Poder Judicial de la Nación //la ciudad de Buenos Aires, Capital Federal de la República Argentina, a los 6 días del mes de junio de 2005, se reúne la Sala I de la Cámara Nacional de Casación Penal, integrada por el doctor Alfredo H. Bisordi como Presidente y los doctores Juan C. Rodríguez Basavilbaso y Liliana E. Catucci como Vocales, a los efectos de resolver el recurso de casación deducido por el fiscal contra la resolución de la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional obrante a fs. 147 de esta causa N° 6031, caratulada: “Linares, Martín Maximiliano s/ recurso de casación”, de cuyas constancias RESULTA: 1°) Que la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional declaró la inconstitucionalidad del segundo párrafo del artículo 348 del Código Procesal Penal en el punto I del pronunciamiento; en el II declaró la nulidad del auto de fs. 143, que elevó las actuaciones en consulta por aplicación de la segunda parte del artículo citado; en el III apartó al Ministerio Público Fiscal “respecto del acusado”; y en el IV dispuso que el juez de grado corriera traslado a la defensa del encausado en los términos del artículo 349 del cuerpo legal citado. Contra esa resolución el fiscal dedujo recurso de casación en relación a sus puntos II y III. Denegado porque no se trataba de una resolución definitiva en los términos del artículo 457 del código instrumental, fue concedido, queja mediante, por esta Sala a fs. 186/8, y mantenido por el representante del Ministerio Público Fiscal ante esta instancia a fs. 189. 2°) Que el fiscal de esa cámara de apelaciones interpuso el recurso de casación por el motivo previsto en el inciso 2° del art. 456 del Código Procesal Penal. Discutió la existencia de dos causales. La primera, referente a la indebida separación de un representante del Ministerio Público, que lesiona su participación en el proceso y la autonomía funcional que la Ley Fundamental asigna a ese órgano. La segunda, atinente al exceso cometido por el tribunal al ingresar “al juzgamiento y decisión de asuntos que exorbitan el marco del recurso interpuesto”. Sostuvo que la necesaria excitación de la acción penal por parte del órgano legalmente habilitado para ello, cual es el Ministerio Público Fiscal, no puede ser suplida por la actuación de un particular damnificado constituido como querellante en el proceso. Recordó que es la Constitución Nacional la que diferencia funciones, adjudicando al Poder Judicial la tarea de decidir los conflictos que son puestos en su conocimiento por otro órgano independiente que, según su letra, es el Ministerio Público Fiscal. Por lo tanto -siguió diciendo- el fallo recurrido menoscaba los mandatos de la norma constitucional, toda vez que habilita la etapa oral sólo con la petición de la parte querellante, pese a que el órgano constitucionalmente habilitado a mantener la pretensión punitiva estatal en ese momento es el Ministerio Público Fiscal. Indicó que el art. 348, párrafo segundo, del código instrumental, establece que cuando sólo el querellante formula requerimiento de elevación a juicio, la causa no puede pasar a la etapa oral sin apelarse al procedimiento de consulta previsto en dicho precepto; es decir que, aunque el representante del Ministerio Público Fiscal postulara la desestimación de la denuncia o el archivo del sumario, deberá contarse con la intervención de ese órgano a los efectos de la promoción de la acción penal. Manifestó que en el proyecto original del código vigente, redactado por el doctor Ricardo Levene (h.), no estaba prevista la figura del querellante. Fue introducida por el Poder Ejecutivo Nacional, pero no como autónoma y con idénticas atribuciones a las del acusador público, sino como un sujeto subordinado a él. De ahí la denominación de querellante adhesivo o adjunto. Sostuvo que la postura adoptada en el fallo avasalla la participación del Ministerio Público Fiscal en el proceso, es decir lo preceptuado en el artículo 120 de la Constitución Nacional y en el artículo 167, inc. 2°, del Código Procesal Penal. Por otra parte, entendió que la doctrina del fallo de la Corte Suprema “Santillán”, en el que la cámara a quo se apoyó para resolver en la forma en que lo hizo, no era aplicable al caso. Señaló que en ese precedente, el Alto Tribunal se expidió respecto a la posibilidad de que un tribunal oral dicte un pronunciamiento sólo con la acusación de la parte querellante al momento de la decisión final (art. 393 del C.P.P.), lo que no puede mal entenderse como la posibilidad de suprimir al Ministerio Público Fiscal al momento de promoverse la elevación a juicio. Aclaró que en “Santillán” el fiscal promovió la elevación a juicio y, como dijo la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional en el fallo “Ascolese, Silvia Susana” (dictado el 30 de diciembre de 2003), significa que la Corte exige ese requerimiento, y si en el debate no hay acusación, hace valer el derecho del querellante. Insistió en que no es el querellante quien en forma autónoma puede sustituir la potestad acusatoria de la que está dotado el Ministerio Público Fiscal como único titular habilitado para ejercer la acción pública. Sostener lo contra- Poder Judicial de la Nación rio, agregó, implicaría vulnerar lo expresamente dispuesto en el art. 5° del C.P.P., que prescribe que “la acción penal pública se ejercerá por el Ministerio Fiscal, el que deberá iniciarla de oficio siempre que no dependa de instancia privada...”. En punto al caso en examen, argumentó que los elementos incorporados al legajo son suficientes para demostrar, en la etapa en la que se encuentra, la responsabilidad de Martín Maximiliano Linares, de igual manera que lo hubo considerado la sala I de la cámara a quo al confirmar su procesamiento. De seguido pasó a enunciar y evaluar las piezas probatorias, en particular la deposición de la damnificada Ana María Astorga. Agregó que no considera posible que el legislador hubiese querido erigir al fiscal de primera instancia en “dueño absoluto del ejercicio de la acción” y, en función de los argumentos que antes se sintetizaron, indicó que la sanción de la ley 24.946 significó una derogación tácita del segundo párrafo del art. 348 del C.P.P.N., en cuanto al órgano encargado de evacuar la consulta que deberá hacerse efectiva dentro del mismo ámbito del Ministerio Público Fiscal, con el control que importa la opinión del magistrado jerárquicamente superior a aquel que peticiona un sobreseimiento o la desestimación por inexistencia de delito. Peticionó, en consecuencia, que se casen los puntos dispositivos II y III del pronunciamiento de fs. 147. 