las húmedas profundidades salió un fuego sutil que, levantando a Hermes, lo transportó en las elevaciones vuelvo a retomar mi obra en silencio – ciencia, fuerza, paciencia, idealidad, eso es lo que soy, yo la esfinge, yo Egipto. 1 Esa visión no fue escrita en ningún papiro. Fue grabada en símbolos, sobre las estelas de la cripta del templo de Osiris. De pontífice en pontífice, la explicación era transmitida oralmente, y era sobre la plataforma del templo, en el esplendor de las tibias noches egipcias, cuando el hierofante la repetía a los iniciados a los que él conducía hasta el final de la última prueba. (Ed. Schuré). 51 etéreas. Coros de astros se expandían en el espacio y la voz de la luz llenaba el infinito. –¿Has comprendido los que has visto? – preguntó la voz. – No, – respondió Hermes. – Vas a aprenderlo. La luz que has visto antes es la inteligencia divina que encierra toda cosa en potencia. Las tinieblas, es el mundo material donde viven los hombres de la tierra. Y elfuelo que has visto crepitar en las profundidades, es el Verbo divino. – Dios es el Padre, el Verbo es el Hijo, su unión es la Vida. –Déjame ver la vida de los mundos – pidió Hermes – el camino de las almas, de dónde viene el hombre y a donde regresa. Entonces Hermes vio un espectáculo maravilloso. El espacio infinito, el cielo estrellado lo envolvía por todas partes. –Maestro, – preguntó Hermes, – ¿cómo se produce el viaje de los hombres a través de todos estos mundos? –¿Ves esta simiente luminosa que cae desde las etéreas alturas? Son los «semillas de alma». Flotan como vapores ligeros, dichosos, pero no conocen su dicha. Y cayendo de esfera en esfera, se revisten siempre con envolturas cada vez más pesadas. En cada encarnación, adquieren sentidos corporales adecuados a los medios en los que habitan. A medida que entran en cuerpos más densos, pierden el recuerdo de su origen celestial. Cada vez más embriagados por la materia, se precipitan, con estremecimientos de malsana voluptuosidad, a través de regiones de dolor, de amor y muerte, hasta la jaula terrestre donde tú mismo gimes y donde la vida divina no te parece más que un vano sueño. 52 El alma es hija del cielo, pero su viaje es una prueba. Mira ese enjambre de almas que tratan de subir hacia las regiones etéreas. Unas son captadas hacia la tierra, como torbellinos de pájaros que la tempestad caza. Las otras, a grandes golpes de ala, alcanzan la esfera superior. Ellas cubren el sentido de las cosas y se vuelven luminosas, pues poseen lo divino en sí mismas. Las almas más puras, dispersas en las esferas como haces de destellos, suben hasta el Padre, entre las poderosas, siendo ellas mismas poderosas. Y ahí es donde todo acaba y donde todo vuelve a comenzar eternamente. Y Hermes escuchó el coro de las esferas que decían al unísono: ¡Sabiduría! ¡Amor! ¡Justicia! ¡Esplendor! ¡Ciencia! ¡Inmortalidad! He aquí cual fue la visión de Hermes. Es a partir de esta visión, este sueño, esta revelación… y que, con seguridad, en el mismo sentido también son válidas las visiones de Ezequiel o las del Apocalipsis, como fue erigida la doctrina que, sobre los pasos de los poblaciones emigrantes, se expandió por todas las playas del Mediterráneo fue aceptada por las diversas civilizaciones que, según su idiosincrasia, modificó sus costumbres y aptitudes. Fue de este modo como se hizo monoteísta en Judea y politeísta en Grecia, sin que la economía fundamental haya sido profundamente alterada. Tras las invasiones que desencadenaron tempestades en Egipto, la escuela de Alejandría recogió algunas parcelas que heredó el cristianismo naciente, mientras que, por otra parte, los iniciados escapados de la tierra devastada de los faraones hicieron penetrar en la Hélade los principios fundamentales de la doctrina hermética. 53 A pesar de la confusión inextricable de imperios fundados por los unos, destruidos por los otros, conquistados, perdidos, reconquistados, cultos rivales que se imponen o se prohíben, razas enemigas que se oprimen y se degüellan por turno, a pesar de esas salvajes matanzas y esos torrentes de sangre que durante siglos hicieron correr los enfrentamiento de pueblos fanáticos – siempre fueron enseñadas las mismas doctrinas, más o menos, en el fondo de todos los santuarios. Los símbolos se parecen en todos los pueblos, las leyendas se repiten, los dogmas se copian. Tanto en India como en Egipto, en Caldea y Judea, su Noe ha repoblado la tierra después del diluvio. Como el Noé de la Biblia, el Noé de los brahmanes, Satyaurata, tiene tres hijos. Tras la salida del arca – pues hay una arca también – bebe un licor de arroz, se emborracha y se duerme desnudo. Su hijo Charma se burla y llama riendo a sus hermanos que se indignan y cubren con sus vestidos a su padre. Al despertar NoéSatyaurata, siendo informado de los hechos, maldice de todo corazón al irreverente hijo: «Tú serás, le dijo, el servidor de los criados de tus hermanos.» La historia de Adán y Eva, comprendida la tentación de la serpiente, se encuentran palabra por palabra en las fábulas orientales. No son solamente las doctrinas y las leyendas, sino aún las mismas costumbres que se encuentran en todo país. Todo indica que una corriente tradicional, a la vez intelectual y moral, descendió desde las altas planicies de Asia y se expandió por toda la tierra habitada, modelando las inteligencias, identificando los puntos de vista y formando las civilizaciones. Todavía es dichoso que en medio de extravagancias pueriles se hayan extendido ciertas ideas preservadoras, transmitido algunos presentimientos cuya universalidad presenta un carácter extraño y excepcional. 54 Es así como en la base de todas las religiones conocidas, por informes que sean, se encuentra el dogma fundamental del Ser infinito de donde proceden los seres. –De Brahma, proviene el huevo del mundo, – dice el indio. –De Knef, procede el huevo del mundo y el universo, – repite el egipcio. –El Eterno ha creado a ormuzd y a Ahriman, – proclaman los magos. – El Ser no creado, ha creado todo, – dicen cada uno en su lengua, en Babilonia, Tyr y Sidon. –Es de Esus de donde fluye la vida, – afirman los druidas en sus bosques de robles. – Júpiter es el principio y el regulador del mundo – dicen los antiguos poetas griegos, haciéndose eco de las doctrinas órficas. Pero no nos anticipemos. Dejemos Oriente y pasemos a Europa. ____________________ Llegamos a Grecia. Sobre las olas azules de uno de los más bellos mares que existen en el mundo, ella deslumbra por sus promontorios y sus golfos desmenuzados, parecidos a los recortes de una gigantesca hoja de morera, y de sus costas cinceladas, a las innumerables islas que enguirnaldan sus arrecifes, van y vienen las olas que las baten armoniosamente con sus remolinos, cercándolas con sus espuma plateada. ¿Qué no se ha dicho ya de ese país de la belleza de su mar y de su cielo que mezclan su azul, sus montañas de mármol esculpido que la aurora tiñe de rosa y que el crepúsculo oculta con terciopelo violeta? 55 Es bajo la inspiración de esta incomparable naturaleza como se ha formado el genio de la raza helénica, ligera, ondulante, elocuente, artística sin rival y cuya imaginación creadora supo ilustrar tan bien esta tierra que la naturaleza ya había hecho tan bella. Todo allí era espectáculo, y la mirada, embriagada de su luz, flotaba, iba del mar a las montañas, del poblado de blancas estatuas que llenan las ciudades, a las orgullosas líneas de la Acrópolis o a las columnatas del Partenón. Grecia estaba habitada desde hacía miles de años, por una población de raza blanca vecina de los Getes, de los Escitas y los Celtas primitivos. Esta raza aislada de mezclas múltiples constituía la resultante de todas las civilizaciones anteriores. Colonias venidas de la India, de Egipto, de Fenicia, le habían aportado sus idiomas, sus costumbres, sus innumerables divinidades. De todos esos cruces había salido un pueblo refinado, comprensivo cuya lengua armoniosa imitaba todas las voces de la naturaleza, desde el trino de los pájaros, hasta el murmullo de las olas rompiéndose en las orillas. Fue en esta lengua ligera y clara, y bajo la inspiración de su genio luminoso, como Grecia supo traducir las bellezas y los misterios a veces oscuros de la doctrina oriental. Orfeo, Hómero, es decir la música y la poesía, cantaron a la tierra encantada las estrofas de la armonía divina de la que se embriagó el alma de la Hélade1. Esta alma no ha sido generalmente comprendida. La mayoría de los historiadores no han visto más que la Grecia exterior, bajo los rayos deslumbradores de su sol, una 1 La tan prequeña Grecia ha hecho más que todos los imperios. Con sus inmortales obras, ha dado el arte que las hizo, sobre todo el arte de creación, de educación, que hace a los hombres. Ella es (ese es su gran nombre) el pueblo educador (Michelet(. 56 Grecia cuyo casco empenachado brillaba en la polvareda de sus fiestas, de sus juegos heroicos o de sus campos de batalla. Desde luego, son sublimes, son inmortales y suenan como una fanfarria, los prestigiosos nombres de Marathon, de las Termopilas, de Salamina, de Platea o de Mycale; pero también es en sus templos donde hay que buscar el alma de la Hélade religiosa, en los santuarios de Júpiter en Olimpia, de Junon en Argos, de Ceres en Eleusis, de Apolo en Delfos y de Minerva en Atenas. «Ceres y Proserpine,–leemos en Michelet1– (que no ha comprendido la Grecia de los santuarios, no ocupándose casi siempre más que de fantasías esotéricas de su mitología) la tierra desde lo alto y la tierra desde abajo, eran muy temidas. Sin la una no se ve y la otra tarde o temprano nos recibe en el reino de las sombras. La guerra, la invasión, que no respetan nada, se detenían ante sus altares. Se les constituyó como guardianes de la paz. Tuvieron numerosos santuarios, en Dodone, en la misteriosa Samotracia donde se las vinculaba a los genios del fuego, en la volcánica Sicilia, y especialmente en el gran paso que abría o cerraba Grecia, en el desfiladero de las Termópilas. Desde Eleuseis, cubrían Atica.» Es restringido – dice Ed. Schuré,– el número de los que han comprendido la grandeza y majestad de la figura de Orfeo, con el cual uno se obstina en no ver más que al « trovador » de Grecia, el hombre de la lira, domando con sus melodías mágicas a los leones y las panteras de los bosques. Escuchad lo que cuenta a uno de sus discípulos de Delfos, en relación con la muerte de su querida Euridice: «…subía a la gruta sagrada de Trofonius cuando caí en un profundo letargo. Duramente ese sueño se me apareció Euridice. Ella flotaba en un nimbo pálido, como 1 Bible de l’Humanité. 57 un rayo de luna, y me dijo: «Por mí, tú has desafiado el infierno, me has buscado entre los muertos. Aquí estoy; acudo a tu voz. No vivo en el seno de la tierra, deambulo por el espacio llorando como tú. Si quieres liberarme, salva Grecia, dándole la luz. Entonces yo misma, encontrando mis alas, ascenderé hacia los astros y tú me encontrarás en la luz de los dioses. Hasta allí, debo errar en la esfera turbia y dolorosa.» Quise agarrarla, pero se desvaneció como una sombra. Solamente oí como la vibración de una cuerda que se rompe; luego una voz débil como un aliento, triste como un beso de despedida, murmurando: – ¡Orfeo! A esta voz, me desperté. Ese nombre pronunciado por un alma había cambiado mi ser. Sentí pasar por mí el estremecimiento sagrado de un inmenso deseo y el poder de un amor sobrehumano. Euridice viva me hubiese dado la embriaguez de la felicidad; Euridice muerta me hizo encontrar la verdad. Fue por amor como me he vuelto a poner el hábito de lino y me he entregado a la gran iniciación de la vida ascética. Fue por amor como he buscado la ciencia divina, como he atravesado las cavernas de Samotracia, los pozos de las Pirámides y las tumbas de Egipto. He registrado la muerte para buscar allí la vida, y más allá de la vida he visto los limbos, las esferas luminosas, el Éter de los dioses. La tierra me ha abierto sus abismos, el cielo sus pórticos luminosos. He arrancado la ciencia oculta bajo las momias. Los sacerdotes de Isis y Osiris me han entregado sus secretos. Ellos no tenían más que esos dioses, yo tenía a Eros. Gracias a él, he podido interpretar las palabras de Hermes y de Zoroastro. Pero ha llegado la hora de confirmar mi misión mediante mi muerte. Todavía una vez más necesito 58 descender a los infiernos para subir al cielo (Poemas órficos)1» ¿La lira de Orfeo, esa «voz de los templos inspirados» no ha producido sonidos más desgarradores y profundos? ¿No son esos los acordes moribundos que se cree escuchar, leyendo esta página melancólica, tan tierna y de tan elevada inspiración religiosa? _________________________ Entre los filósofos griegos, por encima de Sócrates, por encima de Platón y mucho más alto que Aristóteles, destaca la gran figura de Pitágoras, maestro en todas las ciencias de la época: matemáticas, medicina, fisiología. Cosa distinta fue en astronomía. Sobrepasó hasta tal punto su siglo y la propia antigüedad, que su sistema, esbozo grandioso de los de Copérnico y Galileo, se adelantó dos mil años a los descubrimientos de la ciencia moderna. Antes que cualquier otro, declaró que la tierra gira sobre si misma, al mismo tiempo que gravita alrededor del sol, que es este astro el que presta su luz a la luna, que las estrellas son soles, centros de sistemas planetarios en los que él reconoció la habitabilidad; nociones exactas sobre la naturaleza de los cometas y los fenómenos de los eclipses – tales fueron las conquistas de ese prodigioso genio. Gran iniciado de los templos de Egipto y Babilonia, supo gracias a su inteligencia soberana, creadora y ordenada, comprender mejor que nadie el alma de Grecia y aplicarle el pensamiento religioso un poco fluctuante de sus antepasados. Pitágoras fue el maestro de la Grecia laica, como Orfeo lo había sido de la Grecia sacerdotal. Fue él quién, secundado más tarde por Sócrates y Platón, sus herederos 1 Les Grands Initiés. 59 intelectuales, amplió la esfera de acción de las doctrinas secretas. Coordinó las inspiraciones órficas en un sistema que rodeó de pruebas científicas, y fue con ardor propagandístico como vulgarizó los principios fundamentales de un extremo al otro del mundo antiguo. Fue en la colonia dórica de Crotone, vecina de Sibaris, donde Pitágoras fundó un instituto para la iniciación laica de la juventud, con la intención de transformar poco a poco la organización política de las ciudades griegas del golfo de Tarente. Fue allí donde se llevó a cabo la gran obra de Pitágoras. «Brillaba sobre la colina, entre los cipreses y los olivos, la blanca hilera de los hermanos iniciados. Mas allá del río, se percibían sus pórticos, sus jardines, su gimnasio. Desde lo alto de la terraza superior, se dominaba la ciudad con su Pirtaneo, su plaza pública, su puerto, mientras que a lo lejos brillaba el golfo engarzado entre sus rocas marrones como en una copa de ágata y como el mar cerraba el horizonte de su línea azul».1 Y fue allí, sobre esa maravillosa tierra de Italia que recordaba todos los esplendores de Grecia, donde Pitágoras iniciaba su doctrina de teorías a jóvenes mujeres y a grupos de efebos que, cada día, iban a cumplir sus ritos, unas al templo de Ceres y los otros al templo de Apolo. El maestro les enseñaba que el hombre ha recibido de Dios su parte invisible, inmortal, activa que se llama espíritu, al mismo tiempo que su parte visible, perecible, pasiva que se llama cuerpo y que esos dos elementos están unidos el uno al otro por un tercer elemento intermedio derivado del fluido cósmico o éter y que no es otra cosa que el alma, especie de cuerpo etéreo con el que el espíritu se «teje», se confecciona el mismo. 1 Les Grands Initiés. 60 Cuando sobreviene la muerte, el cuerpo regresa a la tierra, mien tras el espíritu y el alma, indisolublemente unidas, se elevan hacia las esferas divinas. Pero esta ascensión del alma que constituye el drama grandioso de la vida no tiene más que un modo de realización: la « transmigración de las almas ». Esta doctrina conocida – digamos más bien desconocida – bajo el nombre de « metempsicosis » es la parte de la doctrina oculta que más en exceso han disfrazado los literatos y los filósofos, tanto en la antigüedad como en nuestra edad moderna, donde parecen querer rivalizar de incapacidad el escepticismo sistemático y la inaptitud para comprender las nociones espiritualistas más accesibles. Lo que enseñaba Pitágoras y lo que constituye el fundamento mismo de las tradiciones esotéricas, es la doctrina de la vida ascensional del alma, a través de una serie de existencias sucesivas que vincula las unas a las otras en la persecución de un objetivo único: la depuración y el perfeccionamiento de la individualidad humana. Lo que contaba pues Pitágoras a sus jóvenes iniciados era la historia celeste de Psique, – nombre que los griegos daban al alma. Psique es una parcela individualizada de la gran alma del mundo, un destello de la divinidad. Para llegar a la situación que ocupa en este mundo, hace falta que atraviese todos los reinos de la naturaleza, que pase por toda la escala de los seres. En primer lugar, fuerza ciega, chispa dormida en el mineral, luego individualizada en el vegetal, luego galvanizada por el instinto, luego hecha eficiente por la sensibilidad y por último despertada por la inteligencia del animal y del hombre, acaba por llegar a la lucidez consciente de sí misma, término definitivo de esta larga y lenta elaboración. 61 Así pues, en su origen, el inconsciente Psique no ha sido más que un soplido que pasa, una semilla que flota, un débil pájaro golpeado por vientos que emigra de existencia en existencia… y hela aquí sin embargo cuando, a lo hora inefable de la resurrección – después de millones de años, tal vez; pero ¿qué importa? – se convierte en la hija de Dios y no reconoce otra patria que el cielo. Y es porque la poesía griega, de un simbolismo tan profundo, compara el alma con el insecto alado, con el ínfimo gusano y con la mariposa celeste. ¿Cuántas veces ha sido crisálida antes de la eclosión liberadora? Ella no lo sabrá nunca, tal vez; pero lo que sabe, lo que siente, ¡es que tiene alas! «El hombre renace, todo está en esa frase. Nosotros éramos las generaciones del pasado, seremos las generaciones del futuro. Recogemos lo que hemos sembrado antes; lo que sembremos hoy lo recogeremos más tarde. – Si la justicia no está ahí, que se me diga entonces donde hay que buscarla. El hombre renace, aumentado por su valor, ennoblecido por su constancia, elaborado por sus dolores. La muerte no es más que una palabra. Cada existencia es una etapa en el camino de la perfección. Hay rezagados en ese camino, incluso desertores; pero tarde o temprano, los primeros lo consiguen y los segundos regresan. El alma humana puede descender y retroceder; pero no podría abdicar. Puede borrar su consciencia, embrutecer su razón, disminuir su libertad, volver a descender, tal vez, mediante una serie de lamentables degradaciones, hasta esas razas medio animales de donde el hombre ha emergido lentamente. Pero ese hombre no puede suprimir su principio. No podría perder lo que ha adquirido por sí mismo; ahora bien, no puede retroceder más allá del punto de donde ha partido, pues ese punto no le pertenece »1. 1 Les Grandes Mystères. 62 He aquí lo que dicen los filósofos modernos, tras haber meditado sobre lo que nos han enseñado los teósofos antiguos. ¡Ah! es que nos importa a todos saber lo que ha sido el vertiginoso pasado de nuestra alma; ahora conocemos la dolorosa y gloriosa historia de Psique, la divina. Es su descenso y su cautividad en la carne, sus sufrimientos, sus luchas, su triunfo, su ascensión gradual y su regreso final a la luz, es ese drama poderoso de la vida que estaba representado en los misterios de Eleusis. Doctrina siempre semejante a sí misma, a pesar de las modificaciones que aportaron las diversas civilizaciones, – la misma en Grecia, la misma en Egipto, la misma en la India, – y que se puede resumir en tres líneas: Justa apreciación de la muerte y de su auténtica naturaleza; conocimiento de las vidas sucesivas; comunicaciones reveladas entre los vivos y los habitantes del Más Allá. En eso consisten los dogmas de los misterios esotéricos a los que Sófocles llamaba « las esperanzas de la muerte » y tal como fue la doctrina pitagórica de la que Sócrates y Platón se hicieron los intérpretes en Ática, pero bien más tímidamente de lo que le había hecho el maestro. Sócrates no se hizo iniciar. Platón hizo un viaje a Egipto, fue admitido en los misterios y luego regresó a Grecia, donde fundó su academia. Pero en calidad de iniciado, creyó deber guardar una cierta reserva, reserva tal que, en su sistema filosófico, la gran doctrina permaneció singularmente oscura y velada1. En cuanto a Roma, tuvo adeptos más o menos declarados, sobre todo más o menos iluminados. Cicerón, 1 Lo que Orfeo ha revelado mediante oscuras alegorías, dice Proclus, Pitágoras lo enseña abiertamente tras haber iniciado en los misterios órficos y Platón tuvo pleno conocimiento de ellos por los escritos órficos y pitagóricos. 63 Ovidio, Virgilio, Tácito, que en sus obras hablan frecuentemente de sueños, apariciones y evocaciones de muertos. ________________ Pero todavía nos quedan otras voces que escuchar. Han pasado siglos. Un poco antes de nuestra era, – dice Léon Denis1 – al mismo tiempo que el poder romano crece y se extiende, se ve la doctrina secreta retroceder y perder su autoridad. Los auténticos iniciados se hacen escasos. El pensamiento se materializa. La India se duerme en su sueño; la lámpara de los santuarios egipcios se ha apagado para siempre; Grecia entregada a los retóricos y a los sofistas insulta a los sabios, proscribe a los filósofos y profana los misterios. Los oráculos están mudos; la superstición, la idolatría y la lujuria han invadido los templos y la orgía romana se desencadena sobre el mundo con saturnales y su bestial borrachera. Desde lo alto del Capitolio, la loba saciada domina pueblos y reyes. César emperador y dios gobierna en una apoteosis sangrienta. Y además y por todas partes, qué desorden en el caos de las aglomeraciones humanas, auténticos rebaños enloquecidos, embriagados de odios y cóleras. Cada pueblo tenía sus dioses representando sus deseos y sus pasiones, encarnando sus instintos, resumiendo sus potencia malévolas. Esas religiones parciales más o menos bárbaras habían agrupado razas, creado nacionalidades, establecido imperios. Y todos esos grupos, reunidos alrededor de sus fanáticos sacerdotes, se abalanzaban los unos sobre los otros en nombre de sus dioses más feroces todavía que sus adoradores. ¿Cuántas veces no se vio en el mismo seno de una nación sectas rivales, divididas por ineptas argucias, 1 Après la mort. 64 ahogarse en la sangre de sus inconscientes y estúpidos furores? Y es entonces cuando nace Cristo, desde mucho tiempo antes anunciado, cuando menos presentido, por los antiguos profetas1. Mezcla de mazdaismo, de brahmanismo, de budismo y del idealismo de Platón, la gran religión occidental es casi exclusivamente aryena. Aparte de los préstamos tomados de la India antigua, hemos incorporado el ceremonial del budismo, sus ornamentos, sus conventos monacales y de monjas. El Zend-Avesta nos ha dado su paraíso, su infierno, su príncipe de las tinieblas, su liturgia y sus ángeles de la guarda. Los platónicos han alimentado el evangelio de san Juan, la quintaesencia de la metafísica cristiana. Si por otra parte se atribuye a Persia la caída de Adán de dónde nace la idea del redentor, poco queda en el activo de Judea salvo el Dios de los salmos fúnebres y el espíritu de intolerancia y fanatismo inculcado a la Iglesia por San Pedro. (Eugène Nus) También se puede decir que el esoterismo discurre a manos llenas en toda la doctrina cristiana; pero de un modo muy velado en sus parábolas, disimulado o incomprendido por los traductores, desfigurado sobre todo por las tradiciones eclesiásticas. Tratemos de levantar un poco ese velo2. Jehoshoua, al que llamaos Jesús, de su nombre helénico Iησυς, nació en Nazaret. Era hijo de Myriam, a la que nosotros llamamos María, esposa del carpintero José, una galilea de noble cuna y afiliada a los esenios. 1 Esaias, L 1, 1 a 5; L III, 2 a 8. Ed. Schuré, les Grands Initiés. – Es de este autor de quién tomaremos las siguientes apreciaciones sobre la persona de Cristo. 2 65 La leyenda ha envuelto el nacimiento de Jesús con un paño de maravillas. Tratemos de desprender el sentido esotérico de la tradición judía mezclada con la leyenda cristiana. La acción providencial que preside el nacimiento de cada hombre es más visible en el nacimiento de los genios cuya aparición no se explica en absoluto por la única ley del atavismo físico. Alcanza su más alta intensidad, cuando se trata de uno de esos divinos profetas destinados a cambiar la faz del mundo. El alma elegida para una misión divina viene libremente, conscientemente, a la tierra; pero para que entre en escena, es necesaria una madre de élite que, por el deseo de su alma y la pureza de su vida, atraiga y encarne en su carne el alma de aquél que está destinado a convertirse, a ojos de los hombres, en un « hijo de Dios ». – Tal es el profundo sentido que encierra el antiguo símbolo de la Virgen-madre. El genio hindú ya lo había expresado en la leyenda de Krishna; pero los evangelios de Mateo y de Lucas lo han mostrado con una sencillez y una poesía muy superiores. Jesús creció en la tranquilidad de Galilea. Su alma inquieta y curiosa buscaba, se informaba, quería comprender. Por boca de sus padres, aprendió a conocer las Escrituras al mismo tiempo que le fue revelado el extraño destino del pueblo de Dios, en las fiestas periódicas del año, tales como la de los Tabernáculos. Esta vida mística se unía en el adolescente con una notable lucidez de la realidad. Lucas nos lo muestra a la edad de doce años «creciendo en fuerza, en gracia y en sabiduría ». La conciencia religiosa fue en él algo innato, íntimo, independiente del mundo exterior; pero la conciencia mesiánica no podía despertarse más que con el choque de las impresiones interiores y bajo la influencia de una iniciación especial. 66 Esta iniciación le fue proporcionada por los Esenios que, en la vida retirada que éstos llevaban a orillas del mar Muerto, habían conservado la tradición de los profetas y el secreto de la pura doctrina. Este grupo de iniciados se dedicaba al ejercicio de la medicina, pero, proponiéndose un objetivo más elevado, enseñaba a un pequeño número de adeptos las leyes que rigen el universo y lo que sabía de los misterios de la vida. El culto que esos hombres sencillos y puro rendían a Dios era completamente espiritualista. Profesaban el dogma fundamental de la doctrina pitagórica, es decir la preexistencia del alma y la serie de sus vidas sucesivas, consecuencia y razón de su inmortalidad. Fue en medio de ellos y bajo su dirección, como Jesús dedicó a su iniciación los años de su adolescencia, sobre la que los Evangelios han guardado un silencio singular, pero significativo. Estudió sus dogmas y se ejercitó en la terapéutica oculta. Las pruebas de esta preparación especial se desprenden del hecho que, inmediatamente después de su encuentro con Juan Bautista, tomó de algún modo posesión de su ministerio y entró en Galilea con una doctrina asentada, la seguridad de un profeta y la consciencia aparente de su misión mesiánica. Desde entonces, aceptó el rol temible de su incomparable misión para la que lo habían predestinado los siglos. Se había preparado suficientemente. Poseedor de ese don misterioso de una segunda visión que, en todos los tiempos, ha caracterizado a los iniciadores, iba y venía entre las multitudes, sondeando los corazones, despertando las conciencias, en ese sentimiento de amor inefable que experimentaba por sus hermanos humanos, y cuando decía a uno de ellos: Sígueme, el hombre interpelado le seguía, magnetizado por la profunda mirada del maestro, del dulce rabino al que acompañaba todo un pueblo electrizado por su 67 sola presencia. Curaba enfermos por imposición de manos, mediante una orden, a veces con una simple mirada. Y qué dulces eran las palabras que salían de sus labios: « Venid a mí – decía – todos los que sois desdichados y confusos y os aliviaré, pues mi yugo es cómodo y mi fardo ligero.» Nunca semejantes palabras habían sido entendidas. Nunca hombre alguno, antes que él, había hablado como este hombre. No exigía de sus adeptos ni juramente de obediencia ni profesión de fe; no pedía más que una sola cosa: que se le amase y se creyese en él. Maravilloso poder el del amor; ¿no era ese el evangelio auténtico, es decir la « buena nueva » abriendo horizontes desconocidos a todos los desheredados de la tierra? Pero veámoslo sobre la montaña. Sus futuros iniciados lo rodeaban en silencio. Más abajo, el pueblo recogido, atento, esperaba sus palabras. ¿Qué va a decir el nuevo doctor? ¿Qué va a ordenar a dirigir? Los ayunos, las maceraciones, las penitencias públicas, ordinario aparato de todas las religiones despiadadas, figuraban ineludiblemente en el programa de todos los conductores de los pueblos. Pues bien, no. Ninguna prescripción semejante a la de los doctores farisaicos, ni penitencias, ni expiaciones. Singular atrevimiento, en ese tiempo en el que todo culto se manifestaba de cara al exterior, mientras que él, muy al contrario – ¡peligroso innovador!– situaba lo invisible por encima de lo visible y resumía toda su doctrina por el precepto supremo, conminación penetrante y divina: «Amaos los unos a los otros.» Y sobre la montaña, decía: « Bienaventurados los pobres de espíritu (es decir los humildes de corazón), porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados 68 los que lloran, pues ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues serán saciados. Bienaventurados los que tienen el corazón puro, pues verán a Dios. – Amaos, amad a Dios por encima de todas las cosas. Todos sois hermanos, todos sois uno. Dios es el padre común en quién todo se unifica.» Verbo eterno, palabra nueva, revelación suprema que ninguna otra superará. «Nunca – dice Renan – se ha sido menos sacerdote de lo que fue Jesús, nunca más enemigo de las formas que sofocan la religión bajo el pretexto de protegerla. Por ello, él ha colocado una piedra eterna, inquebrantable fundamento de la religión del espíritu. La idea de un culto fundado en la pureza del corazón y sobre la fraternidad humana hacía su entrada en el mundo gracias a él – idea de tal modo elevada que la Iglesia cristiana debía traicionar completamente sus intenciones sobre este punto. Fue sin embargo el reino del espíritu lo que el fundaba, lo que permanecerá eternamente de él es la doctrina de la libertad de las almas. «Mujer, – dijo a la samaritana – créeme, ha llegado la hora en la que no se adorará más ni sobre esta montaña, ni en Jerusalén; pero donde los auténticos adoradores adorarán al Padre, en espíritu y en verdad. » El día que pronunció estas palabras, fue realmente hijo de Dios. Dijo por primera vez las palabras sobre las que reposará el edificio de la religión eterna. Fundó el culto puro, sin fecha, sin patria, el que practicarán todas las almas elevadas hasta el fin de los tiempos. No solamente su religión fue la buena religión de la humanidad, sino que fue la religión absoluta, y si otros planetas tienen habitantes dotados de razón, su religión no puede diferir de la que Jesús proclamó cerca de los pozos de Jacob.» 69 Este es el resumen de la enseñanza pública de Jesús. Pero al lado de ésta, destinada a la muchedumbre ignorante y materialista, había otra, paralela, explicativa de las primera, que mostraba sus entresijos y revelaba a sus discípulos las verdades espiritualistas que él tenía de la tradición esotérica de los Esenios, como también de su experiencia personal. Esta tradición, – dice E. Schuré, – habiendo sido violentamente sofocada por la Iglesia a partir del siglo II, la mayoría de los teólogos no conocían ya el verdadero alcance de las palabras de Cristo, con sus dobles sentidos, a veces triples, y no comprendiendo más que el sentido primario y literal. Para los que conocen la doctrina de los misterios en la India, Egipto y Grecia, el pensamiento esotérico de Cristo anima no solamente sus menores palabras, sino que explica casi todos los actos de su vida. Ya visible en los tres sinópticos (Mateos, Marcos y Lucas), se descubre completamente en el evangelio de Juan. Entre los numerosos ejemplos que se podrían citar, lo más característica es el que nos proporciona la entrevista de Jesús con Nicodemo, fariseo instruido e intentando iluminarse, pero que, temiendo comprometerse, pide una entrevista en secreto a joven doctor galileo. Habiéndosela concedido, Nicodemo acude de noche. – Maestro, le dice en un exordio un tanto insinuante, sabemos que eres un doctor venido de parte de Dios, pues nadie podría hacer los milagros que tú haces, si Dios no estuviese con él. Es conocida la respuesta de Cristo, respuesta un algo enigmática para quién no estuviese iniciado. –En verdad, en verdad, te digo que si un hombre no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios. 70 ¡Estupefacción de Nicodemo! – ¿Cómo es posible que un hombre entre en el seno de su madre y nazca una segunda vez? –En verdad, – repite Jesús, sin explicarse más, – te digo que si un hombre no nace del agua y del espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne es carne, pero lo que nace del espíritu es espíritu. El viento sopla de donde quiere y tú oyes su ruido; pero no sabes de donde viene ni a dónde va. He aquí la doctrina esotérica. Jesús resume bajo una forma simbólica la antigua doctrina de la regeneración ya conocida en los misterios. Renacer por el agua y por el espíritu, ser bautizado con agua y fuego, marcaba dos grados de la iniciación, dos etapas del desarrollo espiritual del hombre. Pero lo que no dice, contenido sin duda por la prudencia habitual de los iniciadores que no revelaban la absoluta verdad más que a los que podían comprenderla, lo que no dice a Nicodemo, es que la evolución de la personalidad humana no puede efectuarse más que mediante una sucesión de vías terrestres y, a continuación, de renacimientos corporales, en unos cuerpos nuevos donde el alma reencarnada sufre las consecuencias de sus existencias anteriores y prepara las condiciones de su futuro destino. En cuanto a ese viento, o espíritu, que sopla a dónde quiere, no es otra cosa que el alma que, en vísperas de una nueva encarnación, elige un nuevo cuerpo, un nuevo cambo de trabajo, de luchas y de renovaciones, sin que los hombres sepan de dónde viene ni a dónde va. ¿Lo comprendió Nicodemo? Seguramente no; pero se fue soñador, afectado, tal vez conmovido. Quizás creyó sentir ese viento del Espíritu « que sopla a dónde quiere » pues, aunque continuó viviendo entre los fariseos, 71 permaneció siendo fiel a Jesús y, el día de su muerte, vino, junto con José de Arimatea, a sepultarlo piadosamente, siguiendo la costumbre judía, es decir envolviéndolo en un sudario con mirra y aloes. Y cuántos pasajes reveladores para quién sepa comprenderlos, vienen a abrirnos amplios panoramas sobre esta doctrina esotérica que constituye como la trama de las enseñanzas evangélicas. «Es a vosotros,– dice Jesús a sus discípulos que lo interrogan sobre sus parábolas,– a quién ha sido revelado el misterio del reino de Dios; pero para aquellos que están fuera, todo transcurre en parábolas y similitudes » (Marcos, IX, 10 a 13, y Mateo, XIII, 11 y 13) «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado e lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros.»(Juan XIV, 2 y 3) Más parábolas aún. Es en términos apenas velados como es hecha una alusión al amplio cielo, la casa paterna, con los innumerables mundos que pueblan las legiones infinitas. Es allí donde están esas moradas, esas estaciones temporales, donde las almas evolucionan en la larga serie de sus sucesivas vidas1. Cuando los discípulos le preguntan «¿Por qué los escribas dicen que en primer lugar debe regresar Elías », él les responde: « Elías ya ha venido; pero no lo han reconocido. » Y comprenden que se trata de Juan Bautista de quién él habla. No lo dice además en términos formales, 1 Es en estos términos precisos que Orígenes comenta este pasaje. «El señor hace alusión a las diferentes estaciones que las almas deben ocupar después de que se hayan despojado de sus cuerpos actuales y que se hayan vuelto a vestir de nuevo.» 72 cuando declara: « En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista. Y si queréis oírlo, él es Elías, que ha de venir. El que tenga oídos que oiga. (Mateo, XI, 14 y 15) En otra situación: «Os enviaré al consolador. Muchas cosas tendría todavía que deciros, pero no podríais comprenderlas ahora. Cuando el espíritu de la vedad venga, él os enseñará todo.» (Juan, XVI, 12, 13) Realmente sería difícil hablar más claramente, y fue en vano como la Iglesia, con su decisión de desfigurar, de ocultar el sentido profundo de esta declaración, finge no ver en ella más que el anuncio del Espíritu Santo descendido apenas dos meses más tarde sobre los apóstoles. ¿Era posible que en algunas semanas la humanidad hubiese podido adquirir la facultad de comprender cosas que, cincuenta días antes, le resultaban incomprensibles? No, no se trataba de cincuenta días, sino de la infinita duración de la evolución humana, en el transcurso de la cual nos serán enviadas, sucesivamente, tales revelaciones que serán juzgadas necesarias, y no en la visión de esas lejanas perspectivas que Jesús concluía mediante esta audaz afirmación: « El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no.» _____________________ Tal fue esta figura de Cristo, extraña, misteriosa, en ninguna otra parte semejante, tan simple en su modestia, en su humildad, cuando iba, seguido de sus discípulos, por los polvorientos caminos de Galilea, cuando charlaba con los pescadores del lago de Genesaret – y por otra parte, tan grande, por la mezcla de sus dolores, de sus fragilidades humanas, con la grandeza de sus aspiraciones divinas y los prodigiosos golpes de alas que le elevaban hasta el cielo. 73 Él mismo se llamaba « Hijo del hombre » y tenía razón, pues descendiendo entre nosotros, para cumplir su glorioso sacrificio, se convirtió en hijo de nuestra humanidad. Sus discípulos le llamaban « Hijo de dios » y los dos nombres eran exactos, pues él constituía la síntesis encarnada de lo humano y lo divino combinados. Era el vínculo vivo que une el cielo a la tierra, el trazo de unión que hace solidarios al mundo visible y al invisible. En su cuerpo y en su alma, por su amor y su piedad por todos los desheredados de los que tenía en cuenta las lágrimas y sollozos, asumió todos los dolores, todas las amarguras y todas las desazones de la tierra, sobre todo cuando se desplegaban ante él las bajezas, las perfidias y las crueldades de la egoísta naturaleza humana. Pero, cuando elevando hacia el cielo su pálido rostro de asceta, veía a los Espíritus descender hacia él, como lo hicieron Elías y Moisés, sobre el Thabor, que él sentía, seguro de su predestinación, el rayo de la luz desde lo alto – entonces volvía a tomar valor proseguía su vida dolorosa. El Thabor le consolaba de Getsemaní. Cuánto dolor; ¡pero también qué triunfo! Encarnando en él los elevados pensamientos de los iniciadores que lo habían precedido, arrancando las doctrinas secretas de las criptas y de los santuarios mudos, detuvo a las generaciones que se dirigían hacia los abismos, les hizo retomar el camino, destrozó los ídolos de los viejos templos y, haciéndose una voz con todas las voces del pasado, gritó a los hombres enloquecidos que, cabizbajos, adoraban a dioses feroces ante altares ensangrentados: « Allá en lo alto, es donde hay que mirar y amar al único Dios, al verdadero, al santo, al justo – ¡vuestro Padre que está en los cielos!» 74 ______________ Luego murió. Murió como los justos, como los mártires, perseguido por el odio imbécil, entregado por los traidores y los cobardes, abucheado, envilecido, ultrajada por una multitud embriagada, sin que supiesen porque, de un inepto y salvaje furor. – Muerte a Cristo; ¡que Barrabás sea liberado! Cristo fue flagelado, torturado, crucificado. –¡Dios mío, perdónales porque no saben lo que hacen! Este último grito de amor es el final de su obra, la consagración de su doctrina, – dice E. Nus1– Es su suplicio lo que ha hecho creer; es desde lo alto de su cadalso donde resplandece. Los pueblos no lo habrían visto, si no fuese subido a la cruz. La semilla que había arrojado en las almas no podía germinar más que regada con su sangre. Pero esa sangre preciosa, no es a Dios a quién él la ha dado; Dios no reclama sangre. – Era el hombre quién tenía necesidad de ella; fue al hombre a quién se la ofreció. Y es por eso por lo que debía morir. Pero la tumba no lo retuvo – no más de lo que retiene a los demás que allí descienden. Solo la carne permanece allí, pues lo perecible no puede revivir; pero lo que escapa es el cuerpo fluídico, etéreo, mediador plástico, corporeidad diáfana que, del umbral del sepulcro, sale y regresa hacia su patria original. Y fue después de esta resurrección espiritual cuando Cristo, en su cuerpo glorificado, se apareció en diversas ocasiones, mostrándose a sus apóstoles, a más de quinientos hermanos reunidos juntos y al mismo Pablo sobre el camino de Damas (I, Corintos, XV, 5 a 8) 1 Les Grandes Mystères. 75 He aquí lo que fue Cristo, « ese hombre incomparable » como lo denomina Renan; « el más grande de los reveladores » como lo denomina Eugène Nus; « el más grande de los Hijos de Dios1» como lo denomina Ed. Schuré. _____________________ Después de la muerte de Jesús comienza una nueva fase. Es mediante un comunismo inocente como se inicia la revolución moral preparada por el galileo crucificado. Ese fue el periodo infantil de la nueva humanidad. ¿Qué importa el día después? ¿Los pájaros del cielo se preocupan de su alimento? ¿Los lis de los valles no están mejor vestidos que los reyes? – Espiritualismo peligroso. El hombre no vive solamente de amor y fe, sino de trabajo y de ciencia. Jesús, siendo sabedor de la suerte que esperaba a sus adeptos los había desvinculado de la vida social para prepararlos para el martirio. Sus palabras tan mal comprendidas: « He venido para dividir y no para unir » hacen alusión a la lucha que se prepara, lucha que separará el esposo de la esposa y el hijo del padre. ¿No son así todas las disputas que apasionan a la humanidad? 1 Se hace indispensable una observación aquí sobre el sentido simbólico de la leyenda y sobre el origen real de los que, en la historia, han llevado el nombre de hijos de Dios. Según la doctrina secreta de la India, de Egipto y de Grecia, el alma humana es hija del cielo, puesto que antes de nacer en la tierra, ella ha tenido una serie de existencias corporales y espirituales. El padre y la madre no engendran más que el cuerpo del hijo, puesto que su alma ya viene dada. Es pues con toda justicia que puede decirse de los grandes profetas e iniciadores que eran hijos de Dios. – (Ed. Schuré) 76 Y esas disputas no se hicieron esperar, seguidas de persecuciones que desencadenaron todas las rabias del fanatismo de un extremo a otro de Siria. Los fieles se dispersan y van arrojar lejos el grano de la buena palabra. Saulo, convertido en Pablo, tras su conversión, va a plantar en plena tierra pagana la primera piedra de la Iglesia universal; pero la luz que él emana no es ya la misma que hizo resplandecer a Cristo. Esa no es ya la doctrina de Jesús, sino más bien « una doctrina sobre Jesús », donde aparecen la adoración mística del hijo único de Dios, resucitado en su carne, la teoría monstruosa de la gracia y de la predestinación que abrirán, por siglos, las disputas escolásticas e hicieron correr tanta sangre sobre esta tierra, donde, siguiendo el deseo del dulce Revelador, no debía florecer más que la paz, la concordia y el amor, que bajo el sol no debían madurar más que cosechas bendecidas y frutos de consuelo. A partir de ese día, la fantasía de los fanáticos se mezcla con la palabra de verdad. Los concilios completarán las obras de las tinieblas. Los dogmas parásitos y subversivos vendrán a sepultar, bajo sus malsanas frondosidades, el tronco del árbol divino plantado en el Gólgota. El clero sustituye a los laicos. El clero representa el espíritu; los laicos, la carne. Ahora bien, ¿no se sabe que la carne es despreciable, perversa y maldita por toda la eternidad? Si los humildes todavía entran en el reino de los cielos, son los soberbios, bajo sus birretes quién les abren las puertas. El orgullo, el egoísmo y la ambición son las virtudes dominantes de los «representantes » de un Dios de amor y de justicia. Haciendo a los demás lo que no quisieran para ellos, los « ministros de Cristo », apenas recién escapados de las iras del paganismo, toman a los antiguos verdugos a sus servicios y les entregan nuevos mártires arrancados de los atrios de la propia Iglesia. – « 77 Las bestias feroces no son ya más temibles que lo son los cristianos unos a otros, » decía el emperador Juliano, príncipe iluminado y filósofo, tan maltratado en las crónicas clericales por haber abandonado el pretendido « cristianismo » por el asco que le infundían sus disputas y el horror de sus excesos. Durante la agonía del imperio romano, el sacerdocio, llamado cristiano, se organiza. Los reinos se desmoronan, las dinastías son derrocadas – el clero permanece en pie. Los obispos están inmersos en todas las luchas. Bendicen todas las banderas, consagran todas las usurpaciones, sancionan todas las conquistas, predican la paz o fomentan la guerra, y hacen converger, hacia su objetivo, los acontecimientos que ellos no han preparado, pero de los que siempre obtienen provecho. Son éstos los que fundan la monarquía francesa, hija mayor de la Iglesia y brazo derecho del papado. Bajo el escudo que levanta el merovingio Clovis, sobre la tierra gala, no se percibe más que la espada y la lanza. – ¡Fijaos bien! La cruzada episcopal está en medio. (Eugène Nus.) Tres siglos más tarde, Pépin d’Heristal da al papa Etienne III, el gobierno de Ravena y el poder temporal es fundado. Poco a poco, el sucesor de san Pedro se atribuye la infalibilidad. En el año 1080 después de Cristo, tres siglos después del establecimiento del poder pontifical, Gregorio VII establece un decreto en el que proclama que «el papa es el único al que todos los príncipes besan los pies, que puede deponer a los emperadores y que es innegablemente un santo por los meritos de san Pedro.» Y la tierra entera cae desde entonces bajo el dominio de papa que ordena, dirige, bendice o reprueba, manipula las conciencias, abre o cierra a su antojo las puertas del paraíso, domina al hombre mediante la excomunión, esclaviza a la mujer mediante la confesión, vigila a la 78 familia, hace de policía del hogar… ¡Vergüenza y miseria! – He aquí lo que el sacerdocio ha hecho de la pequeña Iglesia santa y pura, fundada tiempo atrás, en las orillas del lago de Génesaret, por el humilde Hijo del hombre que con una frase resumió su doctrina: «Amaos los unos a los otros.» Y fue así como han transcurrido diecinueve siglos; diecinueve siglos de autoridad por la Iglesia, de los cuales doce han sido de poder absoluto. Durante mil doscientos años, la Iglesia dominó y moldeó a su guisa el alma humana y la sociedad. Todos los poderes estaban en su mano. Toda autoridad estaba en ella o provenía de ella. Reinaba formidablemente sobre los espíritus y sobre los cuerpos por la palabra y el libro – por el hierro y el fuego. Ahora bien, ¿qué ha hecho de esta sociedad, de esos rebaños humanos de los que tenía la custodia, esa Iglesia que, por su propia deseo, le había sido confiada por san Pedro, por los apóstoles y por el mismo Cristo? ¿Qué ha dirigido, instruido, consolado, salvado? ¿No es bajo la inspiración del espíritu de las tinieblas, con la complicidad del diablo que ella ha inventado y con el contrapeso del infierno creando un artefacto formidable del que siempre se ha servido, como ha llevado a los pueblos a la idolatría, al envilecimiento y a la superstición? (Léon Denis) No ha tenido por luz más que la siniestra luz de sus antorchas, por altares las piras de sus inquisidores y por víctimas expiatorias los corderos balantes de sus propios rebaños. ¿Existe, no solamente un solo sacerdote, sino un solo obispo, que, aparte de sus afectadas tonterías reglamentarias, posea sobre las condiciones morales de la vida presente y de la vida de ultratumba la noción más elemental que habría podido enseñarle el menor iniciado de 79 los antiguos santuarios, el más humilde de los diáconos de la Iglesia primitiva? ____________________ ¡Ah! esas voces del pasado, esas voces reconfortantes y consoladores de las que hemos tratado de recoger sus más débiles ecos en nuestro caminar a través del mundo, ¡en qué gritos discordantes de ira y de odio se han transformado! Una sola cosa nos queda todavía, es la voz de nuestra tierra de Francia, de nuestra vieja Galia donde todavía flotan, en el follaje de los viejos robles, los recuerdos y ¿quién sabe? los espíritus familiares, tal vez, que evocaban antaño nuestros ancestros los druidas. La vieja fe de nuestros antepasados no ha dejado más que muy pocas huellas materiales. Como ocurre con todas las religiones antiguas, el druidismo reservaba solo a los iniciados la explicación de los misterios sagrados y no admitían en sus colegios más que a sus neófitos previamente probados1. Pero, en esta raza celta, tenaz y dura como el granito de sus montañas, las huellas no se borraban. La iniciación druídica no cedió más que bajo presión de la invasión cristiana, y si la célebre herejía del monje bretón Pélage (que en celta se llamaba Morgan, es decir el marítimo), herejía pretendida que « negaba el pecado original y sostenía que pos sus únicas fuerzas el hombre podía llegar a la perfección », fue tan ardientemente adoptada en nuestra 1 Las únicas informaciones históricas de las que disponemos sobre su doctrina nos son proporcionadas por Julio César que, en sus Comentarios, nos indica que los druidas enseñaban no solamente la inmortalidad, sino aún la transmigración de las almas a través de los mundos. Los demás historiadores romanos admiten la exactitud del testimonio de César. 80 Bretaña francesa, ¿quién podría negar que esta insurrección dogmática, atrayendo sobre ella los rayos de tres concilios, fue suscitada y mantenida por la vieja levadura druídica fermentando todavía en los corazones de Armórica? Durante toda la Edad Media, la iniciación druídica continuó en la Galia, constituyendo una especie de francmasonería que tenía por misión la conservación de los restos de la vieja tradición nacional. Este trabajo de los bardos galos, que cantaban en toda la Galia las maravillas del culto a Hésus, fue resumido hacia finales del siglo XVII en un manuscrito titulado: Mystère des Bardes de l’ile de Bretagne. La enseñanza druídica se obtenía mediante triadas, donde eran divididos sus aforismos en tres puntos principales, claros, categóricos y privados de cualquier comentario1. Según la doctrina contenida en las triadas, el alma se forma en el seno del abismo; allí se reviste de los organismos elementales y no adquiere conciencia de su libertad con posterioridad a largas luchas libradas con los bajos instintos y las tiranías de la materia. Escuchad el canto bizarro, extraño, pero poco alegórico, del bardo Taliesin, célebre en toda la Galia antigua: «Existiendo toda antigüedad en el seno del amplio océano, yo he nacido de las formas elementales de la naturaleza. He jugado en la noche. He dormido en el alba. he sido culebra en el lago, águila sobre la montaña, lobo en el bosque. Luego, marcado por el espíritu divino, he adquirido la inmortalidad. He vivido en cien mundo. Me he agitado en cien círculos.» 1 He aquí una de estas triadas tan elocuentes en su elevada y magistral concisión: «Tres cosas han nacido al mismo tiempo: EL HOMBRE, LA LUZ Y LA LIBERTAD ». 81 La filosofía de los druidas1, reconstituida en toda su amplitud, se ha encontrado conforme a la doctrina secreta de Oriente como en las aspiraciones de los espiritualistas modernos. Como ellos, los druidas afirman las existencias progresivas del alma en la escala de los mundos. Esta doctrina viril inspiraba a sus adeptos un valor indomable, una intrepidez tal que marchaban hacia la muerte como quién va a una fiesta. Cuando los romanos materialistas se cubrían de escudos, enarbolaban hierros y corazas, nuestros padres, con la cabeza alta y mirando el cielo, combatían medio desnudos a pecho descubierto. Se enorgullecían de sus heridas y consideraban una cobardía usar estrategias en la guerra como hacían sus enemigos. Su certeza de una vida venidera era tan profunda, que se prestaban el dinero «a devolver en otros mundos ». A los moribundos les confiaban mensajes para sus amigos difuntos. Dejaban los despojos de los guerreros muertos esparcidos sobre los campos de batalla. « No son más – decían – que envoltura rotas.» Los druidas estaban en comunicación incesante con el mundo invisible. Evocaban a los muertos en el recinto de menhires que habían alineado o agrupado antes que ellos los pueblos de la edad de piedra. Las druidesas y los bardos se entregaban allí a sus oráculos, bajo la luz espectral de las noches de luna. Vercingetorix conversaba, bajo las ramas de los bosques, con las almas de los héroes muertos defendiendo la patria. Antes de que la Galia se sublevase contra César, se dirigió a la isla de Sena, antigua morada de las druidesas y allí, en medio de los estampidos del rayo, se le apareció un genio que le predijo su derrota y su martirio2; pero como 1 2 Léon Denis, obra citada. Léon Denis, Bose, Bonnemère. 82 auténtico galo que era, no vaciló ni un instante en llevar hasta el final su patriótica misión. En medio de esos inspirados, de esos iluminados de todos los siglos, ¡que hermoso lugar debemos conceder a nuestra pura y gloriosa Juana de Arco? Desde los primeros siglos de nuestra era, según parece, unas profecías habían anunciado su venida, y fue también bajo un roble, el « roble de las hadas », donde ella escuchaba a menudo « sus voces ». Ningún testimonio de la intervención de los habitantes de un mundo superior, en el destino de un pueblo, es comparable al que nos proporciona la historia heroica y conmovedora de la virgen de Domrémy. Fue mediante la voz de una humilde hija del pueblo, pero predestinada a esta obra única en la historia, como los poderes invisibles reanimaron a una nación desmoralizada, hicieron surgir la idea de un patriotismo desconocido hasta entonces y salvaron Francia de una fatal y tal vez mortal desmembración. «La verdad, – dice orgullosamente Juana ante sus abominables jueces,– es que Dios me ha enviado, y lo que he hecho bien hecho está.» _____________ Resumamos. La doctrina esotérica, madre de las religiones, inspiradora de la la filosofía griega, revistiéndose de diversas apariencias, aquí disfrazada bajo los mitos, allá envuelta en símbolos, a su vez oculta y revelada, pero por todas partes y siempre semejante a sí misma, en su esencia original, ha atravesado la tierra de oriente a occidente, levantando los corazones, iluminando 83 las conciencias y trazando de un extremo al otro del mundo su estela de luz divina. Esta doctrina secreta, la doctrina, sin otra denominación – pues no hay más que una – no es únicamente una ciencia, una filosofía, una moral, una religión; es la ciencia, la filosofía, la moral, la religión de las que todas las demás no son más que preparaciones o degeneraciones, expresiones parciales o desfiguradas, según se encaminen hacia ella o se alejen mediante parodias grotescas. «En la serie de los grandes iniciados, Rama no nos muestra más que las inmediaciones del templo; Krishna y Hermes nos dan la llave; Moisés, Orfeo y Pitágoras nos muestran el interior. Jesucristo nos abre el santuario. «Y que no se piense que no fueron más que contemplativos, estos hombres predestinados, unos soñadores impotentes e inútiles, fakires hipnotizados, anacoretas estupefactos por sus alucinaciones, o locos encaramados a sus columnas, como Simeón el Estílita1. No, fueron poderosos modeladores espirituales, prodigiosos despertadores de almas, incomparables fundadores y organizadores de sociedades. » (Ed. Schuré.) _____________________ 1 Simeón, nacido hacia el año 390 en Sisan, en los confines de Cilicia, y muerto en 459, se hizo célebre por sus austeridades, no comiendo más que una vez a la semana. Acabó por abandonar su choza y se retiró al capitel de una alta columna (llamada Stulos en griego), desde lo alto del cual arengaba a sus fieles. Vivió de ese modo treinta y seis años; cambió tres veces de columna y permaneció veintidós años sobre la última, dónde se le encontró muerto. 84 Las voces han respondido a ese « problema de la vida » con el que hemos dado título al capítulo anterior. Helo aquí resuelto, conocemos de él la x turbadora e inefable. Esas voces todavía débiles que chillaban bajo los cedros del Himalaya – simples suspiros de los ascetas hacia más altos destinos – helas aquí que se agrandan, resuenan, son atronadores y hacen saltar en pedazos las murallas de las criptas y las bóvedas de los santuarios. El alma inmortal – la muerte vencida – la vida triunfal – el abismo colmado entre la tierra y el cielo que no está ni cerrado, ni demasiado lejos, puesto que desciende hacia nosotros – esos tránsitos que se creían sepultados para siempre bajo la piedra de su sepulcro y que, más vivos que nosotros mismos, están en medio de nosotros, nos aman, nos inspiran y nos gritan, a veces, desde el seno de su luz, a nosotros que tropezamos en la oscuridad: «¡Armaos de valor, hermanos! la muerte es el despertar; el último estertor no es más que un grito de liberación, y el sepulcro no es otra cosa que el umbral de la inmortalidad!... – Eso es lo que nos dicen las voces. ___________________ ¡Revelaciones extraordinarias!, se dirá, incomprensibles misterios o irrisorias mistificaciones. ¿Espíritus entre nosotros, el cielo en la tierra, lo invisible y lo visible confundidos, voces como en los tiempos de Juana de Arco, apariciones como en la Edad Media, encantamientos como en Cumes, o en Delfos, o en Tebas, o en Menfis?... Por supuesto. Entendámonos sin embargo. Hay abismos entre las eras que ustedes evocan y la época en la que vivimos. 85 En aquella, lo más a menudo, supersticiones; pero en esta, verdad. Ustedes protestan naturalmente y, no sin ironía, preguntándose: ¿Por qué? –¿Por qué? ¡Ah! la respuesta es sencilla. ¿No se dan cuenta que exceptuando a los iniciados serios, hombres de deseo y conciencia elevada, todos los demás que evocaban a los muertos hacían encantamientos, asistían a los misterios, ofrecían sacrificios, llevaban escrupulosamente el arroz y la leche a la tumba de los antepasados, haciéndolo maquinalmente, sin convicción y sin fe? Lo hacían para obedecer a los sacerdotes, para cumplir los ritos impuestos – sin hablar siquiera de deseos más o menos vergonzosos y preocupaciones inconfesables – que esos practicantes autómatas consideraban sus «deberes religiosos». Y eso era superstición. Esos hombres no buscaban más que lo visible, no se aferraban más que a la letra. Ahora bien, ¿no se sabe que la letra mata y que solo el espíritu vivifica? Fue por culpa del formalismo por lo que han muerto los viejos cultos, con sus dogmas autoritarios y sus doctrinas manipuladas en las fábricas sacerdotales. Fue por culpa del sacerdocio por lo que han muerto como será por culpa del sacerdocio que el catolicismo perecerá1. Practicar es a menudo dispensar de creer. Los cultos, en tanto como forma, son la negación de toda espiritualidad, en tanto que los hombres se obstinaron a no comprender una de las más profundas palabras de Cristo: 1 El mismo protestantismo, aunque mucho más espiritualistas, también tiene por gusano un cierto dogmatismo que podría resultarle fatal. Él también – hablo del protestantismo ortodoxo – ha conservado el fetichismo irreductible de la fórmula, la tara de una fe irracional, en una palabra el credo quia absurdum de un “augustinismo” inconsciente. 86 «Llegará un tiempo en el que los verdaderos creyentes adorarán al Padre en espíritu y en verdad; tanto que no buscarán en las prácticas exteriores del culto, más que una almohada para su pereza moral, o más Queen odioso trafico de intercambio con el que esperan obtener, en este mundo, la consideración de sus semejantes, y, en el otro, su parte de paraíso; tanto que su fe interesada recordará a las de los pretendidos creyentes del antiguo mundo que no consultaban los oráculos más que para aprovecharse de lo que esperaban extraer de ellos, – toda religión humana será estéril. Las religiones del pasado, ni más ni menos que las modernas, han hecho una falsa ruta y han arrastrado a ella a todos sus devotos adeptos. Desde el grosero fetichismo, al sacerdote que esclaviza y ciega un dogmatismo irreductible, se aprecian los vínculos de un parentesco innegable. La humanidad, una en sus errores y sus tendencias hereditarias, nunca ha sabido o querido « ponerse al día », y ahí está precisamente el secreto de la vida. De donde viene el partido tomado, la obstinación de los que, invenciblemente pisotean sobre el mismo lugar, sino de la incapacidad involuntaria o sistemática en la que se encuentran algunos hombres – comprendidos algunos sabios – de considerar las cosas como son, de aceptar las modificaciones y las mejoras que impone la vida, la ley del progreso, el eterno devenir de los hombres y los mundos… ¡Oh, espíritu humano, tu nombre es RUTINA! ¿Pero de qué sirve discutir? Dejemos a los muertos enterrar a sus muertos. _______________________ 87 CAPÍTULO III EL PLAN DIVINO – HISTORIA DE PSIQUE. Ya conocemos a Psique; es el alma humana. Pitágoras nos ha hablado ya de ella y después de él vamos a contar la prodigiosa historia de la evolución de esta alma que, por teatro gigantesco, tiene ni más ni menos que el universo. He aquí ese universo. En su infinita majestad se desarrolla ante nosotros. En el espacio ilimitado, que no tiene otros límites que los que nos impone el vértigo de lo inconmensurable, giran por torbellinos nebulosas dispersas, constelaciones agrupadas, mundos o tierras que, en cada uno de los soles, forman una corte de satélites. Por tan lejos como puedan imaginar las concepciones más audaces, esos grupos se suceden, se renuevan, se multiplican más allá de toda frontera, franqueando todos los límites. Este espacio infinito, eterno, no creado, habría podido permanecer vacío – ¿oscuro abismo sin orillas, gris océano sin fondo?... No lo sé; pero lo que hay de cierto es que aquí está palpitante de vida, completamente lleno de seres y cosas, y sin buscar las causas de su existencia, lo contemplamos en la prodigiosa acumulación de sus astros llenos de innumerables series de criaturas y que, desde el mineral inerte, hasta el vegetal, hasta el animal, hasta el hombre, hasta el espíritu invisible, multiplican indefinidamente sus variedades de especies, de géneros, de formas y de dimensiones de las que ninguna clasificación podría jerarquizar las categorías. Lo que al principio nos desborda – se ha dicho y repetido cien veces – es la idea de la inmensidad. Vivimos 88 en el espacio, vivimos en el tiempo, y no podemos hacernos una idea ni del tiempo ni del espacio. Ante estos dos conceptos, nuestro ínfimo cerebro humano permanece refractario. En vano tratamos de formarnos imágenes figurativas, como intentamos, por ejemplo, representarnos para la comprensión del espacio, una esfera cuyos radios llegarían hasta el infinito. Inútil concepción. Para que una esfera pueda merecer ese nombre, es necesario que tenga una circunferencia y en esta circunferencia una infinidad de radios convergentes hacia un centro común. Ahora bien, en el infinito no hay radios, puesto que no hay centro. « El centro del infinito está por todas partes, su circunferencia en ninguna parte.» Fue Pascal quién lo dijo y nosotros podemos creer sus palabras. Eso no nos dice gran cosa; pero por negativa que sea, aún es una definición. Para el infinito temporal se nos presentan las mismas dificultades. En vano se divide el tiempo en fracciones cualesquiera cuya acumulación pueda representar una extensión incalculable. La imaginación se agota en sumas indeterminadas y el problema no ha ni siquiera aflorado. Eso me recuerda un cuento alemán, un cuento de mi infancia y que me hacía abrir los ojos… Hay – decía el narrador – sobre la orilla de un mar que se encuentra al otro extremo del mundo, una montaña de diamantes, especie de cubo de una altura de mil leguas. Cada cien mil años, un pajarillo viene a afilar el pico sobre una de las aristas de la montaña. ¡Pues bien! cuando el bloque entero haya sido consumido por ese rápido y ligero roce, un solo segundo de la eternidad habrá transcurrido.1 1 En un texto que ahora no recuerdo leí la siguiente versión de ese cuento. “Cuando cada mil años una paloma roce con su ala una esfera 89 Muy bien, –se podría decir al autor del ingenioso cuento, – la imagen es sobrecogedora, pero inexacta del todo, pues no será en absoluto un segundo, ni siquiera la más mínima fracción de segundo, que habrá durado el desgaste de la montaña de diamante. Los propios sabios han tratado de encontrar imágenes sugestivas. «Intentemos, – dice M. C. Flammarion, – hacernos una idea de esta prodigiosa cosa que se llama el espacio infinito. Supongamos que nuestra tierra cae en el espacio – lo que hace por lo demás en compañía del sol y del montón de estrellas que constituyen nuestra nebulosa – supongamos pues que cae en línea recta, durante un número de millares de siglos que queráis imaginar. Pues bien, después de esa terrible caída en el abismo siempre abierto en el que ella ha descendido con una rapidez de un millón de leguas por día, ¿sabéis donde estaría? No solamente habría alcanzado el fondo del abismo y no estaría alejada del centro – admitiendo que hubiese un centro – sino que se encontraría, en cuanto a su lugar relativo en el espacio, en las condiciones idénticas a aquellas en las que se encontraba antes de aventurarse en ese fantástico viaje.» No hay más que dos palabras en nuestro lenguaje humano que puedan responder a las impresiones que genera la idea de infinito, son las plabras siempre y nunca. Siempre transcurre y se perpetúa el tiempo y nunca se termina la evolución de su duración. Siempre se puede viajar en el espacio y nunca dicho espacio puede ser franqueado. de acero del tamaño de la tierra, y ésta esfera desaparezca por causa de la erosión producida por ese contacto, todavía habrá comenzado la eternidad.” (N. del T.) 90 Es de este modo que irán para siempre, y con un vuelo fulgurante, a través de las estepas del infinito, todos esos globos gigantes de los que se componen los torbellinos de los cielos. ¿Y por qué no caen? preguntan los niños y preguntan también los hombres. Se comprende en efecto que ese arduo problema haya sido la piedra angular con la que han venido a tropezar todas las curiosidades y todas las incertitudes. Se entiende incluso que, en su inquieta estupefacción, los hombres de todos los siglos hayan forjado hipótesis variadas, incluso pueriles y grotescas, para intentar explicar sobre que punto de apoyo podía reposar nuestro globo. Para unos, era una alta montaña que le servía de pedestal. –¿Pero sobre qué reposaba la montaña? Para otros, era sobre la espalda de un gigantesco elefante como se apoyaba, cuando el mismo elefante se mantenía sobre una tortuga no menos colosal. –¿Pero sobre qué reposaba la tortuga? Para otros aún, era el gigante Atlas quién, sobre sus espaldas de titán, soportaba el aplastante planeta. –¿Pero sobre que apoyaba Atlas sus piernas, y teniendo en cuenta además que aparte de la tierra soportaba aún el cielo, para más suplemento de carga? Insensateces barrocas, imaginaciones infantiles, que por su propia locura testimonian la angustia del espíritu humano al que abrumaba como una montaña ese incomprensible milagro. ¡Pues bien! Hemos cambiado todo eso. Hemos ingresado al pobre Atlas entre los inválidos que nadie merecía más que él, despedido a la tortuga, agradecido al elefante y puesto a la montaña en su lugar. 91 Gracias a los astrónomos, y particularmente al Flammarion, el sabio divulgador para el pueblo de cosas que le revelan misteriosos interlocutores1, sabemos hoy que ningún apoyo es necesario y que nuestra tierra flota en el espacio aunque pese sin embargo cinco mil ochocientos setenta y cinco septillones de kilogramos. El asunto se explica naturalmente, pero aún hay que indicar las razones. Bien, el peso no es más que una propiedad relativa. Tenemos pues que suponer que la materia ha permanecido completamente inerte, es decir desprovista de todo peso, para comprender que esos globos, esos soles, por enormes y pesados que puedan ser, habrían permanecido inmóviles en el mismo lugar donde fueron formados. En ausencia de toda fuerza actuando desde el exterior, ¿qué causa habría podido sacarlos de su inmutable inercia? El verbo caer no tiene una significación absoluta. Un cuerpo no cae espontáneamente, activamente; no lo hace más que si alguna fuerza lo arrastra fuera de su posición primitiva. Si cae hacia abajo, es porque ese abajo lo atrae. Ahora bien, ¿por qué caería y donde caería en el espacio infinito, puesto que en ese espacio no hay ni arriba ni abajo, ni región superior, ni región inferior, hacia la cual podrían ser atraídos los objetos abandonados a su propio peso. Ahora bien, este peso no existe, lo hemos suprimido por hipótesis, y en esas condiciones nuestra tierra sin peso flotaría en el infinito, como lo hace en nuestra atmósfera el fragmento de plumón que aquí y allá revolotea al antojo del menor soplido. No hay pues más que una fuerza que pueda destruir la estabilidad de los cuerpos inertes, esta fueras es la 1 Ver Lumen. 