INVERTIR EN TIEMPOS DE INCERTIDUMBRE 1.- Hablemos de filosofía Un filósofo hablando de inversiones. Eso sí que parece una inversión de todas las funciones. Invertir es cosa de economistas, de calculadores, de pragmáticos, de perseguidores del lucro, mientras que la filosofía es un quehacer espiritual, que se ocupa de cosas inútiles y trascendentales. Como verán a lo largo de la conferencia, no estoy de acuerdo con ninguna de las dos cosas. Mi campo de investigación es la inteligencia, y he escrito mucho sobre economía relacionándola con esa gran facultad humana. La inteligencia es nuestro gran recurso vital, y esto supone que también es nuestro gran recurso económico. Relacionar los bienes materiales con la inteligencia no degrada a esta, sino que dignifica a aquellos. Es lo que dijo hace muchos siglos Alfonso X el Sabio, que era, como su apodo indica, un sabio: Los dineros son de amar, pues sin ellos grandes cosas, legítimas y piadosas, no se pueden alcanzar. Tampoco estoy de acuerdo con la idea de que un filósofo debe estar siempre en las nubes o pensando en musarañas metafísicas. Concibo la filosofía como un servicio público. Los que tenemos la suerte de podernos dedicar a investigar –y yo la tengo- no tenemos derecho a elegir nuestros temas de meditación. Debemos salir a la calle, preguntar a la gente por sus preocupaciones –que si son serias desembocan siempre en temas filosóficos-, volver a nuestro despacho a trabajar y, cuando tengamos algo claro que decir, salir de nuevo a la calle y explicárselo a la gente. Por eso, medio en broma medio en serio, suelo decir que “soy un investigador a sueldo”, como los protagonistas de las novelas de detectives. Quien lee mis libros o pide que dé una conferencia o un curso, lo que me está pidiendo es “siga usted investigando sobre este asunto, porque me interesa”. Pues bien, ABANTE ASESORES me ha pedido que investigue sobre el mejor modo de tomar decisiones –también decisiones económicas- en un tiempo de incertidumbre. Y como este es un problema que angustia a mucha gente, he aceptado. Por eso estoy aquí, hablándoles a ustedes de filosofía. 2.- El futuro, una preocupación universal y permanente. Una de las cosas que definen al ser humano es su capacidad de anticipar el futuro. Para bien y para mal. Para bien, porque nos permite decidir inteligentemente nuestro comportamiento, hacer planes y proyectos, prever las consecuencias de nuestros actos. Para mal, porque a la vez aumenta nuestras cautelas y temores. Como explico en mi libro Anatomía del miedo, esta facultad anticipatoria nos convierte en los seres más miedosos del universo. “¿Qué va a ser de mí?”, es una pregunta que nos conmueve a todos por la dificultad que entraña responderla. Cada época histórica tiene una idea del futuro diferente. Hay épocas estáticas, en las que se piensa que todo permanecerá igual, y otras aceleradas, que tienen clara conciencia de los cambios. De éstas, unas, como la sociedad del siglo XIX en Europa, piensan en un progreso indefinido, y otras, como la sociedad occidental actual, piensa que el futuro está lleno incertidumbres. Se ha consolidado la expresión “sociedad del riesgo” para describir nuestro momento histórico. Se vive con gran intensidad la impresión de que el pasado pierde el poder de determinar el futuro. Tomemos por ejemplo la familia o el ahorro. Tradicionalmente eran instituciones y comportamientos que estabilizaban el porvenir. Ahora también, por supuesto, pero dentro de un marco general de inestabilidad que puede provocar mucha angustia. Esta ideología se ha instalado también en el mundo económico.”La tormenta es para siempre. Se acabó la calma”, es una frase que se repite continuamente. El empresario y el financiero, hoy en dia, están expuestos a cambios y peligros constantes que le exigen estar siempre alerta, y que requieren también un nuevo modo de administrar negocios. Esto lo atestigua diariamente la popularidad del libros como el