767 CAPÍTULO IV ART. 78 no podría ser otro que el de considerar la existencia de algún supuesto de autocartera no recogido en el artículo 77 LSA y que, además, tuviera un régimen diferenciado respecto del previsto para la autocartera derivativa en el artículo 75 LSA. En tal sentido, cabría pensar que ese supuesto no sería otro que el del incremento de la autocartera como consecuencia del reconocimiento del derecho de asignación gratuita de nuevas acciones en favor de la sociedad emisora y derivado de las propias acciones anteriores al aumento nominal o contable de la cifra del capital (art. 79.1, inciso 2.º, LSA). Sin embargo, en mi opinión, tal advertencia no resulta correcta. En efecto, un resultado necesario a que conduce el derecho de asignación gratuita de acciones en los aumentos nominales o contables de la cifra del capital es que el accionista titular del mismo no incrementa su participación proporcional en aquella cifra. Si la sociedad, como consecuencia de la tenencia de sus propias acciones, detenta una participación porcentual en la cifra del capital, ésta no sufre variación alguna como consecuencia de las nuevas acciones que recibe en virtud de la ampliación contable del capital, dado que no sólo se incrementa el número de acciones propias, sino también el importe de aquella cifra formal. Por tanto, tal y como antes advertíamos, a pesar de la literalidad de la norma, debemos reducir su ámbito de aplicación y, por razones de orden sistemático, considerar que tales reglas sólo han de aplicarse a aquellas acciones propias que tengan su origen en cualquiera de los supuestos reconocidos en el artículo 77 LSA. II. EL INCUMPLIMIENTO DE LA OBLIGACIÓN DE ENAJENAR LAS ACCIONES PROPIAS El párrafo 2 de este artículo 78 LSA es resultado de la ejecución del mandato contenido en el artículo 20.3 de la Segunda Directiva CEE, en materia de sociedades. La finalidad a que responde el precepto que comentamos no es otra que la de buscar los medios que aseguren el resultado pretendido por el legislador cuando sanciona la obligación de enajenación ex artículo 78.1 LSA. Por ello, y a fin de garantizar que la autocartera lícitamente constituida abandona el patrimonio social, el precepto citado reenvía en tales supuestos al régimen dispuesto en el artículo 76 LSA. Ahora bien, la remisión a la norma últimamente citada ha de entenderse hecha al deber de inmediata amortización de las acciones propias y subsiguiente reducción de la cifra del capital. Carece, manifiestamente, de sentido pensar en la posibilidad de una nueva obligación de enajenación para la que se dispondría del plazo de un año, pues tal deber —con la particularidad de un plazo distinto— ya aparece sancionado en la norma que comentamos. Por supuesto, en tales circunstancias y ante el incumplimiento de la obligación de amortizar las acciones propias, podrá requerirse el auxilio judicial en las condiciones y en virtud de la legitimación amplia que establece el artículo 76.1 LSA (sobre tales aspectos, vid. nuestro comentario al artículo 76 LSA en esta misma obra). BIBLIOGRAFÍA ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 768 Véase la bibliografía citada en el comentario al artículo 74 LSA en esta misma obra. ARTÍCULO 79 Régimen de las acciones propias Cuando una sociedad hubiere adquirido acciones propias o de su dominante se aplicarán las siguientes normas: 1.ª Quedará en suspenso el ejercicio del derecho de voto y de los demás derechos políticos incorporados a las acciones propias y a las de la sociedad dominante. Los derechos económicos inherentes a las acciones propias, excepción hecha del derecho de asignación gratuita de nuevas acciones, serán atribuidos proporcionalmente al resto de las acciones. 2.ª Las acciones propias se computarán en el capital a efectos de calcular las cuotas necesarias para la constitución y adopción de acuerdos en la junta. 3.ª Se establecerá en el pasivo del balance de la sociedad adquirente una reserva indisponible equivalente al importe de las acciones propias o de la sociedad dominante computado en el activo. Esta reserva deberá mantenerse en tanto las acciones no sean enajenadas o amortizadas. 4.ª El informe de gestión de la sociedad adquirente y, en su caso, el de la sociedad dominante, deberán mencionar como mínimo: a) Los motivos de las adquisiciones y enajenaciones realizadas durante el ejercicio. b) El número y valor nominal de las acciones adquiridas y enajenadas durante el ejercicio y la fracción del capital social que representan. c) En caso de adquisición o enajenación a título oneroso, la contraprestación por las acciones. d) El número y valor nominal del total de las acciones adquiridas y conservadas en cartera por la propia sociedad o por personas interpuestas y la fracción del capital social que representan. COMENTARIO* SUMARIO: I. EL ESTATUTO DE LAS ACCIONES PROPIAS. II. LA SUSPENSIÓN O LATENCIA DE LOS DERECHOS POLÍTICOS * Por JOSÉ ANTONIO GARCÍA-CRUCES GONZÁLEZ. * Por JOSÉ ANTONIO GARCÍA-CRUCES GONZÁLEZ. 769 CAPÍTULO IV ART. 79 O DE CONTENIDO ADMINISTRATIVO. III. LA ATRIBUCIÓN PROPORCIONAL DE LOS DERECHOS ECONÓMICOS O DE CONTENIDO PATRIMONIAL. IV. INCIDENCIA DE LAS ACCIONES PROPIAS EN EL CÓMPUTO DEL QUÓRUM. V. RESERVA INDISPONIBLE DE COBERTURA PATRIMONIAL POR EL IMPORTE DE LAS ACCIONES PROPIAS Y FINANCIACIÓN DE LA OPERACIÓN DE AUTOCARTERA. VI. OBLIGACIÓN DE INFORMACIÓN SOBRE LAS ACCIONES PROPIAS. BIBLIOGRAFÍA. I. EL ESTATUTO DE LAS ACCIONES PROPIAS Los riesgos presentes en toda autocartera requieren la adopción de las oportunas medidas que conjuren éstos cuando el legislador, en razón de las legítimas finalidades pretendidas con tal instrumento, decida admitir la adquisición de las propias acciones. En este sentido, deben recordarse las condiciones de legitimación que vienen exigidas a fin de adquirir las acciones propias o las particularidades que presentan los concretos supuestos en que tal adquisición no resulta reglada sino libre. Ahora bien, no basta con sancionar las necesarias previsiones en orden a la constitución de la autocartera. De igual manera, por la subsistencia en el tiempo de los graves riesgos que presenta la operación, se hace necesaria la adopción de un conjunto de medidas que aseguren el respeto de las exigencias derivadas del carácter corporativo y de la constitución financiera de la sociedad anónima cuando están en su poder y tiene la disposición de las propias acciones. De lo contrario, el ejercicio de los derechos derivados de aquellas acciones que se mantuvieran en autocartera se convierte en un peligro real, pues mediante el mismo podrían eludirse fácilmente todas aquellas exigencias financieras y corporativas. A tal finalidad responden las reglas dispuestas en este artículo 79 LSA y que configuran lo que podríamos denominar el estatuto de las propias acciones; esto es, las normas que han de respetarse durante el tiempo en que la sociedad mantiene su autocartera. Precisamente, en razón de tal finalidad podrá comprenderse mejor cuál ha de ser el ámbito de aplicación de este precepto. Éste no será otro que el de la aplicabilidad de tales medidas a toda acción propia mientras esté en poder de la sociedad emisora, con independencia de que tal autocartera sea reglada o libre, se hubiera constituido de forma regular o en infracción de un precepto legal y, en último lugar, se refiera a las propias acciones o bien a las de la sociedad dominante (vid. GARCÍA VILLAVERDE: «Adquisición y aceptación en garantía por la sociedad de las propias acciones», p. 1367). En este sentido, será irrelevante que la adquisición se hiciera de conformidad con cuanto dispone el artículo 75 LSA o, por el contrario, se tratara de un supuesto acogido a alguna de las excepciones que como supuestos de libre adquisición reconoce el artículo 77 LSA. Por otro lado, y a estos efectos, el régimen será común tanto para aquellas acciones propias adquiridas regularmente como respecto de aquellas otras que lo fueron desconociendo la prohibición establecida en el artículo 74 LSA, o bien no respetaran los requisitos ordenados en el artículo 75 LSA, ya que en estos últimos supuestos la sanción prevista no conlleva la nulidad del negocio de adquisición y, por tanto, pese a la irregularidad la sociedad emisora se convierte en titular de su propio capital (de esta advertencia habría que señalar la excepción —lógicamente— de ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 770 que la norma infringida fuera la prevista en el artículo 75.4.º LSA, donde se sanciona la necesidad del íntegro desembolso de las acciones propias que se adquieren, dado que en este último supuesto no se habría constituido autocartera alguna en razón de la sanción de nulidad reservada por el artículo 762 LSA para tales casos). En último lugar, el estatuto de las acciones propias resulta común tanto para los supuestos de autocartera constituida mediante adquisición de su propio capital por parte de la emisora como para aquellos otros en que se adquirieran por ésta las acciones de su sociedad dominante, dada la identidad de riesgos y la asimilación de régimen jurídico que sanciona la vigente LSA (sobre tales aspectos, vid. supra, nuestro comentario al art. 74 LSA en esta misma obra). El régimen o estatuto de las acciones propias dispuesto en este artículo 79 LSA pretende ser exhaustivo al abarcar todos los aspectos posibles en el ejercicio de los derechos derivados de tales valores. Pero, sobre todo, conviene destacar la imperatividad de la norma, pues sus prescripciones no pueden hacerse venir a menos como consecuencia de las previsiones adoptadas a través de pactos estatutarios, los cuales podrían desarrollar y ampliar las exigencias legales pero, en ningún caso, limitar o excluir éstas. Este carácter imperativo plantea el problema de cuál ha de ser la respuesta del ordenamiento jurídico frente a las eventuales infracciones de las reglas contenidas en el artículo 79 LSA. Atendiendo a tal cuestión, y dejando de lado el régimen sancionatorio previsto en el artículo 89 LSA, se ha sugerido la conveniencia de acudir a las reglas generales y, de forma particular, a lo dispuesto en el artículo 6.3 Cc, en donde se previene la sanción de nulidad, a reserva de una previsión legal en sentido diverso, para los actos realizados en contravención de norma imperativa (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 506). De esta manera, la atribución de dividendos o de la cuota de liquidación realizada desconociendo la exigencia de su atribución proporcional al resto del accionariado conllevará la nulidad del mismo, dada su contradicción respecto de cuanto dispone el 2.º inciso del artículo 79.1.ª LSA. En igual sentido, el ejercicio del derecho de voto cuando la norma sanciona su latencia, conllevará su nulidad y, según los casos, la del acuerdo adoptado, pues tal proceder se opone al mandato imperativo de suspensión que ordena el primer inciso del artículo 79.1.ª LSA. Sin embargo, la solución propuesta requiere dos matizaciones importantes. En primer lugar, ha de completarse advirtiendo de la responsabilidad civil de los administradores por el daño que, en su caso, debieran reparar de conformidad con cuanto disponen los artículos 133 y siguientes de la LSA. Por otra parte, la sanción de nulidad no ofrece solución alguna en aquellos supuestos en que la infracción de las reglas que contiene el artículo 79 LSA se produzca por vía de omisión. Este último supuesto hace referencia, fundamentalmente, a la omisión de la información que sobre su autocartera ha de suministrar la sociedad a través del informe de gestión. En estos casos, se estará a la posible responsabilidad de los administradores pero, también, al control que —en los supuestos a que se refiere el artículo 203 LSA, o bien así lo decida la propia sociedad— desarrollarán los auditores. 771 II. CAPÍTULO IV ART. 79 LA SUSPENSIÓN O LATENCIA DE LOS DERECHOS POLÍTICOS O DE CONTENIDO ADMINISTRATIVO Como ya conocemos, el 1.º inciso del artículo 79.1.ª LSA dispone la suspensión del ejercicio del derecho de voto y de los demás derechos de contenido político cuando las acciones estén en poder de la propia sociedad emisora. Con esta sanción de latencia de tales derechos para las acciones propias el legislador viene a atender, más que un prejuicio dogmático, consideraciones de política jurídica y de pura lógica a la hora de disciplinar el estatuto de la autocartera (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 507). En primer lugar, se dispone la suspensión del ejercicio del derecho de voto. La finalidad a la que responde tal regla no es otra que la de evitar cualquier manipulación en la formación de la voluntad social en la junta general (GALGANO: «La manovra sulle azioni proprie», p. 406; en la doctrina española, vid. SÁNCHEZ ANDRÉS: El derecho de suscripción preferente, p. 359; SÁNCHEZ GONZÁLEZ: «La acción como título y como valor mobiliario negocial. La transmisión de acciones», p. 355), garantizando las exigencias derivadas del principio corporativo que caracteriza a la sociedad anónima (LUTTER: en Kölner Kommentar zum Aktiengesetz, pp. 591 ss.; en la doctrina española, vid. GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 410; respecto de la situación durante la vigencia de la LSA de 1951, vid. VELASCO SAN PEDRO: La adquisición por la sociedad emisora de sus propias acciones, pp. 296 ss.) y acogiendo la solución adoptada con carácter general en el Derecho comparado y que de igual manera asume de forma expresa la normativa comunitaria (cfr. art. 22 de la Segunda Directiva CEE, en materia de sociedades). De no acogerse tal suspensión se llegaría a resultados en los que se permitiría un margen de actuación—y manipulación— a los administradores sociales que resultaría imposible de justificar (sobre tales riesgos, vid. las consideraciones de ANTONUCCI: «Diritti inerenti alle azioni proprie», pp. 410-411). En definitiva, con la suspensión del derecho de voto «se viene a neutralizar o desactivar el valor societario o participativo de la acción y, consiguientemente, a declarar que la sociedad, aunque posea sus propias acciones, no por ello se convierte en socia de sí misma» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 551). Desde tales premisas se entenderá, entonces, la ilicitud de dos posibles prácticas en torno a las acciones propias. En este sentido, existe una cierta unanimidad en señalar que no cabe delegar el ejercicio de voto derivado de las acciones propias en un tercero (LUTTER, en Kölner Kommentar zum Aktiengesetz, p. 593; PAZ-ARES,«Negocios sobre las propias acciones», p. 552), ya que, evidentemente, estaríamos ante un auténtico fraude de ley con el que pretendería eludirse el mandato de este artículo 79.1.ª LSA. Por otro lado, si pese a la suspensión ordenada se ejercitara el voto anudado a las acciones propias, tal actuación llevaría —en razón de cuanto dispone el artículo 6.3 Cc— a entender la nulidad del voto emitido. Ésta, además, podría derivar en la impugnabilidad del acuerdo adoptado con el mismo por resultar nulo dada su contravención con la Ley (art. 115.1 LSA), siempre y cuando aquel voto hubiera sido necesario para alcanzar el acuerdo social. Pero, además, el artículo 79.1.ª LSA extiende esta regla de suspensión a «los demás derechos políticos incorporados a las acciones propias y a las de ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 772 la sociedad dominante». De esta manera, tampoco será posible el ejercicio de esos otros derechos de contenido administrativo (asistencia, información, separación, impugnación de acuerdos, de las minorías, etc.) anudados a las acciones propias. Este razonable planteamiento del legislador español es similar al que puede observarse en el Derecho comparado, aun cuando no falta algún ordenamiento que guarda silencio sobre este extremo (vid., ad ex., art. 2.357 Codice civile). Sin embargo, tanto en una como en la otra opción, el resultado es el mismo, ya que, dada la suspensión del voto, el ejercicio de estos otros derechos políticos en la situación de autocartera deviene irrelevante (GARCÍA VILLAVERDE: «Adquisición y aceptación en garantía por la sociedad de las propias acciones», p. 1368). En efecto, en algunos supuestos, no cabe desconocer que tales derechos políticos son puramente instrumentales del derecho de voto (ad ex., derecho de asistencia), por lo que dada la suspensión de aquél, carece de sentido su ejercicio. En otras ocasiones, el contenido de tales derechos se alcanza sin necesidad del ejercicio del mismo por razón de la situación de autocartera (ad ex., piénsese en el derecho de información y de su ejercicio en tales circunstancias por parte de la sociedad cuando resulta que son los administradores quienes han de suministrar la información requerida). En último lugar, no cabe desconocer que en otros supuestos estos derechos de carácter político o administrativo tienen un contenido que, en los casos de acciones propias, su ejercicio deviene un imposible lógico y jurídico (ad ex., derecho de separación). III. LA ATRIBUCIÓN PROPORCIONAL DE LOS DERECHOS ECONÓMICOS O DE CONTENIDO PATRIMONIAL El 2.º inciso del artículo 79.1.ª LSA dispone la imposibilidad de que la sociedad pueda ejercitar los derechos económicos derivados de sus acciones propias, sancionando —en consecuencia— la suspensión de tales derechos y la atribución proporcional de los mismos en favor del resto del accionariado. Tal regla de suspensión, tradicional en el Derecho comparado, obedece tanto a razones dogmáticas como de política jurídica, dada la inconveniencia del hecho de que la sociedad apareciera —sin relación de alteridad— en una dualidad de posiciones respecto del contenido patrimonial de tales derechos, por lo que con esta norma se «pretende lograr la deseable claridad y trasparencia en el funcionamiento de la sociedad, evitando las dificultades contables que comportaría la reunión en la sociedad de la doble condición de deudor y acreedor» (GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 410; con anterioridad, y en igual sentido, vid. PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 552). Ahora bien, de igual manera, cabe considerar cómo a través de esta regla de atribución proporcional, unida a la de suspensión de derechos políticos a la que antes nos hemos referido, se alcanza el resultado de la improductividad de las acciones propias, consecuencia que «desalentará la existencia de autocarteras elevadas y/o permanentes en la sociedad, y, por consiguiente, reducirá las perturbaciones que inevitablemente siempre produce la tenencia de acciones propias sobre las relaciones de poder y control en la sociedad» (VELASCO SAN PEDRO: 773 CAPÍTULO IV ART. 79 La adquisición de acciones propias, p. 54). A pesar del silencio que sobre estos extremos guarda —extrañamente— el artículo 22 de la Segunda Directiva CEE, en materia de sociedades, el legislador español ha decidido seguir el criterio que ya estaba vigente en nuestro Derecho y que acogía el artículo 47.3 LSA de 1951, generalizando la regla de suspensión que la normativa comunitaria sólo requería para el derecho de voto. Ahora bien, este segundo inciso del artículo 79.1.ª LSA presenta una importante particularidad que evita buena parte de las discusiones que se produjeron con ocasión de su precedente en la normativa ahora derogada. Me refiero al hecho de que, a diferencia de cuanto sucede con los derechos de contenido político anudados a las acciones propias, no basta con sancionar la regla de la suspensión respecto de los derechos de contenido económico, ya que existe una realidad material o patrimonial sobre la que ha de mediar un pronunciamiento del legislador. Dicho en otras palabras, no basta con adoptar una regla de suspensión para el ejercicio de los derechos económicos derivados de las acciones propias, pues «su contenido estrictamente material exige que se disponga de algún modo, además de lo que no se puede hacer, que es lo que sí se puede hacer. Es decir, en el ámbito de los derechos patrimoniales la solución no puede venir dada por una mera respuesta de carácter negativo, sino que, además, se precisa, en todo caso, una respuesta que en términos positivos disponga cual ha de ser el destino de los recursos económicos que no pueden ser atribuidos a la propia sociedad» (GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 411). De esta manera, y en atención a tal necesidad, el legislador dispone no sólo la improcedencia del ejercicio de tales derechos económicos por parte de la sociedad, sino también la atribución proporcional de aquéllos al resto de los accionistas. Desde este punto de vista se entenderá, entonces, que la calificación que merece el criterio legal no ha de ser el de suspensión de los derechos, sino, mejor, de extinción de los mismos durante el período en que tales acciones resulten estar en poder de la propia sociedad emisora de tales valores (JIMÉNEZ SÁNCHEZ: «La adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones», p. 209). En definitiva, del contenido de la regla de atribución proporcional que sanciona el artículo 79.1 LSA hemos de concluir advirtiendo la privación a la sociedad emisora de los derechos económicos derivados de las acciones propias y la atribución proporcional de los mismos en favor del resto del accionariado. Esta regla de atribución de los derechos económicos devengados en favor de la autocartera «al resto de las acciones» responde a un fundamento expreso y suficiente. No cabe obviar que los fondos patrimoniales cuya disposición fue necesaria para la adquisición de las propias acciones tienen su origen y formaban parte del patrimonio social, sobre el que media una expectativa de derecho —con carácter temporal o intercalario, el dividendo; con carácter definitivo o final, la cuota de liquidación— por parte de los accionistas, los cuáles, en definitiva, son quienes soportan el coste económico derivado de la constitución de la autocartera. Ante tal realidad, puede entonces constatarse que «la mejor forma de compensar un previo sacrificio económico es con una recompensa también económica, la cual, además, en ningún caso podría ser percibida y disfrutada por la propia sociedad» (GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 774 sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 412; lógicamente, quedan ahora fuera de consideración los supuestos de adquisición gratuita de acciones propias, respecto de los que la LSA señala un régimen especial —art. 77 LSA— y que, por razones de asimilación y conveniencia, se sujetan también a cuanto dispone este art. 79 LSA). Acertadamente, se han resumido las anteriores consideraciones señalando que, si se quiere neutralizar el valor «participativo» de las acciones propias, lo lógico es que los derechos económicos derivados de aquéllas refluyan y acrezcan al resto de las acciones (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 555). La regla de atribución proporcional de los derechos económicos anudados a las acciones propias en favor del resto de accionistas plantea, no obstante, una última e importante cuestión. En efecto, la regla de proporcionalidad parece hacer referencia —dado su significado literal— a la atribución de tales resultas económicas en razón del nominal de las acciones cuya titularidad corresponda a cada socio. Sin embargo, cabe cuestionarse si, a los efectos de proceder al reparto del dividendo o de la cuota de liquidación que —en principio— corresponderían a las acciones propias, deberían o no respetarse aquellas reglas que sancionan privilegios y preferencias admisibles en nuestro Derecho respecto de tales extremos. En mi opinión, no parece acertado considerar que el legislador, mediante la regla de atribución proporcional sancionada en el 2.º inciso del artículo 79.1.ª LSA pretenda alterar las reglas de reparto que resultaran aplicables respecto de los derechos de dividendo y de cuota de liquidación. En realidad, el alcance de la norma de atribución proporcional es otro, pues —en definitiva—, al no poder ejercitar la sociedad emisora los derechos derivados de sus propias acciones, las resultas patrimoniales correspondientes a los mismos pasan a formar parte del beneficio distribuiido como dividendo o del haber resultante en la liquidación, formando una masa patrimonial sobre la que se va a proyectar el correspondiente derecho del «resto de las acciones», y en donde el cálculo de aquello que corresponda a cada concreto accionista deberá ajustarse a las reglas y preferencias o privilegios que deban aplicarse de conformidad con la normativa legal y estatutaria que resulte aplicable (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 512). Las anteriores consideraciones, perfectamente aplicables a los derechos al dividendo y al de cuota de liquidación, deben extenderse —a tenor de la expresa previsión legal— respecto del derecho de preferente suscripción de las acciones en los supuestos de aumento efectivo de la cifra del capital. Ahora bien, en este último supuesto conviene no dejar de lado ciertas circunstancias particulares que pueden hacernos dudar del acierto del legislador. En efecto, resulta incuestionable que una acertada previsión en torno a las acciones propias requiere que la sociedad emisora y tenedora de tales valores no pueda —en ningún caso— ejercer el derecho de suscripción preferente que deriva de tales acciones. La razón es obvia, ya que, si se amplía la cifra de capital de forma efectiva, la finalidad de tal aumento no es otra que la de hacer llegar e incrementar los recursos propios de la sociedad. Sin embargo, si se permitiera la preferente suscripción anudada a las acciones propias, se estaría alterando la función productiva del capital, pues a fin de suscribir tales acciones nuevas la sociedad tenedora de autocartera debería realizar la correspondiente apor- 775 CAPÍTULO IV ART. 79 tación, la cuál —obviamente— implicaría no la llegada de nuevos fondos al patrimonio social, sino, naturalmente, la reordenación contable de los distintos conceptos que conforman éste (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 516-517). Por estas razones, es lugar común requerir y sancionar la imposibilidad del ejercicio por parte de la sociedad del derecho de suscripción preferente derivado de las acciones propias (vid., por todos, ANTONUCCI: «Diritti inerenti alle azioni proprie», p. 419). Ahora bien, sin dejar de lado las anteriores razones que justifican la improcedencia del ejercicio del derecho de suscripción preferente derivado de las acciones propias, no puede desconocerse un efecto necesario que es consecuencia de tal suspensión. Me refiero a la dilución del valor de las acciones propias como consecuencia del aumento de la cifra del capital y la imposibilidad de mantener el valor de las mismas dada la improcedencia para su titular —la sociedad emisora de tales valores— de ejercitar el derecho de suscripción preferente (sobre tal resultado, vid., ampliamente, SÁNCHEZ ANDRÉS: El derecho de suscripción preferente del accionista, pp. 359 ss.). De esta manera, a través de la regla dispuesta en el segundo inciso del artículo 79.1.ª LSA se condena a la sociedad tenedora de acciones propias a sufrir una pérdida necesaria como consecuencia de un aumento de capital de carácter efectivo, pues como resultado del mismo se minora el potencial valor de enajenación —de forma proporcional al incremento de la cifra del capital— respecto del precio o prestación que la misma sociedad tuvo que satisfacer a fin de poder constituir su autocartera. Nos encontramos, pues, ante un cierto dilema ya que, resultando manifiestamente improcedente la posibilidad de ejercer —como tal— el derecho de suscripción preferente anudado a las acciones propias, se consolida una minusvalía de las acciones en autocartera como fruto del aumento efectivo de la cifra del capital. Desde luego, la solución que ofrece el legislador español no ofrece duda alguna pues, privada la sociedad del derecho de suscripción preferente, éste se atribuye de forma proporcional al resto de las acciones (PAZARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 553 ss.; GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», pp. 413-414). Sin embargo, la solución adoptada en nuestra LSA no deja de es- tar exenta de críticas. En efecto, el resultado de la minoración del valor de las acciones propias resulta incuestionable pero, además, no debe olvidarse que tal consecuencia patrimonial repercute negativamente sobre los accionistas quienes verán como el valor de la inversión que se hiciera en la constitución de la autocartera puede no recuperarse y perjudicar el patrimonio social que constituye la expectativa de sus derechos. Junto a tales consecuencias patrimoniales, no puede dejarse de lado otra circunstancia que puede llegar a tener importancia. Algún autor ha afirmado —como una de las bondades de la solución legal— que con la atribución proporcional del derecho de suscripción preferente anudado a las acciones propias prevista en el artículo 79.1.ª LSA se permite mantener la distribución de poderes en la junta general (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 518). Sin embargo, tal afirmación no es correcta. En efecto, la solución legal presenta como resultado incuestionable un alza de la participación de cada accionista en la sociedad, siendo tal incremento ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 776 directamente proporcional al número de acciones que adquiera el socio como consecuencia, no del derecho de suscripción preferente derivado de sus acciones, sino, mejor, de aquel que tiene su causa en la regla de atribución proporcional que sanciona el 2.º inciso del artículo 79.1.ª LSA. En tales circunstancias, concurre el riesgo de que, como consecuencia de tal atribución, un accionista pueda adquirir una participación que le permita el control, a la cual no accedería —sin embargo— sin la atribución proporcional que proclama el citado precepto. Como fácilmente se comprenderá, ese resultado —seguramente no querido por el legislador— constituye una invitación para aquellos accionistas que así les interesara para manipular la adquisición de las propias acciones a fin de poder hacerse con una participación de control que por otras vías no hubieran conseguido. Las anteriores ideas muestran la complejidad del temario propuesto pero, también, las insuficiencias de la solución legal adoptada en el segundo inciso del artículo 79.1.ª LSA respecto del derecho de suscripción anudado a las acciones propias. Por tales razones, me parece que hubiera sido preferible otra solución que ya se propugnara en nuestra doctrina y que, evitando alterar la función productiva del capital, no conllevara los riesgos y consecuencias que acabamos de señalar. Me refiero a la necesidad de permitir a la sociedad tenedora de acciones propias una forma de ejercicio del derecho de suscripción preferente y consistente en la enajenación del mismo en favor de un tercero o, incluso, de los propios accionistas (tal y como propusiera SÁNCHEZ ANDRÉS: «El derecho de suscripción preferente del accionista», pp. 366 ss.). Con tal proceder se respetarían las exigencias de la función productiva del capital pero, de igual manera, se evitaría una dilución del valor de las acciones propias a la par que se conjura cualquier riesgo de manipulación de la autocartera con la finalidad de incrementar sin fundamento la propia participación accionarial. Aquellos autores contrarios a esta solución que nos parece más correcta advierten que la misma supondría una forma de ejercicio del derecho de suscripción preferente por parte de la sociedad emisora (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 553-554) junto con destacar el riesgo de manipulaciones en la enajenación que pudieran darse en favor de los administradores o del grupo accionarial de control (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 517). Sin embargo, tales críticas no me parecen suficientes para descartar la opción que —desde el punto de vista de política legislativa— hubiera debido acogerse en la vigente LSA. En efecto, la primera crítica incide en lo que sería el contenido de la solución a adoptar, lo cual no me parece que obligue a rechazarla si no lo es en razón de otro criterio. Así, la suspensión debería referirse no al derecho de suscripción preferente derivado de las acciones propias, sino, mejor, a la concreta forma en que éste puede ejercerse. Debe suspenderse la posibilidad de que la sociedad ejerza tal derecho mediante la suscripción de las nuevas acciones ya que se lesionarían las exigencias básicas derivadas de la efectividad del capital social. Sin embargo, dado los positivos resultados que se alcanzarían —mantenimiento del valor de la inversión en autocartera— no parece que medie inconveniente alguno en permitir a la sociedad emisora y tenedora de sus propias acciones el ejercicio de tal derecho de preferente suscripción mediante la enajenación del 777 CAPÍTULO IV ART. 79 mismo en favor de terceros e, incluso, de los otros accionistas. Por otra parte, la segunda de las críticas antes avanzadas —riesgo de manipulación en la enajenación— tampoco me parece aceptable. En efecto, no parece conveniente elevar a la categoría de regla general lo que son situaciones patológicas. La advertencia que se hace al criterio que defendemos no impide el acierto de éste, sino tan sólo la conveniencia de requerir en la enajenación de los cupones (derecho de suscripción preferente) derivados de las acciones propias un procedimiento que conjure los riesgos denunciados. De esta manera, y tal y como en otras ocasiones hace la propia LSA (vid., ad ex., art. 170 LSA), bastaría con que, a fin de enajenar el derecho de suscripción preferente anudado a las acciones propias, se diseñara un procedimiento que garantizara la contradicción y la publicidad, ofreciendo la necesaria trasparencia y asegurando, en su caso, el respeto necesario a las exigencias derivadas del principio de paridad de trato de los accionistas (rechaza en cualquier caso la posibilidad de enajenación del derecho de suscripción preferente anudado a las propias acciones ANTONUCCI: «Diritti inerenti alle azioni proprie», p. 420). La regla general de atribución proporcional de los derechos de contenido económico que sanciona el inciso 2.º del artículo 79.1.ª LSA tiene, sin embargo, una importante excepción, pues no afecta al derecho de asignación gratuita de nuevas acciones (sobre la caracterización de tal derecho, vid. SÁNCHEZ ANDRÉS: «Principios, casos y conceptos en materia de derecho de asignación gratuita de acciones», pp. 883 ss.). La titularidad de tal derecho, así como su ejercicio, corresponde a la sociedad tenedora de sus propias acciones, la cual verá incrementada el número de éstas de forma proporcional a su participación en el incremento de la cifra del capital de carácter puramente nominal o contable. El fundamento a que obedece tal excepción no ofrece duda. El derecho de asignación gratuita de las nuevas acciones es consecuencia de la adopción de un acuerdo de aumento de la cifra del capital de carácter nominal o contable, por lo que la característica particular que presenta tal ampliación es su configuración como una reordenación contable de los distintos componentes del patrimonio social (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 554), de tal manera que la cobertura de la nueva cifra del capital se hace con cargo a bienes que ya constaban en aquel patrimonio sin que el mismo acrezca de forma proporcional a como sí lo hace la cifra formal de capital. El aumento de la cifra del capital de estas características tiene, como última consecuencia, que, dado su significado puramente contable, no medie la suscripción de las nuevas acciones, sino su atribución gratuita a cada accionista de forma proporcional a su participación social. Siendo esto así, resulta fácil comprender la conveniencia de la excepción que advierte la norma que comentamos, ya que no resulta necesaria ninguna disposición patrimonial como consecuencia de la asignación de las nuevas acciones, por lo que se permite su atribución a la sociedad emisora en razón de las acciones propias de las que es tenedora a fin de evitar la dilución del valor de éstas. El resultado final no es otro que el del mantenimiento del valor de las propias acciones sin que medie riesgo alguno sobre las exigencias derivadas de la efectividad del capital social. ART. 79 IV. JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 778 INCIDENCIA DE LAS ACCIONES PROPIAS EN EL CÓMPUTO DEL QUÓRUM La fijación de porcentajes tomando como base la cifra del capital social a fin de alcanzar actos de formación de la voluntad social en la junta general, ejercitar determinados derechos o dar cumplimiento a ciertas exigencias dispuestas a lo largo de la LSA, plantea el problema de cómo puede incidir la existencia de acciones propias en tales cálculos porcentuales. En muchas ocasiones, podría pensarse que, en razón de los intereses presentes en la concreta situación, carece de sentido este problema y que, por tanto, ha de seguirse el criterio general tomando como referencia la cifra del capital social con independencia de que una parte del mismo hubiera sido adquirida por la sociedad emisora de tales valores (ad ex., a los efectos de calcular el importe de la reserva legal; vid., en tal sentido, ANTONUCCI: «Diritti inerenti alle azioni proprie», p. 420). Sin embargo, no faltan ocasiones en que resulta improcedente seguir el criterio anterior, pues con tal proceder se pueden hacer realidad los peligros que presenta la tenencia de acciones propias, ya que se lesionarían exigencias básicas derivadas del principio corporativo y se manipularía —en beneficio de los administradores o de los accionistas mayoritarios— el procedimiento de formación de la voluntad social en la junta general. El problema recibe una solución expresa en el artículo 79.2.ª LSA, a cuyo tenor «las acciones propias se computarán en el capital a efectos de calcular las cuotas necesarias para la constitución y adopción de acuerdos en la junta». Con tal solución, el legislador da por zanjada la discusión que se suscitó ante el silencio que sobre estos extremos guardaba el artículo 47 LSA de 1951 (el criterio doctrinal mayoritario era favorable a excluir de la base de cálculo de tales quórums el importe porcentual de las acciones propias; sobre tal polémica y las distintas soluciones ensayadas, vid. GARRIGUES y URÍA: «Comentario a la Ley de Sociedades Anónimas», p. 545; BLANCO CAMPAÑA: «La adquisición por la sociedad de sus propias acciones», p. 240; VELASCO SAN PEDRO: «La adquisición por la sociedad emisora de sus propias acciones», pp. 301 ss.). De esta manera, se afirma el respeto de la cifra formal del capital social a fin de calcular los quórums de constitución y de adopción de acuerdos con independencia de si concurre o no una situación de autocartera (en contra de este criterio parece manifestarse ANTONUCCI: «Diritti inerenti alle azioni proprie», pp. 421-422). Con tal proceder, el legislador adopta una solución lo más acorde posible con la idea de neutralidad de la autocartera que acoge en este artículo 79 LSA, pues la solución que requiere tal neutralidad —corporativa y económica— con que se caracteriza la autocartera «no puede ser más que aquella que deja las cosas como están, es decir, que computa quórums y minorías de acuerdo con el capital social [...]. Por ello, de acuerdo con esa idea de neutralidad, lo que no puede pretenderse es que el capital (dotado de derechos) que fue fijado en el contrato de sociedad y los porcentajes con que los socios contaron en el momento de otorgar su consentimiento queden a expensas del evento fortuito y mayoritario de que la sociedad adquiera o no sus propios títulos» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 564-565). El legislador entiende, mediante la previsión del artículo 79.2.ª LSA, que la realidad de las acciones propias y la privación de los derechos a ellas anudados no puede amparar la consideración de que tales acciones han de tratarse como 779 CAPÍTULO IV ART. 79 si no existieran (tal idea la advierte LUTTER: en Kölner Kommentar zum Aktiengesetz, pp. 567 Pero, además, no cabe desconocer cómo la solución contraria conduce a resultados poco satisfactorios, pues la exclusión de las acciones propias de la base de cálculo de los distintos porcentajes tiene un efecto multiplicador de la presencia —en la constitución de la junta general— y de la decisión —en el ejercicio del voto— del titular o titulares de una participación social mayoritaria. A fin de evitar tal resultado, el artículo 79.2.ª LSA sanciona la exigencia de que «la cifra de referencia para determinar la presencia —otro tanto cabe advertir respecto del voto— de una masa accionarial de la suficiente entidad como para adoptar acuerdos sociales debe ser la suma del valor nominal de las acciones que estructuralmente tienen conferido el derecho de voto, con independencia de que, debido a circunStancias coyunturales y en atención a determinados intereses en presencia, este derecho de voto se encuentre ocasionalmente suspendido» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 536). Llegados a este extremo, podemos concluir señalando que la solución adoptada en este artículo 79.2.ª LSA «representa, en materia de constitución de la junta general, simplemente una reiteración de la normativa general al respecto, contenida en los artículos 102 y 103 LSA, que establecen como cifra de referencia para efectuar dicho cálculo el capital suscrito con derecho a voto, es decir, todas las acciones que tengan conferido el derecho de voto, con independencia de que circunstancialmente ese derecho de voto se encuentre suspendido», mientras que, en lo referente al ejercicio del derecho de voto, «supone una significativa excepción a la regla general en la materia, que es el cálculo de las mayorías requeridas para la adopción de acuerdos en atención únicamente del capital social presente o representado en la Junta. Esta norma supone, en definitiva, considerar a las acciones propias, [...] como si asistiesen a la junta general y no votasen en ningún caso a favor de la adopción del acuerdo de que se trate» (GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 417). La solución legal merece una valoración positiva. En efecto, la inclusión de las acciones propias en la base de cálculo de los correspondientes porcentajes tiene como consecuencia la neutralidad de éstas en aquellos aspectos del funcionamiento de la junta general, garantizándose así el respeto del principio corporativo y evitando manipulaciones por parte de los administradores o de los accionistas mayoritarios. El resultado último a que conduce el criterio del artículo 79.2.ª LSA no es otro que el mantenimiento de las cuotas de poder dentro de la sociedad y el impedimento de manipulación de la autocartera con el fin de alterar aquéllas. Sin embargo, y aún cuando en este momento sólo sea posible hacer un apunte, sí conviene —también— hacer constar la concurrencia de un riesgo importante a que conduce la previsión del legislador. En este sentido, al incluirse las acciones propias en la base de cálculo de los porcentajes, se potencia el valor e importancia que de hecho pueden tener las minorías, pudiendo darse situaciones en las cuáles aquéllas tengan un auténtico poder de veto que les permitiría llegar a bloquear la adopción de acuerdos en la junta general. Cabe pensar, pues, si con este criterio legal no se estaría favoreciendo el riesgo de una tiranía de la minoría que, desde luego, ss.). ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 780 no parece estar detrás de la finalidad atendida por el legislador. La inclusión de las acciones propias en la cifra de referencia para la determinación de ciertos porcentajes plantea una última cuestión. Me refiero a la incidencia que puede tener este criterio legal a la hora de efectuar el cómputo de los porcentajes requeridos en el ejercicio de los denominados derechos de las minorías. Los argumentos favorables a la exclusión de las acciones propias en tales supuestos, pudieran ampararse —junto con otro tipo de razones— en el silencio legal, pues el artículo 79.2.