3°) Que en la etapa prevista en el art. 465, primera parte, del C.P.P., el fiscal ante esta instancia se agravió por cuanto en la resolución impugnada no se observaron normas establecidas bajo sanción de nulidad. Recalcó que la Constitución Nacional establece en el artículo 120 que el órgano estatal que tiene por función promover la actuación de la justicia es el Ministerio Público. Esta función consiste en el ejercicio de la acción oficiosa requirente en todo proceso de naturaleza penal, en tanto el Estado tiene asumidas las funciones requirentes y decisorias en el ejercicio del monopolio del sistema penal. En la República Argentina deben iniciarse de oficio todas las aciones penales, salvo algunas excepciones (art. 71 del C.P.), y en el orden federal y local de la ciudad de Buenos Aires, el legislador ha reconocido en el Ministerio Público Fiscal la titularidad del ejercicio de esas acciones (arts. 5°, 65 y cctes. del C.P.P.), de modo que toda decisión jurisdiccional que desconozca tales mandatos constitucional y legal se transforma en una resolución arbitraria y carente de toda justificación jurídica. La Corte entendió que la opinión final del Ministerio Público Fiscal podía no ser vinculante para el tribunal una vez ejercida la acción penal pública por el órgano encargado de ello, garantizada la bilateralidad del proceso, y confrontada toda la prueba en un juicio desarrollado ante el órgano estatal decisor (el tribunal). Pero durante todo el proceso, la acción penal fue ejercida por el órgano habilitado para ello. Continuó diciendo que trasladar la argumentación de la doctrina de “Santillán” como se pretende en la resolución impugnada, es decir, la instancia final del debate a todas las etapas del proceso penal, y de ello derivar que un pedido de sobreseimiento del fiscal, no compartido por el juez, habilitaría a apartar al Ministerio Público Fiscal del trámite del proceso, constituye una arbitrariedad manifiesta carente de todo sustento lógico. La omisión del único requisito habilitante de la excitación del órgano estatal jurisdiccional (juez) por parte del órgano estatal requirente (fiscal), implica no observar las formas sustanciales del juicio relativas a la acusación, defensa, prueba y sentencia, en menoscabo de la garantía consagrada en el artículo 18 de la Constitución Nacional (Fallos 125:10; 127:36; 189:34; 308:1557, entre otros) y, sin discusión, en el art. 120 de la Constitución Nacional. Reprodujo las palabras de Manzini referentes a que en virtud del principio de oficialidad, el Ministerio Público está obligado a promover la acción penal de oficio, pero inspirándose en un criterio objetivo de justicia; por lo tanto, aun cuando por su necesaria imparcialidad podría no ser considerado como parte en sentido sustancial, es innegable su condición de parte en sentido formal, pues es necesario reconocer que su intervención en el proceso es esencial (pág. 252). Además, el art. 25 de la Ley Orgánica del Ministerio Público dispone que, entre otras funciones, corresponde al Ministerio Público no sólo promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad y de los intereses generales de la sociedad (inc. 1°), sino también velar por la observancia de la Constitución Nacional y las leyes de la República (inc. g), velar por el debido proceso legal (inc. h), y defender la jurisdicción y competencia de los tribunales. Puso de relieve que el apartamiento del Ministerio Público Fiscal resuelto en autos no sólo viola los más elementales principios procesales de oficialidad y bilateralidad, sino que priva al Estado del órgano encargado de tan importantes funciones de vigilancia, sin que ésta vaya a ser ejercida por otro sujeto procesal. Por lo tanto, ese apartamiento arbitrariamente vulneró la necesaria, esencial e imprescindible intervención del Ministerio Público Fiscal en una causa instruida por un delito de acción pública y consecuentemente debe ser anulada por inobservancia de normas procesales. Citó el fallo de la Sala II de esta Cámara “Sotomayor, Oscar Alberto s/ recurso de casación”, rta. el 30 de noviembre de 2004, reg. N° 7210. Poder Judicial de la Nación Requirió, conforme lo solicitó el fiscal de la instancia anterior, que se anule la resolución impugnada (arts. 5°, 65, 167 -inc. 2°-, 456 -inc. 2°-, y 471 del Código Procesal Penal). 4°) Que, sin más actividad de las partes, y superada la etapa prevista en el artículo 468 del código instrumental, el Tribunal pasó a deliberar, oportunidad en la que se fijaron y votaron las siguientes cuestiones: Primera: ¿Hubo inobservancia de normas procesales sancionada con nulidad?. Segunda: ¿Qué decisión corresponde adoptar?. PRIMERA CUESTIÓN: La doctora Liliana E. Catucci dijo: 1. El repaso de las actuaciones revela que el fiscal ante la instrucción pidió el sobreseimiento de Martín Maximiliano Linares; o, en su defecto, solicitó el dictamen del fiscal de cámara sobre la procedencia de la elevación a juicio; o, eventualmente, la prosecución del proceso con la intervención exclusiva de la querella (fs. 139/142). El juez de primera instancia elevó la causa en consulta al Superior por aplicación de la segunda hipótesis contenida en el artículo 348 del Código Procesal Penal ante el pedido de elevación a juicio de la acusación particular y el de sobreseimiento por parte de la fiscalía, procedimiento impuesto por la norma (fs. 143). Llegadas las actuaciones a la Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional, resolvió que dado que el caso era sustancialmente idéntico al que habían motivado los precedentes “Storchi, Fernando s/ nulidad” del 8 de marzo, y “Ceteco Argentina S.A. s/ consulta 348 del C.P.P.N.”, decidida el 29 de junio, ambos de 2004 y de la misma Sala, correspondía declarar la inconstitucionalidad del segundo párrafo del art. 348 del cuerpo legal citado (punto I), la nulidad del auto de fs. 143 (punto II), el apartamiento del Ministerio Público Fiscal respecto del acusado (punto III), y que el juez de grado corriera traslado a la defensa del enjuiciado en los términos del art 349 del mismo código, con apoyo en la acusación de la querella de fs. 131/5. En los mencionados precedentes, esa sala consideró inconstitucional la segunda parte del artículo 348 del código de rito, frente a la actual redacción de la Constitución Nacional en relación a la independencia del Ministerio Público Fiscal, sus atribuciones y facultades (art. 120), y por las garantías que se encuentran comprometidas: básicamente, imparcialidad, independencia de poderes, debido proceso y defensa en juicio (arts. 1°, 18, 33 y 116 C.N.); así como por impedir que la víctima, constituida en parte querellante, llegue a juicio en los supuestos en los que el fiscal no requiere la mencionada elevación. Ello, porque el procedimiento establecido en la norma en cuestión puede imponer al Ministerio Público Fiscal la obligación de impulsar la acción penal, contra lo dispuesto por el art. 120 de la Constitución Nacional, que otorga a ese ministerio carácter de autónomo y, por otra parte, interfiere con el papel acusador y requirente, que debe llevar a cabo de manera exclusiva el Ministerio Público Fiscal. No recurrida por el fiscal la declaración de inconstitucionalidad dictada por la cámara de apelaciones, decisión a la que también me avengo -dejando a salvo el criterio de la suscripta- sólo por mérito de la autoridad moral que revisten los fallos del Alto Tribunal, según se lee en el fallo dictado por esta Sala in re: “Quiroga, Edgardo Oscar s/ recurso de casación”, reg. N° 7650, del 12 de mayo del corriente, no ha de discurrirse al respecto. Se pasa entonces a examinar el apartamiento del fiscal decidido en el punto III de la citada resolución. 