92 atracción1, y es ella que, según la hipótesis de Newton, domina, rige y coordina el universo. No ella sola, en realidad. Si existiese ella sola, veríamos singulares cosas en nuestro pobre universo desamparado. Los físicos nos han enseñado que todos los cuerpos se atraen mutuamente en razón directa de las masas y en razón inversa del cuadrado de las distancias.2 Pues bien! en este universo que hemos dejado ahora completamente inerte, inmóvil y como suspendido en el infinito, introducimos de pronto esta formidable ley de atracción. ¿Qué va a ocurrir? Cada uno de los globos repentinamente atraído, en razón directa de las masas, se precipitaría sobre su vecino más grande, es decir el de más poder de atracción, – por alejado que estuviese ese vecino. – ¿Se hacen ustedes una idea de este fantástico caos? La luna caería sobre la tierra, la tierra y los planetas sobre el sol, el sol sobre un sol más grande que él, y todos así los unos sobre los otros, de modo que la ley de atracción mediante una conflagración inimaginable, tendría por resultado final ¡el amontonamiento en un solo bloque de todos los astros dispersos en la inmensidad! ¿Veis ese globo gigantesco, producto de todos los globos aglomerados, y que, no sabiendo ya a dónde ir, permanecería completamente solo, en el seno del infinito, en la impotencia de su formidable masa caótica? Afortunadamente esta temible fuerza de atracción no actúa sola. El organizador del universo le ha dado un correctivo. A la fuerza atractiva, se oponen otras fuerzas 1 Hemos traducido la palabra attraction del texto en francés, por atracción en vez de gravedad, siguiendo la terminología del siglo XIX (Nota del T.) 2 Ley de la gravitación universal atribuida a Sir Isaac Newton. (Nota del T.) 93 adversas provenientes del la expansión repulsiva del calor de los soles, como también de las presiones elásticas del éter a las cuales los físicos atribuyen una gran importancia. Nunca es en línea recta como se mueven los astros. Sometidos a las múltiples acciones de fuerzas compensatorias, describen curvas y lo más a menudo curvas cerradas, es decir elipsoides. Contra las atracciones centrípetas, luchan fuerzas centrífugas que contrabalancean el efecto. Y es de este modo que se ha establecido este gran equilibrio gracias al cual las tierras y los soles y sus torbellinos gravitan en el espacio, en unas condiciones de estabilidad tan tranquilizadoras como las que nos habrían podido garantizar la montaña, la tortuga, el elefante y el valeroso Atlas, al que hemos jubilado. No obstante, fuerza atractiva por una parte, fuerza repulsiva por la otra ¿qué es todo eso sino el movimiento en su aplicación general? Fuerza y movimiento, nos dicen los físicos, son los agentes supremos del orden universal. Esos dos agentes no constituyen más que uno solo según toda apariencia; también vemos ese movimiento organizador animando con eterna vibración la materia infinita que, de la más ínfima molécula, hasta los soles, hasta las nebulosas, gira en la inmensidad con esta indefectible armonía que desafía la eternidad. Es con una rapidez vertiginosa como evoluciona cada estrella, escoltada de sus satélites. También, con qué formidable vuelo se lanza cada una de ellas a través de lo infranqueable. Nuestro sol, que sin embargo es una de las estrellas que se desplazan menos rápido, no recorre menos de sesenta millones de leguas por año, yendo en la dirección de la constelación de Hércules, girando siempre sin duda 94 alrededor de otro sol más grande que él mismo, tal vez, gravita en la órbita de otro sol dominador… Detengámonos aquí. ¡Y qué es esta velocidad que nos transporta, en comparación con la de Arturus, por ejemplo (de la constelación del Perro), que recorre un millón ochocientas mil leguas por día, o la de esta otra estrella (que lleva el n1 1830 del catálogo de Groombridge) que, con impulso furioso, devora dos millones ochocientas veinte mil leguas durante veinticuatro horas! Y pensad que se llaman « estrellas fijas » a esas viajeras desenfrenadas. Tan prodigiosamente vasto es su campo de carreras que nos parecen inmóviles en la cúpula aterciopelada de nuestras noches silenciosas y no parecen cambiar de lugar, después de haber sido observado desde hace siglos1. Inmensidad, majestad, no es bastante decir, – habría que añadir esplendor. Si los sistemas estelares se parecen por la vertiginosa fogosidad de sus movimientos, cuan diferentes son entre ellos por la indescriptible variedad de sus constituciones. Los setenta y cinco millones de soles que encierra el amontonamiento estelar de nuestra nebulosa arrastran a su vez torbellinos de planetas que ninguno de ellos se parece a sus vecinos, no más de lo que se parecen entre ellas las diversas humanidades aparecidas en sus superficies. Dimensiones, materiales, densidades, calor, luz, años, estaciones, climas, medidas proporcionales de los seres vivos, todo difiere de un mundo a otro. Mientras nuestro sol nos ilumina con luz blanca, hay otros solos que son azules, 1 Se cuentan en nuestra Vía Láctea más de setenta y cinco millones de soles. Los más alejados nos envían su luz en cien mil años y la luz recorres trescientos mil kilómetros por segundo. 95 que son rojos, que son verdes, de un amarillo dorado o de un violeta de amatista. Hay mundos que tienen dos o tres soles; hay otros en los que diez o doce lunas producen maravillosas noches multicolores. Al lado de sistemas compuestos de tierra como la nuestra, hay otros que son gaseosos, otros que no son más que vapor. Hay estrellas de azufre, hay cometas de ácido carbónico… La cantidad de luz no es siempre proporcional al volumen de los cuerpos luminosos. Hay soles gigantescos, pero relativamente ligeros, que no emiten más que rayos caloríficos, cuando otros, de dimensiones bien menores, brillas con un fulgor extraordinario. Las dos estrellas más deslumbrantes de nuestro cielo son Canopus de la constelación Argo y Sirio de la constelación del Gran Perro. La primera es tres veces más brillante que el brillante Alfa Centauro. La segunda lo es cuatro veces más, y, teniendo en cuenta unas distancias que se han logrado medir, resulta que la luz propia de Sirio es sesenta y cuatro veces más intensa que la de Alfa y ciento noventa y dos veces más que la de nuestro sol cuyo volumen es dos mil veces menor que el del enorme Sirio. – mientras que nuestro astro central es ciento treinta mil veces más grande que nuestro humilde planeta. Es de este modo como diferencia de toda naturaleza se muestran de un astro a otro y los especializan en la vasta colección celeste. Es en estos diferentes estados, donde la electricidad, por sus acumulaciones diversas, desempeña el papel preponderante, estableciendo entre los soles esas diversidades de colores cuya gama es infinita. Inútil pues tratar de describir esos espectáculos incomparables. Necesitaríamos la lengua que hablan las misteriosas poblaciones de esas regiones ultraterrestres, para intentar describir, para encontrar comparaciones, para intentar la expresión de lo inexpresable. Todas las joyas 96 brillan en el joyero del cielo; todas las floraciones brotan en los parterres del paraíso. He aquí el teatro de la vida. Pasemos al drama que allí se representa de eternidad en eternidad. _________________________ En el infinito resplandece el Hogar de vida. Es la causa de las causas, el Ser en sí, la Armonía-Unidad, el Alma del mundo cuya absoluta personalidad escapa a toda definición, pero que se podría, eso parece, designar aproximadamente, por la entrega accesible a nuestro inválido entendimiento, mediante la expresión trilógica: Poder – Justicia – Amor1. Emanando de este Factor primordial, pero coexistiendo con él en toda eternidad, eran, son y serán el espíritu y la materia. Esencialmente, esas dos palabras no expresan más que una idea, no caracterizando más que una entidad. Ya va siendo hora de acabar con ese dualismo cuyos dos términos antitéticos y reputados irreconciliables han hecho tropezar a todos los sistemas filosóficos, desde Aristóteles y Platón, Descartes, Leibniz2 y Malebranche, hasta nuestros modernos profesores de la Sorbona a los que todavía 1 Añadamos algunas definiciones, aunque todas sean impotentes en designar lo Innombrable. ¿Qué es Dios? se ha preguntado a los Espíritus, y he aquí lo que han respondido: Unidad absoluta, infinita, parte de todos los todos, todo de todas las partes. Vida universal, divino poder, movimiento infinito, fuerza única, moral eterna, fe unitaria, verdad absoluta, ¡DIOS! 2 Reconozcamos sin embargo que es a Leibniz a quién debemos esta admirable y profunda frase: «El espíritu, por puro que sea, no puede concebirse más que acompañado de fuerza y de materia.» 97 confunde, en la hora presente, ese rompecabezas irresoluble. Ese dualismo se ha hoy reducido. El espíritu y la materia son inseparables. Fuerza y materia no pueden concebirse más que acompañadas de espíritu. La fuerza no es más que la actividad del espíritu y los dos términos se confunden. Más abismo se abre entre el espíritu y la materia. Mediante una gradual materialización, el primero va hasta la segunda en el sentido de que ésta no es más que la metamorfosis o si se prefiere, la encarnación, el dinamismo. Científicamente está demostrado hoy en día que la materia existe en todos los grados de enrarecimiento, desde el estado inicial hasta el de materia ponderable. Desde siglos, los sabios afirmaban, certificaban que la materia no comporta más que tres estados: sólido, líquido y gaseoso. Ahora, hete aquí que se admiten cuatro, hoy, desde que la « materia radiante » ha sido descubierta por W. Crookes, el ilustre químico y físico inglés. Los átomos de esta materia, en un vacío de cuya extrema rarefacción les concede toda libertad, vibran con violencia, inflamándose y produciendo radiaciones eléctricas de un poder hasta ahora desconocido. Ahora bien, más allá de este cuarto estado, hay otros aún. Por una serie continua de « espiritualizaciones » sucesivas – entre las cuales vienen a situarse en sus lugares respectivos los famosos cuerpos imponderables1 con los que los físicos no saben demasiado que hacer – se llega al éter misterioso, reconocido indispensable para la justificación de algunos fenómenos inexplicables2. 1 El calor, la luz, el magnetismo y la electricidad. Entre las maravillas que registra la ciencia moderna, he aquí otra y sobrecogedora: De las investigaciones y experimentos del Dr. H. Baraduc, resulta que esa cosa desconocida que se llama éter, fuerza-sustancia, fuerza vital, 2 98 Desde el siglo XVI, Paracelso había llegado a admitir un agente universal, en medio del que se operan las metamorfosis de los cuerpos. Los físicos del siglo XVIII creyeron en el vacío absoluto de los espacios celestes. Sin embargo, cuando se constata que la luz no es la emisión de una materia luminosa en sí, sino la vibración de un fluido imponderable, se vieron obligados a admitir que ese fluido sutil llena el espacio entero, penetra en todos los cuerpos y nos transmite las ondas caloríficas y luminosas. Newton va más allá. Audazmente, casi con atrevimiento, llama a este éter sensorium Dei, el « cerebro de Dios », es decir el órgano por el cual el pensamiento divino actúa en lo infinitamente grande, como en lo infinitamente pequeño. Akasa, etc., vibra al unísono de nuestras vibraciones interiores psíquicas, algo así como si las acciones intimas que actúan en el ser humano tuviesen un eco, una repercusión y como una especie de imagen, en el fluido invisible que nos rodea; como si finalmente la fuerza vital humana obtuviese en ese éter su alimento, mediante un movimiento de intercambio continuo – idéntico al que operamos en la atmósfera para mantener la vida de los pulmones – por una auténtica respiración fluídica del alma humana. Según el Dr. Baraduc, se podría encontrar en esta aura, la explicación de las impresiones inconscientes que experimentamos en presencia de personas desconocidas, según su atmósfera fluídica sea o no dulce, pura, violenta, pesada, en una palabra más o menos simpática a la nuestra. Nos estaría permitido investigar igualmente, en ese fenómeno, la explicación de esos relatos fantásticos que nos dejan siempre más o menos incrédulos, como esas visiones de velos de luz, esos nimbos de gloria que han podido entrever a veces ciertos seres especiales, videntes o iluminados. He aquí pues que encontramos sobre las placas fotográficas, la representación de nuestros diversos estados de alma, indicados por esas Fuerzas curvadas cósmicas, como las llama el Dr. Baraduc, que abren un campo ilimitado a todas las hipótesis como a las revelaciones ulteriores de misterios tan maravillosos como inexplorados (Paul Ollendorff, editor). 99 Es esta « luz astral » como la llamaba Paracelso, ese fluido imponderable, esta luz invisible, pero que está en el fondo de todos los brillos y de todas las fosforescencias, como se encuentra en algunas experiencias fisiológicas (las del físico alemán Reichembach, entre otros) y que desempeña diversos papeles en la electricidad, en el magnetismo terrestre, como en el magnetismo animal. El interés de las experiencias de Reichenbach, – añade Ed. Schuré – es haber demostrado la transición de la visión física a la visión astral que puede conducir a la visión espiritual. Éstas hacen entrever los refinamientos infinitos de la materia imponderable y nos llevan a concebirla tal como un fluido, sutil y penetrante que se vuelve de algún modo homogénea en el espíritu y le sirve de recubrimiento de diferentes densidades. Esta intuición se remonta a un tiempo inmemorial y se encuentra en las más antiguas mitologías. Circula en los himnos védicos, bajo la forma de Agni, el fuego primordial y universal. Se divulgó en la religión de Zoroastro, como también en el culto de Mithras. En las criptas de Egipto, los iniciados buscaban esta misma luz en el mito de Osiris. Cuando Hermes, en su célebre visión, solicita contemplar el origen de las cosas, se siente al principio sumergido en las ondas etéreas de una luz inefable donde se mueven todas las formas vivas. Tras lo que, hundido en las tinieblas de la espesa materia, escucha una voz y reconoce la « voz de la luz ». Es ella la que reina por todas partes, la gran alma del mundo, la Cibeles-Maya de las mitologías griega y romana, la sustancia vibrante y plástica que maneja a su antojo el aliento del Espíritu creador. Ella es la mediadora entre lo invisible y lo visible, entre el espíritu y la materia, – la gran matriz de vida, donde evoluciona y palpita el universo. 100 Condesada en masas enormes en la atmósfera, estalla entre los rugidos del rayo. Bebida por la tierra circula por ella en corrientes magnéticas. Recogida en el sistema nervioso del organismo animal, transmite sus sensaciones al cerebro, luego sus voluntades a los músculos. Más bien aún, y es aquí cuando subimos a las más altas concepciones que pueda sugerir este prodigioso descubrimiento, es cuando esta alma expandida que forma unos organismos especiales semejantes a los cuerpos materiales, proporcionando la sustancia necesaria, infinitamente ligera, elástica y siempre apropiada en su maravillosa plasticidad, a esos cuerpos fluídicos de las almas que el Espíritu se « teje » a sí mismo en sus incesantes manifestaciones. Según las almas que reviste, ese fluido se refina o se espesa en gamas ascendientes o descendientes de rarefacciones y de condensaciones graduadas. No solamente « corporiza » el espíritu y espiritualiza la materia, sino que refleja en su etérea sustancia los pensamientos y las voluntades humanas que registra, conserva y perpetúa. La fuerza y la duración de esas imágenes – imágenes que Platón llamaba ideas – son proporcionales a la intensidad de la voluntad que las ha producido… Y en verdad, hay otro medio de explicar la sugestión y la transmisión a distancia de todas las fuerzas psíquicas, ese principio de la antigua magia, hoy constatado y reconocido por la ciencia.1 Descendamos de esas alturas, contra las cuales se in surgen, como es evidente, las rutinas irreductibles y no sé qué escepticismo de encargo que es de buen gusto mantener 1 Les Grands Initiés. Ver los Boletines de la Sociedad de psicología fisiológica, antaño presidida por Charcot. – Ver sobre todo el buen libro de Ochorowicz: De la Suggestion mentale. 101 a priori, sin estudios preliminares, sin examen y sin ningún control. Negar siempre ha sido y será, en todas las épocas, el recurso más barato y el consuelo facilón de las inteligencias miopes y de los cerebros en sutura prematura. Pues bien, a pesar de los unos y los otros, podemos establecer que no hay en las conclusiones antes expuestas, por tan audaces que parezcan, nada que no confirmen las tendencias de la ciencia moderna. Hemos tomado por base el principio de la unidad de sustancia, y es esta unidad tanto tiempo entrevista y presentida, adoptada definitivamente, aunque de mala gana tal vez, por algunos sabios concienzudos que no pueden negar hay la existencia ineluctable de una sustancia invisible, imponderable, tan sutil que escapa a todo control, tan tenue que penetra en todos los cuerpos, tan inmaterial, en fin, que se la confundiría con el vacío absoluto, si la luz no hiciese vibrar las ondas etéreas. Y es de esta materia cósmica o astral, tal como los astrónomos nos lo manifiestan, como se forman, por lenta condensación, las nebulosas, los soles y los planetas. La rarefacción de la materia se extiende pues a límites incalculables. «Si se supusiera toda la materia de nuestro sistema solar uniformemente repartida en el espacio que encierra la órbita de Neptuno, resultaría una nebulosa gaseosas que sería cuatrocientos millones de veces menos densa que el hidrógeno, el cual pesa catorce veces menos que nuestro aire atmosférico1. La materia en tal estado debe ser ultraradiante y presentar todos los caracteres de la fuerza. Y aún así no está en su forma primordial, puesto que todavía posee un peso. Ahora bien, se sabe que puede adoptar estados donde ya no pesa, entonces es cuando se presenta 1 Flammarion, le Monde avant la création de l’homme. 102 antes nosotros bajo la forma de los cuatro cuerpos imponderables, que son evidentemente unas modificaciones del éter o fluido universal1. Aunque relativamente material, ese fluido se distingue de la materia por unas propiedades que le pertenecen de por sí, – propiedades esencialmente plásticas. Es susceptible, en innumerables combinaciones donde el espíritu y la materia se asocian, identificándose en una cierta medida, de producir, bajo la acción del espíritu, la infinita variedad de los seres. Sin esta materia quintaesenciada, agente universal del espíritu, la materia grosera y ponderable permanecería en estado perpetuo de división donde todo fuerza quedaría neutralizada. Es el espíritu – fuerza y movimiento – lo que comunica a la materia ese movimiento y esa fuerza. Ahora bien, la atracción es una fuerza. Sin el espíritu, la materia no podría pues adquirir las propiedades de la gravedad, propiedad relativa, como ya hemos dicho. La gravedad en sí, aparte de las esferas de atracción, no existe ya como en los colores, los olores, los sabores, las cualidades venenosas o saludables, aparte de los órganos destinados a percibirlas. La fórmula bien conocida de todo esta en todo no es en absoluto una imagen, es una absoluta realidad. Va siendo hora de concluir. Los que llamamos vibración luminosa, vibración calorífica, fluido eléctrico, fluido magnético, agente vital, fuerza animalizada, cuerpos vivos, cuerpos inorgánicos, no son más que modificaciones moleculares de la sustancia universal, y todas las propiedades de la materia emanan de virtudes esenciales que resumen todas las energías y no tienen otros nombres que fuerza y movimiento. ¿Qué resulta de todo ello? Que la materia no es en definitiva más que la « corporeización » del espíritu que 1 G. Delanne, L’Evolution animique. 103 ella individualiza y que en ella se encarna, al antojo de su voluntad. De la materia, pasemos al espíritu. Lo que diferencia el espíritu de la materia, es la inteligencia. El espíritu es el principio inteligente del universo. La materia no es más que el elemento pasivo; pero son inseparables el uno del otro. No es más que mediante su unión como el espíritu puede prodigar su inteligencia (inteligentar1) a la materia cuya animalización, por otra parte, no puede producirse más que por la intervención del principio vital, ese « algo » que no existe en los « cuerpos inorgánicos, pero que, operando en los tejidos vivos, con una especie de método particular, crea los órganos y los repara, cuando han sido deteriorados por el desgaste de la vida». He aquí pues la ciencia que de nuevo viene a prestarnos su concurso. Como los físicos y químicos lo han hecho para la unidad de sustancia, como los astrónomos lo han hecho para la constatación del éter o sustancia cósmica de la que el universo está penetrado, he aquí al más grande de los fisiólogos que viene a manifestarnos que las fórmulas de los laboratorios son insuficientes para explicar la vida, que la materia no basta y que las leyes de una fisiología trascendente deben venir a reemplazar aquellas de las que una química materialista había creído poder decretar el indiscutible y soberano poder. Lo que hace la materia viva, es la colaboración del espíritu por vía de íntima penetración. ¿Y no es sorprendente ver que esta conclusión última no es más que el reflorecimiento de esa vieja doctrina esotérica cuyo 1 Expresión empleada por los Espíritus, Livre des Esprits (Allan Kardec), p. 10 104 nuevo espiritualismo es y permanece siendo el único heredero? La metafísica nueva proclama que el vacío es un sin sentido. En el espacio lleno hasta los bordes de espíritu de materia confundidos, no hay más que diferencias de densidad. Ahora se comprenden estas profundas palabras de los Vedas: « Dios compacta los elementos de las cosas venideras.» ¿No es esto decir que mudada por Dios sirviéndose de esta fuerza de atracción o de condensación que es la fuerza divina por excelencia, la sustancia imponderable ha cambiado progresivamente de estado, volviéndose compacta en comparación con su manera de ser anterior1? Desde luego, esta antigua doctrina resucitada es para nosotros ciencia nueva, pero es una ciencia que reposa sobre una base sólida, que lleva con ella sus piezas justificativas, sus certificados de origen y que se aferra a todos los datos de la astronomía, de la física, de la química, de la dinámica, tan bien como nos proporciona la solución a los más difíciles problemas de la biología, de la fisiología y de la moral filosófica. Cosa maravillosa – dice Eugène Nus – ver la ciencia de los últimos siglos retomar la tradición interrumpida por las locuras del politeísmo y la sofocante noche del la Edad Media. Kepler, Newton, Lapalce, Herschell, Lavoisier, Berthelot, Claude Bernard, William Crookes, confirman las primeras intuiciones de la humanidad. El velo con el que se rodeaba Isis, la naturaleza misteriosa, la vida oculta del viejo Egipto, ese velo se ha desgarrado de arriba abajo. 1 Con otras palabras: «Todo está en el éter, todo proviene del éter.» (Fórmula hindú) «Porción todopoderosa de los soles y las tierras, ardor vivo de todo lo que respira, Éter, ¡noble elemento del mundo!» (Himnos órficos) 105 Vemos, entendemos, sabemos – y son los propios Espíritus quiénes nos han revelado esas cosas. (Allan Kardec). Y si se sorprenden y exclaman –¡Eh! ¿por qué, pues, buenas gentes? Para aquellos que admiten la persistencia de la vida – no tenemos que ocuparnos de los demás – y creen en la filiación de las ideas a través de los siglos, ¿resulta pues tan extraño aceptar la herencia que se nos ha ofrecido gratuitamente y abrir simplemente los ojos ante los fenómenos de reviviscencia que se cuentan por centenas y millares de un extremo a otro de nuestro maravillado globo? Si el alma sobrevive, y las pruebas sobreabundan, si un abismo no separa el mundo de los vivos del mundo de los que ha pasado a una vida de otro modo intensa como la nuestra, ¿por qué revelarse contra la idea tan natural de que ellos están en nuestra tierra y viven con nosotros en una especie de vida en común? No hay ahí realmente ningún milagro, ni imposibilidad, ni desatino de ningún tipo. No vemos otra cosa que un hecho, extraño a la realidad, pero que serían realmente pueril rechazar únicamente porque es extraño, cuando los prodigiosos descubrimientos de la ciencia moderna han podido acostumbrarnos ya a inclinarnos antes verdaderas revelaciones que no son desde luego menos extraordinarias que las que nos son propuestas en las mejores condiciones de certitud y credibilidad. La ciencia no existía en las religiones del pasado; el sentimiento religioso carece de la ciencia de hoy. En una palabra, las ciencias existen, pero la CIENCIA no está completa. El día en que lo esté, perderá su nombre de ciencia y se llamará religión. Y esa será la última, la incuestionable, la única. 106 Pues bien, si esta ciencia-religión no está todavía completa, se va completando. Al lado del fluido universal, está la inteligencia universal, – dos océanos superpuestos; mejor que eso, dos océanos que mezclan sus olas en confusión. Es de este vasto hogar de inteligencia, especie de materia cósmica intelectual, si se me permite expresarlo así, de donde emanan los Espíritus. Estos se diferencian por la individualización. Los Espíritus son independientes del mundo corporal, pero su acción recíproca es de naturaleza permanente. Son de esencia indestructible, del mismo modo que la fuerza y el movimiento. Los Espíritus están por todas partes. Con sus infinitas legiones, pueblan los espacios donde, como en las lluvias de estrellas, se cruzan las estelas de sus «fulgores», de sus « llamas coloreadas » de sus «destellos etéreos», siendo tantas las imágenes que emplean los Espíritus para caracterizar su naturaleza. Rápidos como el pensamiento, atraviesan los espacios, pasan a través de los cuerpos materiales y vuelan de mundo en mundo, flotando en el universo fluidito, donde obtienen la indefectible energía de su divina organización. Pues tienen una organización. Par tan etéreos que sean, los Espíritus no son en absoluto, como uno se los imagina, esas puras abstracciones, esas vagas entidades psicológicas de las que las filosofías espiritualistas poblaban antaño el místico universo de su sueño. No, el alma de los encarnados no es una abstracción. Excluir de la noción de espíritu toda idea de materia, por sutil que pueda ser, es contentarse con una negación, es estancarse en lo absurdo. Si el alma humana continua existiendo como ser particular, cada alma es necesariamente distinta de las otras almas. La idea de distinción impone la 107 idea de límite y forma; ahora bien, forma y límite implican la noción de materia. El alma es pues siempre sustancial, es decir espíritu y materia en sus elementos constitutivos. Esta materia esta tan refinada como se pueda imaginar, de una espiritualidad que sobrepasa incluso toda concepción humana, pero siempre es la sustancia indiscutible. Si los desencarnados han entregado a los gusanos del sepulcro su envoltura carnal, han conservado su cuerpo fluidito análogo a su cuerpo perecible, pero inseparable por siempre de su principio psíquico. Gracias a la maravillosa gama de condensaciones, a todos los grados de las cuales pueden efectuarse encarnaciones de espíritu, el alma es un ser concreto que posee una individualidad tanto o más clara y delimitada como está esencialmente personalizada por la voluntad que es en ella la facultad soberana. Invisible e imponderable en estado ordinario, los desencarnados pueden a su antojo materializarse más o menos por la condensación de sus sustancia fluídica, manifestarse ante nosotros en unas condiciones de extraordinaria realidad, – dejarse ver, escuchar, volverse tangibles y dejar su imagen sobre las placas de nuestros aparatos fotográficos, como también sus huellas en recipientes de parafina o de yeso donde se moldea su pasajera materialidad. Ese pueblo de Espíritus, que nada tiene de quimérico, se mezcla con nosotros sobre este planeta que ellos han habitado o sobre el cual muchos de entre ellos regresarán volviéndose a encarnar. Nosotros mismos lo hemos habitado varias veces en el transcurso de los siglos, y tales soberanos misterios súbitamente evocados, tales nociones de origen inexplicable, tales sueños que nos acosan, tales 108 aptitudes cuya adquisición nos resulta desconocida, no son otra cosa que visiones retrospectivas, imágenes reaparecidas, fragmentos, en definitiva, de nuestras existencias precedentes que, de vez en cuando, vienen a flotar ante nuestros ojos, o surgir inopinadamente desde el fondo de nuestra memoria o subconsciente. También, qué verdad profunda se oculta en la frase tan conocida de Platón: «Aprender es recordar.» ¿La existencia es otra cosa una larga educación? En el transcurso de nuestras vidas sucesivas se produce una acumulación de improntas de las que se va enriqueciendo nuestra organización fluídica. Nuestra memoria, esa facultad mal conocida y sobre cuya naturaleza han sido emitidas tantas teorías, no es, en definitiva, más que la colección de esas innumerables improntas, de esas notas que encontramos inscritas sobre esa misteriosa agenda en la que nuestras vidas transcurridas han fijado para siempre sus imborrables recuerdos. Vivimos pues, aquí abajo, en medio de una legión de Espíritus, pero de naturalezas esencialmente diversas. El otro mundo tiene sus limbos como éste, sus pisos inferiores y sus esferas luminosas. Los Espíritus envueltos, velados, agobiados y recargados por la materia, permanecen en los bajos fondos de la vida de ultratumba, donde, allí como aquí, los retiene la fatalidad. No es un estado de sufrimiento. Ni siquiera tienen conciencia de la luz que los deslumbrará desde lo alto sin iluminarlos. Las inferioridades se atraen. La claridad ofende a los ojos débiles. La materia y sus envilecedoras seducciones los atascan en los pantanos. El mundo de los sentidos los subyuga. Si tienen una tendencia, es la de regresar a la tierra, más que elevarse a las regiones serenas donde el ideal les serviría de trampolín. 109 Sin embargo ascienden poco a poco, comprenden, ven, añoran y desean. Cuanto más se elevan aspiran a llegar más alto, atraídos por las seducciones de la belleza moral de la que se embriagan progresivamente los candidatos a la inmortalidad. El alma, entidad doble, organismo espiritual que individualiza una envoltura etérea, tiene el poder de apropiar esta envoltura a la naturaleza del globo en el que habita momentáneamente. En la serie de materializaciones, cada Espíritu elige a su conveniencia el grado conforme al uso que debe hacer de él, y es en este estado de corporeidad proporcional como viene a cumplir entre nosotros la misión que se ha sido asignada. Es en esta encarnación relativa donde « viste su espiritualidad ». La diversidad de los Espíritus no podría pues describirse. Iguales en su origen, es decir saliendo del océano psíquico de donde fluye continuamente el torrente de las vidas siderales, ellos son creados sencillos e ignorantes, en una especie de neutralidad inicial, pero poseedores de energías que les pertenecen intrínsecamente. A menudo se ha hablado del canto de las esferas. Nosotros hablamos del canto de las almas. Si me fuese permitido asimilar la vida de cada una de ellas a una especie de melodía simbólica, compararía las facultades latentes que dormitan en nosotros a un tipo de teclado desplegado bajo nuestras manos. En ese teclado, donde cada nota sería una posible virtualidad, podríamos improvisar o descifrar lentamente la idea melódica que serviría de tema a nuestra vida moral, y es cuando la hubiésemos formulado claramente y luego desarrollado en armoniosas variaciones, cuando podríamos unir nuestro canto personal a las sinfonías del concierto universal. 110 Esta imagen no es más que la pura y simple realidad. Es bajo la absoluta autonomía de su libre albedrío como cada alma puede disponer de sus energías innatas, siguiendo sus tendencias, sus gustos, sus aspiraciones altas o bajas, su voluntad débil, mediocre o de rango superior; aunque el Espíritu – y es ahí donde se revela toda la importancia de su glorioso patrimonio – en la soberanía de su libertad divina, se crea y crea su destino. De ahí esas innumerables categorías de Espíritus que pueblan las regiones invisibles del más allá y que diferencian los grados de perfeccionamiento que han conquistado por su voluntad. Si los hay puros y luminosos, cuantos otros, cediendo a mil sugestiones malsanas, no han sabido o querido liberarse de las seducciones de la materia. Estos son los ignorantes, egoístas, groseros, celosos sobre todo y en consecuencia dañinos para los Espíritus encarnadas que ellos han dejado sobre la tierra y que prosiguen con sus rencores, burlándolos, acosándolos sin tregua ni descanso, para vengarse a veces de los perjuicios de los que han sido víctimas en los tiempos de su encarnación.1 1 Los casos de obsesión se cuentan por centenares. Casas encantadas, maleficios más o menos diabólicos, persecuciones de toda naturaleza, – tales son los perjuicios variados por los cuales se manifiesta la maldad de los desencarnados irascibles. Yo podría, en apoyo de estos hechos, mencionar la historia de uno de mis amigos al que persiguen odiosamente un grupo de desencarnadas que no le dejan en paz, ni de día ni de noche, y le dicen al oído los insultos más ultrajantes. Estas citas podrían ser numerosas, pero no añadiré más que un hecho recogido en el Livre des Médiums de Allan Kardec, página 320. Lo resumo en algunas líneas. Varias hermanas, solteronas que vivían juntas, eran desde hacía años víctimas de mistificaciones intolerables: prendas dispersadas hasta en los tehcos, cortadas, desgarradas, horadadas por mil agujeros, por mucho esmero que ellas tuvieran en encerrarlas bajo llave; muebles desplazados, vajilla rota, etc., etc. Esas damas, relegadas en una 111 Los Espíritus se clasifican en el espacio, en razón de la densidad de sus cuerpos fluídicos correlativa a su grado de depuración. Los Espíritus malvados, envueltos como de un vapor denso que los arrastra hacia las regiones inferiores, deben encarnarse allí de nuevo para despojarse de sus imperfecciones. En cambio, el alma pura, revestida de un cuerpo etéreo, participa de las sensaciones de la vida espiritual, se eleva en las esferas luminosas donde la materia ha sido vencida. El alma, una vez conseguida su vida superior y perfecta, colabora con Dios, coopera en el gobierno de los mundos, dirige sus evoluciones, vela por el progreso de las humanidades y por el cumplimiento de las leyes eternas (Léon Denis). Es a estas diferentes categorías de Espíritus, de las que el hombre ha conservado como un confuso recuerdo, como él les ha dado todo tipo de nombres: buenos o malos genios, duendes, diablos, demonios1, amplia nomenclatura pequeña localidad de provincias, nunca habían escuchado hablar de espiritismo. Al principio creyeron ser objeto de bromas de mal gusto; pero la persistencia de esos hechos, a pesar de todas las precauciones imaginables, les quitaron esa idea. No fue más que tiempo después cuando, bajo ciertas indicaciones, creyeron deber dirigirse a nosotros (es Allan Kardec quién habla) para conocer la causa de esos fenómenos y los medios de remediarlos. La causa no era dudosa; pero el remedio era más difícil. El malicioso Espíritu, evocado para la circunstancia, se mostró de una gran perversidad y animado de un odio persistente – poco justificado según toda apariencia, – pues confesó sin ambages que tomaba, aunque un poco tarde, una revancha legítima, habiendo sido de vivo el cabeza de turco de esas mujeres, desabridas, egoístas, malévolas y armadas de una lengua temible cuyas heridas estaban infectadas. 1 Debemos decir, incluso de pasada, que el personaje semi mitológico y semi religioso, llamado Arhimane en Persia, Thyfon en Egipto, 112 que, partiendo del peor espíritu impuro, se eleva hasta aquellos que se les llama ángeles, arcángeles o serafines, – tantas personalidades invisibles pero legendarias que han desempeñado un papel tan importante en las diversas mitologías más o menos religiosas y hasta en la vida de los pueblos modernos. Casi todos los grandes iniciados, reformadores y fundadores de religiones, – dice el autor anteriormente citado – eran poderosos médiums, en comunión constante con los invisibles de los que recibían inspiración. Su vida entera es un testimonio de la existencia del mundo de los Espíritus y de sus constantes relaciones con la humanidad terrestre. Así se explican – dando por hecho la parte de exageración y leyenda – un número de hechos históricos calificados de sobrenaturales y maravillosos. La existencia del cuerpo fluídico y de las leyes de la mediumnidad nos hace comprender con ayuda de que medios se ejerce, a través de los tiempos, la acción de los Espíritus sobre los habitantes de nuestra tierra. La Egeria de Numa, los pensamientos de Escipión, los duendes de Sócrates, de Taso, de Jerome Cardan, las voces de Juana de Arco, los inspirados de los Cévennes, la vidente de Prévorst, la Katie King de William Crookes y otros mil hechos análogos, considerados a la luz del espiritualismo modernos, pierden a partir de ahora a los ojos del pensador todo carácter sobrenatural y misterioso. ____________________ Mefistófeles en literatura y Satán en la Edad Media (el mismo al que Lutero creyó arrojarle su tintero en una crisis alucinatoria), ¿no fue, en todo tiempo y en todo lugar, más que la personificación abstractas del mal hecho según el estado de ánimo de los pueblos a los que acosaba esta alegoría y amenazante figura? 113 Y ahora, ¿qué hay que hacer para que los Espíritus desviados franqueen los círculos de la depuración1? Es necesario que se encarnen de nuevo, se sometan a otras pruebas, se purifiquen en el fuego del dolor, y es en ese estado de nueva encarnación donde aportan todas sus pasiones, todos los fermentos de su endémica corrupción como ellos dan, a los habitantes de los mundos a los que regresan, el odioso espectáculo de sus hipocresías, de su concupiscencia, de su egoísmo, de su grosera sensualidad y como se ven surgir, de ciertos medios realmente demoníacos, esas siniestras figuras de criminales y de déspotas que, entre las multitudes aterrorizadas o sobre algunos tronos odiosamente célebres, dejan amplias manchas sangrientas. – Candidatos al presidio; cabezas que esperan el cadalso en la tierra, o terribles expiaciones en sus existencias posteriores. Y es porque la depuración es tan lenta, que se abre para la evolución de cada ser la incalculable serie de los siglos venideros. Para convertirse en lo que es en la media de las criaturas humanas, hace falta que Psique atraviese todos los reinos de la naturaleza a través de innumerables existencias. El espíritu que manipula los mundos y los seres se manifiesta por intensidades diversas. Fuerza latente en el mineral y en el vegetal, se acentúa en la nerviosidad animal, luego camina sin retroceso a la individualidad consciente en el transcurso de esta lenta y penosa elaboración. La chispa anímica, que dormita en todos los reinos de la naturaleza, se despierta progresivamente, pero cuán pálidos son sus primeros fulgores al salir de los confusos orígenes. No es 1 Se llama erraticidad, en lenguaje espiritualista, el estado transitorio de las almas desencarnadas que erran por los espacios interplanetarios esperando nuevas encarnaciones. 114 más que al cabo de inmensos periodos cuando las semillas eclosionan, cuando las transiciones se efectúan. No es más que después de auténticas revoluciones cósmicas cuando se opera el paso de un reino al otro, de planeta en planeta superior. Lenta, prodigiosamente lenta, es esta solemne ascensión. Las vidas, sin parecerse, se siguen y se encadenan, regidas por la ley fundamental de la «repercusión hereditaria ». Sin embargo hay siglos, ciclos más bien, en los que el hombre conservará sus instintos, sus propensiones, sus facultades progresivamente evolucionadas. Todo se corresponde, todo se relaciona, todo tiene eco en la eternidad. Tal palabra, tal idea, tal deseo, tal acto, por insignificante que parezca, renacerá, resonará en esos ecos que nunca se apagan. Pitágoras afirmaba que las injusticias aparentes, que los repartos desiguales y que parecen tan sorprendentes, encuentran su explicación racional y justificable en el hecho de que toda existencia es la recompensa y más a menudo aún la expiación de la que la ha precedido. El alma, en su completa libertad, puede no solamente avanzar, sin o retroceder también, según su voluntad indolente, indecisa o perversa. La libertad hace posible toda regresión posible. Sobre la ruta ascendente, el alma acaba por llegar a la plena consciencia de sus poderes y se eleva a una altura de donde ya no desciende. Pero hay también sobre el camino tales giros funestos y trágicos, donde el alma desviada puede regresar sobre sus pasos. De existencia en existencia, entonces, ella circula en los abismos, pierde su humanidad, se vuelve demoníaca, tal vez regresa a la animalidad, pues la cadena es continua1, y vuelve a caer en los bajos fondos… 1 Los animales son parientes de los hombres, dicen los misterios antiguos, como los hombres son los parientes de los dioses. 115 Y es entonces cuando hay que ascender. La indestructible monad viva puede rebajarse pero nunca desaparecer, ¡nunca! Hay que volver a comenzar la espantosa ascensión a través de mil pruebas, de reino en reino, de círculo en círculo en el que cada uno puede durar siglos y siglos. He aquí el verdadero infierno, según las leyes de la evolución, y cuán más lógico es que el que han inventado los dogmas. (Ed. Schuré.) Afortunadamente regresan también, entre nosotros, a la tierra que ya han habitado, almas puras, bienhechoras, conductoras de otras almas, – tales como esos grandes genios de todos los siglos, iniciadores de pueblos, faros de la humanidad, estrellas de primer orden en las constelaciones del emporio espiritual. Son aquellos que inspiran y dirigen mediante nosotros, prosiguiendo su obra providencial, por la intermediación de nuevos colaboradores que ellos mismos han elegido, – maravillosa asociación de las edades, fraternidad de los mundos que, en los campos de la inagotable vida, hacen madurar la siembra sagrada. Es así como se manifiesta y se explica el gran misterio de las reencarnaciones sucesivas. Obra santa y divina, pues es en un espíritu de justicia suprema atemperado por incesantes manifestaciones de amor, al mismo tiempo que en un sentimiento de respeto absoluto para las libertades individuales, como el Ordenador del plan divino ha instituido esta gran y maravillosa escuela de perfeccionamiento ininterrumpido. Y es, partiendo de las formas más rudimentarias de la baja animalidad, con la que se asimilan las estrategias, los instintos y las ferocidades, pero franqueando las especies, enriqueciéndose con aptitudes de la animalidad superior, 116 escalando todos los peldaños de la escala viva, como nuestra Psique, cuya historia siempre contamos, acaba por llegar al ciclo de la humanidad. Allí se amplían los horizontes. El alma y su cuerpo fluídico adquieren nuevos sentidos, entreven las luces del alba que débilmente fulguran desde el umbral del mundo moral. Psique siente abrirse palpitar en ella su conciencia creciente que lentamente se desprende de la ganga material. El alma, a partir de ahora, humana se eleva en la luz y conquista su espiritualidad. La crisálida desgarrada se ha abierto bajo el batir de las alas. El ciclo humano se ha acabado. Lugo, al cabo de cada una de esas etapas, interviene la muerte liberadora que concede un descanso momentáneo a esa alma fatigada por su larga y dolorosa ascensión. La muerte liberadora, he dicho; no lo es más que para las almas que suspiran después de la libertad. Las demás han conservado sus cadenas, las cadenas de esta materia de las que son esclavas, hasta el punto de que todavía subsisten incluso más allá del sepulcro, el abrazo tenaz, los deseos viles, las pasiones inexorables. Las sensaciones de hambre, de frío, de dolor y también de deseos bestiales, subsisten para las más groseras de entre ellas. Su organismo fluídico del que ellas no se dan cuenta las desconcierta y las paraliza. Sus percepciones son obtusas. Sus aspiraciones son nulas, – « almas vendidas al mal », como dice la Escritura. No saben nada de la vida del espacio. Todo son tinieblas en ellas y a su alrededor. Flotan perdidas en un horror ineluctable entre las «sombras de la muerte». Es entonces cuando hay que recomenzar, pobre Psique envilecida en su fango, recomenzar a escalar, a subir el roquedal de Sísifo que rueda y siempre vuelve a descender… No, no siempre. 117 A Sísifo el vencido, al eterno condenado del Tártaro, sucederá un día u otro, el Hércules emancipador, símbolo del esfuerzo victorioso, de la fuerza indomable. La roca obstinada se detendrá en su caída, retenida por el brazo invencible. ¡Pero cuántos esfuerzos son necesarios para volver a subirla hasta lo alto; cuántas luchas y revueltas vencidas por el látigo azotador de los dolores; cuántas derrotas antes del triunfo final, y cuán caro resulta a los orgullos obstinados la conquista segura… pero tan lejana, de su heroica inmortalidad! Hela aquí, en su entera realización, la soberana equidad, la justicia ideal. Cada alma, dueña de su destino, puede someterse, sufrir, resistir, combatir, escalar la pendiente ardua y llegar por fin a las luminosas cimas. No es un poder arbitrario que predestina a unos a interminables pruebas, reservando a otros beatitudes inmerecidas. No hay aquí más dios fantástico que abre a éstos los pórticos dorados del paraíso, mientras que él gira sobre aquellos los cerrojos de un infierno sin salida. Ningún injusto reparto en el cumplimiento de la obra suprema. Ningunos privilegiados en el campo donde, bajo la mirada de un maestro equitativo, trabajan igualmente los obreros de la primera y de la última hora. Sabemos de dónde venimos, lo que somos y cual es nuestro objetivo. Sabemos que al salir de cada nueva encarnación, el alma lleva con ella todo el bagaje de virtudes conquistadas, de tesoros acumulados. Sabemos finalmente que el dolor es el crisol donde se efectúa toda purificación, el horno donde se funde el egoísmo, donde se disuelve el orgullo, donde se aprende a ser humilde, y es a nuestro conciencia solo a quien pertenezca pronunciarse sobre la sinceridad de nuestros esfuerzos. No hay ni 118 redención, ni milagro, ni misterio. No hay más que justicia, – la absoluta justicia de Dios. Cada vez que suena, para uno de nosotros, la hora de la liberación y que cae la piedra del sepulcro que no conserva más que nuestra envoltura perecible, es en esa hora como se lanza nuestra alma una vez más victoriosa y como ve desarrollarse ante ella el cuadro recapitulativo de sus vidas anteriores. Todas las faltas cometidas, escalonadas bajo sus ojos, le conceden el medio de ser reparadas. Se establece el balance. La balanza compara el esfuerzo impuesto y los resultados adquiridos. Cada etapa franqueada traza las condiciones en las que será recorrida la nueva etapa a franquear. Cada día prepara su día siguiente. « Después de la muerte, sigue el juicio » – dicen las Escrituras. Pues bien, he aquí el juicio y somos nosotros mismos quiénes pronunciamos la sentencia. Es cierto que durante nuestra estancia terrestre, nosotros ignoramos lo que han sido nuestras vidas anteriores. No tenemos conciencia de las faltas acusadoras que explicarían y legitimarían nuestros actuales dolores. Pero ¿no es mejor que sea así? Estaríamos aterrorizados. Y, por otra parte, ¿no tenemos ya los unos contra los otros bastantes rencores, celos y odios? ¿Qué sociedad sería posible, si cada uno de nosotros pudiese leer, no solamente en su pasado, sino aún y en consecuencia en el pasado de los demás? ¿Sabemos lo que hemos hecho o padecido en los periodos bárbaros de los que apenas salimos? Suponiendo que pudiésemos olvidar las heridas que se nos han hecho, ¿podríamos pasar la esponja sobre los malos tratos que hemos infligido? ¡Que vergüenza y remordimientos lacerantes! Los mejores de hoy tal vez fueron los peores de antaño, y qué obstáculo para nuestro progreso íntimo y personal, cuando nos encontrásemos más 119 turbados y arrepentidos por tener hoy la conciencia más delicada. ¿Quién de nosotros podría soportar, sin flaquear, el recuerdo acuciante de sus dolores, aceptar el estigma más demoledor aún de sus desfallecimientos, de sus culpas o de sus perversidades? ¿Lo que nos endurece y nos conduce al mal, de pies y puños atados, no es a menudo el horror que nos inspira nuestro envilecimiento? Cuantos se dejan oscurecer en el abismo, porque desesperan de poder remontarlo y piden entonces, en la fiebre del crimen, un remedio contra las angustias del remordimiento. Puesto que ese pasado terrorífico se ha borrado de nuestra memoria, también se borra de nuestra conciencia momentáneamente inconsciente. El alma que renace en un cuerpo nuevo, hereda sin duda sus antiguas culpabilidades, pero al menos está liberada del recuerdo inmediato de sus actos y no es más responsable que de su futuro. « Una ley física, de acuerdo con la ley moral, – añade Eugène Nus en algunas bellas páginas que aquí me place resumir, – se opone felizmente a que el alma encarnada tenga la disposición de sus recuerdos. El hombre que yo soy en este momento es de algún modo una nueva individualidad cuyo cerebro no pude reproducir más que las impresiones que le han afectado. La memoria de los hechos anteriores está enterrada en las profundidades del ser. No es más que cuando está desprendida del cuerpo opaco cuando el alma se reencuentra y se reconoce. Así, en esta vida, alternamos de la vigilia al sueño y del sueño a la vigilia, y esos dos estados constituyen dos mundos de existencia bien distintos, dos órdenes de funciones completamente diferentes. ¿Acaso al dormir perdemos el sentimiento de nuestra existencia real y el yo consciente deja de existir? Sucede de otro modo, él persiste en la memoria que puede dormitar también, pero que se 120 despertará. Ya no tiene la noción lúcida de la marcha de su vida y del encadenamiento de sus ideas, pero en otro medio todavía piensa, percibe, actúa, sueña… y el sueño lo vuelve a poner en posesión de la plenitud de su ser. ¿No hay en ello un emblema de la gran y doble vida, una página de verdad que Dios nos ha dado para leer e invitarnos a meditar? El alma recubre pues, al salir de esta existencia, la memoria del pasado, memoria progresiva que se desarrolla a medida que sube. Y hace falta que así sea. El recuerdo es una condición esencial de la inmortalidad, porque el recuerdo es la consciencia y, sin la consciencia, la inmortalidad no es más que una palabra. A través de las alternancias y las transformaciones, siempre es el mismo ser y la misma vida. En la historia general de la especie, cada individuo tiene sus anales personales grabados en él, en su organismo fluídico. Hay momentos en los que el libro se cierra, pero es para reabrirse, cada vez aumentado con una nueva página. No es solamente el hombre quién renace y se perpetúa, son también los hombres, en las relaciones de solidaridad que constituyen la unidad de la confederación de los seres. Más allá de las tumbas, la sociedad humana continúa. La gran familia se encamina hacia el Padre, por el progreso debido a los esfuerzos comunes. A medida que los seres suben y se iluminan, la solidaridad aumenta. La unidad armónica tiene a constituirse cada vez más por la concentración de los espíritus y de las conciencias en una fe general, al mismo tiempo que mediante la distinción de las energías y las aptitudes. Es esta jerarquía natural lo que mantiene en las dos vidas la variedad de tipos y la diversidad de funciones, pues esas funciones son múltiples. 121 En el mundo de los Espíritus dominados por el Espíritu supremo, la actividad es eterna. Todos los días, se organizan globos, seres nuevos aparecen, se forman conciencias, almas eclosionan para desarrollarse, es decir para trabajar.» Sobre esta idea de la actividad de las almas, estamos en absoluto desacuerdo con la mayoría de las religiones. Casi todas han proscrito el trabajo de su cielo. Moisés ha ido más lejos; declarándolo como un castigo infligido por Dios, él lo ha censurado en la tierra. Este envilecimiento del trabajo en las apreciaciones humanas y en los pretendidos dogmas divinos ha llevado consigo consecuencias absolutamente desastrosas. Es esta falsa concepción de leyes fundamentales de la vida que ha organizado todos los sistemas de opresión aristocrática, todas las castas desdeñosas de los débiles, de los sueños, de los parias despreciados, de los proletarios condenados al trabajo, mientras que a los grandes de la tierra les eran reservados la ociosidad, las distracciones, sobre todo las riquezas, incesantemente renovadas por la explotación de los miserables. He aquí lo que hizo Moisés, o al menos el autor del génesis, declarando que el hombre, porque estaba maldito, « no comería más pan, a partir de ahora, excepto con el sudor de su frente » Gracias al progreso de las ciencias, a la emancipación de la razón y al apogeo de la conciencia, esta fase dolorosa de la humanidad tocará pronto a su fin. Las ideas errónea se rectifican. La modernidad ha rehabilitado la actividad humana y santificado el trabajo. La maldición bíblica está borrada: ya no es censurado el trabajo, ya no es más la ociosidad la que honra. A este progreso de la conciencia humana debe corresponder un progreso en las formas que ella ha dado a su ideal, y ese no es otro que la puesta en 122 acción de todas las energías de vida que ella puede llegar a conquistarla. El ideal es algo más que la florescencia de todas esas energías de las que hemos sido dotados desde el origen. Perfectibilidad, voluntad, libertad, ¿no es ese nuestro patrimonio? Pero con qué lentitud evolucionan todas esas fuerzas innatas. La propia libertad, ese resorte de toda actividad, esa levadura de todas las virtualidades, no existe de entrada en el hombre más que en estado de germen latente. Él la contiene como la bellota contiene al roble. Resultante del desarrollo de la vida, ella es proporcional a ese desarrollo. Ser libre, es poder, pero para poder hay que conocer. La inteligencia y la razón dan la medida a la libertad. La libertad moral es a las facultades como la libertad física es a los órganos. « Razón, conciencia, libertad, responsabilidad, esos agentes diversos de la vida moral crecen al mismo tiempo, emergen poco a poco del instinto, de la ignorancia y del egoísmo que los envuelven y los oprimen. Cuando el hombre ha sentido palpitar en él su conciencia, cuando ha experimentando una alegría o una tristeza a consecuencia de un acto cumplido; cuando ha tenido en él una noción, tan confusa y turbadora como sea, de algo que es el bien, de algo que es el mal, la libertad comienza, la lucha se entabla entre la materia y el espíritu, – larga y terrible guerra donde muchas batallas serán perdidas, – pero es Dios quién levanta a los muertos1 .» ¿Pero para ese gran combate de la existencia, se objetará, todos al menos han recibido igual valentía e iguales armas? Las almas no pueden ser idénticas, incluso en su origen, puesto que la variedad, una variedad ilimitada en sus manifestaciones, es una de las leyes de la inagotable 1 Les Grands Mystères. 123 creación. La vida no se repite nunca. Si las almas nacientes se pareciesen, enseguida tendrían que diferenciarse por los procedimientos que emplea su evolución. La diversidad de las naturalezas, que explica la desigualdad de las fuerzas, debe obligatoriamente manifestarse mediante direcciones apropiadas y funciones proporcionales. ¿Qué importa, después de todo, si la responsabilidad es medida en las aptitudes?1 Mediante el mal, por lo demás, como mediante el bien, todas las almas son y permanecen solidarias. Cada una actúa sobre las otras y todas, por el mismo engranaje de sus fuerzas, concurren en el desarrollo de la especie. Hace falta que el vicio sirva a la virtud de contrapunto. Para que haya mártires, tiene que haber verdugos. ¡Qué nos dice que las víctimas de hoy no hayan sido los opresores de ayer, y que a los perseguidores no les esté reservado para más adelante la justa revancha del martirio! A pesar de todo y en particular de su lentitud, la justicia inmanente llega a su día indicado. El progreso se realiza y gradualmente se acentúa. La ascensión del alma está en razón directa de las nociones que le proporcionan los recuerdos de sus existencias anteriores, y no es más que al cabo de la fase recorrida cuando ella puede regresar, mirar y comprender. Desde luego será solemne la lección que nos dará el extraordinario y terrorífico panorama de nuestras vidas repentinamente evocadas. ¡Qué espectáculo el de esta serie de encarnaciones cuyos fantasmas surgirán de todos nuestros sepulcros entreabiertos. Entonces comprenderemos la insuficiencia de nuestros esfuerzos; nos contaremos nuestros desfallecimientos, desde la época mil veces secular, en la que –¿quién sabría leer en la noche de los 1 Ver la parábola de los Talentos. Matías, cap. XXV, 14-29 124 abismos?– bajo el caparazón repugnante del megalosaurio o el iguanodon, nosotros reptamos, con la boca abierta y los dientes agudizados, en los pantanos de los bosques de la edad terciaria… Podremos constatar en qué medida nos hemos esforzado en desprendernos de las ferocidades de una tan opresiva bestialidad, reconocer lo que nos ha quedado de ella, durante siglos, que violencias, que pasiones abyectas nos ha transmitido esta temible herencia… y ver, por fin, brotar, del fondo de nuestros corazones de « civilizados » a la bestia humana que a veces se desenvuelve tan mal, bajo su máscara de hipocresía1. Bajo estos estigmas de infamia, ¡qué ardientes vergüenzas y que remordimientos corrosivos! Pero en revancha, que idea grandiosa y reconfortante nos dará de la importancia de nuestro destino, esta larga serie de siglos que el Dispensador ha puesto a nuestra disposición, para dar a nuestra libertad el margen inmenso, la infinita latitud necesaria para la conquista de nuestra inmortalidad. Felices, cuando podamos constatar que nos hemos depurado de existencia en existencia, que nos hemos desprendido, sobre la ruta, de las escorias de nuestra alma y que a pesar de nuestra lentitud, gravitamos hacia esas alturas serenas donde podrá efectuarse la comunión de nuestra alma con la gran Alma universal, hogar de donde brotó antaño, ínfima chispa – pero chispa imperecedera. Cuántos errores, discusiones y malentendidos han dividido a los espíritus, extraviado las conciencias, sobre esta cuestión capital de la preexistencia de vidas sucesivas y de una super vida definitiva. El espiritualismo moderno está en condiciones de dilucidar la cuestión, de discutirla y de concluir. 1 « Llevas en tu interior, decía Epictete, el jabalí de Erymanthe, el oso de las cavernas y el león de Nemea, – Dompteles. » 125 Hasta ahora, los materialistas han buscado el secreto de la vida universal, no en las causas superiores, sino en los efectos tangibles que pueden ser diseccionadas por el escalpelo y que pesan en la balanza. Los cristianos, por su parte, la han buscado en las nieblas de las regiones metafísicas donde se entrechocan los argumentos, pero donde domina y se perpetúa la hipótesis. Nuestros procedimientos son diferentes; nuestra investigación está llevada con otro espíritu. Sabemos, de fuentes solventes, que la causa efectiva del mundo reside en el propio mundo a la que encierra y penetra, de la que ella es el alama y el hogar. Durante demasiado tiempo se ha creídos, sin pruebas, y sostenido, sin argumentos plausibles, que la obra divina se enmarcaba en el círculo restringido de nuestra economía terrestre. No se ha querido comprender que es en el encadenamiento y la colectividad de las vidas solidarias como se revela la armonía universal y como se efectúa la evolución general. No es ni en el tiempo, ni en el espacio limitados, donde puede ser mensurable la obra divina. Es en el infinito donde se expande, en haces de soles, en fuentes de almas. La creación es eterna, anterior a todo tiempo, desbordando toda duración, y es ultrajar la razón más elemental presentárnosla como saliendo de improviso de no sé que nada súbitamente fecundada – acoplamiento de palabras antitéticas, invención vana y vacía en la que la imaginación más complaciente no sabría aceptar la quimérica fantasía. Con todos sus mundos visibles e invisibles, sus poblaciones planetarias, el universo no es otra cosa que un inmenso taller, el taller de la eterna vida. Cada globo lleva con él sociedades humanas cuyo desarrollo, valor moral y grado de perfección varían de mundo en mundo, desde nuestro ínfimo planeta, pobre grano de arena donde se agita 126 una de las aglomeraciones más inferiores de la jerarquía cósmica, hasta esos globos enormes, resplandecientes, donde brillan los más gloriosos representantes de las confederaciones celestes1. Pero todo progresa y se transforma, nuestra tierra como las demás, y nosotros mismos, como los hermanos que nos han adelantado. Nacen hombres y mundos, viven y mueren. Mientras algunos astros se apagan, otros astros se encienden en la gran extensión. «Hay en el cielo cunas y tumbas,» dijo el poeta. Pero, mientras esos mundos viejos se dislocan, se desmoronan y siembran en los abismos sus despojos y sus polvaredas, nuestras almas, victoriosas del tiempo y del espacio, prosiguen su curso hacia otros cielos donde, bajo los rayos de jóvenes soles, evolucionan las más gloriosas humanidades. Es de este modo como se lleva a cabo, sobre un plan del que él solo conoce los secretos, las voluntades del Organizador. Es así como se proseguirá por siempre la obra de la vida; pues, en las soledades del espacio fecundo, es por puñados como el augusto Sembrador lanza en amplios vuelos la polvareda de esos mundos, esas « moradas celestes » donde se dan el último toque las divinidades – y es ante el gran órgano del universo, sobre su inconmensurable teclado del que cada acorde es un torbellino de soles y tierras, como el Artista supremo toca, de edad en edad, el himno eterno del génesis infinito. He aquí el plan divino. _______________________ 1 Paráfrasis de algunas bellas páginas del Sr. LéonDenis (Christianisme et Spiritisme) 127 CAPÍTULO IV LA EPOPEYA DE LA VIDA La vida es el drama por excelencia. Nada más grande ni más solemne. Es para ese drama para lo que ha sido organizado el universo. Nacer, vivir, morir, – pero morir para volver a nacer y revivir, y eso de eternidad en eternidad… Espectáculo grandioso que se concede a sí mismo el Creador que, con razón, ha podido declararse satisfecho con su obra. «Y Dios vio que era bueno, » nos declara inocentemente el Génesis. Y eso es bueno en efecto, más que bueno, grande, sublime en todos los sentidos, en poder, en justicia, en amor. Y el Génesis dice todavía: « Dios descansó el séptimo día. » Aquí se equivoca. El sol del último día no se levantará jamás sobre la obra infinita. Sería necesario para eso que la eternidad terminase. Nebulosas tras nebulosas, torbellinos tras torbellinos, soles y tierras se sucederán y sobre esas tierras y sobre esos soles, sin descanso, nacerán almas que sobre el camino del infinito ascenderán hacia la divinidad. Nacer, vivir y morir, para volver a nacer, hemos dicho. Hablemos en primer lugar del nacimiento. EL NACIMIENTO Mediante legiones infinitas, flotan en el espacio las almas desencarnadas. Todas saben más o menos a que grado de desarrollo han llegado. Todas saben que la ley del progreso es la ley misma de la vida, y si hay, entre las más imperfectas, algunas que dudan, retrocediendo ante las ineluctables pruebas, son muchas otras que, 128 experimentando la necesidad de avanzar, desean proseguir su evolución. Por añadidura, para cada una de ellas, la hora suena tarde o temprano en el reloj de la infinita duración. Sea como sea, es en el trastorno y la angustia como los Espíritus se preparan. Sobre el umbral de una nueva vida, el futuro reencarnado, ¿sabe cuál será el resultado de la nueva depuración que va a padecer? ¿El va a avanzar o permanecer estacionario, luchar con valor o abdicar miserablemente y, como tantos otros, abandonarse a un punto tal que tal vez llegue al suicidio, para desembarazarse de una existencia en la que se sentiría incapaz de afrontar las temibles peripecias? Pero hete aquí que la hora ha llegado. Debe obedecer al impulso que le es sugerido desde lo alto. Un Espíritu, designado desde mucho tiempo atrás, va a fundirse en el cuerpo de un niño en el germen del cual van a comenzar las primeras vibraciones de la vida fetal. No es sin auxilio, ni apoyo, como el triste exiliado del cielo va a afrontar sus nuevas pruebas. Los Espíritus que lo aman, lo rodean, asisten a su partida del mundo invisible. Algunos, incluso, lo siguen hasta en la vida. No es menos cierto que ante la solemnidad de este acto comienzan para él los dolorosos estremecimientos, cuán más profundos que los de la propia muerte! La muerte, es la liberación, mientras que la reencarnación no es otra cosa, en definitiva, que la tuerca del nuevo prisionero. Que advertidas están esas poblaciones salvajes que, mediante cantos de alegría, glorifican la liberación del moribundo, mientras que rodean con sus lamentos la cuna del recién nacido. Desde limbos misteriosos de la preexistencia, el Espíritu es descendido a la tierra, arrastrado por una fuerza contra la que ni siquiera trata de luchar. La carne va a reconquistar sus derechos que la muerte le había arrancado. 129 Es aquí como se manifiesta en su acción soberana el complejo fenómenos de las materializaciones graduales que nosotros hemos denominado la gama de las condensaciones. Entre la materia grosera del nuevo cuerpo y la naturaleza etérea del Espíritu, ¿quién mediará entonces? ¿Mediante que concesiones recíprocas de asimilación, los dos elementos disímiles van a aproximarse, a confundirse en su asociación? ¿Quién va a resolver ese temible problema que, desde que los hombres se han dedicado a reflexionar, constituye la inexorable piedra angular de todas las filosofías, de todos los dogmáticos, de todos los sueños estériles y dolorosos del asceta en su cabaña, del monje en su celda, del teósofo en su hipogeo? ¿Qué es necesario para reconciliar a esos viejos adversarios, unir esos dos contrastes, ese Espíritu y esa materia, en unas condiciones tales que el primero pueda actuar sobre la segunda… sino un intermediario participando de su doble naturaleza? ¡Pues bien! Ese intermediario existe. Hace miles de años que ha sido revelado a la Humanidad y se ha manifestado a ella, mediante comunicaciones, apariciones, influencias, inspiraciones a veces mal comprendidas, pero eficaces a pesar de todo. Es por su naturaleza mixta, por su constitución semi material y semi espiritual, que sirve de trazo de unión entre los dos términos de un dualismo que se ha obstinado en considerar como irreductible. Este intermediario es el cuerpo fluidico o etérico, llamado « perespiritu » por los espiritistas, « cuerpo espiritual » por el apóstol Pablo y los Padres de la Iglesia, « cuerpo astral » por los astrólogos… los nombres son abundantes. Es él quien desempeña el papel capital en el 130 fenómeno de la reencarnación. Él es el modelo, la muela, sobre la que la materia se concreta, el cuerpo físico se organiza. Dispone las moléculas según un diseño, un plan preconcebido, y es él al que hace alusión un notable pasaje de Claude Bernard que tendremos oportunidad de ver más adelante. Organismo etéreo, resultante del fluido que llena el universo, ese cuerpo espiritual, asociado al cuerpo material, es la forma preexistente y sobreviviente del organismo humano. Esta envoltura de « materia quintaesenciada » va a ser a partir de ahora la inseparable vestimenta del Espíritu que, desde esa hora de encarnación se llama el alma… esa alma que, según la definición que de ella han dado los propios Espíritus, no es nada menos que una « porción de sustancia que Dios extrae de la fuerza universal para atribuirla a cada individualidad ».1 Es siempre esta Psique cuya larga historia no es otra que la de las humanidades. ¡Historia sobrecogedora y trágica! Ayer aún era libre, hoy ya no es más que una cautiva prisionera en la materia, enlazada por los recovecos del organismo a través del cual tendrá que vivir a partir de ahora, respirar, pensar. A medida que se desarrolla siente crecer en ella una luz temblorosa a la que ella llama su conciencia, pero siempre 1 Recordemos, para evitar toda confusión, que un Espíritu es uno de los seres inteligentes que pueblan el mundo invisible, que el alma es ese mismo Espíritu después de su encarnación, que el cuerpo fluídico o etérico sirve de intermediario entre el alma y el cuerpo; de tal modo que el hombre, organismo triple, se compone de una personalidad corporal, de una personalidad mental o psíquica y de una personalidad fluídica o etérica, de materialidad variable, relativa y para siempre inseparable, sea del Espíritu desencarnado, sea de ese mismo Espíritu encarnado que desde entonces toma el nombre de alma como acabamos de decir. ¿Quién sabrá nunca decir de que facultades misteriosas, desconocidas en la tierra, está dotada esta triple personalidad? 131 se debate bajo el abrazo, y no es más que de lejos, por así decirlo, como escucha las llamadas del invisible genio interior cuya presencia no se hace sentir más que « por el batir de sus alas », como dice Pitágoras. Tan grande es el cuerpo que la oprime, la violenta, la inflama con sus pasiones carnales; como otro tanto es el espíritu que la atrae hacia las regiones tan elevadas que olvida momentáneamente el cuerpo. Pero cuanto sufre por culpa de esos tirones, en medio de los cuales busca obstinadamente la felicidad – es decir la libertad de sus alas. Desde que comienza a efectuarse, bajo la acción del cuerpo fluídico, el agrupamiento molecular de donde surgirá el cuerpo del nuevo encarnado, y que, bajo la influencia del fluido vital, se organiza y se modela la materia animalizada, un profundo trastorno se apodera del alma a la que paraliza una especie de sopor. Sus facultades disminuyen; su memoria se desvanece, su conciencia se obscurece y la pobre Psique se duerme y sueña en su nueva crisálida. Todavía no ha perdido el recuerdo de su patria celeste. Todavía es visible a sus ojos el guía espiritual que le ha indicado la mujer que va a ser su madre1… ¡Ella se promete no olvidar la luz en el mundo de las tinieblas!... ¡Pero qué confuso resulta todo en el umbral de ese mundo nuevo! 