ª LSA limita su referencia a los quórums de constitución y de votación en la junta general. Sin embargo, me parece que tal solución no puede justificarse en la omisión legal y, además, conduce a resultados insatisfactorios. En primer lugar, el silencio legal no puede fundamentar tal opinión pues «aunque el legislador no se pronuncie expresamente, parece tener el mismo sentido el cómputo de tales acciones a los efectos del ejercicio de los derechos por las minorías y de cualquier otra regla que cuente con la cifra del capital social» (GARCÍA VILLAVERDE: «Adquisición y aceptación en garantía por la sociedad de las propias acciones», p. 1370). Por otro lado, el criterio que criticamos conduce a un resultado nada satisfactorio, pues la exclusión de las acciones propias en tales cómputos tiene como consecuencia una injustificada generalización de los derechos de la minoría, ya que los porcentajes requeridos a tal efecto son menores, pues éstos se reducen de forma proporcional al cociente del capital que representan las acciones propias. Ante el silencio guardado por el legislador, entendemos que debe seguirse el criterio general y, en consecuencia, se ha de tomar como referencia la íntegra cifra del capital social, con independencia de la posible situación de autocartera (JIMÉNEZ SÁNCHEZ: «La adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones», pp. 218-219; PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 564-565; en la doctrina foránea, vid. CARBONETTI: «L’acquisto di azioni proprie», pp. 139 ss.). No cabe desconocer cómo la vigente LSA ha fijado un concepto abstracto y general de minoría mediante una mera referencia cuantitativa a la cifra del capital social. Si tal criterio no se respetara y se excluyeran de tales cálculos las acciones en autocartera, se llegaría a un resultado que «equivaldría a atribuir el ejercicio de unos derechos a unas minorías cuantitativamente inferiores que las que el legislador ha querido proteger» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 544). V. RESERVA INDISPONIBLE DE COBERTURA PATRIMONIAL POR EL IMPORTE DE LAS ACCIONES PROPIAS Y FINANCIACIÓN DE LA OPERACIÓN DE AUTOCARTERA En páginas anteriores (vid. supra, nuestro comentario al art. 75 LSA) remitimos el problema relativo a las exigencias que han de respetarse de cara a la financiación de la adquisición de acciones propias. Conviene ahora retomar tal cuestión y hacerlo al hilo del análisis de este requisito en orden a la exigibilidad de una reserva de acciones propias que sanciona el párrafo 3.º del precepto que comentamos. Resulta evidente que, en atención a cuanto disponen los artículos 75.3.ª y 79.3.ª LSA, una exigencia insoslayable de tal adquisición es la necesidad de 781 CAPÍTULO IV ART. 79 que la misma se lleve a cabo con cargo a fondos libres; esto es, aquellos que la sociedad pueda libremente disponer. Tal exigencia, auténtica pieza clave —desde el punto de vista financiero— en la construcción del régimen jurídico de la autocartera, viene formulada de forma condicional en relación con la necesidad de dotar la denominada reserva de acciones propias. En efecto, el citado artículo 75.3.ª LSA dispone que la adquisición de las propias acciones ha de permitir la constitución de la reserva prescrita en el artículo 79.3.ª LSA. Este último precepto advierte la necesidad de dotar en el pasivo del balance social «una reserva indisponible equivalente al importe de las acciones propias o de la sociedad dominante computado en el activo», la cual «deberá mantenerse en tanto las acciones no sean enajenadas o amortizadas». El imperativo exigido no es otro que —formulado de forma positiva— la necesidad de que la adquisición se haga con cargo a fondos patrimoniales libres de cualquier función de cobertura. El fundamento al que responde esta exigencia legal es doble. En primer lugar, la adquisición de las propias acciones no puede llevarse a cabo en perjuicio de ciertas realidades, por lo que la citada norma pretende, en definitiva, «que permanezca intacto el patrimonio que retiene la cifra del capital y las demás partidas indisponibles del pasivo» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 510). De esta manera, la exigencia de dotación de la reserva de acciones propias sin que disminuya el capital y las reservas indisponibles es consecuencia necesaria del principio de integridad del capital, pues las acciones propias —en cuanto valor de segundo grado— no tienen, de por sí, un valor real o efectivo. Por tal razón, la constancia de las acciones propias adquiridas como una partida del activo del balance, requiere la adopción de las oportunas medidas de corrección, so pena de falsear la realidad patrimonial y financiera de la sociedad en perjuicio de los acreedores. Por otro lado, también se hace preciso considerar el interés de los accionistas pues, salvo que mediara una medida de signo contrario como la legalmente requerida, la participación económica de aquellos quedaría diluida de forma proporcional al importe que fuera satisfecho en la adquisición de las propias acciones (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 335-336). Gráficamente se han sintetizado estas ideas advirtiendo que «para impedir que la sociedad, al adquirir sus propias acciones, lleve a cabo una liquidación encubierta, ponga en peligro la integridad del capital o disminuya la garantía de sus acreedores, es necesario que sólo se permitan las adquisiciones de acciones propias que puedan financiarse con cargo a lo que pueden llamarse medios libres, es decir, fondos que deben pasar a integrar los beneficios distribuibles; y que se imposibilite que, una vez adquiridas las acciones, mientras las mismas continúen en cartera, bienes por la cuantía de los que fueron empleados en la adquisición, puedan ser distribuidos entre los accionistas, utilizados para una nueva adquisición de acciones propias o para cubrir pérdidas, porque de cualquiera de esas formas se acabaría produciendo lo que antes hemos llamado el aguamiento del capital social» (DÍEZ-PICAZO: «Los negocios de la sociedad con las propias acciones», pp. 199-200). La formulación de esa exigencia legal de financiación con cargo a medios ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 782 libres no se hace en nuestra Ley —tal y como acabamos de señalar— de forma directa, sino mediante su referencia a la necesidad de constituir una reserva de cobertura de las acciones propias que, como consecuencia de su adquisición, causarán el oportuno asiento en el balance social. De esta manera, el régimen financiero y contable a que se sujeta la adquisición de las acciones propias está formado por una doble exigencia, pues, debiendo realizarse la operación con cargo a medios patrimoniales libres, por otro lado se requiere la contabilización de las resultas de tal adquisición y su corrección contable en el pasivo mediante la dotación de una reserva de acciones propias. Por tales razones, y dado el sistema de cuenta por partida doble, sea cual sea el supuesto de autocartera que se contemple habrá de darse cumplimiento a esta exigencia de dotar en el balance una reserva de cobertura de la autocartera. A fin de hacer realidad las finalidades expuestas, el legislador adopta una de las posibles fórmulas (sobre otras soluciones técnicas, ad ex., sanción expresa de la intangibilidad del patrimonio de cobertura del capital y de las reservas indistribuibles, vid. PAZARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 511 ss.; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 336 ss.) en que, ante la adquisición de las acciones propias, han de venir dadas las garantías suficientes en torno a la integración y efectividad de la cifra del capital. Así, se requiere la contabilización de las acciones propias como una partida más del activo del balance social, la cual deberá ser neutralizada mediante la dotación de una reserva indisponible con fondos que no disminuyan la cifra del capital y de las reservas indisponibles que, constando en el pasivo, será un contrasiento de aquél. Con tal proceder, se atiende tanto a las consecuencias patrimoniales que requiere la «compensación» contable de las acciones propias (contrasiento) como a los fondos con cargo a los cuales cabe financiar la operación de autocartera (no afectación de la cobertura de capital ni de las reservas indisponibles o exigencia de disposición de fondos libres). La solución técnica adoptada por el legislador español ha sido valorada positivamente, pues, alcanzando los fines propuestos y comunes con otras fórmulas ensayadas en el Derecho comparado, presenta dos características importantes (vid. VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 337). En primer lugar, es una técnica completa pues no sólo requiere una financiación de la operación de autocartera con cargo a determinados fondos, sino que, además, sanciona la exigencia de una reserva compensadora del valor de las acciones propias que se hace reflejar en el balance. Por otro lado, tal opción viene caracterizada por una acertada flexibilidad, ya que los administradores, dentro del respeto a las exigencias legalmente dispuestas, podrán determinar los concretos fondos con los que dar respaldo a la operación. En definitiva, puede concluirse advirtiendo que «el objeto de la norma es neutralizar el valor económico de las acciones propias en manos de la sociedad y, para ello, se le obliga a constituir en el pasivo una reserva de importe equivalente al que se le ha asignado en el activo a las acciones propias. Y este mecanismo contable permite, por un lado, conocer la realización de una operación jurídica, como es la adquisición por la sociedad de sus propias acciones, y por otro lado, permite controlar los términos en que se ha realizado tal operación, y en concreto comprobar que tal adquisición se ha financiado con cargo a medios libres para la sociedad» 783 CAPÍTULO IV ART. 79 (GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 418). La contabilización de las propias acciones adquiridas por la sociedad emisora no puede desconocer la falta de valor actual de tales títulos —cuestión distinta, aunque sin realce contable, es su valor potencial estimado o de futura enajenación—, por lo que, so pena de un incremento ficticio del patrimonio social, ha de realizarse a la par que se adoptan las cautelas necesarias que eviten un falseamiento de la situación financiera y patrimonial de la sociedad. En el Derecho comparado, y con esta finalidad, no faltan soluciones en las que se dispone la no contabilización de las acciones propias y su desarrollo y explicación a través de la memoria. Sin embargo, la vigente LSA, siguiendo el modelo previsto en el parágrafo 71.II AktG, opta por requerir la contabilización de las acciones propias adquiridas por la emisora mediante su reflejo en una partida del activo del balance social, debiendo realizarse la oportuna compensación de ésta mediante la dotación en el pasivo de la reserva prescrita en el artículo 79.3.ª LSA. La doctrina ha mostrado una opinión positiva respecto de tal proceder, pues las exigencias del sistema de doble partida —también— en lo atinente a las acciones propias favorece la imagen fiel —resultado último a que han de conducir las cuentas anuales— sobre los extremos y el alcance de la operación de autocartera (GALÁN CORONA: «Las cuentas anuales y su verificación: aspectos jurídicos», pp. 268-269). La contabilización de las acciones propias adquiridas en el activo del balance social deberá tener su reflejo necesariamente en las partidas previstas para tal fin (cfr. art. 184.2 LSA). Pues bien, en atención al criterio de afectación dispuesto en el artículo 184.1 LSA, la autocartera adquirida deberá hacerse constar en la partida de «inmovilizado», si se pretende su mantenimiento a largo plazo (cfr. arts. 175.B.IV y 176.3.7.º LSA), o bien como «activo circulante», si se deseara su permanencia por un plazo inferior a doce meses (cfr. arts. 175.C.IV y 177.3.3.º LSA). Respecto de las reglas de valoración de tales acciones propias, deberá atenderse al criterio del precio de adquisición, salvo que resultara un valor menor como consecuencia de la aplicación de las reglas y criterios de corrección valorativa que resultaran procedentes (cfr. arts. 195 y 196 LSA). Por su parte, la contabilización de la reserva de acciones propias deberá dotarse en el pasivo del balance social (vid. arts. 175.A.IV y 178.2 LSA). Su finalidad no es otra que la de contrabalancear el reflejo de las acciones propias que se hace constar en el activo, a fin de evitar —en último término— el falseamiento de la situación financiera y patrimonial de la sociedad. Ahora bien, al requerir que tal dotación no pueda hacer venir a menos la cobertura del capital y las reservas indisponibles, se estará asegurando que la adquisición de las propias acciones se lleve a cabo con fondos libres. El régimen jurídico a que se sujeta la reserva de acciones propias prevista en los artículos 75.3.º y 79.3.ª LSA plantea un grupo de interrogantes que es preciso atender. En primer lugar, y como cuestión con una indudable incidencia en cualquier otra, se suscita la duda acerca de la naturaleza jurídica de esta reserva. La opinión sobre tal extremo es unánime (GALÁN CORONA: «Las cuentas anuales y su verificación: aspectos jurídicos», pp. 268-269; GARCÍA VILLAVERDE: «Adquisición y ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 784 aceptación en garantía por la sociedad de las propias acciones», p. 1370; PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 557-558; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 555-556; GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 419; en la doctrina comparada, vid. LUTTER: en Kölner Kommentar zum Aktiengesetz, pp. 567 ss.; COLOMBO: «La riserva azioni proprie», pp. 173 ss.; CURSIO: «Natura giuridica del fondo azioni proprie», pp. 189 ss.) pues se considera que en ningún caso cabe su calificación como auténtica reserva (sobre el concepto de reserva, vid. PIÑÓN PALLARES: «Las reservas en las sociedades anónimas», pp. 50 ss.). En efecto, no cabe tal calificación respecto del supuesto contemplado en el artículo 79.3.ª LSA en razón de no atender ni la finalidad ni las funciones que caracterizan a las reservas. En primer lugar, su finalidad no es la propia de una cifra de retención del movimiento patrimonial, sino, exclusivamente, la de contrabalancear una determinada partida del activo. Por otro lado, tampoco atiende las funciones propias de las reservas, pues resulta indisponible mientras existan en el patrimonio social las acciones propias, sin que, por tanto, pueda disponerse de ella para aplicarse a fin de cubrir pérdidas del ejercicio. La configuración jurídica de esa pretendida reserva de acciones propias no es, en definitiva, tal, sino que, mejor, ha de considerarse como un constraasiento en el pasivo rectificativo del valor reflejado en la partida del activo correspondiente al valor otorgado contablemente a las acciones propias que fueron adquiridas por la sociedad (en este sentido, vid., ad ex., FORTUNATO: «Acquisto di azioni proprie: finanziamento e contabilizzazione», p. 341). La dotación y contabilización de la reserva de acciones propias legalmente requerida plantean dos últimas cuestiones que ahora hemos de afrontar y que hacen referencia a la verificación de los fondos disponibles para constituir tal reserva así como su dotación formal. La primera de ellas, de consecuencias prácticas importantísimas, hace referencia a la verificación de la existencia de fondos disponibles en el patrimonio social a fin de poder dotar la reserva exigida para las acciones propias. El problema ha recibido distintas respuestas y en todas ellas pueden encontrarse argumentos —más o menos— razonables en su defensa. Una primera opinión ha afirmado que la verificación de la existencia de fondos disponibles corresponde a la junta general, de tal manera que, en razón del último balance social aprobado, la junta ejercitará tal competencia de verificación cuando adopte el acuerdo autorizatorio ex artículo 75.1.º LSA. Tal opinión, sin embargo, sólo puede tener cabida si se parte del presupuesto de la competencia de la junta general a fin de constituir la autocartera, lo cuál, como ya conocemos, podría ser una opción vigente en la legislación anterior y ahora derogada pero que en modo alguno puede sostenerse en la vigente LSA, ya que resulta evidente la opción del legislador en favor de la competencia de los administradores para adquirir acciones propias (vid. supra, nuestro comentario al art. 75 LSA en esta misma obra). Pero, además, la opinión que criticamos desconoce las consecuencias a que puede llegar, pues parece dejar de lado el más que importante riesgo derivado de la mutabilidad del patrimonio social y que estaría presente como consecuencia del tiempo que mediaría —hasta dieciocho meses, a tenor de la previsión del artículo 75.3.º LSA— desde el momento de la adopción del acuerdo autorizatorio hasta la fecha de realización de la adquisición de las acciones propias. 785 CAPÍTULO IV ART. 79 Ante tales insuficiencias, nuestra doctrina se ha dividido en dos grandes posiciones respecto de la cuestión que nos ocupa. Un primer grupo de autores afirma que la verificación de la existencia de fondos disponibles que permita la dotación de la reserva de acciones propias y posibilite la realización de la operación ha de llevarse a cabo en el momento de tal adquisición de las acciones propias, ya que en tal fecha se produce la afectación de intereses propia de la autocartera. Se entiende que tal criterio está plenamente justificado pues ese momento es aquel en que ha de evitarse el peligro económico que presenta la autocartera, junto con el hecho —se nos dice— de conciliar los intereses en favor de la seguridad de la operación —verificar la existencia de fondos disponibles suficientes— y de la necesaria flexibilidad —tal tarea de verificación la llevarán a cabo los adminsitradores—, sin que genere un excesivo coste formal pues no será necesaria la elaboración de un balance extraordinario ya que, en razón de la finalidad pretendida, será suficiente con el conocimiento y la actuación diligente de los administradores (JIMÉNEZ SÁNCHEZ: «La adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones», pp. 198 ss.; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 341 ss.). Por otro lado, en favor de esta interpretación parece que juega el tenor literal del inciso final del artículo 19.1 de la Segunda Directiva CEE, en materia de sociedades. Sin embargo, la opinión anterior ha sido cuestionada por distintas razones. En primer lugar, por la falta de certidumbre respecto de la verificación de los fondos con los que dotar la reserva de acciones propias, pues tal tarea queda confiada a la simple diligencia de los administradores. Ante tal circunstancia, y a pesar de las advertencias hechas, se considera que sería necesaria la elaboración de un balance de situación cada vez que se llevara a cabo una adquisición de acciones propias, lo cual constituiría un coste formal más que relevante. Por otro lado, el criterio criticado parece oponerse a la flexibilidad que ha de presidir el régimen de adquisición de las acciones propias, obviando el hecho de que el elemento relevante sería el de la afectación de los resultados del ejercicio como consecuencia de la autocartera que se constituyera. Desde estas premisas se sugiere, entonces, que «el momento a que ha de referirse el cumplimiento de la condición que examinamos debe desplazarse hacia el futuro, y concretamente a la época de confección del próximo balance de ejercicio. Desde el punto de vista de la ratio de la norma parece claro, en efecto, que aunque hoy haya medios libres, habrá que renunciar a la adquisición del propio capital si se prevé que el ejercicio en curso acabará con pérdidas; y, viceversa, no parece razonable vedar la adquisición cuando, aun no habiendo medios libres acumulados, la marcha del ejercicio indica claramente que se terminará con excedentes» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 514; en igual sentido se manifiesta DÍEZ-PICAZO: «Los negocios de la sociedad con las propias acciones», p. 200). Esta última solución parece la más sugerente y razonable. En efecto, con la misma se dota de la necesaria flexibilidad a la actuación de los administradores, a la par que se desplaza el centro de atención hacia la incidencia final o en el ejercicio de las operaciones de adquisición de acciones propias. Sin embargo, no cabe desconocer que con este criterio se confía al acierto y diligencia de los administradores la verificación exigida, lo cual no excluye riesgos de error y de abuso que en ningún caso deberían ampararse. ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 786 El otro problema al que hacíamos referencia es el relativo a la constitución o dotación formal de la reserva de acciones propias. Dejando de lado alguna opinión aislada (así, y pareciendo requerir la dotación de la reserva de forma simultánea a la adquisición, GARCÍA VILLAVERDE: «Adquisición y aceptación en garantía por la sociedad de las propias acciones», p. 1370), puede constatarse cómo se ha sugerido que, en atención al carácter debido u obligatorio de la citada reserva, corresponderá la competencia para formar la misma a los administradores sociales (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 560). Sin embargo, no parece que pueda compartirse tal opinión, pues no cabe olvidar que sólo tiene sentido la dotación formal de la reserva de acciones propias cuando se hubiera hecho constar en la correspondiente partida del activo el valor dado a tales acciones, ya que de lo contrario se estaría desconociendo que la finalidad de la reserva ex artículo 79.3.ª LSA es contrabalancear esas partidas del activo expresivas del valor de la autocartera. En el momento en que se refleje en las cuentas anuales el valor dado a las acciones propias adquiridas surge el peligro de que la cobertura del patrimonio neto se haga mediante aquel valor, lo cuál deberá evitarse con este contrasiento en el pasivo. Por lo tanto, en razón de la finalidad pretendida con esta reserva de acciones propias, no parece que debamos pensar en una alteración de la distribución de competencias entre los órganos sociales respecto de la formulación y aprobación de las cuentas anuales, pues —de conformidad con cuanto disponen los artículos 95 y 212.1.º LSA— será la junta general quien apruebe las mismas. La competencia de la junta general en orden a la dotación formal de la reserva ex artículo 79.3.ª LSA no le habilita, sin embargo, a este órgano social para rechazar tal proceder. Dado el carácter imperativo de la norma que nos ocupa, si se adoptara un acuerdo social negando la constitución de la reserva de acciones propias, el mismo sería un acuerdo nulo por contravención de lo dispuesto en el artículo 79.3.ª LSA (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 557). La necesidad de dotar la reserva de acciones propias, así como su indisponibilidad, viene impuesta de forma rotunda en el texto legal, el cual, además, sujeta su mantenimiento a la condición de la persistencia de la autocartera. Con tales caracteres queremos advertir, en primer lugar, que el deber de dotar la reserva de acciones propias no viene a menos como consecuencia de una deficitaria situación del patrimonio social. Dicho en otras palabras, deberá procederse a dotar la misma incluso si no hubiera patrimonio suficiente para la cobertura del capital y de las reservas indisponibles, de tal manera que con este proceder se generaría un resultado contable de pérdidas (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 561). Por otro lado, el mantenimiento de la reserva ex artículo 79.3.ª LSA depende de la subsistencia del hecho que genera la obligación de dotarla. En este sentido, el texto legal es explícito, pues —según advierte el inciso final del artículo 79.3.ª LSA— «esta reserva deberá mantenerse en tanto las acciones no sean enajenadas o amortizadas». Por consiguiente, es perfectamente posible la desdotación de la reserva y la disponibilidad de la cobertura dada en razón y proporción de las amortizaciones y enajenaciones que fueran llevándose a cabo respecto de las acciones propias previamente adquiridas. Conforme se ha advertido, «el problema más delicado que puede plantearse 787 CAPÍTULO IV ART. 79 en esta materia es el de determinar si el fondo ha de disolverse necesariamente cuando se producen los hechos que permiten su disolución. La respuesta, a nuestro juicio, no puede ser más que afirmativa. Si la función del fondo es bloquear una anotación en el activo, carece de sentido mantenerlo una vez que se ha cancelado tal anotación» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 560). Y, según entendemos, a esta conclusión no se opone la competencia que hemos defendido en favor de la junta a fin de dotar formalmente la reserva ex artículo 79.3.ª LSA, pues no es lo mismo retener bienes a fin de dar cobertura a la misma que liberarlos. VI. OBLIGACIÓN DE INFORMACIÓN SOBRE LAS ACCIONES PROPIAS El artículo 79.4.ª LSA, a fin de realizar —principal aunque no exclusivamente— el interés de los socios (GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 415), sanciona un deber de información sobre las operaciones de autocartera a través de la constancia de determinadas menciones que han de acogerse en el informe de gestión de la sociedad emisora y, si fueran adquiridas acciones de la dominante, también en el informe de gestión que formulara ésta. Con tal exigencia, el legislador español atiende el cumplimiento literal de cuanto dispone el artículo 22 de la Segunda Directiva CEE, en materia de sociedades [vid., también, el art. 46.2, letra d), de la Directiva 78/660/CEE, o Cuarta Directiva en materia de sociedades, de 25 de julio de 1978, relativa a las cuentas anuales de determinadas formas de sociedad]. El citado precepto requiere el pronunciamiento de los administradores en el informe de gestión sobre distintos extremos acerca de las operaciones que sobre las acciones propias pudieran haberse producido durante el ejercicio social. En efecto, los administradores deberán expresar los motivos —esto es, las finalidades— a que obedecen las adquisiciones y enajenaciones realizadas durante el ejercicio; el número y valor nominal de las acciones propias adquiridas y enajenadas durante tal período así como la fracción del capital social que representan, indicando —pese al silencio legal— la clase de acciones afectadas (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 564, nota 157); la contraprestación por las acciones que fuera precisa o que se hubiera ingresado en el patrimonio social, si mediara adquisición o enajenación a título oneroso de tales valores; y, por último, el número y valor nominal del total de las acciones propias que fueran adquiridas y que están en poder de la propia sociedad o de personas interpuestas, con indicación de la fracción del capital social que representan. Como fácilmente se comprenderá, tales menciones —dada la imperatividad del artículo 79.4.ª LSA— son necesarias, por lo que podrá ampliarse el contenido del informe de gestión sobre la autocartera mediante la fijación de otros extremos requeridos por pacto estatutario o con carácter voluntario en razón de la decisión de los administradores, pero —en ningún caso— podrá limitarse u omitirse alguna de las menciones previstas en este precepto. De este modo, la norma que comentamos «no sólo significa publicidad, sino que de alguna manera está exigiendo a los administradores que justifiquen su actuación en ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 788 esta materia, con la consiguiente trascendencia que ello puede tener para su autolimitación, así como para valorar sus eventuales responsabilidades» (VELASCO SAN PEDRO: «La adquisición de acciones propias», pp. 54 y 55). La previsión del legislador disponiendo esta norma de carácter informativo ha de ser valorada positivamente. En efecto, estas exigencias informativas que han de recogerse en el informe de gestión obedecen a un fundamento explícito y «la razón de ser de esta específica obligación de información estriba, sin duda alguna, en el hecho de que la noticia que se puede recabar del balance y del resto de la documentación contable es insuficiente» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 561). Las cuentas anuales ofrecen ya una información más que relevante acerca de la autocartera existente y de las operaciones llevadas a cabo con las propias acciones, pues así se hará constar en el balance en la mención relativa al «activo circulante» (cfr. art. 177.3.3.º LSA) o, en su caso, en la referente al «inmovilizado» (art. 176.3.7.º LSA), pudiendo conocer su incidencia en la cuenta de pérdidas y ganancias mediante la constancia de las «dotaciones para provisiones y amortizaciones de las inmovilizaciones financieras y de los valores mobiliarios del activo circulante» (cfr. art. 189.A.6 LSA). Es cierto que estas menciones serán completadas, ampliadas y comentadas en la memoria (cfr. art. 199 LSA). Ahora bien, los comentarios que se recojan en la memoria no hacen perder su razón de ser a estas exigencias ex artículo 79.4.ª LSA pues no cabe olvidar que, de conformidad con su particular naturaleza y función, «el informe de gestión, por el contrario, no se conecta directamente a las partidas del balance y cuenta de pérdidas y ganancias. Recoge el parecer de la administración de la sociedad sobre el estado de la sociedad (“la situación de la sociedad”) y sobre la evolución de sus negocios. Por supuesto que su contenido habrá de tener presente los datos que se infieren de balance y cuenta de pérdidas y ganancias, pero no se dirige a explicar y completar la información que estos documentos proporcionan, sino que, partiendo de ésta e interpretándola, lleva a cabo una exposición sobre la situación de la sociedad y el desarrollo de sus operaciones. El nivel de objetividad es claramente menor y su grado de verificabilidad también más reducido, razón por la cual el examen de los auditores sobre el mismo es de menor intensidad, pues no tiene por objeto comprobar si muestra la imagen fiel de la sociedad, sino solamente si es concorde —incluso podría decirse coherente— con las cuentas anuales del ejercicio» (GALÁN CORONA: «La memoria de las cuentas anuales», p. 1417). En definitiva, las exigencias que señala el artículo 79.4.ª LSA respecto del informe de gestión son un complemento necesario de la pura información contable sobre las acciones propias suministrada por las cuentas anuales, ya que «tales documentos sólo ofrecen datos numéricos globales y, por tanto, no pueden suministrar la información pormenorizada que precisan los accionistas para poder valorar los términos en que se realiza la operación, la situación en que quedan sus derechos y su posición social ante la misma, y el cumplimiento por parte de los administradores de las exigencias legales en la materia» (GARCÍA-MORENO GONZALO: «Adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones: el régimen jurídico de las acciones propias», p. 415). Dicho en otras palabras, la información suministrada por las cuentas anuales deviene insuficiente a fin de poder actuarse un control a posteriori de 789 CAPÍTULO IV ART. 79 las operaciones que sobre las acciones propias se hubieran llevado a cabo, pues no acogen extremos de enorme relevancia —ad ex., finalidad de la operación— que resultan necesarios para efectuar tal juicio. Por tales razones, se requiere una información adicional que, atendiendo a esos otros aspectos, debe verse reflejada en el informe de gestión que redactarán los administradores sociales (cfr. arts. 171 y 202 LSA) y que, además, será objeto de un control externo —si bien que limitado a su concordancia, o coherencia, con el contenido de las cuentas anuales— mediante la intervención de los auditores (cfr. art. 208 LSA). La importancia de la información requerida ex artículo 79.4.ª LSA no viene a menos como consecuencia de la flexibilización de la exigencia de redactar un informe de gestión. La Disposición Adicional 2.ª17 LSRL añadió un tercer apartado al artículo 202 LSA, de tal manera que aquellas sociedades que pudieran acogerse a la posibilidad de un balance abreviado no vienen obligadas a formular el informe de gestión. Sin embargo, dada la importancia de la información que requiere el precepto que comentamos se dispuso, para los supuestos en que no procediera la elaboración de tal informe de gestión, que «si la sociedad hubiere adquirido acciones propias o de su sociedad dominante, deberá incluir en la me-moria, como mínimo, las menciones exigidas por la norma 4.ª del artículo 79» (cfr. art. 202.3.º LSA). De esta manera, aunque ya formando parte de las cuentas anuales y no fuera de ellas, viene a requerirse la misma información sobre la autocartera en aquellas sociedades que se acogieran a la flexibilización que permiten los artículos 181 y 202.3.º LSA. La obligación de información sobre las acciones propias que sanciona el artículo 79.4.ª LSA ha de completarse con otras reglas que refuerzan su alcance e insisten en la importancia de una adecuada noticia sobre tales operaciones. En primer lugar, ha de hacerse referencia a lo dispuesto en la Disposición Adicional 1.ª1 LSA. La citada norma advierte del deber de informar a la Comisión Nacional del Mercado de Valores de toda operación de adquisición de acciones propias, o de la sociedad dominante, que supere la cifra del 1 por 100 de la cifra del capital social, siempre que las acciones coticen en un mercado secundario oficial, considerando el incumplimiento de tal deber como infracción grave en los términos del artículo 100, letra J, de la Ley del Mercado de Valores (nueva redacción dada por la Ley 37/1998). Por otro lado, conviene —también— señalar la importancia que sobre estas obligaciones de información tiene el artículo 97 LMV. Esta disposición fue modificada a través de la Ley 3/1993, de 14 de abril, añadiéndose nuevas reglas que disciplinan las operaciones de autocartera. La modificación operada en el artículo 97 LMV consiste en añadir a este precepto los siguientes párrafos: La Comisión Nacional del Mercado de Valores será igualmente competente para incoar e instruir los expedientes sancionadores a los que se refiere el artículo 89 del Texto Refundido de la Ley de sociedades Anónimas, aprobado por Real Decreto Legislativo 1.564/1989, de 22 de diciembre. Los registradores mercantiles remitirán, por conducto de la Dirección General de los Registros y del Notariado, a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, en el plazo de un mes desde la calificación del depósito, certificación de las cuentas anuales y documentos complementarios de aquellas sociedades que hubieren infringido las ART. 79 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 790 normas del Texto Refundido de la Ley de sociedades Anónimas, aprobado por Real Decreto Legislativo 1.564/1989, de 22 de diciembre, en materia de negocios sobre las propias acciones. A tal efecto, los administradores de la sociedad que depositen las cuentas deberán informar en documento aparte, con la debida individualización, de los negocios sobre las propias acciones. Esta norma, de indudable carácter asistemático, presenta no pocos problemas acerca de su alcance y significado. Aquellos autores que se han ocupado de su estudio han concluido advirtiendo una suerte de modificación del régimen dispuesto en la LSA para las cuentas anuales, pues el documento aparte que debe presentarse y por el que se informa sobre las propias acciones tiene la naturaleza de integrar aquéllas, llegándose —en consecuencia— a la conclusión de que el mismo ha de ser formulado por los administradores de conformidad con cuanto previene el artículo 171 LSA, formará parte de los documentos sobre los que se extiende el derecho de información del accionista ex artículo 212.2 LSA, deberá ser aprobado por la junta general (art. 212.1 LSA) y, por último, será objeto de verificación contable de conformidad con cuanto dispone el artículo 208 LSA (SELVA SÁNCHEZ: Cuentas anuales, calificación registral y autocartera, pp. 4-5). Sin embargo, no parece que la opinión transcrita pueda compartirse. En efecto, no parece razonable pensar que el legislador pretendiera una suerte de modificación encubierta de un aspecto tan importante de la LSA como es el régimen de las cuentas anuales, actuándose tal modificación, además, en contra del contenido de las distintas Directivas comunitarias en tal materia. Me parece que la finalidad a la que responde la citada norma es otra, pues no pretende más que establecer un camino que permita la represión de las actuaciones ilícitas llevadas a cabo con la autocartera, de tal manera que dispone un mecanismo de comunicación a cargo de los Registradores y a fin de que la CNMV pueda llegar a tener conocimiento de aquellas prácticas sobre las acciones propias que, conocidas por los Registradores en virtud del depósito y calificación de las cuentas anuales, pueden calificarse de irregulares. Se trata de buscar un mecanismo que lleve a la CNMV la información —deber de remisión— que los Registradores hubieran obtenido respecto de la autocartera irregular con ocasión del depósito y —sobre todo— calificación registral (formal) de las cuentas anuales. Advertido el significado que ha de predicarse de la modificación del artículo 97 LMV, conviene atender ahora a otros dos problemas que presenta esta exigencia de un documento aparte relativo a la autocartera irregular. El primer aspecto a considerar es el relativo a la eficacia del mecanismo dispuesto y de esta exigencia de un documento anejo. Obsérvese que la procedencia del mismo se subordina a la previa calificación de las operaciones sobre las acciones propias como irregulares. Por tal razón, pudiera tener sentido la crítica que se formulara acerca de la eficacia de esta previsión legal, pues confiar la presentación de tal documento aparte a los administradores que, con ocasión de la adquisición de acciones propias, infringieran el régimen reservado a la autocartera «es tan ingenuo como dejar el rebaño bajo la custodia del lobo» 791 CAPÍTULO IV ART. 80 (SELVA SÁNCHEZ: Cuentas anuales, calificación registral y autocartera, p. 4). Sin embargo, la crítica expuesta desconoce la finalidad y sistemática de la previsión legal. La lectura de los dos últimos párrafos del artículo 97 LMV muestra una relación de subordinación entre ellos, de tal manera que sólo procede la elaboración del documento aparte cuando se diera una situación de autocartera irregular. Por otro lado, debe tenerse presente el plazo de un mes de que dispone el Registrador a fin de remitir la documentación requerida a la CNMV, el cual —además— parte de la constatación de la irregularidad pues se computa desde la fecha de la calificación registral del depósito de las cuentas anuales. Ante tales circunstancias, me parece que es posible —y conveniente— dar un significado distinto a la exigencia de elaborar un documento aparte respecto de los negocios con las propias acciones que sanciona el artículo 97 LMV. Tal documento no debe elaborarse en cualquier caso, ni presentarse con las cuentas anuales. Por el contrario, los administradores —sujetos responsables a tenor de las previsiones del artículo 89 LSA— sólo deberán presentar tal documento aparte cuando el Registrador, en virtud de las cuentas anuales previamente depositadas, hubiera constatado —y así lo reflejara en su calificación— la irregularidad de la autocartera. Evacuada la calificación registral y advertida la irregularidad de las operaciones con las propias acciones, los administradores deberán proceder a presentar tal documento aparte, el cual, junto con la certificación de las cuentas anuales, será remitido a la CNMV, por conducto de la DGRN. Dicho en otras palabras, el destinatario de tal documento aparte no es el Registrador que califica las cuentas anuales que se presentaran, sino, mejor, la CNMV, a la que se remite tal información como consecuencia de la irregularidad de la autocartera que fuera detectada en la calificación formal. Esta interpretación acerca del sentido y significado del documento aparte requerido en el artículo 97 LMV se confirma si se tiene presente su finalidad y contenido. Si tal documento no es mas que una exigencia formal dispuesta dentro de un mecanismo cuya finalidad es hacer llegar a la CNMV las informaciones precisas a fin de que ejercite su potestad sancionadora por infracción de lo dispuesto en los artículos 74 y siguientes de la LSA, carece de sentido generalizar tal requisito formal. Por otro lado, en lo atinente a su contenido, me parece que —en atención a su significado y finalidad— éste no puede ser otro que el de una explicación y justificación —si es que procediera— del actuar de los administradores sociales respecto de las operaciones llevadas a cabo sobre las propias acciones. Del tenor literal del artículo 97 LMV puede derivarse la conclusión de que «la norma simplemente dispone que la información se realice con la debida individualización de las operaciones, lo que equivale a describir pormenorizadamente cada una ellas» (así, SELVA SÁNCHEZ: Cuentas anuales, calificación registral y autocartera, p. 5, aun cuando llegue a consecuencias radicalmente distintas a las que mantenemos). BIBLIOGRAFÍA Véase la bibliografía citada en el comentario al artículo 74 LSA en esta misma obra. ART. 80 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 792 ARTÍCULO 80 Aceptación en garantía de acciones propias 1. La sociedad sólo podrá aceptar en prenda o en otra forma de garantía sus propias acciones o las emitidas por la sociedad dominante dentro de los límites y con los mismos requisitos aplicables a la adquisición de las mismas. 2. Lo dispuesto en el apartado anterior no se aplicará a las operaciones hechas en el ámbito de las actividades ordinarias de los bancos y otras entidades de crédito. Tales operaciones, sin embargo, deberán cumplir el requisito a que se refiere el número 3.º del artículo 75. 