2. Al respecto, la Sala I de la Cámara a quo también se remitió a su precedente “Storchi”. En éste se reprodujo el comentario del entonces Ministro de Justicia, quien explicó que si bien el proyecto del código con procedimiento oral del doctor Levene (h.) no contiene la figura del querellante, se impulsó la inclusión del acusador particular a instancia de la corporación de abogados y de la población en general, sensibilizada y crítica de los órganos de administración de justicia. Pese a que no lo fue en la medida requerida por los colegios, que querían un querellante pleno como el del código nacional, se le retaceó sólo una facultad: la de poder ejercer autónomamente la pretensión penal en el proceso; ello, porque su inclusión debía ser respetuosa del régimen de oralidad, y dado que “hemos querido [...] que esa intervención en el proceso oral esté siempre acompañada de la intervención del Ministerio Público Fiscal que le dé sustento a la pretensión punitiva. Por eso auspiciamos la figura del querellante adhesivo y no autónomo” (cfr. informe del Ministerio de Justicia ante el Senado de la Nación, publicado en el C.P.P.N., Ed. Abeledo Perrot, págs. 68/9, sin resaltado en el original). En el precedente de cita, el vocal opinante en primer término expresó que: “El déficit, no obstante la inclusión de la querella, vino dado por su carácter adhesivo; esto es: siempre vinculado a la opinión y decisión del Ministerio Público Fiscal. En el caso que nos ocupa ese carácter adhesivo se encuentra Poder Judicial de la Nación expresamente previsto en la norma del 348 que se indicara como de inconstitucional [...]. Se advierte con claridad que el legislador ha considerado inapropiado, en el ámbito de los delitos de acción pública, que el querellante pueda autónomamente provocar la instancia de juicio si no obtiene el apoyo del representante del Ministerio Público Fiscal que actuó en la instrucción de un caso”. Frente a ese criterio, incorporado a la norma, indicó el juez que votó en primer lugar que ante a las críticas de la doctrina y jurisprudencia y opiniones tendientes a modificar esa situación, “frente a una intensa presión de la opinión pública en el sentido de reconocerle a la víctima mayor incidencia en el proceso penal”, se ampliaron criterios tradicionales respecto de la capacidad de legitimación para poder intervenir como acusador en asuntos penales a organizaciones no gubernamentales (ONG´s) por parte de diferentes tribunales del país. Puso de manifiesto -asimismo- que los estudios vinculados a la victimología y víctima-dogmática avanzan para reconocer mayores facultades de participación en el proceso al afectado e incluso que se comienza a hablar de la necesidad de instaurar la figura del querellante popular como existe en España y que, en ese contexto, la Corte Suprema de Justicia de la Nación pronunció el fallo “Santillán” (Fallos: 321:2021), del 13 de agosto de 1998. A consecuencia de este último precedente, entendió el juez mencionado que es legalmente posible elevar a juicio una causa donde se debe juzgar un delito de acción pública sólo con la acusación del querellante. Derivó ese aserto de lo que el Máximo Tribunal dijo en el sentido de que “todo aquel a quien la ley le reconoce personería para actuar en juicio en defensa de sus derechos está amparado por la garantía del debido proceso legal, consagrado por el art. 18 de la C.N., que asegura a todos los litigantes por igual el derecho a obtener una sentencia fundada, previo juicio llevado en legal forma [consid. 11° de ‘Santillán’]”. Siguió expresando que: “Por estos motivos, y sin perjuicio de lo establecido en el art. 5° del C.P.P.N., y del carácter del querellante por adhesión que se le reconoce al particular que interviene en delitos de acción pública (art. 82 y concordantes del C.P.P.N.) considero que en la etapa prevista en el art. 393 del C.P.P.N., no se puede ‘privar de jurisdicción al Tribunal Oral para formular un juicio de culpabilidad o inocencia con apoyo en la pretensión punitiva’ del querellante particular [cfr. considerando 13°]. [...] Para poder llegar a ese momento -el del art. 393 del C.P.P.N.- los efectos del fallo ‘Santillán’ deben retroceder a las situaciones indicadas [...] porque de lo contrario, lo resuelto por la Corte no tendría los alcances indicados. Por estos motivos -dijo- es que, reproduciendo una tradición centenaria que rigió en nuestro país para los delitos de acción pública, se debe hacer extensivo el efecto que surge de ‘Santillán’ también al momento en que al comienzo del asunto, el Ministerio Público Fiscal considera que no se debe impulsar la acción (vgr. cuando se solicita la desestimación por inexistencia de delito, el sobreseimiento, el archivo o reserva, etc.) o cuando entiende que no existe mérito para llevar el asunto a juicio, al momento del artículo 346, C.P.P.N., como ocurre en este caso. Cuando hay un particular damnificado constituido en parte querellante y éste impulsa la acción, sin perjuicio de la opinión del Ministerio Público Fiscal, la jurisdicción se ve obligada a analizar la viabilidad del pedido, correspondiendo a la querella, en forma autónoma, impulsar los procedimientos al comienzo de un asunto, conforme lo establecen los art. 180 y concordantes del C.P.P.N., y al finalizar la instrucción, de acuerdo a lo dispuesto en los arts. 346 y concordantes del mismo cuerpo legal, para obtener su elevación a juicio, con las limitaciones correspondientes”. Concluyó manifestando que el querellante queda legitimado “para actuar de esa forma en solitario, desde el comienzo de una causa penal, o en la etapa del juicio, sin que sea necesaria la intervención del Ministerio Público Fiscal”. 3. A los efectos de determinar si el fiscal puede ser excluido de la intervención en el proceso, debe comenzarse por ubicar y clasificar el derecho procesal penal. En tal sentido, dice Julio B. Maier, en su “Derecho procesal penal argentino” (Bs. As., Edit. Hammurabi S.R.L., primera edición, 1989, págs. 124/5) que no se discute que el derecho procesal penal es una rama del derecho público, tanto si se lo define como el que regula intereses comunitarios, por oposición a los intereses privados de los individuos (teoría de los intereses), como si en su concepto más moderno se lo identifica con la relación jurídica que regula. Así es que regula la actividad de los órganos estatales (sobre todo el tribunal y el ministerio público) que obran guiados por un interés social (la persecución penal de los delitos). Sigue diciendo que es menos discutible esta clasificación si se repara en que el derecho procesal penal tiene como misión realizar el derecho material, del que también se predica que pertenece al derecho público. Por lo tanto, la persecución penal es, como la decisión, pública. Dentro de ese proceso se inserta la acción penal pública u oficial. Al respecto, Giovanni Leone, en el “Tratado de derecho procesal penal” (Bs. As., Ejea, 1990, T. I, pág. 141 y ss.) conceptúa inseparable del canon de la obligatoriedad Poder