INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL II JORNADAS DE HISTORIOGRAFÍA CASTILLA Y AMÉRICA EN LAS PUBLICACIONES DE LA ARMADA CICLO DE CONFERENCIAS. MEDINA DEL CAMPO Y MEDINA DE RIOSECO. MARZO 1991 CUADERNOS MONOGRÁFICOS DEL INSTITUTO DE HISTORIA Y CULTURA NAVAL - N.° 13 MADRID, 1991 Imprime: S.S.A.G.. S.A. C/. Lenguas. 4. Viliaverde Alto (Madrid). Depósito Legal: M. 16.854-1983 ISSN-0212-467X. ÑIPO: 098-88-027-8. El presente cuaderno monográfico —número 13 de su numeración general— recoge una serie de conferencias y ponencias pronunciadas en Medina del Cam po y Medina de Rioseco que, bajo el título genérico de "Castilla y América en las publicaciones de la Armada", forman el entramado de las II Jornadas de Historiografía, organizadas por este Instituto de Historia y Cultura Naval con la aportación universitaria de la Cátedra de Historia Moderna de la Universidad Complutense, encabezada por el Profesor Cuesta Domingo y con la estimable colaboración de la Consejería de Cultura de la Comunidad de Castilla-León y el limo. Ayuntamiento de Medina de Rioseco. Es agradable por tanto traspasar los límites convencionales que han enmar cado la línea tradicional de los cuadernos y recoger doctrina, ideas y sugeren cias desde el espléndido marco del Castillo de la Mota. La amplia y variada temática ofrecida en el Seminario es una muestra más del interés que en los pro fesionales o alumnos de la Historia despierta cada vez más el quehacer naval. No dudo que la acogida de este cuaderno será la acostumbrada y cordial que a lo largo de toda su trayectoria vienen propiciando sus lectores. Fernando de Bordejé y Morencos Contraalmirante Director del Instituto de Historia y Cultura Naval SUMARIO Págs. INTRODUCCIÓN, por F. Fernando de Bordejé y Morencos 3 Las colecciones del Museo Naval, de Hugo O'Donnell y Duque de Estrada. El 98 americano en la Historiografía Naval, de Almudena Hernández Ruigómez IV Mar, Náutica e Historia Naval en los textos docentes, de Mariano Cuesta 39 Las Islas Filipinas en las publicaciones de la Armada, de Ana María Calavera Vaya La Colección de Viajes y Derroteros, de M. Muriel Hernández Filipinas en el Boletín de Medicina Naval, de Fernando López-Ríos Fernández 45 49 63 Náutica e Historia Naval en las Revistas Americanistas de Sevilla, de Beatriz García Traba La Marina de Castilla, de José Cervera Pery VI VV LAS COLECCIONES DEL MUSEO NAVAL Hugo ODONNELL y DUQUE DE ESTRADA Del Patronato del Museo Naval En el Museo Naval se custodian y exhiben un buen número de piezas relacio nadas directa o indirectamente con la historia de la Navegación, la historia del bu que, y la historia de la guerra en el mar. Unas veces estos objetos tendrán una relación originaria con estas materias, como es el caso de los instrumentos náuticos, pero otras su vinculación será ad quirida en razón de haber pertenecido a un ilustre personaje, y otras en fin se re ducen a ser manifestaciones artísticas de episodios y personajes. Para hablar de su totalidad se necesitaría más de un grueso volumen; nos limitaremos aquí poco más que a mencionar sus principales colecciones. BANDERAS La bandera en su sentido lato que incluye sus diferentes tipos y tamaños, ha sido desde aun antes de la creación de los estados nacionales de la Edad Moderna el dis tintivo por excelencia de las colectividades humanas, sus fuerzas militares y unida des navales, juntamente con el escudo que incluido en su superficie o bien exento manifestaba asimismo la pertenencia a una soberanía más o menos general y amplia. Un museo militar como éste no podía dejar de contar con una nutrida repre sentación de enseñas, tanto propias como enemigas, que constituyen el más valio so recuerdo de nuestras efemérides navales. Pero las banderas son casi etéreas, son objetos de muy poca consistencia ma terial, no sólo por su valor eminentemente simbólico sino por la propia ligereza y poca perdurabilidad de los materiales con que se confeccionaron. El tafetán, la se da, o el paño sufren las inclemencias de la intemperie y del combate, y cuando son posteriormente depositadas en los museos no quedan de ellas más que jirones llenos de gloria sobre los que el tiempo sigue ejerciendo su obra destructora. Por ello los restos de las pocas que aún pueden exhibirse precisan del apoyo documental, dibujo o descripción, que hable por ellas. De los dos tipos principales en que según su forma de ser desplegadas, ya sea unidas a un asta o colgadas de una driza, se dividen, parecen ser estas últimas las más marineras; sin embargo no hemos de olvidar que los viejos estandartes de ga lera se enastaban, aunque no se hiciese siempre lo mismo con los gallardetes ni las grímpolas, y que la Infantería de Marina es parte integrante de la Armada es pañola desde la creación de las Compañías Viejas del Mar de Ñapóles en 1537, que como unidades con misiones en tierra utilizaban banderas de forma semejan te a las del Ejército. Las banderas de combate, muchas de ellas de gran riqueza, de buques tan re presentativos como la fragata "Numancia" o el submarino de Isaac Peral, consti tuyen la mayor parte de la colección del Museo, pero junto a ellas son dignas de destacar las enseñas coronelas de los batallones y brigadas de Marina, y las toma das al enemigo en las acciones navales y terrestres de nuestra Historia. LOS INSTRUMENTOS NÁUTICOS Los primeros navegantes se guiaban por los astros, el vuelo de los pájaros y el color de las aguas, que juntamente con su propia experiencia y el conocimiento de los accidentes litorales, bastaba para la navegación de cabotaje. La introduc ción del instrumental para navegar sin estos apoyos supuso la transición a la na vegación de altura. Si exceptuamos los útiles que como el escandallo y la sondaleza se emplearon desde antiguo a fin de averiguar la naturaleza y profundidad de los fondos y de evitar temibles varadas, el uso de la mayoría de los instrumentos náuticos propia mente dichos hay que situarlo en la Edad Moderna. La brújula, cuyos antecedentes de calamitas imantadas se remontan al siglo XIII, no se perfecciona hasta principios del XV en que la aguja imantada que gira libremente en torno a su punto medio en una cajita en cuyo fondo se representa la rosa de los vientos, se alberga en un medio líquido que permite aminorar los efec tos del balanceo. Los instrumentos para obtener alturas y distancias celestes como los astrola- bios, las ballestillas, y los cuadrantes de altura, no se emplean con carácter general hasta el siglo XVI. Los principios en que se basaban —cálculo de la distancia a un astro conociendo la existente en un punto determinado—, y que permitían averi guar la posición de la propia nave y la distancia recorrida en grados, serán también los inspiradores de sus sucesores: los sextantes, los quintantes y los octantes. Los nocturlabios, usados ya en la época colombina, se utilizaban para obtener la hora, por medio de las estrellas. En el siglo XVII se usan profusamente los anillos astronómicos (círculo gra duado de gran peso provisto de un agujero por el que pasaban los rayos que inci dían en la superficie interna debidamente marcada), para observar alturas de sol. Perfeccionados a su vez los instrumentos ópticos en el siglo XVIII, pasó el anteojo a integrarse en el sextante. Para medir la velocidad de la nave no se dispone de un artilugio útil hasta el siglo XVII en que se divulga la corredera de barquilla que sustituye definitiva mente al experto "ojo marinero" y a otros métodos que como el de arrojar tablas por la proa y medir el tiempo en que tardaban en perderse por la popa, resultaban menos exactos. De todos estos instrumentos tiene el Museo abundante representación; algu nos de los que se exponen pertenecieron a personajes históricos, gloria de nuestra Armada científica, como el Marqués de la Victoria, Jorge Juan, Ulloa, Mourelle, y Malaspina. Para la medición de ese tiempo, necesaria en sí misma y para poder usar otros instrumentos, se utilizó casi exclusivamente la ampolleta y en menor grado el re loj de sol, al no poderse hacer uso a bordo de ningún tipo de péndulo. La ampolleta era un reloj de arena con dos depósitos de cristal unidos por un estrechamiento por el que fluía una cantidad determinada de arenilla de uno a otro, que normalmente correspondía a media hora. Los pajes se encargaban de su cuidado, reglamentando la vida a bordo. El día completo se dividía en dos mitades de doce horas; cada mitad constaba de tres partes iguales o cuartos. Cada cuarto de vigía correspondía a ocho ampo lletas. Al iniciarse la guardia el paje cantaba: "La guarda es tomada; la ampolleta muele; buen viaje haremos, si Dios quiere." Cada dos pases de ampolleta el mismo vigilante cantaba las horas añadiendo: "Buena es la que se va mejor es la que viene." El problema del cálculo de la longitud en el mar que continuó vivo siglos des pués de que el de la latitud se hubiese solucionado con aproximación suficiente, se pudo solucionar por medios mecánicos al inventarse un reloj lo suficientemen te perfecto como para que puesto en hora en el puerto de partida, marcara en todo momento la hora de dicho puerto durante la travesía. Calculándose la hora en el lugar que fuera, la diferencia entre la hora obtenida y la del reloj daría la longitud geográfica del buque. El cronómetro dieciochesco cumplirá esa misión. Los instrumentos meteorológicos como los termómetros, barómetros, higrómetros serán los benjamines de la familia, aunque en realidad se trate de aparatos de uso indistinto en tierra y a bordo. LA BIBLIOTECA-ARCHIVO Dos aspectos fundamentales caracterizan la colección de impresos que en nú mero de 14.000 ejemplares componen la biblioteca del Museo: su internacionali dad, y su restricción a temas relacionados con la guerra en el mar. Desde los valiosos incunables hasta las últimas publicaciones, tratadistas de navegación, artillería, construcción naval, orgánica, táctica, política, cartografía, arquitectura, fortificación, ingeniería, vexilología, numismática, meteorología, ar te, literatura, heráldica, genealogía... que han analizado temas o personajes histó ricos del ámbito naval o marítimo, están representados en ella formando la más importante colección en esta especialidad que existe en nuestra patria. Entre los anteriores a 1492 se cuenta con los tratados de astronomía de Alchabitius, Ptolomeo, Sacrobosco, Purbachius, Monteregio y Alfonso X el Sabio. Junto a los impresos, más de 3.000 manuscritos documentan nuestra histo ria naval desde el siglo XVI. Entre ellos se encuentran las célebres colecciones de Fernández de Navarrete y de Vargas Ponce, a las que se han ido sumando otras posteriores como la de Fernández Duro y la de Guillen; la documentación de las grandes expediciones del siglo XVIII, como la de Malaspina, que en nada desme recen de las extranjeras de Cook o Laperouse y que junto a una prolija documen tación escrita proporcionan bellísimos testimonios pictóricos de la fauna, la flora o las costumbres de remotas regiones americanas. Una muy completa colección de pasaportes con hermosos escudos nobiliarios instruye sobre la heráldica militar de los mandos navales ilustrados, mientras que la de expedientes de guardiamarinas hace lo propio desde el punto de vista genea lógico, en un perfecto complemento. Los álbumes iluminados de tipología, de táctica, y de construcción naval, lle nos de ciencia, de arte y de colorido, son otro aspecto muy digno de señalar en es ta biblioteca. LOS MODELOS DE BUQUES Probablemente lo más representativo de un museo naval sean sus modelos de barcos, fieles reproducciones, arqueológicas o contemporáneas, de naves reales, o simplemente simbólicas, justificadas por una esperanza trascendente o una inspi ración artística. En nuestro Museo de exponen junto a obras de asombrosa exactitud, los ex votos marineros y los modelos de lonja que, hechos para colgar de vigas o techos, presentan deformidades y desproporciones intencionadas que producen la sensa ción apetecida sólo cuando se colocan en los lugares debidos, para que el efecto óptico de ser vistas a distancia y de abajo a arriba, las corrija. También la minu ciosa y esmerada labor del marinero prisionero de guerra, para el que el tiempo no cuenta, enclaustrado en su pontón-prisión, que distrae sus ocios en el recuerdo y la fábrica de modelos hechos con materiales de ocasión como el hueso de la carne de su exiguo rancho y los propios pelos de su coleta, buen material para la simulación de la jarcia; que por alcanzar altas cotas de valor artístico y represen tativo mereció ser copiada en materiales más nobles, marfil y ébano, por otros ar tífices, si bien más profesionales como artistas, también menos indentificados con los gozos y penas de la vida en el mar. Entre los de este tipo destacan la fragata y el navio de marfil regalados a Fernando VII por el almirante inglés Fleming. La historia del buque puede seguirse a través de los modelos del Museo Naval desde la embarcación fenicia hasta el portaaeronaves "Príncipe de Asturias" y las últimas corbetas salidas de nuestros astilleros, pasando por la magnífica interpre tación de la nao "Santa María", construida bajo las directrices de Fernández Duro para la conmemoración del IV Centenario del Descubrimiento. A la abultada drómona bizantina y a la estilizada nave vikinga siguen la lon10 geva galera mediterránea, la nao y la coca atlánticas, y los galeones españoles de los siglos XVI y XVII, pero la más rica colección, probablemente la mejor que existe, corresponde a buques y embarcaciones del siglo XVIII. LOS MODELOS DIECIOCHESCOS Esta colección une al mérito de una excelente factura, el de estar en su mayor parte constituida por modelos fabricados al mismo tiempo y en los mismos asti lleros y arsenales que los buques originales, para formar parte de las colecciones reales, como sus ricas maderas y la documentación de que se dispone, atestiguan. Navios, fragatas, jabeques, corbetas y embarcaciones menores entre los que destacan por su valor histórico, su detalle y su belleza los siguientes: — El gigantesco modelo del navio de 112 cañones en tres puentes "Santa Ana", ordenado fabricar en Cartagena por don Casimiro Vigodet a exacta escala del célebre navio construido en Ferrol con planos de Romero Landa en 1784 y que combatió en Trafalgar como insignia del teniente general don Ignacio María de Álava, y que permanecería en las listas de la Armada hasta 1816. Las cualidades marineras de este navio conocido vulgarmente como "Santana" eran excelentes, pudiendo virar por avante y por redondo con sólo el uso del timón, sin tocar velas, o con sólo el de éstas sin tocar aquél. Las buenas condiciones de este buque hicieron de sus planos norma para la construcción de los sucesivos tres puentes españoles. — Modelo del navio de 80 cañones en dos puentes "Rayo", exacta réplica a escala del construido por Acosta en 1749 en La Habana, que a finales de siglo se ría convertido en tres puentes, y que trasladó a doña María Luisa de Parma para su matrimonio con el futuro Carlos IV, y se batió con éxito en Trafalgar, salván dose del fuego enemigo, aunque daría al través en una playa próxima al Coto de Doñana, a causa del temporal que siguió a la batalla. — Modelo del navio de 76 cañones en doble puente "San Juan Nepomuceno", en enramada, es decir, mostrando una de sus bandas el conjunto o armazón de las cuadernas principales como aparecen cuando el buque se constru ye en grada, mientras la otra banda se presenta acabada en todos sus detalles. La minuciosidad de su construcción llega al extremo de mostrar en su interior el horno del pan y la jaula de los animales vivos. El navio original fue construido en Guarnizo en 1766 y fue apresado en Trafalgar. — Modelo del navio de 64 cañones en dos puentes "San Antonio", cuya decoradísima popa de marfil constituye una auténtica obra de arte. El buque, segundo de su nombre, fue construido en la Habana en 1761 y pere ció en la defensa de ese mismo puerto contra los ingleses del año siguiente. ii — Modelo de la fragata de 34 cañones "Diana", con su precioso mascarón en marfil, construido como el original en los astilleros de Cartagena en 1792. — Modelo de jabeque mediterráneo, probablemente del llamado "Lebrel" de 32 piezas, cuyo mando ejerció don Antonio Barceló, terror de los corsarios argeli nos. La costumbre de remitir modelos de los barcos que se fabrican se convirtió en norma a partir de las reales órdenes de 26 de abril de 1854 dirigidas a los departa mentos de Cádiz, El Ferrol y Cartagena, y al apostadero de La Habana, por las que se establecía en lo sucesivo la obligación de remitir al Museo Naval los "me dios modelos sólidos" de todo buque de guerra que se construyese, "bajo la escala de 1/4 de pulgada por pie", ordenándose asimismo la construcción del modelo de todo buque en servicio botado desde 1847. Como representantes de la era del vapor figuran entre otros los excelentes modelos de la fragata de madera "Villa de Bilbao", y de la archifamosa fragata blindada "Numancia", primer buque de estas características en dar la vuelta al mundo, cuya maqueta de máquina también se expone. A modo de puente con la Marina de nuestros días, diversos buques represen tan los diversos planes de la Restauración entre los que destacan el modelo del crucero "Reina Regente" que perteneció a doña María Cristina, y el del acorazado "Alfonso XIII" en tamaño grande. Las construcciones navales posteriores al estallido de la guerra mundial de 1914 (programas Miranda, Cortina y Cornejo) están representados con modelos de cada tipo, así como el programa de la República y de la época de Franco. La Marina de nuestros días está ampliamente recreada no sólo por modelos propia mente dichos, sino por secciones didácticas de los mismos, y maquetas de forma ciones tácticas. LOS MASCARONES DEL MUSEO El interés que actualmente despiertan entre anticuarios y decoradores los mas carones de proa, debido a su carácter ornamental, no fue compartido por los con temporáneos de los navios de época que no se molestaron en conservar una parte determinada de ellos, aunque fuera tan representativa como el mascarón, auténti ca materialización o personificación simbólica del buque. Esta es la causa de que no dispongamos de ninguna de estas piezas anterior al siglo XIX, y de que se hayan llevado a cabo réplicas en tamaño natural de algu nos de los más característicos del siglo anterior. El siglo XVI se caracteriza por introducir la costumbre del mascarón, más propia de las rápidas embarcaciones de guerra mediterráneas y nórdicas, y de los mercantes del Mar del Norte, en los nuevos tipos de barcos de gran porte que, co mo los galeones, cruzan nuestras rutas atlánticas. La costumbre de identificar a los barcos del rey por el nombre de sus advoca12 ciones protectoras religiosas no pareció determinar la fabricación de tallas de este tipo con que ornar proas y tajamares, pese a las importantes escuelas de imagineros y la general aceptación de la iconografía religiosa. Esto es posiblemente debido a que el empleo del mascarón carecía de raíces verdaderamente nacionales. En este momento en que la costumbre se importa, a imitación de flamencos y alemanes con los que se lleva a cabo un comercio marítimo importante, se adoptan los tipos ex tranjeros que a su vez dan origen a una denominación vulgar paralela a la oficial y basada en su figura proel. "El Ciervo Volador" o "El Halcón Blanco" son nombres que se repiten entre las urcas y otros mercantes, mientras que a algunos galeones de guerra se les conoce por alias como "La Rata Encoronada" o "La Doncella". No será sin embargo hasta el siglo XVII cuando esta costumbre se generalice a la par que se inicia un proceso invertido por el que será el nombre oficial del buque el que determinará la forma de su mascarón, si éste es representable, y no a la inversa como venía sucediendo. En el siglo XVIII junto a los tradicionales nombres de vírgenes y santos apa recen, también por influencia extranjera, los de deidades y héroes paganos como "Diana", "Neptuno", "Flora" o "Héctor", así como los de virtudes militares y ma rineras ("Constante", "Firme", "Intrépido") y los del titular de la Corona o miem bros de su dinastía ("Real Felipe", "Reina Luisa"), reservándose el león rampante también adoptado por otras potencias navales para aquellos navios, como el "Rayo", prácticamente irrepresentable y para los que llevan nombres de sobera nos, cuya efigie suele decorar la popa en forma de medallón. A partir de 1793 en que el secretario de Marina don Antonio Valdés lo institucionaliza, el mascarón es oficialmente "parlante", es decir alusivo al nombre del buque. Las construcciones metálicas del siglo XIX empiezan a retirar del mar a las estatuas móviles y los barcos dejan de decorarse, para convertirse en meras má quinas de guerra o de transporte. En nuestro Museo tenemos la grácil silueta femenina que perteneció a la cor beta "Villa de Bilbao" (1828), el mascarón-retrato del bergantín "Gravina" (1850), así como el anterior del buque escuela "Juan Sebastián Elcano" que repre senta la matrona republicana ceñida de corona mural (1931), y el dorado azor del que fuera buque de representación y recreo de don Francisco Franco. Entre las reproduciones, la de la fragata "Diana", y la del navio "San Telmo". LOS FANALES DEL MARQUES DE SANTA CRUZ A la armazón de cristal de estructura de madera o metálica protectora de la bu jía o lámpara principal del buque, que a partir del siglo XVI conocemos como fa nal, se denominaba anteriormente "farol". El tratadista Diego García de Palacio lo definió a la vez que señalaba su misión principal como "la lumbre que va metida en la linterna grande, con que se hace guía para que otras naos la sigan". (*) (*) Diego García de Palacio, "Vocabulario de los nombres que usa la gente de mar", Méjico, 1587. 