3. A las acciones poseídas en concepto de prenda o de otra forma de garantía se les aplicará, en cuanto resulte compatible, el artículo anterior». COMENTARIO* SUMARIO: I. LA PROHIBICIÓN DE LA ACEPTACIÓN EN GARANTÍA DE LAS PROPIAS ACCIONES. FUNDAMENTO DE LA PROHIBICIÓN. II. DELIMITACIÓN DEL SUPUESTO DE HECHO. III. SUPUESTOS AUTORIZADOS. IV. ESTATUTO DE LAS ACCIONES PROPIAS POSEÍDAS EN CONCEPTO DE GARANTÍA. V. INFRACCIÓN DE LA PROHIBICIÓN. BIBLIOGRAFÍA. I. LA PROHIBICIÓN DE LA ACEPTACIÓN EN GARANTÍA DE LAS PROPIAS ACCIONES. FUNDAMENTO DE LA PROHIBICIÓN El artículo 80.1 LSA sanciona la prohibición de que la sociedad, en aquellos supuestos en que resulte ser acreedora de un socio o de un tercero, pueda aceptar «en prenda o en otra forma de garantía sus propias acciones». Este precepto tiene su antecedente en el antiguo artículo 167 Ccom., en donde se sancionaba la prohibición de que la sociedad prestara contra la garantía de sus propias acciones (sobre el origen histórico y alcance de este precepto, vid. VELASCO SAN PEDRO: «La prohibición de que las sociedades presten con la garantía de las acciones emitidas por ellas mismas», pp. 561 ss.). Ahora bien, basta con un contraste siquiera superficial entre ambas normas para comprobar cómo el precepto vigente amplia sustancialmente el ámbito de la prohibición. Con este proceder, el legislador español da cumplimiento a la exigencia contenida en el artículo 24.1 de la Segunda Directiva CEE en materia de sociedades, aun cuando —acertadamente— no se limita a la interdicción de la prenda de las propias acciones pues extiende la misma regla prohibitiva a otros supuestos en que la garantía se constituye sobre tales valores. De igual manera, ha de tenerse presente que —siguiendo el criterio generalizado en materia de negocios sobre las propias acciones y con las matizaciones que pudieran hacerse— el régimen que vamos a analizar y que la LSA reserva para la aceptación en garantía de las propias acciones * Por JOSÉ ANTONIO GARCÍA-CRUCES GONZÁLEZ. * Por ÁNGEL LUIS MONGE GIL. 793 CAPÍTULO IV ART. 80 debe aplicarse también en aquellos supuestos en que la garantía recayera sobre acciones de la sociedad dominante que fueran aceptadas en favor de la seguridad de su crédito por parte de una filial de aquélla (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 597-598). La primera y, a mi juicio, más importante cuestión que suscita esta norma prohibitiva es la relativa al fundamento a que obedece la prohibición que encierra. A fin de dar respuesta a tal interrogante, ha sido tradicional la consideración de este precepto como una suerte de norma complementaria del régimen reservado a las adquisiciones de acciones propias. Así, no se dudaba en considerar que la prohibición de la aceptación de las propias acciones es un mecanismo necesario a fin de completar el régimen jurídico que resultara aplicable a la autocartera, pues se encaminaría esta prohibición a evitar la elusión indirecta de cuanto dispone el legislador en los artículos 74 y siguientes de la LSA. En definitiva, el riesgo que pretende conjurarse con la prohibición de la aceptación en garantía de las propias acciones radica en la posibilidad de que la sociedad —acreedora pignoraticia— alcanzara la titularidad de las acciones entregadas en garantía como consecuencia del incumplimiento del crédito garantizado por parte del deudor, burlando de esta manera la prohibición de adquisición de las propias acciones que se sanciona por el legislador (en tal sentido se expresaban, ad ex., GARRIGUES y URÍA: Comentario a la Ley de Sociedades Anónimas, p. 498; VELASCO SAN PEDRO: «La prohibición de que las sociedades presten con la garantía de las acciones emitidas por ellas mismas», pp. 580-581; íd.: La adquisición por la sociedad emisora de sus propias acciones, pp. 338 ss.). Sin embargo, las anteriores observaciones no dejan de estar exentas de crítica. En efecto, si la prohibición ex artículo 80.1 LSA no tiene otra razón de ser que complementar el régimen previsto para la autocartera y evitar la elusión de la prohibición de adquirir —fuera de las previsiones y condiciones legales— las propias acciones, resulta ser una norma innecesaria, pues bastaría la aplicación de la regla general de represión del fraude de ley (vid. art. 6.4 Cc) a fin de alcanzar el mismo resultado (en este sentido se manifiesta PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 582). Ahora bien, aquellos autores que defienden la opinión criticada contestan tal argumentación advirtiendo de la conveniencia de mantener una prohibición como la prevista en el artículo 80.1 LSA, pues se trata de una «norma que, por otra parte, parece aconsejable mantener pese a la existencia del instituto más general del fraude de ley, no sólo por lo que supone de clarificación del tema, sino también porque de esta forma la prohibición funcionará de forma objetiva, sin la precisión de que concurra la intencionalidad de eludir el cumplimiento de una ley que parece requerir aquel instituto, tal como viene configurado en el artículo 6.4 de nuestro Código civil» (VELASCO SAN PEDRO: «La prohibición de que las sociedades presten con la garantía de las acciones emitidas por ellas mismas», p. 580). No obstante las opiniones vertidas, me parece —de acuerdo con nuestra mejor doctrina— que la prohibición ex artículo 80.1 LSA no tiene un simple carácter complementario de la normativa prohibitiva en materia de autocartera, sino que, antes bien, responde a un fundamento autónomo que legítima a ésta con independencia del régimen reservado a las operaciones adquisitivas de acciones propias. En efecto, la innecesariedad de una norma complementaria ART. 80 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 794 que reprimiera la posible elusión de las previsiones en orden a la autocartera y que sancionara la prohibición de la aceptación en garantía de las propias acciones es, con independencia de la operatividad de la regla general de interdicción del fraude ley, manifiesta. Bastaría con la aplicación de la prohibición de adquisición de las propias acciones ex artículos 74 y 75 LSA en aquellos supuestos en que, ante el impago del crédito principal o por las circunstancias que fueran, la sociedad acreedora fuera a hacerse con aquellas acciones que le habían sido entregadas en prenda o en otra forma de garantía (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 582-583; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 462). La circunstancia de que la adquisición de la sociedad se justificara en un título derivado de la garantía prestada sobre las propias acciones, no significa obstáculo alguno para la plena aplicabilidad de cuanto disponen los artículos 74 y siguientes de la LSA. De ahí que entendamos que, de conformidad con tal significado complementario, la prohibición ex artículo 80.1 carecería de sentido y supondría una reiteración innecesaria. Por tales razones, me parece más acertado buscar un fundamento distinto al que ha de obedecer esta prohibición de aceptación de las propias acciones en garantía. Y tal fundamento autónomo obedece a la presencia de dos riesgos en esta operación y que justifican el alcance prohibitivo de la regla que comentamos. En primer lugar, mediaría un riesgo de carácter corporativo en la aceptación de las propias acciones por parte de la sociedad acreedora, pues resultaría posible que los administradores sociales vinieran a ejercer el derecho de voto que correspondiera a las acciones que constituyen la garantía. Así sucedería en aquellos supuestos en que, al amparo de la previsión del artículo 72.1 LSA, los pactos sociales determinaran que corresponde el ejercicio del derecho de voto anudado a las acciones pignoradas al acreedor pignoraticio. Pero igual resultado se alcanzará fácilmente en cualquier otro supuesto pues, en atención a las circunstancias que rodean la garantía, media el riesgo evidente de prevalimiento por parte de los administradores frente al deudor, de tal manera que ese riesgo corporativo vendría a realizarse. En ambos casos, ante el ejercicio del voto correspondiente a tales acciones por parte de los administradores, se estarían alterando elementales exigencias en orden a la formación de la voluntad social en la junta general. Pero, no sólo media ese riesgo descrito, sino que, también, en la aceptación por la sociedad de una garantía constituida sobre sus propias acciones concurre, sobre todo, un riesgo de carácter financiero. Dada la caracterización de las acciones como un bien de segundo grado, me parece evidente que las acciones propias no son un instrumento idóneo para garantizar el crédito de la Sociedad emisora (JIMÉNEZ SÁNCHEZ: «La adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones», p. 211; SÁNCHEZ GONZÁLEZ: «La acción como título y como valor mobiliario negocial. La transmisión de acciones», p. 364). En efecto, la constitución de una garantía de este tipo vendría a tener el significado de que el propio acreedor se convierte en garante, dada su incidencia en la determinación del valor de la cosa pignorada o entregada en garantía. Pero, además, ese riesgo se agravaría en los supuestos en que la realización de la garantía acabara en la entrega al acreedor de las acciones propias que atendían aquella función de garantía. Es cierto que esta 795 CAPÍTULO IV ART. 80 argumentación ha sido contestada, advirtiendo de su improcedencia pues, si a la Sociedad se le permite —en un sistema de libre competencia— realizar la operación sin requerir garantía alguna pese a lo arriesgado de aquélla, carece de sentido —se nos dice— prohibir la misma operación cuando venga garantizada con las propias acciones (FORTUNATO: «Acettazione in garanzia di azioni proprie», p. 464; en igual sentido parece manifestarse, GARCÍA VILLAVERDE: «Adquisición y aceptación en garantía por la sociedad de las propias acciones», p. 1377). Sin embargo, el argumento, con ser inteligente, no puede aceptarse. En efecto, tal y como se ha advertido entre nosotros en relación con esta prohibición, «la ratio de la disciplina no es salvaguardar la integridad del capital frente a operaciones económicamente arriesgadas, sino frente a instrumentos jurídicos peligrosos. De lo que se trata, nos explicamos, es que, allí donde la sociedad estime precisa una garantía para desarrollar una operación (y ésta es una decisión económica libre), tal garantía no puede consistir en la prenda de las propias acciones (ésta es la decisión jurídica que toma el legislador). De esta manera no se evita que la sociedad emprenda operaciones arriesgadas (pues nadie puede controlar eso en un sistema de libre mercado), pero sí se evita que emprenda operaciones arriesgadas, que de otra manera no emprendería, en la confianza de la garantía que le proporcionan sus propias acciones» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 583). En definitiva, parece acertado concluir que la prohibición ex artículo 80.1 LSA obedece a un fundamento autónomo respecto de las previsiones de los artículos 74 y siguientes de la LSA y suficiente respecto de los peligros que conlleva la operación y que el legislador pretende evitar con su sanción. Ahora bien, tales riesgos no son más que aquellos que —de igual manera— están presentes y justifican la regulación de la autocartera. Sin embargo, en este supuesto de la aceptación de las propias acciones en garantía tales peligros lo son con carácter potencial e indirecto. Precisamente estas circunstancias han llevado a algunos autores a considerar el carácter excesivamente estricto de la prohibición ex artículo 80.1 LSA, pues ha de relativizarse el alcance, sobre todo, del posible riesgo financiero de esta operación. Así, se advierte que la prohibición de aceptar en garantía las propias acciones no viene justificada en cualquier caso sino sólo en aquellos en que, en atención a las circunstancias que rodearan el concreto supuesto, cabe pensar razonablemente que las acciones propias no devienen un instrumento idóneo para poder constituir la garantía (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 465). Piénsese en los casos en que las acciones propias gozan de una alta markeability o facilidad de enajenación en un mercado bursátil. En el extremo contrario se encontrarían aquellos supuestos en que, sobradamente justificada una prohibición como la del artículo 80.1 LSA, se tratara de pequeñas sociedades en donde la enajenación de sus valores y, por tanto, la realización de la prenda, se encontrara dificultada, o bien se utilizara la garantía con la finalidad de devolver aportaciones a los socios en supuestos de dificultades y crisis empresarial, mediante la concesión de crédito en favor de éstos por parte de la sociedad y la constitución de tal garantía sobre las acciones propias. De todo ello se intenta obtener una conclusión respecto de la prohibición de la aceptación en garantía de las propias ART. 80 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 796 acciones, advirtiendo que «este peligro potencial es de una entidad mucho menor que en los supuestos adquisitivos. De ahí que pueda calificarse al texto societario español —y a la Directiva Comunitaria de referencia— como excesivamente estricto en la regulación de tales negocios, regulación que tal vez se deba más a la tradicional desconfianza de los legisladores hacia esta figura que a la verdadera presencia de argumentos concluyentes de fondo» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 466). Ahora bien, la crítica expuesta me parece que no ha de compartirse por dos razones. En primer lugar, es cierto que la aceptación en garantía de las propias acciones no siempre implica una necesaria realidad de los peligros que la misma puede acarrear. Sin embargo, me parece que el legislador ha obrado con una exquisita prudencia al sancionar la prohibición ya que deslindar en qué supuestos concurren o no tales riesgos es una labor extraordinariamente difícil y de complicada valoración. Por otra parte, y como segunda razón, la crítica que ahora contestamos desconoce el concreto alcance de la prohibición, pues ésta no tiene un carácter absoluto. En efecto, el legislador sanciona en el artículo 80.1 LSA una prohibición relativa pues es consciente de que no todos los casos que quedarían englobados en la prohibición son susceptibles de realizar los riesgos antes expuestos. Por ello, a fin de permitir supuestos de aceptación en garantía de las propias acciones que, en principio, no derivarán en las consecuencias indeseables que pretenden evitarse, se permiten excepciones a la regla general prohibitiva. Pero, también, ha de tenerse presente que el legislador pretende asegurar que, efectivamente, no concurren tales riesgos y con tal finalidad, permitiendo las oportunas excepciones, las sujeta al régimen y condiciones de legitimación previstas para la autocartera. De esta manera, se asegura la viabilidad de la operación y, sobre todo, la no concurrencia de los riesgos cuya interdicción se busca. II. DELIMITACIÓN DEL SUPUESTO DE HECHO El significado prohibitivo de la norma que ahora comentamos nos ha de obligar a una correcta delimitación del supuesto de hecho que contempla. Con tal finalidad, se hace precisa una delimitación tanto positiva como negativa del mismo. Y, en tal sentido, puede resultar de gran de utilidad acudir, conociendo ya su ratio, a la literalidad del precepto. Pues bien, la utilización del término «prenda» tiene como consecuencia que la constitución de la misma recayendo el derecho real de garantía sobre las propias acciones venga impedida por cuanto se dispone en el artículo 80.1 LSA. Pero, de igual manera, el empleo del infinitivo «aceptar» en este contexto me parece que justifica —sobradamente— la consideración unánime de que también vienen prohibidos todos aquellas formas de garantía —de carácter real o cuasirreal— que recaigan sobre las propias acciones e, incluso, aquellos actos y negocios jurídicos que vengan a cumplir una función similar o idéntica a la que atienden las garantías (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 584; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 466-467; en la doctrina foránea, vid. CARBONETTI: «L’acquisto di azioni proprie», pp. 181 ss.). 797 CAPÍTULO IV ART. 80 Conforme a cuanto antecede, habrá que extender el ámbito de aplicación de esta norma y considerar que la prohibición recae no sólo sobre la prenda de acciones propias, sino también sobre un posible derecho de retención así como las adquisiciones fiduciarias con causa de garantía (venta en garantía, opción en garantía, etc.) que tuvieran por objeto las propias acciones. Ahora bien, no nos ha de bastar con las anteriores consideraciones pues resulta conveniente, a fin de lograr una mayor claridad, que procedamos a una delimitación negativa del supuesto de hecho prohibido por cuanto se dispone en el artículo 80.1 LSA. Con tal finalidad conviene volver a la literalidad del precepto, pues el término aceptar con que se delimita el ámbito de la prohibición resulta revelador de que la prohibición allí contenida ha de recaer solamente sobre las formas de garantía que tengan un origen voluntario, excluyéndose, por tanto, aquéllas otras de origen legal (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 584; SÁNCHEZ GONZÁLEZ: «La acción como título y como valor mobiliario negocial. La transmisión de acciones», p. 365; GARCÍA VILLAVERDE: «Adquisición y aceptación en garantía por la sociedad de las propias acciones», p. 1377; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 468; vid., también, FORTUNATO, «Acettazione in garanzia di azioni proprie», pp. 474 ss.). De esta manera, tanto desde un punto de vista positivo como negativo, queda delimitado el ámbito de aplicación de la norma prohibitiva que comentamos. Es decir, la prohibición de aceptar las propias acciones en prenda u otra forma de garantía ha de recaer sobre aquellas formas de garantía y de negocios con una función similar o idéntica a las garantías que recaigan sobre acciones de la propia sociedad beneficiaria de tal aseguramiento. Sin embargo, pese a tal delimitación, no cabe desconocer la existencia de algunos supuestos intermedios en los que se plantean graves dudas al intérprete. En concreto, podemos ahora considerar dos cuestiones de cierta transcendencia práctica, tales como la posible interdicción de aquellas garantías cuya obligatoriedad descansara en los pactos estatutarios, así como el de aquellas otras garantías de origen legal pero que son consecuencia de un previo acto o negocio presidido por la volunta-riedad. En primer lugar, habrá que analizar el supuesto de las garantías prestadas sobre las propias acciones cuyo origen está en dar cumplimiento a una exigencia prevista por los estatutos sociales. Sería el supuesto en que, ad ex., el texto estatutario dispusiera la necesidad de un depósito de acciones de la propia sociedad que se les requiriera a los administradores como caución a fin de asegurar futuras responsabilidades en que pudieran incurrir frente al ente social. En mi opinión, dado el carácter debido de tales garantías, no resultaría de aplicación cuanto dispone el artículo 80.1 LSA, pues a la sociedad no le es dado rechazarla. Mayor complejidad presenta el segundo de los supuestos antes anunciados. Se trata de la posible aplicación de la regla prohibitiva expresada en el artículo 80.1 LSA en aquellas formas de garantía de origen legal pero vinculadas a un previo acto o negocio caracterizado por su voluntariedad (ad ex., cesión de un crédito por parte de un tercero y de sus garantías ex art. 1.528 Cc, las cuales recayeran sobre acciones de la sociedad ahora cesionaria; comisión de compra de las acciones propias y falta de provisión de fondos que genera en favor de la sociedad comisionista un derecho de retención ex art. 276 Ccom., etc.). El origen legal de la garantía aconsejaría la exclusión de ART. 80 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 798 la prohibición, aun cuando la voluntariedad del acto al que la Ley anuda tal garantía obligaría a la conclusión contraria (vid. las opiniones dispares de PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 585, y VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 469). En mi opinión, el criterio que debería seguirse a fin de resolver tan delicado problema no sería otro que el de valorar las circunstancias que rodearan el concreto supuesto, intentando conocer cuál es la finalidad atendida por los intervinientes en aquel acto al que la Ley anuda la garantía que, en este caso, recae sobre las acciones propias de la sociedad beneficiada con tal aseguramiento. III. SUPUESTOS AUTORIZADOS Como acabamos de indicar, la prohibición de aceptación en garantía de las propias acciones viene sancionada como prohibición relativa en el contexto del artículo 80.1 LSA. En este sentido, tal precepto formula la mencionada prohibición advirtiendo de la licitud de la aceptación de una garantía constituida sobre acciones propias cuando la misma se lleve a cabo «dentro de los límites y con los mismos requisitos aplicables a la adquisición de las mismas». Por otra parte, el párrafo 2 de este precepto advierte una segunda excepción pues «lo dispuesto en el apartado anterior [esto es, la prohibición de la aceptación en garantía de las propias acciones] no se aplicará a las operaciones hechas en el ámbito de las actividades ordinarias de los bancos y otras entidades de crédito. Tales operaciones, sin embargo, deberán cumplir el requisito a que se refiere el número 3.º del artículo 75». Por tanto, el legislador advierte del alcance relativo de la prohibición que nos ocupa al permitir dos excepciones que ahora hemos de analizar. En primer lugar, será lícita la aceptación de una garantía por parte de la sociedad cuando ésta recaiga sobre las acciones propias siempre y cuando la misma se sujete a los límites y condiciones previstas para la adquisición de tales valores. De esta manera, el legislador ordena un reenvío a cuanto se dispone en los artículos 75 y 77 LSA respecto de la adquisición derivativa de las acciones propias. La remisión al artículo 77 LSA —los llamados supuestos de «libre adquisición» de las propias acciones— en relación con el supuesto que nos ocupa resulta ser meramente testimonial (de hecho, algún autor duda de su viabilidad; vid. VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 470). La aplicación del artículo 77 LSA en los supuestos que ahora nos interesan ha de quedar reducida a aquellos casos en que el crédito garantizado con las acciones propias es objeto de transmisión en favor de la sociedad como consecuencia de alguno de los títulos contemplados en tal norma, lo cuál nos lleva a considerar una más que limitada posibilidad de que los mismos acontezcan. Mayor trascendencia presenta el otro supuesto considerado; esto es, el régimen ordinario o «reglado» reservado para la adquisición derivativa de acciones propias. Al someter la aceptación de la garantía que recayera sobre las propias acciones a cuanto se dispone en el artículo 75 LSA, el legislador viene a exigir en la aceptación de este tipo de garantías —a fin de salvar la prohibición ex 799 CAPÍTULO IV ART. 80 artículo 80.1 LSA— el cumplimiento de aquellas condiciones de legitimación que previene la norma. Tal remisión está suficientemente justificada, tanto desde el punto de vista de las exigencias derivadas del principio corporativo como aquéllas que se justifican en el aspecto patrimonial y financiero. La condición de un previo acuerdo de autorización, con el contenido y alcance que fija el artículo 75.1 LSA, resulta plenamente justificada en este supuesto ex artículo 80.1 LSA en razón del necesario control que ha de asegurarse respecto de los riesgos administrativos a que puede conducir la aceptación en garantía de las acciones propias (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 587). Por tal razón, «el acuerdo autorizatorio deberá establecer la modalidad de garantía sobre las acciones propias, el número máximo de acciones propias a aceptar en garantía, las condiciones máxima y mínima a las que debe sujetarse el crédito garantizado a conceder en relación con el montante de acciones propias entregadas, así como la duración de la autorización, que no podrá exceder de dieciocho meses» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 471-472). Iguales consideraciones cabe hacer respecto de la exigencia de constitución de la oportuna reserva ad hoc y del respeto del límite procentual que previenen los párrafos 2.º y 3.º del citado artículo 75 LSA. Mayores reparos se han observado respecto de la previsión contenida en el artículo 75.4.º LSA —necesidad del íntegro desembolso de las acciones— y de su posible exigibilidad en los casos de aceptación en garantía de las propias acciones. En efecto, nuestra doctrina ha observado que la finalidad de tal exigencia —esto es, evitar la extinción de la deuda de dividendos pasivos por confusión y asegurara el origen externo del capital social (vid. supra, nuestro comentario al art. 75 LSA en esta misma obra)— no se realiza en los supuestos contemplados en el artículo 80.1 LSA, razón que lleva a considerar del mismo que «carece de sentido exigir en materia de aceptación en garantía, toda vez que la sociedad no pierde con la pignoración de sus propios títulos el crédito de aportación» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 588; en igual sentido, SÁNCHEZ GONZÁLEZ: «La acción como título y como valor mobiliario negocial. La transmisión de acciones», p. 366; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 472-473). Por estas razones, y a fin de respetar las particularidades del supuesto de hecho, parece que habremos de concluir advirtiendo que la remisión a las condiciones de legitimación del artículo 75 LSA ordenada para los supuestos de lícita aceptación en garantía de las propias acciones no conlleva la exigencia del íntegro desembolso de aquellas acciones que son objeto de la garantía aceptada por la sociedad acreedora. La estructura del supuesto de hecho obliga a tal conclusión, lo cual no impide que, ante la circunstancia de que el acreedor social fuera a adquirir la propiedad de las acciones pignoradas o entregadas en garantía, deba requerirse en ese momento el estricto cumplimiento de tal exigencia de íntegro desembolso de tales valores. La segunda excepción que cabe respecto de la prohibición de la aceptación en garantía de las propias acciones es la relativa a aquella que tenga su origen —tal y como dispone el artículo 80.2 LSA— en «operaciones hechas en el ámbito de las actividades ordinarias de los bancos y otras entidades de crédito». La literalidad del precepto nos lleva destacar cómo son dos las cuestiones hermenéuticas que el mismo suscita. En primer lugar, habrá que determinar el alcance que deba darse a la locución «bancos y otras entidades de crédito». A fin ART. 80 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 800 de responder a tal interrogante, me parece que basta con la remisión a cuanto dispone el artículo 1.2 del Real Decreto Legislativo 1.298/1986, de 28 de junio, de adaptación del Derecho vigente en materia de entidades de crédito al de la Comunidades Europeas (nueva redacción dada por el artículo 5.1 de la Ley 3/1994, de 14 de abril, por la que se adapta la legislación española en materia de entidades de crédito a la Segunda Directiva de Coordinación Bancaria y se introducen otras modificaciones relativas al sistema financiero), que acoge el concepto de entidad de crédito vigente en nuestro Derecho público bancario (esta remisión a la normativa pública bancaria es lugar común. cfr., ad ex., PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 591-592; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 474). Me parece que carece de sentido pensar en la posibilidad de que resultaran habilitados por cuanto dispone el artículo 80.2 LSA otros sujetos que pudieran responder a un concepto material de banco (ad ex., el llamado «banco de hecho»), ya que resultará incongruente pensar en tal habilitación en favor de sujetos y entidades cuya característica básica es la infracción de la normativa jurídico-pública reguladora de este sector (vid. art. 28.1 de la Ley 26/1998, de 29 de julio, sobre Disciplina e Intervención de las Entidades de Crédito). Por otro lado, la segunda cuestión interpretativa que suscita la excepción contemplada en el artículo 80.2 LSA es la relativa al alcance que debemos dar a la expresión «operaciones hechas en el ámbito de las actividades ordinarias». Bajo tal locución deberán entenderse amparadas todas aquellas operaciones que la entidad pueda llevar a cabo de conformidad con cuanto previene el objeto social que se refleja en sus estatutos pero, también, de acuerdo con las previsiones que la normativa pública en materia de entidades de crédito dispone en cuanto a la actividad a desarrollar por tales sujetos y sus posibles limitaciones (FORTUNATO: «Acettazione in garanzia di azioni proprie», p. 478). Dicho en otras palabras, una entidad de crédito podrá aceptar en garantía sus propias acciones sin necesidad de respetar las condiciones dispuestas en el artículo 75 LSA y al amparo de la previsión contenida en el artículo 80.2 LSA, siempre y cuando la operación —cuyo cumplimiento se garantiza con las propias acciones de tal entidad— se pueda encuadrar dentro de aquellas que, de conformidad con la previsión de su objeto social y de las limitaciones que le imponga la normativa pública bancaria, pueda desarrollar como parte de su actividad profesional típica. IV. ESTATUTO DE LAS ACCIONES PROPIAS POSEÍDAS EN CONCEPTO DE GARANTÍA El párrafo 3 de este artículo 80 LSA dispone que «a las acciones poseídas en concepto de prenda o de otra forma de garantía se les aplicará, en cuanto resulte compatible, el artículo anterior». Con este proceder, el citado precepto advierte un reenvío a cuanto señala el artículo 79 LSA respecto del estatuto de las acciones propias que fueran adquiridas por la sociedad. Ahora bien, la norma que nos ocupa advierte de la improcedencia de un reenvío absoluto pues el mismo ha de entenderse hecho «en cuanto resulte compatible» con la 801 CAPÍTULO IV ART. 80 particular estructura de la aceptación en garantía de las propias acciones. No debemos olvidar que las reglas dispuestas en el artículo 79 LSA —en especial, las de suspensión y atribución de los derechos anudados a la condición de accionista— se justifican en el riesgo derivado de su ejercicio por parte de la sociedad, en cuanto titular de sus acciones propias. De esta manera, sólo tendrá sentido y mediará la compatibilidad requerida en la norma si el acreedor pignoraticio —en este caso, la sociedad acreedora cuyas acciones garantizan el crédito— pudiera, por la razón que fuera, ejercer tales derechos. Atendiendo estos argumentos, y a fin de asegurar tal compatibilidad, parece acertado pensar que «la aplicación del régimen previsto en el artículo 79.1 TRLSA al supuesto contemplado sólo podrá justificare en tanto en cuanto la posición del acreedor frente al ejercicio de los derechos sea similar a la de un propietario de las acciones, es decir, sólo en cuanto y en la medida en que el ejercicio de los derechos de accionista se encuentre atribuido por los estatutos sociales de la sociedad emisora al acreedor, y no al socio» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 527; en igual sentido, vid. FORTUNATO: «Acettazione in garanzia di azioni proprie», p. 484). Si así no se estimara, la aplicación —sic et simpliciter— de las reglas de suspensión y de atribución cuando el ejercicio de los derechos de socio correspondieran a éste como deudor del crédito garantizado, «constituiría una injustificable lesión de su condición» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 596), sin que pudiera argumentarse en favor de tan indeseable resultado razón alguna basada en los riesgos de carácter corporativo o financiero que el artículo 79 LSA pretende evitar y que, en este supuesto, no se dan. Puede comprobarse cuanto hemos advertido si se repasan los principales derechos del accionista cuyo ejercicio pudiera tener relevancia a los efectos que el artículo 79 LSA pretende evitar. En primer lugar, en los supuestos de aceptación en garantía de las propias acciones, el ejercicio del derecho de voto anudado a éstas corresponde —a salvo de previsión contraria en estatutos— a su titular (cfr. art. 72.1 LSA); esto es, el deudor del crédito garantizado con tales valores. Por tanto, la sociedad no podría lesionar las exigencias corporativas que la regla de suspensión del derecho de voto pretende garantizar. Cuestión distinta sería que, en virtud de la expresa previsión estatutaria, pudiera ejercer tal derecho de voto el acreedor pignoraticio. En este supuesto cobra todo su sentido la aplicación de la regla suspensiva, pues podría ejercitar tal derecho de voto la sociedad acreedora respecto de aquellas acciones propias que le fueron entregadas en garantía. Igual argumentación cabe realizar respecto del ejercicio de los derechos económicos correspondientes a las acciones propias que se entregan en garantía y a la aplicación, en estos supuestos, de la regla de atribución en favor del resto de las acciones dispuesta en el artículo 79.1, inciso segundo. Respecto del ejercicio del derecho de suscripción preferente, la atribución del mismo en favor de los otros accionistas resulta manifiestamente improcedente y conduce a resultados perjudiciales tanto para el deudor como para el acreedor pignoraticio. En efecto, la suscripción de las nuevas acciones —emitidas como consecuencia de un aumento de capital efectivo o contra entrega de nuevas aportaciones— por el accionista-deudor pignoraticio no realiza la ratio a que ART. 80 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 802 obedece la regla de atribución, pues no media lesión de la efectividad del capital al recaer la obligación de desembolso en tal sujeto y no gravar el patrimonio social. Por otro lado, la aplicación a tal derecho de cuanto dispone el artículo 79.1 LSA lesionaría tanto el interés del deudor como el de la propia sociedad acreedora, pues quedaría diluido el valor de las acciones propias que fueron pignoradas o entregadas en garantía. Alguna particularidad, no obstante, plantea el ejercicio del derecho al dividendo acordado y del dividendo a cuenta que pretendan repartirse en favor del accionariado. En principio, la exclusión de la aplicación de la regla prevista en el artículo 79.1, inciso 2.º LSA parece a todas luces justificadas en estos supuestos de aceptación en garantía de las propias acciones. La razón es obvia y resulta común a los anteriores derechos examinados, pues la titularidad del derecho se atribuye (vid. art. 72.1 LSA) en favor del accionista deudor que hubiera entregado sus acciones a la sociedad emisora en concepto de garantía del crédito del que resulta ser deudor frente al ente social. Ahora bien, algún autor ha sugerido que tal regla ha de excluirse en razón de un segundo argumento, pues así obligaría lo dispuesto en el artículo 1.868 Cc (JIMÉNEZ SÁNCHEZ: «La adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones», pp. 212-213; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 528). Esta norma advierte que los frutos de la cosa pignorada se entenderán percibidos por el acreedor en favor de su deudor, pues «compensará el acreedor los que perciban con los que se le deben; y si no se le deben, o en cuanto excedan de los legítimamente debidos, los imputará al capital» (No obstante lo anterior, la aplicación de este precepto a la prenda de acciones no es una cuestión pacífica en nuestra doctrina; así, se pronuncia por su rechazo GIRÓN: Derecho de sociedades anónimas, p. 262; más recientemente, reitera tal opinión SÁNCHEZ PARODI: «Prenda y embargo de acciones», pp. 808 ss.). De esta manera, en el supuesto de pignoración de las propias acciones, siempre que se entendiera la aplicabilidad de este precepto, cabría advertir cómo la sociedad emisora percibirá los dividendos devengados en favor de las acciones pignoradas, aplicando los mismos a satisfacer los intereses producidos por el crédito de su titularidad y, en su defecto, a reducir la deuda de principal. Ahora bien, con tal proceder parece que estaríamos afirmando que el ejercicio de tal derecho corresponde a la sociedad acreedora respecto de las acciones propias, por lo que resultaría justificada la aplicación de la regla de atribución de tal derecho en favor «del resto de las acciones» (art. 79.1 LSA). Dejando ahora de lado la polémica suscitada acerca del carácter necesario o subsidiario de pacto estatutario de este artículo 1.868 Cc (vid. ad ex., las opiniones encontradas de PANTALEÓN PRIETO: «Copropiedad, usufructo, prenda y embargo de acciones», p. 122, y de MEJÍAS GÓMEZ: «Prenda de participaciones sociales y de acciones representadas mediante títulos», pp. 638-639), debemos centrar nuestra atención en aquellos supuestos en que se considerara de aplicación el citado artículo 1.868 Cc. La aplicación de tal norma, en mi opinión, nunca puede justificar la atribución del derecho al dividendo en favor del resto de las acciones, pues el presupuesto del que parte tal afirmación —la sociedad es quien ejercita tal derecho— es necesariamente falso. En efecto, la atribución del dividendo en favor de la sociedad, a fin de que lo aplique a la satisfacción de la deuda de intereses y capital ga- 803 CAPÍTULO IV ART. 80 rantizados con la prenda de las propias acciones, no conlleva su ejercicio por quien resulta ser su titular —el accionista deudor pignoraticio—, sino, mejor, el reconocimiento al acreedor pignoraticio de una facultad que le atribuye tal precepto civil y que se actúa tanto en favor del acreedor, pues permite la realización —siquiera parcial— de su crédito, como del deudor, pues minora la cuantía de lo debido. (en este sentido se manifiesta PAZ-ARES: »Negocios sobre las propias acciones», p. 596; en el Derecho comparado, vid. FORTUNATO: «Acettazione in garanzia di azioni proprie», p. 485). Por tanto, en ningún caso estará justificada la aplicación de esta regla de atribución proporcional del derecho al dividendo en los supuestos de aceptación en garantía de las propias acciones. Como conclusión, parece que podemos afirmar que la aplicación de cuanto dispone el artículo 79.1 LSA carece de sentido en los supuestos de aceptación en garantía de las acciones propias pues, salvo pacto estatutario en contra, el ejercicio de tales derechos compete al deudor titular de las acciones entregadas en garantía, por lo que no cabe la suspensión ni la atribución proporcional de los derechos anudados a las acciones propias ya que no se ejercitaran por la sociedad acreedora. Estas mismas razones nos aconsejan considerar innecesaria la aplicación del párrafo 2 del artículo 79 LSA en los supuestos que nos ocupan, pues al conservar el deudor la titularidad de sus acciones entregadas en garantía las mismas han de computare necesariamente a los efectos de calcular los quórums de constitución y votación. Por ello, ese resultado vendra en todo caso asegurado pues no hay razón alguna que lleve a excluir tales acciones entregadas en garantía del cómputo de los citados quórums. Una valoración distinta merece la aplicación de lo dispuesto en los párrafos 3 y 4 de este artículo 79 LSA en los supuestos de aceptación en garantía de las propias acciones. No media inconveniente alguno —y sí múltiples razones financieras, ya examinadas— para considerar la procedencia de que la sociedad acreedora deba constituir una reserva —mejor, un fondo corrector del balance— en su pasivo (art. 79.3 LSA) por el importe del crédito garantizado. De igual manera, deberá atenderse la previsión del artículo 79.4 y requerir la constancia en el informe de gestión —o, en defecto de éste, en la memoria (art. 202.3 LSA)— de aquellas menciones previstas en tal norma. Dado el tenor literal de la Disposición Adicional 1.ª1 LSA y del artículo 97 LMV, deberán ofrecerse las informaciones que tales normas requieren pero, ahora, referidas a las acciones propias aceptadas en garantía. V. INFRACCIÓN DE LA PROHIBICIÓN A fin de completar el régimen jurídico que —de forma directa, o bien a través de reenvío— dispone el artículo 80 LSA para los supuestos de aceptación en garantía por la sociedad de sus propias acciones, conviene ahora que nos interroguemos acerca de las consecuencias previstas en orden a la infracción de esta prohibición. Llama la atención la circunstancia de que, a diferencia de cuanto acaece con el régimen reservado a los supuestos de adquisición de acciones propias, el legislador omite cualquier pronunciamiento acerca del régimen que ha de aplicarse ART. 80 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 804 en aquellos casos en que se infrinja la prohibición de aceptar acciones propias en garantía que sanciona el artículo 80.1 LSA. Pudiera, no obstante, pensarse en la suficiencia de la regulación adoptada pues mediante el reenvío ordenado por el artículo 80.3 LSA cabría colmar esa laguna —que no sería tal— y considerar aplicable cuanto se dispone en el artículo 76 LSA en orden a sancionar la infracción de las prohibiciones de adquirir las propias acciones. De esta manera, se llegaría a la conclusión de que —en virtud de tal reenvío y de una pretendida eadem ratio— deberían enajenarse obligatoriamente, en los términos y condiciones dispuestas en el artículo 76.1 LSA, las acciones sobre las que recae la garantía del crédito cuya titularidad ostenta la sociedad emisora de aquellos valores. Sin embargo, si no se pierde la caracterización y estructura del supuesto de hecho prohibido, podrá comprobarse el absurdo a que lleva la anterior conclusión y a su manifiesta improcedencia so pena de conculcar elementales principios jurídicos. En efecto, afirmar la necesidad de una enajenación obligatoria de las acciones propias como consecuencia de haber infringido la prohibición de aceptarlas en garantía por parte de la sociedad emisora, supone alterar la estructura y significado de la propia garantía constituida sobre esos valores, pues implicaría una suerte de expropiación de la titularidad de los mismos en perjuicio de su legítimo titular. No cabe olvidar que, como consecuencia de su naturaleza y carácter, el titular de las acciones propias no pierde su derecho como consecuencia de su entrega en garantía de un crédito del que resulta ser acreedor la sociedad emisora de las mismas (vid., respecto de la prenda, art. 1.869 Cc). Por tanto, dado que el deudor pignoraticio conserva la titularidad y las facultades de disposición sobre las acciones propias que entregara como garantía del crédito, resulta manifiestamente improcedente considerar como sanción aplicable por infracción de la prohibición ex artículo 80.1 LSA el deber de necesaria enaje-nación de tales valores que sanciona el artículo 76.1 LSA (JIMÉNEZ SÁNCHEZ: «La adquisición por la Sociedad Anónima de sus propias acciones», p. 212; FORTUNATO: «Acettazione in garanzia di azioni proprie», p. 485; PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 594; SÁNCHEZ GONZÁLEZ: «La acción como título y como valor mobiliario negocial. La transmisión de acciones», pp. 367-368; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 477-478). Ante la improcedencia de seguir el reenvío ex artículo 80.3 LSA respecto del régimen aplicable ante la infracción de la prohibición de aceptar en garantía las propias acciones, se hace precisa otra respuesta a tal interrogante. Y, en este sentido, me parece que, tal y como unánimemente ha considerado la doctrina, el silencio legal es querido por el legislador, resultando de aplicación la norma general del artículo 6.3 Cc. Por estas razones, la respuesta que recibe la infracción de la prohibición ex artículo 80.1 LSA en nuestro Derecho no es otra que la sanción de nulidad por contravención de una norma imperativa (JIMÉNEZ SÁNCHEZ: «La adquisición por la sociedad anónima de sus propias acciones», p. 212; PAZARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 594; SÁNCHEZ GONZÁLEZ: «La acción como título y como valor mobiliario negocial. La transmisión de acciones», pp. 367-368; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 479). Ahora bien, el problema que plantea tal solución no es otro que el de la extensión que quepa dar a esa nulidad, pues la misma podrá referirse —en principio— tanto a la garantía constituida como al negocio garantizado. Dejando de lado otras justificaciones posibles (sobre ellas, vid., aunque de forma confusa, VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 479-480), me 805 CAPÍTULO IV ART. 81 parece evidente que la nulidad ha de predicarse exclusivamente del negocio de garantía, pues es éste el que resulta prohibido de conformidad con cuanto dispone el artículo 80.1 LSA. Extender tal sanción de nulidad a cualquier otra realidad negocial, junto con carecer de razón alguna, no tiene apoyo ni en la estructura del particular supuesto ni, tampoco, en el contenido de la prohibición que, no conviene olvidarlo, sanciona la interdicción de ciertos negocios de garantía sobre las propias acciones y no respecto del negocio garantizado con éstas. Por supuesto, junto con esta sanción de nulidad, la infracción de la prohibición de aceptar en garantía las propias acciones ex artículo 80.1 LSA conllevará la aplicación del régimen de sanciones administrativas previstas en el artículo 89 LSA, así como la posible responsabilidad de los administradores sociales ante el daño que hubiera podido irrogarse como consecuencia de tal actuación (arts. 133 ss. LSA). BIBLIOGRAFÍA Véase la bibliografía citada en el comentario al artículo 74 LSA en esta misma obra y, además, la siguiente: FORTUNATO: «Acettazione in garanzia di azioni proprie», en BUTARO y PATRONI GRIFFI, La Seconda Direttiva CEE in materia societaria, Milán, 1984. VELASCO SAN PEDRO: «La prohibición de que las sociedades presten con la garantía de las acciones emitidas por ellas mismas», RDBB, n.º 19, 1985. ARTÍCULO 81 Asistencia financiera para la adquisición de acciones propias 1. La sociedad no podrá anticipar fondos, conceder préstamos, prestara garantías ni facilitar ningún tipo de asistencia financiera para la adquisición de sus acciones o de acciones de su sociedad dominante por un tercero. 2. Lo dispuesto en el apartado anterior no se aplicará a los negocios dirigidos a facilitar al personal de la empresa la adquisición de sus acciones o de acciones de una sociedad del grupo. 