Revista de la Agrupación de Miembros Acoso moral en el trabajo: ¿Moda o realidad? claustro 22 Nº 9. JUNIO 2003 Revista de la Agrupación de Miembros claustro JUAN VAZ CALDERÓN PROFESOR DEL ÁREA LEGAL Y FISCAL DEL INSTITUTO I. SAN TELMO [email protected] «Nadie puede poner en duda que la legislación debe proteger el trato digno, personal y profesional de los trabajadores, así como castigar todo tipo de conductas discriminatorias». En los últimos tres años los Tribunales vienen siendo testigos directos del boom experimentado por un fenómeno que, si bien tiene su origen en el campo de la Psicología y carece de regulación legal específica, se está convirtiendo en uno de los incumplimientos laborales más denunciados por los trabajadores ante los Juzgados: el llamado mobbing o bossing. Ambas figuras definen un supuesto de acoso moral o psicológico en el trabajo, diferenciándose por la posición jerárquica que ocupe el autor de la infracción respecto de su víctima. De este modo, estaremos ante un caso de mobbing cuando el autor del acoso sea un compañero de trabajo de la víctima, mientras que el bossing existirá cuando la conducta sea protagonizada por el empleador frente a uno o varios de sus empleados. El denominado “mobbing” o “bossing” ha sido ya calificado en numerosos pronunciamientos judiciales, acogiendo definiciones procedentes de expertos, como el “psicoterror laboral u hostigamiento psicológico en el trabajo”, haciendo referencia a la situación vivida por una persona que se ve sometida por otra u otras en su lugar de trabajo a una serie de comportamientos hostiles, o como un “comportamiento negativo entre compañeros o entre superiores e inferiores jerárquicos, a causa del cual el afectado/a es objeto de acoso y ataques sistemáticos y durante mucho tiempo, de modo directo o indirecto, por parte de una o más personas, con el objetivo y/o el efecto de hacerle el vacío”. Una definición más concisa es la que recientemente ha utilizado un Juzgado de lo Social de Girona, calificando el mobbing, en una sola frase, como la “presión laboral tendente a la autoeliminación de un trabajador mediante su denigración laboral”. El primer pronunciamiento judicial que analizó esta novedosa figura se refería a una reclamación de prestaciones por accidente de trabajo, estimando el Juzgado que las patologías sufridas por un trabajador en un supuesto de “mobbing” debían ser calificadas como accidente de trabajo, al existir un nexo causal entre la situación laboral y el síndrome psíquico que aquél padecía. No pasaría demasiado tiempo antes de que el mismo Juzgado se volviera a pronunciar sobre idéntica pretensión, iniciándose así la proliferación de sentencias en las que se analizaban, exhaustivamente, una serie de conductas de acoso psicológico y cuadros patológicos – el llamado cuadro mixto ansioso-depresivo, entre otros – que han desembocado en la calificación judicial de un novedoso supuesto de accidente de trabajo, respaldada por una abundante y reciente doctrina judicial. Sin embargo, la casuística generada en torno al acoso moral en el trabajo no se refiere únicamente a reclamaciones por accidentes de trabajo, habiendo proliferado, en igual medida, las demandas judiciales pretendiendo, bien la extinción indemnizada del contrato de trabajo a razón de 45 días de salario por año de servicio, bien el mero resarcimiento del daño causado, o acumulando ambas pretensiones. Nº 9. JUNIO 2003 23 claustro Revista de la Agrupación de Miembros Pero ¿cómo se cuantifica el daño o perjuicio en un supuesto de acoso moral? En este sentido, nos encontramos con un vacío normativo (como ocurre con el acoso moral propiamente dicho), que está provocando que los Tribunales acudan a la aplicación del criterio prudencial. Así, uno de los últimos pronunciamientos existentes en materia de mobbing como vulneración de los derechos fundamentales es el dictado el pasado mes de febrero por un Juzgado de lo Social de Santa Cruz de Tenerife, en el que se condena al Cabildo Insular al abono de una indemnización de 18.030,36 euros por daños psíquicos y 36.060,73 euros por daños morales provocados a un trabajador víctima de un supuesto de acoso moral. En este caso, el empleado reclamaba una indemnización de 48.080,97 euros por daños físicos y 60.161,21 euros por daños morales, entendiendo el Juzgado que dichas cantidades son excesivas, y valorando el hecho de que la infracción cometida, cuando el sujeto infractor es una Administración Pública, revista mayor gravedad aún. Nos encontramos así con un fenómeno jurídico novedoso, cuyas consecuencias económicas pueden suponer importantes condenas a las empresas – incluyendo sanciones administrativas impuestas por la Inspección de Trabajo y Seguridad Social - y cuantiosas indemnizaciones a las víctimas que, si responden a daños y perjuicios, no 24 Nº 9. JUNIO 2003 cuentan con un criterio objetivo de graduación. Nadie puede poner en duda que la legislación, como ocurre con la nuestra, debe proteger el trato digno, personal y profesional de los trabajadores, así como castigar todo tipo de conductas discriminatorias. A partir de ahí, resulta indiscutible que deben ser desterradas de las empresas los comportamientos que supongan vulneración de principios tan esenciales. Sin embargo, puede llamar poderosamente la atención que, de un tiempo a esta parte, se vengan produciendo de forma masiva numerosas demandas contra empresas en pretensión de sumas económicas sobre la base del mobbing. En un reciente artículo, el catedrático Federico Durán viene a poner de manifiesto que empieza a arraigar una cierta cultura del victimismo en el ámbito de las relaciones laborales. No se trata ya de poner de manifiesto la escasez regulatoria existente en la materia, sino de señalar la existencia de un fenómeno social que aparece recientemente y que se reproduce al albur de resoluciones judiciales que van sentando importantes precedentes. Nadie puede negar que la vida de las empresas produce situaciones susceptibles de encuadrarse en la definición de acoso moral, y que muchas de ellas seguramente no se denuncian, pero es igualmente indudable que existiendo una “corriente favorable” al plantea- miento de este tipo de situaciones (lo que Federico Durán denomina “tendencia a la victimización”), deben medirse adecuadamente las pretensiones indemnizatorias cuya base real se sustenta en un aprovechamiento de la sensibilización social actual de la cuestión y en los complejos perfiles que presenta el problema. De hecho, estudiosos de la materia ponen de manifiesto la existencia de comportamientos basados en una simulación del cuadro psiquiátrico, lo que ya se conoce en medicina como neurosis de renta, simulación, sinistrosis, trastorno facticio, síndrome de Ganser, metasimulación o sobresimulación, trastornos todos ellos susceptibles de provocar un falso supuesto de acoso moral en el trabajo. En momentos, como los actuales, en los que se destaca de forma primordial la importancia de los comportamientos éticos empresariales, no cabe duda que el planteamiento de denuncias de acoso moral puede afectar a la imagen (interna y externa) de la empresa y a la de sus directivos. Probablemente, este flanco débil que presenta la cuestión pueda provocar una utilización perversa de un tema tan sensible por quienes pretendan a cualquier costa obtener indemnizaciones. Solo hay que pedir que el mismo rigor que se debe aplicar a quienes acosan moralmente, se imponga a quienes pretendan aprovecharse de una cuestión tan compleja jurídicamente y tan sensible socialmente. EL «Mobbing» o «Bossing» definen un supuesto de acoso moral o psicológico en el trabajo, diferenciándose por la posición jerárquica del infractor respecto de su víctima.