1 Para el hombre y la mujer realmente iniciados, dice Ed. Schuré, que saben que el alma del niño preexiste en su nacimiento terrestre, la concepción se convierte en un acto sagrado, la llamada de un alma a la encarnación. Entre el alma encarnada y la madre, hay casi siempre un profundo grado de similitud. Como las mujeres malvadas y perversas atraen a los Espíritus demoniacos, las madres tiernas atraen a los divinos Espíritus. También santa y divina es la tarea de la madre que en su hijo debe crear una nueva morada, suavizarle su prisión y facilitarle la prueba. – (Les Grands Initiés.) 132 Durante años, largos años de débil infancia, ella deberá preparar su nuevo organismo, adaptarlo a sus futuras funciones. Ella lo sabe, pero se resigna, recordando tal vez a pesar de su crecimiento que no ignoraba, al descender a la tierra, cuán ruda es la escuela por donde deben pasar los reencarnados. Es aquí abajo donde está realmente ese « purgatorio », del que religiones mal informadas han hecho como el vestíbulo del paraíso; y es ahí como tenemos que renacer y sufrir. ¿No pasamos todos los días por la dolorosa experiencia? Es ahí como todo se liquida, se rescata, se repara… sin prejuicio de posteriores purificaciones. A cada una de las faltas de antaño cometidas, corresponde un castigo proporcional. El abuso de las riquezas, el orgullo, el egoísmo, la crueldad tienen por vengativas contrapartidas la miseria, las humillaciones, el egoísmo de los demás y los malos tratos de los despiadados. Lo que se ha infligido se sufre. Y si nuestra mirada estuviese dotada de una cierta doble visión especial, distinguiríamos, bajo el rostro grotesco o bestial de los deformes, idiotas y locos, almas en trabajo de rehabilitación que humilla la abyección y que tortura la impotencia. No nos riamos de esos miserables. En esos sepulcros de carne, bajo esas odiosas larvas, podemos sospechar culpabilidades; pero son culpabilidades que sufren, gimen, expían y solicitan nuestra piedad. _________________ La unión completa del alma con el cuerpo no se efectúa más que en el momento del nacimiento. Es cuando se anuda definitivamente el lazo fluídico que, durante la vida fetal, se había estrechado progresivamente. El alma encarnada cuyo desarrollo, ayer aún etéreo, puede 133 materializarse cada vez más, acaba algunas veces por atascarse en el limo terrestre y ser marcada de estigmas más o menos persistentes. Esta pues hecho. El alma y el cuerpo, indisolublemente asociados por el fluido vital de los que los penetra el cuerpo fluídico, concurren juntos a la creación del tipo individual que va a caracterizar el producto de esa encarnación nueva. Sí, nueva, pues cuántas otras la han precedido ya. Cosa extraña es que podemos seguir su rastro en esta especie de revisión periódica que se puede hacer de cada mamífero en el transcurso de su vida fetal. El hombre ha sido sucesivamente unicelular, molusco, pez, reptil, cuadrúpedo, y es mediante esas formas zoológicas por las que pasan los fetos humanos antes de su nacimiento, recapitulando así los estados sucesivos que caracterizan su raza.1 Si los diversos organismos materiales que constituyen como la trama del organismo humano se encadenan los unos a los otros, lo hacen por la filiación de sus facultades intelectuales. Las adquisiciones hechas en el pasado permanecen latentes, pero persisten en su integridad 1 Esta recapitulación de las formas zoológicas cuya vida fetal nos concede el espectáculo es uno de los fenómenos biológicos más extraordinarios que nos han revelado los fisiólogos modernos. Resulta de tanto o más interés para nosotros, toda vez que concuerda con todos los aspectos y datos de la doctrina esotérica a la que ilumina, explica y confirma. Los fetos de los mamíferos y del hombre ofrecen sucesivamente, es decir a sus diferentes edades, tan extrañas semejanzas con los de los animales inferiores, que un embriólogo célebre declaraba que, si no hubiese tenido cuidado de etiquetar todas sus muestras, le hubiese sido imposible distinguir el embrión humano del de los moluscos, peces, reptiles y finalmente de los propios cuadrúpedos, tigres o leones cuyos fetos en un momento de su evolución intrauterina son idénticos a los del «rey de la creación». 134 primera. Son ellas las que constituyen ese fondo del ser intelectual que se llama el carácter, al mismo tiempo que persisten ciertas aptitudes muy diversas, buenas o malas y de origen misterioso, que se revelan a veces desde la más temprana juventud. Nuestro entendimiento no es en absoluto esa tabla rasa imaginada por los filósofos modernos. Psique no llega a la tierra, blanca, pura y desprovista de toda adquisición. Aporta no solamente predisposiciones felices o fatales, sino aún pasiones, a veces vicios que, dormidos en las profundidades del cuerpo etérico, pueden, en los medios corruptores de la tierra, revelarse con una intensidad temible. ¿No hay todo tipo de historias de jóvenes criminales cuya precocidad desconcierta y espanta? A las adquisiciones del pasado, vienen a añadirse las de la nueva vida. En el gran libro del cuerpo etérico, todas serán registradas íntegramente, y, mediante vibraciones asociadas, harán surgir algunos estados de conciencia que, dando continuación a los estados antiguos, soldarán los unos en los otros impresiones, sensaciones y conocimientos cuya cadena, partiendo de los bajos fondos de la vida elemental, se prolongará y subirá hasta los más elevados grados que pueda alcanzar la vida espiritual. En cierta medida se podría comparara el cuerpo etérico a una especie de fonógrafo donde las antiguas vidas han grabado sus improntas y cuyas resonancias, se mezclan con las resonancias nuevas, asegurando la persistencia de todos los recuerdos asociados. ¿No es así como se explica la asombrosa precocidad de algunos niños que, aunque los veamos lejos, aportan, viniendo al mundo, ¡todo un bagaje de predisposiciones extraordinarias! Procedimientos científicos, aptitudes literarias, dones artísticos, todo surge y se revela en esos «pequeños prodigios», que parecen no tener más que nacer 135 para afinar ese teclado de facultadas innatas… tales, un Pic de la Mirandole que, a los dieciséis años, conocía todo lo que se sabía en su época, una Pascal que encontraba, a los trece años, el tratado de las secciones cónicas de Euclides, un Mozart que, a los doce años, componía una opera, tal aún en nuestros días ese joven Inaudi, sencillo pastor, sin cultura intelectual, que, a la edad de quince años, – en la época que yo lo conocí – efectuaba en algunos minutos, a veces en algunos segundos, los cálculos más prodigiosos. Esos privilegiados de la naturaleza no se acuerdan de sus vidas anteriores, pero en su cuerpo fluídico dormitan vibraciones que, a la primera iniciación, se despiertan y hacen funcionar su cerebro. Por otra parte – y es aquí donde se presenta la difícil y compleja cuestión de la herencia – puede producirse un fenómeno de naturaleza muy especial. Quiero hablar de la herencia exclusivamente material. El Espíritu, en verdad, forma a su antojo el cuerpo que le han transmitido sus progenitores, pero estos últimos no nos transmiten a menudo más que los elementos de nuestro organismo corporal. El alma viene de otro lado, independiente y preexistente. Se ven en numerosas familias, niños que, llevando el mismo origen ancestral, no se parecen en nada, ni por sus gustos, ni por sus caracteres, ni por sus aptitudes, ni por sus predisposiciones morales o inmorales – no más de lo que no se parecen a sus padres. Esos fenómenos no deberían sorprendernos en nada. Si es fácil demostrar, con pruebas en la mano, que el organismo material se muestra a menudo refractario a las leyes de la herencia, sería más fácil aún establecer que la herencia intelectual escapa a toda obligación, eludiendo toda filiación. 136 La historia abunda en estos ejemplos negativos. ¿Quién se encuentra en la descendencia directa del sabio y avispado Pericles? Dos idiotas, llamados Paralla y Antippas, más aún un tal Clinias, extravagante en estado normal y loco furioso intermitentemente. El íntegro Aristipe engendra al infame Lysimacos; Tucidide, al inepto Milesias, Poción, Sofocles, Socrates, Temistocles tienen hijos indignos y el hermano de Alejandro Magno se llamaba Arrideo el Imbécil. En el dominio de las ciencias, se ven por todas partes surgir el genio de padres incapaces de transmitir facultades de las que estaban completamente desprovistos; y cuando se pregunta a la historia lo que fueron los padres de hijos ilustres como Bacon, Copérnico, Descartes, Galvani, Hegel, Kant, Képler, Locke, Malebranche, Réaumur, Spinoza y tantos otros… las historia responde: padres desconocidos, de mediocre valor, a veces incluso torpes.1 No ignoro que pueden ser hechas algunas objeciones. – La cuestión tiene una doble cara, dicen numerosas personas que protestan y no sin razón. ¿Cuántas veces no se ha constatado que existen innegables transmisiones hereditarias de facultades intelectuales o morales? ¿Cuántos sabios no se han visto, hijos de sabios, y de artistas, hijos de artistas, como hay canallas y bandidos, hijos de bandidos y canallas? ¿Quién no ha oído hablar de los cincuenta músicos distinguidos que pueden contarse en la asombrosa familia de los Bach, en Saxe-Weimar, o numerosos artistas salidos de la de los Médicis de Florencia? Si hay razas malditas y estigmatizadas de taras imborrables, por el contrario, hay otras que son singularmente privilegiadas. La herencia no se limita a marcar sus improntas solamente en las formas exteriores. Más allá de las semejanzas del sonido de la voz, 1 Ver la sabia obra de G. Delanne, l’Évolution animique 137 de los gustos, de los colores, de las proporciones o las actitudes, hay otras más profundas. Si hay familias cuyos miembros tiene seis dedos en cada mano y hombres puerco espines, como los célebres Lambert, de Londres, hay gloriosas semejanzas y heroicas herencias transmitidas por tales padres a sus descendientes. – Sí, – responderemos nosotros, – la cuestión es doble en efecto; pero si la fisiología permanece muda ante este complejo problema, el espiritualismo está ahí para resolverlo. En todo organismo humano se encuentran presentes dos elementos bien diferenciados: la facultad funcional de una parte y el órgano material por la otra. La primera pertenece al alma, el segundo es proporcionado por el cuerpo. Para que el alma pueda poner en juego sus facultades, necesita instrumentos materiales, un cerebro que piense, ojos y oídos que ven y que escuchan, brazos y manos ue ejecuten, todo un organismo adaptado para manifestar las concepciones del filósofo, del poeta y del orador, las líneas y los colores del pintor, las melodías del músico, y es para la realización de esas obras múltiples como se asocian los tres elementos constitutivos del hombre: su alma, su cuerpo etérico y su cuerpo material. Asociados, desde luego, lo están. Juntos actúan; juntos se perfeccionan. El alma elevada se hace un cuerpo etérico a su imagen, el cual a su vez se modela un cuerpo de músculos dóciles con los que un entrenamiento, sabiamente graduado, puede desarrollar hasta el grado más asombroso la flexibilidad y la destreza. Sabemos, por otra parte, que en vista de su nueva encarnación un Espíritu suficientemente desarrollado puede elegir sobre la tierra el medio más apto para facilitar su perfeccionamiento. ¿No es entonces completamente natural que se procure, en tal o cual familia donde han sido 138 cultivadas las más altas facultades intelectuales, tal materia refinada, tal organismo delicado cuyas aptitudes le son garantizadas por la formación previa de una raza así privilegiada? (Ver la nota 3) Y he aquí lo que nos explica, sin que se vea afectada la independencia absoluta de los Espíritus, el reencuentro de filósofos hijos de filósofos, de artistas hijos de artistas o de inventores descendientes de inventores, como los ya célebres hijos del prodigioso Edison. Independientemente de los Espíritus errantes, poco adelantados, que, no comprendiendo la gran ley de la evolución, flotan en la indecisión de su incapacidad, hay otros más imperfectos todavía, que estarían dispuesto a regresar a la tierra, para abandonarse a los apetitos de su carne mal apagada, a los solicitudes de su cuerpo etérico, todavía tributario de una materia imperiosa y corruptora. Pero en revancha, aparte de esos grupos corruptos y corruptores, hay también categorías de Espíritus más elevados a los que unen ciertas afinidades espirituales, donde algunos de entre ellos toman sus disposiciones para reencarnarse en medios conformes a sus necesidades y a sus aspiraciones. _________________ Es entonces el alma, envuelta en su cuerpo fluídico, quien va a dirigir todo en el cuerpo de ese niño donde la hemos visto descender. Según sus capacidades adquiridas y las predisposiciones que aporta a la tierra, Psique va a luchar o dejarse vencer y, en ese último caso, sentirse transportada, como la hoja en el viento, por las ignorancias, las tergiversaciones de los pretendidos sabios y las amargas negaciones de los escépticos. En vano buscará a través sus 139 sensaciones fugitivas y de sus pensamientos inconsistentes esa pequeña estrella que llevaba en sí, pero que desde el umbral de su nueva existencia se ha eclipsado súbitamente. ¡Ah! que oscuridad hay en ese sepulcro de carne donde acaba de ser sepultada, y con que angustia en el corazón se esfuerza en recordar lo que fue en el mundo luminoso que acaba de abandonar. ¿No está todo circunscrito en el círculo estrecho que acaba de abrirle el nacimiento? ¿Sus fuerzas no estarán paralizadas para siempre por esos lazos de carne, por esas incapacidades del niño que, durante mese y años, tendrá todo que aprender, porque ha olvidado todo, y del mismo modo que arrastra por el suelo sus torpes miembros, deberá tambalearse en esas brumas donde tantea su inteligencia y donde se desespera su incurable debilidad? Eso es lo que nos aporta el nacimiento. ¡También qué tristeza en la mirada humana, cuando cesa de reír! ¿Muy en el fondo del ojo soñador y misterioso del niño, no nos parece ver su alma inquieta que, visiblemente se informa, quisiera comprender, pero jamás adivina el problema de su destino? Ve, pobre soldadito de la vida, – pues la vida es una batalla – ¡no pierdas el valor! Al final del camino está la liberación; a través de las planchas disjuntas de las puertas del sepulcro se transparentarán las divinas luces. LA VIDA ¿Qué es la vida?, nos preguntábamos al principio de este libro, y se sabe en que sentimientos de desesperación, de exasperación, de ironía amarga o de nihilismo intransigente, ha sido respondida esta pregunta. ¡Pues bien! aquellos que han respondido de ese modo son personas… mal informadas. – Yo habría podido, a la atención de algunos de entre ellos, emplear una calificación 140 más enérgica; pero no ofendamos a nadie. – Sea como sea, hay que responder con otro espíritu y así lo haremos. « La tierra es una tierra de pruebas, un valle de lágrimas y miseria,» gimen las pobres gentes. Esas pobres gentes están en lo cierto y sus sufrimientos son reales, por desgracia, para justificar sus lamentaciones. Apresurémonos sin embargo a poner las cosas en su sitio. Sí, la tierra es un lugar de pruebas, una estancia de expiaciones; pero esas expiaciones y esas pruebas no han sido nunca comprendidas por los dogmáticos más o menos juramentados que se han dignado a comunicarnos sus conclusiones. No se trata en absoluto de interpelarnos los unos a los otros, como lo hacen los trapenses, y repetirnos, sin tregua, su macabro y monótono apóstrofe: « Hermano, ¡hay que morir!» ¿A qué obedece entonces esta abdicación prematura y con qué derecho invocar ese cobarde y culpable suicidio? Pues no, hermano, no hay que morir; todo lo contrario, ¡hay que vivir! Vivir para llevar a cabo nuestra tarea, vivir para alejar los dolores y secar las lágrimas, vivir para ayudarnos y amarnos y caminar juntos de la mano, hacia las cimas elevadas que debemos escalar. Es absurdo imaginarse que no hay nada, aquí abajo, más que lamentos y lágrimas; lamentos cobardes que han puesto de moda, por una parte, todos esos pretendidos desesperados, hijos póstumos de Schopenhauer, nihilistas, escépticos hastiados dispuestos a toda capitulación y que, sinceros o no en su voluntaria desazón, arrojan sus armas en pleno fragor de la batalla – y por otra parte, todos esos llorones de sacristías cuya alma decadente se entrega, renuncia a todo esfuerzo y se somete pasivamente a la « 141 pura gracia », al «buen placer » de su dios antropomorfo fantástico y vindicativo. ¿Qué significa pues esta doctrina inmoral y debilitadora que cuenta, sobre los avatares de un perdón que no se obtiene más que de rodillas, con un paraíso que se compra mediante viles e hipócritas humildades? Secad vuestras lágrimas y, de pie, ante las realidades de la vida, sabed ver y comprender, y admirar la ocasión que nos ofrece el presente y lo que nos promete sobre todo el futuro. Hay, sobre nuestra tierra, maravillosos espectáculos que contemplar y horas exquisitas que pasar, cuando se tienen ojos para embriagarse con los bello, una inteligencia para apreciar lo real, un corazón para amar lo justo y lo bueno. El espiritualista – que no es en definitiva más que un hombre bien informado – no es un asceta egoísta o un fakir al que hipnotizan estériles y grotescas contemplaciones. Vive con intensidad, porque comprende el sentido de la vida, y lo que lo distingue de los despreocupados, de los fanáticos y de los escépticos, es que él ve un cielo sobre su cabeza y que no se sofoca en la atmósfera opaca donde tropieza la multitud, que tiene por ojos ventanas abiertas sobre el azur, y escapadas que se hunden en el infinito. No tiene la frente nimbada por la aureola de los santos o los mártires; pero sabe hacia que objetivo tiene el derecho de levantar la cabeza. Por encima de las miserias humanas y más allá de las brumas grises, lo que percibe y contempla, hay una estrella que le sonríe, la estrella del polo, la estrella de lo ideal. Está entonces claro que nuestra tierra es una prisión; pero es muy bella, después de todo. ¿Sabéis lo que la desluce?... Los prisioneros que encierra. 142 ¡Ah! ¡las personas viles y los corazones malvados! Mediocridades, celos, rencores, egoísmos, odios, injusticias, desprecios a los débiles y adulación a las fuertes, pasiones salvajes y bestiales borracheras… ¿veis desarrollarse esta gama cromática de horrores, con sus tintes y sus medias tintas sabiamente matizadas? «¡Qué avidez de presa, qué crueldad! ¡Qué emboscadas tendidas por todos lados! ¡Que ardides y estrategias para acosar a los débiles! –¿De qué habla usted? ¿Del hombre o del animal? –Del hombre. (Ed. Quinet.)1» Pero dejemos a los prisioneros y regresemos a la prisión. Cárcel espléndida; ¿de qué serviría cuestionarla? De la llanura al bosque, del bosque a la montaña y de sus crestas nevadas a los azules horizontes de los mares, desde luego el espectáculo es amplio y las magnificencias abundan. Es cierto que nuestra atmósfera, muy poco nutritiva nos obliga a excavar la tierra para buscar un suplemento alimentario y que la terrible gravedad que nos ata al suelo nos obliga a reptar por él penosamente. No importa, nuestra tierra es espléndida, y cuán dramática es su historia en los anales del cielo. Escuchad este rápido resumen. Formada de un fragmento de sol que fue arrojado desdeñosamente al espacio por el soberbio rey de nuestro sistema planetario, obedece al impulso dado y gira en la órbita de su generador. Vapor incandescente al principio, luego torbellino luminoso, luego radiante estrella, brilló durante millones de siglos en los abismos del éter glacial. Lentamente se fue enfriando y lentamente se condensó. De una blancura 1 La Creación. 143 deslumbrante al principio, del color de las estrellas jóvenes, blanca como Sirio, glorioso hermano de nuestro sol, tomó un tinte dorado de este último, luego pasando al rojo vivo, gradualmente oscurecido, acabó, desprendiéndose de sus propias escorias que flotaban en su superficie, para hacer un globo ardiente donde torrentes de vapores sucesivamente condensados en diluvios, luego nuevamente vaporizados, se elevaban y caían en cataratas, para elevarse todavía en medio de las más inimaginables deflagraciones de truenos y rayos que, sucediéndose los unos a los otros, se fulminaban entre ellos. Cien veces expulsado por la corteza incandescente, subiendo para volver a caer sin cesar, el mar acabó por instalarse sobre el globo gradualmente enfriado. El océano de las primeras edades se extendió ampliamente, y la tierra uniformemente llana desapareció bajo las aguas. En esas aguas tibias, electrizadas, estremeciéndose de energías genésicas, se formó el protoplasma, masa gelatinosa, océano de vida amorfa y confusa cuyos viscosos remolinos se mezclaban con las olas. En esa materia viva, se formaron unos núcleos, rodeándose de membranas donde la célula, reina del mundo, cápsula de vida, apareció y se organizó en su gran poderío. El océano se pobló de esas células, amebas, esponjas, algas y ficus tapizaron los bajos fondos, al mismo tiempo que microscópicos animalillos edificaban con sus conchas muertas los cimientos de los futuros continentes. Al cabeza de estos primeros fundadores del globo, estaba el trilobites. Tiene un caparazón, se dirige en las aguas y su ojo es el primero que se haya abierto bajo las luces del cielo. 144 Las montañas aún estaban hundidas bajo la amplitud de las mareas. Aquí y allá emergían algunas playas donde arraigaban plantas marinas arrancadas por la tempestad. Ese fue el reino de los criptógamas. Luego, por todas partes, surgieron los helechos gigantes que constituyeron los primeros bosques. Fue entonces cuando comenzó la era de los volcanes. Momentáneamente sumergidos bajo las aguas, todos esos titanes, exutorios formidables de un globo mal apagado, levantan sobre las olas sus bocas inflamadas, vomitando sus escorias, sus lavas, sus basaltos y sacudiendo a la joven tierra con sus convulsiones desesperadas. En esta lucha gigantesca de las aguas con el fuego, muchos de ellos son apagados; pero aún quedan algunos en los flancos de nuestro planeta asentado. El Hecla, el Etna, el Vesubio, el Stromboli envejecen sobre nuestra Europa, y mientras el Erebus y el Terror humean en los confines de las regiones australes, arrojan llamas y crecen en el nuevo continente centenares de volcanes a los que Ritter llama el círculo de fuego. «Terrible iluminación – añade Michelet – que constituye el pavor del mundo y al mismo tiempo su seguridad. Los guardianes de Asia, de la Polinesia miran a los de los Andes. Oceanía salpicada de innumerables volcanes apagados todavía tiene doscientos activos1». En los tibios estanques reptan algunos batracios monstruosos, pronto seguidos de reptiles más monstruosos todavía, cuyas hordas feroces de boca babeante han llenado unos periodos en los que los siglos se amontonan a los siglos. – Esos fueron nuestros antepasados de los que ciertamente no podríamos enorgullecernos. 1 La Montagne. 145 Luego llegó el periodo de los colosos mamíferos: Megaterios, mamuts y mastodontes de los que los elefantes de nuestros días no son más diminutos. Junto a la fauna se desarrolló en su joven potencia una flora lujuriosa. Hojas y flores enguirnaldaron la tierra. En los bosques nuevos, de otro modo ricos como las bosques de hulla, apareció el pájaro cuyas alas van de una isla a otra, ya todas colmadas de insectos. Por encima de la tierra, de los bosques y de los mares cuyas olas susurraban en los golfos redondeados, se extendió un cielo sereno, resplandeció un sol radiante. De esta tierra hasta entonces llana y uniforme, surgieron las jóvenes montañas. Se levantó el Jura. Los Pirineos se agitan y se levantan. Los Alpes, hasta antes humildes colinas, se elevan a su vez. Vacilantes al principio y no subiendo más que lentamente, de nuevo se arrodillan en el mar Helvético, luego se vuelven a levantar finalmente, altos y orgullosos tal y como hoy los vemos. Al mismo tiempo, más allá, se alza el Cáucaso, mientras que el gigantesco Himalaya amontona sobre sus contrafuertes sus cimas dominadoras y sobre la otra cara del globo, las cordilleras de los Andes, tomadas del mismo estremecimientos, erizan de una América a la otra las vértebras de su espina colosal. El mundo era a partir de ahora habitable. El teatro estaba preparado para el último actor, el actor del drama eterno. Y fue entonces cuando apareció el hombre. El hombre, no; los hombres, pues el mítico personaje que se llama Adán no fue, ni el único, ni sobre todo el primero. Pero hablemos del hombre tipo que nosotros aislamos de sus congéneres. ¿De qué ganga animal fueron formados sus primeros tejidos? ¿De dónde emergía cuando por primera vez su ojos 146 se abrió a la luz y su cabeza finalmente se levantó hacia el cielo?... Ante él, sobre una tierra baja, casi todos los eres caminaban con la cabeza inclinada hacia el suelo; pero él, él debió nacer sobre alguna llanura, desde donde percibía por encima alguna tierra montañosa que atraía sus miradas hacia lugares más elevados1. Es con el hombre como se termina la serie zoológica. Es él, el último nacido, que resume y da el último toque a la obra mil veces secular de las solidarias evoluciones. «El principio pensante, – dice G. Delanne2 – ha recorrido lentamente todos los escalones de la vida orgánica; fue mediante una ascensión ininterrumpida durante una serie de siglos, como ha podido lentamente fijarse, en su envoltura fluídica, todas las leyes de la vida vegetativa, orgánica y psíquica. Hizo falta recomenzar muchas veces esta larga iniciación para que todos esos movimientos conscientes, queridos, sentidos, llegasen a la inconsciencia y al automatismo perfecto que caracterizan a las reacciones vitales y a las acciones reflejas. NO es de repente que cada ser haya llegado a ese resultado, la naturaleza no hace milagros, ella siempre va de lo simple a lo compuesto. Para que un organismo tan complejo como el hombre, que reúne los caracteres más elevados de todas las criaturas vivas, pueda existir, es necesario absolutamente que haya recorrido toda la serie en la que él resume los diferentes estados. Llegando a la humanidad, el alma ya es vieja; su envoltura ha fijado bajo forma de leyes los estados sucesivamente pasados, y es tal vez debido a esta causa a lo que se debe la evolución fetal que hace pasar al embrión 1 2 Ed. Quinet. La Création; de Rossi, Congreso de Antropología, 1867. L’Évolution animique. 147 por todos los estados que el alma ha recorrido con anterioridad. » He aquí ahora en la vida, a este niño del que hemos contado su nacimiento, ese hombre que las leyes de su evolución han llevado a este « valle de lágrimas », en el que tenemos que revivir todos nosotros, los reencarnados. Pues bien, digámoslo en voz alta, esta vida será fecunda y relativamente feliz para él si sabe y quiere comprender su significado. Sí, noble y bella cosa entre todas como una vida recta, simple y pura, abierta a las grandes ideas, accesible a los sentimientos generosos. Cuánto nos consuela de las fealdades humanas el reconfortante espectáculo de un hombre que sabe de dónde viene, que sabe a dónde va, que ha sabido elegir la vía directa y camina por ella sin retroceder, sin detenerse, sin capitulaciones de conciencia. Es algo que para él prima sobre todo lo demás y cuyo nombre resume todas las obligaciones de la vida terrestre: el deber1. Y para completarlo ha recibido como don supremo – auténtico patrimonio divino – su intangible, su inalienable libertad. Ha recibido más aún, puesto que él aporta al venir al mundo, las nociones hereditarias, las impulsiones innatas de la ley moral imborrablemente grabadas en su corazón. Imborrablemente… no siempre tal vez. Puede desfallecer, rebajarse, envilecerse en abyecciones antiguas, volver a descender algunos escalones ya franqueados; pero el dolor está ahí vigilante, fuego purificador que afina, 1 En una humanidad suficientemente evolucionada, – dice el Dr. E. Gyel, es decir inteligente y buena, el principio de obligación dará lugar al principio de libertad. La noción de deber desaparecerá casi por completo para ser sustituida por la noción del amor. En efecto, se habrá convertido en un placer hacer el bien y un sufrimiento hacer el mal. 148 deshaciéndose de las escorias y haciendo subir a la superficie al que se sumía en la oscuridad de los bajos fondos. Bajo la influencia de esta ineluctable higiene del alma que le impone la ley de la evolución, las perspectivas cambian, los horizontes se amplían. No se trata en esta ocasión de esa rareza dogmática, base de nuestras religiones modernas, que transforman en factores de salvación personal las diversas tribulaciones de la tierra, rebajando esta obra que solo el egoísmo inspira y dirige. La filosofía de la doctrina esotérica nos concede más altas prerrogativas. Lo que debe y puede buscar el hombre, no es ya esa felicidad exclusivamente terrestre con la que sueñan los materialistas, ni esos problemáticos goces que esperan encontrar los creyentes ortodoxos en el seno del paraíso concebido por su mezquina imaginación. Lo que el hombre quiere, cuando ha comprendido la vida, a lo que aplica todas sus energías, es a la perfección continua de su personalidad, – noble y reconfortante iniciación que diviniza a la humanidad. Delante de la amplia perspectiva de nuestras existencias de la que cada una de ellas es un combate por la conquista de la luz, ante esta ascensión del ser que de círculo en círculo se eleva hacia lo Perfecto, el problema del mal desaparece sin retorno. El mal no tiene existencia absoluta. Simple efecto de contraste entre la luz y la oscuridad. El mal, es la situación de inferioridad, es el escalón anterior, la fase transitoria que atraviesan los seres en su ascensión hacia un estado mejor. Tenemos un alma dotada de admirables virtudes, pero latentes, dormidas. Son esas virtudes que hay que sacar a la luz, con las que es necesario organizar el juego regular. Tenemos una razón débil, vacilante; ¿pero no es esta 149 misma razón la que por sus vagos presentimientos y sus misteriosos recuerdos, nos revela sus propios desfallecimientos? La razón humana no es más que un reflejo de la razón trascendente, un vago reflejo, lejana luz, pero no por ello posee menos como brújula el sentido interno de su normal orientación. Sus aptitudes le son inherentes y es de la florescencia de la planta humana como vemos surgir, abrirse, todas esas flores maravillosas que se llaman bondad, dulzura, paciencia, resignación, tolerancia, olvido de sí mismo, piedad, devoción, por encima de las cuales se eleva y domina la virtud por excelencia, reguladoras de la conciencia, inspiradora del corazón: la Justicia – gloriosa emanación de las más altas virtualidades divinas. Escuchad a Jean Reynaud, el inspirado precursor que, adelantándose a su tiempo, presintió la pura doctrina y, con lenguaje soberbio, trazó las grandes líneas entreabriendo los luminosos horizontes1: La vida se desarrolla eternamente en la inmensidad del universo. La creación no tiene límites, ni en el tiempo ni en el espacio. Si el teatro de la vida es infinito, es necesario que el movimiento de la vida que allí se representa sea igualmente infinito. Infinito por la duración, infinito por la extensión, infinito por las poblaciones que contiene en el seno de su vibrante inmensidad. Como no hay más que un Dios, no hay más que un cielo. Esta misma tierra gira en el cielo que constituye nuestra residencia2, Transportados sobre la nave de la tierra, nos sentimos flotar desde el presente hasta el infinito, en nuestra morada eterna. De ahí, ¡qué espectáculo para quién sabe comprenderlo! En esas profundidades estrelladas, donde 1 2 Terre et Ciel (resumen de los principales pasajes) Ver les Terres du ciel de C. Flammarion. 150 cada grano de polvo es un mundo, la inmensidad se anima a nuestros ojos. No puedo distinguir los grupos vivos que la habitan; pero veo los faros que las agrupan y me emociono con la idea de que los rayos que nos llegan a través del espacio sean los mismos rayos que iluminan a todos esos hermanos celestes. Respiramos todos juntos en la misma luz. ¿Cómo no estar agitado en el fondo del alma con la idea de tantos seres desconocidos que nos rodean, compartiendo con nosotros el mismo tiempo, el mismo espacio, el mismo éter y, bajo la mano del mismo soberano, se precipitan a través de las peripecias infinitas de la vida, hacia la misma inmortalidad. Pero lo que hay que comprender bien, es que el cielo no es una morada; es un camino. Esos archipiélagos de planetas, esas pálidas nebulosas, esos soles no son una estancia fija. Son las etapas de la inmensidad por donde las almas deben pasar para recorrer las variadas fases de su inmortalidad. La inmortalidad de las almas no tiene descanso como el universo no tiene límites. El principio del progreso no da tregua a la inagotable actividad de esas inmortales viajeras. Nuestra propia tierra no es más que una de las mil posadas sembradas en el camino del infinito. Nuestro nacimiento aparente no designa la edad de nuestra alma. Ella ya ha vivido como seguirá viviendo en otra parte. La continuidad de la vida no es para ella más que una serie de emigraciones. En cada una de estas etapas marcadas sobre la ruta del cielo, ella se desprende del cuerpo que había tomado, atrae hacia ella los elementos necesarios y se hace de ese modo un nuevo organismo para un nuevo destino, otro cuerpo para nuevas tierras. Ir siempre más allá en el cielo, debería ser el deseo de todas las almas; pero no todas obedecen a esta ley sublime. Son libres y pagan un alto precio por el privilegio de esa 151 libertad. Pueden rebajarse por bajos pensamientos, deseos impuros, actos más o menos criminales, obedecer a las solicitudes de la materia. Entonces son castigadas no directamente por el Ordenador de los destinados, sino por las consecuencias mismas que se desprendes de sus desfallecimientos. La maravillosa economía del plan divino descansa sobre leyes tan simples para los fenómenos espirituales que son las que rigen los fenómenos materiales. Leyes de unidad, de concordancia, de similitudes por todas partes iguales. Son leyes análogas a las de la atracción que presiden en la equitativa distribución de las penas y las recompensas, leyes de afinidades según las cuales las almas desencarnadas se encuentran naturalmente conducidas al lugar que les asignan sus meritos o sus deméritos. Por sí mismas suben a condiciones más elevadas, mientras una fuerza equivalente pero inversa las arrastra, llegado el caso, hacia situaciones inferiores. Y son esos diversos estados de las almas lo que explica todas las desigualdades físicas e intelectuales que diferencian a los hombres. La muerte se encuentra pues en el punto de partida de una encrucijada de rutas divergentes que deslumbran en todas direcciones. La que debe seguir nuestra vida futura está desde hoy en nuestras manos, pues no es en definitiva más que la prolongación de nuestra vida presente. De todos estos caminos, ¿cuál tomar? – Aquél que sube recto. Sobre los demás nos estacionaríamos, daríamos rodeos, tal vez diésemos marcha atrás. Solo el que nos lleva en línea recta al ideal. El Polyorama data originalmente de mediados del siglo XVIII, y consiste en una serie de tarjetas ilustradas que combinan para formar un paisaje sin fin. Se pueden colocar las tarjetas en cualquier orden, y los cuadros inmóvil cabrán juntos para crear un paisaje. Con 16 cuadros 152 hay 16 posibilidades factoriales, es decir, se pueden realizar 20.922.789.888.000 de posibilidades de unir los 16 cuadros para formar el paisaje sin fin Es esta vía central la que forma el eje del universo. Es alrededor de ella donde todo se agita; es en ella a donde todo regresa. Desde el punto cualquiera que partan las almas, hacia algún hogar lejano al que las hayan transportado las perturbaciones y los giros de su destino, siempre acaban por incorporarse a esta vía, y el hombre se elevará a través de los esplendores crecientes del mundo sideral, medidos por una ley de infalible proporción a los esplendores de sus virtudes. ¡Maravillosa apoteosis! Lo que no quiere decir que a través del curso de nuestras existencias nuestra individualidad pueda disolverse o al menos perder la claridad de sus contornos. Tras los sueños de cada noche, nos despertamos cada mañana de un estado tan extraño como la muerte. Nuestros sueños han sido para nosotros tan reales como la realidad de la víspera. Éramos el mismo individuo; pero estábamos en otro medio donde llevábamos otra existencia. Semejante a los hipnotizados, a los sonámbulos, tenemos como dos conciencias, dos vidas alternas y enteramente distintas, pero de la que cada una tiene su continuidad racional, y que se enmarcan alrededor de un mismo principio vivo, como unos cordones de distinto color alrededor de un hilo invisible. Ese hilo invisible es el cuerpo fluídico del que el alma se envuelve. Tras cada una de esas muertes que terminan las reencarnaciones, tras el eclipse momentáneo que la materia ha provocado a nuestro alrededor, surge una nueva luz que ilumina toda la serie de las existencias relacionadas, soldadas las unas a las otras por la memoria dormida bajo el 153 caparazón de la carne, pero que, persistente a pesar de todo, se recorre despierta a la hora de la liberación. Nos parecemos al cohete. Sube en una oscuridad relativa, pero, llegado al más alto punto de su carrera, estalla en un haz deslumbrante, en una lluvia de estrellas que, cayendo, iluminan todo el recorrido de su trayectoria. Pero – se puede objetar todavía – nosotros no nos acordamos, durante la vida terrestre, de lo que hemos sido en el pasado, olvido nefasto que anula a nuestros ojos la sanción de nuestros sufrimientos, la legitimidad de nuestra expiación. Olvido nefasto, habéis dicho; yo respondo, y ya lo he dicho, ¡olvido providencial! La vida de aquí abajo sería del todo imposible si hubiésemos conservado el recuerdo de nuestras imperfecciones, de nuestras groserías pasadas o sencillamente de nuestros desfallecimientos. ¿Qué sería la sociedad de reencarnados si se reconociesen entre ellos, si sus malas acciones recíprocas saliesen del olvido y si verdugos y víctimas se volviesen a ver cara a cara, bajo la fulgurante y trágica luz de una memoria convertida repentinamente en clarividente? ¿No experimentamos a veces ciertas simpatías inexplicables, ciertas antipatías sobre todo que parecen transparentarse por un desgarro de velo que nos oculta el pasado? ¿Qué sería si el velo entero desgarrado por una luz fulgurante nos revelase todo súbitamente? ¿Qué importa ese sobreañadido a nuestra personalidad? La cochinilla ignora a la crisálida que no se acuerda ya de la cochinilla, sin presentir la mariposa. ¿Es que le impide a esta última, regocijarse en la suprema encarnación de su ser, gloriosa metamorfosis, flor alada 154 que, en la embriaguez de su vuelo, ha olvidado ella también a la cochinilla y a la crisálida? Esto es lo que nos promete la vida y es la mariposa la que sobrevivirá. A nuestro alrededor vienen y van los futuros conciudadanos de nuestra vida de ultratumba, pueblo invisible pero siempre presente, familia celeste de hermanos, de amigos, de protectores, de consejeros. Un buen pensamiento que surge en nuestro cerebro, sin que lo hayamos presentido, que a veces incluso parece estar en contradicción con los nuestros, pero que los domina y dulcemente se impone, nos es sugerido por nuestros queridos invisibles. De mil maneras se comunican con nosotros. Liberada por el sueño, por el sonambulismo sobre todo, de la atadura a la materia, nuestra alma se escapa y va a flotar en las regiones etéreas donde nos rodean luminosas legiones. Momentáneamente libre, Psique gana la patria añorada, donde le llegan multitud de recuerdos del pasado y previsiones del futuro. Así es como se inspiran los poetas, los inventores, los hombres de genio y que van a relacionarse con aquellos de los que éstos realizan sus deseos, dando el último toque a la obra interrumpida. Cuántas inspiraciones nos han sido proporcionadas por antiguos amigos cuyo recuerdo se nos escapa, pero que, ellos, no nos han olvidado. De este modo se explican esos descubrimientos simultáneos, nacidos a espaldas los unos de lo los otros, esas ideas comunes de las que se dice que están en el aire y que testimonian comunicaciones incesantes entre todas las humanidades. Letargos, catalepsias, mediumnidades, visiones remotas, éxtasis, tantos fenómenos conexos teniendo el mismo origen y que no difieren más que por su intensidad. 155 Y es así como en el éter vibrante, donde se asocian los cielos y las tierras, los vivos y los desencarnados, llevan a cabo en común la obra universal, bajo el ojo del Organizador del plan divino del que somos gloriosos colaboradores. _________________________ 156 157 CAPÍTULO V LA MUERTE El tiempo se ha cumplido; la prueba de la vida ha llegado a su término. El organismo usado se debilita. Las funciones se eclipsan. Los lazos materiales se desatan. La vida pierde consciencia de sí misma y la última hora va a sonar. ¡Hora solemne donde las haya! ¿Qué va a suceder? He aquí planteado el más formidable de los problemas. ¿Quién lo resolverá? Las religiones han fracasado. La muerte permanece siendo para ellas el « rey de los espantos ». Los filósofos balbucean. El materialismo se ha conformado con sonreír, sonrisa gesticulante de mal gusto; en absoluto tranquilizadora. Solo la doctrina esotérica ha respondido sin vacilar, claramente, categóricamente. He aquí esa respuesta: Muy diversas son las sensaciones que preceden y siguen a la muerte, según la situación moral en la que se encuentre el alama del que va a realizar el « gran viaje », por utilizar la expresión habitual. Conocemos al viajero. Lo hemos visto nacer; lo hemos seguido en la vid y he aquí que nos lo encontramos a las puertas del sepulcro, sobre el umbral del reino de las sombras, en es estremecimiento supremo de lo desconocido. Es despés de una serie de eclipses sucesivos, de desfallecimientos intermitentes como va a apagarse esa vida. Ese cuerpo se va a desorganizar por fragmentos esperando la irremediable descomposición. He aquí la muerte, la auténtica muerte – tinieblas sin luz, noche sin aurora, tumba que sella para la eternidad la pesada piedra que ningún poder podría levantar. 158 ¿Qué va a quedar de ese vivo que por siempre cae en el abismo? –Nada, – decís vosotros. – Todo, – esa es mi respuesta. Le queda todo lo que lo ha hecho vivir: el pensamiento, el sentimiento, el amor… algunas veces también el odio. El odioso andrajo cae sobre la ruta. ¡Qué importa al sobreviviente, puesto que permanece su alma imperecedera que envuelve, imperecedera como ella, su cuerpo glorioso, formado de éter, tejido de materia sutil que se ríe de los gusanos de la tumba, escapa a la piedra sepulcral y levanta el vuelo! ¿Quién creía que ella iba a morir allí? Todos o casi todos. Lamentable ignorancia humana, ciega obstinación que no sabe y no quiere saber. Morir es volver a nacer. La muerte no existe. No es más una cosa que un estado; es una transición, un paso, un despertar. Es un nuevo acto en el drama de la vida, y si el telón baja un instante, es para levantarse sin entreacto. En las proximidades de la agonía, el alma a veces tiene el presentimiento de la separación que se va a operar. « ¡Voy a morir!» dice estremeciéndose aquél que abandona todo, y a veces también, en las luces de una especie de brillo que ilumina y pasa, vuelve a ver toda su vida entera enmarcada, encerrada en un cuadro donde se le muestra una rápida recapitulación. Pero he aquí llegado el último minuto. La circulación, que desde algunas horas se había ralentizado, cesa súbitamente. El corazón se detiene y se exhala el último suspiro en una última bocanada. Todo ha acabado. El alma, entonces, golpeada de estupor, pierde consciencia de sí misma; es lo que se denomina la « 159 confusión espírita ». El estado de esa alma, de algún modo desvanecida, se parece a la de un hombre que, saliendo de un pesado sueño, intenta recuperarse y lucha contra su pesadez comatosa. Poco a poco va regresando la lucidez y el ama toma consciencia de sus sensaciones a medida que se desanudan las ataduras materiales y se disipa esta especie de niebla donde ella flota como en un sueño. La duración de esta confusión es muy variable. Puede durar horas, meses, años enteros, entre aquellos cuyo cuerpo fluídico está hecho de una materia densa con la cual se han identificado, necesitan una lentitud extrema para escapar a sus ataduras. ¡Ah! ¡en qué sopor de pesadilla se debata ese prisionero de la ganga terrestre! «Ya no tiene – dice Schuré – ni brazos para estirarse, ni voz para gritar su miseria; pero se acuerda y sufre en sus limbos de tinieblas y de espanto. La única cosa que percibe junto a él, ¡horror inexpresable! es ese cadáver que no pertenece siquiera ya y por el cual experimenta aún una invencible y espantosa atracción; pues siente que el mediante él por lo que vivía. Ahora bien, ¿qué es él ahora? Se busca con espanto en las fibras heladas de ese cerebro, en la sangre estática de esas venas, y no se encuentra ya. ¿Ha muerto; está vivo? Lo ignora. Quisiera poder agarrarse a algo; pero no puede hacerlo en su nada y es el caos el que lo rodea. No ve siempre más que esa misma cosa « que ya no tiene nombre en ninguna lengua, que lo atrae y lo hace estremecer de asco… la fosforescencia siniestra de sus despojos putrefactos». Extrañas, odiosas y a veces grotescas, particularidades que acompañan la muerte de individuos, según su carácter y el tipo de muerte han sucumbido. En las muertes violentas por son las algunos a la que suicidio, 160 suplicio, apoplejía o accidente súbito, el alma sorprendida, espantada, no cree en esa muerte que la ha despojado brutalmente de su cuerpo material. Es en vano como a partir de ahora ella ve esa envoltura independiente de ella, considerándola como suya, y esa extraña ilusión se prolonga y dura hasta el desprendimiento completo de cuerpo fluídico que flota, por así decirlo, entre el alma y el cadáver. – (Ver la nota 4) Esta alma, ignorante de los fenómenos que acompañan el tránsito y persistiendo en creer que la muerte no es nada más que la nada definitiva, no comprende en absoluto la desencarnación. ¿Y cómo podría hacerlo? puesto que se siente viva, puede pensar, y cosa increíble, se ve revestida de un cuerpo que se parece al otro, que sin embargo no es el otro, pero del que no puede constatar la naturaleza semi material. Al igual que los nuevos sonámbulos que no quieren creer que duermen, ese nuevo fallecido no cree en su muerte. La comprende tan poco que se pregunta a veces lo que significan esas disposiciones funerarias que se realizan a su alrededor. Cuantos de ellos, en esas extrañas disposiciones de espíritu, acompañan su propio cortejo y no ven más que como a un extraño a ese cadáver que se transporta a su última morada. Cuantos de ellos, con una comprensión a medias de la verdad, se ven en medio del grupo de sus parientes, de sus amigos y a veces son llevados a hacer singulares reflexiones sobre la comedia de los herederos que, llorando por un ojo y riendo por el otro, testimonian sus verdaderos sentimientos más o menos hábilmente disimulados. Y a cuántas otras escenas asisten igualmente algunos fallecidos, a medias conscientes, en la apertura del testamento que rodean los convocados y donde se libran a una carrera en la mas sinvergüenza de las 161 impudicias, los desengaños, los celos feroces, en presencia de codicias satisfechas. ¡Extrañas lecciones de filosofía para los desencarnados que nos ven, nos aprecian y nos juzgan! De todos estos hechos se desprende que la materialidad del cuerpo etérico es siempre proporcional al valor moral del alma. Psique no porta más que el vestido que merece y la tela es tanto o más burda, cuánto su inmaterialidad deja más que desear. Si el desprendimiento de las almas materializadas que no quieren separarse de la tierra presenta esos fenómenos de excesiva lentitud, ocurre lo contrario para el alma pura que ha preparado para la muerte sus pensamientos elevados y sus altas aspiraciones. « Sus sentidos, sentidos completamente espirituales, ya se habían despertado. Habían tenido como el presentimiento magnético de la proximidad de un mundo nuevo. Escucha algo así como lejanas llamadas, siente unas significativas atracciones de ese mundo habitado por amigos cuyos simpáticos efluvios llegan hasta ella, y bajo la influencia de esas poderosas llamadas, las ataduras de la materia se rompen o más bien se desatan dulcemente y como el alma, levantando el vuelo de su prisión terrestre, se lanza, y con qué embriaguez, hacia su patria espiritual. » (Ed. Schuré) Los Espíritus de orden inferior permanecen pues durante mucho tiempo sumidos en una profunda noche y en un aislamiento completo. ¡Qué terrores vienen a perseguirlos. Qué espantosas visiones, sobre todo, padecen los criminales a los que rodean y acosan los fantasmas sangrientos de sus antiguas víctimas! Igualmente para el Espíritu que no cree más que en la nada, esta hora terrible reserva inexpresables angustias. Él no creía más que en la vida de este mundo y he aquí esta 162 vida efímera que huye y se escapa para siempre. Espantado, lucha entre la materia que se desprende y el alma que se aferra en retenerla. A veces obstinándose y no queriendo comprender, queda allí como pegada, en un acoplamiento monstruoso, hasta la descomposición completa, creyendo sentir, ¡horror supremo! « los gusanos de la tumba comiendo la carne1» Las obras de espiritismo nos cuentas la insólita historia de un naufrago que, algunos meses después de su muerte, él mismo narraba, en una comunicación con el más allá, que su alma confusa había estado durante jornadas enteras, en pleno océano, mientras su cadáver se descomponía entre la espuma de las olas desencadenadas. Bajo nombres muy diversos se ha designado, en los lenguajes de los pueblos, esta fase misteriosa y terrorífica de la vida deslizándose y circulando en el agujero negro. Para Moisés se llama Horeb, para Orfeo es el Erebe; en la doctrina cristiana es el purgatorio o, más expresivamente aún, el valle de sombras de la muerte. Los iniciados griegos, más prácticos y que querían localizarla con claridad, la situaban en el cono de sombra que la tierra arrastra detrás de ella y que se extiende hasta la luna, lo llamaban el agujero de Hécate. En esta sombra siniestra, prisión de barrotes ficticios, deambulan, según los Órficos y los Pitagóricos, las almas desamparadas que tratan de ganar el círculo de la luna; pero que la violencia de los vientos abate por millares sobre la tierra, torbellinos de hojas, dicen Homero y Virgilio, bandadas de pájaros que la tempestad turba. 1 Expresión figurada empleada por un Espíritu desencarnado en una comunicación de ultratumba. 163 En resumen, el destino de las almas después de la muerte está establecida por una ley natural análoga a las leyes de atracción y de afinidad. El espíritu impuro, pesado por los fluidos materiales, permanece confinado en las capas inferiores, mientras que el alma pura y ligera flota y sube naturalmente hacia las regiones radiantes. Por otra parte, lo sabemos, es en su propia conciencia como el Espíritu encuentra su recompensa o su castigo. Él es su propio juez. Tras la caída del último trozo de su carne, aparece a sus ojos el intenso panorama de sus vidas transcurridas. Todo surge de las sombras; todo reaparece al día. Hora amarga de desilusiones y remordimientos, cuando reaparecen las escenas criminales. Por el contrario, hora exquisita de satisfacción serena y de goces inefables, cuando se vuelven a ver las buenas acciones sencillamente cumplidas y los desinteresados actos de abnegación. Y es entonces cuando aparece entera, innegable, la correlación que vincula, las unas a las otras, todas las existencias sucesivas. El pasado explica el presente que así mismo hace prever y determina el futuro. Pero abandonemos esas regiones de inquietud y angustia. Salgamos de ese agujero de Hécate, de ese Erebe, de esa valle de sombras de la muerte… y penetremos en la luz. ________________________ 164 165 CAPÍTULO VI VOLVER A NACER ¡Deslumbramiento y vértigo!... Pobre e inexpresiva lengua la nuestra. ¿En qué términos y mediante que imágenes, voy a intentar dar una idea, incluso confusa, de las inconcebibles sensaciones que experimenta el ama luminosa desde su llegada a la patria reconquistada, bajo su transparente envoltura etérea? Todo recuerdo de la tierra de los dolores se ha esfumado súbitamente. Renacemos como hemos nacido. Abandonamos esta tierra en una inconsciencia de limbos donde acaba de llevarse a cabo nuestra última fase de depuración. Tras la inconsciencia viene una especie de sopor o sueño, sueño diáfana en el éxtasis del cual experimentamos unas vagas pero exquisitas delicias. Sentimos que se opera en nosotros, mediante una lenta metamorfosis, una regeneración gradual. Vemos caer, escama por escama, todas nuestra taras humanas, todos nuestros antiguos estigmas de minusvalías y de dolores. Es entonces cuando se realiza, en su intensidad radiante, la vieja pero admirable imagen de la mariposa simbólica que, al salir de su oscura crisálida que un último golpe de ala rompe, levanta el vuelo en un rayo de sol. A nuestro alrededor, en las transparencias de una atmósfera astral y como diamantina, entrevemos formas blancas que flotan. Sentimos como ligeros roces que nos levantan… ¿Quién nos mece de ese modo con esas suaves ondulaciones? 166 Son nuestros guías celestes, nuestros amigos de allá arriba que nos esperaban y vienen a recogernos desde las primeras horas de la desencarnación para llevarnos a las profundidades del paraíso1. En ese momento nuestras sensaciones, hasta las más o menos confusas, se precisan con nitidez. Se produce en nosotros una eclosión de facultades dormidas. Emana de nosotros como una multiplicación de sentidos desconocidos que, súbitamente, despuntan y funcionan en una inexpresable unidad. Todo en nosotros ve, oye, percibe, adivina a distancia, en una especie de intuición magnética. ¿Ya no estamos sumergidos en el éter cuyas vibraciones nos penetran? Y mediante un vuelo de rapidez vertiginosa a través de las profundidades del espacio, se opera esa prodigiosa expansión de nosotros mismos. Con una intensidad de visión que supera toda concepción terrestre, vemos pasar, en huidizos torbellinos, las miríadas de mundos que pueblan el infinito, y tras haber franqueado a través de largas y anchas olas de océanos de polvo luminoso, como llegamos por fin… ¡Visión de sueño!... ¿En qué tierra del cielo nos hemos detenido? Todo aquí es transparencia, penetración, visión ilimitada. En esas radiaciones de luz incomparable, todo vive y respira, desde la montaña a la llanura, desde el animal a la flor. Mediante emanaciones recíprocas de cada 1 Recordad la melodiosa estrofa del poeta: En ese tiempo, del cielo la puertas se abrirán, Del Santo de los Santos emocionado los fuegos se descubrirán Todos los cielos un momento brillarán desvelados, Y los elegidos veían, luminosas falanges, Venir a una joven alma, entre dos jóvenes ángeles, Bajo los pórticos estrellados. 167 ser hacia cada ser, flotan efluvios eléctricos que sobrexcitan las facultades sensitivas – ¡cuán multiplicadas por lo demás! Nuestros cinco sentidos terrestres aquí son dobles, triples, en unas condiciones extrañas de asociaciones inesperadas. Percepciones intuitivas, asimilaciones inmediatas hacen de nuestro transfigurado ser un organismo receptivo en el que penetran todas las impresiones proporcionadas por los medios ambientales. La mirada se embriaga en no sé qué océano de claridades melodiosas, en no sé qué otro océano de luminosas armonías con las que se deleita el oído. Las palabras de nuestro lenguaje habitual aquí no tienen aplicación posible. Todo se penetra, se confunde, se amalgama en combinaciones indecibles, donde los sentidos que intervienen se reemplazan, se asocian y se exaltan. No se sabe de donde brotan todos esos estallidos. ¿Esos sonidos no emanan de esas gamas de colores prismáticos; de esas luces coloreadas de las que salen esas armonías celestes de las que nadie, aquí abajo, sabría expresar sus increíbles magnificencias? En medio de esas olas melodiosas, de esos amplios acordes moribundos desplegándose en manteles ondulados, pero de donde brotan, aquí y allá, notas que huyen, luego estallan mediante arpegios en haces sonoros, del seno de esas resonancias inefables pero flotantes e impersonales, surgen voces… voces incomprensibles, acentos milagrosos. Todo lo que posee de turbadora suavidad el timbre cristalino de nuestra cítaras, de nuestras armónicas o las gamas aterciopeladas de nuestras arpas, emana de esas voces sobrenaturales, verdaderas voces de almas que, no pudiendo traducir en palabras cualesquiera su armonía desbordante, la exhalan en este lenguaje musical que parece 168 ser la misma vibración de la vida universal que repiten y prolongan los estremecedores ecos del infinito. Y esos coros incomparables bordan el tema que ejecutan y acentúan las bases profundas de la orquestación general con deslumbrantes arabescos y prestigiosas variaciones. Detengámonos… ¿Cómo puede el lenguaje humano dar una idea, incluso lejana e insuficiente, de esas armonías ultraterrenas, a los acordes de las cuales el alma, como embriagadas de sobrehumanas sensaciones, palpita y se abandona? ¿Qué son los conciertos de la tierra – son los propios Espíritus quiénes nos lo dicen – al lado de la inefable y turbadora música sideral? ¿Qué decir de los habitantes que pueblan esas regiones paradisíacas? A nuestro alrededor flotan forman luminosas, hombres y mujeres, que vienen a iniciarnos en los misterios de la vida espiritual. ¿Son ángeles, dioses, diosas… esos seres extraños, translucidas encarnaciones de no sé que personalidades inverosímiles? Nada de inverosímil; en absoluta visión de sueño. – Son nuestros parientes que se nos han adelantado, nuestros queridos desaparecidos que se nos presentan, bajo el glorioso aspecto de su transfiguración divina: padres y madres, esposas e hijos, hermanos y hermanas, amigos reencontrados, amigos olvidados de los que fuimos contemporáneos en épocas pasadas y que reconocemos enseguida, surgiendo a nuestros ojos y reviviendo esas súbitas evocaciones. 169 De todos estos rostros radiantes de eterna juventud, de todos esos cuerpos diáfanos, dimana un brillo de ternura, de amor, y esas penetrantes simpatías de la que la fisionomía humana no nos da tan a menudo más que la expresión disfrazada o mentirosa. En absoluto hay necesidad de intercambiar palabra entre eses seres glorificados, para comprenderse, apreciarse y amarse. Todo pensamiento se vuelve común en la solidaridad de esas almas hermanas quién de todo corazón se asocian para la obra de su regeneración colectiva. Que armonía y qué santa emulación, entre esas criaturas transfiguradas cuyas aspiraciones, siempre más elevadas, no tienen otro objetivo que un ideal siempre superior y a la conquista del cual se lanzan con una certitud de triunfo que no desanima ningún desfallecimiento. Y en qué medio incomparable evolucionan todas esas humanidades divinizadas. Todos los esplendores del universo destacan ante nuestros ojos, en el vuelo fulgurante que nos transporta de constelación en constelación. De una mirada embriagada, abrazamos el prodigioso torbellino de los mundos. Pasando jóvenes soles de una blancura deslumbrante a viejos soles de un rojo más o menos oscuro, vemos desarrollarse la gama multicolor de todas las joyas del joyero luminoso. Y qué variedad increíble en ese panorama cuya belleza confunde y transporta. Ya hemos hablado de ella; pero uno no se cansa de repetir esas magnificencias. He aquí mundo cuyos días se iluminan con un sol rosa, mientras otro sol más pálido y de tinte verde les concede una noche de esmeralda. He aquí otros donde resplandece el doble fulgor de dos soles diferentes, rivalizando entre ellos y mezclando en el mismo cielo sus luces fulgurantes, cuando las noches de esos mundos 170 fantásticos son anunciadas mediante un crepúsculo de oro, luego terminadas por una aurora azul1. Cuántos otros aún donde estallan tonalidades luminosas absolutamente inverosímiles, – espectros de prismas desconocidos, radiaciones increíbles de soles cuyos colores, fundidos o luchando entre ellos, colman los horizontes con las llamas de sus incendios. Y ahí está nuestro dominio; ahí también nuestro campo de trabajo, es decir la escuela donde se da el último retoque a nuestra educación. Bajo la inspiración de nuestros conductores espirituales, aprendemos a conocer todos los maravillosos entresijos de la organización cósmica. ¿Qué importa que nuestro aprendizaje sea largo? Los siglos están en nosotros, y a través de esos siglos se realizará la progresión. De ciclo en ciclo, ascenderemos siguiendo la jerarquía divina; y cuando, después de otras existencias en nuevas estaciones escalonadas, nos hayamos vuelto dignos de ser los colaboradores de los delegados de lo alto, en la obra augusta del gobierno de universo, cuando lleguemos a poder contemplar de cerca los Espíritus glorificados, rayos vivos del Dios de los dioses cuyo soberano esplendor hace palidecer los soles… Pues bien, cuando hayamos alcanzado esa cima lejana que desde el bajo fondo de las existencias nos parecía inaccesible, ese ideal soñado, presentido, entrevisto por momentos – habremos por fin conquistado nuestra inmortalidad. He aquí esta vida celeste que apenas puede concebir nuestro limitado entendimiento, pero de la que los Espíritus desencarnados nos cuentan las prodigiosas peripecias. Hela aquí tal como nos la demuestra la ley de las analogías y el encadenamiento de las concordancias en la economía de ese 1 El Padre Secchi. les Etoiles. 171 plan divino que hemos tratado de indicar, aunque débilmente por desgracia, incapaces como somos de expresar lo indescriptible. ______________________ 172 173 CAPÍTULO VII PRUEBAS Y TESTIMONIOS Hemos hecho una exposición. Podríamos detenernos aquí; pero seguimos escuchando objeciones, presentándonos dudas más o menos irónicas. –Está muy bien, – se va a decir – las teorías son bonitas, las promesas reconfortantes, y la exposición de esta « nueva doctrina », tomada en su conjunto, no carece de una cierta relevancia; ¿pero quién nos asegura que todo lo que acabamos de leer no es el producto puro y simple de la imaginación exaltada y sobreexcitada de todos esos videntes, iluminados o visionarios que, bajo la cómoda calificación de « iniciados », han llenado las edades y las « Biblias » con sus elucubraciones? Es tan natural creer lo que se espera, regalarse complacientes convicciones, tan dulces, tan seductoras, planeando con ala audaz por esas regiones translunares que nadie ha visitado nunca… que viniendo a continuación a plantearse como algo revelador, uno piensa en Moisés descendiendo de la montaña llevando las nuevas « Tablas de la ley ». ¿Dónde están esas pruebas anunciadas; dónde, esos testimonios prometidos? –Serán dadas esas pruebas; serán proporcionados esos testimonios. Vamos a comenzar por resumir rápidamente la histórica de la cuestión, después de lo que vendrá la relación de los fenómenos diversos, hechos antiguos, 174 hechos modernos, irrefutables testimonios, pruebas visibles y palpables que, por centenares, por millares, nos han sido proporcionados por las poblaciones de los dos mundos. Si hay una doctrina noble y de origen antiguo pudiendo autorizarse con los testimonios más auténticos que puedan proporcionar los anales de la raza humana, es sin lugar a dudas la Doctrina llamada esotérica, es decir oculta o escondida, a la cual se ha dado en la India el nombre de «Faquirismo », en Europa, el nombre de « Espiritismo », en América el nombre de «Espiritualismo moderno » – es de este último del que nos serviremos. El principio fundamental de esta doctrina es en primer lugar la inmortalidad del alma a la que se le otorga indisolublemente la posibilidad de comunicación entre los vivos y aquellos a los que se llama «los muertos» aunque vivos de otro modo diferente al nuestro. En cuanto a los principios generales que constituyen el programa y la ley, he aquí en algunos términos el resumen de Eugène Nus, el autor tan a menudo citado en el transcurso de esta obra1. «El progreso por ley de la vida – la expiación personal expulsando el crimen – la responsabilidad proporcional a las fuerzas – la monstruosa e inmoral concepción del infierno arrancada para siempre de la conciencia humana – la solidaridad erigida en dogma – la caridad escalonándose de esfera en esfera – por todas partes el fuerte teniendo por misión elevar al débil – por todas partes la simpatía – por todas partes la fraternidad – por todas partes el deber. Todo eso no es otra cosa que el aliento cristiana ampliado, engrandecido, depurado.» Al contrario de lo que sucede hoy, donde el espiritualismo ha sido popularizado y adquiere sus adeptos 1 Choses de l’autre monde. 175 entre la multitud, las prácticas del antiguo esoterismo eran el patrimonio y el monopolio tan solo de algunos iniciados y de los sacerdotes en particular, que, aparte del provecho y el prestigio que obtenían, se servían de ello para mantener a los pueblos en la ignorancia y la servidumbre. Fue en la penumbra de las primeras auroras como se iluminó la estrella que dirige la marcha indecisa de las lejanas humanidades. Es a miles de años antes de nuestra era a cuando se remonta el primer código religioso, los Vedas, y esos Vedas nos hablan ya de la existencia de los Espíritus. Los Espíritus de los antepasados,– dice Manou,– invisibles pero presentes, acompañan a los Brahmas bajo una forma aérea. Mucho tiempo antes que se despojen de su envoltura mortal,– dice otro revelador hindú,– las almas de los justos adquieren la facultad de conversar con los Espíritus. Eran los fakires, – dice L. Jacolliot1.– preparados por los sacerdotes, que formaban colegios donde se dedicaban a la evocación de los Espíritus y obtenían fenómenos de hipnotismo que hubo que descubrir de nuevo tras toda una serie de siglos. Y que no se diga que es gracias a su ignorancia como los hombres primitivos eran accesibles a todas las supersticiones. ¿No sería más bien, porque estaban en el umbral de la era humana nueva, que se acordaban de su antigua patria a la que los unían vínculos que aflojaron y luego se desataron, poco a poco, con los progresos ulteriores de las civilizaciones? Aproximándose a la tierra, se alejaron del cielo. 1 Le Spiritisme dans le monde. 176 Y ahora, podemos dar la vuelta al mundo antiguo y, por todas partes encontraremos prácticas semejantes a las que caracterizan las primeras manifestaciones religiosas. Desde tiempo inmemorial en China se entregan a la evocación de las almas de los antepasados. Desde China vemos esos ritos pasar a Asia, luego a Palestina, también a Egipto. Se conocen los prodigios que llevaban a cabo los magos de los faraones, rivalizando con los que operaba el propio Moisés, según los testimonios de la Biblia, y, aún formando parte de las manifiestas exageraciones que puedan encerrar esos relatos legendarios, no podemos cuestionar que fuesen evocaciones que hicieses esos magos, puesto que Moisés, habiendo sido iniciado en los templos de Egipto, prohibió formalmente a los hebreos que se dedicasen a esas prácticas misteriosas. Lo que no impide en absoluto a Saúl ir a consultar a la pitonisa de Endor y comunicarse por su intermediación con la sombra de Samuel. De las pitonisas, nos encontramos en Grecia. Homero, en su Odisea, cuenta ampliamente como Ulises pudo conversar con la sombra del divino Tirésias. Apolonio de Tyane, sabio filósofo pitagórico y taumaturgo de un destacado poder, poseía conocimientos muy amplios sobre la ciencia oculta. Su vida está repleta de hechos extraordinarios. Ahora bien, en el número de los principios fundamentales de su doctrina, figuraría la creencia en los Espíritus, y en sus posibles comunicaciones con los vivos de esta tierra. Se sabe, por otra parte, el papel importante que desempeñaron en Roma esas mismas prácticas de evocación de los muertos. Las sibilas, de las que se conocía su relación con los Espíritus, eran consultadas antes de cualquier empresa, y los propios generales – personajes poco místicos de ordinario – se esmeraban en considerar la opinión de esas sacerdotisas, antes de emprender cualquier tipo de expedición. 177 Puras supersticiones, – se argumentará sin duda. – De acuerdo, pero ¿qué importa el espíritu con el que estuviesen hechas esas consultas? La superstición de las personas vulgares no era sin duda más que la parodia de la fe de los hombres serios, pero ella no testimoniaba menos a favor de la importancia atribuida a las convicciones sinceras. Poco a poco esas prácticas se vulgarizaron y fueron ejercidas fuera de los templos, sin el control de la casta sacerdotal. Tertullien, Ammien Marcellin dejan entender que ellas se hicieron, por así decirlo, de dominio público. Hablan de « mesas que profetizan », de « barreños mágicos » y «de anillas reveladoras ». Inútil añadir, sin duda, que fue debido a las más rigurosas medidas de represión, como los poderes teocráticos se esforzaron, desde el principio, en oponerse a esta vulgarización de las doctrinas secretas. Se sabe, en particular, como la Iglesia católica, que más que otra tiene necesidad de una fe ciega, sintió la necesidad de combatir por el hierro y el fuego esas prácticas « detestables y desde todo punto condenables ». Con que indignación « de ultratumba » podrían testimoniar esas innumerables legiones de mártires, esos millones de supuestos magos y de brujos inocentes que, condenados con una ferocidad increíble por los Bodin, los Delancre, los Del Rio y otros infames, expiaron en las piras torturadoras, el inexpiable crimen de haber evocado a los Espíritus. Cuántos miserables alucinados, neuróticos, sofocados por la miseria y las enfermedades, perecieron en medio de los más espantosos suplicios… « para mayor gloria de Dios », por supuesto1. Toda esa sangre no ahogó la idea. Invencible, indomable, el alma humana remonta, aspirando al cielo, 1 Gabriel Delanne, le Phénomène espirite; Michelet, la Sorcière. 