3. La prohibición del apartado primero no se aplicará a las operaciones efectuadas por bancos u otras entidades de crédito en el ámbito de las operaciones ordinarias propias de su objeto social que se sufragen con cargo a bienes libres de la sociedad. Ésta deberá establecer en el pasivo del balance una reserva equivalente al importe de los créditos anotado en el activo. * Por ÁNGEL LUIS MONGE GIL. ART. 81 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 806 COMENTARIO* SUMARIO: I. LA PROHIBICIÓN DE ASISTENCIA FINANCIERA PARA LA ADQUISICIÓN DE ACCIONES PROPIAS. 1. Significado y función de esta prohibición. 2. Delimitación y alcance de la prohibición. 3. Infracción de la prohibición. II. EXCEPCIONES A LA PROHIBICIÓN DE ASISTENCIA FINANCIERA PARA LA ADQUISICIÓN DE ACCIONES PROPIAS. BIBLIOGRAFÍA. I. LA PROHIBICIÓN DE ASISTENCIA FINANCIERA PARA LA ADQUISICIÓN DE ACCIONES PROPIAS 1. SIGNIFICADO Y FUNCIÓN DE ESTA PROHIBICIÓN El artículo 81 de la vigente LSA sanciona una prohibición más respecto de un supuesto particular de adquisición de acciones propias, en el que la colaboración financiera de la emisora resulta ser esencial a fin de alcanzar tal adquisición. El origen de esta prohibición, ajena a nuestra tradición societaria, ha de buscarse en el Derecho inglés, en donde goza de una asentada vigencia. En efecto, y prescindiendo de posibles antecedentes, la Sección 54 de la Companies Act de 1948 sancionaba una prohibición de financial assistance para que un tercero pudiera, con cargo a aquélla, adquirir las acciones de la propia sociedad que financiara la operación (sobre el alcance de esta prohibición en el Derecho inglés, vid. INSTONE: «Section 54 and All That», pp. 98 ss.; SCHMITTHOFF : «Financial Assistance for the purchase of Own Shares», pp. 46 ss.). Con una regla de este tipo venían a sancionarse conductas que se habían observado en los mercados y que se consideraba que merecían una expresa reprobación. En efecto, con tal prohibición se intentaba evitar actuaciones como aquellas en las que un tercero adquiría acciones mediante la financiación —anterior o posterior a tal negocio— realizada por la propia emisora de los valores adquiridos, devolviéndose el importe de aquélla con cargo al patrimonio social. Esta tradicional regla inglesa fue asumida en los trabajos preparatorios de la Segunda Directiva CEE, plasmándose en el artículo 23 de este texto normativo. En la labor de reforma y adaptación de nuestro Derecho societario se decidió asumir tal prohibición, acogiéndose la misma en la norma que ahora comentamos. La primera y más importante cuestión que suscita la prohibición de asistencia financiera que sanciona este artículo 81 LSA es la relativa a la función o ratio que tiene encomendada en nuestro Derecho. En este sentido, suele ser tradicional el recordatorio de la función complementadora que se atribuye a esta prohibición respecto del régimen general prohibitivo de la adquisición de las propias acciones. De hecho, el origen de tal regla en el Derecho inglés se suele explicar bajo tal idea. Sin embargo, como poco más adelante podremos comprobar, no cabe desconocer la sustantividad de los riesgos y peligros que resultan propios de este tipo de operaciones prohibidas. Tal observación tiene, en mi opinión, alguna consecuencia importante. En efecto, si la norma que comentamos tuviera exclusivamente una función complementadora del régimen general contenido en los artículos 74 y siguientes de la LSA, bastaría con una acertada interpretación de tales normas para alcanzar los resultados 807 CAPÍTULO IV ART. 81 deseados, sin que resultara necesaria una previsión como la contenida en este artículo 81 LSA. Además, tal argumentación olvidaría que con la realización de operaciones financiadas por la propia sociedad cuyas acciones se adquieren gracias a tal financiación, se realizan una serie de peligros e inconvenientes que es preciso atajar y que justifican la procedencia de una norma como la que ahora nos ocupa. Todo lo anterior no obsta para que, por otra parte, podamos dar noticia de la «crisis» que vive esta prohibición en su país de origen. Así, en los posteriores movimientos de reforma de la Companies Act ha podido constatarse cómo el alcance de esta prohibición puede llevar a excluir prácticas y supuestos en los que no se realizan los riesgos que pretenden evitarse y que, además, se consideran inocuos desde un punto de vista financiero y administrativo. De hecho, ciertas formas de operaciones de buy-outs pueden quedar injustificadamente en entredicho (sobre estos aspectos, vid. el documentado trabajo de FERNÁNDEZ DEL POZO: «Gran Bretaña: reflexiones en torno a la disciplina de la asistencia financiera para la adquisición de las propias acciones», pp. 263 ss.). Dejando de lado las consideraciones anteriores, la defensa de una prohibición como la recogida en el artículo 81 LSA me parece que se apoya en argumentos más que suficientes. En primer lugar, y a fin de aclarar el mismo alcance de la prohibición, no puede desconocerse que la financiación prohibida es la que tiene por destinatario a un tercero, el cual actúa en nombre pero también por cuenta propia. Con ello queremos advertir que la financiación recibida por quien actuara como testaferro no tiene su sede de regulación en esta norma, sino en aquellas (vid., ad ex., arts. 74 y 88 LSA) que extienden la prohibición de adquirir las propias acciones a los supuestos de interposición de un tercero a fin de eludirla (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 599; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 481). Por otro lado, la realización de una práctica como la prohibida en el artículo 81 LSA supone la vigencia de dos riesgos necesarios (vid. FORTUNATO: «Anticipazioni, prestiti o garanzia per l’acquisto di azioni propie», pp. 438 ss.). En primer lugar, surge el riesgo de abuso por parte de los administradores y de una alteración de la distribución de poderes en el seno de la junta general, por lo que la citada prohibición «pretende asegurar la imparcialidad de la sociedad (y, especialmente, de su órgano de administración) en la composición de la masa accionarial, evitando la realización de maniobras abusivas como el favorecimiento de la toma del control social por parte de determinados grupos con fondos proporcionados por la propia sociedad [...] o la creación de clientelas favorables dentro de la junta general de accionistas» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 481). De esta manera, el alcance de la tan citada prohibición pone en tela de juicio y destaca el difícil engarce en nuestro Derecho de ciertas prácticas financieras bien asentadas en otros países, tales como los leveraged by-outs y los management buy-outs de origen anglosajón (sobre el tema, reenvío a AURIOLES MARTÍN: «Los leveraged buy-outs y su integración en el Derecho español de sociedades anónimas», pp. 637 ss.; sobre la caracterización de estas prácticas financieras y de toma del control social, vid. LUMSDEN: «Financial Assistance Problems in Management Buyouts», pp. 111 ss.). Por otro lado, la prohibición ex artículo 81 LSA atiende a otro tipo de riesgos presentes en tales operaciones financieras y que afectan a la regular constitución patrimonial de la sociedad. En efecto, es incuestionable el riesgo ART. 81 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 808 de este tipo que se realiza con la asistencia financiera prestada por la sociedad para la adquisición de sus acciones propias, como así se deriva de la mutación patrimonial que se experimenta y que se traduce en la sustitución en el patrimonio social de los bienes entregados para financiar la operación con el crédito resultante frente al tercero que adquirió las acciones propias de quien financió la operación. Gráficamente se ha advertido que, desde este punto de vista, la finalidad del artículo 81 LSA radica en evitar que el capital, «en lugar de ser nutrido por aportaciones externas de éste, se financie con cargo al patrimonio de la propia sociedad» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 600). Ahora bien, si se retienen los riesgos descritos, parece que habrá de concluirse en su similitud respecto de aquellos que son propios de la adquisición de acciones propias (alteración del principio corporativo, irregular constitución financiera de la sociedad). Ante tal circunstancia, algún autor (FLORES DOÑA: «Asistencia financiera para la adquisición de acciones propias», pp. 1397-1398) ha considerado la inconveniencia de un régimen particular como el que refleja el artículo 81 LSA, debiendo darse una igualdad de régimen jurídico —por identidad de razón— entre este tipo de operaciones y aquellas otras que resultan prohibidas y disciplinadas en el régimen general reservado para los negocios sobre las propias acciones. Sin embargo, basta con la simple comparación para comprobar cómo la opción del legislador es otra, pues el rigor de la prohibición contenida en el artículo 81 LSA es mayor y la interdicción más severa que aquellas otras que disponen los artículos 74 y siguientes de la LSA. Y, a mi juicio, la opción que ha seguido nuestro legislador es más correcta pues, a diferencia de cuanto acaece con los negocios de autocartera, no media en los supuestos de asistencia financiera para la adquisición de acciones propias ninguna finalidad lícita que legitime, o al menos disculpe, alguna excepción permisiva. Cuestión distinta, y a la que luego nos referiremos, es la relativa a la conveniencia o no de ampliar el catálogo de excepciones a la regla general prohibitiva en razón de otros criterios, problema que está en el centro de la discusión que sobre esta norma prohibitiva se ha planteado en los movimientos de reforma del Derecho inglés. 2. DELIMITACIÓN Y ALCANCE DE LA PROHIBICIÓN Uno de los lugares comunes entre aquellos autores que han estudiado la prohibición de asistencia financiera para la adquisición de acciones propias es el de señalar una estructura dual para esta prohibición, considerando que la aplicación de la misma requiere la concurrencia de un supuesto de hecho caracterizado por la concurrencia de un elemento objetivo junto con otro subjetivo o de intencionalidad. En primer lugar, se requiere la concurrencia de un elemento objetivo pues la prohibición advierte que «la sociedad no podrá anticipar fondos, conceder préstamos, prestar garantías ni facilitar ningún tipo de asistencia financiera». Por tanto, se prohíbe un determinado comportamiento que se intenta tipificar por referencia a una serie de negocios concretos. Así, la sociedad no podrá «anticipar 809 CAPÍTULO IV ART. 81 fondos». Bajo tal expresión no cabe identificar en nuestro Derecho ningún tipo contractual específico, a diferencia de cuanto sucede en el Derecho comparado (cfr., ad ex., arts. 1.846 ss. Código civil italiano). Ahora bien, el proceder del legislador tiene otro sentido en este contexto, pues «no hace referencia a una modalidad contractual concreta, sino al contenido de una prestación societaria» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 484; en igual sentido, vid. FLORES DOÑA: «Asistencia financiera para la adquisición de acciones propias», p. 1405). Con esta idea se quiere indicar, simplemente, que el legislador considera relevante un efecto —el anticipo de fondos en favor del tercero por parte de la sociedad y que le permite adquirir las acciones de ésta— con independencia de cuál haya sido el concreto tipo negocial que es causa de tal desplazamiento patrimonial. Por otro lado, la norma que comentamos concreta el comportamiento prohibido bajo la referencia a la posibilidad de «conceder préstamos». Quienes se han ocupado de estudiar esta prohibición ex artículo 81 LSA mantienen, de forma unánime (vid., ad ex., SÁNCHEZ GONZÁLEZ: «La acción como título y como valor mobiliario negocial. La transmisión de acciones», p. 391), que en atención a la ratio de este precepto la referencia al préstamo no ha de entenderse de forma reduccionista y exclusivamente dirigida al supuesto que tipifican los artículos 1.740 y 1.753 Cc, concluyendo que debe realizarse una interpretación amplia en la que tengan cabida otras categorías que puedan cumplir una función análoga (apertura de crédito, etc.). Igual conclusión habrá que manifestar respecto de la interdicción de «prestar garantías» a que se refiere la norma que comentamos. La laxitud —querida— con que se expresa el legislador nos lleva «a una interpretación generosa, que incluya, además de los negocios de garantía en sentido estricto —fianza, aval, prenda, hipoteca, etc.— cualquier instrumento que, aún vertebrándose jurídicamente sobre un tipo negocial diverso, cumpla la misma finalidad (por ejemplo, la letra de favor, el seguro de caución, el mandato de crédito, etc..). En definitiva, toda prestación de la sociedad de la que derive una responsabilidad patrimonial por deuda ajena» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 601). La última locución que emplea el legislador al señalar esta prohibición va referida a facilitar cualquier «tipo de asistencia financiera». Tal locución encierra una suerte de cláusula de cierre de todo el sistema. Esta circunstancia muestra, entonces, dos consecuencias prácticas importantes. En primer lugar, que los supuestos de actuación por parte de la sociedad que financia la operación y que el artículo 81 LSA enumera tienen un mero carácter enunciativo o ejemplificativo, debiendo ser siempre —tal y como venimos afirmando— objeto de una interpretación amplia. Por otra parte, y como segunda consecuencia, parece que habremos de destacar cómo lo relevante siempre, a fin de aplicar esta norma prohibitiva, no va ser tanto la calificación jurídica que deba darse al negocio que vincula al tercero con la sociedad sino en su aptitud, en razón de las concretas circunstancias, para procurar a éste los medios que le permitan adquirir las acciones de aquélla. Ahora bien, la estructura de la prohibición ex artículo 81 LSA no sólo requiere la aptitud del negocio para permitir la adquisición de tales valores, sino que, además y con carácter necesario, ha de observarse un segundo presupuesto o requisito pues el negocio celebrado con la sociedad lo ha de ser «para la ART. 81 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 810 adquisición de sus acciones o de acciones de su sociedad dominante por un tercero». El problema principal que presenta la interpretación de este segundo requisito es el de su relación con el anterior elemento objetivo. Esto es, ¿basta con que la financiación recibida se destine a tal fin adquisitivo o, por el contrario, resulta necesaria una vinculación de aquélla respecto de la adquisición de las acciones de quien financia la operación? Si optáramos por el primer criterio, la prohibición ex artículo 81 LSA actuaría de forma objetiva, de tal manera que concedido el crédito o la garantía por la sociedad, con independencia de cuál fuera el destino a que decidiera aplicarlos el tercero beneficiario, la operación resultaría prohibida si ese tercero adquiriera con tales medios acciones de aquélla. Por el contrario, si requerimos una vinculación negocial como la indicada anteriormente, la aplicación de esta norma prohibitiva requeriría que la asistencia financiera se concertara con tan específica finalidad, de tal manera que se presta al objeto de adquirir las acciones de quien financia la operación. Hoy en día parece que hemos de excluir del ámbito de esta prohibición aquellos supuestos en que, prestada la asistencia financiera por la sociedad sin afectar ésta a ningún fin concreto, el tercero beneficiario de la misma decidiera aplicarla a adquirir acciones propias de aquélla. Dejando de lado el largo proceso evolutivo de la prohibición (sobre tal proceso vid. INSTONE: «Section 54 and All That», pp. 98 ss.), en el Derecho inglés se defiende desde hace ya tiempo una concepción intencional o susbjetivista de esta prohibición (vid. Sec. 153 Companies Act, que requiere que la asistencia financiera se preste «for the purpose» y no «in connection with» la adquisición; en la jurisprudencia, vid. Brady v Brady (1988), All ER 617; sobre el paso a un subjetivismo en la aplicación de esta prohibición, SCHMITTHOFF : «Financial Assistance for the Purchase of Own Shares», pp. 46 ss.), la cual fue asumida en el artículo 23 de la Segunda Directiva CEE (sobre el alcance, en el sentido indicado, de este elemento subjetivo o intencional en el texto comunitario, vid. FORTUNATO: «Anticipazioni, prestiti o garanzia per l’acquisto di azioni propie», p. 447). Tal criterio puede entonces servirnos para interpretar la norma que comentamos. Pero, además, la propia dicción del artículo 81 LSA obliga a tal conclusión, pues no conviene olvidar que, de la expresa redacción dada al precepto, no se prohíbe cualquier asistencia financiera que prestara la sociedad, sino tan sólo la que tiene por finalidad el procurar al tercero beneficiario la adquisición de las acciones de aquélla. Por ello, la finalidad pretendida ha de tener su relevancia causal, siendo motivo común y, también, motivo determinante del negocio de asistencia financiera. De esta manera, parece que habremos de reconducir todos estos supuestos de asistencia financiera prohibida ex artículo 81 LSA a la categoría de contratos de financiación en sentido amplio, entendiendo por tales aquellos en los que la financiación recibida, con independencia del concreto tipo negocial, va vinculada a una concreta causa, la cual asume relevancia negocial y se manifiesta en una cláusula —no necesariamente escrita— de destinación de las sumas o prestaciones obtenidas. Descritos los elementos que configuran la estructura de la prohibición que sanciona el artículo 81 LSA, conviene ahora atender a otras cuestiones menores y que, en definitiva, pueden servir para aclarar el alcance de la misma. En este sentido, debemos manifestar que resulta irrelevante el tipo de adquisición de 811 CAPÍTULO IV ART. 81 acciones propias que se financie. Con ello queremos advertir que la prohibición resultará operativa tanto si las acciones propias se adquieren originariamente como de forma derivativa, al igual que si se trata de acciones propias de quien financia como si lo que se adquiriera fueran acciones de la sociedad dominante de ésta. De igual manera, parece más que razonable no diferenciar en razón del tiempo en que se produjera la adquisición de las acciones respecto de la financiación recibida. Así, será irrelevante que la financiación sea anterior o posterior a la adquisición de las acciones propias, so pena de permitir por esta vía una fácil e injustificada elusión de esta norma prohibitiva. En último lugar, y en lo que a la delimitación de lo que por tercero —a los efectos de la aplicación de esta norma— ha de entenderse, pudiera plantearse alguna duda. En efecto, ésta puede suscitarse en razón del término empleado por el legislador, ya que por tal cabría referirse a quien fuera ajeno a la propia sociedad, aun cuando también podría entenderse englobado cualquier sujeto, incluso aquel que ya tiene el carácter de accionista. En mi opinión, parece más acertado incluir en el ámbito de aplicación del artículo 81 LSA no sólo al tercero en el sentido indicado, sino también al accionista que incurriera en el comportamiento prohibido. La razón me parece evidente, pues en ambos casos viene a realizarse la ratio de esta prohibición ex artículo 81 LSA (FLORES DOÑA: «Asistencia financiera para la adquisición de acciones propias», p. 1400). 3. INFRACCIÓN DE LA PROHIBICIÓN El artículo 81 LSA no establece cuál es la sanción que tiene anudada la infracción de la prohibición que allí se sanciona. Ante tal circunstancia, parece que el legislador ha confiado la determinación de tal sanción a las normas generales que rigen en nuestro Derecho. Así lo ha entendido nuestra doctrina (vid., ad ex., PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 603; VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, pp. 496-497; FLORES DOÑA, «Asistencia financiera para la adquisición de acciones propias», p. 1417), quien ha advertido de la procedencia de la sanción de nulidad por aplicación de cuanto dispone el artículo 6.3 Cc. Tal consecuencia debe completarse con otras dos pues, junto con la posible exigencia de responsabilidad a los administradores al amparo de cuanto disponen los artículos 133 y siguientes de la LSA, los mismos podrán verse sancionados por el régimen de multas y sanciones pecuniarias que previene el artículo 89 LSA. La procedencia de la sanción de nulidad no plantea mayores dudas. Pudiera suscitarse alguna cuestión, sin embargo, respecto de su extensión. En efecto, la nulidad que deriva de la infracción de cuanto dispone el artículo 81 LSA ha de predicarse del negocio de asistencia financiera, pues es éste el que resulta prohibido. De tal circunstancia habrá que derivar la conclusión de que el negocio de adquisición de las acciones propias no resultara nulo, pues el mismo —como tal— no viene encuadrado en la prohibición que nos ocupa. Ahora bien, algún autor, con acertada intención, se ha cuestionado el alcance que puede tener la nulidad de la asistencia financiera sobre el negocio adquisitivo de las propias acciones, advirtiendo que «la nulidad de la adquisición podrá ART. 81 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 812 proponerse, en nuestra opinión, cuando la vinculación entre los dos negocios rebase lo puramente económico y adquiera una dimensión jurídica. Esto es, habrá que reconocer excepciones a esta regla general en aquellos casos en que la asistencia financiera se convierta en un elemento objetivo esencial para las partes del negocio adquisitivo. Entre estos casos pueden citarse, a título meramente enunciativo, el descuento realizado por la sociedad emisora en la enajenación de las acciones propias o la garantía prestada como asistencia que constituye la base esencial de la adquisición posterior, sin la cual el transmitente de las acciones no hubiera realizado el negocio» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 497). Sin embargo, y dejando de lado algunas imprecisiones, me parece que la opinión expuesta no puede ser aceptada. La comunicación de la nulidad entre dos negocios sólo puede predicarse cuando uno es la causa del otro pero no si puede afirmarse su independencia jurídica, aun cuando no funcional. La adquisición de acciones propias llevada a cabo mediante una asistencia financiera que contradice cuanto dispone el artículo 81 LSA no deviene, en ningún caso, nula, pues la misma no viene prohibida en tal norma. No media la contradicción entre el resultado adquisitivo que se produce y el contenido sancionador de tal precepto. Ahora bien, no puede desconocerse la incidencia —necesariamente de otro tipo— que está llamada a tener la declaración de nulidad de la asistencia financiera sobre el negocio de adquisición de las acciones propias. En este sentido, no estará de más el recordatorio de la vinculación causal entre ambos negocios que se requiere como presupuesto subjetivo o intencional para la correcta aplicación de la prohibición contenida en el artículo 81 LSA. En mi opinión, la nulidad de la asistencia financiera que —con infracción del artículo 81 LSA— se prestara para la adquisición de acciones propias no ha de extenderse al negocio adquisitivo. Sin embargo, no es posible desconocer la cláusula de destinación que, con relevancia causal, aparece en aquel negocio y despliega sus efectos sobre éste de adquisición. Por ello, y en atención a las circunstancias que rodearan cada caso concreto, podría justificarse la resolución contractual del negocio adquisitivo de las propias acciones ante la declaración de nulidad de la asistencia financiera que para tal fin prestara la sociedad emisora de aquellos valores. II. EXCEPCIONES A LA PROHIBICIÓN DE ASISTENCIA FINANCIERA PARA LA ADQUISICIÓN DE ACCIONES PROPIAS La regla prohibitiva sancionada en el artículo 81 LSA tiene, sin embargo, dos importantes excepciones que aparecen destacadas en los apartados 2 y 3 del citado precepto. La primera de las excepciones a la prohibición de que una sociedad preste asistencia financiera a un tercero a fin de que éste adquiera acciones de aquélla y que ahora quisiéramos comentar es la que recoge el párrafo 3 del citado artículo 81 LSA, cuando advierte que no será de aplicación «a las operaciones efectuadas por bancos u otras entidades de crédito en el ámbito 813 CAPÍTULO IV ART. 81 de las operaciones ordinarias propias de su objeto social que se sufragen con cargo a bienes libres de la sociedad». Como fácilmente podrá comprenderse, las razones que legitiman la decisión del legislador al excepcionar este supuesto son comunes con aquellas que permitían una excepción similar ante la prohibición de aceptar en garantía acciones propias que sanciona el artículo 80 LSA. Ante tal circunstancia, destacada suficientemente en la doctrina que se ha ocupado de este tipo de prohibiciones (vid., ad ex., PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», pp. 603-604. En la doctrina que comenta la previsión del artículo 23 de la Segunda Directiva CEE, vid. FORTUNATO: «Anticipazioni, prestiti o garanzia per l’acquisto di azioni propie», p. 444), y, a fin de respetar los límites de un trabajo como éste, parece lo más oportuno que hagamos un reenvío a lo que en aquella sede se comentó (vid. supra, nuestro comentario al art. 80 LSA en esta misma obra). No obstante lo anterior, conviene no dejar de lado la crítica que se ha hecho de esta excepción, pues «además de representar un privilegio que carece de justificación, y constituir de nuevo una cláusula general demasiado amplia e inconcreta que puede utilizarse para amparar maniobras dudosas, olvida que una ordenada política jurídica en la materia debiera estar dirigida fundamentalmente a prevenir los peligros de estas operaciones precisamente en relación con los bancos, que es donde históricamente se han revelado como más frecuentes y dañinas» (VELASCO SAN PEDRO: «La adquisición de acciones propias», pp. 76-77). Por las razones expuestas, conviene que ahora centremos nuestra atención en la otra excepción que se dispone a la prohibición de asistencia financiera para la adquisición de acciones propias. El artículo 81.2 LSA advierte que la citada prohibición de asistencia financiera «no se aplicará a los negocios dirigidos a facilitar al personal de la empresa la adquisición de sus acciones o de acciones de una sociedad del grupo». El criterio legal, permisivo de ciertos supuestos de asistencia financiera, resulta ser tradicional en el ámbito en donde primero se consolidó esta prohibición que nos ocupa. En efecto, en el Derecho inglés se reconoce tradicionalmente la licitud de este tipo de prácticas, a través de las cuales se financia la adquisición de acciones propias por los trabajadores, mediante una actuación programada (employee shares scheme) o no. Igual excepción fue contemplada en la normativa comunitaria, siendo finalmente acogida en nuestro Derecho con ocasión de la promulgación de la vigente LSA. La ratio a la que obedece esta excepción es de orden político social. Se trata de una decisión de política-jurídica en la que el legislador atiende ciertos intereses y les da la importancia que considera conveniente. No obedece a razones de orden técnico-jurídico, sino que supone la realización de una determinada orientación de política social (FLORES DOÑA: «Asistencia financiera para la adquisición de acciones propias», p. 1416). De ahí que la razón de ser a que obedece esta excepción sea la de «facilitar la integración del trabajador en la empresa social, interesarle en la mejora de la capacidad productiva de ésta» (VÁZQUEZ CUETO: Régimen jurídico de la autocartera, p. 489; en igual sentido se pronuncia FORTUNATO, «Anticipazioni, prestiti o garanzia per l’acquisto di azioni propie», p. 444). Tal adquisición podrá llevarse a cabo por los trabajadores en las condiciones privilegiadas que se derivan de la excepción contemplada en este apartado 2 del artículo 81 LSA. Ahora bien, ART. 81 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 814 la previsión legal, al igual que la finalidad a la que parece responder, nos lleva a formular dos consideraciones también de política jurídica. En primer lugar, bajo esta excepción a la prohibición de asistencia financiera para la adquisición de acciones propias está el problema mucho más profundo del alcance y sentido real que pueden tener las distintas fórmulas de capitalismo popular (accionariado obrero) —entre las cuales estaría, precisamente, esta previsión del art. 81.2 LSA— y de la distinta valoración que a éste se ha dado, pues mientras que en ocasiones no se discute su posible corrección, otras veces se pone en duda su verdadera intencionalidad, advirtiéndose si no resultará ser un medio eficaz para que el grupo de control mantenga éste a un coste menor mediante la liberación de recursos y su destino a otras actividades empresariales. Por otro lado, y como segunda observación, no cabe desconocer cómo en ciertos ordenamientos —en especial, en el Derecho inglés— la adquisición lícitamente financiada mediante esta excepción permite que las acciones propias sean adquiridas por los trabajadores a título individual pero, también y de forma más importante, a través de entidades instrumentales —ad ex., el trust en el citado Derecho inglés— que permiten una mayor cohesión y, por tanto, fuerza de la participación laboral (sobre ambas posibilidades en el Derecho inglés, vid. FERNÁNDEZ POZO: «Asistencia financiera a los trabajadores para la adquisición de acciones propias», pp. 842 ss.). Sin embargo, esta última posibilidad, dada la redacción de la LSA, no DEL parece posible en nuestro Derecho. La principal cuestión técnica que suscita la excepción que comentamos es la relativa a su alcance. Con ello queremos advertir que, si la excepción se dispone en razón de la particular personalidad de quien puede ser el beneficiario de la asistencia financiera, el concepto de personal que utiliza el artículo 81.2 LSA resulta ser una cuestión central. Desde luego, en el contexto en el que se utiliza tal locución, parece ser lo más razonable el considerar incluido bajo tal concepto a todo sujeto vinculado con la sociedad que presta la asistencia financiera mediante una relación de carácter laboral, en el sentido que expresa el artículo 1 del Estatuto de los Trabajadores (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 604). De esta manera, podría pensarse que también quedarían incluidos como beneficiarios de tal excepción ex artículo 81.2 LSA aquellos sujetos que respondieran a la categoría de personal de alta dirección, tal y como pudiera derivarse de cuanto disponen el artículo 2.1.a) ET y el Real Decreto de 1 de agosto de 1985 (no parece compartir esta opinión, MULLERAT: «La asistencia financiera para la adquisición de acciones propias. La Directiva CEE, el Derecho español y el Derecho inglés», pp. 10-11). El problema fundamental, sin embargo, es que la interpretación señalada tendría una segunda consecuencia pues quedarían excluidos como beneficiarios de la excepción que proclama el artículo 81.2 LSA los administradores sociales, resultado éste que además cabe justificar en atención al riesgo del posible conflicto de intereses que podría actuarse a la hora de que la sociedad que representan concediera la asistencia financiera necesaria para adquirir las acciones propias. Sin embargo, tal y como ha sugerido algún autor, siempre es posible una zona gris o intermedia, pues se plantearía la duda de que criterio seguir en aquellos supuestos en que el administrador reuniera tal cualidad y, además, pudiera ser calificado como personal de alta dirección. Sin embargo, 815 CAPÍTULO IV ART. 81 tal interpretación vendría a desconocer el reiterado criterio expresado por el TS (Sala Social) en virtud del cual se ha declarado la incompatibilidad entre ambas condiciones, ya que el nombramiento de administrador absorbe aquel otro (cfr. SSTS 9 de mayo de 1991 y 27 de enero de 1992, Ar. 3794 y 27, respectivamente). De todas las maneras, el artículo 1.3.c) ET pudiera ser otro argumento más para excluir la figura del administrador respecto del concepto de personal que viene a utilizar la norma que nos ocupa. En mi opinión, una correcta interpretación de la exclusión permitida en el artículo 81.2 LSA obligaría a considerar como sus beneficiarios sólo a quienes únicamente tuvieran una vinculación con la sociedad que prestara la asistencia financiera de carácter laboral (VÁZQUEZ CUETO, Régimen jurídico de la autocartera, p. 491). Quizás la finalidad de evitar el denunciado conflicto de intereses pudiera ser un argumento que avalara esta interpretación. Pero, sobre todo, no parece posible otra solución si se atiende a la finalidad social que respalda la excepción que comentamos. En efecto, la finalidad de la misma no es otra que la de favorecer el acceso de los trabajadores al capital de la empresa en la que prestan sus servicios. Por tanto, la aplicación de la tan citada excepción ex artículo 81.2 LSA queda reducida en favor de los trabajadores, debiendo interpretarse el término «personal» que destaca la norma en el sentido expuesto (este criterio es prácticamente lugar común en nuestra doctrina; vid. PAZ-ARES, «Negocios sobre las propias acciones», p. 604; SÁNCHEZ GONZÁLEZ, «La acción como título y como valor mobiliario negocial. La transmisión de acciones», p. 391; DÍEZ-PICAZO, «Los negocios de la sociedad con las propias acciones», p. 210; en la doctrina foránea, LUTTER, en Kölner Kommentar zum Aktiengesetz, p. 576; en contra, y con una pretendida interpretación sistemática contraria a las finalidades que atienden las diferentes normas que cita, vid. TUSQUETS TRÍAS DE BES, La remuneración de los administradores, p. 286). Pues bien, de acuerdo con estas bases me parece que puede atenderse un problema que, tras una más que destacable polémica, se ha suscitado entre nosotros. Me refiero a las llamadas stock options, que, junto con otros supuestos ya analizados (vid. supra, nuestro comentario al art. 75 LSA en esta misma obra), conllevan la prestación de asistencia financiera por la sociedad en favor de sus administradores. De todo lo expuesto, y por contraposición con aquellos otros supuestos ya analizados, estas formas retributivas no parece que estén exentas de objeciones si en ellas media asistencia financiera. En efecto, la exclusión de los administradores sociales del ámbito de sujetos beneficiados por la excepción dispuesta en favor del personal de la empresa (art. 81.2 LSA), parece obligar a tal conclusión. Además, si la retribución conllevara no la entrega de acciones, sino, como suele ser más frecuente, de opciones sobre futuras acciones a emitir, la viabilidad de la operación podría conculcar otras exigencias que dispone nuestro Derecho societario. En efecto, tal proceder requeriría la supresión del derecho de suscripción preferente que asistiría a los accionistas en la futura ampliación del capital social. Ahora bien, tanto si la supresión del mencionado derecho se acordara por la junta general (art. 159.1 LSA) como si se decidiera por los propios administradores sociales en virtud de previa delegación (art. 159.2 LSA), sería necesario «que el valor nominal de las acciones a emitir, más, en su caso, el importe de la prima de emisión, se corresponda con el valor real que resulte del informe de los auditores de cuentas de la sociedad». Ante tales exigencias, se ha observado que la práctica de las stock options carecería de ART. 81 JOSÉ ANTONIO GARCÍA- CRUCES GONZÁLEZ 816 virtualidad alguna al tener que respetarse las exigencias dispuestas en torno al valor nominal de las futuras acciones, pues «no puede perderse de vista que si la oferta de suscripción de acciones tiene motivos incentivadores, debe efectuarse en condiciones económicas favorables, que la hagan especialmente atractiva a sus destinatarios» (TUSQUETS TRÍAS DE BES: La remuneración de los administradores, p. 290). Esta última circunstancia nos permite destacar la omisión del legislador en la reciente reforma de la LSA operada por la Ley 55/1999, ya que la regulación que allí pretende incorporarse a nuestro Derecho Societario ha olvidado, en medio de la polémica, algunos aspectos técnicos imprescindibles, tales como la necesidad de reformar - también - cuanto dispone el artículo 81 LSA, a fin de ampliar el catálogo de excepciones a esta norma prohibitiva. Cuestión distinta, y que ahora sólo queremos dejar planteada, es la relativa a la procedencia de tales ampliaciones respecto de cuanto dispone el artículo 23 de la Segunda Directiva CEE en materia de sociedades, y el posible carácter cerrado de las excepciones que allí se contemplan. Analizadas las excepciones que el artículo 81 LSA acoge en sus aparta-dos 2 y 3 respecto de la prohibición de asistencia financiera para la adquisición de acciones propias, conviene atender a un último aspecto, común a ellas. En efecto, el artículo 81.3 LSA, tras destacar la excepción que hemos comentado respecto de la actividad de las entidades de crédito, requiere que la sociedad que hubiera prestado tal asistencia financiera «deberá establecer en el pasivo del balance una reserva equivalente al importe de los créditos anotado en el activo». La reserva prescrita en esta norma plantea dos cuestiones sobre las que es preciso pronunciarse. La primera de ellas es la relativa a la finalidad a la que atiende. En mi opinión, la finalidad a la que responde esta previsión es doble, pues intenta determinar correctamente el valor que deba atribuirse a los créditos concedidos por la sociedad frente a quienes ahora son sus accionistas y, a la par, evitar que tales créditos anotados en el activo social puedan «ser reutilizados ad infinitum y que, por consiguiente, el patrimonio para la cobertura del capital y de las reservas indisponibles pueda llegar a nutrirse única y exclusivamente de créditos de la sociedad contra los terceros a los que financió para la adquisición de sus acciones» (PAZ-ARES: «Negocios sobre las propias acciones», p. 605). La segunda cuestión que suscita la exigencia de dotar esta reserva ex artículo 81.3 LSA es la relativa a su alcance. La cuestión se plantea por que el legislador, al menos formalmente, parece limitar su exigibilidad a aquellos supuestos en que la asistencia financiera fuera prestada por una entidad de crédito. El silencio con que se manifiesta el artículo 81.2 LSA sobre este extremo, al igual que un pretendido trato de favor respecto de los trabajadores, han llevado a algún autor ha considerar la improcedencia de tal reserva en aquellos supuestos en que la financiación se prestara a fin de favorecer el acceso de los trabajadores a la participación accionarial (vid. AURIOLES MARTÍN: «Los leveraged buy-outs y su integración en el Derecho español de sociedades anónimas», p. 671). Sin embargo, me parece que concurren razones más que importantes para llegar a otra conclusión. En primer lugar, la finalidad a la que responde esta exigencia de dotar una reserva es común a las dos excepciones que sanciona el artículo 81 LSA. 817 CAPÍTULO IV ART. 82 Por otro lado, tal opinión se refuerza si se atiende a cuanto dispone el artículo 23 de la Segunda Directiva CEE, ya que tal norma extiende dicha exigencia a cualquiera de los supuestos, constituyendo —de esta manera— un criterio necesario de interpretación de nuestro Derecho interno. BIBLIOGRAFÍA Véase la bibliografía citada en el comentario al artículo 74 LSA en esta misma obra y, además, la siguiente: AURIOLES MARTÍN: «Los leveraged buy-outs y su integración en el Derecho español de sociedades anónimas», RDBB, 1993. ÁVILA DE LA TORRE y MORALEJO MENÉNDEZ: «Los nuevos sistemas de retribución de los administradores, trabajadores y personal de alta dirección. 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EL «BIEN JURÍDICO PROTEGIDO» POR LA DISCIPLINA LEGAL: EL ALCANCE DEL «RIESGO SOCIETARIO» COMO PARÁMETRO ELEGIDO. III. LA AUSENCIA DE UN CONCEPTO LEGAL DE PARTICIPACIONES RECÍPROCAS. LA «POSICIÓN JURÍDICA DE SOCIO» COMO ELEMENTO DEFINIDOR. 1. La extensión del artículo 82 más allá de las sociedades anónimas. 2. La «posición jurídica de socio» como parámetro del concepto de participaciones recíprocas. IV. LA PROHIBICIÓN DE PARTICIPACIONES RECÍPROCAS SIMPLES INDIRECTAS. BIBLIOGRAFÍA. I. INTRODUCCIÓN 1. Dado que el presente comentario se concibe como un análisis científico al servicio de la práctica en la materia propia de la sociedad anónima, qué mejor que comenzar aludiendo a los datos de esa realidad práctica. Al respecto, el panorama no puede ser más desalentador. Desde el año 1989, fecha que, como veremos, marca el punto de partida de la regulación de esta materia en nuestro país, ni el Tribunal Supremo, ni las diferentes Audiencias Provinciales, ni, hasta el año 1995, el Ministerio de Economía y Hacienda, ni, desde el año indicado, la CNMV se han pronunciado sobre cuestión alguna en relación con las participaciones recíprocas. Y esta situación de abstinencia nos sugiere varias reflexiones: o bien en España no se producen casos de participaciones recíprocas entre sociedades, lo cual sólo cabe sostener en un planteamiento ingenuo de la cuestión; o bien todos los órganos de administración, de todas las sociedades anónimas, en todos los supuestos de participaciones recíprocas, han cumplido con las exigencias legales; o bien hay que concluir, en anticipada síntesis, que con el régimen actual recogido en la LSA los supuestos de participaciones recíprocas sometidos a los postulados de los artículos 82 y siguientes han quedado sensiblemente reducidos. 2. Una puntualización se quiere realizar en estas primeras líneas del comentario. El régimen de las participaciones recíprocas va a ser abordado, de forma prácticamente exclusiva y debido al objeto del trabajo, desde la vertiente del Derecho de Sociedades. Pero esta limitación no debe hacer perder la perspectiva al lector de que las participaciones recíprocas son algo más que un «problema societario». Hay, sin duda, otras dos parcelas de nuestro ordenamiento jurídico mercantil que pueden verse en mayor o menor medida directamente afectadas. Nos referimos, en primer lugar, a aquellos supuestos de sociedades cotizadas en que la normativa sobre el mercado de valores plantea soluciones y establece obligaciones y cargas no siempre coincidentes con las previstas en la LSA. Y, en segundo lugar, la normativa reguladora de la competencia (defensa), que establece previsiones concretas sobre el control de las operaciones de concentración entre empresas (vid. arts. 14 ss. de la Ley 16/1989, de 17 de julio, de Defensa de la Competencia). No debe obviarse el hecho de que muchas situaciones de participaciones recíprocas son la antesala de procesos de alianzas y fusiones entre empresas, a las que el Derecho antitrust presta especial atención. Pues bien, con excepción de alguna referencia 819 CAPÍTULO IV ART. 82 a la normativa del mercado de valores en relación con la notificación prevista en el artículo 86 LSA, vamos a analizar las participaciones recíprocas desde una óptica estrictamente societaria. 3. La regulación legal en nuestro país de las participaciones recíprocas no tiene antecedente alguno hasta su introducción en la Ley 19/1989, de 25 de julio. En el Anteproyecto de 1987 el tema se silenció bajo el pretexto, esencialmente, de la falta de armonización comunitaria en materia de grupos de sociedades. Ante esta situación, el profesor PAZ-ARES manifestó su disconformidad, ya que consideraba que la futura Ley de Sociedades Anónimas era una ocasión que no podía dejarse escapar para establecer finalmente en nuestro país una regulación sobre las participaciones recíprocas. Y ello con independencia del aludido fracaso armonizador comunitario. Así, el citado autor publicó en el año 1987 un trabajo titulado «Negocios sobre las propias acciones» (en VVAA: La reforma del Derecho español de sociedades de capital, Madrid, 1987), en el que, a modo de «informe de la ponencia», proponía la inserción de un nuevo artículo 47.p) titulado «Participaciones recíprocas». Propuesta que, tras correcciones casi exclusivamente de estilo, se convirtió en el artículo 45.a) de la citada Ley de 25 de julio de 1989; por lo que ésta, además de ser una Ley de adaptación y reforma, se convirtió en una Ley de introducción, ya que, en relación con las participaciones recíprocas, ni había que adaptar, ni había que reformar. Con posterioridad se aprobó el Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas (LSA), en el que la previsión normativa citada se convirtió en los artículos 82, 83, 84 y 85, incardinados dentro de la Sección 4.