13 El fanal es pues la estructura popel que alberga la luz que permite mantener el contacto visual nocturno entre las diversas naves integradas en una agrupación o escuadra. La necesidad de identificación especial del bajel del que partían las órdenes, determinó el mayor tamaño y forma distinguida del fanal perteneciente a este tipo de buques, reservándose el uso de tres simultáneas para la nave en la que hubiese embarcado el general (capitana). Esta costumbre ya se había recogido a mediados del siglo XIV, en tiempos de Pedro IV, en las Ordenanzas de las Armadas navales de la corona de Aragón, que especificaban "Sea ordenanza general que siempre que una escuadra navegue con borrasca o noche cerrada, que cada galera lleve una linterna y la del general lleve dos juntamente con el farol, esto es, la una a una parte y la otra a la otra". El barco en el que embarcaba el segundo en el mando, llevaba doble fanal. Al significado del número de fanales aludiría Lope de Vega: "porque el cargo lo adelanta, la capitana tres, dos la almiranta" Los fanales, como pieza susceptible de desarrollar en ellos el sentimiento ar tístico tanto en su forma como en su decoración, se fueron enriqueciendo y adop tando formas diferenciadas en concordancia con la categoría del mando del buque y con la misión que en el conjunto debía éste realizar. Las cajas de vidrio adoptaron múltiples formas: circulares, prismáticas, polié dricas o cilindricas, y adornadas con los elementos decorativos más acordes con los gustos de la época. El fanal empezó a adquirir un significado nuevo que añadió a su función: el de ser símbolo de la autoridad naval del buque, y consecuentemente se convirtió en máximo botín de guerra juntamente con enseñas, estandartes y banderas, e in cluso por encima de ellas ya que un ataque rechazado puede proporcionar una bandera, pero apropiarse de un fanal situado en el castillo, la parte mejor defendi da y último lugar de resistencia, supone el aniquilamiento del enemigo de forma parecida al trofeo de una cabellera para un indio norteamericano. En el Museo Naval se conservan diversos fanales, réplicas en su mayor parte de los que posee la marquesa de Santa Cruz en su palacio de la calle San Bernardino de Madrid y que pertenecieron a su antepasado don Alvaro de Bazán. El fanal de la galera "La Loba" es una artística pieza de madera sobredorada, adornada en su base por ángeles, y rematada por una figurilla de la Fama que pa rece anunciar con su trompeta la gloria de su propietario y comandante, ya que se trataba de una nave propiedad del propio don Alvaro, que ponía a disposición de la Corona. Otra estructura más voluminosa y menos estilizada, poliédrica y también ce rrada por cúpula, con cariátides en las aristas, corresponde a una presa famosa, la capitana de Felipe Strozzi, derrotado por el primer marqués de Santa Cruz en la batalla de Azores en 1582. Otros fanales de galera, tomados a los turcos en Lepanto, muestran líneas se14 mejantes a las de "La Loba", aunque sin figuras humanas condenadas por el Corán. CARTOGRAFÍA Los amplios fondos cartográficos del Museo Naval están constituidos en su mayor parte por manuscritos delineados durante la segunda mitad del siglo XVIII, y por los impresos correspondientes al XIX. Se trata principalmente de cartas geográficas y náuticas, así como proyectos de construcciones portuarias de los departamentos de Marina. En la colección, procedente fundamentalmente del Depósito Hidrográfico que había empezado a funcionar en 1789, y de donaciones y adquisiciones posterio res, se contabilizan 7.000 cartas, casi todas manuscritas, y 230 atlas españoles y extranjeros, entre los que se encuentra el levantamiento original de Vicente Tofiño para su Atlas Marítimo de España. Las obras de los grandes impresores de atlas geográficos de los siglos XVI y XVII como Braun, Ortellius, Waghenaer, Janssonius, y Mercator, constituyen una de las colecciones más importantes de España. Comisiones y expediciones dejaron junto con sus diarios, relaciones y escri tos, una abundante cartoteca que nos permite estudiar los proyectos y el desarro llo de la Hidrografía en el siglo de las Luces, en la que se incluyen como mues tras de gran tamaño y valor la carta de Cuba por Mopox, la de Nueva España, de Álzate, y la de Florida de la Puente. Junto a ellos el Atlas de Diego de Homen, de 1561, con sus ocho bellísimas láminas de cartas de araña de oro, plata y colores, del Mediterráneo, Mar Negro y Cantábrico. Pero sobre todo, dos notabilísimas piezas de la Cartografía española: la Carta de Juan de la Cosa y el portulano de Mateo de Prunes. LAS PINTURAS Y LOS PINTORES La colección más amplia de las existentes en el Museo es la de pintura, exhi biéndose numerosas telas de los siglos XVII al XX, que representan barcos, mari nas y combates, así como una gran pinacoteca de retratos de descubridores y ma rinos de todas las épocas. A los grandes lienzos de batallas del siglo XVII de Juan de la Corte, Manuel de Castro, Juan de Toledo, y Enrique "el de las Marinas", se unen los retratos die ciochescos entre los que destacan el anónimo de don Gabriel de Aristizábal en el que muchos han querido ver las características del taller de Goya, el también anó nimo del guardiamarina don José de Córdova, y el de Fernando VI pintado por Jean Ranck. En el XIX las pinturas de barcos se deben principalmente a Monleón, Cortellini, Caula y Sanz; las de marinas y batallas a Monleón, Cortellini, 15 Bragada, Callejo y Padró. Entre los retratos se encuentran las firmas de Madrazo, Vicente y Bernardo López, Martínez Cubells y Salaya. Como más caracterizados de nuestro siglo, Elias Salaverría está representado por una excelente interpretación del regreso de Elcano tras su circunnavegación, y Garnelo por el del desembarco de Colón, de gran tamaño y calidad. Retratistas de la categoría de Sotomayor, Vázquez Díaz y Macarrón completan con sus obras la extensa panorámica de la pintura de temática naval. Además de los óleo, en el Museo se exponen y conservan numerosos dibujos obtenidos de costas, vistas, fauna y flora, durante el transcurso de las expedicio nes científicas; de puertos, uniformes y buques, así como acuarelas de diversas épocas. 16 EL 98 AMERICANO EN LA HISTORIGRAFIA NAVAL Almudena HERNÁNDEZ RUIGOMEZ Universidad Complutense. Madrid. EL 98 ANTILLANO EN LA HISTORIOGRAFÍA NAVAL En 1898 dos naciones se enfrentan por un área geográfica de especial atracti vo: el Caribe. Ambas intentan alcanzar la victoria, aunque por razones políticas diferentes y antagónicas. España, que otrora fue considerada como primera po tencia del mundo debido a la extensión de su imperio ultramarino, defiende fé rreamente la conservación de sus últimas posesiones coloniales, si bien tal deseo es una realidad imbuida de un carácter patriótico y sentimentalista, que el Gobierno nacional se encarga de mantener vivo, al tiempo que despierta escaso —por no decir nulo— interés en la población. En contraposición, Estados Unidos, incorpora a su soberanía nacional los territorios comprendidos entre la frontera natural del río Mississippi y la orilla pacífica del continente septentrio nal, y después de haberse enfrentado con un problema nacional de difícil solu ción —el de la esclavitud—, inicia el siglo XX con unas perspectivas históricas significativamente marcadas por dos principios que ya hoy se consideran plena mente integrados en su idiosincrasia: la agresividad y la defensa a ultranza de su seguridad y libertad, ambas alcanzadas tras su independencia de Gran Bretaña y matizadas en el transcurso de toda la centuria, al compás de su propia evolución histórica. Así las cosas, 1898 se debate en los anales historiográficos con dos perspecti vas bien diferentes. Para España, supone el fin de una posición preferente en el concierto internacional y, especialmente, en el ámbito colonial, resultado de una si tuación interna llena de inestabilidad y pasiones individuales, que despiertan los rencores más recalcitrantes. Para Estados Unidos, los últimos años del siglo XIX constituyen un período óptimo, acorde con un país en franca expansión y armonía tras la reconstrucción de la unidad nacional, para poder acometer acciones políti cas de envergadura, donde los objetivos nacionales están por encima de las preten siones particulares. En definitiva, dos mundos antagónicos, el hispano y el anglo sajón, que tras la crisis finisecular emprenden rumbos distintos hasta llegar a una posición opuesta en un marco geográfico de especial referencia para ambos: América. Al analizar las causas que motivaron el "desastre" de 1898, hay que hacer re ferencia siempre al enfoque dispar que presentan las respectivas corrientes historiográficas. Dado que nuestro análisis pretende reseñar el problema desde la pers pectiva naval, creemos necesario centrar nuestro estudio en su historiografía —y muy especialmente en la de la Revista General de Marina—, sobre todo porque 17 los historiadores a veces olvidamos que, además de los pertinentes enfoques de objetividad histórica y metodológica, existen otras fuentes que, sin pretender un análisis exhaustivo de las causas, evolución y conclusión de una coyuntura histó rica determinada, reflejan una mentalidad propia, al tiempo que ponen de relieve cuestiones que, en ocasiones, pueden obviarse por otros colectivos históricos. En definitiva, el estudio de la guerra del 98, o, lo que es lo mismo, la pérdida de las provincias ultramarinas españolas, va a ser presentada en este trabajo desde el punto de vista de la historiografía naval de la época, aunque si ello fuese preciso no prescindiremos de datos que la propia evolución historiográfica haya corregido. 1. EL ESTADO DE LA CUESTIÓN Partiendo de tales principios metodológicos, es conveniente exponer, siquiera sea someramente, la situación precedente de las dos partes implicadas, España y Estados Unidos, a fin de constatar de manera fehaciente la verdad histórica que impuso sus condiciones al 98 americano. Durante más de setenta y cinco años, los que transcurren entre 1825 y 1898, tres generaciones españolas vivieron bajo la constante amenaza del "desastre". España entra en la nueva centuria bajo tristes presagios de un futuro incierto, manifestado desde la renuncia de Carlos IV en favor de su hijo —Fernando VII— y concretado a partir de la entrada de las tropas francesas en territorio peninsular. Los reflejos de esta década se traducen en las primeras reacciones hispanoamericanas, situación que culmina en 1824, al ser derrotado el ejército español en Ayacucho. Así pues, es ta primera fecha marca el fin del denominado Imperio español en América; la victo ria criolla en Ayacucho ha puesto punto final a dicha presencia, muy a pesar de la tozudez regia de no querer comprender ni valorar en su justa medida la independen cia de los Reinos españoles americanos. A partir de entonces, las posesiones espa ñolas en el Continente quedan sensiblemente reducidas a las islas de Cuba y Puerto Rico, hacia donde se dirigirá la atención metropolitana. Hasta ese momento, el sistema colonial español se asentaba en las Leyes de Indias, cuerpo jurídico de extraordinaria valía, que, ante todo, trataba de afian zar la "política indiana" en torno a la defensa del indígena y la expansión de la fe católica, incorporando al aborigen al régimen jurídico de la metrópoli, como subdito de la Corona española, desde el instante mismo que la Reina Católica considera estas regiones como parte integrante de la Monarquía, y, por tanto, del Reino. En contrapartida, el siglo XIX se manifiesta claramente contrario a la existen cia de una "política colonial" capaz de asumir la nueva realidad americana y mo dernizar su política en los territorios ultramarinos. Así las cosas, esta centuria se muestra reacia, la mayoría de las ocasiones, a reconocer los derechos legítimos de los antillanos, que pretenden conseguir una integración defacto en el régimen ju rídico de la metrópoli. La política de Estado tratará de hacer un esfuerzo de com prensión hacia 1863, fecha que se inscribe en los anales ultramarinos como el priís mer intento serio de afrontar con realismo las reformas coloniales, tan demanda das por los liberales, que entraña la creación del Ministerio de Ultramar (1). Durante la primera mitad del siglo XIX, la política metropolitana se debate entre la resolución de los conflictos y de la inestabilidad internos y la aplicación de los proyectos reformistas de los liberales. La demanda de "asimilación" es una constante de estos últimos, a fin de insertarse dentro del régimen constitucional español, que no encuentra eco en las sucesivas Constituciones españolas, que plasman el deseo estatal de que las Islas sean gobernadas por Leyes Especiales. El virulento año de 1868 no sólo infringe un duro golpe al sistema político peninsu lar —ia caída de Isabel II—, sino que tiene amplias repercusiones en las Islas, puesto que mientras Cuba se debate en una guerra de diez años, Puerto Rico, que apuesta por el mantenimiento del statu quo, alcanza ciertas prerrogativas anhela das por los más progresistas, entre otras, la abolición de la esclavitud (1873). Alcanzada la representatividad parlamentaria para esta última, los debates entre los diputados tienden a buscar una solución pacífica y razonada a lo que se ha ve nido a denominar la "cuestión ultramarina". Los repetidos intentos de reforma política se ven frenados por los intereses in dividuales, y, pese a las sucesivas tomas de postura en dicha cuestión, el gobierno español no encuentra una fórmula inteligente y permanente que le permita inser tarse dentro del concierto internacional; ello servirá para provocar el descontento en casi todos los sectores sociales isleños, que tratarán de buscar una solución óp tima a sus anhelos de libertad en la potencia más próxima: Estados Unidos. Así pues, una primera conclusión, fácilmente constatable, es la ausencia de una políti ca colonial digna para las Islas y para España, la cual asistirá, con la guerra de 1898, al principio del fin de su posición colonizadora, concluida finalmente en 1927 con la pérdida de Marruecos. Por su parte, la llamada "generación del desas tre" tratará de justificar e imprimir un cambio a la nueva situación, al tiempo que busca una adecuación ideológica entre los objetivos inmediatos de la política y la regeneración de la propia sociedad española. La ausencia de una política colonial coherente y decididamente aperturista —al compás de los nuevos tiempos— irá, finalmente, en detrimento propio, sin que se hiciera necesario que cubanos y puertorriqueños necesitaran de fuerzas "exógenas" —representación que, en su momento, ejerció Estados Unidos— para "liberar" a sus provincias ultramarinas. Estados Unidos, por el contrario, tras su segunda guerra de independencia contra Gran Bretaña (1815), su ex-metrópoli, inicia una andadura de consolida ción política interna, al tiempo que emprende una campaña expansionista hacia el exterior —declaración de principios contenidos en la Doctrina Monroe (1823)—, especialmente contra los países que conformaban la Santa Alianza y frente al avance comercial británico en el Continente, en un intento por afianzar su libertad y seguridad nacionales frente a las potencias europeas, que le permite, al tiempo, (1) Pese a este primer intento estatal de encauzar convenientemente los problemas derivados de Ultramar, el Ministerio ha sido definido constantemente como inoperante, pues el continuo cambio de sus titulares (uno cada nueve meses, por término medio) no permitió siquiera la aplicación de una línea constante y definida. 19 justificar acciones exteriores. El país, inmerso en la instalación de las estructuras básicas de su administración interior, comienza a interesarse por los problemas del continente; sólo así se justifica el reconocimiento de la Independencia de al gunas Repúblicas hispanoamericanas (1822) y el despertar de una conciencia na cional tendente a reconocer sus principios de libertad, seguridad y paz. Será a partir de este momento cuando Estados Unidos, siguiendo las pautas marcadas por la administración de George Washington, mantiene su principio de neutralidad frente a los asuntos y las guerras europeas. Sin embargo ello no signi fica que la evolución se viera ausente de dificultades materiales. Frente a una constante expansión territorial —que llega hasta el Pacífico y retrotrae la frontera mexicana a los límites actuales (Tratado Guadalupe-Hidalgo, de 1848)—, el pro blema por excelencia sigue siendo de conducta social, agravando el crecimiento de sentimientos abolicionistas y esclavistas, siempre antagónicos y causantes de uno de los momentos más críticos que vive el país: la guerra de Secesión (18611865). Todo ello impide que Estados Unidos pueda aplicar, con todo su alcance y de modo efectivo, la Doctrina Monroe durante casi todo el siglo XIX e, incluso, pese a sus postulados, percibir y frenar la penetración europea en el continente americano. Concluida la etapa de reconstrucción nacional, inmediatamente poste rior a la guerra civil, Estados Unidos cuenta con un status político por primera vez diferente y muy renovado, llegando, incluso, a la agresividad, lo cual nos per mite explicar su hegemonía naval en la zona y una colaboración activa con los "rebeldes" antillanos. En consecuencia, en el ocaso del siglo XIX, Estados Unidos tiene una supe rioridad aplastante frente a los países que le circundan, ampliando —gracias a la doctrina Monroe y sus posteriores aplicaciones— su área de influencia económi ca y política más allá del entorno continental. Junto con las grandes potencias eu ropeas —Francia y Gran Bretaña— es partícipe del nacimiento de una nueva si tuación de enormes dimensiones que hoy se conoce como "gran colonialismo" o imperialismo. Imperialismo que, respaldado por una política exterior agresiva, re alista y de claros objetivos, será de aplicación a los países más próximos a sus fronteras administrativas. Ello explicaría el interés siempre manifestado por ad quirir Cuba, en el caso concreto que aquí nos ocupa, y establecer una serie de puntos estratégicos a lo largo de la geografía circundante con el fin de llevar, más allá de estas fronteras, sus intereses nacionales. Así pues, desde 1825 puede advertirse con objetividad manifiesta la diferen ciación existente entre las políticas exteriores de las dos naciones en cuestión: la española, claramente inhibida, y la estadounidense, marcadamente agresiva. 2. EL 98 AMERICANO. VALORACIÓN DE LA POSICIÓN Y FUERZAS NAVALES La Independencia de los Reinos españoles de América, así como las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII en materia económica y comer cial, motivaron el crecimiento e interés de las Antillas desde distintos puntos de 20 vista. De entre ellas, Cuba destaca por su "temprano" despunte o despegue econó mico al iniciarse la presente centuria, lo que le valió el apelativo de "Perla de las Antillas"; tal desarrollo se advierte aún más significativo si lo comparamos con el de Puerto Rico. Ello, unido a la posición estratégica que ambas ocupan en el Mar Caribe, las hace deseables para todas las potencias interesadas en controlar el co mercio americano. La inercia manifestada en torno a la cuestión colonial no es única a la hora de valorar las causas que contribuyeron a provocar el desastre español. En el aparta do referente a la cuestión naval, el gobierno español demuestra igualmente una constante falta de dirección. Sin embargo, en honor a la verdad, no podemos afir mar que nuestro país careciera de inteligencias capaces de hacer frente a una insu ficiencia palpable, sino que, una vez más, se demostrará la falta de una alta direc ción de Estado, que pudiera tomar las decisiones oportunas en el momento opor tuno, o tal vez tuvieran mayor peso las continuas tensiones parlamentarias entre progresistas y moderados que, a fin de cuentas, evitaron el acuerdo en torno a una cuestión que, por más que se negara, no dejaba de ser nacional. A la hora de valorar la cuestión naval, y como punto de partida, nos encontra mos con dos problemas de peso específico importante: por una parte, la primor dial relación entre España y los países ultramarinos, tendente a consolidar cada vez más los estrechos lazos de intercambio comercial y financiero, que, como ya ha quedado indicado, primó por encima de las necesidades de una mayor libertad política demandada por los más progresistas; por otra parte, la distancia geográfi ca entre la Metrópoli y las colonias supuso, desde siempre, un grave freno para el conocimiento mutuo. Desde el punto de vista de la cuestión internacional, Cuba y Puerto Rico se debaten, por su propia situación geográfica, entre los intereses de las grandes po tencias occidentales, especialmente de Gran Bretaña y Estados Unidos. Dicho in terés favorece la creación de las llamadas flotillas coloniales, superiores, cuantita tivamente, a las fuerzas navales. En consecuencia, la preocupación por defender a ultranza el espacio caribeño en cierto modo justifica la ausencia de una escuadra de combate, moderna y suficiente, que estuviera en condiciones para defender a España —y, por tanto, a sus provincias ultramarinas— frente a cualquier agresión contra los intereses nacionales. Una política, a veces desenfrenada, que lleva a destinar todos los recursos y esfuerzos posibles a la resolución de los problemas internos de la Península, impidió escuchar las muchas advertencias realizadas por los profesionales de nuestra Armada, encaminadas a la consecución de una fuerza naval destinada a la defensa. Todos estos factores, conjugados debidamente, fue ron responsables de una derrota final ya anunciada, frente a un enemigo, que ya en esta década, es potencialmente más fuerte. El interés internacional que despertó Cuba entre las potencias económicamen te más privilegiadas, obligó a España a desplegar fuertes recursos para la defensa de sus costas coloniales contra el contrabando, presencia naval que se hizo espe cialmente significativa tras la muerte de Fernando VII y la conclusión de la pri mera guerra carlista. El temor a que las agresiones exteriores estuvieran dirigidas 21 a liquidar la soberanía española en América (2) promovió una preocupación ofi cial tendente a activar la atención preferente que requería la protección física de las costas —sobremanera las de allende el Atlántico—, lo que explica el incre mento, durante la segunda mitad del siglo XIX, de buques y navios, pero no evi dencia, por otra parte, la tan anhelada y requerida directriz política dispuesta a emprender una campaña de comprensión total hacia el problema antillano. Así las cosas, a partir de la década de los cincuenta, la constante preocupación por la defensa de las costas nacionales, obliga a España a emprender una sistemática y periódica construcción de navios destinados a tal protección. Pero el hecho de que la mayoría de estas construcciones fueran encargadas y efectuadas en astilleros ex tranjeros (3) demuestra, una vez más, la falta de visión política, en este caso naval, ya que, si bien la economía estatal estaba muy resentida internamente, podría haber se encaminado nuestro esfuerzo a la adaptación de arsenales peninsulares e isleños (4), lo que permitiría, a la larga, un abaratamiento de los costes navales, al tiempo que hubiera resuelto el problema de última hora, entonces de difícil solución. (2) No en vano Gran Bretaña y Estados Unidos entablaron relaciones diplomáticas con España, desde la década de los veinte, con el propósito de comprar Cuba. (3) Las nuevas construcciones quedaron consolidadas durante el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX, a saber: — En la década de los cincuenta la escuadra de La Habana se componía de 29 buques: * El navio Isabel II; * Las fragatas Esperanza, Cortés y Berenguela; * Los bergantines Habanero, Pelayo, Valdés, Alcedo, Galiano y Nervión; * Las goletas Isabel II, Juanita, Cristina e Isabel Francisca; * El pailebote Churruca; * Los vapores Francisco de Asís, Colón, Blasco de Garay, Hernán Cortes, León, Juan de Austria, Venadito, Guadalquivir, Neptuno y Lezo, además de tres transportes (Vid.: Enrique Manera Regueira, "La Armada en el siglo XIX, en: Historia Social de las Fuerzas Armadas, Madrid, Ed. Alhambra, 1986, 3a ed., tomo 4, pp. 273). — En la década de los sesenta se comenzaron cinco goletas de hélice: Edetana, Ceres, Circe, Diana y Caridad (Enrique Manera Regueira, op. cit., pp. 112), a las que se unieron cuatro vapores "cayeros" construidos en 1861 en Estados Unidos y cinco unidades menores llamadas General Serrano, Tetuán, Relámpago, General Concha y Majestad. — En la década de los setenta se encargaron treinta cañoneros de 150 toneladas y dos hélices, complementándose con la compra de las lanchas cañoneras Pronta, Lista, Viva y Fradera, así como el cañonero Martín Alvarez. — En la década de los ochenta se construyeron los cruceros de segunda clase, en realidad caño neros: Cristóbal Colón, Infanta Isabel y Conde de Venadito. — En la década de los noventa, en Inglaterra se construyeron las lanchas cañoneras Alerta, Ardilla, Cometa, Fradera, Golondrina, Estrella, Flecha, Ligera, Lince, Satélite y Vigía; en el astille ro gaditano de Vea Murguía se construyeron las cañoneras Almendares, Baracoa, Cauto, Guantánamo, Yamurí y Mayari. En 1895 se construyeron en Estados Unidos embarcaciones meno res con destino a la defensa de las costas cubanas: Delgado, Parejo, Águila, Antonio López, Lealtad, Reina Cristina, Guardián, Dependiente, Valiente, Martínez Campos, General Tacón, Santocildes, General Beranger, Comercio, Urrutia, Salcedo, Madrid y Caridad (Rafael González Echegaray: "La Marina colonial" en: El buque en la Armada española, Ed. Silex, 1981). (4) Pese a todo este esfuerzo, la política peninsular cometió un gravísimo error con respecto a Cuba y la defensa de sus costas: la no transformación de su magnífico astillero, uno de los mejores del siglo XVIII, y no dotarlo de diques y varaderos espaciosos y modernos. Vid.: Enrique Manera Regueira, op. cit., pp. 112. 