famoso Thriving on Chaos, de Tom Peters. En realidad, podría haberlo titulado con un conocido refrán español: “A río revuelto, ganancia de pescadores”. Aparece también una palabra mágica: “volatilidad”. La menciono porque puede resumir muchos rasgos de la situación. Como saben, la volatilidad es un indicador que pretende cuantificar las probabilidades de cambios bruscos en los precios de distintos valores, en función de diferentes variables económicas. Se habla de un título de “alta volatilidad” cuando puede soportar variaciones importantes al alza o a la baja. Pues bien, casi todas las cosas en este momento se viven como sometidas a una alta volatilidad. Y esto provoca sentimientos contradictorios. De euforia en unos y de angustia en otros. Lo que aumenta la necesidad de aprender a tomar decisiones sobre el futuro. 2.- La anticipación del futuro Así las cosas, el empeño por organizar el futuro, por hacerlo previsible, no ha hecho más que aumentar. Hay que reconocer que los hombres han intentado siempre precaverse por medios racionales o irracionales. Basta comprobar el éxito de augures, videntes, quirománticos, y timadores de mayor o menor cuantía, o el éxito de los horóscopos o de los libros de astrología, para convencerse de ello. Incluso personalidades tan relevantes como Mitterrand, tenían su astrólogo de cabecera –o, mejor dicho, astróloga, Elizabeth Teissier- a quien consultó sobre la guerra del Golfo y el referendum de Maastrich. El astrólogo Maurice Vasset asesoró, al parecer, a De Gaulle de 1944 a 1969. En Wall Street hizo furor hace unos años la astrología financiera. Y algunas consultarías utilizan los horóscopos para seleccionar personal. En 1993, la Inspección de Trabajo francesa dictaminó que no se podía excluir a una persona de un trabajo por el hecho de ser Capricornio. Para evitar estos abusos y enfrentarnos al futuro en las mejores condiciones posibles, desde hace medio siglo se intenta elaborar una ciencia de la previsión: la prospectiva. Hasta tal punto llega nuestra preocupación. De lo que trata, en el fondo, es de aprender a gestionar la incertidumbre. En los años cincuenta, Hermann Kahn fundó el Hudson Institute, dedicado a los “estudios del futuro”. En él se utilizan dos metodologías diferentes. La primera es más imaginativa: ¿Qué pasaría si...? Este programa intentaba anticipar los sucesos más curiosos e improbables. ¿Qué ocurriría si cayera un aerolito en el Pacífico? ¿Qué pasaría si China y Japón se uniesen contra Occidente? El segundo método es más pragmático. Se concreta en el programa SWOT (Strenghts, weakeness, opportunities and Threats), y estudiaba los escenarios que parecían más probables, con el proposito de prepararse para ellos. Tal vez sea la meteorología la que avanza más en los estudios de previsión del futuro, a pesar de los chistes que incesantemente hacemos sobre los “hombres del tiempo”. Su método es introducir gigantescas cantidades de datos en ordenadores potentísimos, y elaborar modelos de acuerdos con las leyes de la física. Datos y modelos son los dos grandes factores de la predicción. El ser humano no permite una previsión tan científica - a pesar de los fantásticos avances de la estadística y del cálculo de probabilidades-, porque las leyes de su comportamiento son más aleatorias. Siempre puede aparecer una novedad, que eche abajo nuestras previsiones. Se cuenta que en 1920 apareció en Madrid una estadística muy inquietante: Si el aumento de coches de caballos seguía al mismo ritmo, se calculaba que en 1940 el estiércol llenaría las calles hasta una altura de dos metros. Esa invasión no se produjo porque apareció el automóvil. Así pues, algo tenemos en claro. La información nos permite predecir y tomar decisiones adecuadas, aunque con el margen de incertidumbre que provoca el comportamiento humano. 3.