ª, del Capítulo IV, «De los negocios sobre las propias acciones» (seguidamente veremos cómo los artículos 86 a 89 son preceptos aplicables no de forma exclusiva al fenómeno de las participaciones recíprocas). Con posterioridad, algunos aspectos del régimen jurídico de las participaciones recíprocas se han visto alterados, eso sí, de forma pensamos que no buscada, tras la reforma introducida por la Ley de 23 de marzo de 1995 de algunos artículos de la LSA. En efecto, la Disposición Adicional 2.ª de la LSRL modifica, por lo que ahora nos interesa, los artículos 87 («Sociedad dominante») y 89 («Régimen sancionador») de la LSA. La razón de esta modificación normativa la encontramos en la Exposición de Motivos de la citada Ley (VI): «El recurso a la técnica de las disposiciones adicionales se ha considerado procedente, también para la incorporación a nuestro ordenamiento societario de la disciplina sobre la autocartera indirecta contenida en la Directiva 92/101/CEE [...] Tal vez la modificación más relevante es la que afecta al artículo 87, que, para su acomodación plena a la Directiva mencionada, precisa ser sustituido en su integridad. En él se ha introducido, en efecto, un concepto de sociedad dominante que respeta las previsiones obligatorias de la letra a) del apartado 1 del artículo 24 bis, que la nueva Directiva ha adicionado a la Directiva 77/91/CEE, y aquellas otras facultades cuya incorporación a nuestro sistema se ha considerado procedente [...].» Ahora bien, al modificarse una serie de preceptos que se aplican en común tanto a las situaciones de autocartera, como de participaciones recíprocas, el efecto modificador se produce en ambas direcciones. Y ello aunque la modi- ART. 82 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 820 ficación se haya realizado para adaptar la legislación española en materia de autocartera a las nuevas necesidades comunitarias. Eso sí: como veremos, sin habérselo propuesto directamente nuestro legislador, las citadas alteraciones van a incidir en dos aspectos. En primer lugar, como fenómeno positivo, van a permitir dar respuesta satisfactoria a situaciones que con anterioridad al año 1995 eran irresolubles. Pero, en segundo lugar, a modo de reverso de la moneda, alguna de estas reformas ha incidido directamente en el propio «perímetro de la figura». Veremos, al analizar el artículo 85 LSA, cómo la modificación, en especial, del artículo 87 reduce sensiblemente los supuestos de participaciones recíprocas regulados por los artículos 82 y siguientes. 4. Los artículos 82 a 85 LSA contemplan dos supuestos distintos de participaciones recíprocas. Las participaciones recíprocas simples (arts. 82 y 83), dentro de las cuales, como se analizará, hay que distinguir entre simples directas y simples indirectas, y participaciones recíprocas de control (art. 85). Dadas las limitaciones espaciales del presente comentario, en este punto nos limitaremos a señalar algunos aspectos generales. En relación con las participaciones recíprocas simples, existen dos modelos o concepciones en el Derecho comparado: el modelo «germánico» limitativo de derechos, y el modelo «latino», prohibitivo de las participaciones recíprocas. La LSA, con los matices que señalaremos, ha optado por el modelo «latino». Así, la LSA impone la obligación a una o ambas sociedades implicadas, según los casos, de enajenar dentro de un plazo aquella parte de su participación en la otra sociedad que exceda del 10 por 100 permitido, suspendiéndose entretanto los derechos de voto ligados a las participaciones sujetas a la obligación de enajenar y previéndose, en su caso, la enajenación judicial de las participaciones excedentes (arts. 82 y 83). Como ha puesto de relieve ALONSO UREBA, sin perjuicio de esta opción por el modelo latino, no puede hablarse de que se haya optado por la versión italiana o francesa del mismo, presentando la regulación española importantes singularidades (sin poder entrar en las mismas, vid. la síntesis que sobre el particular realiza ALONSO UREBA: en su trabajo «Participaciones recíprocas: ámbito objetivo y subjetivo de la disciplina», en VVAA: Derecho de sociedades anónimas, II, Madrid, 1994, vol. II, pp. 1446 ss.). El citado autor ve más puntos de contacto con la opción introducida en Portugal por el Código das Sociedades Comerciais (Decreto-ley 262/1986, de 2 de septiembre, arts. 483 ss.). En lo relativo a las participaciones recíprocas de control, el legislador español ha optado, en cambio, por el modelo «germánico», que equipara la suscripción o adquisición derivativa de acciones de la sociedad dominante a la suscripción o adquisición de acciones propias (arts. 85 y 87, en relación con los arts. 74.1, 75.1, 76.1, párr. 3.º, 77, 78.1, 79 y 80.1 y 2 LSA). Ahora bien, como puntualiza el propio ALONSO UREBA, en nuestro país tiene el inconveniente, a diferencia de lo que sucede en Alemania, de carecer de una regulación específica sobre grupos de sociedades. 5. En este momento de la exposición, consideramos que es útil y necesario sintetizar el régimen establecido en la LSA sobre las participaciones 821 CAPÍTULO IV ART. 82 recíprocas. Como ha señalado SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE, el régimen debe ser analizado empezando por el artículo 86 (SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE: «Las participaciones recíprocas en la Ley de Sociedades Anónimas», RDBB, n.º 39, 1990, p. 503). Este precepto establece un deber genérico de notificación de toda adquisición realizada por una sociedad o su filial que supere el límite del 10 por 100 del capital de otra sociedad. Esta notificación, que debe efectuarse «de inmediato», habrá de repetirse para cada una de las sucesivas adquisiciones que supere el 5 por 100 del capital, debiendo incluirse tales notificaciones en las memorias de ambas sociedades. El artículo 82 es el precepto en el que se prohíben aquellas participaciones recíprocas que excedan del 10 por 100 de la cifra de capital de las sociedades participadas. La prohibición se extiende a las participaciones circulares constituidas por medio de sociedades filiales. Si se vulnera esta prohibición, aquella sociedad que reciba antes la notificación exigida por el citado artículo 86 vendrá obligada a reducir su participación por debajo del 10 por 100. Si la notificación es simultánea, el artículo 83 permite que ambas sociedades se pongan de acuerdo sobre cuál de ellas reduce su participación en la otra en la citada cuantía. Si no hay acuerdo, ambas sociedades vendrán obligadas a reducir su participación. La LSA establece cuál es el plazo para que esa reducción se lleve a efecto. El plazo será de un año, salvo cuando la participación por encima del 10 por 100 se hubiere realizado en alguno de los supuestos del artículo 77, en los que se establece un plazo de tres años. En tanto no se produzca la reducción, señala el artículo 83.2 que el derecho de voto correspondiente a las participaciones excedentes quedará en suspenso. El incumplimiento de las previsiones señaladas tiene dos consecuencias: la venta judicial de las participaciones excedentes a instancia de «parte interesada», y la suspensión de todos los derechos que correspondían a la sociedad en el capital de la otra (art. 83.2). En el artículo 84 se regula la obligación de la sociedad de recoger en el pasivo de su balance una reserva equivalente al importe de aquellas participaciones recíprocas superiores al 10 por 100 del capital computadas en el activo. El artículo 85 excluye del régimen de las participaciones recíprocas aquellas participaciones existentes entre una sociedad filial y su sociedad dominante. El artículo 87 recoge un concepto radicalmente modificado por la LSRL de sociedad dominante. Modificación, como apuntábamos, fruto de la necesidad de incorporar a nuestro ordenamiento las previsiones comunitarias sobre autocartera indirecta. Ahora bien, al ser un precepto aplicable «a los efectos de esta sección», la modificación, como veremos, también ha tenido sus repercusiones en lo relativo al régimen de las participaciones recíprocas. El artículo 88 dispone la nulidad de los acuerdos entre la sociedad y otra persona en virtud del cual ésta se obligue o legitime para celebrar, en nombre propio pero por cuenta de aquélla, operaciones de autocartera o participaciones recíprocas prohibidas por la LSA Esos negocios celebrados por persona interpuesta deben entenderse efectuados por cuenta propia. Finalmente, el artículo 89 establece el régimen sancionador aplicable, de forma común, al incumplimiento de las obligaciones y la vulneración de ART. 82 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 822 las prohibiciones establecidas a lo largo de toda la Sección (precepto éste sustancialmente modificado por la LSRL). Incumplimientos y vulneraciones caracterizados como infracciones de carácter administrativo, de las que se hace responsables a los administradores de la sociedad infractora y, en su caso, de la sociedad dominante que haya inducido a cometer la infracción. Asimismo, se encomienda a la CNMV la iniciación, instrucción y resolución de los expedientes sancionadores resultantes de la comisión de alguna de estas infracciones y vulneraciones. 6. Para finalizar este apartado introductorio, vamos a realizar una serie de reflexiones y valoraciones en torno al régimen jurídico establecido en la LSA sobre las participaciones recíprocas. A) La idea de que la LSA regulase finalmente en nuestro país las participaciones recíprocas nos parece correcta y acertada. Los riesgos societarios derivados de esa situación, como veremos, son reales, y era menester preverlos y paliarlos. Y ello con independencia de la falta de una armonización comunitaria en materia de grupos y de la ausencia de una regulación interna de la misma. Pero con lo que no podemos estar de acuerdo es con la filosofía que inspira su regulación. El punto de partida de que toda sociedad anónima es igual a efectos de aplicación de la normativa nos parece un elemento perturbador. En las grandes sociedades anónimas, en las que el capital se encuentra enormemente fragmentado y repartido entre cientos o miles de socios, el porcentaje a partir del cual el legislador cree que tiene que «poner remedio» es enormemente elevado. En cambio, en aquellas sociedades pequeñas o medianas con su capital social en manos de muy pocos socios, el 10 por 100 puede no suponer graves riesgos. En esta línea, la falta de discriminación en función de criterios de acceso o no a un mercado secundario oficial también es otro dato para la reflexión. Únicamente, la Disposición Adicional 1.ª2 LSA establece un matiz en relación con la autocartera: el límite establecido en el artículo 75.2 queda fijado en relación con las acciones cotizadas en un mercado secundario oficial en el 5 por 100 de la cifra de capital social. En este sentido, creemos que la deficiente regulación sobre las participaciones recíprocas es un producto más de la falta de una división clara entre sociedades cotizadas y las que no lo están que del solapamiento de tipos sociedad anónima-sociedad de responsabilidad limitada. B) Los preceptos reguladores de las participaciones recíprocas se hallan incardinados dentro de la Sección 4.ª del Capítulo IV, bajo la rúbrica «De los negocios sobre las propias acciones». Esta Sección incluye las disposiciones especiales relativas a la autocartera (arts. 74 a 81), disposiciones propias de las participaciones recíprocas (arts. 82 a 85) y, finalmente, una serie de artículos aplicables por igual a ambos supuestos (arts. 86 a 89). El profesor PAZ-ARES, verdadero inspirador de la redacción de esta Sección, justificaba esta común incardinación sistemático-legal poniendo de manifiesto que la similitud de problemas entre una y otra normativa «por fuerza ha[n] de resolverse en el 823 CAPÍTULO IV ART. 82 seno de un conjunto normativo dotado de unidad de sentido» (PAZ-ARES: en En nuestra opinión, en cambio, la regulación «conjunta» crea más problemas que las ventajas que aporta. En esta línea compartimos las críticas realizadas por ALONSO UREBA al contenido de la citada Sección cuarta (ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1449). En las situaciones de participaciones recíprocas de lo que se trata es de paliar unos riesgos producidos por la suscripción o adquisición no de acciones propias, sino de acciones de otra sociedad (piénsese que, en la mayor parte de los ordenamientos «Negocios sobre las propias acciones», p. 607). europeos, las participaciones recíprocas no se regulan conjuntamente con las acciones propias, sino vinculadas al Derecho sobre grupos; así, Derecho francés, Derecho alemán, Derecho italiano y Derecho portugués). Además, contrariamente a la rúbrica de la Sección, examinaremos cómo no todo supuesto de participación recíproca deriva de un negocio (vid. art. 83.2 en relación con el art. 77). Incluso, como apunta ALONSO UREBA: en los supuestos de participaciones recíprocas producidas por negocios de suscripción o adquisición de acciones, lo que se regula no es el régimen de dichos negocios, sino determinados efectos societarios, al margen de su origen o no negocial (ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1450). C) De igual manera consideramos que la sistemática y la estructura de la Sección 4.ª, del Capítulo IV, no son las mejores de las posibles. En primer lugar, hubiese sido deseables que los preceptos comunes a los supuestos de autocartera y participaciones recíprocas figurasen al comienzo y no al final. Por ejemplo, el artículo 87 versa sobre el concepto de sociedad dominante. La primera afirmación del apartado 1 de dicho artículo es que: «A los efectos de esta Sección se considera sociedad dominante [...].» No tiene sentido que se caracterice la sociedad dominante en el artículo 87, cuando, con anterioridad, en varios preceptos de la Sección se alude, sin saber aún qué entiende la LSA por tal, a la sociedad dominante. Y dentro del régimen, más en particular, de las participaciones recíprocas, ocurre algo parecido. El ejemplo más claro es el relativo a la regulación de la notificación. En primer lugar, porque el artículo 86 («Notificación») está mal ubicado dentro de la Sección 4.ª. La notificación, tal y como se regula en el citado precepto, supone un deber exigible a toda sociedad que alcance un determinado porcentaje del capital de otra sociedad, con independencia de que exista o no un problema derivado de la existencia de participaciones recíprocas. E, igualmente, es un precepto mal ubicado dentro del régimen específico de las participaciones recíprocas. El artículo 83 establece las consecuencias en el ámbito societario que se derivan de la infracción de lo dispuesto en el artículo 82. Pues bien, estas consecuencias giran en torno al momento temporal en que se produce la notificación que aparece regulada tres artículos más adelante. D) La falta de una disciplina general del grupo de sociedades en nuestro país hace que la LSA recoja una serie de conceptos sin un respaldo legal, lo que supone de riesgo y menoscabo de la deseable seguridad jurídica (en la misma línea, ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1451). Y eso teniendo en cuenta, como ART. 82 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 824 veremos a lo largo del comentario, que la modificación introducida por la LSRL del artículo 87 de la Ley ha supuesto una considerable mejora en relación con la crítica planteada. Aun así, la lectura de esta Sección sigue planteando varias dudas conceptuales; por ejemplo, el concepto de sociedad filial, la referencia a participaciones circulares constituidas por medio de sociedades filiales, el paralelismo entre los conceptos «grupo» y «sociedad dominante». E) La lectura de los artículos de la LSA en los que se regulan de forma específica las participaciones recíprocas pone en evidencia la existencia de lagunas legales y descoordinación con referencia a otros preceptos de la propia Ley. En lo relativo a las lagunas existentes, llama poderosamente la atención la gran cantidad de cuestiones que se dejan sin resolver cuando se regula la notificación en los artículos 83 y 86: falta de notificación, notificación para adecuarse al régimen legal, plazos [...]. De igual manera pueden observarse importantes descoordinaciones con algunos preceptos invocados. Así, la que se hace en el artículo 83 a los supuestos regulados en el artículo 77 cuando, como veremos, no todos los casos resultan de aplicación; o cuando el artículo 86 («Notificación») remite al contenido del artículo 200 («Contenido de la memoria»), en el que se establecen previsiones opuestas. De igual manera se quiere poner el acento en la falta de sintonía que se puede observar entre la regulación «societaria» del deber de notificación ante la posesión de determinado porcentaje en el capital de otra sociedad, y la regulación de la normativa del mercado de valores en relación con el mismo tema. En este sentido, se aludirá a las desconexiones existentes entre las previsiones de la LSA y el Real Decreto 377/1991, de 15 de marzo, sobre comunicación de participaciones significativas en sociedades cotizadas y de adquisición por éstas de acciones propias. F) Por último, para finalizar esta introducción, se quiere adelantar una reflexión en relación con el artículo 89 («Régimen sancionador»). Alguna de las previsiones recogidas en éste son de dudosa constitucionalidad. Repárese en que el legislador ha querido que el incumplimiento de las obligaciones o la vulneración de las prohibiciones establecidas en la Sección 4. ª, del Capítulo IV, se consideren infracciones administrativas. Infracciones que, tras la apertura del correspondiente expediente administrativo, pueden finalizar en la imposición de una sanción (multa económica). Todo ello, por supuesto, respetando los principios del Derecho Administrativo sancionador. Pues bien, alguna de las previsiones del citado artículo 89 tiene difícil amparo en los principios que inspiran a éste. Sirva como ejemplo la previsión de responsabilidad soli-daria de todos los miembros del órgano de administración (art. 133 LSA) a efectos de establecer los responsables en la comisión de la infracción administrativa. II. EL «BIEN JURÍDICO PROTEGIDO» POR LA DISCIPLINA LEGAL: EL 825 CAPÍTULO IV ART. 82 ALCANCE DEL «RIESGO SOCIETARIO» COMO PARÁMETRO ELEGIDO Es un punto común de partida, manifestado tanto por nuestra doctrina como la de otros países de la Unión Europea, que los riesgos inherentes a las situaciones de autocartera y participaciones recíprocas son comunes (en nuestro país, son prueba de ello los trabajos citados de PAZ-ARES; SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE, y ALONSO UREBA: en los que, en especial en este último, se cita abundante doctrina comparada). Esos riesgos inciden en dos aspectos: en primer lugar, riesgos en relación con el capital social y, en particular, en su estabilidad, integración y real correspondencia entre éste y patrimonio societario (lo que se conoce con términos como «nulificación», «aguamiento» o «debilitamiento» del capital social), y, en segundo lugar, riesgos derivados de un posible «falseamiento de la estructura orgánica de la sociedad». En efecto, los miembros del órgano de administración podrían tener la tentación de prevalerse de unas situaciones de autocartera o participaciones recíprocas manipulando los acuerdos adoptados por la junta general. Así, se producirían graves consecuencias en dos planos: alteración de la distribución competencial entre órganos sociales y debilitamiento de la posición de los socios minoritarios en la junta general. Pero, como ha indicado ALONSO UREBA, entre los supuestos de acciones propias y de participaciones recíprocas habría una diferencia de «grado» y de «inmediatez», en cuanto a los referidos riesgos. Así, mientras que en el supuesto de acciones propias hay una proporcionalidad directa entre acciones propias y aguamiento del capital, éste, en cambio, es menor en el supuesto de participaciones recíprocas; y a su vez, mientras que en las acciones propias el poder de autocontrol de los administradores es también directamente equivalente al porcentaje de capital que representen las acciones propias, en el caso de las participaciones recíprocas se requiere una coordinación entre los administradores de las sociedades participadas, siendo, por tanto, menor el riesgo que en las acciones propias, salvo que el cruce se produzca entre sociedad dominante y sociedad filial, ya que en este caso el poder de control vuelve a ser directo (ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1453). Esas diferencias de «grado» y de «mediatez» son las que justifican la solución dada por los ordenamientos latinos que, como el caso español, prohíben las participaciones recíprocas pero sólo a partir de un determinado porcentaje. En el caso español, el 10 por 100 del capital de la sociedad participada es el que, a juicio del legislador, debe encender la «luz de alarma» y ante el cual el ordenamiento debe reaccionar: obligación legal de enajenación para volver a los límites no prohibidos y, entretanto, se intenta paliar esa situación de riesgo de dos maneras: suspendiendo los derechos de voto de las participaciones excedentes (llegando, en su caso, a la venta judicial de éstas) y haciendo constituir una reserva en el pasivo del balance equivalente a las participaciones recíprocas que excedan del límite permitido. Ahora bien, si la idea de evitar los riesgos derivados de una situación de participaciones recíprocas es comúnmente aceptada, las formas de «solucionar el problema» son diversas. Ya hemos señalado cómo la LSA ha optado por el ART. 82 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 826 modelo «latino» en lo relativo a las participaciones recíprocas simples, y el modelo «germánico» con respecto a las participaciones recíprocas de control. En nuestra opinión, las soluciones elegidas por la LSA no son satisfactorias. Con respecto a las participaciones recíprocas simples, resulta enormemente «simplista» considerar para toda sociedad anónima que por debajo del 10 por 100 no hay «riesgos» y que por encima de tal porcentaje los hay. Cierto es que el legislador ha previsto que la CNMV, a la hora de imponer la sanción administrativa pertinente, atenderá «a la entidad de la infracción, así como los perjuicios ocasionados a la sociedad, a los accionistas de la misma, y a los terceros» (art. 89.2). Y que, atendiendo a las circunstancias señaladas, cierto es que la CNMV podría decidir no imponer sanción alguna aun cuando la sociedad hubiese vulnerado los límites establecidos. Pero una cosa es la falta de imposición de una sanción administrativa y otra distinta es que las consecuencias «societarias» no sean predicables a toda sociedad que infringe el régimen establecido en la LSA. En una sociedad anónima con una cifra de capital social muy elevado y con una atomización importante de su accionariado, los riesgos que se tratan de evitar están presentes con una participación muy inferior a la del 10 por 100. En cambio, en una sociedad anónima con baja cifra de capital y con sus acciones concentradas en muy pocas «manos», el 10 por 100 puede ser un porcentaje escaso. En relación con la solución de la LSA en caso de participaciones recíprocas de control, consideramos apropiado el modelo «germánico», prohibitivo de las mismas (con las mismas críticas derivadas de la generalización del régimen). No compartimos, en cambio, la remisión en su conjunto efectuada en el artículo 85 al régimen de las acciones propias. Como veremos, las previsiones en relación con la autocartera no son siempre trasladables a los supuestos de participaciones recíprocas, aun aquellas denominadas de control (en el mismo sentido, ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1456). III. LA AUSENCIA DE UN CONCEPTO LEGAL DE PARTICIPACIONES RECÍPROCAS. LA «POSICIÓN JURÍDICA DE SOCIO» COMO ELEMENTO DEFINIDOR La LSA en momento alguno define qué debe entenderse por participaciones recíprocas. El artículo 82 se limita a establecer una prohibición: no pueden establecerse participaciones recíprocas que excedan del 10 por 100 de la cifra de capital de las sociedades participadas. El establecimiento de un referente conceptual pasa, en nuestra opinión, por el análisis de dos parámetros: determinación de la extensión tipológica societaria y el objeto propio de la prohibición a partir del concepto participación. 1. LA EXTENSIÓN DEL ARTÍCULO 82 MÁS ALLÁ DE LAS SOCIEDADES ANÓNIMAS La LSA se refiere a participaciones recíprocas, no a acciones recíprocas. Este matiz terminológico, conscientemente buscado, permite concluir la extensión 827 CAPÍTULO IV ART. 82 del régimen de las participaciones recíprocas a supuestos en los que interviene una sociedad anónima, por una parte, y otro tipo societario (no necesariamente sociedad anónima), por otra. El problema consiste en establecer los linderos del predio. Esa delimitación tipológica tiene que tomar como punto de partida los riesgos societarios que conlleva una situación de participaciones recíprocas: desvirtuación del régimen del capital social y manipulación de la estructura corporativa. En consecuencia, solamente a las sociedades de tipo capitalista debe extenderse el régimen contenido en la LSA sobre participaciones recíprocas. Por tanto, en nuestra opinión, el régimen abarcaría también a las sociedades de responsabilidad limitada y a las sociedades comanditarias por acciones. Por último, cabe señalar que la LSA ha establecido, de forma diáfana, que el único destinatario del régimen sobre participaciones recíprocas es la sociedad con el alcance dado al término. La Ley no contempla los supuestos en que sean los miembros del órgano de administración los que adquieran una parte del capital social que exceda del 10 por 100 en otra sociedad en los términos del artículo 82. Indudablemente los riesgos societarios anteriormente comentados se producirían, de igual forma, en el caso de que la titularidad correspondiese no a la sociedad, sino a los miembros del órgano de administración (máxime hoy, si se piensa en dónde se encuentra el «epicentro» del poder en las sociedades capitalistas con gran fragmentación por lo que se refiere al capital social). 2. LA «POSICIÓN JURÍDICA DE SOCIO» COMO PARÁMETRO DEL CONCEPTO DE PARTICIPACIÓN RECÍPROCA Una vez dejado claro que la regulación contenida en la LSA sobre las participaciones recíprocas excede del ámbito de la sociedad anónima, procede delimitar el alcance del concepto «participación». Participación no debe identificarse ni con accionista, ni con titular de participaciones en una sociedad de responsabilidad limitada. La LSA está pensando en un concepto más amplio. Participación en cuanto posición jurídica de socio, en cuanto titular de una parte del capital social en una sociedad capitalista. A la LSA le es indiferente el nomen acción o participación; la representación física de los títulos o su representación mediante anotaciones en cuenta; incluso, si esta participación no tiene ningún tipo de documentación, caso de las participaciones en una sociedad de responsabilidad limitada. Compartimos la tesis de ALONSO UREBA de que participación debe entenderse como titularidad de la posición jurídica de socio, debiendo tratarse de una titularidad plena en concepto de propiedad o, incluso, de copropiedad (ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1470). En esta línea, deben excluirse supuestos como la fiducia, comisión de compra o depósito de títulos, en los que no existe transmisión de la propiedad. Igualmente deben excluirse los supuestos de limitación en la condición de titularidad plena; en concreto, al usufructuario y al acreedor pignoraticio. Tampoco habría que tomar en consideración aquellos títulos que no confieren la posición jurídica de socio: cupones de dividendo, ART. 82 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 828 bonos de disfrute, obligaciones convertibles, derechos de suscripción. No obstante, como señala ALONSO UREBA, «en estos dos últimos casos debe diferenciarse la titularidad en la obligación convertible o del derecho de suscripción, o la enajenación de una u otra, del ejercicio de la conversión o la suscripción, respectivamente, pues sólo en estos casos se adquirirá la titularidad plena de la posición jurídica de socio, computándose entonces a los efectos del límite del porcentaje del artículo 82» (ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1471). Finalmente, se quiere hacer una breve referencia a algunos supuestos dudosos fruto de la separación entre la condición de socio y la atribución del derecho de voto: — Supuesto de acciones sin voto en manos de una de las sociedades implicadas. Estas acciones, creemos, sí que deben computarse a los efectos de la aplicación de la normativa examinada. Y ello porque, aunque los riesgos derivados de la posible manipulación orgánica de la sociedad no estén presentes, los riesgos en cuanto al posible «aguamiento» del capital sí que existen. — Usufructo de acciones con derecho de voto. En este supuesto el riesgo es justamente el contrario que en el caso anterior. El «aguamiento» del capital no tiene lugar y, en cambio, los riesgos orgánicos son evidentes. Queremos subrayar que la LSA no prevé una aplicación parcial de sus previsiones. Es decir, si convenimos en que analógicamente hay que invocar el régimen de los artículos 82 y siguientes, éstos deben ser de total aplicación. Y ello con independencia de que el riesgo societario sea « doble o sencillo» (parece manifestarse en sentido contrario ALONSO UREBA, que discrimina los efectos societarios en función del tipo de riesgo producido: op. cit., p. 1473). IV. LA PROHIBICIÓN DE LAS PARTICIPACIONES RECÍPROCAS SIMPLES INDIRECTAS El artículo 82 contempla dos supuestos distintos de participaciones recíprocas simples: las de carácter directo, esto es, las que se producen entre dos sociedades sin intermediación de ningún otro tipo de persona jurídica y sobre las que se pueden aplicar todas las consideraciones que hemos efectuado hasta el momento (La sociedad anónima 1 participa en más de un 10 por 100 en el capital de la sociedad limitada 2, y la sociedad limitada 2 participa en el capital de la sociedad anónima 1 en un porcentaje también superior al 10 por 100); y las de carácter indirecto, caracterizadas por la LSA como participaciones circulares constituidas por medio de sociedades filiales. La interpretación de la prohibición de las participaciones recíprocas simples indirectas recogida en el artículo 82 LSA ha cambiado sustancialmente a raíz de la reforma del artículo 87 («Sociedad dominante») llevada a cabo por la LSRL del año 1995. Tal afirmación requiere siquiera una breve explicación. Hasta el año 1995, en la LSA no se contenía un concepto de sociedad filial. Por ello, a la hora de interpretar qué debía entenderse por sociedad filial a los efectos de aplicar la prohibición establecida en el artículo 82, la doctrina española acudía al concepto que de tal se formulaba en otros ordenamientos 829 CAPÍTULO IV ART. 83 jurídicos. Así, el artículo 354 de la Ley de Sociedades Comerciales francesa introduce el concepto de filial sobre la base de una participación superior al 50 por 100 del capital social. Empero, la legislación francesa, a la hora de delimitar la situación de participaciones recíprocas (arts. 358 y 359), se refiere a las participaciones en poder de una sociedad sobre las que se ejerza directa o indirectamente el control, esto es, no se establece la necesidad de que el control dependa de la titularidad de más de un 50 por 100 del capital social. La LSA, en la redacción dada al artículo 82 en el año 1989, se refiere a las participaciones circulares constituidas por medio de sociedades filiales, no a las constituidas por medio de sociedades directa o indirectamente controladas o dependientes. Así, el artículo 82 se apartó de conceptos más propios de un derecho de grupos, para incorporar criterios mucho más restrictivos (fórmulas de control directo). Así, una sociedad anónima 1 con un 20 por 100 en el capital de la sociedad anónima 2, la sociedad anónima 2 con un capital social de un 60 por 100 de la sociedad anónima 3, y ésta con un 12 por 100 de la sociedad 1, hubiera sido un ejemplo de participación recíproca simple indirecta. En cambio, una situación en que una sociedad anónima 1 tuviese una participación del 15 por 100 en una sociedad anónima 2, ésta tuviese una participación de 40 por 100 en la sociedad anónima 3, y ésta, a su vez, contase con una participación del 12 por 100 en la sociedad 1, sería un supuesto excluido. Y ello porque la sociedad anónima 3 no es sociedad filial de la sociedad anónima 2 a los efectos del citado precepto. La situación cambia radicalmente en el año 1995. La LSRL, como ya sabemos, ha introducido determinadas modificaciones en varios preceptos de la Sección 4.ª del Capítulo IV de la LSA («De los negocios sobre las propias acciones»), para incorporar las nuevas exigencias comunitarias en relación con la autocartera indirecta. Entre ellas, la relativa al concepto de sociedad dominante del artículo 87. Ahora bien, al ser éste un precepto de aplicación común a los supuestos de autocartera y de participaciones recíprocas, su reforma afecta a ambos institutos. El concepto actual de sociedad dominante abarca los supuestos en los que el control se produce de forma directa o indirecta atendiendo a los criterios plasmados, al menos en apariencia, en el artículo 42 Ccom. Pues bien, tras la citada reforma concluimos que el término sociedad filial es equiparable a sociedad dominada. El tenor del artículo 85 LSA resulta enormemente significativo: relaciones establecidas entre una sociedad filial y su sociedad dominante. Comoquiera que el dominio hoy se adquiere también «de forma indirecta», sostenemos la superación del concepto estricto de sociedad filial. BIBLIOGRAFÍA Véase la bibliografía incluida en los comentarios a los artículos 74 a 81 y 87, así como lo que a continuación se cita. ALONSO UREBA, A.: «Participaciones recíprocas: ámbito objetivo y subjetivo de la disciplina», en * Por ÁNGEL LUIS MONGE GIL. ** Por JOSÉ MIGUEL EMBID IRUJO. ART. 83 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 830 Derecho de sociedades anónimas, II, vol. 2, Madrid, 1994, pp. 1425 ss. DÍEZ-PICAZO, L.: «La utilización de persona interpuesta en los negocios de una sociedad anónima con sus propias acciones», en Estudios en homenaje al profesor Broseta, I, pp. 871 ss. GARCÍA LUENGO, R. B.: «Sociedad dominante, persona interpuesta y sanciones en el régimen jurídico de los negocios sobre las propias acciones», en Derecho de sociedades anónimas, II, vol. 2, Madrid, 1994, pp. 1495 ss. PAZ-ARES, C.: «Negocios sobre las propias acciones», en La reforma del Derecho español de sociedades, Madrid, 1987, pp. 473 ss. PAZ-ARES, C., y VELASCO CABALLERO, F.: Infracciones administrativas y autocartera en la sociedad anónima, Madrid, 1997. SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE, J.: «Las participaciones recíprocas en la LSA», RDBB, n.º 39, 1990, p. 187. ARTÍCULO 83 Consecuencias de la infracción 1. La violación de lo dispuesto en el artículo anterior determinará la obligación a cargo de la sociedad que reciba antes la notificación a que se refiere el artículo 86 de reducir al 10 por 100 su participación en el capital de la otra sociedad. Si ambas sociedades recibieran simultáneamente dicha notificación, la obligación de reducir correrá a cargo de las dos, a no ser que lleguen a un acuerdo para que la reducción sea efectuada solamente por una de ellas. 2. La reducción a que se refiere el apartado anterior deberá llevarse a cabo en el plazo máximo de un año a contar desde la fecha de la notificación, quedando mientras tanto en suspenso el derecho de voto correspondiente a las participaciones excedentes. El plazo de reducción será de tres años para las participaciones adquiridas en cualquiera de las circunstancias previstas por el artículo 77. 3. El incumplimiento de la obligación de reducción establecida en los apartados anteriores determinará la venta judicial de las participaciones excedentes a instancia de parte interesada y la suspensión de los derechos correspondientes a todas las participaciones que la sociedad incumplidora detente en la otra sociedad. COMENTARIO* SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. EL DEBER DE NOTIFICACIÓN DE PARTICIPACIONES SIGNIFICATIVAS. SU POSIBLE REPERCUSIÓN EN EL ÁMBITO DE LAS PARTICIPACIONES RECÍPROCAS. 1. El deber de notificación de participaciones significativas: las desconexiones de un sistema duplicado. 2. El objeto de la notificación. 3. El sujeto obligado a la notificación. 4. Forma, plazo y publicidad de la notificación. A) La forma de la notificación. B) El plazo para notificar la participación. C) Publicidad de la notificación. 5. La omisión del deber de notificación. III. CONSECUENCIAS DE LA INFRACCIÓN DE LA PROHIBICIÓN DE PARTICIPACIONES RECÍPROCAS. 1. La notificación de participaciones significativas, como punto de partida para el establecimiento de las consecuencias en materia de 831 CAPÍTULO IV ART. 83 participaciones recíprocas. 2. Un supuesto singular: la «oportuna» notificación simultánea. 3. La omisión de la notificación. 4. El deber de reducción de las participaciones excedentes. A) El deber de reducción como obligación sometida a plazo. B) Supuestos especiales de reducción en función del plazo establecido. C) La suspensión del derecho de voto, en tanto en cuanto la obligada reducción no se efectúe. D) El incumplimiento de la obligación de reducción. BIBLIOGRAFÍA. I. INTRODUCCIÓN El comentario conjunto de los artículos 83 y 86 debe ir precedido de una breve explicación al lector. El artículo 83 resulta de muy difícil comprensión, si previamente no se ha analizado el artículo 86. Recuérdese cómo una de las críticas que realizábamos al conjunto de la regulación sobre participaciones recíprocas era la falta de sistemática. El eje sobre el que descansa el artículo 83 («Consecuencias de la infracción») es la notificación que tiene que dirigir la sociedad que, por sí misma o por medio de sociedad filial, posea más del 10 por 100 en el capital de otra sociedad. Esta notificación se encuentra regulada en el artículo 86. Así pues, en la idea de evitar en lo posible la zozobra y el desasosiego en el lector de estos comentarios, procedemos a realizar un análisis conjunto de ambos preceptos comenzando por el segundo de ellos: la notificación regulada en el artículo 86. II. EL DEBER DE NOTIFICACIÓN DE PARTICIPACIONES SIGNIFICATIVAS. SU POSIBLE REPERCUSIÓN EN EL ÁMBITO DE LAS PARTICIPACIONES RECÍPROCAS 1. EL DEBER DE NOTIFICACIÓN DE PARTICIPACIONES SIGNIFICATIVAS: LAS DESCONEXIONES DE UN SISTEMA DUPLICADO El artículo 86 LSA establece el deber que tiene la sociedad que, por sí misma o por medio de una sociedad filial, llegue a poseer más del 10 por 100 en el capital de otra sociedad. Y éste es un deber contenido en la LSA no pensado de forma exclusiva para el supuesto de participaciones recíprocas. Se trata, en primera instancia, de dar publicidad a un hecho jurídico: una sociedad adquiere una participación significativa en otra. Participación significativa que el legislador de la LSA ha fijado en un 10 por 100 del capital de otra sociedad. Así pues, el «bien jurídico protegido» por el artículo 86 en principio no es el mismo que el contemplado en el artículo 82. Aquí no hay problemas, de momento, ni de «aguamiento» del capital, ni de manipulación de la estructura corporativa. Se piensa que a los socios de las sociedades implicadas, a las propias sociedades involucradas (participante y participada) y al propio sistema económico (dado que la notificación, como veremos, debe recogerse en las memorias de ambas sociedades) les interesa conocer en todo momento que una sociedad ha alcanzado una participación significativa en el capital de otra. Es cierto que esa notificación de la existencia de una participación significativa puede «sacar a ART. 83 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 832 la luz» un supuesto de participaciones recíprocas. Solamente en ese caso es cuando el ordenamiento reacciona imponiendo unos determinados deberes a las sociedades implicadas (arts. 83 y 84). En el caso de que la participación sea exclusivamente unilateral, lo que no está prohibido por el ordenamiento jurídico, la LSA sólo exige la notificación de esa participación. Y la omisión de la preceptiva notificación tiene sus sanciones: la suspensión de los derechos correspondientes a las participaciones en la otra sociedad (art. 86.1) y la imposición de las sanciones a los administradores (art. 89). Además de la preocupante falta de sistemática ya aludida, la notificación de participaciones significativas soporta en nuestro país un inconveniente todavía más grave. En particular, el de la duplicidad normativa «significativamente» desconectada. Al régimen del artículo 86 LSA hay que añadir el previsto en el Real Decreto 377/1991, de 15 de marzo, sobre comunicación de participaciones significativas en sociedades cotizadas y de adquisición por éstas de sus propias acciones. Sin poder entrar a fondo en el contenido del citado Real Decreto, cabe recalcar que en éste se prevé que las adquisiciones o transmisiones de acciones de sociedades cotizadas que determinen que el porcentaje del capital que quede en poder del adquirente alcance el 5 por 100 o sus sucesivos múltiplos, se comunicará a la sociedad afectada, a las Sociedades Rectoras de las Bolsas en que sus acciones estén admitidas a negociación y a la CNMV. El Real Decreto tiene importantes matices respecto al contenido del artículo 86. Su ámbito de aplicación se circunscribe a las sociedades cotizadas cualquiera que sea la naturaleza del adquirente (art. 1) y se toma como punto de referencia la titularidad del derecho de voto con independencia de la posición jurídica o condición de socio (art. 2). Por lo demás, en el Real Decreto se regulan aspectos de la notificación que en el artículo 86 LSA se silencian: contenido y forma de la notificación (art. 8), plazo (art. 9) y publicidad (art. 10). Consideramos que, en el supuesto de que una sociedad cotizada llegase a poseer más de un 10 por 100 en el capital de otra sociedad, sería suficiente con que procediese a realizar la notificación exigida por el Real Decreto de 15 de marzo de 1991. Eso sí, en tal caso deben respetarse las exigencias societarias previstas en el artículo 86, en particular, el reflejo de tal circunstancia en la memoria de ambas sociedades. 2. EL OBJETO DE LA NOTIFICACIÓN El artículo 86 distingue entre dos supuestos de notificaciones: una primera notificación, que se debe producir en aquellos casos en que la sociedad, por sí misma o medio de sociedad filial, posea más del 10 por 100 en el capital de otra sociedad; y notificaciones sucesivas cada vez que la misma sociedad —debe entenderse bien directamente, bien a través de sociedad filial—, realice sucesivas adquisiciones que superen el 5 por 100 del capital (15 por 100, 20 por 100 [...]). Esta segunda notificación (tercera, cuarta o la que procediere) hay que entender que está sometida a los mismos requisitos y formalidades que las que a continuación analizaremos con respecto a la primera notificación (la 833 CAPÍTULO IV ART. 83 derivada de la posesión del 10 por 100). Creemos que, aunque en relación con la primera notificación el artículo 86 hable de «posesión» y con respecto a las sucesivas notificaciones se emplee el término «adquisición», en realidad no se quiere decir cosas diferentes. Se piensa, como expusimos en el comentario al artículo 82, en la posición jurídica de socio con el alcance allí dado. La obligación de comunicación (sinónimo de notificación) de las adquisiciones o transmisiones de acciones cotizadas se establece en un 5 por 100 (comunicación inicial) o sus sucesivos múltiplos (comunicaciones sucesivas). 