Poder Judicial de la Nación

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Poder Judicial de la Nación
//la ciudad de Buenos Aires, Capital Federal de la República Argentina, a los 6 días
del mes de junio de 2005, se reúne la Sala I de la Cámara Nacional de Casación
Penal, integrada por el doctor Alfredo H. Bisordi como Presidente y los doctores Juan
C. Rodríguez Basavilbaso y Liliana E. Catucci como Vocales, a los efectos de resolver
el recurso de casación deducido por el fiscal contra la resolución de la Sala I de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional obrante a fs. 147 de
esta causa N° 6031, caratulada: “Linares, Martín Maximiliano s/ recurso de casación”,
de cuyas constancias RESULTA:
1°) Que la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo
Criminal y Correccional declaró la inconstitucionalidad del segundo párrafo del artículo
348 del Código Procesal Penal en el punto I del pronunciamiento; en el II declaró la
nulidad del auto de fs. 143, que elevó las actuaciones en consulta por aplicación de la
segunda parte del artículo citado; en el III apartó al Ministerio Público Fiscal “respecto
del acusado”; y en el IV dispuso que el juez de grado corriera traslado a la defensa
del encausado en los términos del artículo 349 del cuerpo legal citado.
Contra esa resolución el fiscal dedujo recurso de casación en
relación a sus puntos II y III. Denegado porque no se trataba de una resolución
definitiva en los términos del artículo 457 del código instrumental, fue concedido,
queja mediante, por esta Sala a fs. 186/8, y mantenido por el representante del
Ministerio Público Fiscal ante esta instancia a fs. 189.
2°) Que el fiscal de esa cámara de apelaciones interpuso el
recurso de casación por el motivo previsto en el inciso 2° del art. 456 del Código
Procesal Penal.
Discutió la existencia de dos causales. La primera, referente a la
indebida separación de un representante del Ministerio Público, que lesiona su
participación en el proceso y la autonomía funcional que la Ley Fundamental asigna a
ese órgano. La segunda, atinente al exceso cometido por el tribunal al ingresar “al
juzgamiento y decisión de asuntos que exorbitan el marco del recurso interpuesto”.
Sostuvo que la necesaria excitación de la acción penal por parte
del órgano legalmente habilitado para ello, cual es el Ministerio Público Fiscal, no
puede ser suplida por la actuación de un particular damnificado constituido como
querellante en el proceso.
Recordó que es la Constitución Nacional la que diferencia
funciones, adjudicando al Poder Judicial la tarea de decidir los conflictos que son
puestos en su conocimiento por otro órgano independiente que, según su letra, es el
Ministerio Público Fiscal.
Por lo tanto -siguió diciendo- el fallo recurrido menoscaba los
mandatos de la norma constitucional, toda vez que habilita la etapa oral sólo con la
petición de la parte querellante, pese a que el órgano constitucionalmente habilitado a
mantener la pretensión punitiva estatal en ese momento es el Ministerio Público
Fiscal. Indicó que el art. 348, párrafo segundo, del código instrumental, establece que
cuando sólo el querellante formula requerimiento de elevación a juicio, la causa no
puede pasar a la etapa oral sin apelarse al procedimiento de consulta previsto en
dicho precepto; es decir que, aunque el representante del Ministerio Público Fiscal
postulara la desestimación de la denuncia o el archivo del sumario, deberá contarse
con la intervención de ese órgano a los efectos de la promoción de la acción penal.
Manifestó que en el proyecto original del código vigente,
redactado por el doctor Ricardo Levene (h.), no estaba prevista la figura del
querellante. Fue introducida por el Poder Ejecutivo Nacional, pero no como autónoma
y con idénticas atribuciones a las del acusador público, sino como un sujeto
subordinado a él. De ahí la denominación de querellante adhesivo o adjunto.
Sostuvo que la postura adoptada en el fallo avasalla la
participación del Ministerio Público Fiscal en el proceso, es decir lo preceptuado en el
artículo 120 de la Constitución Nacional y en el artículo 167, inc. 2°, del Código
Procesal Penal.
Por otra parte, entendió que la doctrina del fallo de la Corte
Suprema “Santillán”, en el que la cámara a quo se apoyó para resolver en la forma en
que lo hizo, no era aplicable al caso. Señaló que en ese precedente, el Alto Tribunal
se expidió respecto a la posibilidad de que un tribunal oral dicte un pronunciamiento
sólo con la acusación de la parte querellante al momento de la decisión final (art. 393
del C.P.P.), lo que no puede mal entenderse como la posibilidad de suprimir al
Ministerio Público Fiscal al momento de promoverse la elevación a juicio. Aclaró que
en “Santillán” el fiscal promovió la elevación a juicio y, como dijo la Sala I de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional en el fallo “Ascolese,
Silvia Susana” (dictado el 30 de diciembre de 2003), significa que la Corte exige ese
requerimiento, y si en el debate no hay acusación, hace valer el derecho del
querellante.
Insistió en que no es el querellante quien en forma autónoma
puede sustituir la potestad acusatoria de la que está dotado el Ministerio Público
Fiscal como único titular habilitado para ejercer la acción pública. Sostener lo contra-
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rio, agregó, implicaría vulnerar lo expresamente dispuesto en el art. 5° del C.P.P., que
prescribe que “la acción penal pública se ejercerá por el Ministerio Fiscal, el que
deberá iniciarla de oficio siempre que no dependa de instancia privada...”.
En punto al caso en examen, argumentó que los elementos
incorporados al legajo son suficientes para demostrar, en la etapa en la que se
encuentra, la responsabilidad de Martín Maximiliano Linares, de igual manera que lo
hubo considerado la sala I de la cámara a quo al confirmar su procesamiento. De
seguido pasó a enunciar y evaluar las piezas probatorias, en particular la deposición
de la damnificada Ana María Astorga.
Agregó que no considera posible que el legislador hubiese
querido erigir al fiscal de primera instancia en “dueño absoluto del ejercicio de la
acción” y, en función de los argumentos que antes se sintetizaron, indicó que la
sanción de la ley 24.946 significó una derogación tácita del segundo párrafo del art.
348 del C.P.P.N., en cuanto al órgano encargado de evacuar la consulta que deberá
hacerse efectiva dentro del mismo ámbito del Ministerio Público Fiscal, con el control
que importa la opinión del magistrado jerárquicamente superior a aquel que peticiona
un sobreseimiento o la desestimación por inexistencia de delito.
Peticionó, en consecuencia, que se casen los puntos dispositivos
II y III del pronunciamiento de fs. 147.
3°) Que en la etapa prevista en el art. 465, primera parte, del
C.P.P., el fiscal ante esta instancia se agravió por cuanto en la resolución impugnada
no se observaron normas establecidas bajo sanción de nulidad.
Recalcó que la Constitución Nacional establece en el artículo 120
que el órgano estatal que tiene por función promover la actuación de la justicia es el
Ministerio Público. Esta función consiste en el ejercicio de la acción oficiosa requirente
en todo proceso de naturaleza penal, en tanto el Estado tiene asumidas las funciones
requirentes y decisorias en el ejercicio del monopolio del sistema penal.