- La toma de decisiones De lo que se trata es de “tomar buenas decisiones”. El interés por la prospectiva no es teórico, sino práctico. Acerca del futuro hay dos grandes actitudes: la de quien no cree que se pueda gestionar, y la de quien cree que, hasta cierto punto, puede construirse. Estos piensan que no estamos inermes ante el futuro. Los primero, en cambio, creen en el destino. Se asombrarían ustedes de la convicción que tienen muchos jóvenes en que no hay nada que ellos puedan hacer para determinar su futuro. La postura mas sensata es sentirse capaces de decidir, pero no omnipotentes. No se puede pretender eliminar el riesgo. Se trata de convivir con él de la manera más inteligente. Y eso, como veremos, depende en gran parte de la propia estructura de la personalidad. 4.- La inteligencia y el tiempo ¿Cómo se puede aprovechar los recursos personales, sociales, económicos al alcance de cada uno para dirigir su futuro? Ante todo, es preciso saber lo que se quiere. A mis alumnos les pongo con frecuencia ejemplos marineros, porque encuentro muchas semejanzas entre nuestra vida y la navegación a vela. Un barco está sometido a fuerzas que se le imponen –el oleaje, el viento, las corrientes-, pero el arte del timonel está en conseguir aprovechar a su favor incluso elementos que están en contra. ¿No resulta sorprendente que podamos navegar a barlovento, cara al viento? Lo único necesario para poner a prueba esta astucia de la inteligencia es fijar un rumbo. Hay un proverbio marinero muy expresivo: “No hay buen viento para quien no sabe dónde va”. De eso se trata. Por mi profesión tengo que ayudar a nuestros jóvenes en un momento muy delicado: la elección de sus estudios. Acabo de escribir el prólogo de un libro titulado “Elige lo que quieres ser”. La decisión ha de tomarse basándose en tres aspectos: 1.- El conocimiento de las posibilidades 2.- El conocimiento de mis recursos y de mis expectativas. 3.- La anticipación de un modo de vida que me resulte satisfactorio. En ese libro se ofrecen a los jóvenes todas las carreras que pueden elegir, con un breve comentario de personas que han triunfado en ellas –Antonio Garrigues, Ramón Tamames, Amando de Miguel, Fernando Savater, etc. que les expliquen su experiencia vivida. Pero para nada vale esa información si el protagonista no sabe lo que quiere. De nuevo hay que recordar el proverbio marinero: “No hay buen viento para quien no sabe donde va”. Recordaré, porque es relevante para nuestro tema, que según una reciente encuesta de la Universidad de Valencia el ochenta por ciento de nuestros universitarios lo que quiere ser es funcionario. Es decir, la búsqueda de seguridad ha anulado cualquier otra vocación. un plan de vida. 4.- Los planes de vida Fijar el rumbo, en el terreno biográfico, consiste en imaginar un modelo de vida futura que resulte estimulante y atractivo, es decir, que movilice mi energía para intentar conseguirlo. Se trata, pues, de diseñar sus posibilidades. Es triste que muchos adultos al escuchar esta expresión lo que piensen es en un “plan de pensiones”, porque supone un estrechamiento de la mirada. Es, precisamente, para realizar un “modelo de vida “en el futuro, para lo que tendrán que elegir un plan de pensiones....y muchas cosas más. En este punto quiero introducir para el análisis de nuestro trato con el futuro un nuevo término: “inversión”. Ya sé que es un término económico, pero voy a utilizarlo para analizar realidades que no son económicas. No me he convertido en un materialista reductivo, sólo quiero comprobar que el vocabulario económico me permite sacar alguna enseñanza de la realidad. ¿Qué es invertir? Emplear el capital en algo, con vistas a realizar algún proyecto. Por supuesto que con ese proyecto se pretende alcanzar un fin que resulta deseable o bueno, es decir un beneficio, pero esto es, en cierto sentido, secundario. Lo que pretendo es alcanzar un objetivo. Lo que diferencia un mero “deseo” de un “proyecto” –y eso se lo explico a mis alumnos, que no acaban de distinguirlos bien- es que en el “proyecto” invierto algo: mi tiempo, mi