Judicial de la Nación de la norma penal el principio de la acción penal, e incompatible con una visión democrática de la función penal el principio de discrecionalidad, que sólo podría ser tolerado en coexistencia con el reconocimiento de la acusación privada; “[...] obligatoriedad significa que el ministerio público, tan pronto como haya llegado a él la noticia criminis, después de practicadas las eventuales indagaciones preliminares, debe iniciar la acción penal y no puede, una vez iniciada, dejar de cumplir todos los actos consiguientes a la promoción de la acción penal”. En el mismo sentido, Alfredo Vélez Mariconde, en “Derecho Procesal Penal”, Tomo II (Córdoba, Editorial Lerner, 3a. edic., 1981, pág. 297 y ss.) dice que “por fuerza de diversos factores (en primer término el concepto vigente de que el delito ataca intereses colectivos) el orden jurídico ha consagrado un desdoblamiento formal del Estado, de tal modo que éste instituye, además del órgano jurisdiccional, otro encargado de excitarlo, y de requerirle una justa decisión sobre el fundamento de una determinada pretensión jurídico penal: el Ministerio Público [...]; cuando no se concede el ejercicio de la acción penal exclusivamente a los particulares [...] la institución del Ministerio Público es ineludible [...]. En definitiva, la función requirente (bajo el aspecto objetivo) consiste en la actividad de excitar el ejercicio de la función jurisdiccional, solicitando del Tribunal la decisión justa sobre el fundamento de una determinada pretensión jurídico penal [...]; la función [...] requirente procura también ‘mantener y actuar el orden jurídico’”. Vincenzo Manzini, en “Tratado de Derecho Procesal Penal” (Chile, Ejea, 1951, pág. 311 y ss.), dice que en el sistema procesal italiano “el acusador es un órgano público que tiene, por así decirlo, el monopolio de la acción penal [...]. El ministerio público cumple en idéntica forma su función, ya respecto de los delitos perseguibles de oficio, ya en orden a los perseguibles a querella del ofendido, toda vez que el derecho de querella no es ya un derecho de acusación o de acción, sino sólo una condición de punibilidad [...]. Por tanto, el acusador, como sujeto del proceso penal, se identifica con el ministerio público”. Clariá Olmedo, en su “Tratado de derecho procesal penal”, Tomo II (Bs. As., Ediar S.A. Editores, 1962, pág. 292 y ss.) indica que “en todos los códigos argentinos [...] al ministerio fiscal le está atribuido el ejercicio del poder de acción penal del Estado (salvo los casos del art. 73, C. Penal), ya en forma de monopolio, ya permitiendo la actuación conjunta del querellante particular. Este ejercicio comprende la actividad promotora del proceso para provocar la instrucción de la causa o dar base al plenario, y toda la subsiguiente destinada a excitar la jurisdicción para que se investigue y resuelva acerca del objeto procesal propuesto. [...] Los posteriores actos de ejercicio de la acción son cumplidos por el funcionario correspondiente del ministerio fiscal mediante la intervención durante toda la marcha del proceso y la efectiva participación en los actos con respecto a los cuales la ley lo autoriza o se lo impone. [...] El poder de provocar la iniciación del proceso en su momento instruccional, para ningún código argentino es exclusivo de este órgano público. Esto nos remite a las formas de iniciación del sumario, que varía según las legislaciones; [...] mas cualquiera sea el medio de promoción, el funcionario correspondiente del ministerio fiscal no puede quedar excluido del posterior ejercicio de la acción penal, a cuyo fin desde el primer momento debe dársele la correspondiente intervención”. Siguió afirmando el autor que “Es el titular del ejercicio de la acción penal, cuyas consecuencias debe soportar el imputado a través de la jurisdicción, y sin el cual no debería existir actividad procesal válidamente cumplida [...]. El ministerio fiscal es una corporación legalmente organizada de funcionarios públicos, instituida en general para la defensa de determinados intereses de la colectividad [...]. Fuera de la más general misión de proteger en el orden judicial la soberanía o autonomía del Estado y velar por el cumplimiento de las leyes en todo aquello en que pueda ser afectado el orden público, [...] tiene en sus manos la custodia de los intereses patrimoniales del fisco, y por otro la del interés social de justicia o la justa aplicación de la ley”. Surge así que el Ministerio Público Fiscal, para la doctrina, no puede ser excluido del proceso penal, cuando se tramite un delito de acción pública. A efectos de determinar desde el punto de vista constitucional y legal si podría aplicarse un criterio diferente, ha de comenzarse por señalar que el artículo 120 de la Constitución Nacional, en la Segunda Parte, Título Primero, Sección Cuarta del Ministerio Público, establece que “El Ministerio Público es un órgano independiente con autonomía funcional y autarquía financiera, que tiene por función promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad, de los intereses generales de la sociedad, en coordinación con las demás autoridades de la República [...]”. Por su parte, el art. 5° del Código Procesal Penal, en el Título II (“Acciones que nacen del delito”), Capítulo I (“Acción penal”), dice que “La acción penal pública se ejercerá por el ministerio fiscal, el que deberá iniciarla de oficio siempre que no dependa de instancia privada. Su ejercicio no podrá suspenderse, interrumpirse ni hacerse cesar, excepto en los casos expresamente previstos por la ley”. Poder Judicial de la Nación La Ley Orgánica del Ministerio Público prescribe que “El Ministerio Público es un órgano independiente, con autonomía funcional y autarquía financiera, que tiene por función promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad y de los intereses generales de la sociedad [art. 1°, primer párrafo]”, que a él corresponde -art. 25- “a) Promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad y de los intereses generales de la sociedad. b) Representar y defender el interés público en todas las causas y asuntos que conforme a la ley se requiera. c) Promover y ejercer la acción pública en las causas criminales y correccionales, salvo cuando para intentarla o proseguirla fuere necesario instancia o requerimiento de parte conforme las leyes penales. [...] g) Velar por la observancia de la Constitución Nacional y las leyes de la República. h) Velar por el efectivo cumplimiento del debido proceso legal [...]”