22 El problema del contrabando fue, quizás, el árbol que no dejó ver el bosque, pues dicha fuerza naval se destinó con especial obstinación a acabar con el co mercio ilegal de los productos coloniales y de las armas, este último especialmen te significativo tras el famoso "Grito de Yara" (1868) que condujo a la sociedad cubana a una guerra de diez años. Pese a todos los esfuerzos concentrados en el aumento de los buques españoles, la fuerza española se agotó en una inoperante vigilancia costera del serpenteante contorno antillano. En resumen, la mayoría de las campañas españolas se dedicaron a perseguir "filibusteros" de todas las nacio nalidades, lo que, en cierto modo, resulta comprensible al observar la amenazado ra presencia de piratas y corsarios, ingleses y franceses principalmente, que, res paldados por la dirección política de sus respectivos Estados, mantienen en jaque al organigrama español de América desde el siglo XVI. Sin embargo, pese a resultar comprensible la postura gubernamental, su análi sis nos permite también apreciar cierto anquilosamiento ideológico que se traduce en inoperancia de la política nacional española, pues tal postura defensiva no po día, ni con mucho, permitir unas relaciones cordiales y de buen entendimiento con los países antaño considerados hermanos. Antes de introducirnos directamente en el tema que aquí nos ocupa conven dría dejar constancia de que, a nuestro entender, tal y como se desenvolvieron los acontecimientos de 1898, la Marina española jugó un papel capital en la defensa de lo que, se entendía, era el "orgullo nacional", pues no en vano la guerra, que se había decantado entre dos bandos con ciertos puntos de referencia similares, dejó en manos de este colectivo la última palabra. Sin embargo, el rol desempeñado por los combatientes —oficiales y marinería— que allí se desplazaron fue míni mo, pero no por falta de valor sino porque, a la larga, y pese a todas las connota ciones que ello puede llevar consigo, quedaron solos ante una situación que, in cluso antes de la arribada, parecía decantada en favor del enemigo. Analizadas a vuela pluma las causas de mayor impacto que inciden en el fin del poderío colonial español, vamos a centrarnos sobre tres asuntos que influye ron directa y poderosamente en la derrota naval frente a Estados Unidos que, co mo bien se sabe, gira en torno a la batalla de Santiago de Cuba (3 de julio de 1898): 1) Convendría, en primer lugar, hablar de un cierto desorden administrativo, en parte causado por el continuo cambio de titulares en el Ministerio de Marina (5), hecho que impidió la coherencia y constancia en la conducción política de los problemas navales. Sin embargo, no sería justo inclinar la balanza desfavorable mente hacia los responsables políticos del Ministerio; hay que ir más lejos. La al ta magistratura política del país —representada en el Parlamento— negó a la Armada española unas instituciones y unas normas dignas para el mejor cumpli miento de su función. Así se explica la ausencia de una Escuela de Marinos o de (5) Uno por año, lo que evitaba un perfil lineal de una actividad naval. Ello, sin embargo, co rrobora, una vez más, la inestabilidad nacional, como ya hemos constatado en el caso de su homóni mo ultramarino. 23 una Ley de Escuadra, entre otras, que facilitaran la estructuración racional, mo derna y competente de la Armada española. 2) La faceta náutica no deja visos de entrever una mejor posición española; antes al contrario, la falta de arsenales nacionales, e incluso isleños, contribuye ron, a la larga, a inclinar la balanza en favor de la fuerza opositora, al tiempo que provocó una fuerte salida de divisas que resultaban necesarias para resolver los problemas económicos que la propia sociedad reclamaba. El resultado es visible: cuando el conflicto ya era inevitable, España urge a las potencias europeas la construcción de buques de combate, a fin de equipararse, lo más posible, con las fuerzas navales enemigas. La segunda parte de este problema agrava la famosa perspectiva de desastre que se avecinaba sobre España; como ya ha quedado indicado, la preocupación gubernamental se limitó a la defensa de las costas en su interés por acabar con el contrabando, impidiendo la presencia de una fio de combate compuesta por acorazados y grandes cruceros; la realidad nacional contrasta seriamente con el avance tecnológico de las escuadras europeas (6). 3) Un tercer aspecto contribuye a completar el panorama de los factores de plazo histórico corto que desencadenarán en el desenlace final de la guerra. No sólo es reseñable el lamentable estado de la escuadra del Almirante Cervera, pues una vez fijado el rumbo en dirección a Cuba el problema se cernía en torno a si era posible llegar, ya que la falta de carbón y de puntos estratégicos donde poder abastecerse demostraron que tanto las minas asturianas como la pactada ayuda in glesa —después bloqueada por Estados Unidos— hacían insuficiente el abasteci miento. España, una vez más, da muestras de provisionalidad y autosuficiencia. Por ello, puede afirmarse que todos los problemas con los que hubieron de en frentarse individuos e instituciones demostraron que la despreocupación guberna mental iba más allá de la dirección ministerial. La Restauración traerá cambios importantes a España. Su máximo impulsor, Antonio Cánovas del Castillo, apoyando y apoyado por la tarea monárquica, em prende una política de buenas intenciones, con el fin de emprender la pacificación de las agitadas regiones nacionales y cubanas. Aparentemente, la causa cubana ha fenecido, pero el tiempo demostrará que sólo ha invernado temporalmente, pues el alzamiento protagonizado y dirigido por José Martí (1895) dará al traste con las ilusiones y esperanzas de la pacificación de este territorio. Desde otra óptica, la Marina registra igualmente una revalorización, al menos cuantitativa, coincidiendo con la presencia del Almirante Antequera en el Ministerio de Marina. De forma inteligente, pero poco hábil, trata de emprender (6) "En España en esta época daban este nombre (cruceros) a buques pequeños, mal armados, sin velocidad ni radio de acción, incluyéndolos en la clasificación de cruceros, pero que no lo eran, sino todo lo más cañoneros para misiones coloniales. En cuanto a las flotillas, formadas por peque ños buques apropiados para vigilancias costeras, con misiones en esta época antipiráticas y de per secución del contrabando de armas, crecieron hasta finales de siglo en proporciones colosales, con mengua del debido equilibrio... y privando a nuestra Marina de guerra de buques acorazados y ver daderos cruceros que sirvieran de cobertura y protección a las flotillas en caso de conflicto interna cional". Enrique Manera Regueira, op. cit., pp. 115. 24 la tan urgente reorganización de la Armada; sin embargo, a pesar intentar su re modelación es rechazada por el Parlamento. Las soluciones formuladas durante la Regencia de María Cristina nos advierten que las tentativas existentes durante el reinado de Alfonso XII, impulsadas de forma particular, encontrarán buena acogi da en reformas posteriores. Positivo o negativo, lo cierto es que entre 1878 y 1888 las instituciones, en pro de una mejor preparación profesional, orlan estas primeras intenciones (7). Tras la conclusión de la guerra civil, Estados Unidos, por contra, experimenta un fuerte incremento en su poderío naval, e inicia una política de Estado especial mente destinada a aplicar la Doctrina Monroe en las áreas naturales de influencia. Tal incremento sólo podría tener, en estos años, una explicación lógica: la presen cia de un ideólogo que revolucionara el campo de las ideas en pos de una teoría de fácil aplicación y principalmente encaminada a dominar el mar o ejercer el po derío naval a través de una poderosa escuadra. Las teorías del capitán de navio Mahan (8) radican, pues, en la creencia de que Estados Unidos debe, con el obje to de dominar el mundo, poseer una fuerza naval que en esos años sólo podría ser superada por Inglaterra. Se muestra partidario de la instalación de bases, más que de colonias, que permitan controlar el comercio internacional, si bien centra la fuerza naval principal en el Océano Atlántico, pues considera que el Pacífico de be ser un mar de dominio compartido entre Estados Unidos y Japón (9). Desde este ángulo, el crecimiento naval de la antigua colonia británica en América tiene explicación factible. La amistad que une a Mahan con el Presidente Roosevelt, permite comprender de forma completa la ascensión estadounidense de los últimos años del siglo XIX y primeros del XX. La política registrada marca la intención de dominar completamente el Mar Caribe, a fin de controlar el Océano Atlántico, al tiempo que se resta una seria importancia a la presencia co mercial británica. Efectivamente, entre 1898 y 1903 se consiguen las dos llaves (7) Durante estos años se dictaron y promulgaron las siguientes leyes: * Ley de ascensos y retiros (30 marzo 1878). * * * * Reglamentación de los modelos y reglas de los informes reservados (21 febrero 1880). Creación en Cádiz de una Academia General Central de Infantería de Marina (31 enero 1879). Fundación en Cartagena de una Escuela de estudios de torpedos (6 septiembre 1878). Real Decreto suprimiendo el Consejo Supremo de la Armada, incorporándolo al de Guerra (14 febrero 1878). * Normas sobre luces de situación de los buques (24 febrero 1880). * Constitución de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos (19 enero 1880). * Creación de una junta para la reorganización de los servicios de la Armada (20 noviembre 3) * Real Decreto ordenando la reorganización del Ministerio de Marina (26 abril 1884). * Creación de una Academia de estudios de aplicación para las especialidades de ingenieros hi drográficos artilleros, mecánicos y navales (7 agosto 1885). * Se instala en San Fernando una Academia de aplicación de estudios matemáticos (3 noviem bre 1886). (8) De entre sus obras, publicadas todas a finales del siglo XIX, podemos destacar, de torma sobresaliente, La influencia del poder naval en la historia (1890). (9) Una muy buena y breve interpretación en: J.B. Durosselle, Política exterior de Estados Unidos, 1914-1945, México, F.C.E. 25 del mar antillano: Cuba, arrebatado a España, y Panamá, arrebatado a Colombia. Ambas forman, incluso hoy, el vital entramado comercial-financiero estadouni dense, que permite la participación directa en los asuntos internos de "su" área de influencia. Lo anteriormente apuntado nos permite comprender el incremento que regis tran las fuerzas navales estadounidenses a partir de finalizar su etapa de recons trucción nacional y liquidar la deuda externa contraída durante el conflicto inter no (1884), pero más concretamente, a partir de la década de los noventa, y coinci diendo con el alzamiento protagonizado por José Martí (1895), conocido internacionalmente como el "Grito de Baire". Teniendo en consideración todas las pautas nacionales e internacionales de Estados Unidos, sobre todo desde 1815, podemos explicar este incremento naval —sin duda rápido, pero eficaz—, que llega a competir y a superar numéricamente con las fuerzas españolas; sus fuerzas de combate en 1898 reflejan fielmente la preocupación del gobierno federal por construir un poderío naval en el mar que les otorgara el dominio y el mando del comercio internacional (10). 3. EL 98 EN LA HISTORIOGRAFÍA NAVAL Obviamente, el problema finisecular español planteó, historiográficamente hablando, enormes dudas, interrogantes, reacciones y posiciones políticas, favora bles o antagónicas, que no significaron más que el acercamiento a una postura, tras la toma de contacto que se realizó después de la declaración de guerra por aquello que, desde el otro bando, se consideró una "provocación" española. Como se ha observado, la época es rica en acontecimientos que alteraron el pulso nacional; España ha vivido el tránsito hacia la época contemporánea de forma so bresaltada; siguiendo tales pautas, el siglo XIX no podía tener otro fin. (10) Las fuerzas de combate estadounidenses, en vísperas de la declaración de guerra a España, son las siguientes: — 5 acorazados (Indiana, Massachussetts, Oregon, Iowa y Texas), de 10.300 a 11.500 tonela das. — 6 monitores guardacostas acorazados/cruceros (Amphitrite, Miantononoh, Monadnock, Puritan, Terror y Monterrey, de 6.150 a 4.000 toneladas). — 2 cruceros acorazados (New York y Brooklin, de 8.150 a 9.300 toneladas). — 8 cruceros protegidos de primera clase (Baltimore, San Francisco, Olympia, Columbia, Minneapolis, Bostón, Cincinnati y Raleigh, de 4.500 a 8.000 toneladas). A ellos se añaden, en el transcurso de la guerra los New Orleans, Newark, Philadelphia, Charleston. Total: 12 cruceros. — 5 cañoneros (Annapolis, Newport, Vicksburg, Princeton y Marietta, de 1.000 toneladas). A ellos se añade en la guerra el Topeka. Total 6 cañoneros. — 6 torpederos (Cushing, Ericssoon, Porter, Dupont, Foote y Winslow, de 120 a 150 tonela das). Se añadirán durante el transcurso de la guerra, Somers, Gwin, Rodgers, Talbot. Total: 10 torpederos. — 1 buque con espolón (Katahdin). — 1 dinamitero (Vesuvins). 20 La prensa y literatura de la época mantuvieron durante el conflicto posturas diversas. Pero antes de abordar tal temática, debemos dejar constancia del casi absoluto desconocimiento que la población española mantiene sobre el estado de la cuestión colonial. Es decir, hasta que los españoles no son obligados a contri buir a la defensa de la unidad nacional, no se despierta entre esta sociedad senti miento alguno a favor o en contra de la presencia de España en América. Sin te mor a equivocarnos, podríamos generalizar afirmando que únicamente un reduci do grupo intelectual, liberal y progresista manifiesta su preocupación, al tiempo que demuestra conocimientos suficientes y bastante precisos sobre la cuestión vi vida y desarrollada en Cuba. Así pues, al requerirse la participación del soldado español en la lucha, los periódicos españoles comienzan a estudiar y plantear a fondo la problemática antillana. Convendría manifestar la necesidad que tenemos en nuestros días de un estudio de la opinión pública española de finales de siglo sobre el asunto objeto de estudio. Ciertamente significaría un gran aporte que completaría el panorama historiográfico español. Un análisis general nos permite afirmar que los diarios de la época mani fiestan dos posturas contrarias y continuadas en el tiempo. Tras un primer momen to, descubren a la luz pública el mal estado de la Marina española, mientras que, durante los días posteriores a la voladura del "Maine", enardecen el valor de nues tros barcos, su magnífico estado y la valentía de la Marina española, en un intento por pretender transmitir a la sociedad un sentimiento claro de superioridad y de vic toria cantada. Esta prensa periódica no refleja, sin embargo, los datos técnicos y navales que, en contraposición refleja la Revista General de Marina o del Mundo Naval Ilustrado, por citar las de mayor realce y atractivo entre los profesionales de la Marina. Hacia la infomación objetiva en la primera centramos nuestro estu dio, por tratarse de un compromiso adquirido con anterioridad. Resulta sorprendente los pocos datos que contiene la Revista sobre los prole gómenos y desarrollo de la guerra del 98. Dentro de toda la evolución histórica del proceso, sorprende, igualmente, una mayor preocupación por parte de nues tros coetáneos que por parte de aquéllos que vivieron directamente el problema. Tal aserto no extrañaría, finalmente, si, teniendo en cuenta lo ya apuntado, adver timos el desinterés generalizado de la sociedad por un problema que se vive al otro lado del Atlántico. Destaca, en contraposición, una abundancia de datos téc nicos y profesionales sobre el avance que registra la Marina de Estados Unidos, al tiempo que, tras su lectura, se va descubriendo el ímpetu expansionista que va ad quiriendo, así como los preparativos de guerra que realiza, sin que ello pase desa percibido, no sólo para el Gobierno sino también para el pueblo y los profesiona les del mar. Finalmente, la Revista nos descubre la preocupación, posteriormente recono cida historiográficamente, por dejar bien planteada la postura y toma de decisión de una "escuadra de operaciones" enviada a las Antillas con el presentimiento de alcanzar la muerte (11). Tras la actitud periodística que trata de poner en entredi(11) En palabras de uno de los miembros de la escuadra, Almirante Villaamil, ésta marcha a las Antillas a consumar "el sacrificio de este núcleo de fuerzas navales, tan seguro como estéril y con27 cho la efectividad de la Armada española, la prensa profesional, nacional e inter nacional, descubren la valentía, heroísmo y bizarría con que se debatieron unos hombres que presentían —y así lo demuestran los escritos del Almirante Cervera— una muerte cercana o la inutilidad de enviar a Cuba la pequeña y única defensa naval española. La selección bibliográfica contenida en la historiografía española del momen to plantea todos y cada uno de los problemas que el Gobierno había dejado sobrehilvanados, responsabilizando al estado de la Marina por la derrota sufrida en la "ratonera" de Santiago de Cuba. El planteamiento seguido, por tanto, tiende a plasmar las obras generales y manuales escritos sobre el problema situacional de esta época, elección realizada tras considerar que, con los datos del momento his tórico, se refleja más fielmente el sentimiento de un sector de la población sobre la cuestión de la guerra. Las monografías sobre el combate son, igualmente, muchas y muy variadas, pero la mayoría de ellas describe el lamentable estado de la Marina española y el error del Gobierno español al tomar la decisión de última hora que acabó con la presencia española en América. Puesto que los datos técnicos, históricos y preci sos del acontecimiento en sí tienen y han tenido, a lo largo de casi un siglo, re tractores, adeptos y seguidores, consideramos que, por su repercusión internacio nal, tiene mayor importancia la historiografía de la "Literatura del desastre", pues forma parte intrínseca de una generación que vive con amargura y tristeza los úl timos años de España como potencia colonizadora, al tiempo que pretende la re generación de nuestro país y de los postulados, hasta ese momento, válidos, y la apertura a los nuevos tiempos. Reconociendo que lo expuesto más arriba responde, de forma aproximada, a los postulados historiográficos recogidos entre nuestros escritores, exponemos a conti nuación lo que consideramos la más alta representación en el tema de la guerra de 1898, que significó el principio del fin de un país —España— que tuvo entre sus pro fesionales de la Marina quienes supieron salvaguardar aquel "orgullo nacional" que para algunos políticos de la época suponían los problemas de Cuba y Puerto Rico. a) Revista General de Marina — MONTERO Y RAPALLO, Manuel, La Marina de guerra española, su com posición racional con arreglo a nuestros recursos y a las exigencias del ac tual momento histórico. 1881/11 (9), pp. 599-614. — MONTERO Y RAPALLO, Manuel, La Marina de guerra española, su com posición racional con arreglo a nuestros recursos y a las exigencias del ac tual momento histórico. 1881/12 (9), pp. 755-772. traproducente para el término de la guerra..." No obstante, "ante la trascendencia que tendrá para la patria el destino dado a esta escuadra, creo conveniente conozca usted, por el amigo que no teme las censuras, que como militares estamos dispuestos a morir honrosamente cumpliendo nuestro de ber..." Juan B. Robert, "El apostadero de La Habana en 1898", Revista General de Marina (1948), tomo 135, pág. 154. 2S ARMY AND NAVY REGISTER, Memoria correspondiente al año 1889 pre sentada al Presidente de los Estados Unidos por el Ministerio de Marina de dicha nación. 1890/02 (26), pp. 224-235. BILES, J.H., Proyectos recientes de buques de guerra para la Armada de los Estados Unidos. 1891/05 (28), pp. 804-807. WEYL, E., La Marina de los Estados Unidos, 1892/01 (30), pp. 48-54. REVUE MILITAIRE DE L'ETRANGER, Desarrollo del poder militar y na val de los Estados Unidos. 1893/12 (33), pp. 690-699. 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Marina y Sociedad más que un carácter simbiótico tienen la relación que existe entre la parte y el todo y ésta será tanto más afín cuanto mejor conozca el conjunto de sistemas (que es la sociedad) a uno de los que le componen, en este caso, la Armada. Esa relación ha sido, en ocasiones, buena y, otras veces, distante; el reencuen tro se produce cuando mayores son los vínculos de relación, cuando se da un ver dadero conocimiento de la participación de la Marina en la historia del país, cuan do marinos y demás miembros de la sociedad conviven armónicamente en cuantas acciones o programas son susceptibles de coparticipación. Evidentemente estas // Jornadas de Historiografía vienen a constituirse en una pequeña aportación en tal sentido. Y es que las relaciones de la Armada y la Universidad con ser importan tes son, también, susceptibles de alcanzar mayor profundidad; no son tan impor tantes como es de desear (2) y en cuya intensificación nos hallamos empeñados. Importa y mucho que la relación Marina/Sociedad alcance a un sector numéri camente importante del cuerpo social; y eso no parece ser relativamente difícil y, desde ahora hay que aceptar que, no obstante es, en apariencia, muy poco brillante. La sociedad está necesariamente estructurada de forma piramidal; no sólo la jerarquía de escalones de mando diverso sino también todos los aspectos econó micos, culturales, sociales, etc. Esta es una verdad de perogrullo pero por lo mis mo manifiestamente perceptible; y trasladada a nuestro tema se llega al corolario de que importa que haya un conocimiento suficiente de la Historia y de la partici pación de la Marina en la Historia en consonancia con su protagonismo e interés. Nos interrogamos sobre la conveniencia (si es que no se quiere que baste la pura anécdota) de un conocimiento de la Marina ponderado, suficiente y propor cionado con los demás contenidos del aprendizaje en ese grueso del cuerpo social (1) CERVERA PERY, J. "Marina y Sociedad: El patrimonio cultural de la Armada". Militaría, 2: 35 y ss. Madrid 1990. (2) Aunque algo se ha avanzado en los últimos años en las colaboraciones del Instituto de Historia y Cultura Naval y el Museo Naval con la Universidad y el Consejo. 