esfuerzo, mi trabajo, mis afectos, es decir, una parte de mi capital personal. En La creación económica di una definición de capital que me permite escapar de la acusación materialista al tratar de estos temas. “Capital es un conjunto de recursos acumulados que amplía las posibilidades de acción o de producción de una persona, un grupo o una empresa”. La palabra “recursos” es muy amplia. No sólo es el dinero, es la inteligencia, el ánimo, la energía, las relaciones sociales, los afectos, los saberes, el tiempo. Se llaman recursos porque podemos recurrir a ellos para resolver los problemas. Durante toda la vida hemos acumulado –o despilfarrado- esos recursos. Cuando decimos que la educación es una inversión, nos estamos refiriendo a esto. Cuando invierto ese capital –mi acción, mi tiempo, mi dinero- en algo, lo que estoy intentando es determinar positivamente el futuro. Intentar hacerlo benéfico, beneficioso, productor de beneficios, de buenos sucesos. Con esto, no estoy haciendo una teoría del egoísmo feroz. Una persona que “invierte” cariño, tiempo, dinero, en sus hijos, no está pensando en que sus hijos van a producirle beneficios materiales, sino que contemplar la felicidad de sus hijos le proporciona una intensa alegría. Es cierto que utilizar el lenguaje económico parece encerrarnos en un cálculo frío y, si me apuran, cínico y desesperado. Se está poniendo de moda un cierto “management aplicado a la vida”. Todo individuo debe actuar como si fuera su propia empresa. Por lo tanto, debemos considerar nuestra persona como “Yo, Sociedad limitada”. Se supone que debemos tener un plan de objetivos en la vida, pensar en inversiones a largo plazo, ser flexibles y reestructurar la empresa vital, así como correr los riesgos necesarios con el fin de incrementar los beneficios. Se supone también que una persona tiene que ser, ante todo, un inversor hábil. No solo tiene que aprender la compleja lógica del mercado, también tiene uno que considerar la propia vida emocional como otra forma de inversión. William F. Harley, un famoso consejero matrimonial, propone la idea de que la pareja considere su relación como basada en un imaginado banco emocional. Si la pareja es inteligente, colocará muchos ahorros en su banco emocional en los momentos en que tiene una relación armoniosa. Cuando aparece una crisis necesita un asesor que le ayude a reestructurar sus inversiones. Sus inversiones vitales, claro. Esto es una simplificación casi cómica, pero que tiene un fondo de verdad. La ampliación del concepto de “capital” que hice anteriormente me permite ampliar también la noción de beneficio. Fue un premio Nóbel – Gary Becker- quien pretendió hacer un análisis económico de todos los comportamientos humanos, incluidos, claro está, los no económicos. Su obra Tratado de la familia, produjo un gran escándalo porque, en efecto, consideraba la familia como una fábrica de bienes domésticos. En realidad, lo que estaba suponiendo es que los individuos actúan de manera racional, intentando maximizar sus beneficios. El escándalo se produjo porque no precisó bien el concepto de beneficio. Hay beneficios muy espirituales, muy poco ruines, porque el ser humano no es tan miserable como pensamos y, frente a un afán de comodidad y disfrute, tiene un afán de crear, de hacer que sucedan cosas buenas o bellas, de sentirnos orgullosos de nuestras acciones. Por ejemplo, en alguna de mis obras he indicado la conveniencia de considerar que lo que produce estabilidad en las relaciones de pareja es que sepan establecer un sistema continuado de recompensas recíprocas, de índole muy variada. Y que una manifestación del amor es, precisamente, esforzarse en mantener esa situación beneficiosa para ambos. Echas estas salvedades, retomo la idea de inversión, porque me parece clarificadora. Invierto el capital que tengo para aumentar mis posibilidades en el futuro. Y debo saber las posibilidades que deseo ampliar: posibilidad de