178 llamando a sus hermanos desde lo alto y los hermanos respondieron. ¿No son aquellos que, bajo el árbol de las hadas, se aproximan al oído de la pastora de Domrémy, a hablarle de Francia, de la patria y la sacuden con estremecimientos heroicos? ¿No son lo que, en el laboratorio de los alquimistas o el despacho de los filósofos, vienen a inspirar a los Paracelso, los Cornelios Agripa, los Swedenborg, los Jacob Boehm, al Conde de Saint Germain, san Martín y tantos otros, a agitar a las poseídas de Loudun, exaltar los temblores de los Cévennes, al igual que a las convulsas del cementerio de Saint-Médard? – Todas las neurosis de la tierra, sanas o maléficas, todas las vibraciones de la humanidad provienen del hilo eléctrico que enlaza nuestro mundo con el mundo de los desencarnados. De un extremo al otro de nuestro planeta, de siglo en siglo, se extiende la estela luminosa, intermitente a veces, pero reapareciendo sin cesar, pasando de un continente al otro y estallando en ciertas épocas con irradiaciones repentinas. « A la misma hora y sobre diversos puntos del globo, se levantarán reformadores que predicarán doctrinas análogas. Cuando en China, Lao-Tesée heredaba del esoterismo de Fo-Hi, el último Buda, Cakia-Mouni predicaba en las orillas del Ganges. En Italia, el sacerdocio etrusco enviaba a Roma a uno de sus iniciados, provisto de libros sibilinos, el rey Numa que intentó detener mediante sabias instituciones la amenazadora ambición del Senado romano. Y no es en absoluto una casualidad que esos reformadores apareciesen al mismo tiempo entre pueblos tan diversos. Sus misiones, diferentes en apariencia pero análogas y convergentes, concurrían en un objetivo común, que no era ni más ni menos que la inauguración de la era 179 moderna, la transición del mundo antiguo a una nueva fase de la evolución humana. Esto demuestra que en determinadas épocas fijadas por los diseñadores de arriba, una misma corriente espiritual atraviesa misteriosamente toda la humanidad, indecisa y estremecida. ¿De dónde viene? De ese mundo divino que está fuera de nuestra vista, pero cuyos genios y profetas son los enviados y los testigos.» (Ed. Schuré.) _____________________ 180 181 CAPÍTULO VIII EL ESPIRITUALISMO MODERNO EN AMÉRICA La fase de incubación del espiritualismo moderno se remonta a los años 1847, 1848 y 1849. Fue en 1847, en el mes de diciembre1, cuando la casa de un hombre llamado John Fox, residente en Hydesville, pequeña ciudad del Estado de New-York, fue presa de unas manifestaciones absolutamente insólitas. Todo comenzó mediante unos golpes que parecían proceder del dormitorio o de la bodega situada debajo. A los golpes sucedieron otras causas de desorden y pavor. El misterioso golpeador se puso a desplazar los muebles y sobre todo a sacudir la cama en la que dormían las dos hijas del Sr. la Sra. Fox, Marguerite de quince años y Kate de doce. A veces eran como ruidos de pasos sobre el parqué, en otras ocasiones las niñas se sentían tocadas por unas manos invisibles y frías. En febrero de 1848, los ruidos se volvieron tan claros y continuos que el descanso de la familia fue interrumpido durante noches enteras. El Sr. y la Sra. Fox buscaron minuciosamente, pero sin resultado, cual podía ser la causa de esos desórdenes tan desagradables como inquietantes. Durante la noche del 31 de marzo, los golpes se reiteraron con más fuerza y obstinación que nunca. Las niñas llamaron, el padre y la madre acudieron, hicieron mover, como tantas veces ya habían hecho, las ventanas y las puertas, mientras que el bromista desconocido se puso a 1 Extraído del relato de un testigo ocular, la Sra. Emma Hardinge, mujer inteligente e instruida que escribió La Historia del moderno espiritualismo en América. (Choses de l’autre monde, E. Nus.) 182 imitar, como burlándose, el ruido y el chirriar que producían las agitadas bisagras. Fue entonces cuando la inocente Kate, que había acabado por familiarizarse con el nocturno alborotador, chasqueó sus dedos y exclamó: – ¡Aquí, Señor Pata Hundida! Haga como yo. El efecto fue instantáneo. El Sr. Pata Hundida hizo oír inmediatamente los mismos chasquidos de dedos y en número exactamente igual. – Cuenta diez, – pidió la madre no menos estupefacta que sus hijas. El personaje, dócilmente, dio los diez golpes solicitados. –¿Qué años tiene mi hija mayor? ¿Qué edad tiene Kate? A las dos preguntas siguieron dos respuestas absolutamente exactas: quince y doce años. –¿Cuántos hijos tengo? La respuesta en esta ocasión fue equivocada. Fueron dados siete golpes. La Sra. Fox no tenía más que seis hijos. La pregunta fue repetida; la respuesta la misma: siempre siete. Y la Sra. Fox se dio cuenta: – ¿Cuántos tengo vivos? –Seis – fue respondido. – ¿Cuántos han muerto? Un único golpe fue dado. Todo estaba explicado. – ¿El que golpea es un hombre? No hubo respuesta. – ¿Eres un Espíritu? Dos golpes rápidos y repetidos con energía no dejaron ninguna duda sobre la naturaleza afirmativa de la respuesta. – ¿Seguirías golpeando aún si llamo a unos vecinos? 183 Nuevos golpes afirmativos. Fueron avisadas unas personas del vecindario y, durante toda la noche, se procedió a las mismas experiencias, con el mismo éxito. Se le hicieron muchas otras preguntas, pero pausadamente, con más orden y precisión. Los curiosos atraídos no se conformaron con preguntas y respuestas lacónicas. Un tal Isaac Post, miembro estimado de la Sociedad de los Cuáqueros, se dedicó a recitar en voz alta las letras de alfabeto, invitando al Espíritu a designar por un golpe aquellas que debían componer las palabras que quería expresar. La experiencia resultó del todo exitosa. Desde ese día fue encontrada la telegrafía espiritual y hecha posible la comunicación con lo invisible. Se observará además que el fenómeno se manifestaba sobre todo en presencia de las dos señoritas Fox y de Kate e particular. La mediumnidad fue descubierta y constatada1. 1 Se llaman médiums a los seres especialmente propensos, por la delicadez y sensibilidad de su sistema nervioso, a favorecer la manifestación de los Espíritus y en los cuales se produce a veces una verdadera encarnación, una toma de posesión por el Espíritu que lo sustituye. Son los sensitivos, los clarividentes, aquellos cuya vista traspasa la niebla que nos oculta los mundo etéreos, y, por una especie de claridad, consiguen entrever algo de la vida celeste. Algunos incluso tienen la facultad de ver los Espíritus y de escuchar de ellos la revelación de las verdades superiores, Todos somos médiums, pero más o menos y en grados diferentes. Muchos los son ignorándolo completamente. Pero no hay hombres sobre los que no actúe la influencia buena o mal de los buenos o malos Espíritus. Vivimos en medio de una multitud invisible que, silenciosa, atenta a los detalles de nuestra existencia, participa mediante el pensamiento en nuestros trabajos, en nuestros goces, en nuestros sufrimientos. Parientes, amigos, indiferentes, enemigos, todos son llevados hacia los lugares y hacia los hombres que han conocido. Esta muchedumbre invisible influye en nosotros, nos inspira a nuestras espaldas e incluso en algunos casos nos obsesionan o nos persiguen con su odio y sus venganzas. 184 Tales fueron, en su ingenua simplicidad, los inicios del fenómeno que iba a revolucionar América y el mundo. Negado por la ciencia oficial, ridiculizado por una prensa ignorante y sistemáticamente maliciosa, anatomizado por la intolerancia de un dogmatismo que nada quería ver ni escuchar, condenado por lo que se llama la « justicia de los tribunales », explotado por charlatanes sin vergüenza, teniendo contra él todo lo que el mundo oficial puede verter de injurias y desprecio… pero poseyendo por el contrario esta fuerza todopoderosa que se llama la verdad, al mismo tiempo que la irresistible atracción que siempre ha ejercido lo maravilloso sobre la imaginación de los hombres – el nuevo espiritualismo iba a entrar en escena y conquistar ese innumerable pueblo de adeptos que, de un extremo a otro del mundo, se cuenta hoy por millares y por millones. En el transcurso de numerosas experiencias, quedó establecido, – continúa la Sra. Hardinge, – que, « en algunas condiciones, los Espíritus buenos o malvados, educados o abyectos, pueden corresponder con la tierra; que esas relaciones magnéticas entre los dos mundos son de una naturaleza muy delicada, sujetas a alteraciones y especialmente sensibles a la influencia de las emociones de los operadores, que los jefes espirituales que han presidido la inauguración de esas comunicaciones entre vivos y transitados son espíritus filosóficos y científicos cuya mayoría, durante su existencia terrestre, se habían dedicado Las aptitudes de los médiums son múltiples y variadas. Hay médiums de efectos físicos, sensitivos, auditivos, parlantes, videntes, sonámbulos, curanderos, escritores o psicógrafos. No hay que pensar que todos los médiums están enfermos. Si son más o menos neurópatas ocurre también, y en gran número que, a pesar de su organización sensible, gozan de un perfecto equilibrio y de una salud que no deja nada que desear. 185 al estudio de la electricidad y otros cuerpos imponderables, y en primera línea el Dr. Benjamin Franklin, que vino con frecuencia él mismo a dar sus instrucciones a los nuevos adeptos, sin contar el número de Espíritus llamados por afectos familiares, con el objetivo de regocijar el corazón de sus amigos vivos mediante testimonios directos de su presencia, proclamando la alegre nueva que siempre viven, y anunciando, con las más tiernas expresiones, que velan por los amados y llevan a cabo junto a ellos el gracioso ministerio de los ángeles de la guarda.» Tal es, en su sorprendente simplicidad, el proceso verbal que fue descubierto con ocasión de esas auténticas y providenciales manifestaciones. El Espíritu que se manifestaba a las señoritas Fox declaró que se llamaba Charles Rosna, buhonero en vida, y que había sido asesinado en aquella casa, despojado de su dinero y enterrado en la bodega de donde habían salido los primeros ruidos. Fue entonces cuando comenzó, para la infortunada familia Fox, un odioso y largo martirio que debieron padecer por parte de hordas fanáticas y verdaderamente salvajes que les ahorraron ni los insultos más groseros, ni las peores violencias. Consideraron lo mejor mudarse a Rochester y, animadas por los consejos de Rosna, su amigo invisible, las jóvenes señoritas Fox se hicieron decididamente misioneras de la nueva doctrina, no vacilando en soportar los odios de las congregaciones religiosas y sometiéndose al control más humillante y más riguroso. Acusados de fraude y negándoles la puesta en práctica de los ritos de su confesión por los ministros de ésta, el Sr. y la Sra. Fox resistieron valientemente, declarando que consideraban un deber propagar el conocimiento de esos 186 fenómenos que aportaban a los hombres tan grandes y consoladores verdades. ¿Por qué fueron ignominiosamente expulsados de su Iglesia, ellos y sus adeptos? Esa Iglesia no sale nunca de la tradición. La intolerancia religiosa es siempre la misma, bajo la latitud que se ejerza. Los pobres Fox, contra los que se indignaron todos los conservadores fanáticos, pretendiendo enfáticamente que querían defender la « fe de sus antepasados », ofrecieron entonces proporcionar públicamente la prueba de la realidad de las manifestaciones. Toda la población de Rochester fue convocada, a tal efecto, en la más grande sala de la ciudad. La sesión comenzó con una conferencia donde fueron expuestos, en su irrefutable sencillez, los progresos de los fenómenos desde los primeros días de su aparición. Esta comunicación, acogida, no hay que decirlo, con formidables abucheos, desembocó sin embargo, cosa bastante rara, en la nominación de una comisión encargada de hacer una seria y rigurosa investigación sobre los hechos incriminados. Ahora bien, ante la estupefacción e indignación general, hete aquí que los miembros de esa comisión, a pesar de sí mismos y de toda la violenta aversión que experimentaban, se vieron obligados a reconocer y proclamar que no había podido ser descubierto ni un solo atisbo de fraude. Furor en la muchedumbre bien pensante. Nominación de una segunda comisión que naturalmente redobló el rigor en sus procedimientos de investigación. Se registraron a las jóvenes; unas damas adjuntas a la comisión las hicieron incluso desnudarse completamente… lo que no impidió en absoluto que los golpes se produjesen con energía en la mesa de sesiones, mientras que todos los muebles de la sala bailaban la más inverosímil zarabanda. Una serie de 187 respuestas fueron correctamente dadas por los Espíritus a todas las preguntas que les fueron planteadas incluso mentalmente, y todo, a plena luz de una estancia pública donde todo subterfugio era imposible. Segundo proceso-verbal, segunda relación más favorable todavía que la primera. La buena fe de los espiritualistas era reconocida, la realidad de los hechos constatada y lo que es más, oficialmente. « Imposible – dice la Sra. Hardinge – describir la indignación furiosa de la muchedumbre dos veces decepcionada.» Tercera comisión. Esta vez fue elegida entre los hombres más incrédulos, los burlones más incorruptibles…y el resultado de sus investigaciones, más odiosas y ultrajantes que nunca para las pobres muchachas, dio un giro mayor hacia la confusión de sus detractores. Realmente aquello era demasiado, y los Espíritus parecían haber perdido todo respeto por la venerable «fe de los antepasados» por tres veces ultrajada. El rumor del fracaso de esta suprema investigación no tardó en correr por la ciudad y llegó al colmo de la exasperación de todos los «buenos espíritus». En cuanto a la muchedumbre, cada vez más furibunda y convencida de la connivencia de las comisiones con los «impostores», declaró que, si el informe definitivo todavía era favorable a la causa, sencillamente lincharía a los inculpados junto a sus abogados. – Fue así como la muchedumbre impuso su justicia en América… y también en otros lugares. Las jóvenes muchachas, escoltadas por sus padres y algunos amigos valientes, no dejaron de presentarse, a pesar de su espanto, a la temida reunión general. Pálidas, pero resueltas, tomaron asiento sobre el estrado de la gran sala, «decididas a perecer si era necesario, mártires de una impopular pero indiscutible realidad ». 188 Se levantó la sesión. La muchedumbre estaba encrespada, estremecida, era manifiestamente hostil. Habiéndose logrado el silencio a duras penas, la lectura del informe fue hecho por uno de los miembros de la comisión, aquél mismo que, con motivo de la elección de nuevos miembros, había manifestado con tono perentorio que «si él no lograba descubrir el truco, se precipitaría en la caída del Génesis». – el pequeño Niágara del lugar. ¿Y cuál fue la conclusión de ese famoso informe que debía abatir irrevocablemente de un golpe las siete cabezas de la hidra diabólica? Fue que sus colegas y él habían oído realmente los golpes característicos, pero que les había sido imposible descubrir la causa. Fue entonces como en medio de un tumulto espantoso se levantaron por cientos las cabezas de esta hidra de otra naturaleza que la del monstruo mitológico, pero infinitamente más temible, bestia monstruosa y feroz que se llama la muchedumbre, bestia desencadenada cuyas pasiones son inconscientes en su ineptitud, ciegas en su ira salvaje. Y ya ella escalaba hacia el estrado dispuesta a las peores violencias, cuando un cuáquero, llamado Georges Willets – un nombre a recordar – cuya pacífica religión daba una autoridad particular a las palabras que pronunció, declaró que « la banda de rufianes que querían linchar a las muchachas no lo harían más que sobre su cadáver ». Esta honesta y valiente intervención hizo retroceder a los miserables brutos, y la muchedumbre se disolvió tumultuosamente. Esta escena, – añade Eugène Nus – fue completamente conmovedora y también singularmente sugestiva. Esas muchachas que, con una asombrosa resignación, se sometieron a las investigaciones más humillantes y conservaron su valiente actitud ante una 189 jauría salvaje que no se hubiese retrocedido ante un asesinato; ese padre y esa madre dispuestos a compartir la suerte de sus hijas; esas comisiones tan detestablemente dispuestas al principio y que acabaron por proclamar lealmente y no sin peligro, la verdad que los confundió, – todo eso nos sale un poco de lo ordinario y de nuestro mundo, que no tiene nada en común con los habitantes del nuevo más que la obstinación de los locos en dar la espalda a la evidencia antes que abandonar las ideas tradicionales. Pero eso es patrimonio de la sociedad humana en general, y las antiguas academias no están más exentas de ello que las jóvenes poblaciones. ___________________ Jamás persecución alguna detuvo la marcha de una idea, y si los verdugos fuesen sinceros, generalmente confesarían que ellas las aceleran. Así llega a los Estados Unidos, aunque en 1850 ya contaba con varios millares de espiritualistas. La prensa, creyéndose siempre muy espiritualmente sarcástica, denigraba con encono a la nueva doctrina. A los postres de las mesas más distinguidas, se mofaban educadamente de las mesas giratorias, y los Espíritus golpeadores siempre provocaban hilaridad, ¡oh! los recalcitrantes obstinados. Mientras tanto, y en revancha, se despertaban y se abrían otros espíritus, no golpeadores esta vez, pero serios, honorables, de elevado valor intelectual y moral. Escritores y no de los mediocres, oradores, magistrados, incluso sacerdotes, se informaban, estudiaban, tomaban notas de los hechos y causas de la doctrina vapuleada. Verdaderos misioneros emprendieron giras de conferencias, publicistas de talento fundaron periódicos espiritualistas, sembraron a todos los vientos folletos, discusiones, panfletos 190 apologéticos, sacudieron la opinión pública y minaron los prejuicios. El movimiento se aceleró con tal rapidez y la propaganda tomó tan amplias proporciones, que en 1854 una petición firmada por quince mil personas fue dirigida al congreso en Washington, con el objetivo de hacer nombrar por el propio congreso, una comisión encargada de estudiar los nuevos fenómenos y descubrir sus leyes. La petición, es cierto, no fue tomada en consideración; pero el impulso de la nueva doctrina fue tan acelerado que los quince mil firmantes se convirtieron pronto en millones. Los medios de comunicación se perfeccionaron. Tras la mesa llegó la mesilla, después de la mesilla llegó la propia mano del médium. Se comenzó a verles, pronto se sintió su contacto y, para estupefacción de los escépticos más firmes, se acabó por obtener pruebas fotográficas de esas apariciones al principio vaporosas, pero que se materializan, poco a poco, poblando las regiones invisibles de personalidades vivas y activas. Y fue entonces cuando intervinieron, en medio de las adhesiones de todo tipo y de toda procedencia, los testimonios importantes de los científicos. Al principio fue el juez Edmonds, uno de los hombres más considerados de la magistratura, magistrado jefe de la corte suprema del distrito de New-York y presidente del Senado, quién, de entrada escéptico y queriendo descubrir el « fraude », acabó por convertirse con vehemencia a la doctrina de las ciencias ocultas. Después de él, llegó el profesor Mapes – profesor de química en la Academia nacional de los Estados Unidos. – Él también se dedicó a estudiar los fenómenos y he aquí en que disposiciones de ánimo emprendió sus investigaciones: « Viendo, – dijo – a algunos de mis amigos completamente inmersos en la magia moderna, decidí aplicar mis 191 conocimientos a esta materia, para salvar a los hombres que, respetables e iluminados sobre los demás puntos, estaban corriendo en línea recta hacia la mayor de las imbecilidades.» Ahora bien, el resultado de las investigaciones de este profesor « refractario a la imbecilidad » y tan mal preparado para la inoculación de la nueva doctrina fue, como para el juez Edmons, una « inmersión » completa en las aguas del espiritualismo. La misma aventura ocurrí a uno de los sabios más eminentes de América, Robert Hare, profesor en la universidad de Pensilvania. Comenzó sus investigaciones en 1853, época en la que, según sus propias palabras – estando en la misma disposición de intransigencia que había manifestado antes que él el profesor Mapes – se sintió llamado « a emplear toda su influencia, para tratar de detener la oleada ascendente de demencia popular que, a pesar de la ciencia y de toda razón, se pronunciaba tenazmente a favor de esa grosera ilusión llamada espiritualismo». Habiendo tenido conocimiento de los trabajos de Faraday sobre las mesas giratorias, creyó que el sabio químico había encontrado la verdadera explicación. Sin embargo, para su edificación personal, repitió esas experiencias y, encontrándolas insuficientes, se las ingenió para hacerlas más demostrativas inventando nuevos aparatos. Y fue entonces cuando en su profundo y doloroso estupor, llegó a resultados tan perfectamente diferentes de los que esperaba, creyendo su deber el publicarlos lealmente, en una obra publicada en 1856 y cuyo efecto sobre sus contemporáneos fue más considerable aun que la que había producido el libro del juez Edmonds. 192 A pesar de esas insólitas y deslumbrantes conversiones, la batalla prosiguió más cruel y enconada que nunca. Sabios contra sabios, la confusión fue general – y se sabe con qué rudeza se trataban esos caballeros, cuando no coincidían sus opiniones. Ya nos se trataba ahora de muchachitas oscuras, o de algunos audaces charlatanes aptos para las peores tareas, era la ciencia oficial la que se pronunciaba por la boca de sus representantes más ilustres. La pasión científica, que no tiene nada que ver con la pasión devota, se vio empujada a un tal alto grado, que en 1860 la legislación de Alabama redactó un proyecto de ley declarando « que toda persona que hiciera manifestaciones espiritualistas públicas en el Estado sería condenada a 500 dólares de multa », – ¡bastante bonito para la América libre! – Apresurémonos a añadir sin embargo que el gobernador rechazó sancionar esa ley… suficientemente grotesca. Uno de los últimos convertidos, entre los grandes personajes americanos fue Robert Dale Owen, que gozaba a la vez de una reputación de sabio de las más justificadas y de un especial renombre como escritor. Su última obra, aparecida en 1877 en Filadelfia, fue destacada por sus ideas elevadas y sus puntos de vista particularmente ingeniosos. El movimiento espiritualista esta en ese momento más vivo que nunca, de un extremo al otro de los Estados Unidos. En la mayoría de las grandes ciudades, existen importantes sociedades que tienen por objetivo y por programa el estudio y la demostración de la doctrina espiritualista. Veintidós periódicos y revistas mantienen al público al corriente de los trabajos acometidos. Todas las grandes ciudades de la Unión tienen sociedades espiritualistas perfectamente organizadas. En 1870, se contaban veinte asociaciones de Estados, ciento cinco 193 sociedades privadas, más de doscientos conferenciantes y una veintena de médiums públicos. La suma total de los espiritualistas, según Russel Wallace, se eleva a la cifra aproximada de once millones nada más que en los Estados Unidos. He aquí cuál fue la sorprendente cosecha nacida del grano arrojado en la bodega de la familia Fox en Hydesville, por Charles Rosna, el pobre buhonero que había sido asesinado allí. _______________________ 194 CAPÍTULO IX EL ESPIRITUALISMO MODERNO EN INGLATERRA LOS GRANDES TESTIGOS La Sociedad dialéctica de Londres fundada en 1867, bajo la presidencia de sir John Lubbock, miembro de la Sociedad real de Londres, y contando entre sus vicepresidentes a Thomas-Henry Huxley, uno de los profesores más sabios de Inglaterra, así como a GeorgesHenry Lewes, eminente fisiólogo, decidió, en su sesión del 6 de enero de 1869, que un comité sería designado para examinar los supuestos fenómenos del espiritualismo moderno y dar cuentas de ello a la Sociedad. El debate que se planteó al respecto permite constatar que la mayoría de los miembros no admitían la realidad de esos fenómenos y estaban absolutamente convencidos que a la luz de este examen solemne, el moderno espiritualismo sería aniquilado para siempre. Esta esperanza fue compartida por la gran mayoría de los periódicos ingleses que saludaron la nominación de los miembros del comité, mediante auténticos estallidos de entusiasmo. – Lo malo, es que tras haber cantado tanto, el desencanto fue considerable. Para la profunda estupefacción del público inglés, la comisión, tras dieciocho meses de serios estudios, concluyó a favor de la realidad de las manifestaciones. Sin embargo nadie se atrevió a cuestionarla, cuando se supo cual era el valor de los miembros de la comisión que formaron parte de esa solemne investigación. Todos estaban allí, los más ilustres representantes de las corporaciones científicas de Inglaterra, estando a su cabeza 195 el gran naturalista Alfred-Russel Wallace, émulo y colaborador de Darwin. Como Mapes, como Hare y tantos otros sabios americanos, Wallace, al principio recalcitrantes, pero vencido por la evidencia, hizo valientemente su profesión de fe en su célebre obra Miracles and modern Spiritualism, que hoy todavía apasiona a toda Inglaterra. En el número de los testigos escuchados por el comité de la Sociedad dialéctica, figuraban el profesor Auguste de Morgan, presidente de la sociedad matemática de Londres y secretario de la Sociedad real astronómica, M. Varley, ingeniero jefe de las compañías de telegrafía internacional y trasatlántica, el Sr. Oxon, profesor de la Universidad de Oxford, el Sr. Serjeant Cox, jurisconsulto, filósofo y escritor, el Sr. Barkas, miembro de la Sociedad de geología de Newcastle. Todos esos sabios llegaron a la convicción mediante sus estudios personales y los más pacientes experimentos. Nosotros tendremos ocasión de citar algunos de ellos en las páginas que van a seguir. Entre los escépticos más estrictos, destacaba el Dr. Georges Sexton, célebre conferenciante que había dirigido una de las campañas más virulentas contra la nueva doctrina. Desde luego, si jamás convertido multiplicó las objeciones y protestas de todo tipo, ese fue el doctor y conferenciante Sexton. Durante quince años, luchó, fue quisquilloso, censuró, lo que no le impidió, como hombre concienzudo que era, informarse lealmente. Lo hizo, y tan bien, que al cabo de esos quince años de estudios e investigaciones se declaró definitivamente adepto a la causa que tan obstinadamente había combatido. Terminemos esta lista de los grandes testimonios por el más ilustre de todos, el Sr. William Crookes, el eminente hombre a quién la ciencia moderna debe el descubrimiento 196 del talio y sobre todo la demostración experimental de la existencia de la « materia radiante » o cuarto estado de la materia – entrevista por Faraday – y del que se puede decir sin exagerar que es el mayor descubrimiento del siglo. _______________________ 197 CAPÍTULO X EL ESPIRITUALISMO MODERNO EN FRANCIA La entrada del espiritualismo o espiritismo en Francia, se hizo sin la más mínima solemnidad. Muchas personas se hubiesen reído, si se les hubiese dicho que, bajo esos pequeños juegos de sociedad con las que se divirtieron durante los inviernos consecutivos de 1851 y 1852, se ocultaba la más grandiosa revelación que ha sido hecha en la tierra, y que esas mesas giratorias no abrían nada más y nada menos que una era nueva, bajo los dedos de creyentes para reír, o de escépticos muy determinados a no escuchar nada. Las mesas estuvieron sin embargo de moda; pero ese fue todo el beneficio que tuvieron. Uno se divertía en el bello país de Francia y tan inocentemente, que ignoraba desde todos los puntos de vista – especialidad que por lo demás nos es propia –lo que había acontecido en el extranjero. Luego, el juego, dejando de gustar, dio lugar a nuevos divertimentos. Fue en vano, al principio, como se elevaron algunas voces, en medio de esta universal indiferencia, cuando el Sr. Eugène Nus hizo aparecer sus Choses de l’autre monde, luego sus Grands Mystères; cuando el conde d’Ourche se interesó intensamente por la cuestión y el barón de Guldenstubbé publicó, en 1857, un libro sensacional sobre la Realité des Esprits. Yo os pregunto ¿quién podría preocuparse de semejantes extravagancias? La prensa, la gran prensa, guardiana juramentada del sentido común universal, ¿no estaba allí, con sus palabras preservadoras y sus reconfortantes ironías? 198 Pero ocurrió algo. Resultó que Allan Kardec, bajo su nombre cabalístico, publicó, en 1857, su Livre des Esprits. Prestad atención al asunto, pues no sé realmente si me hago comprender. Ese Livre des Esprits es en realidad el libro de los Espíritus, libro dictado por ellos, Biblia de un nuevo género, repertorio extraordinario de todas las preguntas, solución extraña de todos los problemas. ¡Oh! de pronto la cuestión causó sensación, se hicieron treinta y ocho ediciones sucesivas, traducidas no sé a cuantas lenguas, no habiéndose todavía apagado el interés y curiosidad que despertó esta publicación sin igual. Y qué, si son esos pequeños juegos inocentes de mesas giratorias, de golpes en los muebles y de diálogos con un interlocutor invisible que nos informa que el alma es inmortal y nos da la llave de los misterios del más allá. ¡Escándalo y estupefacción! De todas partes se elevó una voz airada contra el desafortunado bromista. Las revistas, los periódicos, las academias, los púlpitos apostólicos o evangélicos, alineados en la vanguardia de la batalla, amontonados en falange macedónica, ¡en común acuerdo se agruparon e hicieron frente al enemigo! Y si hubiese habido en Francia algunas señoritas Fox disponibles, ¿quién sabe qué gloriosa versión hubiésemos tal vez hecho de las escandalosas escenas de Rochester? Sin embargo, no incriminemos a nadie. No corrió la sangre, no fueron más que inofensivos tinteros de los que se escapó a oleadas una tinta inagotable. « Inagotable » no es exagerado, pues la tinta no ha acabado de correr. No obstante fue necesario ocuparse de la cuestión. Se retomó el estudio de esas famosas mesas giratorias, causa primera de todo el escándalo, y al principio se formaron dos corrientes de opinión. 199 Para unos, el fenómeno no tenía ninguna realidad. Pura superchería o movimientos inconscientes. Para otros, simple acción magnética, o bien acción psíquica en ciertos casos, pero vaga e indeterminada. – Eso era todo. Me equivoco. Había una tercera opinión, la de los creyentes ortodoxos, para los cuales no había allí más que un actor en todas esas comedias demoníacas, un culpable desgraciadamente irreductible, el diablo, Satanás en persona – al que los letrados llamaban Mefistófeles, para hacer creer que habían leído el Fausto de Goethe. Y la academia de la que me olvidaba… ¡con su cuarta opinión! Me gustaría no hablar de ella, aunque no fuese más que por respeto a esa docta asamblea; pero como no señalar, sin embargo, para la edificación de los futuros siglos, la extraña explicación, paradójica, barroca, grotesca, fantástica, increíble, – epítetos a los Sévigné – con el fin de caracterizar el descubrimiento inimaginable y sin embargo imaginado por un cierto Schiff, ilustre desconocido, y adoptada con entusiasmo por un académico, Jobert (de Lamballe) que, apropiándose y patrocinando la fenomenal idea, se apresuró a comunicarla a sus colegas maravillados, y eso, en el año de gracia de 1859, el 18 de abril, en la monumental sesión llamada del largo peroné. –¿El largo peroné?... –Sí, el largo peroné… a menos que no se trate del corto peroné. Pero vamos a elucidar el asunto, pues si alguna seria cuestión estuvo en juego, fue la de los peronés. Así pues, resulta que de las sabias afirmaciones del Sr. Jobert de Lamballe, hábil y distinguido cirujano – nadie ha dudado jamás de ello – resulta, digo, que en la pierna de cada uno, en la región del peroné, se encuentran localizados sobre una superficie ósea unos tendones y un riel o canalón 200 común. Ahora bien, es en este riel como sucede… el asunto. –Sí, – dice el Sr. Schiff,– ¡es ahí como se ejecutan unos « ruidos voluntarios, regulares, armoniosos incluso »! –¿Cómo? –Nada más sencillo. Todos esos ruidos tienen por origen el tendón del largo peroné, cuando cae en el canalón peroneo… –¡Perdón! – exclama el Sr. Jobert de Lamballe. – De acuerdo con el Sr. Schiff sobre el origen de los ruidos y su causa, sin embargo nosotros no adoptamos todos los puntos de su teoría. Varias de sus explicaciones nos parecen insuficientes y poco relacionadas con las disposiciones anatómicas. Admitimos que todos esos golpes son producidos por la caída de un tendón sobre la superficie ósea del peroné. Hemos tenido todas las facilidades deseables para estudiar ese ruido en cuanto a sus orígenes y su mecanismo. – Y aquí el Sr. Jobert de Lamballe cuenta la historia de una muchacha enferma que él tuvo ocasión de examinar – «Él solo es pues el agente del ruido en cuestión y la explicación de los resultados observados.» Nada más sencillo en efecto, y parece claro que los golpes que parecían ser dados en las paredes, en el techo, en las tablas del suelo, no eran debidos más que a ese músculo de la pierna que de un tiempo a otro se dedica a facetas que los inocentes evocadores tomaban por manifestaciones de ultratumba. He aquí la explicación. Es el Sr. Jobert de Lamballe quién la ha encontrado, al menos la ha adoptado, y la academia la ha declarada exacta, racional y científica, ne varietur. 201 Escuchemos, sin embargo, la respuesta del Dr. Paul Gibier quien, él también es fisiólogo, cirujano y especialista en anatomía. « El documento proporcionado por el Sr. Jobert de Lamballe a la academia ha sido invocado por aquellos que no han querido ver en los hechos adelantados por los espiritualistas más que el resultado del fraude o de la ilusión. Pues bien, hay que estar realmente carente de argumentos para producirlos de esa guisa. Como, he aquí que el Sr. Jobert quien observa a una enferma afectada de una tendinitis crepitante cualquiera; aprovecha la observación de ese caso para mostrar a la academia y al mundo que el un hábil cirujano y que ha usado con éxito el método subcutáneo de colega J. Guérin (al que por otra parte no menciona) y, para colmo, concluye de ese caso, simple y natural, todo un género de hechos similares, pero nada más que aparentemente. ¿El Sr. Jobert de Lamballe pudo observar los golpes presentados por un médium, como fenómenos espiritualistas? Si los ha observado, ¿ha puesto los dedos sobre las fundas de los tendones de los músculos del peroné derechos e izquierdos, largos y cortos del susodicho médium, a fin de asegurarse que los ruidos eran producidos por las contracciones de dichos músculos? Es eso lo que ha olvidado decirnos y nosotros estamos autorizados a deducir de ello que el Sr. Jobert de Lamballe no ha hecho ninguna experiencia comparativa, concluyendo de un caso patológico ordinario otros casos de los que no tenía ni la menor idea; también para nosotros su observación no tiene valor.» Y vean pues quien tiene la suerte de obtener descubrimientos, por geniales que fuesen como éste. Las pantorrillas chasqueantes no tuvieron mucho éxito. El público ignorante permaneció sordo a la música de esta musculatura crepitante, y el Sr. de Lamballe debió retraer 202 su músculo del que nadie, aparte de la academia, supo apreciar sus múltiples facultades; – múltiples debían serlo, pues no bastaba solamente provocar el ruido a la hora deseada. Hacía falta imitar el ruido de las mesas que, no contentas con el golpeteo, daban también respuestas, respuestas a veces sorprendentes. Y era el largo músculo del peroné el que respondía sin duda… a menos sin embargo que no fuese el corto – ¡enigma verdaderamente cruel! Dejemos aquí esas grotescas insensateces. Seamos serios, y citemos los nombres de algunos hombres convertidos al espiritualismo que, por no pertenecer a la academia, no presentan menos notoriedad. Por ejemplo a Auguste Vacquerie, que en sus Miettes de l’histoire nos cuenta las experiencias que hizo en compañía de la Sra. de Girardin, en casa de Victor Hugo, en Jersey; el Sr. Victorien Sardou, que es médium, el sabio astrónomo Camille Flammarion, del que todo el mundo conoce las obras en las que ha popularizado las doctrinas filosóficas del espiritualismo, el Dr. Gibier, laureado por la Academia de Medicina, que en su obra sobre el Fakirisme occidental ha acumulado un número de hechos y experiencias de un interés sobrecogedor. Y he aquí lo que nos dice por su parte el Sr. Eugène Bonnemère, el historiador tan conocido: «He reído como todo el mundo del espiritismo; pero lo que tomaba por la risa de Voltaire no era más que la risa del idiota, infinitamente más común que el primero.» No podemos, – dice Gabriel Delanne1, – dar aquí una bibliografía completa de las obras espiritistas; nos faltaría espacio. No citaremos más que los sabios más conocidos; 1 Le Phénomène spirite. 203 pero nos sería fácil añadir a esta lista una cantidad de nombres de médicos, de abogados, de ingenieros, de hombres de letras que establecerían sin vacilar que el espiritismo ha penetrado principalmente en las clases instruidas de la sociedad, entre los «intelectuales», según la nueva expresión empleada. «El espiritismo,– dice el Dr. Paul Gibier1, toma cada día que pasa, una importancia tal por el creciente número de sus neófitos, que dentro de poco se estará obligado a ocuparse de él en las esferas oficiales, tanto científicas como políticas. El espiritismo se ha convertido en una creencia, una verdadera religión. En Francia, el número de espiritistas es menor que en Inglaterra o en América, pero no creemos exagerar diciendo que en París hay cerca de cien mil.» Periódicos espiritistas, revistas y otras publicaciones periódicas se imprimen en todos los países de la tierra, y esas publicaciones aumentan todos los días. He aquí, por lo demás, algunas cifras significativas. Dieciséis revistas o periódicos espiritistas son publicados en francés; veintisiete en inglés; treinta y seis en español; cinco en alemán; tres en portugués; uno en ruso; dos en italiano. Un periódico espiritista franco-español aparecía en Buenos Aires y otro franco-alemán en Ostende, formando un total de más de noventa publicaciones. Entre ellas, dos son redactadas por hombres de elevada ciencia. En la Societé de recherches psychiques de Londres, encontramos entre los nombres de los principales miembros los de los Sres. Galdstone, ex primer ministro, W. Crookes y Alfred Russel Wallace. Estos dos últimos, que ya hemos citado, son al mismo tiempo miembros de la Société royal de Londres que corresponde a nuestro Institut de France. El presidente, profesor Balfour-Stewart, es 1 Le Fakirisme occidental. 204 igualmente miembro de la Société royal. Actualmente la Sociedad de investigaciones psíquicas cuanta con 254 miembros efectivos, 21 miembros honorarios y 255 socios. Varios sabios franceses forman parte de esta sociedad a título de miembros corresponsales, tales como los doctores Bernheim y Liébault, de Nancy, Charles Richet, profesor agregado a la Facultad de medicina de París y director de la Revue scientifique. Un diario espiritista alemán el Sphynx, está igualmente redactado por sabios de primera magnitud. Uno de los más ardientes propagadores de la doctrina espiritista en San Petersburgo es el Sr. Alexandre Aksakof, consejero del zar Alejandro III. Añadamos finalmente que se ha formado en París, como en Londres, una Sociedad de psicología fisiológica cuyo objetivo es estudiar, entre otros fenómenos psíquicos, los de la telepatía manifestándose mediante apariciones de diversa naturaleza. Esta sociedad ha nombrado una comisión permanente cuya función es controlar los hechos que son sometidos a su apreciación. He aquí los miembros de dicha comisión: los señores Sully Prudhomme, de la Academia francesa, presidente; G. Ballet, profesor agregado de la Academia de medicina; Beaunis, profesor en la Facultad de medicina de Nancy; Ch. Richet, profesor en la Facultad de medicina; el lugarteniente coronel de Rochas, administrador de la Escuela politécnica, y Marillier, maestro de conferencias en la Escuela de Altos Estudios, secretario. En París y en todas las grandes ciudades de Francia, existen muy numerosos pequeños centros donde tienen lugar sesiones de espiritismo o evocaciones. Además hay en París dos sociedades públicas de espiritismo, una en Lyon, una en Reims, una en Rouen. Por otra parte, en la mayoría 205 de las grandes ciudades, ha sido establecido un servicio de propaganda cuya organización no deja nada que desear. El recrudecimiento del movimiento espiritualista es particularmente debido al congreso espiritista que se reunió en París en 1889. La reseña de los trabajos estableció que ese congreso contaba con 40.000 afiliados. Los grupos espiritistas del mundo entero se habían hecho representar allí. _____________________ 206 207 CAPÍTULO XI EL ESPIRITUALISMO MODERNO EN ALEMANIA Los fenómenos espiritistas se adelantaron varios años, en Alemania, a los que, salidos de América están dando la vuelta al mundo. Fue hacia 1840, en la pequeña ciudad de Prévorst, en el Wurtemberg, donde tuvieron lugar las primeras manifestaciones. El nombre de Vidente de Prévorst se ha vuelto célebre desde hace mucho tiempo. Esta vidente, que se creía alucinada, se llamaba Sra. Hauffe, y fue el Dr. Kerner quien la trataba, el que fue inducido a constatar en que extraño medio vivía esta extraordinaria e interesante enferma. Esta desdichada,– cuenta el doctor –, era a menudo atormentada por apariciones fantasmales que a él le era imposible atribuir a alucinaciones, pues personas de la vecindad, que asistían a esas extrañas escenas, escuchaban tan bien como ella los golpes que daban en las paredes y, como ella, veían agitarse en su habitación objetos y muebles que desplazaban unos personajes invisibles. La visionaria de Prévorst no se conformaba con ver y escuchar, sino que aún tenía presentimientos, pronosticaba el futuro, y eso con tal claridad que advertía a los miembros de su familia la proximidad de algunos peligros, cuya previsión y anuncio siempre estuvieron justificados por los acontecimientos. (Ver la nota 5) Fue hacia esa misma época cuando se produjeron otras manifestaciones en el pueblo de Mottlingen, siempre en el Wurtemberg, fenómenos variados de visones, audiciones y comunicaciones cuya naturaleza no podía originar ninguna duda sobre su origen sobrenatural. Esos hechos, aunque muy significativos, no tuvieron más que un mediocre eco y fue necesaria la repercusión de 208 los sucesos análogos que acababan de suceder en América, para despertar la atención de algunos observadores instruidos y juiciosos. Entre estos observadores, hay que citar en primer lugar al célebre astrónomo Zoellner, profesor en la Universidad de Leipsig. El relato de sus experiencias personales, que no tardó en publicar, contienen declaraciones que nos recuerdan hechos análogos en la historia de sabios absolutamente incrédulos al principio, pero cuya conversión al espiritualismo fue debida a los resultados obtenidos en sus trabajos experimentales. Los hechos extraordinarios de los que fue testigo, en compañía del médium Slade, y del que hablaremos más adelante, lo llevaron a admitir la acción de inteligencias desencarnadas cuya intervención explica mediante la hipótesis de un « cuarto modo » en la evolución de la materia. A su testimonio vinieron a añadirse los de Weber, el eminente fisiólogo, de Fehcner cuyas investigaciones sobre las manifestaciones de la sensibilidad han adquirido una legítima notoriedad, y por último las del profesor Ulrici. 209 CAPÍTULO XII EL ESPIRITUALISMO EN EL RESTO DE EUROPA Prosigamos la serie de ilustres reclutas hechos por la nueva doctrina. Citaremos en Rusia al profesor Boutlerow, quién con el concurso de Home, el célebre médium, reprodujo la mayoría de las experiencias de Crookes, luego el consejero Alexandre Aksakof, ya citado, que se dedicó a estudiar con un éxito que más adelante juzgaremos, las apariciones materializadas. En Italia, encontramos al profesor Ercole Chiaia, de Nápoles, quién, con la colaboración del médium Eusapia, reprodujo todos los fenómenos superiores del moderno espiritualismo. En Holanda, en Bélgica y en los países escandinavos, las ideas espiritistas son expuestas y defendidas por periódicos y revistas de una gran importancia. Podemos decir otro tanto de España, Portugal y Austria. En cuanto a los países de ultramar, República Argentina, Perú, Brasil, México, etc, todos poseen publicaciones periódicas. Solo la isla de Cuba posee cuatro organizaciones espiritistas, al igual que en Australia. De la rápida enumeración que acaba de ser hecha, hay que contar hoy por millones a los adeptos del nuevo evangelio que proclama la inmortalidad del espíritu y la perpetuidad de la vida. Y sean cuales sean la luz y el goce que hayan aportado con esta doctrina consoladora, no se puede más que deplorar la pérdida de tantos siglos, durante los que errante, ciego, confuso por eternas decepciones, el pensamiento humano se ha dado de bruces sucesivamente con las locuras sanguinarias y lujuriosas de las regiones 210 antiguas, con la poéticas pero frívolas fantasías de las mitologías, con las incoherencias de los filósofos, con las ferocidades del fanatismo moderno. El alba por fin ha llegado, pero después de que interminable noche completamente repleta de odiosas y sangrientas pesadillas. ¿Es porque somos ya demasiado viejos, o más bien por que hemos recibido una deplorable educación? Estamos moldeados por la Edad Media; hemos sido abarrotados de un dogmatismo basado en el exoterismo bíblico que de historia no tiene más que el nombre. ¿También no vemos aún a esta alma humana, cuyas inseguridades y desilusiones han hecho desconfiada, aferrarse a su escepticismo y fortificarse en su vieja ciudadela de incredulidad? Duda, cuestiona todo, amontona objeción sobre objeción, se obstina en su ceguera, cierra los ojos a la luz, persigue a los mensajeros de la buena nueva que, en la sombra, aportan sus antorchas que los vientos sacuden, que la celosa noche quiere apagar. Pide pruebas, invoca testimonias, exige hechos. Pues bien, esas pruebas, esos testimonios, esos hechos, helos aquí. __________________ 211 CAPÍTULO XIII LOS HECHOS En estas solemnes asientos, más solemnes que todos los que han presidido nunca los juzgados de nuestros tribunales, los testigos han sido convocados. Procedamos a su declaración. En primer lugar tenemos a Auguste Vacquerie. Escuchemos lo que nos cuenta en sus Miettes de l’histoire, bajo ese título: «El espiritualismo en Víctor Hugo.» – La Sra. de Girardin hizo una visita a Víctor Hugo entonces exiliado en Jersey y le habló del fenómeno nuevo importado de América; ella creía firmemente en los Espíritus y en sus manifestaciones. El mismo día de su llegada, atormentaron a una mesa que permaneció muda. Otra mesa más pequeña fue comprada e interrogada. No se animó más que la grande. La Sra. de Girardin no se desanimó y dijo que los Espíritus no son caballos de un carruaje esperando pacientemente al burgués, sin seres libres y con voluntad propia que no acuden más que a su hora. Al día siguiente, misma experiencia e idéntico silencio. Ella se obstinó, la mesa se empeñó. Ella tenía tal ardor propagandístico, que un día, cenando entre los Jersiais, les hizo interrogar a un velador que demostró su inteligencia no respondiendo a los indígenas de la isla. Esos fracasos seguidos no la desmotivaron; ella permaneció tranquila, sonriente, confiada, indulgente a la incredulidad. Dos días antes de su partida, nos rogó que le concediéramos como despedida una última tentativa. Yo no había asistido a los intentos anteriores. Yo no creía en los 212 fenómenos y que quería creer. Esta vez no pude negarme a asistir a la última prueba; pero fue con la resolución bien firme de no creer más que en lo que fuese probado realmente. La Sra. de Girardin y uno de sus asistentes, el que quiso, pusieron sus manos sobre la pequeña mesa. Durante un cuarto de hora, nada; pero habíamos prometido ser pacientes. Cinco minutos después se escuchó un ligero chasquido: podía ser el efecto involuntario de las manos cansadas; pero pronto ese chasquido se renovó y luego fue una especie de descarga eléctrica, seguida de una agitación febril. De repente una de las patas de la mesa se levantó. La Sra. de Girardin dijo: –¿Hay alguien aquí? Si hay alguien y quiere hablarnos que dé un golpe. La pata de la mesa cayo con un ruido seco. –¡Hay alguien! – exclamó la Sra. de Girardin: hagan sus preguntas. Se hicieron preguntas y la mesa respondió. Las respuestas eran breves, una o dos palabras, vacilantes, indecisas, en ocasiones inteligibles. ¿Éramos nosotros quiénes no las comprendíamos? El modo de traducción de las respuestas se prestaba a error. Uno se equivocaba a veces por inexperiencia y la Sra. de Girardin intervenía lo menos posible, para que el resultado fuese menos sospechoso. A pesar de la imperfección de los medios empleados, la mesa dio algunas respuestas que me impactaron. Yo no había sido más que un testigo; Necesitaba ser actor. Estaba tan poco convencido que trataba el milagro como un asno sabio a quien se le hace indicar « la muchacha más prudente de la sociedad ». 213 Dije a la mesa: «Adivina la palabra que pienso.» Para considerar la respuesta más de cerca, me senté en la mesa junto a la que estaba la Sra. de Girardin. La mesa respondió una palabra. Era la que yo había pensado. Mi escepticismo no se desanimó. Me dije que el azar había podido soplar la palabra a la Sra. de Girardin quién, a su vez, habría podido soplársela a la tabla. Sin invocar siquiera al azar, bien había podido, al paso de las letras de la palabra, tener, en mis espaldas, en los ojos o en los dedos, un temblor que les hubiese podido dar alguna pista. Volví a comenzar la prueba; pero, para estar seguro de no traicionarme, abandoné la mesa y le pedí no la palabra que pensaba sino su traducción. La mesa me respondió: « Tu quieres decir sufrimiento.» – Yo había pensado amor. Todavía no quedé persuadido. Suponiendo que se hubiese ayudado a la mesa, el sufrimiento es talmente el fondo de todo en este mundo, y por tanto la traducción podía adaptarse a no importa cual otra palabra que no fuese la mía. ¿Sufrimiento no podía traducir grandeza, maternidad, poesía, patriotismo, y cuantas otras, tan bien como la palabra amor? Yo podía pues ser víctima, a condición de que la Sra. de Girardin tan seria, tan generosa, tan amiga y casi moribunda como estaba, hubiese atravesado el mar, para burlarse de los proscritos. Muchas imposibilidades eran creíbles ante eso; pero me obstinaba en dudar hasta el fin. Otros interrogaron a la mesa y le hicieron determinar su pensamiento o tales incidentes conocidos por ellos solos. Pero de repente comenzó a impacientarse por esas preguntas pueriles y se negó a responder. Y sin embargo ella continuaba agitándose como si tuviese algo que decir aún. Su movimiento se volvió brusco y voluntario, como ordenado. 214 – ¿Es siempre el mismo Espíritu que está ahí? – preguntó la Sra. de Girardin. La mesa dio dos golpes secos, lo que quería decir ¡no! según el lenguaje convenido. –¿Quién eres tú? – preguntó ella. Y la mesa respondió el nombre de una muerta, viva en el corazón de todos aquellos que estaban allí… En ese momento, la desconfianza abdicaba. Nadie habría tenido ni la mente, ni el corazón, de hacer ante nosotros una comedia de esa tumba. Una broma ya era difícil de admitir; pero una infamia… No. El sospechoso se hubiese despreciado a sí mismo. El hermano preguntó a la hermana que salía de la muerte para consolar su exilio. La madre lloraba. Una indecible emoción oprimía todos los pechos. Yo sentía claramente la presencia de aquella que la tempestad nos había arrancado. ¿Dónde estaba? ¿Nos seguía queriendo aún? ¿Era feliz? Respondía a todas las preguntas, a veces, también declaraba que le estaba prohibido responder. La noche transcurrió y nos quedamos allí, con el alma clavada en la invisible aparición. Finalmente se despidió y la mesa no se volvió a mover. Al día siguiente, la Sra. de Girardin no tuvo necesidad de llamarme; fui yo quién la arrastró hacia la mesa. Pasamos allí toda la noche. La Sra. de Girardin partió al amanecer. Yo la acompañé hasta el barco y, cuando soltaron amarras, me gritó: ¡Hasta luego! No la vi más; ¡pero la volveré a ver! Regresó a Francia a llevar a cabo el resto de su vida terrenal. Desde hacía algunos años, su salón era muy diferente de lo que había sido. Los amigos ya no estaban, 215 Víctor Hugo, Balzac, Lamartine. Tenía tantos como quería, duques, embajadores y príncipes; pero todos esos grandes personajes no la consolaban de la pérdida de los escritores. Ella reemplazaba mejor a los ausentes quedando con dos o tres amigos; sobre todo con su mesa. Los muertos acudían a su evocación. Así pasaba veladas que bien valían las mejores de antaño, y los genios eran suplantados por los Espíritus. Sus invitados de ahora eran Sedaine, la Sra. de Sévigné, Safo, Molière, Shakespeare. Fue en medio de ellos como murió. Esta vida de la muerte la había arrebatado toda inquietud. Cosa conmovedora que, para dulcificar a esta noble mujer el duro tránsito, esos grandes muertos hayan venido a buscarla. La marcha del la Sra. de Girardin no frenó mi afición por la mesa. Yo me precipitaba apasionadamente hacia esta gran curiosidad de la muerte entreabierta. Ya no esperaba a la noche; desde mediodía comenzaba y no acababa más que de madrugada, interrumpiéndome tan solo para la cena. Personalmente yo no tenía ninguna acción sobre la mesa, pero le preguntaba. El modo de comunicación era siempre el mismo, me había acostumbrado; la costumbre lo había simplificado y algunas abreviaturas le habían dado toda la rapidez deseable. Conversaba de ordinario con mi mesa; el ruido del mar se mezclaba en esos diálogos cuyo misterio y autoridad aumentaban en invierno, por la noche, con la tempestad y el aislamiento. Ya no eran palabras que me transmitiese la mesa, sino frases y páginas. Con frecuencia era seria y magistral, pero por momentos espiritual e incluso cómica. Tenía accesos de cólera, señalándome severamente mis irreverencias, y confieso que yo no estaba muy tranquilo antes de haber obtenido mi perdón. Ella tenía exigencias; elegía a su interlocutor. A 216 veces quería ser interrogada en verso, y se le obedecía, entonces respondía a su vez en verso. Todas esas conversaciones han sido recopiladas, no al acabar la sesión, sino sobre el lugar y bajo el propio dictado de la mesa. Serán publicadas un día y plantearán un imperioso problema a todas las inteligencias ávidas de nuevas verdades. Si se me pidiese mi explicación, dudaría. No habría vacilado en Jersey. En cuanto a la existencia de eso que se llaman los Espíritus, no dudo. Jamás he tenido esa presunción de raza que decreta que la escala de los seres se detiene en el hombre. Estoy persuadido de que al menos tenemos tantos escalones por encima de la cabeza que bajo los pies y creo firmemente en los Espíritus. Admitida su existencia, su intervención no es más que un detalle. ¿Por qué no podrían comunicarse con el hombre por algún medio? Seres inmateriales no pueden hacer mover la materia; pero ¿quién nos dice que sean seres inmateriales? También pueden tener un cuerpo, más sutil que el nuestro e imperceptible para nosotros, como la luz no es a nuestro tacto. Es verosímil que entre el estado humano y el estado material haya transiciones. El muerto sucede al vivo como el hombre al animal. El animal es un hombre con menos alma, el hombre es un animal en equilibrio, el muerto es un hombre con menos materia, pero él sigue permaneciendo. No tengo pues objeción razonada contra la realidad del fenómeno de las mesas. __________________ Damos a continuación la palabra al Sr. Eugène Nus que, en sus Choses de l’autre monde, nos cuenta sus experiencias, sus investigaciones, sus dudas, sus 217 estupefacciones y, a fin de cuentas, la expresión de sus emotivas convicciones. LA MESA GIRATORIA A comienzos del año 1853, escuché por primera vez hablar de esos fenómenos. Estábamos reunidos algunos amigos y yo en la calle Beaune. El golpe de Estado nos había vuelto ociosos. Nuestro periódico había sido suprimido (la Démocratie pacifique). Por aburrimiento, por costumbre, pero sobre todo por amistad, por esa necesidad tan natural de dar rienda suelta nuestras decepciones y cóleras, manteníamos nuestra cita habitual. Una noche estábamos tres o cuatro sentados alrededor de una mesa de trictrac1. Uno de nosotros que sabía inglés ojeaba un periódico americano. –Vaya, – dijo de repente. –¿Qué sucede? –Un periodicucho de una nueva especie. Estos yanquis no saben donde pescar sus ideas para atraer a los curiosos. Acaban de inventar mesas que caminan. –¿Mesas? –Que van a derecha, a izquierda, avanzan, retroceden, se levantan y vuelven a caer, ejecutando todos los movimientos compatibles con su estructura, a voluntad de los espectadores. Inútil siquiera hablarles en voz alta, con la voluntad basta. – ¿Cómo es eso? – Os traduzco. Y nos leyó el artículo que, en efecto, enumeraba todos esos prodigios e indicaba el procedimiento para producirlos. 1 Juego de mesa similar al backgammon, que consta de un tablero y fichas redondas como las de las damas (Nota del T.) 218 –Esto es demasiado estúpido. –¡Bah! – exclamó uno de nosotros – intentémoslo de todos modos. Dispusimos en medio de la habitación una mesa de comedor pesada y maciza. Nos sentamos alrededor; aplicamos sobre ella nuestras manos, luego esperamos, siguiendo la fórmula… y, al cabo de algunos minutos, la mesa osciló bajo nuestros dedos. –¿Quién es el bromista? Declaramos nuestra inocencia; pero cada uno, con un ojo a cada lado, sospechó de su vecino; cuando de repente la mesa se levantó sobre dos patas. Esta vez no hubo dudas posibles. Era demasiado pesada para que un esfuerzo, incluso muy aparente, pudiera hacerla subir de tal modo. Además, como para burlarse de nosotros, quedó inmóvil, en equilibro sobre dos patas y se resistió bajo los brazos que querían hacerla volver a su posición natural, lo que conseguimos finalmente gracias a un enérgico contrapeso. Nos miramos aturdidos. – ¿Qué diablos pasa aquí? Luego se puso a girar bajo nuestras manos. Nos levantamos empujando hacia atrás nuestras sillas y seguimos sus movimientos que pronto fueron dominados y dirigidos por nuestra voluntad. El fenómeno es real, indiscutiblemente. Cada uno de nosotros, uno a uno, puede suscribir las marchas y contramarchas, las conversiones y balanceos que se ejecutan al instante. Repetimos la experiencia los días siguientes; idénticos resultados. Tomamos una mesa de juego, un velador. El velador mucho más ligero discurría bajo nuestros dedos, se levantaba a nuestra voluntad sobre cada una de sus patas, imitaba el movimiento de la cuna o el balanceo de la ola. 219 Esta fuerza está en nosotros y procede de nosotros evidentemente, puesto que es necesario nuestro contacto para animar esa madera inerte. « Animar » es la palabra, pues, una vez nuestras manos posadas sobre la mesa, ya no es una cosa, es un ser. Teorías hasta donde alcanza el horizonte. –Pues bien, he aquí que comunicamos un movimiento físico mediante una descarga de electricidad. –Hay que aceptar eso – decía Franchot – porque no podemos hacer otra cosa; pero hay una pequeña dificultad; ¿cómo explica usted esta transmisión a la materia, de nuestro pensamiento y de nuestra voluntad? Pues, al fin y al cabo, esta mesa es inteligente, al menos tanto como el caniche mejor entrenado, ya que ejecuta órdenes. ¿Qué digo tanto? Mucho más, puesto que no tiene necesidad, para comprendernos, ni de palabras, ni de gestos, ni siquiera de señales. Nos basta querer para verla obedecer inmediatamente. – Sin embargo debe ser así, y del mismo modo que le transmitimos el espíritu le transmitimos la fuerza, sino… ¿Qué es entonces? –Veo bien lo que ocurre; pero que el diablo me lleve si lo entiendo. Estábamos sin argumentos. LA MESA PARLANTE Un día, mientras estábamos repitiendo nuestras experiencias, entró un amigo, el Dr. Arthur de Bonnard. –Vaya, – dijo – hacen girar las mesas. –¿Conoce usted esto, doctor? –¿Qué si lo conozco? No hacemos otra cosa en casa. Incluso tenemos un Espíritu, un tal Jopidiès, que divierte mucho a nuestros hijos. –¡Un Espíritu!... 220 – Sin duda; ¿no saben ustedes que las mesas no se limitan a girar sino que hablan y son Espíritus que se sirven de ese medio de comunicación al alcance de todos los hogares, para venir a charlar con nosotros? – ¡No es posible! –Intenten una conversación con su mesa y lo comprobarán. – ¿Pero cómo? –Nada más sencillo,– y el doctor nos enseñó el procedimiento. – ¿Quieres hablar? – preguntamos a nuestro velador. Se produjeron dos golpes, lo que quiere decir: sí. –Pregúntele su nombre –dijo Bonnard.– Hay que saber con quién se habla. El velador, letra tras letra, nos respondió: Pitágoras. –Caramba – dijo Bonnard, – ¡tienen ustedes unos buenos conocidos! Pitágoras de entrada y con su nombre en griego. Ya no recuerdo lo que nos dijo Pitágoras, no más que las palabras y relatos de todos los personajes célebres o desconocidos que, durante tres o cuatro meses aproximadamente, nos hicieron el honor de venir a conversar con nosotros. No hemos escrito nada de nuestras conversaciones con la mesa en ese primer periodo de nuestras experiencias. No siempre fue así. A medias escépticos, a medias crédulos, seguimos con curiosidad y un poco pasivamente las fantasías del fenómeno tanto elevadas, tanto emotivas, tanto cómicas, tanto insignificante o nulas, según la calidad y el carácter de la personalidad que venía a manifestarse ante nosotros. No estábamos suficientemente seguros de la identidad de los visitantes, ni incluso de la realidad de las visitas, evocando, bien muertos ilustres, bien muertos queridos. Eso nos hubiese parecido una profanación, casi un sacrilegio. 221 Pero familiarizados poco a poco con la práctica material de esas comunicaciones, nos sentimos turbados a nuestro pesar y a veces desmoronados en nuestra razón en relación con nuestro espiritualismo, pues éramos espiritualistas y los somos todavía – al menos los que han sobrevivido. Estábamos convencidos de que la consciencia persiste y que más allá de la muerte el ser continúa. Pero teníamos miedo, por respeto hacia nuestras propias convicciones, de aceptar con demasiada facilidad una solución tan completa de nuestros sueños. Si esas comunicaciones entre muertos y vivos fuesen reales, todo estaba dicho; la persistencia indefinida del yo se volvía par así decirlo tangible, irrefutable. ¿Pero qué nos demostraba que los Espíritus no vienen únicamente porque nosotros pensamos en ellos y que este extraño fenómeno no era otra cosa sencillamente – lo que no sería desde luego ya tan simple – que el propio reflejo de nuestras ideas?... Pero proseguimos. Teníamos las manos sobre la mesa. –¡Habla! – le dijo uno de nosotros. – Ves nuestras dudas, nuestras perplejidades. Seas quién seas, o lo que seas, Espíritu, inteligencia o fenómeno, ya que hablas y piensas, de lo que no nos es posible dudar, dinos algo sensato que podamos creer. Y en un impresionante silencio, – creo que nos estremecimos un poco – la mesa se puso en movimiento y lentamente, como con autoridad, nos dictó estas palabras que fuimos transcribiendo a medida que ella hablaba: «–El fenómeno resulta de la asociación de vuestra almas entre sí y con el Espíritu de vida. La manifestación emana de las fuerzas humanas y de la fuerza universal. El Ser que vuestras almas forman, durante el tiempo, asociadas con el Espíritu de vida inmaterial, unido a vuestros sentidos y a vuestros sentimientos, no es más que 222 la expresión de vuestra solidaridad anímica: verbo medio divino, medio humano; divino, cuando vuestras almas están en vibración armónica con el orden universal, es decir con lo bello, lo verdadero, el bien, lo justo; humano, es decir falseado, cuando vuestras almas no constituyen una unidad necesaria para vibrar armónicamente.» –¡Diablos! esto si que es más fuerte que todo lo demás. Si tomamos en la carta esa asociación con el Espíritu de vida, la Inteligencia universal, resumamos el término, con DIOS, henos sobre la pendiente de la alucinación… ¡Desconfiemos! Puestos en guardia, de común acuerdo, contra los desvaríos de nuestra imaginación, con la sangre fría bien establecida y debidamente constatada, regresamos a nuestros estudios. A partir de ese momento, todo lo que se ha hecho bajo mis ojos y bajo mis manos, lo he escrito escrupulosamente. Salvo algunas intermitencias cuya causa nos escapaba, estábamos por así decirlo identificados con el fenómeno y dueños de él. Ese velador que habíamos acabado por adoptar en exclusividad, tomaba parte en nuestras entrevistas, respondía a nuestras preguntas, zanjaba algunas veces con una palabra tajante, incisiva o profunda, nuestras discusiones más enrevesadas. Él manifestaba su deseo de hablar levantándose sobre dos de sus patas. Tan pronto hacíamos silencio, alguien, tomando el lápiz, escribía letra por letra las palabras que él nos dictaba. Así, un día, a propósito de las supuestas brujas de la Edad Media, que nos parecían haber tenido alguna relación con los hechos que nosotros producíamos, comenzamos a hablar de la alucinación. La mesa nos interrumpió y dijo: 223 « Hay dos tipos de alucinación: la mala, miedo; la buena, luz.» Si hablábamos de política, ella nos decía esto: «Las revoluciones no tienen utilidad, cuando no tienden más que a derrocar un gobierno establecido. Favorecen las ambiciones malas y levantan el montón de intereses que, empujados por el miedo, frenan todo progreso, incluso la verdad – Por otra parte, sobreexcitan a los hombres inteligentes y generosos a los que un demasiado largo descanso aletargaría.» Había en esta respuesta una especie de contradicción de la cual la mesa no pareció preocuparse en absoluto. Hablábamos del fenómeno, de algunos dictados que nos parecían incompatibles con la razón y ella se levantaba para responder: «Es debido a las preocupaciones de los operadores porque la unidad del fenómeno tiene una gran tendencia a concluir falsamente. La solidaria vanidad produce la solidaria estupidez.» –¡Gracias! Está claro que todas mis citas son textuales. Yo reproduje las frases dictadas tomando la responsabilidad de concederles algunas singularidades de estilo. A veces se hubiese dicho que era un alemán no todavía familiarizado con los giros de nuestra lengua, el que nos hablaba. Por lo demás, nuestra mesa no se limitaba a conversar en francés. De vez en cuando nos dejaba caer algunas palabras en latín o griego. Un día incluso, nos hizo saber que entendía el inglés. –¡Háblanos en inglés! – pidió uno de nosotros. Y sin hacerse de rogar, nuestro velador nos dictó lo siguiente en inglés, que uno de nosotros que conocía más o menos esta lengua, nos tradujo como sigue ayudándose de un diccionario: 224 «La margarita es una flor superior a todas las demás, porque se abre en la nieve. Los lis emblemas de los reyes de Francia son más soberbios, pero no florecen más que para los ricos. Los niños saludan la primavera mediante sus gentiles manifestaciones sobre el verde tapiz de césped, cubierto de innumerables margaritas, la flor del auténtico amor moderno.» Lamento que no hubiésemos pedido a nuestro velador que hiciese él mismo la traducción de su peculiar fantasía inglesa. Pero continuamos en francés, y a menudo en buen y encantador francés, con otras cosas más notables. DEFINICIONES EN DOCE PALABRAS Habíamos observado que, bien por azar, bien intencionadamente – pues estábamos obligados a admitir unas intenciones y una voluntad en esta inconcebible fenómenos – muchas de las frases dictadas se componían de doce palabras. Un día, este ser espiritual que, aunque procedente de nosotros, como él mismo había confesado, adoptaba gustosamente aires de profesor y nos hablaba un poco como a pequeños alumnos, nos dirigió la invitación, o más bien la siguiente orden que yo transcribo fielmente, pidiendo perdón a los sabios que no son aquí tratados con demasiada reverencia: «– Hay que definir a nuestros adeptos lo que significan los términos que escuchan a diario. Casi siempre los sabios tienden a oscurecerlo todo y se suelen equivocar manifiestamente.» –De acuerdo,– respondimos; – pero pedimos que todas esas definiciones sean hechas en frases de doce palabras. 225 Nuestro velador no se molestó por tan poco. Yo desafía a todos los académicos literarios y científicos reunidos a que formulen instantáneamente, sin preparación y sin reflexión, unas definiciones circunscritas a doce palabras1, tan claras, tan completas y a menudo tan elegantes como las que improvisaba «a pata levantada» nuestra mesa, a la que concedimos además la facultad de hacer palabras compuestas, con signos de unión, como en esta definición de la conciencia: –«Cuasi-órgano que separa los alimentos del alma, como el estómago el de los cuerpos» Y como en la de: Infinito. –«Abstracción puramente ideal, por encima y debajo de los que conciben los sentidos.» He aquí ya dos bastantes bonitas muestras de las espontáneas producciones de nuestra mesa. Insisto sobre su espontaneidad. Nada estaba previsto por adelantado. En ocasiones teníamos, los unos o los otros, la idea de una palabra a definir. Nos poníamos en la mesa; ocurría otra cosa: disertaciones, obturaciones o exhortaciones más o menos místicas, como esta, por ejemplo: –«Hay que entrelazar ideas religiosas con vuestras investigaciones científicas. Dios domina todas vuestras acciones. La fe en él dirigirá vuestros mayores deseos y os garantizará frecuentes errores.» He aquí otra, dedicada al clero: –«LA NUEVA RELIGIÓN transformará las cortezas del viejo mundo católico ya sacudido por los golpes del protestantismo, de la filosofía y de la ciencia.» Nosotros le dejábamos decir todo lo que le apeteciese en su estilo a veces insólito y esperábamos que se aviniese a 1 La traducción al español no permite conservar el número exacto de 12 palabras (Nota del T.) 226 darnos sus definiciones magistrales, verdaderas hazañas de fuerza literaria que tan intensamente excitaban nuestra curiosidad. A veces, nueva prueba de le extraña espontaneidad de este misterioso fenómenos, rechazábamos aceptar una definición por demasiada fantástica u oscura e inmediatamente, sin la menor vacilación, nos dictaba otra completamente nueva, ¡y siempre en doce palabras! He aquí un ejemplo característico: En la definición de la geología, nos dictó esta extraña frase: –«Aromas internos de toda revolución que modifica las diversas capas del planeta.» –No queremos eso – le dijimos. – En primer lugar no está claro y además uno no comienza una frase por «aromas internos». Inmediatamente dictó: –«Estudios de las trasformaciones del ser planetario en sus periodos y revoluciones de existencia.» ¡Magnífico! Prosigamos. He aquí toda una serie de respuestas, algunas de las cuales son soberbias. Física.