39 español; puede preguntarse si en el corpus de conocimientos que antes se denomi naba, brillantemente, "cultura general" tiene una mayor cabida la participación de la Marina española en el contexto de las Ciencias Sociales. Es evidente que se trata de unas preguntas retóricas. La respuesta es afirmati va; para conocer la historia de forma razonable es preciso no ignorar lo funda mental y en la Historia de España, uno de los muchos fundamentos es su Marina o la decadencia de la Marina, la navegación, la comunicación, el conocimiento de espacios sólo accesibles por mar y el control de regiones distantes con todos los problemas, miserias y brillantes ejecutorias que son bien conocidas por todos. La gran base social de referencia se compone, en España, de millones de per sonas. Su formación es pretendida, y sencillamente formulada, la fundamental. Y ese aprendizaje y conocimientos se adquiere en dos etapas docentes claramente di ferenciadas más por la administración que por la necesidad. Es lo que se denomi na, y sería excelente que lo fuera en el sentido estricto de las palabras, enseñanza general básica y, en un escalón superior, lo que se conoce por enseñanza media y que, en mi opinión, es igualmente básica y no debiera ser menos general (3). La enseñanza general básica (EGB), como bien conocen, abarca, en su última etapa, tres cursos (6o, 7o y 8o) para alumnos de 11 a 13 años; es la enseñanza pú blica gratuita y obligatoria (4) al final de la cual estas personas pueden —y de he cho así sucede en numerosos casos— incorporarse a lo que se denomina el "mer cado de trabajo" y, por ende, suelen dar por concluida su formación cultural. Ha alcanzado el título o diploma de "Graduado escolar" con el cual —según la publi cidad que está difundiendo TV (5)— pueden abrirse muchas puertas y hasta da la sensación de que el éxito espera recibir a quienes han alcanzado ese nivel y van con el diploma bajo el brazo, tras alguna de ellas. La enseñanza media, no obligatoria, etc., se desarrolla a través de otros tres cursos con alumnos que se hallan entre los 14 y 17 años de edad. Existen princi pios de optatividad que en COU son muy determinantes y precisamente la Historia no se halla presente en algunos de los planes de estudio opcionales (6). Con estas notas iniciales parece oportuno hacer alguna referencia a datos ob jetivos u objetivables de forma fidedigna. Datos que son susceptibles de ser reco gidos y analizados por los procedimientos habituales en ciencias sociales (encues tas, etc.); pero también es factible y no menos fiable realizarlos a través de los textos docentes utilizados por los alumnos en diversos años, en todos los cursos de la última etapa de EGB y en el último curso de BUP; y tomando, de forma ale atoria, los libros publicados por diferentes autores y editoriales (7). (3) Otra cosa es la Universitaria que, por su especialización y profesionalizado!!, queda reduci da a un grupo social mucho menos numeroso. (4) Con independencia de las modificaciones que imprima la Ley conocida por LOGSE. (5) Institucional del Ministerio de Educación y Ciencia y la Comunidad Autónoma de Madrid. (6) Opcionalidad que destierra definitivamente la profundización en los conocimientos históri cos previamente adquiridos para todos quienes opten por carreras tecnológicas, científico-técnicas, biológicas e, incluso, para algunas carreras catalogadas como humanísticas. (7) Que no van a ser citados aquí más que por siglas no identificables. 40 MAR, NÁUTICA E HISTORIA NAVAL EN LOS LIBROS DE TEXTO 1) Los contenidos referentes a 6o curso (8), en las cuestiones de la denomina da geografía física, hacen referencia (9) (tema 3) al "Novísimo Continente" que "fue descubierto en el siglo XV por Cristóbal Colón" sin indicar la fecha del acontecimiento. El resto es ajeno a nuestro tema. No se puede decir que haya una manipulación de la Historia de acontecimientos o lo que Herrera denomina Historia de los hechos; simplemente no se consideran. En las lecciones sobre geografía humana se describe la población de América así: "Los británicos emigraron a millones para crear los Estados Unidos, Australia y Canadá" dándose una sensación de voluntariedad e intencionalidad en los pro tagonistas de los hechos que, por otra parte, nunca se indica cómo llegaron a los territorios de inmigración. Asimismo se dice que "los españoles y portugueses re poblaron Iberoamérica" y que el "actual poblamiento negro de América (60 mi llones) es debido a la inmigración forzada de esclavos negros de África a América"; o que el Tercer Mundo o países subdesarrollados son, entre otros, los "países de Hispanoamérica" (t.8). Como se aprecia en el texto y en el mismo ca pítulo, se sugiere el término Iberoamérica como más aséptico que el de Hispanoamérica que resulta peyorativo aunque citado como sinónimo. Y entre las cuestiones de transportes y comunicaciones (t.10) se enuncia có mo "la circulación marítima (10) ha ampliado considerablemente los medios de comunicación. Los barcos de vela o remo han dado paso a los de vapor, y las co municaciones a través de los mares se realizan con barcos de carga y motonaves de gran tonelaje y rapidez. El transporte por mar es mucho más barato que por fe rrocarril o carretera ¿sabes por qué?" (11). Nuevamente se hace una abstracción que dejará al criterio y tiempo disponible del profesor la aclaración de tan com pleja y no súbito cambio en el tráfico marítimo. En el curso siguiente (séptimo (12)) los contenidos de referencia son de análo go tenor; esquema de corrientes marinas, nuevamente sin referencias históricas (t.l). Respecto a los países de "América Latina" (t.5) se explica "América Latina o Iberoamérica" (sinónimo sólo en apariencia) de la que forman parte "Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Cuba, Rep. Dominicana y Puerto Rico, en América Central". Se efectúa una extremada síntesis que, al ser discordante con el lenguaje de los grandes medios de comunicación social, puede originar una confusión entre la lectura y lo que el profesor deberá explicar. (8) Edad, 11 años; (SSCM). (9) Hablando de Litosfera. (10) Se incluye un esquema de corrientes marítimas sin mayor explicación al efecto que se su pone recae sobre el profesor. (11) Pregunta que deberá explicar, sin duda, el profesor porque el libro no ahonda más en el te ma. Téngase en cuenta que a este profesor se le encomienda no solamente la enseñanza sino tam bién la educación; por otra parte tiene que explicar, naturalmente sin medios, desde cuestiones de historia y geografía universal, a temas de ética, constitucionalismo, tráfico, educación sexual y todo lo que la sociedad exige. (12) Con 12 años de edad; (SECM). 41 Acerca del Pasado histórico del continente americano las aportaciones que ofrece el texto observado son que "fue descubierto por Cristóbal Colón, un nave gante genovés al servicio de los Reyes Católicos, en 1492". Al tratar la expansión castellana y/o española a través del mar (t. 12) se enseña (al estudiar los Reyes Católicos) "La conquista y colonización de las islas Canarias iniciada hacía cien años, se completó en esta época"; y en el tema si guiente, dedicado a los grandes descubrimientos geográficos, se expone con qué "se construyeron nuevos barcos, como la nao y la carabela que no necesitaban re mos, pues los movía el viento. Estos barcos podían alejarse de las costas gracias al astrolabio, instrumento que indicaba a los navegantes su posición, y la brújula que les indicaba el camino a seguir...". Al hacer, por vez primera una presentación de la importancia de la náutica en la historia de España se observa la poca preci sión con que queda reflejada y nuevamente quedará a merced del profesor el co rregir y completar esta pequeña nota. Enseñanza que tampoco es muy precisa en el descubrimiento portugués de Brasil: "una segunda expedición enviada a la India se desvió de su ruta a causa de las tormentas y llegó al Brasil. Así fue como los portugueses llegaron a América"; una vez más en una abstracción, generaliza ción o excesiva vulgarización. A los descubrimientos españoles dedica seis líneas, diez más a los viajes de Colón sin hacer, siquiera referencia a la isla (al menos de valor simbólico) de San Salvador, Guanahaní, Wattling u otra (por controvertida que fuera). Sí se mencio na el tratado de Tordesillas (sin mencionar año) "Que dividía entre ellos [Castilla y Portugal] las tierras descubiertas. Sin embargo un error de cálculo dejó a Brasil dentro de la zona asignada a Portugal y a Filipinas en la zona española"; aquí la cuestión no sólo es de generalización sino que al precisar queda desenfocado el tema en sí mismo. El imperio español (t. 15) desarrolló un comercio que "se hacía por mar"; mención a la piratería y referencia a la batalla de Lepante" (sin fecha alguna). La conquista y colonización del Nuevo Mundo (t. 16) es, asimismo, pobre en contenidos de nuestro interés, imprecisa en sus afirmaciones y poco enriquecedoras del acervo cultural del alumno; a la vez se contradice en su definición de Centroamérica anteriormente expuesto segregando las islas caribeñas. "Sólo de Sevilla podían salir barcos para comerciar con las colonias america nas" (t.16); y, en el siglo XVII (t. 17) la supremacía naval era holandesa "los ho landeses se convirtieron en la primera potencia naval y comercial del mundo" porque el comercio español "Perdió la importancia que había tenido en el siglo XVI; el monopolio de la Casa de la Contratación de Sevilla con las colonias ame ricanas no fue aceptado por Holanda, Inglaterra y Francia, las cuales vendieron directamente en los territorios españoles de América"; más tarde se mencionará la piratería y fortificaciones En el último curso básico (octavo (13)) la temática estudiada es la contempo ránea y consecuentemente las explicaciones serán de ese tenor. Desaparecen los (13) Trece años, fin de la escolaridad obligatoria, obtención del nivel de Graduado escolar (OECA). 42 últimos restos del imperio español (t.5;3): el desastre del 98: "Estados Unidos considera al Caribe como su área de expansión imperialista, por eso desde un principio ayudó a los rebeldes cubanos. El pretexto de Estados Unidos para intervenir fue el hundimiento accidental del crucero norteamericano Maine enviado en son de desafío al puerto de La Habana, la flota española fue prácticamente aniquilada en Cavite (Filipinas) y Santiago (Cuba) y las tropas españolas pese a su heroísmo, tuvieron que rendirse ante unas fuerzas enormemente superiores. Por ejemplo, el puerto de Santiago era defendido por 419 españoles, para atacar Santiago los americanos desembarcaron 16.000 hombres. El puerto se rindió cuando ya sólo quedaban 80 soldados con vida. El tratado de París de 1898, España perdió Cuba, Puerto Rico y Filipinas, lo úl timo que quedaba de su gran imperio colonial iniciado en el siglo XV" (se incluye una imagen del acorazado Vizcaya después de la batalla naval de La Habana en 1898); con ello se concluye la escolaridad sin que la importancia de España en el mar haya quedado suficientemente, e incluso, mínimamente, expuesta. 2) En el último curso de bachillerato (14) son estudiadas diversidad de cues tiones: Se explican los circuitos comerciales, colonización fenicia, griega y carta ginesa (t.2) así como la romana (t.3) pero no se menciona la navegación en el Mediterráneo ni fuera de él, el barco, etc. Sí se hace referencia a la "brillante ex pansión internacional" de la Corona de Aragón (t.10) y que una "flota catalanoaragonesa desembarcó en Sicilia (1282)" e incluso se incorpora un mapa esque mático de la expansión de esta Corona por el Mediterráneo. El papel de España en la ampliación de horizontes geográficos se halla razo nablemente estructurada (t.12) pero no se hace énfasis alguno en la Marina y la náutica si se exceptúa un parágrafo (t. 13,2-2) en que se diferencia la galera del galeón y son recordadas la batalla de Lepanto y el fracaso de la Invencible (1588). Finalmente (t. 15) a punto de obtener su título o diploma de bachiller, son mencionados Alonso de Santa Cruz, Pedro de Medina y su Arte de navegar así como Juan de la Cosa. A MODO DE CONCLUSIÓN Al ensayar un balance sobre contenidos históricos, náuticos y de la Marina en la enseñanza fundamental la conclusión es poco optimista. Los textos oficiales docentes son más pobres de lo que podría esperarse en la "enseñanza general bá sica"; como en tantos otros temas y asuntos se supone (15) que es el profesor quien llene con su presumible preparación y, desde luego con unas dosis de entu siasmo rayano en el apasionamiento, las lagunas y carencias de los textos. Los alumnos, inmediatamente, se incorporarán a la sociedad con su "graduado esco lar" bajo el brazo; esperar una continuada formación permanente es cuestión de su libre voluntad. (14) Con 16 años, (TECV). (15) No sólo el observador sino también en el ánimo del legislador. 43 En el bachillerato o "enseñanza media", la cuestión presenta matices distintos. Por un lado una madurez mucho mayor del alumno permite que los contenidos sean notablemente más amplios; y, sin embargo, tampoco hay mayores explica ciones en la participación y repercusión de la historia naval en la historia de España. Esa misma madurez permite que el profesor —por lo general especializa do en la materia— pueda ahondar en la comprensión de lo expuesto en los textos; de su preparación y profesionalidad depende todo. De la clásica y denostada Historia plagada de fechas se ha pasado al polo opuesto olvidándose que el tiempo importa (en su justa medida) mucho en las ciencias sociales; ni siquiera las de algún valor simbólico, ni las que sirven de co ordenadas clave suelen ser citadas. La generalización es pertinente pero, por lo mismo, exige una cuidadosa formulación. Y, en conclusión, recae sobre el profe sor todo el esfuerzo que no hacen programas y textos por cubrir un tema de la mayor importancia en la historia de España, por razones que es ocioso, aquí, ex poner. Quizá es oportuno sugerir que sea la propia Marina, a través de su Instituto específico de cultura e historia, quien desarrolle actividades de extensión cultural para los alumnos y para los que ya dejaron de serlo. Asimismo para poner las ba ses de una colaboración más intensa con la Universidad para que se desarrollen estímulos al estudio e investigación sobre estas materias entre quienes, en poco tiempo, serán los profesionales de la enseñanza de la Historia y Ciencias Sociales. 44 LAS ISLAS FILIPINAS EN LAS PUBLICACIONES DE LA ARMADA A. CALAVERA VAYA Universidad Complutense El presente análisis de la presencia de Filipinas en las publicaciones de la Armada se basa en el estudio de la Revista General de Marina. La razón principal para la utilización de esta publicación periódica concreta se centra en que la fecha del inicio de su edición (1877) permitía suponer que los hechos relativos a la eta pa en que Filipinas fue una colonia española, así como las luchas de independen cia, se vieran en ellas reflejadas de una manera especial, permitiendo obtener una serie de conclusiones sobre la forma en que dichas situaciones se vivían entre los miembros de la Armada española. Una primera clasificación temática de los índices de la Revista nos permite de finir claramente un grupo de artículos cuyo lazo de unión es la referencia al Extremo Oriente Ibérico y, más concretamente, a las Islas Filipinas. En realidad, la referencia al Extremo Oriente Ibérico se reduce a tres artículos sobre las Islas Carolinas y Palaos, publicados en 1885, coincidiendo con la escalada de la ten sión en la zona que supusieron los incidentes con Alemania ante los intentos es pañoles de ocupación efectiva. Las Islas Filipinas, en cambio, ocuparon repetidamente a los autores que publi caban en esta Revista. Existen sobre ellas un total de 54 artículos, 37 si no conta mos aquellos que forman parte de una serie que se publica dividida entre varios números. Estos artículos tratan aquellos aspectos concretos del archipiélago filipi no que podían resultar de interés especial para los miembros de la Armada, y po demos agruparlos, desde el punto de vista temático, de la siguiente manera: — Organización de las fuerzas de la Armada española en Filipinas (12 artículos). — Viajes de unidades de la Armada española a Filipinas (10 artículos). — Conocimiento del medio geográfico filipino (17 artículos). Este apartado engloba toda una serie de descripciones de aspectos concretos de la geografía física y de la climatología de las Islas (mareas, huracanes...), con un fin primordialmente práctico, como es el de proporcionar a los miembros de la Armada una serie de conocimientos prácticos que les permitan enfrentarse con un mínimo de previsión a su misión en Extremo Oriente. — El 98 en Filipinas (5 artículos). — La obra de España en Filipinas (2 artículos). — La Segunda Guerra Mundial en Filipinas ( 2 artículos). — Varios (6 artículos). Este apartado contiene artículos sobre temas tan dife rentes como el tendido de un cable eléctrico entre Hong-Kong y Filipinas, el pro yecto de un Sanatorio Militar en las Islas o una exposición cartográfica sobre el archipiélago organizada con motivo de su independencia de los Estados Unidos. 45 En cuanto a la periodicidad de este grupo de artículos, se pueden señalar dos subgrupos bien diferenciados: el primero de ellos está formado por los que fueron publicados entre 1878 y 1899, es decir, durante la etapa en que las Islas fueron una dependencia española. En este primer subgrupo se engloban todos los artícu los referentes a los aspectos geográficos interesantes para la navegación. El se gundo subgrupo está formado por los artículos publicados entre 1930 y 1988. Entre 1899 y 1930 no existe en la Revista ni una sola mención a las Islas Filipinas. A partir de aquí, podemos adelantar una serie de conclusiones sobre la presen cia de las Islas Filipinas en la Revista General de Marina. La primera de estas conclusiones es que el archipiélago filipino sólo interesa ba a la Armada, al menos como tema para su Revista, en tanto que posesión espa ñola. Esto no es una característica privativa de la Revista General de Marina, sino que es algo que tienen en común todas las publicaciones españolas de la época: pasado el 98 se aprecia en todas ellas un cierto resquemor a hablar un tema que no trae buenos recuerdos a nadie. Es importante señalar que la década de los treinta parece representar de alguna manera, la superación de este resquemor por parte no sólo de la Armada, sino de todo el país. Una segunda conclusión es que para la Armada, como la mayoría de los espa ñoles, Filipinas era Manila y poco más. Aquí reside una de las grandes diferen cias entre Filipinas y la isla de Cuba: mientras que en Cuba se construía el primer ferrocarril del Continente, en el archipiélago filipino el dominio del territorio, si excluímos Manila y poco más, era prácticamente nulo. La razón parece clara: du rante largo tiempo, lo único que de las Islas Filipinas ha interesado de manera de terminante a los sucesivos gobiernos españoles ha sido una base para la Nao de Acapulco; sólo a la Iglesia le interesaba introducirse más en el territorio para rea lizar su cura de almas, pero dicha introducción podía perfectamente realizarse sin conseguir con ella una mínima vertebración del territorio. Desalojados los espa ñoles, nada cambió gran cosa con los norteamericanos, que de nuevo buscaban una base para su actuación en Extremo Oriente. Todo esto hace que si, exceptua mos las islas de Luzón y Mindano, así como algunos otros pequeños sectores de la costa, la situación de las Islas Filipinas pueda ser calificada no ya como colo nial, sino como auténticamente misional en pleno siglo diecinueve y principios del veinte. No se puede decir, como sucede en el caso cubano, que el interés por mantener este archipiélago como una posesión española estuviera basado en la necesidad, por parte del Gobierno de Madrid, de proporcionar a los inversores privados un fo co que permitiese la acumulación de capitales; perdido México, todo el sistema de relaciones en el que se basaba la explotación de las riquezas que generaba Filipinas, relacionado en último término con la explotación del comercio de artícu los orientales con destino a Europa y América, quedó desmontado, y nada seme jante, y ni siquiera parecido, vino a sustituirlo. Por otro lado, tampoco se puede ha blar de un intento por parte del Gobierno español de incentivar el crecimiento eco nómico español mediante la posesión de un mercado para los productos peninsulares, ya que Filipinas era un mercado insignificante para cualquier pro46 ducción que no fuera la muy rudimentaria producción interior. ¿Qué fue entonces lo que hizo que los españoles como nación y la Armada española como su repre sentante en la distancia se obstinaran tanto en defender la posesión de las Islas? Resulta obvio que la pérdida del archipiélago filipino se debió, entre otras co sas, a las deficiencias que presentaba la Armada Española en la época. No había hombres suficientes y, sobre todo, no se le dieron los medios necesarios para ha cer frente a una ofensiva como la norteamericana. Por otro lado, parece adecuado recordar aquí que hacía ya largo tiempo que la marina mercante española (que no la Armada española), recurría insistentemente a la flota mercante estadounidense para suplir sus propias carencias en el comercio trasantlántico. Existía una enor me diferencia de medios entre las dos armadas; la española no tenía medios para realizar prácticas de tiro, el carbón de que disponía no era de una calidad lo sufi cientemente buena como para garantizar unos promedios de velocidad lo bastante altos como para llegar en un tiempo razonable a zonas de conflicto tan alejadas, a lo que se añadían los problemas de suministro para las largas distancias. Por otro lado, la formación de los fogoneros era todavía deficiente, y hay que recordar aquí que la implantación del vapor data de la segunda mitad del siglo XIX; y, por último, la diferencia de tonelaje y de armamento entre las dos flotas era conside rable, y favorable siempre a la flota estadounidense. Todo esto justifica realmente el que muchos autores, al referirse a la batalla de Cavite, hablen de un verdadero tiro al blanco contra la flota española. La Armada española se vio repetidas veces en la necesidad de recurrir a los barcos de las compañías navieras particulares, para que éstos realizasen el trans porte de tropas, armas, víveres, carbón y pertrechos en general. Estos barcos, de dicados al apoyo logístico, se contabilizaban como pertenecientes a las escuadras, lo que reducía la operatividad y fuerza reales de éstas a la hora de la batalla. Todo ello dentro de una tónica general de sobrevaloración de las fuerzas navales dispo nibles, tanto por parte del Gobierno como de la prensa española, que produjo en la población una euforia inicial realmente injustificada. Por último, queda señalar que, en la mayoría de estos artículos dedicados a Filipinas por la Revista General de Marina, se aprecia como denominador común una especie de intención de exonerar a la Armada de toda culpabilidad en las con secuencias que para España tuvo el 98; a través de la lectura de muchos de estos artículos se obtiene una impresión inicial de que los miembros de la Armada se sienten a menudo como sometidos a juicio cuando se trata de este tema. En todo caso parece que lo que debería hacerse es un juicio a la política colonial del Gobierno español, que recibió un país susceptible de civilización y no supo pro porcionarle las bases para una nueva y más ventajosa integración en el sistema económico mundial. 