Separador libro

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©CONSEJO NACIONAL DE POBLACIÓN
Hamburgo 135, col. Juárez
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INSTITUTO DE MEXICANOS EN EL EXTERIOR
www.ime.gob.mx
CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES
www.conaculta.gob.mx
FONDO DE POBLACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS
www.unfpa.org.mx
Historias de Migrantes México-Estados Unidos
Primer Concurso
Primera edición: noviembre de 2006
ISBN: 970-628-861-9
Se permite la reproducción total o parcial
sin fines comerciales, citando la fuente.
Impreso en México
Reconocimientos
A todos los integrantes del Jurado Calificador:
Marco Aurelio Carballo
David Martín del Campo
Rafael Ramírez Heredia (QEPD)
Óscar de la Borbolla
Mónica Lavín
Eugenio Aguirre
Rosy Ocampo
Jesús Guzmán Urióstegui
Bernardo Fernández Brigada
Cristina Rivera Garza
A los enlaces institucionales:
Sofía Orozco Aguirre (IME)
Sergio Martínez Sánchez(CONACULTA)
Angélica Aguilera Figueroa (CONACULTA)
Iris Lujambio (UNFPA)
Napoleón Camacho Brandi (CONAPO)
A los compañeros de la Secretaría General del CONAPO,
por el acopio y clasificación de las historias:
Sergio Rojas Valdés
Armando Correa Lazzarini
Maritza Moreno Santillán
Myrna Muñoz del Valle
Lourdes Rodríguez del Prado
Araceli Franco Santillán
María de la Luz Lozada Zarco
Roberto Hernández Hernández
Gloria Hernández Moreno
Irma Linares Gómez
* El día 14 de septiembre de 2006, el Jurado Calificador del Primer Concurso de Historias de Migrantes, integrado por Eugenio Aguirre, Óscar de
la Borbolla, Marco Aurelio Carballo, Bernardo Fernández, Jesús Guzmán Urióstegui, David Martín
del Campo, Mónica Lavín, Rocío Ocampo, Rafael
Ramírez Heredia y Cristina Rivera Garza, otorgó
el primer lugar, en su respectiva categoría, a Janet
Martínez, Alicia Reyes Acosta, Maryela Ávila García y Martha Elena Nava Tablada.
Además, el Jurado resolvió conceder mención honorífica a Jorge Hernández-Fujigaki, Jaime César
Rezendiz Cabrera, José de Jesús Muñoz Serrano,
Janette Martínez de Rosete, Armando Zúñiga, Cynthia Viridiana García Martignon, Gloria Maricela
García Landaverde, José Raúl Olmos Castillo, María Teresa Velázquez Navarrete, Candelario Briones
Bravo, Ignacio Alejandro Muñoz Silva, María Dolores Fausto García, José Manuel Santiago Gayosso y
Gabriel Argenis Ponce Fuentes.
Las Historias se publican sin mayores intervenciones, y en la preparación de la edición sólo se hicieron mínimos cambios ortográficos y de puntuación
cuando fue estrictamente necesario.
Índice
Presentación / 7
Ing. Lauro López Sánchez Acevedo
Subsecretario de Población, Migración y Asuntos Religiosos
de la Secretaría de Gobernación
Introducción / 9
Mtro. Octavio Mojarro Dávila
Secretario General del Consejo Nacional de Población
Historias ganadoras
Categoría 12 a 20 años (México) / 15
Los viajes, mi viaje
Maryela Ávila García (Mar)
Categoría 12 a 20 años (Estados Unidos) / 23
La pobreza exige
Janet Martínez (Zapoteca)
Categoría 21 años y más (México) / 29
Más adelante Dios dirá
Martha Elena Nava Tablada (Petla)
Categoría 21 años y más (Estados Unidos) / 47
El sueño equivocado
Alicia Reyes Acosta (Alma Rivas)
Menciones Honoríficas
Categoría 12 a 20 años (México)
Doble sueño: doble desilusión / 71
Volaverunt
El amargo despertar del sueño americano / 83
Neserec
La fuerza de la necesidad / 109
Tierno
Si mi mamá se hubiera quedado no estaría con nosotros / 127
Cuauhtli
Categoría 20 años y más (Estados Unidos)
Rams / 137
Fuji
El nómada al atardecer / 141
El Mol
Nosotros también migramos / 147
El Chichimeco
El sueño mexicano / 171
Andrea
Veredas de esperanza / 189
Torbellino
Categoría 20 años y más (México)
Los pasos al Norte / 209
Verania
¡Quiero estudiar! / 237
Despatriada
Mis paisanos / 251
Ganchoso
Sangre zacatecana en la guerra / 277
María Ignacia
Yo un migrante más / 283
Desilusionado
Presentación
El Consejo Nacional de Población, el Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, el Instituto de los Mexicanos
en el Exterior de la Secretaría de Relaciones Exteriores y
el Fondo de Población de las Naciones Unidas presentan
esta publicación que integra los cuatro trabajos que el jurado seleccionó como ganadores del Primer Concurso de
Historias de Migrantes. México-Estados Unidos, así como
las catorce obras que recibieron mención honorífica.
El concurso estuvo dirigido a mujeres y hombres de
12 años y más, residentes en México o en los Estados Unidos, mexicanos por nacimiento o descendientes de mexicanos que han experimentado el fenómeno migratorio o
conozcan de algún familiar, vecino o amigo cercano con
una historia que contar. El concurso buscó estimular la elaboración de testimonios que den cuenta de las motivaciones que propician la migración, las dificultades y riesgos
que implica el proceso de migración, tanto para los hombres como para las mujeres, así como los apoyos institucionales y familiares recibidos en el tránsito, la llegada y la
integración en las regiones de destino.
Los autores de estas obras han sabido transmitir sus
vivencias, percepciones y hechos de vida en una historia migratoria y representan a miles de otros testimonios
vivos de otras tantas historias o de relatos similares que
no han podido ser hechos públicos La expresión literaria
del fenómeno migratorio constituye una herramienta fundamental para contribuir a una mejor comprensión del
fenómeno porque revela con crudeza los sentimientos
humanos más profundos de los protagonistas involucrados en la migración.
7
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Las múltiples y variadas historias narradas por los participantes en este concurso tienen el mérito excepcional
de indicar a los responsables de la toma de decisiones,
a los ciudadanos interesados y al público en general las
pistas más certeras para diseñar programas y acciones a
fin de que el proceso migratorio contribuya al desarrollo
personal, familiar y de las comunidades.
Nuestro más sincero reconocimiento y gratitud a
todos los que hicieron posible este concurso, y muy particularmente a todos aquellos jóvenes y adultos, hombres y
mujeres, que tuvieron la iniciativa y la bondad de darnos
a conocer sus historias.
Ing. Lauro López Sánchez Acevedo
Subsecretario de Población,
Migración y Asuntos Religiosos
8
Introducción
La migración de mexicanos a Estados Unidos es un fenómeno complejo, con una prolongada tradición y con
profundas repercusiones sociales, económicas y culturales
en ambos países. Varios son los factores que subyacen a
este fenómeno. Acaso los más importantes derivan de la
enorme asimetría económica y del elevado grado de interdependencia entre los mercados de trabajo de ambos
países; a los que se suman las redes sociales y familiares
establecidas entre mexicanos y una extendida cultura de
la migración construida a lo largo de los años.
El número de migrantes mexicanos que residen en los
Estados Unidos asciende a más de 11 millones, que sumados a los descendientes o de segunda y tercera generación
la cifra asciende a 28 millones de personas con fuertes
lazos sociales, económicos y culturales con nuestro país.
Además, el fenómeno ha adquirido tal importancia cuantitativa que prácticamente todos los municipios de nuestro
país y los condados de los Estados Unidos dan cuenta de
la presencia de este fenómeno.
En este contexto de una gran dinámica migratoria
nació el Primer Concurso Historias de Migrantes. México-Estados Unidos, convocado por el Consejo Nacional
de Población, el Instituto de los Mexicanos en el Exterior
(IME), el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), y el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). La convocatoria estuvo vigente entre abril y
julio de 2006 y fue concebido como un espacio para que
hombres y mujeres de 12 años y más de edad pudieran
expresar sus historias y reflexiones sobre el fenómeno migratorio.
9
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Se buscó la participación de mexicanos o descendientes
de mexicanos, residentes en México o en Estados Unidos
de manera temporal o permanente y que tuvieran una historia propia o que pudieran contar un testimonio que le
sucedió a un familiar, amigo u otra persona. Las características y naturaleza binacional de la migración exigió
promover la convocatoria por igual en México y en los
Estados Unidos, por lo que el concurso resultó un medio
atractivo para compartir sus experiencias y vivencias que
pueden ser de utilidad para otros.
A través de sus historias, los 1 048 concursantes, 175
de los Estados Unidos y 873 de México, dieron cuenta de
las condiciones críticas de desigualdad imperantes y falta
de oportunidades para construirse un futuro en el país,
y de la persistente exclusión social que impulsa la búsqueda de una vida mejor allende a nuestras fronteras. Los
testimonios reconocen la violencia y discriminación hacia
las mujeres, los riesgos y vulnerabilidades a que están expuestos los migrantes indocumentados, así como las dificultades para integrarse a la sociedad norteamericana. No
obstante, también son voces que hablan con elocuencia,
de experiencias liberadoras, de entereza, de éxito, de solidaridad entre migrantes.
La presente publicación incluye las cuatro historias
ganadoras, que ofrecen enseñazas y claman por un cambio de destino que está en nuestras manos y decisiones. La
historia de Alicia Reyes Acosta, de Nueva York, EU, en la
categoría de 20 años y más de edad, en su obra el “Sueño
equivocado”, narra cómo la discriminación laboral y la indefensión ante el poder local la obligaron a migrar a Estados Unidos. Revela con crudeza la violación a su integridad física y derechos humanos, anota el trato denigrante
de los polleros y otras vicisitudes que adquieren un mayor
dramatismo en el caso de las mujeres; y verifica el proceso
lento y difícil de su integración a la sociedad norteamericana. Sintetiza su experiencia de que si las causas que
10
Introducción
la orillaron a migrar no hubieran existido, “…jamás, jamás
hubiera pensado en venir a este país, porque éste no era
mi sueño; pero aprendí a vivir este sueño equivocado”.
Para Maryela Ávila García, del Distrito Federal, ganadora en la categoría de 20 años y más de edad con su
historia “Los viajes, mi viaje”, refiere a la historia migratoria
de su familia desde la época del Programa Bracero. En este
proceso destaca las penurias y carencias vividas, refiere a
la migración con reiteradas idas y regresos al vecino país.
Su experiencia de trabajo en el campo californiano la hace
concluir que “… yo no quería eso para mí”. Por su sueño de
estudiar y superarse, decidió dejar a su familia y regresar a
México para cumplir su meta de terminar la universidad,
algo que no pudo hacer allá, y que está segura de lograr
aquí, pues está convencida de que “…cuando deseas algo
realmente con el corazón, el mundo entero conspira para
que lo logres”.
Martha Elena Nava Tablada, de Xalapa, Veracruz,
ganadora en la categoría de 12 a 19 años de edad con
su historia “Mas adelante dios dirá”, ve en su protagonista
Nicolás, cómo la falta de oportunidades para sobrevivir
en su región lo orilló a migrar. Describe el drama y lo peligroso que es cruzar la frontera como indocumentado. Ya
en Nueva York, le pareció poco atractiva su vida cotidiana
que se reduce a trabajar duro y dormir poco. Manifiesta su
amor por su país y el deseo de vivir aquí. Traza su meta de
trabajar unos pocos años en Estados Unidos y juntar algo
de dinero para retornar y establecerse en México.
El caso de Janet Martínez, de Los Ángeles California,
EU, ganadora de la categoría 12-19 años de edad con su
historia “La pobreza exige”, describe un caso de superación y éxito, gracias dice, “al gran espíritu de superación
que por herencia tenemos los indígenas”. Janet concluye
diciendo que el espíritu de superación y triunfo de su abuelo la inspira y motiva a lograr sus metas, y que una de sus
ambiciones es lograr culminar una carrera universitaria.
11
Historias de migrantes México-Estados Unidos
La publicación incluye, además, los catorce trabajos
a los que, por su contenido y calidad, el Jurado otorgó
menciones honoríficas, de los cuales cinco fueron enviados de los Estados Unidos, dos de California y Texas, respectivamente, y una de Maryland. Las nueve procedentes
de de nuestro país llegaron del Distrito Federal, Durango,
México, Guanajuato, Michoacán, Tlaxcala, San Luis Potosí, Sinaloa y Zacatecas.
El concurso ofrece una muestra de material inédito,
sumamente valioso para reflexionar sobre las múltiples
causas y consecuencias del fenómeno migratorio. Esta publicación está llamada a convertirse en una fuente obligada de consulta para la formulación de políticas que hagan
de la migración un proceso seguro, ordenado, legal y que
contribuya al bienestar en ambos países.
Mi más sincero agradecimiento al personal de las
instituciones convocantes que colaboró en el proyecto: al
CONACULTA y a sus representaciones estatales, a la siempre solidaria colaboración de los Consejos Estatales de
Población, al apoyo invaluable del IME por su eficiente
coordinación con los consulados, clubes de migrantes y
otras asociaciones de mexicanos en los Estados Unidos,
y al UNFPA por su apoyo técnico y financiero. También
nuestro agradecimiento al Jurado Calificador por el arduo
y calificado trabajo realizado.
Para todas y todos los participantes y personal operativo que hizo acopio y organizó el cuantioso material
recibido, mi más sincero reconocimiento.
Mtro. Octavio Mojarro Dávila
Secretario General
12
Los viajes, mi viaje
Maryela Ávila García (Mar)
Categoría 12 a 20 años, México
L
a Historia de migración en mi familia comenzó con
mi abuelo materno, quien participó en el Programa
Bracero. Años después, unos tíos comenzaron a emigrar a Estados Unidos. Mi madre, tentada por el sueño
de una vida mejor y en un viaje de aventura, emigró a
California en 1989. Después mi padre la siguió junto con
mi hermano, que es dos años mayor que yo. Yo tenía tres
años y buscaba a mi mamá, por eso es que también nos
fuimos a California mi abuelita, mi hermana mayor y yo.
Estuvimos casi un año pero a mi abuelita no le gustaba
estar allá, por lo que decidimos regresarnos, excepto mi
padre que se quedó a trabajar. Regresamos a Tócuaro, un
pequeño pueblo en el estado de Guanajuato, y mi madre
iba a ver a mi padre unas dos o tres veces al año.
Fue hasta abril de 1995, tras la muerte de mi abuelita, que mi madre decidió irse a vivir y establecerse junto
con mi padre. Se fue, y cuando terminaron las clases mandó por mi hermano menor y por mí. Éramos cuatro, dos
mujeres y dos hombres. Mis hermanos mayores se quedaron con una tía en la ciudad de México. Mi hermano
y yo volamos de Morelia a Tijuana junto con dos tíos (un
hermano y un primo de mi mamá). Ellos iban a tratar de
cruzar la frontera ilegalmente por el cerro. A nosotros nos
iba a recoger una tía, con la cual pasamos la línea fronteriza en carro, con actas de nacimiento de otros niños. Yo
tenía apenas nueve años y tenía miedo de que agentes de
emigración nos hicieran preguntas, y al mismo tiempo era
emocionante porque sabía que estaba cerca de vivir con
mis papás.
15
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Finalmente, todo salió bien y en unas cuantas horas ya estábamos en Pasadena, California. Estaba contenta
de estar con mis padres. Sin embargo, a mi padre no le
agradó mucho la idea de que mi hermano y yo estuviéramos ahí. Al contrario, pareció molestarle y es que mi
mamá quería darle la sorpresa, y no le dijo nada hasta que
llegamos.
A mí me dolió mucho su rechazo. Después de algunos meses entendí su reacción, y es que a un mes de haber llegado nosotros, él se fue y nos abandonó. Se fue sin
decir nada, sin decir adiós. Al parecer tenía todo planeado
para irse con otra mujer.
Nosotros representábamos una amenaza para sus
planes, quizás remordimientos. Se fue dejándonos con las
deudas del teléfono, de luz, del departamento. Mi madre
no tenía ni un dólar y se sentía desesperada. Estaba deshecha y el panorama era desolador, por lo que tomó la decisión de mandar por mi hermana mayor e irnos a Hopland,
un pueblito al norte de California, junto con mis tíos que
ya se encontraban con nosotros después de haber sufrido
varios días en la frontera. Mi hermana llegó y dejamos el
departamento con todo y muebles.
Cuando llegamos a Hopland, mi madre se encontró
con la noticia de que no se podía quedar ahí con niños, ya
que era peligroso porque había maquinaria en las huertas
de peras y manzanas, en el rancho. Entonces, un conocido le dijo que un muchacho de nuestro pueblo se iba a
regresar, pero que vivía a más de tres horas de ahí. Así fue
como llegamos al valle de Salinas, una pequeña ciudad
cuya principal economía es la agricultura. Estando ya ahí,
y a un día de mandarnos de regreso a México, mi madre
desistió de la idea y decidió que nos íbamos a quedar a
vivir ahí. Al siguiente día, sin conocer a nadie salió a las
calles en busca de trabajo. Encontró trabajo en la fresa
(cortar fresas), donde empezó a trabajar al tercer día. Era
un trabajo muy fuerte y si para un hombre es difícil mucho
16
Historias ganadoras
más para una mujer que no estaba acostumbrada al trabajo pesado. Era desesperante verla llegar casi sin poder
moverse y muerta de cansancio. Durante el día trataba de
mantenerse entera y ponerse una mascara de fortaleza,
por las noches se derrumbaba y su voz se quebraba en
llanto. Tenía que sobrellevar la muerte de su madre, el
abandono de mi papá y tenía que sacar adelante a una familia. Pasaron los días y tuvo que acostumbrarse al trabajo
y a la nueva vida que estábamos comenzando.
Mi hermanito y yo entramos a la escuela. Fue una
etapa difícil ya que no hablábamos inglés. Yo tuve que
adaptarme al sistema de la escuela, batallar con el idioma,
con las costumbres y sufrir también el rechazo de algunos
compañeros. El ser llamado mojado, pasa e indocumentado. Pronto llegó el invierno y se acabó la temporada de
trabajo. Estábamos en el mes de diciembre y pronto iba a
ser Navidad, y nosotros no teníamos dinero para comprar
qué comer. Mi hermano lloraba por un vaso de leche, mi
madre lloraba por no poder dárselo. Yo lloraba por verlos
sufrir.
Ese ha sido el peor año de mi vida, no sólo por todo
el sufrimiento sino también por todas las carencias. A
veces teníamos que pedirles comida a unas vecinas que,
por cierto, nos ayudaron mucho. Como dicen por ahí, después de la tormenta viene la calma. Llegó la temporada de
trabajo y poco a poco nuestra vida comenzó a mejorar.
Tuvimos para cambiarnos a una casa. Mi mamá mandó
por mi hermano que estaba en el D.F., el cual también
sufrió en su intento de cruzar la frontera junto con mi tío.
Afortunadamente pudimos reunirnos después de casi un
año de no vernos.
Por fin estábamos todos juntos y nuestros lazos familiares se hicieron más fuertes. Poco tiempo después una
vez más la fortaleza de mi madre se puso a prueba. El 21
de septiembre de 1996 recibimos la noticia de que mi tío,
con el cual mi hermano cruzó la frontera, había muerto.
17
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Para mi mamá fue en golpe muy fuerte, no sólo porque
era el hermano con el que tenía mayor comunicación sino
también por la manera tan trágica de morir. Lo asesinaron en Hopland, California. Trataron de asaltarlo y recibió
quince puñaladas, una en el corazón.
Tuvimos que viajar hasta allá y mi mamá tuvo que
identificar el cuerpo. Fueron días muy difíciles. Me dolió
mucho porque mi tío había ocupado el lugar que dejó mi
papá. Él representaba esa figura paterna. Pero, en diciembre de ese mismo año, también llegó alegría a la casa. Mi
hermana mayor, con apenas quince años, se había juntado en unión libre con su novio, mi mamá se convirtió en
abuela y yo en tía por primera vez, con apenas diez años
de edad.
Así pasó un tiempo, hasta que decidimos regresarnos
a México. Mi hermana, que se había separado de su pareja, se regresó con nosotros junto con su bebé de ocho
meses. Llegamos a Guanajuato y comenzamos la escuela.
Mi madre sólo estuvo un par de meses porque al ver nuestra situación económica se regresó a California. Nosotros
estuvimos un año. No aguantamos más, ya que nos habíamos acostumbrado a vivir en Estado Unidos y, más que
nada, a estar cerca de nuestra madre, que era la cabeza de
la familia y era madre y padre a la vez.
Regresamos a Salinas y esta vez unas primas nos
acompañaron en el viaje. Todos pasamos por la línea con
actas de nacimiento. Una vez más la suerte nos acompañó.
Llegamos a la casa donde vivía mi mamá y todos nos quedamos en un cuarto. No llevábamos ropa y fue un poco difícil (mientras nos acomodamos), aunque nada comparado
a la primera vez. Nos mudamos a un departamento, cada
una de mis primas hizo su vida. Mi hermano mayor decidió
no seguir en la escuela y entró a trabajar. Mi hermana encontró una nueva pareja y salió embarazada por segunda
vez. Yo terminé la secundaria y entré a High School. Después nos cambiamos de casa a una más grande.
18
Historias ganadoras
Al pasar de unos años creo que ya nos habíamos
acostumbrado al estilo de vida de la ciudad. Terminé la
preparatoria y me convertí en la primera de mi familia en
lograrlo. Para mí eso no era suficiente, uno de mis sueños
y metas es obtener un título universitario. Pero como no
pude entrar directamente a la universidad, por no ser residente legal y no poder pagar colegiaturas, entré a Hartnel
College un colegio comunitario, pero de nivel universitario, donde realicé dos años de Arte.
Para entonces ya había aprendido lo difícil que es ganarse la vida. Yo sabía que el trabajo del campo era difícil,
pero no supe qué tan difícil era hasta que en vacaciones
anteriores trabajé en el transplante de brócoli y en la lechuga. Ahí supe que yo no quería eso para mí. Que quería salir adelante, y en cierta manera recompensar todo el
sacrificio de mi madre. Gracias a Dios he tenido todo el
apoyo de mi familia, el abandono de mi padre no ha sido
una desventaja, al contrario, ha sido algo que me ha estimulado a querer superarme y cada día ser mejor.
Hoy día, mi madre sigue trabajando en la agricultura,
un trabajo muy digno pero muy agotador. Gracias a ello
me ha dado todo, todo lo que tengo se lo debo a ella, al
igual que todo lo que soy. Aunque fueron difíciles los primeros años, y fue difícil el estar en una ciudad donde no
conoces a nadie y aprender un idioma al cual eres ajeno.
Estar lejos de casa, añorar el pasado, recordar a los amigos. A pesar de todo esto, también es gratificante ver a tu
familia unida superar todas las dificultades y aprender la
vida.
Tengo también mucho que agradecer a Estados Unidos por todo lo que me ha brindado: una educación (excepto la universidad), la oportunidad de conocer nuevos
lugares, aprender un segundo idioma, que a lo largo de
mi vida sé que va a ser una gran herramienta. También
porque en Estados Unidos he conocido personas maravillosas, he tenido excelentes maestros, grandes amigos, per19
Historias de migrantes México-Estados Unidos
sonas excepcionales que han aportado algo significativo a
mi vida. Personas que me han enriquecido como persona
y que definitivamente han hecho un cambio drástico en
mi vida. Hoy soy una extranjera en mi propio país ya que,
a pesar de haber nacido en el Distrito Federal, siempre
fui ajena a esta ciudad. Una ciudad tan caótica, tan estresante, pero tan colorida, tan diversa, que te hace sentir
en casa. Por eso estoy aquí, por todo lo que esta ciudad
me hace sentir y también por tratar de llegar a mi meta, y
terminar la universidad.
Estoy asimilando la vida capitalina y estoy readaptándome a mi país, sintiéndome en casa con mi gente,
con mis paisanos mexicanos. También estoy en busca de
mis sueños y aunque sé que no es fácil, quién dice que
las cosas que realmente valen la pena son fáciles, son las
que cuestan más. Sin embargo un día escuché una frase
y es la que me ha acompañado siempre: “cuando deseas
algo realmente con el corazón el mundo entero conspira
para que lo logres”. Me vine de California hace un par de
meses ¡y extraño tanto a mi familia! Sin embargo, también
lo hago por ellos. Espero poder verlos pronto y decirles
cuánto los quiero. Por lo pronto estoy tras lo que deseo.
20
La pobreza exige
Janet Martínez (Zapoteca)
Categoría 12 a 20 años, Estados Unidos
L
a pobreza exije, dijo mi abuelo, reflexionando en su
decisión de migrar a los Estados Unidos. De niño no
tenía zapatos y andaba descalzo en su pueblo de Zoogocho en la Sierra Norte de Oaxaca. Su idioma materno
no era el español sino una lengua indígena, el zapoteco.
Mi abuelo estudió sólo hasta el tercer grado de primaria,
pese a esto y su escaso dominio del español tuvo la necesidad de trabajar desde muy chico para ayudar a su madre.
En 1970 decidió salir de su tierra natal, enclavada en
la Sierra, y emigrar a los Estados Unidos en busca de suficiente dinero para poderse comprar dos vacas, y regresar
a su pueblo a trabajar con ellas. Al tratar dos veces de
cruzar la frontera y fallar, el señor que lo acompañaba le
dijo: —Estas salado, mejor vete solo –y lo abandonó a su
suerte en la cuidad desconocida de Tijuana. A pesar de
que no conocía a nadie en Tijuana, ni hablaba bien el español, mi abuelo no se dejó derrotar, él encontró trabajo
y logró ahorrar. Sin ayuda y con sólo la ropa que tenía
en su espalda regresó a la cuidad de México a buscar a
su primo, quien lo ayudó a conseguir trabajo. Mi abuelo
ahorró suficiente dinero para otra vez emprender su viaje
en búsqueda del sueño estadounidense.
Esta vez sí logró cruzar la frontera y llegó a casa de
su cuñada, quien le brindó la mano. Sin embargo, al mes,
debido a los celos y alcoholismo del esposo de ella, mi
abuelo no pudo estar más tiempo con ellos y le pidieron
que se fuera. Para mi abuelo esto fue una gran tristeza ya
que esto significaba la soledad completa, pues su espo23
Historias de migrantes México-Estados Unidos
sa y sus hijos seguían en Oaxaca; aún no los podía traer
debido a sus limitaciones económicas. Él se preguntaba,
¿habrá un día que me pueda reunir con mi mujer, mis dos
hijos, ahora que voy lejos de mis paisanos oaxaqueños?
Irse a vivir con alguien completamente desconocido, que
hablaba un idioma diferente y tenía una cultura diferente
era fatal para él. Ignoraba que su cuñada comprendía su
situación: ya que ella se vio en la misma situación al ser
una zapoteca migrante monolingüe que años atrás había
pasado por lo mismo. Ella mandó pagar todos los gastos
del coyote para que finalmente pudiera venir mi abuelita
Rufina, y de esa manera se reunieran mis abuelos.
La misma cuñada lo ayudó a conseguir dónde vivir,
con una pareja estadounidense de apellido Herman. Este
señor ayudó mucho a mi abuelo, fue una gran influencia
en su vida. Lo dejó vivir gratis un año, lo motivó a estudiar
el inglés, de esta manera mi abuelo pasó de ser monolingüe a bilingüe en zapoteco e inglés Herman también
lo ayudó económicamente. Mi abuelo usó esta educación
para trabajar en una fábrica, en la cual empezó siendo
barrendero. Después fue encargado de empacar, desempacar, cerrar, abrir y manejar de un lugar a otro. El trabajó
en este lugar por un periodo de nueve años, con un sueldo mínimo y sabiendo que no iba a poder sostener una
familia que iba creciendo. Por eso tomó la decisión de
cambiar de trabajo y comenzó a trabajar como jardinero
con un hombre asiático; allí fue que decidió establecer su
propia ruta de jardinería. Ahorró su cheque y pidió prestado, y con mucho esfuerzo pudo formar su propia ruta de
jardinería. Este negocio empezó pequeño, pero luego se
expandió y obtuvo suficiente dinero para no sólo sostener
a su familia, pero también para comprar una casa.
Por este tiempo mi abuelo arregló su estatus migratorio y pudo solicitar residencia legal para sus dos hijos, que
había dejado al cuidado de su mamá en su tierra natal. Mi
papá era uno de estos dos hijos.
24
Historias ganadoras
Mi papá llegó a Los Ángeles con una lluvia de cuetes
el 4 de julio de 1978. Al igual que mi abuelo, mi padre
tenía como idioma principal el zapoteco, hablaba el español más básico. Para mí, para papá fue traumática la
llegada a un país tan diverso como Estados Unidos, y en
especial a una ciudad donde el contacto con la naturaleza era mínimo y donde sentía que no había libertad. Él
ingresó a estudiar el sexto grado, pero dice que fue muy
difícil para él. Primero, porque no dominaba el español;
segundo, porque era un hábitat completamente distinto
al ambiente donde vivía en la Sierra; tercero, porque era
enfrentarse a diferentes costumbres del resto de los mexicanos; y cuarto, pues, tenía que adaptarse a otro idioma
totalmente desconocido. Todo esto limitaba su aprendizaje y avance académico.
Al llegar a la primaria se sintió discriminado por no
saber hablar el inglés y el español. Los niños se burlaban
de él y era constante víctima de chistes racistas y discriminatorios de los mexicano-estadounidenses y de sus propios
connacionales mexicanos, así como de los anglosajones.
Se sentía aislado. Esto lo orilló a decirles a los directores
de la escuela que la lengua que se hablaba en su casa era
el inglés. Con esto él fue colocado en clases totalmente
en inglés, lo cual atrasaba más su avance académico; pero
todo lo hizo para dejar de sentirse hostigado.
Sus problemas en High School se fueron incrementado por la falta de conocimiento y entendimiento de la
gramática del inglés, por lo cual se desilusionó y se involucró en pandillas, pues de esta manera tenía una identidad para verse fuerte y que ya no lo molestaran; pensaba
que así los niños le tendrían miedo y ya no se burlarían
de él. Finalmente, debido a la limitante de ambos idiomas europeos tampoco fue aceptado, pues era mexicano
e indígena, pero no chicano, y nuevamente fue excluido
y entonces optó por abandonar la escuela en el onceavo
grado.
25
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Debido a nuestras costumbres indígenas uno debe
de tener una vida útil, y mi abuelo, fiel creyente de sus
tradiciones, dijo que si no iba a estudiar que se pusiera
a trabajar ya que él no iba a mantener un hijo flojo y
pandillero, que el indígena trabaja para comer y no se
da por vencido ante ninguna situación. Esta actitud del
abuelo Ricardo hizo que mi papá trabajara con mi abuelo
en el negocio familiar de jardinería. Después de trabajar
por quince años con mi abuelo adquirió las herramientas
necesarias para iniciar su propio negocio. Él empezó de la
nada, pues no tenía ahorros, y tuvo que pedir dinero prestado a familiares y amigos. Pero gracias a su dedicación,
amor y entrega, su ruta de jardinería, que empezó con
unas cuantas casas, se ha ido incrementando día a día.
Debido a la solicitud de sus clientes para decorar mejor
sus jardines, él decidió tomar diferentes cursos que lo han
ayudado a perfeccionar su trabajo. Actualmente su trabajo se ha extendido no sólo a jardinería, sino también al
diseño de jardines y a algunos trabajos de construcción.
Cabe mencionar que fue gracias al gran espíritu de
superación, que por herencia tenemos los indígenas, que
mi abuelo excedió por mucho su sueño de comprar dos
vacas y regresar a México, pues logró comprar su casa en
Los Ángeles, construyó una casa en la cuidad de México, y
construyó otra casa en su pueblo natal. Asimismo, sus experiencias se van reflejando en nuestra familia. Por ejemplo, se manifiesta en la vida de mi papá, que también ha
logrado sus metas, y ahora se manifiestan en mi persona,
pues mi meta es lograr culminar una carrera universitaria,
ya que estoy segura que si mi abuelo y mi papá hubieran
tenido las oportunidades mías, ellos también lo hubieran
hecho. Los esfuerzos de mi abuelo y de mi padre influyen
en mi vida, me siento motivada por su espíritu de superación y triunfo, y espero que sea esto lo que me ayude,
junto con mi arduo esfuerzo, a alcanzar mis metas.
26
Más adelante Dios dirá
Martha Elena Nava Tablada (Petla)
Categoría 21 años y más, México
M
i nombre es Nicolás, nací en Petlalcingo, Puebla.
Soy el séptimo hijo, pero en total somos doce
hermanos, siete hombres y cinco mujeres. El único que vive es mi papá, que ya está muy enfermo y casi no
puede caminar. Mi mamá tiene algunos años que murió.
De chico ayudaba a papá en el campo junto con mis hermanos. Fui a la primaria en Petlalcingo y estuve hasta la
secundaria, pero no la acabé. Me salí antes de terminar y
me fui cinco años a trabajar a México, D.F., donde estuve
en un rastro de puercos, pero no había buen sueldo, no
había futuro, ni progreso. Nomás ganaba para vivir y así
ni pensar en juntar para hacerte tu casa o comprarte ropa
buena. Nada de eso.
Ahí me la pasé bien mal, por eso sólo duré siete meses y me cambié a trabajar en una ferretería, pero tampoco me gustó porque no progresaba, aún así estuve tres
años. Después, mejor regresé al pueblo donde permanecí
dos años ayudando a mi papá en el campo, pero tampoco
sacaba casi nada de dinero, menos que somos muchos
hermanos y aunque no todos están en el pueblo, pues de
dónde iba a sacar mi papá para mantenernos.
Mi hermano Rafa fue el primero en irse a Estados
Unidos, a Nueva York. Como mandaba su dinero para el
pueblo, me daba cuenta que sí rendía, que estaba ganando bien. Así que vi la forma de irme para el norte. Rafa
me ayudó y puso todo el dinero para que pudiera pasar
la frontera. Además, llegué a su casa, me apoyó para con29
Historias de migrantes México-Estados Unidos
seguir trabajo y me echó la mano en todo. Tuve suerte
porque allá estaba mi hermano, pero cuando la gente se
va sola y sin conocer a nadie, realmente sufre.
En ese entonces no salía tan caro el viaje. Ahora está
caro, yo creo que en dinero mexicano gastas de menos
unos diez mil pesos. Porque tienes que comprar boleto
de aquí a Nogales o Tijuana, la parte donde creas que vas
a pasar. Ahí se busca al coyote, que te cobra otra buena
lana, por eso te sale más económico que te vayas solo,
pero es más riesgoso. Además, es mejor pagarle al coyote
hasta que estás del otro lado, le das el dinero desde acá
sólo si es conocido. Yo, por ejemplo, he pasado varias
veces, pero no llevo dinero, ni le doy nada al coyote hasta
que estoy en Arizona, desde ahí le mando a pedir a mi
hermano dólares para el coyote, y un poquito más por
cualquier imprevisto.
Muchos que se han ido del pueblo han fracasado,
porque se llevan todo su dinero para pagar en la frontera
y algunos coyotes los engañan. Porque si das el dinero al
coyote por adelantado, después puede hacerse el perdedizo y cómo lo encuentras. A muchos les ha pasado así,
se quedan sin dinero en la frontera y luego tienen que
trabajar en la línea para juntar, aunque sea para regresar a
su pueblo, porque para pasar del otro lado, ¡ni en un año
ganas el dinero!
La primera vez que crucé, de Petlalcingo viajé a México y de ahí tomé un autobús a la frontera, donde estuve un
día, mientras hacía contacto con el coyote. Hecho el contacto, se intenta la pasada en la noche. Hay varias formas
de pasar, pero la más barata y por la que me fui, es cruzar
a pie por los lugares donde no hay mucha vigilancia ni
de México ni de Estados Unidos. Por donde pasamos no
se atraviesa el Río Bravo, sólo hay pequeños barrancos
secos. Cada pollero es como el guía, lleva un grupo desde
cinco personas (porque no les conviene llevar menos) y
máximo unas quince. El tramo que se camina varía porque
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Historias ganadoras
depende del lugar donde los polleros tienen sus puestos
de operación. En mi caso no caminé mucho, como unos
cinco kilómetros.
Primero hay que esquivar la vigilancia americana,
que está en la línea, y luego correr hasta el pueblo más
cercano, donde los coyotes tienen sus contactos, personas
de ese pueblito que les prestan un garaje o una casa, ahí
te esconden por unas horas o una noche para que no te
encuentren los policías de la migra. Los coyotes procuran
pasarnos rápido y guardarnos en un cuarto o una casa, y
ahí termina el trabajo de la persona que te ayuda a cruzar, luego nos reciben otros y después otros, y otros, hasta
que entrega la última persona (que es la que cobra) en el
lugar final (son así como cadenas de coyotes). Hay tramos
que te llevan en coche en la cajuela, amontonados como
guajolotes y pues sí se sufre, pero uno se aguanta con la
esperanza de tener una vida mejor del otro lado.
Yo he regresado varias veces a México, pero para
volver no hay problema, aunque se tienen que pagar los
impuestos sobre dinero o aparatos electrónicos que se traigan al país. Las otras veces que entré a Estados Unidos
ya no se me dificultó, el problema es nada más la primera vez, porque no sabe uno cómo debe conducirse, las
demás veces ya se tiene experiencia de cómo hacerle en
los pasos, las carreras y no cometer los errores de la primera vez.
Ahora, como ya me sé el camino, paso sin coyote.
Sólo una vez me agarró la migra en la pasada. Casi siempre te atrapan en la corrida o escondido en el campo y te
advierten que no trates de escapar. Ya detenido, te registran para asegurarse de que no traes armas, te suben a la
patrulla (que algunos le dicen la perrera) y te llevan a la
cárcel. Ahí haces una declaración, te preguntan tu nombre y de dónde eres, aunque ni sé para qué, porque todo
mundo siempre contesta mentiras: se ponen otro nombre
y dicen cualquier lugar que se les ocurra.
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
Dependiendo de la cantidad de gente que tengan en
la cárcel (casi siempre tienen muchos detenidos y muchos
por agarrar) estás ahí unas tres o cuatro horas y te regresan
a México. La vez que me agarraron no me maltrataron,
pero en ocasiones sí golpean a la gente cuando al detenerlos quieren escaparse, se echan a correr o se ponen
violentos. Antes de conocer cómo está la movida de la
pasada en la frontera me daba un poco de pendiente, porque uno se imagina que es como en las películas, que los
guardias de la migra te disparan para matarte y cosas así,
pero ya conociendo, uno sabe que si te agarran, pues hay
que dejarse y ya. Esa ocasión, no tuve problemas porque
di otro nombre, y como agarran tanta gente y en ese tiempo no tenían registro de fotografías o de huellas, pues no
se dan cuenta si varias veces atrapan al mismo. Además,
no se dan abasto para detener a todos los que intentan
cruzar. En una noche llegan y salen camiones repletos de
gente que quiere pasar la frontera, sobre todo en fin de
semana; y aún los que agarran, lo vuelven a intentar hasta
que logran llegar del otro lado. Yo por ejemplo, después
que me soltaron, esperé un rato y esa misma madrugada
volví a intentarlo y logré cruzar.
Detrás de mí se fue mi hermano Epifanio, que se llevó
a su familia; también otros dos de mis brothers estuvieron
un tiempo, pero casi ni trabajaron, más que nada fueron
de visita, a probar qué tal estaba por allá, y como no la
hicieron se regresaron. El último en irse fue el más chico
de los varones. Mis hermanas nunca se animaron porque
para las mujeres es más peligrosa y difícil la pasada, no
aguantan tanto como uno, además, sale más caro para una
mujer porque hay que cruzar por las rutas más fáciles y
seguras, que por supuesto son en las que más dólares cobran.
Recién que llegué viví un tiempo con Rafa, después,
cuando se fue Epifanio, me pasé a vivir con él y ya más
recientemente vivo solo. Allá no me quejo de nada, gra32
Historias ganadoras
cias a Dios estoy bien. Me fui del pueblo porque no había
ningún futuro para mí. Si me hubiera quedado, no tuviera
esta casa, porque aunque es de mi papá (mi casa apenas la voy a construir), la hicimos mis hermanos y yo con
los dólares que mandamos del norte. Yo también estoy
por empezar a construir mi casa, ya tengo el material y
el dinero para comenzar, pero si varios de la familia no
estuviéramos en Nueva York no tendríamos nada. Aquí
en México, por muy ahorrativo que seas, cuesta mucho
lograr algo, apenas te alcanza para comer; si uno quiere
comprarse buena ropa, salir a pasear o hacerse una casa,
pues está canijo lograrlo, no se puede por mas que uno
luche, es casi imposible.
En Nueva York hay mucho paisano y se vive bien, lo
único duro es el idioma, porque no en todos lados la gente
habla español. Yo les he platicado eso a los muchachos
del pueblo que después se han animado a irse para allá.
Les digo que el principal problema para los mexicanos
que se van a trabajar a Estados Unidos es no saber el idioma, porque hasta pueden tener papeles legales, pero si no
hablan inglés es una desventaja más grande que no tener
papeles; es preferible hablar inglés y no tener papeles que
tener papeles y no hablar inglés. La discriminación yo la
sufrí de recién llegado, porque los gringos te hablan y no
les entiendes, entonces te ven como si fueras gente que no
razona, sólo porque no hablas como ellos y eres nuevo en
el país. El primer año que estuve en Nueva York la pasé
muy difícil. Mi primer trabajo fue de lavaplatos en un restaurante que se llama Magic Place; por lo general muchos
de los que se van para allá empiezan como lavaplatos.
Trabajé de lavaplatos los primeros dos o tres meses
pero, la verdad, al principio andaba arrepentido de haberme ido, hasta llorando estaba porque no entendía nada
del inglés. Uno cuando recién llega, oyes que te están hablando y a fuerza tienes que tener un traductor porque
no captas nada. Me acuerdo que una vez un muchacho
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
de Guatemala que trabajaba en el restaurante y era buena
gente, me encontró llorando porque había un capataz
(manager, como le dicen allá) que me estaba gritando, que
hiciera no sé qué, y yo no le entendía, hasta que me lo
tradujeron, y pues me dio una maltratada. Esa vez le dije
al guatemalteco: —Me regreso para México, porque aquí
no les entiendo nada de lo que hablan.
Pero yo creo que el poder de Dios es muy grande,
me mandó fuerzas para seguir trabajando. Además, el
guatemalteco me dio un consejo (porque a él también lo
habían maltratado mucho cuando recién llegó), me dijo:
—Agarra el diccionario y ponte a estudiar, primero las palabras más fáciles, las que usas, por ejemplo: plato, tenedor, vaso, eso es lo que te piden las meseras; empieza con
lo más necesario, lo más común. Y agarré un diccionario
que tenía mi hermano Rafa y me puse a estudiar lo más
fácil, aunque después me volví bien curioso porque oía en
el tren cualquier palabra y la escribía, luego que llegaba
al restaurante, le preguntaba al guatemalteco, qué quiere
decir esto, y como él llevaba casi un año en Nueva York
ya entendía más o menos y me decía, pues quiere decir tal
cosa. Y también le preguntaba cómo se pronuncia, porque
las palabras no se dicen como están escritas, o a veces una
palabra significa muchas cosas y hay que decirlas cuando
es debido, no nomás porque sí.
Después, tanto el guatemalteco como mi hermano
me aconsejaron que como mi horario de trabajo era de
once de la mañana a nueve de la noche, me inscribiera temprano en la escuela para aprender inglés. En ese
tiempo estuve estudiando como tres meses y pagaba cien
dólares al mes; era barato, sobre todo porque ganaba bien.
Desde el principio tuve mucha suerte. En mi primer trabajo empecé ganando 250 dólares a la semana, en ese
tiempo era mucho para mí. Y como me metí a la escuela,
aprendí un poco de inglés y empecé a subir en el trabajo,
porque vieron que le echaba ganas y ya entendía más el
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Historias ganadoras
idioma. Sobre todo eso de ir a la escuela fue lo que me
ayudó mucho, porque en el restaurante ni quien te hablara
español, pura mesera gringa; los dueños eran irlandeses, y
pues también son de habla inglesa.
Para entonces me subieron a sandwichero y ganaba
más. Así estuve dos años, pero me vine para el pueblo de
vacaciones a ver a mi familia a finales del 92, la primera
vez que vine fue en Todosantos, me acuerdo. Entonces ese
trabajo se lo dejé a otro muchacho que era mi paisano del
mismo pueblo.
Estuve en Petlalcingo un tiempo y después regresé
a Nueva York, pero no al mismo trabajo porque se me
hizo feo quitarle el empleo a ese muchacho que dejé en
mi lugar, así que le dije: —Quédate con la chamba. Yo
fui a buscar otro sitio para trabajar y, como ya le agarraba
un poco al inglés, no se me hacía tan difícil contestarles
cuando me preguntaban qué sabía hacer, además ya tenía
experiencia en el trabajo de restaurante. Encontré empleo
en otro restaurante, haciendo ensaladas y sandwiches.
Ahorita tengo 32 años, todavía estoy soltero, ya llevo
como ocho años trabando y viviendo en Nueva York. Al
pueblo nomás vengo de vacaciones cada uno o dos años,
a ver a mi papá y mis hermanos. Trabajo en un restaurante llamado Fireside, no me va tan mal porque gano unos
quinientos dólares a la semana, que serían casi cinco mil
pesos mexicanos semanales, ¿quién va a ganar eso en el
pueblo?, aquí, por Dios, que está duro. Yo me doy cuenta
cuando vengo que la situación en México está jodida; por
ejemplo, mis hermanos que están en Petlalcingo, a veces
se van a trabajar de albañiles y sólo sacan unos 35 o 40
pesos al día, y eso que la albañilería es un trabajo pesado.
Por eso yo no me quedo.
En unas semanas me voy de regreso para el norte,
porque la mera verdad allá estoy en la gloria. Aquí trabajé mucho en el campo, el trabajo es bien pesado, bien
matado, anda uno a pleno rayo del sol y casi ni se gana
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
nada. En cambio en Nueva York estoy trabajando como
rey, atendiendo clientes nada más, no trabajo pesado, limpio cualquier cosa: la parrilla donde cocinan las hamburguesas o los huevos, los baños, no es un trabajo duro.
Además, limpiar no lo hago a diario, ahí en el restaurante
somos como quince trabajadores y nos turnamos en los
quehaceres.
Aunque también es cierto que algunos de los que se
van al otro lado no le echan ganas y no progresan. A mí
también me pasó eso al principio; yo era aquí en el pueblo
bien borracho y recién que llegué a Nueva York pues igual
tomaba mucho y el dinero no alcanzaba, pero después le
paré porque vi que si seguía de briago nunca iba a progresar. En cambio, otros que se van, aquí en el pueblo no
tomaban y llegando allá hasta se pierden de borrachos,
fracasan y tienen que regresarse a México.
También hay que reconocer que actualmente en
Nueva York se está poniendo más difícil cada día; hay bastante trabajo, pero pagan muy barato. Aunque, por muy
barato que sea, cuando hay necesidad prefiere uno ganar
aunque sea poco a no ganar nada, y además pagan mejor
que en México, aún en los empleos mas jodidos. Cuando digo muy barato estoy hablando de 180 dólares a la
semana. Sobre todo, eso pagan los coreanos que tienen
pequeños supermercados, pero quieren que trabajes doce
horas al día, seis días a la semana. Una vez que andaba
buscando trabajo en la calle, hace como tres años, solicitaban empleado en uno de esos supermercados y entré a
preguntar, yo sabía que en otras partes estaban pagando a
5.50 la hora; cuando me preguntó el dueño cuánto quería
ganar, le dije que trabajaba por hora y a la tarifa que daban
en otros lugares, y el coreano sólo me quería dar 180 dólares a la semana, —¡No cómo cree! –le contesté, y que
me salgo bien enojado, porque yo sé hacer bien cualquier
trabajo y no iba a aceptar ese sueldo tan pinche. Ni loco,
¿iba a estar doce horas al día y seis días a la semana por
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Historias ganadoras
ese dinero? Además, los coreanos te dan de descanso el
día que ellos quieren, generalmente entre semana; si pides
un domingo no te dan permiso. Así, menos me convenía,
porque los domingos juego futbol con los amigos en el
equipo que tenemos allá. Es bonito porque se juntan todos
los paisanos y casi es el único rato en que pasas un tiempo
con tu gente y platicas del pueblo.
La vida allá en Nueva York es dura en otro modo,
porque a veces aún entre hermanos o amigos llega uno
a tener broncas por tanta presión del ritmo de vida. Por
ejemplo, como soy soltero, vivía con mi hermano Epifanio,
que es casado y tiene hijos, pero a veces que en el trabajo
tenía algún problema y llegaba de malas a la casa, me encontraba a los niños llorando o que ya habían agarrado mi
televisor y mis cosas, de ahí venían las discusiones con mi
hermano. La vida de allá es difícil, te la pasas trabajando
en una presión muy cabrona y encima vives amontonado,
porque las rentas son muy caras y sólo las puedes pagar si
compartes la casa con otras gentes. El norte más que nada
es muy traicionero, ahí te puedes volver enemigo hasta
de tu propio amigo, de tu padre o hermano, todo por el
dinero, la competencia, la envidia. Allá uno se vuelve muy
egoísta.
Por eso hace poco me cambié a un cuarto donde vivo
solo y estoy más tranquilo; ni quien me diga nada. Llego
de trabajar, compro mi cena, como tranquilo, me acuesto a dormir y al otro día a trabajar. Lo que me gusta de
allá es que puedes vivir bien, juntar billete, sentirte como
rico, siempre ganando dólares. En cambio, cuando vengo
al pueblo no trabajo, el dinero está saliendo pero no entra,
no tengo ningún ingreso.
Lo que no me gusta de los gringos es el racismo, no
todos son así, claro, porque a veces hasta el mismo mexicano es bien racista con sus paisanos. Por ejemplo, me
contaron (porque a mi nunca me ha pasado) que un muchacho mexicano estaba como manager en un restaurante
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
y entonces uno de mis cuates fue a pedir trabajo ahí y lo
contrataron, ese mexicano que era manager, aprovechando su puesto, lo regañaba bien gacho, lo maltrataba sin
ninguna razón, porque no quería a nadie que pudiera quitarle el puesto. A ese mismo restaurante llegaban muchos
trabajadores mexicanos que no le aguantaban al manager
su genio, a todos los corría para que no le hicieran competencia. Como el patrón no sabía español, no se explicaba
por qué se le iban tanto los trabajadores si pagaba bien,
pues el manager les hablaba a los otros empleados en español, el dueño no entendía nada y no se enteraba de
cómo los maltrataba. Pero un día, el dueño puso a alguien
a que le tradujera lo que les decía el manager a sus empleados y ahí se dio cuenta de lo feo que trataba a los otros
mexicanos. Al primero que echaron fue al manager, hasta
el mismo patrón le dijo: —¿Cómo voy a creer que a tus
mismos paisanos los trates mal? –y lo corrió. A mi por eso
no me gusta el ambiente de allá, te vuelves bien egoísta,
hasta con tus mismos paisanos. Y vieras que el mexicano
es muy buscado por los gringos para los trabajos, porque
la mayoría son bien chambeadores; aunque, claro hay uno
que otro compa flojo, pero la mayoría somos bien entrones, no nos gusta estar parados sin hacer nada, jugando o
platicando con alguien; los dueños se dan cuenta de eso y
te aprecian como trabajador.
Otra cosa que está muy dura en Nueva York es la
droga, circula como agua. Yo allá no la consumo. Acá en
el pueblo la probé una vez, pero no como vicio, nada más
por pura curiosidad. No sé qué tiene que te pone como si
anduvieras borracho. En Estados Unidos, hasta los niños
de primaria andan drogados, chavitos de catorce, quince
años, niñas y jovencitas también. Tengo allá muchos amigos que ven la mariguana como algo muy normal, es igual
que cuando uno en México fuma un cigarro. Aparte, también usan otras drogas más pesadas como la heroína y la
cocaína, que son fáciles de conseguir y circulan por todos
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Historias ganadoras
lados. Por eso, digo yo, hay también mucha delincuencia
allá; aunque, la verdad, los hispanos tenemos fama de problemáticos y de que armamos muchas broncas; por eso
no nos quieren los gringos.
Por ejemplo, en Nueva York, en una parte que se
llama el Bronx, hay un lugar grande para fiestas y bailes,
y cuando se junta ahí la banda de puros mexicanos, los
Cholos, seguido se arman pleitos y, mínimo, salen uno
o dos muertitos. Se pone muy violento, no sólo en el
Bronx, también en Queens, en Brooklin, muertos a cada
rato por broncas entre bandas o por la mariguana. La
droga corre mucho por allá, pero como no me meto en
eso ando tranquilo, ni quien diga nada mientras no entres en la mafia. Es delicadísimo meterte a vender droga,
yo conozco algunos paisanos que andan en eso, pero ya
no sales porque te quiebran; si entras no hay manera de
echarse para atrás, porque los de las mafias tienen miedo
de que vayas a delatarlos. Si te sales, al rato amaneces
muerto, te patean, te queman la casa, te roban a tu hijo,
violan a tu mujer. No sales limpio de ahí. Por eso ni me
interesa; ganas mucho rápidamente, pero igual de rápido
pierdes todo. Yo mejor tranquilo, trabajando como burro
en el restaurante, pero también ahorrando billete, para
hacer una casa, comprar un carrito, venir tranquilamente
a mi pueblo a ver a mi familia y a descansar, sin necesidad de andar escondiéndome, como esos que andan en
negocios chuecos.
La droga y la borrachera son dos cosas que no dejan
progresar a algunos mexicanos que llegan a Nueva York.
Por ejemplo, dos de mis hermanos se fueron para allá un
tiempo, pero no la hicieron porque le entraron duro al
alcohol y las drogas. Uno de mis brothers ya se andaba
muriendo y cuando regresó al pueblo siguió con los vicios; el otro también, hasta la fecha no puede dejarlos
y ya quedó medio mal de tanta sustancia que se mete.
Antes poco se veía droga en el pueblo, ahora muchos de
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
los que regresan la acostumbran, los chavos los imitan y,
pues, ha cundido el vicio.
Cada vez que regreso al pueblo lo siento muy cambiado, vengo cada uno o dos años pero a veces he tardado hasta tres años en regresar y, pues, ya ni conozco a
nadie, todos cambian, hasta mi familia. Ahora, cada vez
que vengo, me atienden como si fuera un empresario o alguien importante, a diferencia de mis hermanos que están
aquí y que ni los pelan. Yo les he dicho: —No sean así,
traten igual a todos. Pero, pues, cambia mucho el trato,
porque yo traigo dinero, les doy a todos mis carnales para
comer; si alguno de mis sobrinos necesita algo, les compro ropa o cualquier cosa que haga falta. Cambia mucho
la relación con tu familia y tus amigos cuando te ausentas
tanto tiempo, cambia todo. Uno mismo cambia, yo, por
ejemplo, ya no me acostumbro al pueblo, no puedo estar
mucho tiempo, vengo sólo de vacaciones. Siento raro
todo, ya no conozco a la gente. Cuando te vas al norte y
regresas al pueblo después de unos años, te sientes como
un fuereño, un extraño.
Ayer me fui a dar una vuelta por el campo y vi mucha
tierra sin sembrar, de gente que se ha ido al otro lado y la
deja abandonada. Como el clima es bien seco y la tierra es
mala, cada vez menos compas quieren seguir trabajando
en la agricultura, que es muy dura. Aunque este año dicen
que llovió bien, y mucha tierra que antes ya no alcanzaba
riego ahora la encontré bien bonita, toda verde. Cuando
veo eso, a veces me dan ganas de quedarme y sembrar un
terreno y echarle ganas, sacar una cosecha de provecho
para ya no irme para el norte. Pero el problema es que
aquí en el pueblo recibes dinero hasta que levantas la cosecha y la vendes, eso tarda seis meses o más, mientras
que en Nueva York me he acostumbrado a tener dinero
todo el tiempo. Además, en México te pagan bien baratas
las cosechas y, pues, de dónde va a salir para vivir, para
construirte una casa. Siendo soltero, puede que alcance,
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Historias ganadoras
pero si tienes mujer, hijos, hay que mantenerlos, comprarles ropa y aquí trabajando en el campo, de dónde sacas,
si aunque te vaya bien en la cosecha, luego te la quieren
pagar muy barato. A mí por eso, no me dan ganas de quedarme en el pueblo, ya me acostumbré a trabajar en el
restaurante, a la forma de vida de Nueva York.
Aunque, en realidad, también a ratos, cuando estoy
en mi pueblo, me gustaría quedarme, porque este es mi
país, pero lo pienso mejor y sé que no se puede, porque
ya no me acostumbro y además está la necesidad de trabajar y ganar dinero para progresar y tener una vida mejor.
Mi papá todavía vive y está enfermo, ya no puede trabajar el campo, mis sobrinos están chiquitos como para que
trabajen, por eso todavía tengo que ayudarlos, ver que no
les falte nada y solamente trabajando en el norte puedo
sacar adelante a la familia y construir cosas para el futuro,
cuando quiera casarme y tener mi familia.
Cuando estoy en Nueva York, le mando dinero a mi
hermano que vive en Petlalcingo, y le digo: —Dale tanto a
mi papá, que tenga para comer y no le haga falta nada. El
resto me lo guarda o compra material para cuando haga mi
casa en el pueblo, otra parte la pone en el banco. Además,
ahorro allá y cuando vengo me traigo mi dinerito para gastar mientras estoy de visita. A veces el dinero que me guarda mi hermano lo presta cuando algún compa le pide para
una emergencia, porque a veces la gente aquí en el pueblo
de verdad está muy necesitada, por ejemplo cuando se les
enferma alguno de los niños y no tienen para el doctor. Yo
le digo a mi hermano, préstalo, y si tengo buena voluntad
hasta se los regalo, porque uno sabe lo que es la pobreza.