En la República Argentina deben iniciarse de oficio todas las
aciones penales, salvo algunas excepciones (art. 71 del C.P.), y en el orden federal y
local de la ciudad de Buenos Aires, el legislador ha reconocido en el Ministerio
Público Fiscal la titularidad del ejercicio de esas acciones (arts. 5°, 65 y cctes. del
C.P.P.), de modo que toda decisión jurisdiccional que desconozca tales mandatos
constitucional y legal se transforma en una resolución arbitraria y carente de toda
justificación jurídica. La Corte entendió que la opinión final del Ministerio Público
Fiscal podía no ser vinculante para el tribunal una vez ejercida la acción penal pública
por el órgano encargado de ello, garantizada la bilateralidad del proceso, y
confrontada toda la prueba en un juicio desarrollado ante el órgano estatal decisor (el
tribunal). Pero durante todo el proceso, la acción penal fue ejercida por el órgano
habilitado para ello. Continuó diciendo que trasladar la argumentación de la doctrina
de “Santillán” como se pretende en la resolución impugnada, es decir, la instancia
final del debate a todas las etapas del proceso penal, y de ello derivar que un pedido
de sobreseimiento del fiscal, no compartido por el juez, habilitaría a apartar al
Ministerio Público Fiscal del trámite del proceso, constituye una arbitrariedad
manifiesta carente de todo sustento lógico. La omisión del único requisito habilitante
de la excitación del órgano estatal jurisdiccional (juez) por parte del órgano estatal
requirente (fiscal), implica no observar las formas sustanciales del juicio relativas a la
acusación, defensa, prueba y sentencia, en menoscabo de la garantía consagrada en
el artículo 18 de la Constitución Nacional (Fallos 125:10; 127:36; 189:34; 308:1557,
entre otros) y, sin discusión, en el art. 120 de la Constitución Nacional.
Reprodujo las palabras de Manzini referentes a que en virtud del
principio de oficialidad, el Ministerio Público está obligado a promover la acción penal
de oficio, pero inspirándose en un criterio objetivo de justicia; por lo tanto, aun cuando
por su necesaria imparcialidad podría no ser considerado como parte en sentido
sustancial, es innegable su condición de parte en sentido formal, pues es necesario
reconocer que su intervención en el proceso es esencial (pág. 252). Además, el art.
25 de la Ley Orgánica del Ministerio Público dispone que, entre otras funciones,
corresponde al Ministerio Público no sólo promover la actuación de la justicia en
defensa de la legalidad y de los intereses generales de la sociedad (inc. 1°), sino
también velar por la observancia de la Constitución Nacional y las leyes de la
República (inc. g), velar por el debido proceso legal (inc. h), y defender la jurisdicción
y competencia de los tribunales.
Puso de relieve que el apartamiento del Ministerio Público Fiscal
resuelto en autos no sólo viola los más elementales principios procesales de
oficialidad y bilateralidad, sino que priva al Estado del órgano encargado de tan
importantes funciones de vigilancia, sin que ésta vaya a ser ejercida por otro sujeto
procesal. Por lo tanto, ese apartamiento arbitrariamente vulneró la necesaria, esencial
e imprescindible intervención del Ministerio Público Fiscal en una causa instruida por
un delito de acción pública y consecuentemente debe ser anulada por inobservancia
de normas procesales. Citó el fallo de la Sala II de esta Cámara “Sotomayor, Oscar
Alberto s/ recurso de casación”, rta. el 30 de noviembre de 2004, reg. N° 7210.
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Requirió, conforme lo solicitó el fiscal de la instancia anterior, que
se anule la resolución impugnada (arts. 5°, 65, 167 -inc. 2°-, 456 -inc. 2°-, y 471 del
Código Procesal Penal).
4°) Que, sin más actividad de las partes, y superada la etapa
prevista en el artículo 468 del código instrumental, el Tribunal pasó a deliberar,
oportunidad en la que se fijaron y votaron las siguientes cuestiones: Primera: ¿Hubo
inobservancia de normas procesales sancionada con nulidad?. Segunda: ¿Qué
decisión corresponde adoptar?.
PRIMERA CUESTIÓN:
La doctora Liliana E. Catucci dijo:
1. El repaso de las actuaciones
revela que el fiscal ante la instrucción pidió el sobreseimiento de Martín Maximiliano
Linares; o, en su defecto, solicitó el dictamen del fiscal de cámara sobre la
procedencia de la elevación a juicio; o, eventualmente, la prosecución del proceso
con la intervención exclusiva de la querella (fs. 139/142).
El juez de primera instancia elevó la causa en consulta al
Superior por aplicación de la segunda hipótesis contenida en el artículo 348 del
Código Procesal Penal ante el pedido de elevación a juicio de la acusación particular
y el de sobreseimiento por parte de la fiscalía, procedimiento impuesto por la norma
(fs. 143).
Llegadas las actuaciones a la Sala I de la Cámara Nacional de
Apelaciones en lo Criminal y Correccional, resolvió que dado que el caso era
sustancialmente idéntico al que habían motivado los precedentes “Storchi, Fernando
s/ nulidad” del 8 de marzo, y “Ceteco Argentina S.A. s/ consulta 348 del C.P.P.N.”,
decidida el 29 de junio, ambos de 2004 y de la misma Sala, correspondía declarar la
inconstitucionalidad del segundo párrafo del art. 348 del cuerpo legal citado (punto I),
la nulidad del auto de fs. 143 (punto II), el apartamiento del Ministerio Público Fiscal
respecto del acusado (punto III), y que el juez de grado corriera traslado a la defensa
del enjuiciado en los términos del art 349 del mismo código, con apoyo en la
acusación de la querella de fs. 131/5.
En los mencionados precedentes, esa sala consideró
inconstitucional la segunda parte del artículo 348 del código de rito, frente a la actual
redacción de la Constitución Nacional en relación a la independencia del Ministerio
Público Fiscal, sus atribuciones y facultades (art. 120), y por las garantías que se
encuentran comprometidas: básicamente, imparcialidad, independencia de poderes,
debido proceso y defensa en juicio (arts. 1°, 18, 33 y 116 C.N.); así como por impedir
que la víctima, constituida en parte querellante, llegue a juicio en los supuestos en los
que el fiscal no requiere la mencionada elevación. Ello, porque el procedimiento
establecido en la norma en cuestión puede imponer al Ministerio Público Fiscal la
obligación de impulsar la acción penal, contra lo dispuesto por el art. 120 de la
Constitución Nacional, que otorga a ese ministerio carácter de autónomo y, por otra
parte, interfiere con el papel acusador y requirente, que debe llevar a cabo de manera
exclusiva el Ministerio Público Fiscal.
No recurrida por el fiscal la declaración de inconstitucionalidad
dictada por la cámara de apelaciones, decisión a la que también me avengo -dejando
a salvo el criterio de la suscripta- sólo por mérito de la autoridad moral que revisten
los fallos del Alto Tribunal, según se lee en el fallo dictado por esta Sala in re:
“Quiroga, Edgardo Oscar s/ recurso de casación”, reg. N° 7650, del 12 de mayo del
corriente, no ha de discurrirse al respecto.