. Además, en su artículo 29, bajo el título “Principio de Legalidad”, estatuye que “Cuando se tratare de una acción pública, el Ministerio Público actuará de oficio. La persecución penal de los delitos de acción pública deberá ser promovida inmediatamente después de la noticia de la comisión de un hecho punible y no se podrá suspender, interrumpir o hacer cesar, salvo en los casos y bajo las formas expresamente previstas en la ley”. Las normas señalan sin esfuerzo que la actuación del fiscal no busca la protección de sus derechos o intereses -como el querellante- sino los que las normas citadas indican. Con claridad se desprende de los textos normativos no sólo que la acción penal (pública) en manos del fiscal no puede suspenderse, interrumpirse o hacerse cesar, salvo disposición legal -no prevista para este caso-, sino que tampoco existe previsión legal que permita su exclusión por solicitar el sobreseimiento del encausado. Si se recuerda el criterio y resolución tomada por la cámara de apelaciones en esta causa donde, ante el pedido de sobreseimiento del fiscal, anuló el procedimiento de consulta establecido en el artículo 348 del código instrumental y apartó al Ministerio Público Fiscal de la causa, se advierte que la cámara a quo ha fallado contra legem, defecto que se adscribe a uno de los supuestos de arbitrariedad establecidos por la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Respecto a este punto, reprodujo Néstor P. Sagüés en “Recurso extraordinario” (Bs. As., Edit. Astrea, 1992, T. 2, pág. 200 y ss.) que “Orgaz ha enseñado [...] que la sentencia arbitraria no tiene otro fundamento que la voluntad del juez, quien se ha apartado al sentenciar de lo dispuesto por la ley, o ha interpretado irrazonablemente a ésta”, expresándose Bianchi en términos similares. Por otra parte, no convalida dicho proceder la cita del caso “Santillán, Francisco A.” de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, resuelto el 13 de agosto de 1998 (Fallos 321:2021) aunque diga lo que la cámara de apelaciones pretende extraer de su texto. Por el contrario, su mera lectura revela que lo que hizo la Corte Suprema fue garantizar al querellante en el proceso penal las funciones a las que está facultado. En el precedente de mención el Alto Tribunal recordó que “si bien incumbe a la discreción del legislador regular el marco y las condiciones del ejercicio de la acción penal y la participación asignada al querellante particular en su promoción y desarrollo, desde que se trata de lo atinente a la más acertada organización del juicio criminal (Fallos: 253:31), todo aquel a quien la ley reconoce personería para actuar en juicio en defensa de sus derechos está amparado por la garantía del debido proceso legal consagrada por el art. 18 de la Constitución Nacional, que asegura a todos los litigantes por igual el derecho a obtener una sentencia fundada previo juicio llevado en legal forma (Fallos: 268:266, considerando 2°). Ello en el marco del derecho a la jurisdicción consagrado implícitamente en el art. 18 de la Carta Magna y cuyo alcance, como la posibilidad de ocurrir ante algún órgano jurisdiccional en procura de justicia y obtener de él sentencia útil relativa a los derechos de los litigantes (Fallos: 199:617; 305:2150, entre otros), es coincidente con el que reconocen los arts. 8°, párrafo primero, de la Convención Americana sobre Derechos Humano y 14.1 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos”. Por otra parte, recalcó que “es misión de los jueces contribuir al eficaz y justo desempeño de los poderes atribuidos al Estado para el cumplimiento de sus fines del modo más beneficioso para la comunidad y los individuos que la forman (confr. doctrina de Fallos: 315:1922), y en el logro de este propósito de asegurar la administración de justicia no deben estar cegados al principio de supremacía constitucional para que esa función sea plena y cabalmente eficaz (confr. doctrina de Fallos: 308:490 y 311:2478, entre otros)”. Bajo los mismos principios y del mismo modo que afianzó las garantías del acusador particular en el proceso penal debe procederse respecto del fiscal. Por consiguiente, excluirlo del proceso por voluntad y criterio del juzgador sin que exista previsión normativa dictada por el legislador implicaría e implica en este caso una incoherencia procesal, y una desigualdad de trato a las partes en el proceso penal. Cabe poner de manifiesto que mediante la resolución en crisis se privó a un representante del Ministerio Público Fiscal de la misión atribuida por la ley -plasmada Poder Judicial de la Nación en la ley 24.946, en su artículo 25, de anterior transcripción-, situación que ha de remediarse por vía de este remedio procesal extraordinario. Resulta, por lo expuesto, afirmativa la respuesta a esta primera cuestión. El doctor Alfredo H. Bisordi dijo: 1. De la re-lación de los antecedentes de la cuestión que debe resolverse -confr. los resultandos de la presente, a los que cabe enviar en razón de brevedad- se desprende que el Fiscal General actuante ante la cámara de apelaciones a quo recurrió por vía de casación los puntos II y III del pronunciamiento de fs. 147. Por el primero, se declaró la nulidad del auto que elevó la causa en consulta por aplicación del art. 348 del C.P.P.N.; y, por el segundo, se apartó al Ministerio Público Fiscal para actuar en el enjuiciamiento del imputado como consecuencia del requerimiento de elevación a juicio formulado por el querellante. Ha de entenderse -ya que el mencionado fiscal consintió el punto I del citado auto, en cuanto declaró la inconstitucionalidad del art. 348 del C.P.P.N.que su agravio contra lo decidido en el punto II se ciñe a que, según su criterio, la consulta debe ser mantenida pero debe ser evacuada por él y no por la cámara de apelaciones. En tanto que la protesta contra lo resuelto en el punto III se asienta en que, a su juicio, el particular damnificado carece de aptitud para promover autónomamente el juicio contradictorio -mediante el requerimiento de elevación a juicio- razón por la cual resultaría desprovisto de sustento constitucional y legal el apartamiento del representante del Ministerio Público Fiscal a ese fin. 2. En uno de sus más antiguos precedentes (“Borenholtz, Bernardo s/ recurso de casación”, causa N° 37, reg. N° 44, del 28/9/93), la Sala estudió el emplazamiento del querellante en el Código Procesal Penal de la Nación en los siguientes términos: “[considerando 4°] Resulta un dato muy conocido que el doctor Ricardo Levene (h.) autor del Proyecto que, con modificaciones introducidas por el H. Congreso de la Nación, se ha convertido en el actual Código Procesal Penal de la Nación, había eliminado la función procesal, conocida como querellante conjunto o acusador particular, que eventualmente puede incorporarse en calidad de parte a un proceso penal en el que se investiga un delito de acción pública (confr. la respectiva ‘Exposición de motivos’, Libro Primero, ‘las partes y defensores’, ‘Actor Civil y civilmente demandado’, en cuyo primer párrafo puede leerse: ‘Como lógica consecuencia de haberse eliminado el querellante particular en los delitos de acción pública, sólo se admite al damnificado como simple parte civil...’). Y aun el miembro informante del dictamen de la mayoría de la Comisión de Asuntos Penales y Regímenes Carcelarios de la Cámara de Senadores, doctor Arturo J. Jiménez Montilla, elogió la actitud del autor del Proyecto en estos términos: ‘Asimismo, valoramos la eliminación de todo vestigio de venganza, suprimiendo esa verdadera rémora que constituye la presencia del querellante en paridad de condiciones y ejerciendo las atribuciones propias del Ministerio Público en