A nosotros nos pasaba eso cuando estábamos chicos,
luego no teníamos ni para cuando se nos antojaba un refresco, un raspado; para nada había. Por lo regular mando
cada mes al pueblo unos 700 dólares, no mando más porque en Nueva York también tengo mis gastos. Aunque, la
mera verdad, allá gasto poco; estoy en la gloria, porque en
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
el restaurante donde trabajo, si llego temprano (una hora
antes de mi entrada) el dueño me da la facilidad de hacerme mi desayuno con lo que haya en la cocina. En la tarde
tengo media hora para comer y de nuevo me preparo la
comida ahí mismo, en el restaurante. En la noche, salgo
del trabajo y compro la cena, pero, cuando mucho, gastaré tres o cuatro dólares de comida en todo el día, casi toda
me sale gratis. Lo que sí es caro son las rentas, por eso
allá se acostumbra juntarse varios para alquilar una casa
o un departamento y cada quien agarra su cuarto. Ahorita
de renta estoy pagando 550 dólares al mes por un cuarto,
pero como a lo mejor se va una muchacha del pueblo
conmigo, pues voy a alquilar un espacio más amplio, al
menos que tengamos baño para nosotros nada más; aunque vamos a tener que seguir compartiendo la casa con
otras gentes, porque rentar uno solo está difícil.
Me arriesgo cada vez que paso la frontera porque soy
ilegal y siempre lo seré. Hacerse de papeles y ser ciudadano americano cuesta bastante. Solamente que te cases
con alguna muchacha que sea ciudadana norteamericana
puedes tener más fácil los papeles, pero yo no le hago a
eso de casarse por interés, no tiene caso si no quieres a la
chamaca. Muchos le han hecho así para obtener su residencia legal. Harta gente se casó nomás por conseguir los
papeles, sobre todo hace un año, que se regó la noticia de
que el gobierno ponía una fecha a partir de la cual todo
trabajador que no fuera ciudadano americano o que no
tuviera permiso de trabajo iba a ser detenido por la migra
para regresarlo a su país. Cual más se casó para legalizarse, sobre todo porque en Estados Unidos hay mucha
mujer residente soltera o viuda; aunque ellas también se
beneficiaron con los matrimonios, pues hacían el trato de
que si querías los papeles, se casaban contigo para ayudarte a conseguirlos, pero a cambio pedían una buena
lana. Se hizo mucho negocio con esos casamientos, hasta
que se dieron cuenta los del gobierno y muchos de los
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Historias ganadoras
que participaron en estos matrimonios arreglados fueron a
parar a la cárcel por violar la ley.
En el pueblo ha habido cambios buenos y malos a
raíz de que la gente se va a trabajar a Estados Unidos.
Lo bueno es que los que están allá mandan dinero a su
familia, se construyen casas, meten dinero al banco; la
gente tiene una vida mejor. Lo malo es que en el pueblo
ya no quedan hombres jóvenes que trabajen las parcelas;
existe mucho terreno que no se siembra porque no hay
quien haga las labores; en el pueblo vive puro señor grande, como mi papá, a veces enfermos, que ya no tienen
fuerzas para sembrar. Los chavos se van y no hay quien
cultive el campo; la cría de animales se ha abandonado
también porque no hay gente que los cuide.
Las familias que tienen gente que les manda dinero
de Estados Unidos viven mejor, ya no están tan pobres
como antes. Los que sólo viven de tejer sombrero y de
la agricultura (que es lo que más se trabaja en el pueblo)
hay años que les va muy mal, porque el sombrero se paga
barato y si no se da la cosecha, pues, qué cosa hace la
pobre gente, se la pasa comiendo tacos de frijoles y salsa,
los niños descalzos, porque no hay dinero más que para
medio comer. En cambio, si los muchachos se van a trabajar al norte, mandan dinero a la familia para el gasto,
guardan un poco de dólares en el banco, se hacen una
casa, compran un carro, viven mejor. La gente se va sobre
todo porque aquí qué se hace que deje algo de dinero, no
hay trabajo ni apoyo para el campesino.
Aún así, apenas compré en el pueblo un terreno de
riego, me lo vendió un señor amigo de mi papá, que vive
en México donde tiene un puesto de frutas en el mercado,
y por eso casi no está en Petla. Ese señor le había ofrecido
el terreno a mi papá, pero el jefe dice que para qué quiere
más terreno si lo mantienen sus hijos, que están trabajando en el norte. Yo me animé a comprarlo, todavía no lo
acabo de pagar, nada más di una parte, pero ya hice el
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
trato y por el momento ahí lo tengo, como inversión. Además, uno nunca sabe, a lo mejor más adelante me animo
a quedarme un tiempo y sembrarlo.
Actualmente en Nueva York vivimos Epifanio (que se
llevó a su familia), Rafa (que se casó con una gringa y
está tramitando sus papeles de residencia legal), Filiberto
y yo (que todavía estamos solteros). Todos trabajamos en
restaurantes y le enviamos dinero a mi papá para que se
sostenga y pueda seguir sembrando aunque sea un poco
de maíz y frijol para comer.
Por el momento, no pienso regresar a establecerme
al pueblo, al menos en dos o tres años, pero más adelante
quiero (con lo que he ahorrado) poner un negocito. Ahorita todavía voy a irme a trabajar al norte porque voy a
hacer mi casa en el pueblo y tal vez más adelante me case
con una muchacha de Petla, que a lo mejor se anima a
irse conmigo esta vez. Esos son mis planes, voy a hacer la
casa, primeramente Dios, y luego voy a poner un negocio
de tacos de carnitas en la ciudad de Huajuapan o Acatlán.
Aquí en el pueblo no creo que funcione porque la gente
apenas tiene para comer, sólo en época de la feria podría
haber más venta. Eso estoy planeando, pero todavía me
voy a ir otros años a Nueva York para juntar suficiente
dinero. Tal vez, trabajando allá otros añitos, pueda armar
mi negocio, a ver si con eso ya la hago en mi pueblo. Así
están mis planes, pero más adelante Dios dirá.
44
El sueño equivocado
Alicia Reyes Acosta (Alma Rivas)
Categoría 21 años y más, Estados Unidos
A nuestro querido lector.
Esta historia es totalmente real.
Sólo los nombres de los protagonistas
fueron cambiados para su protección.
M
e llamo Alma Rivas, soy originaria del estado de
Puebla, de una población que en los años 50
tenía 20 mil habitantes aproximadamente y un
ingenio azucarero de fundamental importancia para la economía de muchas familias de toda la región.
Soy la hija mayor del segundo matrimonio de mi
padre, Sebastián Rivas, obrero, con Emelia Álvarez, ama
de casa. Tengo seis hermanas, Mariana, Eliza, Amparo, Liliana, Maricela y Antonia, y un sólo hermano, Samuel.
Siendo una familia tan numerosa el sueldo mi padre
era insuficiente, por lo que mi madre tenía la imperiosa necesidad de trabajar, lavando ropa, planchando y vendiendo
comida. Además de todo esto, mi padre abandonaba la
casa con mucha frecuencia; él no fumaba ni tomaba pero
era un hombre muy violento y muy agresivo. Mi madre le
tenía mucho miedo y nosotros también. Lo peor de todo
era que se oponía a que mi hermana Mariana y yo fuéramos
a la escuela. La dotrina de él era que las mujeres nacieron
para ser amas de casa, pero gracias a mi madre algunas de
mis hermanas y yo sólo cursamos el sexto grado. Sólo dos
de mis hermanas estudiaron para maestras y mi hermano
para contador. Me dolió mucho dejar la escuela, pero tenía
que ayudar a mi madre y conseguí empleo de conserje en
mi propia escuela; así estuve durante ocho meses.
47
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Después me acomodé en una tienda de abarrotes,
trabajé en ese lugar por siete años. Ahí conocí a Alfonso
y me enamoré. Pero... no podía experimentar felicidad:
tenía miedo de repetir la historia de mi madre, me horrorizaba la idea unir mi vida a una persona que podría hacerme daño. Pese a mis temores dos años después nació mi
primera hija. Desafortunadamente Paty nunca conoció a
su padre, ella tenía 18 meses de edad cuando él murió de
forma extraña y trágica en la capital de México, intoxicado
con gas, y su cadáver fue descubierto tres días después de
su muerte, que nunca se aclaró debidamente.
Un día, en el pueblo instalaron un negocio grande;
presenté mi solicitud, pensé que era la oportunidad de mi
vida, pues tenía conocimiento y experiencia, pero me negaron esa opción por no tener el nivel académico que requerían. Pero insistí; insistí tanto que me pusieron a prueba por dos semanas. Puse todo mi interés y dio resultado
porque me contrataron. Me sentí muy feliz, miraba nuevos
horizontes y el sueldo sería mejor. Así comencé, como
dicen, desde abajo. Para 1979 ya era cajera y en 1980 yo
era administradora del negocio.
En cuanto a mi vida personal, intenté darme una segunda oportunidad. En 1976 nació mi hija Graciela y en
1985 nació Joel. Durante este trayecto el sindicato local
había tomado la decisión de implementar un patronato a
dicho negocio. Desde un principio el señor presidente y
su secretario no me fueron nada agradables. Había algo
en su actitud; yo tenía un raro presentimiento, y no estaba
equivocada porque un día don Rafael, el presidente, llegó
muy amable y dijo:
—Alma, necesito hablar con usted, por favor, subamos a su oficina.
Así que yo caminé delante de él y cuando subíamos
por las escaleras ese hombre intentó besarme a fuerza. Él
era un hombre fuerte y alto pero yo estaba dos escalones
arriba, me sentí ofendida, y le crucé la cara con dos bofe48
Historias ganadoras
tadas. Él me tomó con fuerza por los hombros y me sacudió como muñeco de trapo; vociferaba y maldecía.
—Estúpida –me dijo–, hasta hoy ninguna perra me
ha despreciado; te juro, negociante de pacotilla, que me
las vas a pagar; así de paso me cobraré también las que
tu padre me debe. Ese viejo imbécil me puso en ridículo
públicamente, siempre se las ha dado de politiquillo importante pero vale mierda.
Como quiera que sea, era mi padre y nunca le guardé
rencor, así que respondí sin temor alguno:
—Mi padre es un hombre honesto y respetado en
todo el pueblo en cambio usted... usted no goza de muy
buena reputación.
Levantó su mano derecha, como para pegarme, pero
quedó suspendida en el aire.
—Te repito, mal nacida, me las vas a pagar, te juro
que te vas a arrepentir de toda ... toda tu maldita vida —y
se marchó.
Alejandro, el chofer, escuchó algo de lo sucedido y
fue hacia mí, me notó alterada, preocupado me dijo:
—¿Alma que pasó aquí?
Yo contesté –Nada ... no pasó nada.
Él insistió contestando —Lo único que le digo es que
en serio tenga mucho cuidado, ese tipo es peligroso. Esperemos no haya consecuencias, pero...
De manera extraña, cinco meses después ocurrieron
dos robos en menos de tres meses y en similares circunstancias. En noviembre de 1985, una noche a la hora de
cierre, ocurrió un asalto a mano armada en el que estuvo
en juego la vida de las empleadas y la mía. Pero lo grave
vino después, porque un día, dos obreros, don Carlos y
Eugenio, me detuvieron en la calle para decirme:
—Alma, sabe ...?
—Sí –dije yo– sí ¿qué pasa?
—Bueno es que... la verdad –dice Eugenio–, es que
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
nosotros vimos lo de los robos y casi estamos seguros de
dónde viene todo esto.
Yo me sorprendí y pregunté:
—¿Pero si ustedes saben algo, por favor ayúdenme.
—No podemos –replicó don Carlos–, comprende
Alma, cualquier cosa que hagamos puede repercutir en
contra de nosotros o de nuestra familias.
Sus palabras resonaban en mis oídos, trataba de entender por qué estaban sucediendo estas cosas. Tuve preguntas sin respuestas.
Así transcurrió cierto tiempo, pero en marzo de 1986
repentinamente anunciaron una auditoría. En abril de 1986
me llamaron a las oficinas centrales en la capital de México. El coordinador, licenciado Leonardo Manrique, estaba
con un grupo de personas y me dijo:
—Alma, la hicimos venir porque tenemos listos los
resultados de la auditoría, y es de vital importancia que
me responda ¿sabe usted porqué hay números rojos en su
inventario?
Sorprendida contesté:
—No, señor. Tengo seis años en la administración y
nunca he tenido problemas.
Enfático, respondió como sentenciando:
—Lo siento, Alma, nosotros tenemos un compromiso
y usted debe responder por esto. O nos restaura los cinco
millones de pesos faltantes, o nos indica quién o quiénes
son los responsables de esto. Porque de lo contrario nos
veremos en la necesidad de denunciar este caso y usted
responderá ante las autoridades competentes.
Estupefacta sentí que la tierra se abría bajo mis pies,
un tanto turbada contesté:
—Señor Manrique, esto no puede estarme sucediendo a mí; me dediqué totalmente a cumplir con mi trabajo,
es más, ni siquiera tomé mis vacaciones del año pasado,
ni siquiera me las han pagado.
—No lo sabía –contestó, pero de cualquier modo
esto es muy grave.
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Historias ganadoras
Yo agregué con vehemencia:
—Entiendo que ustedes tienen que cumplir con su
deber, pero, ¿qué va a pasar con mi familia? ¿mis hijos?
Y no hubo respuestas, sólo se limitó a decir:
—Bueno, esta reunión se da por terminada. En un par
de semanas el contador Olivares pasará a su oficina para
revisar otros documentos.
Cuando yo salí de las oficinas caminé sin rumbo, sentí
que se me escapaba la vida, pensaba en mi enferma madre
y en mis hijos. Dios, qué dolor, qué angustia. Me sentí desesperada, acorralada.
¿Cómo enfrentar esto? ¿cómo decirle a mi madre
todo esto? ¿qué irá a pasar con mis hijos?
Lloré, lloré y clamé a Dios sin encontrar consuelo. Así
que esa noche regresé a casa extenuada, sin poder poner
en orden mis pensamientos. Cuando llegué a casa ya era
entrada la noche, mi madre estaba inquieta y, preocupada,
me interrogó:
—¿Hija, es muy tarde qué sucedió?
—Mamá, no se preocupe estoy bien.
—¿Entonces, te caliento la cena?
—No mami, no tengo hambre –contesté.
Me miró profundamente y agregó:
—¿Es muy grave verdad? ¡Contéstame, hija, por
favor!
Me sentí descubierta y contesté:
—Sí, mamá, sí es algo grave.
Ella se acercó hacia mí y me abrazó llorando mientras
decía:
—¿Qué va a pasar hija?
—No lo sé, mamá, no lo sé.
—Hija, antes que nos vayamos a dormir tengo algo que
decirte: doña Martha y su hija María dicen haber visto, hace
unas tres semanas, descargar unas cajas de mercancía en la
casa de Elsa, la hija de don Rafael, y además era la camioneta de la tienda.
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
—¿Pero cómo? ¡Eso no puede ser! ¿Saben quién manejaba?
—Sí –dijo mi madre–, el chofer que despediste el año
pasado.
—¿Faustino?
—Sí, ellas lo vieron bien, si son vecinas de Elsa.
Entonces, pensé, eso quiere decir que tienen copias
de las llaves de la camioneta y obviamente pueden tener
llaves de la tienda. —Dios mío, mamá, ¿qué hago?
Ella contestó:
—Bueno, creo que tienes enemigos en casa.
—Sí, esa debe ser Sandra, la hermana de don Rafael.
Este señor consiguió que el sindicato le diera trabajo de
cajera y recuerdo que un día no encontraba mis llaves,
siempre las pongo en el primer cajón del escritorio, y aparecieron hasta en la tarde encima del archivero.
—¿Sabes, hija?, creo que debes consultar un abogado.
—Sí, pero ahora debemos descansar.
Pero cuando vi a mis tres hijos dormidos (mi hija
mayor ya tenía 16 años de edad, mi Gracielita diez y mi
pequeño Joel apenas un añito), miré sus caritas inocentes
que, sin saber lo que se avecinaba, dormían plácidamente,
y me derrumbé junto a la cunita de mi bebé. Los besé en
silencio y di rienda suelta a mi dolor. Lloré mucho mientras
ellos dormían, y yo decía, ahogando un fuerte grito desde
el fondo de mi corazó: —No nos abandones, Dios mío.
Al día siguiente fui a buscar a Miguel, un abogado
amigo de Samuel, mi hermano, le conté lo sucedido, y él
escuchó con atención; calló por unos minutos y luego con
desaliento me dijo:
—Alma, si no tenemos pruebas contundentes no se
puede hacer nada, ni siquiera testigos. Si ya don Carlos y
Eugenio no se quieren involucrar, sinceramente, ¿tú crees
que estas señoras lo hagan?
—¿Y entonces?
—Bueno, lo único que se puede hacer es conseguirte
un amparo.
52
Historias ganadoras
—Sí, pero, ¿para qué me sirve un amparo, y cuánto
cuesta?
—Bueno, un amparo sólo te protegería por 60 días y
te costaría siete mil pesos.
Desilusionada, contesté:
—¿Y de dónde se supone, voy a pagar? Yo no tengo
esa suma.
—Okey, si te decides por favor búscame.
Como si llevara pesadas cadenas fui a mi trabajo,
sentía que todo mundo me miraba, ni siquiera podía concentrarme y, como maldición, don Rafael y don Enrique
se presentaron intempestivamente en mi oficina; con risa
sarcástica sentenció don Rafael:
—¿Y qué, Almita, cómo le fue con lo de la auditoria?
—Sí –dijo don Enrique–, chance y se merezca unas
vacaciones en Acapulco, ¿verdad, Rafa?
Me tragué la rabia y me limité a decir:
—Lo único que sé es que en dos semanas vendrá el
contador Olivares.
—Bueno, hay que estar pendientes, vámonos,
compa.
Al regreso a casa le conté a mi madre lo sucedido. Mi
madre tenía diabetes muy avanzada, temía por ella. Pero
cuando hablamos ella apretó mis manos y me dijo llorando amargamente:
—Mi hijita, creo que sólo hay un camino.
—¿Un camino?
—Sí, que te tienes que ir. Irte de aquí, del pueblo, del
país.
La sola idea me horrorizaba.
—¿Cómo? ¿A dónde? ¿Con qué dinero?
—Hija, todo esto es una trampa y yo prefiero saberte
lejos que en una prisión, y sobre todo cuando sé que tú
no eres culpable.
Las dos nos abrazamos y nuestras lagrimas se fundieron en una, pero asustada le contesté:
53
Historias de migrantes México-Estados Unidos
—¿Pero, mamá, que pasará con ustedes? ¿Y mis hijos?
Además, usted está enferma.
—No lo sé, hija, pero no hay otro camino.
Ese día llegó mi cuñado Daniel de un viaje a Querétaro,
y mi madre lo puso al tanto de todo. Él sugirió mi salida a
San Luis Potosí a casa de unas amistades suyas, eso mientras conseguían un préstamo para cruzar la frontera.
Y así hice. Una semana más tarde salí de casa con el
corazón hecho pedazos, sin despedirme de mis hijos. Esta
experiencia fue la más dolorosa. Conforme el autobús se
alejaba, más crecía mi ansiedad por volver, estaba abandonado a mi familia aún en contra de mi voluntad, y con
gran fervor pedí a Dios: —Protege, Señor, a mi madre y a
mis hijos.
Así, llegué a San Luis Potosí. Gente muy buena me
tendió la mano. Una semana más tarde, llegó mi madre
con el dinero que serviría para el viaje a Tijuana y luego a
los Estados Unidos.
Mamá se regresó el mismo día, no sin antes darme
su bendición. Así que a la siguiente mañana me fui para
Tijuana, el viaje duró tres días. Al llegar, me instalé en un
pequeño hotel, con mucho miedo atranqué la puerta con
una silla; esa noche no pude dormir y a eso de las cinco
de la mañana se escucharon las Mañanitas a las Madres.
Era 10 de mayo, un día muy especial, un día, en el que no
pude abrazar a mi madre y a mis hijos. ¡Dios, qué martirio! Así que al amanecer hablé con el encargado, para
saber quién me podía cruzar la frontera. Me comentó:
—Aquí mismo, pero si quiere ir al mercado, está a
dos cuadras de aquí.
Fui al mercado donde, como moscas, te llegan los
llamados coyotes. No es nada fácil hacer contacto con esa
clase de gente, pero esa misma noche ya estaba en un
lugar al que sarcásticamente le llaman el Cerro de la Libertad. Me di cuenta a qué libertad hacía referencia: es
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Historias ganadoras
el lugar donde esa clase de gente, miserable y de bajos
instintos, cometen toda clase de aberraciones; violan a
mujeres, hombres y niños; trafican con drogas; trafican
con jovencitas para luego venderlas a prostíbulos. Lo peor
de todo es que toda esta clase de crímenes quedan en la
absoluta impunidad. ¿Saben por qué lo digo? Porque yo
misma fui victima de uno de esos miserables.
Es muy doloroso para mí redactar todo lo ocurrido,
pero justo ahí, en ese lugar, en la segunda noche de intento por cruzar la frontera, el maldito y asqueroso coyote
buscaba dinero en mis pocas pertenencias. Luego comenzó a esculcar entre mis ropas, yo me resistí y le decía:
—¿Qué busca? ¿Por qué se está portando así?
El tipo se irritó y me golpeó la cara. Caí sobre los
secos arbustos; se abalanzó sobre mí, tapándome la boca,
y me dijo:
—Como no tengas dinero para pagar, aquí te dejo
para que los Bajapollos* hagan contigo lo que les dé la
gana.
Sus palabras me angustiaron más porque ya me había
enterado de las actividades de ese grupo.
De pronto, el miserable coyote rasgó mis ropas y me
violó. Sí... sí. Este asqueroso animal abusó de mí físicamente. Pese a mis forcejeos, nadie me escuchó, nadie intervino para ayudarme. Porque el ayudante del coyote, a
propósito, alejó a la gente en medio de la obscura noche.
Dios mío, qué asco, nunca me había sentido tan humillada, tan lastimada, quería morirme. Afortunadamente,
el dinero lo había escondido en el ruedo de mi pantalón
y dentro de la suela de mis zapatos. El muy canalla, luego
*
Los Bajapollos son una pandilla del lado americano, en esos tiempos usaban motocicletas y perseguían a la gente para robarla, violarla
y hasta se hablaba de asesinatos, comunes en esa zona.
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
de su fechoría, silbó a su compinche, luego, como si nada
hubiese ocurrido, cuando éste regresó le dijo:
—Ya está, vámonos.
Así, con gran amargura pero sin valor para retornar,
continué mi pesada marcha porque, además, esa noche
corrimos como desesperados. Luego apareció un helicóptero y nos obligaron a meternos en un pozo cubierto de
pestilentes y nauseabundos plásticos, llenos de mosquitos;
aún así, estuvimos en ese lugar casi una hora.
Por cierto que conocí a una chica de escasos 17 años,
el coyote, de forma inesperada, la apartó del grupo, pero
poco antes de esto ella me había dado un papelito con una
dirección, y me dijo:
—Doña, si yo no logro pasar para ir a este lugar en
Los Ángeles, espero que doña Carmen la ayude.
Esa fue la ultima vez que la vi no tuve oportunidad de
saber su nombre, sólo supe que era de Michoacán. Pero
siempre me he preguntado qué sería de ella. Eso nunca lo
sabré.
Por lo pronto, esa noche fueron inútiles los esfuerzos
por pasar. Dos horas más tarde, Inmigración nos acorraló
con caballos y nos pusieron en camionetas que nos conducirían a los centros carcelarios al amanecer; luego de
tantas preguntas nos liberaron para el lado mexicano.
Ese día el coyote nos llevó al mercado, éramos cuatro personas, nos repartió en mesas de una fonda para esperarlo.
Yo fui al baño y, con mucha cautela, saqué un poco de
dinero para comprar desayuno, y una muda de ropa; deseaba bañarme, me sentía sola y asqueada. La otra ropa
desgarrada, la dejé en ese maldito lugar. Por fin regresó,
acompañado de otro hombre, y nos dijo:
—Este amigo se encargará de ustedes cuatro, los otros
cinco se quedan conmigo. Luego vi cómo el tipo recibía
dinero de manos del hombre recién llegado. Eso indicaba
que nos había vendido.
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Historias ganadoras
Este hombre nos llevó a una casa, me atreví a pedirle
permiso para bañarme y cambiarme de ropa; para cuando
regresé me dijo: —Tú, ruca, ven acá.
Sus palabras me molestaron pero, peor aún, me acomodaron con otro grupo, aduciendo que yo era centroamericana y que me cobrarían 800 dólares. Con un poco
de conocimientos sobre historia los convencí de su error.
Esa misma tarde nos llevaron a un lugar donde estaba estacionado un trailer. Hicieron un recorrido y metieron a
otras personas, estaba obscureciendo, me asusté cuando
me dejaron por mucho rato ahí encerrada. Además éramos unas 70 personas. Una anciana lloraba y decía:
—Ay, muchachos, ya estoy muy vieja para esto, pero
tengo doce años de no ver a mis hijos y no me quiero
morir sin verlos.
Luego, una mujer con cuatro meses de embarazo
también dijo:
—Yo tengo familia en California. Hasta hace un mes
yo era muy feliz, ahora ni siquiera sé si voy a sobrevivir
con mi bebé.
Uno de ellos preguntó:
—¿Y tu esposo?
Ella respondió:
—Un día fuimos a una fiesta, eran las dos de la mañana y un borracho lo atropelló, lo arrastró como seis metros. Fabián está muerto. –Dicho esto, se cubrió la cara
con ambas manos, llorando.
Un muchacho de Guatemala nos dijo:
—Hermanos, creo que debemos orar para que el
Señor nos mire con misericordia.
Por fin, el trailer se movió y, aunque era de noche,
dentro del trailer se sentía un calor extremo, era el mes
de mayo, pero, a Dios gracias, este hombre nos trató con
un poco más de compasión. Se apartó de la carretera y
nos abrió unos cinco minutos el trailer y nos ofreció botellas de agua. Esa mañana llegamos a otra casa, pero ya
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
en Santa Ana, California, poco a poco, distribuyeron a la
gente y, como yo les era útil en la cocina, me dejaron casi
al último.
Ellos me ofrecieron trabajo en su casa, como cocinera, me mostraron una pequeña habitación en donde supuestamente me podía instalar. Había armas en los autos y
en la casa, así que me negué a aceptar. Ellos nos insistieron
y cuatro días después me mandaron en uno de sus autos
a Los Ángeles, pero me dejaron en el Este de la ciudad,
luego llamé un taxi y me llevó a la dirección que me había
dado la chica de Michoacán. Era un viejo edificio y a un
costado había una iglesia católica, San Gregorio se llamaba. Entré al edificio y busqué a la señora Carmen, eran las
nueve de la mañana. Como ella no estaba, me quedé en la
entrada del edificio un buen rato sin nada qué hacer. Pasó
enfrente una mujer con cuatro niños y me miró, luego, con
cierta curiosidad me preguntó:
—¿Usted está recién llegada, verdad?
—Sí, –le contesté.
—¿De dónde viene?, ¿a quién busca?
Yo contesté su interrogatorio y le dije a quién buscaba, luego agregó:
—¿Ya comió?
Le contesté que no. Sacó de su bolsa un dólar y con
prisa se fue. Después, me fui a la iglesia, llorando aclamó
a Dios un poco de consuelo a mi corazón. Imploré por
mi madre y mis hijos. No sé cuánto tiempo estuve ahí,
pero cuando regresé al edificio serían más de las dos de la
tarde. Esta vez, me encontré con otra mujer y le pregunté
¿qué podía comprar con ese dólar?
—¡Oh! Pues venga, yo le puedo vender una sopa de
bote. Sólo calentó agua, la puso en la sopa y me dijo:
—Son 60 centavos. Por favor, vaya a comer su sopa
afuera.
Tenía hambre, no tenía dinero, no sabía a dónde ir,
así que me quedé en la entrada del edificio, así me dieron
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Historias ganadoras
las siete de la noche. A la hora que dicha persona volvía
fui, toqué la puerta y salió ella, doña Carmen. Me miró
con desprecio y dijo:
—Sí, necesito a alguien en el restaurante, pero ni te conozco, ni te puedes quedar aquí. No sé, qué mañas tengas.
Yo, en medio de mi confusión contesté:
—Señora, tengo hambre, déjeme quedarme aquí sólo
esta noche.
—No –contestó–. El esposo salió y le dijo:
—Mujer, carajo, siquiera dale algo de comida.
De mala gana me invitó a pasar, me sirvió caldo de
pollo con vegetales, aún no terminaba de cenar, y agregó:
—¡Ah! y no creas que aquí todo es gratis. Cuando
termines, lavas todos esos trastes, okey?
Cuando apenas comenzaba a lavar los platos tocaron
a la puerta, ella abrió y entró la mujer que me había dado
el dólar preguntando:
—¿Dónde está la señora que estuvo buscándote?
—Lavando platos, pa’ que pague lo que se tragó.
Martha, que así se llama, se indignó. —Esta paisana
recién llegó y no te importa. ¡Qué hija de la gran...!
Se asomó a la cocina y me llamó:
—Venga, señora, me la voy a llevar a mi casa.
Así comenzó un nuevo capítulo en mi vida
Me fui a vivir con esa familia de Honduras. Tenía tres niños, Rigo, Wilbert y Manuelito. Don Manuel, el esposo de
Martha, no se molestó con mi presencia; ahora tenía que
adaptarme a nuevas costumbres, a otra cultura y hasta a
su forma de hablar. Por ejemplo, en vez de niños dicen
cipotes; en vez de caricaturas, pichinguitos.
Faltaban los pasos a seguir. Como siempre, la principal barrera, el idioma. Pese a todo, esta familia me ayudó
a buscar trabajo, y aunque la ciudad me parecía muy grande poco a poco fui conociendo, y se fueron dando las
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
cosas. Conocí a otras personas, entre ellas Mirna, también
mexicana, y su esposo salvadoreño que tenía dos niñas.
Aunque él las tenía en su país pues se estaba divorciando.
Mirna trabajaba en un gran hotel, pero estudiaba enfermería, nos hicimos amigas y le conté de mis problemas y mis
constantes pesadillas. Me comentó:
—Véngase a vivir conmigo, me siento muy sola, y de
paso le va a quedar cerca para ir al psicólogo. Es un poco
caro, pero él es mi amigo. Veré que le cobre lo justo
Y así lo hice, hablé con Martha, no hubo ninguna objeción.
De modo que ya había trabajado de empleada doméstica, en restaurante y justo en 1988 comencé un nuevo
trabajo en los cementerios, como agente de ventas.
En México mi madre enfrentaba graves conflictos
porque mi hija Paty, que ya contaba con 18 años de edad
y que estaba a punto de terminar su carrera de enfermería,
se encaprichó con el novio que tenía y se fue de la casa
con él; esta noticia me impactó muchísimo, porque veía
realizados mis sueños en ella, porque hizo su secundaria
con mucho esfuerzo, con muchas necesidades, pero ahora
¿qué futuro le esperaba? ¿cómo sería su vida después? Sí,
yo conocía a esa familia y el muchacho gozaba de fama
de ser un haragán.
En 1989, en la empresa que yo trabajaba conocí a mi
nueva pareja (era salvadoreño); pensé que merecía una
nueva oportunidad. Justo ese año la compañía nos mandó
a abrir mercado en Tucson, Arizona. Fuimos dos grupos,
en total de 26 personas; me sentí bien porque al mercado
sólo lo tratábamos, regularmente, en español.
Era 1990 y por la precaria salud de mi madre, mi hermana Antonia viajó a México y le pedí que trajera a mi
niño al regreso. Así lo hizo; tres semanas después mi Joel
estaba frente a mí:
—¡Qué grande, qué lindo estas! –le dije.
Me miró asustado y me dijo:
60
Historias ganadoras
—Usted no es mi mamá, yo quiero regresar con mi
abuelita.
Pero poco a poco se fue calmando. Le mostré todo
mi cariño, aunque en algunos momentos mostraba su rebeldía, su enojo. Comprendí que se sentía fuera de lugar,
de modo que lo inscribí en la escuela; y así transcurría el
tiempo en que me enteré que mi hija Paty había tenido
un bebé, en enero de 1989. Estaba preocupada por ella
porque no hablaba conmigo; casi al año me enteré de la
existencia de mi primer nieto.
Para 1992 mi madre continuaba enferma. Otra vez mi
hermana Antonia –que de hecho ya casi todos estábamos
aquí, en este país, menos Mariana y Samuel– se trajo a mi
hija Graciela que ya tenía 16 años. De modo que tuvimos
inconvenientes, también de readaptación. Por cierto que
ya no quería ir a la escuela, se reveló en mi contra, pero al
menos aceptó estudiar inglés. En ese mismo año me enteré que el esposo de mi hija, ya vivía en Nueva York y que
mi hija se había reunido con él. Me tranquilicé un poco
porque mis cinco hermanas estaban y siguen viviendo en
Nueva York.
En diciembre de 1993 el gerente de los cementerios,
el señor Spencer, habló con nuestros jefes. Debíamos ir,
mis compañeros y yo, a firmar los nuevos contratos de
trabajo, pero su secretaria, que era hispana, llamó a mi
jefa y le dijo:
—Señora Portillo, mañana no mande a sus muchachos a
firmar nada. Es una trampa porque mi jefe citó a agentes
de inmigración y aquí los van a esperar.
Justo así fue. A la siguiente mañana, vigilamos y era verdad: a las 10:30 llegaron dos camionetas de inmigración.
De modo que cuando el gerente general de Los Ángeles se enteró de lo sucedido intervino muy molesto
porque él conocía de nuestro estado legal. Pero fue hasta
enero de 1994 cuando finalmente rompieron contrato con
dicha empresa y nos regresaron a Los Ángeles.
61
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Vino otra época difícil porque ahora vivían mis dos
hijos con José, mi pareja, y yo, pero sin suficiente dinero como para rentar un departamento. Acudí a mi amiga
Mirna y nos permitió quedarnos en su casa temporalmente. Mi hija Graciela pronto consiguió trabajo cuidando a
una niña. Pero se venía algo muy grave porque mi hermana Mariana llamó informando que mi madre se había
puesto mal. Llamé a mis otras hermanas a Nueva York.
Dijeron estar enteradas; fue entonces que mi hija Paty comenzó a tener comunicación conmigo. Me enteró que ya
había una niña más y un embarazo de cinco meses. Pero
no parecía muy feliz; me lo decía su voz.
Además de todo esto, localicé a mi amiga Martha, sus
hijos ya no eran unos niños, y tanto ella como su familia se
alegraron de verme y conocieron a mis hijos.
Era el mes de febrero cuando me informaron que mi
madre se había agravado.
Traté de conseguir dinero pero no fue fácil. Mi hija
Graciela logró que su patrona le prestara, y se fue antes
que yo. Pero mi hermana Amparo me comunicó que mi
cuñado Daniel ya tenía mi boleto de avión. Así, con todo
el dolor de mi corazón dejé a mi Joel con la mamá de
Martha, y también se encargaría José de llevar al niño a la
escuela. El vuelo salió a las dos de la tarde, hacia México
el 2 de marzo de 1994. Luego viajé a Puebla al Hospital
San José dónde mi madre estaba internada, pero en el trayecto del vuelo sentí una inusitada desesperación, sentí
que algo pasaba; al fin aterrizamos.
Cuando me acomodé en el autobús deseaba llegar
cuanto antes. Mis labios los sentía resecos. Así que cuando
llegué a Puebla tomé un taxi, y cuando bajé más que correr deseaba volar para ver a mi madre. Eran las 8:40 de la
noche y cuando fui a información me informó la enfermera, con la mayor frialdad:
—La señora Emelia Álvarez falleció a las tres de la
tarde y su cadáver fue entregado a su hijo Samuel Rivas.
62
Historias ganadoras
Cuando escuché esto me quedé paralizada por la impactante noticia, luego salí corriendo. Lloraba, lloraba sin
consuelo. Así que busqué en la central de autobuses cómo
ir a Matamoros, y luego mejor un taxi para mi pueblo y
hasta pensé, creo que la enfermera me mintió, mi mami
tiene que estar bien.
Pero cuando llegué a casa había gente en la calle y
me cubrí la boca para no gritar de angustia, y corrí al interior de la casa. Ahí, en medio de la sala, estaba el féretro
donde descansaba mi madre.
El dolor se apoderó de mí, sentía que mi corazón se
rompía en mil pedazos porque no pude hablar con ella,
ya no escucharía su voz. No pude pedirle perdón por no
estar a su lado; no pude decirle cuánto, cuánto la amaba.
Abracé el féretro donde ella al fin descansaba, al menos
pude besar su fría frente. La miré. Su rostro mostraba gran
serenidad. Y le hablé al oído muy quedo.
—Mami, nunca olvidaré tus enseñanzas ni tus sacrificios, pero sobre todo, nunca olvidaré el valor con el que
nos enseñaste a enfrentar la vida. Descansa en paz, mamita. Descansa en paz.
Todos sufrimos su ausencia, aquel vacío en la casa, su
ropa, su perfume, sus cosas.
Así transcurrió el funeral, la misa a la que acudieron
numerosas amistades que ella tenía. Luego la sepultura,
los abrazos de condolencia y el final donde la familia se
queda sola. Pasaron los nueve días (del novenario) hasta
que llegó el momento de la despedida. Nuestro regreso a
los Estados Unidos y, por supuesto, la familia que se quedaría como siempre.
Antes de continuar, hay un dato que quisiera mencionar: el fallecimiento de mi madre ocurrió justo el día que
mi hijo Joel cumple años.
Bueno, pues antes de salir de casa, nos reunimos para
hablar de la situación monetaria. Sobre todo porque ninguna de nosotras tenía papeles, salvo Liliana. Mi hermana
63
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Eliza no tenía papeles pero ella se quedaría una semana
más. Además, por el viaje mi hermana Marcela se traería
a sus tres hijos, Ana de catorce, Leo de doce y Mario de
diez años. En total el grupo era de ocho, incluyendo a
mi hija Graciela. Gracias a Dios dejé algunas amistades
en Tucson, pues el plan era llegar a casa de Mercedes.
Por ser un grupo tan numeroso el caso fue que no había
dinero para pagar coyote, aunque yo conocía el lugar.
Cuando me trajeron a mi hijo y a mi hija Graciela decidí
pasarlos yo misma por el lado de Nogales. Los nervios me
hacían sudar, pero teníamos que intentar. Los hombres de
inmigración estaban ahí, pasamos frente a ellos pero aún
faltaba llegar a la calle principal. Mis hermanas lograron
saltar una barda con alambrado, pero yo no lo conseguí,
les pedí que se metieran unas en una tienda, otras en un
Burger King. Así que me sequé el sudor respiré profundo,
pensé en mi madre y pasé justo junto a ellos, sentados dos
dentro del auto y uno afuera de él.
Los saludé con familiaridad como si los conociera y
así lo logré. Nos reunimos, investigué si había algún retén,
por lo que no se podía viajar en autobús. Miré una minivan, el conductor preguntó:
—¿A Tucson?
—Sí –le contesté. Con sonrisa amable dijo:
—Los llevaré por la carretera vieja, ¿de acuerdo?
El hombre se dio cuenta de nuestra situación pero nos
ayudó. Llegamos a Tucson, llamé a Mercedes, mi cuñado
Daniel ya estaba esperando. Él había rentado un auto y se
sorprendió de lo rápido que fue todo. Así que esa noche
ellos regresaron a Nueva York y mi hija Graciela y yo en
un vuelo de avión que mi cuñado nos pagó.
Llegamos a Los Ángeles a las nueve de la noche.
Llamé a la mamá de Martha y le dije de nuestro regreso.
Al entrar a casa Joel me abrazó, nos abrazamos los tres,
mis dos hijos y yo. El niño ya tenía nueve añitos, me preguntó:
64
Historias ganadoras
—¿Mamá, es verdad que mi abuelita se murió? –Mi
hija adelantó la respuesta, dijo– Sí. El niño volvió a preguntar:
—¿Murió en mi cumpleaños?
—Sí, hijo, sí –lo abracé fuerte porque él dijo entonces:
—Yo tengo la culpa ¿Por qué en el cumpleaños?
Hablé con él, no había, no hay ninguna culpa. Fue la
voluntad de Dios o el destino –No te culpes, le dije.
Continuar con la vida no es nada fácil cuando se pierde a un ser querido, pero este ser querido era mi madre,
la que con su inmenso amor nos motivó, la que con su
fortaleza y su gran valor nos enseñó a ser fuertes, de modo
que nos reincorporamos a nuestra vida diaria, como ella
lo hubiera hecho. Y poco a poco todo volvía a la normalidad. Pero acudían a mi mente los momentos en que
frente al féretro de mi madre prometí unirme a la familia
en Nueva York.
Ahí, en Los Ángeles, realmente sólo teníamos algunas
amistades. Creí que mis hijos tenían derecho de reencontrarse con la familia, de conocer a sus otros parientes, otro
lugar, donde tal vez estarían mejor.
Así que, aunque ya teníamos nuestro departamento y
un carrito, tomamos la decisión de irnos de Los Ángeles a
Nueva York.
Me puse en contacto con mi familia y mi hija Paty.
De nuestros planes, mi hija no lo podía creer, fueron muchos años de separación.
Agosto 28 de 1995 fue la fecha en que llegamos a
esta ciudad, temporalmente nos instalamos en el departamento de mi hija, así conocí a mis nietos. En realidad
yo no tenía ni siquiera una foto de ellos, me sentí feliz
de conocerlos, besarlos, abrazarlos. Armandito tenía seis
años, Mónica cuatro y Cindy, la bebé, sólo tenía tres meses. Realmente me parecieron preciosos, luego continuamos con los reencuentros con el resto de la familia, con el
resto de los sobrinos, todo me pareció maravilloso, pero
65
Historias de migrantes México-Estados Unidos
había que buscar trabajo, un lugar dónde vivir y la escuela
de mi hijo.
Enfrentamos nuevas dificultades, pero sobre todo conocí de cerca los problemas de Paty, que han sido y son
graves, la violencia doméstica, el abuso de un esposo al
que no le gusta trabajar.
Ella estuvo mucho tiempo sometida a esta clase de
abusos, actualmente creo que su vida está cambiando.
Pero volviendo al tema, les diré que de este reencuentro familiar llegaron nuevas experiencias. Celebraciones, en especial las navideñas.
Sinceramente, esto ha sido significativo en mi vida,
porque algunos cambios se presentaron, en especial la separación de mi pareja que se hizo adicto al alcohol. Su
carácter cambió mucho conmigo, se dejó llevar quizá por
la depresión de estar tan lejos de su familia y años de no
verlos.
Enero, 1999
Inicié otra etapa de mi vida, pero el tiempo continuó, conseguí trabajo en la limpieza de departamentos.
Pero confieso que, además de esta separación, vinieron otras situaciones, otros problemas, pero que en la vida
se resuelven si se enfrentan. Fue hasta el año 2004 que
mi hermana Eliza y Rubén, su esposo, me llamaron de su
casa con cierta urgencia, intrigada fui para saber de qué
se trataba.
Rubén se acercó y me dijo:
—Cuñada, ayer fuimos al campo deportivo y unos
tipos estaban tomando. Nosotros estábamos cerca de ellos
y escuchamos todo. Ahora sabemos toda la verdad.
—¿Cuál verdad? –dije.
—Que ya sabemos quiénes efectuaron los robos y
quién estuvo detrás de todo esto.
66
Historias ganadoras
Mi hermana intervino diciendo:
—Sí, Alma, ahora sí puedes denunciarlos porque sabemos incluso sus nombres; ellos no me conocen, ni siquiera saben que somos hermanas, es más, como estaban
un poco tomados ni siquiera se percataron de nosotros.
Con toda rabia contenida en mi corazón le contesté:
—¿Me estas sugiriendo que vaya a México, sin papeles, sin suficiente dinero, para abrir un caso en la
corte? ¿Y si lo hiciera, de qué serviría, eh? ¿Esto le va a
devolver la vida a nuestra madre, que sufrió tanto, que se
angustió inútilmente por culpa de estos bastardos que nos
robaron la tranquilidad, nuestra dignidad? ¿Crees que esto
le devolverá la paz a mi corazón, me hará recuperar los
años perdidos, el amor y la protección de la que carecieron mis hijos?
Con palabras suaves contestó mi hermana:
—No, pero se puede hacer justicia.
—¿Justicia? –dije yo–. Justicia, que dejo en manos de
Dios. Además, como dijo alguien: “soldado que huye sirve
para otra batalla”.
Sólo digo que si gente perversa y sin ninguna clase
de buenos sentimientos no se hubiera metido en nuestras
vidas, si todo esto no hubiese ocurrido jamás, jamás hubiera pensado en venir a este país, porque éste no era mi
sueño.
Pero aprendí, aprendí a vivir este sueño equivocado.
Así que tratemos de seguir viviendo en este país que hemos adoptado como el nuestro.
Fin
67
Menciones Honoríficas
“Doble sueño: doble desilusión”
Autor: Volaverunt
E
sta historia es de hace unos 40 años o más y es real,
la persona que a continuación se menciona responde al nombre de Rafael Silva González, quien antes
de irse a Estados Unidos tenía trabajo de operador en el
Cine Victoria (ahora Teatro), su familia estaba conformada
por su esposa y una hija; el dinero que ganaba no era suficiente, necesitaba mas; tenía un amigo que trabajaba en
Estados Unidos y siempre que venía a Durango tenía dinero y lo gastaba como quería. Entonces vio que a Rafael le
faltaba dinero y le ofreció llevarlo al otro lado, diciéndole
que allá había trabajo para cualquiera y que iba a ganar
mucho dinero. Rafael aceptó y pidió permiso en su trabajo, su esposa aceptó esta decisión, y con un dinero ahorrado se fue con su amigo al otro lado, creyendo que le iría
bien como él se imaginaba. Antes el pasar la frontera no
era mucho problema, se podía cruzar tan solo mostrando
una identificación como empleado federal, y no pensó en
llevarse otro documento ni nada más.
Este amigo se llamaba Abel, Rafael lo conocía desde
hacía tiempo y confiaba en él, era dueño del vehículo en
el que se iban a ir a Estados Unidos y era el que supuestamente sabía dónde conseguir trabajo y conseguir dinero
rápidamente. Se planeó todo muy bien, fijaron día y todo
iba muy bien; con el dinero que llevaba se completaba
todo lo del viaje y unos días allá, mientras que conseguían
trabajo. Abel creyó que el dinero que gastaran lo recuperarían rápidamente, nomás era cuestión de tiempo y todo
estaba resuelto. Llego el día y se fueron rumbo a la frontera de Nuevo Laredo, dejando la ciudad de Durango hacia
71
Historias de migrantes México-Estados Unidos
algo desconocido para Rafael, dejando en esta ciudad a
su esposa y una hija, creyendo que regresaría con mucho
dinero y pensando que todo iba a estar mejor, la hija contaba con apenas un año de edad o un poco más y se fue
sabiendo que su esposa estaba embarazada.
En el camino todo fue tranquilo, sin ningún inconveniente grave. Para manejar hasta allá se fueron turnando,
la gasolina fue puesta por Rafael y el automóvil por Abel.
El destino era Chicago, porque era donde Abel sabía que
había trabajo, aunque él trabajaba en Ohio. Durante el
viaje, las comidas también fueron pagadas por ambos, y
durante la noche, como se iban turnando solamente dormían unas tres o cuatro horas, para reponerse un poco,
mientras que uno manejaba el otro dormía y se detenían
a cada hora de comida en alguna ciudad o poblado, para
alimentarse. Un paso muy bueno que realizaron fue por
Las Vegas, una ciudad donde tuvieron la suerte de pasar
por ahí de noche, donde las luces eran impresionantes y
aunque fue de pasada, se disfrutó mucho, porque es una
ciudad realmente lujosa, llena de luces que impresionan
a cualquiera, cabe mencionar que es la única ciudad que
se ve desde la luna por sus luces, y terminando ese paso,
volvieron a la carretera, nuevamente turnándose para manejar. Y así se fueron hasta que llegaron a su destino; después de un día y medio de carretera.
Lo primero que hizo Rafael fue buscar un departamento para dormir y quedarse ahí durante su estancia en
la ciudad de Chicago, y pues no era gratis así que empezaron los gastos para Rafael y empezó a resentir que todo era
más difícil. Pronto Rafael cambio sus pesos por dólares,
que es la moneda de Estados Unidos, en aquel entonces
el dólar valía cerca de cinco pesos, así que estuvo relativamente bien con ese poco dinero, pero Abel le decía que
se recuperaría, pero las cosas no se dieron así, pasaban los
días y no conseguía trabajo, y vivía con el dinero al límite,
comprando comida chatarra y no muy buena que diga72
Menciones Honoríficas
mos, esos primeros días fueron muy sufridos, además de
que en las fechas en que llegó, más o menos en el mes de
diciembre, estaba haciendo un frío extremo, con mucha
nieve, en algunos lugares el nivel de la nieve se levantaba
hasta un metro de altura. Así que fueron días de hambre
y de mucho frío.
Así duraron casi por un mes hasta que consiguió trabajo y las cosas mejoraron muy poco. El trabajo no era
del todo bueno y ganaba muy poco, trabajaba en una empresa, mejor dicho fábrica o taller, donde armaba radios
en serie, era un lugar donde los aparatos electrónicos se
armaban por medio de muchas personas trabajando en
equipo, cada quien tenía su labor o su pieza que colocar
en cada radio. Era un trabajo muy cansado aunque no lo
parezca y no muy bien pagado puesto que era un trabajo de noche, donde las jornadas duraban cerca de ocho
horas y la hora de entrada era a las doce de la noche. En
dicho trabajo había todo tipo de gente, me refiero a latinoamericanos y estadounidenses.
Su estancia en Chicago no fue del todo agradable por
muchas cosas, el trabajo que consiguió no era muy bueno
y no se veía la posibilidad de conseguir otro donde ganara más, el clima era extremo, en época de frió nevaba a
no más poder y en tiempo de calor, no se podía estar en
algún lugar fresco porque el calor era sofocante donde
quiera. Además de que el poco dinero que ganaba lo tenía
que dividir en dos partes, una para él y la otra para su
esposa, que permanecía en Durango, así que casi no le
rendía el dinero y habló con Abel, que le había dicho que
Estados Unidos era como un paraíso y al no ver esto, Rafael se molesto y le reclamó, mientras que Abel decía que
era cuestión de tiempo.
Y no solamente tuvo que pasar por todo esto, sino
que también tenía que andarse escondiendo de los de la
migración porque si cometía cualquier delito, le pedían
sus papeles y él no llevaba nada de papeles ni documen73
Historias de migrantes México-Estados Unidos
tos, así que no podía arriesgarse a nada, así que el tiempo que tenía libre era para esconderse y no para disfrutar
como el creyó que iba a ser, pero nunca se imaginó todo
esto, era todo lo contrario a lo que él había pensado, o por
lo menos lo que le habían dicho.
Pero como todo mexicano, también tuvo sus días de
fiesta, un día decidió irse a tomar con Abel y sin darse
cuenta se le acabó el dinero. Él se hacía de comer para
el trabajo y ese día no tuvo para comprar nada, ni había
nada en el departamento para comer y en el trabajo a la
hora del descanso, todos comían algo porque la jornada
era pesada, y ese día él no llevaba nada y se puso a leer
el periódico, entonces un compañero de trabajo, que era
negro, empezó a conversar con él, los dos con un inglés
no muy bueno pero suficiente como para darse a entender, el negro le pregunto a Rafael que si no iba a comer y
este le contestó que no llevaba lonche ni nada para comer,
pero esta otra persona le dijo que comprara algo en la
cafetería pero Rafael no traía nada. De todas formas trató
de conseguir prestado pero no consiguió nada, así que
regresó a la mesa donde estaba el negro y le comentó
que nadie le pudo prestar nada, pero la persona de color
saco su lonche y lo partió a la mitad dándole una parte a
Rafael, que al principio se negó porque dijo que no era
necesario y además que esta persona lo necesitaba más
por que se le veía a la vista que no se alimentaba muy bien
y entonces se quedaría con hambre, pero la persona de
color insistió diciéndole que eso no era ningún problema,
entonces Rafael acepto.
Desde entonces Rafael cambio su forma de pensar
hacia los negros o personas de color porque él los juzgaba
como personas malas y desconsideradas, pero después de
esto se dio cuenta que son personas como cualquiera y
que las apariencias engañan.
El conversar con diferentes personas hizo que el inglés
de Rafael mejorara y podía hacer mas cosas porque las pri74
Menciones Honoríficas
meras veces, en las cafeterías no sabía pedir otra cosa más
que un coffee and donna, y ya estaba harto del café y las
donas, pero con su estancia allá, aprendió mucho inglés y
pudo comunicarse mejor, entendía mas cosas y empezó a
observar todos los adelantos que tiene un país como ese
en comparación con México, como quien dice, le empezó
a gustar esa ciudad al grado de que cuando le escribía a
su esposa, le decía que se fuera con él para que su bebé
naciera allá y así les darían la ciudadanía americana, pero
su esposa se negó porque decía que no se quería ir de
aquí, además de que era mucho riesgo pasar la frontera y
hacer un viaje muy largo con una niña de un año de edad
y un bebé en camino, así que decidió que lo mejor era
quedarse en Durango, y así lo hizo.
Mientras Rafael trabajaba en Chicago, Abel trabajó
en Ohio y un día de tantos, tan normal como todos para
Rafael, llegó su amigo Abel sorprendiendo con su llegada,
diciendo que para que Rafael no estuviera solo se fue a
trabajar a la misma ciudad, Abel renunció a su trabajo en
Ohio pensando que conseguiría otro fácilmente en Chicago porque decía que si Rafael consiguió trabajo y no tenía
papeles, él lo conseguiría mas fácilmente porque tenía pasaporte. Pero no fue así, tardó mucho en conseguir trabajo,
hasta que Rafael le pidió ayuda a su jefe, diciéndole que
tenía un amigo que necesitaba trabajo y el jefe, también
latino, le dio un trabajo a Abel igual al de Rafael y así se
pensó que todo mejoraría.
Y todo fue mejorando, parecía que todo iba a salir
bien pero en una fiesta con amigos, los dos se fueron a
tomar, solamente a tomar, no había nada de comida y Rafael siempre ha necesitado tener algo en el estómago para
poder tomar tranquilo, así que no tomó mucho. Pero Abel
y sus amigos sí. A la hora de irse del departamento donde
estaban, los amigos con los que fue estaban muy tomados
y solamente Abel traía vehículo pero no podía manejar
en las condiciones que estaba, así que le dio las llaves a
75
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Rafael, que era el que menos había tomado y no estaba
borracho, y este sin dudar ni preocupación aceptó. Era de
noche y Chicago seguía impresionando a Rafael, ahora con
la iluminación pública que era, en comparación de aquí,
impresionante, se iluminaba todo tan bien que Rafael olvidó encender las luces del automóvil y nadie se dio cuenta,
pues iban bien dormidos. Todo estaba tranquilo hasta que
fueron alcanzados por la policía y Rafael escucho la frase
parking over there (estaciónese ahí) y trató de despertar
a Abel y sus amigos, pero no tuvo éxito. Escuchó nuevamente a la policía y sin mas remedio detuvo al automóvil.
Una vez detenido, el policía bajó de su patrulla y le pidió
los papeles que se le piden a toda persona al cometer alguna infracción, pero Rafael no llevaba ningún papel y fue
detenido por la policía, que lo llevó a la migración donde
estuvo detenido durante tres días hasta que lo mandaron
de vuelta a México.
Vaya suerte la de Rafael, cuando todo parecía que
iba a mejorar, lo multan y se dan cuanta que es ilegal y lo
regresan para México sin ningún centavo, en la frontera.
Lo regresaron a la frontera en una avioneta especial
para eso, donde iban cerca de veinte personas detenidas.
Con esto estuvo de vuelta en México después de cerca de
medio año en Chicago.
Una vez en la frontera, Rafael no tenía ni para comer,
conoció a otro señor que se iba a ir en un camión a Aguascalientes y se puso a platicar con Rafael, este le pidió algo
de dinero, por lo menos para regresarse pero esta otra
persona se negó diciéndole que no porque se acababan
de conocer y nadie le garantizaba que el dinero que le
prestara se lo fuera a regresar, y que como iban a ciudades diferentes era menos probable que se hiciera esta
devolución. Pero Rafael insistió prometiéndole que se lo
regresaría, le dijo que le diera todos sus datos y que él le
mandaba el dinero pero de todas formas se negó. Hasta
que Rafael platicando con él, lo convenció al grado de
76
Menciones Honoríficas
que se lo prestó y le dijo que no había ningún problema,
con esto Rafael se pudo regresar a Durango después de
muchos problemas en el otro lado.
Cuando llegó a su casa, su esposa lo recibió muy
bien; con otra pequeña hija que era el bebé del que estaba embarazada su esposa. En cuanto Rafael llegó con
su familia, bautizaron a su nueva hija con el nombre de
Adriana, la hermana mayor se llama Josefina, igual que su
madre. Todo iba bien, siguió en su trabajo de operador de
cine y al poco tiempo tuvieron a otra hija, ahora el nombre elegido fue Sandra, y todo estaba relativamente bien
porque seguía faltando dinero hasta que fue contratado
en la radio para cubrir turnos de locutor, el sueldo ahora
era mas alto pero no mucho porque eran muchas personas que mantener, y al poco tiempo su esposa se volvió a
embarazar, ahora fue un varón que tuvo el mismo nombre
que su padre, Rafael.
Con una familia de cuatro hijos y un trabajo donde
tenía que aplicar horas extras para un poco más de sueldo,
el dinero seguía faltando, así que le volvió la idea de regresar a Estados Unidos pero sabía que era mucho el riesgo,
además de que dejaba ahora a su esposa con cuatro hijos,
pero nomás fue la idea. Hasta que otro amigo de él, ahora
con el nombre de Jesús, le comento que él estuvo trabajando un tiempo allá también y que quería regresar, así
que empezó otra vez que se iba a ir con él, pero la esposa
de Rafael no estaba para nada de acuerdo en eso, porque
si estaban batallando mucho con ese trabajo y con él en la
casa, no sabría que hacer si se quedaba sola, pero Rafael
con su carácter decidió irse nuevamente.
