MAZZARELLI La casa donde nació

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1- MAZZARELLI
La casa donde nació
El tiempo de la espera acogedora – La perla y la concha
+ El contexto familiar
+ Los padres, primeros maestros de vida y de fe.
+ De la paternidad humana al encuentro con Dios Padre, amante de la vida.
María D. pasa los primeros años de su vida en el Caserío de los Mazzarelli; un contexto
familiar abierto y rico de presencias: hermanos, hermanas, la abuela paterna, y dos tíos (hermanos
del papá) con sus respectivas familias. Esta realidad fue el mejor terreno para educar su capacidad
de relaciones sencillas y espontáneas.
Su familia es apreciada por los Mornesinos, porque ven en ella un ejemplo y modelo de relaciones
sanas y auténticas: “La familia Mazzarello por su bondad, orden, limpieza era verdaderamente una
familia modelo. Aunque estaba dedicada a los trabajos del campo, la casa estaba siempre ordenada
y limpia. Vestían con propiedad y con cierta elegancia que no significa lujo, por el contrario, gracia,
orden, limpieza. Y la simpatía de sus rostros y lo agradable de sus conversaciones reflejaban la
belleza de sus almas.”.1
Son personas abiertas no sólo a la acogida sino también a la solidaridad; cuando el cólera atacó al
Pueblo en 1836, muere el hermano de José con su mujer, dejando huérfanas las dos hijas. Entonces
José adopta a la mayor, Doménica de doce años mientras que la otra llamada María se queda con
Nicola el otro hermano.
Los padres, Magdalena y José2 se esmeraron mucho en la educación de sus hijos. Quienes
dieron testimonio en los Procesos (para la canonización de M. Mazzarello), afirmaron que “uno
remediaba las deficiencias del otro”. La madre, de hecho, tenía un temperamento impulsivo y
bastante fogoso, mientras que el padre se mostraba más calmado. María misma le dirá a Petronila
que “la mamá con tantas palabras obtenía casi nada; en cambio el papá hablaba poquísimo y todos
corrían a obedecerle”.3 Su educación era eficaz por el modo que empleaba, pero sobre todo porque
era rica de fe sólida y de vida honesta y transparente. Afirma el Lemoyne: “Sus reflexiones y sus
avisos iban en perfecto acuerdo con su ejemplo, y transmitidos oportunamente dejaban una huella
indeleble en aquella alma sencilla.”4
Él revela una autoridad “seria y dulce”, María recoge este ejemplo, que sintoniza con aquella
capacidad educativa, que cultivada, se revelará como extraordinaria dote de gobierno. Sor
Enriquetta Sorbone da testimonio y dice: “La Madre se hacía amar sin superficialidades y se hacía
temer sin imposiciones”.5
1
MACCONO Ferdinando, Santa Maria D. Mazzarello, Confondatrice e prima Superiora Generale delle Figlie di Maria
Ausiliatrice I, Torino, Istituto FMA 1960, 39.
2
Il padre di Maria D. morirà il 19 settembre 1879 nella cascina di Valponasca. Anche la madre morirà alla Valponasca
il 25 marzo 1894.
3
Cronistoria I 42.
4
LEMOYNE Giovanni Battista, Suor Maria Domenica Mazzarello, in KOTHGASSER Alois – LEMOYNE G. Battista –
CAVIGLIA Alberto, Maria Domenica Mazzarello. Profezia di una vita, Roma, Istituto Figlie di Maria Ausiliatrice
1996, 83.
5
SACRA RITUUM CONGREGATIONE, Beatificationis et canonizationis servae dei Mariae Dominicae Mazzarello. Positio
super virtutibus, Romae, Typis Guerra et Belli 1934, 279.
Del papá, María aprende a vivir el trabajo dentro de una visión cristiana de la vida, dando a cada
ocupación el verdadero significado, sin quitar jamás la oración del trabajo cotidiano y santificando
con amor las fiestas. Trabajando el campo y en el silencio del trabajo manual, aprende a vivir en la
presencia de Dios, a contemplar su acción en la naturaleza, respetándolo y amándolo en sus
creaturas. A partir del trabajo fuerte con los brazos, aprende que en la vida, nada se gana sin
esfuerzo y descubre el valor del sacrificio, pero al mismo tiempo comprende la necesidad de
respetar los ritmos de las estaciones y entra en la escuela sabia y realista de la naturaleza, metáfora
preciosa del trabajo educativo, vivido de espera paciente, de trabajo silencioso, humilde y constante,
de confianza incondicional en los recursos del corazón humano.
El papá la llevaba a los mercados y a las ferias de los pueblos vecinos, una de las pocas
diversiones de aquel tiempo, pero está atento a cualquier cosa que pueda ser contraproducente para
la educación de su hija. La apoyaba en aquello que era del agrado de la joven, como el gusto para
vestir bien, ordenada, sin exageraciones: “Ella contaba cómo el papá la llevó una vez a los
mercados, por necesidad de negocios. Y bien, él sabía interponerse entre ella y aquellos objetos que
no le convenían, con tanta desenvoltura, con tanta agilidad de mente y con frases tan apropiadas,
que me hacía desviar la atención de palabrotas que se escuchaban en la plaza”.6
María D, al ser la hija mayor, tiene un afecto particular por su padre, a quien no quisiera jamás
darle ningún disgusto y a su escuela permanecerá cual discípula fiel. Es el Lemoyne quien afirma
una vez más: “[Madre Mazzarello] exclamaba con frecuencia: - Cuánto debo a la capacidad
industriosa de mi padre! Si en mi hay algo de virtud, se lo debo a mi papá, quien por su pureza de
costumbres y de palabras podría compararse a un santo”7.