Se pasa entonces a examinar el apartamiento del fiscal decidido
en el punto III de la citada resolución.
2. Al respecto, la Sala I de la Cámara a quo también se remitió a
su precedente “Storchi”. En éste se reprodujo el comentario del entonces Ministro de
Justicia, quien explicó que si bien el proyecto del código con procedimiento oral del
doctor Levene (h.) no contiene la figura del querellante, se impulsó la inclusión del
acusador particular a instancia de la corporación de abogados y de la población en
general, sensibilizada y crítica de los órganos de administración de justicia. Pese a
que no lo fue en la medida requerida por los colegios, que querían un querellante
pleno como el del código nacional, se le retaceó sólo una facultad: la de poder ejercer
autónomamente la pretensión penal en el proceso; ello, porque su inclusión debía ser
respetuosa del régimen de oralidad, y dado que “hemos querido [...] que esa
intervención en el proceso oral esté siempre acompañada de la intervención del
Ministerio Público Fiscal que le dé sustento a la pretensión punitiva. Por eso
auspiciamos la figura del querellante adhesivo y no autónomo” (cfr. informe del
Ministerio de Justicia ante el Senado de la Nación, publicado en el C.P.P.N., Ed.
Abeledo Perrot, págs. 68/9, sin resaltado en el original).
En el precedente de cita, el vocal opinante en primer término
expresó que: “El déficit, no obstante la inclusión de la querella, vino dado por su
carácter adhesivo; esto es: siempre vinculado a la opinión y decisión del Ministerio
Público Fiscal. En el caso que nos ocupa ese carácter adhesivo se encuentra
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expresamente previsto en la norma del 348 que se indicara como de inconstitucional
[...]. Se advierte con claridad que el legislador ha considerado inapropiado, en el
ámbito de los delitos de acción pública, que el querellante pueda autónomamente
provocar la instancia de juicio si no obtiene el apoyo del representante del Ministerio
Público Fiscal que actuó en la instrucción de un caso”.
Frente a ese criterio, incorporado a la norma, indicó el juez que
votó en primer lugar que ante a las críticas de la doctrina y jurisprudencia y opiniones
tendientes a modificar esa situación, “frente a una intensa presión de la opinión
pública en el sentido de reconocerle a la víctima mayor incidencia en el proceso
penal”, se ampliaron criterios tradicionales respecto de la capacidad de legitimación
para poder intervenir como acusador en asuntos penales a organizaciones no
gubernamentales (ONG´s) por parte de diferentes tribunales del país.
Puso de manifiesto -asimismo- que los estudios vinculados a la
victimología y víctima-dogmática avanzan para reconocer mayores facultades de
participación en el proceso al afectado e incluso que se comienza a hablar de la
necesidad de instaurar la figura del querellante popular como existe en España y que,
en ese contexto, la Corte Suprema de Justicia de la Nación pronunció el fallo
“Santillán” (Fallos: 321:2021), del 13 de agosto de 1998.
A consecuencia de este último precedente, entendió el juez
mencionado que es legalmente posible elevar a juicio una causa donde se debe
juzgar un delito de acción pública sólo con la acusación del querellante. Derivó ese
aserto de lo que el Máximo Tribunal dijo en el sentido de que “todo aquel a quien la
ley le reconoce personería para actuar en juicio en defensa de sus derechos está
amparado por la garantía del debido proceso legal, consagrado por el art. 18 de la
C.N., que asegura a todos los litigantes por igual el derecho a obtener una sentencia
fundada, previo juicio llevado en legal forma [consid. 11° de ‘Santillán’]”. Siguió
expresando que: “Por estos motivos, y sin perjuicio de lo establecido en el art. 5° del
C.P.P.N., y del carácter del querellante por adhesión que se le reconoce al particular
que interviene en delitos de acción pública (art. 82 y concordantes del C.P.P.N.)
considero que en la etapa prevista en el art. 393 del C.P.P.N., no se puede ‘privar de
jurisdicción al Tribunal Oral para formular un juicio de culpabilidad o inocencia con
apoyo en la pretensión punitiva’ del querellante particular [cfr. considerando 13°]. [...]
Para poder llegar a ese momento -el del art. 393 del C.P.P.N.- los efectos del fallo
‘Santillán’ deben retroceder a las situaciones indicadas [...] porque de lo contrario, lo
resuelto por la Corte no tendría los alcances indicados. Por estos motivos -dijo- es
que, reproduciendo una tradición centenaria que rigió en nuestro país para los delitos
de acción pública, se debe hacer extensivo el efecto que surge de ‘Santillán’ también
al momento en que al comienzo del asunto, el Ministerio Público Fiscal considera que
no se debe impulsar la acción (vgr. cuando se solicita la desestimación por
inexistencia de delito, el sobreseimiento, el archivo o reserva, etc.) o cuando entiende
que no existe mérito para llevar el asunto a juicio, al momento del artículo 346,
C.P.P.N., como ocurre en este caso. Cuando hay un particular damnificado
constituido en parte querellante y éste impulsa la acción, sin perjuicio de la opinión
del Ministerio Público Fiscal, la jurisdicción se ve obligada a analizar la viabilidad del
pedido, correspondiendo a la querella, en forma autónoma, impulsar los
procedimientos al comienzo de un asunto, conforme lo establecen los art. 180 y
concordantes del C.P.P.N., y al finalizar la instrucción, de acuerdo a lo dispuesto en
los arts. 346 y concordantes del mismo cuerpo legal, para obtener su elevación a
juicio, con las limitaciones correspondientes”. Concluyó manifestando que el
querellante queda legitimado “para actuar de esa forma en solitario, desde el
comienzo de una causa penal, o en la etapa del juicio, sin que sea necesaria la
intervención del Ministerio Público Fiscal”.
3. A los efectos de determinar si el fiscal puede ser excluido de la
intervención en el proceso, debe comenzarse por ubicar y clasificar el derecho
procesal penal. En tal sentido, dice Julio B. Maier, en su “Derecho procesal penal
argentino” (Bs. As., Edit. Hammurabi S.R.L., primera edición, 1989, págs. 124/5) que
no se discute que el derecho procesal penal es una rama del derecho público, tanto si
se lo define como el que regula intereses comunitarios, por oposición a los intereses
privados de los individuos (teoría de los intereses), como si en su concepto más
moderno se lo identifica con la relación jurídica que regula. Así es que regula la
actividad de los órganos estatales (sobre todo el tribunal y el ministerio público) que
obran guiados por un interés social (la persecución penal de los delitos). Sigue
diciendo que es menos discutible esta clasificación si se repara en que el derecho
procesal penal tiene como misión realizar el derecho material, del que también se
predica que pertenece al derecho público. Por lo tanto, la persecución penal es, como
la decisión, pública.
Dentro de ese proceso se inserta la acción penal pública u oficial.