Las hijas de Rafael ya estaban en la escuela y su hijo
más pequeño estaba muy chico, por eso la esposa se negó
tanto, así que Rafael le propuso que se fueran todos, pero
si pasar a uno es difícil, ahora con toda su familia implicaba muchos riesgos con tres niñas apenas en primaria y un
niño casi bebé, nuevamente se fue solo, con su amigo que
77
Historias de migrantes México-Estados Unidos
este era muy diferente a Abel que era mas sincero, Jesús
se aprovechaba de la gente y no batallaba tanto porque
vivía solo; pero Rafael sí tenía una familia y algo numerosa, pero no lo vio así, se le hizo fácil irse otra vez.
Así que Rafael, el día que se fue lo decidió en una
mañana, antes renunció a su trabajo para irse con el dinero que le dieran de liquidación y su esposa no quería
que se fuera, pero Rafael estaba bien decidido y se fue ya
cuando sus hijas estaban en la hora de clases, en la escuela, así que él y su esposa fueron a la escuela donde estaban para que se despidieran de él, con solamente un beso
y un abrazo se despidió de cada una de ellas, para que
no perdieran tiempo en clase, y de ahí mismo después de
despedirse se fue dejando nuevamente a su esposa ahora
con cuatro hijos.
En esta ocasión ya iba mas preparado y con el conocimiento de a lo que iba, según él ahora si iba a “barrer dólares”, como él dijo, ya sabía cómo era la ciudad y nuevamente llegó en tiempo de frió pero esta vez sí iba abrigado
y con mas dinero, pues la liquidación fue grande, no como
la vez pasada que hasta tuvo que vender unos botines que
llevaba porque no tenía dinero para comer, pero ahora
fue con otra mentalidad, pensaba rendir más el dinero y
saber cuándo gastarlo. Pero ahora iba con su amigo Jesús,
que no llevaba absolutamente nada de dinero, así que el
camino el que compraba todo era Rafael y gastó más de
lo que tenía pensado.
El paso al otro lado fue el mismo, por Nuevo Laredo,
y vuelvo a decir que se podía pasar mostrando la licencia
de empleado federal así que no hubo problema en eso.
El camino fue nuevamente tranquilo y otra vez se turnaban para manejar y en la noche descansaban unas cuantas
horas, así que hicieron otra vez un día y medio para llegar
desde Durango hasta Chicago.
Ahora con más conocimiento del idioma inglés, Rafael encontró un departamento para él y su amigo. Jesús,
78
Menciones Honoríficas
quien no traía dinero, le pedía prestado para todo a Rafael diciéndole que en cuanto consiguiera trabajo se lo
regresaba, pero tardaron mucho en encontrar y el dinero
nuevamente se le acababa a Rafael. Vivían apenas con el
dinero pero como ya se tenía un conocimiento mejor de
la ciudad y principalmente del idioma inglés, conocieron
a personas con las que se empezaron a llevar muy bien,
así que le pedían dinero prestado a estos nuevos amigos y
se pudo alcanzar más.
Desesperado por no encontrar trabajo, Rafael fue a
donde había trabajado anteriormente, en el taller y fábrica
de radios en serie. Buscó al jefe, no lo encontró porque
según un trabajador se fue de viaje y regresaba en unos
días. Así que Rafael regreso a los pocos días y esta vez sí
lo encontró, habló con él y su jefe se sorprendió al verlo,
pues era muy difícil que un trabajador de él se fuera a
México y en unos cinco años, este mismo regresara a trabajar a donde mismo, en el mismo trabajo, era increíble
pero así fue, y el jefe como también era latino no dudó en
darle trabajo a Rafael y a su amigo.
Ahora sí parecía que Rafael iba a tener éxito, pues
ganaba más que la vez pasada y sabía cómo enfrentar los
diferentes problemas en Chicago, como quien dice, ahora
sí tenía experiencia, nuevamente la mitad de lo que ganaba se lo mandaba a su esposa, pero ella dice que no fue
así, ella comenta que sabía cuánto ganaba Rafael y que
no era la mitad lo que le mandaba a ella, pero Rafael así
lo cuenta: él se quedaba con la mitad para sus gastos en
Chicago y la otra mitad se los mandaba a su esposa en
Durango. La ciudad de Chicago le gustaba ahora más aunque tenía que andarse escondiendo de la migración, pero
aun así, en sus ratos libres salía a caminar para conocer la
ciudad y descubrir las grandes cosas que tiene este fuerte
y poderoso país.
En un día tan normal para todos, Rafael llegó a su
apartamento y encendió una radio que tenía en su reca79
Historias de migrantes México-Estados Unidos
mara y estaba escuchando una difusora que en esos momentos transmitía música, pero de repente el programa
que estaba fue interrumpido para dar una noticia terrible
para Estados Unidos y sorprendente para el mundo, la noticia fue que el presidente John F. Kennedy había sido asesinado. En ese momento todos se sorprendieron y el país
se cerró, nadie salía ni entraba a ningún estado ni al país,
porque se empezó con la investigación de este asesinato
que le dio la vuelta al mundo. Nadie podía hacer nada, ni
salir a un día de campo o a una ciudad cercana hasta que
no se diera la orden de que se abrieran las puerta del país
y de cada estado, así se estuvo el país por casi una semana, pero eso no afectó mucho a Rafael porque no tenía
la necesidad de salir a ningún lado fuera de la ciudad, así
que siguió en su trabajo tranquilamente.
Pasaron los meses y Rafael siguió trabajando donde
mismo porque ya conocía a los trabajadores y se llevaba
muy bien con su jefe. En su departamento todo estaba relativamente bien puesto que también Jesús trabajaba y ya
no le pedía tanto dinero a Rafael aunque, como era muy
borracho, Jesús se iba de parranda cada fin de semana y
se gastaba todo su dinero en alcohol, por esta razón a él
siempre le faltaba dinero y le pedía a Rafael, prometiéndole que se lo regresaría pero no fue así puesto que apenas
Jesús recibía lo que ganaba y enseguida se iba de parranda
y se gastaba todo, Rafael trataba de detenerlo pero nunca
consiguió hacerlo, y tenía que prestarle a Jesús para cada
comida y el transporte al lugar de trabajo, y con estos gastos estaban apenas, Rafael con el sentimiento de que tenía
a toda su familia en Durango le daban ganas de regresarse
pero no lo hizo.
Fue hasta un día que Rafael conducía a su trabajo y
sin darse cuenta se pasó el semáforo en amarillo y un tránsito lo vio, y antes eran muy estrictos con eso, más en Estados Unidos, así que lo detuvieron y nuevamente no tenía
80
Menciones Honoríficas
papeles y se lo llevaron a la migración, exactamente igual
que la vez pasada y lo mandaron de vuelta a México.
Decepcionado por esto, pero contento porque iba a
ver otra vez a su familia, se regresó a Durango pero ahora
sí con algunos regalos para sus hijos que se pusieron muy
contentos al verlo, igual que su esposa, fue como una fiesta que regresara a Durango porque Rafael estuvo ausente
cerca de un año, por fin se dio cuenta de que su lugar era
aquí en Durango.
Pronto encontró trabajo como locutor en una radiodifusora local, y con un puesto de cubridor de turnos, le
tocó cubrir a un locutor que iba a estar fuera durante quince días, con esto aumentó su fama y lo más suertudo, por
así decirlo, fue que ese locutor nunca regresó y Rafael se
mantuvo en ese puesto durante treinta años. No se podía
estar mejor y la vuelta a Estados Unidos quedó como un
recuerdo del cual Rafael esta muy arrepentido, pero contento por que me pudo contar su historia en el otro lado,
y yo siendo el nieto de Rafael Silva González escribí esta
historia con gusto.
81
“El amargo despertar del sueño americano”
Autor: Neserec
N
osotros vivimos en Isla del Bosque, un pueblo
recientemente establecido como urbano, que se
encuentra en el municipio de Escuinapa, Sinaloa,
mi familia nuclear, Fausta García, mi madre, quién en breve les diré que siempre ha sido una luchadora, que estoy
orgullosa de ella, al servir de padre y madre gran parte
de su vida para mi y mi hermana Susana, la inaguantable
que finge muchas veces un corazón duro, al igual que mi
padre Cervando Fausto, él es la persona que se ha desvivido por nosotras, por nuestra educación y nuestra vida,
dejando de lado muchas cosas importantes para él, hasta
su salud, comodidad y alimentación, cada vez que ha cruzado la frontera.
A mi edad, siento que mi vida a girado entorno la migración, a sus causas, a sus consecuencias, desde chica he
tenido ante mis ojos a mis tías llorando por la desaparición
temporánea de mis familiares, a mi madre ocultándome
el paradero de mi padre, a mis abuelos disgustarse al no
querer que sus hijos se marchen indocumentados.
No sé si me hubiera gustado ser siempre una niña a la
que solamente tenían que decirle que su padre se encontraba trabajando. Pues la realidad, a una edad conciente,
me trajo sentimientos que tal vez la inocencia me hubiera
privado, aunque si así hubiese sido no tendría la oportunidad de contarles esta historia, principalmente de mi padre
y mi familia, y restaría el saber a muchas personas acerca
de la falsedad del sueño americano.
En realidad no me agrada del todo recordar estos sucesos, pero aunque conozco gran parte de su vida, estoy
segura que hay cosas peores que no nos ha contado, y
83
Historias de migrantes México-Estados Unidos
digo esto porque por primera vez me sentaré a escuchar
su historia. Lo que yo pudiese contar es lo que yo he vivido como hija, lo que me han contado, y lo que ellos tal
vez no saben que he escuchado.
Tan sólo a los 17 años de edad nació en mi padre la
curiosidad de ir al extranjero, empezó ahorrando de su
salario durante un buen tiempo, semana tras semana, y la
mitad del dinero lo entregaba a mis abuelos. Su trabajo era
en el campo y cumplía con él en vacaciones pues se encontraba estudiando la preparatoria. Cuando por fin ahorró lo suficiente para migrar, les notifico a mis abuelos que
los dejaría ya que ellos no podrían dar a todos el estudio, y
siendo el hermano mayor tendría que hacer ese sacrificio.
Pues en su familia fueron 7 hermanos.
Pero entre la preocupación de mis abuelos y la necesidad que tenían, tuvieron que aceptar que él se marchara.
Entonces contactaron a unos familiares en Estados Unidos
para que lo ayudaran; el caso era que tendrían que decirle al coyote que si le responderían con la cantidad de
300 dólares de aquel tiempo como préstamo para que mi
padre le pagara al hombre.
En fin, su salida fue en marzo, dice que hacia mucho
frío pues cruzó por el río, pasando en Tijuana y, lógico,
al pasar por el río sacó el dinero que llevaba oculto y el
coyote observó el dinero, a lo que me dice le dio mala espina, y aumento su preocupación. Estando en San Diego,
California, el coyote regreso a mi papá a Tijuana, simplemente dijo que no quería saber nada y por mas que mi
padre le rogó porque lo dejara, lo regreso.
Luego al siguiente día buscó a otro contacto pollero y
lo cruzó por el cerro llamado el área Miramar en Tijuana,
todo el trayecto a pie, ya estando en San Diego, el pollero y él abordaron el metro para llegar al centro, luego
tomaron un autobús hacia Los Ángeles California, donde
desafortunadamente los detuvo la migra y los regresaron
a Tijuana. Entonces, estando de nuevo en el lugar de ini84
Menciones Honoríficas
cio se puso en contacto con otro coyote que lo pasaba
por 300 dólares nuevamente, y para su fortuna sí lograron cruzar un grupo de 15 personas en un vehículo, todos
apretados, lo triste de escuchar y más duro de mencionar
es que entre estas personas iban muchachas muy bonitas,
a las cuales les tocaba la peor parte, pues al enterarse el
coyote que eran señoritas, pasaban forzadamente a ser sus
señoras y las usaban hasta que ellos querían, –así pedían a
gritos que las ayudáramos –dice mi padre, pero no podían
hacer nada porque ellos estaban armados. La mala suerte
lo siguió, y antes de llegar a su destino la migra los regresó nuevamente a Tijuana, pero esta vez los enviaron a la
cárcel donde el cuestionamiento era el mismo, quién era
el coyote, a lo que nadie respondía. A fin de cuentas con
una multa de 20 dólares salieron en libertad.
Mi padre, no dejándose vencer después de tanto empeño, volvió a intentar esta vez por La Rumorosa. Caminó
durante mucho tiempo y por fin llegó a Riverside, California con los parientes, quienes lo recibieron con los brazos
abiertos y le ofrecieron un rinconcito para dormir. En esa
casa se encontraban también otros familiares indocumentados. Lo que traía de dinero se terminó en ese peregrinar
y entonces enseguida se buscó un empleo, pues resulta
que la familia le cobraba renta, comida, luz, agua, teléfono, gas, –y lavas tu ropita con tu jabón –le decían– y, por
si no te acuerdas, tienes que pagarme los 300 dólares que
te preste del coyote. Y todo esto, hubiera o no trabajo.
Entonces encontró trabajo en un restauran llamado
Vincent, nombre del dueño, el primer día en la mañana
entró de lavaplatos. Dice que el patrón lo vio trabajar todo
el día y al final le dijo que se tenía que quedar a trabajar
toda la noche, y así lo hizo, con la misma ropa y sin dormir. Al amanecer el dueño le dijo que se tenía que quedar
por el resto del día, forzadamente se quedó porque sólo
estaba a prueba para el trabajo, y ya llevaba 24 horas sin
descansar, pero siguió trabajando. Al terminar el día el pa85
Historias de migrantes México-Estados Unidos
trón simplemente le dijo que no le daría el trabajo que
porque era muy flojo y cochino, mi papá se molesto y le
repitió –¿no me vas a dar el empleo? –y él decía que no,
mi padre exhausto le pregunto –¿entonces no me vas a
pagar nada? –y, mirándolo fijamente, sólo le dio 20 dólares. Yo más que nadie sé que mi papá en cualquier trabajo
es muy dedicado y honesto, pero la discriminación es lo
más frecuente para un ilegal que además no sabía hablar
inglés.
Después de esto encontró trabajo junto con un primo,
limpiando pisos de tiendas comerciales reconocidas, trabajo que se realizaba durante la noche y les pagarían por
quincenas, a lo que al llegar la primera el patrón no les
pagó. Entonces dejaron ese empleo y llegaron al rancho
de un colombiano donde les dieron trabajo de cazadores
topos, era trabajo de día y les pagaban muy poco pero
era preferible a no tener nada, y así se paso el tiempo,
pagando aquí, pagando allá, hasta cubrir lo del coyote,
y en los ratos libres buscaba otro empleo mejor pagado
y lo obtuvo en un autolavado, y comenzó a buscar un
departamento. Todo iba muy bien, caminaba hasta su trabajo pues le quedaba cerca, tenía amistades, entre ellos
muchos paisanos sin papeles.
Un día, en su recamara, con la visita de unos primos
que se quedarían a dormir, comenzaron a escuchar a una
mujer gritando y golpeando la puerta con fuerza desesperada, llorando, pateando y gritaba –¡salgan por favor!, –y
al querer abrir la puerta mi padre, sus parientes le dijeron
que no lo hiciera porque a veces eran trampas, entonces
dice que se acercó, pero arrastrándose, y mirando por la
rendija debajo de la puerta observó que todo se estaba
quemando, todos salieron y mi papá tuvo que refugiarse
con un tío político apodado El Maike. un tipo medio loco
que participo en la guerra de Vietnam, lo bueno fue que
encontró la oportunidad de cambiar de empleo en una
carpintería, ya estando en esto, podía mandarles dinero a
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Menciones Honoríficas
mis abuelos y hacía sus propios ahorritos que daba a guardar su tío El Maike. Entonces se topó con un tipo que le
decían El Zapata, que le busco problemas y pelearon, a fin
de cuentas terminaron siendo amigos y él mismo le dijo
a mi papá que aprendiera inglés para que ganara mejor,
entonces diario aprendía una palabra hasta que obtuvo el
dominio del idioma, pero sólo hablado.
Comenzó a ver cosas a su alrededor, como mujeres
que se casaban o embarazaban sólo para que el gobierno
norteamericano les diera ayuda económica por cada niño
que tenían, y el desempleo que te da la mitad de tu ultimo
trabajo.
Hablando de trabajo, ocupan papeles como identificaron y seguro los cuales son falsos. El tiempo no se
detiene, y pasado como unos tres años dice que ya tenía
alzados como 3 mil dólares y un día le avisan que a mi
abuelito le cayó un caballo encima, entonces le dijo al
Maike que retirara 1 500 dólares para mandar a su familia,
pero lo raro fue que él se los negó y le dijo que primero se
cerciorara de que lo que le decían era cierto, situación que
a mi papá le pareció extraña, que le negara su propio dinero. Entonces le exigió que le explicara que había pasado, y
es que el Maike compro tres bonos federales que al pasar
diez años cada uno tendría un valor de diez mil dólares y
todo había resultado ser una estafa. Reunió un poco más
de dinero y se regresó a su pueblo natal, Isla del Bosque,
donde se casó con mi madre.
A los 18 días después de la boda, mi papá invito a
un hermano de mi mamá, Luis, de 17 años, a irse a Estados Unidos y el aceptó. Llegado el tiempo, comienza de
nuevo el recorrido por el peligro, por el sufrimiento, y la
angustia de los familiares.
Llegaron a Mexicali con una tía, donde buscaron al
coyote y no lo encontraron, así decidieron irse ellos solos
cruzando por La Hechicera, este lugar está cerca de Tecate. Solamente iban los dos, con un bule de agua cada
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
uno, pasaron la línea fronteriza sin problema alguno, caminaron todo el día, y al atardecer escucharon unos balazos, en una situación un poco tensa porque trataban de
esconderse y donde quiera había víboras de cascabel que
los podían morder. Se hizo noche y después de comprobar que no había peligro caminaron nuevamente, ya estaban cansados y como no podían dormir por los animales
venenosos, orinaron haciendo un circulo a su alrededor.
Después de descansar, pasadas unas horas volvieron a caminar sin quitarse los zapatos y llegaron a Cuchillo California, donde no había nada de gente, sólo estaba la migra y
se retiraron de ahí en cuanto pudieron.
Caminaron día y noche, día y noche, día y en la tarde
llegaron a una carretera por la que pasó un americano
en bicicleta y le preguntaron hacia dónde se dirigía esa
carretera y él contesto que para una revisión. Estaban muy
cansados y ahí se quedaron sentados esperando raite,
pero nadie les hacía caso, entonces mi papá le pregunto
a su cuñado que si se entregaban y él dijo que sí. Lo dejó
acostado en la carretera y le dijo que no se moviera de ahí,
entonces se recostó en la orilla y de este modo se paró un
chicano, y mi papá le pidió raite a Los Ángeles, a lo que
el respondió que no podía. –Entonces, si no puedes, ve,
avísale a la migra que venga por nosotros –le pidió de
favor, y así lo hizo. Llegaron dos unidades y los arrestaron
lanzándolos a México.
Mi padre y nosotros damos gracias dios porque hay
personas que se quedan en el camino y que desean que la
migra los agarre para salvar sus vidas, en este caso corrieron con suerte, pues mi tío ya estaba muy débil.
Llegando a Mexicali, se quitaron los zapatos y fue
cuando al quitarse también los calcetines las uñas se desprendieron pues se les cocieron los pies y los tenían todos
hinchados, pero esto no debilitó las intenciones que ya tenían y descansaron para volver a intentarlo de nuevo, pero
ahora con coyote. Llegaron a su destino, pero al arribar a
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Menciones Honoríficas
la casa del ya mencionado Maike no quiso a mi tío, le dijo
a mi papá que solamente él podía quedarse. Entonces los
dos se fueron con un primo que estaba casado con una
muchacha llamada Olivia, que al siguiente día los corrió
porque según ella necesitaba privacidad, entonces sin más
esperanzas pidieron posada en un grupo religioso llamado
Pentecostés y, después de estar un tiempo ahí, el pastor les
dio raite a Los Ángeles, donde empezaron a vender elotes
cocidos, y en tiempo de calor vendían raspados, lo que
por cierto era vergonzoso porque la policía no los dejaba
vender y a veces les tiraba todo. No le gusto mucho la
situación y mi papá se fue a Riverside habiendo dejado a
mi tío con otros parientes.
Entonces comenzó a trabajar haciendo defensas para
carros, hasta que un día una pareja de color oportunista
acusaron a mi papá de haberles robado dinero y mi papá
les dijo que estaban locos y se fue caminando al trabajo.
El negro, no conforme, fue hasta el trabajo a golpearlo y
mi papá se aguantó para que todos vieran quién había
empezado, porque estaban otros trabajadores, y como mi
papá le decía que no tenía ningún dinero de él, entonces
el negro lo amenazo con sacar una pistola y le decía que
lo iba a matar, los que observaban llamaron al comisario,
quien vio la situación y se llevó al negro porque efectivamente traía un arma. Le dijo a mi papá que no lo iba
a reportar con la migra pero que se fuera de Riverside,
el suceso hizo que se regresara a Los Ángeles, en donde
sabiendo él de la vendimia de elotes le entraron de lleno,
pero el colmo fue que cuatro cholos pochos los asaltaron,
la cosa estaba clara, nomás la llevaban de perder, y los
dos se dieron cuenta que en el norte en la actualidad la
gente que se regresa de Estados Unidos sólo te lavan la
cabeza y te enredan con ilusiones y cuentos de personas
que han vivido el sueño americano que oculta las tristezas
y crueldades que generalmente vive el emigrante fuera del
país natal. Pero nadie sabe si duermen en el suelo, y nadie
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
pregunta qué es lo que comen, qué hacen cuando están
enfermos y cómo viven huyendo de la migración.
Entonces, sin más, solicitó empleo en una pizzería,
haciendo las pizzas en horarios nocturnos, donde aprendió con facilidad, pero era un empleo muy mal pagado
que no daba ni siquiera para la renta, entonces les comunicó a sus parientes que se regresaría a Riverside, donde
al llegar al domicilio, los interceptó una unidad de inmigración. Mi papá, al verlos, les comento a los demás que
no se asustaran porque la migra estaba tras de ellos, unos
traían papeles y otros no y mi papá les comento que el
podía bajarse y correr pues ya conocía el lugar, pero si
hacía esto pasaría a perjudicarlos. La opción era que se
entregara para que la migra no interpretara que ellos eran
coyotes o raiteros.
Cuando la migra los detuvo, preguntó si traían papeles y mi papá fue quien dijo que no y los demás dijeron
que sí, siendo todo ya arreglado pues varios no los traían,
así la migra sólo detuvo a mi papá y a los demás les pidió
que se retiraran.
Encontrándose en México, viéndose en la misma situación, sin trabajo y sin dinero, por consecuencia decide
irse de nuevo, con un contacto ahora de mi tío Luis quien
había cruzado con el, cruzo con una pequeña mochila,
por el lado de algodones entre Tijuana y Mexicali, atravesando los campos de cultivo. Todavía pagando 300 dólares por pasar.
Llagaron sin ningún problema pero el coyote le pidió
la mochila mi papá para esculcarla y ver que no trajera
droga. Luego se dirigió al condado de Rubidoux, California, donde consiguió empleo de cortador de uva, pagándole la caja de uva a 25 centavos de dólar. En ese tiempo
se asistía en una barraca, que es como un trailer, propiedad de una amiga llamada Eloísa.
El primer día de trabajo se encontraban laborando
como a medio día y llegó un paisano mexicano a solicitar
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Menciones Honoríficas
empleo, se sentó debajo de una planta de uva a esperar
al patrón, que nunca llegó, lo único que obtuvo fue una
picadura de abeja en la vena, que lo mando al hospital y
no se supo que pasó con él.
Trabajaban con una navaja que les dejaba las manos
todas cortadas y además, al ver la fruta fresca y exquisita se
antojaba, pues no se comía bien esos días, y a los dos días
de estar comiendo uvas por consecuencia contraían una
diarrea que casi los deshidrata en conjunto con el calor.
Así trabajó una semana y su cheque fue de 80 dólares.
Luego se encontró trabajo en un lavado de autos propiedad de un hombre de color, donde al final del día le
notificaron a mi papá que su sueldo iba a ser solamente
las propinas, cosa que lógicamente no conviene y decidió dejarlo. Recordando que ya tenía experiencia en este
trabajo, solicitó empleo en otro auto lavado propiedad de
unos rusos, donde el propio patrón observo su trabajo y al
observar que sí tenía experiencia en el lavado de coches,
al momento le da el empleo pagándole cinco dólares la
hora mas las propinas.
Todo marchaba bien en ese trabajo, pero luego de
un tiempo el dueño mostró síntomas de racismo, pues
se mostraba muy autoritario enfrente de sus paisanos haciendo menos a sus trabajadores, pues les impedía silbar,
cantar, platicar ya que eran cosas que al el le molestaban,
pero todo era solamente pretexto para correrlos y meter
en su lugar compatriotas de él. Entonces dejaron el trabajo
por racismo y se colocaron en una empacadora de naranja. Todo estaba muy bien nuevamente, les pagaban 4.5
de dólar la hora, hasta que un día se dio una redada en
ese lugar, donde a casi todos los que no traían papeles los
arrestaron excepto a mi papá, porque se metió en el refrigerador que se encontraba desconectado, fue del modo
en que no lo llevaron. Como les dio miedo se fueron y
buscaron otro trabajo haciendo piezas para carros pesados en una fábrica, donde el requisito era saber el idioma
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
inglés, al estar dentro se encontró con mexicanos, chinos,
coreanos y japoneses, y al empezar a convivir con los paisanos, a los demás les daba coraje que hablaran español
pues ellos no entendían, causa de esto fue que los reprendieran por estar hablando español y citaron a mi papá a
la oficina donde le hicieron una prueba de cuestionario,
acerca del idioma inglés, de diversas palabras la cual paso
con facilidad. Quien le hizo el cuestionamiento se dio
cuenta de que sí sabía hablar inglés, entonces su pregunta
fue: –¿Porque habla español mientras trabaja? –a lo que
mi papá respondió que por que hablaba con sus paisanos
y si el quisiera tener amistades con los demás, entonces sí
les hablaría en inglés. Pero a fin de cuentas el reglamento
fue el mismo y le impidieron hablar español.
Luego de esto buscaron cualquier excusa para despedirlo, mi papá no tenía experiencia en una orden que ellos
dieron, que consistía en abrir un hueco en la pared para
poner la instalación de la luz, y con un martillo, le dio de
golpes a la pared y lo corrieron al no saber hacerlo. Luego
de durar una semana sin trabajar, se regresó a México sin
nada de dinero ni para pagar el taxi.
Empezó a trabajar en el campo plantando chiles, o
en lo que hubiera, y así lo hizo. Un día se fue a rociar
veneno junto con un hermano y, aun tomando todas las
precauciones necesarias, se envenenaron. En ese tiempo
yo estaba por nacer, por lo que se preocuparon demasiado y los dos estaban tendidos en sus casas desvariando sin
saber lo que decían. Consecuencia de esto es que aunque
ha pasado el tiempo el olor del veneno le sigue afectando
a mi papá.
Quedándose un tiempo aquí en México, trabajando
en los camarones y la pesca, por fin nací yo, y luego de
uno año encargaron a mi hermana, naciendo unos meses
después, luego de haber vivido con nosotras un tiempo
desde que nacimos decidió ir de nuevo a la frontera a buscar suerte.
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Menciones Honoríficas
En Mexicali se contactó con un coyote que lo ayudo
pasar por el lugar de algodones nuevamente. Mi papá
había conseguido un préstamo y lo dejo con la tía en
Mexicali, ya que el acuerdo entre mi papá y el coyote era
que el dinero se lo entregarían una vez que mi tía se diera
cuenta que el ya estaba en su destino.
Pero antes le preguntó cuánto tiempo iban a caminar
y el respondió que sólo 5 minutos, lo cual no fue cierto. Pasaron al oscurecer, con cuidado porque había migra
por todos lados, en un área desértica, y después de unas
5 horas caminando pasaron por un túnel debajo de una
autopista, eran como las 12 de la noche, se encontraban
exhaustos pero no se detuvieron pues les faltaba poco,
caminaron hasta las 5 de la mañana y a las 7 llegaron al
punto donde se reunirían con los demás ilegales arriba
de un cerro para ocultarse de la migra. Desde ahí verían
cuando llegara el raitero y cuando llegó estaba lloviendo,
y el cansancio y la lluvia hicieron que a mi papá se le
entumieran los pies y tuvo que bajar el cerro rodando porque simplemente no podía mover los pies, si apenas había
podido subir el cerro. Toda la bajada fue un martirio y a
demás el raitero le exigía que se apurara, y él lo tuvo que
ayudar como si fuera un costal, aventándolo a la cajuela.
Lograron pasar un retén sin contratiempo, pero estaba otro más adelante que tenían que burlar y entonces los
bajaron cerca de un canal por un base de fuerza aérea,
pues veían cuando despegaban los aviones. Después de
unas horas, el raitero llega y los sube de nuevo. Hasta llegar a Los Ángeles, donde a mi papá no le gustó la situación
porque el acuerdo era que se pagaba hasta llegar con los
parientes, que sí los tenía en Los Ángeles, pero no llevaba
la dirección, la única que llevaba era en Riverside, dejándolo ahí y exigiendo rápidamente el dinero, porque tienen
contactos en todos lados. Y mi tía no quería pagar porque
no tenía novedades de mi papá, entonces la amenazaron y
le dijeron que si no pagaba algo le pasaría a la familia.
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
Mientras mi papá trataba de llegar a Riverside, ya que
era muy tarde y la noche le tomaría por sorpresa en Los
Ángeles, entonces la gente latina notó su preocupación y
hubo quienes le daban dinero para que llamara por teléfono y alguien fuera a recogerlo, también había quienes
le aconsejaban que se alejara de ese barrio pues era zona
de pandilleros, pero antes le pedían la identificación para
ver de qué nacionalidad era, y al saber que era sinaloense
y de origen mexicano hubo entre ellos Lupe, un jardinero salvadoreño, que le abrió las puertas de su casa para
darle facilidad de usar su teléfono y darle alimentación
mientras llegaba un conocido a procurarlo, cosa curiosa
que mi papá notó fue que los salvadoreños, en vez de
consumir tortillas con los alimentos la sustituyen por un
fruto llamado chayote. Lupe le dijo que si no se acomodaba a trabajar donde se dirigía, que él le podía conseguir
empleo de jardinero. Pasadas unas horas llegó un primo
y, despidiéndose debidamente de Lupe, tomaron camino
a Riverside.
Llegando al domicilio del primo, se encontró con un
tío político del cual mi papá sabía que tenía papeles e
iba y venía constantemente a Mexicali, pero su sorpresa
fue saber que alguien le puso el dedo y le quitaron todo
tipo de documentos y permisos, dejándolo en México, entonces él cruzó de ilegal, quedándose definitivamente en
Estados Unidos para sostener a su familia.
En ese entonces otro primo lo invitó a trabajar en una
empresa haciendo piezas para carro, especializándose
principalmente en las puertas. Ya una vez trabajando, la
empresa dio a conocer que ocupaban mas personal, y mi
papá le avisó a la familia en México para que su hermano,
mi tío Jaime, el cuarto hermano de los siete, se fuera de
indocumentado, porque había empleo.
Mi papá se hizo cargo de todo el gasto del coyote, el
cual lo cruzó por el drenaje, pero la migra lo encontró y
al verlo que iba por el drenaje lo tildaron de loco, trataron
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Menciones Honoríficas
de sacarlo pero no pudieron, llegando así con bien al país
americano.
Por ese tiempo mi papá se cambio de domicilio con
otro pariente de nombre Salvador, donde dormía en la cocina, mismo lugar donde llegó mi tío sin saber lo que le
esperaba, y ahora mi papá tenía que pagar doble renta,
comida, agua, luz, etcétera, y al momento de presentar a
mi tío en la empresa, para colmo no lo contrataron debido
a una crisis, pero mi papá si mantuvo su trabajo. Entonces
seguían insistiendo para que emplearan a mi tío presentándose constantemente a la empresa hasta que un día de
mala suerte se toparon en la calle rumbo al trabajo con una
pareja de color que buscaba bronca, pero los ignoraron
pues es muy común ver por aquellos rumbos que gente
de color se siente superior al mexicano. Pero también de
igual forma los ojos están abiertos a distintas situaciones,
porque existe gente de color en Estados Unidos que es
muy pobre, a los cuales mi papá veía dormir en los callejones, y andar todo el tiempo descalzos por el pavimento,
sin mostrar en su rostro la incomodidad y el dolor de tocar
el asfalto a temperaturas muy elevadas, recolectando cartón, aluminio y cosas que allá se acostumbra reciclar.
Luego de ver que la empresa no contrataría a mi tío,
mi papá, al tener doble gasto en todo, y que con lo poco
que ganaba no alcanzaba, decidieron irse a Los Ángeles a
trabajar en una pizzería, donde mi tío comenzó a conquistar mujeres casadas, pues se dio cuenta que las mujeres
en ese país gozan de muchos apoyos, y quería ver si con
alguien ligaba. A lo que mi papá le advirtió que si seguía
con ese pensamiento era mejor que se regresara a México
porque es muy común ver a la gente muerta en los callejones del centro de Los Ángeles, y no fuera a ser que
quisieran cobrar cuentas de sus actos.
Después de unos días muy difíciles, para relajar la
tensión, unos parientes de mi tío Luis, cuñado de mi papá,
los invitaron por la noche a conocer Long Beach, que era
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
un área muy bonita, todo muy alumbrado, donde compraron unas jaibas enormes, que mi papá cocinó con técnicas
mexicanas, recordando el tiempo en que él iba a la marisma a recolectar pesca, todo estaba muy bien, aunque
lamentablemente el dinero era insuficiente y de estar allá
sufriendo sin la familia, era mejor la opción de sufrir pero
estando en compañía de la familia, pues para colmo estando de esas primeras ocasiones en que se iba continuamente, recuerdo que estábamos comunicados solamente por
el correo, llegaban tantas cartas como podía escribirnos,
porque no había teléfonos y yo hacía todo lo posible por
escribir bien para que mi papá observara que mi letra mejoraba cada día más.
Entonces, estando en México trabajando de nuevo en
las tareas comunes, estableciéndose por un tiempo, les
cuento que tengo la costumbre de preguntar cada vez que
me levanto por mi papá, y esto viene de pequeña porque
la primera vez que recuerdo y sufrí la partida de mi padre
fue cuando iba en la primaria en segundo grado, yo me
levantaba y recuerdo con claridad que le decía a mamá
–¿donde esta mi papi? –y ella me respondía– trabajando,
hija. Cuando llegaba de la escuela hacía la misma pregunta, y obtenía la misma respuesta, así durante casi una
semana en la que la explicación mas lógica que mi madre
me daba era que él se levantaba temprano y se iba antes
de que yo despertara y que llegaba tan noche que ya no
me encontraba despierta, pero por fortuna o desgracia
siempre he tenido empeño en la escuela y ya sabía leer en
ese entonces, así un día en mi clase saqué una libretita que
ya tenía mucho que no la utilizábamos para trabajar, en la
que nunca observé la pasta trasera de mi libreta convertida en una cartita de despedida, yo recordé a mi papá escribiendo con la libreta en la mano, recargado en la puerta
de la cocina, lloroso, me acerqué y le dije: –¿Qué tienes,
papi? –y no me dijo nada. Yo seguí jugando, entonces con
esa imagen comencé a leer la cartita, con palabras cortas
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Menciones Honoríficas
recuerdo que me decía que cuidara a mi hermanita y a mi
mamá, que él se había ido a trabajar lejos y que no iba a
regresar pronto, que era por nuestro bien, que me comportara y no descuidara la escuela. Quería que lo disculpara por no haberse despedido, que a él también le dolía
separarse de nosotras, pero más grande entendería que
esa era la forma en que el podía sacarnos adelante.
Pero como las otras veces regresó a México desconsolado porque no se observaba fruto de su estancia en el
otro lado. Entonces comenzó a trabajar en la pesca y el
campo, lo típico de la región, que al igual que los otros trabajos más que dinero dejaban cansancio. En una ocasión,
estando de pesca en el mar, regularmente entran en grupo
de cinco, donde cada uno se encargaba de una sección
de la red, a mi papá le había tocado llevar el plomo, pero
una mala posición dentro del agua ocasionó que en una
ola, otro compañero soltara la red, enredando a mi papá,
casi ahogándolo, solamente Dios sabe como se desenredó
después de dos intentos desesperados por romper la red, y
al ver que no podía, resignado se quedó quieto, y aun no
se explica cómo salió de esa situación.
Además de eso, iban a capturar camarón que, al estar
vedado, el gobierno los penaliza, llevándolos a la cárcel,
incluso golpeándolos, quitándoles las atarrayas, bicicletas, camarón, lo que lleven en posesión, juzgándolos por
dos delitos: contaminación del agua (por la purina) y por
capturar camarón en temporada de veda. Situación que
la gente conoce muy bien y saben a lo que se arriesgan,
pero muchas veces es lo único con lo que se mantienen
muchas familias.
Una vez, en agosto, a mi padre lo llevaron preso cuando lo sorprendieron rumbo al camarón, quitándole todas
sus pertenencias, donde se dio una conversación con el
inspector de pesca. Donde al momento de advertirlo de
no volverlo hacer, mi papá contesto que a él no le gustaba
la pesca en tiempo de veda, pero que desafortunadamen97
Historias de migrantes México-Estados Unidos
te era lo único que había, ya que en julio había hecho el
intento de ir al otro lado nuevamente y no lo logró, sólo
regresó todo golpeado igual que otras 70 personas que
también trataron de cruzar con él. Explicándole así al inspector de pesca que él se exponía a todo por la familia,
incluso a la cárcel, de esta forma lo dejaron libre regresándole la bicicleta para que se regresara, porque lo dejaron
en otro pueblo, como a 28 kilómetros de Isla del Bosque.
Todo esto lo motivó para buscar un compañero e ir
en busca de la frontera de nueva cuenta, llevándose a un
primo llamado Manuel.
Esa ocasión vi llorar a mi papá y despedirse como
nunca lo hizo, porque de todas las ocasiones que se fue a
cruzar la frontera nunca nos aviso que se iba.
Lo ayudé a empacar escuchando sus consejos, observando la casa como si fuera la última vez y ocultando
sus ganas de quedarse, con un rostro disfrazado. Lo digo
porque a él le gusta México, siempre que regresa lo hace
con unas ganas de comer frutos de los árboles y probar de
nuevo las tortillas que mi mamá hace.
Al llegar a Mexicali se contactaron con un coyote apodado El Mago, y al conocerlo como una persona
seria y sencilla, mi papá le preguntó que por qué tenía ese
apodo, a lo que él se rió y otro más contestó: –¡Porque
todo lo desaparece!.
El coyote quedo de ir por ellos a las doce de la noche,
para cruzar la línea de Mexicali, y ahí estuvieron esperando una oportunidad para cruzar, hasta dar las cinco de la
mañana sin haber podido intentarlo. Por consiguiente se
regresaron a casa, para intentarlo de nuevo por la noche a
la misma hora y en el mismo lugar, entonces a las tres de la
mañana un agente de migración se presentó en su unidad,
iluminándolos con un faro advirtiéndoles que se retiraran
o tendría que dispararles, y el primo Manuel, asustado
además de escuchar hablar español al americano, se retiró
y tras él mi papá.
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Menciones Honoríficas
Regresando de nuevo a casa para volverlo a intentar
más tarde. Se dio la tercera ocasión pero esta vez con una
tercera persona que iba a ser el “anzuelo”, pues mientras
él se dejaba detener por la migra, mi papá y mi primo
aprovecharían para cruzar. Y así lo hicieron, llevando ya
las indicaciones de dónde tendrían que parar para esconderse, pero con la emoción de haber cruzado la línea, el
primo y el coyote se quedaron en el lugar previsto y a mi
papá se le olvido, yéndose de paso, y al dar vuelta sobre
una calle ya venía una unidad de migración que lo detuvo,
le preguntaron cuántos eran y respondió que estaba solo,
entonces lo esposaron y lo metieron a la unidad llevándolo a las oficinas de inmigración o la perrera, conocido así
por todos lo indocumentados, para sacar los datos personales de los detenidos. Esto después de llenar la unidad
con indocumentados, y en la perrera todavía tienes que
esperar tu turno para dar tus datos, porque son cientos de
personas que fallaron en su intento y fueron detenidas,
hombres, ancianos, niños, niñas y hasta mujeres embarazadas.
Una vez que mi papá regresó, yo estaba lavando su
ropa y encontré una credencial de un señor de Michoacán,
no recuerdo exactamente, pero fue una persona que trató
de cruzar junto con él, y le dejó su identificación para que
la oficina de migración no supiera su verdadera identidad,
pero la huella digital es única.
Bueno, en ese lugar te ponen una película de todos
los riesgos que corres al tratar de cruzar la frontera, donde
más que nada te explican y enseñan las diversas formas en
las que mueren los ilegales.
Luego de un día soltaron a mi papá por la noche con
la opción de regresarlo a su país o dejarlo en la línea, decidiendo entonces quedarse para volver a intentarlo, entonces contacto a un coyote que lo invito a concentrarse
en un hotel donde tenía a otros indocumentados, mi papá
pregunto cuánto tiempo durarían para cruzar, a lo que el
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
coyote le respondió que cinco minutos y como mi papá ya
se sabía ese cuento, le dijo que sí, pero solamente tenía la
intención de cenar y dormir ahí, al aceptar cruzar con él,
el coyote la pago el taxi a mi papá para que lo llevaran al
hotel, así descanso y cenó bien, pero con el pretexto de ir
a comprar un refresco por la mañana se les peló y ya no
regresó.
Dirigiéndose por las calles de Mexicali, ubicando lugares conocidos, llegó a la casa de una tía se encontró con
la sorpresa de ver al primo Manuel en la casa. Dando la
explicación de que al ver que la migra detuvo a mi papá,
el coyote pensó que la migra los iba a estar buscando y se
regresaron.
De este modo contactaron a otro pollero en San Luis
Río Colorado y al momento de localizarlo cruzaron por
la línea junto a quince personas más, arrastrándose como
serpientes por el suelo sin levantar la cabeza, llegaron a un
parque, donde los esperaba el raitero, que los llevo fuera
de peligro a una casa en Yuma donde estaban alrededor
de 100 indocumentados esperando llegar a su destino.
Sin descansar, ese mismo día salió mi papá y el primo
Manuel, junto a las quince personas ya mencionadas,
hacia un canal donde esperaron un buen tiempo a un guía
que les daría instrucciones, les dijo que hicieran lo que
él hacía, si se agachaba todos, se agachaban, si se tiraba al suelo tendrían que hacer lo mismo y así fue hasta
llegar a las vías de un tren, donde todos los trenes iban
hacia el sur y escasos hacia el norte. Abordaron uno con
rumbo desconocido hacia el norte, donde una muchacha
muy presumida dentro de las 15 personas no toleraba ni
siquiera que la miraran la cual estuvo apunto de caer al
subir al tren porque este mismo no detuvo la marcha, solamente disminuyó la velocidad, fue del modo en que la
rescataron entre tres personas de donde podían sujetarla
porque el tren ya iba a toda su velocidad; al subirla al tren
se rompió su ropa pero lo importante fue haberle salvado
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Menciones Honoríficas
la vida. Mientras viajaban, el coyote hacía llamadas para
dar ubicación y así los esperaran al finalizar el viaje, luego
se detuvo el tren en su destino y los estaba esperando un
auto cerrado, bajando de dos en dos del tren para abordar
el carro y llevar a cada uno hacia su destino. Llegando así
a Riverside sin ningún problema.
Posteriormente, optaron por sacar sus papeles falsos
con un costo de 120 dólares para comenzar a trabajar en
la construcción, con un ingreso de diez dólares la hora.
En ese lugar también hizo amistades de diversas partes de la república, Chihuahua, Guadalajara, el Distrito Federal, de los cuales algunos trabajan honradamente en su
trabajo y otros, aparte del trabajo honrado, también se dedican a lo ilícito y de igual forma hay algunos que se dejan
llevar por el alcohol y las drogas, es ahí donde te das cuenta que cada ilegal en Estados Unidos tiene su historia, tal
es el caso de un conocido de mi padre en el trabajo que,
al no tener la compañía de su esposa, buscó los placeres
con las americanas y, sin darse cuenta, un día solicitó aplicación para la amnistía, donde se incluía examen clínico, y
fue ahí donde se enteró que era portador del VIH, y entonces el gobierno norteamericano le niega el permiso de ir
a su tierra natal, por estar contagiado, aunque hay algunas
personas como este muchacho que les importa poco o
simplemente no tuvieron la suerte de saber que estaban
contagiados para así proteger a sus parejas.
Existe una persona, que se acercó a mi papá para invitarlo a la venta de droga, a lo que mi padre nunca aceptó,
por saber del fin de muchas personas en ese negocio, que
caen en la cárcel, igual que le sucedió a esta persona, la
cual pagó una condena de diez años, y una vez cumplida
la sentencia fue deportado a México, quedando en los archivos como una persona no grata para ese país.
Esto fue contado a mi papá por el mismo sujeto, sabiendo este mismo que si los agentes de narcóticos lo detienen de nuevo o lo reconocen, le dan cadena perpetua.
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
En los seis meses que mi papá duro trabajando ahí
se incrementó la vigilancia migratoria con redadas, cateos
y retenes. Pero gracias a las radiodifusoras hispanas de
mucho raiting, que muy acertadamente daban las ubicaciones de las redadas, muchos mexicanos pudieron salvarse de ser detenidos. La clave que se manejaba era “el
tamarindo está en determinada autopista”, cosa que llevó
a muchos mexicanos a escuchar constantemente ese programa de radio. Migración se limitaba con amenazar al
programa diciendo que lo sacarían de su transmisión.
Al grado de que hasta salir de compras no era seguro, porque hasta en los abarrotes había redadas, también
llegaron a la situación de tener que justificar y comprobar
el origen de los ingresos para poder enviarlos al país de
origen.
La situación era desesperante ya que todo el tiempo
tenían que estarse cuidando de no ser detenidos por las
autoridades migratorias, situación que mi padre no soportó y decidió regresar a casa, donde en su trayecto observó
que la situación de los retenes era otra, porque antes te
bajaban del autobús y te pedían dinero por la cosas que
llevabas, desde 500 hasta mil pesos, y hoy en actualidad
ya no te paran sino que por cada autobús que pasa del
norte hacia el sur, en la garita de Sonorita le piden la cantidad de seis mil para no ser revisados.
Pasando un año en México hasta que por el mes de
junio la misma situación de escasez lo hizo querer volver
a intentar cruzar la frontera, llevando con él solamente
tres cambios completos, puestos uno sobre otro. Cuando
llegó San Luis Río Colorado se contactó con un coyote
que lo cruzo el mismo día sin descansar del largo viaje,
pasando la línea sin dificultad, pero como ya había corrido
y caminado unos metros, se regresaban para atrás porque
la migra venía a encontrarlos, siendo muy difícil brincar
la línea del norte hacia el sur, golpeándose pies y manos,
logrando cruzar a México sin ser detenidos, haciendo esto
102
Menciones Honoríficas
de brincar la barda hacia el norte y regresar al sur cada vez
que veía la migra, el caso es que de tanto que hicieron el
intento, al final fueron detenidos y puestos a disposición
de las oficinas de migración, donde nuevamente le dan la
proyección de la película de los riesgos en la frontera.
Cuando se presentó la oportunidad de que mi padre
hablara con un oficial de migración, donde le explico que
su preocupación era que al encontrarse en una edad ya
avanzada para andar en esa dura situación de correr, brincar y esconderse, le pidió información acerca de algún
permiso temporal, y él contestó que se dirigiera con el
cónsul mexicano, pero estando todo golpeado y cansado,
se regresó a México.
Esta ocasión, yo vi con mis ojos esos moretones en
los brazos al descolgarse de la barda, lo vi quitarse los
cambios de ropa sobrepuestos que lo estaban asando, los
zapatos que le cocieron lo pies, y lo ojos rojos del cansancio.
Pero después de estar en casa se puso en contacto
con el consulado mexicano, el que dio la explicación de
no poder otorgar el permiso, debido a los archivos de sus
detenciones anteriores, ocurridas al tratar de cruzar ilegalmente al país vecino.
Entonces a mi papá no le quedó otra alternativa más,
solamente ejercitarse para obtener la condición necesaria
para la dura tarea de cruzar nuevamente. Cosa que no nos
dijo, porque estábamos de vacaciones escolares y yo y mi
hermana nos íbamos a correr todos los días con él hacia la
playa, que queda como a una hora a pie.
Este entrenamiento duró una semana para a principios
de julio partir de nueva cuenta a San Luis Río Colorado,
entrando en contacto rápidamente con el pollero, quien
lo cruzó a él y cinco personas más. Esta persona les dio
instrucciones de lo que debían hacer y dónde iban a refugiarse. Al llegar al sitio antes previsto los detuvo un policía
extranjero, en ese momento se armaron de valor y optaron
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
por separarse comenzando a correr, solamente a uno fue
al que el policía alcanzó a rociarle gas lacrimógeno en
los ojos y los demás se escondieron en las llantas traseras
de unos traileres, en el sitio donde se ubica la refacción,
luego de un tiempo se dieron cuenta que el coyote los
había abandonado dejándolos a su suerte.
Ya pasada la noche, cerca de la madrugada, la migra
seguía buscándolos, mi papá les dijo a los otros cuatro que
mientras no los tocaran, no salieran de su escondite, porque la migra decía –¡Salgan, ya los vimos, sabemos que
están ahí!. Pero nadie salió hasta que se retiró la migra.
Todos tenían solamente el conocimiento de estar en San
Luis Río Colorado, lo más rápido que pudieron buscaron
un lugar mas céntrico y seguro donde hubiese gente latina, y para su suerte encontraron a un joven que los llevó al
centro de la cuidad, cobrándoles cincuenta dólares por el
favor, pero lo bueno era encontrarse en un lugar seguro.
Mi papá se decidió a salir dejando a los demás escondidos para buscar un raitero que los llevara hasta Yuma,
encontrándolo con el trato de llevarlos por cien dólares
a todos. Cuando llegaron a Yuma buscaron a otro coyote
que los llevaría a Riverside, quien les cobro 1 500 dólares
por cada uno, llevándolos a Los Ángeles y no a Riverside
como estaba planeado, ya que según era más conveniente
estar en Los Ángeles.
Pero al llegar, todos decidieron dirigirse a Seattle,
Washington, donde los rumores decían que había empleo,
pero para tomar este nuevo rumbo tuvieron que pagar 250
dólares más.
El viaje fue muy pesado, pues pasaron todo California, Oregón y posteriormente Washington, todo esto en
un tiempo de 30 a 35 horas.
Al final del trayecto compraron de nuevo los papeles
falsos con un valor de 120 dólares para comenzar a trabajar y a la vez comprando también el quipo necesario que
la empresa no otorgaba para trabajar en la obra, como
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Menciones Honoríficas
cinta, escalera, zapatos, pistola eléctrica, cuerda eléctrica,
cinto, etcétera, en un monto cerca de los 400 dólares.
El trabajo consistía en pegar hojas de madera con un
horario siete de la mañana a diez de la noche, pagándose
por día, como trabajaba de ayudante de albañil ganaba
solo 55 dólares diarios.
Era por esos días donde el trabajo se encontraba escaso y las necesidades eran muchas, pues ahora le pagaban por quincena.
Esto lo obligó a buscar otro empleo, en una fábrica de
puertas corredizas, donde enviaron a mi papá a hacerse
un chequeo médico para ver si no consumía sustancias
tóxicas, luego de ver que no tenía ningún problema con
su salud, de inmediato lo contrataron y empezó a trabajar.
Con un sueldo de 8.25 dólares la hora, además, para su
suerte, el trabajo resultó ser muy fácil, aunque las condiciones del clima eran poco favorables para la empresa, pues
casi no llegaban pedidos, ocasionando la disminución de
horas de trabajo. Luego de todo eso, surge un nuevo problema, pues al querer cambiar el cheque, no había donde
los cambiaran por no tener papeles buenos y legales.
Para colmo, se encontraban laborando ahí unos rusos
que dejaban ver su racismo al tratar con odio y maldad a
los mexicanos. Esto motivó que se acumularan los cheques y cada quien tratara de buscar quién los cambiara,
no importando lo que cobraran por el cambio. El frío era
insoportable y entonces nace un problema, ya que un
compañero y paisano de mi papá se da cuenta que su
esposa se encontraba embarazada, abortando debido a
los tóxicos del ambiente en ese lugar, teniendo que pagar
mil dólares por la operación, otras consecuencias de estos
tóxicos que dejaron a mi papá corto de la vista del ojo
derecho, con el que casi no ve.
Decidió entonces salir de ahí para irse a California,
donde regreso a la empresa en que alguna vez había trabajado en la obra y no lo emplearon por no haber suficiente
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
trabajo. Viendo así que un hermano de mi papá, el mas
chico, saldría rumbo a México después de tener casi nueve
meses en Estados Unidos, decidió acompañarlo debido al
peligro latente que cada vez es mas intenso en la frontera,
saliendo esta ocasión por la línea de Tijuana.
Llegando a la central de autobuses en la garita de Sonorita, comprobaron una vez más que cobraron de nuevo
los seis mil pesos para no ser revisados.
Aun no sé cuántas veces mas fue y regreso porque
me ha dicho que hubo ocasiones que paso solo, más no
me contó como sucedieron. Solo sé que esta, por lo pronto, ha sido la ultima, y ojalá sea así, porque aunque los derechos de los migrantes tienen mucha validez, esa barda
rígida y enorme que se está levantando y las tropas militares en la frontera sólo huelen a más muertes, tampoco no
sé cuantas veces mi madre lloró al no saber noticias de mi
papá en meses, tampoco sé cuántas veces estuvo detenido
en la cárcel. Pero a pesar de todo, todavía no entendía lo
que era brincar una cerca, pasar por el desierto o el río,
hasta hace poco.
Son muchos los sufrimientos que hemos pasado como
familia y mucho más lo que ha pasado él como padre y
como ser humano, por eso están presentes en mi memoria
los momentos en que yo y mi hermana colgábamos en
el pinito de navidad una carta donde pedíamos que no
se fuera, otras ocasiones en las que me molesté por no
quedase y estar conmigo en mis quince años, en las graduaciones y momentos especiales que él cambiaba por un
poco más de dinero para una vida mejor.
“Todos somos alguien en algún lugar”, es lo que dice
mi papá y que esta es la pura verdad. El tiempo transcurre
y nadie lo detiene, es del modo que han transcurrido casi
22 años, yendo y viniendo, pues han sido varias la veces
que mi papá ha viajado de ilegal a Estados Unidos. Ya
casi tiene 40 años pues es nacido en 1966, viviendo así el
cruce a la frontera desde que cobraban 300 dólares hasta
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Menciones Honoríficas
hoy que cobran 2 500 dólares. Gracias a Dios, aunque ha
sufrido, él y la familia, hoy está con todos nosotros. Lástima que hay personas que no vuelven a ver a sus seres
queridos, porque el mojado muere, robado, golpeado,
violado, ahogado, asfixiado, por picadura de un animal o
deshidratado.
No entiendo cómo mi papá tiene tanto valor para decirme que varias ocasiones hubo quien lo tomaba del pie
y le pedía arrastrándose que lo ayudara, y el sólo seguía
con su camino al no poder hacer nada por esas personas
que quedaron en el camino, que observó cómo algunos
esposos se quedaban quietos al ver que violaban a sus
mujeres y otros morían al tratar de defenderlas.
–El emigrante debe ser tolerante –me dice. Porque
los atropellos y abusos se ven hasta en las propias familias,
donde te cobran de todo, aunque tu privacidad sea dormir
en el suelo de la cocina, en el pasillo, en la puertecita de
un closet donde te avientan su ropa sucia y no respetan
ese lugarcito que tienes para descansar.
Un día me encontraba ayudando a mi mamá con la
limpieza de la casa y encontré unas cartas como tipo memorias que mi padre escribió, él no sabe que yo las leí,
en ellas decía cómo cuando ya no podía más subía las
dunas con mucho sacrificio y se dejaba caer rodando al
no poder mas. La falta de agua y el sol hacen desvariar, es
por eso que cada vez que se iba era para él una despedida
dolorosa.
Hoy mi padre sigue en nuestra compañía sin deseos
de volver a irse, yo ya tengo 17 años y mi hermana 16,
las dos nos vamos a trabajar con él, o buscamos cómo
poder ayudar a la familia, mi mamá se queda en casa,
administrando lo poco que ganamos, y eso porque, como
siempre, casi no hay trabajo.
Lo que aprendió mi papá en Estados Unidos, como
lavar carros, cocina, carpintería, cortar uvas, cazar topos,
hacer pizzas, defensas para carro, armar puertas y limpiar
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
cimientos, no le ha valido para poder encontrar un trabajo
con el que pueda mantener sin problemas a la familia. La
tristeza es saber que es muy poco probable que encuentre
un trabajo estable, porque no lo quieren contratar debido
a su edad.
Esto es lo que puedo contarles de esta historia, triste
pero real, en la que no estoy segura de saberlo todo, pero
esto me basta para quitarme las ganas que yo tenía de ir a
Estados Unidos sin papeles, y además contarles a muchos
jóvenes de mi edad que se quieren ir, para que lo piensen
mejor. Y no les ocurra como a la última chica del pueblo
que se fue y después de estar desaparecida, la encontraron violada y muerta.
Por eso, debemos correr la voz, y ojalá esta anécdota
de mi padre sirva para que muchos reflexionen y tomen
en cuenta las atrocidades que puede pasar una persona
como ilegal. Para que su sueño siga siendo sólo eso, y no
tengan que vivir la realidad de una pesadilla maquillada,
de la que muchos han sido victimas, mismas que hacen
que familiares y amigos despierten amargamente, al igual
que los pocos que logran sobrevivir a ese al que llaman
sueño americano.