cuanto defensor del interés social vulnerado por el hecho antijurídico’. No obstante tan clara oposición a la figura del querellante por parte del proyectista e, inicialmente, del H. Senado, fue a iniciativa de la H. Cámara de Diputados de la Nación que se introdujo al nuevo ordenamiento ritual aquella figura, justificándose esa introducción en estos términos: ‘... se ha considerado insuficiente la participación de la víctima en el proceso que le acuerda la institución del actor civil, ya que éste carece de facultades para opinar sobre el mérito de la instrucción y promover la elevación a juicio, o recursivas frente a resoluciones judiciales que ponen fin o limitan la persecución penal (desestimación de la denuncia, sobreseimiento, absolución). Se ha incorporado, entonces, como capítulo IV inmediato al ya referenciado, la figura del querellante particular como parte eventual en el proceso, quien si bien no está munido de potestad acusatoria autónoma, tiene amplias facultades para apoyar la labor del ministerio fiscal en ese sentido y completar aquella carencia de instrumentos del actor civil a que aludimos’ (confr. el dictamen de mayoría y el informe que lo acompaña). Finalmente, esta reseña de los antecedentes legislativos referentes a la cuestión debe completarse con el informe rendido por el señor Ministro de Justicia de la Nación, doctor León C. Arslanian, en la sesión del H. Senado celebrada el 21 de agosto de 1991. En esa oportunidad dijo el funcionario: ‘Hemos sido receptivos de la demanda efectuada por el foro local en cuanto a la inclusión del querellante o acusador particular en el proceso penal. Ustedes saben que el proyecto del doctor Levene (h.) no lo Poder Judicial de la Nación contemplaba. Entonces creímos que era conveniente hacerlo. Tal vez no lo haya sido en la medida requerida por los colegios, que querían un querellante pleno como el que existe en este momento en el Código Nacional. Sólo le retaceamos una facultad: la de poder ejercer autónomamente la pretensión penal en el proceso. Lo hemos hecho, no porque no creamos en la institución del querellante sino porque su inclusión debe ser respetuosa del régimen de la oralidad. Un proceso oral no puede ser nunca un pretexto o motivo para la diatriba, el agravio, la injuria, el descrédito, la difamación. No se puede conceder un escenario para que cualquiera ventile sus agravios o pujas personales exponiendo odios o demás. Hemos querido, entonces, que esa intervención en el proceso oral esté siempre acompañada de la intervención del Ministerio Público Fiscal, que le de sustento a la pretensión punitiva. Por eso, auspiciamos la figura del querellante adhesivo, y no del querellante autónomo. Esto no significa que no le concedamos grandes facultades de otro orden. Puede generar incidentes, puede apelar todo tipo de resoluciones; asimismo, puede provocar la intervención de la cámara de apelaciones cuando el fiscal no formulara acusación, a efectos de controlar, de esa manera, dicha decisión fiscal. Les hemos dado facultades plenas, inclusive puede interponer recurso de casación u ofrecer medios de prueba e intervenir en la sustentación de la misma’. 5°) Que, en definitiva, en el código aprobado por la ley 23.984 se contempla -en el Libro I, Título IV, Capítulo IV- entre las partes del proceso penal, al ‘querellante particular’. Así, en el artículo 82 del C.P.P. y en lo que aquí interesa se otorga derecho o legitimación para querellar a ‘toda persona con capacidad civil particularmente ofendida por un delito de acción pública’, y en tal carácter a ‘impulsar el proceso, proporcionar elementos de convicción, argumentar sobre ellos, y recurrir con los alcances que en este Código se establezcan’. Y en el art. 84, por remisión al art. 90, se establece que dicha persona podrá constituirse en parte querellante ‘en cualquier estado del proceso hasta la clausura de la instrucción’, y que la resolución acerca de esa pretensión -que debe dictarse por decreto fundado en el plazo de tres días- es apelable. Además, el artículo 5° del mismo código prescribe que ‘la acción penal pública se ejercerá por el Ministerio Fiscal’, el 174 prevé que ‘toda persona que se considere lesionada por un delito cuya represión sea perseguible de oficio... podrá denunciarlo al juez, al agente fiscal, o a la policía...’, y ‘... con las formalidades previstas en el capítulo IV, Título IV del Libro Primero, podrá pedirse ser tenido por parte querellante’; el 179 destaca que ‘el denunciante no será parte en el proceso...’, en tanto, que el 180, que el juez que reciba una denuncia de delito de acción pública deberá transmitirla al agente fiscal, quien podrá requerir la instrucción (art. 188), la desestimación de aquélla cuando el hecho no constituya delito o no sea posible proceder (art. 191), o su remisión a otra jurisdicción; el mismo art. 180 del C.P.P. señala que ‘la resolución que disponga la desestimación de la denuncia o su remisión a otra jurisdicción, será apelable aun por quien pretendía ser tenido por parte querellante’. Por su parte, el art. 195 del C.P.P., referente a la forma de iniciación de la actividad instructoria -son ellas el requerimiento fiscal, o la prevención o información policial-, asegura a la parte querellante el recurso de apelación contra la decisión judicial que rechace el requerimiento u ordene el archivo de las actuaciones policiales por no constituir delito el hecho imputado, o por la imposibilidad de proceder. El mismo recurso pone al alcance de dicha parte el art. 311 para impugnar el auto de falta de mérito y los artículos 337 y 352 para cuestionar el sobreseimiento decretado. Asimismo, el artículo 339 autoriza al acusador particular a oponer excepciones de previo y especial pronunciamiento; el 340 a emitir opinión respecto de las opuestas por otras partes; y el 345 a apelar lo resuelto en el respectivo incidente. En cuanto a la etapa intermedia entre la instrucción preparatoria y la apertura del juicio, el querellante conjunto es oído acerca de si la instrucción se encuentra completa, y si corresponde el sobreseimiento o la elevación de la causa a juicio (arts. 346 y 347 del C.P.P.); puede solicitar diligencias probatorias y oponerse al sobreseimiento pedido por el fiscal, estimando que debe elevarse la causa a plenario, solicitud que obliga al juez a dar intervención a la cámara de apelaciones para que decida esa pretensión (art. 348 del C.P.P.). Durante el juicio, la parte querellante puede ofrecer prueba, pedir una instrucción suplementaria, articular nulidades y otras cuestiones preliminares, oponer excepciones no planteadas anteriormente, asistir al debate e intervenir en él, alegar sobre la prueba recibida en la audiencia, y formular su acusación, y ejercer el derecho de réplica (arts. 354, 355, 357, 358, 359, 374, 376, 389 y 393 del C.P.P.). Y, por fin, en la etapa eventual de las impugnaciones, dicha parte -con arreglo a la norma genérica del art. 435 del C.P.P., según la cual ‘podrá recurrir de las resoluciones judiciales sólo en los casos expresamente previstos en este código’- puede interponer el recurso de casación ‘en los mismos casos en que puede hacerlo el Ministerio Fiscal’ (art. 460 del C.P.P.). Es decir, puede recurrir -además de ‘los autos que pongan fin a la acción, a la pena, o hagan imposible que continúen las actuaciones o denieguen la extinción, conmutación o suspensión de la pena’, según el art. 457- ‘de la sentencia absolutoria, cuando haya pedido la condena del imputado a más de tres años de pena privativa de la libertad, a multa de doscientos mil australes o a Poder Judicial de la Nación inhabilitación por cinco años o más’; y ‘de la sentencia condenatoria, cuando se haya impuesto una pena privativa de la libertad inferior a la mitad de la requerida’ (art. 458, inc. 1° y 2°, del C.P.P.). También podrá interponer contra tales decisiones definitivas el recurso de inconstitucionalidad (art. 474 del C.P.P.). 