3. EL SUJETO OBLIGADO A LA NOTIFICACIÓN El artículo 86 comienza señalando sobre quién pesa el deber de realizar la notificación estudiada. En principio la cuestión parece clara: el deber recae sobre la sociedad que, por sí misma o por medio de una sociedad filial (habría que añadir: o de varias sociedades filiales, llegado el supuesto), llegue a poseer más del 10 por 100 del capital de otra sociedad. Así pues, no están obligados ni socios que posean tales porcentajes, ni administradores de la sociedad en el mismo caso, por ejemplo. La duda radica en los límites del término «sociedad». ¿El artículo 86 piensa en sociedad, en sociedad anónima?, o, por el contrario, ¿el término «sociedad» debe interpretarse en clave de participaciones recíprocas y, en consecuencia, se extiende al ámbito de las sociedades de tipo capitalista? Como punto de partida hay que señalar que el artículo 86 no es un precepto específico de los que configura el régimen de las participaciones recíprocas. En él se regula el deber general de notificación de participaciones significativas. Pero esto no debe hacernos concluir que es un precepto que impone un deber de notificación exclusivamente a las sociedades anónimas. En primer lugar, porque no debe perderse de vista la ubicación del precepto: dentro de la Sección 4.ª, dedicada a los negocios sobre las propias acciones. Y, en segundo término, porque la dicción literal del artículo 86 es significativa; la omisión de la notificación conlleva que queden suspendidos los derechos correspondientes «a sus participaciones». Un precepto pensado estrictamente para el ámbito de la sociedad anónima. se referiría a la suspensión de los derechos de sus acciones. Además, tras la LSRL de 1995 esta tesis queda reforzada. En nuestra opinión, las participaciones recíprocas son un «problema societario» localizado en las sociedades capitalistas. Pues bien, por vía remisoria del artículo 41 LSRL y por mor del artículo 152 Ccom, concluimos que el concepto sociedad recogido en el artículo 86 LSA va más allá de la sociedad anónima y se extiende tanto a la sociedad de responsabilidad limitada como a la sociedad comanditaria por acciones. 4. FORMA, PLAZO Y PUBLICIDAD DE LA NOTIFICACIÓN ART. 83 A) ÁNGEL LUIS MONGE GIL 834 La forma de la notificación El artículo 86 guarda un absoluto silencio sobre la forma en que la notificación debe ser efectuada. No obstante, del conjunto de los preceptos de la Sección 4.ª, del Capítulo IV, que hacen referencia a la notificación, se pueden establecer las siguientes conclusiones: — La notificación debe realizarse necesariamente por escrito. El artículo 83 se refiere a la recepción de la notificación por parte de la sociedad participada. — En ese escrito debe notificarse el porcentaje del capital en poder de la sociedad que realiza la notificación. Se cree igualmente necesario informar sobre si la participación se posee bien de manera directa, bien a través de sociedad filial (o sociedades filiales). — Es imprescindible que se incluya la fecha en que la notificación se realiza y que quede constancia de la fecha de recepción por la sociedad destinataria de ésta. El artículo 86 prevé sanciones para la sociedad que infringe su deber de notificación hasta tanto la sociedad destinataria la reciba. De igual forma, las consecuencias de la infracción de la prohibición de participaciones recíprocas (art. 83) se desencadenan desde el momento en que la sociedad recibe la notificación a la que hace referencia el artículo 86. Queremos recalcar que la eficacia de la notificación no depende de su emisión, sino de su recepción (en el mismo sentido, SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE: «Las participaciones recíprocas...», p. 512). Así pues, consideramos imprescindible el prever un mecanismo por el que quede constancia de la fecha de recepción de la notificación (correo certificado) o, en su caso, de la fecha de rechazo de la notificación por parte de la sociedad participada. — El escrito debe ir firmado por los administradores sociales, como representantes de la sociedad que efectúa la notificación. El silencio de la LSA contrasta con la minuciosidad de la normativa sobre comunicación de participaciones significativas en sociedades cotizadas. En este sentido, nos remitimos al contenido del artículo 8 del citado Real Decreto de 15 de marzo de 1991, el número 10.º de la Orden de 23 de abril de 1991 y la Circular de la CNMV 2/1991. B) El plazo para notificar la participación El artículo 86 LSA no establece un plazo concreto en que la notificación deba ser efectuada. El parámetro temporal viene fijado por la expresión «de inmediato». Indeterminación que no es preocupante puesto que la primera interesada en la «inmediatez» de la notificación es la propia sociedad. Y ello por dos motivos: en primer lugar, porque, a los efectos del artículo 86, las consecuencias negativas derivadas de la falta de notificación desaparecen desde la recepción de ésta por la sociedad participada, y, en segundo lugar, desde 835 CAPÍTULO IV ART. 83 el punto de vista de las participaciones recíprocas, la recepción de la notificación impide que la sociedad destinataria pueda participar (si aún no lo hace) en el capital de la sociedad emisora en más del 10 por 100; y además, en caso de existencia efectiva de participaciones recíprocas, la sociedad que notifica primero es tratada, como veremos más adelante, más beneficiosamente que la sociedad que notifica de forma más tardía. Esta situación vuelve a contrastar con el contenido del citado Real Decreto de 15 de marzo de 1991, en cuyo artículo 9 se establecen previsiones concretas sobre la comunicación de participaciones significativas en sociedades cotizadas. C) Publicidad de la notificación El artículo 86.2 exige que las notificaciones previstas por el artículo 86.1 se incluyan en las «memorias de ambas sociedades». Como ha señalado SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE, al hablar de ambas sociedades no se está pensando en supuestos de participaciones recíprocas, sino en la memoria de la sociedad titular de la participación significativa, y en la de la sociedad significativamente participada (en su trabajo citado, p. 513). Con ello se facilita una información de «interés general»: de interés para la sociedad que participa en el capital de otra sociedad, de interés para la sociedad participada que sabe que no puede poseer más de un 10 por 100 en el capital de la sociedad participante, de interés, en definitiva, para el propio sistema económico que puede conocer «tomas de postura societarias» a través del contendio de las citadas memorias. La sorpresa se produce cuando se analizan las previsiones del artículo 200.2 de la propia LSA («Contenido de la memoria»). En éste sólo se exige a la sociedad que incluya en su memoria la publicidad de participaciones en otra sociedad, por encima del 3 por 100 si está admitida a negociación bursátil, o del 20 por 100 en las demás. El profesor SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE califica, en general, esta regulación como confusa (en su trabajo citado, p. 513). En nuestra opinión, esta confusión sólo es predicable en un 50 por 100. Es verdad que no encontramos sentido a la previsión del artículo 200 de que sólo existe deber de incluir en la memoria las participaciones significativas en sociedades no cotizadas al superar el 20 por 100 del capital social, cuando ese deber se impone en el artículo 86 al alcanzar el 10 por 100. En cambio, sí que encontramos explicación para el caso de las sociedades cotizadas. La participación significativa sólo debe ser puesta en conocimiento de la sociedad participada al alcanzar el 5 por 100; en cambio, el legislador establece que los socios tienen derecho a conocer en la memoria de su sociedad una participación a partir del 3 por 100 en el capital de una sociedad cotizada. Aquí no hay deberes plurilaterales, sino unilaterales. Además, la proposición segunda del propio artículo 200.2 prevé la posibilidad de que se omitan en la memoria tales participaciones, cuando «por su naturaleza puedan crear graves perjuicios a las sociedades a las que se refieran». Previsión en la línea del artículo 91 LMV en relación con las sociedades cotiza- ART. 83 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 836 das y la publicidad de participaciones significativas. Así como en la normativa del mercado de valores queda claro que la omisión debe ser autorizada por la CNMV, en relación con las sociedades no cotizadas nada se dice. En nuestra opinión, también debe ser la CNMV la autorizante en estos supuestos. Y ello porque la vulneración del deber plasmado en el artículo 86 da lugar a la apertura del correspondiente expediente administrativo, conforme a lo establecido en el artículo 89 LSA. Pues bien, la organización administrativa encargada del conocimiento de tales infracciones es la CNMV. Parece lógico, así pues, sostener su competencia para autorizar la omisión de tal deber. De igual manera, es menester subrayar que, en el caso de participaciones significativas de las que sea titular un grupo de sociedades, resulta de aplicación el artículo 48.2, 3 y 5 del Ccom, en relación con el artículo 47.3, 4 y 5. En materia de publicidad de participaciones significativas de sociedades cotizadas, es de aplicación el artículo 10 del Real Decreto de 15 de marzo de 1991, en el que se contiene una regulación pormenorizada del tema. 5. LA OMISIÓN DEL DEBER DE NOTIFICACIÓN El artículo 86.1 determina las consecuencias de la omisión de la notificación de una participación significativa: quedan suspendidos «los derechos correspondientes a sus participaciones», mientras no se produzca la notificación. El tenor del artículo 86.1 transcrito refuerza la tesis de que, aunque el precepto no está pensado exclusivamente en relación con las participaciones recíprocas, su ámbito se extiende más allá del campo de la sociedad anónima. No se suspenden los derechos correspondientes a las acciones, sino a las participaciones en cuanto «posición jurídica de socio». La suspensión abarca todos los derechos que confieren esas participaciones, es decir, tanto de carácter económico como de carácter político. Esos derechos podrán ser recuperados cuando la notificación se efectúe siempre y cuando no se haya producido la prescripción de esos derechos. La suspensión de los derechos políticos conlleva, entre otras cosas, la imposibilidad de ejercer el derecho de voto en cualquiera de las juntas que celebre la sociedad participada y no notificada. Si, no obstante la prohibición, la sociedad infractora, votase en la junta de la sociedad participada, habría que concluir la nulidad de los acuerdos allí adoptados como consecuencia de la vulneración de una imposición legal. Cabría interrogarse sobre la justicia de esta solución. En efecto, la omisión de la notificación supondría que la sociedad participada no tendría noticia de tal circunstancia; sin embargo, la actitud de la sociedad infractora acudiendo a la junta y votando en ella, acarrearía la nulidad de los acuerdos adoptados en aquella junta. Creemos que tal «injusticia» no existiría. Cierto es que la sociedad participada, en el ejemplo expuesto, na habría recibido la notificación del artículo 86.1, pero esa sociedad tendría oportunidad de conocer tal circunstancia antes de la celebración de la junta; en concreto, en el momento de la elaboración de la lista de asistentes a la junta exigida por el artículo 111.1 LSA. Así pues, en ese momento y para impedir la nulidad de esa 837 CAPÍTULO IV ART. 83 junta, la sociedad participada debería impedir el ejercicio del derecho de voto a la sociedad con participación significativa en tanto en cuanto la recepción de la preceptiva notificación se produjese. Otra duda que se plantea es la de establecer las consecuencias de la omisión de la notificación de las sucesivas adquisiciones que superen el 5 por 100. La LSA no hace mención particular, por lo que hay que concluir que las consecuencias son las mismas que las previstas para el caso de la falta de notificación inicial: suspensión de todos los derechos correspondientes a sus participaciones. Ahora bien, entendemos que esa sanción no debe afectar a las participaciones ya notificadas. Esto es, la omisión de la notificación, pongamos por ejemplo, de la participación del 20 por 100 en la sociedad, sólo debe suponer la suspensión de los derechos correspondientes al último porcentaje del 5 por 100, siempre y cuando la notificación inicial y las sucesivas (en este caso, la del 15 por 100) se hayan efectuado (en el mismo sentido, aunque vinculándolo al tema de las participaciones recíprocas, SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE: «Las participaciones recíprocas...», p. 515). Finalmente, hay que señalar que, además de las consecuencias societarias, la omisión de la notificación supone la existencia de una infracción de carácter administrativo cometida por los administradores de la sociedad (infracción en el cumplimiento de una obligación), sancionada conforme a lo establecido en el artículo 89 LSA III. CONSECUENCIAS DE LA INFRACCIÓN DE LA PROHIBICIÓN DE PARTICIPACIONES RECÍPROCAS 1. LA NOTIFICACIÓN DE PARTICIPACIÓN SIGNIFICATIVA, COMO PUNTO DE PARTIDA PARA EL ESTABLECIMIENTO DE LAS CONSECUENCIAS EN MATERIA DE PARTICIPACIONES RECÍPROCAS El artículo 83 LSA establece un deber legal a aquellas sociedades que vulneren los supuestos de participaciones recíprocas contenidos en el artículo 82 LSA: la obligación para la sociedad que reciba antes la notificación a que se refiere el artículo 86 de reducir al 10 por 100 su participación en la otra sociedad. Así pues, la notificación exigida en el supuesto de participación significativa por el artículo 86 se convierte en punto de partida para establecer determinadas consecuencias en relación con la prohibición de participaciones recíprocas. Vemos, pues, que la notificación regulada en el artículo 86 desempeña un doble cometido: una función informativa, que acarrea las consecuencias analizadas al comentar el artículo 86, con un efecto inmediato —la sociedad que recibe la notificación no puede alcanzar más del 10 por 100 en el capital de la sociedad de la que recibió la notificación—, y, en algunos casos, la función de «sacar a la luz» supuestos de participaciones recíprocas prohibidos, en cuyo caso el deber legal de reducción corresponde a la sociedad que recibió la notificación. Como pone de manifiesto SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE, la única notificación que tiene importancia en materia de participaciones recíprocas es la dirigida a la propia sociedad; esto es, una comunicación dirigida a otro sujeto distinto ART. 83 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 838 como la CNMV o el Banco de España, llegado el caso, no podrá alegarse a los efectos del artículo 83 LSA (en su obra citada, p. 523). 2. UN SUPUESTO SINGULAR: LA «OPORTUNA» NOTIFICACIÓN SIMULTÁNEA El artículo 83.1 contempla un supuesto especial: la posibilidad de que la recepción de la notificación de las sociedades recíprocamente participadas en más de un 10 por 100 se produzca «simultáneamente». La LSA no precisa más qué quiere decir con dicho término. Parece que hay que entender que dos notificaciones son simultáneas si son recibidas, y queda constancia de ello, en la misma fecha. Sin duda, la «simultaneidad» es una licencia que se prevé en el artículo 83 en favor de la autonomía de la voluntad de las sociedades implicadas. Al «sistema» le es indiferente cuál sea la sociedad que cumpla con el mandato legal de reducción. Por eso, deja abierta la puerta para que las sociedades implicadas en una prohibición de participaciones recíprocas decidan a su conveniencia cómo solventar la situación. Dado que el criterio, sin duda en aras de favorecer la inmediatez en la notificación, es que la reducción corresponda a la sociedad que reciba antes la notificación, se ha permitido la ficción de que ambas sociedades se notifiquen simultáneamente. En este caso, serán ellas mismas las que decidan o bien cuál debe reducir, o bien si lo hacen las dos dentro de los límites permitidos. Si realizada la notificación de forma simultánea, de manera querida o espontánea, finalmente no se pusieren de acuerdo, la LSA establece una soluciónsanción: la obligación de reducir correrá a cargo de las dos sociedades. 3. LA OMISIÓN DE LA NOTIFICACIÓN El artículo 83 no prevé la posibilidad y sus consecuencias de la ausencia de notificación por ambas sociedades. Esto es, ninguna de las sociedades obligadas a comunicar la situación de participación significativa (art. 86) lo hace. Como analizamos anteriormente, los fines de política jurídica de las participaciones recíprocas y las participaciones significativas no son coincidentes. De ahí que concluyamos que la prohibición de participaciones recíprocas del artículo 82 debe desplegar sus efectos con independencia de la ausencia de notificación (en la misma línea ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1490). Ante ese supuesto, sostenemos la aplicación de las previsiones del artículo 83.1 proposición segunda, es decir, la obligación de reducción a cargo de ambas sociedades, salvo acuerdo entre ellas. Esa reducción debería efectuarse en el plazo de uno o tres años (conforme a los criterios del art. 83.2), computados a partir del momento en que la situación de participaciones recíprocas prohibidas se produjo. Además también son de aplicación los artículos 86.1 (suspensión de todos los derechos correspondientes a las participaciones), artículo 83.3 (venta judicial) y artículo 84 (reserva de participaciones recíprocas). 839 CAPÍTULO IV 4. EL DEBER DE REDUCCIÓN DE LAS PARTICIPACIONES EXCEDENTES A) El deber de reducción como obligación sometida a plazo ART. 83 El artículo 83.1 exige, en el supuesto de que existan participaciones recíprocas prohibidas por el artículo 82, la reducción por una o por las dos sociedades afectadas (en caso de notificación simultánea) de la participación en el capital de la otra hasta el límite permitido. Y ese deber está sometido a plazo. El artículo 83.2 discrimina dos situaciones: la que se puede considerar como general, en cuyo caso el plazo de reducción es de un año; y las situaciones calificables como especiales de enajenación, en las que el plazo se amplia hasta los tres años. El momento a partir del cual deben computarse los plazos señalados viene determinado, de forma no especialmente feliz, en el propio artículo 83.2: «a contar desde la fecha de la notificación». Creemos que el momento que debe tomarse en consideración es el de la fecha de recepción de la notificación, no la de su emisión. Y ello para ser coherentes con las previsiones de los artículos 83.1 y 86.1, que, en todo momento, se refieren a la recepción de la notificación como instante a partir del cual ésta cumple los efectos legales establecidos. Hay que entender, salvo previsión estatutaria en contra, que el órgano encargado de proceder a la reducción es el órgano de administración de la sociedad obligada. No obstante los plazos legales previstos, el cumplimiento de este deber no debe suponer un perjuicio injustificado a la sociedad. Como señala SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE, el plazo establecido debe permitir proceder a la reducción de forma que los perjuicios a la sociedad sean los mínimos y, en todo caso, derivados de hechos extraños a la propia conducta de los administradores (en su trabajo citado, pp. 529-530). El término «reducción» no debe ser identificado necesariamente con «compraventa». Cabría pensar en otras fórmulas, como la permuta (de la misma idea, SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE: op. cit., p. 530). Lo que no es posible es la reducción a favor de una sociedad filial, ya que, en tal caso, la prohibición del artículo 82 persistiría. B) Supuestos especiales de reducción en función del plazo establecido La proposición segunda del artículo 83.2 establece un plazo de reducción de tres años «para las participaciones adquiridas en cualquiera de las circunstancias previstas en el artículo 77». El texto definitivo de la LSA recogió las propuestas del profesor PAZ-ARES, quien justificaba este plazo de tres años (previsto en el art. 77) alegando la congruencia de la disciplina de las participaciones recíprocas con el régimen de la adquisición de las propias acciones, respetando el plazo que para la enajenación en los supuestos de adquisición de acciones propias «permitidos de manera incondicionada» fija el último precepto señalado (PAZ-ARES: «Negocios...», p. 618). Así, las participaciones prohibidas que rebasen el límite del 10 por 100 deberán ser reducidas en un plazo de tres años en los siguientes supuestos: ART. 83 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 840 a) Cuando las participaciones se hubieran adquirido en ejecución de un acuerdo de reducción de capital adoptado por la junta general de la sociedad. Este supuesto, lógicamente, no tiene sentido en el caso de las participaciones recíprocas, ya que los hechos a los que se refiere el artículo 77.a) no tienen que ver nada con los supuestos prohibidos por el artículo 82 LSA b) Cuando las participaciones excedentes fueren consecuencia de la adquisición de un patrimonio a título universal. En este supuesto el plazo ampliado se justifica porque la situación de participaciones recíprocas se produce como consecuencia de una cesión mortis causa o de una transmisión inter vivos, al margen de la actuación de los administradores de la sociedad. c) Cuando las participaciones se hubieran adquirido a título gratuito. En este supuesto, altamente improbable, la ampliación del plazo se justifica por el inexistente riesgo desde el punto de vista patrimonial que tal adquisición supone. d) Cuando la participación se adquiera como consecuencia de una adjudicación judicial para satisfacer un crédito de la sociedad frente al anterior titular. El plazo mayor de tres años se comprende, en este caso particular, por cuanto la actuación de la sociedad ha sido diligente ante el incumplimiento de una obligación contraída frente a ella. Compartimos la tesis de SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE de que la aplicación de este beneficio temporal en la reducción de las participaciones recíprocas no depende de que toda la participación en su conjunto se haya adquirido en alguno de los supuestos del artículo 77. Será suficiente con que alguno de los supuestos enumerados por este precepto esté presente en la adquisición que dio origen a la prohibición contemplada en el artículo 82 (en su obra citada, pp. 531-532). C) La suspensión del derecho de voto, en tanto en cuanto la obligada reducción no se efectúe Así como la falta de notificación en el caso de participaciones significativas (art. 86) se sanciona con la suspensión de todos los derechos correspondientes a las participaciones, el artículo 83.2 establece la suspensión del derecho de voto correspondiente a las participaciones excedentes, mientras la reducción no se efectúe. El plazo durante el cual esos derechos de voto quedan suspendidos está marcado por las propias previsiones legales: un año o tres años (según los supuestos vistos) contados desde la fecha de la notificación y hasta el momento en que la reducción se realiza. Una vez que transcurren los citados plazos, la sanción no es la prevista en el apartado 2 del artículo 83, sino la de su apartado 3: venta judicial de las participaciones excedentes. La suspensión del derecho de voto se computa —señala el precepto—, desde la fecha de notificación. Creemos, como ya se expuso, que la previsión debe ser leída como fecha de recepción de la notificación y no la de su emisión. Queremos recalcar que la sanción sólo incluye la suspensión del derecho de voto y, además, sólo con relación a las participaciones excedentes, no a 841 CAPÍTULO IV ART. 83 todas las demás. Varias son las dudas que suscita la lectura de esta previsión. En primer lugar, los propios límites de la suspensión. La suspensión se delimita exclusivamente al ejercicio del derecho de voto en la junta general, en cualquier junta (ordinaria, extraordinaria, universal). Pero la suspensión no afecta, en nuestra opinión, a derechos «conexos» como el de información, asistencia a la junta, o solicitud a los administradores para convocar junta al poseer más un 5 por 100 en el capital social (límite permitido por el art. 82). Creemos que la suspensión del derecho de voto no determina la exclusión de las participaciones excedentes a efectos del cómputo del quórum de asistencia y de adopción de acuerdos. En primer lugar, porque la suspensión de derechos debe analizarse de forma restrictiva; lo que se suspende es el derecho de voto. Y, en segundo lugar, porque la anunciada coherencia con el régimen de autocartera así lo exige; el artículo 79.2 («Régimen de las acciones propias») establece que éstas se computarán en el capital a efectos de calcular las cuotas necesarias para la constitución y adopción de acuerdos de la junta. Eso sí, para el cómputo de la mayoría exigida para la adopción de acuerdos sólo se tendrá en cuenta el 10 por 100 de la participación. En el supuesto de que participaciones con derecho de voto en suspenso hayan tomado parte en las votaciones de la junta, la conclusión, como ya indicamos, es la nulidad de los acuerdos allí adoptados por infracción de ley. En aquellos casos en que no todas las participaciones contengan los mismos derechos de voto, creemos que la sociedad obligada a la reducción podrá elegir cuál es la participación excedente a la que se aplica la sanción. Imaginemos que la participación recíproca prohibida se produce entre una sociedad anónima y una sociedad de responsabilidad limitada y que, como consecuencia del régimen de la notificación, la sociedad obligada a reducir es la sociedad anónima. En el caso de que no todas las participaciones de la sociedad de responsabilidad limitada tengan atribuidos los mismos derechos de voto (ex art. 53.4), la sociedad anónima podrá elegir qué participaciones debe/quiere reducir y, por consiguiente, sobre cuáles se aplica la sanción societaria. En el caso de que las participaciones excedentes consistiesen en acciones sin voto de una sociedad anónima (art. 90 ss. LSA), ninguna consecuencia «suspensiva de derechos» se puede aplicar durante el plazo de uno o tres años, según los casos. Como hemos señalado, la LSA sólo ha previsto la suspensión del derecho de voto. En relación con el derecho de suscripción preferente, está claro que la sociedad inmersa en una prohibición de participaciones recíprocas no podrá suscribir nuevas acciones o participaciones de la sociedad. Y ello en tanto en cuanto no se haya restablecido «el orden proporcional» legalmente previsto. Pese a alguna opinión doctrinal, creemos que ese derecho ni siquiera puede ser vendido, sencillamente porque estimamos que no hay ningún derecho sobre el mismo. Parece un contrasentido que un sujeto infractor (la sociedad obligada a reducir) pueda aprovecharse económicamente de una situación prohibida por la propia LSA (en contra, SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE: en trabajo cit., p. 527). Compartimos la crítica de que el artículo 83 no haya previsto la notificación ART. 84 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 842 en el supuesto de que la sociedad haya restablecido el equilibrio porcentual previsto (así, ALONSO UREBA: en trabajo cit., p. 1450, y SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE: op. cit., p. 528). Puede suceder que una sociedad obligada a reducir su participación en otra no tenga conocimiento de la reducción voluntaria efectuada . La LSA no prevé el deber legal de notificar la «normalización» de la situación, con lo cual se puede ocasionar un perjuicio innecesario a una sociedad ya no obligada a reducir. D) El incumplimiento de la obligación de reducción El artículo 83.3 prevé dos consecuencias para el caso de que la sociedad que tenga la obligación de reducir su participación no lo haga en los plazos establecidos. Esto es, un año desde la recepción de la notificación, o tres años en los supuestos especiales contemplados en el artículo 77. La primera consecuencia es la venta judicial de las participaciones excedentes a instancia de parte interesada, para conseguir dejar la participación social dentro de los límites previstos. Entendemos que la sociedad puede elegir de qué participaciones se desprende mediante subasta pública (ténganse en cuenta las previsiones de los arts. 64.2 LSA y 31 LSRL). Por otra parte, la legitimación para instar la venta judicial se contempla en términos absolutamente amplios, esto es, cualquier persona que manifieste un interés en el restablecimiento de las previsiones legales. El importe de la venta judicial se entregará a la sociedad, con los descuentos oportunos consecuencia de los gastos de la subasta. La segunda consecuencia es la suspensión de los derechos correspondientes a todas las participaciones que la sociedad incumplidora detente en la otra sociedad. La sanción no afecta sólo a los derechos políticos (como en el supuesto del art. 83.2), sino también a los derechos de contenido económico. Ahora bien, creemos que la sanción sólo se puede predicar respecto a las participaciones que supongan que la sociedad supera el límite del 10 por 100 y no a todas las participaciones que tuviere en la otra sociedad (en contra, SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE: op. cit., p. 532). El artículo 83.3 se refiere a las participaciones que la sociedad incumplidora detente. Detentar significa poseer ilegítimamente, y ello sólo sucede cuando se supera el 10 por 100. En consecuencia, la pérdida de los derechos económicos y políticos debe predicarse exclusivamente en relación con las participaciones sociales que excedan de ese porcentaje. La LSA no establece ni cuánto tiempo dura la sanción, ni los motivos que suponen el levantamiento de la misma. Entendemos que la sanción persistirá en tanto no se produzca la venta judicial de las participaciones excedentes, y que ésta supondrá el final de la misma. Finalmente, cabe señalar, cómo el incumplimiento de las obligaciones previstas en el artículo 83.3 dará lugar a la imposición de las correspondientes sanciones administrativas a tenor de lo dispuesto en el artículo 89 LSA. * Por ÁNGEL LUIS MONGE GIL. 843 CAPÍTULO IV ART. 84 BIBLIOGRAFÍA Véase la correspondiente al comentario del artículo 82. ARTÍCULO 84 Reserva de participaciones recíprocas En el pasivo del balance de la sociedad obligada a la reducción se establecerá una reserva equivalente al importe de las participaciones recíprocas que excedan del diez por ciento del capital computadas en el activo. COMENTARIO* SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. LAS PREVISIONES LEGALES EN TORNO A LA RESERVA OBLIGATORIA DEL ARTÍCULO 84 LSA. BIBLIOGRAFÍA. I. INTRODUCCIÓN El artículo 84 LSA establece las consecuencias contables de la infracción relativa a la prohibición de participaciones recíprocas. El resumen de las previsiones legales es el siguiente: en el artículo 82 se determinan los supuestos de participaciones recíprocas prohibidas; en el artículo 83 se concreta la obligación de reducción de las participaciones recíprocas hasta adecuarse nuevamente a los límites del artículo 82, estableciendo sanciones en caso de que tal reducción no se produzca en unos determinados plazos (obligación a cargo, en principio, de la sociedad que recibe primero la notificación prevista en el art. 86); y el artículo 84 regula un deber contable para aquella sociedad que debe proceder a la reducción para adecuarse a las previsiones del artículo 82. El artículo 84, por consiguiente, no establece un deber contable para todas las sociedades implicadas en un supuesto de prohibición de participaciones recíprocas. El deber sólo es exigible a la sociedad obligada a la reducción, conforme a las previsiones del artículo 83. La LSA es coherente con los presupuestos de política legislativa que presiden la regulación de las participaciones recíprocas: como el «peligro societario» sólo se establece al llegar a un determinado porcentaje, el deber contable sólo vendrá determinado al alcanzarse éste. En particular se exige de la sociedad obligada que en el pasivo del balance establezca «una reserva equivalente al importe de las participaciones recíprocas que excedan del 10 por 100 del capital computadas en el activo», que no podrá significar disminución del capital ni de las reservas estatutarias (por aplicación analógica del art. 75.3 en relación con la autocartera). Creemos que el establecimiento de esta reserva en el pasivo del balance es ART. 85 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 844 una exigencia en la misma línea que la prevista en el artículo 79.3 LSA en los supuestos de adquisición de acciones propias o de la sociedad dominante. II. LAS PREVISIONES LEGALES EN TORNO A LA RESERVA OBLIGATORIA DEL ARTÍCULO 84 LSA Las previsiones legales en torno a la exigencia del artículo 84 giran sobre dos aspectos: régimen de la reserva e información contable que debe ser facilitada por la sociedad obligada. En relación con el régimen de la reserva, hay que comenzar señalando que el artículo 175 LSA («Esquema del balance») determina que el balance de las sociedades anónimas «deberá ajustarse al esquema siguiente: [...] PASIVO: A) Fondos propios. [...] IV. Reservas [...]». Estableciéndose en el artículo 178 LSA («Desglose de las reservas») que el citado apartado IV («Reservas») incluye: «1. La reserva legal. 2. Reservas para acciones propias. 3. Reservas estatutarias. 4. Otras reservas.» El Plan General de Contabilidad (Real Decreto 1.643/1990, de 20 de diciembre), al contemplar el Cuadro de Cuentas, incluye en el apartado 11 («Reservas») la cuenta 113 («Reservas especiales») en relación con «las establecidas por cualquier disposición legal con carácter obligatorio, distintas de las incluidas en otras cuentas de este subgrupo. Se incluye la reserva por participaciones recíprocas establecida en el artículo 84 del Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas». Esta cuenta puede recoger cualquier otro tipo de reserva obligatoria establecida por una norma legal dictada con posterioridad al PGC. Si esta circunstancia se produjere, la cuenta 113 se desglosaría en subcuentas de cuatro dígitos, para recoger en cada una de ellas las reservas reguladas por las diferentes normas. En la actualidad, en la cuenta 113 sólo se incluye la reserva por participaciones recíprocas del artículo 84 LSA. De esta forma se permite que la citada reserva aparezca como cuenta de tres dígitos (113), o se cree, pensando en el futuro, una subcuenta de cuatro dígitos (1130), «Reserva por participaciones recíprocas». Esta reserva deberá dotarse con cargo a beneficios no distribuidos o a reservas de libre disposición y mantenerse en el balance en tanto no se reduzca el exceso de participación. Una vez eliminado el exceso, pasará a ser una reserva de libre disposición y trasladará su saldo a la cuenta de «Reservas voluntarias» (en este sentido, NORVERTO: «Tratamiento de las nuevas reservas en el PGC», Revista Española de Finanzas y Contabilidad, octubre-diciembre de 1990, p. 855). En cuanto a la información facilitada por la sociedad, ésta debe hacer constar en la Memoria la posesión de tal exceso de participaciones. En el modelo de Memoria del PGC se incluye dentro de: 8. Valores mobiliarios y otras inversiones análogas. [...] 8.2. Informe sobre: * Por ÁNGEL LUIS MONGE GIL. 845 CAPÍTULO IV ART. 85 — Notificaciones efectuadas en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo 86 del Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas a las sociedades participadas, directa o indirectamente, en más de un 10 por 100. BIBLIOGRAFÍA Véase la correspondiente al comentario del artículo 82. ARTÍCULO 85 Exclusión del régimen de participaciones recíprocas La disciplina contenida en los tres artículos anteriores no será de aplicación a las participaciones recíprocas establecidas entre una sociedad filial y su sociedad dominante. COMENTARIO* SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. LA DELIMITACIÓN ESTRUCTURAL DE LAS «PARTICIPACIONES RECÍPROCAS DE CONTROL» A LA LUZ DEL ARTÍCULO 87 LSA. 1. Las «participaciones recíprocas de control» antes de la reforma del año 1995. 2. Las «participaciones recíprocas de control» tras la reforma del artículo 87 LSA en el año 1995. BIBLIOGRAFÍA. I. INTRODUCCIÓN El artículo 85 LSA hace referencia a las denominadas «participaciones recíprocas de control». Precepto que, aun sin haber sido modificado directamente, tiene una dimensión y alcance diferentes, como veremos, tras la reforma del artículo 87 LSA llevada a cabo en el año 1995. El artículo 85, curiosamente, no establece el régimen aplicable a las «participaciones recíprocas de control». En este sentido la rúbrica del precepto es muy significativa: «Exclusión del régimen de participaciones recíprocas». Pero el precepto no indica directamente cuál es el régimen al que éstas se encuentran sometidas. Únicamente se deja claro que se contemplan supuestos de participaciones recíprocas, pero a las que no se aplica el artículo 82 LSA. Ante esta situación, la primera pregunta que cabe formular es la de cuál es el régimen jurídico al que se encuentran éstas sometidas. La respuesta a tal formulación pasa por consideraciones de ámbito de política legislativa. El profesor PAZ-ARES (en su trabajo doctrinal —más adelante reflejado prácticamente en su totalidad en la LSA— «Negocios sobre las propias acciones») nos da las claves sobre la cuestión: las participaciones recíprocas de control deben quedar sometias al régimen de los negocios de la sociedad filial sobre acciones de la sociedad matriz, similar al de las acciones propias (op. cit., p. 616), dada la identidad de razón entre ambas ART. 86 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 846 cuestiones. De esta forma se puede afirmar que el régimen de la autocartera ejerce una vis atractiva sobre la regulación de las participaciones recíprocas de control. Por otra parte, desde un punto estrictamente hermenéutico, se puede sostener, pese al silencio legislativo, que el régimen aplicable a las «participaciones recíprocas de control» es el relativo a la autocartera (arts. 85 y 87, en relación con los arts. 74.1, 75.1, 76.1, párrafo 3.º, 77, 78.1, 79 y 80.1 y 2 LSA). El artículo 85 excluye únicamente los artículos 82 a 84 del régimen de las «participaciones recíprocas de control», no así los artículos 86 a 89. Preceptos que sólo se les puede aplicar en clave de régimen de autocatera, no de participaciones recíprocas, ya que previamente el artículo 85 ha excluido tal posibilidad. Es menester señalar que la opción legislativa española sobre la cuestión es consecuente (en la misma línea, ALONSO UREBA: «Participaciones recíprocas...», p. 1447). Así, dada la similitud de problemas constatables entre la autocartera y las participaciones recíprocas de control, el legislador español ha optado por establecer un sistema prohibitivo en ambos casos —cosa que no sucede en los Derechos francés (art. 359.1) e italiano (art. 2.359 bis)—. Ahora bien, pese a esa similitud, hubiese resultado más conveniente el establecer un régimen propio y no meramente remisorio de las participaciones recíprocas de control, dadas sus particularidades y singularidad de las mismas (en el mismo sentido, ALONSO UREBA: op. cit., p. 1447). II. LA DELIMITACIÓN ESTRUCTURAL DE LAS «PARTICIPACIONES RECÍPROCAS DE CONTROL» A LA LUZ DEL ARTÍCULO 87 LSA No es nuestro propósito analizar en las próximas líneas el régimen jurídico aplicable a las «participaciones recíprocas de control». Baste con señalar que aquí fijamos una opción remisoria al comentario de los artículos específicos de la autocartera (arts. 74 a 81 LSA) y a los artículos 86 a 89 LSA, aplicables a éstas al ser preceptos comunes a las participaciones recíprocas (no excluidos por el art. 85) y a la autocartera. En el presente apartado se quiere analizar el ámbito de aplicación de las participaciones recíprocas de control. Esto es, en qué supuestos de participaciones recíprocas debe aplicarse el régimen de los artículos 74 y siguientes, o bien lo establecido en los artículos 82 a 85. Para ello resulta absolutamente determinante el clarificar los conceptos de sociedad dominante y sociedad filial, y ello porque a las «participaciones recíprocas» entre éstas no se les aplica el régimen de los citados artículos 82 a 85. Como señalamos en otro momento de la exposición, el artículo 85 no ha sido modificado desde su redacción originaria en el año 1989. En cambio, su interpretación y alcance son radicalmente distintos a partir del año 1995, fecha en la que, como sabemos, se modifica la redacción del artículo 87 («Sociedad dominante»). 1. LAS «PARTICIPACIONES RECÍPROCAS DE CONTROL» 847 ART. 87 CAPÍTULO IV ANTES DE LA REFORMA DEL AÑO 1995 La redacción originaria del artículo 87 LSA excluía del concepto de sociedad dominante, a efectos de los artículos 74 a 81 LSA, los supuestos de «relación de control indirecta». Sólo existía relación sociedad dominante-sociedad filial en los casos en que aquélla controlase en más de un 50 por 100 el capital de ésta. El profesor ALONSO UREBA expuso algunos ejemplos para ilustrar la situación creada por la redacción del artículo 87 LSA. Así, una sociedad anónima x con un 52 por 100 del capital de otra sociedad anónima z, ésta, a su vez, un 52 por 100 de otra sociedad anónima w, resultando que la sociedad anónima w había adquirido el 12 por 100 de la primera sociedad anónima x. Con la redacción en el año 1989 del artículo 87 LSA, el ejemplo descrito no podía ser considerado como supuesto de «participación recíproca de control». En el mismo sentido, una sociedad anónima x que posea el 52 por 100 de las acciones de otra sociedad anónima z, ésta adquiere el 28 por 100 de la sociedad anónima w, y, por último, la sociedad anónima w posee el 12 por 100 de la sociedad anónima x. Como describía ALONSO UREBA, la adquisición por w del 12 por 100 no sería un supuesto de adquisición de acciones propias al no ser x socio o accionista de w (art. 87 LSA, en relación con el art. 42.1 Ccom.), y, por otro lado, tampoco sería un caso de participaciones recíprocas pues w no es una sociedad filial de x («Participaciones recíprocas...», pp. 1475-1478). 2. LAS «PARTICIPACIONES RECÍPROCAS DE CONTROL» TRAS LA REFORMA DEL ARTÍCULO 87 LSA EN EL AÑO 1995 La Disposición Adicional 2.ª, apartado 10, LSRL modifica sustancialmente el contenido del artículo 87 LSA. Ello como consecuencia de la necesaria incorporación de la Directiva 92/101 CEE en relación con la autocartera indirecta. Lógicamente, si el artículo 85 LSA debe interpretarse en clave del artículo 87 LSA, una modificación de éste afecta directamente al alcance y contenio de aquél. La conclusión principal que hay que extraer de lo anterior es que, tras la reforma del año 1995, los supuestos de participaciones recíprocas establecidas en los artículos 82 a 85 LSA van a verse reducidos en beneficio de los casos de autocartera previstos en los artículos 74 a 81 LSA. Y ello porque la determinación de una relación sociedad dominante-sociedad filial se ha visto incrementar al contemplarse las situaciones de control de carácter indirecto. Asi, hoy por hoy, los supuestos a los que les va a afectar plenamente el régimen exclusorio del artículo 85 LSA van a incrementarse en la misma proporción que disminuyen situaciones de participaciones recíprocas. BIBLIOGRAFÍA Véase la correspondiente al comentario del artículo 82. ART. 87 JOSÉ MIGUEL EMBID IRUJO 848 ARTÍCULO 86 Notificación 1. La sociedad que, por sí misma o por medio de una sociedad filial, llegue a poseer más del 10 por 100 del capital de otra sociedad deberá notificárselo de inmediato, quedando mientras tanto suspendidos los derechos correspondientes a sus participaciones. Dicha notificación habrá de repetirse para cada una de las sucesivas adquisiciones que superen el 5 por 100 del capital. 2. Las notificaciones previstas en el apartado anterior se recogerán en las memorias de ambas sociedades. COMENTARIO* Véase el correspondiente al artículo 83. ARTÍCULO 87 Sociedad dominante 1. A los efectos de esta sección se considerará sociedad dominante a la sociedad que, directa o indirectamente, disponga de la mayoría de los derechos de voto de otra sociedad o que, por cualesquiera otros medios, pueda ejercer una influencia dominante sobre su actuación. 