108
“La fuerza de la necesidad”
Autor: Tierno
E
ran los primeros días del mes de enero del año 2004,
cuando mi padre hizo planes de ir a los Estados Unidos, nos reunimos con la familia y platicamos en
varias ocasiones, era la posible solución de nuestros problemas económicos, que en ese momento eran críticos.
Sabíamos que era peligroso el traslado pero nunca nos
imaginamos la magnitud de ese problema. A pesar de que
mi padre se ausentaba constantemente por periodos de
tres a seis meses por cuestiones de trabajo, pensamos que
no extrañaríamos mucho su ausencia, sin embargo no fue
así, a pesar de que nos preparamos física y mentalmente
con tiempo.
Llego el día en que mi padre tenía que irse, previamente de haberse puesto de acuerdo con el coyote, quien
lo llevaría a los Estados Unidos. Era el primero de abril de
2004, cuando nos levantaron para que nos despidiéramos
de mi papá. Sentí que esto no sería igual como en otras
ocasiones que se iba: antes era dentro de nuestro país,
ahora se trasladaría a un lugar más lejos y extraño, con
otras leyes y costumbres, en ese momento me hice muchas preguntas que no tenían respuesta, ¿cuándo lo volvería a ver?, ¿cómo le va a ir durante el viaje?, entre otras.
A las 06:30 horas, salió de la casa y fue una despedida muy triste, se fue con destino a Tulancingo, Hidalgo, donde haría el primer contacto con el coyote. Los
siguientes días fueron de tristeza y dolor; 48 horas después
tuvimos noticias de él, vía telefónica, que se encontraba
en Monterrey, Nuevo León, y ahí se trasladaría a Piedras
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
Negras, Coahuila, y ya no volvería a hablar porque, según
el coyote, cada vez sería más difícil comunicarse por teléfono. Durante los siguientes días perdimos comunicación,
no sabíamos nada de mi padre. El día 7 de abril del mismo
año tuvimos noticias de él, que ya había llegado a su destino, que era en la ciudad de Atlanta, Georgia.
Hoy que tengo la oportunidad de estar nuevamente
con mi padre y durante las pláticas que hemos tenido, algunas veces me ha contado lo siguiente: “Cuando salí de
aquí me fui a Tulancingo, Hidalgo, en la central de autobuses localicé al coyote , con las señas que él me había dado,
nos fuimos a México, Distrito Federal; en la Central del
Norte lo esperaban otras personas, él nos indicó a dónde
y a qué horas deberíamos sacar el boleto para la ciudad de
Monterrey, hasta ese momento yo no sabía cuánta gente
llevaba, sin embargo me daba cuenta que se le acercaba
mucha por momentos, en Monterrey dijo que compráramos algo de comer para llevar, pero algo que no se echara
a perder, como tortillas de harina, atún y agua.
“De Monterrey nos fuimos con destino a Piedras Negras, Coahuila. En las terminales de autobuses el coyote
conseguía las líneas especiales y nosotros nos acercábamos
a sacar los boletos como cualquier pasajero, pero los de la
taquilla ya tenían instrucciones, antes de llegar a Piedras
Negras pasamos por un retén donde hay policías y soldados, nos bajaron a todos, revisaron nuestras pertenencias
y nos pidieron que nos identificáramos con algún documento oficial; yo llevaba mi tarjeta de elector. Después
de una hora aproximadamente pasamos la revisión y nos
fuimos con destino a Piedras Negras. Eran como las cinco
de la tarde cuando el autobús se detuvo, dijo el coyote que
bajáramos rápidamente y que corriéramos hacia el monte,
todos corrimos hacia la dirección que él nos señalaba, nos
detuvimos como a 500 metros de la orilla de la carretera,
nunca llegamos a Piedras Negras, bajamos antes de llegar
a la ciudad, esto ocurrió en territorio mexicano.
110
Menciones Honoríficas
“Al reunirnos en el monte éramos 27 personas de las
cuales eran el coyote y dos de sus ayudantes. El coyote dio
una serie de instrucciones, entre otras, dijo que caminaríamos tres noches, si nos agarrara la migra no decir quién es
el coyote, para que la migra no nos detenga mucho tiempo
y así poder intentar cruzar nuevamente la línea en caso de
que nos regresen, hizo que nos memorizáramos un numero telefónico, el nombre de un señor, de un hotel de Piedras Negras, que buscáramos ese lugar, y ahí nos buscaría
en caso de que fallara el cruce, porque si dicen quien es el
coyote nos van a detener como unos tres meses y vamos a
quedar fichados y después vamos a tener más problemas.
“Hizo dos grupos, cada uno con un guía, y él se regresó, ya que cuenta con documentos y él cruza por el puente internacional. Cuando empezó a anochecer iniciamos
a caminar, eran aproximadamente las 19:30 horas. Con
dirección al este, a las 22:00 horas llegamos a una casa
donde nos esperaban dos personas, descansamos como
media hora e iniciamos nuevamente a caminar. Estas dos
personas se fueron con nosotros, como a las doce de la
noche aproximadamente llegamos a la orilla del río Bravo.
Nos dijeron que les pagáramos, que ellos nos iban a cruzar el río, nos cobraron trescientos pesos, a cada uno y
entre los matorrales sacaron una lancha y en menos de
media hora cruzamos todos el río Bravo, estas personas
presentaban aliento alcohólico.
“Al pisar la otra orilla del río Bravo, pensé muchas
cosas, tuve miedo, dije –Ahora estoy en tierra ajena,
que dios me cuide. Nuevamente empezamos a caminar
siguiendo al guía, para nosotros todo era desconocido.
Como a las cinco de la mañana detuvimos la marcha en
un lugar con muchos matorrales, el guía dijo que conforme fuera amaneciendo nos fuéramos escondiendo mejor,
durante el día hiciéramos el menor ruido. Todo el día estuvimos escondidos entre los matorrales, como animales o
delincuentes, unos durmieron pero yo ese día no dormí,
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
porque cercas del lugar donde estaba escondido había un
árbol podrido y pensé que en ese lugar podría estar alguna víbora o algún otro animal ponzoñoso.
“Al caer la noche el guía nos reunió, hizo algunas
recomendaciones dijo que no nos quedáramos mucho
durante el camino y empezamos a caminar. Durante el
trayecto cruzamos varios alambrados muy altos, todo esto
deberíamos hacerlo con rapidez. Como a la media noche,
como tres personas empezaron a quedarse, decían estas
personas que no estaban acostumbrados a caminar y que
ya estaban muy cansados, por lo que el coyote les dijo que
si querían podrían quedarse. Él les indicaría por donde
regresarse, le dijeron que querían seguir, esto hizo que el
avance fuera lento. En el trayecto a algunas personas se
les terminó el agua; el coyote empezó a molestarse por
la lentitud de algunas personas, que hacía que fuéramos
esperándolos y a cada rato hacíamos paradas. Durante el
camino se oían el aullido de coyotes o lobos y ruidos de
otros animales. Pasamos por un estero donde había agua,
por la oscuridad no vimos cómo era el agua y la mayoría tomamos agua de ahí y asimismo llenamos las botellas
que llevábamos vacías. Esto ocurrió durante la segunda
noche de camino, por fin detuvimos la marcha como a las
05:30 de la mañana, nuevamente a escondernos entre los
matorrales.
“Esta vez creo que sí dormí un rato, por que desperté
con mucho frió, las botellas de agua que habíamos llenado durante la noche eran de agua sucia con gusanos, sin
embargo, así tomamos el agua. Estaba nublado, como a
medio día empezó a llover y así estuvo toda la tarde, pero
por el lado mexicano se veía que la lluvia era más fuerte,
nos mojamos todos ya que esto no fue previsto y nadie
llevaba ningún naylon o algo para protegerse de la lluvia;
esto ocurrió durante el segundo día. A pesar de la lluvia,
a lo lejos se escuchaban ruidos de vehículos y como en
dos ocasiones el ruido de una avioneta, éstos eran de la
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Menciones Honoríficas
patrulla fronteriza. Ese día algunos ya no tenían qué comer
ya que lo que llevaban se les había terminado por que la
mayoría eran jóvenes de entre 18 a 22 años de edad. Al
principio se dedicaron a puro comer por el camino, y los
demás eran mayores de 35 años.
“Al caer nuevamente la noche, la tercera noche, iniciamos a caminar. Todos estábamos mojados; dijo el guía
que le echáramos ganas ya que el avance sería más difícil
porque había mucha agua en el camino, como a las diez
de la noche vimos las primeras luces de un pueblo grande, rodeamos completamente ese pueblo, tardamos varias
horas de camino, de igual forma cruzamos varios alambrados altos. Llegamos a una carretera pavimentada, donde
ya pasaban vehículos. Estuvimos escondidos por varios
minutos, había un alambrado muy alto, el guía dio algunas instrucciones para cruzar al momento que él indicara,
cuando consideró conveniente cruzamos el alambrado y
nos metimos dentro de unas alcantarillas donde la mitad
de estas, tenía agua. Entré en una de ellas, el avance tenía
que ser a gatas, a lo lejos se veía un círculo blanco, era
donde terminaba la alcantarilla; cuando íbamos como a la
mitad pasaron algunos carros. Por momentos pensé que la
alcantarilla iba a reventar, al salir a la otra orilla de la carretera, había mucho lodo, no importando esto, el guía dijo
que corriéramos, aquí nos perdimos como media hora, ya
que al correr algunos tomaron diferentes direcciones, todo
esto yo lo había visto en películas pero ahora lo estaba
viviendo en carne propia nunca antes me había imaginado
que esto fuera real.
“Al reunirnos nuevamente, un señor dijo que ahora sí
se iba a quedar porque ya no podía caminar, con lo mojado le dolían todos los huesos, por lo que el guía le dijo:
–Ahora le sigues porque si te quedas y te entregas a la
migra en menos de dos horas nos localizan a todos–. A lo
lejos se veían unas luces, decía el guía que era un destacamento de la patrulla fronteriza, por lo que con la ayuda de
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
algunos jóvenes casi arrastrándolo se lo llevaron. El señor
empezó a quejarse que le dolían las rodillas, por momentos le levantaban el ánimo y otras ocasiones lo regañaban
ya que esto no era un juego, y si se quedaba nos afectaría
a todos y ya habíamos avanzado mucho.
“Como a las tres de la mañana llegamos nuevamente
a una carretera, la cruzamos y avanzamos como a unos
cien metros y ahí dijo el guía que podíamos descansar,
que a las cinco de la mañana nos acercaríamos a la carretera ya que vendrían por nosotros. Durante todo este
trayecto únicamente éramos el guía y doce los que íbamos
de emigrantes, al cuarto para las cinco, nos acercamos a la
orilla de la carretera, dijo que todos tiráramos las mochilas
que llevábamos, que nadie debería de subir con mochila a
los vehículos, y aunque llegaran los vehículos no hiciéramos nada hasta que él diera la orden y que hubiera identificado los vehículos, a las cinco en punto de la mañana
llegaron dos camionetas cerradas, se dieron la vuelta y a
la voz del guía todos subimos a los vehículos. Volví a ver
al señor que conocí en Tulancingo, Hidalgo, la otra camioneta la manejaba el otro guía. Ellos habían llegado un día
antes que nosotros, subimos como pudimos, durante varias horas estuvimos acostados uno encima de otro como
cuando se apila la madera; la orden del chofer era que no
nos moviéramos aunque estuviéramos incómodos para no
levantar sospechas. Entramos a una carretera de varios carriles, como a las diez de la mañana de reojo vi una ciudad
muy grande pero no podía asomarme.
“Como a las doce del día se detuvo en un lugar, al
parecer cargaron combustible, continuamos el trayecto, a
las dos de la tarde entró a un estacionamiento grande. Ahí
dijo el coyote que ya podíamos sentarnos, ya habíamos
pasado lo más peligroso, sin embargo, no deberíamos levantar sospechas, este estacionamiento era de una tienda
Wal-Mart, el coyote compró de comer y nos dio a todos.
Comimos como desesperados, porque los que todavía te114
Menciones Honoríficas
níamos de comer lo tiramos junto con las mochilas. Continuamos el camino, pero esta vez ya íbamos sentados,
no deberíamos estar volteando porque la policía podría
pararnos. Como a las seis de la tarde llegamos a una ciudad, el coyote dijo que ese lugar se llama Jackson, Texas, y
donde estábamos estacionados era un hotel. Empezamos
a bajar de uno por uno con una separación de diez a quince minutos. Cada uno entró en un cuarto donde él nos
indicó. Cada vez que alguien bajaba no podía ni caminar
por lo cansado y la incomodad en que veníamos en el
interior del vehículo.
“Cuando me tocó mi turno, de igual forma no podía
caminar, con mucha dificultad me dirigí hacia el cuarto
donde todos entraban. Al entrar la cuarto del hotel ahí
estaban ya todos los del otro grupo, era un cuarto pequeño. Una vez que estuvimos todos en el interior del cuarto
nuevamente entró el coyote, dio algunas instrucciones y
dijo que esa noche dormiríamos en ese lugar y que al día
siguiente continuaríamos la marcha y que por nada deberíamos salir, que no hiciéramos mucho ruido, también
hizo aclaraciones sobre la forma del pago que se le haría.
En ese lugar le pagaron tres personas que venían del estado de Oaxaca, cada una de estas personas le dio diez y
nueve mil pesos. Según él, se molestó mucho porque no
le pagaron en tierra mexicana, porque el dinero mexicano
en ese lugar no le servía, y además hacían mucho bulto ya
que eran puros billetes de doscientos y cincuenta pesos,
sin embargo se los llevó, ahí nos enteramos por las noticias de la lluvia que nos tocó en el camino era una tromba
que había caído en la ciudad de Piedras Negras, inclusive
había muertos. Mucha gente está atorada en los árboles
según las imágenes que pasaban en la noticias. Como a
las diez de la noche llegó con sus ayudantes y nos trajo
de cenar.
“Por lo cansados que estábamos hubo como dos personas que se quedaron dormidas y no despertaron cuando
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
llegó la cena, después todos nos quedamos dormidos casi
encimados, no supe en qué momento me quedé dormido,
cuando desperté estaba ya el coyote parado en la puerta
diciendo que nos preparáramos para salir, ya que no tardaba en amanecer y deberíamos salir antes.
“Esta vez, nos organizó por ciudades donde cada uno
se dirigía, y así empezamos a viajar por diferentes ciudades de los Estados Unidos. Aquí perdí la noción del tiempo, empezó a disminuir el efectivo de la gente, porque en
algunas ciudades dejaba de dos a tres personas. Amanecía
y anochecía y nosotros seguíamos viajando, solamente se
detenían en las gasolineras para cargar combustible, sólo
me acuerdo que en el séptimo día llegué a la ciudad de Atlanta, y aquí se me presentó un problema muy grande, ya
que la persona que me recibiría no estaba y que además
él le pagaría la cantidad de mil setecientos dólares, por lo
que el coyote se molestó mucho; al tardarse mucho en
recibirme intentó regresarme, pero al avanzar como media
hora de regreso, prefirió volver nuevamente al lugar donde
me esperarían, casi estuvo a punto de golpearme, yo no
podía hacer nada ya que para mi todo era desconocido.
“Finalmente, llegué al lugar con la persona que me
recibiría, donde pude por fin contactarme vía telefónica con mi familia, siempre he tratado de ser fuerte. Esa
vez no pude seguir hablando y empecé a llorar y me dio
mucha pena, ya que en ese lugar había otras personas. Me
acuerdo muy bien que alguien dijo que no me apenara,
normalmente todos llegamos así, –llora, es una forma de
desahogarte–. Entré en un cuarto donde había desorden y
dos colchones tirados en el piso, me acosté, no supe cuanto tiempo pasé, creo que me quedé dormido. Cuando desperté nuevamente llamé a México, esta vez estaba más
tranquilo, ya estaba en los Estados Unidos, pero, ahora
había otro gran problema, conseguir trabajo.
“Traté de hacer amistad con las personas que ahí vivían, y así poder conseguir un trabajo, tardé varios días sin
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Menciones Honoríficas
trabajar, sin dinero, no podía salir por ningún lado, porque
en ese país todos andan en carro. Por fin, un día, un señor
de San Luis Potosí, después de varios días me consiguió
trabajo en la pintura. Me dijo que si quería, que ya me
había conseguido trabajo, pero que pagaban muy barato,
a seis dólares la hora. No le pensé más. Lo importante era
trabajar. Se contactó por teléfono con esa persona y le
dijo que por la mañana pasaría por mí. Al día siguiente me
levanté desde las seis de la mañana, ya que esa persona
pasaría por mí entre las seis y media a siete de la mañana. Por fin trabajaría. Pasaron por mí en un vehículo VAN
cerrado, después de dos horas de viaje llegamos al lugar
donde trabajaríamos. Me dieron instrucciones de todo lo
que tenía que hacer, puse mucha atención para evitar cometer errores ya que para mí todo era nuevo.
“El trabajo era pintar casas nuevas, mejor dicho, residencias. Pasaron los días, yo ansiaba que llegara el día del
pago. Transcurrieron quince días, por fin llegaría el primer pago pero resulta que ese señor no pagaba la quincena completa, que tendría que quedarse con tres días
de fondo, por lo que mi primer pago lo recibí hasta los
dieciocho días. El día del pago hizo cuentas de cuántas
horas habíamos trabajado, resultó ser que sólo habíamos
trabajado cien horas por lo que alcanzaba 600 dólares.
A estas alturas ya debía comidas, tenía que pagar renta,
biles, que son servicios de agua, luz, teléfono entre otros,
y aparte le teníamos que pagar combustible, porque él
nos llevaba en su vehículo para ir a trabajar, que eran
cinco dólares por día. De ese dinero me quedó muy poco
después de pagar varias cosas. En ese momento no me
podía negar, ya que lo que me interesaba era conservar el
trabajo, y así siguieron los siguientes días y el señor con
el que trabajaba no siempre tenía trabajo así que a veces
trabajaba y a veces no.
“Nunca supe cómo se llamaba porque todos le hablaban por El Cuate. Era un señor del estado de Jalisco que
117
Historias de migrantes México-Estados Unidos
tenía 17 años en los Estados Unidos, sabía muy bien el
trabajo de la pintura y demás transas. Tardé aproximadamente tres meses trabajando con este señor, durante este
tiempo hice los trabajos más pesados de la pintura, ya que
el trabajo de pintura en los Estados Unidos no es lo mismo
que aquí en México, no todo se pinta con brocha, en su
mayoría es spray, con una máquina. Debo reconocer que
los trabajos que se hacen son de la mejor calidad por lo
que no se permiten errores. Por la cantidad que ganaba
y los gastos muy grandes que se tienen que solventar era
muy poco el dinero que mandaba a México, por lo que
aquí en México no solucionaba en nada mis problemas
económicos, creo que hasta aumentaron. A estas alturas
el trabajo empezó a escasear, por lo que este señor buscó
la forma de correrme, y empezó a retrasar el pago, manifestando que no le habían pagado.
“En este tiempo ya llevaba como cuatro meses, y un
día dijo que no nos iba a pagar, que hiciéramos como quisiéramos pero que no había dinero, al mismo tiempo nos
pedía que le siguiéramos trabajando, que esta situación
en cualquier rato mejoraría, por lo que decidí salirme de
ese lugar, tratando de no salir con problemas para que
me pagara lo que me debía, eran como 90 horas. Estuve
varios días sin trabajar, tratando de conseguir un nuevo trabajo, pero en ese momento no había porque en todos los
trabajos que había se necesitaba tener vehículo para trasladarse. Total, este señor nunca me pagó, y no hay forma
de denunciar por que uno nunca sabe con qué tipo de
personas se puede encontrar en las autoridades norteamericanas, porque muchos son racistas, hasta corre uno el
riesgo de que lo pongan a disposición de las autoridades
de migración y lo regresan a México.
“Durante el tiempo que trabajé con este señor, un día
sábado nos trasladamos a trabajar. Como siempre, al salir
de la carretera interestatal 575 había un retén. El chofer del
vehículo dijo: –Ya nos cargó... ahí esta migración–, y no
118
Menciones Honoríficas
había forma de evadir la revisión. Al llegar al lugar donde
estaba la policía únicamente estaban revisando licencias
de manejo, pero este joven que manejaba no tenía licencia, ya que en el estado de Georgia a los emigrantes no les
autorizan licencia de manejo. Nos bajaron del vehículo,
al chofer lo subieron a una patrulla, el vehículo en el que
viajábamos se lo llevó una grúa, al joven se lo llevaron por
conducir sin licencia, y a los tres trabajadores que íbamos
a bordo nos dijeron que deberíamos de retirarnos de ese
lugar, por las señas que nos daban ya que estos policías no
hablaban español.
“Habíamos avanzado como hora y media del lugar
de donde vivíamos y, con el temor que nos fueran a llevar,
empezamos a caminar a la orilla de la carretera hasta llegar a una gasolinera, uno de los jóvenes ya tenia un buen
tiempo viviendo en esa ciudad y más o menos se ubicaba
en dónde estábamos, dijo –este día ya lo perdimos–, le
habló por teléfono al patrón, pero nunca lo localizó, estábamos en ese lugar como animales abandonados, por lo
que decidió hablarle a un taxi para que nos fuera a traer.
Para entonces ya eran como las doce del día, llegó el taxi
y nos llevó a donde vivíamos. Nos cobró 60 dólares, ya
que estábamos muy lejos. Ese día no trabajamos y aparte tuvimos que pagar 20 dólares cada uno. El dueño del
vehículo se enteró de estos hechos hasta el día siguiente
y, como era domingo, no pudo sacar el vehículo, sólo al
chofer, después de pagar 120 dólares de multa, y el lunes
sacó el vehículo después de pagar 80 dólares, y todavía
pidió que le cooperáramos para estos gastos y también ese
lunes no trabajamos.
“Conseguí trabajo nuevamente con otros mexicanos,
ya que al no hablar inglés no podía trabajar directamente
con los gringos, pero con esta gente era muy lejos y no
querían ir por mí, por lo que tuve la necesidad de cambiarme de domicilio a un lugar donde los vehículos de
esta compañía de pintura pasaran más cerca, y así poder
119
Historias de migrantes México-Estados Unidos
trasladarme al centro de trabajo, conseguí un lugar donde
vivir. Aunque estaba caro tuve que aceptar, eran 400 dólares al mes, y en esa compañía sólo ganaría a 7 dólares la
hora, pero no había otro remedio, por lo que acepte.
“Inicié una nueva aventura, con otras gentes pero el
mismo tipo de trabajo, por lo que no me costo mucho
trabajo adaptarme. Esta compañía de pintura tenía mucho
trabajo, pero eran muchos también los gastos. Me levantaba a las cinco de la mañana para esperar el carro a la orilla
de una carretera, ya que estos nunca tenían una hora exacta en pasar, pero, normalmente pasaban antes de las seis
de la mañana, nos íbamos a trabajar muy lejos, por lo que
el regreso también era muy tarde, de igual forma durante
la quincena no pasaban mas de 100 horas de trabajo, y
nos descontaban 30 dólares por quincena para la gasolina
y aparte cada uno tenía que comprar su herramienta de
trabajo, la ventaja era que en esta compañía el pago era
seguro.
“El trabajo de la pintura cuando llueve o hace frío
no se puede trabajar, con el agua se escurre la pintura y
con el frío no se seca. Por tal motivo a veces no se puede
trabajar muchas horas, a pesar de que hay trabajo, y aquí
si no trabajas no ganas, porque el pago es por las horas en
que se trabaja, los días en que anochece temprano tampoco se puede trabajar muchas horas ya que en estos lugares
normalmente son residencias nuevas, y no cuentan todavía con energía eléctrica.
“Una ocasión salimos a trabajar como todos los días,
viajábamos de norte a sur por la carretera interestatal 285,
una carretera de cinco carriles, nosotros íbamos en el segundo carril de derecha a izquierda, al lado derecho viajaba una señora en una camioneta, el que iba sentado al
lado derecho del chofer grito y dijo miren esa señora va
durmiendo y casi al mismo tiempo nos dio un golpe, en
la parte central del vehículo en que viajábamos, afortunadamente del lado izquierdo no teníamos vehículo cerca
120
Menciones Honoríficas
porque con el golpe nos sacó del carril y también el chofer
supo controlar el vehículo para no voltearnos, el chofer era
una persona de origen colombiano, por lo que al recuperarse y regresar al carril empezó a seguir a la persona que
nos había golpeado, tardamos varios minutos para poder
alcanzarla y detener a la citada persona, cuando se detuvo
nos dimos cuenta que era una señora como de 45 años
de edad aproximadamente, y no hablaba español, por lo
que uno de los compañeros marco a 911 para pedir auxilio, pero como nadie hablaba bien el inglés tardó mucho
tiempo para que lo atendieran, y yo creo que con el sólo
hecho de haberle dicho que no hablábamos español y que
éramos hispanos tardó como 40 minutos en llegar una patrulla.
“Como tardó mucho tiempo en llegar la patrulla, una
vez que la señora se le pasó el susto y al ver que nadie de
nosotros hablaba inglés, subió a su vehículo y se retiro del
lugar. Cuando llegó la patrulla ya no estaba esta persona,
después llamaron a una ambulancia y también tardó en
llegar, cuando llegó la ambulancia se llevaron a dos personas, los que resultaron lastimados, aunque no de gravedad. Después que la patrulla tomó nota de los hechos,
proseguimos nuestro camino. Al llegar al lugar del trabajo
le informaron al patrón de los hechos, por radio, por que
se enojó bastante y ordenó que nos regresáramos y este
día lo perdimos al no poder trabajar, y aparte nos castigo
un día diciendo que por falta de cuidado, fueron dos días
sin trabajar. Esto sucedió en el mes de octubre.
“Aunque ya llevaba como seis meses en los Estados
Unidos mi situación económica no mejoraba, hasta entonces comprendí que la vida en este país era trabajar y
trabajar, sin poder conseguir nada, eran pocas las posibilidades de ahorrar, ya que todo se tiene que pagar, (renta,
agua, luz, gas, teléfono, basura) entre otros gastos, para
trasladarse de un lugar a otro, como ir a una tienda o a depositar dinero, se tiene que conseguir que alguien lo lleve
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
en su vehículo o en su caso pagar taxi, no puedes faltar a
tu trabajo por que no te pagan, no puedes darte el lujo de
enfermarte porque si faltas varios días te despiden, porque
cuando falta alguien el patrón pierde mucho dinero.
“Durante este tiempo conocí a mucha gente, mexicanos, de Guatemala, Honduras, El Salvador, Venezuela,
Paraguay, entre otros, trabaje con dos maras salvatruchas,
cada uno con una historia diferente. A la hora de la comida no reuníamos y cada uno platicaba su historia sobre la
forma en que llego a los Estados Unidos, había personas
que tardaban varios meses en llegar a este país.
“Por la forma en que contaban sus historias los centroamericanos, tienen un concepto pésimo sobre la policía de México, ya que durante el trayecto que dura de
Chiapas hasta llegar la frontera norte de México, sufren
muchas humillaciones, y la misma policía les roba su dinero o que tienen que entregarle para que no los detengan.
Un guatemalteco decía que tardo 30 días para llegar a los
Estados Unidos, que él viajó en un grupo de 40 personas donde iban 8 señoras. «En Nogales los tuvieron varios
días encerrados en una bodega, los coyotes las obligaban
a tener relaciones sexuales, –y como estaban armados nosotros no podíamos hacer nada, sentíamos un coraje por
la impotencia de no poder intervenir. Esto sucedió durante
varios días, cuando llegaba la noche y llegaban los coyotes
las señoras lloraban, porque sabían lo que les esperaba
durante la noche. Por fin llego la noche en que nos iban a
cruzar, por Nuevo México, una de las señoras dijo que lo
más seguro que iba a llegar a los Estados Unidos embarazada. Durante el cruce que hicimos por el desierto una de
las señoras se volvió como loca, empezó a gritar porque
el calor era muy fuerte, el coyote dijo que si no podía ya
caminar que ahí se quedara, que él no se iba a esperar
por una persona, se quedó en el desierto la señora nunca
supimos cual fue su destino.»
122
Menciones Honoríficas
“Así como esta historia existen miles de historias,
cada emigrante que existe en los Estados Unidos es una
historia diferente. Unos pasan en la primera y otros tienen
que intentar en varias ocasiones hasta lograr su objetivo.
Después de escuchar varias historias más difíciles y complicadas que la mía, comprendí que yo tuve mucha suerte
ya que a la primera llegue a mi destino sin mayores dificultades, salvo los riesgos que corrí en el camino, como la
picadura de una víbora o algún otro animal venenoso.
“Durante mi estancia en los Estados Unidos, aprendí
algunas cosa buenas, como son: las leyes se respetan, porque si no, la aplicación es muy drástica; hay personas que
ayudan al emigrante; el enemigo mas grande del mexicano es el mismo mexicano que ya está ahí, porque piensa
que le van a quitar el trabajo. En los Estados Unidos con
un solo dólar puedes comprar algo para comer, y en cambio aquí en México con un peso no comes, puedes comer
y vestir muy bien sin necesidad de mucho dinero, comprar
un buen carro, y gozar de varios lujos, siempre y cuando
trabajes o tengas trabajo.
“Durante este tiempo, aquí en México no teníamos
teléfono, únicamente contábamos con un celular, por lo
que al realizar alguna llamada desde los Estados Unidos
a mi familia le costaba más caro que a mí. Por teléfono
era poca la comunicación con mi esposa e hijos, era muy
poco el cambio en cuestión de dinero, trabajaba como
esclavo y al cobrar todo se iba en pagar, pero tampoco
podía regresarme porque no tenía dinero, ya que cuando
el anterior patrón cuando no me pagó casi una quincena
también tuve que conseguir dinero para poder sobrevivir
en los siguientes días, y esto lo tuve que pagar con mi
nuevo trabajo, aunque en el actual trabajo era seguro, sin
embargo no era lo suficiente para solventar mis problemas
económicos.
123
Historias de migrantes México-Estados Unidos
“Se me presentaron algunos problemas aquí en México, donde requería de mi presencia y también llegó el mes
de diciembre, la navidad, la familia lejos, yo en un lugar
extraño con gente extraña, y como no mejoraba nuestra
situación económica, decidí regresarme en el mes de diciembre. Hice planes para regresarme pero no pude llegar
en la navidad, así que inicie mi viaje de regreso después
de la navidad, y por autobús porque por avión no me alcanzaba mi dinero. Me ayudaron a conseguir un boleto
del más barato en una línea de autobús y el 26 de diciembre de ese mismo año salí de la ciudad de Atlanta
con destino a Houston, Texas. Llegamos después de doce
horas de viaje, de ahí trasbordamos con destino a Monterrey. Al caer la noche del día 27 llegamos a un puente
internacional del cual no recuerdo el nombre ni el lugar,
el chofer dijo que si no queríamos que nos revisaran que
nos cooperáramos de a 10 dólares cada uno de los pasajeros, para que no tardáramos en pasar, de lo contrario nos
revisarían nuestras pertenencias, ya que mucha gente trae
cosas, y así no pagaría el impuesto correspondiente.
“Había un autobús estacionado delante de nosotros
y tenía todas las cosas fuera de la cajuela, parecía un tianguis, por lo que la mayoría estuvo de acuerdo; solamente
los que no traían nada no estuvieron de acuerdo, pero el
chofer dijo que todos deberían de entrarle, por lo que una
persona de los pasajeros se encargó de juntar el dinero y se
lo entregó al chofer. Este señor se bajó del vehículo y entró
a las oficinas de migración. Esto ocurrió del lado americano, desde la ventanilla observe que saludó a todos lo que
se encontraban adentro de la oficina pero no me di cuenta
en qué momento entregó el dinero. Al mismo tiempo dentro al autobús subió una persona de migración del sexo
femenino, pidió que todos nos identificáramos con algún
documento oficial, solamente hubo tres personas que no
traían consigo ningún documento por lo que les dijo que
bajaran del carro, y se los llevaron al interior de las ofici124
Menciones Honoríficas
nas. No tardaron más de cinco minutos y regresaron, les
preguntaron que les dijeron y uno de ellos dijo que nada,
que solamente les pidieron 20 dólares a cada uno.
“Después de esto llegó el chofer y dijo que todo estaba listo, que ya nada más faltaba que sellaran las cajuelas
para que en el lado mexicano ya no nos revisaran, –por
que ahí sí nos friegan, ellos son mas. Al autobús se acercó
una persona del sexo masculino y le colocó unos sellos
en la cajuela con la leyenda de Revisado, posteriormente
reiniciamos nuestro viaje ya en territorio mexicano. En ese
momento sentí una sensación muy bonita, como que me
sentí más tranquilo, a pesar de que faltaba mucho para
llegar a mi casa. Cuando llegamos a la garita del lado
mexicano el chofer les dijo a los de la aduana que ya nos
habían revisado, únicamente revisaron los sellos y no hicieron más preguntas.
“Llegamos a Monterrey y cambiamos de autobús con
destino a San Luis Potosí y de ahí nuevamente nos pasamos a otro autobús con destino a Querétaro, para entonces ya era la mañana del 28 de diciembre, en Querétaro ya
no cambiamos de autobús, únicamente nos dieron boletos
para la ciudad de México, otros para Guerrero, Oaxaca, y
otras ciudades. Cada quien se fue en la hora que ya habían
establecido los de la línea de autobuses, esto en virtud que
la línea de autobuses en que viajamos únicamente llegaba hasta Querétaro. Por la tarde, aproximadamente a las
cinco de la tarde llegue a mi casa a reunirme con mi esposa e hijos, donde nunca debí haber salido, con lágrimas fui
recibido, pero esta vez no eran de tristeza, sino de alegría
de estar nuevamente juntos, aunque debo reconocer que
llegué sin dinero.”
Hoy ha pasado más de un año, que mi padre llegó de
los Estados Unidos. Creo que soy un afortunado, dios nos
ayudó a traer de nuevo a mi padre a casa. En esto de la
migración también fui involucrado aunque no en forma directa, porque sufrí mucho la ausencia de mi padre, ahora
125
Historias de migrantes México-Estados Unidos
sé como sufren las familias que ven partir un hijo, un padre
de familia, un esposo, un hermano, con destino a los Estado Unidos por que nunca se sabe cuándo lo volverán
a ver. Y a partir de este tiempo, aunque tenemos muchas
carencias, no nos ha faltado de comer en casa. Cuando regresó, tardo mucho tiempo para conseguir trabajo, ya que
las personas mayores de 40 años o más es muy difícil de
conseguir trabajo. A pesar de esta mala experiencia que
tuvimos en esta familia hemos seguido adelante, voy a seguir estudiando, a prepararme para tener un mejor futuro
para que algún día no tenga que sufrir en carne propia esta
mala experiencia, donde no todos corren con la misma
suerte. Cuando veo las noticias en la televisión de los que
se mueren al intentar cruzar el río Bravo o en el desierto,
esto me entristece, porque se me viene a la mente lo que
algunas veces mi padre me ha platicado.
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“Si mi mamá se hubiera quedado,
no estaría con nosotros”
Autor: Cuauhtli
N
o es un error, no es una paradoja prefabricada, es
una idea florecida en el recuento superficial de lo
que mi mamá ha vivido y de los muchos caminos
que pudo caminar, es tan extraño, pero no lo puedo dudar.
Tan profundo llega la incongruente cotidianidad
mexicana, que hace que se tambaleen los patrones que
tenemos de bueno y malo, y se complica cuando surgen
extrañas cosas manchadas y tornasoladas que nos confunden con sus matices a la hora de emitir un juicio. ¿La migración, qué tan mala o qué tan buena es? ¿Mi mamá en
verdad está lejos?
La primera vez que fue mi mamá a Estados Unidos
a trabajar yo debía tener entre seis y ocho años, y es que
no lo recuerdo bien porque tuve la fortuna de contar con
mis abuelitos y una tía que nunca dejaron que me sintiera
abandonado, y también porque a esa edad uno elimina
las angustias y tristezas con llantos de lagrimas livianas y
abundantes y con juegos extenuantes. Y es que la distancia
entre personas realmente ¿con qué se mide?, ¿con minutos de silencio?, ¿con días de olvido?, ¿con incongruencias
sobre características a la hora de pensar en las personas?,
¿con lugares de sobra en fiestas?, ¿con kilómetros? La figura de mi mamá seguía presente, a pesar de la distancia, y
porque también siempre hubo algo de distancia.
Ya desde entonces y más atrás hay pruebas del tesón
y rectitud de mi mamá a la hora de hacer algo. Nunca
dio señales de su decisión de partir (al igual que cuando
yo iba a nacer, nadie se dio cuenta hasta muy cerca del
127
Historias de migrantes México-Estados Unidos
acontecimiento), sólo uno o dos días antes lo debió haber
comentado, yo no me di cuenta. Fueron esos días suficientes como para que la confusión en la casa le diera la
soltura para irse. No sé hasta ahora en qué día ni en qué
hora exacta dejó de estar junto a nosotros. Al presente
parece extraño, que no hubiera sentido raro no verla con
su vestido de rayas amarillas y negras en el lavadero por
las mañanas, ni que no hubiera quien me preguntara y me
corrigiera en las tareas escolares de primaria.
Mi familia y yo somos de Huiramba, Michoacán, un
pueblo pequeño, anteriormente principalmente campesino. Mi mamá es madre soltera, o bueno, es a lo que más se
acerca, porque mi papá y ella no se casaron ni estuvieron
juntos, porque mi papá desde que nací se fue a Estados
Unidos, tengo contacto con él, no mucho, y en los últimos
cuatro años ha sido que me ha apoyado económicamente
de forma considerable. Él es otra historia con argumentos
muy diferentes a los de mi mamá, pero que al fin los dos
terminaron en el mismo territorio. Él estudió una licenciatura, mi mamá la prepa, mi mamá me tenía a mí y a otra
media hermana, mi papá tenía aspiraciones profesionales.
Los motivos por los que se fue mi mamá no los sé
exactamente, tal vez quería que siempre comiéramos y
vistiéramos bien, y que fuéramos a la escuela sin tener
dificultad a la hora de necesitar una libreta y un lápiz. Tal
vez quería mejores cosas para ella, no lo he preguntado
porque tengo la certeza de que la estabilidad material para
nosotros la ha conseguido, y tampoco pregunto porque
tengo el presentimiento de que en el fondo hubo motivaciones más que materiales, motivaciones de esas que dan
energía pero a veces duelen, tal vez quería cambiar su
vida y yo creo que también cambió.
Tampoco sé cuándo empezaron los cambios en la
casa, aquí con mis abuelitos, mi tía (que permite que tenga
la dicha de decir que tengo dos mamás) y mi hermana,
ni cuándo llegó la primera carta donde me decía que me
128
Menciones Honoríficas
portara bien con mis abuelitos y mi tía y que cuidara de
mi hermana, ni cuándo llegaron los primeros dólares, ni
cuándo use ropa gringa, ni cuándo todo esto se volvió levemente parte de la rutina.
Para entonces aquí en el pueblo donde vivo cada
vez más personas emprendían el viaje al Norte. Pronto
también comenzaron los regresos efímeros de aquellos
que jugaron en las calles empedradas del pueblo y en el
campo, los que ayudaron a sus padres a sembrar y a cosechar los frutos del sol, la tierra y el agua, y que se alejaron
de eso. Todavía hoy es muy fácil identificar a aquellos que
estuvieron en el Norte, tienen la piel diferente por que
se acostumbró a los rayos de sol mas leves de latitudes
diferentes, los jeans bien cuidados, tenis y playeras, y en
algunos hasta el acento cambia. Puede que se sientan diferentes, tanto que chocantes pueden parecer. Diferentes
no por haber gastado sus días en un lugar diferente, en el
fondo tal vez se sienten algo diferentes por tener deudas
con amaneceres, soles, soplos de aire, lluvias y cambios
en el pedazo de tierra que no se engaña a sí misma y
los ve como parte de ella, así como debería ser en todas
las tierras, todas que son una. Pero a pesar de que la tierra ahí esta esperando ser fertilizada por la humedad de
nuestro sudor, tranquila sosteniendo miles de caminos y a
las casas, podemos muy cómodamente no verla y tratar
de separarnos mediante capas de cemento de vanidad y
pretensión. Se nos olvida muy fácil la fruta que hemos
comido, nutrida de amor callado, agua, sol y minerales,
pero no se nos olvida fácilmente el árbol que nunca dio
manzanas y así dejamos de empapar sus raíces con agua y
sus hojas con miradas.
Pienso que es muy difícil poder olvidar cómo entender palabras en español, habiendo de mil colores, sabores
y olores, sólo a causa del polvo generado por pedir muchas veces hamburger and soda, pero lo difícil también
pasa.
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
Fueron alrededor de cuatro años que mi mamá permaneció en Estados Unidos sin regresar. Ahora sé que para
nada era cuestión de no querer regresar, si no de tratar de
desquitar o sacar provecho de la travesía del cruce de la
frontera, que es muy caro, y me imagino que nada agradable como para quererlo repetir en cuatro años. En ese
entonces no teníamos teléfono, casi nadie en el pueblo,
pero frente a la casa había una cabina telefónica pública,
mandaban comúnmente a un niño mensajero cuando mi
mamá llamaba, e íbamos mi abuelita, mi tía, a veces mi
hermana (era muy pequeña) y yo, y esperábamos nuestro
turno para entrar en la cabina de madera y cristal que intentaba aislarnos para que permaneciéramos mi mamá y
yo suspendidos y juntos en nuestras voces.
Nuestras pláticas no eran tan amenas, siempre estábamos bien, aunque acabáramos de pasar por una fuerte
gripa o tristeza, nunca quisimos que mi mamá se preocupara por nosotros, eso aleja, pero los sentimientos a veces
se escapan de las palabras y viajan en los tonos leves y pesados del aire que exhalamos al hablar, a veces no era necesario decir que habíamos estado enfermos o de malas.
Lo material era lo que más me tenía unido a mi mamá, me
parece algo mezquino, me emocionaba muchísimo con la
noticia de que algún tío o pariente regresaba con algo que
nos mandaba mi mamá, estrenarlo era muy agradable. No
correspondí a su consideración: las cartas todavía hoy me
cuestan, no sé qué escribir, mi cotidianidad se me escapa
de la mente como algo muy ligero, lo que siento a veces
no lo logro atrapar, excusas, sólo excusas.
Mi mamá regresó para cuando yo egresé de la primaria, quiso estar en ese momento, apuntalando su gran presencia en nuestras vidas. Se notaba que estaba con nosotros. Le gusta estar en casa, le gusta ir a Pátzcuaro, pueblo
grande que tal vez resguarda tantas nostalgias suyas pero
que no son necesarias para sentirse bien allí. Me daba
miedo no ser lo que ella creía que era, y lo peor es que
130
Menciones Honoríficas
yo no tenía idea de cómo debía ser. Cualquier asomo de
reprimenda me asustaba demasiado. Mucho del tiempo
de su primer regreso se fue en lo que me pareció todo
un peregrinaje para conseguir una visa. No era necesario
que lo dijera; no debió ser nada agradable su primer cruce
ilegal de la frontera, tan desagradable debió ser que en
busca de esquivar un segundo intento viajó por la visa a
Ciudad Juárez, al DF, salía mucho a Morelia, gastó mucho
dinero, juntó constancias, documentos, etc., hasta que
consiguió la visa después de algunos meses, no creo que
de forma muy recta porque sería difícil que le dieran visa
a una madre soltera sin trabajo, porque obviamente para
cualquiera estarían implícitas ciertas ideas, y aparte hay
tantas madres solteras que quieren ir a los Estados Unidos
de forma legal, y no precisamente a conocer Nueva York.
Regresó a Estados Unidos y yo, que soy perezoso y
ensimismado, dejé que la distancia de su recuerdo en mí
se fuera haciendo más grande, me pedía cartas o fotos y
hasta hoy puedo contarlas con una mano; hubo regaños,
me dijo alguna vez que la había decepcionado, eso me
dolía mucho pero yo no hacía nada. Las palabras hijo y
mamá son tan antiguas y han sido tan fuertes que con sólo
decirlas, aún con frialdad, siguen uniendo personas. Así
pasó otra vez el tiempo, sintiendo, o más bien no sintiendo, a mi mamá.
Hasta ahora la historia de mi mamá se parece en
mucho a la historia de cientos de personas en México,
y aún tengo la certeza de que hay unas historias mucho
más fuertes, que superan hasta la tendenciosa y amarillista
visión de la migración que presentan los medios. Gente
de mi comunidad ha muerto deshidratada y abandonada
en el desierto. De otros no se ha sabido nada por años.
De otros, peor aún, se tiene noticia, pero de que han olvidado sus raíces y a la gente que los quiere, incluidos
hijos y esposas. Se sabe de personas con VIH que vienen
a morir matando a sus esposas y a más con su ignorancia,
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
irresponsabilidad, o desdén con la vida. Hay gente que
está en la cárcel, estancada en las leyes de Estados Unidos hasta quién sabe cuando. Hay quienes sólo regresan a
ser acogidos en el panteón por la tierra que siempre tuvo
la esperanza de que iban a regresar (pero, como se me
quedó grabado y como me pareció triste cuando supe y
escuché las campanas del entierro de una señora a quien
fácilmente evocaba, siempre junto a su hija. Ellas intentaron irse juntas al Norte, pero ninguna pudo lograrlo y,
peor; sólo una regresó al pueblo, cuentan que intentaron
cruzar por una especie de túnel que servía de desagüe y
que el afluente aumentó, la señora se ahogó, su hija regresó sola y con la mirada perdida, todo en el transcurso de
una semana, todavía yo recordaba haberlas visto juntas
fuera de su casa hace pocos días). Pero también mi mamá
paso algo que se queda grabado en el alma.
Un sábado de esos en los que íbamos a la casa de
un tío a hablar por teléfono con mi mamá, ella me confió
algo: tuvo cáncer. Cáncer suena malo, suena a muerte,
suena extraño, suena a noticia de televisión. Suena distante porque en el fondo uno quiere que sea así. Creo que
mi mamá se adelantó a mi primera lagrima fácil, notó tal
vez el pequeño espasmo en mí y no quiso que derivara
en algo que me hiciera sentir mal y dijo —ya pasó, ya
me extirparon el tumor, todo va bien dicen los doctores,
ahora sólo voy a terapias. Siguió el temor en mí, sabía yo
que el cáncer puede ser escurridizo y malero, atacando
cuando menos se lo imagina uno. Lo que más me dolió
fue cuando me contó que había estado en el hospital por
semanas, y sin embargo siempre nos habló por teléfono
cada quince días como siempre lo había hecho. No nos
percatamos de nada, me dolió imaginaria sola en un hospital, como nunca la había visto o imaginado. —¿Por qué
no nos dijiste nada? —le cuestioné con una pizca de coraje
que iba dirigida en verdad hacia mí, mi hermana, mi tía y
mis abuelitos, porque sentía en ese momento que nosotros
132
Menciones Honoríficas
habíamos sido los que emprendimos el viaje frívolo hacia
un lugar lejos de ella. Me dijo: —¿Qué hubieran hecho?
solo preocuparse, —una frase fría pero tremendamente
verdadera y que denotaba la gran consideración que ella
tenía hacia nosotros.
Hasta entonces nunca había pensado en la posibilidad
de la muerte de mi mamá ni había sentido lo mucho que
me hacía sentir. Ahora que escribo quiero llorar de nuevo.
Tampoco había notado que la vida es tan exuberante en
situaciones y sentimientos, nos puede siempre sorprender
fácilmente. También lo que me atravesó la mente como
una ráfaga de luz paralizante pero transitoria fue darme
cuenta de las grandísimas consecuencias que puede tener
una decisión, en las que se incluye la muerte, esto lo digo
porque cuando también me contó que había tenido que
asistir a quimioterapia y radioterapia, y demás trajines de
la guerra contra la muerte, y que era muy caro todo, y
que, sin embargo, contaba con el seguro social estadounidense que le permitió acceder al tratamiento que evitó
el desarrollo del cáncer, detectado en una visita rutinaria
al doctor del seguro, muy, muy rápidamente pasó por mi
cabeza el recuerdo de una vecina de enfrente que murió
de cáncer y tuvo los recursos para el tratamiento y, sin
embargo, le fue complicado tener una cura porque, pues
desgraciadamente en México todavía era y es complicado
batallar eficazmente contra la enfermedad por los costos y
la deficiente infraestructura médica.
Concluí tristemente que si mi mamá no hubiera emigrado a Estados Unidos y se le hubiera desarrollado el cáncer estando aquí, lo más probable es que hubiera muerto,
porque habría muchos motivos: no tenemos recursos para
acceder a un tratamiento eficaz, no tenemos seguro social, no tenemos el hábito ni la facilidad de hacernos unos
buenos chequeos a nuestra salud periódicamente, pero tal
vez algo en lo que no importa si el cáncer se hubiera presentado en Estados Unidos o en México es el impulso que
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
mi mamá tuvo de sobrevivir por nosotros, y es que así me
lo hizo entender. Y más allá llega esta situación, más allá
de pensar en cómo es de grandemente perturbadora la
vida, de cómo enfrente de nuestras narices puede explotar
una estrella y no nos damos cuenta, llego a lo que muchas
veces llegamos a pensar todos: “algo está haciendo mal la
humanidad”, algo o mucho, diría yo, y es que mi mamá,
porque las leyes así lo dicen, no tiene derecho a Seguro
Social en Estados Unidos, y aquí y en muchísimos casos
Seguro Social significa derecho a seguir viviendo, y ella
no lo tiene. Lo que pasó es que utiliza el nombre y los beneficios legales de otra persona, que consiguió por medio
de unos papeles, así que su nombre en Estados Unidos es
otro diferente al que le conocemos.
Con todo esto es fácil imaginar lo extrañados que
muchos nos sentimos al escuchar discursos y noticias tan
ajenas, con lo mucho que significa la migración. No es dinero lo que se busca, si no mejores condiciones humanas;
no es invasión, la gente no es un bicho; no es cuestión de
diplomacia, es cuestión de conciencia. Pero cuándo veremos el mundo con más claridad y menos codicia estéril.
Ojalá pronto.
Mi mamá cambió, sigue siendo una persona de temperamento fuerte pero tiene tantos ratos de buen humor
y tranquilidad que es notorio su renovado aprecio por la
vida. Siempre me parece tan profunda e inteligente, siempre había sido inteligente. Ahora que lo pienso, hubo pequeñas señales de la revolución por su acercamiento con
la muerte; alguna vez me regañó por teléfono y no quiso
hablar conmigo pero poquito tiempo después, casi llorando, me pedía perdón a pesar de que hay mucho por qué
regañarme. Cada vez siento que la quiero más, lástima
que a veces me vuelvo a ensimismar y me da tanto miedo
decepcionarla.
Si mi mamá fue capaz de ocultar algo tan grande,
no dudo que minimice su cansancio, su tedio a causa del
134
Menciones Honoríficas
trabajo de cocinera de cafetería, de la soledad de estar en
un país tan ajeno muchas veces del mundo, de ese mundo
que necesita sólo paz y conciencia, de que tenga ganas de
regresar a comer un elote de la milpa de mi abuelito.
Nunca he cuestionado a mi mamá por haberse ido
a Estado Unidos a trabajar, porque ha tenido mucho de
bueno, no la he cuestionado a pesar también de que en
fondo me gustaría que estuviera más cerca y que su trabajo sirviera para mejorar ese México de personas con
hambre de justicia y pan, pero tal vez eso nos corresponde a los que fácilmente accedemos al fruto de esta tierra
rica y de la gente de verdad trabajadora. ¿Yo, ir a Estados
Unidos? Mejor no digo nada, porque la vida puede hacernos tragarnos nuestras palabras. Recuerdo cuando fui
a acompañar a un tío a la parada de autobuses cuando
partía al Norte. Creo que lo más difícil del viaje sería ver
alejándose las siluetas de las casas de mi pueblo.
135
“RAMS”
Autor: Fuji
E
l banco de mi memoria, como el CPU de una computadora obsoleta, ha alcanzado su punto de saturación: con el correr de los años mis travesías han depositado sedimento tras sedimento hasta finalmente copar
los vértices de mi bóveda craneana.
Como arqueólogo inquisitivo urgo de cuando en
cuando entre las ruinas de mi pasado, y ante mí se revela
la cúpula prístina de la iglesia del pueblo donde fui bautizado en tiempos antediluvianos. Me veo recorriendo las
calles húmedas de la capital en los tiempos del tranvía,
después de la construcción de las pirámides del Sol y de
la Luna y antes del Metro y los Ejes Viales, después de
los aztecas pero antes de los imecas. Distingo a un niño
provinciano originario de un lugar con domicilio conocido
que se deslumbra ante la luminosidad de los anuncios de
neón y, como adolescente, se pierde en la absoluta, maníaca e impersonal inmensidad de la ciudad.
Cautivado por la vasta horizontalidad de Los Ángeles,
deambulo por Sunset Bulevard, Montebello, East Los Angeles y la City of Commerce; asisto a una obra del Teatro
Campesino; pido en un Denny’s en mi mutilado inglés an
order of scrombol eggs, some hot keis an a cop of cofi; y
vagamente ubico en el sur las torres de plástico del castillo
prefabricado de Disneylandia, hogar de Blanca Nieves y
su séquito de liliputienses refugiados europeos.
Me abraza el verano fulgurante en las playas del Lago
Michigan; transito por los pasillos asépticos de la Universidad de Chicago y sus muy góticas imitaciones. Vislumbro
137
Historias de migrantes México-Estados Unidos
los rostros familiares de compatriotas, amigos y me trenzo
en una batalla invernal con mi dulce Jessica Nadine y mi
apuesto Benjamin Daniel, empleando como proyectiles
gélidos copos de nieve.
Me atormenta la indecisión de mi pasión culinaria
¿Cenaré comida tailandesa, china, japonesa, vietnamita,
filipina, libanesa, griega, persa, judía, polaca, suiza, alemana, salvadoreña, guatemalteca, cubana, portorriqueña, o buscaré refugio seguro en mis bien amados platillos
mexicanos?
!Ay, Chicago, catedral del hedonismo gastronómico,
House of the Blues, cómo añoro tu estrepitoso subway, tu
multicolor collage de vecindarios, tus estupendas mutantes raciales, tus Spring Rolls, Chow Meins, Falafels, Gyros,
Corn Beef and Pastrami sandwiches, Potato Dumplings,
Blinzes, Swedish Pancakes, Pupusas, tu lechón y tu arroz
con gandules!
También recorro el decrépito centro de la Meca del
Automóvil, Detroit. Contemplo a un venado y a su cervato a clásico galope sobre la carretera federal US 94; en
una huerta perdida, mordisqueo una manzana corte usted
mismo y diviso en el cielo redondo una parvada de patos
que se dirige en formación triangular al Cono Sur !Quién
pudiera ser un ave para emitir graznidos burlones a las
migras del mundo y a los programas de viajero frecuente!
Me solazo en los ojos moriscos y la voz sensual de
María Isabel, la híbrida gallega argelina. Siento en mi rostro el aliento cálido de Yukari, esa brisa proveniente de
Kumamoto. Lamento la partida de Jasmine, la irlandesa
que no halló eco a su melodía de amor. Disfruto la compañía de André, el hindú coqueto baila salsa de Goa, de
David, el noble chilango, y de Javier, la quintaescencia de
la gentileza chicana.
Me lastima la inseguridad de mi multitalentosa y pintoresca amiga Jane, la irlandesa americana de corazón latino
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Menciones Honoríficas
en conversión perpetua al judaísmo ortodoxo, que se declaró en huelga de pasión hace dos décadas. !Pobrecita!
Me ensordece el ruido de las discotecas de la Avenida Revolución en Tijuana, repletas de jóvenes menores de
21 años ready to let the good times roll; hieren mi sentido
estético las artesanías de los curious shops; y me deja atónito el borriquito con pretensiones de cebra, espécimen
peculiar de la contracultura animal que, en su intermitente
lucidez, rebuzna por un psicólogo.
Cual espectros, las siluetas de los que se van contrastan con el color grisáceo de la Tortilla Curtain. En un
santiamén, se metamorfosearán de mexicanos a indocumentados. Clarito veo la línea divisoria entre Tijuana y San
Isidro con sus serpentinas de autos, los movimientos erráticos de los sabuesos olfatea drogas de la migra, los vende
chicles, los vende elotes, los limpia parabrisas, los pordioseros, las gesticulaciones de los frustrados conductores,
las innumerables casas de cambio, los factory outlets, las
tiendas de menos de un dólar y el anaranjado Trolley.
Al final de mi Tour de la Nostalgia, todas las capas
finas de la memoria acaban por colapsarse: Los Ángeles
queda comprimido en dos palabras, los rascacielos de
Chicago se transforman en rascasuelos, los Cadillacs de
Detroit se convierten en chatarras, San Diego, este santo
señor, se muda al Cielo, y Tijuana simplemente vuelve a
ser la venerable Tía Juana.
Recientemente me he propuesto expandir los rams
de mi memoria para poder atrapar, entre la tupida red de
sus chips, las impresiones más livianas. Y entonces, como
un niño impaciente, devorar a lengüetazos el megahelado
agridulce de mi pasado.
Así, desde la distancia, me desplomaré al suelo a
carcajadas, fulminado por los misiles satíricos de Julio, el
francotirador del humor refinado; aspiraré el aroma de la
cabecita de su curiosísima Valerie; esquivaré las patadas
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
Tai Kwon Do de Pepito, el de boca menuda y ojos color
turquesa; y recordaré con gratitud la fiera fraternidad de
Pepe, el tigre con corazón de gatito.
Mi reconstruido CPU también me permitirá deleitarme con el sabor salitroso de la piel de una chica que conocí en Baja California, recorreré una vez más cogido de
su mano las Playas de Rosarito, dejaremos que los escurridizos granitos de arena acaricien nuestros pies desnudos y,
para cerrarlo todo con un broche de oro sentimental, nos
conmoveremos ante la vista de sus sangrantes atardeceres
mientras sorbemos una piña colada.