– «Conocimiento de las fuerzas materiales que producen la vida y el organismo de los mundos.» Química.– «Estudio de las diversas propiedades de la materia en lo simple y en lo compuesto.» Botánica.– «Serie de seres organizados conservando el medio entre el mineral y la animalidad.» Pasión.– «Nota de teclado del alma cuya vibración resuena completamente en Dios.» No sé si el lector se dará cuenta de la emoción artística con la qué esperábamos estas palabras, sobre todo las últimas que debían rematar la idea, en ese límite infranqueable del número doce. 227 Algunas veces deteníamos el fenómeno, para buscar nosotros mismos el final de la frase y nunca lo encontrábamos. Un ejemplo: la mesa nos daba la definición de la fe: –«La fe deifica lo que el sentimiento revela, y…» – ¿Y qué? – dije de repente, apoyando la mano sobre el velador, para impedir que acabase su dictado. Faltaban solo tres palabras… ¡Buscamos! Nos miramos, reflexionamos y permanecimos con la boca abierta. Finalmente dimos libertad a la mesa… que tranquilamente acabó su frase: – la razón explica. ¿Se podía encontrar algo mejor? Doy a continuación otras definiciones que transcribo tal como nos han sido dadas, tanto espontáneamente como provocadas: Alma.– «Porción de sustancia que Dios extrajo de la fuerza universal para cada individualidad.» Esta frase tiene una palabra de más; ¡pero es admirable y profunda! Y esta, no menos bella: Libertad.– « Facultad dada al hombre de desconocer el objetivo de su destino – desgracia.» Espíritu.– «El espíritu es la razón del sentimiento: el sentido es el sentimiento de la razón.» Fuerza divina.– «Fuerza universal que relaciona los mundos y abraza todas las otras fuerzas.» Corazón.– «Espontaneidad del sentimiento en los actos, en las ideas, en su expresión.» ¡Perfecto! 228 Espíritu.– «Lujo del pensamiento, coquetería armoniosa de las relaciones, de las comparaciones, de las analogías.» ¡Encantador! Imaginación. –«Fuente de deseos, idealización de lo real por un justo sentimiento de belleza.» ¡Cada vez mejor! Magnetismo.– «Fuerza animal, encadenamiento de los seres entre ellos, lazo de la vida universal.» Preguntamos, ¿qué es la luz? Ella respondió: «Divinidad, todopoderosa, alma de almas, corona de los mundos sembrados en el infinito.» ¿Y la materia? «Producto de la Esencia infinita, manifestación divina finita.» ¿Y el hombre? «Jalón principal de la escala de los seres terrestres.» ¿Y el animal? «Vegetal organizado potencialmente.» ¿Qué es Dios? «Unidad absoluta, infinita, universal, parte de todos los todos, todo de todas las partes.» Y la mesa, para completar sin duda esta definición, nos enseñó esta admirable oración: «Vida universal, divino poder, movimiento infinito, fuerza única, moral eterna, fe unitaria, verdad absoluta, ¡DIOS! Haz que la asociación de los hombres se solidarice por el amor, por la ciencia; que adelante en la patria procreable.» Por mucha voluntad que pusiéramos en nuestro papel de investigadores, no nos era posible permanecer 229 indiferentes a algunas afirmaciones de este misterioso interlocutor que poseía e imponía su rara personalidad con tanta nitidez e independencia, superior a todos nosotros, al menos en la expresión y concentración de ideas y a veces abriéndonos perspectivas de los que cada uno, de buena fe, convenía en no haber tenido intuición conscientemente. Cuando nos llegaban algunas de esas enormes bellas frases conteniendo todo un mundo de pensamientos en esta forma tan restringida de doce palabras, impuesta por nuestro capricho, realmente no podíamos sustraernos a cierta emoción. Pero nuestra admiración tenía límites y nos planteábamos reservas sobre las doctrinas. Algunas veces incluso nos enfrentábamos a ellas abiertamente, violentamente. La más seria lucha de este tipo que sostuvimos tuvo lugar a propósito de una definición de la muerte que parecía poner en cuestión la perpetuidad de la vida. ¿Qué quiere decir eso? exclamamos todos. ¿Tus palabras significan que la personalidad moral se disuelve y que la muerte es el desvanecimiento final? Fuiste tú mismo quién nos dictó las líneas siguientes: «El hombre es atributo de la vida planetaria. Solo, él tiene el poder modificador sobre sí mismo y sobre los objetos que lo rodean. Sustituye a Dios del que él emana para el bien del progreso material.» Entonces ¿qué es ese Dios del que nos hablas sin cesar, ese Dios « del que emanamos » y que nos abandona desdeñosamente, en cuerpo y alma, a la disolución irremisible del sepulcro? ¡Qué se vaya al diablo contigo, y nos deje a todos tranquilos! ¿De qué sirve entonces elevarnos, tratar de perfeccionarnos? Cuando más alto subamos, la caída será más profunda; cuando más hayamos adquirido, más perderemos. ¡Así pues, aprender, mejorar, 230 crecer… todo eso no es más que una pérdida de tiempo, y todos los investigadores del bien que se esfuerzan en perfeccionar esas pompas de jabón que se llaman almas y conciencias son absolutamente estúpidos actuando en ese vacío y trabajando para esa nada! La mesa nos dejaba decir, no movía ni pie ni pata, no dejaba escapar ni rastro de palabra. Durante algunos días regresamos obstinadamente sobre esta cuestión. Quisimos, a cualquier precio, arrancarle una explicación categórica; pero ella parecía disfrutar de un maligno placer dejándonos sumidos en la incertidumbre y retomada el curso de lo que ella llamaba sus «enseñanzas». Sin embargo, un día, impacientada por nuestras instancias, rompió el hielo y nos dictó, no sin mal humor: « Os recomiendo a todos instantáneamente paciencia y sumisión. Demasiado a menudo se vuelve sobre lo que he definido; eso es dudar estúpidamente de mi poder.» –No se trata de tu poder – exclamamos nosotros al unísono. – Lo que dices no tiene sentido común. No dudamos de tu poder intelectual, de donde procede, puesto que tus aseveraciones nos preocupan y nos alteran. Tú nos has dicho sobre la muerte algo que rechazamos con indignación. No admitimos que el alma se evapore y la consciencia se desvanezca en la nada; que la vida no sea más que una engañifa, la moral una tontería y la justicia una ficción. No podemos continuar seriamente nuestros estudios, puesto que no hay estudios que hacer en tanto no estamos de acuerdo entre nosotros y contigo sobre este aspecto: si hemos comprendido mal, dinos que somos unos brutos; pero explícate más claramente y, si no quieres explicarte en este momento, dinos al menos una palabra que nos apacigüe y tranquilice. Teníamos una mano sobre la mesa. Momento de silencio. Esperamos… Finalmente, ella se levantó. 231 Nunca olvidaré la emoción que se apoderó de nosotros ante la fisionomía que tomó el fenómeno en ese estante. – «Fisonomía » es la verdadera palabra. Con una lentitud, una majestad imposible de describir, la mesa hizo sonar, – como revestida de una autoridad que se imponía, – las letras siguientes que vimos llegar, una tras otra, sin creer al principio que pudiesen tener sentido. Hacía una pausa entre cada una de ellas y sostenido, hasta el fin de las dos palabras, esta amplitud, esta solemnidad de movimiento que jamás habíamos visto hasta entonces y que nos mantuvo inmóviles de asombro, involuntariamente sobrecogidos de respeto. A-D-S-U… –Esa no es una palabra, hay un error,– dijo uno de nosotros. Y la mesa, impasible en su majestuosa lentitud, continuó: M-D-E-U-SADSUM DEUS – Yo estoy aquí, Dios. – Esto es bastante por hoy, – dijo Brunier levantándose, – caminamos hacia la locura. ¡Juguemos al trictrac! Como todos los demás, él había sentido un estremecimiento en la espalda. Fue la única vez que yo, al menos, haya constando una impresión de ese género producida por el fenómeno. Que haya `procedido de nuestra propia disposición de espíritu, o de no sé qué, o de no sé donde, pero era realmente bello! OTRA MESA 232 Todavía más frases de doce palabras, pero no en París, esta vez en el campo, lejos de nuestro grupo de la calle de Beaune y con un nuevo cooperador. Pero siempre de la pura quintaesencia metafísica. Citemos algunas. Libertad.– «La libertad del hombre ayuda a la ondulación ascendente de la creación infinita.» –No está claro, explícate. –«El hombre dispone de una fuerza para despojarse completamente de los restos de animalidad.» –Bueno, eso es razonable. –«Fuerza que es la orden de Dios dada a la gestión humana.» –«Orden de Dios », muy bonito. –«Fuerza que se aumenta inagotablemente, cuando está dedicada a los proyectos divinos.» –Los « proyectos divinos ». En fin, pasemos. –«Dios improvisa el drama de los destinados con el concurso de las voluntades humanas.» –«Improvisa». Continúa. –«Dios, arquitecto del conjunto, confía la estruja del detalle al genio humano.» –¡Bravo! Intuición. – « Intuición, puente suspendido, arrojado de lo conocido a lo desconocido, del finito al infinito.» Nosotros preguntamos: ¿Qué será la religión futura? ¿Cuáles serán los elementos? La mesa respondió: –« El ideal progresivo por dogma, las artes por culto, la naturaleza por templo.» –«¡Soberbio!» –«La función del hombre es elevar los seres inferiores a él, haciéndoles servir a su propia elevación en la vida infinita.» 233 Añadamos a título de curiosidad las dos originales extravagancias siguientes: Filosofía. – « Juego de palabras, fantasía de diccionario, análisis del vacío, síntesis de lo falso.» Razón pura. – «Escalera circular que tiene por símbolo la cola de la ardilla» Después de la famosa sesión, donde esas dos grandes palabras latinas Adsum Deus nos habían impresionado tan extrañamente, la mesa, espontáneamente y en repetidas ocasiones, regresó sobre la cuestión de la muerte que había provocado nuestros anatemas. Encuentro en un dictado la siguiente frase: –«La muerte no es la tumba humana. Ella limita la forma del ser material; fin del individuo, ella desdeña el elemento inmaterial.» Más adelante, esto: –«La muerte inicia el alma en una nueva existencia. ¡Confiaros a un destino que será vuestra obra!» He acabado con los dictados recogidos en mi cuaderno de notas, amarillento por el tiempo. Del primer día al último, el procedimiento para obtenerlas o reproducirlas fue siempre el mismo. Por lo demás, no creo que nigromante alguno se haya dedicado con tan poca preparación y tal desenvoltura en sus prácticas. Con frecuencia fuimos irreverentes; con una pipa, un cigarrillo o un cigarro en una mano, nos conformábamos con poner solo la otra mano en el velador habituado a esos modales familiares que nunca se formalizaron. Pero había grandes desigualdades en los fenómenos. La pequeña mesa de caoba era colérica y nerviosa en exceso. Tanto rechazaba obstinadamente todo tipo de 234 conversación y permanecía inmóvil bajo nuestros dedos como un velador vulgar. Otras veces, se ponía en movimiento pronto, pero se agitaba maquinalmente, adelante y hacia atrás, girando sobre sí misma, como un caballo atado, levantándose sobre un pie, sobre otro o golpeando el parqué sin interrupción. Imposible extraer nada esos días, ni siquiera un sí o un no, a menos que, dignándose al fin a responder a nuestras apremiantes preguntas, nos daba una respuesta que era una mistificación más. Esos días se producía un hecho curioso que indico a continuación a la atención e los profesores de física. En lugar de golpear, como de costumbre, con golpes claros y secos sobre el parqué, el pie de la mesa no producía más que unos sonidos sordos y mudos, como si hubiese estado envuelta con un forro de algodón o de tela plegada en varias dobleces. Por el contrario, en algunos momentos, el velador tenía el diablo en el cuerpo y parecía presa de ataques epilépticos. Apenas lo tocábamos, cuando se levantaba y se agitaba con un vigor que no podíamos dominar. Uníamos nuestros brazos para contenerlo; lo empujábamos hacia abajo con todas nuestras fuerzas para hacerle retomar la posición normal de una mesa modesta y apacible; el rabioso se volvía a levantar con más energía todavía, o se deslizaba furiosamente de derecha a izquierda o daba brincos desordenados. Un día se escapó de nuestras manos, y, como lanzado por el impulso de un resorte, fue a chocar contra el mármol de la chimenea con tal violencia que rompió un pie. Nada nos hacía prever esas crisis que duraban en ocasiones varios días y se terminaban, como habían comenzado, sin ninguna causa aparente. Nos preguntábamos recíprocamente: nadie de nosotros no se sentía en una disposición física o mental que pudiese 235 explicar esos trastornos extraordinarios. Sin embargo la mesa no dejaba de atribuirlas a nuestras preocupaciones individuales que, de creer en ella, impedían las manifestaciones. Uno de nosotros, Brunier, se convirtió más tarde en lo que se denomina en el lenguaje espiritista, un médium escritor. Vimos nacer y desarrollarse en él esta facultada automática. Tomaba un lápiz y dejaba ir su mano que comenzaba trazando líneas informes. Poco a poco, llegaba a formar caracteres más o menos claros y por fin a escribir normalmente. Pude observar, gracias a él, ese otro procedimiento del fenómenos, la escritura inconsciente, más natural en apariencia, pero en el fondo no menos extraña, desde luego, que los golpes dados por la mesa. Cuando tomaba su lapiz, su mano se convertía en una auténtica máquina en los momentos nerviosos, bruscos, rápidos, sobre todo rápidos. Todavía veo ese lápiz planteando a veces una pregunta a uno de nosotros, y cuando la respuesta no llegaba tan pronto como el pensamiento, agitándose con impaciencia, golpeando convulsivamente el papel que manchaba de pequeños puntos, y escribiendo furiosamente: – Respondan; responda, Nus… responda Méray… Me aburro. Entre los innumerables pasajes que escribió este extraño lápiz, no citaré más que algunas líneas. Un día, habiéndole preguntado: ¿Qué es el deber? se apresuró a responder como sigue: –«¿Qué es el deber? Esta pregunta me ha sido planteada por Nus. He aquí mi… y un poco su respuesta: «El deber es el cumplimiento libremente querido del destino del ser inteligente.» 236 «El deber es proporcional al grado del ser, en la gran jerarquía divina, necesaria. – Digo necesaria, porque siempre la necesidad implica Dios.» Tras el relato de las manifestaciones de este fenómenos extraño, creo deber detenerme aquí; pero constato que lápiz o mesa, siempre es la misma doctrina: el ser libre haciendo su destino y elevándose en la vida, en proporción a la intensidad de sus deseos del merito de sus acciones. ¡Qué se me indique, pues, si se puede, una mejor religión y una más bella filosofía! No me ocupo de los charlatanes y los explotadores que, médiums o no, han engañado y todavía engañan a los ingenuos. Los fraudes de todo tipo son fáciles en este tipo de hechos; pero fraudes y bromas no impiden que el fenómeno exista. Hago un amplio aparte a los entusiasmo, a las euforias, a las alucinaciones, a las mentiras, a las engañifas. Descarto en bloque innumerables hechos que cuentan publicaciones tal vez demasiado crédulas y con seguridad demasiado complacientes. Descarto a todos los que me han sido confirmados, incluso por personas en las que confío plenamente, aquellos incluso que he visto yo mismo… Pero encuentro hechos completamente análogos atestiguados por testigos de otro modo más competentes que yo, y me veo obligado a reconocer que lo que yo había visto, escuchado y sentido, eso de lo que no podría dudar y de lo que sin embargo dudaba, deben ser cosas reales, puesto que hombres prácticos, especiales, acostumbrados a las experiencias científicas y situados en condiciones de su elección declaran haberlas confirmado. 237 Vamos pues a entrar en un orden de cosas y hechos que, debo confesarlo, derrotan completamente lo que podía quedarme de escepticismo, estableciendo que hay otra cosa a nuestro lado. Escucharemos a sabios de primera magnitud concluir, después de un maduro examen, que hay en el fenómeno espiritista una inteligencia exterior completamente independiente de la voluntad, de la memoria, del pensamiento de los asistentes y de los observadores. Veremos hechos más sorprendentes todavía, y el lector convendrá que no miento, cuando pretendo contarle realmente « cosas del otro mundo ». ___________________ 238 239 CAPÍTULO XIV LAS INVESTIGACIONES EN INGLATERRA Escuchemos en primer lugar al Sr. Barkas, miembro de la Sociedad de geología de Newcastle: Hace diez años – escribe el Sr. Barkas, en un libro publicado en 1862,– habiendo oído hablar de las llamadas manifestaciones «espiritualistas » en América, sabiendo que esos fenómenos estaban avalados por los testimonios de hombres recomendables y serios y que algunas manifestaciones análogas habían hecho su aparición en Inglaterra, decidí examinar a fondo ese tema y no desviarme ni un ápice a un lado ni al otro, hasta que hubiese obtenido un número de hechos suficientes, escuchado el testimonio de aquellos de mis conocidos que se ocupan de estas cuestiones y leído todas las buenas obras a favor o en contra que mis medios y el tiempo me permitiesen estudiar. Durante ocho años de tenaz investigación, evité con esmero comprometerme con ningún teoría, y en esos dos últimos años, a pesar de la impaciente espera de los crédulos y de los no creyentes, no me arriesgue a expresar una idea definitiva. Decidí pues tener mis convicciones muy bien maduras antes de adelantar ninguna opinión. Ahora bien, he aquí a donde hemos llegado. Los simples hechos de las mesas que se mueven y dan golpes, deletreando nombre, indicando la edad, la hora de los relojes o la cantidad de dinero que se encuentra en los bolsillos de los asistentes, etc, pueden ser explicadas en rigor por la influencia magnética o hipnótica, como se la denomina ahora. ¿Pero cómo explicar los hechos superiores que se producen frecuentemente, tales, por ejemplo, indicar la 240 cantidad exacta de una serie de monedas que una persona presenta a otra, sin que ni una ni otra sepan el montante; comunicaciones escritas de diversas maneras, sin que nadie se acerque al lápiz o al papel; libros abiertos por importantes pasajes, sin que nadie toque el libro; producción de una música muy complicada y perfectamente bella saliendo de pianos, de guitarras o de acordeones, sin que nadie tenga la mano sobre las cuerdas o sobre las teclas?... Todos estos hechos de otra igual especie prueban incuestionablemente la existencia de agentes invisibles e inteligentes de algún tipo de naturaleza. Me veo inclinado a esta suposición por el hecho de que no he sido capaz de encontrar ninguna ley física o psíquica que explique satisfactoriamente esos fenómenos. ¿Quién puede por lo demás determinar los límites de lo posible, límites que la ciencia y la observación van ampliando cada día? Examinemos, dudemos, pero no seamos lo bastante atrevidos para negar la posibilidad de semejantes manifestaciones. LA SOCIEDAD DIALÉCTICA DE LONDRES Ha hemos hablado de ella anteriormente. Esta sociedad fundada en 1867, bajo la presidencia de sir John Lubbock miembro ya de la Sociétè Royal, tenía entre sus vicepresidentes a Thomas-Henry Huxley, uno de los profesores más sabios de Inglaterra, y a Georges Henry Lewes, eminente fisiólogo. Después de dieciocho meses de estudios y experimentos de todo tipo, el comité, formado por los 241 principales miembros de la Sociedad dialéctica, presentó un informe favorable cuya conclusión reproducimos: «Presentando su informe, los miembros de vuestro comité toman en consideración la alta reputación y la gran inteligencia de la mayoría de los hombres que han sido testigos de los hechos más extraordinarios, sin que haya podido ser proporcionada la menor prueba de fraude o ilusión; además, teniendo en cuenta el carácter excepcional de esos fenómenos1 y el gran número de personas de toda condición, distribuidas sobre toda la superficie del mundo civilizado, y considerando además que ninguna explicación filosófica ha sido todavía obtenida; «Los miembros de vuestro comité se creen obligados a declarar que, en su convicción, el tema merece ser examinado con una atención más seria y más minuciosa que la que le ha sido concedida hasta el presente. » Entre los numerosos testigos escuchados por el comité se encontraban el profesor Auguste Morgan, presidente de la Sociedad Matemática de Londres, y el sabio físico C.F. Varley, ingeniero jefe de las compañías de telegrafía internacional. Ahora bien, he aquí el testimonio del Sr. Auguste Morgan: «Estoy plenamente convencido de lo que he visto y escuchado, de un modo que la duda resulta imposible. Los 1 He aquí la enumeración abreviada de esos fenómenos: Cuerpos pesados elevándose en el aire (en algunos casos hombres), y quedando algún tiempo allí sin soporte visible o tangible. Apariciones de manos y formas parecidas vivas por su movilidad, y habiendo sido tocadas por los asistentes. Ejecución de fragmentos musicales perfectamente interpretados, sin que ningún agente constatable hubiese tocado los instrumentos oídos. Ejecución de dibujos y punturas producidos en un tiempo tan corto que toda intervención humana era imposible. 242 espiritualistas están ciertamente en el camino que lleva al avance de las ciencias físicas, mientras que los opositores son los representantes de los que han trabado todo progreso. Lo he dicho y lo he repetido, los Espíritus golpeadores están sobre la buena vía, porque tienen el espíritu del universal examen.» En cuanto al testimonio del Sr. Varley, es este: Tras haber dado fe ampliamente de dos sesiones extraordinarias obtenidas, gracias al concurso del célebre médium Home, concluyó lo siguiente: «En cuanto a las manifestaciones producidas, existen entre ellas numerosas relaciones y algunas cuya exactitud esta garantizada tan bien en nuestro siglo como en los siglos pasados. No hacemos más que estudiar nuevamente lo que ha sido objeto de las investigaciones de los filósofos de hace mil años, y si un hombre versado en el conocimiento del griego y el latín quisiera traducir los escritos de esos grandes hombres, el mundo pronto sabría que todo lo que ha tenido lugar ahora no es más que la repetición de antiguos hechos, y qué alto subiría el crédito de esos viejos sabios tan clarividentes, porque ellos están por encima de los estrechos prejuicios de su siglo y parecen haber estudiado el tema que nos ocupa en unas proporciones que sobrepasan con mucho nuestros conocimientos actuales.» A los testimonios anteriores, añadamos aún el del Sr. Wallace: «Yo era – dijo – un materialista tan convencido que no podía tener en mi espíritu ningún lugar para una existencia espiritual. Pero los hechos son cosas opinables y esos hechos me vencieron. «La luz, el calor, la electricidad, el magnetismo y probablemente también la gravitación y la vida no son más 243 que modos del movimiento del éter que llena el espacio; y no hay ni una sola manifestación de fuerza, de desarrollo, de belleza, que no derive de uno u otro de esos términos. Desde la flor que regocija la cara de la tierra, hasta ese maravilloso telégrafo cuya batería es el cerebro del hombre y cuyos hilos son sus nervios, se revelan las vibraciones de ese misterioso éter que penetra todo el universo. Nosotros vemos el estallido eléctrico derribar los árboles, hacer oscilar las campanas, fulminar hombres y animales. Si esas manifestaciones de incalculable fuerza son los efectos producidos por una materia invisible, imponderable, impalpable y de tal naturaleza que no podemos conocerla más que por sus propios efectos, ¿por qué entonces nos asombraríamos al ver inteligencias de naturaleza igualmente etérea usar esas mismas fuerzas que son la fuente de todo poder, de todo movimiento y de toda vida sobre la tierra?» Ese conjunto de pruebas que establecemos, podemos engrosarlo aún añadiéndole numerosos testimonios confirmando, corroborando todos la constatación de esta «fuerza psíquica» que enlaza nuestro mundo con el mundo de los Invisibles cuyos efluvios nos penetran, nos influencian misteriosamente. He aquí por ejemplo unos fenómenos de psicografía, o escrituras directas proporcionas por los Espíritus. Desde luego si unos espíritus aventureros hubiesen tenido el poder de inventar y de producir las más sorprendentes demostraciones que puedan dar lugar a la confusión de los incrédulos, no habrían con toda seguridad podido imaginar nada semejante a lo que los Espíritus nos han proporcionado espontáneamente. Aquí, en efecto, no existe ninguna intervención humana; son ellos mismos quiénes escriben directamente algunas palabras, algunas 244 líneas, a veces páginas enteras, y esos aportes son tanto la revelación de hechos totalmente desconocidos para los asistentes – y ulteriormente verificados.– como comunicaciones en lenguas extranjeras, como en fin, respuestas dadas a preguntas mentales, más aún, a simples deseos que ninguna boca había formulado. El primero en obtener en Francia la escritura directa fue el barón de Guldenstubbé. He aquí en qué términos nos cuenta este hecho extraordinario1: « Un día, era el 1 de agosto de 1856, el autor tuvo la idea de probar si los Espíritus podían escribir directamente sin intermediación de un médium. Sabedor de la escritura directa misteriosa del Decálogo proporcionado a Moisés y la escritura igualmente directa y misteriosa durante el festín de Baltasar, según Daniel, habiendo además oído hablar de los misterios modernos de Straford, en América, donde se habían encontrado algunos caracteres extraños trazados sobre trozos de papel que no parecían provenir de médiums, el autor quiso constatar la realidad de un fenómeno cuyo alcance sería inmenso si realmente existiese. «Puso entonces un papel blanco y un lápiz en el interior de una caja cerrada con llave que él siempre llevaba consigo, y sin comentar a nadie este peculiar experimento. Esperó durante doce días, en vano; pero cuál fue su estupefacción, cuando el 13 de agosto encontró ciertos caracteres misteriosos trazados sobre el papel. Apenas los hubo observado, cuando repitió diez veces, durante esa jornada para siempre memorable, el mismo experimento, poniendo siempre al cabo de media hora una nueva hoja de papel en la misma caja. El experimento resultó un completo éxito. 1 De la Réalité des Esprits, pp 66 y 67. 245 «Al día siguiente, el autor hizo de nuevo una veintena de experiencias dejando la caja abierta y no perdiéndola de vista. Fue entonces cuando vio que unos caracteres y unas palabras en lenguaje estonio se formaron sobre el papel, sin que el lápiz se moviese. Desde ese momento, el autor, viendo la inutilidad del lápiz, dejó de colocarlo sobre el papel. Simplemente depositó una hoja de papel sobre una mesa y obtuvo de ese modo mensajes1. El barón de Guldenstubblé repitió el experimento en presencia del conde de Ourches y éste obtuvo una comunicación de su madre, con su firma, idéntica a la escritura manuscrita de la condesa. Un testimonio del mismo fenómeno nos es proporcionado por Russel Wallace, ilustre fisiólogo inglés ya citado. He aquí en qué términos lo expresa2: «Habiendo sido examinada previamente la mesa, marqué una hoja de papel y la deposité con un lápiz bajo el pie central del mueble, teniendo todos los asistentes sus manos sobre la mesa. Al cabo de algunos minutos, se oyeron unos golpes y recogiendo el papel, encontré allí los trazos de una escritura ligera: William. En otra ocasión, un amigo de provincias me acompañaba. Era un completo desconocido para el médium (Sra. Marschall). Recibió una comunicación de su hijo firmada Charley T. Dood, que era su nombre exacto. Esta comunicación, como las anteriores, había sido escrita sobre el papel situado bajo el pie de la mesa, mientras el médium se había mantenido inmóvil y sus manos no habían abandonado la superficie superior del mueble. 1 Al final de la obra del barón se encuentran los fac-similes de esas escrituras. 2 Les Miracles et le moderne Spiritualisme, pp. 182 y 183. 246 El Sr. Oxon ha estudiado esas manifestaciones durante años. Escuchemos su testimonio: « Hace cinco años que estoy familiarizado con el fenómeno de la psicografía. Lo he observado en un gran número de caos, bien con psíquicos conocidos por el público, bien con personas que poseían el poder de producir esas manifestaciones. « Vi psicografías obtenidas bien en cajas cerradas, bien sobre un papel escrupulosamente marcado, situado bajo la mesa, o bajo mi codo, en otras ocasiones sobre papeles encerrados en sobres ocultos.» El eminente profesor de la Facultad de Oxford confirma las observaciones del barón de Guldenstubbé concernientes al empleo del lápiz con el que los Espíritus no se sirven siempre de una manera uniforme. «Yo estaba, – prosigue – en la casa de un íntimo amigo, en presencia de otros tres amigos. El papel cuidadosamente marcado con mis iniciales fue situado sobre el parqué con un lápiz negro ordinario. Uno de nosotros puso el pie sobre el lápiz y allí lo dejó hasta el final de la sesión, lo que no impidió que nos encontrásemos la escritura sobre el papel y nos preguntásemos cómo había podido conseguirse que los caracteres fueran trazados, sabiendo que el lápiz no había podido ser utilizado. «Repetimos la experiencia en esa misma semana y yo, secretamente, aporté un lápiz de un verde intenso y lo sustituí, a espaldas de todos, por el lápiz negro, teniendo cuidado de inmovilizarlo bajo mi pie que mantuve allí hasta el final del experimento. Cuando se examinó el papel, se encontró marcado con una escritura verde. El lápiz pues había sido empleado de un modo completamente desconocido. Pienso que ese caso debe volver a presentarse 247 a menudo y que las escrituras deben producirse por algún método diferente al ordinario.» He aquí todavía dos observaciones hechas sobre el mismo tema por Zoellner, el célebre astrónomo alemán del que hemos hablado anteriormente: «La velada siguiente (16 de noviembre de 1877), coloqué una mesa de juego rodeada de cuatro sillas, en una habitación donde Slade (el médium) jamás había entrado. Después de que Fechner, el profesor Barune, Slade y yo hubimos situado nuestras manos entrelazados sobre la mesa, se produjeron unos golpes en ese mueble. En el momento en que tuvo lugar la primera experiencia, en medio de una doble pizarra previamente marcada, mi cuchillo fue súbitamente proyectado a la altura de un pie aproximadamente y cayó sobre la mesa. «Repetimos la experiencia. La doble pizarra bien limpia y equipada con un pizarrón fue apoyada por Slade sobre la cabeza del profesor Barune. Pronto se hizo oír el rasgado, y cuando la pizarra fue abierta, encontramos allí varias líneas de escritura.» Ha sido dicho anteriormente que, en casa de Zoellner, una mesa de madera había sido rota por los Espíritus. El astrónomo preguntó a Slade la razón de este singular hecho. El médium respondió que ese fenómeno se había ya reproducido algunas veces en su presencia. Él puso un pizarrillo sobre la mesa y lo cubrió con una pizarra que él mantenía con su mano derecha, mientras su mano izquierda había permanecido sobre la mesa. La escritura comenzó a producirse sobre la superficie inferior, y cuando la pizarra fue invertida, encontramos la frase siguiente escrita en inglés: « No es en absoluto nuestra intención hacer daño; perdonen lo que ha ocurrido.» 248 El estudio de escritura directa fue retomado en Francia por un sabio, el Dr. Gibier, y encontramos al mismo médium, Slade, que sirvió de intermediario en la producción del fenómenos. Este es el testimonio del Dr. Gibier1 : « Hemos visto más de cien veces caracteres, dibujos, líneas e incluso frases enteras, producirse con la ayuda de un pizarrillo sobre las pizarras que Slade tenía e incluso entre dos pizarras con las que no había ningún contacto. Inútil añadir que todas esas experiencias estuvieron rodeadas de las precauciones más minuciosas como nos sugería el deseo de obtener resultados exentos de todo fraude.» Citemos, entre muchas otras, una de esas experiencias. «Tuvo lugar, – dice el doctor, – en mi casa, en mi comedor, donde Slade entraba por primera vez (27 de mayo de 1886). «Estaban presentes cinco personas: dos miembros de mi familia, un amigo, Slade y yo. «Tomando una de mis pizarras, pregunté a Slade si podría obtener la reproducción de una palabra que yo escribiese sin que él supiese cual era. A su respuesta afirmativa, escribí sobre mi pizarra manteniéndome completamente al abrigo de la vista de Slade que, sin mirarla, la deslizó bajo el borde mi mesa de modo que quedara en parte visible. Apenas diez segundos transcurrieron cuando la pizarra se me entregaba con la mención: Louis is not here (Luis no está aquí), lo que era cierto, escrito al lado opuesto en el que yo había escrito la palabra Louis (el nombre de mi hijo).» 1 Spiritisme ou Fakirisme occidental, pp. 393 y siguientes. 249 Hemos visto darse en fenómeno en Inglaterra, en Alemania, en Francia; pasemos ahora a América. Lo que el Dr. Gibier no había visto, es decir el pizarrillo escribía solo, el profesor Elliott Coues lo pudo constatar con gran asombro.1 «Hace poco tiempo aún, – dice – apenas podría haberme imaginado que iba a escribir una historia semejante. Sin embargo, no puedo callarme en presencia de semejantes hechos, sin que se pueda acusarme de cobardía moral.» El profesor cuenta que, encontrándose en San Francisco en octubre de 1891, se presentó, acompañado de su esposa, en el domicilio de una médium llamada Sra. Mena Francis. «Nos hizo entrar en una habitación iluminada por el sol y nos sentamos ante una pequeña mesa, donde se encontraban dos pizarras que la médium nos invitó a examinar detenidamente. Tomó una de las pizarras, puso encima un trozo de pizarrillo y la pasó bajo la mesa agarrándola por una esquina, con una mano, mientras que su otra mano era visible sobre la mesa: «Sentada en su sillón, mientras que dos pares de ojos estaban fijos en ella, dijo con voz tranquila: « ¿Los queridos Espíritus querrán escribir?» «Y de pronto se dejó oír un pequeño ruido de rasgado bajo la mesa: Era el pizarrillo que escribía, y puede entenderse mi estupefacción, cuando la Sra. Francis retirando lentamente la pizarra de debajo de la mesa, vi al descubierto, a plena luz y a algunas pulgadas ante mí, vi, digo, el pizarrillo escribir por sí mismo, y acabar las últimas palabras de una frase cuyas líneas cubrían casi toda la pizarra.» 1 Annales psychiques, 1892. 250 «Puedo añadir que la experiencia duró más de una hora, que fue variada y que, durante todo ese tiempo, pudimos ver, tanto mi esposa como yo, el pizarrillo escribiendo solo sin la intervención de ninguna mano visible. «Y lo que escribía ese pizarrillo, no eran precisamente palabras escritas al azar, sino respuestas inteligentes respondiendo a las preguntas que planteamos en repetidas ocasiones, comunicaciones de personas fallecidas, pero a las que mi esposa y yo habíamos conocido en vida. » No diremos nada, pues el material es abundante, de algunas experiencias en las que sabios de todo tipo y de tierras diversas fueron testigos oculares de fenómenos extraordinarios: penetrabilidad de la materia, aportes de flores por manos invisibles, fotografías de Espíritus reconocidos por sus parientes, improntas y auras de fantasmas materializados… para llegar a las asombrosas experiencias del Sr. Aksakof, el sabio ruso cuyo nombre figurar en primera línea de la galería de los espiritistas ilustres. Estas experiencias fueron numerosas, variadas, insuficientes a veces, pero coronadas de tal éxito, después de pacientes y obstinadas tentativas, que nos complacemos en citar algunas de las últimas sesiones de las que el Sr. Aksakof ha dado cuenta de los hechos más detallados. El 5 de julio de 1886, tuvo lugar la quinta sesión. Tras haber explicado con que lujo de precauciones fueron tomadas todas las medidas que necesitan tan delicadas experiencias, el sabio ruso prosiguió en estos términos que ahora resumimos, no habiendo necesidad de una trascripción textual: «El médium Eglinton cayo rápidamente en éxtasis. A su derecha, entre él y yo, se manifestó una luz extraña que, 251 emergiendo de las cortinas, se extendió ante el médium al que rodeó, haciendo flotar en el espacio oscuro como una montón de velos plateados. «Luego la luz desapareció y fueron dados unos golpes, descubriéndose a una señal convenida las lentes de los aparatos fotográficos, otras luces aparecieron y, sobre esos fondo del espacio iluminado misteriosamente, los asistentes vieron la silueta sombría de una mano cuyos dedos se agitaban lentamente. «Nueva exposición de placas sensibilizadas se hicieron a la luz de una linterna roja que fue apagada casi de inmediato, y en esas condiciones de completa oscuridad fueron hechas cuatro exposiciones. «Y cuando el revelado de las placas fue efectuado, se vio sobre una de ellas una mano desnuda cuyo brazo sostenía un velo con unos pliegues cayendo hasta el suelo.» Nos encontramos ahora ante una nueva fase de los fenómenos espiritistas: ¡la fotografía de objetos invisibles obtenidas en plena oscuridad! «Habiendo sido obtenido este resultado, – prosigue el Sr. Aksakof, – consideraba el hecho de la fotografía en la oscuridad como definitivamente constatado y decidí proceder a nuevas experiencias. «Mi resolución fue de inmediato detenida, cuando me fue comunicado, en el nombre de los conductores invisibles de la experiencia, que ellos querían de entrada completarla en la oscuridad fotografiando una forma entera, y que a continuación tratarían de darme una fotografía de la misma forma acompañada de su médium, en medio de la luz del magnesio. Me comprometían pues a no abandonar Londres antes de haber obtenido una serie completa de esas extraordinarias fotografías. 252 «La séptima sesión fue fijada el 12 de julio. Eran las diez de la noche. Nuestro anfitrión situó él mismo en la cámara las placas que yo había llevado y que había marcado como siempre con una de mis nombres, en ruso. «Églinton tomó su lugar detrás de las cortinas de la ventana y cayó casi inmediatamente en éxtasis. Apagamos la luz y formamos la cadena con nuestras manos. «Y fue entonces cuando en medio de la habitación apareció una luz flotante que se acercó a mí. Al mirarla atentamente, pude distinguir el contorno de una figura rodeada de una tela blanquecina. Esta figura a medias cubierta por una gran barba negra, estaba como flotando en el espacio; se acercó a cada uno de nosotros, luego se desvaneció en la oscuridad. Algunos instantes después apareció una nueva luz dulce y azulada, donde vi flotar varias veces la misma forma. Ante ella se movía un objeto blanco que los asistentes declararon ser algo parecido a una flor. «La reproducción de esa visión fue completamente exitosa. Después de que el revelado de las placas hubiese sido efectuado, distinguimos esa misma figura que se nos había aparecido con sus grandes pestañas, su gran nariz recta, su larga barba. La frente y la cabeza estaban cubiertas de un velo cayendo a cada lado de la cabeza. El fantasma tenía en la mano izquierda un lis cuya blancura se destacaba con vigor sobre el fondo oscuro de la fotografía.» Aunque satisfecho de los resultados obtenidos, el Sr. Aksakof deseaba más todavía. Quería obtener una fotografía sobre la que hubiesen aparecido al mismo tiempo la persona del médium y la imagen del personaje fantasmagórico que él hubiese evocado. Este anhelo le fue concedido tras algunos fracasos de los que contó ampliamente todas las peripecias. 253 En una última sesión que tuvo lugar el 26 de julio de 1886, se vio emerger detrás de una cortina y adelantarse tres o cuatro pasos una gran forma masculina vestida de blanco, la figura tenía una gran barba negra, y la cabeza cubierta con un turbante. Un instante después, el médium apareció a su vez, y a la luz deslumbrante del magnesio, los asistentes vieron con estupefacción la gran forma blanca rodeando y sosteniendo con su brazo izquierdo a Églinton que, en los trances de su éxtasis, apenas podía mantenerse sobre sus pies. «Yo estaba sentado a algunos pasos de ese extraño grupo, – continúa Aksakof, – y, bajo el fogonazo deslumbrante de la luz que nos inundaba, pude examinar a placer al extraño visitante. Era un hombre en pleno vigor de edad y vida. Volví a ver de nuevo su figura móvil, su barba negra, sus espesas cejas y sus ojos brillantes que fijaba con un singular poder de visión sobre la llama del magnesio. Fue entonces cuando se produjo un incidente de los más extraordinarios. En el momento en el que M. N. gritó: « Cerrad las lentes,» la forma desapareció detrás de la cortina; pero, no habiendo tenido tiempo de arrastras a Églinton con ella, el médium cayó como muerto ante la cortina y vimos, en el paroxismo de una atención casi jadeante, al fantasma que se inclinaba sobre el médium en tierra, comenzando a hacerle pases magnéticos sobre su cuerpo inmóvil. Églinton, reanimado, se levantó lentamente, y el fantasma rodeándolo de un brazo lo condujo detrás de la cortina.» Y fue el grupo extraño de esos dos personajes: Églinton y el fantasma, a los que el Sr. Aksakof encontró sobre una de sus pruebas. El prodigioso problema se había resuelto a partir de ahora. El vivo y el desencarnado, que momentáneamente se 254 había materializado, figuraban codo con codo sobre la placa fotográfica. Dejemos esas maravillas y apresurémonos a llegar a fenómenos más maravillosos aún… ____________________ 255 CAPÍTULO XV ESPIRITISMO TRASCENDENTAL EL MAYOR DE LOS TESTIMONIOS Este testimonio fuera de serie, es de William Crookes. Se ayudó en sus primeros intentos con el concurso del Sr. Home, el célebre médium, y no fue hasta el cabo de cuatro años de experiencias consecutivas como llegó al objetivo que se había propuesto. Crookes no se conformó con el concurso del Sr. Home; acudió también al de la Srta. Kate Fox (nuestra antigua conocida de América), que se había revelado desde el principio de los fenómenos espiritistas como una médium de las más destacadas. Se rodeó también de diversos psíquicos de la Sociedad de Londres y finalmente de la Srta. Florence Cook. Fue con el concurso de esos poderosos ayudantes como puso de manifiesto, y de un modo irrefutable, el más increíble, sin lugar a dudas, de todos los prodigios imaginables. Concedamos la palabra al Sr. William Crookes1. «La Srta. Fox me había prometido realizar una sesión en mi casa, una noche de primavera del año pasado. «Mientras la esperaba, una dama pariente nuestra y mis dos hijos mayores se encontraban en el comedor donde hice pasar a la Srta. Fox. Dije a mis dos hijos que se fuesen a la biblioteca a estudiar sus lecciones. Empujé la puerta tras ellos, la cerré con llave y, según mi costumbre durante las sesiones, guardé la llave en mi bolsillo. «Estando sentados, recibimos pronto un mensaje alfabético instándonos a apagar el gas. Una nueva 1 Recherches expérimentales sur le Spiritisme. 256 comunicación nos fue hecha en estos términos: «Vamos a producir una manifestación que os dará la prueba de nuestro poder.» «Y casi de inmediato, los tres oímos el tintineo de una campanilla, no estacionario, sino yendo y viniendo por todos lados en la habitación, unas veces tocándome la cabeza, otras rozando el suelo. Después de haber sonado de ese modo durante al menos cinco minutos, esa campanilla cayó sobre la mesa, muy cerca de mis manos. «Durante toda la duración del fenómenos, nadie se movió y las manos de la Srta. Fox permanecieron perfectamente inmóviles. Yo pensaba que no podía ser mi pequeña campanilla la que había sonado, pues la había dejado en la biblioteca. «Encendí una vela. No había duda, sobre la mesa había una campanilla. Me dirigí rauda hacia la biblioteca. De un vistazo vi que la campanilla no se encontraba donde la había dejado. Dije a mi hijo mayor: «¿Sabes dónde está mi pequeña campanilla?» «–Sí, papá, aquí. – y me mostró el lugar donde hubiese debido estar. Y levantando los ojos: No, – dijo – ya no está; pero estaba ahí hace un momento. «–¿Qué quieres decir? ¿Alguien ha venido a cogerla? «–No, nadie ha venido; pero estoy seguro de que estaba ahí, porque al entrar en la biblioteca, J. (el más joven de mis hijos) se ha puesto a hacerla sonar tan fuerte, que yo no podía estudiar y le dicho que parase. J. confirmó esas palabras y añadió que él había puesto la campanilla donde la había encontrado. «Vemos pues que fue necesario que los Espíritus hiciesen pasar esa campanilla a través de la pared para llevarla al comedor. El fenómeno no puede comprenderse más que suponiendo que la materia puede pasar a través de la materia: lo que no es imposible en definitiva, puesto que 257 se ve que el agua bajo presión suficiente rezuma por los poros de una esfera de oro, o el hidrógeno se filtra a través de las paredes de un tubo de hierro al rojo vivo y más usualmente el petróleo a través de la porcelana.» Otro relato de William Crookes: «El segundo caso que voy a relacionar tuvo lugar a plena luz, un domingo por la tarde, en presencia del Sr. Home y de algunos miembros de mi familia. Mi esposa y yo, habíamos pasado la jornada en el campo y habíamos recogido algunas flores. Llegando a casa, las entregamos a una sirvienta para que las pusiese en agua. El Sr. Home llegó pronto y todos juntos nos dirigimos al comedor. Cuando estuvimos sentados, la sirvienta trajo las flores que había introducido en un jarrón. Yo las situé en medio de la mesa cuyo mantel había sido retirado. Era la primera vez que el Sr. Home veía esas flores. «Tras haber obtenido varias manifestaciones, la conversación derivó sobre algunos hechos que no parecían poder explicarse más que admitiendo que la materia puede pasar a través de una sustancia sólida. «Al respecto, el mensaje que siguió nos fue dado por el procedimiento ordinario: «Es imposible a la materia pasar a través de la materia, pero nosotros vamos a mostraros lo que podemos hacer1.» «Esperamos en silencio. Pronto, una aparición luminosa fue percibida planeando sobre el ramo de flores; luego, a la vista de todos los asistentes, un tallo de hierba de China, de 15 pulgadas de largo, que constituía el ornamento del centro del ramo, se elevó lentamente del medio del 1 Se trata de extenderse sobre el fenómeno de las penetraciones aparentes. Las moléculas sólidas no atraviesan otras moléculas sólidas, pero la penetración puede tener lugar por apartamiento de las moléculas. 258 jarrón y descendió sobre la mesa, ese tallo no se detuvo, pero pasó recto a través de la mesa y todos lo vimos perfectamente hasta que la hubo atravesado completamente. «Inmediatamente después de la desaparición de la hierba, mi esposa, que estaba sentada al lado del Sr. Home, vivo entre ella y él una mano que venía de debajo de la mesa y que tenía el tallo de hierba con el que la golpeó dos o tres veces en la espalda, con un ruido que todo el mundo oyó, luego ella puso la hierba sobre el suelo y desapareció. «No hubo allí más que dos personas que vieron la mano, pero todos los asistentes vieron el movimiento de la flor. Mientras esto ocurría, todo el mundo pudo ver las manos del Sr. Home encima de la mesa y perfectamente inmóviles. «El lugar donde la hierba había desaparecido estaba a d 18 pulgadas de las manos del médium. «La mesa era una mesa de comedor con unos rieles para ampliarse a ambos lados. No estaba extendida y la reunión de las dos partes formaba un grieta estrecha en medio. Fue a través de esa grieta por donde había pasado la hierba, aunque fuese mucho más gruesa y no parecía poder hacerlo sin aplastarse o romperse, y sin embargo todos la vimos descender sin problema, y, examinándola a continuación, pudimos comprobar que no tenía ni la menor huella de aplastamiento o de arañazo. » APARICIONES LUMINOSAS Después de la constatación de estos hechos que prueban con que extraña facilidad los Espíritus pueden manipular la materia, vamos a ver lo que son capaces de hacer en la manipulación de su propia sustancia etérea y como pueden, a su antojo, hacerse luminosa, o aun condensarse en unas condiciones que contradicen todas las 259 leyes comunes y desmoronan todas nuestras ideas tradicionales. Pero concedamos la palabra al sabio químico que, en medio de esas fenomenales sesiones, conserva el impasible equilibrio, la imperturbable sangre fría del observador al que nada desconcierta. «Esas manifestaciones luminosas, aun siendo un poco débiles, exigen generalmente que la habitación permanezca oscura. Apenas necesito recordar a mis lectores que he tomado todas las precauciones necesarias para descartar todos los posibles fraudes. Y puedo añadir por lo demás que esas extrañas luce eran de tal naturaleza, que no he podido conseguir imitarlas por ninguno de los medios artificiales de los que dispone la ciencia. «Pues bien, fue en esas condiciones de control más absoluto, cuando vi una vez un cuerpo sólido, luminoso por sí mismo, teniendo más o menos la forma de un gran huevo, flotando sin ruido a través de la habitación, elevarse más alto de lo que pudiese hacerlo una persona y descender enseguida muy suavemente sobre el suelo, para volver a subir de inmediato. «Ese objeto fue visible durante más de diez minutos, y, antes de desvanecerse, rozó tres veces la mesa con un ruido semejante al que hubiese podido producir un cuerpo sólido y duro. «Durante todo ese tiempo, el médium estaba sentado sobre un diván y parecía completamente insensible. «Vi puntos luminosos brotar de todos lados y colocarse sobre la cabeza de diferentes personas. A algunas preguntas que yo había planteado, se me respondió con flases de luz brillante que se producían ante mi rostro y el número de veces que yo mismo había fijado. Vi brillos arrojarse de la mesa al techo y volver a caer enseguida sobre a mesa, con un ruido muy distinto. Obtuve de ese 260 modo una conversación alfabética en medio de luminosos resplandores en e aire, ante mí, en el medio de los que pasé mi mano. He visto una nube luminosa flotar encima de encuadro. Me ha ocurrido más de una vez que un cuerpo sólido fosforescente cristalino ha sido puesto en mi mano, por una mano que no pertenecía a ninguna de las personas presentes. A plena luz, vi una nube luminosa planear sobre un heliotropo situado sobre una mesa a nuestro lado, romper una rama y entregársela a una dama, y en algunas circunstancias he visto una nube parecida condensarse bajo nuestros ojos, tomando la forma de una mano, y transportando pequeños objetos; pero eso pertenece más bien a la clase de fenómenos que siguen. » APARICIONES DE MANOS LUMINOSAS «A menudo se han sentido tocamientos de manos durante las sesiones hechas en la oscuridad; pero prefiero elegir alguno casos numerosos en los que he visto manos a plena luz. «Una pequeña mano de una forma exquisita se elevó un día de una mesa y me entregó una flor. Apareció y luego desapareció en tres ocasiones diferentes, dándome todo tipo de facilidades para convencerme de que tal aparición era tan real como mi propia mano. «En otras circunstancias, una pequeña mano y un pequeño brazo, parecidos a los de un niño, aparecieron ante una dama que estaba sentada cercad de mí. Luego la aparición se dirigió a mí, me golpeó el brazo y tiró varias veces de la manga de mi chaqueta. «En otra ocasión, un dedo y un pulgar fueron vistos arrancando los pétalos de una flor que estaba en el ojal del Sr. Home y depositadas ante varias personas que estaban cerca de él. 261 «Las manos y los dedos de esas apariciones no siempre me han parecido sólidas y vivas. A veces son vaporosas; pero otras veces, también, parecen perfectamente animadas; los dedos se mueven y la carne parece ser tan humana como la de todas las personas presentes. «Al tocarlas, esas manos están a veces frías y como muertas; pero en otras ocasiones me han parecido cálidas y vivas y «han estrechado la mía con la firmeza de un viejo amigo ». He retenido, cierto día, una de esas manos en la mía, decidido a no dejarla escapar. Ninguna tentativa y ningún esfuerzo fueron hechos para que la aflojase; pero poco a poco esa mano pareció disolverse en vapor, y fue de ese modo como se desprendió de mi apretón.» ___________________ 262 263 CAPÍTULO XVI LAS MATERIALIZACIONES KATIE KING ¿A qué género de experiencias pertenece el hecho que nos queda por citar? El lector que ya tiene a bien estar familiarizado con los prodigios más increíbles de este fenómeno inexplicable, ¿qué va a decir, a pensar, a creer… si es que cree? Ya no son dedos, ni manos, ni intangibles fantasmas los que van a aparecer. Es un ser, una muchacha, una mujer, una verdadera mujer que habla, que se sienta, que camina, que se la ve, que se puede tocar. Se llama Katie King. Aparece a plena luz, viva, alta, bella, blanca y rubia – es importante insistir sobre este hecho – toda vez que su médium, la Srta. Florence Cook, es bajita, morena y tiene los cabellos casi negros…con lo cual no sería posible en absoluto una posible confusión. Esta manifestación, esta visión, ese fenómeno, ese prodigio, esa especie de milagro o sueño, –¿alguien sabe con qué nombre calificar esta inimaginable aventura? – ¡duró tres años! Sí, tres años, han leído ustedes bien… Solamente fue en los últimos meses cuando el Sr. Crookes tuvo conocimiento de él. Tras haber asistido a algunas sesiones en casa del Sr. y la Sra. Cook, el padre y la madre de la joven médium, una niña de quince años, obtuvo de ellas que la jovencita fuese a su casa y pasase allí algunas veces una semana entera. Y fue allí, en la casa, entre la familia del sabio, como vivió el ser incomprensible que, con la ayuda inconsciente y no menos incomprensible de su médium dormida, adoptaba un cuerpo humano, órganos, 264 sentidos, conversaba con la Sra. Crookes, contaba historias a los muchachos y se prestaba a las experiencias del dueño. Es paradójico, insensato, inadmisible… Y sin embargo, ¡es cierto! puesto que el Sr. Crookes lo afirma y lo garantiza el intangible honor de su carrera de sabio excepcional y de su vida de hombre honesto cuya lealtad está fuera de toda sospecha. Ya les he advertido, desde las primeras páginas, que les contaría cosas… del otro mundo, como dice Eugène Nus. Pero ahora que están ustedes preparados, lean lo que dice el mismo Sr. Crookes: «Fue en mi biblioteca que servía de despacho. Tenía una puerta de dos batientes que se abría al laboratorio; uno de los batientes fue retirado de sus goznes y una cortina fue suspendida en su lugar para permitir a Katie (el Espíritu materializado) entrar y salir fácilmente…» Era detrás de esa cortina donde se operaba la misteriosa encarnación; era allí de donde Katie salía y venia a mostrarse a los asistentes. «El 12 de marzo1, – prosigue el Sr. Crookes,– durante una sesión que tuvo lugar en mi casa y después de que Katie hubiese caminado en medio de nosotros y nos hubiese hablado durante algún tiempo, se retiró detrás de la cortina que separaba la biblioteca del laboratorio donde estaban sentados los asistentes. Al cabo de un momento, regresó a la cortina, me llamó y me dijo: «Entre en la habitación y levante la cabeza de mi médium, se ha caído al suelo.» «Katie estaba entonces de pie ante mí, vestida con su vestido blanco habitual y cubierta la cabeza con su turbante. Me dirigí inmediatamente a la biblioteca y Katie retrocedió algunos pasos para dejarme pasar. La Srta. Cook, en efecto, 1 El 12 de marzo de 1874. 265 había resbalado del canapé de donde su cabeza pendía penosamente. La volvía a colocar sobre el canapé y pude comprobar con satisfacción, a pesar de la oscuridad reinante, que la Srta. Cook, siempre vestida con su traje de terciopelo negro, no podía de ningún modo ser confundida con Katie. La médium por otra parte extendida sobre el canapé, estaba sumida en un profundo letargo. «Yo regresé a mi puesto de observación. Katie apareció de nuevo y me dijo que pensaba poder mostrarse a mí, al mismo tiempo que su médium. Se bajó el gas y me pidió mi lámpara de fósforo. Tras haberse mostrado a su luz durante algunos segundos, me la puso en las manos diciendo: « Entre ahora y venga a ver a mi médium.» La seguí inmediatamente y a la luz de mi lámpara vi a la Srta. Cook acostada sobre el canapé, en la posición exacta en la que la había dejado; pero mirando a mi alrededor, ya no pude ver a Katie que había desaparecido. Volviendo a tomar mi lugar, Katie reapareció de nuevo y me dijo que todo el tiempo había permanecido de pie junto a la médium. Luego queriendo, – me dijo ella – intentar una experiencia, volvió a tomar la lámpara y pasó detrás de la cortina. Al cabo de algunos minutos, me entregó la lámpara diciéndome que no había podido conseguirlo « habiendo agotado todo el fluido de su médium1», pero prometiéndome intentarlo en otra ocasión. «Mi hijo mayor, un muchacho de catorce años, que estaba sentado frente a mí, en una posición tal que podía ver detrás de la cortina, me dijo que había visto distintamente la lámpara pareciendo flotar en el espacio, 1 Es, en efecto, tomando prestado de sus médiums una parte de su fluido más o menos condensado, como los Invisibles se materializan y se manifiestan ante nosotros, bajo esas formas extrañas que se ven, que se tocan, que en se fotografían o que se moldean según el grado de condensación. 266 encima de la Srta. Cook y iluminándola mientras estaba tumbada sin movimiento sobre el sofá, pero que no había visto a nadie sosteniendo la lámpara.» «Paso ahora a la sesión mantenida, ayer por la noche, en Hackney. «Katie nunca había aparecido con tanta perfección. Durante cerca de dos horas, se paseó por la habitación, charlando familiarmente con todas las personas presentes. Varias veces, tomó mi brazo caminando y yo sentía que era una mujer viva que caminaba a mi lado y no un visitante del otro mundo. Esta impresión fue tan intensa, que tuve la irresistible tentación de repetir una curiosa experiencia de la que había tenido conocimiento recientemente. «Pensando que, si no tuviese un Espíritu a mi lado, al menos se encontraba allí una «dama viva», le pedí permiso de tomarla en mis brazos, a fin de verificar las interesantes observaciones Que un investigador audaz había hecho conocer hacía poco tiempo de una manera más bien poco prolija. «Este permiso me fue concedido graciosamente e hizo uso de él – con la discreta conveniencia que, en semejantes circunstancias, se impone naturalmente en todo hombre bien educado. – El SR. Vollkman estará sin duda encantado sabiendo que puedo corroborar su aserto, y que el « fantasma » era un ser tan material como la propia Srta. Cook. «En cuanto a Katie, me dijo entonces que esta vez ella se creía capaz de mostrarse al mismo tiempo que su médium. Bajé pues el gas y, con mi lámpara en la mano, entré en el gabinete, pues conocía la importancia que se da a las primeras impresiones y no quería encomendarme a mi memoria. Ahora bien, estas notas están en este momento delante de mi. 267 «Entré pues en el gabinete; estaba oscuro y casi busque a tientas a la Srta. Cook. La encontré de cuclillas sobre el suelo. «Arrodillándome a su lado, hice entrar un poco de aire en mi lámpara de fósforo y, a su luz, vi a la Srta. Cook vestida de terciopelo negro, como estaba al principio de la sesión, y con la apariencia de estar completamente insensible. No se movió, cuando tomé su mano y mantuve la lámpara cerca de su rostro; pero ella continuó respirando apaciblemente. «Levantando la lámpara, miré a mi alrededor y vi a Katie que se encontraba de pie muy cerca de la médium. Estaba vestida con una paño blanco y vaporoso como la habíamos visto durante la sesión. Teniendo una de las manos de la Srta. Cook en la mía, levanté y bajé la lámpara, tanto para iluminar la figura de Katie, como para convencerme plenamente que veía realmente a la auténtica Katie que yo había tenido en mis brazos algunos minutos antes y no el fantasma de un cerebro enfermo. Ella no habló, pero hizo una señal de gratitud con la cabeza. En tres ocasiones distintas, examiné cuidadosamente a la Srta. Cook, siempre de cuclillas ante mí, para asegurarme de que la mano que yo tenía era la de una mujer viva, y, tres veces diferentes, dirigía mi lámpara hacia Katie para examinarla con una atención mantenida, hasta que no tuviese la más mínima duda de que era ella quién estaba ante mí. Al final, la Srta. Cook hizo un movimiento ligero y enseguida Katie me hizo señales de que me retirase. Me fui al fondo del gabinete y dejaba de ver a Katie, pero no abandoné la habitación hasta que se despertó la Srta. Cook y dos asistentes hubiesen entrado co la luz. «Antes de publicar este artículo, – prosigue el Sr. Crookes,– deseo divulgar alunas de las diferencias que observé entre la Srta. Cook y Katie. Esta última es de talla 268 variable; pero siempre más alta que la Srta. Cook. Ayer noche, Katie tenía el cuello descubierto, su piel era fina y suave, mientras que la Srta. Cook tiene en el cuello una cicatriz muy aparente y rugosa al tacto. Las orejas de Katie no están agujereadas, mientras que la Srta. Cook lleva de ordinario unos aros en las orejas. La tez de Katie es muy blanca, mientra que la de la Srta. Cook es muy morena. Los dedos de Katie son mucho más largos que los de la Srta. Cook y su rostro es más ancho. En los modos y maneras de expresarse, hay también diferencias notables.» Desde el comienzo de sus apariciones, Katie King había anunciado que no tenía el poder de permanecer con su médium más de tres años y que después de este tiempo debería despedirse de ella para siempre. El fin de este periodo tuvo lugar el jueves 21 de mayo de 1874. El Sr. Crookes asistió a la sesión de despedida que cuenta en estos términos: «Durante la semana anterior de la partida de Katie, se hicieron dos sesiones en mi casa, casi todas las noches, a fin de permitirme fotografiarla bajo la luz artificial. Cinco aparatos completos fueron preparados a tal efecto. «Mi biblioteca sirvió de cuarto oscuro. Cada noche, había tres o cuatro exposiciones, lo que daba al menos quince pruebas por sesión. Algunas se estropearon al revelarse; a pesar de todo, tengo cuarenta y cuatro negativos. Algunos son mediocres, otros excelentes. «Katie dio como instrucción a todos los asistentes que permanecieron sentados. Tan solo yo estuve exento de esta medida, pues, desde algún tiempo atrás, ella me había dado permiso para hacer lo que quisiera, tocarla, entrar en el gabinete y salir a mi antojo. « Después de que la Srta. Cook hubiese cenado y conversado con nosotros, se dirigió hacia el gabinete, y, a 269 petición suya, yo cerré con llave la segunda puerta, guardando la llave en mi bolsillo durante toda la sesión. Entonces se bajó el gas y se dejó a la Srta. Cook en la oscuridad. Entrando en el gabinete, se tumbaba sobre el suelo, con su cabeza sobre un cojín y casi de inmediato caía en trance. «Mientras yo tomaba una parte activa en esas sesiones, la confianza que Katie tenía en mí crecía día tras día, tanto era así, que no quería realizar sesiones a menos que yo no me encargase de tomar todas las disposiciones. «Una de las fotografías más interesantes es una en la que estoy de pie al lado de Katie. Ella tiene su pie descalzo sobre el suelo. Vestí a continuación a la Srta. Cook como a Katie. Ella y yo nos fotografiamos exactamente en la misma posición y fuimos fotografiados por los mismos objetivos situados exactamente como en la experiencia precedente e iluminados por la misma luz. Cuando esas dos pruebas son comparadas, ambas fotografías de mi persona coinciden perfectamente, pero Katie es más alta en media cabeza que la Srta. Cook; la amplitud de su rostro y el grosor de su cuerpo difieren sustancialmente de los de su médium. «Pero la fotografía es impotente a la hora de expresar la perfecta belleza del rostro de Katie, como las palabras lo son también para describir el encanto de sus modales. La fotografía puede reproducir las líneas de su pose, pero ¿cómo podría dar una idea de la blanca pureza de su tez, o de la expresión siempre cambiante de sus rasgos tan móviles, tan velados de tristeza cuando contaba algunos tristes acontecimientos de su vida pasada, o cuando sonreía con toda la inocencia de una jovencita, cuando había reunido a mis hijos a su alrededor y les contaba divertidos episodios de sus aventuras en la India. 270 «He visto tan bien a Katie últimamente, cuando estaba iluminada por la luz eléctrica, que me es fácil añadir algunos rasgos a las diferencias que, en un anterior artículo, establecí entre ella y su médium. También tengo la certeza más absoluta que ambas mujeres son dos individuos distintos. «Varias pequeñas marcas que se encuentran sobre el rsotro de la Srta. Cook se echan de menos en el de Katie. La cabellera de la primera es de un moreno tan intenso que parece casi negra. Un bucle del de Katie, que está ahí bajo mis ojos, y que ella me había permitido cortar en medio de sus trenzas es de un castaño dorado. «Una noche, conté las pulsaciones de Katie: su pulso latía regularmente a 75, mientras que el de la Srta. Cook alcanzaba 90, su cifra habitual. Apoyando mi oído sobre el pecho de Katie, podía oír su corazón cuyas pulsaciones eran más regulares que las del corazón de la médium. Pude igualmente constatar, mediante auscultación, que los pulmones de Katie estaban más sanos que los de la Srta. Cook que en ese momento seguía un tratamiento médico por un gran resfriado. «Cuando llegó el momento de despedirnos, pedí a Katie el favor de ser el último en verla. En consecuencia, cuando ella hubo llamado a su lado a cada persona de la sociedad y cuando les hubo dicho algunas palabras en privado, dio instrucciones generales para nuestra dirección futura y la protección a conceder a la Srta. Cook. De esas instrucciones cito la siguiente: «Sr. Crookes ha actuado muy bien siempre y es a él a quién dejo a Florence (Srta. Cook) en sus manos, estando perfectamente segura de que no defraudará la fe que tengo depositada en él. En cualquier circunstancia imprevista, él podrá hacerlo mejor que yo misma, pues tiene más fuerza.» 271 «Habiendo terminado sus instrucciones, (que fueron taquigrafiadas), Katie me invitó a entrar en el gabinete con ella y me permitió permanecer allí hasta el final. «Tras haber cerrado la cortina, conversó conmigo durante algunos instantes, luego atravesó la habitación para ir al lado de la Srta. Cook, que gemía inanimada sobre el suelo. Inclinándose sobre ella, Katie la tocó y le dijo: « Despierta, Florence, despierta; tengo que dejarte ahora.» «La Srta. Cook se despertó, y anegada en lágrimas suplicó a Katie que se quedase algún tiempo más. «Querida, no puedo, – respondió esta última; – mi misión está cumplida. ¡Qué Dios os bendiga! » y continuó hablándole. Durante algunos minutos conversaron juntas, hasta que al fin las lágrimas de la Srta. Cook le impidieron hablar. A una señal de Katie, yo me adelanté para agarrar a la Srta. Cook que iba a caer y que sollozaba convulsivamente… «Yo miraba a mi alrededor, pero Katie y su vestido blanco habían desaparecido. «Cuando la Srta. Cook se calmó un poco, se trajo la luz y la conduje fuera del gabinete.» Un testigo de esta inolvidable sesión confirma en estos términos el relato del Sr. Crookes y añade varios detalles aún más extraños que nosotros reproducimos textualmente, a pesar de algunas repeticiones: «A las siete y cuarto de la tarde, el Sr. Crookes condujo a miss Cook al gabinete oscuro, donde ella se tumbó en el suelo, con la cabeza apoyada en un cojín. A las siete y veinte minutos, Katie habló por primera vez y, a las siete y media, se mostró fuera de la cortina y en toda su forma. Estaba vestida de blanco, con mangas cortas y el cuello desnudo. Tenía unos largos cabellos castaños claros de color dorado cayendo en bucles a ambos lados de la 272 cabeza y a lo largo de la espalda hasta la cintura. Llevaba un largo velo blanco que no fue bajado más que una o dos veces sobre su rostro durante la sesión. «Miss Cook tenía un vestido azul claro. Durante casi toda la sesión, Katie permaneció de pie ante nosotros. La cortina del gabinete siendo apartada, dejaba ver a todos distintamente a la médium dormida con el rostro cubierto con un chal rojo, para evitarle la luz. No abandonó su primera posición desde el comienzo de la sesión durante la cual la luz proporcionaba una intensa claridad. «Katie habló de su marcha próxima y aceptó un ramo que el Sr. Trapp le había traído, así como algunas flores de lis en un ramito ofrecidas por el Sr. Crookes. Katie invitó al Sr. Trapp a desatar las flores y a depositarlas ante ella sobre el suelo. Entonces se sentó a la manera turca y nos rogó a todos hacer otro tanto a su alrededor. Entonces compartió las flores y dio a cada uno un pequeño ramo que ella rodeó con una cinta azul. «Escribió unas cartas de despedida a algunos de sus amigos firmándolas como « Annie Owen Morgan », que había sido su verdadero nombre durante su vida terrestre. Escribió igualmente una carta a miss Cook y eligió para ella un botón rosa como regalo de despedida. «Entonces tomó unas tijeras, cortó un mechón de sus cabellos y nos entregó a todos una gran parte. A continuación tomó el brazo del Sr. Crookes, dio una vuelta por la habitación y estrechó la mano de cada uno. Luego, sentándose de nuevo, cortó varios trozos de su vestido y de su velo que nos entregó como regalos a todos. «Viendo tantos agujeros en su vestido, se le preguntó si podría reparar el daño, así como ya lo había hecho en otras ocasiones. Entonces presentó la parte cortada a la claridad de la luz, luego, dando un pequeño golpe encima, nos mostró esa parte que al instantes de volvió idéntica a 273 como la tenía antes de ser cortada. Aquellos que se encontraban cerca de ella examinaron, tocaron la tela con su permiso y declararon que no existía ningún agujero, ni corte, allí dónde un instante antes habían visto agujeros de varias pulgadas de diámetro. «A continuación dio sus últimas instrucciones al Sr. Crookes y a otros amigos sobre la conducta a seguir en lo referente a manifestaciones posteriores prometidas por ella por la intermediación de su médium. Esas instrucciones fueron anotadas con todo detalle y entregadas al Sr. Crookes. «Apareció entonces fatigada y dijo tristemente que deseaba irse, sintiendo sus fuerzas disminuir. Reiteró a todos su adiós de la manera más afectuosa. Los asistentes le agradecieron las maravillosas manifestaciones que ella les había concedido. «Mientras arrojaba a sus amigos una última mirada profunda y pensativa, dejó caer la cortina y desapareció ante nuestros ojos. «Escuchamos como la médium despertaba rogándole entre lágrimas que quedase un poco más; pero Katie le dijo: «Querida, no puedo. Mi misión está cumplida; ¡qué Dios te bendiga! » Y oímos el ruido de su beso de despedida. Miss Cook se presentó entonces en medio de nosotros agotada, desfallecida y presa de una profunda desolación. «En el transcurso de la sesión, Katie había dicho que a partir de ahora ya no podría ni hablar ni mostrar su rostro, y que accediendo durante tres años a esas manifestaciones físicas había pasado una vida dolorosa para expiar sus pecados; pero que estaba decidida a elevarse un grado superior en la vida espiritual y que no sería más que a largos intervalos de tiempo, como ella podría relacionarse 274 por escrito con su médium, pero que ese médium podría siempre verla en medio de la lucidez magnética1.» ______________________ 1 El libro del Sr. Crookes, Recherches sur le spiritualisme, traducido en francés, se encuentra en la librairie des Sciences psychologiques, calle Saint-Jacques 42 en París. 