gasto, posibilidad de tiempo, posibilidad de estabilidad familiar, posibilidad de entorno social amable, posibilidad ética. Aquí es donde interviene la idea de modelo y de proyecto que expuse antes. Si quiero asegurarme un futuro afectivamente satisfactorio tendré que invertir parte de mi tiempo, de mi esfuerzo, de mis afectos en mis relaciones afectivas. Si quiero un futuro económicamente desahogado, tendré que cuidar mis inversiones económicas. Si lo que me interesa es facilitar el futuro de mis hijos, tendré que enfocarlas de manera diferente. Y es cierto que, dada la complejidad de la situación, y conociendo la importancia de la experiencia y de la información puede ser muy sensato pedir asesoramiento. Pero hay un tema muy importante sobre el que quiero reflexionar, y que nos afecta a todos en el momento de tomar decisiones vitales. Para explicarlo, vuelvo a la metáfora de la inversión. La inversión está tan vertida hacia el futuro que puede llegar a anular el presente. La perfección de la inversión estaría en reinvertir todos los beneficios. No gastar nada, sino lanzar todo los bienes a la conquista del futuro. No consumir nada. El consumo es la valoración del presente, lo contrario a la inversión, que es la valoración del futuro. Nos movemos entre dos excesos radicales: Gastar todo en el presente Invertir todo en el futuro El punto sensato se encuentra entre los dos, pero cada uno tiene que encontrarlo. Esta articulación del consumo y de la inversión, del presente y del futuro, del ahora y del mañana exige una gran sabiduría. Tengo que disfrutar el presente sin diluirme en él, tengo que construir el futuro sin agotarme en ese empeño. Lo ilustraré con dos poemas de Quevedo, uno que habla de la posibilidad de no darse cuenta del presente, y otro de la posibilidad de tropezarse con el futuro sin darse cuenta: Primero, el poema de la fugacidad: Ayer se fue, mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto; soy un fue, y un será. Y un es cansado: Y ahora, el poema de la imprevisión Como el que, divertido, el mar navega, y, sin moverse, vuela con el viento, y antes que piense en acercarse, llega. Pero no nos pongamos tan dramáticos. Una de las cosas que hace falta para enfrentarnos con el futuro es un cierto sentido del humor, que acepte nuestra incertidumbre y nuestras limitaciones con una gran ternura. El sabio Freud, a quien se le escapaban pocas cosas, escribió en plena madurez un libro sobre la comicidad, en el que demostraba que es una actitud devaluadora e implacable, que consiste en reírse de todo. Pero cuando era ya muy anciano escribió un escrito breve sobre el humor, elogiando su dulzura. Es, decía, como una palmadita de consuelo que nos damos a nosotros mismos en la espalda, mientras estamos siendo conscientes de nuestra vulnerabilidad. Y contaba como ejemplo el siguiente sucedido: “Camino del patíbulo, un condenado a muerte pregunta a su guardián: “¿Oiga, que día de la semana es hoy?”. “Lunes”, le contesta. “ Pues sí que empiezo bien la semana”, comenta el reo suspirando. Terminaré como comencé. La inteligencia es nuestro gran recurso, también para este complicado caso de la inversión de nuestro más esquivo capital, que es el tiempo. Se trata de nuestra más comprometida inversión. Ya vemos como una reunión promovida por una Sociedad de inversiones nos ha permitido reflexionar sobre temas importantes de nuestra vida diaria, sobre nuestro modo de ocupar el presente sin olvidar el futuro, sobre la necesidad de pensar si estamos invirtiendo en lo verdaderamente valioso o si, cegados por un determinado tipo de inversiones –las laborales, las económicas- estamos olvidando otras inversiones decisivas, las personales, las familiares, las de amistad, los compromisos éticos, amoroso, religiosos, estéticos. No sé si les habré convencido a ustedes, pero he de reconocer que me he convencido a mi mismo, y por eso me vuelvo a casa a pensarlo. Me interesa mucho invertirme bien.