140
“El nómada al atardecer”
Autor: El Mol
C
on la mirada puesta en los colores que aquel atardecer me regalaba, soñaba y enumeraba mis planes. Una casa grande y mucha comida y una silla
de ruedas para tabique y medicina para Cabecita de algodón y muchos juguetes de control remoto y voy a aprender a leer y a escribir... Cumpliría 14 años en la Navidad
del ‘85.
El arresto (Mayo 05, ‘85)
Una lluvia de miradas fulminantes y trabalenguas me cayó
encima, mi mundo se oscureció, mis sueños quedaron
arrestados. Decenas de agentes de migración se arremolinaban frente a mí. Me aseguraron de manos y pies, mientras una ambulancia se llevaba al hombre que minutos
antes había tratado de derribarme del tren. ¿Cuanto tiempo ha pasado? No fue mi culpa, no entiendo, no hablo
inglés.
Mi hogar
–¿Te has quedado loco o qué, vato? No has dicho
palabra alguna y sólo miras a la pared como si quisieras
derribarla –me dijo, con un español mocho, un compañero de celda que estaba allí por haber dado muerte a su
padrastro.
141
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Le conteste que no, que sólo estaba replanteando mi
futuro. –Huy, vato; aquí tienes que correr como corren los
demás o te lleva la chingada, cuando cumplas la mayoría
de edad te llevarán a la grande, allí conocerás a los verdaderos convictos...
No sé cuanto tiempo siguió hablando, yo no le tomé
más atención, pues lo que realmente me tenía agobiado
eran las promesas que había hecho tres semanas antes.
Todo estaba perdido, de allí en adelante ese sería mi hogar
y mi futuro sería otro. Tabique era el único que conocía mi
plan y al no recibir noticias mías, seguro que lo revelaría.
La casa, la silla de ruedas, las medicinas. Todo se estaba
esfumando de la realidad. Los carros de control remoto
nunca los había tenido y ahora no los necesitaba.
Mi niñez
Desde muy pequeño siempre rodé de un lado a otro por
la gran ciudad, como un nómada industrializado, buscando el sustento mío y de mi familia. Somos tres hermanos
y cinco hermanas, de la escalerita yo soy el mayor. En ese
tiempo nunca tuve la oportunidad de ir a la escuela, pues
ganarse unos pesos era mejor, así vendiendo periódicos,
chicles, lavando carros, haciendo mandados, etcétera.
Aprendí a ganarme la vida, mi madre lavaba y plancha ajeno y los dos sosteníamos la casa que rentábamos,
siempre ahorrábamos un poco para comprar un terrenito, pero nunca fue así. A Eduardo (Q.E.P.D.), le decíamos
Tabique por su condición física (minusválido). El fue mi
amigo de siempre, su medio de transporte era un viejo
carro de supermercado y yo era el motor. Sus piernas
se las amputaron cuando él era muy pequeño, no tenía
mamá (Doña Martha, Q.E.P.D.). Cabecita de algodón fue
quien de él se hizo cargo, de su papá sólo se acodaba que
lo había regalado por que nació enfermo.
Esa tarde noche, empuje a Tabique hasta la casa de
Becerra, el judicial que se encargaba de llevar gente al
142
Menciones Honoríficas
Norte. Le entregué los veinte mil pesos que minutos antes
había tomado de los ahorros míos y de mi mamá. El trato
fue dos mil dólares a Houston. La salida esa misma noche
a las diez p.m.
El viaje
Cinco autobuses avanzaban en caravana. Cada uno transportaba a mas de cien pollos migrantes. Conforme avanzábamos en el trayecto la cifra aumentaba, unos se veían
ya cansados, no parecía que fuesen mexicanos. Los recién abordados, más frescos, entretenían a los demás con
sus platicas altaneras. –No, primo, aquí en México no es
nada, allá en los Estados unidos, unos carrazos, dólares,
edificios, unas güerotototas que se mueren por los mexicanos... –Yo ya estuve en Chicago un año y ya me hice
una casa aquí en México, también me compre un carrito,
hablo inglés y tengo mi patrón...
Con estas platicas cruzamos varios estados y diferentes corporaciones nos pararon pero la clave era muy poderosa, según dijo Becerra, que venía de los meros, meros,
de los de hasta arriba. Finalmente llegamos a Matamoros.
En Matamoros fue la última vez que miré a Becerra, nos
dejo allí con el enganche.
El viaje. Segunda Etapa
Nos separaron por grupos, a las mujeres de buena figura
las llevaron a trato especial. Cuatro días pasamos en unas
casuchas viejas comiendo frijoles y tortillas. El quinto día
nos llevaron hasta donde parecía un patio de ferrocarril,
nos acomodaron en un vagón que tenía dos perforaciones
en el piso, uno tenía la función de sanitario y el otro para
que entrara aire. Con palabras de ánimo nos dijeron que
del lado americano todo estaba arreglado, que los tres grupos anteriores a nosotros ya estaban en Houston. Cruza143
Historias de migrantes México-Estados Unidos
mos al lado americano en el vagón y después de una larga
espera el vagón empezó a moverse nuevamente. Hubo
otras tres paradas a intervalos de tiempo muy grandes.
Según los coyotes, fueron los puntos de revisión de Harlingen, Pueblo Viejo y Kingsville. Sin embargo, al llegar a
Raymondville el tren se volvió a parar, se oyeron voces,
radios y ladridos de perros. Nos habían descubierto. Entre
la confusión algunos logramos correr y ocultarnos entre la
maleza. –Nos tumbaron casi a todos –le dijo uno de los
coyotes a otro hombre.
Esperamos ocultos y aparentemente la migra se retiró
con el botín, los coyotes nos dijeron que volveríamos a
subir al tren en cuanto ellos dieran la orden. El tren empezó a moverse y tomar velocidad, no parecía que la migra
estuviera allí, los coyotes dieron la señal de salida, empezamos a correr a un costado del tren, los agentes de
migración salieron de su escondite, nosotros tratando de
agarrar al tren y ellos a nosotros. Realmente parecía un
juego, un oficial me seguía y gritaba –Stop, stop. Yo me
agarre de una escalera del vagón que pasaba a mi lado
con gran velocidad, ese hombre me tomó por la camisa,
su intención era detenerme pero en su intento perdió el
equilibrio y cayo entre los durmientes y la grava de la vía.
Rodó, me imagino que por varios metros. El estuvo decidido a tirarme y yo a llegar a Houston.
Antes de que pararan el tren, un helicóptero convirtió
la noche en día, no me quitaba la luz del reflector. Cuando
el tren hizo un alto total había patrullas, camionetas de
migración y agentes por doquier. En un segundo los agentes me tiraron, me esposaron de pies y manos, había yo
atentado contra uno de ellos. Terminó el viaje a Houston,
y con ello mis sueños.
La sentencia
Después de un corto proceso, me sentenciaron 360 meses por atentar contra la vida de un oficial federal, con
144
Menciones Honoríficas
intención de causarle la muerte. El proceso estuvo lleno
de irregularidades que aun estoy apelando en el noveno
circuito de la Corte Suprema con sede en San Francisco,
California.
Una organización, de la cual me hice miembro, me
esta apoyando en el proceso judicial, y los que saben me
aseguran que reducirán mi condena. El juez de la Corte
Suprema aceptó la apelación y me citó a una audiencia en
septiembre del año 2008. Tengo una gran esperanza.
Mi madre falleció sin saber de mí y nunca pudo comprar el terrenito, Mi padre falleció el pasado mes de abril,
el 11 para ser exacto. Nunca dejo su alcoholismo y al final
le cobro la vida. Tabique nunca reveló el secreto. Murió
junto con Cabecita de algodón en el temblor de 1985.
Eran muy pobres para que alguien los reclamara y les diera
cristiana sepultura (Q.E.P.D.). Mis hermanos y hermanas
crecieron y ya tengo muchos sobrinos.
Yo he viajado por varios estados de la Unión Americana pero preso, he estado. En muchas prisiones en diferentes estados unidos pude aprender a leer y escribir y
lo irónico es que primero lo aprendí en ingles hoy recientemente aprendí a escribir español por medio del apoyo
que me brinda I.N.EA. Concluí mi primaria, secundaria y
empiezo el Bachillerato.
Aquí estudie mi High School, el colegio, y recibo cursos de la Universidad de California. Me gusta mucho la
sociología.
Entre todos los conflictos que se suscitan aquí, dentro
de la prisión, me sirven como objeto de estudio. Ahora,
recientemente todas las movilizaciones de emigrantes legales e ilegales aquí en Estados Unidos también son de
mucha importancia.
Sin embargo, lo que realmente me interesa es mi
gente, mi pueblo, esa gente de la gran nación que es México. Espero algún día poder servirles, ayudarles en algo.
Es tiempo que México pase de la mediocridad a un nivel
145
Historias de migrantes México-Estados Unidos
mucho mas elevado, y cada uno de nosotros tenemos que
contribuir para que esto suceda.
Los ¡Viva México! y ¡Sí se puede! son sólo voces que
el aire se lleva, sin duda necesitamos acción.
Por ultimo, sólo quiero agradecerles por tomarse el
tiempo de leer mi historia.
Espero no acabar este atardecer en una prisión. El día
que me liberen simplemente volveré a empezar.
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“Nosotros también migramos”
Autor: El Chichimeco
A
ntes que nada quiero presentarme dando mis generales. Mi nombre es José, soy mexicano, nací en
León en el bello estado de Guanajuato: También
me gustaría decir que tengo 36 años, mido más o menos
1.77 metros, tengo ojos negros (claro que a veces se cambian a color verde), y el pelo todavía es negro pero ya se
me están saliendo muchas canas. Ni hablar, así es la vida
pero lo bueno es que estas canas de alguna forma determinan mi experiencia.
La mitad de mi vida la he vivido en los Estados Unidos debido a que salí de México hace 18 años. ¡Caray!,
como pasa el tiempo, ya que cuando nos damos cuenta,
es porque ya se nos echó encima. Parece que fue ayer
cuando llegue a Ciudad Juárez para cruzar la frontera.
Recuerdo muy bien los detalles, desde que llegamos a la
Central Camionera un domingo a las siete de la noche. Al
siguiente día, a las ocho de la mañana, fue el coyote por
mi prima y por mí para cruzarnos por el río. Antes era más
fácil ya que lo cruzamos encima de una hoja de triplay, la
cual estaba encima de una cámara de llanta que era estirada por unos chavos.
Cuando pasé el río no llevaba mucho agua, porque al
muchacho que estiraba la cámara con nosotros encima el
agua sólo le llegaba a la cintura. Una vez que cruzamos el
río caminamos por debajo de unos puentes de la carretera
10 y luego el guía nos llevo a tomar un camión urbano que
nos llevo al centro de El Paso. Eso fue rápido ya que como
a las nueve o diez de la mañana ya andábamos matando
147
Historias de migrantes México-Estados Unidos
el tiempo en restaurantes y tiendas, para esperar que se
hicieran las siete de la noche ya que a esa hora saldría el
tren que nos llevaría a Chicago. Todo transcurrió tranquilo
y a eso de las seis de la tarde el coyote fue por nosotros
a una tienda y de ahí nos llevo a la estación del tren. Sin
ningún problema llegamos a Chicago a las cuatro y media
de la tarde del último miércoles de septiembre de 1988.
Sin lugar a dudas esa fue una experiencia que cambió mi
vida, pero no es eso lo que quiero contar en esta historia.
Es otro asunto el que quiero contar. Uno que la mayoría
de la gente experimenta tarde o temprano, algunos más de
una vez, y que a todos nos marca. Hoy quiero narrar como
fue que conocí a mi pareja.
En diciembre del 2003, después de que terminó mi
semestre en la Universidad de Arizona me fui durante las
vacaciones a mi terruño querido. Allá estuve como desde
el doce de diciembre hasta el sábado once de enero, cuando regresaba de mi León, Guanajuato a Tucson, Arizona.
Había quedado con un amigo duranguense de vernos en
la ciudad de Zacatecas para conocer un poco más a esta
ciudad colonial. Aparte de conocer un poco más a la ciudad minera, también queríamos conocer más de la vida
gay nocturna de esta ciudad y, para eso, a eso de las siete
y media de la noche nos salimos de nuestro humilde hotel,
el María Conchita y nos dimos a la tarea de buscar un bar
de ambiente.
Lo primero que hicimos fue irnos al centro de la ciudad, ya que por experiencia propia es casi seguro que en
las plazas públicas céntricas se puede encontrar a otras
personas que también son de la familia. No sé porque
pero he escuchado que los gays tenemos una especie de
radar que nos permite detectar a otras personas que también son de ambiente. Yo puedo corroborar esta creencia
ya que muchas veces me ha funcionado, especialmente
en Guadalajara. En fin, el caso es que nos fuimos al centro
y cuando íbamos pasando por los portales de la Avenida
148
Menciones Honoríficas
Hidalgo miré a un muchacho que estaba parado recargado en la pared. En ese momento yo no tenía trabajando mi
radar pero me encontraba en una ciudad donde nadie me
conocía así que me llené de valor para preguntarle por la
información que estábamos buscando.
–Hola, sabes, no somos de aquí y andamos buscando un bar de ambiente. ¿De casualidad sabes si hay uno
cerca?
Sonriendo él me respondió con una pregunta: –¿De
ambiente?... Pues aquí en la esquina está La Catrina. Ese es
de ambiente. No sé si eso es lo que buscan.
–¿Y que tal esta el ambiente ahorita? ¿Ya hay gente?
–No, el ambiente comienza como hasta las diez u
once de la noche. Aparte, como hoy es sábado, no creo
que haya mucha gente porque la mayoría se va al Escándalo.
En ese momento mi amigo le pregunta: –¿Y en donde
esta ese bar, el Escándalo?
–Huy, esta hasta por la feria.
–¿Y van vaqueritos?
Sonriendo el muchacho respondió –Sí van, pero no
creo que te vayan a gustar porque aunque se ven muy
machitos, nomás espérate que hablen y....
Ese “y…” se refería a que aunque la mona se vista de
seda, mona se queda.
–Y la feria, o mejor dicho, El Escándalo, ¿esta muy
lejos de aquí?
–Sí, sí está un poco retirado. Si quieren yo los puedo
llevar, nomás estoy esperando a un amigo, quedé de verlo
aquí a las nueve, faltan como diez minutos.
Ahí esperamos los diez minutos para que llegara el
amigo de nuestro recién guía pero las campanadas de la
catedral zacatecana sonaron las nueve de la noche y el
dichoso amigo no se apareció. Esperamos otros quince
minutos y nada. Fue entonces cuando pensamos irnos al
Escándalo, pero nuestro guía nos dijo que era muy tempra149
Historias de migrantes México-Estados Unidos
no, que la gente empezaba a llegar después de las once
de la noche. Para matar el tiempo le pedimos a nuestro
guía que nos enseñara un poco la ciudad. Le pedí que
nos llevara a un restaurante a tomar un café, así que nos
fuimos a un Vip’s sobre la Avenida Hidalgo. Estuvimos ahí
como cuarenta minutos, hablando sobre nuestros trabajos,
sobre experiencias de la vida y otras tonterías. Después,
para seguir matando el tiempo le pedí que nos llevara a
la Bufa, desde donde la ciudad lucía con un encanto especial durante la noche. Después de estar como media
hora en la cima del cerro de la Bufa bajamos a la ciudad
y aunque todavía era un poco temprano decidimos irnos
al Escándalo.
El guía se transforma en Fernando
El Escándalo era un lugar bastante grande, al menos así
me pareció. En ese tiempo todavía me acordaba mucho
del bar Mario’s de Chicago. Mario’s Place estaba localizado en el barrio de Pilsen, en Chicago. En este barrio,
Mario’s estaba sobre la avenida Blue Island, casi llegando
a la Cermak y Ashland. Durante la noche, esta zona lucía
tenebrosa debido a que no había mucha luz. Enfrente del
Mario’s estaba una planta recicladora de metales, como
fierro y aluminio. Recuerdo que alguna vez le ayude a mi
cuñado a callejonear en una camioneta, buscando desde
electrodomésticos hasta camas, aires acondicionados, los
cuales vendíamos como fierro viejo en esta planta. Actualmente esta planta esta en el mismo lugar y cientos de
personas siguen manteniendo los callejones de Chicago
limpios, recogiendo lo que se puede reciclar y llevarlo a
vender a este planta.
El caso es que el Mario’s fue el primer bar latino de
ambiente que conocí en mi vida. Para mucha gente era un
antro de mala muerte debido a que el lugar estaba muy
150
Menciones Honoríficas
pequeño y en no muy buenas condiciones. Pese a eso, el
Mario’s era un bar que yo sentí muy familiar, ya que cada
fin de semana estaban los mismos rostros. La gran mayoría
de los clientes eran mexicanos de los nacidos en Estados
Unidos e inmigrantes, también había mucho puertorriqueño, dominicano, cubano, guatemalteco, salvadoreño, colombiano, ecuatoriano y del resto de Latinoamérica. Eran
pocos los gringos y afroamericanos que iban pero los que
ahí estaban era porque les encantaban los latinos.
La diversidad dentro de lo que se considera gente de
ambiente era vasta, ya que ahí encontrabas gays, gays con
caras de buga, bugas con cara de gay, vestidas, y bugas
que andaban con vestidas. Lo que nunca miré, o al menos
no me di cuenta, fue que hubiera chichifos, esos chiquillos
que les gusta andar con gente a cambio de dinero. Los días
que más había vestidas eran los viernes y los domingos,
porque en estos días había show en los que las vestidas
imitaban a grandes estrellas de la música como Lupita
D’alessio, Lucía Méndez, Ana Gabriel, Gloria Trevi, Alejandra Guzmán y Rocío Durcal. Otra de las razones por
las que el Mario’s era considerado de mala muerte eran las
peleas que en ocasiones había, y según tengo entendido a
la larga causaron el cierre del recinto de la vida nocturna
gay latina de Chicago. Fue como en el 2001 cuando finalmente cerraron el Mario’s. Actualmente el lugar donde estaba el Mario’s es un lugar donde venden piñatas y dulces
mexicanos.
Como ya mencioné, El Escándalo era un lugar muy
grande y desde el momento en que llegamos al lugar me
sentí como en casa, bueno como en el Mario’s. Lo primero que hicimos al llegar fue hacer un breve reconocimiento del lugar, recorriéndolo todo, y después de esto
pedimos unas bebidas. Ahí estuvimos tanteando la bebida
que habíamos pedido ya que ninguno de los tres éramos
bebedores de corazón. Mientras nosotros nos tomábamos
nuestras bebidas, en el escenario estaban las vestidas can151
Historias de migrantes México-Estados Unidos
tando temas de Paloma San Basilio, de Gloria Trevi, y no
recuerdo de quién más.
Una vez que terminó el show y se abrió la pista para
bailar, le pedí a Fernando que si me acompañaba a bailar
algo de lo que estaban tocando, a lo cual accedió con un
poco de pena. En ese momento yo no sabía que él era un
buen bailador pero pese a que yo no sabía bailar mucho,
me animé y lo convencí de que nos fuéramos a la pista.
Fue ahí, mientras bailábamos, cuando Fernando se transformo de guía a una persona que se miraba interesante y
que valía la pena conocer un poco más. Ahí estuvimos
bailando como cuatro canciones, después nos regresamos
a nuestra mesa.
Como a las dos de la mañana pensamos que ya era
suficiente del Escándalo y nos salimos para ir al hotel a
dormir. Fernando nos acompaño para mostrarnos el camino y, después de mucha habilidad y persistencia de mi
parte, lo convencí de que se quedara en el hotel ya que ni
quería que yo lo llevara a su casa. Yo no lo podía dejar ir
solo ya que era muy noche y él se había portado muy bien
con nosotros. Así que para que se quedara en el cuarto,
tuve que decirle que lo llevaría a su casa a primera hora
del domingo y le dije que mis intenciones no eran que
se quedara porque quería hacer algo con él. Le dije que
lo iba a respetar que de eso no se preocupara. Creo que
el darle mi palabra que lo iba a respetar lo convenció, y
finalmente decidió pasar la noche en el María Conchita.
Antes de dormirnos, estuvimos buena parte de la madrugada platicando y conociéndonos más. Fue en esas horas
en las que ambos comenzamos a enamorarnos a primera
vista, al primer contacto, en la primera plática o no sé;
pero el chiste es que desde aquel momento Fernando se
ha quedado en mi corazón y no sé por cuanto tiempo más
será.
La mañana siguiente nos levantamos y de nuevo use
mis tácticas para convencer a Fernando de que nos acom152
Menciones Honoríficas
pañara a almorzar algo antes de que nosotros continuáramos nuestro viaje a Durango. Después de varias veces que
le pedí que nos acompañara, finalmente aceptó y nos fuimos a buscar una fonda en el centro de la ciudad. Almorzamos algo sencillo y al cabo de aproximadamente cuarenta minutos terminamos y nos disponíamos a salir cuando a mi amigo se le ocurrió que invitáramos a Fernando
a Durango. Yo estuve de acuerdo en que lo invitáramos y
casualmente esta vez no fue necesario rogarle mucho para
que aceptara. Solo nos pidió tiempo de hacer unas llamadas para avisar en su casa y, finalmente, a eso del medio
día estábamos saliendo de Zacatecas. Llegamos a poner
gasolina en una estación en el entronque de las carreteras
a Torreón, Saltillo y Durango. Eran las doce y media del
día y comenzábamos un trayecto de más o menos tres o
cuatro horas en las que manejé un poco desvelado pero
muy contento. También iba un poco descanteado al principio por lo que estaba pasando con Fernando. Era como
algo que llegó de repente y que, aunque me gustaba, tenía
que asimilarlo ya que era lo que yo había estado buscando
como pareja. A la misma vez, yo sabía que iba de paso,
aunque me gustaba para que fuéramos pareja, no sabía
qué iba a pasar con lo nuestro.
La llegada a Durango
Yo había estado una vez en Durango, dos años atrás, y
me pareció una ciudad muy cuadrada. Es decir, no había
muchas cosas que ver y me recordó un poco a Irapuato, ya
que tampoco tiene muchos atractivos para la gente que no
es de ahí. Cuando era un adolescente tuve una novia de
la ciudad fresera y siempre que iba a verla, terminábamos
yendo al centro a comer pizza, o simplemente a pasear.
Uno de los atractivos de Irapuato es conocer el reloj que
tiene incorrecto uno de los números que marcan la hora,
153
Historias de migrantes México-Estados Unidos
ya que las cuatro se marcan IIII en vez de IV. En Durango
no tienen ese problema y aunque la ciudad, como dije
antes, me pareció cuadrada, esta vez tenía un tono diferente, había unos matices que la hacían verse diferente a
la primera vez. Creo que esos matices y tonos se los estaba
dando el hecho de que ahora yo estaba acompañado por
Fernando.
Llegamos a eso de las cuatro de la tarde y lo primero
que hicimos fue buscar un hotel donde quedarnos. Encontramos uno como lo que queríamos y lo primero que hicimos al instalarnos fue dormir un buen rato. Bueno, la idea
era dormir pero para ser franco, no lo pudimos hacer ya
que mi amigo se salió y nos dejo solos. En vez de dormir,
aprovechamos ese rato para conocernos (en el sentido bíblico) mejor. A eso de las seis de la tarde nos salimos a buscar
algo para comer. En el camino se nos atravesó una farmacia
de esas en las que también venden comida y ahí Fernando
compro un cartón de leche de la que no necesitaba refrigerarse, pero no se lo tomó. Tampoco comió mucho ya que
según él estaba cuidando su figura. Yo sí me comí mis cuatro tacos sin preocuparme mucho por la figura.
Después de comer, anduvimos un rato por la plaza
principal de Durango y sólo tomé como tres fotografías.
Una de estas fue a Fernando, la cual, por cierto, salió muy
bien, tanto que en cuanto llegue a Tucson la puse como
trasfondo en mi computadora del trabajo. Después de un
rato de caminar para bajar la comida regresamos al hotel
para. ya entrada la noche. preparamos para irnos a bailar
un rato al Arthur’s. En ese tiempo, el Arthur’s era el bar
de ambiente de Durango y estaba en un segundo piso de
un edificio frente a una Soriana. Era un lugar cool, que
también me pareció muy parecido al famoso Mario´s de
Chicago. Total, que llegamos al Arthur’s a eso de las once
de la noche y por ser domingo no había mucha gente. A
lo mucho había unas diez personas y pedimos algo para
tomar. Ahí estuvimos escuchando música pop en inglés y
154
Menciones Honoríficas
en español y no recuerdo si también hubo show travestí
pero seguramente sí. Como de costumbre, estuvimos solamente un par de horas en las que nos tomamos como
dos tragos, vimos el show y Fernando y yo bailamos algunas canciones antes de salirnos del lugar como a la una
de la mañana. Esa fue nuestra segunda noche. Creo que
en nuestro caso, para conocernos no contaba la cantidad
de días sino la calidad de ellos y como prueba de ello es
que nuestra atracción se seguía fortaleciendo. Algún día,
cuando Fernando pueda ir a México quiero repetir esas
treinta y seis horas que pasamos juntos ese segundo fin de
semana de enero de 2003, volviendo a hacer exactamente
lo mismo.
La despedida
Se dieron las nueve de la mañana del día lunes 13 de enero y con ello la hora de la despedida, una despedida que
dolía mucho pero no quedaba de otra. Tal vez si no existiera la frontera imaginaria que divide a los Estados Unidos
de México, le hubiera pedido a Fernando que se viniera
conmigo a Tucson, pero eso no era posible por el momento. Antes de salir del hotel le di a Fernando una tarjeta de
presentación de mi trabajo para que me hablara y él me
dio su dirección y su correo electrónico. Nos dimos un
fuerte abrazo mientras escondíamos nuestros ojos brillosos para no contagiarnos la tristeza. No hacía falta que
nos cuidáramos, ya que la tristeza no se podía contagiar
debido a que emanaba de nuestros propios corazones. Total, después de varios abrazos no quedo otra que salir del
hotel y manejar rumbo a la central de autobuses.
Durante el trayecto, Durango tenía otro rostro. La ciudad parecía que estaba muerta pese a ser una mañana de
lunes a la hora pico. Después de un rato, llegamos a la
central camionera y a mí me invadía una nostalgia com155
Historias de migrantes México-Estados Unidos
binada con ansiedad que, según Fernando, me hacían ver
un poco cortante y menos cariñoso de lo que había sido.
Sin duda Fernando tenía razón pero quizás era como un
mecanismo de autodefensa que mi subconsciente había
erecto para proteger a mi corazón. Sin embargo, una vez
que Fernando se perdió de mi vista al entrar a la central de
autobuses, a eso de las nueve de la mañana de ese lunes,
mi corazón se quedó suspirando con su imagen y este suspiro duró tres meses hasta que lo volví a ver en otra central
de autobuses, esta vez en Nogales, Sonora.
Durante el camino de la ciudad de Durango a Santiago Papasquiaro sólo me fui hablando de Fernando y de lo
bonito que había sido conocerlo. Continué suspirando el
siguiente martes que nos quedamos en Santiago y durante
todo el miércoles cuando salimos rumbo a Tucson. Llegamos a Tucson la noche del miércoles como a las nueve
de la noche. Y ahí estuvimos hasta el viernes cuando nos
fuimos a Los Ángeles ya que ahí vivía mi amigo y obviamente ahí se quedo. Yo regresé a Tucson el lunes a donde
llegué casi al anochecer. Una semana había pasado, una
semana en que pasaron muchas cosas, una semana muy
ajetreada.
La soledad cala… y mas cuándo uno esta enamorado
Desde el primer día que pisé suelo arizonense sentí que
estaba como en casa. La primera vez que fui a Tucson
fue en abril del 2001. En ese tiempo era estudiante de la
Universidad de Illinois en Chicago y estaba participando
en el McNair Scholars Program, el cual ayuda a estudiantes de las minorías, que son los primeros de la familia en
cursar estudios universitarios, a continuar con estudios de
postgrado. Uno de los requisitos del programa era que
buscáramos una conferencia académica y fuéramos para
participar en ella. Eran los tiempos en que yo todavía an156
Menciones Honoríficas
daba de pata de perro, así que me metí al Internet y busqué conferencias de latinos. Así encontré que la Nacional
Association of Chicana and Chicano Scholars tendría su
conferencia anual en Tucson, Arizona. Le plantee ese deseo a los administradores del McNair Program e inmediatamente me dieron luz verde para ir a la conferencia con
los gastos pagados.
Para no ir solo a la conferencia le comente a uno de
mis profesores que pensaba ir y afortunadamente él me
dijo que también iba a atender. Hicimos los planes para
irnos juntos y así fue. En al aeropuerto O’Hare nos encontramos con otros maestros que también acudían a la
conferencia así que nos pusimos a conversar para matar el
tiempo mientras salía el avión. Salinos a las once de la mañana y tres horas más tarde, el avión de American Airlines
aterrizaba en Tucson. Esa vez me tocó un asiento justo en
la ventana y gracias a ello me tocó ver las montanas Catalina cuando el avión descendía encima de la ciudad. Mi
primera imagen de Tucson fue de casas en el desierto con
albercas llenas de agua color azul.
Al estar en tierra, Tucson tomó otra perspectiva.
Desde la camioneta tipo van del Super Shuttle me tocó
ver el Tucson Boulevard, para luego tomar el Benson Highway hasta llegar a la Avenida Euclid y llegar al Marriott
University Park. En el trayecto, los lotes baldíos llenos de
matorrales, mezquites chaparros y muchas banquetas vacías fueron la bienvenida ocular que Tucson me dio. Los
mezquites me transportaban a mi Guanajuato, tanto como
los lotes baldíos llenos de matorrales y el suelo arenoso
del desierto. La noche del día en que llegué, un paseo
por el campus de la Universidad de Arizona terminó por
convencerme de que la idea de solicitar admisión para
una maestría en esa universidad, no era tan descabellada.
Así que estuve en esa conferencia atendiendo sesiones,
conociendo a otros maestros y estudiantes con intereses similares y disfrutando de la hermosa vista de las montañas
157
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Catalina y el olor a tierra húmeda y a flores de naranjo que
había por las noches en el campus universitario.
A mi regreso a Tucson enfrenté de nuevo la soledad
de mi departamento el cual era considerado un estudio
debido a que era muy pequeño. Solamente consistía de
una cocina anexa a la sala y ambos espacios era lo primero que se topaba al entrar al estudio. Después, había una
pared, o más bien un pedazo de pared que dividía la salacocina del cuarto para dormir. Lo único que estaba más
discreto era el baño, en cuyas paredes estaba la taza y la
regadera. Afuera del baño y con acceso directo al espacio
de dormir estaba un lavabo y la entrada al closet. Aunque
mi estudio era pequeño, yo estaba muy contento de estar
viviendo ahí, ya que estaba muy cerca de la universidad,
en la Avenida Cuatro y la Avenida University.
Me gustaba mucho caminar a la escuela ya que el camino estaba lleno de mezquites, de nopales, de magueyes
y otras plantas desérticas, tanto en las banquetas como en
los jardines de las casas. También, durante la primavera el
camino estaba impregnado del olor de los naranjos silvestres que estaban por las calles. Era un ambiente muy apacible y pese a eso, pese a esa armonía con una agradable
naturaleza urbana, yo estaba extrañando a Fernando y comencé a buscar la forma de comunicarme con él. Aunque
hablamos por teléfono un par de veces, este medio no era
la mejor forma y comenzamos a comunicarnos a través de
correo electrónico.
Los correos
From: José
To: Fernando
Subject: Hey
Date: Tue, 14 Jan 2003 22:31:34 -0700
¿Qué tal, Fernando?:
158
Menciones Honoríficas
Mira, hace un par de horas que llegamos a Tucson y, bueno, todo
el camino me vine acordando de ti y lanzando suspiros al viento
de tanto recuerdo. La verdad que me la pasé a toda madre contigo
y espero que sigamos en contacto.
De verdad que me caíste muy bien y sé que eres una persona que
vale mucho.
Por lo pronto cuídate y después te mando una carta normal.
Un abrazo bien fuerte y un beso bien plantado.
José.
Este fue el primer correo que le escribí y para el cual
obtuve la siguiente respuesta.
Fecha: Wed, 15 Jan 2003 03:41:34 +0000
Para: José
De: Fernando
Asunto: ¿Qué tal, Fernando?
¡Hola!
Sabes, cuando venía en el camión creí que todo había terminado,
pero veo que no. ¡Gracias! Te doy una calurosa bienvenida a mi
vida a pesar de que estemos separados, quiero decir tan lejos. Me
agradas, me da risa, jajajajajaja porque de la nada se dio todo y sin
pensar ni planearlo.
Bueno es todo y me despido, en un par de días te hablo o te escribo. Es todo. Nos vemos luego y por lo pronto voy a poner todo
en orden en mi familia. Nos vemos, cuídate tanto como yo me
cuido, ok.
Adiós
Fernando
Recuerdo que cuando llegaron los primeros correos
los leía y los volvía a leer. Trataba de descifrar mensajes
ocultos que me dijeran que todo era verdad, que realmente lo que Fernando escribía era lo que sentía. Cada día,
por lo menos tres veces revisaba mi correo para ver si ya
me había contestado.
159
Historias de migrantes México-Estados Unidos
From: José
To: Fernando
Subject: RE: ¿Qué onda???
Date: Mon, 27 Jan 2003 16:58:50 -0700
Qué onda, perdido, oye no te desaparezcas tanto tiempo.
Mira, aquí te mando la foto que te tome en Durango. Y, pues,
hablamos luego...
José
Fecha: Tue, 28 Jan 2003 00:40:34 +0000
De: Fernando
Asunto: RE: ¿Qué onda???
Para: José
¡Qué onda!
¿Como estás?
Espero y bien. Pasa de que ando un poco presionado de trabajo.
Creo y además tengo en propuesta mi renuncia que esta programada
para el día 8 de febrero del año en curso. Pero todavía no está aprobada por el coordinador de la institución, pero estoy trabajando en
ello.
Te marqué dos veces pero no entró la llamada y no entendí si era
que estaba en otra área o no sé, pero puedo platicar contigo por
el chat.
Bueno. te deseo que te la pases muy bien y no te olvides del Frodo,
cuídate y bye.
Fernando
¡Frodo! Eso era parte de su dirección de correo
electrónico. Luego me explicó que era el personaje de la
película El Señor de los Anillos y que ese nombre significaba hombre pequeño. El trabajo al que quería renunciar
era en una escuela primaria donde daba clases de baile
folclórico. El comentario sobre esa renuncia comenzó a
hacerme pensar en la posibilidad de verlo pronto. Pensé
en que tal vez podría venirse a vivir a Nogales, Sonora,
160
Menciones Honoríficas
y para mí eso estaría perfecto. Cuando vivía en Tucson,
iba a Nogales por lo menos dos veces al mes a comprar
buena parte de la despensa. Incluso, recién mudado a Tucson, pensé en la posibilidad de irme a vivir a esta ciudad
fronteriza debido a que sólo estaba a una hora de Tucson.
Ese ha sido uno de mis sueños, vivir en la frontera del lado
mexicano y trabajar en los Estados Unidos ya que así tendría lo mejor de los dos mundos.
From: José
To: Fernando
Subject: RE: ¿Qué onda???
Date: Tue, 28 Jan 2003 10:57:09 -0700
Pues tu dime la hora, y el día en que puedes estar en un Chat, así
como cual y en qué foro. Yo la verdad nunca entro a los chats pero
para platicar contigo sí lo haría. No sé si también tengas un número de teléfono al cual te pueda hablar y para nada que me olvido
de ti. Oye, y qué planes tienes para después que renuncies. Eso
sí me parece una determinación muy seria pero sé que tu debes
saber muy bien lo que haces. Oye, pues a ver cuándo hablamos de
nuevo y ya sabes tu nomás déjame saber. Ahh y pues ya estoy en
Tucson y no pienso salir por un buen rato hasta que vaya a Ciudad
Juárez a verte. Nos vemos y que estés bien.
José
Fecha: Sat, 01 Feb 2003 02:26:39 +0000
De: Fernando
Asunto: RE: ¿Qué onda???
¡Hola!:
Sabes, he pensado mucho en ti pero nos divide una frontera. La
semana que entra estoy en el teléfono que te di primero y si no
me encuentro, me dejas recado con mi compañera. Gracias por
escribirme ya que me siento un poco solo y el saber que tú estás
me alegra. No me hago ilusiones por que creo que la distancia nos
limita pero aquí estoy. Espero que te des una vuelta por acá pronto
y ahora sé que vivir vale la pena. Bueno cuídate, un saludo a tu
161
Historias de migrantes México-Estados Unidos
amigo y un saludo para ti porque hoy estoy tomando a tu salud y
estoy llorando por lo que me hiciste vivir ese fin de semana que
nos pasamos juntos. Gracias por ponerte en mi camino por que yo
vivo una soledad.
Adiós.
Fernando
Ciudad Juárez también significaba la posibilidad de vernos
pronto. Pensé que tal vez en un fin de semana allá nos
podríamos encontrar. Para él Ciudad Juárez sí estaba mas
lejos que para mí, pero tenía que alimentar la esperanza.
Se venían las vacaciones de Semana Santa y eso representaba la oportunidad de materializar las ganas de vernos.
Nunca se hizo pero seguimos mandándonos correos para
estar en contacto.
From: José
To: Fernando
Subject: RE: ¿Qué onda???
Date: Sat, 01 Feb 2003 05:20:09 -0700
Órale... pues nomás no te vayas a emborrachar muchachito... Mira
pues la semana que viene te hablo para saludarte... Fíjate que yo
pienso mucho en ti, sobre todos los sábados que es cuando te
conocí. Ahorita estoy súper ocupado con lo de la tesis, tengo que
escribir mucho y hacer análisis sobre un estudio. Ayer comencé a
entrar datos en la computadora para después analizarlos e incluirlos en mi trabajo. No creas, sí es mucho trabajo pero ni modo.
Es parte de la vida. Pero sí tengo un chingo de ganas de verte. La
verdad que sí, y sólo sé que el tiempo se ira volando y cuando
menos acuerde ya será hora de ir de nuevo para allá y esta vez si
espero verte mas tiempo.
Bueno cuídate y hablamos luego...
José
Pasó enero y pasó febrero y Fernando renunció a su
trabajo y con ello nuestras ganas de vernos no se apaga162
Menciones Honoríficas
ron. Me decidí a invitarlo a los Estados Unidos, ya que él
me había comentado que posiblemente se venía a los Estados Unidos, pero a Alabama donde tenía un tío. Se llegó
marzo y con ello el gobierno federal me regreso parte de
los impuestos que me había quitado durante el año. Fernando había recibido un dinero de su retiro en la escuela
primaria donde enseñaba y una vez más lo convencí de
que se animará a venirse a Tucson. En los primeros días
de marzo la situación se estaba poniendo tensa ya que el
presidente George Bush estaba terco en que Irak era una
amenaza para los Estados Unidos. Los desvaríos y la locura del presidente lo llevaban cada vez a la guerra preventiva que protegería a los Estados Unidos del terrorismo. Para
mí, la única amenaza que Bush veía era la que él mismo
estaba fomentando en la frontera, donde más y más vigilancia se acumulaba. En los días previos a la invasión a
Irak, los noticieros de Tucson señalaban que la frontera
sería infranqueable conforme se acercaba la hora en que
comenzaría la invasión a Irak, ya que casi sellarían la línea
imaginaria que divide a México de los Estados Unidos por
el desierto sonorense.
From: Fernando
To: José
Subject: dónde lo veo’
Date: Thu, 13 Mar 2003 17:18:55 +0000
¿Qué? ¿Dónde y cuando te veo? Yo estoy listo para viajar pero
también necesito que me des un numero de cuenta para depositar
el dinero que tengo y nomás llevarme el del pasaje y comida. O
bien me lo llevo pero me da miedo llevar esa cantidad, y espero
que esté muy bien y en un rato vuelvo a revisar mi correo a ver
qué dices.
Fernando.
163
Historias de migrantes México-Estados Unidos
From: José
To: Fernando
Subject: Re: dónde lo veo’
Date: Thu, 13 Mar 2003 18:21:05 +0000
Mira, pues no tengo cuenta de banco en México pero no sé si puedas traértelo en cheques de viajero, o si no pues tráetelo en efectivo pero en billetes grandes y repartido en bolsas del pantalón, la
mochila etc., y bueno aquí estaré en la oficina así que te espero
José.
Los detalles finales
Este fue el último correo que le mande a Fernando ya que
después saqué mi cuenta en un Instant Messenger para
comunicarnos mejor. Así era más fácil comunicarnos al
instante y lo único que teníamos que hacer era quedar de
acuerdo a que hora nos mirábamos en el chat. Fue por
medio del Instant Messenger como quedamos de acuerdo
en el día y la hora en que saldría Fernando de Zacatecas,
y así yo le pude calcular la hora en que llegaría a la ciudad de Chihuahua, después a Agua Prieta y finalmente a
Nogales. Como no hay plazo que no se cumpla, por fin
llegó el día en que Fernando se decidió en emprender el
viaje y cruzar la frontera. Un compañero de la universidad
se había traído a su tía unos meses antes. Según él, ella se
cruzó a la brava y esa expresión me pareció muy interesante y no me aguanté y le pregunté, –¿Cómo esta eso de
que se cruzó a la brava? Él, con una sonrisa simplemente
me contestó, –Pues con coyote.
Cruzar a la brava es algo que hacemos miles de mexicanos todos los días pero no creemos que estamos cometiendo un delito. Estoy seguro que la mayoría de los
inmigrantes vemos esto como un reto que hay que superar
o como un obstáculo que hay que vencer. La verdad es
que las políticas migratorias de los Estados Unidos no nos
164
Menciones Honoríficas
dejan otra opción, ya que no es fácil conseguir una visa
de turista o de trabajo. Volviendo al punto, en esos momentos yo ya estaba planeando lo de Fernando, así que le
comenté mis planes a mi amigo y le pedí que si me podía
facilitar el teléfono del dichoso coyote, a lo cual me dijo
que sí. Y dicho y hecho, en cuando Fernando salió de
Zacatecas, yo le hable al coyote en Nogales para decirle
que mi primo venía en camino, que si me lo podía pasar y
que cuánto era lo que cobraba por llevarlo hasta Tucson.
El precio eran mil doscientos dólares.
Fernando no le pudo ganar a la guerra ya que no
pudo salir antes de que ésta comenzara. La salida de Fernando de la ciudad minera de Zacatecas fue el día que
Mr. Danger, como acertadamente le llama Hugo Chávez
al presidente George Bus, daba órdenes de invadir a Irak.
Recuerdo muy bien que era un jueves por la noche cuando sonó el teléfono, ya que ese día me toco ir al Woddy’s,
un bar de ambiente, a trabajar haciendo pruebas del VIH
y de sífilis. Era Fernando, que me decía que ya estaba todo
listo. De hecho, la salida iba a ser un día antes, pero según
Fernando se presentaron inconvenientes, ya que se iba a
venir sin decirle a nadie pero de alguna manera su mamá
se dio cuenta. En esa llamada Fernando me comentó que
su mamá quería hablar conmigo para saber quién era yo y
así quedarse más tranquila. Mi respuesta fue, –Por supuesto que hablo con tu mamá para tranquilizarla –y cuando
me pasó en el teléfono a mi futura suegra le comenté que
no desconfiara de mí, que era un persona correcta, sin
vicios y que tenía las mejores intenciones con su hijo. La
señora se quedó más tranquila y le pedí que me pasara de
nuevo a Fernando, solamente para decirle que le deseaba
suerte en el camino y que me hablara cuando estuviera en
Chihuahua, para yo ir planeando la hora de irme a Nogales a esperarlo. Después de colgar, la noticia de que había
comenzado la invasión a Irak corrió como pólvora. Era la
crónica de una guerra anunciada que me causo mucho
165
Historias de migrantes México-Estados Unidos
coraje y preocupación a la misma vez.
Esa noche trate de dormir tranquilo ya que estaba
muy entusiasmado.
La mañana siguiente, es decir el viernes, a eso de las
diez de la mañana entró la llamada que estaba esperando.
Fernando estaba ya en Chihuahua y mi corazón comenzó
a latir más fuerte, ya que finalmente lo iba a volver a ver.
Yo le calculé que si Fernando salía a las diez u once de la
mañana de Chihuahua, llegaría más o menos a las seis o
siete de la noche a Agua Prieta y un par de horas después
llegaría a Nogales. Yo me salí de Tucson rumbo a Nogales
a eso de las seis y media de la tarde y, como siempre que
iba a Nogales, durante el camino sintonizaba FM Globo
para recordar los tiempos en que escuchaba esa difusora
de radio en León. A las ocho de la noche llegué a la nueva
central de autobuses de Nogales, pero de nada me sirvió
llegar pronto ya que tuve que esperar ahí hasta las once
o doce de la noche en que finalmente llegó el autobús
donde viajaba Fernando.
La cruzada a la brava
No me podía contener mi sonrisa de satisfacción de que
finalmente volvía a ver a Fernando. Esa sonrisa se hizo
más profunda cuando nuestras miradas se cruzaron y le
di un abrazo de bienvenida. Ni él ni yo habíamos cenado
y teníamos mucha hambre por lo que ahí mismo compramos unas tortas para cenar. Mientras cenábamos estuvimos conversando muy tímidamente pese a que teníamos
muchas ganas de platicar. No era lo mismo conversar por
el chat o por correo electrónico, así que pese a que ya
nos conocíamos mucho, necesitábamos conocernos más
en persona. Ya habría tiempo de eso y todavía es algo que
estamos haciendo, conocernos más. Después de cenar,
nos salimos a buscar un hotel donde pasar la noche y sin
166
Menciones Honoríficas
manejar mucho encontramos El Campestre, muy cerca de
la tienda Ley de Nogales. Esa fue una noche muy esperada
en cual batallamos mucho para dormir.
La mañana siguiente lo primero que hicimos al levantarnos fue hablarle de nuevo al coyote para ponernos de
acuerdo en lo detalles del cruce de la frontera. El coyote
quedó de venir a nuestro hotel por la tarde ese mismo
sábado para llevarse a Fernando, así que teníamos todo
el día para mostrarle a Fernando un poco de Nogales. Lo
más importante es que teníamos más tiempo para convivir. Lo primero que hicimos fue ir a buscar algo de comer
y nos fuimos a una cafetería donde venden buena comida
a buen precio. Después nos fuimos al centro de la ciudad
donde, como en cualquier ciudad fronteriza del norte,
abundan los puestos de artesanía y los turistas que buscan
alguna prueba de que fueron a México. Siempre he dicho
que la zona fronteriza es lo único que muchos estadounidenses conocen de México y cuando este ha sido el caso
siempre les recomiendo que viajen al centro del país, ya
que ahí encontrarán otro México muy diferente a lo que
ven en Tijuana, Nogales o Ciudad Juárez.
La ansiedad previa al cruce de la frontera que la mayoría de los inmigrantes mexicanos sufren comienza desde
el momento en que se despiden de sus familiares. Esta
ansiedad se intensifica cuando llegan al puerto fronterizo
por donde piensan cruzar y en muchos casos dura varios
días, incluso semanas, debido a que a veces no se puede
cruzar el mismo día que llegan a la frontera. Tanto Fernando como yo, estábamos experimentando esa ansiedad
durante ese sábado por al tarde. Se llegaron las seis de la
tarde y con ello la llegada del coyote que iba a cruzar a
Fernando. No hubo tiempo de abrazos prolongados y lo
único que le deseé a Fernando fue buena suerte y decirle
nos vemos en Tucson.
167
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Por fin, la llegada
Después de pasar veinticuatro horas en Nogales regresé a
Tucson. Iba muy contento y preocupado, pero con la confianza de que todo iba a salir bien. Mi preocupación no
era si Fernando iba a pasar sino cuándo y si lo iba a agarrar la migra. La guerra había estallado y Estados Unidos
estaba cuidando más la frontera con México para cuidarse del terrosismo. Qué difícil es hacerle ver a la mayoría
de los estadounidenses que los trabajadores inmigrantes
mexicanos no son terroristas, ya que lo único que vienen
a hacer es trabajar. Prueba de que los mexicanos no son
terroristas es que la mayoría de las personas que secuestraron los aviones el 11 de septiembre del 2001 estaban aquí
con visas, es decir, legalmente. Sin embargo, creo que las
personas antiinmigrantes a lo que le tienen miedo no es
a los terroristas, sino al hecho que el rostro de los Estados
Unidos está dejando de ser exclusivamente blanco para
transformarse en moreno, están aprovechando el pretexto
del terrorismo para atacar la inmigración indocumentada
y documentada no solamente de México, sino de todo Latinoamérica.
La gran mayoría de los inmigrantes mexicanos indocumentados vienen a los Estados Unidos con un objetivo
muy claro, cruzar la frontera y trabajar, reunirse con el
cónyuge, reunirse con el novio o la novia, y en muchos
casos reunirse con los hijos o los padres. Si la migra los
agarra la primera vez, entonces lo tratan una segunda, una
tercera o hasta una quinta vez si es necesario. Fernando
y yo también teníamos un objetivo claro e íbamos a luchar hasta lograrlo. Afortunadamente era marzo y el desierto de Sonora todavía no estaba tan caliente como en
los meses de junio, julio y agosto. Creo que si Fernando
hubiera querido migrar durante el verano no lo hubiera
apoyado sino todo lo contrario, lo hubiera desanimado. El
desierto sonorense es muy traicionero y ha reclamado la
vida de miles de inmigrantes, pero en marzo, que es cuan168
Menciones Honoríficas
do Fernando cruzó, todavía no es tan peligroso. Creo que
el hecho de que estábamos en la primavera era lo que me
tenía tranquilo y confiado de que Fernando iba a pasar sin
ningún problema.
Llegué a Tucson a las siete de la noche y, después de
un rato de leer, me dormí el con mi teléfono en la mano
ya que era posible que el coyote me hablara en cualquier
momento para decirme dónde podía a recoger a Fernando. Pese a que no quería despertar hasta que la llamada
telefónica lo hiciera, el insomnio me ganó un par de veces
en las horas de la madrugada. Me levanté temprano, conté
el dinero que Fernando había traído y lo junté con lo que
yo tenía para tenerlo listo para cuando el coyote hablara. Pasó el día lentamente y yo no salí de mi estudio. Se
llegó la noche y de la travesía de Fernando no escuchaba
ni una palabra. Esa noche fue la noche de los premios
Oscar, y había como cuatro mexicanos nominados, entre
ellos Salma Hayek por su película Frida. Era la primera vez
que me llamaba la atención ver los Oscar. Ese domingo
también habían regresado mi visita, un amigo polaco y su
pareja que habían llegado de Chicago varios días antes. Se
habían ido a visitar el Cañón de Colorado, que por cierto
les gusto mucho. Con ellos me puse a ver la entrega de los
premios mientras seguía esperando noticias, esperando la
llamada que me dijera, –ya estamos en Tucson, ¿en dónde
nos vemos?
A las nueve de la noche por fin sonó el teléfono. Era
el coyote.
–¿Puedo hablar con José? –me dijo
–Sí, soy yo.
–Nomás te hablo para decirte que ya traigo a tu
primo. Ya pasamos el retén y venimos en Green Valley.
Quiero que nos veamos en una gasolinera que está saliendo de la autopista 10 en la calle 22. ¿Sí sabes dónde está?
–Sí, sí sé donde está. Entonces como en quince minutos nos vemos por ahí ¿verdad?
169
Historias de migrantes México-Estados Unidos
–Sí, en unos quince minutos nos vemos por ahí. Trae
listo el dinero.
En cuanto terminó la llamada, me salí del estudio y
sólo le dije a mis amigos que regresaba en unos minutos
porque iba a recoger a Fernando. Manejé por las obscuras
calles de Tucson hasta llegar al sitio acordado, en donde
esperé sólo cinco minutos hasta que salió de la carretera
una camioneta estilo pick-up. La camioneta se estacionó
en la parte más obscura de la gasolinera y de ella bajo el
coyote acompañado de Fernando.
–Aquí esta, vivito y sin problemas, ¿tienes mi dinero?
–Sí, aquí esta –Le di el dinero acordado y solo me
preguntó:
–Sí es lo que habíamos quedado, ¿verdad?
Asentí con la cabeza diciendo que sí. Se lo echó a la
bolsa del pantalón sin siquiera contarlo, se despidió ofreciendo sus servicios por si se necesitaban en el futuro y
volvió a retomar su camino. Iba rumbo a Phoenix a llevar al resto de la gente que había cruzado con Fernando.
Después que la camioneta desapareció de nuestra vista,
miré a Fernando y le di un abrazo de bienvenida. Estaba
todo sucio ya que habían caminado toda la noche y todo
el día. La evidencia de que habían caminado estaba en los
zapatos de Fernando, los cuales eran nuevos cuando llegó
a Nogales y ahora estaban rotos, al igual que el pantalón y
la sudadera. Me comentó que caminaron a sólo cien o doscientos metros de retén de la migra sobre la autopista 19.
Ni el tiempo, la guerra, o la extrema vigilancia de
la migra habían detenido nuestra meta de reunirnos para
comenzar una relación de pareja, una relación de familia.
Esto era el principio de una historia que se sigue escribiendo, la historia de que nosotros también migramos para reunirnos con nuestras parejas y formar hogares venciendo
los obstáculos que se nos pongan enfrente. Esta es una
historia de la cual somos los protagonistas y que también
queremos escribir.
170
“El sueño mexicano”
Autor: Andrea
M
e llamo Andrea, tengo 28 años y, como tantas
personas, he tenido una vida difícil tanto económica como moralmente en mi país de origen, lo
cual me hizo tomar una decisión que cambiaría por completo mi estilo de vida en sólo una semana.
Yo vivía en una hermosa ciudad colonial al sureste
de la ciudad de México en casa de mis padres. En ese
entonces, pasante de la carrera de medicina, soltera, quizá
nadie pensaría que yo tuviese tanta responsabilidad económica cayendo sobre mis hombros por no ser cabeza de
familia o tener hijos, sin embargo la situación económica
era difícil a pesar de que éramos y seguimos siendo una familia pequeña, los ingresos que mi padre proveía no eran
suficientes.
Mi familia estaba compuesta de cuatro mujeres, incluyendo a mi madre, y de sólo un varón, que era mi padre.
Él, desde que mis hermanas y yo éramos niñas, viajaba
todo el tiempo para conseguir el sustento de cada día, lo
cual me hizo madurar a temprana edad y entender la situación por la que estábamos pasando, en la cual debía
de ayudar y apoyar a mi familia cuando fuese necesario,
como cuando faltaba dinero para medicinas, para doctor
o para completar para la alimentación.
Después, mi hermana Aylen (la de en medio) tuvo
un fracaso matrimonial de cuya unión nació mi sobrino
Axel, quedando desamparado inmediatamente después
de cumplir su primer añito de edad al ser abandonado y
echado a la calle, como si fuese un animal, por el hombre
171
Historias de migrantes México-Estados Unidos
que lo engendró, el que se hace llamar su padre, y aunque
no fuese mi responsabilidad, yo me sentí comprometida
con él y con mi hermana para salir todos adelante, ya que
ella con mucho esfuerzo estaba cursando la carrera de
medicina al igual que yo, quedándonos poco tiempo a
ambas para trabajar y ganar lo suficiente para mantenernos mi hermana, yo y el bebé que había llegado al mundo
sin tener culpa alguna.
Por esa razón, mi padre seguía colaborando con nosotros aunque éramos mayores de edad, trabajando 18
horas al día para que así nosotros pudiésemos continuar
con nuestros estudios.
Al ver este esfuerzo tan grande que mi padre hacia,
durmiendo sólo seis horas diarias, sin obtener los resultados esperados, quedándose muchas veces sin comer, sin
zapatos, sin ropa, descansando en cartones sobre el piso
dentro de su negocio que apenas comenzaba, decidí buscar una mejor solución para ayudar a mi familia, sin dejar
de mencionar que yo tenía trabajos temporales desde los
quince años de edad, ya que desde ese entonces veía la
necesidad tan grande que existía, pero sin dejar por un
lado los estudios, ya que mis padres querían que hiciéramos una carrera por que esa sería la única herencia que
nos dejarían.
Fueron tiempos difíciles los que pase cuando vivía
en mi país, pero al menos estaba junto a mi familia, ahora
puedo decir que sigo viviendo momentos muy duros pero
prácticamente sola, sin el apoyo físico de los que me quieren, teniendo que comer sola, sin tener con quien compartir una alegría o una tristeza, un triunfo o una derrota.
No sólo la dificultad económica que tenía en ese
momento me hizo pensar que mi país no sería la mejor
opción para buscar un futuro favorable, económicamente
hablando, y una vida mejor, ya que también puedo decir
que huí de un fantasma que perturbaba mi mente día con
día, y que impidió que sobresaliera en mis estudios, al no
172
Menciones Honoríficas
tener atención psicológica a tiempo cuando fui abusada
sexualmente por un pariente muy cercano a los 16 años.
Después de ese suceso hubo una serie de problemas familiares, entre los cuales destacaron la separación y la
marginación familiar, la culpabilidad, la falta de atención
psicológica y el miedo de volver a ver al atacante, aunque
en su momento fui muy fuerte al denunciarlo, pero como
las leyes de ese país no fueron muy justas, en poco tiempo
el individuo estaba como si nada caminando en las calles
de la ciudad donde vivía y fue entonces cuando consideré la opción de emigrar hacia el extranjero para tratar de
comenzar una nueva vida, lejos de la pobreza y de todo
aquello que me hacia daño, pensé que esa era la mejor
opción aunque para ello tuviera que sacrificar los cinco
años de esfuerzo y desvelo de mi carrera y, por supuesto,
a mi familia.
Tuve que convencer mis padres de que me dejaran
ir sólo por un año, juntaría dinero y regresaría a terminar
mi carrera para que ellos siguieran orgullosos de mí, y por
supuesto le mandaría dinero a mi madre para ayudar a
los gastos de la casa y a construir un cuarto extra, ya que
la casa sólo contaba con una habitación, una cocina, un
baño y necesitaba ampliarse.