47 LA COLECCIÓN DE VIAJES Y DERROTEROS M. MURIEL HERNÁNDEZ Universidad Autónoma El Instituto Histórico de la Marina inició en 1943, la publicación de una "Colección de Diarios y Relaciones para la Historia de los Viajes y Descubri mientos". El prólogo de la colección corrió a cargo del entonces capitán de fragata y Director del Instituto Julio Guillen Tato. Se proponía la Colección publicar, "no tan solo los inéditos, sino la totalidad de los diarios y relaciones que de los viajes realizados por españoles ilustraron la Geografía". La publicación acogería por igual tanto a los grandes viajes, como a los que Navarrete denominó menores. Cada volumen publicado debía contener el mayor número de estos viajes, no estando previsto hacer números monográficos si no lo imponía la extensión del diario; con vistas a esta economía la presenta ción de cada viaje sería breve, y en todos aparecería un gráfico con la derrota "pa ra iniciación somera del curioso y base de mejores frutos del estudioso de ellos". Cada volumen terminaría con índices onomásticos, geográficos y de nombres de buques, y en el volumen número diez y múltiplo de la Colección, aparecería un pequeño diccionario con las voces marineras. La publicación de estos trabajos no tenía pretensiones investigadoras, sola mente la de divulgar relaciones y diarios, y así llenar un hueco que había desde hacía muchos años en nuestra patria, donde nunca había obtenido éxito ningún in tento. Al tiempo que se llenaba esta laguna se presentaba la oportunidad de iniciar en estos temas a un grupo de oficiales de marina, a cuyo cargo iba a correr la in terpretación gráfica de cada derrota. Termina Guillen Tato hablando del ritmo a que saldrían estas publicaciones: el calendario se ajustaría a "las disponibilidades económicas que la superioridad nos asigne". No debieron ser muchos, porque la publicación de siete tomos a los cuales vamos a hacer referencia aquí, abarca un largo periodo de más de treinta años, de 1943 a 1975. La publicación de esta pequeña serie de Viajes y Relaciones fue una medida acertada, porque con ella, se empezó a dar a conocer viajes que permane cían olvidados excepto de los estudiosos del tema. Lamentablemente fueron po co pródigos en las entregas, y quedaron reducidos a la publicación de veintitrés viajes en siete volúmenes; número insignificante, frente a los documentados que realizaron los españoles en sus afanes descubridores y colonizadores a lo largo de tres siglos por todos los mares del Continente americano y del Océno Pacífico. Es cierto, que el momento en que aparece la colección, en 1943, es de grandes penurias y restricciones económicas para España, que acaba de salir de la Guerra Civil, y sobre la que pesa la inseguridad política, creada por la devastadora guerra que asóla Europa y el mundo entero. Esto se traduce en la modesta presentación y confección de cada volumen. Las relaciones se presentan tal cual las dejaron es critas, desnudas de toda ornamentación, sin más acotaciones o aclaraciones que no sean las de dar el nombre geográfico actual, si no conservan el bautizado por los descubridores, y esto de tarde en tarde, sobre algunos ya conocidos. El creador de la serie, D. Julio Guillen Tato, no debía contar con excesivo nú mero de colaboradores preparados, porque piensa que a la par que da a conocer las grandes hazañas de nuestros marinos, va a servir para iniciar en estos estudios, a algunos oficiales de marina de la nueva generación. Pero es precisamente, en ese primer momento, cuando aparecen a buen ritmo los cuatro primero números en los años 1943 y 1944; el quinto volumen sale tres años después. No deja de causar extrañeza, que en los quince últimos años, nadie se haya ocupado de la se rie, precisamente, cuando la historia de la Marina cuenta con tanto cultivadores, que han producido eminentes trabajos tutelados por ésta. Aunque parezca simple y descarnada la presentación, entiendo que fue acerta da la disposición de publicar los Diarios con una breve introducción, pues de lo contrario, los lectores aunque sean aficionados a los libros de viajes se quedarían en la explicación de una densa presentación, y no entrarían en los farragosos y monótonos textos de algunos de los viajes. En el tercer volumen, el almirante Guillen Tato, hace una apasionada presentación —bien merecida— del fabuloso Pedro Sarmiento de Gamboa, mostrándonos al hombre del mar, navegante y es critor, ante su primer viaje al Estrecho Magallanes, facilitando buena bibliografía. También en el volumen séptimo, el capitán de navio Agustín Albarracín y Roberto Barreiro hacen con alguna extensión la semblanza o bosquejo biográfico de Arteaga y Caamaño respectivamente, al presentar los viajes a la costa del NO de América los años 1779 y 1792. Cuando el lector logra introducirse en los originales, poco a poco es captado por los relatos auténticos, y una vez aficionado a su lectura pasa a hacer su propia interpretación y valoración de los hechos; entonces viajes magníficamente docu mentados como son los del siglo XVIII, pierden categoría humana ante otros de los siglos XVI y XVII como los fracasados de Camargo, Diego García, Iradier, Vea, o el dramático segundo viaje de Sarmiento de Gamboa de 1581, al Estrecho de Magallanes para colonizar y fortificar éste. Es de lamentar que el diccionario con las voces marineras —prometidas en un décimo volumen que no llegó a publicarse— no apareciera en los primeros, pues hubiera ayudado a conocer el arte o ciencia de navegar de esas épocas y la estruc tura o composición de los barcos, y la diferencia de porte y cualidades de cada uno de ellos. Es difícil encontrar en los modernos diccionarios los conceptos de muchas palabras marineras que quedaron hace tiempo en desuso. Me llamó la atención, una que pongo como ejemplo: "papahigo", que un diccionario traduce como "cualquiera de las velas mayores excepto la mesana, cuando se navega con ellas solas". 50 El marco en el que aparece la publicación de los Diarios y Relaciones —una revista de la Marina— es el más adecuado, porque de forma imparcial pueden te ner acogida todos los viajes; aquellos que dieron gloria a sus protagonistas, y los que fracasaron; los de fácil lectura y los de difícil comprensión; los que apenas ocupan unas cuantas páginas, y los que forman por si sólo un volumen monográ fico; todos sin esperar de ellos la sanción del éxito editorial. Por otra parte nadie mejor que los marinos, podían trazar sobre los mapas las rutas que siguieron en los viajes, que tanto auxilian las lecturas de los mismos y cualquiera otra aclara ción, de situracines difíciles que necesitan explicación. * * Antes de pasar a examinar el contenido de la "Colección de Diarios y Relaciones para la Historia de los Viajes y descubrimientos", quiero hacer constar aquí, que el atractivo que ejercían, tanto los viajes de los marinos, como otros tra bajos de los descubridores, conquistadores y colonizadores, movieron a D. Pascual Barberán a crear el "Tercio Viejo del Mar Océano" convertido en 1989 en "Fundación del Mar Océano", con el objeto de rememorar grandes he chos de los españoles, muchos de ellos olvidados, que merecían el tributo de su reconocimiento. Realizar, aunque solo sea, una parte de las rutas de nuestros marinos, supo ne un arduo trabajo de organización y elevados gastos, casi imposible de reali zar si no se cuenta con los marinos de las naciones de nuestra Infantería de Marina nunca han faltado; por eso a lo largo de doce campañas, la "Fundación del Mar Océano" ha hecho su presencia cada 12 de octubre —o en la celebra ción de efemérides— allí donde hubo que honrar a los beneméritos marinos es pañoles. Para centrarnos en el tema que nos atañe —los viajes reproducidos en la pu blicación del Instituto Histórico de la Marina ya citada, contenidos en los volú menes primero y tercero— haré una pequeña anotación de la experiencia personal y del estudio de tres viajes al Estrecho de Magallanes sobre los lugares donde tu vieron acción los principales hechos. En 1980, año en que se cumplía el 400 ani versario del primer viaje de Pedro Sarmiento de Gamboa por el Estrecho de la Madre de Dios", la Fundación del Mar Océano, hizo presencia en el Estrecho, pa ra rendir tributo al gran marino; examinó el lugar que llamaron, "Río San Juan de la Posesión", que él tomó en nombre del Rey Felipe II el 13 de febrero de 1580. Para honrar nuevamente a este legendario marinero en su segundo viaje, el de co lonización y fortificación del Estrecho de Magallanes en 1582, nos trasladamos desde Punta Arenas —en lanchas neumáticas del Regimiento Cochrane de la Infantería de Marina de Chile— al lugar donde se asentó la "ciudad del Rey Felipe", fundada el 25 de marzo de 1585 y cuyas ruinas fueron descubiertas en el año 1955. Sobre lo que fue el respaldo de la Iglesia de la Encarnación, se dijo una misa y se colocó una placa. Este lugar fue bautizado nuevamente en 1587 por el corsario Thomas Cavendish con el nombre de "Puerto del Hombre", al conocer por el único superviviente —Tomé Hernández— el trágico fin por hambre de sus 336 pobladores. 51 También examinamos en aquellos inhóspitos parajes de la penínisula de Brunswik, el lugar donde pasaron diez meses, de febrero a noviembre de 1540 la expedición de Camargo, conocida como "las naves del Obispo de Plasencia". Desde nuestro centro de la Ciudad de Punta Arenas —lugar cercano a donde fon deó y embarrancó Camargo, y de donde le recogió la otra nave— nos desplaza mos al bautizado por ellos "Puerto de las Zorras", hoy San Miguel, San José— en la citada península de Brunswik. En 1982, la Fundación del Mar Océano visitó San Agustín de la Florida, e hi zo la ruta de Menéndez de Aviles hacia el norte. En el antiguo fuerte de Santa Elena, junto con nuestros anfitriones los "Marines", colocamos una lápida recor dando la presencia de España en ese lugar. En la campaña de 1991, está programado para septiembre visitar de la "Serena a Valdivia", la ruta de las ciudades fundadas por Pedro de Valdivia, y la reproducción en parte de los viajes de Vae e Iradier en 1675. Se recorrerá por el este la isla de Chiloé y hacia el sur. También se festejará con los chilenos que esa isla arrió por última vez la bandera de España después de la independencia de los países de América Continental. Parece lógico —pues— que al estudiarse en esta reunión de Medina del Campo, "Castilla y América en las publicaciones de la Armada" me haya ocupa do de la pequeña serie, que nos inició hace ya más de diez años, en un conoci miento más profundo de América. Las lecturas y los viajes nos han dado otra vi sión de la historia y geograía de América; nos han acotado de alguna forma los territorios, y nos parecen borrosos, los contornos de los países cuya geografía no hemos estudiado a través de relatos de este tipo. Asociaciones como los Amigos de los Castillos, que programan visitas de estudio a esas viejas construcciones mi litares, deberían enfocarse hacia la visita a los lugares de los "viajes" como lo vie ne promoviendo la "Fundación del Mar Océano". VIAJES QUE APARECEN EL LA "COLECCIÓN DE DIARIOS Y RELACIONES PARA LA HISTORIA DE LOS VIAJES Y DESCUBRIMIENTOS Volumen I Alonso de Camargo 1539 Juan Rodríguez Cabrillo 1542 Pedro de Valdivia 1552 Antonio de Vea 1675 Pascual de Iriarte 1675 José de Quiroga 1745 Volumen II Pedro de Valdivia 1540-1550 Pedro Menéndez de Aviles 1565-1566 Diego Flores Valdéz y 52 Alonso de Sotomayor 1581-1583 Juan Francisco Bodega y Quadra 1775 Volumen III Sarmiento de Gamboa 1579-1580 Volumen IV Diego García 1526-1527 Pascual de Andagoya 1534 Sancho de Arce 1586 Sebastián Vizcaíno 1602-1603 Francisco de Ortega 1631-1636 Andrés del Pez 1687 Volumen V Esteban Rodríguez 1564-1565 Miguel López de Legazpi 1564-1565 Esteban Rodríguez y Rodrigo de Espinosa 1565 Volumen VI Esteban José Martínez 1742-1798 Volumen VII Ignacio de Arteaga y Bazán 1779 Jacinto Caamaño Moraleja 1539 ALONSO DE CAMARGO Se trata del viaje al Estrecho de Magallanes conocido como el de las "naos del Obispo de Plasencia". Fue un viaje patrocinado por don Gutiérrez de Vargas, Obispo de Plasencia, que alistó cuatro naos bajo el mando del citado marino para realizar el viaje al Perú pasando por el Estrecho de Magallanes; trataba de resolver el problema de la fracasada expedición de Simón de Alcazaba. Salió la Armada de Sevilla en agosto de 1539, y llegaban las naos a la boca del Estrecho de Magallanes el 20 de enero de 1540. Aquí les sorprende un tempo ral y se pierden de vista unas de otras, permaneciendo de invernada hasta que aparecen vientos favorables. Hay dos relaciones de este viaje muy confusas, A y B, que relatan determina dos pasajes del viaje. La A "Relación del viaje que hicieron las naves del Obispo de Plasencia des de la altura del Río de la Plata para el Estrecho de Magallanes", inicia su informa53 ción el 2 de noviembre de 1539. Debía de tratarse del mes de diciembre porque cita el día 31. Durante ese mes solamente indica el grado donde toma el sol, y las brazas de profundidad. El 20 de enero embocan en el Estrecho y dos días después se perdió la nao ca pitana. Recuperados Camargo y la tripulación después de serios avatares, encalla ron el "Puerto de las Zorras", al oeste de la actual Península de Brunswick. Partieron del Puerto de las Zorras el 24 de noviembre en viaje de vuelta, y termi naron su relato hacia el 13 de enero de 1541 cuando se encontraban a la altura de 31 grados. Nos cuenta Camargo que la tierra era rasa, sin arboledas muy ventosa y dema siado fría, donde nevaba ocho meses al año, pero era rica en caza y lobos marinos. La B esta fechada en 1541. Es la "Relación del suceso de la Armada del Obispo de Plasencia que salió de España por el Estrecho de Magallanes, a donde llegaron a mediados del mes de enero de 1540. Sacada de una carta escrita a Lázaro Alemán desde Lisboa con fecha de 19 de julio de 1541 por Cristóbal Rayzan". Una de las naos, hacia el mes de octubre de 1540 en el tornaviaje, erraron de de rrota y aparecieron hacia el Cabo de Buena Esperanza, llegando a Santo Tomé. Los relatores de este viaje, dos marineros de la espedición que llegaron en un navio por tugués, dan información de que una de las naves probablemente llegó al Perú. 1542 JUAN RODRÍGUEZ CABRILLO Se trata de un viaje por las costas de las Californias, encomendado por el Virrey Antonio de Mendoza. Salió del puerto de Navidad el 27 de junio de 1542 con los navios San Salvador y la Victoria y regresan nuevamente al puerto de Navidad el 14 de abril de 1543, sin víveres ni demás bastimentos. Recorrieron to da la costa californina hasta casi, Cabo Mendocino, descubriendo puertos, islas y cabos, dando nombre a los de San Salvador y Victoria, que eran los de sus naos. En la de Posesión, llamada después Rodríguez Cabrillo y hoy San Miguel, murió el 3 de enero de 1543 Juan Rodríguez Cabrillo dejando por capitán al Piloto Mayor Bartolomé Ferrero, encargándole, que no dejase de descubrir cuanto le fuese posible por toda aquella costa. El relato es minucioso y muy documentado de lectura agradable, pudiendo seguirse perfectamente a través de la lamina III. 1552 PEDRO DE VALDIVIA El relato de ese viaje está escrito por el escribano del Cabildo de la ciudad de Valdivia, donde al tiempo que piden mercedes para la ciudad, dan cuenta de los esfuerzos realizados por los hombres de Pedro de Valdivia para ocupar, cristiani zar e instruir a los indios —a los que no roban—, dando cuenta de las ciudades fundadas desde Coquimbo al norte: Valparaíso, Santiago, Concepción, Imperial, Villa Rica y Valdivia. 54 1675-76 ANTONIO DE VEA Es la relación diaria del viaje a las costas del Estrecho de Magallanes, a fin de expulsar antes de que se asentasen en estos lugares unos piratas que habían sido detectados por los indios Calbucos y Patagones. El Diario y las Relaciones están dedicados a don Baltasar de la Cueva, Virrey del Perú que fue quien ordenó la espedición encomendada a Antonio de Vea al que confirió el título de Gobernador General de Mar y Tierra. El diario de navegación comienza el 21 de septiembre de 1675; se dirigen al Sur, isla y puerto de Chiloé, donde le retendrá una avería del navio "Nuestra Señora del Rosario y Animas del Purgatorio". Es un relato lleno de minuciosas instrucciones a sus subordinados y de cartas a sus superiores, y a la Gobernación de Chiloé, para que en cada momento sepa donde se halla o hasta donde ha llega do explorando, por si pereciera en un naufragio. Llegó hasta la isla de Wellington. Regresó por Chile, tocando en Valparaíso y rindiendo viaje en el Callao el 19 de abril de 1676. De la lectura de este detallado y documentado viaje se deduce la gran densi dad de tráfico que existía ya en los mares de Chile. 1675 PASCUAL DE IRIARTE Se trata del mismo viaje, de reconocimiento y exploración de los puertos, ba hías y ensenadas existentes de Chiloé al Estrecho de Magallanes. Iriarte fue el capitán del navio "Nuestra Señora del Rosario". Partieron de el Callao y fueron hacia el oeste —isla de Juan Fernández—, debido al tiem po reinante; el 30 de octubre llegaban a la isla de Chiloé, donde se produce la rotura del navio. Ante la imposibilidad de reparar la nao, cumpliendo órdenes de Vea, tomó otro navio en Concepción, y con el "Trinidad", así llamado, continuó rumbo al Sur. Llegó hasta la isla de los Evangelistas en la boca del Estrecho, allí lanzó el chinchorro al agua con el "capitán Juan Bautista de Echevarría y Urquizo, el sargento Mayor Don Pedro de Villegas, el capitán Antonio Ruiz Piloto, y el Contramaestre Francisco de Escorza, personas todas de conocido valor y esperiencia, y por Cabo de todos Don Antonio de Yriarte, mi hijo y Alférez vivo de mi Compañía de Mar y Guerra". Aquí le esperaron infructuosamente del 7 al 15 de febrero, no sabemos si llegaron a colocar la lámina de bronce con la correspondiente inscripción. Regresó el 6 de marzo al puerto de Chacao en Chiloé donde toma contacto con Vea. Emprende el viaje de regreso en marzo y llega a Callao el domingo 20 de abril de 1676. 1745 P. JOSÉ QUIROGA El documento es el titulado "Relación diaria que hace al Rey nuestro Señor el P. Joseph Quiroga de la Campaña de Jesús, de el viaje que hizo de 55 orden de su Majestad a la costa de los Patagones en el navio San Antonio mandado por don Joaquín de Olivares, que salió del río de la Plata siendo Gobernador y Capitán General de esta Provincia don Jose'ph de Andonaegui el año 1745". Se trata de un viaje que duró cuatro meses de navegación, fue emprendido el 5 de diciembre y terminó el lunes 4 de abril de 1746. Día a día va relatando minu ciosamente, las incidencias del viaje de forma amena. Es un documento que hará las delicias de geógrafos y lectores de viajes. Hacia el 20 de enero de 1546, el navio, rebasó el río Gallegos, sin llegar a la boca del Estrecho de Magallanes. Hace una amplia descripción de Puesto Deseado, Puerto de la Cruz, Puerto de San Julián, de la Bahía de San Gregorio y Cabo de Matas, Bahía de los Camarones y de la Costa de los Patagones. Sobre es tos lugares su dictamen es pesimista: "Toda la costa a mi parecer está desierta ni hay indios de parte alguna cerca del mar desde el Cabo de San Antonio al Cabo de las Virginias; porque siendo la Tierra salitrosa, e infructífera, no tienen de que poder mantenerse, o si en alguna parte los hubiera, nosotros hubiéramos visto al gunos fuegos, o humaradas en las partes en donde hemos surgido, y saltando en tierra." 1540-50 PEDRO DE VALDIVIA Este relato es una carta al Emperador de fecha 15 de octubre de 1550, algunos días después de fundar la ciudad de Concepción. Hace primero una exposición de los servicios prestados a S. M. en Italia, Francia y Venezuela, sus contactos — después— con el Marqués Pizarro, hasta que obtiene el mandato sobre la tierra que tiene que conquistar, desde el Perú al Estrecho de Magallanes, que él llamará NUEVA EXTREMADURA. Habla de sus fundaciones y se extiende en las cir cunstancias y detalles de su participación en la derrota de Gonzalo Pizarro. En un momento del relato hace este resumen: "El fruto de los trabajos que aquí significo que he pasado, servicios e gastos que he hecho, ha surtido en la pacificación e sosiego de las provincias del Perú y el haber poblado, en éstos de la NUEVAEXTREMADURA, las ciudades de Santiago, la Serena, y esta de la Concepción..." 1565-66 PEDRO MENENDEZ DE AVILES Contiene el relato de seis cartas escritas al Rey Felipe II entre el 13 de agosto de 1965 y el 30 de enero siguiente, en los que relata "Todo lo que había sucedido en las provincias de la Florida"; campaña para expulsión de "los franceses lutera nos" que habían establecido un fuerte. Contiene desde la salida de Gran Canaria, su viaje a Puerto Rico, la Habana y San Agustín de Florida, las disposiciones para la campaña, ésta sucintamente detallada, y las operaciones de avituallamiento y defensa de la Florida. 56 1581-83 DIEGO FLORES DE VALDES Relata, el viaje de una flota de 23 navios que saldrá de San Lucar de Barrameda para fortificar y poblar el Estrecho de Magallanes. Fue la desgracida expedición de Sarmiento de Gamboa. Vuelta a Cádiz por mal tiempo, sólo pudo continuar con 12 navios, cuya tripulación fue quedando por enfermedad en Cabo Verde e Isla Santa Catalina del Brasil. Termina el relato en Buenos Aires con el desastre final de la Flota. 1775 JUAN FRANCISCO BODEGA Y QUADRA Se trata del viaje que efectuó Bodega y Quadra en la goleta "Sonora" al des cubrimiento en los mares y costas del norte de Caledonia, actuales territorios del noroeste de Estados Unidos, Canadá y Alaska, en el año 1775. De malas condiciones marineras que hubieran sido desechada por otro mari no, y con las enfermedades en contra, logró Bodega y Quadra llegar a los 58 gra dos. A la vuelta pasó cerca de la isla de Vancouver y tocó en Bahía Bodega, San Francisco y Monterrey; e hizo numerosas descripciones de puertos como los de Trinidad, Bucorrelli, Los Remedos, etc. Termina con un estado de los términos de la navegación correspondiente a los meses de marzo a noviembre. 1579-80 SARMIENTO DE GAMBOA El tercer volumen es monográfico y fue publicado en 1944. Se titula: "Relación y Derrotero del viaje y Descubrimiento del Estrecho de la Madre de Dios, antes llamado de Magallanes". Este viaje dio comienzo en el Callao el 11 de octubre de 1579 a las órdenes del almirante Villalobos, en las naos "Nuestra Señora de la Esperanza" y "San Francisco". Navegó hacia el oeste y llegó a las islas del entorno del Estrecho de Magallanes a la altura de 49° 30' el 11 de noviembre internándose en el Golfo por él denominado de Trinidad, encontrando un lugar seguro en Puerto Bermejo de la Concepción. A partir de aquí en los bateles de las naos Almirante y Capitana reconoció los estrechos, que debían seguir los dos navios. Partieron de Puerto Bermejo con dos naos y un bergantín el 21 de enero de 1580, realizaron la navegación en conserva, en medio de vientos furiosos y tormentas. Antes de llegar a la bocana de poniente del Estrecho de Magallanes la nao Almirante de Villalobos se separó debido a las tormentas y regresó a Chile y Callao. El 5 de febrero de 1580 llegaron a la Isla de Santa Inés, de la que tomaron so lemne posesión, ya en la boca del Estrecho, bautizaron los puertos de Candelaria y Santa Mónica. Dentro del estrecho de Magallanes reconocieron minuciosamen te una y otra banda dando nombre a todo accidente de relieve que lo mereciera. El 24 de febrero salía hacia el Atlántico, no sin antes rebautizar el Cabo de las Once 57 Mil Vírgenes por Santa María y el Estrecho de Magallanes con el de Madre de Dios. En el viaje de regreso tocó las Islas de Ascensión, Cabo Verde y Azores, rindiendo viaje en Sevilla el 15 de Agosto de 1580. Es ese un relato, extenso y bien escrito, que contiene las órdenes a los pilotos y el resultado de su ejecución. Está lleno de invocaciones a santos y vírgenes. Da una gran solemnidad a todas sus decisiones y actos. IV El cuarto volumen contiene los diarios de seis navegantes de los siglos XVI y XVII. 1526-27 DIEGO GARCÍA Fue uno de los supervivientes de la primera vuelta al mundo regresando con la "Victoria" mandada por Juan Sebastián Elcano. Con anterioridad había estado ya en Río de la Plata, en la expedición de Juan Sebastián de Solís. En 1525 obtuvo de Carlos V las correspondientes capitulaciones para descubrir y colonizar. En este su tercer viaje, Diego García encontró establecido en el Paraná a Sebastián Caboto que debía haber realizado un viaje a las Molucas. En el documento hace minuciosas alusiones a Caboto, a quien tiene poca con sideración: "Y esta navegación no supo tomar Sebastián Caboto con toda su estrulogía; tomó la contraria como hombre que no sabía nada." O bien "Estas co rrientes no supo tomar Sebastián Caboto por que no era marinero ni sabía nave gar". Critica y denuncia la presencia de Caboto en esas tierras. Se trata de un relato corto y espontáneo, dictado por un hombre que no sabía leer, por lo que resulta confuso, pero a veces sencillo y conmovedor. Aun en 1536 realizó este marino, poco conocido, otro viaje al Río de la Plata acompañado a D. Pedro Mendoza. 1534 PASCUAL DE ANDAGOYA Consta de tres documentos, dos cédulas reales expedidas al Gobernador de Tierra Firme en 1534 y la contestación el mismo año de Pascual de Andagoya a Carlos V. a) "Real cédula expedida a Francisco de Barrio nuevo Gobernador de Tierra Firme, en Toledo a 20 de Febrero de 1534 mandando, que proveyese co mo se limpiase el Río Chagre, y que tuviese navegable lo más que pudiese hasta llegar a Panamá, haciendo las cosas necesarias para la carga y des carga de los mercaderes y otras cosas que por él naveguen." 