Al respecto, Giovanni Leone, en el “Tratado de derecho procesal penal” (Bs. As.,
Ejea, 1990, T. I, pág. 141 y ss.) conceptúa inseparable del canon de la obligatoriedad
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de la norma penal el principio de la acción penal, e incompatible con una visión
democrática de la función penal el principio de discrecionalidad, que sólo podría ser
tolerado en coexistencia con el reconocimiento de la acusación privada; “[...] obligatoriedad significa que el ministerio público, tan pronto como haya llegado a él la noticia
criminis, después de practicadas las eventuales indagaciones preliminares, debe
iniciar la acción penal y no puede, una vez iniciada, dejar de cumplir todos los actos
consiguientes a la promoción de la acción penal”.
En el mismo sentido, Alfredo Vélez Mariconde, en “Derecho
Procesal Penal”, Tomo II (Córdoba, Editorial Lerner, 3a. edic., 1981, pág. 297 y ss.)
dice que “por fuerza de diversos factores (en primer término el concepto vigente de
que el delito ataca intereses colectivos) el orden jurídico ha consagrado un
desdoblamiento formal del Estado, de tal modo que éste instituye, además del órgano
jurisdiccional, otro encargado de excitarlo, y de requerirle una justa decisión sobre el
fundamento de una determinada pretensión jurídico penal: el Ministerio Público [...];
cuando no se concede el ejercicio de la acción penal exclusivamente a los
particulares [...] la institución del Ministerio Público es ineludible [...]. En definitiva, la
función requirente (bajo el aspecto objetivo) consiste en la actividad de excitar el
ejercicio de la función jurisdiccional, solicitando del Tribunal la decisión justa sobre el
fundamento de una determinada pretensión jurídico penal [...]; la función [...]
requirente procura también ‘mantener y actuar el orden jurídico’”.
Vincenzo Manzini, en “Tratado de Derecho Procesal Penal”
(Chile, Ejea, 1951, pág. 311 y ss.), dice que en el sistema procesal italiano “el
acusador es un órgano público que tiene, por así decirlo, el monopolio de la acción
penal [...]. El ministerio público cumple en idéntica forma su función, ya respecto de
los delitos perseguibles de oficio, ya en orden a los perseguibles a querella del
ofendido, toda vez que el derecho de querella no es ya un derecho de acusación o de
acción, sino sólo una condición de punibilidad [...]. Por tanto, el acusador, como sujeto
del proceso penal, se identifica con el ministerio público”.
Clariá Olmedo, en su “Tratado de derecho procesal penal”, Tomo
II (Bs. As., Ediar S.A. Editores, 1962, pág. 292 y ss.) indica que “en todos los códigos
argentinos [...] al ministerio fiscal le está atribuido el ejercicio del poder de acción
penal del Estado (salvo los casos del art. 73, C. Penal), ya en forma de monopolio, ya
permitiendo la actuación conjunta del querellante particular. Este ejercicio comprende
la actividad promotora del proceso para provocar la instrucción de la causa o dar base
al plenario, y toda la subsiguiente destinada a excitar la jurisdicción para que se
investigue y resuelva acerca del objeto procesal propuesto. [...] Los posteriores actos
de ejercicio de la acción son cumplidos por el funcionario correspondiente del
ministerio fiscal mediante la intervención durante toda la marcha del proceso y la
efectiva participación en los actos con respecto a los cuales la ley lo autoriza o se lo
impone. [...] El poder de provocar la iniciación del proceso en su momento instruccional, para ningún código argentino es exclusivo de este órgano público. Esto nos
remite a las formas de iniciación del sumario, que varía según las legislaciones; [...]
mas cualquiera sea el medio de promoción, el funcionario correspondiente del
ministerio fiscal no puede quedar excluido del posterior ejercicio de la acción penal, a
cuyo fin desde el primer momento debe dársele la correspondiente intervención”.
Siguió afirmando el autor que “Es el titular del ejercicio de la
acción penal, cuyas consecuencias debe soportar el imputado a través de la
jurisdicción, y sin el cual no debería existir actividad procesal válidamente cumplida
[...]. El ministerio fiscal es una corporación legalmente organizada de funcionarios
públicos, instituida en general para la defensa de determinados intereses de la
colectividad [...]. Fuera de la más general misión de proteger en el orden judicial la
soberanía o autonomía del Estado y velar por el cumplimiento de las leyes en todo
aquello en que pueda ser afectado el orden público, [...] tiene en sus manos la
custodia de los intereses patrimoniales del fisco, y por otro la del interés social de
justicia o la justa aplicación de la ley”. Surge así que el Ministerio Público Fiscal, para
la doctrina, no puede ser excluido del proceso penal, cuando se tramite un delito de
acción pública.
A efectos de determinar desde el punto de vista constitucional y
legal si podría aplicarse un criterio diferente, ha de comenzarse por señalar que el
artículo 120 de la Constitución Nacional, en la Segunda Parte, Título Primero, Sección
Cuarta del Ministerio Público, establece que “El Ministerio Público es un órgano
independiente con autonomía funcional y autarquía financiera, que tiene por función
promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de los intereses
generales de la sociedad, en coordinación con las demás autoridades de la República
[...]”.
Por su parte, el art. 5° del Código Procesal Penal, en el Título II
(“Acciones que nacen del delito”), Capítulo I (“Acción penal”), dice que “La acción
penal pública se ejercerá por el ministerio fiscal, el que deberá iniciarla de oficio
siempre que no dependa de instancia privada. Su ejercicio no podrá suspenderse,
interrumpirse ni hacerse cesar, excepto en los casos expresamente previstos por la
ley”.
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La Ley Orgánica del Ministerio Público prescribe que “El
Ministerio Público es un órgano independiente, con autonomía funcional y autarquía
financiera, que tiene por función promover la actuación de la justicia en defensa de la
legalidad y de los intereses generales de la sociedad [art. 1°, primer párrafo]”, que a él
corresponde -art. 25- “a) Promover la actuación de la justicia en defensa de la
legalidad y de los intereses generales de la sociedad. b) Representar y defender el
interés público en todas las causas y asuntos que conforme a la ley se requiera. c)
Promover y ejercer la acción pública en las causas criminales y correccionales, salvo
cuando para intentarla o proseguirla fuere necesario instancia o requerimiento de
parte conforme las leyes penales. [...] g) Velar por la observancia de la Constitución
Nacional y las leyes de la República. h) Velar por el efectivo cumplimiento del debido
proceso legal [...]”. Además, en su artículo 29, bajo el título “Principio de Legalidad”,
estatuye que “Cuando se tratare de una acción pública, el Ministerio Público actuará
de oficio. La persecución penal de los delitos de acción pública deberá ser promovida
inmediatamente después de la noticia de la comisión de un hecho punible y no se
podrá suspender, interrumpir o hacer cesar, salvo en los casos y bajo las formas
expresamente previstas en la ley”.
Las normas señalan sin esfuerzo que la actuación del fiscal no
busca la protección de sus derechos o intereses -como el querellante- sino los que las
normas citadas indican.