En familia María adquiere la confianza en la vida, presupuesto para conquistar la identidad
personal y la capacidad de relacionarse con los demás, requisitos indispensables para llevar a cabo
responsablemente la misión de educadora de sus hermanos y de sus hermanas y que luego pondrá a
disposición de las chicas de Mornese y de las jóvenes del Colegio.
Aunque Maín prometa éxitos en el futuro, sin embargo no está libre de defectos y limitaciones.
La prontitud en las decisiones, la claridad de ideas y de intuiciones y el realismo natural, el sentido
práctico la hacen “salesiana por instinto”, educadora “nata”, pero debe estar atenta, porque la
seguridad que tiene en sí misma puede degenerar en prepotencia. Por eso, mientras ella misma
descubre el gozo y la belleza de ser hija de Dios, es consciente que su camino de “ser cada día, más
hija” es dinámico, continuo y progresivo y requiere el compromiso de formación humana y
cristiana. Es así como el Maccono evidencia tales tareas de desarrollo: “María había heredado de su
madre una índole ardiente, que necesitaba mejorar con la bondad y la dulzura; había heredado de su
padre amplitud de mirada y criterio; pero también tenía una gran tenacidad de juicio, que era
necesario templar con humildad, sumisión y docilidad a fin de que no llegue a convertirse en
terquedad; tenía un corazón sensibilísimo, cuyos afectos era necesario elevar y santificar para que
no fueran botín del mundo. María aunque niña, tenía sentido y agilidad de juicio, energía de
voluntad, y por eso entendía que debía corregirse y dominarse”.8
1. De la experiencia de la paternidad humana al encuentro con el Padre de los cielos
Desde la infancia María demuestra estar abierta a los valores y a la fe. La mediación oportuna del
papá le abre el horizonte al encuentro con el Dios vivo y verdadero que revela en la paternidad, su
identidad más profunda. En la espiritualidad que está madurando en ella, es pues, imposible no
6
LEMOYNE, Suor Maria D. Mazzarello 84.
MACCONO, Santa Maria D. I 24.
8
Ivi 26.
7
pensar en una fuerte presencia de Dios Padre. Un Padre omnipotente, bueno, pero también exigente:
“En el seno de su familia, María había aprendido a pensar en un Dios vivo, un Dios persona, un
Dios que habla en la intimidad del alma, que se manifiesta, se da a conocer con tal que se esté
disponible a escucharlo. Dios Padre era para ella una presencia real, personal, dinámica: la relación
con El era sencilla, marcada por la confianza. Estaba convencida que se puede y se debe hablar
mucho con El también en el dialecto del propio pueblo: esto lo va a enseñar mas tarde a sus
hermanas.
Que ella viviese en la presencia de Dios como un hecho habitual está también evidenciado en la
pregunta que le hizo a su papá cuando era niña: “¿Qué hacía Dios antes de crear el mundo?”.9
La pregunta “¿Qué hacía Dios antes de crear al mundo?”, revela un deseo al cual José responde
con las palabras profundas del catecismo y que dejan “grande impresión” en el corazón y en la
mente de la niña. […] La formulación de la pregunta, nos da a entender también, el modo que tiene
de percibirlo: no se pregunta sobre el ser de Dios, sino sobre su acción, lo cual implica un concepto
existencial, dinámico, concreto, es decir no podía pensarlo inerte, inoperante, sin mundo, sin
personas objeto de su amor”.10
La respuesta del padre, tal vez de difícil comprensión para la niña, nos confirma el rol de José
respecto al crecimiento de la fe de María. Gracias a él, de hecho, se colocaron los fundamentos de la
identidad cristiana en la pequeña, y no únicamente aquellos relativos a los contenidos, sino también
a la experiencia sicológica del ser amada, escuchada, protegida, guiada, perdonada por una persona
significativa como era el padre. Estas disposiciones son preciosas en el crecimiento de la relación
filial con Dios Padre, para conocerlo como Jesús nos lo ha revelado: Abbá. Gracias a esta toma de
conciencia es posible vivir en su presencia, conectar la propia existencia, sintonizarla con El, hacer
su voluntad, realizar aquello que a Él le agrada, vivir en su presencia que no nos abandona jamás y
que nos ayuda a no dejarnos tentar por el mal. “Por otra parte, el pensamiento de tener que dar
cuenta a Dios de las propias opciones y comportamientos la impulsaban a pedir la gracia de sentir
siempre remordimiento de las propias faltas, de tenerles miedo y evitarlas, para no esperarlo como
Juez, sino por el contrario, con alegría, como se espera un Padre y Amigo” 11.
De este Dios, Padre amoroso, es legítimo esperar todo, levantar la mirada hacia El, dueño de todo y
al mismo tiempo esperar en Aquel que protege a sus hijos y no se deja vencer en generosidad.
9
Ivi 17.
VENTURA Maria Concetta, Il volto paterno di Dio a Mornese, pro manuscripto.
11
L. cit.
10
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