6°) Que de la exposición efectuada precedentemente acerca de cómo ha quedado legislada la figura del querellante por delito de acción pública en el nuevo ordenamiento procesal, pueden extraerse las siguientes conclusiones: a) que está legitimada para asumir esa función procesal la persona que en forma especial, singular, individual y directamente resulta afectada por el daño o peligro que el delito importe, por lo cual en este aspecto no existe ninguna diferencia con el derogado régimen del Código de Procedimientos en Materia Penal (arts. 14 y 170); b) que por el juego armónico de los arts. 5°, 84, 90, 174, 179, 180 y 195 del C.P.P., dicha persona particularmente ofendida por un delito de acción pública puede llevar la notitia criminis a la autoridad (juez, fiscal o policía). Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría en el anterior régimen procesal, esa presentación -aunque fuese acompañada de una solicitud de constitución en parte querellante-, no se considera ejercicio de la acción penal, pues ésta sólo puede ser ejercida ahora por el Ministerio Fiscal mediante el requerimiento de la instrucción. El proceso penal, entonces, no puede ser promovido por la instancia del particular ofendido, y éste, en consecuencia, únicamente puede incorporarse como parte a un proceso ya iniciado y hasta la clausura de la instrucción; c) que el querellante conjunto -también a diferencia de lo que ocurría en el régimen anterior- carece de autonomía en el ejercicio de la pretensión penal, ya que el juicio no puede abrirse sino por acusación del fiscal; empero, le está permitido controlar la actividad de éste mediante la oposición al sobreseimiento que hubiese pedido, ya que su sola opinión de que la causa debe elevarse a juicio obliga al juez a dar intervención a la cámara y, de ese modo, puede obtener eventualmente una decisión que ordene el avance del proceso a la siguiente etapa: el plenario; y, d) que, en lo demás, el acusador particular tiene amplias atribuciones para estimular e impulsar la investigación, así como de contradicción y argumentación; y se le reconocen expresas facultades recursivas para provocar el control por los tribunales de alzada de la actuación jurisdiccional y fiscal, a punto tal que puede apelar la decisión que no lo admite como parte, la desestimación de la denuncia por inexistencia de delito o por incompetencia aun cuando no hubiese sido tenido por parte, el rechazo del requerimiento de instrucción o el archivo de las actuaciones policiales, el auto de falta de mérito, el sobreseimiento y lo decidido en materia de excepciones; y recurrir en casación o por la vía de la inconstitucionalidad las sentencias definitivas o las que resulten equiparables por sus defectos. 7°) Que, sobre la base de lo dicho hasta aquí con relación al espíritu que animó al legislador, así como respecto del texto de la propia ley, es posible afirmar que el querellante conjunto del nuevo ordenamiento procesal vigente para la Nación carece de autonomía para promover el proceso penal y ejercitar la pretensión punitiva. Sin embargo, fuera de esa importante limitación, no puede decirse que la suya sea una ‘intervención adhesiva simple’, en la medida en que se le ha conferido una considerable autonomía de gestión procesal en lo restante. Ello es así, porque ha sido dotado de amplias facultades de impulso del proceso, de aporte de elementos de prueba, y de argumentación y contradicción sobre el mérito de esta última y de las cuestiones jurídicas que pudieren suscitarse en el curso de la causa. Además, esa autonomía de gestión se evidencia al ponerse a su disposición recursos para provocar el control de los tribunales de alzada respecto de la actividad del fiscal y del juez en la promoción del proceso, en el ejercicio de la pretensión punitiva estatal (acusación) y hasta en lo relativo a la decisión que, en forma anormal o normal, pone fin a la causa. 8°) Que la Corte Suprema de Justicia de la Nación viene sosteniendo desde antiguo que ‘la facultad reconocida por la ley a los particulares de hacerse parte querellante en los delitos de acción pública no es un derecho de propiedad en el sentido de la ley civil, sino una mera concepción de la ley, susceptible de suprimirse en todo tiempo’ (Fallos: 143:5), criterio que ha mantenido en el caso de Fallos: 259:401 al decir que ‘la intervención del querellante en el proceso penal por delitos de acción pública no compromete principio constitucional alguno’; en el de Fallos: 253:31, al sostener que ‘la cuestión atinente al reconocimiento o a la denegación de la calidad de parte querellante, en los procesos instruidos por delitos de acción pública al particular damnificado, no reviste carácter federal ni compromete, de por sí, a ninguna garantía constitucional (Fallos: 205:81; 235:432; 241:40 y otros). Se trata, por lo contrario, de lo atinente a la más acertada organización del juicio criminal, materia que en el ámbito de derecho común, y por virtud de las normas pertinentes de procedimiento, incumbe a la discreción del legislador -nacional y provincial- y que no da lugar, como principio, a recurso extraordinario’; en el de Fallos: 258:120, y en el de Fallos: 299:177, en cuyo considerando 5° se reproduce lo dicho en Fallos: 143:5. La doctrina según la cual la institución del querellante particular es sólo de origen legal, fue reafirmada implícitamente por la Corte más recientemente, al dictar sentencia en la causa R.109, XXIII, ‘Riveros, Santiago Omar y otros s/ privación ilegal de la libertad, tormentos, homicidios, etc.’, con fecha 11 de diciembre de 1990 (conf. Poder Judicial de la Nación especialmente, considerandos 3°, 4° y 5°). Asimismo, hasta 1967, el Alto Tribunal había sentado jurisprudencia en el sentido de que el recurso extraordinario no debía ser concedido al querellante o particular damnificado, con miras a la obtención de una condena, salvo en los supuestos de interés o gravedad institucional (Fallos: 219:317; 252:195; 253:31; 254:353; 259:388; 260:114 y 262:144). Sin embargo, en el indicado año de 1967, la Corte abandonó la jurisprudencia citada en el párrafo anterior, al dictar sentencia en la causa ‘Otto Wald’ (Fallos: 268:266) y a partir de entonces ‘considera que todo aquel a quien la ley reconoce personería para actuar en juicio en defensa de sus derechos está amparado por la garantía del debido proceso legal, consagrada en el art. 18 de la Constitución Nacional, sea que actúe como acusador o acusado, como demandante o demandado; ya que en todo caso media interés institucional en reparar el agravio si éste existe y tiene fundamento en la Constitución. No se observa, en efecto, cuál puede ser la base para otorgar distinto tratamiento a quien acude a un tribunal peticionando el reconocimiento o la declaración de su derecho -así fuere el de obtener la imposición de una pena- y el de quien se opone a tal pretensión, pues la Carta Fundamental garantiza a todos los litigantes por igual el derecho a obtener una sentencia fundada previo juicio llevado en legal forma cualquiera sea la naturaleza del procedimiento -civil o criminal- de que se trate’ (los casos de Fallos: 307:484 y 312:2480, entre otros, son ejemplo de la vigencia de esta doctrina). 