275 CAPÍTULO XVII LA ÚLTIMA PALABRA Me parece indispensable decir la última palabra. ¿Qué decir, en efecto? – Uno mira, se palpa, se toma la cabeza con ambas manos y se pregunta si sueña o se ha vuelto loco… ¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿Creer o dudar? ¿Creer?... ¡Pero es tan prodigiosamente extraño! ¿Dudar pues? ¿Pero es posible ante afirmaciones tan categóricas y absolutas de un sabio de la valía del Sr. Crookes? Si hay un hombre en el mundo, que sea susceptible de ser tomado en serio, es con toda seguridad éste, e intentar lo contrario sería impertinente locura o tomar partido por compromiso. A pesar de todo admitamos que haya, sino dudas, al menos algunas preguntas a plantear… Pues bien, ¿con qué objetivo el Sr. Crookes habría intentado lanzar a través del mundo – empleamos el estilo de los periodistas – esa paradójica narración, fantasmagórica, más grande que el antiguo epiornis1 de Madagascar? ¿Objetivo inconfesable de especulación? –No, es rico. ¿Deseo de llamar la atención, de hacerse no sé qué publicidad malsana? 1 Denominada "ave elefante", que según algunas buenas fuentes vivió hasta el principio de la era cristiana en Madagascar. Su altura llegaba a los 2,5 metros de altura y podía pesar hasta media tonelada. (Nota del T.) 276 –¿Pero qué publicidad necesitaba ese apellido, grande entre los más grandes, el glorioso Cristóbal Colón de la materia radiante? ¿No era más bien arrojar por la borda toda una vida de honor científico y de grandeza moral incuestionable? ¿Es eso todo? Desde luego que no. Admitiendo que hubiese « engañado a todo el mundo », desde los cuatro rincones de Inglaterra y Europa, ¿no habrían venido a recaer sobre el impostor, las protestas indignadas de aquellos a los que él hubiese engañado con tanto atrevimiento, de todos los periódicos a los cuales envío sus comunicaciones, de todos los sabios a los que escribió, de todos los amigos y asistentes a las sesiones cuyo testimonio invocó? Proclamó los resultados de sus investigaciones en 1874; hace veinticuatro años que el mundo científico ha sido invitado al examen de esas revelaciones sin precedentes, ¿y quién ha reclamado, quién lo ha convencido de fraudulento1? Además, ¿es él el único que haya hecho esas revelaciones? No son cincuenta, no son cien, todos los que, antes que él, han experimentado y concluido lo mismo que él, los Wallace, los Oxon, los Zoellner, los Varley, los Deamond Fitz Gerald, los Carter Blake, los Elliott Coues, los Ascenti, los Gibier, los de Rochas, los Richet, los Marillier, los Nus, los Flammarion, los Aksakof… y tantos otros observadores sin contar todos los miembros de las sociedades sabias que, de entrada incrédulas o recalcitrantes, han venido, vencidas por la evidencia, a 1 Él teme tan poco estos testimonios de impostor, que todavía hoy, en 1898, acaba de pronunciar un discurso en el que declara no retractarse de ninguna de sus afirmaciones anteriores, admitiendo decididamente: la transmisión de los pensamientos, la telepatía y la vida del más allá, sobre todo probada de un modo tan deslumbrante por sus experiencias sobre Katie King. 277 aportar sus testimonios y sus adhesiones a la grandiosa revelación, tales como los Edmonds, los Mapes, los Robert Hare, los Robert Dale… la lista sería interminable. A menos de estar afectado de ceguera voluntaria, la más incurable de todas, no creemos que se pueda dudar de la existencia del fenómeno. Dudar, frente a los innumerables hechos que hemos citado, y sobre todo en presencia de una Katie King, a la que el Sr. Crookes cuenta las pulsaciones y escucha latir su corazón, que regala bucles de sus cabellos y flores a toda una asamblea de asistentes, de « testigos » que, durante horas, la ven ir y venir a plena luz, escuchándola hablar, sintiendo la presión de sus manos, recibiendo sus adioses y viéndola disiparse en el aire – cuando los taquígrafos acaban de escribir sus recomendaciones y los fotógrafos acaban de revelar las placas con su imagen – dudar en semejantes condiciones… Pues bien, ¿Qué quieren que les diga? Sería una aberración, o una cabezonería, tal vez también el deseo de llamar la atención – pobre originalidad – en fin, sería todo lo que se quiera, excepto tener un entendimiento abierto y una leal buena voluntad. Si realmente son los Espíritus quiénes se introducen en nuestra vida, ¿qué puede hacer usted y en qué puedo yo hacer ceder su estéril intransigencia? Lo he dicho y repetido: ¡nada hay más opinable que un hecho!...La verdad acaba siempre por surgir en medio de todos los escombros que uno se esfuerza en amontonar sobre ella para ocultarla. La verdad se ríe de los enterradores y para ella no hay sepulcro que valga. «Pero, – dice usted,– es Eugéne Nus quién habla – ¡eso va a resucitar todas las supersticiones! ¿Y qué, dónde está aquí la superstición? Si se me prueba que son los Espíritus los que dirigen el fenómeno, yo no sería 278 supersticioso por eso… Que vengan, los recibiría educadamente y escucharía las teorías que me planteen como lo haría con los que me hacen los vivos bajo el control de mi buen sentido común y de mi razón.» «¡Las supersticiones! Pero es precisamente para destruirlas por lo que pido a la verdadera ciencia que estudie esos fenómenos en su intensa realidad.» «Mi amigo Victor Meunier dice con razón que la superstición está hecha, en primer termino, de apariencias engañosas y de falsas interpretaciones de un hecho auténtico en sí, y no es destruida más que cuando la materia de la que está hecha ha sido definitivamente explicada. «Por Dios, explíquense pues, señores sabios; es su oficio después de todo y eso valdría infinitamente mucho más que dar la espalda o cerrar obstinadamente los ojos y los oídos… «¡Pero el miedo al ridículo!... miedo francés, qué bello miedo, grotesco y sobre todo ¡cobarde! «Estamos horripilados por esa calaña de pretendidos sabios que, para distinguirse del vulgar, nos escupen desdeñosamente tales o cuales locuciones pseudo científicas ante las que el gran público se pasma tanto o más cuanto menos comprende el asunto. «Y las palabras de autor que estallan como un cohete, tales como: El genio es una neurosis – El cerebro segrega el pensamiento como los riñones la orina… y tantas otras paradojas catapultadas que hacen tan buen efecto en un salón o en una conferencia. «¡Así es! Nada más simple. Un gran retumbe de tamtam sobre el tímpano de la estupidez humana… ¡y el populacho se extasía! «– ¡Atajo de imbéciles! – gritaba Mengin1, a los mirones agrupados ante su coche,– si no tuviese mi bombo, 1 Charles Arthur Mengin, pintor francés. (1853-1933) (Nota del T.) 279 mi casco de cobre y mi traje de carnaval, no compraríais mis pinturas. «Hay personas que creen haber asistido a sus funerales. Se equivocan: Mengin no ha muerto; jamás morirá1» ___________________ – ¿Pero entonces, señor Crookes, – se le preguntó un día, en París, y no sin un deje de ironía – cree usted en los Espíritus?... Y lentamente, fríamente, el Sr. William Crookes respondío con autoridad: – Creo en Katie King. Era decir todo en una palabra. Y nosotros creemos en el evocador de Katie King. ____________________ 1 Choses de l’autre monde. 280 281 CAPÍTULO XVIII COSAS EXTRAÑAS Tras las magistrales revelaciones que preceden, cedo al deseo de presentar al lector otros testimonios de naturalezas muy diversas, pero cuyo carácter extraordinario se impone, cuya significación, añadiéndose a las pruebas ya proporcionadas, las corrobora y las explica. Estos testimonios, elegidos entre cien otros y tomados casi al azar, se encadenan por la unidad de la tesis que ellos afirman. Es como un mosaico cuyas piezas de colores desiguales en apariencia se funden en una tonalidad uniforme. Es una especie de antología de relatos extraordinarios, de hechos desconcertantes que, a pesar de su diversidad, concurren en el mismo objetivo y nos arrojan en el mundo de las interrogaciones, de las conjeturas, en el dominio de los sueños… esos bellos sueños que, sobre sus alas de gasa, nos transportan siempre más alto, hasta esas regiones donde el alma liberada de sus vínculos terrenales se estremece en los vientos que nos vienen de lo desconocido. Citaremos – dice el Sr. Ed. Schuré1, – dos hechos famosos de ese tipo – se trata de doble vista o visión remota – y absolutamente auténticos. El primero acontece en la antigüedad. El héroe es el ilustre filósofo y mago Apolonio de Tiana. 1º hecho. – Visión remota de Apolonio de Tiana. – Mientras estos hechos (el asesinato del emperador Domiciano) sucedían en Roma, Apolonio los veía en Éfeso. 1 Les Grands Initiés, p. 368. 282 Domiciano fue asaltado por Clemente hacia el mediodía; el mismo día, en el mismo momento, Apolonio disertaba en los jardines atendiendo a sus discípulos. De repente, bajó un poco la voz como si hubiese sido invadido por un pavor súbito. Continuó su discurso, pero su lenguaje no tenía su fuerza ordinaria, como sucede a aquellos que hablan pensando en otra cosa. Luego se calló como habiendo perdido el hilo de su discurso. Lanzó hacia el suelo miradas asustadas, dio algunos pasos hacia delante y exclamó: «¡Muera el tirano! » Se hubiese dicho que veía, no la imagen del hecho en un espejo, sino el hecho mismo en toda su realidad. Los efesios (pues Éfeso entera asistía al discurso de Apolonio) quedaron muy sorprendidos. Apolonio se mostró semejante a un hombre que busca el origen de un acontecimiento dudoso. Por fin exclamó: «Tened valor, efesios, el tirano ha sido asesinado hoy. ¿Qué digo, hoy? ¡Por Minerva! acaba de ser asesinado en este mismo instante, mientras he interrumpido mi discurso.» Los efesios creyeron que Apolonio había perdido la razón. Desearían que hubiese dicho la verdad; pero temían algún peligro resultante para ellos de ese discurso… Pero pronto llegaron mensajeros anunciándoles la buena nueva y rendir testimonio a favor de la ciencia de Apolonio, pues la muerte del tirano, el día y a la hora en la que fue consumada, y todos los detalles se encontraron perfectamente conformes a los que los dioses le habían mostrado el día de su discurso a los efesios.» (Vida de Apolonio por Filostraste, traducida por Chassang.) 2º hecho – Visión remota de Swedenborg. El segundo hecho se relaciona con el más grande de los videntes de los tiempos modernos. La visión que 283 Swedenborg tuvo a treinta leguas de distancia del incendio de Estocolmo dio mucho que hablar en la segunda mitad del siglo XVIII. El famoso filósofo Kant mandó hacer una investigación mediante un amigo en Gothenbourg, ciudad sueca conde la visión tuvo lugar, y he aquí lo que él escribió a una de sus amigas: «El hecho que sigue me parece tener la más grande fuerza demostrativo y carecer de toda especie de duda. «Ocurría en 1759, cuando el Sr. de Swedenborg, hacia finales del mes de septiembre, un sábado, hacia las cuatro de la tarde, regresando de Inglaterra, tomó tierra en Gothenbourg. El Sr. William Castel lo invitó a su casa en compañía de quince personas. Esa tarde, a las seis, el Sr. de Swedenborg, que había salido, regresó al salón pálido y consternado y dijo que ese mismo instante se había declarado un incendio en Estocolmo y que el fuego se extendía con violencia hacia su casa. Añadió que la casa de uno de sus amigos al qué nombró, estaba ya reducida a cenizas y que la suya estaba en peligro. A las ocho, tras una nueva salida, dijo con alegría: «Gracias a Dios, el incendio ha sido sofocado en la tercera puerta que precede a la mía.» «El gobernador de la ciudad fue informado. El domingo por la mañana, Swedenborg fue llamado junto a ese funcionario que le interrogó y a quién Swedenborg describió exactamente el incendio, sus comienzos, su fin y su duración. «El lunes por la tarde, llegó a Gothenbourg un correo que traía unas cartas de Estocolmo donde estaban contados los hechos con detalles idénticos a los que había indicado Swedenborg. «¿Qué se puede alegar, – prosigue Kant – contra la autenticidad de este acontecimiento? «El amigo que me escribe ha examinado todo esto, no solamente en Estocolmo, sino en el propio Gothenbourg. 284 Conoce allí a las familias más importantes con las cuales se ha podido informar completamente, así como en toda la ciudad donde aún viven la mayoría de los testigos oculares dado el poco tiempo (9 años) transcurrido dese 1759.» – (Carta a la Srta. Charlotte de Knobich, citada por Matter, Vie de Swedenborg.) _______________________ He aquí ahora el famoso pasaje extraído de las Memorias del duque Saint-Simon relativo a un ejemplo no menos curioso de visión remota que le contó el propio Regente y del que ambos, por escépticos que fuesen, quedaron profundamente impresionados: «Recuerdo también una cosa que él (el Regente) me contó en el salón de Marly, a punto de partir para Italia, y cuya singularidad verificada por el acontecimiento me compromete a no omitir nada. Él tenía curiosidad por todo tipo de artes y de ciencias y, con un espíritu abierto hasta el infinito, había tenido toda su vida esa debilidad, tan común en la corte de los hijos de Enrique III, que Catalina de Médicis había traído de Italia. Había intentado, tanto como había podido, ver al diablo sin haber podido conseguirlo, según lo que a menudo me ha dicho, ver cosas extraordinarias y predecir el futuro. «La Sery tenía una hija pequeña en su casa de ocho o nueve años que había nacido allí y no había salido nunca, y que tenia la ignorancia y la simplicidad de esa edad. Entre otras de las muchas raras curiosidades que el Sr. duque de Orleans había visto en su vida, había una en la que pretendía hacer ver en un vaso lleno de agua todo lo que se quisiera saber. Pidió la presencia de algún joven e inocente para mirar allí y aquella pequeña se encontró dispuesta. Entonces se divirtieron queriendo saber lo que pasaba en 285 ese momento en lugares alejados, y la muchachita veía y decía lo que iba viendo. «Las bromas que el duque de Orleans había intentado a menudo lo inducían a realizar pruebas para su tranquilidad. Ordenó en voz muy bajo a uno de sus lacayos al oído, que fuese en el acto a casa de la Sra. de Nancré, para examinar quién estaba allí, lo que hacía, la posición de los muebles de la habitación y la situación de todo lo que allí pasaba, y sin perder un momento, ni hablar con nadie, que viniera a decírselo al oído. En un abrir y cerrar de ojos, el recado fue ejecutado sin que nadie se diese cuenta de lo que ocurría, con la pequeña siempre en la habitación. «En el momento que el duque de Orleáns fue informado, dijo a la pequeña que mirara en el vaso, quién estaba en casa de la Sra. de Nancré y lo que pasaba allí. De inmediato, ella les contó, palabra por palabra, todo lo que había visto el que había sido enviado. La descripción del rostro, figuras, vestidos, personas que allí estaban, su situación en la habitación, las personas que jugaban en dos mesas diferentes, los que miraban o que conversaban sentados o de pie, la disposición de los muebles, en una palabra, todo. Al instante, el duque de Orleáns envió a Nancré a quién dijo haber encontrado todo como la muchachita lo había dicho y cono el criado que había ido al principio le había relacionado al oído al duque de Orleáns. «Él no me hablaba mucho de esas cosas, porque yo me tomaba la libertad de avergonzarlo. Entonces le comenté que creía poder divisar en este relato una añadido de fe en esos prodigios. Pero me dijo que eso no era todo, que solo era el preludio de lo que ocurrió a continuación… «Y me contó, que, animado por la exactitud de lo que la pequeña había visto y dicho, había querido ver algo más importante, a saber lo que pasaría a la muerte del rey, sin 286 embargo sin tratar de averiguar la época que no se podía ver en el vaso. «Entonces le preguntó enseguida a la niñita que jamás había oído hablar de Versalles, ni visto a nadie de la corte. «Ella miró y les explicó ampliamente todo lo que veía. Hizo con exactitud la descripción de la habitación del rey, en Versalles, y del mobiliario que allí se encontraba en efecto a su muerte. Lo describió perfectamente en su cama y aquellos que estaban de pie junto a la cama o en la habitación. Hizo la descripción de un niño pequeño, con la orden, cogido de la mano por la Sra. de Ventadour (y que debía reinar más tarde bajo el nombre de Luis XV). Ella les indicó a la Sra. de Maintenon, la figura peculiar de Fagon, la Sra. duquesa de Orleáns, la Sra. Duquesa, la Sra. princesa de Conti, el Sr. duque de Orleans al que ella reconoció… en una palabra, les dio a conocer todo lo que veía allí de príncipes, caballeros, criados o mayordomos. «Cuando hubo dicho todo, el duque de Orleáns sorprendido de que ella no les hubiese hablado ni de Monseñor, ni de el duque de Bourgogne, ni de la duquesa de Bourgogne, ni del duque de Berry, le preguntó si no veía unas figuras de tal y cual modo; pero ella respondió repetidamente que no y repitió aquellas que veía. Es que el duque de Orleans no podía comprender esas ausencias y se asombró mucho conmigo tratando de buscar en vano la razón. «Lo acontecido luego lo explica. Se estaba entonces en 1706. Los cuatro estaban entonces plenos de vida y de salud y los cuatro murieron antes que el rey… «Acabada esta curiosidad, el duque de Orleans quiso saber lo que le ocurriría a él. Entonces ya no fue en el vaso. El hombre que estaba allí le ofreció mostrarle una pintura sobre el muro de la habitación con la condición de que no tuviese miedo de verse allí; y al cabo de un cuarto de hora, 287 ante todos ellos, la figura del duque de Orleans y a tamaño natural, apareció de repente sobre la pared, como en una pintura y con una corona sobre la cabeza. Esa corona no era ni de Francia, ni de España, ni de Inglaterra, ni imperial. El duque de Orlenas que la consideró con todos sus ojos, no pudo adivinarla; jamás había visto nada parecido: no tenía más que cuatro círculos y nada encima. «Estaba entonces muy lejos de imaginarse que sería mas tarde regente del reino y tal vez esa singular corona lo anunciase. «Todo eso ocurrió en Paris, la víspera del día que él me lo contó, y lo he encontrado tan extraordinario que lo he escrito aquí.» _________________________ Aquí tenemos otras citas tomadas de un libro que tiene por título: les Renaissances de l’âme, cuyo autor, L. d’Ervieu, es una mujer, una audaz viajera que ha visto, observado, reflexionado… que también ha sufrido, como ella nos dice: – pero lo que no dice es que del crisol de esos dolores ha salido un alma singularmente fortalecida que escruta los misterios de la vida, con una madurez de espíritu y una clarividencia cuya originalidad iguala su profundidad. Destacamos algunos fragmentos: ORGANISMOS LLAMADOS SOBRENATURALES EXPLICADOS POR LA REENCARNACIÓN Estos días me ha sido dado escuchar a una de las personalidades más sorprendentes de nuestro tiempo: J. Shepard, el músico escocés. « En una sala oscura de lo más exiguo, ante algunos buscadores de la verdad – ni escépticos, ni creyentes – el 288 Sr. J. Shepard, que no conocía metódicamente la música, que jamás lo había aprendido – en esta vida al menos – nos ha hecho pasar por las sensaciones más extrañas, las más increíbles de la tierra. «No hablaré aquí de un fragmento, Rythme arabe – inédito, nos ha dicho – esas son audiciones que mi ciencia musical me prohíbe juzgar. No, lo que ha impactado por igual a siete personas – nosotros hemos compartido nuestras impresiones – es lo que el Sr. Shepard ha llamado: Passage de la Mer rouge; luego un fragmente a cuatro voces, con acompañamiento casi orquestal. «Sobre un pobre piano, para obtener los efectos que el Sr. Shepard le arrancó, con una armonía imitativa sobrepasando la instrumentación de nuestros más grandes conciertos, hay que haber dominado todas las dificultades del mecanismo, todos los arcanos de la composición, todos los recursos del sonido, en sus más poderosas vibraciones, como en sus matices más delicados. «Imaginaos un estremecimiento real del suelo bajo el galope de un regimiento de dragones, gritos de desamparo – perfectamente distintos – elevándose en medio de ese tumulto, como si una multitud demasiado lenta abriendo camino a esta caballería se viese pisoteada, aplastada, destrozada;… el ruido de las olas chocando contra esos humano que la tierra engullía, y tras esta lucha titánica, calmándose progresivamente para llegar al suave chapoteo de una marea tranquila sobre nuestras playas mediterráneas. «Todos los toques del piano vibran en un simpático conjunto, no más bajo los dedos de dos manos, sino bajo el de cuatro, de seis manos, de una manera imposible – mediante nuestros medios actuales de análisis musical – la escritura de esas frases gigantescas tan satisfactorias para el oído en su forte como en su último pianissimo. 289 «En cuanto al quatuor, su explicación amplificará los argumentos racionales que derivan de esos «estados artísticos o científicos », no adquiridos por un individuo en su propia vida. «El Sr. Shepard, habiéndose tomado algunos minutos de descanso, en la plenitud de sus facultades excitadas por la simpatía de su auditorio, se superó todavía. «Comenzó con un preludio majestuoso. Luego, con una esplendida voz de bajo, entonó un canto casi religioso… De repente, pasando de la voz masculina más rica a la más magnífica de los sopranos, nos hizo estremecer…¡Oh maravilla!... a la voz de soprano, sucedió un emocionante contralto que mezcló sus acentos durante un cierto tiempo con los de la soprano, mientra que, algunos minutos más tarde, le respondía una tercera voz: la mezo-soprano…Todas las personalidades vocales absolutamente distintas en timbre, como registro, como calidad de sonido… «Esos son los hechos… Serán negados por aquellos que, a pesar de sus ojos y de sus oídos, no quieran ni ver, ni escuchar. «Esos hechos, por maravillosos que sean, se explican sin embargo. La idea de las reencarnaciones siempre conlleva la siguiente consecuencia: En cada envoltura material, nosotros encontramos todos lo que hemos sido previamente: estado moral, intelectual, artístico, científico, en fin, todo. «No es en absoluto por inspiración que el Sr. Shepard nos deslumbre… él hace revivir – como revive él mismo – un talento que adquirió y desarrolló en sus vidas anteriores. «Es imposible poseer ideas, talentos, artes, lenguajes no adquiridos. Lo que llamamos intuición no es más que la reaparición objetiva de lo que hemos sabido y visto antaño. Y por eso es por lo que el Sr. Shepard ha podido darnos la 290 ilusión o realidad de un quatour prodigioso – una voz masculina y tres voces femeninas – es que, sin contar las demás, él había pasado por esas cuatro manifestaciones anteriores; pues el sexo, ya lo he dicho, es algo completamente secundario en la gigantesca obra del transformismo.» LOS NIÑOS PRODIGIO «Imposible cuestionarlo; en todos los países aumenta cada vez más el número de niños prodigio. «En este momento tengo bajo mis ojos a una pequeña portuguesa de cuatro años que es una de las criaturas más extraordinarias que se puedan imaginar. «Hace apenas un mes, llegó a París, ciudad que ella veía por primera vez. Quince días después de su instalación en la calle de Châteaubriand, iba con su padre, su madre y su abuela a casa de unos amigos que vivían en la calle Montaigne. No sé por qué razón, la abuela no quiso prolongar su visita; ella dejó a la joven pareja, marido y mujer, y regresó a su casa, con su nieta. «Era lunes de Pentecostés, hacia las cinco, es decir el momento del regreso de las carreras. Siempre gentil, la pequeña fue muy amable con su abuela hasta la puerta de la casa familiar donde habitaban. Allí, aprovechando un momento de distracción de su abuela, ella la abandonó, se fue por la calle Balzac, atravesó los Campos Elisesos, en medio de la marabunta de coches de un día festivo y regresó a la casa donde sus parientes – aliviados y espantados al mismo tiempo de volverla a ver – estaban lejos de esperarlo. Como se pueden imaginar se le hizo serios reproches. Ella los escuchó con esa sangre fría de la mujer hecha que os deja expresar una opinión diferente de la suya; pero cuando se trató de asustarla amenazándola con los policías de la ciudad que habrían podido meterla en un 291 saco, ella sonrió graciosamente, alzándose dulcemente de hombros. Cuando se le dijo, regresando al domicilio, que se había arriesgado a perderse, a equivocarse de camino: «–¡Ah! ¡no, papá! – exclamó, – todavía te puedo mostrar otra ruta que conduce al mismo lugar.» «Y la pequeña hada indicó un desvío por el barrio Marbeuf. «Adviertan el hecho de que ella jamás había estado en esa parte de la ciudad. «¿Cómo explicar ese sentido prodigioso de la orientación?» «Es la misma chiquilla que a la pregunta de un caballero preguntándole si «ella lo amaba » le respondió enérgicamente «no», luego inclinándose al oído de su madre: «Sí, lo amo mucho; pero es mejor no decírselo.» «Y como el caballero insistía para conocer el secreto murmurado, ella puso el dedo sobre su boca, para recomendar silencio a su madre. «Esta niña no llora nunca, jamás ha tenido caprichos. En la mesa come todas las comidas con la más exquisita delicadeza. Baila con una gracia perfecta. Narra, en su orden respectivo, los hechos y gestos de las jornadas de sus padres. En definitiva, tendría veinte años, que en muchas cosas – moralmente hablando – nos mostraría haber adquirido.» «Conozco a otra pequeña, ésta de ocho años. Muy enferma y constantemente, hasta el año pasado, jamás ha visto ningún niño y le estaba rigurosamente prohibido a sus criadas y mayordomos enseñarle nada. Lo que no impidió que sola, relacionando aquí y allá algunas letras y algunas palabras, aprendiese a leer, en tres lenguas diferentes. 292 «Ahora que comienza a trabajar, poned bajo sus ojos no importa qué axioma moral, preguntadle que lo explique, y ella lo hará con un sentido filosófico de una precisión increíble. Su pequeño ser se dilata en el más puro regocijo, cuando se le habla de lo bello y del bien. «Además es una gran amiga de la naturaleza. Entre los cuatro y cinco años, conocía el efecto que le producía una bonita vegetación, sus hermanas la condujeron, por primera vez en Austria, a un sitio admirable rodeado de sombríos bosques de abetos – árboles que no había visto nunca. «Sus hermanas mayores esperaban una profunda manifestación de sorpresa y de entusiasmo que no llegó. Muy asombradas, le preguntaron si no encontraba admirable el país. «–Sí, – respondió; solamente que hace mucho tiempo que ya lo conozco.» «Y sin embargo nunca había estado allí.» «Otra chiquilla de entre ocho y nueve años que he podido seguir durante seis meses, en sus estudios musicales, desde la primera lección de piano, se iniciaba completamente en la lectura de las notas, en su valor, en su medida. Inmediatamente pudo estudiar sola, y al cabo de seis semanas, tras haber descifrado y ejecutado un gran número de fragmentos, tocaba con maestría la Chacone de Durand que no es tan fácil.» «Otra niñita, llamada Charlotte, muy pequeña, de dos o tres años, se había pegado a la pared, ocultando su pequeña figura entre sus dos manos, cuando la galería de vidrio de su escalera se había hundido a sus pies, inundándola por todas partes de fragmentos cortantes… 293 ¡además sin un solo grito de desamparo cuando acudió su niñera! «De cuatro en cuatro, su padre, testigo de su valor, había franqueado los escalones para recogerla. Entonces, apretándola contra su pecho: «–¡Qué valiente has sido, querida, no teniendo miedo?» «Y Charlotte, con un gesto mucho más enérgico de lo que era esperable en su pequeña persona, se golpeó el pecho. «–Yo,–exclamó – ¡estaba segura de que no me ocurriría nada!» «¡Extraña confianza de la pequeña predestinada!» «Cito aún a esta niña pueblerina, de la calle SaintMaur, adoptada por una dama a la que conozco, que, la primera vez que vio a su padre adoptivo, se arrojó a su cuello, luego, desde que hubo franqueado el umbral de su nuevo domicilio, actuó junto a los criados como un viejo diplomático, y, en un solo día, se convirtió completamente en la niña de la casa, sin temor, con amor, con abandono.» «No podría dejar de mencionar a ese extraordinario pequeño violinista de ocho años, Hubermann, al que hemos escuchado recientemente en París y ¡con qué admiración! Su madre lo llevaba, a los cuatro años, al teatro de Varsovia, y el niño, escuchando algunas melodías que le colmaban el corazón, quería precipitarse hacia la orquesta con un arrebato de entusiasmo irresistible.» «Por último la deliciosa nieta de uno de nuestro eminentes pianistas, niña de tres años que detiene la ejecución de una melodía, cuando se cambia el ritmo o que – para tratar de engañarla – se dejan caer algunas notas 294 falsas y que en su lenguaje infantil exclama: «¡No, no, no es así!» ___________________ «Podría citar aún más; pero he dicho bastante para estar autorizado a constatar que nuestros niños no solamente han vivido ya, sino que muchos de ellos han llegado a un grado de encarnación muy avanzado. En este último caso, no dirigimos más sus esfuerzos. Conocen bastantes misterios, poseen bastantes virtudes, para encontrar en ellos los recursos propios a su desarrollo actual. «La prueba evidente de que podemos hacer muy poco por su avance es que sus aptitudes se manifiestan a pesar de todo lo que les representa un obstáculo: organismo débil, medio antipático, afinidades de los padres completamente opuestas a las suyas. «¿Cuántas veces no se ven en familias, niños descendientes de la misma sangre y diferentes desde todos los puntos de vista de sus hermanos y hermanas, tanto en lo moral como en el físico? Y ni los países diversos, ni las diferentes circunstancias que presidieron su concepción no pueden bastar para explicar lógicamente tan extrañas divergencias.» _______________________ Diversos testimonios extraídos del Fakirisme occidental del Dr. Paul Gibier. Se designa habitualmente bajo el nombre de « malabarismos de fakir» a los fenómenos extraordinarios que producen las prácticas misteriosas de esos fakires que 295 son los sujetos inferiores de la casta sacerdotal de los brahmanes. Estos supuestos «malabaristas» no son otra cosa, en definitiva, que médiums de un destacable poder, o en otros términos, para servirnos de la expresión del Sr. William Crookes, hombres dotados del poder de emitir una fuerza particular llamada psíquica, cuya verdadera naturaleza nos queda por conocer. Sea como sea, este es el relato que tomamos prestado de la obra del Sr. Jacolliot, titulada le Spiritisme dans le monde: «Entre el número de pretensiones más extraordinarias de los fakires está la de influir de un modo directo sobre la vegetación. Por fantástico que resulte el asunto, decido hacer reproducir por Covindasamy1, cuya fuerza ya había sido comprobada por otros experimentadores. «Él debía proporcionarme aún dos horas de experiencia, a plena luz, antes de la gran sesión de la noche, y yo me decidí a dedicarme a este examen. «El fakir no dudaba de nada y yo creí, lo confieso, sorprenderlo, cuando a su llegada – eran las tres de la tarde – le comenté mis intenciones. «–Estoy a tus órdenes, – me dijo, con una sencillez ordinaria en él. «Quedé un poco desconcertado por esa seguridad, sin embrago enseguida respondí: «–¿Me dejarás elegir la tierra, el jarrón y la semilla que vas a plantar ante mí? «–El jarrón y la semilla, sí; pero la tierra debe ser tomada en un nido de carias. «Las carias son pequeñas hormigas blancas que construyen montículos que alcanzan a menudo una altura de ocho a diez metros. Son muy comunes en la India y nada 1 Nombre de un fakir célebre que el autor conoció en Bénarés. 296 es más fácil de procurarse un poco de esa tierra. Ordené a mi cansama (criado hindú) que fuese a buscar un jarrón lleno de flores y me trajese al mismo tiempo algunas semillas de diferentes especies. «Menos de un cuarto de hora después, mi criado estaba de regreso. Entregué al fakir el jarrón lleno de una tierra blanquecina. El la humedeció lentamente con un poco de agua, luego me pidió que le diese la semilla que hubiese elegido, así como un trozo de tela cualquiera. Tomé al azar una semilla de papaya de la que corté ligeramente la piel que la cubría, con la autorización del fakir, y se la entregué a la vez que algunos metros de muselina de mosquitero. «– Pronto dormiré el sueño de los espíritus, – me dijo Covindasamy;– júreme no tocarme, ni a mí, ni al jarrón. «Se lo prometí. «Entonces sembró la semilla en la tierra, luego, hundiendo su bastón a siete nudos – signo de iniciación que no lo abandona jamás – en un rincón del jarrón, se sirvió de lo que yo le había dado. Después de lo que se puso en cuclillas, extendió las manos horizontalmente encima del aparato y cayó poco después en un estado de completa catalepsia. «Yo ignoraba si esa situación era real o simulada, pero cuando al cabo de medio hora vi que no había hecho un movimiento, me vi obligado a rendirme ante la evidencia; ningún hombre despierto, sea cual sea su fuerza, no es capaz de mantener durante diez minutos solamente los dos brazos extendidos horizontalmente ante él. Así transcurrió una hora, sin que el más pequeño movimiento muscular viniese a revelar vida… Casi completamente desnudo, con el cuerpo brillante y curtido por el calor, los ojos abiertos y fijos, el fakir parecía una estatua de bronce en una pose de evocación mística. 297 «Hacía dos horas que esperaba. El sol bajaba rápidamente en el horizonte, cuando un leve suspiro me hizo dar un brinco. El fakir estaba regresando a él. «Mi hizo una señal para que me acercara y, levantando la muselina que velaba el jarrón, me mostró fresco y verde un joven tallo de papaya de unos 20 centímetros más o menos de altura. Adivinando mi pensamiento, Covindasamy hundió sus dedos en a tierra que, durante la operación había perdido casi toda su humedad, y, retirando delicadamente la joven planta, me mostró, sobre una de las dos películas que se adherían aún a las raíces, la rasgadura que yo había hecho dos horas antes. «Pero se dirá, ¿era la misma semilla y la misma rasgadura? «No tengo más que una cosa que responder. «No me di cuenta de ninguna sustitución. «El fakir no había salido de la terraza en ningún momento. Yo no lo había perdido de vista. Viniendo, él ignoraba lo que iba a pedirle. Él no podía ocultar una planta cualquiera bajo su vestimenta, puesto que estaba casi completamente desnudo, y en todos los casos ¿cómo habría podido prever por adelantado que yo elegiría una semilla de papaya, en medio de treinta especies diferentes que el cansama me había traído. «Ese es el hecho; no puedo decir nada más. Es de los casos en los que la razón protesta, incluso en presencia de fenómenos que los sentidos no han podido ser tomados en flagrante delito de fraude. «Y sin embargo… Tras haber gozado algunos instantes de mi estupefacción, el fakir me dijo con un movimiento de orgullo mal disimulado: «–Si continuase las evocaciones, en ocho horas, el papayero tendría flores y, en quince días, frutos.» 298 ¡Hacen muchas más cosas estos prodigiosos fakires!... Uno de los ejercicios familiares que hacen comúnmente se llama la danza de las hojas. Un cierto número de hojas son ensartadas por la mitad sobre otros tantos bastones de bambú pinchados en la tierra en jarrones o en otros lugares. Si no se le pide, el encantador no prepara nada él mismo, y no toca ninguno de los «accesorios» Cuando todo está preparado, se sienta en el suelo con las manos extendida y a una distancia tal que se puede pasar entre las hojas y sus manos. Al cabo de un instante, los espectadores sienten una especie de brisa fresca acariciarles el rostro, aunque las telas del alrededor permanecen inmóviles, y pronto las hojas suben y bajan más o menos rápidamente a lo largo de los bastones que las atraviesan. Eso, claro está, sin contacto visible ni tangible, entre el operador y los objetos que le sirven para la experiencia. En otras ocasiones, un jarrón lleno de agua se mueve espontáneamente sobre una mesa, se inclina, oscila, se eleva a una altura bastante sensible, sin que una sola gota del líquido se derrame. O bien aún, se producen golpes, a petición de los asistentes, aquí o allá en número determinado. Si hay instrumentos musicales, producen sonidos, tocan aires, al pleno sol, bajo los ojos de los que están presentes, a varios metros del fakir y sin que éste salga un solo instante de su inmovilidad marmórea. El fakir está dotado de un poder psíquico que llegará al colmo de vuestra sorpresa. Se sitúa en un lugar bien a la vista en la sala donde cada uno lo observa, y allí, a plena luz, haciendo frente a la asistencia, cruza los brazos sobre su pecho. Su rostro brilla, sus ojos se iluminan de un fuego sombrío, luego lentamente, dulcemente, abandona la tierra, 299 se eleva más o menos, a veces a varios pies por encima del suelo, ¡algunas veces incluso hasta el techo!... Otra maravilla finalmente. Se encuentra, entre la asistencia, un extranjero recién llegado, de Provenza o de Sajonia, poco importa, se le invita a pensar en un verso de Mireille o en una frase cualquiera del dialecto de su país. Este es un letrado, pensará en un verso de Virgilio o de Homero… He aquí que el fakir extiende arena fina sobre una mesa o una superficie lisa. Un bastoncillo de madera está situado sobre la arena distribuida en una capa fina, mientras que el hombre desnudo, con el cuerpo en semicírculo, las piernas replegadas y las manos extendidas hacia la mesa, adopta su inmovilidad de estatua. Se hace el silencio; se esperan algunos instantes… y hete aquí que se produce una intensa y palpitante estupefacción de los espectadores cuando se ve el bastoncillo levantarse, trotar, correr solo sobre la arena, donde cada uno pronto puede leer, uno su verso de Mistral, el otro su frase en dialecto sajoniano, el tercero, en fin, algunos versos de la Iliada o de las Bucólicas1… Cuando se les pregunta a los fakires por esos prodigios incomparables, responden que son producidos por los Espíritus. «Los Espíritus, – dicen – que son las almas de nuestros antepasados, se sirven de nosotros como de un instrumento. Nosotros les prestamos nuestro fluido natural para combinarlo con el suyo, y, mediante esa mezcla, se constituyen un cuerpo fluídico, con la ayuda del cual actúan sobre la materia así como ustedes lo han visto.» 1 El Sr. L. Jacolliot obtuvo mediante este procedimiento el nombre de un amigo muerto varios años antes. 300 Esta es, en algunas palabras y resumido por los fakires, la teoría exacta y completa de todos los fenómenos de la mediumnidad. Extraído de la misma obra, le Fakirisme occidental: «Esto es lo que hemos observado, – dice el Dr. Gibier, tras un exhaustivo examen al médium Slade: «La primera vez que lo vimos en uno de sus estados de éxtasis especiales, el acceso se inició así: al principio una ligera rojez coloreo la cara y una especie de rictus hizo contraer los músculos del rostro; los ojos se convulsionaron, luego se cerraron enérgicamente, un chirriar de dientes de dejó oír y una sacudida convulsa de todo el cuerpo anunció el comienzo de la « posesión ». «Después de esta corta fase bastante penosa de ver, el rostro del sujeto se animó con una sonrisa y voz completamente cambiada, así como la actitud. El personaje nuevo, Slade realmente transformado, nos saludó con cortesía así como a cada uno de los asistentes. «En este estado de trance, como dicen los ingleses, o de encarnación, como se expresan los espiritistas franceses, Slade es reemplazado (según sus propias afirmaciones), reemplazado anímicamente por el Espíritu de un indio llamado Owasso. En ese caso, está bastante alegre. En otras ocasiones Owasso cede el lugar al Espíritu de un gran jefe Piel Roja de su tribu; pero éste al no saber inglés, hace levantarse a Slade, caminar a grandes pasos y declamar en un lenguaje sonoro que, parece, es el de los indios caribes. Hemos escuchado a Slade contar repetidas veces lo que le sucede a veces, cuando se encuentra en esa situación, hablando francés u otra lengua también desconocida por él. 301 «Hemos tenido que hacer una operación a Slade por un quiste en el cuero cabelludo. Como es muy sensible al dolor y muy pusilánime, no fue necesario pensar en practicar la operación con bisturí y recurrimos a los productos cáusticos. La aplicación de la pomada empleada fue desde el principio muy dolorosa para Slade que, al cabo de algunos minutos, sufrió de un modo intolerable. Sudaba grandes gotas y todos sus miembros estaban agitados de un temblor convulso. «Le sugerimos entonces la idea de hacer llamar a Owasso, que por otra parte no se hizo en absoluto de rogar. Slade cayó enseguida en estado de trance y, con la voz modificada de la que hemos hablado, conversó alegremente con nosotros y el Sr. F. que asistía a la operación. El dolor debía volverse cada vez más intenso, pues la potasa mordía en las capas sensibles de la dermis; pero Salde no parecía ya preocupado de ello como si se hubiese tratado de otro paciente. «Al comienzo de la operación, el pulso estaba a 85 pulsaciones por minuto; algunos instantes después había caído a 60; la piel, que estaba caliente antes, se había enfriado casi súbitamente y Slade-Owasso continuaba conversando y riendo con nosotros. «Le pinchamos violentamente la parte dorsal de la mano, y el paciente, que se sobresalta al menor contacto, en estado normal, no pareció darse cuenta de la pequeña tortura que le infligíamos. «Al cabo de un cuarto de hora, el cáustico fue retirado, Slade tuvo una convulsión y regresó a su estado natural. Nos estrechó la mano diciendo good bye como en el instante de una partida. El dolor se hizo sentir de nuevo, pero muy soportable, y Salde se quejaba más del dolor donde lo habíamos pinchado. «Hay que confesar que todo eso es muy extraño.» 302 Veamos ahora un muy curioso artículo del Sr. Victor Meunier, redactor científico del periódico le Rappel: «El Dr. Liébault nos envía la transcripción de una experiencia asombrosa de sugestión hipnótica hecha ante un cierto número de sabios, médicos y farmacéuticos (cuyos nombres son citados en el artículo). «Tratando de comprobar si el supuesto milagro de la estigmatización no cubre algún fenómenos hipnótico, el Sr. Focachon emprendió con una tal señorita Élisa, por sujeto, unas investigaciones que lo llevaron a producir quemaduras y ampollas, mediante simple sugestión, – lo que fue constatado por numerosos testigos. «Tras haber obtenido ampollas sin líquido interior, el Sr. Focachon tuvo la natural curiosidad de ver si el efecto inverso se produciría igualmente. Y fue con ese objetivo como se organizó la siguiente experiencia: «De un trozo de piel de ampolla, se hicieron tres partes: «Una fue aplicada sobre el brazo izquierdo de la Srta. Elisa (durmiendo en estado hipnótico). Otra fue aplicada sobre su brazo derecho. La tercera se aplicó sobre el pecho de un enfermo internado en el hospicio civil. «Apenas los emplastos fueron depositados, cuando el Sr. Focachon hizo a la Srta. Elisa esta enérgica declaración: la ampolla aplicada sobre su brazo izquierdo debe producir ningún efecto. «Desde el comienzo de la experiencia – las diez y veinticinco minutos de la mañana, hasta las ocho de la noche – la Srta. Elisa no quedó sola ni un instante. «A las ocho, regresados y reunidos junto a ella, los testigos citados, después de haberse asegurado por el estado de la venda que no había sido quitada, la retiraron y constataron esto: 303 «Que, sobre el brazo izquierdo donde la sugestión había anulado el efecto de la ampolla, la piel estaba intacta; como sobre el brazo derecho, la piel de ampolla había operado su efecto ordinario: finalmente, sobre el pecho del enfermo del hospital fue encontrada una ampolla magnífica.» OTRO FENÓMENO DE SUGESTIÓN Veamos ahora en qué términos la cuenta el Sr. Liégeois, profesor en la Facultad de derecho de Nancy y autor de la experiencia: «Debo inculparme, – dice el Sr. Liégeois, – de haber intentado hecho matar a mi amigo Sr. P., antiguo magistrado, y eso, circunstancia agravante, en presencia del Sr. comisario central de Nancy. «Me hice con un revólver y algunos cartuchos. Para desarrollar la idea de un juego puro y simple con la persona objeto de la experiencia y que tomé al azar entre los cinco o seis sonámbulos que se encontraban ese día en casa del Sr. Liébault, cargue una de las balas de la pistola y la disparé en el jardín. Regresé de inmediato, mostrando a los asistentes un cartón que la bala acababa de perforar. «En menos de un cuarto de minuto, sugería a la Sra. G., una de los sonámbulos, matar al Sr. P. de un disparo de revólver. Con una inconsciencia absoluta y una perfecta docilidad, la Sra. G. se adelantó sobre el Sr. P. y disparó sobre él. «Interrogada inmediatamente por el Sr. comisario, ella confesó su crimen, con una absoluta indiferencia. Ella mató al Sr. P., porque… no le gustaba. Podían arrestarla; sabe bien lo que le espera; si le quitan la vida irá al otro mundo, como su víctima que ella vio extendida en el suelo, bañada en su sangre. Se le preguntó si no fui yo quién le había sugerido la idea del asesinato que ella acababa de cometer. 304 Afirmó que no; que lo hizo espontáneamente; que ella sola es culpable.» TERCER EJEMPLO MÁS SUGESTIVO AÚN «La observación más interesante, – dice el Dr. Dufour, médico jefe del manicomio de Saint-Robert (Isère), – es la de un tal T. afectado de histero-neurastenia, considerado como muy peligroso y que sin embargo deambula en libertad en una de las estancias del manicomio. «Rápidamente se volvió accesible a la sugestión, que sucesivamente tuvo su razón de ser con motivo de crisis histéricas, de tendencias suicidas y de penosas alucinaciones del oído. T., que se evadió tres veces de un manicomio, va y viene ahora, sin pensar en la menor tentativa de evasión, porque, estando en estado de sonambulismo, le ha sido sugerido no escaparse más. «Por otra parte, ese mismo personaje extraordinario es asombrosamente sensible a la acción de los medicamentes, incluso a distancia. Que se juzgue por estos sorprendentes hechos. «Un gramo de ipeca, metido en un papel plegado y puesto sobre su cabeza, bajo un sombrero de copa, ha determinado nauseas y regurgitaciones que se han detenido desde el momento en se le fue retirado el medicamento. «Un paquete de raíces de valeriana, situado sobre su cabeza bajo un gorro de lana, produjo hechos inconcebibles. T. sigue una mosca con sus ojos y abandona su silla para correr tras ella; se pone a caminar a cuatro patas, juega como un gatito con un tapón, eriza la espalda si se le ladra, lame su mano y la pasa por sus orejas – es un gato. «Cuando se le quita la valeriana, desaparece todo, y T. se encuentra a cuatro patos muy asombrado de encontrarse 305 en esa postura. No tiene ningún recuerdo de lo que acaba de suceder. «Esto es más fuerte todavía. El laurel aplicado sobre su cabeza, provoca en él una explosión religiosa, cuando se declara de costumbres anarquistas y ateas. Muestra una pared donde habría que poner un Cristo; a falta de ese Cristo, se arrodilla, eleva las manos al cielo, luego se descubre devotamente… Pero, quitando su gorro, hace caer las hojas, con las cuales cae inmediatamente su acceso de devoción. Ningún recuerdo de lo que ha pasado.» ¡He aquí rarezas! Sin embargo no hemos dicho todo. Escuchad el estremecedor relato de visiones y obsesiones que nos hace aquél mismo que las padeció… la víctima, se podría decir. Muchas personas han leído el Horla, historia extraña y fantástica que nos cuenta – como solamente él sabía hacerlo – el pobre Guy de Maupassant, desequilibrado ya, y de tal modo, que se habría podido prever el triste final que le estaba reservado. ¿Conoció los fenómenos espiritistas? Nada nos permite suponerlo; pero lo que es incuestionable, es que fue objeto de una obsesión terrible que nos cuenta en estos términos: «4 de agosto.– Hay problemas entre mis criados. Aseguran que alguien rompe los vasos en los armarios por la noche. El mucamo acusa a la cocinera y ésta a la lavandera quien a su vez acusa a los dos primeros. ¿Quién es el culpable1? 1 Él ha constatado, tras horribles pesadillas, que un ser está allí, que lo acosa y lo obsesiona. Todas las mañanas, su jarra está vacía y su leche desaparece cada noche. Retomemos su relato. 306 «6 de agosto.– Esta vez no estoy loco. Lo he visto... ¡lo he visto! Ya no tengo la menor duda. . . ¡lo he visto! Aún siento frío hasta en las uñas. . . el miedo me penetra hasta la médula... ¡Lo he visto!... «A las dos de la tarde me paseaba a pleno sol por mi rosedal; caminaba por el sendero de rosales de otoño que comienzan a florecer. Me detuve a observar un hermoso ejemplar de géant des batailles, que tenía tres flores magníficas, y vi entonces con toda claridad cerca de mí que el tallo de una de las rosas se doblaba como movido por una mano invisible: ¡luego, vi que se quebraba como si la misma mano lo cortase! Luego la flor se elevó, siguiendo la curva que habría descrito un brazo al llevarla hacia una boca y permaneció suspendida en el aire trasparente, muy sola e inmóvil, como una pavorosa mancha a tres pasos de mí. «Azorado, me arrojé sobre ella para tomarla. Pero no pude hacerlo: había desaparecido. Sentí entonces rabia contra mí mismo, pues no es posible que una persona razonable tenga semejantes alucinaciones. Pero, ¿tratábase realmente de una alucinación? Volví hacia el rosal para buscar el tallo cortado e inmediatamente lo encontré, recién cortado, entre las dos rosas que permanecían en la rama. «Regresé entonces a casa con la mente alterada; en efecto, ahora estoy convencido, seguro como de la alternancia de los días y las noches, de que existe cerca de mí un ser invisible, que se alimenta de leche y agua, que puede tocar las cosas, tomarlas y cambiarlas de lugar; dotado, por consiguiente, de un cuerpo material aunque imperceptible para nuestros sentidos, y que habita en mi casa como yo... «Ya no se manifiesta, pero lo siento a mi lado, espiándome, mirándome, penetrándome, dominándome y sobre todo y lo más temible, ocultándose así, como si 307 indicase, mediante fenómenos sobrenaturales, su presencia invisible y constante. «14 de agosto.– ¡Estoy perdido! ¡Alguien domina mi alma y la dirige! Alguien ordena todos mis actos, mis movimientos y mis pensamientos. Ya no soy nada en mí; no soy más que un espectador prisionero y aterrorizado por todas las cosas que realizo. Quiero salir y no puedo. Él no quiere y tengo que quedarme, azorado y tembloroso, en el sillón donde me obliga a sentarme. Sólo deseo levantarme, incorporarme para sentirme todavía dueño de mí. ¡Pero no puedo! Estoy clavado en mi asiento, y mi sillón se adhiere al suelo de tal modo que no habría fuerza capaz de movernos. «De pronto, siento la irresistible necesidad de ir al huerto a cortar fresas y comerlas. Y voy. Corto fresas y las como. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! ¿Será acaso un Dios? Si lo es, ¡salvadme! ¡Libradme! ¡Socorredme! ¡Perdón! ¡Piedad! ¡Misericordia! ¡Salvadme! ¡Oh, qué sufrimiento! ¡Qué suplicio! ¡Qué horror! Pero, ¿quién es el ser invisible que me domina? ¿Quién es ese desconocido, ese merodeador de una raza sobrenatural? «Por consiguiente, ¡los invisibles existen! ¿Pero cómo es posible que aún no se hayan manifestado desde el origen del mundo en una forma tan evidente como se manifiestan en mí? Nunca leí nada que se asemejara a lo que ha sucedido en mi casa1. Si pudiera abandonarla, irme, huir y no regresar más, me salvaría, pero no puedo. «Somos tan indefensos, inermes, ignorantes y pequeños, sobre este trozo de lodo que gira disuelto en una gota de agua. 1 Guy de Maupassant lo ignoraba; pero ¡cuántas veces han pasado cosas semejantes! 308 «Pensando en eso, me adormecí en medio del fresco viento de la noche. «Pero después de dormir unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer un movimiento, despertado por no sé qué emoción confusa y extraña. En un principio no vi nada, pero de pronto me pareció que una de las páginas del libro que había dejado abierto sobre la mesa acababa de darse vuelta sola. No entraba ninguna corriente de aire por la ventana. «Esperé, sorprendido. Al cabo de cuatro minutos, vi, sí, vi con mis propios ojos, que una nueva página se levantaba y caía sobre la otra, como movida por un dedo. Mi sillón estaba vacío, aparentemente estaba vacío, pero comprendí que él estaba leyendo allí, sentado en mi lugar. «¡Con un furioso salto, un salto de fiera irritada que se rebela contra el domador, atravesé la habitación para atraparlo, estrangularlo y matarlo!... «Pero antes de que llegara, el sillón cayó delante de mí como si él hubiera huido. . . la mesa osciló, la lámpara rodó por el suelo y se apagó, y la ventana se cerró como si un malhechor sorprendido hubiese escapado por la oscuridad, tomando con ambas manos los batientes. «19 de agosto.– ¡Ya sé. . . ya sé todo! Acabo de leer lo que sigue en la Revista del Mundo Científico: «Nos llega una noticia muy curiosa de Río de Janeiro. Una epidemia de locura, comparable a las demencias contagiosas que asolaron a los pueblos europeos en la Edad Media, se ha producido en el Estado de San Pablo. Los habitantes despavoridos abandonan sus casas y huyen de los pueblos, dejan sus cultivos, creyéndose poseídos y dominados, como un rebaño humano, por seres invisibles aunque tangibles, por especies de vampiros que se alimentan de sus vidas mientras los habitantes duermen. 309 «El profesor don Pedro Henríquez, en compañía de varios médicos eminentes, ha partido para el Estado de San Pablo, a fin de estudiar sobre el terreno el origen y las manifestaciones de esta sorprendente locura, y poder aconsejar al Emperador las medidas que juzgue convenientes para apaciguar a los delirantes pobladores.» «Ha venido Aquél que inspiró los primeros terrores de los pueblos primitivos. Aquel que exorcizaban los sacerdotes inquietos y que invocaban los brujos en las noches oscuras, aunque sin verlo todavía. Aquel a quien los presentimientos de los transitorios dueños del mundo adjudicaban formas monstruosas o graciosas de gnomos, espíritus, genios, hadas y duendes. «Después de las groseras concepciones del espanto primitivo, hombres más perspicaces han presentido con mayor claridad. Mesmer lo sospechaba, y hace ya diez años que los médicos han descubierto la naturaleza de su poder de manera precisa, antes de que él mismo pudiera ejercerlo. Han jugado con el arma del nuevo Señor, con una facultad misteriosa sobre el alma humana. La han denominado magnetismo, hipnotismo, sugestión. . . ¡qué sé yo! «¡Desgraciados de nosotros! Ha llegado el... el... ¿cómo se llama?...el … parece qué me gritara su nombre y no lo oyese… el… sí… grita… Escucho... ¿cómo?... repite... el... Horla... He oído… el Horla… es él… ¡el Horla… ha llegado, el Ser invisible y temible, ese cuerpo transparente, ese cuerpo incognoscible… ese cuerpo del Espiritu! » FENÓMENOS DE TELEPATÍA La Société pour les recherches psychiques1 de Londres se ha ocupado principalmente, hasta el día de hoy, 1 Sociedad para las investigaciones psíquicas. (Nota del T.) 310 de un tipo de fenómenos a los que llama las «alucinaciones verídicas» y para las cuales ha creado una palabra nueva derivada del griego, telepatía (sensación o sufrimiento a distancia). Exponemos aquí algunos ejemplos. «El 10 de febrero de 1874, – escribe el Sr. Oxon en una de sus obras1, – nos vimos atraídos por un triple golpeteo muy peculiar sobre la mesa, y recibimos comunicación de un relato escabroso – con las edades precisas y los más mínimos nombres – de la muerte de tres niños, hijos del mismo padre a quién habían sido arrebatados súbitamente. Ninguno de nosotros había tenido conocimiento de esos nombres que eran poco comunes. Esos niños estaban muertos en un país lejano, la India, y cuando el mensaje nos fue enviado, no teníamos medio alguno de información que nos permitiese verificar los hechos. Sin embargo fueron comprobados. «El 28 de marzo del mismo año, conocí al Sr. y a la Sra. Wats. Nuestra conversación giró principalmente en torno a la evidencia de los fenómenos psíquicos y yo les conté el hecho anteriormente mencionado. La Sra. Wats quedó muy impactada con ese relato que se correspondía con una triste historia que ella había escuchado contar en casa de una tal Sra. Leaf. Se trataba de un gentleman residiendo en la India que, en un corto espacio de tiempo, había perdido a su esposa y a tres hijos. Informaciones recabadas por la Sra. Leaf, permitieron demostrar que todas las indicaciones dadas por el mensaje eran de una exactitud absoluta.» Un hecho análogo ocurrió recientemente en París, en una sesión de experimentación en la que se encontraba el 1 Spirit identity. 311 Sr. Jules Baissac que nos hizo el relato siguiente que yo mismo he escuchado con mis oídos (es el Sr. Eugène Nus quién habla): «El 7 de mayo de este años, 1890, se tuvo la idea en casa de hacer hablar a la pesada mesa de mi despacho. Nos alineamos alrededor de la mesa, mi esposa, uno de mis hijos, un familiar y dos damas amigas nuestras. «Después de una aplicación de nuestras manos habiendo durado apenas cinco minutos, la tabla al principio se estremeció, luego con fuerza crujió, y finalmente se levantó en varias ocasiones sobre uno de sus cuatro pies. –¿Quién está ahí? – preguntó mi hijo, y ésta es la respuesta que obtuvo: Louis Constant, originario de la Charente, cerca de Limoges, soldado movilizado, muerto a los veintisiete años, en un combate de los primeros días de diciembre de 1870. «Ahora bien, como yo tengo en el ministerio de la Guerra mi despacho, al lado de los archivos administrativos, mis hijos me pidieron que investigara las fichas de los soldados muertos en 1870. «Dejé transcurrir ocho días, luego, a instancias reiteradas de mi familia, rogué al empleado encargado del servicio de archivos que me enseñara la ficha del tal Constant, fallecido en 1870, y he aquí el mismo texto del acta que leí con mis propios ojos: – Constant, Louis, nacido en Saint-Coutant, cantón de Champagne-Mouton (Charente), nacido el 3 de agosto de 1843, movilizado en noviembre de 1870, muerto el 8 de diciembre de 1870 en el combate de Josnes. «Ninguno de nosotros jamás había oído hablar de ese Constant, e incluso se creía que nunca hubiese existido.» ¿Por qué procedimiento, – prosigue Eugène Nus – y con qué propósito, el inconsciente, la semi consciencia o algún estado que sea de consciencia oscura, localizado en 312 los hemisferios cerebrales del Sr. Baissac y sus invitados, ha traído a esa mesa el extracto mortuorio de ese pobre diablo de recluta? ¿Qué grupo de imágenes ha podido condensarse allí, para formar en el cerebro de uno de los asistentes esa personalidad real de Louis Constant, nacido en la Charente? Para la moderna psicología hay ahí materia para un suplemento de informaciones, esperando que nuevos enigmas le sean planteados por ese fantástico fenómeno que parece burlarse de la ciencia. Un coronel, en una reunión de amigos, vio de repente ante él, un ataúd abierto en el qué estaba acostada una de sus hermanas por la qué él tenía un profundo afecto. El coronel estaba por aquel entonces en una ciudad de Birmania. Su hermana estaba en Inglaterra. Él ignoraba que ella hubiese estado enferma. Supo algún tiempo después que ella había muerto, en efecto, en el mismo momento en el que él la había visto acostada en su ataúd. En el cabo de Hornos, un marinero subido a los mástiles para cargar una vela, vio de pronto, en medio de la ráfaga de viento, a su novia vestida de blanco planeando hacia él, empujada por el viento. A su regreso a Inglaterra, supo que había muerto en el momento mismo en el que se le había aparecido. Un contramaestre albañil trabajaba bastante lejos de su domicilio al que regresaba solamente cada noche. Un día, sintió un violento deseo de regresar. Trató de no darle importancia. Pero, de minuto en minuto, el deseo se hacía cada vez más vehemente. Por fin, no pudiendo resistir más, abandonó su trabajo y corrió hacia su casa. Cuando golpeó la puerta, una hermana de su esposa acudió a abrirle y toda 313 sorprendida exclamó: ¿Cómo lo has sabido? – ¿Sabido, qué? – Lo que ha ocurrido. – No sé nada. – Entonces, ¿por qué vienes? – No lo puedo decir, una fuerza me empujaba; ¿pero, qué sucede? Y supo que su esposa había sido atropellada por un coche y estaba seriamente herida, hacía más de una hora, y que, desde ese momento no había dejado de llamarlo junto a ella, con los gritos más desgarradores. Una noche, un estudiante se sintió de pronto extrañamente enfermo, febril, temblando, sin causa aparente. Fue a casa de un amigo que se sorprendió al verlo, le sirvió un whisky y sacó un trictrac para distraerlo. Imposible jugar. El malestar duró varias horas, luego por fin regresó la calma. Regresó a su casa y se acostó. Al día siguiente estaba curado. Por la tarde, recibió una carta anunciándole que, la víspera, su hermano gemelo había muerto, a la hora en la que a él le había parecido que iba a morirse. «Millares de relatos, procedentes de todas partes, cuentan cosas análogas. Solamente difieren los detalles. Unos han escuchado como la voz del moribundo los llamaba; otros han visto ante ellos al amigo o al pariente anunciándoles su muerte. Tanto se presentan en el traje que tenían en vida; tanto aparecen como fantasmas envueltos en un sudario blanco; otras veces se les ve sobre su lecho fúnebre, o en un ataúd, en la iglesia, rodeado de la parafernalia que engalana la muerte. «¿Qué se puede decir? Si es el sujeto quien se impresiona él mismo por preocupaciones experimentadas sobre la suerte de la persona que se le aparece, la alucinación es puramente subjetiva, encontrándose completamente verídica. Pero, si la ventura sucede, como 314 en el caso del coronel o del marinero, cuando no está preocupado, y ni quiera pensando en él, es difícil no suponer que la advertencia procede de la persona moribunda cuyo pensamiento franquea el espacio y va a golpear el aparato sensitivo del ser o seres que son el objeto de sus últimas preocupaciones. «Sucedan como sucedan estas misteriosas cuestiones, de las discusiones que provocan y de las divergencias de opinión adversas, siempre resultará esto: la existencia reconocida, constatada, de fuerzas psíquicas independientes de la materia y proporcionando a la doctrina espiritualista nuevos elementos de los que se podrá discutir las consecuencia, pero que a partir de ahora es imposible dudar de ellas. » LAS COMUNICACIONES DE ULTRATUMBA En las antologías que han hecho de ellas los autores especializados, desde luego las hay mediocres, insignificantes, enfáticas o en ocasiones incomprensibles; pero también las hay muy bellas y particularmente instructivas o curiosas. ¿De dónde proceden esos contrastes? La razón es muy sencilla. No hay que olvidar que, entre los Espíritus luminosos que flotan sobre la tierra y nos rodean con sus legiones, se encuentra de todo, vulgares, zafios o perversos que no han abdicado ni de su incapacidad, ni de su vanidad, ni de sus disposiciones para hacer el mal, ni de su criminal perversidad. Sobre todo es por la vanidad por lo que destacan los más ligeros, los más incapaces de entre ellos. Una de las ineptas bromas que no dejan de repetir, es asignar a nombres ilustres sus elucubraciones más mediocres. Esos pobres tipos de ultratumba encuentran de mejor gusto llamarse Sócrates, san Luís, Pascal o 315 Lamennais. De ahí esos tremendos quiproquos que escandalizan o repelen a los lectores no advertidos. «El carácter habitual de las comunicaciones, – leemos en un notable trabajo del Dr. E. Gyel, del que hablaremos más adelante, – sus cualidades y sus defectos se explican fácilmente. «Todo en la naturaleza, modificándose mediante transiciones insensibles, no podría tener para los seres pensantes transformaciones considerables de su situación tras la muerte. «Los desencarnados no son realmente muy diferentes de lo que eran en vida, según los mismos principios de la doctrina evolucionista. «Eso es sobre todo cierto para los espíritus de orden medio, mucho más numerosos. «Los Espíritus retrasados, lejos de ser superiores a su última encarnación, sufren por la perdida de sus sentidos materiales un oscurecimiento psíquico momentáneo pudiendo llegar a una semi inconsciencia. «Solamente los Espíritus elevados, gozando de una consciencia muy extendida sintetizando la suma de los progresos adquiridos en numerosas encarnaciones, están después de la muerte muy por encima de cualquiera de las personalidades que sucesivamente han constituido. «Solamente esos Espíritus están alejados de la humanidad terrestre, que la mayoría no regresarán jamás y muy difícilmente pueden, o no del todo, relacionarse con nosotros. «Sabemos que un desencarnado no puede manifestarse en el campo material más que actuando sobre un organismo vivo o por la intermediación de un organismo vivo. En el primer caso (sugestión sobre el médium), la capacidad psíquica del Espíritu se verá obligatoriamente limitada en una proporción considerable 316 por la capacidad psíquica del médium. En el segundo caso, el Espíritu, sufriendo una verdadera reencarnación relativa, estará sometido a las fatales consecuencias más o menos atenuadas de la reencarnación normal: es decir al oscurecimiento de la consciencia. El desencarnado no puede regresar al campo material, sea para una reencarnación, sea para una comunicación momentánea con nosotros, sin padecer más o menos la ley formal del olvido. «Tras este examen de la situación de los desencarnados, se comprende que las comunicaciones recibidas no pueden ser diferentes de lo que son. Y en lo relativo a la frecuencia de las comunicaciones inferiores o poco elevadas, es inevitable. «Concluimos pues que todas las objeciones hechas con tanta ligereza al espiritismo en relación con el contenido intelectual de las comunicaciones, de las oscuridades, de las banalidades, de las mentiras o contradicciones que encierran – todas esas objeciones no tienen razón de ser. «No es menos cierto, apresurémonos a añadirlo, que por el contrario a veces se obtienen comunicaciones muy elevadas revelando conocimientos y una inteligencia superiores a las del médium o de los asistentes. Entonces ellas pueden darnos informaciones inesperadas, consejos preciosos e incluso hasta predicciones de futuro.» Comencemos la serie por la de Jean Reynaud, el elocuente precursor, como es sabido, del espiritualismo moderno (Comunicación espontánea hecha a la Sociedad espiritista de París): « Amigos míos, ¡qué magnífica es esta nueva vida! Es una especie de torrente luminoso que arrastra, en su inmenso curso, las almas embriagadas del infinito. Tras la ruptura de mis lazos carnales, se han extendido ante mis 317 ojos las espléndidas maravillas de horizontes nuevos que me rodean. «Mi muerte ha sido bendecida. Mis biógrafos la consideran prematura. ¡Ciegos! Echan de menos algunos escritos, nacidos del polvo, que yo debería publicar aún, y no comprenden que el ruido – pequeño ruido – que se produce alrededor de mi tumba medio cerrada es útil para la santa causa del espiritismo. Mi obra estaba acabada; había alcanzado ese punto culminante en el que el hombre ha dado lo mejor que tenía de él y donde no hace falta volver a comenzar. Mi muerte a reavivado la atención de los letrados y la lleva sobre mi obra capital que atañe a la gran cuestión espirita que ellos pretenden desconocer y que pronto los arrastrará.» Luego, en otra comunicación: «¿Quién os dice que mi muerte no es un hecho afortunado para el espiritismo, para su porvenir, para sus consecuencias? ¿Habéis advertido la marcha que sigue el progreso, la ruta que ha tomado la fe espirita? Al principio Dios ha dado pruebas materiales: en las mesas, golpes, fenómenos de todo tipo; era para llamar la atención; era un divertido prefacio. Los hombres necesitan pruebas palpables para creer. Ahora ya es otra cosa. Tras los fenómenos materiales Dios habla a la inteligencia, al sentido común, a la razón. Esas no son proezas, sino cosas racionales que ahora van a convencer incluso a los incrédulos más recalcitrantes. Y no es más que el comienzo. Tomad nota de mis palabras: Van a sucederse toda una serie de hechos inteligentes, irrefutables y el número de adeptos, ya de por sí grande, va a aumentar todavía. Dios va a dirigirse a las inteligencias de élite, a las cumbres del espíritu, del talento y de la ciencia. Va a ser como un rayo luminoso, como una irresistible corriente magnética que va 318 a expandirse sobre la tierra empujando a los más recalcitrantes a la búsqueda del infinito.» Otra evocación en Burdeos: «Acudo con placer a vuestra llamada. Sí, tenéis razón, el fenómeno espiritista no ha existido para mí, por así decirlo (esto respondía al pensamiento del médium). Exiliado voluntario en vuestra tierra, donde había recibido por misión arrojar la primera semilla seria de las grandes verdades que envuelven el mundo, siempre he conservado el recuerdo de la patria y me he reconocido pronto en medio de mis hermanos. «El médium. – Aunque muchos Espíritus hayan ya contado sus primeras sensaciones al despertar, ¿podrías decirme lo que has experimentado volviendo a ti y como se ha operado la separación de tu Espíritu y tu cuerpo? «Jean Reynaud. – Como todos. He sentido acercarse el momento de la liberación; pero, más feliz que tantos otros, no he experimentado angustias, porque conocía los resultados, aunque éstos fueron todavía más sobrecogedores de lo que pensaba. El cuerpo es una traba para las facultades espirituales y, sean cuáles sean las luces que éstas hayan conservado, siempre son más o menos amortiguadas por el contacto de la materia. «Me dormí esperando un dulce despertar; el sueño fue corto, ¡la admiración inmensa! Los esplendores celestes desarrollados ante mi mirada brillaban con toda su luz en un incomparable estallido. Mi vista maravillada se hundía en las inmensidades de esos mundos cuya existencia y habitabilidad ya había afirmado. Era un milagro que me revelaba y me confirmaba la verdad de mis creencias. El hombre por más que se crea seguro cuando habla, tiene a menudo en el fondo de su corazón momentos de duda, de incertidumbre. Desconfía, sino de la verdad que proclama, al menos a veces de los medios imperfectos que emplea 319 para demostrarla. Convencido de la verdad que yo quería hacer admitir, con frecuencia he tenido que combatir contra mí mismo, contra el desánimo de ver, de tocar por así decir, la verdad, sin poder hacerla palpable a aquellos que tanta necesidad tendrían de creer en ella para caminar resueltamente por su vía. «El médium. – ¿De vivo, profesabas el espiritismo? » «Jean Reynaud.