Llegó el momento de partir y de dejar a mis seres queridos con un enorme nudo en la garganta, pero al mismo
tiempo con tantas ilusiones de conocer un país nuevo y
de ganar más dinero para poder ayudar a la economía
familiar. Esos sueños me hicieron tener la fuerza necesaria
para exponer mi vida como lo hice, olvidándome de lo
que realmente era importante: mi familia, mi carrera, mis
costumbres, mis tradiciones, los valores morales que me
inculcaron mis padres y la cultura de mi país.
En ese tiempo estaba decidida y confiaba plenamente
en Dios que todo saldría bien y que resultaría tal y como
estaba prometido por los llamados coyotes, que son las
personas a las cuales se les paga cierta cantidad de dinero,
173
Historias de migrantes México-Estados Unidos
dependiendo de qué tan lejos venga la persona que quiere cruzar hacia el otro lado del país y que ellos pasarían
ilegalmente.
Obviamente, ellos sólo dicen la mejor parte para
hacer el trato, ocultando lo que realmente vivirá la persona y los riesgos a los que estará expuesta, como violaciones (mayormente en mujeres), muertes por asfixia (cuando
van escondidos dentro de las cajuelas de los autos o en
los trailers), o lo contrario a eso, muertes por frío (cuando
el trailer trae encendido el congelador), muertes por insolación y/o deshidratación (por falta de agua y de comida,
cuando son abandonados por los coyotes en el desierto),
mujeres que son convertidas en prostitutas al ser engañadas después de haber sido abusadas, niños y niñas utilizados para pornografía infantil o algo aún peor, para introducirles droga en sus cuerpos, abuso físico y moral, así como
discriminación por parte de las autoridades extranjeras.
Incluso hasta pueden ser encarcelados para posteriormente ser deportados y sin dejar de mencionar el dinero que
los coyotes roban a la gente que va a cruzar la frontera,
ya que muchas veces cobran por adelantado sin haberlos
llevado al destino prometido, dejándolos abandonados en
el desierto, todo esto sin que la gente esté enterada, como
lo fue en mi caso, en que le prometieron a Arturo (mi
novio por cuatro años, el cual también era indocumentado y había cruzado la frontera dos años y medio atrás) que
yo cruzaría por la línea, rápido y sin sufrimiento alguno y,
bueno, nada de eso estaría siquiera cerca de la realidad.
Toda la felicidad que existía dentro de mi ser por conocer otras costumbres, otra cultura, otro idioma, otros grupos raciales en el llamado país de las oportunidades y de la
libertad, y obviamente por el inminente reencuentro de la
persona que amaba en ese momento, se transformó en una
angustia incontrolable conforme pasaban las horas y los días
previos a mi llegada al otro lado de la frontera, en donde
estaba convencida que mis sueños se harían realidad.
174
Menciones Honoríficas
Puedo decir que ese fue el viaje sin regreso mas largo
de mi vida. Aunque sólo transcurrió una semana, para
mi fueron meses desde el momento en que llegué a una
ciudad cerca de la frontera, en donde me recogieron dos
mujeres y me llevaron a un parque, donde teníamos que
disimular y caminar y no estar juntos para no levantar sospechas y posteriormente juntar mas gente y trasladarnos
a otra ciudad aún mas cerca de la frontera, dejándonos
en un hotel en donde estarían otros cuatro grupos más de
personas que también intentarían cruzar al otro lado.
La ilusión de tener una vida mejor era la que me mantenía con aparente fuerza, es decir, físicamente, pero por
dentro me estaba muriendo de miedo y de angustia ya que
iba sola y no conocía a nadie, en mi grupo sólo éramos
tres mujeres y el resto eran hombres, completando así un
grupo como de 16 personas.
Parece mentira, pero a mí, que nada en mi vida había
hecho que se me fuera el hambre, ese episodio tan terrible logró que no tuviera apetito por varios días, ya que no
podía pensar en otra cosa que no fuese mi familia y en la
angustia que ellos estarían pasando al no saber nada de mi
porque obviamente estábamos incomunicados, yo sabía
que estaba no del todo bien, pero al menos viva, nada
más que eso de nada me servía ya que en ese momento
no había manera de hacerle saber a mis padres que yo
estaba bien.
Siempre nos mantenían encerrados hasta que llegaba
el momento de dar el siguiente paso, es decir, de cambiar
de auto, de coyotes y de ciudad. Lo mas difícil fue cuando
llegó el momento de cruzar realmente la frontera, gracias a
Dios a mí no me fue tan mal porque tuve la suerte de que
me pasaran en un auto, en el asiento de delante de lado
del pasajero, ya que según los coyotes mi aspecto físico era
como de gabacha, no obstante el resto del grupo iba en la
parte de atrás, apretados, unos arriba de otros. Nunca imaginé cómo sería toda esa travesía, realmente Arturo y yo
175
Historias de migrantes México-Estados Unidos
creímos que sólo me tomaría un día el cruzar la frontera,
como ellos dijeron, pero no fue así.
Afortunadamente, la distancia entre la ciudad fronteriza y la ciudad extranjera se recorre en un lapso relativamente corto, diez o quince minutos, pero mientras todo
eso iba sucediendo yo sentía que íbamos avanzando muchísimos kilómetros y que estaba pasando una cantidad
inmensa de minutos. Mis ojos se iluminaron cuando vi la
bandera norteamericana ondeando en un establecimiento, y fue cuando supe que ya estaba del otro lado, pero al
mismo tiempo iba sintiendo un escalofrío tremendo cuando iba viendo el muro de lámina de fierro que dividía a
los dos países y volteando hacia todos lados para ver si la
patrulla fronteriza no nos veía.
Pero lo peor estaba por comenzar. Una vez introducidos en la pequeña ciudad extranjera fuimos de nuevo
dejados en un hotel, tocándome a mí hacer el papel de
acompañante de una de esas personas para que nos pudiésemos registrar en dicho hotel o hacer el check in,
como le dicen los americanos. Yo me quedé sorprendida
cuando escuche hablar al coyote, porque obviamente lo
estaba haciendo en inglés, algo que jamás imaginé y aparte mostrando su identificación de Texas. Fue entonces que
comprendí cómo operaban estos grupos de gente.
Una vez dentro de la habitación, los coyotes salían
y nos dejaban ahí, obviamente yo no dormía nada por el
temor de que me fuesen a hacer algo, el tiempo se hacía
tan largo y a veces escuchábamos conversaciones entre
ellos mismos que me ponían los nervios más de punta, ya
que decían que el carro o la camioneta que se había ido
antes que la de nosotros había sido agarrada por la migra,
yo no sabía exactamente a qué se referían puesto que era
mi primer intento tratando de cruzar la frontera e ignoraba completamente todo lo que estaba sucediendo, sin
embargo, todo eso me daba muy mala espina y comencé
con mucha angustia que ya no pude controlar teniendo así
176
Menciones Honoríficas
que entrar al baño para poder desahogar todo lo que estaba sintiendo mediante un llanto desesperado. Ya no sabía
que hacer, sólo quería regresar con mi familia, tuve que
salir de ahí fingiendo sentirme bien pero en realidad sentía que me desvanecía y que las fuerzas se me iban. Fue
entonces cuando un hombre de mi grupo se acerco a mí,
coincidimos que éramos mexicanos, del mismo estado de
la republica y era evidente que yo iba sola, así que decidió
autonombrarse mi protector durante el viaje y no hacía
más que cuidarme, comentaba que llevaba diez años cruzando la frontera, que ya estaba acostumbrado. Una vez
lo agarraron, lo sacaron y el volvió a meterse, todo esto
lo decía de una manera tan natural y fresca como si fuese
una novela o un cuento, yo tenía tantas dudas y preguntas
que hacer porque no entendía nada, puesto que nunca
había vivido algo así y todo lo que sabía era a través de
los medios de comunicación, de la televisión. Él solamente
me estaba preparando por si nos agarraban y de esa manera saber qué hacer.
Dentro de mi grupo iba mucha gente joven, es decir,
muchachos jóvenes de entre 15 y 18 años que no tomaban
en serio lo que estaba sucediendo, se salían del hotel a
platicar y a fumar como si estuviesen en una fiesta, disfrutando de una noche maravillosa, corriendo el riesgo de
que alguien viera algo sospechoso, como lo era tantísima
gente en un solo cuarto, y llegaran agentes de inmigración. Yo por mi parte me sentía indignada, ya que siempre pagamos justos por pecadores y los coyotes daban las
instrucciones que supuestamente teníamos que seguir, si
no ponían en riesgo a todos y eso no era justo ya que yo
y otras personas estábamos arriesgando nuestra vida para
llegar a los Estados Unidos, a los cuales sí nos importaba.
Sin embargo ellos hacían caso omiso a las palabras
de una de las mujeres del grupo, que ya era mayor de
edad, como de unos 45 años, y aparte diabética, la cual
era residente legal de los Estados Unidos de América pero
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
había ido a El Salvador por su hija para llevarla al otro
lado y no la quiso dejar sola arriesgando de esta manera
sus papeles de residencia permanente. Mientras tanto, mi
angustia iba creciendo conforme pasaban las horas y los
días, y más por mi familia que seguía sin noticias de mi
parte, así que en una salida de los coyotes por un descuido
dejaron unas tarjetas de teléfono que utilicé para llamara
mis padres, me contestó mi hermana Aylen diciéndole que
todo estaba bien, casi sin poder hablar, teniendo un nudo
en la garganta, tratando de contener las lagrimas mientras
mi corazón se desgarraba por dentro, no pude hablar con
mamá y papá pero lo mas importante ya lo sabían, que yo
estaba bien dentro de lo que cabía.
Hubo momentos en los que quise salir del cuarto
para dejar que los agentes de inmigración me aprehendieran y así poder terminar con ese suplicio ya que en
esos momentos tantas cosas cruzaban por mi mente, tenía
miedo de que nos agarraran o a un peor de que todo mi
esfuerzo y sacrificio quedara en el intento y no volviese a
ver jamás a mis seres amados.
Como todo era paso por paso, esperamos un día y
medio para cambiar de auto y seguir el recorrido. Cuando
por fin eran las nueve de la noche creí que pronto todo
terminaría, pero no, aun faltaba más, lo más arriesgado
estaba por venir, lo que por supuesto yo ignoraba. Nos
llevaron en una van y de ahí nos dejaron al lado de una
carretera desierta, escondidos detrás de unos arbustos casi
congelándonos porque era época de frío y el coyote dijo
que nos recogerían en veinte minutos, lo cual no sucedió.
Todo seguía siendo una mentira, esperamos más de cuatro
horas tirados en el suelo y junto con otro montón de gente
mal portada como si lo que estuviera en juego fuese un
trofeo, haciendo ruido y hasta fumando, Dios mío, yo no
creía lo que estaba sucediendo.
De repente un ruido extraño se escuchó y al voltear
al cielo pude ver unas luces que se acercaban hacia noso178
Menciones Honoríficas
tros y, como yo no conocía nada y era mi primera vez, le
pregunte al hombre que me protegía: –¿Ángel, qué cosa
es eso? –y el contesto– Es la migra, agáchate. Oh, por Dios
yo estaba tan aterrada y sin saber qué hacer. Después él
dijo, –Cuando nos recojan tu te vas conmigo y si nos agarran yo te ayudo a correr para tratar de escapar, no te preocupes. Créanme que en esos momentos todo da igual,
confiar o no confiar en nadie, ya no sabes qué es peor
porque de una u otra manera estás arriesgando tu vida con
gente desconocida.
Como dije anteriormente, después de más de cuatro
horas Llegó un trailer y de entre los arbustos comenzaron
a salir decenas de personas corriendo desesperadamente
a subirse como pudiesen, muchos se pisotearon, otros se
golpearon y muchos otros hasta se cayeron porque todo
debía y tenía que ser tan rápido, en segundos ya que podía
pasar la patrulla de caminos, la Highway Patrol, y reportarnos a migración o en el aire podía aparecer de nuevo el
helicóptero de la migra que vigilaba la frontera.
Al estar dentro del trailer, yo no hice más que hacer
una oración durante las mas de cuatro horas que nos tomó
en llegar a otro lugar en donde nos recogerían otras personas en diferentes carros, todos íbamos muy apretados
pues al parecer habíamos subido al camión como unas 70
personas, sin contar la mercancía que traían, y que durante el viaje otros coyotes fueron pasando a la parte de atrás
de la caja del trailer dejándonos en la parte de enfrente de
dicha caja por si abrían las puertas al momento de revisar
el trailer y sólo vieran dicha mercancía. Todos teníamos
que estar callados, sobre todo al momento de pasar las
revisiones, que eran dos. Gracias a Dios llegamos bien a
las cinco de la mañana y de ahí, otra vez por grupos nos
dividieron para llevarnos en vans al destino final, lo que
tomó un periodo de tres horas y media más.
Llegamos a una casa y uno de los coyotes, que presumía ser muy joven, comenzó a llamar a cada uno de
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
los familiares y de ahí se distribuyeron para entregarnos y
cobrar lo establecido para así concretar el dichoso trato.
Les puedo decir que estuve muy contenta cuando llegué a salvo y vi a Arturo esperándome con una enorme
sonrisa, después de no verlo por mas de dos años, pero de
una cosa sí estoy segura, nunca más volveré a intentarlo y
nunca más pondré de nuevo en peligro mi vida o la de un
miembro de mi familia. No le deseo a nadie que pase lo
mismo que yo y que tantas personas pasamos al tratar de
cruzar la frontera, ignorando muchas veces los riesgos a
los que estaremos expuestos, sin saber si saldremos vivos
o no, o si alguien nos hará daño.
Pero no todo acabó ahí, la lucha tenía que continuar,
ahora venía la verdadera lucha por alcanzar el sueño americano.
Para comenzar, uno llega sin conocer a nadie, solamente tienes contacto con la persona que te ayuda, te
recibe en su casa y te saca de esa oscuridad mientras encuentras trabajo, juntas un poco de dinero para establecerte y obviamente eso no se logra en dos o tres meses,
probablemente te tome un año lograr ese propósito, ya
que hay que pagar alimentación, vivienda, ropa, servicios
de la casa y transporte.
Yo llegué a la casa de Arturo que era mi novio desde
que vivía en México, el cual ya tenía dos años y medio
viviendo en una ciudad de Chicago. Cruzó también ilegalmente la frontera y corrió con suerte. Pasó la línea el
mismo día que dejó su país con una mica de otra persona
y llegó a casa de un primo, que lo acogió por un poco
mas de un año hasta que pudo independizarse completamente. Transcurrió un poco mas de una semana cuando
por fin ya estaba lista para buscar trabajo, ya que primero
tenía que reponerme de ese horrible viaje, aceptando así
lo que había ocurrido sin poder borrar las imágenes que
aun permanecían en mi cabeza. No fue fácil encontrar un
trabajo. No era solamente llenar una solicitud, era tener
180
Menciones Honoríficas
un número de seguro social y una identificación válida y
como todos los ilegales no lo tenemos, tienes que convertirte en cómplice y comprar documentos falsos para poder
trabajar.
Otro obstáculo más, aparte de esos dos, era el idioma
inglés, ya que el 95% de los establecimientos tienen los
anuncios en inglés y se habla por supuesto ese idioma,
también se habla español pero sólo en las comunidades
latinas y casi en todos los trabajos, aunque estén mal pagados y aunque los jefes o dueños sepan que no son legales
tus documentos, quieren que hables inglés. Al no conocer
a nadie comencé a investigar en donde había una escuela
de inglés para adultos, cuya ventaja era que la enseñanza
es gratuita, de esa manera logré llegar para inscribirme a
las clases de ESL (inglés como segundo idioma o english
as a second language) después de haber caminado varias
cuadras porque no sabía utilizar el transporte público y no
tenía auto. Ya dentro de las clases fui preguntando a los
compañeros si no sabían de un trabajo o de que alguien
necesitara personal para trabajar, hasta que encontré una
buena samaritana que me dijo que de qué quería trabajar y yo le contesté: –De lo que sea. Para ese entonces
ya habían transcurrido casi tres meses y me encontraba
desesperada por no tener empleo. Arianne habló con el
manager del restaurante donde laboraba y me llevó a que
me hicieran una entrevista; gracias a sus recomendaciones, a que dije que ya tenía experiencia como mesera y
que sabía algo de inglés me aceptaron.
Tuve que invertir en zapatos, medias y uniformes, ya
que ellos no proporcionaban nada, como tampoco nos
proveían de seguro médico, como en otras empresas o
compañías. El trabajo para los inmigrantes es muy duro,
ya que las personas que ahora están legalmente en este
país y que alguna vez fueron indocumentados abusan de
nosotros, pagándonos el sueldo mínimo por mucho trabajo y no respetan las leyes, haciéndonos trabajar horas
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
extras, pero al pago mínimo y no como over-time (tiempo
extra), que es un poco más del mínimo, porque saben que
necesitamos el empleo y porque desgraciadamente todos
los que vamos llegando estamos mal informados de los
derechos que tenemos aunque no tengamos documentos,
ya que todo nos da miedo y lo menos que queremos es
meternos en problemas o perder el empleo que con tanto
sacrificio conseguimos.
Lo más triste es cuando creemos que las personas
con nuestra propia cultura, ya establecidos en este país
nos van a dar la mano y es todo lo contrario, son ellos mismos los que nos dan una puñalada en la espalda, parece
mentira pero así es, mejor otras personas de otras razas
tratan de ayudar y de entender nuestras necesidades. De
esa manera abusan de los inmigrantes, haciéndonos creer
que nos van a despedir o incluso a muchos hasta los amenazan con echarles a la migra si no obedecen o hacen lo
que ellos quieren.
Al trabajar como mesera tuve que enfrentarme a diferentes situaciones, como agradarle al jefe, no opinar, simplemente quedarse callada aceptando las decisiones que
ellos tomaran, hacer el trabajo, no sólo de servir mesas
y atender a los clientes, que supuestamente fue para lo
que me contrataron, sino hacer el trabajo de lavar trastes
y de limpieza, y no sólo eso sino soportar a los clientes
borrachos y groseros cuando estos ya estaban pasados de
copas y sin respaldo alguno por parte de los dueños. Esta
situación la toleré por casi tres años.
Ahí mismo conocí a un señor cuyo trabajo era ser
preparador de taxes, lo que en México se conoce como
impuestos, bajándome cielo, mar y estrellas, diciéndome
que me pagaría mejor por menos trabajo, que yo merecía otro tipo de empleo; en esa época todavía no estaba
bien informada de todas las cosas que había en este país
de Estados Unidos y menos porque aquí sólo es trabajo,
poca diversión y mucho encierro, no hay días ni noches ni
182
Menciones Honoríficas
fines de semana libres, y obviamente todo nos agarra de
sorpresa, yo le pedí descansar los fines de semana porque
en los restaurantes siempre se trabaja en viernes, sábado
y domingo y con mi reciente matrimonio con un mexicano nacionalizado americano debía compartir más tiempo,
y no porque él me lo exigiera sino porque yo ya estaba
cansada de tanto trabajar, quería descansar un poco más
y además compartir el tiempo libre que mi esposo Alexis
tenía.
El señor aceptó y me contrato junto con mi hermana Aylen, que traje de México, pagándonos una cantidad
mensual, trabajando de diez de la mañana a siete de la
noche. Todo estuvo bien los primeros días para posteriormente convertirse en un abuso, ya que a veces salíamos a
las ocho o incluso hasta las diez de la noche y seguíamos
recibiendo el mismo sueldo y aparte de todo nos despidió
inmediatamente después de que terminó la temporada de
taxes, que es aproximadamente de cuatro meses, poniendo de pretexto que no teníamos documentos y que migración estaba checando que los negocios tuvieran toda la
documentación del personal en orden.
Fue muy duro el habernos quedado sin trabajo, pero
más duro fue para mi hermana, porque ella tenía que mantenerse y a su hijo Axel, mi sobrino de siete años, el cual
había sido traído a los Estados Unidos con mucho esfuerzo
y no sólo eso, sino que también se expuso su vida para
que lo pasaran y así pudiera estar junto a su madre, ya que
no contaba con un padre que lo sostuviera. Mi hermana y
mi sobrino fueron recibidos con los brazos abiertos en mi
casa, pero como en toda situación, una vez sin trabajo comenzaron a sentirse mal y como carga para nosotros (mi
esposo Alexis y yo), por lo que decidieron regresar a México, dejándome sumida en una depresión y tristeza profundos, ya que yo había hecho todo lo posible por ayudarlos
y traerlos para que estuvieran mejor después de tres años
de no verlos y que difícilmente volvería a ver pronto.
183
Historias de migrantes México-Estados Unidos
De ahí para acá, sólo he tenido trabajos temporales
por cuatro o cinco meses, máximo, quedándome el resto
del año sin empleo, sin haber terminado las clases de inglés, primero porque no me alcanzaba el tiempo ya que
llegaba muy cansada del trabajo y después por la falta de
ganas y de entusiasmo debido a la depresión que ya padecía desde hace años, pero que ahora se había acentuado
más por la soledad, la falta de mi familia, el no tener empleo, el que cada vez se hiciera más difícil encontrar trabajo por la falta de documentos y la falta de un inglés fluido,
lo que me hacía sentir todo esto como sino valiera nada,
como sino tuviera vida, como si fuera un vegetal, discriminada por no hablar ingles, sintiéndome tonta y de menos
todo el tiempo y, por supuesto, derrotada, sin haber cumplido el sueño americano por el que arriesgue mi vida.
Parece mentira, pero ni habiéndome casado con
un nacionalizado americano he podido arreglar mis documentos y todo por ignorancia, por creer en la gente y
por no investigar antes de dar un paso. Mi esposo Alexis,
como ya mencioné, es ciudadano americano, lo que fácilmente me hubiera permitido legalizar mi situación migratoria si hubiese entrado con algún tipo de visa o permiso
legal. Por haber entrado ilegalmente a este país no puedo
arreglar nada, ya que la ley que permitía pagar una multa
está cerrada debido a los ataques del 11 de septiembre del
2001.
Ahora no me queda más que esperar un milagro,
porque esperar una reforma migratoria sería como esperar el regreso de los dinosaurios a la tierra, es prácticamente imposible, lo que me obliga a continuar entre las
sombras; sin una identificación valida; manejando sin licencia, siempre pendiente de los policías; con miedo a
las redadas; con sueldos míseros y bajos, malos tratos y
discriminación; con empleos poco dignos para personas
como nosotros, que nos gusta trabajar y: por si fuera poco,
soportando a grupos racistas que se creen los guardianes
184
Menciones Honoríficas
de la frontera, y ganan cada vez más fuerza (como los
llamados minuteman); teniendo que aguantar crímenes
de odio entre los que destacan destrucción de negocios
latinos, golpizas a inmigrantes, burlas por parte de los
gringos, que nos llaman wetbacks (espaldas mojadas) en
público, o algo mucho peor, que me parece inhumano y
deplorable, cuando estas personas gringas engañan a los
obreros, que por lo general están parados en las esquinas
de algún establecimiento en donde se venden materiales
para construcción, esperando a que alguien los contrate y
sean llevados a trabajar, pero en lugar de eso son llevados
a oficinas de inmigración. No conformes con este atropello
en contra de estas personas que no hacen nada malo, más
que buscar el sustento para las familias que dejaron en sus
pueblos, y que trabajan arduamente de sol a sol, estas personas sin sentimientos filman videos para posteriormente
ponerlos en Internet y que así toda la gente pueda ver
el momento cuando los indocumentados corren y saltan
de las camionetas al darse cuenta que fueron víctimas de
unas personas crueles y desalmadas, y por si fuera poco,
las nuevas reformas migratorias, que pretenden criminalizar a los indocumentados, dejándonos sin empleos, sancionando a los que nos empleen, evitando que nos renten
las viviendas y negándonos atención médica.
Aunque este país no me gusta y habiendo pasado ya
cinco años sin poderme adaptar a estas costumbres, difícilmente me puedo ir ya que ahora me detiene mi esposo, el
cual tiene deudas de tarjetas de crédito, de financiamientos de auto, y una pensión alimenticia que tiene que pasar
a sus dos hijas de un matrimonio anterior, siendo una cantidad muy fuerte que difícilmente podría pagar en México,
teniendo que trabajar horas extras desde las cuatro a.m..
hasta las siete o nueve de la noche para poder sobrevivir.
Lo que para mí en un principio era lograr el sueño
americano trabajando, que claro, la mayoría de las veces
se logra un tiempo por tantos obstáculos que hay, pero
185
Historias de migrantes México-Estados Unidos
una vez traspasado esas barreras la gente se vislumbra
con los dólares, olvidándose incluso hasta de las familias
que dejaron en el otro lado de la frontera, yendo muchas
veces sólo a enterrarlos, derrochando el dinero en alcohol, mujeres, carros de lujo, bares, llenándose de deudas
y de hijos, metiéndose en gangs o pandillas, cometiendo
delitos por los que van a dar a la cárcel convirtiéndose
así en una carga para el gobierno americano, para que
inmediatamente después de cumplir su condena sean expulsados o deportados del país, dejando en vergüenza a
los inmigrantes que realmente ayudan a la economía de
los Estados Unidos con su trabajo, producto del sudor de
su frente, libres de delitos siendo así buenos ciudadanos,
luchando día con día para ganarse el respeto de todos.
Ahora puedo decir que tengo un nuevo sueño, el
sueño mexicano, ese es mi verdadero sueño, regresar a
la hermosa tierra que me vio nacer y no para recuperar
el tiempo perdido, porque eso jamás lo recuperaré, pero
sí para vivir al máximo lo que me quede de vida, con la
frente muy en alto, porque ni el montón de billetes verdes
que uno pueda ganar serán suficientes para comprar un
abrazo, un beso, una sonrisa y una mirada de nuestros
seres amados o las costumbres y nuestra cultura que allá
dejamos en nuestro querido país que es México.
Con este relato doy testimonio fiel de todo lo que se
sufre al cruzar la frontera, pretendiendo que las personas
que tienen en mente viajar al país de las oportunidades y
de la libertad tomen conciencia de que no es nada fácil,
y a largo plazo lo que una vez tanto anhelamos y por lo
que tanto luchamos se transforme en dolor, tristeza, llanto,
soledad, libertinaje y desintegración familiar y no en felicidad, riqueza y unión como todos pensamos.
Por ultimo, cabe mencionar que los nombres utilizados en la historia fueron escogidos con el firme propósito
de transmitir el significado de mi sentir en cada pasaje de
la historia.
186
Menciones Honoríficas
Andrea: nombre que me asigné por haber sido valiente desde el inicio hasta el final en todas las adversidades que se me presentaron. Aylen: nombre asignado a
mi hermana por darme alegría aun en los momentos más
difíciles, ya que sin su apoyo no hubiese logrado continuar
con el recorrido. Axel: nombre asignado a mi sobrino por
ser un regalo de Dios y el motor que mueve a toda mi familia para salir adelante. Arturo: nombre asignado a mi exnovio por haber sido y seguir siendo fuerte antes, durante
y después de haber sufrido el fenómeno de migración, si
él no me hubiese transmitido su fuerza y no me hubiera
dado la mano yo no hubiera podido salir adelante. Alexis:
nombre asignado a mi esposo, el hombre que me hace
sentir protegida a pesar de tantos obstáculos que hay en
mi vida. Ángel: nombre asignado al hombre desconocido
que me guió y me cuidó durante todo el trayecto siendo
este un mensajero de Dios.
Y, por ultimo está, Arianne: nombre asignado a la
mujer que me permitió ver una luz al final del túnel siendo bondadosa al recomendarme para un empleo, y así
obtener mi primer trabajo.
187
“Veredas de esperanza”
Autor: Torbellino
Introducción
E
l fenómeno de la inmigración tocó mi vida aún antes
de mi nacimiento. Mi padre abandonó a mi madre
cuando estaba embarazada, a principios de los años
setenta, y nunca regresó a su lado. Yo nací en las afueras
de la capital mexicana. Mi madre y yo emigramos a la
frontera de México en el norte de Coahuila cuando yo
sólo tenía escasos seis años de edad. Pasé mi niñez y mi
adolescencia en este lugar, y vi en primer plano a muchos
de mis compatriotas cruzando o tratando de cruzar hacia
el lado americano, supe de la muerte de muchos de ellos
a lo largo de mi vida en la frontera. Mi madre conoció a
otra persona en la frontera y vivieron juntos por muchos
años sin casarse.
Esta persona cruzaba hacia los estados unidos cuando
no tenía trabajo, y a veces se pasaba meses sin enviarnos
dinero por las dificultades que enfrentaba sin trabajo. Yo
nunca imaginé que fuera a ser uno de tantos que cruzan
hacia los Estados Unidos buscando una vida diferente.
Las dos principales razones que me inclinaron a venir
a los Estados Unidos fueron, primero, la situación económica que en ese tiempo vivía mi familia (para entonces mi
madre y mi padrastro ya se habían separado, y yo quería
continuar con mis estudios, pero mi madre apenas podía
mantener a la familia de tres hijos. Mi opción era trabajar
en alguna maquiladora y estudiar de noche o ir a los Esta189
Historias de migrantes México-Estados Unidos
dos Unidos a juntar dinero y regresar a estudiar). La segunda razón fue la curiosidad de conocer a mi padre con el
cual había entablado contacto un año anterior; aunque él
en realidad tenía sus propios problemas, y yo sólo lo había
visto una vez en mi vida.
Historia
Corría el mes de julio de 1990 en la ciudad fronteriza de
Piedras Negras, Coahuila. A mis 20 años, apenas graduado de la preparatoria, eran pocas las oportunidades de
empleo y las posibilidades de una vida mejor. Como un
adulto joven esas probabilidades se veían con más promesa del lado americano. La situación, aunada a una querella
familiar, hacía más apetecible la idea de salir huyendo hacia cualquier lado, y por qué no probar suerte en otro país,
otra cultura, otro idioma; se veía fácil.
Hacía algunos días que había empezado a jugar con
la idea de irme a los Estados Unidos. La oportunidad se
presentó el día que conocí a Martín, un joven trabajador
de maquiladora originario de Guanajuato que compartía
la idea de emigrar hacia el lado norteamericano, aunque
por diferentes motivos. El me decía: –Sólo quiero una lana
para levantar unos cuartos, comprar muebles y así casarme; los papás de mi novia ya nos ofrecieron un lote para
construir nuestra casa.
Martín consiguió los nombres de unas personas que
tenían experiencia cruzando el río Bravo. Un día, a finales
de julio, me dijo que ya estaba decidido a irse y quería
saber si yo quería hacerlo y acompañarlo. Acepté irme con
él y con otros dos hombres que cruzarían por el río Bravo.
Poco me imaginaba el vuelco que iba a dar mi vida en las
siguientes semanas. Le comenté a Martín que no tenía dinero para pagar por el viaje pero él me aseguró que no era
necesario: –No vamos con un coyote, las otras dos per-
190
Menciones Honoríficas
sonas que cruzarán con nosotros sólo quieren compañía.
Martín me llevó a conocer a quien sería el líder del grupo,
un sujeto de nombre Miguel, y a su medio hermano, un
hombre delgado de nombre Fermín. Miguel era un hombre esbelto y fuerte con semblante sereno, tal vez de unos
treinta y cinco años de edad. Su tono de voz y serenidad
daban cierto aire de confianza, a pesar de haberlo conocido por unos cuantos minutos. Su medio hermano tenía
apenas unos días de egresar del Centro de Readaptación
Social de Piedras Negras; estuvo ahí por homicidio. Mató
a un hombre a cuchilladas.
Esa última semana de julio llovió mucho en la región norte de Coahuila y sur de Texas. El grupo de cuatro
intentaría cruzar por la parte norte de Piedras Negras,
cerca de un lugar conocido como la Isla del Mudo. No
pudimos salir el día planeado debido a las recientes lluvias que habían hecho crecer la corriente del río Bravo.
Miguel nos explicó que si cruzábamos, la tierra húmeda
y el lodo que acumuláramos en las suelas de los zapatos
nos causarían estragos y que, de hecho, corríamos peligro de no llegar a nuestro destino, situado a más de 70
kilómetros de la frontera, debido a la fatiga. No quedé
muy conforme con su decisión pero acaté el consejo.
Días después me daría cuenta de lo que Miguel nos intentaba decir en ese momento. Caminar por el lodo no
es tan difícil, el problema es cuando caminas por muchas
horas con los zapatos mojados, estos se hacen progresivamente pesados y las ampollas y el roce de la tela y la
piel crean una situación muy difícil. Se decidió intentar
el cruce de nuevo el día 4 de agosto, un sábado. Regresé
un poco desilusionado a mi casa, contento porque podría ver unos días más a mis dos hermanos y mi madre,
quienes, por cierto, no tenían la menor idea de lo que yo
estaba punto de hacer.
191
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Cruce
El día 4 de agosto de 1990 era un día soleado en Piedras
Negras y se pronosticaba muy caluroso. Este era el día
señalado por Miguel para cruzar hacia Texas. Mi madre
andaba fuera de la ciudad y regresaba esa noche. Mis hermanos se quedarían solos por unas horas. Esa mañana me
vestí con pantalón de mezclilla y camisa de manga larga.
No cargué con ninguna otra ropa y tampoco tomé ninguna mochila conmigo para no despertar sospechas. Nunca
quise decirle a mi madre lo que quería hacer por temor a
preocuparla y porque pensé que ella no aprobaría el pasarme de indocumentado. Al salir por la cocina tomé un
pequeño cuchillo y me lo puse en la bolsa trasera, lo hice
porque tenía desconfianza de las personas con las que iba
a cruzar y quería tener algo para defenderme en caso de
que algo pasara.
Ese día el corazón se me hacía pedazos. Tenía el presentimiento que no iba a ver a mi familia por mucho tiempo. Mi situación personal era tan deplorable y me sentía en
tal depresión y amargura que mis pensamientos vagaban
de un lado a otro. Martín y yo acordamos juntarnos con
Miguel y Fermín a unas cuadras de las orillas del río Bravo
después de mediodía. Yo fui el último del grupo en llegar
esa tarde. Me sorprendió ver que Miguel, el líder del grupo
no traía nada consigo para el viaje. Fermín traía una pequeña mochila y dentro una chamarra, me reí dentro de mí y
pensé, a quién se le ocurre traer una chamarra con este
calor. La respuesta vendría esa misma noche.
Martín y yo compramos unas tortillas, unas latas de
frijoles y una bolsa de granola para el camino. Nos dirigimos hacia el río por ahí de las cuatro de la tarde. En el
camino hacia el río se nos unió una quinta persona, de
la cual no recuerdo su nombre. Era un joven de unos 16
años, alto y delgado que cargaba dos tubos de llanta de
diferente tamaño, al parecer él era sobrino de Miguel. Él
se encargaría de regresar los tubos al lado mexicano una
192
Menciones Honoríficas
vez que hubiéramos cruzado. Llegamos a las orillas del
río cerca de la Isla del Mudo, desde donde podíamos ver
perfectamente a la distancia lo que hoy se conoce como
el Puente 1. Con la mirada exploramos el área, pescadores
tiraban sus cañas en el Bravo, no hacían caso de nosotros,
pareciera otro día normal para ellos. Después de divisar
el lugar donde desembarcaríamos avanzamos unos cien
metros hacia el norte. La razón es que el río corre de norte
a sur y al cruzar la corriente nos arrastraría hacia el sureste,
en forma diagonal, así quedaríamos exactos en el lugar
donde queríamos del lado americano. El sol aun estaba
muy alto, aun no era hora apropiada para cruzar, así que
Miguel decidió dar una nadadita. Martín descansaba en el
pasto, Fermín se drogaba con marihuana, yo sólo observaba el río, tal parecía que cada uno de nosotros teníamos
nuestra manera de relajar la tensión. Al atardecer, Miguel
dio la orden de inflar los tubos, tomamos turnos para soplar aire en ellos, todo era silencio. Cuando terminamos
de inflar los tubos Miguel habló.
–Esta es su última oportunidad de echarse para atrás
–nos dijo–. Una vez que crucemos el río, si nos agarra la
migra nos regresarán a México y podemos intentar otro
día. No se resistan ni traten de correr. Si alguien se enferma en el camino lo pondremos a un lado de la carretera
para que alguien lo auxilie.
Al terminar Miguel sus cortas indicaciones, nadie dio
paso atrás.
Martín y Miguel tomaron el tubo mas pequeño, Miguel se sentó en medio del tubo, ya en el agua, y Martín le
dio su ropa. La persona que va sentada en el tubo tiene la
responsabilidad de mantener la ropa y los zapatos secos,
y sobre todo no perder nada. En el segundo tubo, más
grande, Fermín fue el encargado de ir sentado y resguardar la ropa. El sobrino de Miguel y yo nos encargaríamos
de patalear, uno de cada lado del tubo. Sólo dimos unos
pasos hacia la profundidad del río y yo sentí cómo mis
193
Historias de migrantes México-Estados Unidos
pies dejaron de tocar el fondo lodoso del Bravo y ahora
(sin saber nadar) estaba a merced de un pedazo de plástico en uno de los ríos que más vidas ha cobrado en la
historia de mi país. Yo coloqué mi brazo izquierdo en el
tubo y el derecho lo usé para remar, y usé mis piernas para
impulsarme a un ritmo constante. Ese atardecer de agosto
mi vida cambio para siempre.
El cruce de la frontera entre Estados Unidos y México generalmente no era muy difícil. El problema radica
en sortear los obstáculos después del cruce. Después de
esto viene cruzar el tramo de terreno de aproximadamente quince kilómetros entre la frontera y la primer garita o
retén donde nuevamente se encuentran agentes de la Patrulla Fronteriza. Caminamos esa noche por más de cinco
horas, nos guiábamos por el ruido y a veces por las luces
de los carros que a lo lejos corrían por una carretera. Esa
noche caminamos amparados por la oscuridad, la caminata parecía segura, sin eventos, no hacía calor, estábamos
descansados. Pensé que esto no estaba tan mal, ¡no sabía
lo que me esperaba!
Después de haber caminado unos diez kilómetros,
Miguel decidió descansar y tratar de dormir un poco. Racionamos la poca comida que traíamos y después tratamos
de dormir un poco. Fue imposible para mí, los mosquitos
nos abrumaban, noté que Fermín vestía su chamarra y un
gorro y dormía placidamente, la chamarra lo protegía de
los perversos mosquitos, no estaba tan mal después de
todo, él ya tenía experiencia en todo esto.
El domingo por la madrugada emprendimos nuevamente la caminata. Después de varias horas de camino
me di cuenta que nos habíamos alejado de la carretera,
pero nos guiábamos por torres de radio, las cuales Miguel
conocía muy bien por todos los viajes que había hecho
anteriormente. Él bromeaba diciendo que ya había trabajado tanto en Estados Unidos que ya les iba a pedir su
jubilación para que así le mandaran su cheque a México.
194
Menciones Honoríficas
Miguel ya tenía casi veinte años cruzando a trabajar a Estados Unidos, sabía hablar inglés y tenía muchos conocidos
en varias partes de Texas, los cuales lo contrataban año
con año. Me di cuenta que Miguel tenía mucha experiencia caminando por estos rumbos. No sólo sabía la posición de las torres de radio, sino que también conocía en
qué partes podíamos encontrar agua apta para tomar. Con
respecto a esto último, no cargábamos agua con nosotros,
sólo un envase vacío de plástico de tres litros de capacidad. Al momento de llegar a un lugar con agua llenábamos el envase, le poníamos un paliacate en la boquilla del
envase haciendo las veces de filtro y todos tomábamos
lo más que podíamos, tirábamos el resto del agua que no
tomábamos y guardábamos el envase. Todo esto para traer
la carga más ligera posible.
El domingo transcurrió sin novedad, salvo por un encuentro cercano con una camioneta de la Patrulla Fronteriza. Tuvimos la suerte de divisarla desde lejos y nos dio
la oportunidad de escondernos y la dejamos pasar. Esa
noche dormimos bajo unos árboles cerca de un rancho,
pero nuevamente el lugar estaba infestado por mosquitos
y casi no pude dormir a pesar de estar completamente
rendido.
El lunes 6 de agosto retomamos el camino muy temprano. Caminamos unos kilómetros más y seguimos un
camino de terrecería que no volvimos a dejar por el resto
de la jornada. Miguel nos dijo que esa tarde llegaríamos a
un pueblo de nombre La Prior, en Texas. Este es uno de los
días que mas recuerdo en mi vida, para entonces ya mis
zapatos, seminuevos antes de cruzar, tenían parte de las
suelas despegadas. Mis calcetines estaban hechos trizas y
el sudor combinado con el roce en la piel me produjeron
ampollas, era doloroso. El caminar era difícil porque ahora
tenía rozaduras en las entrepiernas, el calor era brutal. Yo
me empecé a rezagar y caminar dolorosamente. Aún faltaban varios kilómetros para llegar, Miguel se dio cuenta
195
Historias de migrantes México-Estados Unidos
de mi situación, encontró una sombra en el camino y nos
indicó descansar.
En estos momentos mis piernas perdieron todo sentido. No las podía mover, parecían paralizadas, nunca me
había pasado, los músculos estaban completamente tiesos.
Casi pedí que me dejaran abandonado, no quería arruinar
su viaje. De acuerdo a lo que Miguel nos dijo antes de
empezar el viaje, se suponía que yo tendría que buscar mi
camino hacia alguna carretera o rancho cercano y pedir
auxilio. Antes de empezar el viaje me dije a mi mismo, soy
el más joven del grupo y voy a recorrer toda la jornada sin
problemas. Ahora, los tres me miraban sin quejarse y me
daban aliento, me animaban a seguir hasta llegar a nuestro
destino. Con mucho dolor, me levanté y empecé a mover
las piernas hasta que los músculos se empezaron a aflojar
y a duras penas recorrí los últimos kilómetros antes de
llegar a un rancho cercano a La Pryor.
Esa noche del lunes acampamos en las inmediaciones de un rancho que tenía mucho ganado vacuno. Miguel nos dijo que él conocía al dueño del lugar y que nos
íbamos a quedar ahí por cinco días. En ese lugar había una
pequeña casa de madera, adentro estaba lleno de basura.
Me di cuenta que había pañales y ropa sucia. Me dijeron
que en este lugar frecuentaban llegar otros indocumentados en camino hacia otras partes del país. Me dio tristeza
pensar que tal vez señoras con niños pequeños y bebés
tuvieran que pasar por lo que estábamos pasando.
La semana pasó sin mucha novedad, al menos teníamos un poco de comida. Dormíamos a un lado de los
perros, en medio de ganado vacuno. En una ocasión, por
la noche llegó la patrulla fronteriza a la casa principal del
rancho. Por suerte nos dimos cuenta, tomamos nuestras
pertenencias y corrimos hacia el campo. Desde nuestro
escondite pudimos ver cuando los agentes se retiraban y
regresamos a nuestro campamento. En uno de estos días
Martín y Miguel se aventuraron hacia una de las tiendas
196
Menciones Honoríficas
del pueblo y utilizaron un teléfono público para hacer
contacto con los dos hermanos de Martín en Houston, los
cuales enviarían una persona con un carro a levantarnos
ese mismo sábado.
El sábado siguiente un carro azul se acercó lentamente
al rancho donde estábamos, con señas nos hicieron saber
que venían por nosotros. No hubo tiempo de despedidas,
Miguel y Fermín, con un cierto tono de emoción y deseándonos suerte, nos incitaron a correr hacia el camino donde
el carro esperaba con el motor andando. No tuve tiempo
de agradecerles a Miguel y a Fermín todo el apoyo, protección y cuidado que me brindaron por siete días. Ellos se
quedarían en el rancho unos días más y buscarían llegar a
Houston por otro medio. En menos de una semana conocí
y compartí momentos imperecederos con unas personas
que jamás había visto en mi vida, arriesgue mi vida a su
lado, reímos juntos, nos protegimos unos a los otros. Jamás
volví a saber de ellos, jamás los he vuelto a ver.
Vida en Houston, Texas
El viaje de La Pryor a Houston fue de unas cuatro horas
y no hubo ningún contratiempo. Esa tarde llegamos a la
zona norte de la ciudad de Houston, donde los hermanos
de Martín vivían en una casa de renta en un barrio de hispanos. En la casa vivían tres personas y compartían todos
los gastos, tanto de renta como de comida y servicios de
luz y agua. Agustín era el hermano menor de Martín, contaba con tan sólo veinte años y ya llevaba más de cuatro
en Estados Unidos. Agustín trabajaba colocando chapopote caliente en techos de edificios, era padre de una preciosa nena de quince meses, pero ya estaba separado de la
madre de la niña. Entre los dos compartían custodia de la
niña, ella durante la semana y él en los fines de semana,
pero esto no iba a durar mucho.
197
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Javier era el hermano mayor de Martín y ya tenías varios meses en Houston. Él tenía su esposa en México y les
enviaba parte de su sueldo cada semana, él trabajaba en
la puesta de chapopote junto con Agustín. Manuel era el
otro individuo que vivía en la casa, de él no supe mucho,
era muy callado y reservado. Manuel trabajaba para una
compañía podadora de pasto. El miércoles de esa misma
semana Martín y yo fuimos contratados para trabajar para
esa compañía por un sueldo de cuatro dólares por hora
por ocho horas, de martes a viernes, pagado en efectivo el
viernes por la tarde. En mi vida había ganado tanto dinero
en tan corto tiempo.
El trabajo de podador de pasto no era difícil, pero el
calor de la temporada era muy fuerte y debido a esto yo
desarrollé una enfermedad de la piel que me duró más
de tres años. Otro problema era mi visión débil porque
no tenía mis lentes. En más de una ocasión me volé una
cabeza de plástico del sistema de irrigación en las casas
donde podamos el pasto. El supervisor americano se enojaba mucho y me gritaba en inglés. Yo sólo inclinaba la
cabeza y continuaba podando. Él corría a decirle Javier
que viniera a traducir lo que me estaba diciendo. Pensé
que me iba a despedir pero lo que le dijo a Javier que me
tradujera fue que con el dinero que me pagara esa semana
yo tenía que comprarme lentes correctivos. Esto tendría
que esperar, ya que tenía otras necesidades más básicas
que cubrir, como ropa, zapatos y comida.
En Houston contacté a mi padre, que vivía en Chicago. Yo crecí sin conocerlo hasta los dieciocho años. Cuando lo conocí sólo lo vi unas horas, pero le pedí su dirección y teléfono, en caso de que algún día lo necesitara. Ese
día se llegaría muy pronto, ya que el viernes 25 de ese mes
de agosto, la pequeña hija de Agustín fue asesinada por un
individuo que se encontraba bajo la influencia del alcohol
y drogas, él era el novio de la madre de la niña. La noticia
fue devastadora para los tres hermanos y para la comuni198
Menciones Honoríficas
dad en ese barrio de Houston. Un sheriff local en Houston
llamaría este asesinato como “uno de los peores casos de
abuso infantil que había visto en mucho tiempo.”
Yo había compartido momentos con la pequeña unos
días atrás y la niña era una lindura. Su padre la adoraba,
esa niña iluminaba nuestros días de descanso y nos distraía
de nuestra triste realidad diaria. Al verla golpeada adentro
del pequeño ataúd no podía más que aguantar la rabia de
lo que le había acontecido. Otra víctima más del vicio, y
esta vez simplemente la tragedia pegó muy cerca de mi corazón. Este evento en particular me causó un trauma emocional muy fuerte, me ocasionó pesadillas y depresión por
muchos meses.
Como pudo, Agustín junto dinero para el funeral. Recuerdo que entre todos cooperamos del poco dinero que
teníamos y lo pusimos a su disposición. Este tipo de eventos dejó devastados financiera y emocionalmente a Agustín y sus hermanos, los cuales, debido a su situación legal,
no pudieron pedir ayuda. Lo peor de todo fue no tener a
un profesional o psicoterapeuta para poder obtener ayuda
al respecto.
Esa misma semana hablé con unos parientes en Illinois
y les pedí ayuda para irme a vivir con ellos por un tiempo.
El domingo 2 de septiembre salí rumbo a la ciudad de
Chicago sin ningún plan en mente, sólo quería continuar
trabajando y un lugar donde dormir. El lunes por la noche
arribé a mi destino, después de un largo recorrido en autobús por varios estados que se me dificultó por no hablar
el idioma. Arribé a mi destino la noche del día siguiente.
Por suerte pude comunicarme con mi padre y el fue a
esperarme a la estación de autobuses. Él no me reconoció
cuando bajé del autobús, apenas nos conocíamos, pero de
alguna manera supimos quién era quién.
Mi padre había emigrado hacia los Estado Unidos a
principios de los setenta y se había establecido en Chicago
como jornalero en una fábrica. Me platicó que en esos
199
Historias de migrantes México-Estados Unidos
tiempos había tanta demanda por obreros en la ciudad de
Chicago que literalmente una persona encontraba trabajo
en un solo día, bastaba con ir a pedirlo a cualquier fábrica.
Él estaba casado y con dos hijos menores que yo. Sus hijos
hablaban poco el español, habiendo crecido en Chicago
su idioma principal era el inglés. Mi padre entendía bien el
inglés pero no lo hablaba mucho, sabía lo necesario para
subsistir en su trabajo. Su familia, hermanos y hermanas se
habían establecido en el área metropolitana de Chicago
a finales de los setenta. Me di cuenta que tenía primos y
tíos provenientes de México, que poco a poco se fueron
asentando en estos lugares.
Conocí muchas de las diversas comunidades hispanas en la ciudad, en las que el idioma predominante es el
español. La diversidad de la gente proveniente de México
hacia estos lugares es impresionante. Los fines de semana
son para reunirse con la familia después de largas jornadas
de trabajo entre semana. Los cumpleaños se celebran en
grande. En el caso de la familia de mi padre, sus hermanas
y hermanos dejaban sus niños y bebés al cuidado de la
abuela. Los pequeños empezaban a hablando el idioma
español en su casa, y gradualmente aprendían el inglés al
ingresar a la escuela. La comida se compraba en supermercados hispanos, las necesidades médicas se suplían en
pequeñas clínicas, y para cualquier otro servicio siempre
había quien lo proveyera en Español.
Mi padre me permitió vivir con él por un tiempo.
Por cierto, a pesar de que él tenía sus papeles en regla
no podía arreglar mi situación de indocumentado debido
a que mi madre nunca registró en mi acta que él era mi
padre; exámenes de sangre o ADN estaban fuera de cuestión por algún motivo. Trabajé en Chicago en lo que fuese,
pintando, lavando carros, restregando inodoros, vendiendo ropa, hasta como agente de seguridad y, finalmente, en
un restaurante de comida mexicana. En muchas ocasiones
trabajaba de noche o hasta altas horas de la mañana. Era
200
Menciones Honoríficas
importante tener la ayuda de familiares en el aspecto de
vivienda, ya que lo poco que ganaba no me era suficiente
para pagar un lugar propio.
Al paso de los meses, la relación con mi padre y su
esposa se fue deteriorando poco a poco, debido a que
ellos mismos tenían problemas maritales y empezaron a
buscar la separación. Además, era poco lo que yo podía
aportar para a la economía de la casa. Deprimido por
estar tan lejos de mis seres queridos, sin hablar el idioma y
sin poder progresar, busqué la ayuda de una familia con la
cual había establecido una amistad. La señora de la casa,
ya viuda y con la mayoría de sus hijos casados, era oriunda de Guanajuato y su esposo era conocido por muchos
por haber ayudado a gente a establecerse en los Estados
Unidos. Esta familia me inscribió en clases de inglés en un
colegio local de Chicago. Las clases eran gratis para los
estudiantes y patrocinadas por la ciudad de Chicago, el
cupo en estas era limitado. Tuve suerte de ser inscrito el
día que fui a buscar información.
Estudie el inglés por la mañanas y por las tardes trabaje en el restaurante. Mis maestros eran unas personas muy
bien preparadas y, como les pagaban de acuerdo al número de estudiantes en su clase, tenían un incentivo extra de
ayudarnos y mantenernos motivados a seguir asistiendo a
clases. En estos cursos conocí a mucha gente proveniente
de México, Centro y Sudamérica, Europa, todos inmigrantes y la mayoría con familiares en Chicago. Algunos de
ellos eran profesionales que buscaban aprender el idioma
para poder ejercitar su profesión en Estados Unidos.
Terminé mis cursos de inglés en agosto de 1991 y, a
petición de mis maestros, me inscribí en un colegio comunitario. Estos permiten a estudiantes tomar clases a nivel
universitario que son estándares en muchas universidades
de estados Unidos tales como Matemáticas, Inglés, Historia, Biología, Química, etcétera. Una vez que se toman
cursos uno puede transferirse a una universidad para cur201
Historias de migrantes México-Estados Unidos
sar una carrera, revalidando las clases ya tomadas. En esos
tiempos, en este colegio no solían verificar el estatus migratorio de una persona. El prospecto estudiante sólo tiene
que comprobar que vive en la comunidad aledaña al colegio en cuestión y pagar por clases y libros.
Como mi sueldo era muy poco, yo pedí dinero prestado a varios amigos y con eso tuve dinero suficiente para
poder tomar tres clases y comprar los respectivos libros.
La ayuda y el apoyo que me proporcionaron amigos y algunos familiares fue fundamental en mi desarrollo educacional. En Chicago me di cuenta de lo importante que es
el papel de la educación en la vida del emigrante, sobre
todo el aprender el idioma del país en que se vive. Esta
educación me fue abriendo puertas y brindando opciones
que no tenía antes de hablar el inglés. Me di cuenta que en
la mayoría de los casos mis compatriotas solo aprendían
el inglés suficiente para poder continuar su trabajo diario,
que en mas del 80 por ciento de los casos era trabajo manual. En mi caso, yo ganaba sólo 160 dólares cada dos semanas, lo cual no era suficiente para vivir, pero gracias al
apoyo que recibí de aquellas personas ya establecidas en
esta ciudad pude lograr salir adelante y eventualmente estudiar una carrera. El transporte público me ayudó mucho,
aunque en muchas ocasiones caminé el tramo de varios
kilómetros de mi casa al colegio o al trabajo por falta de
dinero para pagar la tarifa del autobús.
A principios del año 1993, casi a punto de empezar
mi cuarto y último semestre en el colegio comunitario, me
di cuenta que no era posible continuar mis estudios sin
ayuda financiera. De antemano, mi padre me dijo que él
no me podía ayudar. Las universidades en Estados Unidos
son caras y yo no podía solicitar préstamos debido a mi
situación. Para entonces ya dominaba un poco el inglés e
investigue qué opciones tenía para continuar mis estudios
en una universidad de cuatro años para terminar una carrera. Un amigo mío me habló acerca de una universidad
202
Menciones Honoríficas
en Texas que proporcionaba becas y trabajo a estudiantes
extranjeros. El problemas es que estos estudiantes, aún con
la beca y el trabajo, necesitaban demostrar tener alrededor de dos mil dólares anuales para inscripción, recomendaciones de sus escuelas, excelentes calificaciones y, por
supuesto, una visa vigente por parte del entonces Servicio
de Migración y Naturalización de Estados Unidos. Yo no
contaba con nada de esto en esos momentos.
A pesar de todo, en febrero de 1993 llené la solicitud
para buscar una plaza en la universidad arriba mencionada, aún sin saber cómo le iba a hacer para cumplir los
requisitos. Aquí es donde el consulado de México en Chicago fue fundamental para lograr mis objetivos. Yo sabía
que iba a necesitar mi pasaporte para poder tramitar la
legalización de mi estancia en Estados Unidos. Cuando
asistí al consulado y expliqué mi situación ellos me pidieron mi cartilla militar liberada, la cual había extraviado en
México años atrás. Empezaron los trámites para mandar
pedirla a México y, aunque este proceso tardó un poco,
se logró tramitar todo a tiempo para después brindarme
un pasaporte mexicano. Sin estos papeles en mi posesión
todo se hubiera venido abajo, ya que, como después me
enteré, solo contaría con un día para tramitar mi visa.
Esto fue lo que pasó para legalizar mi situación en Estados Unidos. En abril de 1993 fui aceptado en una universidad en el estado de Texas. Cuando supe esto, de inmediato me comuniqué con ellos y les expliqué mi situación,
tuve suerte de hablar con alguien en la administración de
la universidad que conocía de asuntos de migración. Ella
me dijo que la única manera de ingresar a tomar mis estudios en la universidad era legalizando mi situación. Para
lograr esto me enviaron las formas necesarias para solicitar
una visa de estudiante F1 por medio de ellos. El problema
era que esta visa se tramita en un consulado o embajada
de Estados Unidos en el exterior del país. El hecho de ser
aceptado en una universidad americana no garantiza que
203
Historias de migrantes México-Estados Unidos
el Servicio de Inmigración y Naturalización me fuera a
otorgar una visa. Lo contrario era mas seguro. Me dijeron
que el agente de inmigración podía rechazar mi solicitud
si no cumplía completo y cabal todos los requisitos, algunos de los cuales eran difíciles de conseguir, como un affidavit bancario, donde se garantiza que hay cierta cantidad
de dinero a mi nombre para gastos en la universidad. De
esta manera me encontré nuevamente en una encrucijada. Tenía sólo cuatro meses para reunir aproximadamente
dos mil dólares, salir del país, y regresar con una visa F1
aprobada para así ingresar a la universidad. Terminé mis
estudios en el colegio comunitario y ahorré lo más que
pude de mi trabajo. Para finales de julio del ‘93 sólo contaba con 1 800 dólares y aun tenía que comprar un boleto
de avión hacia Monterrey.
El día 12 de agosto de 1993 a las cinco de la mañana abordé un vuelo de Chicago a Monterrey, armado con
mi carta de aceptación a la universidad, una carta de la
universidad para solicitar mi visa F1, una carta del banco
donde tenía mis ahorros, los cuales puse a nombre de mi
padre, mi pasaporte mexicano y la poca ropa que tenía.
En Monterrey tenía un amigo que había conocido en Chicago. Él me dio alojamiento y comida ese día, y esa noche
me condujo a las instalaciones del Consulado de Estados
Unidos en Monterrey, donde a las 10 de la noche ya había
una larga fila poder entrar el día siguiente.
El viernes por la mañana, al presentar mis papeles
ante el agente de inmigración, este rechazó mi solicitud
para la visa F1 de estudiante por ningún aparente motivo.