Con claridad se desprende de los textos normativos no sólo que
la acción penal (pública) en manos del fiscal no puede suspenderse, interrumpirse o
hacerse cesar, salvo disposición legal -no prevista para este caso-, sino que tampoco
existe previsión legal que permita su exclusión por solicitar el sobreseimiento del
encausado.
Si se recuerda el criterio y resolución tomada por la cámara de
apelaciones en esta causa donde, ante el pedido de sobreseimiento del fiscal, anuló
el procedimiento de consulta establecido en el artículo 348 del código instrumental y
apartó al Ministerio Público Fiscal de la causa, se advierte que la cámara a quo ha
fallado contra legem, defecto que se adscribe a uno de los supuestos de arbitrariedad
establecidos por la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Respecto a este punto, reprodujo Néstor P. Sagüés en “Recurso
extraordinario” (Bs. As., Edit. Astrea, 1992, T. 2, pág. 200 y ss.) que “Orgaz ha
enseñado [...] que la sentencia arbitraria no tiene otro fundamento que la voluntad del
juez, quien se ha apartado al sentenciar de lo dispuesto por la ley, o ha interpretado
irrazonablemente a ésta”, expresándose Bianchi en términos similares.
Por otra parte, no convalida dicho proceder la cita del caso
“Santillán, Francisco A.” de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, resuelto el 13
de agosto de 1998 (Fallos 321:2021) aunque diga lo que la cámara de apelaciones
pretende extraer de su texto.
Por el contrario, su mera lectura revela que lo que hizo la Corte
Suprema fue garantizar al querellante en el proceso penal las funciones a las que
está facultado. En el precedente de mención el Alto Tribunal recordó que “si bien
incumbe a la discreción del legislador regular el marco y las condiciones del ejercicio
de la acción penal y la participación asignada al querellante particular en su
promoción y desarrollo, desde que se trata de lo atinente a la más acertada
organización del juicio criminal (Fallos: 253:31), todo aquel a quien la ley reconoce
personería para actuar en juicio en defensa de sus derechos está amparado por la
garantía del debido proceso legal consagrada por el art. 18 de la Constitución
Nacional, que asegura a todos los litigantes por igual el derecho a obtener una
sentencia fundada previo juicio llevado en legal forma (Fallos: 268:266, considerando
2°). Ello en el marco del derecho a la jurisdicción consagrado implícitamente en el art.
18 de la Carta Magna y cuyo alcance, como la posibilidad de ocurrir ante algún
órgano jurisdiccional en procura de justicia y obtener de él sentencia útil relativa a los
derechos de los litigantes (Fallos: 199:617; 305:2150, entre otros), es coincidente con
el que reconocen los arts. 8°, párrafo primero, de la Convención Americana sobre
Derechos Humano y 14.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos”.
Por otra parte, recalcó que “es misión de los jueces contribuir al
eficaz y justo desempeño de los poderes atribuidos al Estado para el cumplimiento de
sus fines del modo más beneficioso para la comunidad y los individuos que la forman
(confr. doctrina de Fallos: 315:1922), y en el logro de este propósito de asegurar la
administración de justicia no deben estar cegados al principio de supremacía
constitucional para que esa función sea plena y cabalmente eficaz (confr. doctrina de
Fallos: 308:490 y 311:2478, entre otros)”.
Bajo los mismos principios y del mismo modo que afianzó las
garantías del acusador particular en el proceso penal debe procederse respecto del
fiscal. Por consiguiente, excluirlo del proceso por voluntad y criterio del juzgador sin
que exista previsión normativa dictada por el legislador implicaría e implica en este
caso una incoherencia procesal, y una desigualdad de trato a las partes en el proceso
penal. Cabe poner de manifiesto que mediante la resolución en crisis se privó a un
representante del Ministerio Público Fiscal de la misión atribuida por la ley -plasmada
Poder Judicial de la Nación
en la ley 24.946, en su artículo 25, de anterior transcripción-, situación que ha de
remediarse por vía de este remedio procesal extraordinario.
Resulta, por lo expuesto, afirmativa la respuesta a esta primera
cuestión.
El doctor Alfredo H. Bisordi dijo:
1. De la re-lación
de los antecedentes de la cuestión que debe resolverse -confr. los resultandos de la
presente, a los que cabe enviar en razón de brevedad- se desprende que el Fiscal
General actuante ante la cámara de apelaciones a quo recurrió por vía de casación
los puntos II y III del pronunciamiento de fs. 147. Por el primero, se declaró la nulidad
del auto que elevó la causa en consulta por aplicación del art. 348 del C.P.P.N.; y, por
el segundo, se apartó al Ministerio Público Fiscal para actuar en el enjuiciamiento del
imputado como consecuencia del requerimiento de elevación a juicio formulado por el
querellante.
Ha de entenderse -ya que el mencionado fiscal consintió el punto
I del citado auto, en cuanto declaró la inconstitucionalidad del art. 348 del C.P.P.N.que su agravio contra lo decidido en el punto II se ciñe a que, según su criterio, la
consulta debe ser mantenida pero debe ser evacuada por él y no por la cámara de
apelaciones. En tanto que la protesta contra lo resuelto en el punto III se asienta en
que, a su juicio, el particular damnificado carece de aptitud para promover
autónomamente el juicio contradictorio -mediante el requerimiento de elevación a
juicio- razón por la cual resultaría desprovisto de sustento constitucional y legal el
apartamiento del representante del Ministerio Público Fiscal a ese fin.
2. En uno de sus más antiguos precedentes (“Borenholtz,
Bernardo s/ recurso de casación”, causa N° 37, reg. N° 44, del 28/9/93), la Sala
estudió el emplazamiento del querellante en el Código Procesal Penal de la Nación en
los siguientes términos: “[considerando 4°] Resulta un dato muy conocido que el
doctor Ricardo Levene (h.) autor del Proyecto que, con modificaciones introducidas
por el H. Congreso de la Nación, se ha convertido en el actual Código Procesal Penal
de la Nación, había eliminado la función procesal, conocida como querellante
conjunto o acusador particular, que eventualmente puede incorporarse en calidad de
parte a un proceso penal en el que se investiga un delito de acción pública (confr. la
respectiva ‘Exposición de motivos’, Libro Primero, ‘las partes y defensores’, ‘Actor
Civil y civilmente demandado’, en cuyo primer párrafo puede leerse: ‘Como lógica
consecuencia de haberse eliminado el querellante particular en los delitos de acción
pública, sólo se admite al damnificado como simple parte civil...’). Y aun el miembro
informante del dictamen de la mayoría de la Comisión de Asuntos Penales y
Regímenes Carcelarios de la Cámara de Senadores, doctor Arturo J. Jiménez
Montilla, elogió la actitud del autor del Proyecto en estos términos: ‘Asimismo,
valoramos la eliminación de todo vestigio de venganza, suprimiendo esa verdadera
rémora que constituye la presencia del querellante en paridad de condiciones y
ejerciendo las atribuciones propias del Ministerio Público en cuanto defensor del
interés social vulnerado por el hecho antijurídico’. No obstante tan clara oposición a la
figura del querellante por parte del proyectista e, inicialmente, del H. Senado, fue a
iniciativa de la H. Cámara de Diputados de la Nación que se introdujo al nuevo
ordenamiento ritual aquella figura, justificándose esa introducción en estos términos:
‘... se ha considerado insuficiente la participación de la víctima en el proceso que le
acuerda la institución del actor civil, ya que éste carece de facultades para opinar
sobre el mérito de la instrucción y promover la elevación a juicio, o recursivas frente a
resoluciones judiciales que ponen fin o limitan la persecución penal (desestimación de
la denuncia, sobreseimiento, absolución). Se ha incorporado, entonces, como capítulo
IV inmediato al ya referenciado, la figura del querellante particular como parte
eventual en el proceso, quien si bien no está munido de potestad acusatoria
autónoma, tiene amplias facultades para apoyar la labor del ministerio fiscal en ese
sentido y completar aquella carencia de instrumentos del actor civil a que aludimos’
(confr. el dictamen de mayoría y el informe que lo acompaña). Finalmente, esta
reseña de los antecedentes legislativos referentes a la cuestión debe completarse con
el informe rendido por el señor Ministro de Justicia de la Nación, doctor León C.