9°) Que, en la medida en que el Código Procesal Penal de la Nación reconoce personería para actuar en juicio criminal por delito de acción pública al particular ofendido, su derecho a la jurisdicción debe ser examinado, en acatamiento a la garantía del debido proceso, de la forma indicada por la Corte a partir de Fallos: 268:266. Al ser ello así, y al haberle otorgado a dicho sujeto el art. 180 del mencionado Código recurso para cuestionar la desestimación de la denuncia por inexistencia de delito, decretada por el juez a instancia de fiscal, aun cuando no hubiese sido tenido por parte querellante, resulta desde todo punto de vista razonable que tiene derecho a obtener una decisión fundada en los términos que la Constitución exige: tal pronunciamiento debe ser derivación razonada del derecho vigente con aplicación a las circunstancias comprobadas de la causa. Y si en el logro de esa sentencia puede llegar a la instancia de la Corte Suprema por la vía del art. 14 de la ley 48, es también razonable interpretar que si se da alguna de las causales habilitantes de la casación (art. 456, inc. 1° y 2°, del C.P.P.), puede interponer este remedio procesal puesto que, además, no es posible poner en duda que aquella decisión haga imposible la continuación de las actuaciones (art. 457, idem), ni que exista legitimación subjetiva del acusador particular (art. 460, ibidem)”. III. Como se aprecia, de seguirse el criterio del precedente transcripto, debería darse razón al fiscal recurrente en cuanto a que no podría proseguirse con el avance del proceso a la etapa del juicio en ausencia de un requerimiento de elevación producido por el fiscal. Otra ha sido, sin embargo, la interpretación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación in re: “Santillán” (Fallos: 321:2021), pronunciamiento en el que entendió -por razones que han sido recordadas en la resolución recurrida y en el voto que precede al mío, a las que hago expresa remisión en razón de brevedad- que una adecuada hermenéutica de las normas procesales en juego impone, para evitar un “serio menoscabo de los derechos asegurados por la Constitución Nacional al particular querellante”, que se le reconozca “el derecho a formular acusación en juicio penal”, que incluya la facultad de obtener “un pronunciamiento útil relativo a sus derechos”. Así lo ha reconocido la Sala recientemente (causa N° 5667, reg. N° 7412, “Eurnekian, Eduardo s/ recurso de casación”, rta. el 15/2/05) y lo ha reafirmado la Corte al declarar la inconstitucionalidad del art. 348, segundo párrafo, primera alternativa, del C.P.P.N. (Q. 162. XXXVIII. “Quiroga, Edgardo Oscar s/ causa N° 4302", del 23 de diciembre de 2004; considerando 37 del voto conjunto de los doctores Petracchi y Highton de Nolasco; 22 del voto del juez Maqueda; y 24 del voto del doctor Zaffaroni; implícitamente, votos de los jueces Fayt y Boggiano, quienes suscribieron anteriormente la doctrina sentada en “Santillán”). En virtud de lo expuesto, a mi juicio, acierta la decisión venida en recurso -en otras palabras, no ha incurrido en inobservancia alguna de normas procesales que implique violación de normas constitucionales- cuando, por remisión a precedentes propios que cita, concluye en que el presente proceso puede avanzar a la etapa del juicio -previo tránsito, por cierto, de la llamada “intermedia” entre la instrucción preparatoria y el debate- con el requerimiento de elevación a juicio formulado por el querellante conjunto a fs. 131/135. Sin embargo, la resolución del a quo que es cuestionada por el Ministerio Fiscal también ha concluido en que el “acusador privado” -debió decir particular-, en mérito a su facultamiento para requerir, por sí, la elevación a juicio de la causa, se halla legitimado “para actuar de esa forma en solitario, desde el comienzo de la causa penal, o en la etapa de juicio, sin que sea necesaria la intervención del ministerio Público Fiscal”, a cuyo representante, por ello, tuvo “por apartado” (punto dispositivo III, que viene recurrido, aunque por otra razón, lo que no Poder Judicial de la Nación impide la revisión en esta sede, abierta como se encuentra la instancia y por imperio del art. 168 del C.P.P.N.). Este apartamiento resulta inadmisible, con arreglo a la Constitución Nacional, la Ley Orgánica del Ministerio Público, y el Código Procesal Penal de la Nación. La primera de esas normas, en su art. 120, impone a dicho Ministerio la función de “promover la actuación de la justicia en defensa de la legalidad y de los intereses generales de la sociedad”, razón por la cual, cuando esa promoción existe, como en el caso presente (ver requerimiento instructorio de fs. 29), y dicha actuación obedece a la presunta comisión de un delito de acción pública (art. 71 del Código Penal) o dependiente de instancia privada (art. 72 idem), la intervención del fiscal es indispensable, aunque más no sea para defender aquella legalidad y los indicados intereses, en las causas como esta, en que, promovida la acción procesal por ese funcionario, luego se negare a ejercitar la pretensión punitiva, y tal acción prosiguiese su curso porque otro sujeto habilitado la hubiese ejercitado (arts. 5° y 65 del C.P.P.N.; y arts. 25 -incs. a), b) y c)- de la ley 24.946). Por ello, y en lo concordante, adhiero al voto de la doctora Catucci. El doctor Juan C. Rodríguez Basavilbaso dijo: Que adhiere al voto del doctor Bisordi y, en lo concordante, al de la doctora Catucci. SEGUNDA CUESTIÓN: Como lógica derivación de lo desarrollado y concluido en la anterior, ha de anularse parcialmente la resolución recurrida, y ordenarse que siga el trámite del proceso con la debida y legal intervención del Ministerio Público Fiscal. Por todo ello, a mérito del acuerdo celebrado, el Tribunal RESUELVE: Anular parcialmente la resolución de fs. 147 (punto dispositivo III), y ordenar que la causa siga su trámite con la debida y legal intervención del Ministerio Público Fiscal. Regístrese, notifíquese en la audiencia a designar, y oportunamente devuélvase la causa a su procedencia a los efectos indicados. Fdo: Alfredo H. Bisordi, Juan C. Rodríguez Basavilbaso y Liliana E. Catucci. Ante mi: Elsa Carolina Dragonetti, Secretaria de Cámara.