Estaba devastado y no sabía qué hacer. Le rogué al agente que reconsiderara su decisión en base a que mi padre
estaba legal en Estado Unidos pero me dijo que no podía
hacer nada. Le pregunté cuales eran mis opciones y me
dijo que fuera a ver a un supervisor y me envió a otra
oficina. El supervisor me dijo que el proceso para que mi
padre arreglara mis papeles tardaría entre seis meses y dos
204
Menciones Honoríficas
años. Yo sabía que mi padre nunca me reconoció como su
hijo legitimo, así que esa opción en realidad estaba completamente cerrada. No sé si la nausea que sentía en ese
momento era porque llevaba más de 48 horas sin dormir o
por lo que me pasaba en esos momentos. Antes de salir de
la oficina se me ocurrió preguntar si existía la posibilidad
de brindarme una visa temporal de estudiante por un año
mientras tramitaba mi situación con respecto a mi padre,
así no perdería el año escolar y me respondieron que fuera
a ver nuevamente a los agentes en la sección de visas.
Ya de regreso en el departamento de visas me forme
en una fila diferente a la que me formé al principio y esta
vez el agente de inmigración revisó los mismos papeles
que el otro agente había revisado, los mismos, y esta vez
él me pidió esperarme sentado por unas horas para que
comprobaran algunos datos. Las horas pasaron y por fin
me mandaron hablar a eso de las dos de la tarde. Me entregaron mis papeles en un sobre sellado y me dijeron que
aún tenía que pasar otra inspección en la frontera y que
el agente en ese lugar podría rechazar mi petición de entrada. Esa misma noche llegué a Nuevo Laredo y cruce el
puente internacional hacia Laredo sin inconveniente y esta
vez de manera legal y hasta con un permiso de trabajo.
Vida universitaria
Ingrese a la universidad el 15 de agosto de 1993, donde
estudiaría y trabajaría por cuatro años. El primer año de
estudio en la universidad trabajé en la cocina del comedor
como lavaplatos. No me importaba, trabajaba veinte horas
a la semana y todo el dinero iba a cubrir el costo de clases
y libros. En mi segundo año logré ingresar al departamento
de matemáticas y ahí trabajé como tutor por los siguientes
tres años. En mi segundo año, cuando participaba en un
partido de fútbol, fui reclutado por el entrenador del equipo y de esa manera me ofrecieron una beca deportiva y
205
Historias de migrantes México-Estados Unidos
formé parte del la selección de la universidad. Durante mi
estancia en la universidad tuve que tramitar nuevamente
mi pasaporte mexicano debido a que este tenía una restricción y tenía que ser tramitado cada año. Esta vez asistí
al Consulado de México en Dallas y no tuve problemas
para conseguir un nuevo pasaporte.
Con respecto a la universidad en la que estudié, esta
cerró sus puertas precisamente el año que me gradué, en
1997. Yo literalmente fui el último estudiante graduado,
el último en recibir un título de parte de esa institución
educativa. La universidad estaba subsidiada por una institución religiosa, la cual retiró el subsidio ese año y esta no
pudo sustentarse por sí sola, por lo cual decidieron cerrar
sus puertas y vender las instalaciones. Hoy en día una universidad católica se encuentra en funciones en este lugar.
Presente
Actualmente vivo en la cuidad de Dallas y estoy casado
con una mujer que también emigró a los Estados Unidos
hace muchos años, aunque ella lo hizo desde las Islas Filipinas. En el año 2001 recibí mi residencia permanente y
en marzo del 2005 me fue otorgada la ciudadanía americana. Trabajo en mi propio negocio de sistemas de información y brindo productos y servicios de informática a
varias compañías, de las cuales casi un 40 por ciento son
hispanas. He trabajado en proyectos para la educación de
los hispanos de Dallas, en cursos de computación en español, en conjunto con la Cámara de Comercio Hispana.
Estoy afiliado con otro pequeño empresario mexicano que
me brinda soporte técnico desde México.
Con respecto a mi familia, estoy en contacto constante con ellos gracias a la tecnología de la comunicación. El
año pasado mi hermano menor se graduó de ingeniero en
electrónica y me dio gusto haber tenido la oportunidad
de apoyarlo financieramente y de motivarlo a completar
206
Menciones Honoríficas
su educación. Extraño a mi país en varios aspectos de la
vida y cultura, tal vez me hubiera gustado que las cosas
se hubieran dado de otra manera. Pero las circunstancias
de la vida me llevaron a tomar la decisión de dejar mi
querida familia y mis amigos y venir a sobrevivir en una
cultura diferente. El apoyo incondicional recibido por amigos y familiares e instituciones de ayuda al inmigrante ha
sido fundamental en mi desarrollo personal y profesional
en este país. Es importante que los que hemos logrado
adaptarnos a la vida de este país continuemos abriendo
veredas para aquellos mexicanos que por cualquier razón
han migrado a los Estado Unidos. La jornada es difícil y
llena de obstáculos, su meta alcanzable.
207
“Los pasos al Norte”
Autor: Verania
Migrar es el camino que ayer como hoy permite a
muchos sobrevivir. Se migra de muchas maneras, pero
ello siempre implica un cambio que alcanza no sólo
a quienes se van sino también a quienes se quedan,
pues con la migración aprendes a vivir pero no a acostumbrarte, porque te marca de alguna u otra forma.
Al menos es así como me ha tocado vivirla.
A
los once años aprendí lo que es que te duela una
palabra, lo sé porque a mis veinticuatro años me
sigue doliendo, e incluso a veces pienso que me
provoca un sentimiento que se profundiza con el tiempo
–sobre todo si ese tiempo se cuenta en años y décadas–,
al que te tienes que sobreponer porque hay que seguir
adelante, pero que al final de cuentas está ahí, marcando
cada día de tu vida, tus decisiones, tus alegrías, tus tristezas.
Conforme fui creciendo empecé a comprender más
su significado y lo que le rodeaba, porque la he experimentado de diferentes maneras: con una parte de mi familia, con mis papás y conmigo misma. Aprendí también
a sobrellevarla, a odiarla algunas veces, y otras tantas a
verla como una oportunidad para crecer. De hecho, si lo
pienso, no existe una palabra en mi vocabulario que me
provoque tantos sentimientos encontrados y que haya definido buena parte de la persona que soy ahora. Esa palabra es migración.
Cuando tenía ocho años fue la primera vez que los
Estados Unidos me resultaron palabras relacionadas con
algo cercano. Un día mi mamá nos dijo a mi hermana
209
Historias de migrantes México-Estados Unidos
–dos años mayor que yo– y a mí que una de mis tías, la
menor de cuatro hermanas, se iba a ir junto con su pareja
y su bebé a vivir a Estados Unidos. Con mi tía existía un
lazo muy especial porque era con quien mi hermana y yo
íbamos a todos lados, nos cuidaba cuando estábamos en
casa de mi abuelita materna y con la que teníamos una
relación parecida a la de una hermana mayor; además,
ella y mi mamá trabajaban en el mismo lugar, por lo que
la veíamos casi a diario.
Aunque no sabía lo que significaba en su totalidad,
me puso triste pensar que fueran a irse y que seguramente
no los vería más, pues como niña lo único que sabía era
que si se iban a los Estados Unidos ya no regresarían, tal
como había pasado con otra de mis tías, la que le seguía
en edad, de la que sólo sabía que estaba allá por las pláticas de los adultos, pero a la que no recordaba más que
en fotos, pues había sido la primera en migrar, cuatro años
antes, en septiembre de 1985.
Ella se había ido sola, sin conocer a nadie en ese país,
cruzando la frontera por el monte con un grupo de personas guiado por un coyote en medio de la noche y teniendo que separarse de su niña. Mi prima –dos años menor
que yo– se quedó en México con mi abuelita durante un
año, hasta que tuvo la posibilidad de venir por ella y volver a cruzar la frontera. Ella fue quien abrió el camino
para los demás, pues fue la experiencia de mi tía viviendo
en Los Ángeles y el saber que había alguien de la familia
que la podría apoyar lo que hizo que su hermana menor
decidiera irse también; aunque ella se fue de otra manera.
Había entrado al país como turista, con pasaporte y de
forma legal, sin embargo, al cabo de unos meses, cuando
se había terminado el permiso de estadía, quedó también
en el status de ilegal.
Con las experiencias de mis tías de Los Ángeles –así
las refería yo para diferenciarlas de mis tíos que vivían
aquí– conocí el significado de la palabra migrante y supe
210
Menciones Honoríficas
que había que pasar por Tijuana para llegar a Los Ángeles,
California. De niña pensaba que era el único lugar por
donde había que atravesar para llegar; fue hasta mucho
tiempo después que aprendí que la frontera iba más allá
de Baja California Norte, y que hay muchas maneras de
cruzarla, unas más peligrosas que otras: por el río, por el
monte, por el desierto, por la aduana y por un avión.
Cuando fui más grande supe lo difícil que había sido
para ellas abrirse paso en un país desconocido, sin saber
el idioma, teniendo que partir de cero para comenzar una
nueva vida y enfrentándose a situaciones difíciles de marginación en diferentes aspectos, de probar suerte en diferentes trabajos –muchos de los cuales son pesados y mal
pagados– que toman los migrantes que llegan porque lo
que quieren es trabajar y aceptan lo que les den con tal
de que no los denuncien y sean deportados, y el temor de
vivir con esa zozobra de ser ilegal. Pero está también la
situación del seguro social, sin el cual no se puede trabajar, y que muchos migrantes consiguen comprándolo en el
centro de Los Ángeles, o la situación de seguridad social
para las familias con niños que tampoco tienen papales.
Empezó a pasar el tiempo y mis tías formaron familia allá. A ellas se les unió uno de mis tíos, quien cruzó
la frontera junto con su esposa y vivió allá durante cinco
años –para después regresar a vivir a Puebla–. La familia
se fue extendiendo y a mis dos primas, que se habían ido
siendo bebés, se agregaron seis primos más: tres niños de
mi tía que se fue primero, una niña de mi tía la menor y
dos niños de mi tío; todos ellos nacidos allá y, por tanto,
ciudadanos norteamericanos; la primera generación de
esta familia. En las platicas familiares de aquí se refería la
improbabilidad de que alguna de mis tías se regresara, y
mucho más remota era la posibilidad de que vinieran de
visita, pues la pasada estaba muy difícil y ya en las noticias se escuchaban más frecuentemente las historias de
ilegales que morían en el desierto, los robos, abandonos y
211
Historias de migrantes México-Estados Unidos
atracos de los coyotes o polleros, o las dificultades de los
paisanos para volver a los Estados Unidos. La forma de comunicación era el teléfono, aunque los días en que se hablaba para los Estates eran en fechas especiales, como los
cumpleaños, las navidades o en casos de enfermedades,
pues a finales de los ochenta las llamadas internacionales
eran costosas, sobre todo de este lado.
En ese tiempo mi abuelita empezó a viajar al Norte
para estar con sus hijas y ayudarlas con los hijos, aunque
mis tías lo veían más como una forma de que ella descansara y cambiara de aires. Mi abue es una mujer de esas que
tienen carácter, pues sola había migrado de un pueblo de
Puebla a la ciudad de México, y había sacado adelante a
nueve hijos. Sin saber escribir, y sólo preguntando cuando
hacía falta, ha viajado más veces que todos en la familia al
Norte y de regreso, pues al ser una persona de la tercera
edad, al sacar la visa se la dieron de manera vitalicia. Se
fue en 1987 por primera vez y estuvo allá más de un año.
Desde ese entonces va y viene por periodos variados de
tiempo, uno o dos años –aunque a últimas fechas lleva allá
más de cuatro años y dice que no quiere regresar a México, pues como ya le arreglaron sus papeles para que tenga
las dos ciudadanías y es considerada senior, tiene derecho
al servicio médico y a atenciones para su edad que le da
el gobierno americano, que la tienen contenta y que aquí
no podría tener–.
Cada uno de los primeros viajes de mi abue –como
de cariño la refiero– eran novedad para la familia pues
llevaba algunas cosas, sobre todo comida de la que extrañaban mis tías –mi abue se llevó en uno esos viajes unas
raíces de epazote y otras yerbas para plantar en la yarda
de la casa donde vivía una de mis tías y así poder utilizarlas cuando quisiera–, fotos, cartas y lo que se podía para
continuar el lazo familiar entre los que estábamos aquí y
la familia de allá. La primera vez que regresó fue todo un
suceso para nosotros. La mayoría de la familia de aquí se
212
Menciones Honoríficas
reunió para esperar que llegara junto con los que habían
ido a recogerla al aeropuerto. Cuando apareció en la sala
de las llegadas internacionales nada más se veía un carro
lleno de maletas que parecía moverse solo, era mi abue
que lo venía empujando –no quiso que la ayudaran los del
aeropuerto– y todos nos acercamos para abrazarla después de un año de no verla. Al llegar a la casa la escena se
volvió a repetir con la demás familia y lo que continuó fue
el relato de mi abue sobre la vida en Estados Unidos, pues
ninguno de los de aquí había ido nunca.
Todo lo que contaba resultaba nuevo y hasta cierto
punto asombroso: las descripciones de las cosas, los precios, la forma de vida, las casas, la gente, todo. Después
vino la hora de repartir lo que mis tías habían mandado:
ropa –que en ese entonces era de la yarda, es decir usada,
porque no había posibilidades de más, pero que aquí parecía nueva–, juguetitos que salían en la comida rápida,
tupperware, chocolates y dulces americanos, en fin, detalles para cada uno de la familia. Mi abue se trajo cosas que
aquí no existían: cajas de sopa maruchan –que allá eran
baratísimas: 25 centavos de dólar, cuando el dólar valía
tres mil pesos mexicanos–, botes de sustituto de leche
para café, avena de sabores y otras cosas que aquí eran
novedad o que al menos no se conseguían en la tiendita
de la esquina. También traía las fotos de la familia de allá
para que todos viéramos cómo estaban, o en el caso de
mis primos, los conociéramos. En todo este tiempo han
sido las fotos que vienen de allá y van de aquí la forma en
que la familia establece su cercanía, al menos en imagen.
Cada vez que alguien va o viene se forma esta pequeña
tradición familiar de recibir o mandar algo para los demás,
se ha construido una solidaridad familiar que hemos establecido a lo largo de los años; una solidaridad que toma
forma de ayuda, de aminorar la distancia, de recuerdo y
de muestra de cariño.
213
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Después de mi abuelita, quien ha venido más veces
es mi tía –la primera en irse–, pues como tres de sus hijos
nacieron allá y eran ciudadanos pudo aplicar, junto con mi
tío, para obtener la residencia y que les dieran la famosa
green card desde principios de la década de 1990; para el
año 2000 obtuvieron la ciudadanía, al igual que mi prima,
quien se fue de bebé. Con ello mis tíos podían viajar tanto
al DF como a Zacatecas –donde vivía la familia de mi
tío– y así fue que después de un par de años mi tía pudo
regresar, al igual que mi tío y mis primos, a visitar a la familia, a conocer México en el caso de mis primos, a un par
de operaciones de mis tíos.
Mi tía menor tardo más tiempo en legalizar su situación y también la de su hija más grande; tuvieron que
pasar 16 años para que pudiera regresar de visita, eso fue
el año pasado. Cuando han venido, todos lo han hecho
con nostalgia y lágrimas en los ojos, pues aquí dejaron
algo de su vida pasada y eso siempre pesa, sin embargo, con una vida hecha allá ninguno planea regresar, pues
aunque sienten cariño por México la oportunidad de una
vida mejor la tuvieron en Estados Unidos, con todo y las
dificultades pasadas y los años de lucha y esfuerzo.
En 1992 mi papá se fue a Los Ángeles, California, por
primera vez. La razón fue la misma por la que se va la
mayoría de las personas: buscar el trabajo que aquí no
encontraba. Antes de irse trabajaba en una agencia automotriz como contador, pero una serie de problemas en
ese lugar lo obligaron a renunciar y buscar otro trabajo.
Tenía 42 años y aunque tenía experiencia en los lugares
donde solicitó empleo querían contratar gente más joven.
En ese entonces la crisis económica del país empezaba
a intensificarse y, aunque comenzó a trabajar de manera independiente –al menos para nosotros, una familia de
cinco pues en 1990 había nacido mi hermana menor, pero
principalmente para él–, no hubo otra respuesta para salir
de los problemas económicos que la de emigrar a Estados
214
Menciones Honoríficas
Unidos, pues allá había mayores posibilidades de empleo
y se ganaba en dólares, además de que la familia de mi
mamá podía apoyarlo con el alojamiento. La noticia de
la partida de mi papá fue muy dura para mí y recuerdo
que asimilarlo fue difícil. Aunque estaba consciente de
los problemas que giraban en torno a nuestra situación
económica no quería que se fuera, incluso pensé en ponerme a trabajar yo también con tal que se quedara, pero
precisamente una de las razones de mi papá fue querer
darnos la oportunidad de seguir estudiando, pues tanto
él como mi mamá siempre procuraron nuestro desarrollo,
comprándonos libros e incentivando nuestro aprendizaje;
así que todos lo vimos como un sacrificio que teníamos
que hacer como familia y que esperábamos no sería por
mucho tiempo. Lo siguiente fue reunir dinero suficiente
para un boleto que lo llevara a Tijuana, y para poder pagar
al coyote que lo pasaría y que en ese entonces implicaba
un gasto significativo, pero que se recuperaría una vez que
estuviera trabajando allá.
La tarde en que lo acompañamos al aeropuerto la
recuerdo particularmente gris. En el taxi en que fuimos a
dejarlo, casi todo el tiempo estuvimos en silencio ante el
sentimiento de tristeza e incertidumbre. Aunque me prometí no llorar enfrente de él para que no se fuera triste
no pude. Antes de partir le dimos un fuerte abrazo y todavía nos quedamos un rato más después de verlo desaparecer en la sala de abordar. Regresamos a casa, no del
todo conscientes de que nuestras vidas iban a tener que
adaptarse a las nuevas condiciones, mi mamá se quedaba
como jefa de familia, asumiendo la responsabilidad de la
casa y el cuidado de tres hijas de trece, once y dos años, y
mi papá estaría muy lejos de nosotros, sin su familia, y con
la responsabilidad de sacar adelante la situación económica; mi hermana mayor y yo nos convertíamos en el apoyo
de mi mamá y de mi hermanita aquí.
215
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Mi papá tardó una semana en poder cruzar la frontera. Durante ese tiempo estuvo en Tijuana, mientras mis
tíos buscaban una forma segura de pasarlo y un coyote
de buen precio. Me acuerdo que fue una semana en que
veía a mi mamá preocupada pero tratando de disimularlo,
supongo que era para que nosotras estuviéramos tranquilas, aunque en el fondo todas, en mayor o menor medida,
sabíamos que el cruzar sin papeles era una situación que
ponía en riesgo a cualquiera, sobre todo con las noticias
de los que eran deportados al ser localizados por la border
patrol y quedaban registrados para el gobierno americano,
o en el peor de los casos los que se quedaban en el camino en el desierto o morían ahogados al tratar de cruzar el
río. Esos días los vivimos angustiadas, hasta que al cabo de
una semana se comunicaron mi tías con nosotros diciendo
que mi papá ya estaba ahí con ellos; había cruzado en un
carro escondido junto con otras personas.
Los primeros días viviendo en Los Ángeles, me ha
contado mi papá, no le resultaron fáciles, pues la gente
se va pensando en que realmente, como se dice, es muy
fácil encontrar trabajo y que las oportunidades brotan por
todos lados. Pero la realidad es que la distancia impone,
el idioma impone, una nueva ciudad impone y ciertos trámites también son necesarios para poder trabajar, como
el seguro social. Mi papá tuvo que conseguirse uno prestado –aunque también se podían comprar chuecos– para
que no fuera difícil que lo emplearan. Pasaron muchos días
antes de que consiguiera un trabajo y durante ese tiempo
la desesperación lo invadió, pues sabía que de este lado
dependíamos en gran medida de él, pues lo que ganaba mi
mamá apenas era lo suficiente para comida y unos cuantos
de los muchos pagos. Finalmente entró a trabajar al mismo
lugar donde estaba uno de mis tíos, y donde el dueño era
un coreano que en su mayoría empleaba latinos porque no
tenía que pagarles lo que era debido, ya que en su mayoría
eran migrantes; una situación que era muy común.
216
Menciones Honoríficas
Nuestra dinámica familiar se transformó drásticamente, como pasa en la mayoría de los hogares donde hay
migración al Norte. Tanto para mi papá como para nosotras cambiaron las navidades, los días del padre, los días
de la madre, los cumpleaños, las graduaciones; todos esos
momentos se convirtieron en algo triste ante la ausencia.
Aunque ese vacío se llenaba con las llamadas de mi papá,
las cuales él trataba de que fueran semanales, sin importar
que implicaban un gasto de diez dólares o más –que a
veces marcaba la diferencia en un pago o en la compra de
comida–, pero que establecían la única manera de sabernos unidos, de platicar, de escucharnos y de alentarnos.
Sabiendo el sacrificio que mis papás hacían, me avoqué a
mis estudios –cursaba el sexto de primaria– pensando que
de esa forma yo también podía contribuir con algo, aunque fuera con la satisfacción de que mis padres supieran
que era consciente de su esfuerzo.
Estando él allá las palabras mojado, migrante e ilegal
tomaron nuevas connotaciones para mí, porque me eran
muy cercanas y porque las noticias de migrantes mexicanos se hacían cada vez más cruentas, ¿o sería porque
la realidad era cada día más visible? Recuerdo una sobre
un grupo grande de migrantes, cerca de cuarenta, que habían sido encontrados muertos en un camión que el pollero había abandonado en un paraje ya del otro lado de
la frontera. La noticia salió en los principales noticiarios
y las escenas aparecidas en la televisión, que sin mostrar
las imágenes daban la idea de un escenario dantesco que
se repetía frecuentemente en la frontera, donde las cruces
de muchos desconocidos empezaban a multiplicarse. Fue
por este tipo de cosas que el temor es algo que para mí ha
acompañado esa experiencia, sobre todo de niña.
Me atemorizaba la información sobre las redadas
contra los latinos en California. El racismo, que tuvo su
cúspide en la golpiza al afroamericano Rodney King y que
provocó noches de saqueos e incendios en Los Ángeles, o
217
Historias de migrantes México-Estados Unidos
las declaraciones de algunos americanos sobre que América es para los americanos y por tanto debían deportar a
todos los migrantes. Sobre todo me atemorizaba que cualquiera de esas cosas pudiera alcanzar a mi papá, que algo
malo le pasara, pues todo lo que se vivía allá me era tan
desconocido y lejano que lo que escuchaba en las noticias
o en las informaciones era la realidad para mí. Y un día
sucedió algo que contribuyó a que mi miedo no desapareciera, el temblor de San Francisco.
Ese día llegué de la escuela y unas horas después interrumpieron la programación en la televisión para decir
que había temblado en San Francisco, y que la intensidad
del movimiento había cimbrado también a Los Ángeles.
En ese momento mi mamá marcó para localizar a su familia y a mi papá y ver que todos estuvieran bien. Después
de unas llamadas sabíamos de todos menos de mi papá.
Así estuvimos durante unas horas, que parecían interminables, hasta que por fin supimos de él. En el momento
del temblor mi papá estaba trabajando en la limpieza de
un edificio junto con un compañero. Cuenta que la luz se
fue, la construcción se movía mucho y que pensó que el
edificio iba a desplomarse, tanto por el movimiento como
por el ruido que se escuchaba. Ante algo así, uno como
niño termina por inquietarse por las cosas que pasan allá,
aunque no las comprendas en su totalidad, pues tu familia
vive ahí y ya no te resultan indiferentes los sucesos como
la Guerra del Golfo, cuando reclutaban a los hombres
para mandarlos al Golfo Pérsico, y ante lo cual yo pensaba
que mi tío, que ya era residente, podría ser uno de ellos,
o que un misil de Irak pudiera alcanzar a los Estados Unidos. También aprendí la dinámica de los envíos de dinero
porque acompañaba a mi mamá a recogerlos. Estaba al
pendiente de a cuánto estaba el dólar y vivía un doble
deseo: que subiera el dólar para que lo que mandara mi
papá tuviera más valor y así pudiera regresar pronto, y que
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Menciones Honoríficas
al mismo tiempo no subiera tanto para que las cosas no
fueran tan caras y el dinero rindiera.
A pesar de esas situaciones tratamos de seguir, en la
medida de lo posible, con nuestra vida cotidiana; nosotras con la escuela y mi mamá con su trabajo, aunque nos
volvimos un poco más reservadas. Nos acostumbramos a
no dar explicaciones, porque era evidente para la gente
que mi papá no estaba y parecía que siempre el tema de
conversación o la primera pregunta sobre dónde estaba,
qué hacía o cuándo regresaba era la que pasaba por la
mente de la gente. Sabíamos diferenciar entre los amigos
cercanos, cuya preocupación era honesta, y separarlos
de quienes parecían tener lástima de nuestra situación.
Además, para cuatro mujeres viviendo solas, la prudencia
se convierte en la mejor arma de defensa. En ese tiempo empezamos a rentar uno de los cuartos de la casa a
una doctora boliviana. El dinero nos servía como ingreso
y además teníamos una compañía que nos hacía sentir un
poco menos solas.
Yo sabía que toda la situación para mi mamá era difícil, como esposa y como madre, sin embargo, nunca se
dio por vencida y fue su fortaleza la que nos sacó adelante. Todo ello hizo que nos hiciéramos más fuertes e independientes, no nos quedaba de otra. El madurar lo antes
posible se constituyó en algo apremiante para hacer frente
a los problemas. Mi mamá, con un trabajo de ocho horas
y una niña chiquita, tenía que dejar que las hijas mayores empezaran a ser más independientes, en el sentido de
aprender a andar en la calle si necesitábamos hacer algún
trabajo o ir a un museo, regresar de la escuela, etcétera.
Pero ella siempre estaba en los momentos donde la presencia de papá resultaba significativa, como en la graduación
de sexto año de primaria. Cuando tocaron un vals para que
todas las niñas bailaran con sus papás y yo tuve que hacerme a un lado, mi mamá se levantó y bailó conmigo, en
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
nombre de mi papá, quien hubiera querido estar ahí pero
que simplemente no podía hacerlo. Aunque físicamente él
no estuviera, muchos de nuestros logros eran compartidos
con él a través del teléfono, y la satisfacción de sus palabras
y el orgullo que tenía por saber que cada una de nosotras
continuaba creciendo nos mantenía unidos.
Al mismo tiempo, me hice más consciente de lo que
implicaba la migración. Me interesaba saber sobre lo que
pasaba en relación al tema, y cuando tenía oportunidad lo
hablaba en clase. Muchas veces me molestaba la indiferencia de la gente, sobre todo cuando tomó eco el debate
sobre la propuesta 187 de Pete Wilson, ante la cual nadie
parecía indignarse y mucho menos mostrar interés. Sentía
que nadie comprendía que una ley antiemigrante era importante porque implicaba a mexicanos que vivían allá.
Para muchos de nosotros involucraba a nuestras familias.
Mi sueño en ese tiempo era que mi papá regresara, que nuestra situación se compusiera y que saliéramos
adelante. Mi deseo se cumplió después de dos años. Ese
día fue uno de los más felices, porque fuimos por él al
aeropuerto, platicamos, reímos, lloramos, nos abrazamos
y volvimos a estar juntos. Aunque mi papá traía algunas
cosas para nosotras, nada de eso importaba, lo único era
que estaba de regreso. Pero las cosas no salieron como
hubiésemos querido, porque a pesar de tener la intención de salir adelante aquí, de pensar que ahora sí habría
oportunidad de empleo, de querer que la familia no se
fragmentara, cuando mi papá regresó se vivió una de las
crisis más difíciles de la historia del país, la de 1994. Encontrar trabajo se volvió aún más difícil y los problemas
económicos no se resolvían. Aun así intentamos por todos
lo medios salir adelante: vendimos comida de manera informal –filetes de pescado fritos, chicharrones preparados,
tortas– como una forma de ayuda extra para el ingreso de
la casa, pero no bastó. La crisis económica iba a volver a
romper nuestro hogar.
220
Menciones Honoríficas
A raíz de la situación apremiante, mi mamá decidió
ser ahora ella quien se fuera por un año a trabajar a Los
Ángeles, pues podía tomar un permiso en su trabajo aquí e
ir allá a trabajar las mismas ocho horas pero pensando en
que ganaría más y se podrían arreglar algunos problemas,
y tal vez hasta ahorrar un dinero para hacer algo más por
nosotros. La escena de separación en el aeropuerto se repitió y fue también dolorosa porque se llevó a mi hermanita,
debido a que apenas tenía tres años y consideró que era su
responsabilidad cuidar de ella. Nuestro consuelo era que
mi mamá tenía pasaporte de turista y de esta forma pasaría
legalmente la frontera, aunque con mi hermanita se tuvo
que conseguir que la pasaran otras personas porque no
tenía papeles. Como era bebé fue más fácil pasarla dormida con un acta de alguien de su misma edad.
La ausencia de mi mamá pesó de igual forma como
había pasado con mi papá, sobre todo porque también
para ella fue difícil aceptar la distancia y porque dos meses
después mandó a mi hermanita de regreso a México, junto
con mi abuelita, para que estuviera con nosotros, ya que
era difícil cuidarla y trabajar al mismo tiempo de la manera cómo se lo había propuesto. De igual forma, mi mamá
contó con la solidaridad de sus hermanas, quienes le dijeron que por el alojamiento y la comida no se preocupara,
que la enseñaron a andar por la ciudad y quienes cuidaban de ella. Para mi mamá fue de gran ayuda su apoyo
pues, sobre todo para las mujeres migrantes, la vida allá
es difícil.
Mi mamá consiguió trabajó en una clínica médica
enfocada al mercado hispano, cuyo dueño era un africoamericano de nombre Vincent. El trabajo consistía en
llamar telefónicamente a gente hispana que tuviera Medicare –una forma de seguridad social del gobierno– e
invitarla a hacerse chequeos médicos en esa clínica; por
cada persona que asistía el dueño obtenía 500 dólares del
gobierno, por lo cual le decía a mi mamá que con que le
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
consiguiera mínimo dos personas que asistieran diario era
suficiente. A mi mamá le pagaba 200 dólares a la semana
por ocho horas de trabajo y una hora de lunch. Después
de un tiempo el dueño decidió cambiar a mi mamá para
que trabajara en otra empresa que tenía y que se dedicaba
a brindar seguridad a diferentes negocios. En este trabajo
mandaba a mi mamá a diferentes calles del centro de Los
Ángeles para repartir volantes con información. Cuenta mi
mamá que aunque la mandaba con su chofer, el auto la
dejaba en un calle y la quedaba de ver en otro punto para
recogerla, por lo cual tenía que recorrer a pie numerosos
bloques de calles –cuadras– repletas de negocios, dejar
en cada uno un volante y cruzar una que otra palabra en
cada lugar, para lo cual tuvo que aprender algunas cosas
en inglés, además de lo poco que sabía.
Así estuvo durante algún tiempo hasta que el sol empezó a hacerle daño en la piel, por lo que habló con su jefe
y le propuso trabajar dando appointments en la oficina,
cosa que hacían quienes trabajan repartiendo los volantes
durante los días de lluvia. Como mi mamá era buena para
hablar con la gente el dueño aceptó. Él no hablaba español y, a pesar de que mi mamá sabía un poco de inglés,
se comunicaban a través del guardia de seguridad, quien
también era mexicano. Aunque el trabajo era agotador,
mi mamá dice haber tenido suerte porque aunque estaba trabajando de manera ilegal –pues ella sólo tenía un
permiso de un par de meses y en calidad de turista– tenía
la posibilidad de atenderse en la clínica si enfermaba, recibía bonos por cada cliente que conseguía para la empresa de seguridad y entre los compañeros de trabajo se
cuidaban entre sí. Además de trabajar ayudaba a una de
mis tías a preparar tamales para vender con los vecinos o
con otra gente, como una forma extra de ayudarse, pues
mi tía había vendido tiempo atrás, en su misma casa y con
ayuda de mi abuelita, sodas, dulces y sopes para la gente
222
Menciones Honoríficas
que trabajaba por ahí o que vivía en el conjunto de departamentos donde habitaba mi tía.
Mi mamá, al igual que mi papá, mandaba todo el
dinero que ganaba, quitando sólo lo que necesitaba para
sus pasajes y algunos gastos. Para nosotros era difícil la
lejanía que la distancia impone con los que quieres, sobre
todo esa situación repetida de separación, de tener a mi
papá aquí pero a mi mamá allá y las problemáticas que
esta dinámica familiar trae consigo. Durante un tiempo mi
abuelita estuvo con nosotros, pero después se fue y nos
quedamos solas con mi papá. Entre los tres tratamos de
arreglárnoslas con las cosas de la casa y la bebé, y las
cosas de la escuela nosotras y mi papá con su trabajo,
del que salía después de las siete de la noche y en el que
trabajaba toda la semana. El fin de semana, mientras mi
hermana mayor cuidaba de la chiquita yo salía a vender
tortas que preparábamos en la casa. Para entonces todavía
seguíamos rentando un cuarto de la casa. Las llamadas de
mi mamá, que eran más frecuentes desde que en Estados
Unidos se propagaron las tarjetas prepagadas y bajaron un
poco su costo, nos ayudaban a estar en contacto lo más
que podíamos, aunque eran muy frecuentes las lágrimas
en nuestras conversaciones y muchas palabras de cariño
y de que todo estaba bien, que nos estábamos cuidando y
que no se preocupara por la bebé; sin embargo mi mamá
no podía ocultar su tristeza y preocupación por estar lejos
de sus hijas. Ese año el día de las madres tuvo la misma
ausencia que el día del padre en los años anteriores, y en
nochebuena mi hermana y yo hicimos una pequeña cena
de año nuevo en espera de mi papá, a quien le tocó trabajar ese día.
Además de la cuestión familiar, hubo momentos en
que mi mamá lo pasó mal en su condición de mujer migrante que trabaja y que los demás saben está sola –exceptuando a la familia de allá–, pues cuenta que el acoso
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
sexual es una de las vivencias más comunes para las mujeres latinas en un medio donde hay muchos hombres
viviendo solos –aunque los hay también con familias formadas. Recibió desde insinuaciones hasta propuestas de
matrimonio a cambio de la ciudadanía, situación que la
incomodaba pero que tuvo que aguantar para poder trabajar. Afortunadamente existió también gente con la que
hizo amistad en el propio trabajo –amistades que hasta
la fecha conserva, como un matrimonio de Salina Cruz,
Oaxaca– que la cuidaban y respaldaban en momentos difíciles.
La experiencia más fuerte que vivió fue un día que
en su hora de lunch asistió junto con un par de compañeros del trabajo a una casa de cambio para cobrar su
cheque de trabajo y poder mandar el dinero a México. En
el momento que estaba extendiendo la mano para recoger
el dinero que el cajero le había puesto en la ventanilla
sintió algo frío en la sien y vio la mano de un africoamericano que se posó sobre el dinero. En ese momento se
dio cuenta que tenía una pistola apuntando a su cabeza
y permaneció inmóvil, escuchó a sus espaldas la voz en
inglés de alguien que vociferaba algunas frases y, después
de guardar el dinero el hombre caminó de espaldas sobre
sus pasos sin dejar de apuntarle, cuando llegó a la puerta
echó a correr y en ese momento entró en estado de shock.
Rápidamente la llevaron a la clínica donde trabajaba y la
atendieron, pero estaba tan mal que la mandaron sedada
a la casa de mi tía. Cuando reaccionó rompió en llanto,
pues la experiencia había sido traumática porque llegó a
un punto donde pensó que la iba a matar, y nos recordó.
Afortunadamente, como no había tocado el dinero al momento del robo, se lo repusieron. Mi mamá no me contó
esto hasta después de que regresó.
Durante el tiempo que mi mamá estuvo allá mi papá
consideró la posibilidad de que todos nos fuéramos a vivir
a Los Ángeles. La idea de irnos significaría empezar de
224
Menciones Honoríficas
cero en un lugar lejano, pero así ya no tendríamos que
estar separados. Pero no se concretó porque al pensarlo
con mayor frialdad era muy difícil irnos todos sin papeles,
nosotras ya de 14 y 16 años, sin posibilidad de estudiar,
sin casa, sin seguro social y sabiendo por experiencia que
la vida y el empleo no son tan fáciles como se plantea.
Mi mamá regreso al cabo de casi nueve meses, pues se
dio cuenta que era mucho más difícil de lo que creía y su
trabajo de aquí era más seguro, tenía prestaciones y sobre
todo tenía una antigüedad de 21 años, por lo que otra vez
intentamos salir adelante aquí.
El par de meses siguientes fueron los últimos que estuvimos todos juntos, pues el sueldo de mi papá no alcanzaba porque su trabajo era mal pagado y sin prestaciones. Por
ello tomó la decisión de regresar a Los Ángeles para conseguir trabajo, pues de lo que pudo encontrar aquí, pagaban
tan poco que los conflictos por la situación no se hicieron
esperar. Mi hermana mayor ya cursaba el bachillerato y yo
estaba en tercero de secundaria. Mi papá cruzó la frontera
por segunda vez en 1996, esta vez con la identificación
de una persona muy parecida físicamente, pues con los
tiempos las formas de pasar también avanzaron. Otra vez
le volvió a costar trabajo empezar y estuvo algún tiempo
sin hallar empleo, en ese tiempo reflexionó mucho sobre
nosotros como familia y nos escribió cartas que yo guardo
como un regalo del profundo amor, orgullo y esfuerzo del
sacrificio de mis padres. Después de un tiempo encontró el
trabajo en el que ha estado hasta la actualidad.
Han pasado ya diez años desde que se fue y a pesar
de que cada año pensamos que ahora sí podrá regresarse
la realidad es que hasta el día de hoy no sabemos cuando
será esa fecha, pues con la situación económica en México hemos vivido al día, aunque hemos hecho mejoras en
la casa y ha sido constante el apoyo de nuestros papás
para que continuáramos estudiando y escogiéramos una
carrera que nos gustara e interesara. El propósito de con225
Historias de migrantes México-Estados Unidos
tar con un ahorro para que mi papá pueda regresar no se
ha podido lograr, sin embargo, para él el mayor éxito ha
sido ver cómo hemos crecido y que sus dos hijas mayores
entraron a la universidad.
En este tiempo que ha estado lejos de la familia, mi
papá sufrió por no poder venir al funeral de su única hermana, y para él, al igual que para nosotros, ha pesado la
lejanía y el no poder estar juntos. El paso del tiempo y la
rutina de la vida diaria a veces se imponen, pero yo no
me he acostumbrado a que mi papá esté lejos. Cuando
hablamos tratamos de contarnos lo que nos pasa y las novedades de aquí y de allá, me cuenta cosas de su vida, de
su infancia y juventud y he tenido que aprender a tener
una relación con mi papá también profunda y apegada,
a pesar de la distancia. Si alguien va le mandó libros de
mis autores favoritos y le mandamos cosas que sabemos le
gustan. Incluso he podido irlo a ver dos veces durante este
tiempo, aunque siempre he tenido que regresar sin él.
Siempre, desde niña, he pensado que si no fuera por
la situación económica en el país, si hubiera habido más
oportunidades de empleo, mi papá estaría aquí. Me duele
que como familia la migración nos haya separado porque,
aunque no me guste aceptarlo, nos cambió a cada uno de
nosotros, cambió la relación que tenían mis papás y nuestra forma de ver la vida, tuvimos que madurar más rápido
que otras personas y enfrentar cuestiones emocionales
que todavía hoy no hemos resuelto del todo. Y sin embargo la experiencia nos ha hecho crecer y valorarnos.
Cuando me fui a Los Ángeles tenía 18 años cumplidos. Había terminado la preparatoria y obtenido mi carta
de asignación para estudiar en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, pero en ese año, 1999, unos días antes
de terminar la prepa había estallado la huelga en la UNAM
y los estudiantes que decidimos no abandonar nuestros
lugares en la universidad –además de que no teníamos
226
Menciones Honoríficas
otra opción– pasamos meses esperando a que se llegara
a un punto de acuerdo en el conflicto y se reiniciaran las
clases. Había decidido estudiar periodismo por el interés
que durante mis años de escuela habían despertado las
problemáticas sociales, sobre las cuales quería escribir
para que la gente las conociera.
Durante esa espera, mis tías me dijeron que me fuera
a estudiar inglés en lo que empezaban las clases, pues de
esa manera podría aprovechar parte de ese tiempo; además de su casa me ofrecieron, como siempre, su apoyo. Al
principio no sabía qué hacer, pues tenía la incertidumbre
de si en unas semanas o en unos meses se resolvería la
huelga, pero, alentada por mi mamá, decidí que podría
meter un permiso en la universidad. Además de la oportunidad de poder aprender bien otro idioma, necesitaba
estar con mi papá; habían pasado casi cuatro años de no
verlo. Me fui sin estar segura de por cuanto tiempo, aunque yo pensaba que seguramente sólo serían un par de
meses; no sabía entonces que ahí me quedaría por un año
y un mes.
Para economizar los gastos viajé a Tijuana, donde me
esperaban mis tíos, que eran residentes, para recogerme.
Llegué un sábado por la mañana, y aunque sólo estuve
por unas horas, percibí en la ciudad un ambiente que me
hizo sentir nostálgica, como si fuera la última parada de un
viaje sin regreso. Pensé que así debían lucir todas las ciudades fronterizas del país y que en ese momento estaba
en un lugar por donde mucha gente había pasado con una
mochila cargada de aspiraciones; entre esa gente estaban
mis tías y tíos, y mi papá.
Antes de cruzar pasamos a un supermercado y mis
tíos compraron comida que no se conseguía del otro lado
o que no tenía el mismo sabor: galletas, frutas y algunos
antojitos. También compraron unas medicinas –porque de
este lado salían más baratas– y mi tía vio modelos de za-
227
Historias de migrantes México-Estados Unidos
patos fabricados en Guanajuato, de los que compró unos
pares para mis primitos. En la línea fronteriza había cinco
filas de carros y camiones esperando para cruzar a los Estados Unidos; a unos metros, pero del otro lado, también
había carros, pero sólo eran unos cuantos, que esperaban
entrar a México. Cuando llegó nuestro turno el agente
americano de inmigración pidió los papeles a mis tíos y
después los míos, preguntó algo en un rápido inglés que
no comprendí y mi tío –quien había aprendido el idioma
durante esos años– le contestó que yo era su sobrina y que
iba de visita. El oficial me observó, revisó el pasaporte,
después la cajuela –momento en que mi tía se angustió
un poco al pensar que no nos dejarían pasar la fruta–,
selló mis papeles y estiró la mano dándome un papel en
el que se leía un permiso para estar por seis meses en calidad de turista, finalmente, hizo una seña indicando que
avanzáramos. Pasamos por San Diego y después de casi
dos horas llegamos a Los Ángeles, a la casa de mis tíos en
el norte de la ciudad. Ahí estaba la mayor parte de mi familia, pero no estaba mi papá porque le había tocado trabajar en el turno de la tarde y llegaría por la noche. Como
siempre, todos fueron cariñosos y me recibieron como si
el tiempo no hubiera pasado; saqué lo que mandaba la
familia –algunos regalos, bolillos y pan de dulce, tamales
congelados, romeritos– y platicamos de cómo estaban las
cosas en México. Mis primos me preguntaban si teníamos
televisiones y juegos de video, centros comerciales y otro
tipo de cosas, era entendible teniendo en cuenta cómo
se dibuja al país y cómo los hijos de migrantes crecen escuchando que su familia dejó sus países para buscar una
vida mejor.
Casi a las ocho de la noche tocaron la puerta y en el
umbral apareció mi papá, un poco más delgado, pero el
mismo que yo recordaba. Me eché en sus brazos y lloré
con él durante un largo rato. Lo extrañaba mucho y no
quería soltarlo, era mi forma de recuperar el tiempo per228
Menciones Honoríficas
dido. Ese día me fui con él al lugar donde vivía: era un
suburbio anglosajón muy bonito, muy callado y poco transitado. Ahí rentaba una recámara en una casa habitada por
una señora de la tercera edad y sus dos hijos, ya adultos.
Además de la accesibilidad de la renta, el lugar era conveniente por quedar cerca de su trabajo, pues sólo tenía
que caminar unos minutos para llegar y así no requería
usar el transporte. Mi papá podía usar la cocina y el baño
contiguos a su cuarto y que estaban un tanto separados
del resto de la casa. El cuarto no era muy grande pero
suficiente para una persona. Aparte de sus cosas, mi papá
tenía pegadas en la pared fotos de nosotras, algunas de
las cuales se había llevado cuando se fue, otras que le
habíamos mandado para que viera cómo íbamos creciendo, cartas escritas tiempo atrás y dibujos de cuando mi
hermanita era bebé. Me dijo que era la forma de tenernos
presentes todos los días.
Con mi papá estuve durante una semana, se iba a
trabajar por las mañanas y regresaba en las tardes que era
cuando salíamos a dar una vuelta e íbamos a comprar burritos o algo de comer, pues prácticamente no cocinaba
por la falta de tiempo, porque era más práctico ya que
vivía solo y se había acostumbrado a comer algo rápido
en su trabajo. En esos días fui a conocer el lugar donde
trabajaba, el Mall y el swap-meet a los que iba los fines
de semana. Como con mi papá no podía quedarme por
el espacio y porque la escuela de inglés a la que asistiría quedaba lejos –en el Este de Los Ángeles– me fui a
vivir con mi tía menor. Mi papá iría a verme todos los días
que pudiera y otros yo lo iría a ver. El conocer en dónde
había vivido mi papá durante ese tiempo me tranquilizó al
darme cuenta que era seguro, aunque podía entender esa
sensación de nostalgia y de extrañeza que seguramente
le invadía al estar solo, pues aunque estaba la familia de
mi mamá, no era el mismo caso de mis tías que, aunque
tenían problemáticas diferentes, tenían a sus esposos y sus
229
Historias de migrantes México-Estados Unidos
hijos junto a ellas. Durante el primer mes me sentí nostálgica de mi mamá, mis hermanas, mis amigas y mi vida
cotidiana. Supongo que siempre me han dado miedo los
cambios.
Prácticamente todo el año que viví en Estados Unidos lo pase en East Los Angeles, que es una zona de la ciudad muy conocida por las rivalidades entre las pandillas
o gangs de cholos, situación que ha tendido a disminuir
por la organización de la comunidad latina para erradicar la violencia de sus calles, pero que en ese tiempo era
muy marcada. En mis primeros días con mi tía, cuando
visitábamos a una vecina en unos edificios, me tocó el
primer tiroteo que escuché en mi vida, mi tía me dijo que
me tirara al suelo y así estuvimos unos minutos hasta que
se oyeron las sirenas y por la ventana vimos a policías subiendo las escaleras y buscando a alguien. Me di cuenta
que era una situación a la que estaban, hasta cierto punto,
acostumbrados porque con frecuencia pasaba. A menudo
había noticias de este tipo de enfrentamientos e incluso
llegaron a morir personas –entre ellos una niña– por una
bala perdida, lo que provocó la reacción de la comunidad
en una marcha simbólica para que dejaran de suceder ese
tipo de situaciones en la zona.
Ya para ese entonces había una organización llamada Homeboys, encabezada por el padre Mike, que se dedicaba a ayudar a jóvenes que estaban en pandillas para
que de alguna forma se salieran de ese mundo y pudieran trabajar. Y es que se decía que quien entraba a una
de ellas sólo podía salir de ellas muerto pues los lazos de
unión y lealtad son extremos. Llegué a escuchar casos de
algunos muchachos que habían sido baleados por salirse
y que estaban en sillas de ruedas, otros no habían tenido
tanta suerte. Los que lograban salirse casi siempre tenían
que irse a vivir a otro lado y muchas veces permanecían
escondidos durante largo tiempo. Obviamente, una vez
230
Menciones Honoríficas
que querían volver a empezar era difícil porque quedaban estigmatizados hasta cierto punto, por ello era que
esta organización los ayudaba enseñándolos a trabajar en
una fábrica de ropa y una panadería que el padre había
construido para que pudieran ser empleados; mucha
gente de la zona se involucraba en esta organización de
forma voluntaria.
Fuera de esta situación, que se fue calmando con el
tiempo, a mí me gustó vivir ahí. La gente era en su mayoría mexicana, aunque había sobre todo salvadoreños,
guatemaltecos y hondureños. En el Este se habla mucho
en español, sobre todo entre los adultos, pero el inglés
pesa como lengua, aunque hay pequeños establecimientos de comestibles donde los dueños son chinos pero que
saben cosas básicas en español para cobrar la mercancía
–mucha de la cual es mexicana: chocolate de mesa, harina de maíz, tostadas, chiles, etcétera–. Muchas veces se
dice que el East Los Angeles es como un México chiquito,
y si uno va por las calles encuentra semejanza con cosas
del país del que viene, vendedores de helados con sus carritos, puestos ambulantes de películas y chucherías, panaderías, gente ataviada con ropa norteña, sombrero y botas,
música de estaciones de radio mexicanas que acompañan
el trabajo de la gente, locales donde se venden cosas para
las quinceañeras, trocas –camionetas acondicionadas para
vender comida– de taquitos, quesadillas, elotes y pupusas
–que son una comida típica de El Salvador, parecidas a la
gorditas en México–, las marketas –mercados parecidos
a los mexicanos– y un sinnúmero de cosas que reafirman
la creencia de que, aunque la gente se va, se lleva consigo parte de sus costumbres, tradiciones y formas de vida.
También en el Este se encuentra la Plazita Olvera, una
plaza como la de los centros de las ciudades mexicanas,
con su kiosco, y donde uno encuentra mariachis y establecimientos donde se venden artesanías y cosas mexicanas,
231
Historias de migrantes México-Estados Unidos
así como lugares de comida típica. Todas estas formas de
reminiscencias se mezclan con el inglés y la forma de vida
americana que tienen las generaciones que nacen ahí.
La escuela me quedaba a unos diez minutos caminando y a ella había asistido a estudiar mi tía cuando comenzó el proyecto a finales de 1980. PUENTE (People United
to Enrich the Neighborhood Through Education) Learning
Center fue instituida por una religiosa –Sister Jennie– para
ayudar a que la comunidad –especialmente la latina de
adultos por la zona– pudiera tener oportunidades de educación que les permitiera mejorar, siendo los migrantes
los que principalmente asisten a ella. Existe otro campus
PUENTE al sur de Los Ángeles, en donde asisten tanto latinos como afroamericanos. Las cuotas eran muy accesibles
–15 dólares por trimestre– y la mayoría de los maestros
eran anglosajones. Las clases tenían una duración de dos
horas y se podía tomar las que uno quisiera durante todo
el día, de siete de la mañana a seis de la tarde. Además
del inglés como segunda lengua, se daban tutorías para
jóvenes, clases de alfabetización, cursos para obtener el
diploma de preparatoria, cursos en computación y en carreras de oficina. La mayoría de la gente asistía de acuerdo
a sus actividades, pues muchos trabajaban y era un esfuerzo extra asistir.
Como yo solamente me dedicaba a estudiar inglés, tomaba dos clases en la mañana, iba a comer a la casa de mi
tía y regresaba a tomar otras dos clases. Era la más chica de
todos mis compañeros y solamente había tres muchachos
un poco más grandes que yo, quienes también nada más
estudiaban. Los demás eran padres de familia con responsabilidades de casa y trabajo. En mis clases de la mañana me
di cuenta que asistían más mujeres que hombres, porque a
esas horas los hijos estaban en la escuela y era cuando ellas
tenían tiempo de estudiar; muchas lo hacían para conseguir
mejores trabajos, para ayudar a sus hijos con las tareas, para
sacar la ciudadanía cuando se pudiera o simplemente por
232
Menciones Honoríficas
querer aprender, como una compañera mía de 85 años. En
cambio, durante las tardes asistían más hombres, sobre todo
porque al tener muchos de ellos dos turnos de trabajo, uno
en la mañana y otro por las noches, era el único momento
del día en que podían hacerlo.
En la escuela conocí gente de muchos lugares, chilenos, peruanos, colombianos, salvadoreños, guatemaltecos,
hondureños y mexicanos de Querétaro, Zacatecas, Sinaloa,
Colima y Guadalajara, cada uno con una historia propia y
una razón diferente para haber migrado. Por su parte, los
maestros, quienes eran americanos, estaban muy comprometidos con la comunidad latina y en muchas de las clases, en las que por regla sólo se hablaba en inglés, había
referencias a las problemáticas o a temas de interés para la
comunidad, como saber quién había sido César Chávez.
También me di cuenta del poder que la comunidad latina
tenía cuando fue de visita a la escuela de George Bush,
quien entonces era candidato a la presidencia por el Partido Republicano. Ese día incluso habló algunas palabras en
español y, a través de uno de sus sobrinos –descendiente de
mexicanos– hizo saber de la importancia de los latinos y de
cómo los ayudaría si votaban por él. No creo que supiera
que muchos de los que estaban ahí no tenían ni siquiera la
posibilidad de votar.
Después de unos meses se había acabado mi permiso de turista pero para entonces había metido un permiso
en la universidad para empezar en el siguiente ciclo escolar, ya que sólo me faltaba un trimestre para terminar
el inglés como segunda lengua. Como tenía tiempo libre
decidí buscar un trabajo en lo que me regresaba a México, pues quería comprar una computadora porque para
la carrera la necesitaría. Empecé a trabajar gracias a una
oportunidad surgida a través de uno de mis tíos, quien se
enteró de una persona que hacía traducciones al español
y quien necesitaba de alguien que tuviera conocimientos
de gramática.
233
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Así empecé a trabajar con María Elena, quien había
nacido en Estados Unidos pero cuyas raíces maternas provenían de Guadalajara. Además de las traducciones hacía
performance chicano con un personaje llamado La chola
con chelo –aunque también tenía otros–. Lo que hacía era
un monólogo bilingüe en el que combinaba interpretaciones de música mexicana –sones– e imágenes de migrantes
para contar desde su propia experiencia la historia de los
migrantes mexicanos y de las generaciones nacidas allá.
Me convertí en su asistente y con ella fui a museos, al Centro de Estudios Chicanos en la UCLA, al Teatro Orpheum
en el centro de Los Ángeles y a otras presentaciones en
donde le mostraba a gente de otras culturas otros aspectos
de la migración. Cuando trabajábamos en las traducciones
lo hacíamos en un café-librería chicano llamado Espresso
Mi Cultura, cuya dueña era su amiga y quien necesitaba a
alguien que le ayudara los fines de semana. Me preguntó
si estaba interesada y ante mi respuesta afirmativa empecé
a trabajar también ahí, combinándolo con la escuela. Mis
dos trabajos me dieron la oportunidad conocer el trabajo
comunitario de organizaciones de chicanos y de migrantes, además de conocer un poco del mundo cultural de los
artistas chicanos.
Al tener que aprender a moverme sola para ir a mi
trabajo –que estaba en el Hollywood Boulevard, al que
llegaba tomando un autobús y después el metro– me di
cuenta de que realmente hay peligros para una mujer sola;
que es difícil la barrera del lenguaje; que uno extraña una
vida hecha en otro lado; de llegar a sentir una sensación de
no pertenecer a ese lugar, de ser un extraño; y de, cuando
mi situación fue de ilegal, pensar que en algún momento
dado podrían llegar a pedirme mis papeles, pues uno se
acostumbra a sentirse vigilado cuando algo en ti evidencia
que no se es de allá.
En todo este tipo de situaciones la solidaridad de la
familia es reconfortante y es la mejor manera de aprender
234
Menciones Honoríficas
a tomar rumbo propio. Durante ese tiempo pude volver a
establecer una mayor cercanía con mi padre y, aunque me
dolió dejarlo nuevamente, sabía que íbamos a estar bien
y que en algún tiempo el regresará. Aunque hubo mucha
gente que me dijo que me quedara a vivir allá, que me
arrepentiría porque para la gente joven hay mucho trabajo
y que no comprendían por qué retornaba a un lugar de tan
pocas oportunidades, decidí, siendo realista de las limitantes de mi situación migratoria, que la oportunidad de estudiar una carrera, desarrollarme y tal vez poder cambiar
en algo la comprensión de la migración solamente podría
hacerlo con un titulo universitario.
De esa fecha, finales del año 2000, parte de la familia ha seguido migrando, pues es un ciclo que se repite
porque todavía hay muchas cosas qué solucionar de este
lado, y eso es algo que quiero hacer.
235
“¡Quiero estudiar!”
Autor: Despatriada
M
e encuentro formada esperando mi turno en el
banco para cobrar el envío que me mandó mi
mamá. Mientras me aproximo al inicio de la fila
ya estoy planeando en que tengo que invertir los 545.60
pesos que me van a dar. Al mismo tiempo me pregunto
qué haría sin esos pesos que me manda mi madre Después del accidente de mi esposo no sobreviviría si no fuese por los cincuenta dólares que ella me envía cada vez
que su bolsillo se lo permite. Retrocedo el tiempo y pienso
en la razón que tuvo mi madre para migrar a los Estados
Unidos.
Mi testimonio de migración no difiere mucho de miles
de historias contadas por paisanos que se ven motivados
por un mismo factor que los hace abandonar su lugar de
origen: la miseria.
Definitivamente, no fue nada fácil para una mujer
abandonada por su esposo hacerse cargo de cuatro hijos
que dependían de su salario mínimo que ganaba como
obrera de una fabrica de muebles. La razón de por qué mi
padre nos abandonó no la sé, de lo único que me acuerdo
es que un día se despidió de todos nosotros y emprendió
su camino hacia Tijuana donde planeaba cruzar pa’l otro
lado. Nunca más volvimos a verlo o a saber algo de él.
Muchas noches después recuerdo ver a mi mamá escribiendo cartas dirigidas a alguien que nunca contesto.