Arslanian, en la sesión del H. Senado celebrada el 21 de agosto de 1991. En esa
oportunidad dijo el funcionario: ‘Hemos sido receptivos de la demanda efectuada por
el foro local en cuanto a la inclusión del querellante o acusador particular en el
proceso penal. Ustedes saben que el proyecto del doctor Levene (h.) no lo
Poder Judicial de la Nación
contemplaba. Entonces creímos que era conveniente hacerlo. Tal vez no lo haya sido
en la medida requerida por los colegios, que querían un querellante pleno como el
que existe en este momento en el Código Nacional. Sólo le retaceamos una facultad:
la de poder ejercer autónomamente la pretensión penal en el proceso. Lo hemos
hecho, no porque no creamos en la institución del querellante sino porque su inclusión
debe ser respetuosa del régimen de la oralidad. Un proceso oral no puede ser nunca
un pretexto o motivo para la diatriba, el agravio, la injuria, el descrédito, la difamación.
No se puede conceder un escenario para que cualquiera ventile sus agravios o pujas
personales exponiendo odios o demás. Hemos querido, entonces, que esa
intervención en el proceso oral esté siempre acompañada de la intervención del
Ministerio Público Fiscal, que le de sustento a la pretensión punitiva. Por eso,
auspiciamos la figura del querellante adhesivo, y no del querellante autónomo. Esto
no significa que no le concedamos grandes facultades de otro orden. Puede generar
incidentes, puede apelar todo tipo de resoluciones; asimismo, puede provocar la
intervención de la cámara de apelaciones cuando el fiscal no formulara acusación, a
efectos de controlar, de esa manera, dicha decisión fiscal. Les hemos dado facultades
plenas, inclusive puede interponer recurso de casación u ofrecer medios de prueba e
intervenir en la sustentación de la misma’. 5°) Que, en definitiva, en el código
aprobado por la ley 23.984 se contempla -en el Libro I, Título IV, Capítulo IV- entre las
partes del proceso penal, al ‘querellante particular’. Así, en el artículo 82 del C.P.P. y
en lo que aquí interesa se otorga derecho o legitimación para querellar a ‘toda
persona con capacidad civil particularmente ofendida por un delito de acción pública’,
y en tal carácter a ‘impulsar el proceso, proporcionar elementos de convicción,
argumentar sobre ellos, y recurrir con los alcances que en este Código se
establezcan’. Y en el art. 84, por remisión al art. 90, se establece que dicha persona
podrá constituirse en parte querellante ‘en cualquier estado del proceso hasta la
clausura de la instrucción’, y que la resolución acerca de esa pretensión -que debe
dictarse por decreto fundado en el plazo de tres días- es apelable. Además, el artículo
5° del mismo código prescribe que ‘la acción penal pública se ejercerá por el
Ministerio Fiscal’, el 174 prevé que ‘toda persona que se considere lesionada por un
delito cuya represión sea perseguible de oficio... podrá denunciarlo al juez, al agente
fiscal, o a la policía...’, y ‘... con las formalidades previstas en el capítulo IV, Título IV
del Libro Primero, podrá pedirse ser tenido por parte querellante’; el 179 destaca que
‘el denunciante no será parte en el proceso...’, en tanto, que el 180, que el juez que
reciba una denuncia de delito de acción pública deberá transmitirla al agente fiscal,
quien podrá requerir la instrucción (art. 188), la desestimación de aquélla cuando el
hecho no constituya delito o no sea posible proceder (art. 191), o su remisión a otra
jurisdicción; el mismo art. 180 del C.P.P. señala que ‘la resolución que disponga la
desestimación de la denuncia o su remisión a otra jurisdicción, será apelable aun por
quien pretendía ser tenido por parte querellante’. Por su parte, el art. 195 del C.P.P.,
referente a la forma de iniciación de la actividad instructoria -son ellas el requerimiento fiscal, o la prevención o información policial-, asegura a la parte querellante el
recurso de apelación contra la decisión judicial que rechace el requerimiento u ordene
el archivo de las actuaciones policiales por no constituir delito el hecho imputado, o
por la imposibilidad de proceder. El mismo recurso pone al alcance de dicha parte el
art. 311 para impugnar el auto de falta de mérito y los artículos 337 y 352 para
cuestionar el sobreseimiento decretado. Asimismo, el artículo 339 autoriza al
acusador particular a oponer excepciones de previo y especial pronunciamiento; el
340 a emitir opinión respecto de las opuestas por otras partes; y el 345 a apelar lo
resuelto en el respectivo incidente. En cuanto a la etapa intermedia entre la
instrucción preparatoria y la apertura del juicio, el querellante conjunto es oído acerca
de si la instrucción se encuentra completa, y si corresponde el sobreseimiento o la
elevación de la causa a juicio (arts. 346 y 347 del C.P.P.); puede solicitar diligencias
probatorias y oponerse al sobreseimiento pedido por el fiscal, estimando que debe
elevarse la causa a plenario, solicitud que obliga al juez a dar intervención a la
cámara de apelaciones para que decida esa pretensión (art. 348 del C.P.P.). Durante
el juicio, la parte querellante puede ofrecer prueba, pedir una instrucción
suplementaria, articular nulidades y otras cuestiones preliminares, oponer
excepciones no planteadas anteriormente, asistir al debate e intervenir en él, alegar
sobre la prueba recibida en la audiencia, y formular su acusación, y ejercer el derecho
de réplica (arts. 354, 355, 357, 358, 359, 374, 376, 389 y 393 del C.P.P.). Y, por fin,
en la etapa eventual de las impugnaciones, dicha parte -con arreglo a la norma
genérica del art. 435 del C.P.P., según la cual ‘podrá recurrir de las resoluciones
judiciales sólo en los casos expresamente previstos en este código’- puede interponer
el recurso de casación ‘en los mismos casos en que puede hacerlo el Ministerio
Fiscal’ (art. 460 del C.P.P.). Es decir, puede recurrir -además de ‘los autos que
pongan fin a la acción, a la pena, o hagan imposible que continúen las actuaciones o
denieguen la extinción, conmutación o suspensión de la pena’, según el art. 457- ‘de
la sentencia absolutoria, cuando haya pedido la condena del imputado a más de tres
años de pena privativa de la libertad, a multa de doscientos mil australes o a
Poder Judicial de la Nación
inhabilitación por cinco años o más’; y ‘de la sentencia condenatoria, cuando se haya
impuesto una pena privativa de la libertad inferior a la mitad de la requerida’ (art. 458,
inc. 1° y 2°, del C.P.P.). También podrá interponer contra tales decisiones definitivas
el recurso de inconstitucionalidad (art. 474 del C.P.P.). 6°) Que de la exposición
efectuada precedentemente acerca de cómo ha quedado legislada la figura del
querellante por delito de acción pública en el nuevo ordenamiento procesal, pueden
extraerse las siguientes conclusiones: a) que está legitimada para asumir esa función
procesal la persona que en forma especial, singular, individual y directamente resulta
afectada por el daño o peligro que el delito importe, por lo cual en este aspecto no
existe ninguna diferencia con el derogado régimen del Código de Procedimientos en
Materia Penal (arts. 14 y 170); b) que por el juego armónico de los arts. 5°, 84, 90,
174, 179, 180 y 195 del C.P.P., dicha persona particularmente ofendida por un delito
de acción pública puede llevar la notitia criminis a la autoridad (juez, fiscal o policía).
Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en el anterior régimen procesal, esa
presentación -aunque fuese acompañada de una solicitud de constitución en parte
querellante-, no se considera ejercicio de la acción penal, pues ésta sólo puede ser
ejercida ahora por el Ministerio Fiscal mediante el requerimiento de la instrucción. El
proceso penal, entonces, no puede ser promovido por la instancia del particular
ofendido, y éste, en consecuencia, únicamente puede incorporarse como parte a un
proceso ya iniciado y hasta la clausura de la instrucción; c) que el querellante
conjunto -también a diferencia de lo que ocurría en el régimen anterior- carece de
autonomía en el ejercicio de la pretensión penal, ya que el juicio no puede abrirse sino
por acusación del fiscal; empero, le está permitido controlar la actividad de éste
mediante la oposición al sobreseimiento que hubiese pedido, ya que su sola opinión
de que la causa debe elevarse a juicio obliga al juez a dar intervención a la cámara y,
de ese modo, puede obtener eventualmente una decisión que ordene el avance del
proceso a la siguiente etapa: el plenario; y, d) que, en lo demás, el acusador particular
tiene amplias atribuciones para estimular e impulsar la investigación, así como de
contradicción y argumentación; y se le reconocen expresas facultades recursivas para
provocar el control por los tribunales de alzada de la actuación jurisdiccional y fiscal, a
punto tal que puede apelar la decisión que no lo admite como parte, la desestimación
de la denuncia por inexistencia de delito o por incompetencia aun cuando no hubiese
sido tenido por parte, el rechazo del requerimiento de instrucción o el archivo de las
actuaciones policiales, el auto de falta de mérito, el sobreseimiento y lo decidido en
materia de excepciones; y recurrir en casación o por la vía de la inconstitucionalidad
las sentencias definitivas o las que resulten equiparables por sus defectos. 7°) Que,
sobre la base de lo dicho hasta aquí con relación al espíritu que animó al legislador,
así como respecto del texto de la propia ley, es posible afirmar que el querellante
conjunto del nuevo ordenamiento procesal vigente para la Nación carece de
autonomía para promover el proceso penal y ejercitar la pretensión punitiva. Sin
embargo, fuera de esa importante limitación, no puede decirse que la suya sea una
‘intervención adhesiva simple’, en la medida en que se le ha conferido una
considerable autonomía de gestión procesal en lo restante. Ello es así, porque ha sido
dotado de amplias facultades de impulso del proceso, de aporte de elementos de
prueba, y de argumentación y contradicción sobre el mérito de esta última y de las
cuestiones jurídicas que pudieren suscitarse en el curso de la causa. Además, esa
autonomía de gestión se evidencia al ponerse a su disposición recursos para
provocar el control de los tribunales de alzada respecto de la actividad del fiscal y del
juez en la promoción del proceso, en el ejercicio de la pretensión punitiva estatal
(acusación) y hasta en lo relativo a la decisión que, en forma anormal o normal, pone
fin a la causa. 8°) Que la Corte Suprema de Justicia de la Nación viene sosteniendo
desde antiguo que ‘la facultad reconocida por la ley a los particulares de hacerse
parte querellante en los delitos de acción pública no es un derecho de propiedad en el
sentido de la ley civil, sino una mera concepción de la ley, susceptible de suprimirse
en todo tiempo’ (Fallos: 143:5), criterio que ha mantenido en el caso de Fallos:
259:401 al decir que ‘la intervención del querellante en el proceso penal por delitos de
acción pública no compromete principio constitucional alguno’; en el de Fallos:
253:31, al sostener que ‘la cuestión atinente al reconocimiento o a la denegación de la
calidad de parte querellante, en los procesos instruidos por delitos de acción pública
al particular damnificado, no reviste carácter federal ni compromete, de por sí, a
ninguna garantía constitucional (Fallos: 205:81; 235:432; 241:40 y otros). Se trata, por
lo contrario, de lo atinente a la más acertada organización del juicio criminal, materia
que en el ámbito de derecho común, y por virtud de las normas pertinentes de
procedimiento, incumbe a la discreción del legislador -nacional y provincial- y que no
da lugar, como principio, a recurso extraordinario’; en el de Fallos: 258:120, y en el de
Fallos: 299:177, en cuyo considerando 5° se reproduce lo dicho en Fallos: 143:5. La
doctrina según la cual la institución del querellante particular es sólo de origen legal,
fue reafirmada implícitamente por la Corte más recientemente, al dictar sentencia en
la causa R.109, XXIII, ‘Riveros, Santiago Omar y otros s/ privación ilegal de la
libertad, tormentos, homicidios, etc.’, con fecha 11 de diciembre de 1990 (conf.
Poder Judicial de la Nación
especialmente, considerandos 3°, 4° y 5°). Asimismo, hasta 1967, el Alto Tribunal
había sentado jurisprudencia en el sentido de que el recurso extraordinario no debía
ser concedido al querellante o particular damnificado, con miras a la obtención de una
condena, salvo en los supuestos de interés o gravedad institucional (Fallos: 219:317;
252:195; 253:31; 254:353; 259:388; 260:114 y 262:144). Sin embargo, en el indicado
año de 1967, la Corte abandonó la jurisprudencia citada en el párrafo anterior, al
dictar sentencia en la causa ‘Otto Wald’ (Fallos: 268:266) y a partir de entonces
‘considera que todo aquel a quien la ley reconoce personería para actuar en juicio en
defensa de sus derechos está amparado por la garantía del debido proceso legal,
consagrada en el art. 18 de la Constitución Nacional, sea que actúe como acusador o
acusado, como demandante o demandado; ya que en todo caso media interés
institucional en reparar el agravio si éste existe y tiene fundamento en la Constitución.