– Entre profesar y practicar, hay alguna diferencia. Yo practicaba, pero no profesaba. Todo hombre puede ser espiritista creyendo en su alma inmortal, en sus preexistencias, en su marcha progresiva e incesante, en las pruebas terrestres, especie de abluciones necesarias para la purificación; yo creía en ello, era pues espiritista. Había comprendido el estado errante, ese lazo intermedio entre las encarnaciones sucesivas, ese purgatorio donde el Espíritu culpable se despoja de sus vestimentas manchadas, donde el Espíritu en progreso teje con esmero el vestido que va a llevar de nuevo y que quiere conservar puro.» Citaremos otra comunicación de Jean Reynaud; pero son necesarias algunas explicaciones previas. En una de las sesiones de la Sociedad espirita de París, donde se había discutido la cuestión de la « turbación » que generalmente sigue a la muerte, un Espíritu, Espíritu perverso y duro al que nadie había hecho alusión, se manifestó espontáneamente, mediante la extraña comunicación siguiente: Digamos de entrada que este Espíritu era el de Lapommeray, triste protagonista de una causa célebre y cuyo proceso produjo un gran revuelo hace algunos años. «¿Qué decís de turbación? ¿Por qué esas vanas palabras? Sois unos soñadores y unos utopistas. Desconocéis absolutamente las cosas de las que pretendéis 320 ocuparos. No, no existe turbación, salvo tal vez en vuestros cerebros. Yo estoy tan perfectamente muerto de lo que es posible y veo claro en mí, a mi alrededor, ¡por todas partes!... «Las muerte es un terror, un castigo, un deseo, según la debilidad o la fuerza de los que la temen, la desafían o la imploran. ¡Para todos, es un amargo escarnio! «La luz me deslumbra y penetra como una flecha aguda en la sutilidad de mi ser 1… Se me ha castigado con las tinieblas de la prisión y se ha creído castigarme con las tinieblas de la tumba, o por aquellas que sueñan los católicos supersticiosos. Pues bien, sois vosotros quiénes estáis en la oscuridad y yo, degradado social, yo planeo por encima de vosotros… ¡Quiero seguir siendo yo! Fuerte por el pensamiento, desdeño las advertencias que resuenan a mi alrededor. Veo claro… ¿Qué es un crimen? Una palabra. El crimen existe por todas partes. Cuando es ejecutado por masas de hombres se le glorifica; en el particular, es detestable. ¡Absurdo! «No quiero estar lamentándome… no pido nada…¡Me basto y sabré luchar contra esta odiosa luz!» Jean Reynaud, evocado respecto a esto último, respondió mediante la siguiente comunicación: «La justicia humana no hace excepción de la individualidad de los seres que castiga; midiendo el crimen por el propio crimen, ella golpea indistintamente a aquellos que lo han perpetrado y la misma pena alcanza a los culpables sin distinción de sexo, de educación o de personalidad. 1 Palabras características. Él reconocía con eso que su cuerpo es fluídico y penetrable a esa luz odiosa que lo taladra como una flecha aguda. 321 La justicia divina procede de otro modo: los castigos que inflige corresponden al grado de adelanto de los seres que son castigados. La igualdad del crimen no constituye la igualdad de los culpables. Dos hombres cometiendo el mismo crimen pueden estar separados por la distancia de las pruebas que hunden al uno en la opacidad intelectual de los primeros círculos iniciadores, mientras que al otro, que los ha sobrepasado y posee la lucidez una vez superada la turbación del Espíritu, no se le castiga con las tinieblas, sino con la agudeza de la luz espiritual: ella trasciende la inteligencia terrestre y le hace experimentar la angustia de una llaga al rojo vivo. «Los seres encarnados a los que persigue la representación material de su crimen padecen el shock de la electricidad física; sufren por sus sentidos; los que ya están desmaterializados por Espíritu vuelven a sentir un dolor muy superior que desvanece en sus amargas ondas el recuerdo de los hechos, para no dejar subsistir más que la visión persistente de sus causas.» ____________________ Comunicación del Sr. Jobard, antiguo director del museo de la Industria de Bruselas, presidente honorario de la Sociedad espirita de París, sabio original, espíritu espontáneo y lleno de imaginación. Se proponía realizar una evocación el 8 de noviembre cuando él se adelantó a este deseo concediendo de forma espontánea la comunicación siguiente: «Soy yo, yo, a quién vais a evocar. Quiero en primer lugar contaros mis impresiones en el momento de la separación de mi alma. Sentí un estremecimiento increíble; de repente recordé mi nacimiento, mi juventud, mi madurez; mi vida entera se desarrolló ante mí. Era libre, mi 322 cadáver estaba allí yacente, inerte. ¡Ah! ¡qué embriaguez despojarme de la pesadez del cuerpo! ¡Qué embriaguez abrazar y poseer el espacio! «No creáis sin embargo que me haya convertido de pronto en un elegido del Señor; no, estoy entre los Espíritus que, siendo un poco retenidos, deben todavía aprender mucho. No he tardado en acordarme de vosotros, «mis hermanos de exilio», y os aseguro toda mi simpatía y que todos mis buenos deseos os envuelvan. «He visto el esplendor, pero no puedo describirlo. Me he aplicado en discernir lo que era real en las comunicaciones, dispuesto a filtrar todas las aseveraciones erróneas, dispuesto en fin a ser el «jinete de la verdad» en el otro mundo, como siempre lo he sido en el vuestro. «El médium.– ¿Quieres decirnos en que lugar estás en medio de nosotros y cómo te veríamos si pudiésemos verte? «Jobard.– Estoy cerca del médium; me veríais bajo la apariencia del Jobard que se sentaba en vuestra mesa, pues vuestros ojos mortales no pueden ver a los Espíritus más bajo su apariencia mortal. «Este lugar lo ocuparé a menudo y sin que a menudo lo sepáis, pues mi Espíritu habitará entre vosotros. «El médium. – ¿Las condiciones en las que están en medio de nosotros no te parecen extrañas? «Jobard.– No, pues mi espíritu desencarnado goza de una claridad que no deja en las sombras ninguna de las cuestiones que considera. «Recuerdo mis existencias anteriores y encuentro que he mejorado. Veo y me asimilo con lo que veo. Fuera de mis precedentes encarnaciones, Espíritu turbado, no me daba cuenta más que de lagunas terrestres.» «El médium.– ¿Te acuerdas de tu penúltima existencia, la que ha precidido a Jobard? 323 «Jobard.– En mi penúltima existencia, yo era un obrero mecánico corroído por la miseria y el deseo de perfeccionar mi trabajo. Ahora bien, «siendo Jobard, he realizado los sueños del pobre obrero », y alabo a Dios cuya bondad infinita ha hecho germinar la planta cuya semilla él había depositado en mi cerebro. «El médium.– ¿Te has comunicado ya en otras ocasiones? «Jobard.– Escasamente. En muchos lugares un Espíritu se ha hecho pasar por mí. Mi muerte es tan reciente que pertenezco todavía a ciertas influencias terrestres. Cuando un hombre un poco conocido abandona la tierra, es llamado de todas partes; mil Espíritus se dedican a adoptar su individualidad, eso es lo que me ha pasado a mí en varias circunstancias. «El médium.– ¿En vida, compartías la opinión que ha sido emitida sobre la formación de la tierra por la aglomeración de cuatro planetas que se habrían fundido juntos? ¿Eres de esta creencia? «Jobard.– No; era un error. Los nuevos descubrimientos geológicos prueban las convulsiones de la tierra y sus formaciones sucesivas. La tierra, como los demás planetas, ha tenido su vida propia, y Dios no necesitó de eses gran desorden y de esa agregación de planetas. «El médium.– ¿Piensas también que los hombres pueden permanecer en un estado cataléptico durante tiempo ilimitado y que el género humano ha sido traído de ese modo a la tierra? «Jobard.– Ilusión de mi imaginación que sobrepasaba siempre el límite. La catalepsia puede ser larga, pero no indeterminada. Tradiciones, leyendas exageradas por la imaginación oriental: He sufrido mucho repasando las ilusiones con las que he alimentado mi espíritu. Había 324 aprendido mucho, decidido a apropiarme de esos amplios y diversos estudios, había conservado de mi última encarnación el amor de lo maravilloso y complicado, planteado en las imaginaciones populares. «Me he ocupado aún un poco de las cuestiones puramente intelectuales en el sentido en que vosotros las tomáis. ¿Cómo podría yo, deslumbrado, arrastrado como estoy por el maravilloso espectáculo que me rodea? Después de algún tiempo de recogimientos, el Sr. Jobard tomó rango entre los Espíritus que trabajan activamente en la renovación social, esperando su próximo regreso entre los vivos para tomar allí una parte más directa. Desde esa época, él ha dado a menudo a la Sociedad de París, de la que considera ser miembro, comunicaciones de una incuestionable superioridad, sin desviarse jamás de la originalidad ni de las espirituales bromas que formaban parte de su carácter y que lo hacen ser reconocible antes de que las haya suscrito. ___________________ Podríamos multiplicar estas curiosas citas, pues es por millares como han sido recogidas. Y todas, hayan sido en tal o cual ciudad de Europa, de Asia o de América, todas nos repiten los mismos testimonios concernientes a las sensaciones divinas de las que son penetradas las almas que la desencarnación despega de los repugnantes vínculos de la materia. Siempre es el mismo grito triunfal que emiten invariablemente, a la hora bendita en la que caen las cadenas. – Escuchad esos cantos de liberación: 325 El Sr. Sanson, antiguo miembro de la Sociedad espirita, muerto en 1862: «Soy Espíritu; mi patria es el espacio, y mi destino es el Dios que brilla en la inmensidad. No más dolor; la juventud, la fuerza y la vida en este mundo maravilloso ¡donde todo es alegría, gloria y grandeza! «Cuando he podido regresar a mí, he permanecido deslumbrado. Me he visto rodeado de numerosos amigos, de Espíritus protectores que me rodeaban y me sonreían. Curado de toda miseria, liberado de todo sufrimiento, ardiente, infatigable, me lanzaba a través de los espacios donde lo que veía no se puede expresar en lengua alguna!» El Sr. Samuel Philippe, muerto en 1862: «Aunque habiendo sufrido cruelmente en mi última enfermedad, no he tenido agonía. La muerte ha venido a mí como un sueño, sin lucha, sin sacudida, sin dolor. ¡Oh! si los hombres comprendiesen lo que es la vida futura, ¡qué fuerza, qué valor les daría eso!» El Dr. Demeure, muerte en Albi en 1865: «¡Feliz! ¡Ah, desde luego que lo soy! No más vejez, no más invalidez; mi lamentable cuerpo no era más que un disfraz impuesto. Soy joven y bello, bello de esta eterna juventud de los Espíritus cuyas arrugas no pliegan nunca el rostro y cuyos cabellos nunca se vuelven canosos. Como el pájaro, atravieso el espacio; contemplo, bendigo, amo y me inclino, átomo, ante la grandeza, la sabiduría, la ciencia de nuestro Creador y ante las maravillas que me rodean. ¡Oh! ¿quién podría contar nunca las esplendidas bellezas del mundo de los elegidos, describir los cielos, las tierras, los soles, su papel en la armonía universal? La Sra. viuda de Foulon, pintora, muerta en 1865: 326 «Hace tan solo tres días que estoy muerta y siento que soy artista. Mis aspiraciones hacia el ideal de la belleza en el arte no eran más que la intuición de facultades que había adquirido en otras existencias y que se han desarrollado en mi última vida terrestre. ¿Pero cuánto tengo que hacer para reproducir una obra maestra digna de las grandes escenas de la región de la luz? ¡Pinceles, pinceles! y demostraré al mundo que el arte espirito es la coronación del arte pagano, del arte cristiano que decae y como solo al espiritismo está reservada la gloria de hacerlo revivir en todo su esplendor, sobre vuestro mundo desheredado. «He sufrido, pero mi Espíritu ha sido más fuerte que el sufrimiento del desprendimiento. Después del «supremo suspiro», he caído en síncope, no teniendo ninguna consciencia de mi estado, en una vaga somnolencia que no era ni el sueño del cuerpo, ni el despertar del alma, luego, saliendo ese largo desvanecimiento, me desperté en medio de hermanos que no conocía. Ellos me prodigaban sus cuidados, sus caricias y me mostraban en el espacio un punto luminoso que parecía una estrella lejana. «Es ahí a donde vas a ir con nosotros, me decían, tú ya no perteneces a la tierra.» Entonces he recordado, me apoyé en ellos, y, en grupo gracioso nos arrojamos hacia las esferas desconocidas donde se está seguro de encontrar la felicidad, hemos subido, subido… y la estrella siempre crecía.» Un médico ruso: «Lo que llamáis el último momento no es nada. No he sentido más que un chasquido muy corto y me he encontrado desembarazado de mi miserable carcasa. He tenido la dicha de ver una cantidad de amigos venir a mi encuentra y darme la bienvenida. Vivo en el espacio, ¡pero cuántos niveles hay en esta inmensidad! ¡Cuántos escalones en esta escalera de Jacob que va de la tierra al cielo, es decir 327 desde el envilecimiento de vuestra encarnación terrestre, hasta la depuración completa del alma! No se llega a dónde estoy más que a continuación de numerosas pruebas, es decir de nuevas encarnaciones; pero, debéis saberlo, resulta ya una inmensidad de felicidad saber que puede aumentar infinitamente.» La condesa Paula, joven, bella, rica y de ilustre linaje, muerta en 1851: «Sí, soy feliz, lo soy más allá de todo lo que se puede expresar y sin embargo todavía estoy lejos del último escalón. No obstante yo era feliz en la tierra. Juventud, salud, fortuna, homenajes, tenía todo lo que constituye la felicidad en la tierra; ¿pero qué es esa felicidad junto a la que se experimenta en estas regiones celestes? ¿Qué son vuestras fiestas más espléndidas comparadas con esas reuniones de Espíritus resplandeciendo con un brillo incomparable? ¿Qué son vuestros palacios dorados, juntos a estos deslumbrantes moradas aéreas que, en los campos del espacio, harían palidecer los arco-iris? ¿Qué son vuestros paseos y vuestros viajes, junto a estas estelas a través de la inmensidad, más rápidas que la luz? ¿Qué son vuestros horizontes limitados y nubosos, al lado de esas grandiosas profundidades donde se mueven los mundos bajo la mano directora del Todopoderoso? ¿Qué son, en fin, vuestros más admirables conciertos, junto a estas armonías inefables donde vibran todas las fibras del alma, en los estremecidos fluidos del éter?...Y que insípidas y tristes son vuestra más grandes alegrías, comparadas con las exquisitas sensaciones de una dicha cuyo efluvios inundan todo el ser, sin mezcla de inquietud, de aprensión, de sufrimiento, porque aquí todo respira amor, confianza, sinceridad. «Y ninguna pasividad en esta felicidad incesante, pero eternamente variada. En absoluto concierto perpetuo, en 328 absoluto fiesta inútiles, en absoluto belleza y monótona contemplación. No, es el movimiento, es la actividad, ¡es la vida! «Cada uno tiene su misión que cumplir, sus protegidos que asistir, sus amigos de la tierra que visitar, almas sufrientes que consolar, engranajes de la naturaleza que dirigir; uno no va de una calle a la otra, sino de un mundo a otro; uno se separa para volverse a juntar, o se dispersa para regresar a tal cita designada, se concierta, se asiste, se asocia para las obras difíciles, y el trabajo avanza y la gran obra se cumple. «No es en absoluto sin luchas ni sin dolores como he llegado al rango que ocupo en la vida espiritual. Mi última estación terrestre ha sido dulce y feliz, pero sin embargo cuántas existencias he debido pasar por las más duras pruebas que yo había voluntariamente elegido. «Trabajadores, he conocido vuestras miserias; he tenido hambre, he tenido frío, he llorado, he sufrido… pero he vencido, porque mi alma se ha fortalecido en la prueba.» Antoine Costeau, miembro de la Sociedad espirita de París, inhumado el 12 de septiembre de 1863, en el cementerio Montmartre, en la fosa común. – Fue en el cementerio mismo donde fue hecha la evocación. Fue al borde de la fosa donde el médium escribió bajo el misterioso dictado… Y fue una escena sobrecogedora escuchar a ese muerto – no menos vivo que sus auditores – hablarles en un silencio donde los corazones casi dejaban de latir y donde los asistentes, completamente pálidos, escuchaban estremecidos esta suprema voz del sepulcro, Y más allá de la tumba esa voz decía: «¡Gracias, amigos míos! La tierra va a recibir mis restos; pero bajo este polvo, mi alma no permanecerá 329 sepultada; va a planear en el espacio, luego dirigirse hacia Dios, pues yo vivo la verdadera vida, la vida eterna. «Mi cortejo, cortejo de pobre, no estuvo acompañado por un numeroso público; sobre mi tumba no se pronunciarán orgullosas discursos y sin embargo, amigos, creedme, aquí hay una multitud inmensa, pues los buenos Espíritus nos rodean. No añado más que una frase: ¡la muerte es la vida!» La Sra. Anaïs Gourdon, muerta en noviembre de 1860: «Soy feliz; espero, amo; los cielos no suponen ningún terror para mí, espero con confianza y amor que las alas blancas me empujen, es decir que creo convertirme en Espíritu puro y resplandecer como los mensajeros celestes que me deslumbran. Que esos queridos seres que me lloran no me entristezcan más con la vista de sus lamentos, puesto que han de saber que no estoy perdida para ellos; que mi pensamiento les sea dulce, y mi recuerdo ligero y perfumado. He pasado como una flor, y ninguna tristeza debe subsistir por mi rápido paso.» El Sr. Van Durt, muerto en Anvers en 1863, a la edad de ochenta años: «¡Despertarse en un nuevo mundo! Sin cuerpo material, sin vida terrestre, ¡vida inmortal! Sin hombres carnales a mi alrededor, sino formas ligeras, Espíritus que se deslizan, girando en torno a vosotros y que no podéis abarcar con la mirada, ¡pues flotan en el infinito! Tener ante sí el espacio y poder franquearlo con un aleteo… vida nueva, vida brillante, vida de inefables goces!» 330 Y siempre, y por todas partes lo mismo: una ascensión hacia el cielo, ebrios de una alegría desbordante, ¡el eterno hosanna de la liberación! _______________________ Otra comunicación, original sin duda, obtenida por una dama. Estos versos fueron dictados, en el momento en el que se publicó el relato titulado Spirite de Théophile Gautier: Por el matiz burlón de estas elegantes estrofas, se adivinaría el autor, aun cuando ellas no estuviesen firmadas; pero lo están. Estoy de regreso. Sin embargo, Señora, había prometido Y jurado por mis grandes dioses no volver a rimar. Pues es una triste tarea el hacer publicar Las obras de un autor, al estado de alma reducido. Un buen Espíritu, cuando lejos de vos yo había huido Nos habló ¡aún a riesgo de nuestra sonrisa provocar! Pienso que sabe más de lo que se quiere aprobar, Y que de algún modo él ha encontrado a su aparecido. Realmente parece extraño: ¡Un aparecido! Yo mismo, cuando estaba ahí abajo, me reía Pero cuando afirmaba que no creía, Como a un salvador a mi ángel habría acogido. Cómo lo habría amado cuando, la amarilla frente, Sobre mi mano apoyada por la noche en la ventana, Mi espíritu, llorando, el gran tal vez sondeaba Recorriendo a lo lejos, del infinito la pendiente. ¿Qué esperáis, de un siglo sin creencias, que venga? Cuando vuestra fruta más buena hayáis exprimido 331 El hombre siempre sobre una tumba, caerá abatido Si de esperanza carece para que se sostenga. Pero, se dirá, estos versos de él no son La censura del vulgar ¿qué me importaría? Cuando estaba vivo, no me preocupaba en demasía, Me reiría hoy, con mayor razón.1 Alfred de MUSSET Podríamos cerrar aquí la serie de estas comunicaciones extrañas; pero hete aquí que una obra sensacional, donde las haya, nos proporcionó otras y no menos extraordinarias2. 1 Con el objeto de conservar la rima en español, he realizado una traducción libre. El poema original en francés es el siguiente: Me voici revenu. Pourtant j’avais, Madame,/ Juré sur mes grands dieux de ne jamais rimer./C’est un triste métier que de faire imprimer/Les oeuvres d’un auteur réduit à l’etat d’âme. // J’avais fui loin de vous, mais un Esprit charman / Risque en parlant de nous d’exciter le sourire! / je pense qu’il en sait bien plus qu’il n’en veut dire, /Et qu’il a quelque part trouvé son revenant. // Un revenant! vraimente cela parait étrange. /Moi-même, j’en ai ri quand j’étais ici-bas / Mais lorsque j’affirmais queje n’y croyais pas, / J’aurais, comme un sauveur, accueilli mon bon ange. // Que je l’aurais aimé, lorsque, le front jauni, / Appuyé sur ma main, la nuit, dans la fenêtre, / Mon esprit, en pleurant, sondati le grand peut-être / En parcourant au loin les champs de l’infini! // Ami, qu’espérez-vous d’un siècle sans croyance? /Quand vous aurez pressé votre fruit le plus beau, /L’homme trébuchera toujours sur un tombeau, / Si pour le soutenir il n’a plus d’espérance. // Mais ces vers, dira-t-on, ils ne son pas de lui. / Que m’importe, après tout, le blâme du vulgaire? / Lorsque j’etais vivant, il ne m’occupait guère, / A plus forte raison, en rirais-je aujourd’hui. (Nota del Traductor) 2 La Survie; Echos de l’Au-delá publicado por Rufina Noeggerath (Librairie des Sciences psychiques). 332 No podemos sustraernos al deseo de citar aquí algunas elegidas entre las más originales – resumiéndolas algunas veces. Cosa curiosa a destacar es que la mayoría de estos mensajes de ultratumba están suscritos por grandes sacerdotes de la antigua India. Uno de ellos se designa a sí mismo bajo el nombre de Oriental. Nuestros hermanos del Más allá. – «Después de haber abandonado su envoltura corporal, los extrarerrenales, por elevados que sean e incluso a causa de su grandeza de alma, están afligidos por el dolor de los que los han perdido. No pueden decidirse a dejar a esos queridos amados que los lloran y, en ese momento, se pudiesen comunicarse, dedicarían a ello todas sus fuerzas. Es con una alegría entusiasta como os demuestran que no están perdidos para vosotros, que piensan en vosotros y que más allá de la tumba se ama mejor que en vuestro mundo. En el futuro, cuando haya médiums en cada familia, los desaparecidos se revelarán inmediatamente tras su muerte terrestre y no dejarán a sus amados más que después de haberlos consolado y fortalecido.» (Un gran sacerdote de la antigua India) Es allá arriba donde hay que mirar.– «Cuando morís en la tierra, para volver a nacer en el espacio encantado donde vivimos, ¡oh! no miréis detrás de vosotros! En ese instante crítico, uno es, porque siempre se es. Vuestro sueño periódico de cada noche esta instituido por la divina armonía para habituaros a abandonar lo que no es más que una morada pasajera. A medida que vuestros ojos corporales se convertirán inmóviles, sin miradas y se enfriaran en sus órbitas, los ojos de vuestra alma levantarán 333 sus parpados y volveréis a la verdadera luz, series libres, recuperareis todas vuestras facultades, y es entonces como seréis doble: aquí, la estatua helada que os representa muerte y vosotros, el ser vivo.» (Liana, gran sacerdote indio). Espíritus retrasados. – «Los desencarnados que después de su marcha de este mundo no saben darse cuenta inmediata de su situación exacta, se creen todavía vivos; permanecen entre su familia, regresan a sus antiguas ocupaciones, gozan de vuestra música terrestre, son artistas y regresas a vuestras fiestas si han sido mundanos, y no reconocen su error hasta que llega el día. Estos retrasados, hasta la hora de su auténtico despertar, no tienen otras satisfacciones que las que todavía pueden procurarles la tierra. Se encuentran, al otro lado de la vida, en un estado relativamente parecido a aquel en el que se encontraban antes de su desencarnación, hasta tal punto están aún sometidos a ciertas necesidades materiales, tales como las del hambre, por ejemplo; también rodean vuestras mesas en las que humean los alimentos, no pudiendo saborear en ellas más que el perfume, ya no teniendo cuerpo bastante denso para alimentarse como antes. Es así como la vida extraterrena es para numerosas desencarnadas como la pálida imagen de la vuestra.» (El Oriental.) Desengaño de los desencarnados devotos. – «Los desencarnados que durante su vida terrena no se alimentaron de otra cosa que no fueran ficciones dogmáticas, en particular los desencarnados devotos, son muy proclives a lamentarse. Para ganar una plaza en la 334 «eterna beatitud», se han arrastrado durante su vida sobre las losas de los templos, con la frente curvada, el alma sumida en sus oraciones, y, una vez desencarnados no se encuentras ni con el paraíso esperado, ni el temido infierno, ni siquiera el purgatorio. Para ser introducidos en «la asamblea celeste» de su sueño, llaman a los santos en su auxilio, pero nadie les responde. En lugar de sentirse «empujados por alas», reptan por los bajos fondos terrestres. Corren enloquecidos por las habitaciones, por los campos, y a veces hacen escuchar dolorosos gemidos, porque no encuentran en ninguna parte ese paraíso que habían creído poder comprar en la iglesia. «Esos pobre devotos desamparados son un número incalculable. En ocasiones deambulan desesperadamente durante siglos en el mismo círculo y no salen de su ceguera hasta que, después de numerosas desencarnaciones, comprenden finalmente de que modo la Fuerza Amor que hace vivir el universo ha sido tergiversada y desfigurada por sus religiones plagadas de mentiras.» (El Oriental.) Los bohemios del espacio.– «Hay seres que, tan pronto como salen del estado en el que se podría llamar « crisalidario » y que siempre lleva aparejado la muerte, parten como verdaderos «nómadas». Esos bohemios del espacio van y vienen según sus caprichos. Tanto descienden a las profundidades de la tierra, como se hunden en los abismos oceánicos. Y así actúan durante un número incalculable de años o siglos, hasta que por fin el amor, la eterna y suprema ley de la vida, los arranca de su insaciable curiosidad y pone término a las peripecias de su estéril viaje científico, pues la ciencia no puede ser sabia más que cuando se alía con el amor. 335 «Las almas son liras y los nómadas que absorben el espectáculo de las maravillas del universo no han tenido tiempo ni de completar, ni de afinar su lira, y para que ella pueda intervenir en el concierto universal, es necesario que sus cuerdas, o dicho de otro modo que las facultades adquiridas por el Espíritu, se «armonicen » mediante el amor.» (El Oriental.) El mal.– «El mal tal como lo entienden vuestros deístas y que han acabado por personalizar en el diablo es algo infantil y un sin sentido. «El mal es el sufrimiento del ascenso, la dificultad que experimenta el hombre viejo despojándose de la animalidad, el precio del progreso, el crisol donde se efectúa la evolución. La redención de una falta no es impuesta al alma, es la propia alma quién espontáneamente la efectúa mediante una expiación voluntaria.» (Un anciano gran sacerdote de la India.) Almas hermanas, almas esposas. – « Todo se relaciona, todo se encadena. Si una cierta simpatía os atrae los unos hacia los otros, esa simpatía tiene sus orígenes en el pasado. Si tales amigos son para vosotros más que parientes y os testimonian un afecto que os conmueve el corazón, dicho afecto no ha nacido espontáneamente, tiene sus raíces en vuestras vidas anteriores. Los fluidos se atraen y os acercan sin que siquiera os deis cuenta ni os prestéis a ello: el azar nada tiene que ver en eso, pues no hay azar… Nada más que milagros de amor que hacen las almas hermanas y las almas esposas.» 336 Libertad, igualdad, fraternidad.– «Los principios de igualdad y de fraternidad han sido suprimidos por el orgullo de los hombres. Vosotros jamás habéis comprendido el significado de las palabras que esculpís en los frontones de vuestros monumentos, en nombre de una república cualquiera. «La verdadera igualdad, la verdadera fraternidad, la verdadera libertad no emanan más que de los progresos realizados por cada alma. «Sí, igualdad mediante las reencarnaciones que empobrecen a os ricos y humillan a los orgullosos. «Sí, libertad mediante el progreso realizado en razón directa del que hace progresar esa libertad. «Sí, fraternidad por el perfeccionamiento de las almas en las que se manifiestan el amor y la justicia, las más altas virtudes que pueda alcanzar la perfectibilidad humana.» (El Oriental) Las cosechas celestes. – «Los mundos son campos que Dios cultiva para obtener cosechas de almas. Los mundos se forman, los mundos desaparecen; pero vosotros, seres perfeccionables que tomáis de los fuegos de los soles vuestra quintaesencia vital, permanecéis eternamente, renovados sin cesar, siempre más amantes, siempre más amados.» (Çakya Mouni.) Rejuvenecimiento de los mundos.– «Los planetas de vuestro sistema y vuestro propio sol se apagarán sucesivamente. Cuando hayan ido a buscar una nueva vida en los grandes hornos de donde han emergido antaño, saldrán refundidos, perfeccionados y nada prueba que esos 337 mundos así transformados no se conviertan en la morada de los seres que los hayan visto morir y que volverán a vivir allí, pero en un estado proporcional a la transfiguración de dichos mundos. «Todas las variedades se encuentran en el universo sideral. Hay sistemas planetarios que son iluminados por soles de colores diferentes, rojos, azules, amarillos y muchos más. ¡Imagínense las extraordinarias coloraciones que proporcionan esas diversas vibraciones luminosas a las flores, a los animales, a los propios hombres! ¡qué espectáculos inimaginables surgirán en medio de esas prodigiosas combinaciones! «Y no es solamente gracias a esas coloraciones extrañas por lo que serán modificados esos mundos, podrán serlo aún por su grado de materialidad. Hay mundos casi fluidos sobre los que pueden habitar solamente los Espíritus más elevados. Mundos insospechados de los que nada puede expresar su increíble esplendor.» (El oriental) Inferioridad de nuestra tierra.– Vuestro planeta terrestre es uno de los últimos nacidos, es lo que explica su inferioridad. El planeta mayor de vuestro sistema (Marte) tiene una coloración roja. Es allí donde la vida tiene más analogía con la vuestra; pero los hombres que lo habitan están mucho más adelantados que vosotros. La guerra les es desconocida, y lo que vosotros llamáis el «régimen gubernamental » allí está basado realmente sobre los principios de la libertad, la igualdad y la fraternidad que para vosotros no son más que palabras. Allí, todos los hombres trabajan para el bien común. El móvil de su actividad no es el amor por las ganancias, sino el amor al prójimo. Conocen realmente la ciencia, mientras que el 338 empleo de esta palabra entre vosotros no tiene otro objetivo que ocultar vuestra incapacidad. También llaman a vuestro globo, al que conocen muy bien, la tierra de los ignorantes. «Esos hombres conocen también el dolor, pero no el dolor físico, y los conocimientos que han adquirido les aligeran su peso. «En cuanto a Júpiter, es completamente diferente de vuestra tierra. Sus habitantes tienen cuerpos semi fluídicos a los que la enfermedad no podría alcanzar. Desarrollados por numerosas encarnaciones, cultivan las ciencias, las artes, y se preocupan muy poco de su alimentación material que, dispuesta a ser consumida brota, por así decirlo a sus pies.» (El Fakir.) Telefonía universal. – «El fluido universal o luz astral establece entre los seres una constante comunicación. Ese fluido es el vehículo de transmisión del pensamiento como sobre vuestra tierra el aire es el vehículo del sonido. Es una especie de «telefonía» universal que relaciona los mundos y permite a los habitantes del espacio establecer correspondencias con esos mundos. El fluido de cada uno de vosotros es una modificación del fluido universal.» (Swedenborg.) «Vuestro mundo está vivo; crea por sí mismo. El espíritu es una quintaesencia de los fluidos que debe absorber la materia.» (Çakya Mouni.) Filosofías estériles.– «De todas las filosofías religiosas a las que los hombres se han aferrado ¿cuál es 339 aquella que no se ha desmoronado? ¿Dónde está aquella que ha trascendido la humanidad, que ha hecho al hombre realmente libre y responsable ante su conciencia? No existe en ninguna parte. «Los filósofos están perplejos; han vivido de discusiones estériles, pues el principio de vida que está en el hombre siempre se les ha escapado. «¿Dónde está la verdad? La veréis aparecer. Ella crecerá por la ciencia en medio de los dogmas abatidos.» (Sócrates) «Amad, pero no adoréis. No hay ningún dios al que debáis adorar. Amar siempre es amar a Dios que está en todos los reinos, que llena el universo por entero, que está en vosotros mismos puesto que vosotros estáis formados de su esencia y es en la naturaleza y en vosotros mismos como debéis amarlo.» (Çakya Mouni.) Origen de los cultos.– «La pura creencia persistió durante mucho tiempo entre los pueblos que practicaban el arrianismo. Pero más tarde los inspirados, convertidos en sacerdotes, explotarían sus inspiraciones. El culto se estableció, y entonces comenzó la supremacía de aquellos que, pretendiendo hablar en nombre de Dios, se arrogarían el derecho de situarse entre Él y el Hombre. Desde el primer pontífice al último paria, se establecieron líneas de demarcación. Dios fue subdividido en varios poderes. Se fabricó una trinidad y el Dios antropomorfo fue impuesto a la fe de los creyentes. El Alma universal fue adorada por los hombres… ¡bajo la figura de un hombre! 340 «¡Creyentes de nuestros días, no os asustéis con la idea de que las épocas remotas no os hayan legado más que la superstición de los sacerdotes y que toda esa dogmática mentira os ha venido mediante el judaísmo que es de origen asirio y egipcio al mismo tiempo que por el propio cristianismo, pero tan pronto desfigurado! «Si el error os ha venido de la India, es también de la India – la de los primeros días de claridad – de donde viene hoy la revelación de la ciencia reencontrada, estableciendo entre la India de los tiempos védicos y los animistas de los tiempos actuales, una fraternidad de la que nosotros, Espíritus del espacio, estamos dichosos. «Sí, todo procede de la India, y los sacerdotes budistas mostrando sus pergaminos podrían decir a los misioneros cristianos: Lo que venís a predicar aquí ya ha sido enseñado hace treinta mil años. Nos habláis de Cristo, nosotros os hablaremos de Christna y podemos aseguraros además que la encarnación de Cristo no es otra cosa que la reencarnación de Christna. Es la misma alma quién anima a ambos. Christna y Jesús han profesado la misma filosofía y la misma moral. «Para llegar a Dios, para caminar hacia la conquista de su amor y de su ciencia, hay que ser libres, y esa libertad solo es el propio Dios quién os la ha concedido. Vosotros no tenéis que contar más que con vuestra conciencia, no escuchar más que las inspiraciones de vuestro corazón. No tenéis más que amar para ser buenos, para ser justos, no tenéis más que amar para deificaros.» (El Oriental) Los sacrificios. – «Para resultar agradables a sus divinidades, los hombres inmolaron al principio animales, luego niños, después vírgenes. Esos hombres bárbaros que 341 se alimentaban de carne y sangre, siendo parecidos a las bestias feroces que combatían, se imaginaron que solo los sacrificios sangrientos podían ser del agrado de la divinidad misteriosa y terrible que no se revelaba más que por los truenos de su ira. «Época de espantosa barbarie que se prolongó y agravó durante siglos. «En Perú, entre los Incas, en el Yucatán, en Cartago, en Roma, entre los druidas, como entre los salvajes, se produjeron innumerables víctimas sacrificadas a los sanguinarios dioses. Las muchedumbres prosternadas, feroces, embrutecidas, miraban correr la sangre sin que ningún sentimiento de piedad se manifestase. Los gritos de las víctimas eran apagados por los cantos sagrados, las olas de sangre desaparecían bajo los montones de flores que se arrojaban sobre el altar. «¿Y por qué todas esas víctimas? La sangre que corre es la vida que palpita, la santa vida que se prodiga inútilmente. Acostumbrarse a los gemidos de agonía, es sofocar todas las protestas del corazón. El niño acostumbrado a ver verterse la sangre del animal, verterá más tarde sin piedad la sangre de sus semejantes. Con la sangre de la víctima, el vaho maldito se espesaba alrededor de los hombres, proporcionándoles el feroz apetito del crimen. «Sin embargo el progreso ha llegado lentamente. En lugar de la crueldad que provocan y sobreexcitan los apetitos inmundos, han florecido la caridad, la indulgencia, la piedad, la bondad. El hombre ya no adora a la serpiente que representaba a sus ojos las contorsiones del temido rayo. Ahora se ha convertido en el dios de los elementos, y las fuerzas indomables de la naturaleza obedecen a su voluntad. 342 «¡No más sangre, no más sangre! ¡No más hombres de llagas abiertas clavados en una cruz!... «Hace diecinueve1 siglos que apareció un hombre en el que se manifestaban armonías superiores. Predicó el perdón de las ofensas, el amor, el arte de ser bienhechor, y los sacerdotes de su tiempo lo masacraron, y desde entonces otros sacerdotes han hecho de él una divinidad, pero una divinidad que siempre se ofrece en holocausto sobre los altares, que se inmola incesantemente a un Dios inexorable al nada apacigua ni desarma… Y así cada día, sin descanso ni tregua y en todas las partes de la tierra. Siempre el eterno sacrificio del justo – como si su pecado fuese imposible de expiar – del junto inmolado a Dios – ¡su padre y el padre de los hombres!... espectáculo impío, repugnante y lamentable. «Y tú, Jesús-Amor, tú perdonas. Tú perdonas, sin cansarte nunca, a los bárbaros que te evocan eternamente en el horror de tu suplicio, que siempre pinchan tu flanco con su lanza y hacen de tu corona de espinas una diadema sangrante.» (El Oriental.) «Se ha insultado cobardemente al Nazareno, ese gran tribuno, ese gran filósofo, a ese hombre inmenso cuya voz se ha escuchado de un extremo al otro del mundo. «Y no era suficiente. Siempre se le evoca clavado en la cruz de madera de su suplicio. Les hace falta eternizar el martirio de la víctima. ¡Qué sentimiento de horror inspira eso a los que han visto en Jesús al apóstol de la piedad, de la caridad, de la libertad! 1 Recordamos que el presente libro fue publicado en 1899 (Nota del T.) 343 «Y para colmo de ignominias, esos sacerdotes bárbaros ¡pretenden beber su sangre y comer su carne!... como los antropófagos comen a los hombres… ¡Y a eso ellos lo llaman adoración! «Evocad al Jesús-Amor, al gran igualitario, Jesús. Libertad y Justicia. Honradlo, amadlo – ¡pero no lo adoréis!...» (Robespierre) La misa. – «En la misa veo antiguas ceremonias paganas: evocaciones, pases magnéticos, libaciones, colores simbólicos, víctima expiatoria – prácticas usuales en magia.» (Liana, anciano gran sacerdote de la India.) Jesús hombre. – «Por los que no lo conocen, Jesús siente compasión; para los que le comprenden mejor, él es amor; para los demás, no es nada. Paro estos, es hermano; para aquellos, quisiera serlo; pero como no es Dios, si se pronuncia esa blasfema, él sufre y se aleja de aquellos que él quisiera conservar en su corazón; se aleja porque se siente un desconocido y un rechazado.» (Çakya Mouni.) Catolicismo y animismo.– «La Iglesia se muere, el catolicismo está muerto; ya no vive más que su corteza, como un árbol sin savia. En sus orígenes, el cristianismo era grande. Era la fraternidad, el amor humanitario. Pero pronto apareció la oligarquía católica. Los inspirados desaparecieron. Los papas y los concilios instituyeron los dogmas y los sacramentos. Hicieron dinero con todo; 344 vendieron sus bendiciones, hicieron pagar al esposo el derecho de unirse, vendieron el agua bendita a los cadáveres e incluso llegaron a vender mediante las indulgencias, los méritos del crucificado. Y los pueblos embrutecidos les obedecen desde hace veinte siglos. ¡Es espantoso! «El pueblo olvida a sus médiums, antaño tan numerosos, olvida la manera de obtener los fenómenos y va a los templos para ver allí experiencias. Los médiums, convertidos en sacerdotes, ocultaron celosamente sus secretos. Fue de ese modo como se ocultó la verdad y luego desapareció. Las grandes inteligencias del espacio se alejaron de los sacerdotes, que, viendo que ya no obtenían comunicaciones reales, las hicieron fraudulentas… y el pueblo continuaba yendo a los templos y creyendo en fenómenos falsos, porque sus antepasados los habían visto auténticos. «Ahora, ya no son necesarias esas religiones mentirosas. La verdad resplandece. Es necesario que los hombres sepan de dónde vienen y a dónde van. La vida después de la vida demostrada y probada transformará la sociedad y qué magnífica era se abrirá a partir de ahora. Cada casa será un templo, cada familia llamará a sus queridos seres desaparecidos. «La atmósfera saturada de fluidos favorables permitirá a los extra terrenales manifestarse de cien modos diferentes. Entonces todas las naciones, todas las razas no formarán más que un pueblo. Los hombres se respetarán, se amarán entre ellos. Esa será la edad de oro; esa será la recompensa de esta humanidad que ha luchado tanto y que deberá luchar todavía antes de desaparecer de este mundo.» (Paul-Louis Courier.) 345 No más muerte, no más infierno.– «La muerte, el juicio final, el paraíso, el infierno, tantas palabras vacías de sentido, pero tantos abominables errores que han sumido al pueblo en la ignorancia. «La muerte – es volver a nacer. «El juicio – es la reminiscencia de las existencias pasadas que cada uno de nosotros deberá juzgar por sí mismo. «El paraíso.– es la dicha íntima que procura el recuerdo del bien que se ha hecho, es la estancia en un medio más armónico que nuestra tierra, con la certeza de un futuro mejor. «El infierno.– es la torturante duda, el desesperado desengaño de todos aquellos que han creído en un Dios antropomorfo, despiadado, sanguinario y vengativo. «Predicar a Dios con la intención de hacer quemar a sus hijos durante la eternidad por pecados imaginarios, inventados a placer, es una odiosa calumnia, un crimen de lesa-Divinidad.» (A.N.). Responde, papa infalible. – «Hace más de dieciocho siglos, apareció en Palestina el hijo del carpintero. Había recibido por misión reformar la ley rabínica y enseñar a los hombres la fraternidad, el perdón y el amor. « Los sacerdotes lo clavaron en una cruz. Luego otros sacerdotes le sucedieron, que desde hace siglos tienen por jefe el que reina en el Vaticano. « Desciende de ese trono de oro, oh papa, y responde a la humanidad que te pregunta. « ¿Eres realmente el sucesor de San Pedro? « Predicas la humildad y tú eres la personificación del orgullo. 346 « Predicas la pobreza y tus baúles rebosan los tesoros producto de la extorsión a los pueblos. « ¿Qué has hecho de las almas y las conciencias humanas? « ¡Responde, Infalibilidad! « Metiendo en prisión y torturando a los que afirmaban que la tierra gira, ¿acaso has impedido hacerla girar? « Cubriendo a tus acólitos con trajes negros, color simbólico de los dogmas oscuros, es como ocultarás la verdad. Ha pasado el tiempo, y tú lo sabes, en el que me harías quemar junto a mi libro. « Quema esto si no te atreves a leerlo. Pero te desafío a apagar la luz que brotará de esta obra de verdad. » (Voltaire.) Canonización de Juana de Arco. – « ¿En qué os habéis convertido, sacerdotes que para complacer al inglés que os pagaba me habéis perseguido con vuestro odio? « Iglesia, ¿qué eres hoy? ¿Tus papas han crecido? « ¿Qué quiere de mí ese pontífice romano; qué necesidad tengo yo de su benevolencia? ¿En qué he merecido el incienso que sus sacerdotes quieren quemar en mi honor, para mí, la bruja, la caída en desgracia, la maldita de antes? – Juana de Arco, una santa, Juana de Arco perteneciendo a la Iglesia que la ha perseguido, deshonrado, quemado y que, sobre la espantosa hoguera, no ha encontrado otra cosa mejor que hacer que ¡ponerle sobre la cabeza un gorro de ignominia!» (Juana de Arco.) 347 Invocación a Dios.– « ¡Verdad de las verdades! ¡Summum de la vida universal! Ser cuya perfección es amor y progreso, los latidos de tu corazón son los efluvios que hacen palpitar los mundos. Tú viertes tu amor con la luz. Majestad de majestades, sol cuyos mundos han nacido y por quién los soles surgen…como él átomo sube, perdido en el espacio, y que comprende tu grandeza, sabiendo que está formado de una chispa de Dios. «Padre, yo te adoro con mi amor. Comprendo que no soy nada, pues no tengo fuerzas más que amándote.» (Jesús.) _____________ Terminaremos la serie de estos extractos con algunas comunicaciones de tintes filosóficos que provienen de una amiga, de una dama, médium delicadamente receptiva, y por la autenticidad de la que tenemos la doble garantía de una elevada inteligencia y de una naturaleza caracterizada esencialmente por su seriedad y su dignidad. « La naturaleza es la forma que toma el fluido universal para dar a las almas un habitáculo digno de ellas. Las maravillas de esta naturaleza en los diferentes mundos son en razón de la relevancia y elevación de sus habitantes.» « La inmortalidad del alma es su propia obra por la voluntad de Dios. El libre albedrío dejado al hombre constituye la verdadera grandeza de su destino; también es la buena educación de esta libre voluntad la que hace llevar a cabo un mayor progreso en una existencia.» 348 « No lloréis, vosotros que perdéis la creencia en las viejas tradiciones de los dogmas oficiales, esa no era la fe auténtica. Ésta surgirá de sus cenizas pura y radiante. El Todopoderoso ha querido para todo una resurrección transcendente. » « El Dios de verdad se revelará cada vez más a medida que la humanidad esté más preparada para comprenderlo. Es por eso por lo que no puedo haber religiones estacionarias. » « Los pensamientos se forman de diversas maneras. En primer lugar por el trabajo personal del espíritu. Pero hay otras que nos vienen del exterior. El cerebro, que es un instrumento receptor y emisor, recibe impresiones proporcionadas por una influencia ajena, esos son los pensamientos sugeridos. Un estudio más profundo del ser vivo os hará discernir fácilmente las ideas que son vuestras y las que provienen de otra inteligencia, y es de la asociación de vuestras ideas personales y las que os sugieren seres superiores, como nacen unas creaciones más claras, más fuertes y de una naturaleza excepcional. » « El materialista, más allá del tránsito a lo oscuro, se despierta en una pesadilla que lo acosa durante mucho tiempo, porque no distingue la realidad de las fantasmagorías de su penoso sueño. « El tránsito del espiritualista es otra cosa, habiéndose ya efectuado antes de la hora última. Su alma se despierta dulcemente en los brazos de sus bienamados que lo transportan de inmediato por encima de la pesada atmósfera terrestre y de las angustiosas pesadillas. » 349 « Cuando os mostramos un punto de vista demasiado elevado para vosotros, decís que para alcanzarlo se necesitan siglos y siglos; pero también decís que, para caminar hacia el ideal del que se tiene una vaga noción y que se trata de comprender, son necesarios igualmente siglos y siglos. » Hemos contado hasta aquí cosas extrañas; veremos aún otras todavía que al menos igualan, si no las superan, las que acaban de ser enumeradas. Ya hemos hablado de los cuerpos pesados que, sin ninguna intervención de fuerza aparente, se elevan y se mantienen en el espacio. Hemos hecho rápidas alusiones a otros fenómenos descubiertos por el coronel de Rochas. Unos y los otros son debidos a esa misteriosa fuerza que, bajo diversos nombres: etérica, neúrica, eléctrica o psíquica, constituye uno de los problemas más irresolubles, en apariencia, al que nuestra generación busca una solución inalcanzable y decepcionante. Citemos algunos ejemplos de esos extraños fenómenos que a pesar de sus complejas diversidades, pueden clasificarse bajo la denominación general de fenómenos de levitación y de exteriorización de la sensibilidad. Fenómenos de levitación1. El Dr. Cyriax, de Berlin, cuanta en una obra publicada hace algunos años, bajo el título: Como me he hecho espiritualista, una aventura que le sucedió en Baltimore donde vivía en 1853. 1 Derivado de la palabra latina levitas, ligereza. 350 « Un centenar de personas se encontraban una noche reunidas en el amplio taller del pintor Lanning, para escuchar un discurso de la Srta. French (en estado de trance mediumnico) cuando de repente fue levantada del estrado donde se encontraba y llevada hacia el fondo de la sala donde dio la vuelta completamente planeando a una altura de dos pies aproximadamente del suelo. « La visión de este fenómeno, constatado por mis ojos, como lo era a la vez por un centenar de personas, me estremeció. Veía ante mí, en la plenitud de mi razón, a una mujer que, sin mover ni un solo miembro, con los brazos cruzados y los ojos cerrados, planeaba por encima del suelo y luego regresaba del mismo modo, desde el fondo de la sala hasta el estrado, prosiguiendo su discurso como si no hubiese ocurrido nada extraordinario. « ¿Cuál era la fuerza que había sido puesta en acción? ¿Existía una fuerza natural, ciega, que pudiese realizar semejante hecho? Siendo inadmisible esta hipótesis, me vi obligado a concluir que las leyes de la masa habían sido momentáneamente suprimidas y que era necesario admitir la intervención de una voluntad inteligente emanando de una personalidad ajena. Las levitaciones de Home. Estas levitaciones han sido comprobadas por un gran número de testigos, y especialmente por el Sr. W. Crookes que da al respecto los siguientes detalles en sus Recherches sur le spiritualisme. «El caso de las levitaciones más sorprendentes de las que he sido testigo han tenido lugar con el Sr. Home. En tres circunstancias diferentes, le he visto elevarse completamente por encima del suelo de la habitación. La 351 primera vez, estaba sentado sobre un diván, la segunda estaba arrodillado sobre una silla y la tercera estaba de pie. «Al menos hay cien casos bien comprobados de las levitaciones del Sr. Home que son producidas en presencia de muchas personas distintas, y he escuchado de la boca de tres testigos, el conde de Dunraven, lord Lindsay y el capitán Wynne, el relato de los hechos de este tipo más impactantes. « Rechazar la evidencia de estas manifestaciones, – continúa el Sr. W. Crookes.– equivale a rechazar todo testimonio humano sea cual sea, pues no hay hecho en la historia sagrada o en la historia profana que se apoye sobre pruebas más imponentes. La acumulación de los testimonios que establecen las levitaciones del Sr. Home es enorme. » He aquí algunos otros: « Home fue levantado de su silla y yo le tomé de los pies mientras el flotaba por encima de nuestras cabezas. » (Carta del conde Tolstoi a su esposa, 17 de junio de 1866) « Luego el Sr. Home anunció que se sentía elevado. Su cuerpo adoptó la posiciónhorizontal y fue transportado, con los brazos cruzados sobre el pecho, hasta el medio de la sala. Tras haber quedado allí cuatro o cinco minutos, regresó a su lugar, transportado de la misma manera.» (Conversación redactada por el Dr. Karpovithc en una sesión mantenida en San Petersburgo, en el domicilio de la baronesa Taoubi en presencia de testigos.) « La misma noche, Home estaba sentado al piano y comenzó a tocar; como nos había instado a todos a que nos 352 acercásemos, yo me situé a su lado. Tenía una de mis manos sobre su silla y la otra sobre el piano; mientras tocaba, su silla y el piano se elevaron a una altura de tres pulgadas, luego volvieron a su lugar. » (Testimonio de lord Lindsay.) Otro relato detallado de una levitación extraordinaria que tuvo lugar en Londres, el 16 de diciembre de 1868, redactado por lord Lindsay para la Société dialectique: « Home, que estaba en trance desde un cierto tiempo, después de haberse paseado por la habitación, se dirigió hacia la sala contigua. En ese momento una comunicación vino a asustarme. « Escuché una voz murmurar a mi oído: – Va a salir por una ventana y entrar por la otra. « Completamente pasmado con la idea de una experiencia tan peligrosa, participé a mis amigos lo que acababa de escuchar, y con profunda ansiedad esperamos su regreso. «Oímos entonces levantarse la ventana de la otra habitación y casi de inmediato vimos a Home flotando en el aire, fuera de nuestra ventana. La luna iluminaba la habitación por completo, y como yo daba la espalda a la luz, el apoyo de la ventana producía sombra contra la pared que me daba de frente y vi los pies de Home que fueron a proyectarse encima. Después de haber quedado en esta posición algunos segundos, él levantó la ventana, se deslizó en la habitación, con los pies por delante y se vino a sentar. « Lord Adare pasó a la otra habitación y, observando que la ventana por la cual él había salido no presentaba más que una abertura de dieciocho pulgadas aproximadamente, manifestó su sorpresa de que Home hubiese podido pasar por dicha abertura. 353 « El médium, siempre en trance, sencillamente respondió: « Os lo demostraré. » Dando la espalda a la ventana, se inclinó hacia atrás y fue proyectado fuera, primero la cabeza, el cuerpo enteramente rígido… luego volvió a entrar y regresó a su sitio. » Home, interrogado sobre esos prodigiosos fenómenos, atribuía las levitaciones y la mayoría de los demás fenómenos que él producía, a la intervención de seres inteligentes e invisibles que se apoderaban de su fuerza nerviosa para manifestarse. Tal era igualmente la opinión del Dr. Hawksley: « Tras un serio examen, he llegado a la conclusión de que esas manifestaciones están provocadas por un espíritu inteligente que se apodera del fluido del médium y puede dejarle momentáneamente, para operar a distancia algunos actos: por ejemplo tocar un instrumento, levantar y proyectar cuerpos materiales, leer en el pensamiento o responder con inteligencia mediante golpes a las preguntas que se le plantean. « Los casos de posesión señalados por las Escrituras nos autorizan a pensar que los fenómenos actuales son desde todos los puntos de vista idénticos a los que tenían lugar en los tiempos de la primitiva Iglesia. » Casos de levitaciones análogas fueron observados en diversos lugares y con la intervención de diferentes médiums, tales como el Sr. Stainton Moses, clérigo, profesor en la Universidad de Cambridge, el escultor C., médium citado por Donald Mac-Nab en el Lotus rouge, dirigido por M. Gaboriau, el médium observado por M. B., antiguo alumno de la Escuela politécnica, y muchos otros. 354 Aquí nos limitaremos a citar algunos casos de levitaciones extraordinarias que hicieron famosa a Eusapia Paladino, médium de un poder fuera de serie. Eusapia es una mujer de Nápoles que hoy tendrá unos cuarenta años y cuyas facultades medianímicas han sido estudiadas por numerosos expertos en Nápoles, en Roma, en Milán, en Varsovia, en Cambridge y en Francia. Levitación en Nápoles en 1889. – Sesión contada por el Sr. Chiaia. «Al cabo de pocos instantes mientras los que no se oía más que el rechinar de dientes habitual de la médium que estaba en estado de letargo, Eusapia, en lugar de hablar como siempre en un mal dialecto napolitano, comenzó a hablar en italiano puro, rogando a los presentes que la tomasen de las manos y los pies. Luego, sin oír el menor rozamiento, sin observar la más leve ondulación de la mesa alrededor de la cual estábamos sentados, los Sres. Otéro y Tassi percibieron una ascensión inesperada, pues sintieron levantar muy dulcemente los brazos y, no queriendo soltar las manos de la médium, debieron acompañarla en su ascenso. Esta notable caso de levitación es más digno de atención tanto en cuento había tenido lugar bajo la más rigurosa vigilancia y con tal ligereza que parecía levantarse una pluma. « Aunque aturdidos por un hecho tan extraordinario, uno de nosotros preguntó a John (personalidad invisible de la que Eusapia se cree poseída en sus accesos de trance) si le sería posible levantar a la médium por encima de la mesa con los pies juntos de modo que se nos permita constatar aún mejor el levantamiento. John accedió de inmediato a ese deseo y Eusapia fue elevada de 10 a 15 centímetros, de tal modo que cada uno de nosotros pudo pasar la mano 355 libremente bajo los pies de la « maga » suspendida en el aire. « Cuando quiso descender de la mesa, lo que hizo sin nuestra ayuda con una destreza no menos maravillosa con la que había subido, la encontramos con la cabeza extendida y una pequeña parte de la espalda apoyadas sobre la superficie de la mesa, el resto del cuerpo horizontal, rígido como una barra y sin ningún apoyo en su parte inferior. « Por lo demás, he tenido la ocasión de ser testigo de algo más extraordinario aún. Una noche, vi a la médium extendida rígida, en un estado absoluto de catalepsia, en posición horizontal, no teniendo más que la cabeza apoyada sobre la superficie de la mesa, durante cinco minutos, y eso a la luz del gas, en presencia de numerosos profesores, escritores y otros personajes. » Elevación de la médium sobre la mesa. « La noche del 28 de septiembre, la médium, con sus dos manos tomadas por los Sres. Richet y Lombroso, se quejó de unas manos que la agarraban bajo el brazo, luego, en estado de trance, dijo con una voz completamente cambiada (que le era ordinaria en ese estado): « Ahora llevo a mi médium sobre la mesa, » y al cabo de dos o tres segundos, en efecto, la sillas con la médium que allí estaba sentada, fue elevada y depositada sobre la mesa. La médium anunció a continuación su descenso, lo que se produjo con seguridad y precisión. Durante su descenso, los Sres. Richet y Finzi sintieron en varias ocasiones una mano que les tocaba ligeramente en la cabeza. » 356 Podríamos citar aún otros casos análogos de levitaciones observadas, supervisadas y determinadas con igual precisión. Unas fueron efectuadas en Varsovia, en 19¡893 y 1894, otras en Agnélas, cerca de Voiron (Isère), en 1895, otras en Roma en 1893, donde, con la intervención del médium Alberto Fontana, tres personas fueron elevadas de un solo golpe y transportadas sobre una mesa… En todos los países, en todas las circunstancias, estos hechos se reprodujeron en las mismas condiciones de prodigiosa rareza1. No insistamos más. Pasemos ahora a los fenómenos de exteriorización de la sensibilidad. Rarezas más prodigiosas todavía. Exteriorización de la sensibilidad o, mejor aún, transporte de la sensibilidad del que es objetivo y con la que se anima a un cuerpo inerte – fenómeno increíble que el Sr. coronel de Rochas ha descubierto… o redescubierto. Sí, redescubierto, pues ya se conocía en las épocas de una humanidad que ya presentía tantas cosas. – Digamos más bien que se acordaba de ellas. En el siglo XV y en el XVI, los florentinos, los Médicis a la cabeza – quiénes nos 1 Todos estos casos de levitación humana, todas estas manifestaciones de un fenómeno incomprensible, están contados y descritos con un lujo de documentación que no puede ser más completa, en una obra del Sr. Albert de Rochas titulada: Recueil de documents relatifs à la lévitation humaine; París, 1897. En ese curioso opúsculo, el autor ha agrupado innumerables testimonios extraídos tanto de las historia de los santos, como de la historia profana. Sin prejuzgar la autenticidad de los hechos antiguos, ni del valor de las fuentes en las que han sido tomados, nos hemos limitado a las citas anteriores, porque todas tienen como garantía testimonios de expertos contemporáneos a los que nadie podría cuestionar ni su irrecusable competencia, ni su perfecta honorabilidad. 357 los trajeron a Francia – ya practicaban corrientemente los maleficios en su patria supersticiosa, tierra de pasiones sobreexcitadas y de odios mortales al servicio de los que estaban dispuestos todas las armas: puñales, estiletes, venenos, encantamientos diabólicos, toda la corrosiva hiel que pudiese destilar el corazón del hombre contra el hombre, su enemigo, todos los fluidos malsanos, misteriosos y pérfidos que golpean a distancia, matan en la sombra y nunca dejan huella. ¡Ah! ¡qué feroz es la sanguinaria bestia humana y qué temible herencia nos han transmitido nuestros antepasados de la edad terciaria! Pues bien, sí, esos « embrujos » eran una realidad monstruosa. ¿Funcionaban siempre? ¿Qué importa? Querían hacer daño y ese daño era posible. Ya conocían – mejor que nosotros – todas las temibles propiedades de nuestro organismo invisible, los magos, los nigromantes sabían que se puede transportar fuera nuestra fuerza psíquica, expandir a lo lejos nuestro fluido etérico, dispersar nuestra sensibilidad, exteriorizar nuestro sufrimiento. Y es de ese modo como operaban los magnetizadores de antaño. Modelaban groseramente una figurita de cera con la imagen de la víctima, la impregnaban, la animaban de su fluido, luego con una aguja al rojo vivo pinchaban el corazón de la figurita con la esperanza y el deseo asesino de pinchar el otro corazón palpitantes, de agotar a distancia la fuente de la vida a la que se había hecho chorrear fuera. ¿Mataban? No lo sé; pero desde luego podían hacer sufrir, enfermar a la víctima cuando ésta era particularmente sensible y los maleficios habían sido perpetrados con suficiente habilidad… y la prueba es que se 358 puede hacer todavía y de hecho se practican en sesiones de experimentaciones1 . _______________ He aquí los hechos; estos extraños hechos cuya serie hemos prometido. Debemos concluirla aquí, pues hay que limitarse ya que podríamos llenar volúmenes2. Visión doble, renacimientos del alma, milagros del faquirismo oriental, sugestiones de todo tipo, comunicaciones de ultratumba, apariciones, hipnosis, médiumnidades diversas, levitaciones, exteriorizaciones de la sensibilidad, transmisión del pensamiento, prodigiosas y turbadoras levitaciones que, de un extremo al otro del mundo, relacionan las almas, hacen palpitar los corazones, atraviesan el espacio y llenan el universo de sus estelas en tan prodigiosa cantidad, que, en las reseñas de la Société des recherches psychiques de Londres (publicadas todas cada seis meses), se pueden encontrar, a día de hoy, más de ¡diecisiete mil seiscientas cincuenta y tres experiencias de transmisión del pensamiento!... ¿Qué demuestran las manifestaciones de todos estos fenómenos donde se producen las fuerzas psíquicas, sino que el espíritu nos supera, nos sumerge, que el animismo dirige a partir de ahora la evolución de nuestra moderna humanidad y que es 1 El Sr. Jules Bois nos contaba en una de sus últimas conferencias (sobre los hechizos y las sugestiones), que la Srta. Lina, una médium muy sensible que le prestó su concurso en sus experiencias, se desvaneció el otro día a consecuencia de la imprudencia de un espectador que, en un brusco movimiento, había roto el tallo de una rosa que se había sensibilizado, cargándola del fluido de la joven mujer. 2 Para encontrar otros ejemplos, ver las obras de Allan Kardec, de Eugène Nus, de Gabriel Delanne, de Léon Denis, de L. d’Ervieu, de Paul Gibier, etc., etc. 359 « un mundo nuevo que se abre para nosotros », según la expresión del Sr. Charles Richet? Desde hace medio siglo, lentamente, pero con seguridad, la ciencia se encamina de descubrimiento en descubrimiento hacia el conocimiento de la vida fluídica, de la vida invisible que nos revelan los médiums. En otras palabras, es Psique, nuestra Bella durmiente que, desde hace siglos, dormitaba en el castillo que se encontraba en la montaña solitaria de nuestra inconsciencia de las verdades superiores, es ella quién se despierta a la vida, a las primeras luces de esta segunda aurora ya comentada desde el principio de este libro. La oleada de las fuerzas psíquicas nos levanta y nos arrastra. Los horizontes se iluminan y retroceden. El caparazón bajo el que nos sofocamos cruje, se resquebraja y nos muestra unas vistas a través de las cuales nuestra mirada se hunde en profundidades que nos producen vértigo. Dejémonos llevar por esta irresistible corriente. ¡Miremos, estudiemos, tengamos confianza! Los hechos están ahí, apremiantes, imperiosos, en su ineluctable autoridad. Ahora bien, los hechos se ríen de los académicos escépticos. Negados, abucheados, hoy, por los árbitros diplomados de hoy en día, volverán a aparecer mañana, socarrones e invencibles. Tanto peor para los obstinados que han cerrado los ojos y se han taponado los oídos. Serán empujados y arrastrados por la ola de los creyentes, cegados por el brillo de la verdad que tarde o temprano siempre triunfa… y es entonces, pero demasiado tarde, cuando se arrepentirán de no haber querido comprender nada ni haberse inclinado ante las nobles y orgullosas palabras que el ilustre William Thompson pronunciaba en su discurso de inauguración de la Asociación británica para el avance de las ciencias, en su 360 sesión de Edimburgo: « La ciencia se caracteriza, por la eterna ley del honor, de mirar de frente y sin temor todo problema que decididamente se presenta ante ella. » _______________________ 361 CAPÍTULO XIX CONCLUSIÓN Es hora de resumir a fin de poder concluir. Hemos dicho lo que es la Doctrina esotérica, de la que el « Nuevo Espiritualismo » americano, el « Espiritismo » francés, o como se le llama aún el « Faquirismo occidental », no son más que reediciones modernas. Que el primer movimiento de algunos lectores haya sido un silencioso alzamiento de hombros, acompañado tal vez de una sonrisa más o menos desdeñosa, es asunto suyo y no tenemos nada que objetar a ello. La hora no ha llegado todavía para ellos. Que haya habido, que haya aún un número de espíritus ignorantes, alucinados, neuróticos, chiflados, si se quiere; que haya sobre todo quiénes, equivocándose de etiqueta, se hayan puesto sobre la espalda el cartel de Espiritas, cuando en realidad no son más que… seamos educados, prestidigitadores más o menos experimentados en su arte – estamos de acuerdo. Pero lo que nosotros afirmamos es que hay millares y millones de hombres sinceros y decentes, sabios concienzudos de los que abundan testimonios, que, como los creyentes, se encuentran religiosamente convencidos de la verdad de la Doctrina, encontrando en ella esperanza y consuelo. Todo eso, nos parece, demuestra que realmente hay « algo » y que ese algo vale la pena ocuparse de ello. Pues bien, se ocupan de ello, en efecto, en todos los mundos y de todos modos. ¿Quién no habla hoy de espiritualismo? 362 La desgracia es que aparte de los iniciados y de los grupos de expertos que lo han estudiado escrupulosamente, nada iguala la ignorancia de la multitud con respecto a esta nueva Doctrina. Pero cuántos otros, por el contrario, investigan y se informan. Escuchad el juicio que emite sobre ella un sabio doctor que « no creyendo todavía » quiere saber y se informa « para convencerse a sí mismo » y en que amplio y leal espíritu de sinceridad filosófica1. Resumamos algunas de las páginas de este notable Tratado. « Consideremos algunas de las consecuencias que pronto resultarán, sin duda, de la constatación rigurosamente científica de los dos principios fundamentales de la doctrina espiritualista: « Persistencia del yo consciente después de la muerte; evolución progresiva del alma por sus propios esfuerzos. « Esto no es ni más ni menos que una revolución completa en la filosofía, en la moral, en la vida social e individual. » En el dominio religioso, supresión del oscurantismo sistemático, de las doctrinas incoherentes y caducas pronto olvidadas ante la luminosa sencillez de la nueva doctrina y ante la completa satisfacción que aporta a nuestros instintos de felicidad, a nuestros deseos de inmortalidad, a nuestra esperanza, por fin realizada, de conocer el Más Allá. No más ideas de la nada tan deprimentes y tan desesperantes. No más dioses antropomorfos, caprichosos y crueles, armados con sus poderes discrecionales de gracia y predestinación, eligiendo a sus elegidos, sedientos de sacrificios sangrientos para « apaciguar su ira ». No más dogmáticos poco razonables restringiendo nuestro libre 1 El Dr. C. Gyel. Essai de revue générale du Spiritisme. (Chamuel, éditeur) 363 albedrío. No más pecado original con sus bárbaras consecuencias1. No más aberraciones feroces sobre el infierno y sus suplicios eternos. Que monstruosos parecen estos dogmas mirando las enseñanzas de la nueva filosofía: doble idea de involución y de evolución abrazando todo en un panteísmo grandioso. Evolución progresiva de los mundos y los seres, mediante sus propias fuerzas, sin intervención de una divinidad exterior al universo. El alma individual no está creada de una sola pieza, con las facultadas que ha querido asignarle el capricho del creador. Se forma y se desarrolla por sí misma, por sus esfuerzos, sus trabajos y sus sufrimientos. Las desigualdades humanas, desde el punto de vista de la inteligencia, de la conciencia y del corazón, desigualdades que no explican suficientemente ni la herencia, ni la influencia de los medios, encuentran su interpretación fácil en las diferencias evolutivas de los seres. Sin la ley de las reencarnaciones, la iniquidad gobierna el mundo. La explicación del mal no queda menos satisfecha. El mal no es otra cosa que la medida de la inferioridad de los mundos y la condición necesaria para su perfeccionamiento. Castigos y recompensan no vienen más que de nosotros mismos y son la « consecuencia natural » de nuestras pecados o de nuestros esfuerzos por hacer el bien. Que nos baste saber que nuestra felicidad futura será necesariamente una consecuencia de nuestros progresos evolutivos. En cuanto a las consecuencias morales, se deducen con la misma facilidad. 