58 b) "Real cédula de S. M. expedida el 20 de febrero de 1534 al Gobernador de Tierra Firme, mandándole que tomando personas expertas, fuesen a ver la tierra que hay del Río Chagre al mar del Sur, y reconociese que forma y orden se podía dar, para abrir la dicha tierra y juntar la mar del Sur con aquel río y las dificultades que tendría, así por el menguante de la mar co mo por la altura de la tierra." c) "Carta que escribió Pascual de Andagoya al Rey, con fecha en el puerto de Nombre de Dios a 22 de octubre de 1534, en contestación a las dos cé dulas reales expedidas en Toledo con fecha 20 de febrero del mismo año al Gobernador de Tierra Firme, sobre si se podía abrir la tierra, del río Chagre al mar del Sur, y también sobre mudar el pueblo de Panamá a otra parte, de cuyos dos puntos trata, entre otros varios, con particularidad". 1586 SANCHO DE ARCE Después del saqueo por Drake en en 1586, de Santo Domingo y Cartagena de Indias, donde incendió las dos galeras que tenían como misión la vigilancia de Tierra Firme, el gobierno tomó medidas pertinentes y envió a Cartagena de Indias don nuevas galeras al mando de Sancho de Arce, en sustitución de las incendia das. Se trata de dos breves documentos, donde relata la batalla y hundimiento de un corsario francés que llevaba apresado un navio portugués. En la carta le comu nica también el problema de los sueldos, de su flotilla: "Los sueldos que V. M. hace merced a la gente de estas galeras, es tan poco, según el exceso de los pre cios de las cosas de esta tierra y temo, que alguna gente honrada que trage, no se ha de poder sustentar ni lo ordinario en lo que es una comida". Suplica al Rey le informen del exceso de precios, para que pusiera remedio. 1602-1603 SEBASTIAN VIZCAÍNO Se trata del segundo viaje que hizo Sebastián Vizcaíno a las costas de California. El primero en 1596 fue a la costa oriental de la península donde dio nombre al puerto de la Paz. En los navios "San Diego", "Santo Tomás" y la fragata "Tres Reyes", realiza ron uno de los viajes más importantes desde el punto de vista geográfico, por el notable reconocimiento que hicieron hasta el Cabo Mendociano, dando nombre a numerosos puertos, cabos, bahías, e islas, muchas de cuyos nombres aún perdu ran. La península de California conserva hoy el hombre del gran marino del Golfo, donde se encuentra, la isla de Cedros, que fue centro de reunión, descanso y aguadas de anteriores expediciones. El relato está presentado en forma de capítulos y no en el monótono relato del diario. El título de cada uno, es el de la llegada o salida de los puertos e islas que le sirvieron de apoyo. 59 1631-1636 FRANCISCO ORTEGA Son tres los viajes de Francisco Ortega realizó del orden del Marqués de Cerralvo, Virrey de Nueva España, en barco de su propiedad de 70 toneladas apa rejado de fragata. Tienen como objeto el reconocimiento exhaustivo de la costa orienmtal de la península de California para conocer puertos, bahías, condiciones orográficas e hidrográficas, estudios de las gentes que la pueblan y su condición general, así como la riqueza que allí pudiera existir en oro, plata y perlas. En el primer viaje le acompañaron 18 personas, en el segundo 40 y en el tercero 16, de las cuales se conocen nombres, y de buena parte de ellos procedencia; también asistie ron mujeres —mozas de servicio— en los últimos viajes y dos esclavos en el primero. Dado el pequeño porte del barco y la falta de preparación científica de los ex pedicionarios —los datos que tiene, son de poca importancia— los avances en ca da viaje fueron limitados, pero hasta esa fecha llegaron más al norte que ninguna expedición anterior, hacia la altura de la isla Tiburón. 1687 ANDRÉS DEL PEZ Con motivo de la llegada de La Salle al Golfo de México, se reorganizaron tres expediciones por mar y una por tierra, la del capitán Alonso de León, para comprobar la situación de los territorios. Las expediciones navales fueron las de Juan Enriquez Barroto; Pedro de Iriarte y Don Martín de Ribas; y la de Andrés del Pez que es la que se relata en este volumen. Es un relato denso, lleno de datos de fácil lectura. Si desde el punto de vista político tuvieron estos viajes gran importancia, por afirmar nuestra presencia en todo el golfo; desde el punto de vista geográfico supuso volver a estudiar y levan tar el derrotero de la costa. El quinto volumen es también monográfico, dedicado al viaje a Filipinas para hallar la "vuelta de poniente" o derrota de regreso a la Nueva España. Hay cuatro relaciones: a) La realizada por Esteban Rodríguez piloto mayor en la Armada del General López de Legazpi, que contiene el relato hasta su llegada a la isla de Cebú. b) Carta que escribió al Rey el general Miguel López de Legazpi en el puerto de Cebú el 27 de mayo de 1565 dándole cuenta del viaje desde el puerto de Navidad. Le informaba que con la carta le enviaba la relación y que él quedaba poblando la isla de Cebú en espera de las instrucciones de S. M. c) "Relación circunstanciada de los acontecimientos y sucesos del viaje y jornada que hizo la Armada de S. M. en el descubrimiento de las Islas de Poniente desde el 19 de noviembre de 1564, que partió del puerto de Zubu para Nueva España. 60 d) Derrotero de Navegación de las de Poniente para la Nueva España hecho por Esteban Rodríguez y Rodrigo de Espinosa. VI 1789 ESTEBAN JOSÉ MARTÍNEZ Trata este sexto volumen del viaje del citado marino desde el puerto de San Blas hacia las costas al norte de Monterrey, al fin de informar de las andanzas de los rusos por las costas americanas de Alaska; el embajador de Rusia había comunicado los si guiente: "Había sabido que los rusos, desde 1784, enviaban espediciones desde Archangel y Kamtschatka a las costas del este, y que éstas no podían ser otras que las costas americanas..." Se trata de un escrito muy técnico en el que constantemente nos da los datos sobre el rumbo y las distancias navegadas y sobre longitudes y latitudes. Describe minuciosamente todos los hechos del viaje, y los contactos que en aquellas aguas toma con los barcos de otras nacionalidades, como los de la Compañía del Comercio Libre de Londres. Aporta un vocabulario de la lengua de los naturales de las Islas de Sandwich. Termina el viaje en San Blas el 6 de diciembre de 1789. VII 1779 IGNACIO DE ARTEAGA Y BAZAN Se trata del diario de navegación del teniente de navio D. Ignacio de Arteaga en el viaje que hizo con la fragata "La Princesa", desde el puerto de San Blas has ta las costas septentrionales de La California, hasta los 70 grados norte. Este mis mo viaje fue el que realizó Juan Francisco de Bodega y Quadra al mando de "La Favorita". Este marino alcanzó en su ruta la mayor latitud, después de tocar en la isla de la Magdalena y Regla, regresó a San Blas el día 25 de diciembre, había partido de ese puerto el 11 de febrero de ese mismo año. 1792 JACINTO CAAMAÑO MORALEJA Se trata del extracto del diario de navegación del teniente de navio Jacinto Caamaño, en el viaje de exploración realizado a las costas del norte de América, a bordo de la fragata "Nuestra Señora de Aranzazu". Como todos estos viajes de las rutas del norte, salió del puerto de San Blas el 20 de marzo de 1792 y regresó el 6 de febrero de 1793. Hizo un detenido recono cimiento de la zona de Nutka y las islas de la Reina Carlota. 61 FILIPINAS EN EL BOLETÍN DE MEDICINA NAVAL Dr. Femando LOPEZ-RIOS FERNANDEZ Académico correspondiente de la Real Academia Nacional de Medicina El conglomerado de artículos con un factor común como es Filipinas en el "Boletín de Medicina Naval" tiene no sólo un interés anecdótico, como intentaré demostrar, sino que su análisis espero que constribuya a proporcionar un mejor conocimiento de la visión histórica del problema. Un poco de historia acerca de esta revista puede ser útil. La primera etapa, y a la que haremos referencia, duró veinte años, de 1878 a 1898. Sus directores fue ron su fundador, el médico Mayor D. José Erostarbe Bucet y D. Ángel Fernández-Caro. Ocuparon sus cargos por espacio de siete y catorce años respec tivamente. Es preciso subrayar, en primer término, que esta revista nace en un ambiente que su segundo director describe así: "En Sanidad, nadie pensaba en escribir; gracias que algunos se ocuparan en leer, y la vida científica de la Corporación corría pareja con su vida material, mísera y precaria (...); los médicos en buques y cuarteles, no tenían más trabajos que expedir bajas del hospital, y en los hospitales asistir enfermos y proponer licencias temporales o defi nitivas; y aquí acababa todo, sin que a nadie se le ocurriera que pudie ra o debiera hacerse más." (1) Su carácter puramente profesional lo expresa de forma clara el mismo autor, al afirmar que es propiedad del Cuerpo y Órgano oficial, cuyos únicos redactores eran "los individuos de la Sanidad de la Armada" (2). Sus páginas merecen la atención de las actualidades científicas, sin que des cuiden las reivindicativas, como solía ser habitual en el periodismo médico ocho centista, según señala Granjel (3). Según su director, los trabajos debían seguir la vía de la moderación porque "la injuria engendra la ira y mata la razón". (4) Me interesa mostrar los hechos médicos concretos bien documentados que en (1) S. Clavijo y Clavijo. Historia del Cuerpo de Sanidad de la Armada. San Fernando, 1925. Pág. 325. (2) A. Fernández-Caro y Nouvilas. "Al Cuerpo de Sanidad de la Armada, a mis comprofeso res." Boletín de Medicina Naval, t. VIII, 5-7. 1885. (3) Luis. S. Granjel. La Medicina Española contemporánea. Ediciones Universidad de Salamanca. 1986. (4) Boletín de Medicina Naval, t. VIII. 6. 1885. <S3 esta revista aparecen sobre nuestros últimos años de presencia española en Filipinas y proyectarlos sobre los sucesos históricos, con el deseo de que éstos ad quieran más plenitud. Ciertamente, la unión de los distintos acontecimientos mé dicos de este periodo es tan estrecha que es imposible independizarlos y se com prende que sólo razones expositivas autorizan a hacerlo. Fragmentamos los distintos aspectos de la cuestión en tres apartados: 1. Producción científica. 2. Documentos que recogen hechos personales que traducen una visión de la vida filipina. 3. El desastre de Cavite contado por los médicos que lo vivieron. 1. Producción científica. Agrupamos los artículos según la afinidad científica en: 1.1 Aspectos médicos: La epidemia de cólera que afectó al archipiélago de Joló e islas inmediatas fue recogida por este periódico con el título de "Notas so bre la epidemia colérica en Cavite y pueblo de San Roque" (5); "El cólera en Filipinas" (6), es un artículo más sobre la importante epidemia que causó más de 60.000 víctimas; y el titulado "Sobre el tratamiento del cólera en Filipinas" (7) se refiere a la epidemia de 1882. "Algunas notas sobre la peste bubónica en los puer tos del mar de la China" (8), artículo escrito por el Inspector General de Beneficiencia y Sanidad de Filipinas, Dr. B. Francia. Los avances en los conoci mientos en enfermedades como la fiebre amarilla son también anotados (9). La disentería (10) y el beri-beri (11) es otro de los temas que preocupa. Las enferme dades palúdicas también son objeto de estudio (12) (13) (14). En sus páginas aparecen variadas noticias sanitarias, sobre bromatología (15); el clima de la isla de Davao (16); un viaje de circunnavegación (17); un viaje a Las Marianas (18); topografía médica de la Isabela de Basilan (19), facetas sobre la higiene naval de los barcos (20); transporte de enfermos y heridos (21); tren (5) Ibid. T. VI. 73-79. 1883. (6) Ibid, pág. 256. 1889. (7) Ibid, pág. 247. 1892. (8) Ibid, pág. 11. 1895. (9) Ibid, pág. 97. 1896. (10) Ibid, pág. 49. 1898. (11) Ibid, pág. 37. 1888. (12) Ibid, pág. 141. 1879. (13) Ibid. pág. 206. 1896. (14) Ibid. pág. 73. 1897. (15) Ibid, pág. 73. 1898. (16) Ibid, pág. 109. 1881. (17) Ibid, pág. 25. 1886. (18) Ibid, pág. 64. 1888. (19) Ibid, pág. 19. 1896. (20) Ibid, pág. 267. 1892. (21) Ibid, pág. 173. 1897. 64 sanitario de escuadra en desembarcos (22); grandes heridas por arma blanca (23). 2. Reivindicativas. Artículos sobre la necesidad de bibliotecas en los hospitales de la Armada (24), y la interesante discusión sobre por qué a los médicos navales no les puede ser concedida la Cruz de San Hermenegildo (25) (26). Defienden la situa ción económica de los huérfanos (27) y la necesidad de sanatorios en Filipinas (28). 3. Legislativas. Acerca de Ley de Sanidad Civil que, en 1882, se debatía en el Senado (29) o el Reglamento General de Sanidad para las Islas Filipinas (30). Así como la reorganización de Cuerpo de Sanidad de la Armada, que tuvo lugar en 1893 (31) y por la que le correspondían, de los seis subinspectores de primera, uno como jefe de Sanidad del apostadero de Filipinas; de los seis de segunda, uno sería el director del Hospital de Cañacao; de los ventiuno de los médicos mayo res, dos serían jefes de la clínica en dicho hospital, etc. También recoge la regla mentación del material quirúrgico de los buques de la Armada (32) y las condi ciones higiénicas de los barcos (33). Entramos en la segunda parte de nuestro tema, y antes de seguir, quiero seña lar que la vida del médico naval es inseparable de la faceta militar. La situación bélica que vivían les permitió dejarnos abundantes documentos de los hechos de los que fueron protagonistas. Sus vidas ilustran de forma clara el decisivo papel que tuvieron en el control de las enfermedades, pero también ese otro lado militar de sus vidas. En el jardín del Hospital de Cañacao se alzaba, en 1889, un monumento al Cuerpo de Sanidad de la Armada. Hoy puede admirarse en el Hospital de Marina de Ferrol. Es un pedestal, una columna truncada, una inscripción y una corona. Los médicos navales centraron sus esfuerzos en mejorar las condiciones de vida; algunos llegaron a verdaderas heroicidades en las que perdieron la vida, co mo le sucedió al doctor Guillermo Gómez Nieto. La existencia de cólera es antigua, endémica y localizada siempre en la India, hasta comienzos del siglo XIX que inicia su salida por la desembocadura del Ganges. En julio de 1882 se traslada a la isla de Joló, a la de Mindanao, y aparece en Zamboanga. Nieto se encarga de una sala de coléricos (34). Después de su muerte, su cuadro clínico es publicado por J. González bajo el título de: "Cólera morbo asiático" (35). (22) Ibid, pág. 246. 1897. (23) (24) (25) (26) (27) (28) (29) (30) (31) (32) (33) (34) (35) Ibid, Ibid, Ibid, Ibid, Ibid, Ibid, Ibid, Ibid, Ibid, Ibid. Ibid. Ibid, Ibid, pág. pág. pág. pág. pág. pág. pág. pág. pág. pág. pág. pág. pág. 25. 1881. 197. 1882. 135. 1895. 137.1896. 185. 1888. 183. 1897. 115. 1882. 305. 1888. 181. 1893. 84-88. 1896. 231. 1897. 6. 1883. 54. 1883. 65 Siguiendo un orden cronológico, una pincelada más del humanismo médico naval, la tenemos en el naufragio del crucero Gravina (36) (37). Zarpa de Manila para China, y a causa de un ciclón, tiene que arribar a la bahía de Musa (norte de Luzón, islas Baguyanes). Al no ser un sitio seguro, debe buscar mejor refugio y en esta navegación el barco se hunde el 11 de julio de 1884. Eugenio Fernández y Méndez Valdés, segundo médico del cuerpo de Sanidad de la Armada, en acción heroica, facilita el salvamento de 170 tripulantes. Su protagonista lo describe así: "En estos horrorosos y terribles momentos y habiéndose ahogado ya un oficial y alguna gente, viendo que la salvación no llegaba, pedí permiso a el Comandante para arrojarme al agua y llevar una guía a tierra, distante cerca de un cable, permiso que me negó, pero insistí y al fin como la noche llegaba, me arrojé al agua y conmigo dos indivi duos que a mi lado se ahogaron, consiguiendo cojer la tierra lleno de contusiones y heridas y en mal estado, conseguí unir unos cabos que el temporal arrojó a la playa, atar a la cuerda así formada una piedra la que arrojé al agua, enganchando un gallinero, que unido a una guía arrastraba la resaca y corriente, cobrando ésta y colocando yo mismo el cable por donde se hizo el salvamento de toda la gente con felici dad, si bien roto el balso que conducía a un guardia marina, cayó éste al agua y pereció" (38). Recordemos también al doctor Enrique Carmona. En diciembre de 1887 pu blica una interesante memoria con el título "Ochenta y cuatro días de mar" (im presiones y notas médicas de un viaje a las Carolinas orientales) en las que. de una forma amena, analiza la problemática médica de una navegación a vela. Las Carolinas orientales tenían su capital en la isla de Ponapé o Bonaby, que había sido descubierta el 24 de diciembre de 1593 por Pedro Fernández de Quirós. El nombre con que se conocía por los españoles era Santiago de la Ascensión de Ponapé, sin que con este nombre figurase en todas las cartas náuti cas. El doctor Carmona parte de Cavite hacia la capital de las Carolinas orientales en la que había sido corbeta "Doña María de Molina", aparejada de brik-barca, que debía quedarse de pontón. El mundo que describe nos acerca a las navegaciones de los siglos pasados. Dice: "Como había que confiar gran cosa en el viento de sí inconstante, los preparativos ya tocante a víveres y aguada, ya en medicamentos, se procuró fueran en gran cantidad para subvenir a todas las exigen cias y necesidades de un viaje largo y penoso. Convertida parte de la cubierta y del sollado en dependencias de una granja-agrícola, asegu- (36) Ibid, pág. 258. 1884. (37) Ibid. pág. 266. 1884. (38) Ibid. pág. 226. 1884. 66 raban al menos por cierto tiempo el uso de carne fresca. La despensa y pañoles especiales abarrotados de víveres, nos hacían esperar que el hambre no nos visitaría, por más que en el último estremo tuviérase que recurrir a la clásica y ominosa pero siempre socorrida calandraca. El agua potable, este líquido tan abundante y precioso, tan económico y de uso tan necesario, no obstante haber sido embarcada en gran can tidad rellenando algibes, tinas y hasta el primer bote, hubo necesidad desde los primeros días de darla a ración fija; descontada la necesaria para la cocina y confección del pan, venían a tocar por barba unos tres litros; si algún descontento se lamentaba de no bastarle tan exigua cantidad para sus usos más indispensables tenía el permiso tácito de usar ad líbitum el agua del mar que con pródiga abundancia la ofrecía por todas partes." Tiene especial significado, desde el punto de vista de la higiene, la notación sobre un marinero sifilítico: Pocos días después de habernos hecho a la vela, se presentó con gran disgusto mío el individuo con bubón y chancros. Yo hubiera que rido llegar a un pueblo nuevo para nosotros sin llevarles muestras de esos productos tan comunes en países civilizados." Describe los traumatismos tan frecuentes durante las maniobras durante la na vegación a vela. En este caso es el accidente que sufren los juaneteros del trinque te cuando de madrugada intentan aferrar el sobre: "Una fuerte racha de viento rindió el cuartelerillo, despidiendo a uno de ellos con tal fuerza que se fue al agua, y cayéndose el otro, tuvo la fortuna de quedar en el bolso que formaba el juanete, evitando así estrellarse en la cubierta. Una hábil maniobra del ofi cial de guardia, la presteza con que se echó el salvavidas al náufra go y la rapidez y oportunidad con que se arrió un bote, tripulado es pontáneamente por un grupo de marineros que se disputaban brava mente en ser los primeros en socorrer a su compañero, que con penetrantes gritos pedía socorro; todo ello contribuyó a que en po cos momentos se recobrara el pobre juanetero que tan cerca se vio de la muerte." El resto de las circunstancias médicas de esta navegación quizá se puedan re sumir trascribiendo las siguientes palabras: "La gente con el rudo trabajo de maniobrar en medio de chubas cos copiosos, con un rancho poco sustancioso y nada variado por la falta de carne y por haberse agotado los últimos restos de hortalizas, ni la nostalgia de la tierra que dejamos de ver por espacio de 52 días 67 seguidos, determinaron mayor contingente en la enfermería. El zumo de limón se empezó a repartir tan pronto como faltó la carne." El primero de julio de 1887 la rebelión de los Kanakas pone en situación apu rada al gobernador de la capital que se defiende en un fuerte improvisado, forma do por empalizadas y sacos de arroz. Cardona, destinado en el buque "Pontón", pide permiso para trasladarse a tierra y ejercer su función de médicos, prestando asistencia a los heridos. Es herido en la región infraclavicular, pero permanece en activo. Al cuarto día, la situación se hace tan desesperada, que intentan alcanzar a nado el "María de Molina". No lo consiguen porque son abatidos sobre los arre cifes de corales por los Kanakas (39). Se comprende que la patología derivada de las lesiones por armas preocupase a aquellos médicos que tenían que vivir esas condiciones, en ocasiones desespera das, como quedan reflejadas en el relato de la muerte del doctor Carmona. Al lado de estos recuerdos biográficos, existe un testimonio quirúrgico que re sulta interesante transcribir. Juan Redondo lo titula "Mi primer hecho de armas" (40). Pertenecía a la dotación del cañonero "General Lezo", que en enero de 1887 se encontraba en la costa Este de Siasi, llamada Pamang-Unán, y han de enfren tarse con los insurrectos Dactos, lo que origina lesiones traumáticas en la marine ría que el cirujano describe. Omitiré los datos clínicos sobre las heridas que él re produce, así como la técnica quirúrgica, para centrarme en aquellas descripciones que nos pueden mostrar la realidad de su trabajo. Dice: "Mandé armar las camas en el sollado, y con una de las mesas de la gente preparé la de operaciones, que se colocó al lado de la escoti lla, donde con más facilidad que cualquier otro sitio llegaban la luz y el aire. Sobre los maleteros de una banda, coloqué abierta la caja ge neral de instrumentos, y a su lado, las sierras, cuchillos de amputacio nes, pinzas de ligar y disección, agujas enhebradas, cordonetes, com presor de Esmarch, torniquete, hilas formes e informes, compresas, vendas, cloroformo, amoniaco, ácido fénico, vino de Jerez, esponjas, palanganas, todo, en fin, lo que podía hacer falta para practicar en el acto toda operación posible y necesaria." Llegó el herido y lo acostaron sobre la mesa de operaciones, y le cortaron la manga de la chaqueta de rayadillo y la camiseta de algodón, pues su lesión era en el miembro superior y precisaba amputar el brazo. El equipo quirúrgico lo com ponían el cirujano, el practicante, auxiliados por el carpintero y el mayordomo, que sujetaban al paciente durante la operación, finalizada la cual, al herido se le dio un poco de jerez y se le trasladó a la cama. (39) Ibid, pág. 252. 1887. (40) Ibid, pág. 123. 1887. 