2. En particular, se presumirá que una sociedad puede ejercer una influencia dominante sobre otra cuando se encuentre con relación a ésta en alguno de los supuestos previstos en el número 1 del artículo 42 del Código de Comercio o, cuando menos, la mitad más uno de los consejeros de la dominada sean consejeros o altos directivos de la dominante o de otra dominada por ésta. A efectos de lo previsto en el presente artículo, a los derechos de la dominante se añadirán los que posea a través de otras entidades dominadas o a través de otras personas que actúen por cuenta de la sociedad dominante o de otras dominadas o aquellos de los que disponga concertadamente con cualquier otra persona. 3. Las disposiciones de esta sección referidas a operaciones que tienen por objeto acciones de la sociedad dominante serán de aplicación aun cuando la sociedad que las realice no sea de nacionalidad española. COMENTARIO** 849 CAPÍTULO IV ART. 87 SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. LOS ELEMENTOS DE LA SITUACIÓN DE DOMINIO. 1. El elemento objetivo de la «influencia dominante». A) Consideraciones generales. B) Presunción de la influencia dominante. a) Los supuestos del artículo 42 del Código de Comercio. b) La identidad de consejeros. c) Naturaleza de la presunción. C). Otros supuestos de influencia dominante. 2. Los sujetos de la relación de dominio. BIBLIOGRAFÍA. I. INTRODUCCIÓN La actual redacción del precepto que nos ocupa ha sido introducida en la LSA por la Disposición Adicional 2.ª, número 10, de la LSRL. Con ella, el legislador español ha dado cumplimiento a la Directiva 92/101/CEE, sobre cartera indirecta, cuya recepción en nuestro ordenamiento ha obligado a reformar por completo la norma, según indica la Exposición de Motivos de la LSRL (apartado VI). Del mismo modo, la noción de sociedad dominante establecida en el artículo 87 LSA, así como el entero contenido de dicho precepto, son también aplicables, a nuestro juicio, en el ámbito de la LSRL, conforme a la remisión genérica dispuesta en el artículo 41 LSRL. Obtenemos esta conclusión, congruente con el sentido y el fin de la disciplina sobre autocartera en la sociedad limitada, a pesar del equívoco título de «participaciones recíprocas» con el que aparece rotulado el referido artículo 41 LSRL. Si siguiéramos al pie de la letra dicho enunciado, habría que entender restringida la aplicación del artículo 87 LSA a la disciplina de las participaciones recíprocas entre sociedades limitadas, obviando toda referencia a las reglas propias de la autocartera no obstante la continua referencia de los artículos 39 y 40 LSRL a la «sociedad dominante». Como esta conclusión parece absurda, además de obligarnos a buscar un concepto específico de «sociedad dominante» añadido al que la ley predispone para las participaciones recíprocas, entendemos conveniente reiterar la conclusión expuesta. Con anterioridad a la disciplina hoy vigente, el artículo 87 LSA, provisto de idéntico título, se limitaba a entender por sociedad dominante «la que en relación con la sociedad adquirente se encuentre en alguno de los casos del apartado 1 del artículo 42 del Código de Comercio». El más amplio contenido del que dispone el artículo 87 LSA en la actualidad no ha servido para alterar sustancialmente la disciplina anterior (ya señalábamos esta idea en EMBID IRUJO: «La problemática de los grupos», p. 1229, indicando que la modificación era más de forma que de fondo) y sí, tal vez, para hacer más confusa su redacción, dificultando la labor hermenéutica. Por otro lado, y en esto no hay cambio alguno, el artículo 87 LSA limita sus efectos al contexto de la sección en la que se encuadra. Como es sabido, se trata de la Sección 4.ª («De los negocios sobre las propias acciones») incluida en el Capítulo IV («De las acciones») de la LSA. Una vez más, al ocuparse de aspectos relativos al control societario y, quizá de manera oblicua, a los grupos de sociedades, el legislador español introduce una disciplina singular cuya aplicación queda limitada al ámbito específico en el que se sitúa, en este caso, el régimen de la autocartera. Aunque no resulte demasiado eficaz, nos permitimos elevar nuestra voz contra este planteamiento que fragmenta la regulación del control societario y de los grupos sin justificación suficiente. Es ART. 87 JOSÉ MIGUEL EMBID IRUJO 850 verdad que en otros ordenamientos jurídicos encontramos un proceder similar y es verdad también que, en este caso, la supuesta singularidad del artículo 87 LSA a la hora de definir lo que entiende por sociedad dominante no parece tal, pues de un modo u otro termina recayendo en el artículo 42 Ccom. la última palabra sobre el asunto. Esto mismo sucede en otras ocasiones en las que el legislador español se ha ocupado del control o del grupo de sociedades, como en el artículo 10 LSRL o en el artículo 4 LMV, por lo que tal vez pudiera concluirse afirmando la posición central que dicho precepto ocupa, o está en condiciones de ocupar, en el Derecho español de los grupos, casi inexistente hasta la fecha (así, ROJO, «Los grupos de sociedades en el Derecho español», p. 470). Siendo esto cierto, en lo esencial, no conviene desconocer que el control, elemento necesario del grupo jerárquico o por subordinación, no puede ser identificado plenamente con la situación de grupo, pues es el ejercicio de la dirección unitaria en este último la circunstancia que termina, de hecho, por individualizarlo frente a otras situaciones de vinculación empresarial o societaria. II. LOS ELEMENTOS DE LA SITUACIÓN DE DOMINIO 1. EL ELEMENTO OBJETIVO DE LA INFLUENCIA DOMINANTE Siguiendo una tendencia relativamente usual en materia de control y grupos, el artículo 87 LSA termina situando a la «influencia dominante» que una sociedad esté en condiciones de ejercer sobre otra en elemento neurálgico para establecer la noción de control y, como consecuencia de ello, para definir la posición de la sociedad dominante. No da el legislador español pistas adecuadas para entender debidamente el significado de la referida expresión, por partir, quizá de manera implícita, de la que pudiera corresponderle en una interpretación elemental, basada en una mera apreciación razonable de su núcleo semántico. No parece conveniente, por otra parte, cargar las tintas contra este proceder y contra la reseñada omisión legislativa, pues ambas parecen encontrar su justificación en el inevitable carácter fáctico que acompaña al temario del control o dominación entre sociedades. Así, iniciar una reflexión en este punto, que habría de ser, desde luego, extremadamente prolija y minuciosa, parece una empresa condenada a la esterilidad. En repetidas ocasiones se ha ocupado la doctrina del control, del dominio, de la dependencia, como queramos decir, entre sociedades, concluyendo, por lo común, en la imposibilidad de ofrecer una caracterización conceptual segura y en su consideración como cuestión de hecho que, lógicamente, habrá de apreciarse en cada caso. Es posible, sin embargo, que este insatisfactorio resultado, al menos desde el punto de vista epistemológico, pueda ser soslayado en ciertos casos sobre los que quepa fundar, por razón de la común experiencia empresarial, una base firme de poder societario. Aunque siempre será necesaria una concreta voluntad de ejercer ese poder, el hecho de poseer, por ejemplo, más de la mitad de los derechos de voto de una sociedad permitirá establecer una presunción que, 851 CAPÍTULO IV ART. 87 con independencia de su naturaleza, sirva para objetivar el supuesto de hecho del dominio, facilitando la aplicación de la ley. Ejemplo notorio de lo que antecede lo encontramos en el precepto que ahora nos ocupa, más en concreto en su párrafo segundo que, bien por vía directa, bien por remisión, contiene un elenco, entendemos que exhaustivo, de supuestos presuntivos de influencia dominante. Al margen de tales casos, la afirmación de que un determinado supuesto hace posible la influencia dominante de una sociedad sobre otra u otras no podrá beneficiarse de presunción alguna, por lo que no cabrá alterar la regla básica sobre carga de la prueba en atención al concreto vínculo intersocietario que se haya podido establecer. Aunque del texto del artículo 87 LSA se deduce claramente que el legislador se ha querido referir, nada más, al supuesto de dominación de una sociedad por otra, a lo que habitualmente se denomina situación de control, no estará de más recordar su singularidad conceptual y normativa frente a la situación de grupo, con la que habitualmente aparece relacionada e, incluso, identificada. Se trata, por lo demás, de una tendencia generalizada, tanto en la legislación como en la doctrina y, desde luego, no limitada al ámbito de nuestro propio Derecho, ya que cabe observar una realidad semejante en otros ordenamientos jurídicos vecinos. Precisamente por esa frecuencia, conviene precisar que para hablar de grupo en sentido propio es necesario constatar el ejercicio de una dirección económica unificada sobre todas las sociedades del grupo. Tal dirección supone, con extensión y contenido variables, el elemento unificador del grupo y justifica, en el plano del Derecho, la adopción de normas específicas que, más allá del ordenamiento societario común, permitan atender debidamente los intereses en juego. El ejercicio de la dirección económica unificada sirve para distinguir, por ello, un verdadero supuesto de integración empresarial frente al significado básicamente societario que caracteriza a una situación de control, a la que se refiere, como ya hemos indicado, el artículo 87 LSA. Aunque los procesos de la vida económica son, por su propia naturaleza, esencialmente fluidos, de manera que la transición entre una sociedad independiente y otra integrada en un grupo, vía obtención de su control, puede ser muy rápida, no es posible desconocer las diferencias entre sus diversas fases y la necesidad de dar, en cada caso, la respuesta jurídica correspondiente (sobre todo ello, EMBID IRUJO: Grupos de sociedades, pp. 73-75 y 158 ss.). Por ello, en el artículo 87 LSA y concordantes no preocupa al legislador, una vez definida la situación de control o dominio, el establecimiento de un régimen especial destinado a regular un supuesto jurídico-empresarial, como el grupo, que trasciende la dimensión societaria de los sujetos que lo integran. Las reglas cuya aplicación se vincula a la definición de sociedad dominante están impregnadas de propósitos típicos del Derecho de Sociedades (defensa del capital, control del poder de los administradores, entre otros) que podrían verse burlados por la realización de negocios sobre acciones de la sociedad dominante. Desde luego, tales normas se aplicarán también en un contexto de grupo, pero esta estructura empresarial no las exige de manera necesaria, puesto que los bienes jurídicos que pretende preservar requieren de un tratamiento específico, no cumplido con los preceptos que ahora nos ocupan. ART. 87 JOSÉ MIGUEL EMBID IRUJO 852 Para perfilar, por último, lo que significa la noción de «influencia dominante», conviene atender a la regla contenida en el artículo 87.2, in fine, LSA, que, no obstante su ubicación, es aplicable a todos los supuestos del precepto que contemplen la participación de la sociedad cuyo dominio se trata de definir en otra, presuntamente dominada. Como es notorio por su sola lectura, la idea de añadir a los derechos que posea la dominante los de otras sociedades o personas que actúen por su cuenta u obren concertadamente con ella obedece al deseo de comprender las situaciones de dominio indirecto, es decir, todas aquellas que no se basen exclusivamente en la participación inmediata de la sociedad presuntamente dominante en otra. Para evitar que desaparezca la posibilidad de imputar el dominio a una sociedad que, no obstante, influye o puede influir decisivamente en la entidad dominada por medio de sociedades o personas interpuestas, obliga el legislador a efectuar la adición de derechos descrita en el artículo 87.2, in fine, LSA. La norma, por lo demás, no es extraña en nuestro Derecho; un precepto casi idéntico lo encontramos en el artículo 4, in fine, LMV, donde la única diferencia relevante es la sustitución del término «sociedad», usual en el artículo 87 LSA, por el más amplio de «entidad», que, como es sabido, se contiene a los efectos de la definición del grupo en la legislación del mercado de valores. También similar es la regla contenida en el artículo 42.2 Ccom., si bien en este caso las diferencias son mayores, sin que se alcance a comprender su razón, a la vista de la remisión efectuada por el artículo 87.2 LSA al artículo 42.1 del propio Código. A) Consideraciones generales Al margen de estos desajustes legislativos, llama la atención, en particular, que el objeto de la adición, en el Código, sean «derechos de voto», en tanto que en la LSA se habla meramente de «derechos», sin mayores matizaciones. Parece más lógico, a priori, el planteamiento del artículo 42.2 Ccom., por cuanto es en el derecho de voto, esencialmente, donde reside la clave del poder en el seno de una sociedad mercantil. No obstante, el propio Código y el artículo 87 LSA hacen referencia a supuestos en los que, prima facie, no es el derecho de voto el instrumento que facilita la influencia dominante. Así sucede en el caso contemplado en el artículo 42.1.b) Ccom., donde, al menos a primera vista, la fuente de la influencia dominante se encuentra en el derecho a nombrar a la mayoría de los miembros componentes del órgano administrativo de la sociedad. Del mismo modo, en el artículo 87 LSA pueden caber otros medios de conseguir esa influencia ajenos a la posesión de la mayoría de los derechos de voto; es discutible que lo sea la técnica «personal» de identidad de consejeros contemplada en su párrafo segundo, pero no tanto la posibilidad de alcanzarla por vías no societarias como la conclusión de contratos que vinculen de manera duradera y estable a una sociedad con respecto de otra, situando a la primera en una posición subordinada frente a la segunda. En estos dos casos, la adición de derechos mencionada no parece sencilla por la resistencia que ofrecen a ser cuantificados, desde luego, y por la imposibilidad de mezclarlos con otros 853 CAPÍTULO IV ART. 87 posibles «derechos», tal vez de voto, poseídos por sociedades o personas que actúen por cuenta o concertadamente con la sociedad dominante. Por estas razones, entendemos que la referencia a los «derechos» en el artículo 87.2, in fine, LSA, como objeto de adición para determinar la posición de dominio de una sociedad respecto de otra, ha de referirse casi inevitablemente a derechos de voto que por ser susceptibles de fácil objetivación y cuantificación harán posible la suma que propone el legislador. B) Presunción de la influencia dominante A la vista de lo que antecede, para el legislador español es la idea de «influencia dominante» la que resume y condensa la posición de preeminencia —cualesquiera hayan sido los medios para obtenerla— de la sociedad dominante respecto de la o las sociedades por ella dominadas. A dicha influencia se equipara en el artículo 87.1 LSA el hecho de que una sociedad disponga en otra de la mayoría de sus derechos de voto. Se trata de una circunstancia prácticamente idéntica a la enunciada en el artículo 42.1.a) Ccom., al que se remite el artículo 87.2 LSA para presumir la referida influencia dominante. Cabe advertir el hecho de que en el texto codificado se habla, no obstante, de «poseer» la mayoría de tales derechos, frente al término «disponer» recogido en el precepto que comentamos. En una aproximación puramente literal a ambos términos, cabría considerar, quizá, más amplio el significado del segundo frente al primero, incluyendo bajo su campo de aplicación supuestos de influencia dominante basados en la disponibilidad de derechos de voto que no cupieran prima facie en la idea de «poseer» tales derechos. En tal sentido, bien podría pensarse que este último término implique para el titular de la posesión el hecho de ser necesariamente socio de la sociedad cuyo dominio se contempla. Por su parte, «disponer» de la mayoría de los derechos de voto vendría a significar una modalidad de dominio no necesariamente conectada al hecho de ser socio de la sociedad en cuestión; nos situaríamos así, por ejemplo, ante una forma de dominio indirecto, logrado por la participación en la sociedad, cuyo dominio pretende otra sociedad, de un tercer sujeto dominado, a su vez, por esta última. No es seguro, sin embargo, que esta interpretación, un tanto singular, se corresponda con el propósito del legislador; cabe pensar, más bien, en una recepción acrítica de la directiva comunitaria y en una mala integración de su disciplina con nuestro Derecho, para terminar señalando, con expresiones distintas, que una sociedad dominará a otra siempre que, siendo o no socio de esta última, pueda decidir autónoma y duraderamente el sentido con el que se ha de emitir un bloque mayoritario de votos. No sería muy lógico, vistas las cosas con perspectiva sustancial, que «poseer» la mayoría de los derechos de votos diera lugar a la presunción del dominio [art. 87.2 LSA, por remisión al art. 42.1.a) Ccom.] y que «disponer» meramente de ella sirviera para definir la situación de dominio, sin fundar presunción alguna (art. 87.1 LSA). A lo que conduce la referida diversidad terminológica, más aparente que real, según acabamos de ver, es a dudar de la bondad de la técnica legislativa con la que ART. 87 JOSÉ MIGUEL EMBID IRUJO 854 se ha elaborado la norma. a) Los supuestos del artículo 42 del Código de Comercio Sea lo que fuere, el artículo 87 LSA muestra la voluntad del legislador de abarcar todos los medios, ya sean societarios, ya contractuales e, incluso, los no muy exactamente llamados personales, que permitan a una sociedad ejercer «influencia dominante» sobre otra. Por una parte, encontramos, bien por vía directa, bien por remisión al artículo 42 Ccom., una serie de supuestos que podrían denominarse societarios de obtención o reforzamiento del control. Comenzaremos nuestro análisis por la remisión que el artículo 87.2 LSA efectúa al artícu-lo 42 Ccom., según la cual se presumirá la influencia dominante de una sociedad sobre otra «cuando se encuentre con relación a ésta en alguno de los supuestos previstos en el número 1 del artículo 42 del Código de Comercio». El sentido de la remisión a los cuatro supuestos previstos en el precepto citado del Código resulta claro, en principio; no es tan nítido, en cambio, el determinar si la LSA se remite sólo a ellos o queda incluido también en la remisión el enunciado previo, esto es, lo estrictamente dispuesto en el artículo 42.1 Ccom. La cuestión aquí planteada no es baladí porque en esta última norma se parte de que una sociedad mercantil deberá formular una contabilidad consolidada cuando, siendo socio de otra sociedad, se encuentre con relación a ésta en alguno de los cuatro casos que a continuación enumera. En el artículo 87.2 LSA, en cambio, no se requiere que la sociedad cuya influencia dominante respecto de otra se presume, merced a la remisión al artículo 42.1 Ccom., sea socio de esta última. Sólo hace falta que se encuentre respecto de ella en alguno de los supuestos previstos en el mencionado precepto del Código. La interpretación literal del artículo 87.2 LSA limita la remisión, a nuestro juicio, a los casos concretos del artículo 42.1 Ccom., sin incluir el enunciado previo a ellos. Además, cabe alegar también razones de fondo para defender tal criterio; al fin y al cabo, la disciplina del Código se refiere directamente a una cuestión contable que no cabe incluir, a priori, entre los objetivos del artículo 87 LSA. En éste se trata, más bien, de comprender todas las modalidades que hagan posible la «influencia dominante» de una sociedad sobre otra, a los efectos de facilitar la aplicación de la disciplina sobre autocartera. Por lo demás, el precepto que comentamos comienza con el consabido «a los efectos de esta sección [...]», cláusula ya casi de estilo que aconseja su interpretación desde un punto de vista estrictamente literal, aunque ello redunde, como también sabemos, en una fragmentación excesiva de nuestro Derecho en materia de control y grupos de sociedades. Entrando en el contenido concreto de la remisión efectuada por el artículo 87.2 LSA, indicaremos que ya ha quedado apuntada la más que probable coincidencia, a tal efecto, entre lo dispuesto en el artículo 42.1.a) Ccom. y el primer párrafo del precepto ahora en examen; adviértase, en todo caso, que el instrumento del control es la «mayoría de los derechos de voto». Con buen criterio, teniendo en cuenta el contexto de la regulación, el legislador español 855 CAPÍTULO IV ART. 87 apunta directamente al «corazón» del poder en las sociedades identificándolo con el número de votos y no necesariamente con el capital. La disociación entre tenencia del capital y derecho de voto, al margen de la plena exclusión de este último en las acciones sin voto —hecho también lícito, a nuestro juicio, en las participaciones de sociedad limitada—, resulta posible tanto en la LSA (art. 105.2 LSA) como en la LSRL (art. 53.4) y justifica el tenor literal de la norma examinada. Por lo que se refiere a los restantes supuestos contenidos en el artículo 42.1 Ccom., cuya aplicación resulta necesaria para presumir la posición de dominio de una sociedad respecto de otra, nos limitaremos a hacer algunas consideraciones generales. De un lado, el supuesto del artículo 42.1.c) Ccom. nos sitúa ante una situación de dominio o control idéntica en su operatividad (disposición de la mayoría de los derechos de voto) pero distinta en su configuración; se trata ahora de que una sociedad disfrute de dicha disponibilidad merced a los acuerdos celebrados con otros socios. Se enfrenta aquí el legislador a un supuesto propio del control conjunto, por cuanto la mayoría necesaria que haga posible la influencia dominante sólo se alcanzará por el acuerdo de la sociedad que aspira a ser dominante con otro u otros socios. No parece dudoso que dicho acuerdo merezca el calificativo de pacto parasocial que, en cuanto pacto reservado, no sería oponible a la sociedad, gozando entre quienes lo hayan concluido de una eficacia meramente obligacional. Y también en ese ámbito ha de situarse, a nuestro juicio, la facultad de nombrar o de destituir a la mayoría de los miembros del órgano de administración, mencionada en el artículo 42.1.b) Ccom., pues no parece viable en nuestro Derecho de sociedades reconocer tal facultad mediante una cláusula estatutaria ad hoc; lo contrario violentaría la estructura orgánica y la distribución de competencias en el seno de las sociedades de capital. Por ello, el posible pacto parasocial tendente a reconocer a favor de una sociedad mercantil las posibilidades de nombramiento o destitución mencionadas en el artículo 42.1.b) Ccom. no será oponible a la sociedad en cuyo ámbito se pretenda ejercer (sobre las particularidades de los pactos parasociales, PÉREZ MORIONES: Los sindicatos de voto, pp. 254 ss.). Constituirá, por último, presupuesto del dominio el hecho de que la sociedad en cuestión haya nombrado exclusivamente con sus votos a «la mayoría de los miembros del órgano de administración, que desempeñen su cargo en el momento en que se deban formular las cuentas consolidadas y durante los dos ejercicios inmediatamente anteriores». Enunciado que, conforme a la remisión efectuada por el artículo 87.2 LSA al Código habrá de tomarse íntegro. b) La identidad de consejeros Al lado de estos cuatro casos, también constituirá presunción de la influencia dominante el hecho de que, al menos, la mitad más uno de los consejeros de la dominada «sean consejeros o altos directivos de la dominante o de otra dominada por ésta». Se alude aquí a lo que, en numerosas ocasiones, se denomina «control personal» o, dicho de otro modo, al relieve que la identidad ART. 87 JOSÉ MIGUEL EMBID IRUJO 856 de personas en puestos de dirección y administración de las sociedades tiene o puede tener para la obtención del control societario. Sobre la autonomía, como instrumento de obtención del control, de estos interlocking directorates, como se les denomina en la experiencia anglosajona, no es fácil pronunciarse de manera taxativa; no obstante, la realidad empresarial suele indicar que la identidad de administradores comunes suele reflejar una situación previa de dominio a la que vendría a añadirse para facilitar su ejercicio (así, EMBID IRUJO: Grupos de sociedades y accionistas minoritarios, p. 37). En cualquier caso, la finalidad de comprender todos los supuestos posibles de control de una sociedad ha conducido al legislador a recoger, con terminología no del todo exacta, la ya referida técnica de carácter personal, aunque en la práctica no sea enteramente seguro que dicho extremo, por sí solo, permita fundar una presunción de influencia dominante. Cabe advertir en el texto legal la repetida mención del término «consejeros», presumiendo la organización de la administración social bajo forma colegiada de Consejo. Hubiera sido más correcto hablar de «administradores», pues aun siendo usual, y en algunos casos obligatoria, la organización colegiada de la administración en muchas anónimas y limitadas, no faltarán ejemplos de otras modalidades conforme a lo que señala el artículo 124 RRM para las anónimas y el artículo 57 LSRL para las limitadas. Por todo lo expuesto, y aunque la expresión utilizada por la LSA sea la de «consejeros», entendemos conveniente proponer, de lege ferenda, una interpretación amplia que sirva para subsumir bajo dicho término a todo administrador social, cualquiera sea la modalidad de organización administrativa. Por su parte, el referirse a la coincidencia de altos directivos, como elemento presuntivo de la influencia dominante, ratifica el propósito legislativo de abarcar todos los medios útiles para establecer una relación de control intersocietaria. En una primera aproximación a la figura del alto directivo, cabría entender por tal a todo sujeto con responsabilidades relevantes en la gestión de la empresa social, sin que se requiera la concurrencia en su persona de la condición de administrador. En cualquier caso, para interpretar adecuadamente el significado de dicha expresión será oportuno remitirse a la disciplina contenida en el Real Decreto de 1 de agosto de 1985, sobre la relación laboral especial de alta dirección, así como a la muy abundante jurisprudencia social al respecto (sobre dicho asunto, entre los mercantilistas, GARCÍA DE ENTERRÍA: «Los pactos de indemnización del administrador cesado», pp. 1784 ss., y TAPIA HERMIDA: «La alta dirección empresarial», pp. 3723 ss.). c) Naturaleza de la presunción Los ejemplos descritos en el artículo 87.2 LSA, bien directamente, bien por remisión al artículo 42.1 Ccom., dan lugar a una presunción de influencia dominante. No es fácil pronunciarse sobre la naturaleza de dicha presunción, toda vez que el legislador se limita a enunciarla advirtiendo que «en particular, se presumirá que una sociedad puede ejercer una influencia dominante sobre otra [...]» A veces el legislador, en un contexto normativo similar, ha sido más explícito sugiriendo el carácter iuris et de iure de la respectiva presunción. Es el 857 CAPÍTULO IV ART. 87 caso del artículo 4 LMV, en cual leemos que «se presumirá que existe en todo caso unidad de decisión [...]» La falta de una expresión similar en el artículo 87.2 LSA serviría para sugerir, inicialmente, el carácter iuris tantum de la presunción establecida. Pensamos, sin embargo, que se trata de una presunción absoluta y, por tanto, irrefutable, a la vista del sentido de la regulación analizada; obsérvese que se trata de presumir el hecho de que una sociedad pueda ejercer una influencia dominante sobre otra. No se presume su ejercicio, sino meramente la posibilidad de que se lleve a cabo. A la vista de esta circunstancia, no parece dudoso que los supuestos contemplados en el artículo 87.2 LSA habiliten a la sociedad afectada para poder ejercer la influencia dominante y, por ello, cabe concluir que la presunción tiene el carácter iuris et de iure. C) Otros supuestos de influencia dominante En el artículo 87.1 LSA se afirma que la influencia dominante puede ejercerse por «cualesquiera otros medios» distintos, obviamente, a la disposición de la mayoría de los derechos de voto que también hace posible el ejercicio de tal influencia. A la vista de los supuestos que permiten presumir la influencia dominante en el párrafo segundo del precepto, entendemos que la expresión entrecomillada constituye una especie de cajón de sastre donde recoger cualquier fórmula, por remota que sea, que haga posible el control de una sociedad sobre otra. Todas las fórmulas de Derecho de Sociedades, distintas a las contempladas en el artículo 42.1 Ccom., habrán de considerarse aquí, sin que resulte posible su enumeración a la vista de que el elemento determinante del dominio será siempre una cuestión de hecho, a cuya comprobación cabe llegar por los caminos más heterogéneos. Más interés tiene, en cambio, considerar la posibilidad de que se alcance la influencia dominante por la conclusión de contratos que, de manera duradera y estable, sitúen a una sociedad bajo el control de otra. Con esta técnica de control externo, ya aludida en textos legales como el Código civil italiano, se sale de la vía más usual, consistente en dominar a una sociedad por la posesión de acciones o, más precisamente, derechos de voto. Hablar de «contratos», en general, como instrumento de obtención del control, sobre cuya base quepa ejercer una influencia dominante respecto de una sociedad, impide conocer con la debida precisión el objeto analizado. Se trata, por ello, de concretar, aunque sea brevemente, el tipo de contrato, utilizando la expresión en un sentido muy laxo, relevante a propósito de la obtención del control. Reiterando opiniones expuestas en otro lugar (EMBID IRUJO: Grupos de sociedades, pp. 64 ss.), indicaré ahora que se trata, ante todo, de contratos de cambio. La influencia del Derecho alemán de grupos y, a imitación suya, de las normas brasileñas y portuguesas sobre la materia, ha dado lugar a más de un equívoco, al situar como elemento central de la regulación establecida al denominado «contrato de dominación» (Beherrschungsvertrag). En verdad, dicho contrato, cuya naturaleza es la propia de un negocio de organización y no de cambio, queda al margen de nuestro asunto, pues no constituye, propiamente, una técnica contractual de obtención del ART. 87 JOSÉ MIGUEL EMBID IRUJO 858 control de una sociedad hasta entonces independiente, sino un mecanismo de organización del grupo de sociedades que se hace posible sobre la base de una previa situación de control lograda mediante las técnicas idóneas para ello. La experiencia de los países mencionados, sobre todo de Alemania, así lo confirma. A pesar de la claridad de estas ideas, no es del todo seguro que un mero contrato de cambio, cualquiera sea la figura de que se trate, sea un instrumento suficiente para conseguir el control de una sociedad y establecer sobre su base la influencia dominante a que se refiere el artículo 87 LSA. Como es sabido, el Derecho de las uniones de sociedades y de los grupos se basa en modificaciones internas de la estructura de las sociedades y los contratos que ahora nos ocupan pertenecen a las llamadas relaciones jurídicas externas que, como tales, «no interesan desde el punto de vista del Derecho de sociedades, sino en cuanto a los recursos jurídicos de que se vale este Derecho para poder establecerlas y anudarlas a aquéllas (las relaciones internas), dando lugar a determinadas figuras que forman parte de la estructura de las mismas, constituyendo elementos de su organización» (GIRÓN TENA: Derecho de sociedades, p. 272). No quiere decirse con ello que los contratos de cambio sean elementos irrelevantes para la obtención del control de una sociedad; más bien se significa su carácter complementario de otros instrumentos, como la participación en el capital social, de cuya combinación puede resultar, más verosímilmente, una situación que haga posible el ejercicio de la influencia dominante. 2. LOS SUJETOS DE LA RELACIÓN DE DOMINIO Una vez analizado el aspecto material u objetivo del control, conviene hacer referencia a los sujetos, tanto activo como pasivo, de la influencia dominante. El precepto que nos ocupa habla, en ambos casos, de sociedad, sin establecer ulteriores matices tipológicos, por lo que cabe deducir de ello el deseo de adoptar una regulación de carácter genérico. Parece necesario advertir que, dada la naturaleza de la ley donde la norma se contiene, así como su contexto, la sociedad dominada habrá de considerarse anónima; otra cosa distinta es la referida al sujeto dominante que, en todo caso, habrá de ser sociedad. Se excluye de este modo a aquellos sujetos que no puedan ser identificados como sociedades, desde la persona física a otras personas jurídicas, como las fundaciones, que carecen del sustrato personal requerido a los efectos del concepto de sociedad. No parece muy adecuada la postura del legislador que recluye el fenómeno del control dentro del Derecho de Sociedades, obviando así todas las posibilidades de ejercer una influencia dominante por parte de entes y sujetos de otra naturaleza, circunstancia esta última no infrecuente en la práctica empresarial de nuestros días. En todo caso, la identificación de la sociedad dominante no ha de producirse, a nuestro juicio, sobre la base de los tipos tradicionalmente considerados como mercantiles (art. 122 Ccom.), sino que ha de incluir, además, a las sociedades civiles y cooperativas. Seguimos con ello el concepto «amplio» de sociedad patrocinado entre nosotros por una 859 CAPÍTULO IV ART. 88 autorizada doctrina (GIRÓN TENA: Derecho de sociedades, pp. 30 ss.). De todos modos, esta visión hermenéutica limitada a la estricta perspectiva nacional puede quedar matizada contemplado el asunto desde la perspectiva de la Unión Europea, circunstancia esta doblemente justificada por razón de la superioridad de rango del Derecho europeo y por ser el precepto en estudio transposición de una Directiva comunitaria. Así, convendrá recordar el artículo 48 del Tratado de la Unión Europea (antiguo art. 58 del Tratado de Roma), a cuyo tenor por «sociedades» han de entenderse «las sociedades de Derecho civil o mercantil, incluso las sociedades cooperativas, y las demás personas jurídicas de Derecho público o privado, con excepción de las que no persigan un fin lucrativo». Este precepto, además de confirmar la pertinencia del concepto «amplio» de sociedad, permite ir más allá de la visión meramente societaria del asunto, siempre que, desde luego, estemos considerando a entidades con fin lucrativo. Quedaría fuera, en todo caso, la persona física, no susceptible de inclusión, en modo alguno, en la noción de sociedad. No se da, sin embargo, esa restricción subjetiva con motivo del cómputo de los derechos de la dominante, a los efectos de integrar en él los derechos que posea a través de otras personas o entidades. Nos referimos al segundo inciso del artículo 87.2 LSA, que contiene una cláusula usual en este tipo de regulaciones consistente en imputar a la entidad dominante las participaciones o derechos que otras entidades posean en la sociedad cuyo control se pretende acreditar. Así, por ejemplo, encontramos una regulación similar en el artículo 42.2 Ccom, cuyo contenido, no obstante, muestra una diferencia relevante en el tema que ahora nos ocupa. En dicho precepto se habla exclusivamente de «sociedades» dominadas por la dominante y de «personas» que actúen «en su propio nombre pero por cuenta de alguna de aquéllas». El artículo 87 LSA mantiene este último inciso, pero amplía la vertiente subjetiva al referirse a «entidades», término a todas luces más amplio que el de «sociedades» usado por el Código. Asimismo, incluye el artículo 87 LSA una referencia al control conjunto que quizá sirva para hacer más clara su inclusión en dicho precepto. Nada hay que objetar, en todo caso, a la amplitud de la vertiente subjetiva con que aparece dotado el precepto ahora en examen. Es de lamentar, no obstante, la falta de congruencia existente en el seno de nuestro ordenamiento dentro de una materia que no parece requerir diversidad de regulación según el sector normativo de que se trate. También referido al ámbito subjetivo de la relación de dominio puede considerarse el párrafo 3 del artículo 87 LSA. Bien es verdad, no obstante, que dicho precepto extiende su aplicación más allá de lo que representa la ordenación del dominio intersocietario en sentido estricto, a cuyo tratamiento se encamina la disciplina contenida en el artículo 87 LSA. En efecto, el sentido de la norma es lograr la aplicación del régimen español en materia de negocios sobre acciones propias y de la dominante cuando dichos negocios tengan por objeto acciones de la sociedad dominante aunque la sociedad que las realice no sea de nacionalidad española. Se aspira con ello a la extraterritorialidad del ART. 88 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 860 Derecho societario español en este punto concreto, con el seguro propósito de tutelar mejor los intereses protegidos por la disciplina de la autocartera. Sin entrar ahora en el estudio de los criterios sobre nacionalidad de las sociedades, ya contenidos en otro apartado de esta obra, cabe observar alguna restricción subjetiva en la norma analizada que quizá no sea estrictamente necesaria. Así, el supuesto de hecho contempla exclusivamente operaciones que tengan por objeto «acciones de la sociedad dominante», lo que restringe su ámbito de aplicación a sociedades anónimas y comanditarias por acciones. No se hace restricción alguna, en cambio, respecto de la sociedad (extranjera) que resulte ser sujeto activo de la operación. Ha de mantenerse en este último caso la interpretación del término sociedad derivada del artículo 48 del Tratado de la Unión Europea antes indicado. BIBLIOGRAFÍA EMBID IRUJO, J. M.: Grupos de sociedades y accionistas minoritarios. La tutela de la minoría en situaciones de dependencia societaria y grupo, Madrid, 1987. —«La problemática de los grupos», en VVAA, Derecho de sociedades de responsabilidad limitada, II, Madrid, 1996, pp. 1223 ss. GARCÍA DE ENTERRÍA, J.: «Los pactos de indemnización del administrador cesado», en Estudios jurídicos en homenaje al profesor Aurelio Menéndez, II, Madrid, 1996, pp. 1785 ss. GIRÓN TENA, J.: Derecho de sociedades, Madrid, 1976. PÉREZ MORIONES, A.: Los sindicatos de voto para la junta general de sociedad anónima, Valencia, 1996. ROJO, A.: «Los grupos de sociedades en el Derecho español», RDM, 1996, pp. 457 ss. TAPIA HERMIDA, A.: «La alta dirección empresarial», en Estudios de Derecho Mercantil en homenaje al profesor Manuel Broseta Pont, III, Valencia, 1995, pp. 3723 ss. ARTÍCULO 88 Persona interpuesta 1. Se reputará nulo cualquier acuerdo entre la sociedad y otra persona en virtud del cual ésta se obligue o se legitime para celebrar en nombre propio pero por cuenta de aquélla alguna de las operaciones que en esta sección se prohíbe realizar a la sociedad. Los negocios celebrados por la persona interpuesta con terceros se entenderán efectuados por cuenta propia y no producirán efecto alguno sobre la sociedad. 2. Los negocios celebrados por persona interpuesta, cuando su realización no estuviera prohibida a la sociedad, así como las acciones propias o de la sociedad dominante sobre los que recaigan tales negocios, quedan sometidos a las disposiciones de esta sección. 861 CAPÍTULO IV ART. 88 COMENTARIO* SUMARIO: I. INTRODUCCIÓN. II. LAS PREVISIONES DEL ARTÍCULO 88 LSA. I. INTRODUCCIÓN La inclusión de un precepto como el artículo 88 dentro de la regulación de los negocios sobre las propias acciones es perfectamente lógica y razonable. A lo largo de los artículos 74 y siguientes (tanto en lo relativo al régimen de la autocartera como al de las participaciones recíprocas) se determinan y establecen una serie de prohibiciones y limitaciones. De ahí que, para evitar situaciones de auténtico fraude de ley, se prevea que las prohibiciones alcanzan a los negocios efectuados por una persona interpuesta. En el artículo 18.2 de la Segunda Directiva CEE (de 13 de diciembre de 1976), en materia de sociedades, se establece, a modo de antecedente, una previsión sobre el particular: «Si las acciones de una sociedad hubieran sido suscritas por una persona que actuase en su propio nombre pero por cuenta de esta sociedad, el suscriptor deberá ser considerado como que ha suscrito por su propia cuenta.» II. LAS PREVISIONES DEL ARTÍCULO 88 LSA El artículo 88 establece tres previsiones sobre la intervención de persona interpuesta en los negocios sobre las propias acciones de la sociedad. 1. En primer lugar, se declara la nulidad de pleno derecho de cualquier tipo de acuerdo entre la sociedad y otra persona (persona interpuesta) en virtud del cual ésta se obligue o legitime para celebrar, en nombre propio pero por cuenta de aquélla, alguna de las operaciones que en la citada Sección 4.ª se prohíbe realizar a la sociedad. Como se puede observar, esta primera previsión del artículo 88 incide en el ámbito interno de la relación contractual (acuerdo) entre la sociedad y la persona interpuesta. La LSA ha optado por declarar la nulidad de lo acordado entre parte y parte. ¿Cuáles son los acuerdos que necesariamente están presentes en esta clase de relación? Como se ha encargado de poner de manifiesto DÍEZ-PICAZO, en el fenómeno de la interposición de persona existe un negocio de naturaleza mixta —lo que el artículo 88 califica como acuerdos— (sobre el particular, vid. DIEZ-PICAZO, y PONCE DE LEÓN: La utilización de persona interpuesta de los negocios de una sociedad anónima con sus propias acciones, en Estudios de Derecho Mercantil en homenaje al profesor Broseta, t. I, Valencia, 1995, pp. 871 ss.). Un man- dato o comisión en el que la persona interpuesta actúa en su propio nombre, aunque por cuenta de la sociedad. Compartimos la opción legislativa española de declarar la nulidad del acuerdo de interposición de las partes. La utilización de persona interpuesta por parte de la sociedad, para realizar negocios sobre las propias acciones que la misma sociedad puede llevar a cabo, denota, de entrada, una finalidad en el acuerdo de encubrimiento y ocultación. Como ha ART. 89 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 862 indicado DÍEZ-PICAZO, el éxito de estas operaciones depende, en un buen número de casos, de que no se sepa que están dirigidas por la sociedad (en el trabajo citado, p. 874). Los riesgos societarios (en cuanto al capital y al control de la sociedad) que se intentan evitar o, al menos, paliar, a lo largo de toda la Sección 4.ª, quedarían intactos si se permitiese la intervención de persona interpuesta en los términos establecidos en el artículo 88. Compartimos, de igual forma, la tesis de DÍEZ-PICAZO de que el acuerdo de interposición puede incluso establecerse a posteriori. Es decir, que una operación ya realizada por otra persona se tenga por efectuada por la sociedad. Asimismo, el acuerdo debe prever que los resultados económicos serán soportados por la sociedad. En caso contrario, el supuesto debería regirse por lo establecido en el artículo 81 LSA y no por el 88 del mismo cuerpo legal (en el trabajo citado, p. 874). Además de la citada comisión o mandato, es exigible la presencia de una fiducia cum amico, ya que si el comisionista o mandatario comprara para sí, pero luego transfiriera a la sociedad los bienes comprados, no estaríamos ante un supuesto regulado en el artículo 88. De lo que se trata es de que la persona interpuesta mantenga como propios los bienes adquiridos, pero utilizándolos en beneficio de la sociedad, vulnerando así las prohibiciones establecidas por la LSA. 2. En segundo lugar, se considera, de forma imperativa, que los negocios celebrados por persona interpuesta a los que se ha hecho referencia en la anterior previsión lo han sido por cuenta propia («Los negocios celebrados por persona interpuesta con tercero se entenderán efectuados por cuenta propia y no producirán efecto alguno sobre la sociedad»). Esta segunda norma o previsión del artículo 88 extrae las consecuencias que se derivan de la declaración de nulidad del acuerdo de interposición. La sociedad es como si no existiese y los efectos y resultados del negocio realizado por el «comisionista» le son a éste directamente imputables. La posición en la que queda la persona interpuesta deriva de la conjunción de dos factores ya apuntados: la nulidad del acuerdo sociedad-persona interpuesta y la atribución a éste del negocio efectuado y no a la sociedad. Nulidad de un contrato cuyos efectos, en general, se establecen en el artículo 1.303 Cc; esto es, declarada la nulidad del contrato los contratantes, deben restituirse recíprocamente las cosas que hubiesen sido materia del contrato. Ahora bien, creemos que a la persona interpuesta no pueden aplicarse tales previsiones. Si la sociedad hubiese adelantado fondos, concedido un préstamo o prestado cualquier tipo de garantía al tercero para la realización del negocio, estaríamos ante un supuesto regulado en el artículo 81 LSA («Asistencia financiera para la adquisición de acciones propias») y no del artículo 88. Por eso creemos que, cuando el artículo 88.1, proposición 1.