1 Consecuencias monstruosas llegando hasta la condenación de los niños muertos sin bautizar. (Doctrina de Bossuet entre otras.) 364 La nueva moral constituirá una « ciencia », cuyos principios se derivan de los conocimientos adquiridos sobre nuestro destino. Necesidad del trabajo personal. Obligada solidaridad entre los hombres. Necesidad del libre desarrollo individual. El libre albedrío siempre es proporcional a la superación del ser. Noción de nuestros deberes hacia los animales proveniente de la certeza de que nosotros hemos pasado por una serie de organismos inferiores. La idea nueva se impondrá a cantidad de inteligencias elevadas que se aferran ciegamente a las religiones ancestrales por repulsa al materialismo. Igualmente será acogida por los hombres de élite que se creen materialistas y ateos por desdén a los dogmas religiosos. En la embriaguez de esas grandiosas concepciones, el hombre encuentra la distracción de las preocupaciones cotidianas, como también y sobre todo el consuelo de los mayores dolores. Para olvidar las pequeñas pasiones humanas, – rencillas y celos, agitaciones políticas y miserias inherentes a todas las imperfecciones de la vida social, – le basta entrever, no como una quimera, sino como una certeza futura, la consumación de la dicha en su ideal sublime de AMOR y de LIBERTAD. Añadir que es espiritualismo se basa en todas las ciencias, hunde sus raíces en el dominio entero de los conocimientos humanos. Concuerda de un modo absoluta con las ciencias naturales. Entre el transformismo y la teoría de la evolución anímica, conexa a la evolución orgánica, se revela una analogía indiscutible. No hay más en el plano 365 psíquico que en el plano material, la naturaleza no podría dar « saltos ». El transformismo y el espiritismo, nacidos en la misma época o muy cerca, se someten hoy a una conciliación inesperada, a expensas del materialismo que preconiza la nada y el espiritualismo dogmático. El espiritismo está en concordancia con la astronomía, que nos brinda la hipótesis muy verosímil de la pluralidad de los mundos habitados. La persistencia de la vida intelectual, dice M. Flammarion, se asocia de maravilla a la espléndida realidad de las regiones ultra terrestres. Compatible con los datos de la física y la química, la doctrina espírita nos hace entrever la unidad de la materia y la unidad de las fuerzas. El gran descubrimiento de la materia radiante permite la fácil comprensión de la constitución del cuerpo fluídico. En definitiva, nuestros conocimientos sobre la constitución molecular de los cuerpos nos autorizan a considerar como posibles los fenómenos de materialización y de desmaterialización. En el dominio de la fisiología, la noción de la fuerza perespiritual explica claramente la conservación de la individualidad física e intelectual, a pesar de la perpetua renovación de las moléculas orgánicas, como también las relaciones de lo físico y lo moral. Pero sobre todo es la teoría del cuerpo fluídico que se compagina admirablemente con las constataciones hechas en fisiología: Escuchemos lo que dice Claude Bernard de la formación orgánica: « En la evolución del embrión vemos aparecer un simple esbozo del ser ante toda organización. Los contornos del cuerpo y de los órganos son al principio simplemente 366 fijados, comenzando por los andamios orgánicos provisionales que servirán de aparatos funcionales del feto. Ningún tejido se distingue todavía. Toda la masa no está constituida más que por células plasmáticas y embrionarias. Pero, en ese esquema vital, está trazado el diseño ideal de un organismo todavía invisible para nosotros, pero que ha asignado a cada parte y a cada elemento su lugar, su estructura y sus propiedades. Ahí dónde deben estar vasos sanguíneos, nervios, músculos, huesos, etc., las células embrionarias se trasforman en tejidos arteriales, venosos, nerviosos, musculares y óseos. » Y además: « Lo que es esencialmente del dominio de la vida y que no pertenece ni a la química, ni a la física, es la idea directriz de esta acción vital. Durante toda la duración de esa organización, el ser permanece bajo la influencia de esta misma fuerza vital creadora. » Si pasamos a la psicología, el espiritismo se convierte en una guía maravillosa en medio de las dificultades de todo tipo que esta ciencia nos presenta. La noción de las existencias sucesivas explica las desigualdades de la inteligencia, de sensibilidad moral o afectiva que ni los esfuerzos individuales, ni la influencia de los medios, ni la herencia bastan para ser explicadas. Las diferencias entre la herencia física y la herencia psíquica son tales, que no encuentran explicación posible más que en la hipótesis de las vidas anteriores. Los fenómenos de hipnotismo y de sonambulismo, los desdoblamientos de la personalidad, la telepatía, las manifestaciones de la subconciencia que la ciencia es incapaz de explicar, encuentran en la teoría espírita la interpretación más luminosa. En el dominio filosófico, podemos hacer interesantes observaciones. 367 La noción del cuerpo fluídico suprime la grave dificultad de concebir el alma sin forma definida. Constatando que espíritu, fuerza y materia están indisolublemente unidos, el espiritismo ofrece un terreno de conciliación al materialismo y al espiritualismo. Espíritu, fuerza y materia girando en eterno ciclo serían las fases sucesivas de la Unidad creadora. Digamos, para terminar, que la doctrina espírita que admiten más o menos francamente un buen número de filósofos modernos1 está contenida en todos las grandes religiones de la antigüedad, aunque más o menos disimulada bajo los símbolos y las manifestaciones del culto. Se la encuentra particularmente en la India, en Egipto, entre los druidas, y los fenómenos espontáneos o provocados han sido observados en todas las épocas. Las evocaciones de los muertos en la antigüedad pagana, los oráculos de las sibilas y las pitonisas; más tarde los innumerables sucesos de brujería y de posesión, las alucinaciones y apariciones históricas muestran de un modo irrefutable que las investigaciones actuales no están sustentadas sobre novedades. » __________________ Sí, aquí está en toda su amplitud la Doctrina esotérica claramente definida y filosóficamente explicada por el Dr. Gyel. Es una confirmación de las ideas expuestas anteriormente; no nos queda más, mediante el comentario de este sugestivo resumen, que dar a nuestras conclusiones 1 Ch. Bonnet, Jean Reynaud, Henri Martin, Flammarion, Pezzani, Ch. Renouvier, tal vez y hasta el propio Hoeckel que duda, tergiversa y busca evidentemente su vía. 368 la amplitud que no podían comportar unas citas rápidas y condensadas. Como se acaba de ver, un hecho que de entrada se impone indiscutiblemente, es la grandiosa simplicidad de esta Doctrina que se anuncia como la nueva y única « religión » posible del futuro1. Entendámonos, sin embargo, pues esa palabra necesita una explicación previa. La denominación de religión ha implicado, hasta hoy, la idea de un dogmatismo más o menos artificial, más o menos modelado por las mezquinas fantasías humanas. Pues bien, esta marca de fábrica, no la encontramos en absoluto aquí. Solo el hombre no habría jamás podido encontrar una concepción de esta envergadura. No fue más que gracias a una serie de comunicaciones especiales, repetidas de siglo en siglo y renovadas en nuestros días, como hemos podido comprender que no se trata ya de una de esas elucubraciones mitológicas de las que los anales de todos los pueblos nos proporcionan tan numerosos y bizarros especímenes. ¡Qué pobre y piadosa figura forman esas pequeñas capillas que, desde las prácticas groseras de los fetichistas, hasta los dogmas nuevamente promulgados por el « sucesor de San Pedro », estorban en las inmediaciones de la nave inmensa del templo universal que llena el Dios de los dioses! No son las humanidades quiénes se lo han dedicado, es el mismo quién lo ha edificado, no para él –¿qué le importan los cultos? – sino para nosotros, para la 1 Recordemos aquí la admirable respuesta de la mesa a la que Eugène Nus y sus amigos preguntaron un día lo que sería la religión del futuro. «Esta religión, respondió el invisible interlocutor, tendrá por dogma el ideal progresivo, las artes por culto, la naturaleza por templo.» 369 edificación de esta obra de la que ningún cerebro humano ha podido nunca concebir su incomparable majestad1. Ante todo se trata de comprender bien que no somos los habitantes habituales y definitivos de nuestro hormigueo humano; que no hemos sido creados para el cumplimientos de nuestros ínfimos asuntos terrenales; sino que somos los actores del drama eterno de la vida y nada menos que los « colaboradores » del propio Creador que nos ha vinculado a su obra. Los auténticos factores de la vida no son los hombres encarnados, son los Espíritus, que, en la gama de las posibles materializaciones, eligen el grado proporcional del papel que son llamados a representar en el drama universal. Desde profanidades indeterminadas, hasta alturas supremas, todos los seres, en trabajo de evolución, conscientes o inconscientes, suben por esa escalera simbólica donde el visionario Jacob, dormido en el desierto, veía ángeles subiendo hasta el trono del Eterno. Desde todos los puntos de la rosa de los vientos del Universo, convergen hacia el centro ideal de donde se expande toda fuerza y toda vida. Ya no hay dogmas ilustrados por la Congregación del Índice. No más pecado original, no más penas eternas, no más purgatoria, no más cielo con las sillas numeradas por San Pedro. El paraíso espírito no tiene nada en común con esos paraísos infantiles concebidos por la estéril imaginación de los hombres. El Universo es el campo de trabajo eterno, el deslumbrante torbellino de actividades continuas. Los 1 Juzgamos inútil insistir sobre las divergencias que se han manifestado entre ciertos adeptos de la doctrina espiritualista. Hay hombres que tienen la manía de los pequeños catecismos. No les irritemos por esas miserias. Cuanto brilla, por encima de esas sombras que pasan, la gran Luz que nada oculta. 370 Espíritus, en el nivel al que hayan llegado, no son los contempladores pasivos de un Dios fijo en su inmóvil eternidad. Son sus enviados, sus misioneros « laicos », sus obreros en los campos donde los cultivos crecen eternamente para madurar y volver a nacer, bajo el fulgor de un sol que nunca se apaga. Todos los mundos que hace vibrar una incesante palpitación de vida son etapas sucesivas sobre el gran camino de la inmortalidad; digamos mejor, unas « escuelas de perfeccionamiento ». Si hay una cosmogonía física, hay también una cosmogonía espiritual que nos cuenta la historia de la evolución de las almas, y es a esta última a la que se le ha dado el nombre de « transmigración », que ineptos comentaristas han confundido, por ignorancia o mala fe, con la retrograda metempsicosis de las antiguas mitologías. Que se diga ahora en qué sistema filosófico o en que dogma religioso se encontraran, como aquí, los auténticos principios sobre los que pueda estar basada la Justicia absoluta. Que se diga que otra fe puede haber ayudado al hombre serio de nuestros días que, con igual desdén, rechaza la inmortalidad abstracta de ciertas filosofías y el inadmisible paraíso de las religiones oficiales, mientras que por otra parte se ve obligado por la propia naturaleza incluso y la nobleza de sus deseos, a rechazar las desesperantes negaciones de las doctrinas de la nada. No hay más que la certeza de una « inmortalidad orgánica », así como se expresa Ed. Schurè, que pueda responder convenientemente a sus legítimas exigencias. El Dios que nos ha creado, que nos ha dado facultades y aspiraciones, por tan vagas como sean, pero que se encuentra en el corazón de todo hombre, ese Dios nos debía 371 una satisfacción, es decir la realización de las promesas que contienen implícitamente los dones que nos ha dado. ¡Cómo! ¡nos habría dado hambre y sed de justicia, de verdad, y no nos habría dado ni verdad, ni justicia! Pase todavía si no se tratase más que del Jehová del Deuteronomio, ese Dios « fuerte y celoso que castigaba la iniquidad de los padres en los hijos hasta la cuarta generación », sino el Dios del Evangelio, el Dios de las misericordias, el Padre del Galileo, nuestro Padre quién reclama nuestro amor… ¡Vamos pues! La lógica se impone aquí imperativamente. Que se me muestre a un hombre de fe sincera y de corazón recto que, si no está completamente hipnotizado por su ortodoxia, pueda llamar justo al Dios que, sabiendo que tal miserable que él iba a crear estaba condenado por adelantado al fuego del eterno suplicio, lo habría arrojado a esa eternidad de dolor en una acceso de infinita despreocupación o de sistemática crueldad. Justo, ese Dios, quién, para rescatar a los culpable cuya culpabilidad era inevitable, no ha encontrado nada mejor que condenar en su lugar, en « sacrificio expiatorio »… a su hijo, ¡su hijo puro de todo pecado! ¿Cuál es pues ese Dios cuya supuesta « justicia » reclama siempre sangre y qué sangre? ¿ el del inocente por excelencia? ¡Ah!, desde luego, el apóstol Pablo no sabía que bien lo expresaba cuando llamaba a eso la « locura de la cruz ». ¿Qué dogma, qué sentencia, que juicio inicuo podrá pues hacer pasar por responsable al heredero de una culpabilidad ajena que le ha sido arbitrariamente impuesta? Presentado bajo este aspecto, el pecado original que hace salpicar sobre la humanidad entera la desobediencia de una primera pareja – pareja hipotética en suma y pecado irrisorio – y que, para que una minoritaria parte de esta 372 humanidad se salve, cuando todos los demás irán al fuego eterno, necesita la inmolación del que no conoce en absoluto el mal...¿no constituye el desafío más insólito y el más paradójico que se pueda presentar a la lógica y ante las nociones de justicia más elementales? Que pronto se reconoce en este dogma esa marca de fábrica humana de la que hablaba anteriormente. Donde habría podido haber nacido ese extravagante dogma sino en el cerebro de unos sacerdotes desviados que veían rojo en medio de sus hecatombes de víctimas irresponsables y que alucinaban con las tradiciones de una edad bárbara, donde el corazón del hombre latía aún en un pecho de animalidad más extinta… Y qué adecuado resulta aquí repetir la frase de una comunicación anteriormente citada: « ¡Crimen de lesa-Divinidad! » Cuando se piensa que es con esta religión de cólera y de sangre como ha vivido y como vive aún la humanidad desde hace dos mil años!... ¿No es piedad considerar que para abrir los ojos de todas las naciones « que se dicen cristianas », habría que razonar, argumentar, acumular las reprobaciones y las prosopopeyas?... ¿y, eso, durante cuantos siglos aún? –¿ No teníamos razón diciendo desde el principio que el error humano es algo inconmensurable ? Por lo demás, eso no es todo. Suponiendo incluso que el « paraíso » pueda ser comprado a ese precio exorbitante, ¿lo querría el hombre que siente palpitar en su corazón la sombra incluso de una conciencia? Ya no se trata hoy, como ocurría en los siglos de máxima fe ortodoxa, de salvarse solo, dejando egoístamente a los demás debatirse en « el estanque de fuego y azufre ». ¡O subimos todos juntos… o nadie subirá! – ¡Pide perdón! – se le dice al niño que, por ese medio turbio puede evitar el castigo. 373 –¡Repara tu falta! –hay que decir al hombre que, por ese medio, sólo, legítimo y justo, puede obtener su propia absolución. No es mediante la sangre de otro como se perdonan sus faltas; es por la expiación personal. «Llame como se llame esa ley monstruosa de la gracia arbitraria, – dice Eugène Nus1, – en una soberbia envoltura de indignación – suponiendo incluso que existiese – ¿quién podría comprenderla y aceptarla?» « Si la injusticia absoluta reside en el seno de la naturaleza, matriz inconsciente de la vida sometida a la fuerza y al azar; si no hay, para regir el mundo moral, ni inteligencia, ni plan, ni nada que se parezca a una idea; si no hay una ley para salvaguardar los destinos, sino nada más que acontecimientos que se encaden o más bien se cuelgan y se suceden; si de un extremo a otro de esa escala de destrucción el individuo es sacrificado a la especie, sin auxilio, sin remisión, y debe hundirse al final de su carrera en el agujero negro en el que todo se engulle, animales y personas, planetas y soles; si la vida en un círculo tan infernal, toda la vida… «Entonces, es el mal, el horrible mal, indiscutible, sin fin, sin tregua, y la única explicación que se pueda concebir de esta monstruosidad sin par, es que es la realización de lo absurdo y de lo infame, arriba, abajo, aquí, ¡por todas partes!» Pues bien, frente a ese caos de tinieblas y de locura es como se levanta, blanca, radiante y reconfortantes esta Doctrina que salvaguarda la dignidad humana, responde a sus aspiraciones, reconstituye el universo moral y justifica la justicia de Dios. 1 A la recherche des destinées. 374 ¿Es admisible que en nuestro fetichismo de las concepciones extrañas que nos ofrecen los concilios – fuesen o no ecuménicos – rehusamos a convertirnos en ciudadanos de ese « reino de los cielos » cuyo humilde pero visionario galileo intentaba, mediante sus parábolas, hacer presentir la grandeza y la serenidad? « Hoy, – dice Ed. Schuré1, cuando el hombre moderno está dividido, mutilado, por el trabajo de nuestra civilización enfebrecida, por los apetitos insaciables, por las reivindicaciones insatisfechas – ¡qué importancia podría tener la aceptación de esta Doctrina que restablecería la unidad, elevaría los corazones y reconciliaría la justicia y el amor en la alta síntesis de la paz luminosa! «Eso sería lo que devolvería a nuestra humanidad vacilante y anémica el equilibrio de su pensamiento y la virilidad de sus fuerzas, cuando la tierra tendría por perspectiva, ya no los horizontes bajos y el círculo brumoso que la estrechan, sino la altura infinita de su cielo, donde podrían darse cita aspiraciones, deseos, esperanzas… ¡Qué sueño y ese sueño, sin embarbo, podría convertirse en una realidad! » Sí, pero esperando la realidad, solamente permanece ensueño… y aún ¿entre quién? Entre algunos soñadores ingenuos, utópicos de los que se ríen los positivistas, los ambiciosos, los que no se conforman ni con las nubes flotantes, ni los lejanos espejismos. Enriquecerse lo antes posible – el medio no importa demasiado. – Gozar lo más posible – ¿qué importa el vencimiento posterior? Corramos, el oro está allá abajo, brilla al sol. Excavemos aquí, ahí es donde se abre la inagotable mina. 1 Le Drame musical. 375 Y de ese modo triunfa la materia insultante y altiva, sofocando las aspiraciones legítimas, aplastando el talón de las más justas reivindicaciones del ideal. Que diferencia entre el mundo actual, mundo de tradiciones ineptas, de pasiones sobreexcitadas, de egoísmos dominantes… y este mundo nuevo que se anuncia con su amplitud de miras, su tolerancia, su elevada concepción del verdadero « sentido de la vida ». Se habla mucho de fraternidad – en los libros. Los moralistas nos predican el amor al prójimo, al que llaman « altruismo », pero es un altruismo… únicamente apropiado a las necesidades personales de cada uno. Reclamamos a los demás tolerancia y bondad, cuando en nuestros corazones subsisten los odios, los celos, las amistades hipócritas y la piedad a flor de piel. ¿No consideráis que ya va siendo hora de tratar de poner en práctica una u otra de las tres palabras irrisoriamente serias en el frontón de nuestros edificios? Sabemos lo que vale la fraternidad. La libertad la reclama cada uno para sí. Y de la igualdad, en fin, que hacer, cuando por todas partes crecen las justas reivindicaciones de los que están abajo y que reclaman su vez. El reparto no puede ser absolutamente igual, de acuerdo – la igualdad no esta en absoluto en ninguna parte de la naturaleza – pero al menos debería haber una igualdad proporcional a las capacidades, a las aptitudes, a las necesidades, y para cada uno su parte equitativa de los bienes y los males de la vida, – sin contar que la aceptación de la Doctrina devolvería la esperanza a los corazones heridos, consolaría las tristezas de hoy mediante las promesas del día siguiente, ampliaría las perspectivas, elevaría el pesado cielo y haría lucir, en las 376 tinieblas del crepúsculo, algunos rayos precursores de las futuras auroras. (Ver la nota 7) Esto desde el punto de vista social. No es de otro modo desde el punto de vista intelectual. Ya hemos dicho que en vano se buscaría una filosofía comparable a la que nos ofrece el monismo1 trascendental de la doctrina esotérica, en todos esos sistemas encajonados que oscilan, por una especie de báscula periódica, des escepticismo al misticismo y del materialismo a la metafísica. ¿Qué verdades reconfortantes nos han aportado, qué luz han hecho penetrar en este pobre cerebro humano que se ha dejado engañar por todos los espejismos, extraviar por todas las voces discordantes y contradictorias? Solamente la ciencia – hablo de la verdadera – ha roto las barreras, abierto las bóvedas demasiado bajas y lanzado a la tierra, que se creía inmóvil, al espacio ilimitado. « ¡Gran nueva! No más infierno con sus cerrojos, no más cielo con sus puertas entreabiertas; ¡Dios está por todas partes! » ¿Quién nos dice esto? Se trata de Giordano Bruno, el apóstol inspirado del panteísmo espiritualista, Giordano el mártir de la Inquisición que lo hizo quemar vivo. Escuchad sus orgullosas declaraciones: « Desprendeos del fardo de los cielos teológicos, para nosotros no hay ni límites, ni finales, ni barreras, ni murallas que nos separen del universo infinito de cosas.» Ese dominicano que arrojó su hábito a la cara de la Iglesia se convirtió en el profeta de una religión nueva. « A partir de ahora, – prosigue el glorioso precurso – abro mis alas, surco los cielos, abrazo el infinito y, mientras 1 El monismo, en lenguaje filosófico, es la doctrina de la unidad. Designa, en particular hoy, la teoría según la cual la materia y el espíritu son llevados a una identidad fundamental. 377 me elevo de un globo a otro y penetro en los campos etéreos, dejo tras de mí lo que los demás apenas entreven. » Edad viril como aquella en la que este monje, convertido en hombre, se atrevió a decir a sus jueces estas altivas palabras: « Tenéis más miedo de pronunciar mi sentencia que yo de escucharla. » « ¡Qué decepcionados estamos de estas alturas serenas! Lo que el griego poseía en sus ritos en medio de sus templos y sus dioses, lo que el hombre de la Edad Media encontraba en su catedral, el hombre moderno lo busca en vano en el desierto de su vida moral. Nos desperezamos en nuestra complicada civilización, pero deplorablemente vacía y que no satisface a ninguno de los profundos instintos de nuestra alma. Las ciencias especiales con sus estériles fórmulas nos ocultan la naturaleza. La Iglesia momificada monopoliza y pervierte la religión que es la necesidad del infinito, y la vida social con su ausencia de franqueza y sus pequeñas convenciones nos sustrae nuestra humanidad. » (Ed. Schuré.) No tenemos más que reconquistarla. Estamos rodeados de fuerzas desconocidas, pero vivas y creadoras. Una savia nueva circula con plenitud por la naturaleza que, en todo el aparato de su poder, no busca más que sustraerse a nuestra ardiente curiosidad. El velo de Isis se ha desgarrado. Los misterios se suceden, se encadenan, se explican los unos por los otros. El presentimiento de ayer se ha convertido en la certeza de hoy. Nuevas leyes vienen a ampliar el campo de las hipótesis. La materia parece palpitar y se agita. El peso abdica en la levitación. La impenetrabilidad cede y se recusa. Algunas leyes, intangibles hasta el presente, son violadas por misteriosas energías que desafían nuestras balanzas se ríen de nuestros dinamómetros y desconciertan 378 nuestros sentidos de observación… Los Espíritus se manifiestan, se materializan en plenos cenáculos científicos y ante los más clarividentes experimentadores que en el mundo son. Posan antes los fotógrafos, se moldean en parafina, nos tocan con sus manos vivas, se pasean en medio de nosotros, nos hablan, nos aconsejan y, en algunas comunicaciones de las que tenemos una intima impresión, no dirigen, nos inspiran, nos consuelan, nos llaman hermanos y con el dedo nos muestran el cielo donde nos esperan, para compartir con nosotros su glorioso destino. Y desde todos los puntos del mundo nos llegan sus revelaciones multiples, concordantes, convergentes, repitiendo en los ecos crecientes el antiguo apóstrofe, la emocionante conminación: « Paz en la tierra; buena voluntad entre los hombres. » ¡Ah, poderosa ironía! ¡Dónde buscar esta buena voluntad, en nuestro triste mundo que desgarran los odios, que ensangrientan las pasiones desencadenadas! Ella sola, sin embargo, podría hacer comprender a esos beligerantes obligados todo lo que hay de despreciable y de envilecedor en esas ambiciones que nada sacian, cuando el reino de la paz pueda permitir a los hombres levantar la cabeza hacia esas alturas serenas donde se nos han ofrecido gratuitamente todas las amplitudes divinas. Bribonada y mala fe, eso es lo que en el presente reemplaza a esta buena voluntad que se invoca. Se habla de paz universal, cuando la sangre corre y no se sueña más que con conquistas ilimitadas. Es ahora cuando se propone un desarme general cuando cada uno se arma en el ardor de una fiebre salvaje. Es quién trata de intimidar las perfidias con atrevidos desafíos, a anticiparse a las traiciones mediante traiciones más perversas. 379 Cada pueblo se eriza de hierro, triple su coraza, inventa ingenios de masacre, mientras los cañones trepidantes parecen esperar la señal que desencadenarán sus truenos1. ¿Cómo no decir una palabra que lo que, desde hace años, oprime la conciencia de Francia? ¿No hemos visto, en la debacle universal, perpetrarse monstruosas iniquidades, tales como se cometían en los siglos bárbaros de la Edad Media – con la diferencia, justificativa para la Edad Media, que nosotros vivimos a finales del siglo XIX? Durante años, sobre esta tierra que se llamaba antaño el país de la justicia, del honor, de la generosidad, ¿no se ha visto desencadenar un verdadero desbordamiento de 1 Echad un vistazo a las cifras siguientes que nos proporciona la estadística (Revue des revues, 15 de septiembre de 1898). « Hay en este momento en Europa, 4.250,000 hombres en los ejércitos. Si estallase una guerra general, habría 16.410.000 dispuestos a marchar y, con los reservas, 34 millones de movilizados. Si se les pusiese en filas de a cuatro, ocuparían, juntos los unos contra los otros , la distancia de Madrid a San Petersburgo. «Sobre el planeta, hay 5.250.000 soldados permanentes. En el caso de un conflicto universal, habría 44.250.000 hombres bajo las armas; y si esos hombres armados recibiesen la orden de exterminar al resto de la población terrestre, cada uno de ellos no tendría más que matar a 32 personas. Situados en fila todos esos soldados, cada uno de ellos apoyando su fusil sobre el hombro del que estuviese delante de él, harían un cordón que daría la vuelta al ecuador. Para pasarles revista, se necesitarían que el general jefe se desplazase sobre una locomotora marchando de tal modo que no dispondría más que de un minuto para pasar ante el frente de 2000 hombres y debería circular durante 70 días. Todos esos ejércitos, al mismo tiempo de paz, no cuestan menos de 6 millones por año, y esa espantosa dispensa es desde todos los puntos de vista improductiva! – He aquí de que elementos se compone la población de nuestra triste tierra asolada, fanática, y eso ¡después de diecinueve siglos de supuesta civilización cristiana! » 380 pasiones cuya impudicia criminal desconcierta al pensamiento? Oligarquías facciosas, perfidias desvergonzadas, odios implacables, acusaciones odiosas, salvajadas de otros tiempos, grotescas comedias « nacionalistas »… todo conmocionando Francia y desviándola hasta el punto al que poco a poco no llega gracias a enérgicas protestas indignadas que le ha impedido recuperarse y retomar lentamente, muy lentamente su equilibrio. Y es de todas partes como se manifiesta este desmoronamiento de la conciencia humana. Sobre todos los puntos de la tierra, las nacionalidades son motivo de un mal doloroso, de una inquietud estremecedora. Pueblos, clases sociales, individuos aislados se debaten en esta alteración mortal. Los gobernantes hundidos en la poltrona – hablo de los nuestros – no saben lo que quieren, los gobernados no saben ya lo que se reclama de ellos. Los ricos hacen a los pobres, – dice Elisabeth Brownning (Aurora Leigh), los pobres maldicen a los ricos, y todos, en caótica confusión, agonizan en el espasmo social. Tanto como el desarrollo, ¡cuántos desfallecimientos en la pobre alma humana, cansada y asqueada de la vida! ¡Qué numero espantoso de suicidas, cuántos crímenes de todo tipo! Y se ven a personas muy jóvenes figurar en esas listas fúnebres! Es en plena flor de juventud como esa juventud de desesperados abdican de toda energía, rechazan toda esperanza, desconfían del porvenir y de sus mentirosas promesas. ¡Carencia absoluta de creencias! – se clama con indignación y cólera. 381 Sin ninguna duda, faltan creencias; pero nosotros las pedimos todavía, ¿dónde encontrar las que podrían consolarnos? Hasta en el pie de los altares, una fe de órdenes reclama en vano en los últimos simulacros de los cultos muertos esta serenidad, esta confianza que los sirvientes de esos altares ya no poseen ni ellos mismos. ¿Qué pedir a esos sacerdotes que no creen en nada, porque jamás han sabido nada, ni de los misterios de la vida moral, ni de los delicados problemas de la conciencia? Que pedir a las otras personas de la Iglesia, muy superiores a éstos últimos, pero no teniendo demasiado a su disposición más que la « panacea » de su ortodoxia que no consuela el corazón, porque el corazón que tiene su razón también no puede creer ya lo que esta razón acepta. Por otra parte, sabemos lo que les dirían los moralistas, los filósofos y los sabios especiales. Los primeros les recitarían sus preceptos, los segundos sus silogismos, los terceros sus fórmulas. Sola al fisiólogo, al fisiólogo filósofo, al iniciado moderno que, inclinado sobre el abismo, trata de ver el fondo, se le puede ir a pedir lo que él presiente, lo que adivina, lo que ha encontrado, y entonces todos aquellos cuyos nombres llenas estas páginas, todos aquellos a los que hemos interrogado, consultado, citado, os responderán con una sola y misma voz que está mucho más alto lo que hay que mirar. Para saber a donde va la verdadera ciencia, hay que subir, planear por encima de ella. Ahora sabemos lo que busca, a pesar de sus dudas y vacilaciones… « La ciencia tiende al espíritu, » declara la metafísica alemana. « Ha llegado la hora de las almas. » dijo otro filósofo. – Bellas y profundas palabras. 382 Qué amplitud daría a las tentativas que nuestra evolución persigue, la aceptación del « espíritu » como factor de esta misma evolución. Qué largo teclado se abriría ante el artista que dormita en cada uno de nosotros, artista con frecuencia inconsciente, sin duda, pero que, en su misma inconsciencia, no está menos obligado a dedicarse a la inmensa y bella obra de la floración de su individualidad. Nos demos o no cuenta, cada uno de nosotros tiene la sorda intuición del trabaja a llevar a cabo. Los unos se someten a ello y trabajan, los otros resisten, retroceden, se obstinan en descender hacia los bajos fondos donde se hunden con una malsana perversidad. Los insensatos no saben que llegará el día, dentro de diez años de de veinte siglos, que tendrán que someterse, estremecidos y vencidos, al imperioso aguijón de la necesidad que se impone… que cada uno se impone a sí mismo, cuando la hora definitiva suene. ¿De qué sirve resistir? Es necesario que el bien se realice, que la evolución se efectúe. ¿No queréis todavía? De acuerdo, el bien esperará. El tiempo no significa nada; solo importa la meta. En cuanto a los que conocen esa meta, qué decididamente caminan hacia ella. Sepamos obedecer a este impulso que nos viene desde lo alto y mostrarnos orgullosos del concurso que nos dispensa la naturaleza asociándose a nuestras fuerzas personales. ¿Qué somos en esta vida, sino la última encarnación de toda una serie de seres sucesivos que han sido nosotros en el pasado, que son nosotros en el presente, que serán nosotros en el futuro? Nuestra personalidad actual constituye la cima de una especie de pirámide cuya base se hunde en los bajos fondos 383 de la vida, y es esa pirámide la que debemos alzar, a través de la vida que nos esperan y que todas, relacionándose con lo que hemos sido, nos empujaran hacia lo que nos debemos convertir en los ciclos posteriores. En el presente somos los mandatarios responsables de todos esos seres anteriores cuyas virtualidades colectivas resumimos. – ¡Sube! – nos gritan; – ¡no eres más que lo que nosotros te hemos hecho, por nuestros sufrimientos, por nuestros siglos de evolución! ¿Y tendremos la inepta y culpable osadía de poner fin a nuestras funciones, de desertar en pleno campo de batalla? Ante el torbellino de esta vida de ascensión de la que somos parte integrante, ¿cómo no estar orgullosos de los títulos de nobleza que tenemos por misión conquistar? Desde luego comprendo que se desprecien los ennoblecimientos sospechosos, que se rechacen a patadas los blasones turbios, comprados o robados; pero es tal la aristocracia suprema que no se podría rechazar sin locura… o sin indignidad. Si se le dijese al batracio reptante que llegaría un día en el que tendría alas que le permitieran nadar en el azul del cielo, en compañía de sus hermanas las golondrinas… y si el viscoso reptil respondiese: « No, quedaos con vuestras alas, yo prefiero mi fango,» ¿qué pensaríais de esta abyecta renuncia? A nosotros pertenece hacer una estrella de esta lombriz, de este hombre caído, de este réprobo, de esta « carne de infierno », que todas las religiones han rebajado, para quién los Padres de la Iglesia y los doctores más competentes se han dedicado a encontrar las más 384 insultantes comparaciones… para hacer que el ciudadano del cielo, el hermano de los ángeles, el hijo del Altísimo rechace los apremios que nos reintegrarían en nuestra patria celeste y para que repitamos nosotros también: « No, ¡prefiero mi bajeza! » ¡Ah! no, no me habléis más de la dignidad del hombre, ni de su nobleza original; dejemos hundirlo en su ignominia, retroceder hasta la edad terciaria de comprometedora memoria y retomar allí su lugar natural entre el odioso iguanodon y el inmundo pterodáctilo. Entonces cuando veamos todas las criaturas vivas subir hacia la luz y de un impulso común elevarse hacia las altura del ser, ¿no estaríamos electrizados por el espectáculo de esta irresistible y gloriosa escalada del ideal? En esta marea ascendente de la vida, ¿quién se dedicaría a agarrarse a las rocas bajas, para no seguir la ola y flotar en su superficie que se hincha, invade, viene y va… hacia lo alto, a conquistar luminosas orillas? Cuando todos los hombres hayan sido iniciados en los misterios, a partir de ahora desvelados, se verá en el espacio resplandecer un arco iris inmenso que ya no será el símbolo infantil en el que los hombres de antaño no veían más que la garantía de no verse hundidos más por un nuevo diluvio, – pero que será la prueba de una nueva alianza, de la reconciliación definitiva entre la tierra y el cielo a partir de ahora confundidos. Y se verá, como en una visión de ensueño, pasar bajo este arco triunfal, rodar como olas apresuradas a todas las generaciones sucesivas, yendo, lanzándose, en la estela victoriosa de nuestra Psique de blancas alas, a la conquista del Infinito – nuestro dominio inalienable. 385 ___________________Ya hemos dicho bastante. Habéis escuchado todas esas voces concordantes que, descendidas del Himalaya, han atravesado Asia, África, Europa, y han venido hasta nosotros, repitiéndonos sin cesar: Dios está arriba, abajo, aquí, en todas partes. Y alrededor de él fluctúan los Espíritus, chispas de su horno, que, llenando los mundos, hacen palpitar el universo de la inefable vibración de la vida. Espíritu, materia, asociados por siempre en sus transmutaciones incesantes. Almas inmortales subiendo a través de las olas del oceano sideral, hasta la realización de lo divino que está latente en cada una de ellas… ¡Ese es el resumen final! _______________________ –¡Imaginaciones, alucinaciones, locuras!... repetirán algunas voces refractarias. ¡De acuerdo! ¡Dulces locuras, en todo caso, inofensivas y qué consoladores! No basta que, bajo su influencia, el creyente, el moderno iniciado se encamine sin miedo, ¿qué digo? en el goce de una invencible esperanza, hacia esta muerte que « nadie sabría mirar de frente », según la frase de La Rochefoucauld, hasta las puertas de ese sepulcro que ha hecho estremecer a tantos otros, – incluso entre los escépticos más duros, los espíritus fuertes más irreductibles… hasta que un hisopo viene a veces a rociar 386 las últimas convulsiones del orgulloso…enloquecido de espanto. contenedor tan El proverbio dice: Quién viva, verá. Nosotros cambiamos la fórmula y decimos: Quién muera, verá. –¿Qué vera? – Verá que todo lo que encierran estas páginas en las que han sido clasificadas, por orden cronológico, las diversas revelaciones que nos han sido hechas por nuestros hermanos de ultratumba, es una realidad. Verá que la muerte no es más que una palabra, en el sentido de que la vida y la muerte no son más que dos manifestaciones de un mismo fenómenos biológico, conexos en sus sucesión, como en su encadenamiento. Verá, en definitiva, que la tierra circula por el cielo y que en ese cielo no existe más que una cosa: La vida; la inagotable vida, incoerciblemente progresiva. –Pues bien, ¡qué así sea! –¡Ah, perdón! Aquí no se trata de emplear el subjuntivo, tiempo verbal de duda, de indecisión, de deseo, es el indicativo lo que hace falta; también es mediante la enérgica y formal aseveración de William Crookes con la que terminamos este libro: « – No digo que eso es posible; ¡digo que ESO ES! » FIN París, diciembre de 1898. 387 NOTAS ____ NOTA 1 ( Página 3 ) ¿No vemos en el reino de los gases hacerse nuevos descubrimientos sin cesar? Todavía ayer, en el aire atmosférico, no se encontraba más que nitrógeno y oxígeno; hoy se encuentran el argón, el kripton, el neón, el metargón. Quién sabe lo que se descubrirá mañana y cuantos otros elementos celeste esperan todavía a los felices espectrocopistas. ¿No tenemos ya el aurorium y el nébulum? El hidrógeno, por otra parte, ¿no está considerado como un metal, por los químicos? Quién podría decir, en presencia de la licuefacción del oxígeno, del hidrógeno y del nitrógeno, los inesperados descubrimientos que nos prometen las continuas investigaciones continuas que se han hecho sobre la naturaleza íntima de la materia, esta materia misteriosa que evoca esencialmente la idea de un mundo en movimiento (W. Crookes) NOTA 2 ( Página 34 ) En vuestros futuros libros, autores clásicos que tratáis a historia del Mundo, por lo que más queráis, no la hagáis comenzar hace seis mil años. Vuestros jóvenes lectores sonreirían de compasión. Pues ellos sabrán que el estudio de la India nos enseña cada día que jamás conoceremos sin duda la época en la que el hombre ha comenzado a vivir 388 sobre la tierra, tanto retrocede esa época en la noche de los tiempos. Sabemos ya que las huellas del hombre y de su industria se encuentran en las capas geológicas de los periodos glaciales. Muy recientemente, se ha encontrado hasta en los depositos de una de las capas del periodo terciario, época talmente remota que la imaginación permanece casi espantada. Fue tal vez desde hace millares de siglos cuando en el regazo de nuestra madre común estuvieron dormidos sus primeros hijos que ella acunó con un inmenso balanceo. ¿Ese balanceo gigantesco, que empleó veinticinco mil años en completarse, no figura acaso en los cataclismos periódicos de los que nos hablan los libros hindúes? ¿Es cierto que, dentro de algunos siglos, las aguas, derritiendo enormes hielos venidos de los mares australes barrerán todas nuestras obras penosamente construidas y nos cubrirán durante varis centenares de siglos? ¿Qué pensarán de nuestros cráneos fósiles los antropólogos de las academias del siglo 320 de nuestra era, cuando registren los terrenos sobre los cuales estará sepultada lo que habría sido la Europa actual, cuando las aguas hayan abandonado de nuevo nuestro hemisferio boreal?... ( Dr. Paul Gibier, le Fakirisme occidental.) NOTA 3 Encuentro en un periódico la curiosa reseña siguiente que tiene por título: DEFENSA DE UNA TESIS EN LA ESCUELA DEL LOUVRE: La tesis del Sr. Gallé El alumno que defendía sus tesis, estos días, no era más que un modesto aprendiz de panadero. Curtido por la 389 artesa donde el esfuerzo físico es considerable y predispone poco a las especulaciones filológicas. Quitando su mandil, vistiendo su torso y habiendo descansado de su dura tarea, él meditaba sobre los libros a su alcance. Lo poco que supo, mediante la lectura, lo incitó a instruirse más. Fue subiendo niveles; no estaba animado más que de un intenso ardor, cuando se presentó al curso de nuestro eminente colaborador Ledrain. El maestro no se equivocó en absoluto: adivinó en el muchacho una inteligencia que se inflamaría en el horno común. Lo admitió. Ocurrió pues, hace algunos días, en uno de los salones del viejo Louvre, cuyos decorados contaban un pasado suntuoso. En torno a una mesa verde, habían tomado asiento, al lado del Sr. Kaempfeu, los examinadores y el profesor Ledrain. Y, frente a ellos, el antiguo panadero, defendiendo el honor de los estudios semíticos superiores. El Sr. Gallé, moreno, barba rala, mandíbula prominente, labios fuertes y púrpuras, mirada brillante, da la impresión de ser un hebreo o algún musulmán, que se ha vestido con nuestra ropa. Es sin duda, sin que lo sepa, un fenómeno de atavismo; sus curiosidades son, en su oscuro inconsciente, el despertar de su raza. Su habilidad es milagrosa. Ese hijo del pueblo, ese laborioso artesano sabe hebreo, los dialectos arameos, el árabe; los sabe con una seguridad asombrosa. Ha estudiado para su tesis el Libro de Daniel, en sus relaciones con los comentaristas judíos y con la epigrafía semítica. Pero sobre todo el texto era tan extrañamente hebreo y caldeo a la vez como el Sr. Gallé lo había sabiamente comentado como filólogo. Fue felicitado. Y el Sr. Kaempfen, dio una prueba de simpatía al brillante candidato prometiendo el interés del Estado en la 390 publicación de una tesis que hacía tan grande honor a la Escuela del Louvre. NOTA 4 Citaremos, a modo de ejemplos, elegidas entre otras, las comunicaciones siguientes: EL SUICIDIO DE LA SAMARITANA El 7 de abril de 1858, hacia las 7 de la tarde, un hombre de unos cincuenta años se presentó en el establecimiento de la Samaritana, en París, y se hizo preparar un baño. El muchacho de servicio extrañado, tras un intervalo de dos horas, de que este individuo no llamase, entró en la cabina y retrocedió espantado. Ese desgraciado se había cortado la garganta con una cuchilla y su sangre se había esparcido por el agua de la bañera. No habiendo sido posible establecer su identidad, se transportó el cadáver a la Morgue. El Espíritu de este hombre evocado en la Sociedad de Paris, seis días después de su muerte, dio las respuestas definitivas: –¿Dónde está usted ahora? –No lo sé… Dígame dónde estoy. –Está usted en una asamblea de personas que se ocupan de estudios espíritas y que son benevolentes con usted. –Dígame si vivo… Me ahogo en este ataúd. –¿Qué motivo le ha llevado a suicidarse? – ¿Entonces estoy muerto?... No es posible, yo vivo en mi cuerpo… ¡Usted no sabe cuánto sufro!... Me ahogo… ¡Qué una mano compasiva trate de acabar con esto! –¿Por qué no ha dejado ninguna pista que pudiese hacerlo reconocer? 391 –Estoy abandonado; he huido del sufrimiento y he encontrado la tortura. –¿Tiene aún los mismos motivos para mantenerse en el anonimato? – Sí, no meta un hierro al rojo en la herida que sangra. – ¿Querrá usted decirnos su nombre, su edad, su profesión, su domicilio? – A todas esas preguntas… ¡No! – ¿Tenía usted una familia, una esposa, hijos? – No, estaba abandonado, ningún ser me amaba. – En el momento de llevar a cabo su suicidio, ¿no experimentó ninguna duda? – Estaba sediento de muerte, esperaba el descanso. –¿Qué reflexiones ha hecho usted en el momento en que ha sentido su vida apagarse? – No he reflexionado; he sentido… pero mi vida no está apagada… mi alma está unida a mi cuerpo… ¡Siento como me devoran los gusanos! – ¿Ha sido doloroso el momento en que la vida se apagaba en usted? – Menos doloroso que luego. Solo el cuerpo ha sufrido. (Evocado el Espíritu de san Luís) – ¿Es siempre este estado la consecuencia del suicidio? – Sí, el espíritu del suicida está unido a su cuerpo hasta el término de su vida. La muerte natural es la liberación de la vida, el suicidio la rompe por completo. EL PADRE Y EL RECLUTA A comienzos de la guerra en Italia, en 1859, un hombre de negocios de París, padre de familia, gozando de la estima general, tenía un hijo al que el destino le había deparado ser llamado a filas. Encontrándose, por su 392 posición, en la imposibilidad de exonerarlo del servicio militar, tuvo la idea de suicidarse, a fin de que el muchacho estuviera exento por hijo único de viuda. Fue evocado un año después de su muerte, en la Sociedad de París, a petición de una persona que lo había conocido y que desearía saber su suerte en el mundo de los Espíritus. A la evocación hecha, él respondió: –¡Oh, gracias! Sufro mucho, pero… es justo; sin embargo él me perdonará. (El médium del Espíritu escribía con una gran dificultad; los caracteres eran irregulares, atormentados. Se hizo la observación de tras la palabra pero, se detuvo, trató en vano de escribir, no hizo más que trazos indescifrables. Era evidente que era la palabra Dios la que no pudo escribir.) – Llena usted la laguna que ha acabado de dejar. – Soy indigno de ello… – Dice usted que sufre. Sin duda ha cometido un error suicidándose; ¿pero es que el motivo que lo ha inducido a ese acto no le ha hecho merecer alguna indulgencia? – Mi castigo será menos largo; pero la acción, lo entiendo, no es menos reprobable. – ¿Podría describirnos el castigo al que está sometido? – Padezco doblemente en mi alma y en mi cuerpo. Sufro en este último, aunque no poseyéndolo ya, como el amputado sufre en el miembro que le falta. –¿Su acción ha tenido a su hijo como único motivo? – Solo el amor paterno me ha guiado; pero me ha guiado mal. Sin embargo, gracias a ese motivo, mi pena será más breve. – ¿Prevé usted el final de sus sufrimientos? 393 – No conozco cuando será el término; pero tengo la seguridad de que ese término existe, lo que es un gran alivio para mí. – Antes, usted no ha podido escribir el nombre de Dios; sin embargo hemos visto Espíritus muy sufrientes que han conseguido escribirlo. ¿Forma eso parte de su castigo? – Podré hacerlo con grandes esfuerzos de arrepentimiento. – Pues bien, haga esos esfuerzos y trate de escribirlo, eso será un alivio para usted. El Espíritu acabó por escribir en caracteres irregulares, temblorosos y muy grandes: Dios es muy bueno. – Apelaremos por usted a la misericordia de Dios. –¡Oh! sí, ¡por favor! Un periódico del 13 de junio de 1862 contenía el siguiente relato: « La señorita Palmira, modista que residía en casa de sus padres, estaba dotada de una figura encantadora y gozaba del más amable de los caracteres; tanto era deseada en matrimonio. Entre los aspirantes a su mano, ella tenía preferencia por el Sr. B… que experimentaba por ella la más intensa pasión. Aunque amándolo mucho ella también, creyó sin embargo, por respeto filial, deber rendirse al deseo de sus padres, casándose con el Sr. D… cuya posición social les parecía más ventajosa que la de su rival.» « Los Sres. B… y D… eran íntimos amigos y conservaron sus relaciones amistosas. El amor muto de B… y de la Sra. Palmira D… no se había debilitado en absoluto, a pesar de los esfuerzos que ambos hacían para reprimir sus manifestaciones. Para tratar de apagarlo, B… tomó la 394 decisión de casarse. Su esposa era encantadora; él se esforzó en amarla; pero todo fue inútil y el primer amor persistía. Durante cuatro años, ni B… ni Palmira faltaron a sus deberes; pero lo que tuvieron que sufrir no se podría expresar. « Reunidos un día, por una circunstancia fortuita, los dos amantes se declararon mutuamente – lo que sabían uno y el otro – que luchar por más tiempo era imposible, y decidieron de común acuerdo morir juntos, para poner término a su intolerable tortura. « Tras haber hecho sus últimos preparativos, escribieron una conmovedora carta donde declararon que para no faltar a su deber, se refugiaban en la muerte. Esta carta trágica y desesperada se terminaba con una petición de perdón y el insistente ruego de ser sepultados juntos en la misma tumba. « Cuando el Sr. B… regresó a su casa, los encontró asfixiados. Respetando su último deseo, dio las órdenes para que en el cementerio no estuviesen separados. « Habiendo sido comunicado este hecho a la Sociedad espírita de París, evocaron un Espíritu que respondió: « Los dos amantes no pueden aún responderos. Yo los veo, están sumidos en una situación muy dolorosa. Las consecuencias morales de su falta los castigarán durante unas migraciones sucesivas donde sus almas desemparejadas se buscarán en vano; pero, una vez cumplida la expiación, serán reunidos para siempre en el seno del amor eterno. « Dentro de ocho días, en vuestra próxima sesión, podréis evocarlos. Vendrán, pero no podrán verse. « Una noche profunda los oculta al uno del otro. » Evocación de la mujer. –¿Ve usted a su amante con el que se ha suicidado? 395 – ¡Yo no veo nada! ¡Qué noche! ¡qué velo espeso sobre mi rostro! –¿Qué sensación ha experimentado usted cuando se ha despertado después de su muerte? – ¡Extraña! ¡tenía frío y me quemaba! ¡Hielo en mis venas y fuego en mi frente! Pensaba que iba a sucumbir una segunda vez. –¿Experimentó un dolor físico? – Todo mi sufrimiento está ahí y ahí. Ahí en mi cerebro y ahí en mi corazón. (Es verosímil que, si se hubiese podido ver el Espíritu, se le hubiese visto llevar la mano a su frente y a su corazón.) –¿Cree usted que siempre estará en esta situación? –¡Oh, siempre, siempre! A veces oigo voces que me arrojan estas palabras: « ¡Siempre así! » – Pues bien, nosotros podemos certificarle, con toda seguridad, que esas voces mienten o se equivocan. Arrepintiéndose, obtendrá su perdón. –¿Qué ha dicho? No entiendo. –Le repito que sus sufrimientos tendrán un final que usted podrá apresurar mediante su arrepentimiento, y nosotros la ayudaremos por la oración. Usted dice que está entre tinieblas; ¿no ve nada? –No veo nada más que un crespón negro sobre el que se dibuja a veces una cabeza que llora. –¿No siente la presencia de su amante junto a usted, pues él está aquí. –¡Ah! ¡no me habléis de él! Debo olvidarlo, de momento, si quiero que del crespón desaparezca esa imagen. –¿Cuál es esa imagen? –La de un hombre que sufre y cuya existencia moral yo he matado en la tierra por mucho tiempo. 396 OBSERVACIONES DE LOS EVOCADORES Leyendo este relato, se está de entrada dispuesto a encontrar en ese suicidio circunstancias atenuantes, incluso mirarlo como un acto heroico, puesto que ha sido provocado por el sentimiento del deber. Se ve que ha sido juzgado de otro modo y que la pena de los culpables será larga, porque se han refugiado en la muerte, para huir de la lucha que hubiesen debido mantener hasta el final. En eso es en lo que consiste su falta. Nunca hay que desertar de los puestos de combate. A todos aquellos que encontrasen que esta pena es muy rigurosa, responderemos que su duración no es absoluta y que dependerá de la manera en que ellos soporten sus pruebas futuras y que serán, como todos los Espíritus culpables, los árbitros de su destino. Esto es mejor que la condenación eterna a la cual ellos estarían irrevocablemente condenados según la doctrina de la Iglesia que los ha considerado destinados al infierno y ese es el motivo de que ella haya rechazado las últimas oraciones, creyéndolas sin duda inútiles. NOTA 5 Todos los que han visto a un auténtico sonámbulo, – dice el Sr. Ed. Schuré, – han quedado impactados por la singular exaltación intelectual que se produce en su sueño lúcido. Para los que no has sido testigos de semejantes fenómenos, citaremos un pasaje del célebre David Strauss, que, desde luego no es sospechoso de superstición. Él vio en casa de su amigo, el Dr. Justinus Kerner, a la famosa « Vidente de Prévorst » y la describió así: « Poco después, la visionaria cayó en un sueño hipnótico. Así tuve por primera vez el espectáculo de ese 397 estado maravilloso, y, puedo decirlo, en su más pura y bella manifestación. Era un rostro de una expresión doliente, pero altivo y tierno, y como inundado por un fulgor celeste; una lengua pura, mesurada, solemne, musical, una especie de recitativo; una abundancia de sentimientos que desbordaban y que se habrían podido comparar a bandas de nubes, tanto luminosas, tanto sombrías, deslizándose por encima del alma, o bien aún a unas brisas melancólicas y serenas enredándose entre las cuerdas de una maravillosa arpa eólica. » (Biografía general, artículo Kerner.) NOTA 6 Extraigo de un periódico el siguiente artículo: ¿ES POSIBLE COMUNICARSE CON LOS MUERTOS? El caso de Mrs Pipers. – El Sr. Myers y Stainton Moses. – El doctor Phinuit y Paul Bourget. – Un muerto que habla. – El Informe del Sr. Jules Bois a la « Société psychologique » de París. El problema de sobrevivir a la muerte es al menos tan interesante como tal o cual descubrimiento de orden biológico o astronómico. Si en la ciencia oficial, algunas poderosas individualidades elevaran aquí y allá una voz favorable, hoy la cuestión habría tomado otro aspecto. En primer lugar el Sr. William Crookes acaba de pronunciar un discurso valiente, en el que declara no rectificar nada de sus experiencias anteriores, admitir la transmisión de los pensamientos, la telepatía – y sin duda también la vida más allá de la muerte, si recordamos las apariciones de Katie King, ese fantasma que ya es famoso. A continuación la « Society for psychical research », de la que el Sr. William Crookes es presidente, por iniciativa de 398 cuatro de sus más eminentes miembros, el doctor James, el doctor Lodge, el Sr. Myers, de la Universidad de Cambridge, y el doctor Richard Hodgson, acaban de declarar posible la comunicación de los vivos con los muertos… ¿A qué es debido el giro dado por la Sociedad psíquica, y particularmente por Richard Hodgson? A una vidente americana de nombre Mrs. Pipers y que recibe en ella el influjo de personalidades extrañas, sin duda desencarnadas. Fue el Sr. Jules Bois, el autor de Miracle moderne, tan elocuente con estos fabulosos relatos, que, de regreso a Londres, ha traído esta novedad ante el público de la « Société psychologique » de París. Un doctor que se encarna El primer sorprendido fue el Sr. Myers. Este profesor, que es al mismo tiempo un experimentador y un moralista, había conocido a un pastor anglicano llamado Stainton Moses, que conversaba con las almas de ultratumba, principalmente por escritura automática. La convicción del Sr. Myers fue debida a las revelaciones del espíritu « Imperator » acompañadas de fenómenos de levitación, de predicción y de clarividencia llevados a cabo por ese pastor ante algunos privilegiados. El Sr. Paul Bourget asombrado La Sra. Pipers está un poco cerca de eso que los espiritualistas llaman un médium en encarnación. Ella era poseída en estado de trance por un tal doctor Phinuit, fallecido en Lyon hace algunos años. Fue ese doctor Phinuit quién provocó la estupefacción del Sr. Paul Bourget por su 399 clarividencia fuera de lo normal. En efecto, la Sra. Pipers descubrió, según parece, y gracias al espíritu establecido en ella, el nombre y el tipo de muerte de un amigo del novelista francés, simplemente entrando en contacto con un objeto que había pertenecido al difunto. Después del doctor Phinuit, fue Georges Pelham. Éste había sido el compañero del doctor Hodgson y ambos formaban parte de la « Society for psychical research ». El Sr. Pelham murió de accidente a los treinta y dos años. Exactamente cinco semanas después de su muerte, se « manifestó » por la intermediación de la Sra. Pipers que no lo había conocido en vida. Durante varios años, no dejó de reconocer a los amigos que frecuentó de vivo, recordándoles detalles muy íntimos. El padre, vivo, se vio obligado a reconocer la identidad de su hijo muerto. Además, Georges Pelham desvela unos aspectos pintorescos de su existencia en el más allá; él ve lo que hacen los que lo quieren y lee, fuera del campo de visión del médium, las cartas que le son dirigidas. Conclusiones Hay cuatro soluciones al caso de la Sra. Pipers, según el Sr. Jules Bois: 1º.- Georges Pelham no es más que una personalidad secundaria: el inconsciente de la Sra. Pipers. 2º.- Las sugestiones emanadas de los asistentes son lo sorprendente de las sesiones; 3º.- Por telepatía, la Sra. Pipers lee en el pensamiento de los amigos ausentes y alejados del muerto. 4º.- Hay intervención del muerto directamente. Las tres primeras soluciones han debido ser descartadas por resultar insuficientes; pues el inconsciente de la médium no puede dar más que recuerdos. Y la Sra. 400 Pipers cuenta con exactitud hechos ignorados por ella. Además, ella rectifica errores de los asistentes y una telepatía constante con personas desconocidas de la médium no es posible. En cuanto al fraude, jamás se ha podido sorprender en la sombra a la Sra. Pipers, que incluso ha estado vigilada inútilmente por la policía. No queda más que la hipótesis de la supervivencia a la muerte inspirando a la médium. Es a esta opinión a la que se han agregado las eminentes personalidades de la Sociedad americana e inglesa. Y el Sr. Myers concluye: « La cuestión de la supervivencia del yo es hoy una rama de la psicología experimental. » NOTA 7 Me complazco en citar el notable documento que sigue. Es el Manifiesto que los diputados socialistas de Bélgica leyeron a sus obreros el pasado 1 de mayo, fiesta del trabajo. Amaos los unos a los otros. JESUS. Proletarios de todo el mundo, unios. KARL MARX « En este momento festivo y primaveral, la perpetua evolución de la naturaleza aparece más deslumbrante; como ella, llénate de esperanzas y prepárate para la Vida Nueva. « Oh Pueblo, toma conciencia de tus deberes. Sé fraternal y bueno; declárate solidario con los goces y dolores del prójimo. No busques tu felicidad en otra parte que no sea en el dicha general. Respeta siempre la debilidad y el sufrimiento, en la mujer, en el niño, incluso en el 401 animal, y ¡qué la fuerza de todos proteja la rectitud de los pequeños! « Todos los días hay que ser socialista: la nueva fe será propagada mediante los actos cotidianos más que por discursos. Preocúpate de tu dignidad; teme los venenos que embriagan y las pasiones que envilecen. Desprecia la triste resignación de los agotados y los cobardes. Que el fecundo espíritu de revolución te posea, y que el odio vigoroso hacia las cosas malas (pero no de las que conservan los hombres) inflame tu orgulloso valor. Gloria al trabajador: el trabajo honra y reconforta, ¡es santo! Pero el exceso de trabajo es maldito: embrutece y deprime. Queremos la jornada de ocho horas, para que tras ocho horas de descanso, haya ocho horas cada día para que puedas vivir con los tuyos, distraerte e instruirte… Instrúyete: los cursos y las escuelas, los periódicos y los libros son instrumentos de libertad. Bebe en las fuentes de la ciencia y del arte; entonces te convertirás en lo suficientemente poderoso para realizar la justicia. Haz inventario de tus ideas y religiones; las encontrarás múltiples y contradictorias y serás tolerante hacia toda convicción sincera. Tus hermanos son, no solamente los hombres de tu país, sino los de todo el universo. Pronto se desvanecerán las fronteras; pronto vendrá el fin de las guerras y los ejércitos. Cada vez que practiques las virtudes socialistas de solidaridad y de amor, adelantarás ese futuro venidero, y, en la paz y la alegría, surgirá el mundo en el que, siendo mejor comprendido el deber social para el desarrollo total de cada uno, triunfará el Socialismo. » Y cuando hubieron así hablado, distribuyeron miles de folletos parecidos a este, a fin de que se conservase su recuerdo. 402 Esta proclama está firmada por senadores y diputados en la Cámara de los representantes de Bélgica: Edmond Picard, Jules Destrée, Emile Vandervelde. Pues bien, me apresuro a declarar que ese Manifiesto es un documento soberbio. Bondad, fraternidad, amplitud de miras, generosidad, todo se encuentra ahí. Ese manifiesto es perfecto en lo concerniente a las aspiraciones terrestres. Si fuese aceptado y puesto en práctica, podría transformar la vida social, procurar una felicidad relativa a todos los ciudadanos de nuestro humilde planeta… ¿Pero luego? ¿Qué sería de esos ciudadanos temporales cuyas satisfacciones finalizarían a tan corto plazo? ¿No les quedarían las enfermedades físicas, las enfermedades morales, las angustias que corroen el corazón de todo hombre que conoce la fragilidad de sus alegrías, la intermitencia y la incertidumbre de su felicidad? Vida relativamente feliz en este mundo, sea. Pero ¿eso es todo? ¿Esta tierra, tal como la sueñan aquellos que no creen más que en la tierra, no es pues otra cosa más que una prisión, más que una jaula a través de cuyos barrotes no se percibe nada más que las tumbas de los que la muerte ha destrozado, golpeando a derecha, golpeando a izquierda, diezmando sin cesar a los inquilinos de nuestro triste inmueble terrestre y amenazándolos eternamente con el término – término siniestro que no se paga más que en las oficinas de la Sociedad más inmutable que hay… la compañía de Pompas fúnebres? Conozco un medio de dar a este bello programa la amplitud necesaria. Fusionadlo con el programa espiritualista y podréis, tras una vida feliz en este mundo, ir a recoger más allá la cosecha que hayáis sembrado aquí. 403 __________________ 404 405 ÍNDICE DE MATERIAS PRÓLOGO ........................................................... 7 ALGUNAS PALABRAS AL LECTOR ............ 11 CAPÍTULO PRIMERO El problema de la vida ..................................... 17 El error humano.– Divagaciones dogmáticas.– Mundo abominable, santo Tomás de Aquino, el «doctor angélico». – ¿Qué es la vida ? – ¡Puag! ¡la cosa vil! – Escuchad a Jules Soury. – Lord Byron. – Clémenceau. – De Gastynes. – Sra. Ackermann. – C. Flammarion. – Martirólogo de la humanidad. – Alfred de Vigny. – Vulgaridades idelebles. – Larvas de libélulas. – Aspiraciones inconscientes. – Las voces. – Evolución de las ciencias. – Vamos hacia el oriente. CAPÍTULO II Las auroras ....................................................... 41 Hay dos. – Los Aryas. – Poemas védicos.– Krishna. – Asia. – Los primeros iniciadores. – Egipto. – El país de la muerte. – Los faraones. – La Esfinge. – Visión de Hermes. – Invasiones, masacres. – Leyendas y dogmas. – Grecia. – El país de la belleza. – La Grecia religiosa. – Orfeo; ¡Euridice, Euridice! – Pitágoras.– Su doctrina. – Psique. – El hombre renace. – Misterios esotéricos. – Religiones absurdas, Misterios y Saturnales. – Cristo. – Las Fuentes del Cristianismo. – Nacimiento de Jesús.– Adolescencia, iniciación. – Muerte del Hijo del hombre. – Su resurrección espiritual. – Disputas, persecuciones. – El clero. – Poder temporal. – Inquisición, hogueras, – La Galia, – Los Druidas. – Su doctrina. – La doctrina esotérica. 406 CAPÍTULO III El Plan divino.................................................... 87 Historia de Psique. – Maravillas del universo. – El espacio, el tiempo. – El infinito nos abruma. – La tortuga, el elefante, Atlas. – La atracción. – Fuerza y movimiento. – Torbellinos de soles. – Inmensidad, majestad. – Espectáculos incomparables. – El horno de la vida. – Espíritu y materia. – Luz astral. –Rarefacción de la materia. – Gama de las condensaciones del Espíritu. – El éter. – Fluido universal. – Los Espíritus. – Alma sustancial. – Los desencarnados .– Legiones de Espíritus. – Diversidades de Espíritus. – Genios familiares. – Reencarnación. – Reparación de las faltas.– Persistencia del ser. – Actividad de las almas. – Santidad del trabajo. – Libertad del alma. – Panorama de las existencias anteriores. – Preexistencia. – ¡Inmortalidad! CAPÍTULO IV La Epopeya de la vida.................................... 127 El nacimiento. – Reencarnación. – El cuerpo fluídico.– Siempre la historia de Psique. – Recapitulación de la vida fetal. – Predisposiciones ajenas. – Herencia. – Herencia material. – Herencia psíquica. – ¡Valor, soldadito de la vida! – Los prisioneros. – El baño. – Historia de la tierra. – Aparición del hombre. – Libertad del alma. – El problema del mal. – Escuchad a Jean Reynaud. – Comunicaciones de los Espíritus con la tierra. CAPÍTULO V La muerte ........................................................ 157 Formidable problema. – Morir es renacer. – Trastorno espírito. Pesadilla. – Densas brumas. – 407 Visiones espantosas. – Las sorpresas del tránsito. – Rápido desprendimiento del alma preparada para la muerte. – Diferentes nombres del « rey de los espantos »CAPÍTULO VI Volver a nacer................................................. 165 ¡Deslumbramiento y vértigo! – Simpáticos fantasmas. – Los guías celestes – Vuelo en el espacio. – Visión de sueños. – Música celeste. – Humanidades divinizadas. – Deslumbrante joyero de los cielos. CAPÍTULO VII Pruebas y Testimonios ................................... 173 ¿Dónde están esas pruebas? – Van a ser proporcionadas. – Resumen histórico de la cuestión. CAPÍTULO VIII El Espiritualismo moderno............................ 181 En América. – La familia Fox. – Señor Pata Hundida. – Condiciones de la comunicación de los Espíritus. – Charles Rosna. – Intolerancia religiosa. – Escenas abominables. – Valiente intervención de Georges Willets. – Despertar de los espíritus. – Primeras conquistas del espiritualismo. – El juez Edmonds. – Mapes. – Robert Hare. – Robert Dale. – Once millones de espíritas en América. CAPÍTULO IX En Inglaterra................................................... 194 Los grandes testigos. – John Lubbock. – Henry Huxley. – Henri Lewes. – Russel Wallace. – Morgan. – Varley. – Oxon. – Sergeant Cox. – Barkas. – Georges Sextos. – William Crookes. 408 CAPÍTULO X En Francia....................................................... 197 Eugène Nus. – Allan Kardee. – Sesión memorable del largo peroné. – Jobert de Lamballe. – Auguste Vacquerie.– Victorien Sardou. – Camille Flammarion. – Dr. Gibier. – E. Bonnemère, – Sugestivas cifras. – Berheim; Liébault. – Ch. Richet. – Sully Prudhomme. – G. Ballet. – Beaunis. – Coronel de Rochas. – Otras cifras sugestivas. CAPÍTULO XI En Alemania.................................................... 207 La vidente de Prévorst. – Zoellner. – Weber. – Fechner. – Ulrici. CAPÍTULO XII En el resto de Europa..................................... 209 Boutlerow. –Aksakof.– Ercole Chiaia – Millones de espíritus. – El alba ha llegado. – Aquí están las pruebas prometidas. CAPÍTULO XIII Los Hechos ...................................................... 211 Auguste Vacquerie en Jersey.– La Sra. de Girardin. – Eugène Nus. – La mesa giratoria. – La mesa parlante. – Definiciones en doce palabras. – Adsum Deus. – Otra mesa. CAPÍTULO XIV Las investigaciones en Inglaterra.................. 239 Barkas. – La Sociedad dialéctica de Londres.– Morgan. – Varley. – Wallace. – Gulden Stubbi. – Oxon. – Zoellner. – Dr. Gibier. – Elliot Coues. – Aksakof. 409 CAPÍTULO XV Espiritismo transcendental............................ 255 El más grande de los testigos. – William Crookes. – Apariciones luminosas. – Manos luminosas. CAPÍTULO XVI Las Materializaciones..................................... 263 Katie King. CAPÍTULO XVII La última palabra........................................... 275 CAPÍTULO XVIII Cosas extrañas ................................................ 281 Apolonio de Tiana. – Swedenborg. – Saint Simon y el Regente. – J. Shepard. – Los niños prodigio. – Maravillas del faquirismo. – Vegetación fantástica. – El baile de las hojas. – Levitaciones de los faquieres. – Escritura automática sobre la arena. – El médium Slade. – Hechos de sugestión. – Guy de Maupassant; el Horla. – Fenómenos de telepatía. – Comunicaciones de ultratumba. – Jean Reynaud. – Jobard. – Sanson. – Samuel Philippe. – Dr. Demeure. – Sra. Foulon. – Un médium ruso. – La condesa Paula. – Antoine Costeau. – Otras comunicaciones. – Fenómenos de levitación. – Exteriorización de la sensibilidad. – Hechizos. – Manifestaciones progresivas de la vida fluídica. CAPÍTULO XIX Conclusión....................................................... 361 NOTAS............................................................. 387 410 411 Este libro se acabó de traducir en Pontevedra, el 3 de septiembre de 2009.