No se observa, en efecto, cuál puede ser la base para otorgar distinto tratamiento a
quien acude a un tribunal peticionando el reconocimiento o la declaración de su
derecho -así fuere el de obtener la imposición de una pena- y el de quien se opone a
tal pretensión, pues la Carta Fundamental garantiza a todos los litigantes por igual el
derecho a obtener una sentencia fundada previo juicio llevado en legal forma
cualquiera sea la naturaleza del procedimiento -civil o criminal- de que se trate’ (los
casos de Fallos: 307:484 y 312:2480, entre otros, son ejemplo de la vigencia de esta
doctrina). 9°) Que, en la medida en que el Código Procesal Penal de la Nación
reconoce personería para actuar en juicio criminal por delito de acción pública al
particular ofendido, su derecho a la jurisdicción debe ser examinado, en acatamiento
a la garantía del debido proceso, de la forma indicada por la Corte a partir de Fallos:
268:266. Al ser ello así, y al haberle otorgado a dicho sujeto el art. 180 del
mencionado Código recurso para cuestionar la desestimación de la denuncia por
inexistencia de delito, decretada por el juez a instancia de fiscal, aun cuando no
hubiese sido tenido por parte querellante, resulta desde todo punto de vista razonable
que tiene derecho a obtener una decisión fundada en los términos que la Constitución
exige: tal pronunciamiento debe ser derivación razonada del derecho vigente con
aplicación a las circunstancias comprobadas de la causa. Y si en el logro de esa
sentencia puede llegar a la instancia de la Corte Suprema por la vía del art. 14 de la
ley 48, es también razonable interpretar que si se da alguna de las causales
habilitantes de la casación (art. 456, inc. 1° y 2°, del C.P.P.), puede interponer este
remedio procesal puesto que, además, no es posible poner en duda que aquella
decisión haga imposible la continuación de las actuaciones (art. 457, idem), ni que
exista legitimación subjetiva del acusador particular (art. 460, ibidem)”.
III. Como se aprecia, de seguirse el criterio del precedente
transcripto, debería darse razón al fiscal recurrente en cuanto a que no podría
proseguirse con el avance del proceso a la etapa del juicio en ausencia de un requerimiento de elevación producido por el fiscal.
Otra ha sido, sin embargo, la interpretación de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación in re: “Santillán” (Fallos: 321:2021), pronunciamiento en el
que entendió -por razones que han sido recordadas en la resolución recurrida y en el
voto que precede al mío, a las que hago expresa remisión en razón de brevedad- que
una adecuada hermenéutica de las normas procesales en juego impone, para evitar
un “serio menoscabo de los derechos asegurados por la Constitución Nacional al
particular querellante”, que se le reconozca “el derecho a formular acusación en juicio
penal”, que incluya la facultad de obtener “un pronunciamiento útil relativo a sus
derechos”. Así lo ha reconocido la Sala recientemente (causa N° 5667, reg. N° 7412,
“Eurnekian, Eduardo s/ recurso de casación”, rta. el 15/2/05) y lo ha reafirmado la
Corte al declarar la inconstitucionalidad del art. 348, segundo párrafo, primera
alternativa, del C.P.P.N. (Q. 162. XXXVIII. “Quiroga, Edgardo Oscar s/ causa N°
4302", del 23 de diciembre de 2004; considerando 37 del voto conjunto de los
doctores Petracchi y Highton de Nolasco; 22 del voto del juez Maqueda; y 24 del voto
del doctor Zaffaroni; implícitamente, votos de los jueces Fayt y Boggiano, quienes
suscribieron anteriormente la doctrina sentada en “Santillán”).
En virtud de lo expuesto, a mi juicio, acierta la decisión venida en
recurso -en otras palabras, no ha incurrido en inobservancia alguna de normas
procesales que implique violación de normas constitucionales- cuando, por remisión a
precedentes propios que cita, concluye en que el presente proceso puede avanzar a
la etapa del juicio -previo tránsito, por cierto, de la llamada “intermedia” entre la
instrucción preparatoria y el debate- con el requerimiento de elevación a juicio
formulado por el querellante conjunto a fs. 131/135.
Sin embargo, la resolución del a quo que es cuestionada por el
Ministerio Fiscal también ha concluido en que el “acusador privado” -debió decir
particular-, en mérito a su facultamiento para requerir, por sí, la elevación a juicio de
la causa, se halla legitimado “para actuar de esa forma en solitario, desde el
comienzo de la causa penal, o en la etapa de juicio, sin que sea necesaria la
intervención del ministerio Público Fiscal”, a cuyo representante, por ello, tuvo “por
apartado” (punto dispositivo III, que viene recurrido, aunque por otra razón, lo que no
Poder Judicial de la Nación
impide la revisión en esta sede, abierta como se encuentra la instancia y por imperio
del art. 168 del C.P.P.N.).
Este apartamiento resulta inadmisible, con arreglo a la
Constitución Nacional, la Ley Orgánica del Ministerio Público, y el Código Procesal
Penal de la Nación. La primera de esas normas, en su art. 120, impone a dicho
Ministerio la función de “promover la actuación de la justicia en defensa de la
legalidad y de los intereses generales de la sociedad”, razón por la cual, cuando esa
promoción existe, como en el caso presente (ver requerimiento instructorio de fs. 29),
y dicha actuación obedece a la presunta comisión de un delito de acción pública (art.
71 del Código Penal) o dependiente de instancia privada (art. 72 idem), la
intervención del fiscal es indispensable, aunque más no sea para defender aquella
legalidad y los indicados intereses, en las causas como esta, en que, promovida la
acción procesal por ese funcionario, luego se negare a ejercitar la pretensión punitiva,
y tal acción prosiguiese su curso porque otro sujeto habilitado la hubiese ejercitado
(arts. 5° y 65 del C.P.P.N.; y arts. 25 -incs. a), b) y c)- de la ley 24.946).
Por ello, y en lo concordante, adhiero al voto de la doctora
Catucci.
El doctor Juan C. Rodríguez Basavilbaso dijo:
Que adhiere al voto del doctor Bisordi y, en lo concordante, al de
la doctora Catucci.
SEGUNDA CUESTIÓN:
Como
lógica
derivación
de
lo
desarrollado y concluido en la anterior, ha de anularse parcialmente la resolución
recurrida, y ordenarse que siga el trámite del proceso con la debida y legal
intervención del Ministerio Público Fiscal.
Por todo ello, a mérito del acuerdo celebrado, el Tribunal
RESUELVE: Anular parcialmente la resolución de fs. 147 (punto dispositivo III), y
ordenar que la causa siga su trámite con la debida y legal intervención del Ministerio
Público Fiscal.
Regístrese, notifíquese en la audiencia a designar, y
oportunamente devuélvase la causa a su procedencia a los efectos indicados.
Fdo: Alfredo H. Bisordi, Juan C. Rodríguez Basavilbaso y Liliana E. Catucci. Ante mi:
Elsa Carolina Dragonetti, Secretaria de Cámara.
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