68 Existe un testimonio clínico que refleja muy bien la situación de la tropa en Filipinas en 1898: "Con motivo de la insurrección, han llegado el número de enfer mos a no caber dentro de sus amplias salas (Hospital de Cañacao) (...) Muchos morían antes de entrar en el establecimiento, otros a las po cas horas de instalados en su cama, y bastantes sucumbieron después de varios días de estar en él, agotados por dolencias incurables. (...) Con sólo los huesos y la piel, temblando con el frío de la fiebre o va cilando de debilidad por la anemia, la disentería, o la tuberculosis: es preciso ver la mirada que le clavan a uno estos desventurados, mirada en la que van todas sus esperanzas, y que es un grito angustioso de so corro." (41) Y así llegamos a los hechos de Cavite, cuya historia es más conocida. La pro vincia de Cavite, erigida administrativamente a mediados del siglo XVII, está li mitada por la bahía y provincia de Manila, con la de Batangas, de la que la separa la elevada cordillera de Tagaytay, así como con esta provincia y la de Laguna. Cavite deriva del tagalo "cauit", que significa anzuelo. También los naturales le llaman Tanguay o tierra que se interna en la mar, por ser una estrecha lengua de tierra arenisca. En este puerto de la isla de Luzón, distante de Manila treinta y tres kilómetros, el 1 de mayo de 1898, la escuadra española del contralmirante Montojo (compuesta por los cruceros "Isla de Luzón", "Isla de Cuba", "Reina Cristina", "Castilla", "Don Antonio de Ulloa", "Don Juan de Austria", "Velasco" y los avisos "General Lezo" y "Marqués del Duero") era destruida por la america na mandada por Dewey. Perecieron 101 marinos españoles y ningún americano. Al noroeste de Cavite se alzaba el Hospital de Marina de Nuestra Señora de los Dolores de Cañacao, parcialmente destruido por el terremoto de 1880. Había sido inaugurado en septiembre de 1876 (42). El Médico Mayor D. Tomás del Valle era director del Hospital cuando se produ ce la batalla naval. Los heridos fueron llevados a este lugar y los propios america nos tuvieron que defenderlo de los insurrectos. Más de doscientos ochenta y cinco hombres entre heridos y enfermos, ocuparon sus salas. Enfermos y personal sanita rio fueron trasladados a Manila en un vapor prestado por la Marina Americana. El barco izaba bandera de la Cruz Roja, por exigencia del responsable de la Sanidad Naval Española, quien bajo su palabra de honor aseguró al jefe del Estado Mayor Americano que el barco les sería devuelto. El día 5 de mayo llegaron a Manila, sin que en el traslado se muriera un solo hombre, y salvando muchísimo material. A los americanos, como reconoce el director del hospital (43), le deben el que salvaran la vida porque sin este traslado morirían de hambre o víctimas de los insurrectos. (41) Ibid, pág. 25. 1898. (42) Ibid, pág. 242. 1880. (43) Ibid, pág. 194. 1898. 69 Se instala un nuevo hospital en un convento que existía a las afueras de Manila, en un pequeño pueblo denominado Guadalupe. Los insurrectos toman el hospital y el doctor Valle permanece voluntariamente atendiendo a los heridos, que son considerados prisioneros de guerra. La intervención del cónsul inglés só lo permite el traslado de los enfermos al hospital de Manila. Otra víctima digna de recuerdo es el doctor Manuel Santa María y Bustamante, médico titular del pueblo de Guagua, en la Pampanga, que fue asesi nado después de haberle cortado las manos (44). Se nos ocurre pensar si el artículo publicado por este médico "Los médicos y la insurrección de Filipinas" (45), fuese la causa de la tortura previa a su muerte, pues entre otras cosas dice, refiriéndose a los insurrectos: "¡Caiga sobre ellos la maldición de las personas honradas y el castigo del cielo!". Es de justicia para estos médicos por su doble condición de médicos y militares, aplicarles las palabras de Marañón cuando dice que este oficio de la milicia "es el prototipo de la profesión de sacrificios; del deber por el deber mismo; de la renun cia generosa a los derechos; pudiéramos decir, del deber al ciento por ciento" (46). (44) [bid,págs. 230 y 261. 1898. (45) Ibid, págs. 106-110. 1897. (46) G. Marañón. Obras completas. T. III, pág. 258. Madrid 1972. 70 NÁUTICA E HISTORIA NAVAL EN LAS REVISTAS AMERICANISTAS DE SEVILLA Beatriz GARCÍA TRABA Javier SAENZ DEL CASTILLO CABALLERO (Universidad Complutense de Madrid) Uno de los elementos fundamentales en el proceso de descubrimiento y colo nización del continente americano es, sin duda alguna, la náutica y todas las cues tiones relacionadas con ella. Esto es así por tres motivos primordiales: en primer lugar, porque la comunicación y el contacto entre Europa y América sólo era po sible por mar; segundo, porque una vez establecido el contacto inicial con el Nuevo Mundo, el descubrimiento geográfico y la exploración del resto del territo rio se hace principalmente por vía marítima; y en tercer y último término, porque una vez consolidado el control del continente, las comunicaciones internas son mucho más rápidas y fáciles siguiendo las rutas navales. En este trabajo hemos pretendido analizar cómo son tratadas las cuestiones de la náutica y la historia naval en uno de los centros tradicionales y más importan tes del americanismo español, la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, y concretamente a través de dos publicaciones periódicas de dicha escue la, Historiografía y Bibliografía Americanistas (HBU) y el Anuario de Estudios Americanos (AEA), las cuales se editan desde 1968 y 1944, respectivamente. El método que hemos seguido en este estudio ha sido el de establecer un índi ce temático con los diferentes artículos, ochenta en total, quedando compuesto por los siguientes apartados: 1- Geografía; 2- Instituciones y organismos; 3- Barcos y flotas; 4- Rutas y navegaciones; 5- Tripulaciones y personajes; 6Piratería y corsarismo; 7- Varios. El contenido de cada uno de los capítulos de di cho índice queda explicado a continuación. 1. GEOGRAFÍA: en ese primer punto se engloban las cuestiones referentes a cartografía, cosmografía, hitos geográficos... Dentro de todo esto destaca el traba jo de Ramón Ezquerra sobre bibliografía geográfica. 2. INSTITUCIONES Y ORGANISMOS: se reúnen aquí las obras que tratan las estructuras administrativas que organizan y dirigen la náutica para su buen funcionamiento. Especial mención hay que hacer de dos estudios que se han con vertido en clásicos dentro del americanismo: el de Pérez Embid sobre el Almirantazgo de Castilla y el de Guillermo Céspedes acerca de la Avería y el co mercio de Indias. 3. BARCOS Y FLOTAS: este apartado lo constituyen los artículos dedicados a la construcción de navios, los distintos tipos de buques y sus características, su organización en flotas y armadas, etcétera. Merece ser señalado el trabajo de Rodríguez Casado sobre los Borbones y la Marina de Guerra, sobre todo por la trascendencia que este asunto tuvo en la historia naval española. 71 4. RUTAS Y VIAJES: en este punto se distiguen tres partes. La primera, re ferente a las grandes vías de comunicación y rutas oceánicas; una segunda parte formada por obras generales sobre viajes; y por último, los estudios sobre viajes y navegaciones concretos. 5. TRIPULACIONES Y PERSONAJES: se trata del conjunto de trabajos que tratan de los individuos que llevaron a cabo dichos viajes y de las personas que cumplían una misión específica a bordo de las naves. Como es habitual al abordar estas cuestiones, se observa un particular interés por la figura del Almirante don Cristóbal Colón. 6. PIRATERÍA Y CORSARISMO: este punto del índice está formado por las obras relativas a las agresiones al tráfico marítimo y la defensa del mismo. 7. VARIOS: es un apartado compuesto por una serie de artículos que no han sido tocados por otros autores, ni pueden englobarse en otros epígrafes. Las valoraciones finales que hemos sacado del análisis de estas publicaciones son bastante diversas. Por una parte hay que decir que la perspectiva con la que se tratan la mayoría de las cuestiones es, por así decirlo, "terrestre", es decir, se en focan los asuntos navales por su relación con otras cuestiones que no son estricta mente marítimas (economía, política, conquista...); como se suele decir, se ven las cosas desde el punto de vista del individuo que está en el puerto y no del que está en el barco. Una explicación de ello puede ser el hecho de que la mayor parte de los artículos son producto de historiadores tratando cuestiones de mar, y no de marinos tratando cuestiones de historia. Precisamente por esto último es de desta car, por su rigor científico, la labor investigadora que se registra en casi todos los trabajos en lo concerniente a las fuentes documentales y el material bibliográfico empleado en estas investigaciones. Por último sólo nos queda añadir que hemos seguido un criterio muy restricti vo a la hora de seleccionar los trabajos, ciñéndonos a aquéllos cuyo asunto princi pal es una cuestión náutica o que esté directamente relacionado con éstas. Por eso es posible que se echen en falta algunas obras que, pese a tratar asuntos referidos a la Mar, lo hacen de una forma tangencial y más o menos anecdótica. 1. GEOGRAFÍA TORRE Y DEL CERRO, Antonio de la: "Unos documentos de 1944 sobre la ra ya o línea en el Mar Océano" AEA, volumen V, 1948. PAPI, Louis: "Introduction geographique á l'histoire maritime de l'Atlantique (resumé)" AEA. Volumen XXV, 1968. WATERS, David: "The English and the influence of the Atlantic routes upons- cience and strategy" AEA, volumen XXV, 1968. CALDERÓN QUIJANO, J. A.: "Nueva cartografía de los puertos de Acapulco, Campeche y Veracruz en la Edad Moderna" AEA, volumen XXV, 1968. VIGNERAS. L. A.: "Groenlandia, Vinlandia y el mapa de Yale" AEA, volumen XXVI, 1969. EZQUERRA ABADÍA, Ramón: "Obras de Geografía y ciencias afines de la época 72 de los descubrimientos en la Biblioteca Nacional" HBA, volumen XXX-1, 1986. EZQUERRA ABADÍA, Ramón: "Obras de Geografía y ciencias afines de la épo ca de los descubrimientos en la Biblioteca Nacional (adiciones)" HBA volu men XXX-2, 1986. 2. INSTITUCIONES Y ORGANISMOS PÉREZ EMBID, Florentino: "El Almirantazgo de Castilla hasta las Capitulaciones de Santa Fe" AEA, volumen I, 1944. LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino: "La Hermandad de Santa María del Buen Aire de la Hermandad de Mareantes" AEA, volumen I, 1944. CÉSPEDES DEL CASTILLO, Guillermo: "La Avería en el comercio de Indias" AEA, volumen II, 1945. O'DOGERTHY, Ángel: "La Matrícula de Mar en el reinado de Carlos III" AEA, volumen IX, 1952. TRUEBA GÓMEZ, Eduardo: "La jurisdicción marítima en la Carrera de Indias durante el siglo XVI" AEA, volumen XXXIX, 1982. 3. BARCOS Y FLOTAS BETHENCOURT MASSIEU, Antonio: "El real astillero de Coatzacoalcos" AEA, volumen XV, 1958. GREENHILL, Basil: "The great transatlantic migration" AEA, volumen XXV, 1968. RODRÍGUEZ CASADO, Vicente: "La política del reformismo de los prime ros Borbones en la Marina de Guerra española", AEA, volumen XXV, 1968. TOUSSAINT, Auguste: "Atlantique et Ocean Indien. La route imperiale des Indes" AEA, volumen XXV, 1968. WALTON, Gary Max: "Trades routes, ownership proportions, and American co lonial shipping characteristics" AEA, volumen XXV, 1968. VILA VILAR, Enriqueta: "Algunos datos sobre navegación y los navios negreros en el siglo XVII" HBA, volumen XVII-3, 1973. GILLE, Paúl: "Les grandes lignes de navigation du XVe au XVIIIe siécle. Les types de navires utilisés" AEA, volumen XXV, 1968. SERRANO MANGAS, Fernando; "Proyecto de astilleros en Gibraltar (16771679)" AEA, volumen XXIX, 1982. GIL, Juan: "La Almoneda de la Victoria" HBA, volumen XLV-1, 1988. 4. RUTAS Y NAVEGACIONES A) Rutas y vías de comunicación SCHAEFER, Ernesto: "Comunicaciones marítimas y terrestres de las Indias espa ñolas" AEA, volumen III, 1946. ■ 73 RAMOS, Catalina, y M.a Luisa Bardaxí; "Expediciones científicas a California en el siglo XVIII" AEA, volumen XIII, 1956. PÉREZ EMBID, Florentino; "Navegación y comercio en el puerto de Sevilla en la Baja Edad Media" AEA, volumen XXV, 1968. CHAUNU, Pierre: "Les routes espagnoles de l'Atlantique" AEA, volumen XXV, 1968. TEIXEIRA DA MOTA, Avelino, Fréderic Mauro y Jorge Borges de Macedo: "Les routes portugaises de l'Atlantique" AEA, volumen XXV, 1968. KALLENBENZ, Hermán: "Les allemands sur les routes de l'Atlantique" AEA volumen XXV, 1968. VÁZQUEZ DE PRADA, Valentín: "Las rutas comerciales entre España y América en el siglo XVIII" AEA, volumen XXV, 1968. TOUCHARD, Henry: "Les routes francaises de l'Atlantique" AEA, volumen XXV, 1968. DIAZ-TRECHUELO Y LÓPEZ DE SPINOLA, Lourdes: "La conexión entre el Atlántico y el Pacífico hasta fray Andrés de Urdaneta" AEA, volumen XXV, 1968. AMAR AL LAPA, José Roberto: "Variacoes triangulares da rota do cabo, S. XVIXVII-XVIH" AEA, volumen XXV, 1968. DESCHAMPS, Hubert: "Les navigations sur les cotes africaines de l'Atlantique aux temps modernes" AEA, volumen XXV, 1968. RODRÍGUEZ VICENTE, Asunción: "Los extranjeros y el Mar del Perú, fines del siglo XVI al siglo XVIII" AEA, volumen XXV, 1968. B) Obras generales sobre viajes VERLINDEN, Charles: "Les italiens et l'ouverture des routes atlantiques" AEA, volumen XXV, 1968. GABRIELE, Mariano: "L'armamento italiano sulle rotte atlantiche nel secólo XIX (1800-1860)" AEA, volumen XXV, 1968. DANTE FLORE, Vito: "L'armamento italiano sulle rotte dell'Atlantico nel secólo XIX (dopo il 1860)" AEA, volumen XXV, 1968. GUIRAL, Pierre, y Michel Barak: "Le navigation francaise dans l'Atlantique de 1814 á 1914" AEA, volumen XXV, 1968. MOLAUG, Svein: "The development of the Norwegian merchant fleet" AEA, volumen XXV, 1968. C) Viajes concretos MATILLA TASCON, Antonio: "Los viajes de Julián Gutiérrez al golfo de Urabá" AEA, volumen II, 1945. BONNET, Sergio E: "La expedición al Mar del Sur de la Flota de don Francisco de Orozco" AEA, volumen III, 1946. 74 DÍAZ DE IRAOLA, Gonzalo: "La vuelta al mundo de la expedición de la Vacuna" AEA, volumen IV, 1947. VIGNERAS, L. A.: "El viaje de Samuel Champlain a las Indias Occidentales" AEA, volumen X, 1953. OLIVAR BERTRAND, Rafael: "La vuelta al mundo de la fragata Numancia. Cartas crudas, gordas y caladizas de José Emilio Pardo" AEA, volumen XI, 1954. GIL MUNILLA, Roberto: "Política expansiva en el Golfo de California. Expediciones motivadas por la entrada del caballero Lasalle" AEA, volumen XII, 1955. DIAZ-TRECHUELO Y LÓPEZ DE SPINOLA, Lourdes: "Dos nuevos derroteros del Galeón de Manila, 1730 y 1733" AEA, volumen XIII, 1956. VIGNERAS, L. A.: "El viaje al Brasil de Díaz de Mendoza y Luis Guerra (15001501)" AEA, volumen XIV, 1957. LUENGO MUÑOZ, Manuel: "Génesis de las expediciones militares al Darién en 1785-86" AEA, volumen XVIII, 1961. MORALES PADRÓN, Francisco: "Los descubrimientos de Mendaña, Fernández de Quirós y Váez de Torres y sus Relaciones y Viajes" AEA, volumen XXIV, 1967. SÁNCHEZ PEDROTE, Enrique: "El coronel Hodgson y la expedición a la Costa de los Mosquitos" AEA, volumen XXIV, 1967. CORTES ALONSO, Vicenta: "Algunos viajes de la gente de Huelva al Atlántico, 1470-1488" AEA, volumen XXV, 1968. BRADLEY, Peter: "Una expedición informativa a la costa de Chile" HBA, volu men XVIII, 1974. DIAZ-TRECHUELO Y LÓPEZ DE SPINOLA, Lourdes: "La primera expedi ción Kotzebue a Filipinas" AEA, volumen XXXIV, 1977. HERNÁNDEZ APARICIO, Pilar: "Los viajes de don Isidoro de Atondo y Antillón a California. 1683-86" AEA, volumen XXXVII, 1980. ABADIE-AICARDI, Aníbal: "La expedición del gobernador Cevallos al Plata (1756)" AEA, volumen XXXIX, 1982. MORENO ALONSO, Manuel: "De Cádiz a Veracruz en 1745" HBA, volumen XVII, 1983. GIL, Juan: "El rol del tercer viaje colombino" HBA, volumen XXIX, 1985. VÁRELA, Consuelo: "El rol del cuarto viaje colombino" AEA, volumen XLII, 1985. GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Luis: "Hernán Cortés, la Mar del Sur y el descubri miento de la Baja California" AEA, volumen XLII, 1985. MARTÍNEZ LOZA, Abel: "El inexistente viaje de Andrés de Tapia, 1537" HBA, volumen XLIV, 1987. 5. TRIPULACIONES Y PERSONAJES MELIS, Federico: "La participación toscana en la navegación atlántica" AEA, volumen XXV, 1968. 75 EZQUERRA ABADÍA, Ramón: "Medio siglo de estudios colombinos" AEA, volumen XXXVIII, 1981. PÉREZ ESCOLANO, Víctor: "Annus mirabilis (1625). La muerte en Bahía de Juan de Oviedo y de la Bandera", volumen XXXVIII, 1981. GIL, Juan; "Pedro Mártir de Anglería, intérprete de la cosmografía colombina" AEA, volumen XXXIX, 1982. GIL, Juan: "Tres notas colombinas" HBA, volumen XXVIII, 1984. GIL, Juan: "Las cuentas de Cristóbal Colón" AEA, volumen XLI, 1984. VILA VILAR, Enriqueta: "Los Corzos, un clan en la colonización de América... Apuntes para su historia" AEA, volumen XLII, 1985. GIL, Juan: "Marinos y mercaderes en la carrera de Indias" AEA, volumen XLII, 1985. VÁRELA, Consuelo: "Diego Alvarez Chanca, cronista del segundo viaje colom bino" HBA, volumen XXIX, 1985. VÁRELA, Consuelo: "El testamento de Amérigo Vespucci" HBA, volumen XXX-2, 1986. CARRIAZO Y ARROQUIA, Juan: "Tres notas remotamente colombinas" AEA, volumen IX, 1952. GIL, Juan: "Los primeros memoriales de agravios colombinos" HBA, volumen XXXI-1, 1987. GIL, Juan: "Los armadores de Sebastián Caboto: un inglés entre italianos" AEA, volumen XLV, 1988. RAMOS GÓMEZ, Luis J.: "Algunas consideraciones sobre la muerte de los espa ñoles en La Navidad (Enero-Noviembre, 1493)" HBA, volumen XLVII-1, 1990. 6. PIRATERÍA Y CORSARISMO CONNEL SMITH, Gordon: "Roberto Keneger, precursor de Drake" AEA, volu men VII, 1950. CÉSPEDES DEL CASTILLO, Guillermo: "La defensa militar del istmo de Panamá a fines del siglo XVII y principios del XVIII" AEA, volumen IX, 1952. MARRERO DOMÍNGUEZ, Manuela: "Desfase entre la piratería atlántica y la mediterránea" AEA, volumen XXV, 1963. ARMILLAS VICENTE, J. A.: "La práctica del corso y las relaciones hispanonorteamericanas a fines del siglo XVIII" AEA, volumen XXXIII, 1976. 7. VARIOS GUILLEN TATO, Julio: "Algunos americanismos de origen marinero" AEA, vo lumen V, 1948. CUESTA DOMINGO, Mariano, y Nieves Sáenz García: "Fondos de la Biblioteca de Ultramar en el Museo Naval de Madrid", Volumen XXIV, 1980. FLORES MOSCOSO, Angles: "Entretenidos en la Armada de la Carrera de Indias en el siglo XVIII" AEA, volumen XXXVIII, 1981. 76 LA MARINA DE CASTILLA J. CERVERA PERY Jefe del Servicio Histórico del Instituto de Historia y Cultura Naval La Marina de la Edad Media española es en muchos aspectos una gran desco nocida. Ocupados en la lucha por el territorio patrio, los Estados peninsulares desde su progresiva fundación a partir del siglo VIII hasta los comienzos del siglo XII, no se preocuparon demasiado de la organización de sus marinas de guerra, y no siendo de temer en principio ninguna invasión musulmana por las costas del norte —sobre todo en Galicia, Asturias y Cantabria— no prestaron especial atención en la lucha contra el invasor. Este, sin embargo, llegó a poseer un excelente dispositivo marítimo, sobre todo en la marina de Al Andalus, que tuvo que ser utilizada fre cuentemente en el rechazo de proyectadas invasiones desde los imperios africanos. Tal vez la falta de mentalidad naval en las concepciones estratégicas de la Reconquista, hizo olvidar a los Estados cristianos embrionarios de una fase inicial de desarrollo, que de haber tenido el control de las costas meridionales, se hubie sen impedido los continuos refuerzos de África, y la Reconquista hubiese resulta do más corta. De otra parte, el escaso comercio marítimo de los nacientes reinos y la difi cultad de sus comunicaciones por mar, no animan a la puesta a punto de un dispo sitivo naval que no sea el puramente defensivo, cuando hay que hacer frente a las correrías de los normandos o incluso algunas incursiones árabes. La influencia de otras naciones marítimas vecinas origina la exigencia de re laciones políticas comerciales, lo que unido a los diferentes y "estratégicos" enla ces matrimoniales, propician que desde los comienzos del siglo XII se adviertan en Cataluña y en Cantabria, sobre todo, los primeros síntomas de una actividad militar, y el proceso de formación y desarrollo de sus marinas se haga evidente. ¿Cuándo nace en realidad la Marina de Castilla? En una visita que años pasa dos realicé al monasterio de las Huelgas de Burgos, me detuve a contemplar la tumba de Alfonso VII el emperador, aquel conde Alfonso Raimúndez, que tres años después de la muerte de su abuelo Alfonso VI, el que ensanchó Castilla has ta Toledo, fue ungido rey por Diego Gelmirez, el obispo marino gallego, cuando sólo contaba seis años de edad, en el año de 1112. Como ha escrito el almirante Núñez Iglesias, una de las plumas más excelsas de la historia naval española, la época de los comienzos del reinado de Alfonso es de los más interesantes de la Historia. Valencia después del luminoso destello de Mío Cid Ruiz Díaz, el buen lidiador apagado en 1099, estaba dominada otra vez por el Islam. Europa ardía de gozo ante la "Jerusalem libertada" aún no cantada por el poeta, pero ya hecha granito para afirmar a la cristiandad en los santos lugares. Aragón conducido por Ramón Berenguer II había salido a la mar y conquista do Mallorca, cuestión previa imprescindible para convertirse en un pueblo maríti77 mo, y Compostela, implantada allí la diócesis jacobea desde 1096 era el más rico santuario europeo, "El camino de Santiago" que corría desde los Pirineos, se ja lonaba de basílicas románicas, y se cubría con peregrinos de todas las lenguas que acudían a postrarse ante la milagrosa tumba del Hijo del Trueno... Pero por des gracia, Castilla y León que unió y desunió el gran Fernando I, se consumían en guerra civil; bandos y banderías de Doña Urraca y de su segundo esposo, Alfonso el Batallador; del conde de Trava tutor del rey niño y de los magnates gallegos Pedro Alonso y Arias Pérez; del arzobispo Gelmírez, primero de la silla compos- telana, que se alzaba también de cuando en cuando cambiando de señores y de bandera. Pero a Gelmírez se debe el mérito excepcional de haber rechazado la in vasión normanda, que asolaba las costas gallegas y esperaba saquear las tierras li torales y del interior. Gelmírez que había acudido a las repúblicas de Genova y Pisa en demanda de gente experta en la construcción de naves, que lograrían llevar al agua galeras tó rrenles en los astilleros de Iría Flavia (hoy Padrón). Buques que una vez construi dos lograron hacer frente con éxito a los ingleses y normandos y tomando la ini ciativa llegaron incluso a atacar sus propias bases en Inglaterra, y librar más tarde en aguas de Salvora y Ons una batalla naval con una armada árabe extendida tam bién por las costas gallegas. Esta es la grandeza del discutido arzobispo, militar, político e intrigante, al que el historiador Lafuente se refiere con estas parcas pero gráficas palabras: "Reinando Alfonso VII, cuando todavía no era emperador, fundó Diego Gelmírez la Marina de Castilla y León, y el poder naval en el Océano, el poder que sin du da alguna ha dado más días de gloria a la Patria." El origen de Castilla, en cuanto a su adscripción naval, tiene sin embargo mati ces astures y cántabros. La invasión musulmana arrincona a algunos hispanos frente a los muros septentrionales de la Península, y la cuna de la Reconquista, el reducto de cántabros y astures, se identifica con acuerdo casi general con la montaña. Pero en este núcleo cántabro astur, origen de la reconquista peninsular, la montaña se completa con el mar que prolonga su ladera. El mar empieza a estar "ahí" aunque no se alcance o calibre en su verdadera dimensión, y Castilla, la de Fernán González, a la que se incorpora Cantabria, nace en principio entre la montaña y el mar. Cántabros y astures del siglo VIII serán hombres de mar por exigencia circunstancial y en realidad debieron ser marinos sin proyección lejana. Construían sus buques y ejercieron en principio el cabotaje. Más tarde se asomarán al océano y entablan relaciones con Francia e Inglaterra. Se habla hoy con frecuencia de "marinas" de Castilla en los siglos XI y XII, y cierto que al hacerlo se prestan más oídos a la leyenda que al rigor histó rico. Pero no es lícito dudar de un contacto original de los precursores de Castilla con el mar, sus beneficios y sus azares. Fue Castilla, casi desde el principio, pueblo con razones suficientes para com prender su condición marítima. A partir de 1230 en que Fernando III el Santo une definitivamente los reinos de Castilla y León, heredados de su madre doña Berenguela y de su padre Alfonso IX respectivamente, y que ya no volverán a se pararse, la proyección naval se acentúa. Si no con caracteres decisivos terminan78 tes, Castilla dependía del mar para gran parte de su comercio, para ayudar a su in dustria y para resolver ciertos problemas estratégicos. Primero fue el Cantábrico, el mar castellano en exclusiva; más tarde la Castilla de Sancho IV llega a Tarifa y poco después se asoma al Atlántico por el sudoeste peninsular (Sevilla 1248, Cádiz 1250) y