ª, extiende el ámbito de la prohibición a todas las operaciones que en la Sección 4.ª se prohíben realizar a la sociedad, esa extensión no alcanza a la prohibición establecida en el artículo 81 (en esta línea, es interesante poner de relieve cómo en el art. 23.1 de la Segunda Directiva CEE —citada—, a diferencia de lo que ocurre en los arts. 19.1 y 24.1 del mismo texto legal, no se hayan incluido la siguiente aseveración: «bien por sí misma, o bien por una persona que actúe en nombre propio 863 CAPÍTULO IV ART. 89 pero por cuenta de la sociedad»). El tercero sólo tendrá derecho a exigir de la sociedad una indemnización razonable, a consecuencia de los daños y perjuicios sufridos, cuando demuestre que no podía conocer la situación de prohibición societaria que se derivaba de su actuación mediadora, esto es, cuando la sociedad le ocultó datos que de haberlos conocido hubiesen hecho que el tercero jamás hubiese mediado en la operación. Producido este deber indemnizatorio por parte de la sociedad, no cabe duda de que ésta, a su vez, podrá poner en marcha los mecanismos previstos en la propia LSA para entablar las correspondientes acciones contra los administradores. En cuanto a la posición jurídica del tercero adquirente de las acciones (consecuencia derivada de las previsiones del art. 88.1, proposición 2.ª), hay que comenzar señalando que a éste no se le aplican las restricciones enumeradas en el artículo 79. El profesor PAZ-ARES propuso, que se aplicasen a los supuestos del artículo 47.k).3 —hoy artículo 88—, los límites del artículo 47.n) —hoy artículo 79— («Negocios sobre las propias acciones», pp. 620 ss.). Así, el «tercero interpuesto», ya auténtico titular, podrá ejercitar todos los derechos incorporados a tales acciones. Ello tiene el riesgo, como señala DÍEZ-PICAZO, de que el titular (el antes llamado «persona interpuesta») decida, por los motivos que fueren, mantener sus compromisos adquiridos con la sociedad, esencialmente, por lo que respecta al derecho de voto (DÍEZ-PICAZO, op. cit., p. 876). Finalmente creemos que, aunque la sociedad quede al margen del negocio celebrado por la persona interpuesta (art. 88.1 proposición 2.ª), los promotores, fundadores o administradores, según el caso en particular, de la sociedad que celebró el acuerdo quedan sometidos, en su caso, a las previsiones establecidas en el artículo 89 LSA. Esto es, la posibilidad de imponer a éstos, en los términos que analizaremos al comentar el citado precepto, multa de hasta el valor nominal de las acciones suscritas, adquiridas o aceptadas en garantía (ahora de titularidad de la persona interpuesta). Como subraya DÍEZ-PICAZO, «sería irrazonable permitirles «jugar sobre seguro» por persona interpuesta» (en el trabajo citado, p. 875). 3. Por último, el artículo 88.2 establece la aplicación de las normas legales sobre los negocios no prohibidos por la LSA. En concreto establece la norma que «los negocios celebrados por persona interpuesta, cuando su realización no estuviera prohibida a la sociedad, así como las acciones propias o de la sociedad dominante sobre la que recaigan tales negocios, quedan sometidos a las disposiciones de esta sección». Sobre el particular es menester destacar la previsión establecida en el artículo 74.3, precepto aplicable sólo en los supuestos del artículo 88.2 y no del 88.1 (en contra, DÍEZ-PICAZO: op. cit., p. 876). El citado precepto establece que, en el caso de que la suscripción haya sido realizada por persona interpuesta (concepto establecido en el art. 88), los fundadores o promotores y, en su caso, los administradores responderán solidariamente ART. 89 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 864 del reembolso de las acciones suscritas. Sostenemos la no aplicación en los supuestos del artículo 88.1 ya que en éstos la sociedad queda al margen totalmente del negocio celebrado por aquélla. El apartado 4 del propio artículo 74 matiza que «quedarán exentos de responsabilidad quienes demuestren no haber incurrido en culpa». BIBLIOGRAFÍA Véase la correspondiente al comentario del artículo 82. ARTÍCULO 89 Régimen sancionador 1. Se reputará infracción el incumplimiento de las obligaciones o la vulneración de las prohibiciones establecidas en la presente sección. 2. Las infracciones anteriores se sancionarán con multa de hasta el valor nominal de las acciones suscritas, adquiridas por la sociedad o por un tercero con asistencia financiera, o aceptadas en garantía o, en su caso, las no enajenadas o amortizadas. Para la graduación de la multa se atenderá a la entidad de la infracción, así como a los perjuicios ocasionados a la sociedad, a los accionistas de la misma, y a los terceros. 3. Se reputarán como responsables de la infracción a los administradores de la sociedad infractora y, en su caso, a los de la sociedad dominante que hayan inducido a cometer la infracción. Se considerarán como administradores no sólo a los miembros del consejo de administración, sino también a los directivos o personas con poder de representación de la sociedad infractora. La responsabilidad se exigirá conforme a los criterios previstos en los artículos 127 y 133 de la presente Ley. 4. Las infracciones y las sanciones contenidas en el presente artículo prescribirán a los tres años, computándose de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 132 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común. 5. La competencia para la iniciación, instrucción y resolución de los expedientes sancionadores resultantes de lo dispuesto en la presente sección se atribuyen a la Comisión Nacional del Mercado de Valores. En el caso de que el expediente sancionador recayera sobre los administradores de una entidad de crédito o de una entidad aseguradora, o los administradores de una entidad integrada en un grupo consolidable de entidades financieras sujeto a la supervisión del Banco de España o de la Dirección General de Seguros, la Comisión Nacional del Mercado de Valores comunicará a las 865 CAPÍTULO IV ART. 89 mencionadas entidades supervisoras la apertura del expediente, las cuales deberán también informar con carácter previo a la resolución. COMENTARIO* SUMARIO: I. I NTRODUCCIÓN . II. L A TIPIFICACIÓN DE LAS INFRACCIONES. 1. Incumplimiento de las obligaciones. 2. Vulneración de las prohibiciones. III. LAS SANCIONES PREVISTAS EN EL ARTÍCULO 89. 1. La tipicidad de las sanciones. 2. Graduación de las sanciones. IV. S UJE TOS RESPONSABLES, CRITERIOS DE IMPUTACIÓN Y CAUSAS DE EXONERACIÓN . 1. Sujetos responsables. 2. El concepto de administrador a los efectos del artículo 89. 3. El criterio de imputación de responsabilidad. 4. Las causas de exoneración de responsabilidad. V. EL PROCEDIMIENTO SANCIONADOR. 1. El marco legal. A) Normas especiales. B) Normas especiales. 2. Las competencias sancionadoras de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. 3. Iniciación del procedimiento, tramitación y resolución. VI. PRESCRIPCIÓN Y CADUCIDAD. 1. Prescripción de la infracción. 2. Prescripción de la sanción. 3. Caducidad del procedimiento. I. INTRODUCCIÓN El artículo 89 LSA debe su actual redacción a la reforma introducida en la Disposición Adicional 2.ª, apartado 11, de la Ley 2/1995, de 23 de marzo, de Sociedades de Responsabilidad Limitada. El artículo 89 LSA tipifica como sanciones de naturaleza administrativa el incumplimiento de las obligaciones o la vulneración de las prohibiciones establecidas en la Sección dedicada a los negocios sobre las propias acciones. Esto es, la violación de las reglas contenidas a lo largo de los artículos 74 a 88 LSA, en lo relativo tanto a la autocartera como a las participaciones recíprocas. El precepto viene a completar las previsiones que en el orden estrictamente societario se contienen a lo largo de la Sección y que han sido analizadas al comentar cada uno de los preceptos. El carácter administrativo de las sanciones establecidas en el artículo 89 convierte a los fenómenos de la autocartera y de las participaciones recíprocas en facetas de un orden público económico que los poderes públicos han decidido tutelar. Eso sí, los bienes jurídicos tutelados coinciden, lógicamente, con el ámbito protector societario en materia de autocartera y participaciones recíprocas; esto es, el posible aguamiento del capital social y la subversión del orden competencial orgánico (en la misma línea, PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO: Infracciones administrativas y autocartera en la sociedad anónima, Madrid, 1997, p. 1). Las infracciones tipificadas (no de forma especialmente feliz, como veremos) en el artículo 89 LSA no requieren para su sanción la producción de un daño efectivo. Basta el incumplimiento de las obligaciones o la vulneración de las prohibiciones establecidas en los artículos 74 a 88. Otra cosa es que la organización administrativa a la que se encomienda el conocimiento de estas infracciones (la CNMV) pueda graduar la sanción en función de unos determinados criterios o, incluso, decidir no imponer sanción alguna. La opción por el legislador español de considerar ilícitos administrativos las infracciones en materia de autocartera y de participaciones recíprocas implica la aplicación de los presupuestos del Derecho Administrativo sancionador. Presupuestos que, como se ha encargado de reiterar el Tribunal Constitucional, ART. 89 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 866 coinciden, con matices, con los del Derecho Penal (Sentencias, entre otras, 18/1981, 17/1984, 51/1985, 62/1987, 21/1992). Derecho Administrativo sancionador que tiene el desarrollo de sus principios constitucionales en la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común (LRJ-PAC). Norma que deberá ser completada con la normativa sectorial dictada por el Estado en materias conexas con el régimen de autocartera y de participaciones recíprocas. Así, la LMV, la LDIEC y la propia LSA. Normas que serán, llegado el caso, de aplicación preferente a la LRJ-PAC, por ser leyes especiales (en el mismo sentido, PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO: op. cit., p. 8). II. LA TIPIFICACIÓN DE LAS INFRACCIONES El artículo 89 LSA no enumera de forma explícita las infracciones en materia de autocartera y participaciones recíprocas. El precepto utiliza una fórmula de tipificación por remisión, en este caso, a normas contenidas en la propia Ley. En particular, el apartado 1 del artículo 89 establece como infracciones el incumplimiento de las obligaciones o la vulneración de las prohibiciones establecidas en la presente Sección. Esto es, son infracciones cualquier incumplimiento de una obligación o cualquier vulneración de una prohibición de las previstas a lo largo de los artículos 74 a 88 LSA. Esta técnica, si bien deficiente y criticable, no es inconstitucional. En efecto, el Tribunal Constitucional ha señalado en varias sentencias que es suficiente con «una lectura conjunta» de varias normas, en las que en una se imponen obligaciones o prohibiciones y en otra u otras se califica el incumplimiento de éstas como infracciones sancionables (Sentencias 42/1987, 3/1988 y 305/1993). Incluso, se ha llegado a afirmar por el Tribunal Supremo la «innecesariedad» de que el tipo de infracción se encuentre por entero en una norma con rango de ley (Sentencia de 9 de mayo de 1984, art. 6.605). Pese a la validez constitucional de la fórmula elegida, la redacción del artículo 89.1 nos parece, además de criticable, fuente posible de conflictos. Y ello porque será difícil demostrar, en muchos casos, la voluntariedad del infractor en la comisión de una infracción no directamente tipificada (con lo cual, de entrada, quedaría excluida la voluntariedad, dolo, de la actuación). Además, desde la óptica del Derecho Administrativo sancionador, resulta sorprendente que el artículo 89 haya obviado cualquier criterio clasificatorio en función de la gravedad de las infracciones. Esto es, que el sujeto que comete alguna de las infracciones tipificadas conozca, en aras de la seguridad jurídica, el tipo de sanción al que se puede enfrentar en función de la gravedad de la actuación. No obstante esta nueva crítica a la redacción del artículo 89, la constitucionalidad de la norma ha querido ser salvada. Los profesores PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO ponen el siguiente ejemplo: «El artículo 89.2 establece que las infracciones de autocartera tendrán por multa máxima el valor nominal de las acciones propias ilegalmente adquiridas o no enajenadas. De esta forma, la 867 CAPÍTULO IV ART. 89 sanción máxima de cada infracción vendrá determinada por la magnitud de la autocartera ilegal [...]» (op. cit., en p. 14). No obstante estas opiniones, la constitucionalidad de esta fórmula nos sigue creando muchas dudas. Con el «sistema de graduación» legalmente previsto, el sujeto infractor sigue sin poder conocer, a priori, si una determinada actuación supone la comisión, pongamos por ejemplo, de una infracción grave o leve. Los criterios de graduación previstos son absolutamente generales y carentes de precisión; criterios como la entidad de la infracción, perjuicios ocasionados a la sociedad, a los accionistas o a terceros, chocan con el principio de seguridad jurídica que preside el Derecho Administrativo sancio-nador. Entrando ya en la enumeración de las infracciones tipificadas por vía remisoria, es menester sistematizarlas en función del doble criterio fijado en el artículo 89.1. Dentro de cada uno de los supuestos se hace necesario, a su vez, pasar revista, precepto por precepto, a las obligaciones y prohibiciones plasmadas. 1. INCUMPLIMIENTO DE LAS OBLIGACIONES A) El artículo 75 sanciona el incumplimiento del deber de enajenar en un año las acciones propias o de la sociedad dominante objeto de adquisición derivativa vulnerando los tres primeros requisitos de dicho precepto. El plazo del año se computa de fecha a fecha, desde la primera adquisición hasta la efectiva enajenación de acciones. B) El artículo 76.1.2.º establece, a falta de incumplimiento del deber de enajenación establecido en el artículo 76.1.1.º, la obligación de amortizar las acciones propias y la consiguiente reducción de capital. La infracción administrativa sólo se producirá en caso de que la sociedad dilate injustificadamente tal medida. Y ello porque lo único que exige la norma es que la amortización de acciones y reducción del capital se produzcan «de inmediato». C) El incumplimiento por parte de los administradores de la obligación de solicitar la resolución judicial de amortización de acciones propias y reducción de capital, en el caso de que un acuerdo social se opusiere a tales medidas (art. 76.1.3.º). Ante la falta de determinación de plazo alguno, hay que entender, como en el supuesto anterior, que la infracción administrativa sólo se producirá ante una dilación injustificada en la solicitud de amortización judicial. D) Incumplimiento de la obligación de enajenar las acciones propias o de la sociedad dominante, adquiridas en alguno de los supuestos establecidos en el artículo 77, en el plazo de tres años desde su adquisición, salvo que sean amortizadas por reducción del capital o que, sumadas a las que posea la sociedad y sus filiales, no excedan del 10 por 100 del capital social. Debe volver a subrayarse que, en todos estos casos, el negocio de adquisición es válido y que sólo la vulneración del deber de enajenar en los plazos determinados constituye una infracción administrativa. E) Incumplimiento de la obligación subsidiaria respecto de la enajenación prescrita en el artículo 78.2: obligación de amortización de acciones propias y la consiguiente reducción de capital. Aquí, a falta de parámetro temporal, hay ART. 89 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 868 que reiterar la necesaria inmediatez en las actuaciones. F) La omisión, en el informe de gestión de la sociedad adquirente (o dominante), de ciertos datos sobre las acciones propias adquiridas, tal y como preceptúa el artículo 79.4. G) Vulneración de lo establecido en el artículo 80.1: aceptación en garantía de acciones propias o de la sociedad dominante con incumplimiento de las obligaciones o vulneración de las prohibiciones establecidas en los artículos 75 a 78. En el supuesto de operaciones efectuadas en el ámbito ordinario de los bancos y otras entidades de crédito, sólo constituye infracción administrativa la aceptación de acciones propias en garantía cuando éstas no puedan dotar la reserva indisponible prevista en el artículo 75.3 (art. 80.2). H) Incumplimiento de los deberes de reducción de acciones en materia de participaciones recíprocas. Esto es, deber de reducción del porcentaje de acciones de sociedades participadas en lo que supere el 10 por 100 de la cifra de capital, en el plazo de un año o de tres (si concurre alguna de las causas enumeradas en el art. 77) y hasta el máximo del 10 por 100 de capital de una de las sociedades (arts. 83.1 y 2). I) La omisión del deber de notificación de una sociedad a otra de que aquélla ha adquirido un porcentaje de acciones superior al 10 por 100 del capital de ésta (art. 86.1). El deber de notificación, en los términos ya comentados, debe producirse «de inmediato». J) La omisión de notificación de una sociedad a otra (siendo la primera ya titular de acciones por valor de más del 10 por 100 del capital social de la segunda) de cada adquisición de acciones de la segunda superior a un 5 por 100 de su capital (art. 86.1.2.º). K) El incumplimiento del deber de recoger las notificaciones previstas en el artículo 86.1 en las respectivas memorias de las sociedades (artículo 86.2). 2. VULNERACIÓN DE LAS PROHIBICIONES A) Artículo 74: prohibición a la sociedad de suscribir acciones propias y acciones emitidas por su sociedad dominante. La LSA establece la validez del negocio adquisitivo, pero se deriva de éste la obligación, a cargo de promotores y socios fundadores, o en caso de aumento de capital, a cargo de los administradores, de liberar las acciones adquiridas. Así pues, el artículo 74 recoge una situación válida a los efectos societarios, pero que supone la comisión de una infracción de carácter administrativo. B) Adquisición derivativa de acciones propias o de la sociedad dominante vulnerando alguna de las previsiones de los tres primeros apartados del artículo 75. De nuevo estamos ante situaciones válidas para el Derecho societario, pero que constituyen infracciones de índole administrativa. C) Conforme al artículo 75.4, la infracción de la adquisición derivativa de acciones propias o de la sociedad dominante, cuando las acciones no se hallasen plenamente desembolsadas. De acuerdo con el artículo 76.2, el negocio adquisitivo es nulo y supone, al mismo tiempo, una infracción administrativa. 869 CAPÍTULO IV ART. 89 D) El artículo 81 prohíbe la asistencia financiera a terceros: anticipación de fondos, concesión de préstamos, prestación de garantías para la adquisición de acciones propias o de la sociedad dominante. El citado precepto excluye dos supuestos: asistencia financiera dirigida a facilitar al personal de la empresa la adquisición de las acciones propias o acciones de una sociedad del grupo; y asistencia financiera de entidades de crédito en el ámbito de las operaciones ordinarias propias de su objeto social que se sufraguen con cargo a bienes libres de la sociedad (art. 81.2). En cambio, según establece el artículo 81.3, constituye infracción administrativa la prestación de asistencia financiera que no permita a la entidad de crédito el establecimiento en el pasivo del balance de una reserva equivalente al importe de los créditos anotados en el activo. E) Violación de la prohibición de constituir participaciones recíprocas violando los postulados del artículo 82. Tal incumplimiento debe ponerse en relación, como señalamos en el comentario del precepto, con las previsiones del artículo 86 en cuanto al deber de comunicación. III. LAS SANCIONES PREVISTAS EN EL ARTÍCULO 89 1. LA TIPICIDAD DE LAS SANCIONES El artículo 89.2 LSA determina que las infracciones establecidas en el apartado 1 del propio artículo 89 se sancionarán con una multa. Esto es, dado el carácter de sanción administrativa diseñada por la norma, las infracciones en materia de autocartera y participaciones recíprocas se castigan con una sanción económica; en particular —señala el artículo 89.2—, con una multa. Ahora bien, el señalado artículo no establece ningún tipo de graduación de ésta en función del carácter de la infracción administrativa cometida. Esto es, al menos de forma expresa, no se cuantifica el importe de la multa atendiendo a criterios de gravedad en la infracción. La LSA se limita a establecer un tope máximo de la sanción-multa, que se pueden imponer a los infractores en materia de negocios sobre las propias acciones. En particular, la multa podrá alcanzar el valor nominal de las acciones suscritas, adquiridas por la sociedad o por un tercero con asistencia financiera, o aceptadas en garantía o, en su caso, las no enajenadas o amortizadas. La duda fundamental que suscitan las previsiones legales referidas estriba en si éstas cumplen con el mandato constitucional de tipificación y determinación. El Tribunal Constitucional se ha encargado de subrayar «esta inseguridad [...] para definir sanciones que no son objeto de graduación alguna, limitándose el precepto a establecer el límite máximo [...]. Esta defectuosa técnica infringe en sí misma directamente el artículo 25.1 de la Constitución pues de éste se sigue [...] la necesidad no sólo de la definición de los ilícitos y de las sanciones sino también el establecimiento de la correspondencia necesaria entre aquellos y éstas [...] puede dejar márgenes más o menos amplios a la discrecionalidad judicial y administrativa, pero que en modo alguno puede quedar encomendada por entero a ella» (Sentencia 207/1990, FJ 3). Doctrina que tiene su reflejo normativo en el artículo 131.3 LRJ-PAC, el cual señala que «en la determinación normativa del régimen sancionador, así como ART. 89 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 870 en la imposición de sanciones por las Administraciones públicas, se deberá guardar la debida adecuación entre la gravedad del hecho constitutivo de la infracción y la sanción aplicada [...]». Pese a alguna autorizada opinión doctrinal que sostiene la constitucionalidad del precepto (PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO: op. cit., pp. 53-54), reiteramos que la redacción del artículo 89.2 nos sigue planteando serias dudas sobre su constitucionalidad. Cierto es que el límite cuantitativo máximo de la sanción queda indeterminado, pero es determinable: el valor nominal de las acciones suscritas, adquiridas por la sociedad o por un tercero con asistencia financiera, o aceptadas en garantía o, en su caso, las no enajenadas o amortizadas. Valor nominal que excluye cualquier otro tipo de valoración de la acción, como el valor real de la misma, y que impide que se tenga en cuenta otro tipo de criterios tales como una ganancia superior del infractor al del propio valor nominal de las acciones (art. 131.2 LRJ-PAC). Pero el margen que queda en manos de la Administración pública en cuanto a la graduación de la sanción nos parece que excede de los límites constitucionales predeterminados. El infractor no tiene el grado de seguridad constitucional exigido a la hora de saber a qué tipo de sanción se enfrenta. 2. GRADUACIÓN DE LAS SANCIONES El artículo 89.2 deja un gran margen de maniobra a la Administración pública sancionadora a la hora de determinar la sanción concreta a imponer. De hecho el precepto no contiene un sistema específico y determinado de graduación de las sanciones. Aquí, una vez más, la Administración pública goza de un poder discrecional para, en aras del principio de «oportunidad», sancionar en mayor o menor medida, o aún dejar sin sanción, determinados ilícitos administrativos. Fijación de la sanción, que, en todo caso, debe responder al criterio constitucional de proporcionalidad; proporcionalidad que, si bien no directamente enunciada por el precepto, rige para toda la actividad administrativa sancionadora en virtud de lo establecido en el artículo 131.1 LRJ-PAC. El artículo 89.2 establece dos tipos de magnitudes a considerar de cara a la imposición de una futura sanción: la entidad de la infracción y los perjuicios causados. Esto es, la graduación de la sanción (principio de proporcionalidad) se debe sustentar en dos órdenes de factores de naturaleza diversa; uno, de carácter objetivo, como es la entidad de la infracción (hay que entender que económica), y otro, de carácter subjetivo, como son los perjuicios que la infracción cometida ha ocasionado en el patrimonio de la sociedad, los accionistas y los terceros. De ahí que apuntemos una cierta desconexión de motivos y fines entre los apartados 1 y 2 del artículo 89. Cuando se trata de las infracciones estamos en presencia de un precepto que protege «el peligro abstracto» y, empero, en materia sancionadora se requieren consideraciones en clave de perjuicio patrimonial en determinados entes y sujetos. En cualquier caso, la consideración de los perjuicios ocasionados a la sociedad, accionistas o terceros, como criterio para graduar una sanción de carácter 871 CAPÍTULO IV ART. 89 administrativo, no excluye la posibilidad de que «los perjudicados» entablen las acciones de carácter civil contra los responsables de tales perjuicios. Consideramos, en definitiva, criticable que el legislador haya introducido parámetros de orden económico-patrimonial en la graduación de las sanciones administrativas, máxime el criterio adoptado por el apartado 1 del propio artículo 89 en materia de infracciones. Máxime teniendo en cuenta que el tope de la infracción administrativa, no lo olvidemos, se encuentra en el valor nominal de las acciones objeto de debate. IV. SUJETOS RESPONSABLES, CRITERIOS DE IMPUTACIÓN Y CAUSAS DE EXONERACIÓN El artículo 89.3 LSA nos suscita cuatro cuestiones: en concreto, en primer lugar, quiénes son los sujetos responsables de las infracciones en materia de negocios sobre las propias acciones; en segundo lugar, qué debe entenderse por administrador a los efectos del precepto; en tercer lugar, los criterios de imputación de responsabilidad para éstos; y, por último, la cuestión de las posibles causas de exoneración de responsabilidad de los administradores. 1. SUJETOS RESPONSABLES El artículo 89.3 proposición 1.ª, señala como responsables de las infracciones «determinadas» en el propio precepto, a los administradores de la sociedad infractora. Es de recalcar la omisión en el precepto de las figuras de los fundadores o promotores en los casos de autosuscripción (art. 74). Teniendo en cuenta la prohibición de analogía en materia sancionadora penal (cuyos principios inspiradores son aplicables, como expusimos, al Derecho Administrativo sancionador), conforme al artículo 4.2 Cc, estamos ante «infracciones» atípicas (en el mismo sentido, PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO: op. cit., p. 33). La LSA ha optado, en esta Sección, por establecer infracciones de carácter «especial»; solamente pueden ser sancionados, llegado el caso, como autores, inductores o cooperadores necesarios los administradores. Esto excluye la posibilidad de sancionar a determinados socios, por muy mayoritarios que sean y por grande que sea su control en la sociedad, por inducir a los administradores a cometer alguna de las infracciones «tipificadas». El artículo 89.3 sólo prevé la posibilidad de sancionar a los administradores de la sociedad dominante que indujesen a los administradores de la sociedad infractora a cometer el ilícito administrativo. 2. EL CONCEPTO DE ADMINISTRADOR A LOS EFECTOS DEL ARTÍCULO 89 El concepto de administrador, tal y como se entiende en la propia LSA en los ART. 89 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 872 artículos específicos dedicados a éstos (arts. 123 ss.), no coincide con el concepto de administrador a los efectos de la Sección dedicada a los negocios sobre las propias acciones. Si fuera así, ninguna aclaración hubiese sido necesaria. Sin embargo, el artículo 89.3, proposición 2.ª, establece que: «Se considerarán como administradores no sólo a los miembros del consejo de administración, sino también a los directivos o personas con poder de representación de la sociedad infractora» ( o dominante, hay que entender, en los términos de la proposición 1.ª del mismo art. 89.3). El problema estriba en determinar la amplitud que la norma ha querido dar a la expresión «personas con poder de representación». Creemos que, si bien la expresión «administrador» es más amplia que la que estrictamente se recoge en los artículos 123 y siguientes de la LSA, el precepto no quiere incluir a cualquier apoderado dentro del organigrama de la sociedad. Creemos que el precepto piensa en aquellas personas que, aun no siendo técnicamente administradores sociales, tienen un poder de decisión dentro de la sociedad (en la misma línea, PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO: op. cit., p. 34). En apoyo de esta argumentación se puede citar el artículo 95.2 LMV, que, refiriéndose a las personas que ostentan cargos de administración o dirección en las entidades a las que se les aplica la LMV, alude a personas que desarrollen en la entidad funciones de alta dirección bajo la dependencia directa de su órgano de administración o de comisiones ejecutivas o consejeros delegados del mismo; y, en el mismo sentido, los artículos 290 a 297 CP, que conforman el Capítulo dedicado a los delitos societarios, al referirse a los administradores de hecho o de derecho, está pensando en sujetos con capacidad de decisión y actuación vinculante para la sociedad. Por último, es obvio que, al referirse el artículo 89.3 a los miembros del consejo de administración, se quiere incluir a cualquier administrador de una sociedad anónima con independencia de la forma de organizar la administración que una sociedad en particular haya estipulado. 3. EL CRITERIO DE IMPUTACIÓN DE RESPONSABILIDAD La proposición 3.ª del artículo 89.3 plantea serias dudas incluso desde la óptica constitucional. Se señala, en concreto, que «la responsabilidad [de los administradores] se exigirá conforme a los criterios previstos en los artículos 127 y 133 de la presente Ley». Tres problemas plantea el tenor de la formulación legislativa transcrita: A) La responsabilidad se exigirá conforme al criterio previsto en el artículo 127 LSA. Esta previsión no resulta correcta. Y ello porque el citado precepto contiene una cláusula de diligencia y no un criterio de imputación de responsabilidad. Los administradores deben desempeñar su cargo con la diligencia de un ordenado empresario y de un representante leal y, además, deberán guardar secreto sobre las informaciones de carácter confidencial, aun después de cesar en sus funciones. B) La invocación por el artículo 89.3 del régimen de responsabilidad 873 CAPÍTULO IV ART. 89 establecido en el artículo 133 plantea ciertas dudas desde el punto de vista constitucional. En el artículo 133.2 LSA se establece un criterio de responsabilidad solidaria («[...] responderán solidariamente todos los miembros del órgano de administración que realizó el acto o adoptó el acuerdo lesivo [...]»). Criterio que tiene su razón de ser y su pleno sentido en el ámbito de la responsabilidad civil. Ahora bien, creemos que este criterio no puede ser trasladado sin mayores precisiones al terreno de la responsabilidad de carácter administrativo. Entre otras cosas, como ya advertimos, porque el Derecho Administrativo sancionador está sometido a los mismos criterios y parámetros constitucionales que el Derecho Penal. Así, criterios constitucionales como el de presunción de inocencia, principio de culpabilidad en la sanción e interdicción de la indefensión (arts. 24 y 25 de la Constitución). C) Por último, la remisión del artículo 89.3 al artículo 133 también plantea problemas en relación con la presunción de culpabilidad. En efecto, el artículo 133.2 establece que responderán solidariamente todos los miembros del órgano de administración, «[...] menos los que prueben que, no habiendo intervenido en su adopción y ejecución, desconocían su existencia o, conociéndola, hicieron todo lo conveniente para evitar el daño o, al menos, se opusieron expresamente a aquél». Así pues, se invierte la carga de la prueba ya que deben ser los administradores, caso de ser varios, los que prueben su «no culpabilidad». Aspecto éste que se opone frontalmente al principio constitucional de presunción de inocencia (art. 24.2 CE) aplicable, reiteramos, al procedimiento administrativo sancionador. Además, sostenemos lo inadecuado que resulta invocar una norma pensada para resolver problemas de responsabilidad por daños, al ámbito administrativo sancionador. 4. LAS CAUSAS DE EXONERACIÓN DE RESPONSABILIDAD Con respecto a esta cuestión, el punto de partida pasa por la consideración de que los administradores de una sociedad anónima, al tener que desempeñar su cargo con la diligencia de un profesional, conocen (presunción iuris et de iure) las prohibiciones y obligaciones en relación con los negocios sobre las propias acciones. Únicamente consideramos que puede haber supuestos en los que, ante la deficiente tipificación de las conductas prohibidas y de las obligaciones establecidas, los administradores pueden incurrir en un error en la apreciación de alguno de los matices en cuanto a las prohibiciones y obligaciones. Así, cómputo de plazos a los efectos de enajenación o amortización, establecimiento exacto de las acciones que se poseen en otra sociedad, en relación con la obligación de notificar y de considerar, en su caso, la existencia de participaciones recíprocas, etc. Pero este tipo de circunstancias no excluyen totalmente la responsabilidad administrativa de los administradores sociales. Tan sólo creemos que el órgano administrativo sancionador puede tenerlas en cuenta a la hora de moderar la sanción impuesta. V. EL PROCEDIMIENTO SANCIONADOR ART. 89 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 874 Antes de comenzar el presente apartado queremos advertir que, dada la finalidad que se persigue con estos comentarios, no vamos a desarrollar con profundidad la cuestión relativa al procedimiento administrativo. Se pondrán simplemente de relieve aquellos puntos que creemos mínimos y esenciales, pero sin ningún afán de abarcar en unas pocas páginas tan prolija cuestión. 1. EL MARCO LEGAL El artículo 89 no contiene un procedimiento sancionador propio, pero recoge ciertas reglas especiales sobre la instrucción y resolución de un expediente administrativo por infracciones en materia de negocios sobre las propias acciones. Dada la ausencia de ese procedimiento sancionador propio, será menester acudir a las normas legales generales y particulares que regulan los procedimientos administrativos sancionadores. Teniendo en cuenta que la organización administrativa encargada de la iniciación, instrucción y resolución de los expedientes es la CNMV, las normas que hay que tener en cuenta son las siguientes: A) Normas especiales — Artículo 89.5 LSA. — Artículo 97 LMV, cuyos últimos tres párrafos fueron añadidos por la Disposición Adicional 9.ª1, de la Ley 3/1994, de 14 de abril, por la que se adapta la legislación española en materia de entidades de crédito a la Segunda Directiva de Coordinación Bancaria y se introducen otras modificaciones al sistema financiero. — Artículo 98 LMV, que remite a los artículos 19 a 25 LDIEC. — LMV, en lo relativo a la regulación de la CNMV, y artículo 14, que remite a la LRJ-PAC. B) Normas generales — LRJ-PAC, artículos 134 y siguientes y desarrollo reglamentario en el Real Decreto de 3 de diciembre de 1993, sobre el procedimiento sancionador aplicable a los sujetos que actúan en los mercados financieros (RPSMF), en cuyo artículo 1 lo declara aplicable a las infracciones del artículo 89 LSA, el Real Decreto de 4 de agosto de 1993, por el que se aprueba el Reglamento de procedimiento para el Ejercicio de la Potestad Sancionadora (RPPS). 2. LAS COMPETENCIAS SANCIONADORAS DE LA DEL MERCADO DE VALORES COMISIÓN NACIONAL El artículo 89.5 LSA encomienda «la competencia para la iniciación, instrucción y resolución de los expedientes sancionadores resultantes de lo dispuesto en la presente sección [...] a la Comisión Nacional del Mercado de Valores [...]». 875 CAPÍTULO IV ART. 89 Criterio que se consagra, de igual forma, en el artículo 97, párrafo 3, LMV, pero en el que, a diferencia del anterior, sólo se alude a las competencias para incoar e instruir: «La Comisión Nacional del Mercado de Valores será igualmente competente para incoar e instruir los expedientes sancionadores a los que se refiere el artículo 89 del Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas [...]». En la misma línea, hay que destacar que la Disposición Final 2.ª RPSMF alude a la competencia para incoar e instruir, sin mayores precisiones sobre la competencia para resolver. Ello es debido a que el artículo 134.2 LRJ-PAC (reiterado en el art. 10.1 RPPS), reflejo del principio constitucional del derecho fundamental a la tutela judicial efectiva (art. 24 CE), establece que las fases de instrucción y de resolución del expediente deben ser competencia de órganos administrativos distintos. Idea que, no obstante, parte del error de confundir los conceptos de «órgano administrativo» y «organización administrativa». La CNMV es una «organización administrativa» integrada por una serie de «órganos administrativos», en concreto, cinco (vid. arts. 17 ss. LMV). Por ello, la garantía del aludido principio constitucional se salva siempre que, dentro del organigrama de la CNMV, la fase de instrucción y resolución la lleven a cabo «órganos administrativos» diferentes. 3. INICIACIÓN DEL PROCEDIMIENTO, TRAMITACIÓN Y RESOLUCIÓN Tal y como se establece en el artículo 11.1 RPPS, el procedimiento administrativo se inicia en todo caso de oficio, que, de acuerdo con el artículo 69 LRJ-PAC, a su vez puede ser por propia iniciativa del órgano administrativo, como consecuencia de orden superior, a petición razonada de otros órganos o por denuncia (sobre la cuestión de la iniciación del procedimiento, vid., Con profundidad, PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO: op. cit., pp. 69-79). En este punto hay que destacar la importante función que se encomienda a los Registradores mercantiles en el apartado 4 del artículo 97 LMV (precepto, como ya apuntamos, introducido por la Disp. Adic. 9.ª1 de la Ley 3/1994, de 14 de abril). Este establece que: «Los Registradores mercantiles remitirán, por conducto de la Dirección General de Registros y del Notariado, a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, en el plazo de un mes desde la calificación del depósito, certificación de las cuentas anuales y documentos complementarios de aquellas sociedades que hubieran infringido las normas del Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas [...], en materia de negocios sobre las propias acciones.» Precepto éste que en la práctica está suponiendo el conocimiento por parte de la CNMV de numerosos supuestos en materia de autocartera (sobre el particular nos remitimos al comentario del art. 79.4 LSA). En cambio, esa misma práctica nos dice que los Registradores mercantiles no tienen ocasión de remitir a la CNMV cuentas anuales y documentos complementarios de sociedades que infringen las prohibiciones en materia de participaciones recíprocas. Esta realidad nos reafirma en nuestra conclusión de que, tras la reforma del año 1995, el régimen sobre participaciones recíprocas ha quedado, en buena medida, muy reducido en cuanto a su extensión y contenido. En cualquier caso, el último párrafo del artículo 97 LMV exige que «los administradores de la sociedad que depositen las cuentas deberán informar en ART. 89 ÁNGEL LUIS MONGE GIL 876 documento aparte, con la debida individualización, de los negocios sobre las propias acciones» (esta información deberá presentarse en el modelo obligatorio aprobado por Orden de 14 de junio de 1995). Informe realizado por los administradores que, en nuestra opinión, debe formularse una vez que el Registrador mercantil ha detectado una anomalía en las cuentas de la sociedad en relación con negocios sobre propias acciones. Es decir, que el informe no debe considerarse como un documento más a añadir a las cuentas, sino como una información adicional solicitada por el Registrador antes de dar noticia a la CNMV. En relación con la adopción de algún tipo de medida provisional o cautelar adoptada por el órgano administrativo competente, en el ámbito de las infracciones del artículo 89.1 LSA, las medidas provisionales sólo pueden tener como finalidad asegurar el pago de una posible multa al administrador (o administradores). Así, de entre las medidas provisionales establecidas en el artículo 15.2 RPPS, sólo será posible la exigencia de fianza al administrador. Medidas como la suspensión en sus actividades no aumentan la garantía de un futuro, llegado el caso, cumplimiento de la sanción, y, en consecuencia, no quedaría amparada por el artículo 136 LRJ-PAC (PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO: op. cit., p. 80). Señala el artículo 78.1 LRJ-PAC que son actos de instrucción los «necesarios para la determinación, conocimiento y comprobación de los datos en virtud de los cuales deba pronunciarse la resolución». Actos necesarios que, en todo caso, siempre deben estar presididos por el respeto a las garantías constitucionales del inculpado plasmadas en los artículos 24 y 25 CE. En nuestro caso, los actos de instrucción, atendiendo al sistema de fuentes anteriormente establecido, se concretan en los siguientes trámites: inspección, petición de informes, prueba, propuesta de resolución, audiencia y actuaciones complementarias (para un estudio pormenorizado de estos trámites, vid. PAZ-ARES y VELASCO CABALLERO: op. cit., pp. 83-92). Terminada la fase de instrucción, la CNMV, a través del «órgano administrativo» competente, debe dictar resolución conforme a lo establecido en los artículos 8 y 9 RPSMF, esto es, en el plazo de tres meses contados desde la finalización del trámite de audiencia o, en su caso, desde la terminación del trámite de audiencia especial derivado de las actuaciones complementarias. La resolución debe respetar las exigencias de los artículos 138 LRJ-PAC y 20 RPPS. En particular, motivación y congruencia. En cuanto al contenido material de la resolución, el artículo 20.4 RPPS exige: valoración de las pruebas practicadas, fijación de los hechos, determinación de las personas responsables, tipo de infracción cometida y, en su caso, sanción que se impone. A ello hay que añadir, como aspecto común a toda resolución administrativa sancionadora, los recursos procedentes contra ésta, plazo y órgano ante el que interponerse (art. 89.2 LRJ-PAC). Cabe señalar, con respecto a esta cuestión, que el artículo 88 LRJ-PAC prevé la posibilidad de «negociar» el contenido de la sanción mediante acuerdo entre órgano administrativo instructor e infractor. VI. PRESCRIPCIÓN Y CADUCIDAD