al Mediterráneo por el reino de Murcia, con lo que en el siglo XIII sólo el litoral del reino de Granada escapa a manos cristianas, y a excepción de la costa de Portugal y de la del reino de Aragón, (de Alicante a Perpiñán) las riberas hispanas forman para Castilla, aun que con solución de continuidad, una franca salida al mar. Por ese mar van a comerciar los castellanos con Francia, Flandes e Inglaterra desde finales del siglo XII, comercio que se mantiene floreciente sin que resulte seriamente dañado por las a veces airadas relaciones entre esos países y la corona de Castilla, pero fue quizá el cariz estratégico de esta crítica fase de la historia medieval hispana el que hizo brotar con más ímpetu la comprensión poco afortu nada que los monarcas castellanos tuvieron del mar como factor bélico, y que po ne de relieve la tendencia de Castilla a la mentalidad continental. Sin embargo el extraordinario desarrollo de la lana bajo el control de la mesta tuvo enormes consecuencias en la vida social, política y económica de Castilla y puso a los castellanos en íntimo contacto con el exterior y en especial con Flandes, el mercado más importante para sus lanas. Como ha escrito Elliot, este comercio con el norte estimuló a su vez toda la actividad mercantil a lo largo de la costa cántabra, transformando las ciudades del norte de Castilla como Burgos en importantes centros comerciales y motivando una notable expansión de la marina cantábrica. No debe descartarse tampoco en la salida al mar castellana la pesca y la nave gación costera, en la que tan diestras se mostraban las naves vizcaínas incorpora das a la corona de Castilla, pero el componente bélico o simplemente aventurero, contará también en la balanza. Como resultado de las Navas de Tolosa (1212) —magnífico exponente de la utilidad de la unión cuando se supeditan a un interés común superior, diversos in tereses de partido—, cae de parte castellana el valle del Guadalquivir y con ello Castilla se enfrenta en serio con el mar, y los ejércitos castellanos llegan hasta el estrecho de Gibraltar, cuya importancia estratégica y de posesión se pone de ma nifiesto, ya que es a través del estrecho el paso de los moros de África a la Península, circunscrito ya en esas fechas al apoyo del bastión granadino y su re fuerzo logístico. No es de dudar que Castilla —en sus reyes e incluso en sus pueblos—, desco nociera la importancia del problema, pero la realidad histórica es que debieron considerarse impotentes para afrontarlo como empresa naval de primera magni tud. Falló, es cierto, el acuerdo cristiano, pues Jaime II de Aragón pudo aportar a la empresa, a petición de Castilla, la herramienta naval indispensable. La muerte del rey castellano Fernando IV, se enmarca en la historia como la causa de la rup tura de la alianza que demoró el fin de la Reconquista, pero cuesta trabajo admitir que la simple muerte de un rey provoque la paralización de una idea dinamizada ya de tiempo atrás que había hecho presa en el ánimo popular y estaba movida por un espíritu de cruzada. Aparentemente aquella Castilla no asimiló el sentido estratégico del paso de Gibraltar hasta que Alfonso XI se preocupe seriamente tras la toma de Algeciras de su neutralización. Y hasta es necesario consignarlo, pues a raíz de la muerte de Fernando III, la defensa del estrecho es para algunos autores la aislada actividad castellana en la empresa reivindicatoría. Razones de espacio y tiempo no permiten obviamente la profundización en esta conferencia de los distintos comportamientos estratégicos, sociológicos y po líticos, que determinan la trayectoria histórica de la Marina de Castilla en toda su dimensión y posicionamiento. Fijaremos sin embargo la atención en la actitud na val de cuatro de sus reyes, Fernando III el Santo, Alfonso X, Alfonso XI y Pedro /, que conjugan diversas formas de mentalidad marítima, sin entrar en el estudio del almirantazgo, que es materia asignada al profesor Pérez Bustamante, y que sin duda habrá de tratarla magistralmente. Fernando III y Alfonso XI son reyes que conceden especial importancia al ejercicio del poder naval, sabedores que sin su dominio no podrán asentarse o consolidarse operaciones en tierra. Alfonso X es un rey legislador, que sabe la importancia de un mar regulado y controlado y Pedro I, el cruel o el justiciero, a voluntad, es un monarca de clara mentalidad marítima. No quiere decirse que no se contabilicen episodios marítimos en los reinados de Sancho IV el Bravo o de Fernando IV el Emplazado, magníficamente estudia dos por Javier de Salas, en su "Marina española de la Edad Media" —y que es un historiador naval olvidado al que hay que dar el realce que se merece—. Pero los reyes de la dinastía Trastamara, Enrique II, Enrique III, Juan II y Enrique IV, no alcanzan una proyección naval externa, ni en la casi adormecida reconquista, (los pleitos de familia parecen más importantes) ni a través de las alianzas matrimo niales, objeto de una mayor atención por parte de sus antecesores. ¿Comprende Castilla este quehacer naval en el siglo XV, en la antesala de la unidad? Lo que en Castilla aparece y consolida como potencia en tierra, se desajusta en un desequili brio en la actitud naval hacia afuera, porque Castilla no parece pronta a salir de su solar, y no se proyecta más que sobre sí misma. Será más tarde, cuando la unión de todas las tierras y pueblos de España, ca nalice ya las inquietudes marítimas de un Aragón mediterráneo, cuando busque en la expansión oceánica una razón de ser naval que la conduzca a su destino his tórico. La idea de Fernando III el Santo al apoderarse de Sevilla, cuya importancia estratégica no desconocía, era la de dar acceso a Castilla a la fachada sur del lito ral atlántico, consolidando así las conquistas de Córdoba, Murcia y Jaén. La empresa no era fácil, dada la situación de la plaza sobre el Guadalquivir cuya entrada defendían numerosas saetías, zabras, cárabos, y otras embarcaciones mahometanas. Se imponía por tanto el contar con una fuerza naval eficiente para obtener el éxito deseado y Fernando llamó en su auxilio a Ramón Bonifaz, singu lar almirante nombrado de la Marina de Castilla para que en el menor tiempo po sible reuniese una armada de capacidad operativa para la acción. 80 Bonifaz cumplió los deseos del rey y ayudado por los Concejos de la Costa en poco tiempo tuvo aparejadas a sus órdenes trece naos gruesas y cinco galeras, que a expensas de las arcas reales se construyeron en Santander, y dirigiéndose con ellas contra las naves berberiscas las derrotó antes de remontar el Guadalquivir a pesar de ser éstas superiores en número a las cristianas. No vamos a pormenorizar en los detalles del combate, que ha sido minuciosamente estudiado por diferentes autores, entre ellos por el contraalmirante Martínez Valverde, en una serie de inte resantes aportaciones. Varios encuentros tendrían aún ambas armadas, hasta que, gracias a las naves que incomunicaron a Sevilla con el mar y con el barrio de Triana, en una bien planeada maniobra estratégica, y destruido el puente de bar cas, a causa de la embestida que intencionadamente dieron las naos de Bonifaz, logró don Fernando apoderarse de aquella plaza mediante la rendición. Tal conquista hizo ver al rey Fernando la necesidad de contar con una adecua da fuerza naval para proseguir en su labor de limpieza y protección de las costas del sur atlántico, y fundó bajo la dirección del propio Bonifaz en la Sevilla con quistada, un astillero para la construcción de naos a expensas de la Corona, condediéndose franquicias y exención de impuestos a los constructores y premios a los navegantes. Bonifaz recibió la dignidad de Almirante (al-emir-al-ma) el señor de la mar, a cuya investidura iba aneja la jurisdicción sobre todos los que embar caron en armadas de la Corona, cierto derecho sobre mercancías importadas por mar, y privilegio de primer voto, en el concejo de Sevilla, a cargo y dirección del astillero. A la conquista de Sevilla, franqueado el Guadalquivir, y como más directa consecuencia, siguieron las rendiciones de Sanlúcar, Rota, Jerez, Cádiz, Arcos, Lebrija y el Puerto de Santa María, si bien el dominio en muchos puntos fue sólo nominal y obligó a realizar nuevamente su conquista. Preparaba el rey santo una gran expedición a África, en un intento de cortar el paso de tropas y suministros a los moros de la Península, cuando le sobrevino la muerte. La marina militar de Castilla sin embargo quedaba fundada, y sería su hijo y sucesor Alfonso X el encargado de dotarla de un dispositivo legal acorde con su contenido. Hay varias fechas muy significativas en la vida de Alfonso X, sucedidas siempre curiosamente tras intervalos de diez años, y que repercuten en su mentalización por las cosas o "fechos del mar". En 1242 siendo todavía príncipe inicia una campaña que culminará en la con quista de Cartagena para la doble Corona de Castilla y León. El hecho en sí se re gistra por todos los historiadores como un paso más de la Reconquista, pero hay algo más importante; es el año que llega Castilla al Mediterráneo, mar que va a influir poderosamente en su porvenir. Diez años más tarde, en 1252 el príncipe Alfonso es proclamado rey y se dis pone a continuar el pensamiento naval de su padre. Funda las atarazanas de Sevilla y organiza la escuadra real para la proyectada expedición de África, pero fracasado el intento por desavenencias de los Reyes de Portugal y Navarra, cam bia de ruta y les ordena dirigirse a Cádiz, a la que conquista el almirante Pedro 81 Martínez de la Fe con treinta y cinco buques bien armados y equipados. Estamos en 1262 —otra vez la década por medio— y el hecho que para la mayoría de los historiadores no es más que una simple operación de policía para asegurar la po sesión de Sevilla, significa nada menos que la llegada de Castilla al mar del Estrecho de Gibraltar. En 1282, con la sublevación del príncipe Don Sancho termina prácticamente el reinado de este rey que le cupo la gloria de convertir la Castilla continental en Castilla peninsular, la Castilla bañada por el duro Cantábrico, en la Castilla de los tres mares; de la mar Océano que la une al "más allá" ignoto entonces; de la mar de Alborán que la une al peligro perenne de invasión, y de la mar mediterránea que la une a las empresas de las cruzadas, o lo que es decir, la que lo vincula a Europa. Alfonso X realizó reformas en los diferentes cargos marítimos. Así como en el reino anterior existía sólo en Castilla un Almirante, Alfonso X dividió este car go en dos; uno que ejercía la jurisdicción en las aguas de Andalucía y que fue en comendado a Pedro Martínez de la Fe, y otro para los mares del Oeste que lo inauguró Ruy López de Mendoza. El primero debía residir en Sevilla, consolida da como capital marítima de Castilla y el segundo en Burgos, como punto céntri co con relación a la costa de Cantabria y por estar su atarazana en Castro Urdiales. Creó también dicho rey la dignidad de Adelantado Mayor de la Mar, cargo que confirió a su primer mayordomo, el vallisoletano Juan García de Villamayor. Fernando III al morir, había dicho a su hijo y heredero Alfonso: "Señor, te de jo toda la tierra de la mar acá que los moros del Rey Rodrigo de España ganaron e ovieron; en tu señorío finca toda, la una conquerida, la otra tributada. Si es ese mismo estado en que te la dexo la sopieras guardar, eres tan buen rey como yo; si ganares por ti más; eres mejor que yo, y si de esto menguas, non eres tan bueno como yo". El Rey Alfonso, para ser mejor que el Rey San Fernando, "para ganar por sí más" pensó en la mar... y ponderó a la mar, a los hombres de mar y a la guerra de mar en la II Partida: "Maravillosas cosas son los fechos de mar" (Ley XXIV, título IX) "Mar es logar señalado en que pueden los homes guerrear a sus enemigos" (Título XXVI). El conocía por intuición la estrategia marítima, fo mentaba la construcción naval, concedía privilegios y franquicias a los puertos y a los navegantes, protegía la inmigración de marinos catalanes e italianos que en señaran a vencer los peligros del "agua et de los vientos". (Ley X, título XXIV). Antonio Maura dijo que no era la inteligencia sino el corazón, el único ma nantial copioso de las grandes obras, porque en él reside el talismán que mueve y sojuzga las voluntades. A Alfonso X le sobraba inteligencia, pero le faltó cora zón. Comprendiendo al mar, sintiendo al mar, para ser mejor que su padre, deseó la Corona imperial de Alemania que legítimamente le correspondía por ser nieto del emperador fallecido. En el momento culminante de la reconquista de Cádiz, cuando quedó abierto el camino para la expedición ultramarina, que evitase el peligro de nuevas inva siones, muere Felipe de Suabia y España tendrá que esperar más de dos siglos pa ra que Isabel clave la bandera en Melilla y Cisneros en Mazalquivir, mientras se ensancha Castilla por Oriente con el Gran Capitán y por Occidente con las nevegaciones de los descubridores. Con Alfonso XI la marina de Castilla representa una fuerza respetable, pero los moros granadinos aprovechando el estado interior del reino no habían cesado de hostilizar las fronteras y el almirante Jofre Tenorio que estaba escargado de guardar el Estrecho con seis galeras, ocho naos y otras embarcaciones menores, se había visto obligado a atacar a una armada granadina muy superior a la que logra derrotar. Los árabes africanos sin embargo acoplan enormes efectivos que hacen presa giar en breve otra nueva invasión. El peligro esta vez va a ser conjurado por una alianza conjunta entre Castilla y Aragón, con ochenta naos de Cantabria reunidas en apoyo de las galeras que dis ponía su almirante, a las que se sumaron otras doce bien armadas al mando del al mirante aragonés Gilaberto de Gruilles. Una serie de vicisitudes, entre ellas la muerte de dicho almirante por un fle chazo, dejan a Castilla sola en el estrecho para su guarda, y Jofre Tenorio se ve obligado a dirigirse a Sanlúcar con el fin de apresurar el armamento de los navios que pudiesen ser lanzados al agua, pero a pesar de la actividad del rey y del celo de Tenorio, no pudieron impedir un nuevo asalto peninsular de los benimerines africanos, que amparados en las sombras de la noche pasaron el estrecho con se senta galeras, escoltando a 140 naves que quedaron al amparo de las murallas de Algeciras y Gibraltar. Un nuevo cambio de actitud de los reyes de Portugal y de Aragón, temerosos de que los pujantes moros amenazasen también sus Estados, propició una nueva ayuda naval a Don Alfonso, que pudo dirigirse hacia Tarifa. A orillas del Río Salado tuvo lugar la cruenta batalla que compensó con creces las penalidades an teriormente sufridas por los cristianos, pues el resultado fue obligar a los benime rines a regresar a África y al rey de Granada a volver a su reino, deteniendo en consecuencias esta derrota, un nuevo avance musulmán en la Península. Esta política de alianzas de Castilla con sus vecinos peninsulares y con los paí ses europeos de clara influencia marítima dio excelentes resultados. En 1343 Eduardo III de Inglaterra envió a dos de sus más distinguidos nobles, los Condes de Derby y Salisbury en ayuda de Alfonso XI de Castilla en el cerco de Algeciras y Gibraltar en poder de los moros. Los dos capitanes ingleses lucharon bravamen te hasta el extremo de que el Conde de Derby resultó herido por una saeta. Cooperaron con la flota real del almirante Edigio Bocanegra en sus ataques con tra los navios moros, y obtuvieron de Alfonso XI el compromiso de casar al Infante Don Pedro, su primogénito con Juana, hija de Eduardo III, lo que hubiese dado origen a una fuerte alianza entre Castilla e Inglaterra. Desgraciadamente no fue así, por el imprevisto fallecimiento de la princesa inglesa en Burgos en 1348 cuando se dirigía a la Corte castellana para casarse. Pocos años después Don Pedro lo haría con Doña Blanca de Navarra y sería Francia la favorecida con la alianza, pero no hay duda de que Inglaterra había buscado con insistencia la amistad de Castilla consciente de que su poderosa ma rina podía ser un factor importante en el resultado de la larga guerra iniciada de los Cien Años. 83 Estas fluctuaciones de la política dinástica llevaron a la alarma de Eduardo III que incluso embarcó en una galera para, frente a sus naves, combatir a la flota es pañola que venía de Flandes. El encuentro tuvo lugar frente a las costas de Whiclesea en agosto de 1350 y ambas armadas emplearon acertadamente la estrategia. Sin embargo, las relacio nes volvieron a ser buenas al siguiente año tras la firma del tratado de Londres, ratificado ya por Pedro I de Castilla en las Cortes de Valladolid, concediendo a los subditos castellanos plena libertad de pesca y comercio en las costas y puertos de Inglaterra, la que a su vez otorgaba también a los mercaderes castellanos privi legios especiales. El turbulento reinado de Pedro I, hijo y sucesor de Alfonso XI, y uno de los reyes más controvertidos de la historia patria, no será obstáculo para entenderlo como uno de los más fecundos en hechos marítimos que registra los anales de la Marina castellana. En un apéndice sobre el mismo, con los datos recogidos en el Depósito Hidrográfico, se escribe de Pedro I, "que lejos de ver como sus predecesores en la ribera del mar un obstáculo a la consecución de sus miras, hizo de este elemento y de sus naves, teatro de empresas trascedentales y deponiendo toda molicie aventuróse a capitanearlas sin dar oídos a los consejos de sus cortesanos, que para disuadirlo de sus propósitos cohonestaban con excusas incongruentes la repug nancia que sentían hacia las molestias propias de la vida en las galeras". Pedro I se encontró frente a un amplio teatro de operaciones en su actitud na val. Sostuvo guerras marítimas con Aragón e Inglaterra, pero tuvo escasa partici pación en las tareas de la reconquista, neutralizadas las flotas musulmanas con el dominio del Estrecho obtenido por su padre. Con Aragón, sin embargo, el pleito fue totalmente naval. El almirante catalán Francisco Perelló había capturado en el puerto de Sanlúcar dos navios genoveses. Pedro I pretendió que el culpable de la infracción fuese entregado de inmediato y descontento de la respuesta evasiva del rey de Aragón le declaró la guerra. Las hostilidades comenzaron en el verano de 1336 y fueron posteriormente suspendidas a ruegos de la Santa Sede, pero se rea nudan de nuevo en 1338 y la Marina no queda inactiva. Veinte navios pertrechados en Sevilla cruzaron el estrecho de Gibraltar y se apoderaron de Guardamar, importante villa situada en la desembocadura del Segura. Animado por el éxito, Don Pedro da orden a Martín Yáñez de activar los armamentos marítimos en los diversos arsenales de Galicia, Vizcaya y Andalucía, y reúne en poco tiempo en Sanlúcar, un total de 80 buques. La más grande, llamada "Uxel", que enarbolaba el pabellón real, tenía tres castillos y 500 hombres de tripulación, y otras 19 de casi las mismas dimensiones estaban al mando de los principales caballeros de la Corte y de los marinos más experimentados como Gil de Bocanegra, Diego García de Padilla, Fernando Alvarez de Toledo, Garcijofre Tenorio, Sánchez de Tovar, Pedro de Velasco, Ambrosio Bocanegra, Pedro de Porres, López de Córdoba, Suero López de Quiñones, etc. La flota se hizo a la vela recalando sucesivamente en Cádiz, Algeciras y Cartagena; desvasta las costas de Valencia y llega a amenazar las de Barcelona. 84 El grueso de la Armada aragonesa estaba en Cerdeña; una veintena de galeras res guardadas al abrigo de los fondos bajos defendían la entrada del puerto, pero li brada la batalla y a pesar de la desproporción evidente de las fuerzas, los catala nes, habilísimos tácticos, obligaron a sus numerosos enemigos a retirarse. La revancha la obtuvo sin embargo en Berbería donde las galeras aragonesas de Mateo Mercer, desplazadas hasta One para ayudar al virrey de Tremecén Abu Henen, fueron apresadas por naves castellanas, y más tarde el almirante castella no Martín Yáñez derrota a las naves aragonesas que mandaba el almirante arago nés Visconde de Cardona. Debo terminar. Centrada la atención en estos cuatro reyes de mentalidad mari nera, no debo ni puedo abusar más de su paciencia de, aunque no faltaran hechos de armas en los sucesivos reinados de los reyes Trastámaras —Enrique II, Juan I, Enrique III, Juan II y Enrique IV— en los que la Marina intervenga substancial o decisivamente, y los reyes tuviesen que afrontar con mayor o menor realismo las exigencias de una política naval acorde con sus propios intereses. Si se me permi te trazaría una brevísima crónica casi telegráfica de estas actividades con el fin de dejar culminada la panorámica naval de todo un siglo. Reinado de Enrique II. 1372. Combate naval de la Rochela entre la Armada inglesa y la castellana al mando de Bocanegra que derrotó a los ingleses y capturó a su almirante Hastings. 1375. Nueva expedición de castigo contra los ingleses también en la Rochela con captura de 85 navios. Reinado de Juan I. 1381. Combate naval de Algarbe entre la Armada castellana y la portuguesa con triunfo de la primera al mando de Sánchez de Tovar que apresó al almirante portugués Juan Alfonso Tello. 1384. Otro combate en el Tajo entre galeras castellanas y portuguesas. Nuevo triunfo de los castellanos de Sánchez Tovar, pero los portugueses consiguieron su objetivo de abastecer Lisboa, sitiada por Don Juan I. Reinado de Enrique III. 1397. Combate naval del Estrecho de Gibraltar entre cinco galeras castellanas y siete portuguesas venciendo el almirante castellano Mendoza. Reinado de Juan II. 1407. Victoria del almirante de Castilla don Alfonso Enríquez contra una armada superior en efectivos de Tremecén y Túnez en el Estrecho de Gibraltar. 1414. Combate naval de la Rochela entre la flota castellana mandada por don Juan Enríquez, contra la flamenca con victoria total de la primera. Reinado de Enrique IV, 1450 y 1451. Combate entre las naves castellanas de Cantabria y las inglesas, logrando expulsar a los ingleses de Burdeos y Bayona. Al finalizar la Edad Media tiene lugar en el interior de la Península un hecho que hará cambiar el rumbo de la Historia e influirá en los destinos de la Humanidad. En los últimos años del siglo XV Castilla y León ocupaban el 62% del territorio peninsular; la Corona de Aragón que incluía desde hacía varios si glos Cataluña, el 15%, Portugal el 20% y el resto se lo repartían Navarra y Granada. Los Reyes Católicos realizarán la unión de los diversos territorios salvo la de Portugal que tendría lugar años más tarde. España entonces quedaba consti tuida como un cuerpo orgánico con sus diferentes partes, con sus elementos acti vamente diferenciados pero trabados y conexos en un mismo espíritu y una idén tica línea de acción. Castilla asumió su parte importantísima en la unión desde sus fachadas marítimas activas cantábrica y andaluza. Aragón, cuya marina había 85 conquistado reinos en las Baleares, Sicilia y Ñapóles, y sus hombres de mar eran conocidos en todos los rincones del Mediterráneo, aporta por tanto otra parte fun damental. España conocía por tanto el mar y sus hombres tendían a él. La fusión de Castilla y Aragón convierte a España en una gran potencia europea fuerte y experta en la mar y en tierra, y crea la eficaz herramienta que hizo posible las grandes empresas españolas. La España moderna unirá las tradiciones y esfuerzos de la Reconquista de Castilla a las ambiciones mediterráneas de Aragón. Y en la gran aventura colonial que va a comenzar, Portugal creará un imperio aparte. La Marina de Castilla en los difíciles condicionantes de su trayectoria, habrá contri buido no poco al mantenimiento, tras la unidad, del espíritu castellano reconquis tador y medieval —tan profundamente opuesto a los fenómenos nacientes del ca pitalismo— y al que deberá el poderío español en su apogeo, su originalidad y su grandeza... 86