En aquel entonces tendría yo unos seis o siete años,
cursaba primer año de primaria y al igual que yo, mis her237
Historias de migrantes México-Estados Unidos
manos asistían a la escuela. Mi mamá se ausentaba desde
las 6:30 de la mañana y regresaba a casa alrededor de la
cinco de la tarde. Nos dejaba dinero para la comida y mi
hermana Mirna, de nueve años, era quien se encargaba de
administrarlo. Un plato de lentejas antes de ir a la escuela
era la comida del día, eso sí, acompañadas de muchas tortillas pa’ que llene, como solía decir mi hermana.
Cuando mi hermano Óscar salió de la primaria se
consiguió un trabajo vendiendo pan de la Panadería La
Ideal. Se levantaba a las tres de la madrugada, regresaba
a las nueve o diez de la mañana a dormirse un rato y a las
dos de la tarde ya estaba listo para irse a la escuela. Su
sueldo servía para sus gastos personales: ropa, útiles, uniforme, pasajes, y si le alcanzaba ayudaba con los gastos
de la casa.
Al concluir sus estudios primarios, mi hermana Mirna
siguió los pasos de Óscar y juntos se reportaban a trabajar
muy temprano para acabar a tiempo antes de ir a la escuela. En ausencia de Mirna, Verónica, la tercera, quedó a
cargo de la comida de la casa. Así lograron mis hermanos
terminar sus estudios de secundaria, milagrosamente, con
calificaciones bastante satisfactorias. Fue cuando Verónica
pasó a la secundaria cuando los Estados Unidos empezaron a ser una opción de sobrevivencia para mi familia.
Ya el sueldo de mi mamá no alcanzaba para los gastos indispensables de la familia, comida, ropa, zapatos,
renta, etcétera. Recuerdo que mis hermanos y yo teníamos
que turnarnos para que nos comprara zapatos mi mamá,
si alguno no le tocaba y sus zapatos ya no estaban en
condiciones aptas, se tenía que esperar hasta que fuese
su turno.
Fueron largas las noches en las que platicábamos
nuestros planes. Ni siquiera habíamos partido cuando ya
soñábamos en regresar y comprar lo que en ese momento
nos hacía falta.
238
Menciones Honoríficas
Primero nos fuimos Mirna y yo, en abril de 1989, después de pedirle ayuda a una tía que radicaba allá desde
los años setenta. La tía Lila aceptó apoyar nuestra decisión.
Para ese entonces yo tendría doce años de edad y mi hermana quince. Recuerdo que nos despedimos de mi mamá
y hermanos, ahogando un conjunto de sentimientos encontrados. Por un lado, tristeza por la separación, por otro
lado emoción por lo que fuéramos a encontrar, y al mismo
tiempo mucho miedo de no regresar.
Curiosamente, abordamos el avión sin percatarnos
de que nos íbamos a encontrar con una persona a quien
no conocíamos, mi tía se había ido desde muy joven y
sólo sabíamos de su existencia, pero no contábamos ni
con una foto de ella; así que nos encaminábamos hacia
algo totalmente desconocido para nosotras.
Cuando arribamos al aeropuerto de Tijuana no teníamos ni la menor idea hacia dónde dirigirnos. Por fortuna
contábamos con un numero telefónico de la casa de la tía
Lila. Al llamar nos contestó un joven a quien no le entendimos nada pues nos habló en inglés. Después supimos
que el interlocutor ere mi primo Julio. Debido a la falta de
comprensión mutua, colgamos y nos sentamos a pensar
en una de las salidas del aeropuerto y fue ahí sentadas
donde, sin llegar a una solución, nos encontró mi tía a la
4:35 p.m.
Supimos que era ella por su aspecto: una señora chaparrita, vestida con una blusa de flores muy colorida, un
pantalón muy entallado y unos zapatos tenis Reebok blancos, sus ojos grandes y expresivos, tal como los de nuestra
mamá. Después de una breve introducción y de platicar
rápidamente la infinidad de locuras que habían pasado
por nuestra cabeza durante todo el tiempo de espera, nos
presentó con un joven, quien iba a ser el encargado de
pasarnos al otro lado de la frontera.
239
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Esa misma noche mi tía regreso a su casa y nosotras
nos quedamos con el pollero, hospedadas en un hotel.
Esperamos que cayera la noche antes de partir a la línea
fronteriza. Nos mostró el camino hasta llegar a una construcción tipo acueducto carente de agua, muy cerca de la
famosa línea de Tijuana. En el extremo frontal, se podían
ver unas patrullas y camionetas tipo Jeep con los faros encendidos, cuidando los alrededores. De vez en cuando un
destello deslumbrante iluminaba las caras de decenas de
personas que esperaban, al igual que nosotros, el momento indicado para iniciar la travesía que sólo Dios sabía qué
fin iba a tener. Las horas transcurrían, y el frío de la noche
impregnaba con más facilidad nuestras delgadas ropas.
Pasaban vendedores ofreciendo café y tortas, invitándonos a comprar diciendo en tono de advertencia, pa’ que
aguanten. Más de uno se animó a comprar café, aunque
las tortas tuvieron que ser regresadas al lugar donde fueron preparadas.
Alrededor de la dos de la mañana se nos dio la orden
de levantarnos, ya era hora. Mirna y yo nos encontrábamos acurrucadas, lo mas juntas posible para que el calor
de nuestros cuerpos se sumara y no permitiera al frío pasar.
Nos levantamos tan rápido como nuestras piernas nos permitieron, pues después de estar tan encogidas sentíamos
un hormiguero corriendo en su interior.
Sin saber a lo estábamos apunto de enfrentar, nos tomamos de la mano y empezamos a caminar el trayecto
más agonizante de mi entonces corta vida. Caminamos y
caminamos aproximadamente dos o tres horas, pasando
matorrales, autopistas y un tipo de conductos de drenaje.
De repente nos encontrábamos con otros grupos de personas.
Por mi mente pasaban imágenes de mi mamá y mis
hermanos, me visualizaba acostada, cubierta con una colcha calientita que apaciguaría el frío que en ese momento
sentía. Los recuerdos hicieron que un nudo inmenso de
240
Menciones Honoríficas
llanto no encontrara paso por mi garganta, esa sensación
de asfixia y dolor en la traquea que sólo se siente cuando
las lágrimas no son liberadas. Nos dedicábamos a caminar
como sombras atrás del sujeto que, sin comentar palabra
alguna, se limitaba a enseñarnos el camino.
De pronto nos sorprendió un hombre, vestido todo de
negro y armado con un cuchillo, quien se aproximó a nosotras con una sospechosa ligereza y le dijo algo a nuestro
guía, ordenándole algo que no alcance a escuchar.
En cuestión de segundos estábamos corriendo sin
saber por qué, apartando arbustos para abrirnos camino
entre las ramas, corrimos unos veinte minutos hasta que
llegamos a una autopista, la cual cruzamos sin cuidado
alguno, encontrándonos con otros traficantes de inmigrantes. El sujeto que nos dirigía se armó de valor y dio la cara
a nuestro perseguidor y fue hasta entonces que nos dimos
cuenta que el hombre que nos seguía era lo que entre
ellos llaman un robapollos, pretendía quedarse con nosotras para llevarnos a nuestro supuesto destino y cobrar la
cuota.
Por suerte no paso a ser más que un susto. Continuamos caminando media hora mas, hasta que fuimos intersecados por una camioneta tipo Van, de donde bajaron tres
uniformados, quienes se apresuraron a sujetarnos de los
brazos y nos llevaron dentro de la camioneta a una estancia
de inmigración. En ese momento sentí que el corazón se
me iba a salir del cuerpo y sólo pensé en que si mi mamá
estuviera conmigo no tuviera nada de miedo, pero para
desgracia mía contaba únicamente con mi hermana, que
en ningún momento dejo de decirme frases de consuelo.
Nos separaron del pollero y nos bombardearon de
preguntas. Al finalizar el cuestionario, nos metieron en un
tipo consultorio y nos revisaron todo el cuerpo, desde la
cabeza hasta las uñas de los pies, recuerdo que mi hermana estaba en su ciclo menstrual y con todo el ajetreo ni
tiempo ni momento adecuado encontró para cambiarse,
241
Historias de migrantes México-Estados Unidos
así que nos proporcionaron unas batas y nos despojaron
de nuestras ropas.
Nos encerraron en una celda hasta que amaneció,
supongo, porque no volvimos a ver la luz del día hasta tres
días después. Se nos pidió marcar nuestras huellas digitales sobre unos documentos que redactaban algo que no
comprendimos, nos tomaron fotos y finalmente quedamos
fichadas por cruzar la frontera ilegalmente.
Se nos proporciono ropa, comida, y utensilios de uso
personal. Ahí permanecimos por dos días, hasta que fuimos entregadas a una casa hogar ubicada en San Diego,
California. Recuerdo que la señora que estaba a cargo de
la casa hogar nos preguntaba una y otra vez el motivo que
nos había llevado a estar ahí. Mirna y yo nos limitábamos
a vernos, y cuando estábamos solas llorábamos esperando
que alguien conocido nos reclamara, creíamos que nunca
más íbamos a ver a nuestra madre.
A la una de la tarde nos regresan nuestra ropa limpia y perfumada con suavizante de telas y nos llevaron de
regreso a la cárcel de migración, donde ya esperaba por
nosotros mi tía Lila. Para que nos pudiera sacar de ahí, mi
tía tuvo que pagar dos mil dólares y a cambio recibió un
citatorio para asistir a un juicio por traficar con gente ilegal
y además menor de edad.
Llegamos a la casa de mi tía y fue como despertar de
una pesadilla aunque estaba conciente de que lo que había
pasado era tan real como que ya estaba sobre suelo americano.
El día siguiente mi tía nos inscribió a la escuela, nos
compró ropa y nos llevó al hospital a que nos vacunaran
contar la tuberculosis, pues según los doctores todos los
inmigrantes tienen tuberculosis debido a la contaminación
y la falta de higiene. Los tres meses posteriores asistí a la
escuela, la cual consideraba maravillosa, pues me daban
de comer, jugaba y aprendía sin pagar ni un centavo. Todo
era nuevo y fantástico para mí, comencé a aprender un
242
Menciones Honoríficas
nuevo idioma y lo mejor había mucha gente que hablaba
español, en pocas palabras, me podría acostumbrar a esa
vida muy pronto.
Al cumplirse la fecha del citatorio que le otorgaron a
mi tía, asistimos con un juez de inmigración quien nos dio
permiso de quedarnos en los Estados Unidos hasta el mes
de septiembre de ese año y nos pidió no regresar al país
de forma ilegal. Después del veredicto mi tía decidió mandarnos antes del tiempo señalado. El 12 de agosto regresamos a México para encontrarnos con nuestra madre.
Al llegar a la que nosotras conocíamos como nuestra casa nos sorprendió saber que mi mamá ya no vivía
ahí. Preguntamos a los vecinos y nos dijeron que la dueña
de la casa donde rentaba mi mamá le había pedido que
desocupara el cuarto y que dormía en casa de una vecina y sus muebles estaban guardados en diferentes casas.
Esperamos en la calle sentadas en la banqueta hasta que
llegara mi mamá del trabajo. Al vernos se le fue el color de
la cara pues ella no estaba el tanto de la decisión de mi tía.
Mi mamá creía que nos regresaríamos hasta septiembre y
no nos contó lo sucedido con respecto a la casa para no
preocuparnos. Se suponía que nos habíamos ido para que
mi mamá se ayudara un poco, si sólo estaba a cargo de
dos hijos iba a ser mas fácil que mantener a cuatro, pero
fue peor pues ahora ni siquiera tenía dónde vivir.
Con el dinero que mi tía le mandó, mi mamá encontró otro cuarto para rentar en una colonia vecina, nos dolió
mudarnos de donde vivíamos por nuestros amigos y recuerdos, llevábamos once años rentando en esa colonia y
era difícil separarse de todo. A pesar de lo adverso y hostil
que pintaba nuestro futuro, no nos importó porque por lo
menos estábamos juntos otra vez.
Mi mamá continúo en la fábrica y los fines de semana
lavaba ropa ajena con la ayuda de una de sus hijas. Óscar
fue despedido porque el negocio del patrón quebró. La
situación se tornaba más difícil para mi mamá, pues ahora
243
Historias de migrantes México-Estados Unidos
tenía tres hijas en secundaria y uno en la preparatoria, lo
cual era demasiado para ella.
Recuerdo que al mudarnos de casa, muchas cosas
cambiaron. Nuestras pertenencias ya no eran las mismas,
pues después del desalojo mi mamá se vio forzada a deshacerse de sus cosas. Algunas las vendió, otras las regaló. Nos quedamos con una cama, un sillón, un ropero, la
mesa con sillas y la estufa. Nuestra nueva vivienda era tan
pequeña que para dormir era necesario abrir espacio en el
suelo para acomodar lo que en la noche se convertía en
una cama que arropaba a mi mamá y a Mirna. En la cama
dormíamos Verónica y yo, y en el sillón Óscar por ser el
único varón.
Nuestra casa albergaba a toda clase de bichos y el
lugar era tan irritante para los que ahí habitábamos. Sin
embargo, pese a nuestra condición económica, la esperanza de seguir estudiando no cesó en ninguno de nosotros. En el septiembre próximo me matriculé en la secundaria y quedé en el turno de la mañana. Había días que,
movida por no sé qué, asistía a la escuela sin alimento
alguno en el estómago y sin dinero para comprar algo
que calmara ese rugir en mi interior. Esa sensación insoportable de hambre que parece que los intestinos reclaman por una migaja de pan.
Cuenta mi mamá que cuando yo me iba sin comer,
ella no podía trabajar pensando en el momento que le
hablaran diciéndole que me encontraron desmayada.
Recuerdo que, cuando se podía, mi mamá me daba mil
pesos para gastar en la escuela, los cuales me servían para
comprar una torta de 750 pesos y un Boing de 250 pesos.
Cuando tenía la oportunidad de comer aquello que me
sabía a gloria me sentía agradecida y dichosa. La situación
se fue tornando cada vez menos soportable y al cabo de
un año se tomó la decisión de migrar a Los Ángeles, en
esta ocasión todos juntos.
244
Menciones Honoríficas
Partimos el 14 de agosto de 1990, después de despedirnos de amigos y de alojar lo poco que nos quedaba
de pertenencias en una bodega que nos prestaron, guardamos la esperanza de regresar, los recuerdos, sonrisas
y lágrimas que compartimos y todo lo que México nos
había dado hasta ese momento. No íbamos a olvidar las
navidades, los bailes del 15 de septiembre, el día de muertos y todas las tradiciones que celebramos.
Con la ilusión de que nuestro futuro cambiara, nuevamente partíamos hacia lo incierto. En esa segunda ocasión
que yo partía hacia el Norte, el viaje fue menos cómodo
que la primera vez. Viajamos en camión por tres días con
sus noches. Ya para el segundo día llevábamos las piernas
hinchadas. Llegamos a la central camionera de Tijuana,
donde mi tía ya esperaba por nosotros acompañada de su
hija Yesenia y su pequeño Kevin. Rápidamente, un breve
saludo y abordamos una camioneta que nos llevó a un
hotel donde se hizo el business (la negociación).
El siguiente día cruzamos la línea fronteriza a plenas
doce del medio día. Mi madre, Verónica y yo cruzamos
con documentos de otras personas que residían en Los
Ángeles y, sin más ni menos, en cuestión de minutos ya
pisábamos suelo Estadounidense. Desafortunadamente,
Óscar y Mirna tuvieron que esperar su turno en casa del
pollero. Fue hasta siete días después cuando se reunieron
con nosotros. Siete días que para mi mamá fueron los más
largos de su vida, no dormía pensando en nuestra previa
aventura; desarrolló un sexto sentido nocturno que la torturaba todas la noches y veía a mis hermanos corriendo
entre matorrales, escapando de hombres armados y de los
oficiales de migración. Se imaginaba un sin fin de cosas
que no le permitían descansar. Las pesadillas terminaron
el 22 de agosto de 1990 cuando por fin mi familia volvió
a estar junta. Vivíamos en casa de mi tía Lila con sus tres
hijos. Obviamente nuestra llegada desorganizó a la familia
de mi tía y ocasionamos múltiples incomodidades.
245
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Los mojados, nos decía Julio, mi primo el pocho,
quien no se expresaba en español porque el era americano, no un wetback. Nos trataba tan mal que incluso en
una ocasión intento abusar sexualmente de mí. Afortunadamente no logro su propósito y al enterarse mi mamá,
inmediatamente nos mudamos a vivir con otra tía, Male.
Ella tenía un departamento donde se alojaban sus
cuatro hijos y su esposo, tres inquilinos a quienes les rentaba una recámara, y a nosotros nos correspondía la sala.
Un total de catorce personas vivíamos en ese departamento de dos recamaras, sala, comedor, baño y cocina. Pero
la situación podía ser peor, como la de los vecinos, donde
vivían cuarenta hombres en un departamento de la misma
dimensión. Típico en Estados Unidos, donde muchos
viven como muégano humano para poder ahorrar más y
mandar a las familias que dejaron en su país de origen.
Nosotros fuimos muy afortunados al llegar al país vecino, pues un trabajo esperaba a mi madre y escuela para
nosotros. Poco a poco nos fuimos aclimatando a nuestro
nuevo estilo de vida, hasta que llego el momento de independizarnos. Finalmente mi mamá contaba con un sueldo
fijo que le alcanzaba para pagar 550 dólares mensuales
por un departamento de una recámara, sala, baño y cocina. Debido a que no contábamos con muebles, una organización de apoyo a inmigrantes nos regaló dos camas, un
sillón y un refrigerador, la estufa la compró mi mamá por
cuarenta dólares.
¡Ese primer día fue mágico! Teníamos una casa, muebles, escuela y, sobre todo, comida. Yo sentía que la vida
ya me había dado todo, ya no más quejas de los intestinos,
ya no más camas portátiles, ya no más humillaciones por
parte de los primos. Me sentía con lujos superiores a los
del Pedregal.
Empecé a mezclarme con gente muy diferente a mí:
afroamericanos, anglosajones, japoneses, tailandeses, vietnamitas e incluso un italiano. Mi círculo social se había
246
Menciones Honoríficas
convertido en una especie de ensalada de todos colores y
sabores. Aprendí historia de los Estados Unidos, ciencia,
matemáticas, en un idioma que no era el mío. Participe
en deportes de mi interés: gimnasia, atletismo, natación.
Me convertí en esclava de las actividades extracurriculares
del plantel Theodore Roosevelt, hasta eso me hacía sentir
privilegiada, asistir a una escuela famosa.
Al mismo tiempo, mis hermanos gozaban de sus propios logros, amigos y actividades. Cabe mencionar que los
cuatro terminamos la preparatoria con mención honorífica
debido a nuestras calificaciones. Yo, por ejemplo, obtuve
el 13º lugar de 978 estudiantes de mi generación. Obtuve
un reconocimiento firmado por el mismo presidente Clinton. Me integré a una organización de estudiantes becados
para asistir a la universidad, llamada California Scholarship Federation, donde fui nombrada líder de grupo por mi
desempeño. Participé en los equipos de atletismo, campo
traviesa y gimnasia. De este último me convertí en entrenadora de niños. A los 16 años conseguí mi primer trabajo de mesera en El Jalapeño Restaurant, un restaurante
de comida mexicana, propiedad de Don Antonio Cerda,
oriundo de Portezuelo, Jalisco.
Después de mi experiencia como mesera, que por
cierto no duró mucho, me empecé a preparar como entrenadora de gimnasia, al terminar me ofrecieron un trabajo
en el Aliso-Pico Recreation Center, donde era la asistente
de entrenador y me pagaban seis dólares la hora. Enseñaba
tres horas todos los jueves. Posteriormente fui recomendada para impartir clases en otros parques y los dólares se
empezaron a sumar en mi bolsillo, justo la cantidad para
pagar mensualmente la cuota de la universidad donde ya
iniciaba mi carrera en lingüística. Ya que contaba con un
trabajo, hicimos un trato con mi mamá: ella seguiría proporcionándonos alojamiento y alimento y nosotros nos
pagaríamos nuestros estudios. Cada uno tomó su camino
según sus intereses.
247
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Óscar se incorporó a Northridge University, para
cumplir su sueño de ser ingeniero civil, obtuvo media
beca para sus estudios por ser buen atleta, desafortunadamente no concluyo su carrera pues decidió casarse. Hoy
tiene dos hijos, que por cosas del destino no viven con el,
pues al cabo de cinco años se separó de su esposa.
Mirna empezó a estudiar en East Los Angeles College
(ELAC), donde tomó clases de todo, sin concluir alguna.
Se casó con un ciudadano americano y hoy ya es residente legal de Los Ángeles.
Verónica planeó mejor su vida. Fue al Pasadera City
College y después a Domínguez Hill University, donde
terminó su carrera en psicología y doble maestría en terapia familiar e infantil. En la actualidad se desempeña
como terapeuta familiar, a pesar de que no cuenta con
documentación legal. Ella pagó sus estudios con el sueldo
mínimo, establecido por el estado de California, que ganaba trabajando en una cadena de comida rápida. Trabajaba después de escuela y fines de semana. De no haberlo
hecho así no hubiera logrado sus propósitos.
En lo que respecta a mí, tomé un camino muy diferente al de mis hermanos. Después de que me descubrieron
utilizando documentos falsos para trabajar en los parques
e iniciaron las leyes antiemigrantes como la 187 y 227,
deje de asistir a ELAC, donde ya tenía los créditos necesarios para transferirme a una universidad, dejé el trabajo, y
también dejé a mi mamá. La desilusión que me causó que
me descubrieran y la humillación que sentí cuando me
llamaron ilegal immigrant, me orilló a tomar la decisión de
regresar a México.
Me vine persiguiendo un sueño, acabar una carrera
universitaria. ¿Para qué iba a mendigar en un país de racistas, teniendo yo el mío? Pensé que todo se me iba a facilitar en mi país. Me vine con la esperanza de que todos mis
reconocimientos laborales y escolares fueran suficientes
para encontrar un trabajo de medio tiempo y poder entrar
248
Menciones Honoríficas
a una universidad. Sorpresa que me llevé cuando ni mis
estudios eran validos. Me tomó dos años que me revalidaran mis estudios de media superior, y el trabajo ni soñarlo, sin experiencia ni estudios válidos, terminé cuidando
personas de la tercera edad en un convento, ganando 180
pesos por 24 horas.
Por primera vez vi a México como un país desconocido para mí, y no era de extrañarse, yo crecí parte de mi
adolecería en México, pero la formación que traía la había
adquirido en los Estados Unidos. Aprendí diferentes costumbres sociales y culturales. Se me trababa la lengua al
intentar hablar en español. Al darme cuenta de que no encajaba muy bien aquí, pero tampoco en los Estados Unidos, aunque sabía su idioma, costumbres, historia y más,
me sentí despatriada. Me di cuenta que tal vez había sido
un error haberme regresado.
Encontré antiguos amigos que seguían viviendo en la
colonia donde yo un tiempo habité, entre ellos me encontré a quien hoy es mi esposo. Él estudiaba en el Instituto
Politécnico Nacional y me alentó a que me metiera a estudiar. Cuando mi hija tenía siete meses de edad inicie la
licenciatura en la Escuela Superior de Física y Matemáticas
del IPN. Después de cuatro años de convivencia con mi
esposo, en mayo del 2003, él tuvo un accidente que lo
dejó discapacitado. Su accidente vino a cambiar nuevamente mi vida y a depender de la caridad de mucha gente
que nos mostró su cariño y apoyo. Entre esas personas, mi
madre, quien se comprometió a ayudar cada vez que pudiera con la condición de que no abandonara la carrera.
Desde que mi esposo está en silla de ruedas, mi
mamá nos manda cincuenta dólares cada vez que puede,
a veces cada semana, en ocasiones cada quince días e
incluso cada mes. Cuando el tiempo se prolonga, me veo
en la necesidad de dejar a mi hija y a mi esposo solos para
traer dinero a la casa. Afortunadamente ya acabé la carrera y estoy por obtener mi titulo, pero sé que este logro no
249
Historias de migrantes México-Estados Unidos
es sólo mío, sino también de mi madre y de sus cincuenta
dólares, que gasto antes de que lleguen a mis manos.
Definitivamente la migración hacia los Estados Unidos afecta a muchos de una forma u otra. A mí me ha
afectado de diferentes maneras y ha dejado marcada mi
vida, de tal forma que cualquier decisión que tome el gobierno de ese país me sigue afectando. Ahora la Unión
Americana es una opción para mi nueva familia, pues a
pesar de que tengo una carrera, mis sueños han cambiado
y me han orillado a pensar que mi esposo puede manejar
su discapacidad de una manera mas positiva radicando
lejos de nuestro bello México que, desgraciadamente para
muchos, no es el lugar ideal para cumplir sueños, aunque
a mí ya se me cumplió uno.Soy orgullosamente licenciada
en física y matemáticas.
250
“Mis paisanos”
Autor: Ganchoso
El viaje
S
on las 3:25 de la tarde. El tren anuncia desde un kilómetro antes su arribo a Empalme Escobedo. Un cosquilleo recorre la boca del estómago. No hay tiempo
para nostalgia ni para despedidas. Tampoco para que asome el temor. El tren se acerca.
–¡Córrele!
–¡Adiós, adiós...!
–Cuídate mucho...
Los futuros indocumentados corren a colgarse del
vagón azul de segunda clase. Más de cien manos se pelean para trepar. A 50 metros de distancia, un grupo de
sólo seis personas se dirige con calma a entregar su boleto
para asiento numerado en primera clase preferente. Ellos
no sufren, no se pelean para subir al tren.
Luego de una batalla de más de diez minutos, el
grupo de 150 pasajeros de segunda clase se acomoda en
los escasos asientos de hule y tela, en los pasillos malolientes, en los huecos que existen entre los vagones. A
pesar de los apretujones y manoteos, no hay malas caras.
Un murmullo recorre el vagón, un murmullo que mezcla
incertidumbre y esperanza.
–Que sea lo que Dios quiera –dice un muchacho de
17 años, mientras otro se acomoda en un estrecho rincón
entre dos asientos, indiferente al ir y venir de los viajeros.
251
Historias de migrantes México-Estados Unidos
No todos van a la frontera. Unos sólo utilizan el tren
de paso para llegar a San Luis Potosí, a Saltillo o a Monterrey. A las 3:35 de la tarde, luego del ajetreado arribo, el
tren anuncia su salida. Los más pobres de los aspirantes
a indocumentados viajan en tren de segunda clase. Sólo
pagaron 75 pesos para llegar a la frontera.
Desde que el tren reanuda su marcha, desfilan por
los vagones todo tipo de vendedores, y con ellos una mezcla de olores que se confunden con el sudor de 150 pasajeros apilados en el estrecho vagón. A toda hora, incluso
en la madrugada, se escucha la voz de los vendedores
como eco: sopa de arroz, chiles rellenos, garapiñados, refrescos, cervezas, palanquetas, cajeta, camotes de puebla,
café, cervezas, gorditas de nopales, de huevo, de frijoles,
la ¡Alarma!, birria, menudo, más cervezas, paletas, más
cervezas, tacos y más y más cervezas.
Muchos vendedores han visto pasar su vida en el
tren. Como doña María, quien tiene 30 años de vender
en el trayecto de San Luis Potosí y ha conocido a miles de
aspirantes a cruzar la frontera. Doña María ha calmado el
hambre de cientos de paisanos remojados (así los llama
porque pasan una y otra vez la frontera) con sus gorditas
de maíz rellenas de frijol y nopales. Como ella, hay decenas de vendedores que viven en el tren. Duermen apenas
cuatro horas al día, pues llegan a sus casas después de
la medianoche y en la madrugada ya están otra vez en
la estación, listos para subir al tren que va de regreso de
Nuevo Laredo.
En cada estación suben y bajan vendedores y paisanos. Cuando el tren sale de San Luis Potosí (cerca de las
nueve de la noche), el vagón de segunda clase va repleto,
con más de 220 pasajeros. La capacidad del vagón es de 80
pasajeros, así que la mayoría va de pie, muchos recargados
en el brazo de los asientos o encimados unos con otros.
En esa estrechez, un bebé explora los pasillos a gatas;
se trepa en las piernas de los que ganaron espacio para
252
Menciones Honoríficas
dormir acostados y se arrima al único escusado disponible, por donde ya empiezan a escurrir los orines. Entre la
multitud, se distingue un par de gringos que va camino a
Real de Catorce, San Luis Potosí, a vivir la experiencia del
peyote.
La noche transcurre muy lenta, a cabeceos en los intentos por dormir entre la hediondez del sudor, los orines
y los residuos de alimentos dispersos por todos los rincones; entre los gritos que no acaban de los vendedores de
café, de cerveza, refrescos, gorditas, dulces y más y más
cervezas.
El viaje se prolonga ante los continuos cambios de vía
para dar paso a los trenes cargueros que se multiplican a
partir de San Luis Potosí.
El tren llega a Saltillo a las cinco de la mañana; han
transcurrido ya más de catorce horas de viaje. –Y apenas
vamos a la mitad –dice con voz experimentada un paisano
que ha viajado tres veces al norte, mientras un primerizo
lo atosiga con preguntas.
–¿Cuánto falta?
–Ya mero.
–¿A qué hora llegamos?
–Al rato, como dentro de quince horas.
Al llegar a Monterrey, el calor se vuelve insoportable.
Asomar la cara por la ventana para tomar aire implica el
riesgo de quedar embarrado con los escupitajos de los paisanos que recién despiertan con una cruda cervecera.
Los comerciantes, que ya para entonces son los mismos garroteros y empleados del ferrocarril, cambian las
Modelo en lata por las Tecate, y los refrescos por sodas y
las tortas por lonches.
Los viajeros de paso comienzan a bajar. A partir de
Monterrey quedan en el tren únicamente los aspirantes a
cruzar como indocumentados a Estados Unidos.
Luego de 17 horas de apretujamientos algunos por
fin alcanzan un asiento. Pero ya para qué. Lo que menos
253
Historias de migrantes México-Estados Unidos
desea la mayoría es ir sentado en las bancas de hule; todos
buscan la forma de aligerar el calor: se quitan las camisas,
piden más cervezas frías, se asoman por las ventanas, caminan entre el vagón de primera y el de segunda clase.
El viaje se vuelve cada vez más lento, muy lento. Ya
no hay murmullos ni risotadas, ni cantos ni albures. Algunos sólo cruzan miradas que se pierden en el silencio.
A esas alturas del viaje las cervezas ya están procesadas,
pero no hay sitio para orinar. El escusado está repleto hasta
el tope de excremento y al vaivén del tren un líquido amarillento se escurre por los pasillos. El olor es insoportable.
La llegada
–¿Por qué se detiene el tren –pregunta desesperado
un migrante primerizo.
–Vamos a esperar el paso de un carguero que viene
con retraso.
–¡Uta! Vamos a llegar mañana.
–Y a mero, ya mero. Dentro de media hora vamos a
hacer otra parada.
Pero esos 30 minutos se vuelven una hora, y dos, y
tres.
En medio de la monotonía que conjuntan el tren-tortuga, el calor y el semidesierto tamaulipeco, comienzan a
hilvanarse historias de paisanos que a escasas veinte horas
de haber salido del terruño, ya andan melancólicos, nostálgicos.
–Yo era albañil en Salvatierra, pero ganaba re’poquito;
me daban 30 pesos al día y con eso pos cómo iba a mantener a mis cinco hijos y a mi señora –dice Jorge Ramos,
quien ya va para su tercer viaje al norte.
–Me casé re’ joven, tenía apenas 18 años y luego,
luego encargué familia. Tuve puras niñas; la mayorcita ya
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Menciones Honoríficas
tiene 16 años, la segunda trece, la que le sigue once, la
otra nueve y la más chica apenas ocho. Ahí le paré. Ya no
quise tener más hijos porque está re’ duro mantenerlos.
Ora sí que por ellos hay que jugársela. Si fuera solo, pos
pa’ cuando me iba a venir al norte. Hay que jugarla, sí,
cómo no.
Jorge interrumpe su relato porque las ganas de orinar
le ganan después de echarse cinco cervezas de un jalón.
–Orita vengo –dice, y conteniendo la respiración se mete
al cuartito acondicionado con escusado.
–¡Casi me vomitaba! Jijos... está pero bien servida la
taza.
Muy pronto se le pasa el asco y pide una, dos, tres
cervezas más pa’ calmar el calor.
–¿Ustedes a dónde van? –les pregunta a tres muchachos de San Miguel de Allende.
–Pa’ Laredo.
–¡Ah, cabrón, pero están bien chamacos!
–¡Ya! Es la segunda vez que vamos –dice con desenfado Juan Manríquez, de 17 años, quien sin remilgos
platica su historia: –¿Qué ‘onde soy? De San Miguel. ¿Qué
si llevo permiso? No, pos de quién. Así mero me voy al
norte, sin permiso. Hay que ir al jale, a ganar unos dolaritos. La tirada es ir a San Antonio. Ta’ fácil. Nada más hay
que andar buzo cuando te subas al tren. ¿Pagar coyote?
No, pos pa’ qué, si es bien fácil pasar, nada más hay que
saber el movimiento, saber cuándo te tienes que subir y
bajar del tren.
Juan no es indocumentado mojado, pues él no atraviesa el Río Bravo para llegar a Estados Unidos; él es un
espalda seca. La primera vez que cruzó la frontera lo hizo
de mosquita, escondido en los vagones de un tren.
–El carguero que va a San Antonio pasa a las dos de
la mañana. Hay que esperarlo en el puente de la frontera.
Te subes al vagón y ahí esperas hasta que arranque. Luego
255
Historias de migrantes México-Estados Unidos
brincas antes de llegar a la garita del otro lado, porque si
te agarra la migra, vas pa’tras.
Jesús Campos, El Chuy, también de 17 años, continúa
la plática:
–Pa’l otro lado no hay que llevar nada. Así, con la ropa
que traes puesta nada más. Ah, y no hay que burlarse de la
migra. Si te cachan mejor no corras, porque luego los haces
enojar y te madrean. Cuando te detienen a la buena no hay
bronca, hasta se portan amables y te echan pa’tras. Noooo,
si donde uno se tiene que cuidar es de este lado, porque los
judiciales te ven el tipo y te quieren dar baje; te andan quitando hasta los calzones. Luego a la orilla del río están los
cholos que asaltan y matan. Uno va a hacer su lucha, pero
hay otros que nomás van a la mala, a ver a quién se joden.
La plática acorta el tiempo.
–Ya llegamos.
El tren atraviesa la parte miserable de Nuevo Laredo,
con un desfile interminable de casuchas de cartón y madera, todas con su auto gabacho a la puerta. A las 4:30 de
la tarde llega a su fin la primera parte de este viaje al norte:
25 horas en tren sólo para llegar al límite de México. Muchos apenas están por apostar la vida.
A negociar con los pateros
Cuando bajan del tren, los futuros indocumentados van
a descansar en la llamada Plaza de los mojados, ubicada
frente a la estación. Ahí esperan a que decline el sol. También ahí se da el contacto con los coyotes.
A partir de las nueve de la noche, la mayoría ya va
camino al otro lado, atravesando el río o viajando ocultos
en el tren de la Union Pacific. Algunos, muy pocos, permanecen en la plaza.
Ahí está un enganchador de ocasión, que dice llamarse Miguel Galván; él es de Durango y está de paso por
Nuevo Laredo. Tiene el oficio de vagabundo.
256
Menciones Honoríficas
–Yo a ti te conozco. Me cae, ¿dónde te he visto, loco?
–dice al verme pasar.
–Veníamos en el mismo tren.
–¿De ‘onde eres, loco?
–De Celaya.
–Simón. Yo voy seguido para allá. ¿Qué transa? ¿A
dónde van?
–Queremos pasar al otro lado, pero vamos a esperar
a mañana.
–N’ombre. Orita yo te ayudo, yo te paso por el río.
–Es que traemos poco dinero.
–No te agüites. Yo no me dedico a esto, pero te voy a
ayudar. ¿Cuánto traes?
–Pues poquito dinero.
–Mira, dame 200 mexicanos.
–Es que ya nos bajaron 400.
–No, loco, conmigo vas a la segura. No te tienes que
ensuciar nada porque el agua te llega hasta las rodillas. Yo
sé por dónde pasar, voy y vengo a ver a un tío a Laredo y
nunca me agarra la migra. Es seguro.
–Voy a ver.
–Mira, dame 150 mexicanos.
–No, no sé. Prefiero que sea de día.
–Aquí nos vemos mañana, loco. Y pasas. 150 mexicanos nada más. Allá me pagas.
Al día siguiente, por la tarde, Miguel Galván conduce
a un grupo de aspirantes a indocumentados para pasar el
Río Bravo por la zona del puente internacional del ferrocarril.
Se arrima a hacer la última oferta. Con él viene un
tipo fornido, de tatuajes en los dos brazos; dice llamarse
Jorge, así, sin apellidos, y es de Monterrey.
–¿Qué pasó, loco? ¿Ya te decidiste?
–No, ya no queremos pasar. Nos vamos de regreso.
–¿Se van otra vez al sur? N’ombre, no se rajen.
–Es que ya vimos que se está poniendo difícil la vida.
257
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Ya ves cómo anda la policía.
–Así ha sido siempre, loco –interviene el hombre de
los tatuajes.
–Pero ahora está más grueso –ataja Miguel–. Andan
bravos.
–¿De qué se espantan? Hay que cuidarse más de este
lado, porque la tira te apaña, loco. Los judiciales nos agarran a patadas nomás porque estamos ahí, en la plaza.
Jorge, el de Monterrey, recrea las amenazas de la Policía de Tamaulipas:
–A los que acaban de llegar les quitan todo, y a los
que ya van pa’tras, de retache al sur, les quitan sus dolaritos. Llega la tira y los forma, les dice: «a ver, más vale que
digan la neta, porque si no se los carga la chingada. ¿Quiénes llegaron ayer? No, pos que yo, y yo. ‘Tonces ustedes
van de este lado. ¿Quiénes llegaron hoy?. No, pues yo, y
yo, y yo... Pum pum pum... ‘Tonces ustedes van de este
otro lado. ¿Ustedes cuándo llegaron. No, pues que hace
una semana, hace quince días, hace un mes... ‘Tonces ustedes se van a la chingada, órale». Y a los que se quedan
ahí, los tiras les bajan el dinero y los madrean. Luego los
bicicleteros (policías que andan en biciclos) llegan en la
noche y te quieren joder nomás porque te estás echando
una pestaña. Son unos cabrones gandallas.
En la zona de la central de autobuses de Nuevo Laredo merodean los coyotes: Están a la caza de futuros indocumentados. Con discreción se acercan a los viajeros a
ofrecer sus servicios.
–¿A dónde van? ¿Les podemos ayudar?
–Vamos pa’l otro lado.
–¿A qué parte?
–Aquí nomás, a Laredo.
–Tenemos servicios muy económicos de taxis...
–No tenemos papeles.
–Ah, no importa. ¿Quieren pasar?
–Sí.
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Menciones Honoríficas
–Vengan, yo los ayudo. Pero tenemos que ir aquí a
la vuelta...
El coyote, un joven de tez blanca, muy delgado al
que sólo le llaman El Güero, se detiene y revira.
–¿No son ustedes de la ley?
–No, cómo crees.
–Es que está dura la vigilancia. Nos quieren torcer a
huevo. Vengan, si nos ven aquí nos detienen.
El güero camina rumbo a un taller mecánico ubicado
a dos cuadras de distancia de la Central de Autobuses.
–Aquí está el don que los va a ayudar.
Entra al taller.
–¿Qué transa, güey? –le dice un hombre moreno,
con tatuaje de serpientes en un brazo.
–Aquí, estos compas quieren pasar.
Se arriman otros dos hombres y entre los cuatro voltean a todos lados, atentos a que no se acerque la ley. El
jefe de la banda es un hombre corpulento, muy moreno,
con bigote gacho y de palabras cortas.
–A ver, don. Los dos quieren pasar.
El hombre no responde. Nada más dice que sí con la
cabeza.
–Van aquí a Laredo –dice El güero, y él sólo se responde: –Les va a salir en 120 dólares a cada uno.
–Está muy caro.
–Es derecho. Los pasamos en lancha. Segurito que no
los detienen.
–Pero es nada más aquí a Laredo.
–¿Cuánto traen? Ofrezcan.
El hombre del tatuaje hace una seña a dos de sus
compañeros y cada uno se va a una esquina.
–Es que traemos poco dinero.
–Cien dólares por cada uno.
–Pero no tenemos dólares, puros pesos.
–Pagan el equivalente. Son como mil 200 pesos por
cabeza.
259
Historias de migrantes México-Estados Unidos
–Nos vamos a quedar sin dinero.
–Mira, yo allá los recomiendo con un gabacho que les
da jaleo Yo ya había recomendado a unos de Michoacán,
pero lo asaltaron, así que dijo que ya no quiere nada con
los de Michoacán porque son bien lanzas, pero ustedes se
ven derechos. Yo los recomiendo, él les da jale.
–Déjame pensarlo, es mucho dinero.
–Que quede en 80 dólares, y los pasamos ya ahorita,
en lancha.
–Vamos a ver.
El hombre corpulento refunfuña.
–Ahorita regresamos. Vamos a hacer cuentas a ver si
sale.
–Necesito que me digan, si no para echarle adelante
con otros.
–Ahorita.
Otros dos hombres se ubican en otras dos esquinas.
Nos rodean, nos siguen. Cuando ven que corremos, apresuran el paso. Trepamos a un autobús. El hombre del tatuaje corre y grita. –iOye, paisanoooo! Veeen...
Hace señas. Otros dos lo siguen. Huimos.
La familia coyote
En toda la avenida que corre paralela a la franja fronteriza
de Nuevo Laredo, existen pateros que ofrecen sus servicios.
Desde la puerta de una cantina, un hombre moreno, con
sombrero texano, hace señas, con su mano derecha dice catro, luego hace una cruz y gira sus dedos índice: 400 pesos
por pasar al otro lado.
Cerca del Puente Internacional número 2 hay niños
que trabajan como enganchadores. Jessica y Luis, de siete
y ocho años, se acercan a ofrecer sus servicios.
–¿Van pa’l norte? –pregunta la niña.
–Sí.
–Los ayudamos a pasar.
260
Menciones Honoríficas
–¿Ustedes?
–Sí. Mi mamá se dedica a pasar gente. Si quieren le
hablo.
Y antes de responderle, Jessica corre a llamar a su
mamá. Luis se queda pendiente de que los viajeros no se
vayan.
–Yo le ayudo a mi mamá a conseguir clientes. Tengo
otro hermano que se llama Omar.
La niña regresa corriendo con su mamá, una señora
obesa de unos 35 años, a la que simplemente le dicen La
Güera.
–¿Ustedes van a pasar? Vengan, vengan a la casa, acá
nos arreglamos.
–No, mejor aquí platicamos.
–Es que aquí no se puede. Anda bien duro Gobernación. Si nos ven platicando nos detienen. Vengan, ahí está
mi casa, en esa casa de madera.
Se acerca un hombre en camiseta, con un tatuaje pequeño debajo del hombro; es el papá de los niños y le
dicen El Memo. También se arrima un muchacho drogado.
–No desconfíen. Somos derechos.
–Aquí platicamos.
–No, no. Aquí nos puede agarrar la ley –dice El
Memo. ¿Ustedes creen que les voy a hacer algo si aquí
están mis hijos? No los vamos a robar.
–Los pasamos ahorita mismo, en lancha. Es bien seguro –insiste La Güera.
–¿Y cuánto nos cobran?
–Van a ser 120 dólares de cada uno. Está barato.
–Voy a ver.
–Es a la segura, no nos tienen que dar ni un peso de
este lado, nos pagas allá –dice el muchacho.
A partir de entonces inicia una intensa labor de convencimiento del muchacho y de El Memo.
–Somos derechos, la neta. Mira, lo que quiero que
261
Historias de migrantes México-Estados Unidos
entiendas es que lo que a mí me interesa es quedar bien,
para que luego tú me recomiendes con otros y cuando
tus amigos o conocidos quieran pasar, sepan a dónde
llegar.
–Es más, yo te acompaño. Te llevo hasta el domicilio que vas o a un hotel en Laredo, y allá pagas. No hay
bronca.
–Mira, más fácil: que quede en cien dólares por cada
uno.
–Y si necesitas papeles yo te los consigo, para que no
te moleste la migra.
–Lo que yo quiero que entiendas es que quiero quedar bien, para que luego me recomiendes...
–Si la buscas más segura, tenemos unos túneles río
abajo. Son túneles de cemento, bien hechos, van a dar
hasta las colonias de Laredo y ya ahí te dejamos. Allá nos
pagas.
–O pasamos en lancha aquí mismo.
–Ayer pasamos a una señora embarazada y no hubo
problema. Es bien seguro.
–Hasta nos burlamos de la migra.
–Si no te convence lo dejamos en 80 dólares. Ya.
Que así quede.
–Así se lo dejamos la semana pasada a uno. Nomás
que nos dimos cuenta que llevaba coca y le dijimos que
no, que así era más caro.
–Yo lo que quiero que entiendas es que me interesa
quedar bien...
–Nos pagas en el otro lado.
–¿Sí o no? Tengo otros cinco esperando que los pase.
¿Sí o no?
–Voy a ver. Al rato te busco en tu casa.
–¿Cuánto te espero?
–Media hora.
–Órale.
–En lancha.
262
Menciones Honoríficas
–O por el túnel.
–Y a ochenta dólares.
Cruzamos en tren
Son las nueve de la noche. Desde hace más de una hora
que decenas de paisanos esperan el arribo del tren que va
camino a San Antonio. Están escondidos a un costado de
la vía, atrás de unos montones de tierra. Algunos enfrentan
la desesperada espera con una bolsa de cemento o chemo; otros, en cuclillas, se fuman un farito y otros más se
airean con el sombrero o con la cachucha de beisbolista
que traen en la mano.
El equipaje es una mochila de tela o una bolsa de
plástico con un pantalón y una playera. Nada más. Los
bultos grandes no caben, son un estorbo en este intento
de burlar a la migra.
Cuando el tren se acerca, las cabezas se asoman en
el bordo. El coyote susurra indicaciones de cómo subir al
vagón. Hay que esperar a que el tren detenga su marcha.
Ya.
Los paisanos saltan de su escondite y van sigilosos
a buscar un lugar en los furgones. Con habilidad abren
el vagón; se meten en medio de las vías, utilizan los durmientes para impulsarse y se trepan. La maniobra es muy
peligrosa, pues el tren avanza sin avisar.
Uno de los paisanos está a punto de quedar atrapado.
Cuando apenas comienza a abrir el vagón, el tren reanuda
su marcha; aprisa quita los pies, antes de que las ruedas le
pasen encima. Corre desesperado, se aferra a una vara y
se trepa. Ya está a salvo.
Ahora hay que esperar a que el tren pase la frontera.
Transcurre una hora y el tren sólo avanza y frena, avanza
y frena... A las diez de la noche reanuda su marcha. Los
paisanos viajan escondidos en los vagones que llevan productos de exportación. Sí. México exporta brazos.
263
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Los viajeros con más experiencia cuentan los segundos que transcurren desde que el tren reanuda su marcha.
Uno, dos tres... Cuando pasan tres minutos, están seguros
de que ya están en territorio norteamericano. Esperan a
que el tren vuelva a frenar, y saltan antes de que lleguen
los policías fronterizos. Se esconden en los patios del ferrocarril y ahí comienzan la huída en busca de un mejor
futuro. Luego buscarán treparse a otro tren que los lleve a
San Antonio.
La migra recorre los vagones. Toc toc. Dan fuertes toquidos en la lámina para que bajen los indocumentados.
Luego los forman, checan si los viajeros tienen antecedentes, si ya los han detenido en otra ocasión, si en el transcurso del día han intentado cruzar una o dos o hasta tres veces
la frontera. La mayoría de los policías son latinos que, a
pesar de su apellido, Sánchez o López, se niegan a reconocer el español y dan indicaciones sólo en inglés. Esa misma
noche, los paisanos van pa’tras, como ellos mismos dicen.
A unos los regresan por el mismo puente del ferrocarril,
haciendo equilibrio en las vías, y a otros les dan la vuelta
hasta la caseta fronteriza del Puente Internacional número
1. A los reincidentes, a los que cruzan una y otra vez, los
mandan de regreso hasta la frontera de El Paso-Ciudad Juárez, a cientos de kilómetros de distancia.
–Si no los haces enojar, no hay problema; hasta se
portan amables –dice Jorge Ramos, el de Salvatierra.
–Mañana lo intentamos otra vez.
–Sí, mañana.
–No, mejor al rato. El otro tren sale a las dos de la
mañana.
Morir en el norte
Juvenal era joven, con tan sólo 20 años. En su corta vida
no había conocido más allá del terreno de huizaches, no264
Menciones Honoríficas
paleras, rocas puntiagudas y tierra roja del ejido de La Esquina, donde junto con su familia sembraba maíz y frijol.
Juvenal, con la juventud en los hombros, decidió
cambiar las grietas de su tierra en Cortazar por el verde
paisaje de los naranjales de la Florida, y los quince pesos
al día por los quince dólares de su jornada en el campo
americano.
Cuando agarró su mochila y la cargó al camión, volteó a ver la ladera resquebrajada por el sol y el viento.
–Hasta luego –le musitó a su madre, la abrazó y se fue
al norte cargado de esperanzas. A los pocos días, Juvenal
retornó con el fracaso de haber sido detenido por la migra,
y deportado a su tierra.
–Ayúdame a pasar, llévame a trabajar al norte –le
pidió a su hermano mayor, Aurelio, quien ya tenía varios
meses en Estados Unidos.
–Voy a ver cómo le hago –le respondió.
A Juvenal le urgía irse a ganar dinero; él presentía
que en esa esquina de piedras ya no había más futuro que
el de la eterna desolación. Ese presentimiento lo atrapó
desde que abandonó el cuarto año de primaria para dedicarse a trabajar en el desolado campo ejidal.
–iAyúdame a pasar! –le repetía ansioso a su hermano
Aurelio.
Todos los días tejía planes. Su proyecto más inmediato era ayudar a sus padres a enfrentar esa pobreza que
da una tierra casi estéril, apegada a los caprichos de la
lluvia.
Ya había escogido un terreno junto a la casa paterna
para levantar, con el tiempo y unos ahorritos, una finca
donde viviría con la novia que se quedó esperando en
una ranchería.
Su aspiración iba más allá de la casa de piedra y teja
que con esfuerzo y sin dinero edificaron sus papás al emigrar de La Gavia a las tierras ejidales de La Esquina.
Por fin, el 25 de junio de 1995, Juvenal tomó su mo265
Historias de migrantes México-Estados Unidos
chila y emprendió otra vez su aventura rumbo al norte.
–Que Dios te proteja y te ayude –le dijo su madre,
Hilda Hernández.
–Que regreses con bien –completó su papá, Emilio
Patiño.
La familia dejó de tener contacto con Juvenal durante casi dos meses; permanecía la duda de si había
logrado pasar la frontera, hasta que el 25 de agosto llegó
una carta: “Le mando unos centavos para que le metan al
quelite”, le escribió a su mamá. “Dile a Quirino y a Emilio
(sus hermanos) que le tupan duro al trabajo. Después
mando más centavos”.
Para entonces, Juvenal ya estaba empleado como piscador de naranja en Florida, y se había ido a vivir con su
hermano a la localidad de Arcadia, del condado Desoto.
Todos los días salía junto con diez o doce compañeros a trabajar en la pizca de la naranja; se trepaban juntos
a una camioneta tipo Van, y se dirigían al campo.
El 15 de diciembre, Juvenal se sentó a escribir la última carta para su madre. En el sobre metió el dinero ahorrado en sus jornadas de la pizca y lo mandó por correo
con destino al ejido La Esquina, en Cortazar, Guanajuato.
Quince días después, Juvenal cumplió 21 años. Su
hermano Aurelio y otros amigos se reunieron a celebrar;
tomaron cervezas y se sentaron a escuchar música mexicana, con la nostalgia a cuestas.
Para ellos estaba muy claro que nada, ni toda la tristeza del mundo, los haría claudicar.
Así que continuaron desafiando al invierno de la Florida, a la discriminación que vivían en las calles, y a un
idioma ajeno, al que sólo respondían con señas.
Pero en los primeros días del nuevo año, se apagaron
las ilusiones de Juvenal. El 16 de enero de 1996, a las 6:39
de la mañana, Juvenal se topó con la muerte. Iba camino a la pizca de la naranja con diez compañeros, cuando
un tráiler embistió su camioneta tipo Van, a quince millas
266
Menciones Honoríficas
al oeste de Wauchula, en Florida. Con Juvenal murieron
otros cinco trabajadores, entre ellos uno de sus tíos, originario del pueblo La Gavia, en Cortazar.
Aurelio, su hermano mayor, salió ileso. Sólo una herida se le abrió cuando al despertar descubrió a Juvenal
en una plancha. Muerto. Estaba muerto. Muertas las ilusiones.
Cuatro días tardó Aurelio en completar los trámites
para trasladar a su hermano a la esquina del panteón de su
pueblo, en Cortazar. Han pasado diez años, y la mamá de
Juvenal todavía espera las últimas palabras de su hijo, que
quedaron esparcidas en papel en una carta cargada de
dólares que nunca llegó a su destino. Y cada día repite un
deseo: –Ya no quiero el dinero, quiero las palabras de mi
hijo, porque es como si anduviera por ahí su voz perdida
en una carta.
Oregón es el estado
y Ceylan su capital
quiero presten su atención
porque les voy a contar
la historia de un buen amigo
que acaban de asesinar...
Así comienza un corrido que se canta en la localidad
de San José del Carmen, al sur del estado de Guanajuato;
lo compuso Luis Barrera García, un hombre de casi 60 años
que desde muy joven comenzó a viajar al norte. El corrido
es la historia de su sobrino, Samuel Rosillo, quien murió a
la edad de 27 años en la cárcel de Ceylan, Oregón.
En esa ciudad pasó
contarles yo no quería
Samuel Rosillo Cornejo
se paseaba en ese día
267
Historias de migrantes México-Estados Unidos
como a cualquier criminal
lo aprehendió la Policía...
Samuel y sus padres, Esther Cornejo y Jesús Rosillo, salieron desde 1985 de su pueblo. No tenían tierras para
trabajar, ni opciones de empleo. Vivían –como dicen los
lugareños– a la buena de Dios. Al cumplir los 26 años,
Samuel se unió a una mujer norteamericana.
–No es por amor. Me arrejunto con ella para andar
en paz, para quitarme las broncas de la migra, para ya
no andar escondido a toda hora –repetía Samuel, cuando
explicaba a sus familiares los motivos para unirse a una
mujer de otro color de piel, con otro idioma.
–¡Una gringa! –decían sus padres.
Pero un día su vida dio un vuelco. Peleó con su mujer,
y ella lo denunció con la policía. Samuel fue apresado,
con cargos en su contra que nunca quedaron muy claros.
Ahí, en la prisión, encontró a la muerte.
Lo metieron a la cárcel
de la que nunca salió
y que su madre lloraba
porque ya nunca volvió.
Dice que la Policía
ahí dentro lo mató.
Su madre se fue a la cárcel
para ver qué había pasado
pero cuando ella llegó
todo lo habían preparado
Le dijeron que su hijo
él solo se había colgado...
Y las dudas comenzaron a rondar entre los familiares
de Samuel ¿Con qué se ahorcó si a la cárcel no permitían
meter ningún objeto, y mucho menos una cuerda? ¿Por
268
Menciones Honoríficas
qué se colgó? ¿Por qué no dejaron a nadie entrar a su
celda?
Sólo uno de los parientes pudo ver y tocar a Samuel
antes de que ordenaran su sepultura.Su prima, Ana Salazar, lo abrazó y al tocar su nuca encontró sangre fresca y
huellas como de golpes.
Entonces las dudas se convirtieron en una certeza, en
una verdad para los familiares: A Samuel lo habían matado
adentro de la cárcel y lo habían colgado en su celda para
hacer creer que se trataba de un suicidio.
Luego, las autoridades ordenaron sepultar a Samuel.
Lo metieron a una caja y no permitieron a sus padres ver
el cuerpo, ni siquiera acercarse. Esa muerte quedó como
un misterio.
Así mata mucha gente
el gobierno americano
nomás por ser ilegal
y por ser México-hispano
nunca jamás los reclama
el Gobierno mexicano.
Todo se vio tan clarito
cuando ya el cuerpo entregaron
debajo de su cabeza
estaba todo sangrado
señal que lo habían matado
y ya después lo colgaron.
Luis Barrera escribió este corrido para denunciar ante
todo el que quiera escucharlo las injusticias que, dice, se
cometen todos los días contra los mexicanos en Estados
Unidos.
–Ojalá algún día me escuchen los gringos y se haga
justicia.
269
Historias de migrantes México-Estados Unidos
(El caso de Samuel ocurrió en 1994)
Juan García se fue al norte hace quince años. Salvatierra, su pueblo natal, no le hacía honor a su nombre,
pues por lo menos a él no lo salvaba la tierra porque no
tenía parcela para sembrar.
Andaba arrastrando pobrezas, y el hambre se sentaba
todos los días en la mesa con sus hijos y su esposa. Por
eso es que decidió irse a Estados Unidos. Un día de 1980
cargó algunos trapos, muy poco dinero y se fue a conseguir trabajo. Pasó por Tijuana y llegó a Los Ángeles. Corrió
con suerte porque rápido encontró empleo en una fábrica
textil.
Luego comenzó a llamar a su familia para que se fueran a vivir con él a California. Uno de sus hijos, Jorge García Maldonado, llegó al norte cuando sólo tenía 19 años.
Se llevó con él a su novia Silvia, con quien se casó.
Jorge también tuvo suerte y encontró empleo en una
fábrica de puertas y ventanas, allá en Los Ángeles. En sus
ratos libres se juntaba con los paisanos a cantar y a contar
sus vidas.
Era precavido y evitaba salir de noche porque las bandas de cholos tenían dominada la zona en donde vivía. Su
familia prefería encerrarse para evitar agresiones. Y es que
una vez al hermano mayor lo balacearon en la calle: Un
carro pasó a toda velocidad, sacaron armas, le apuntaron
y comenzaron a sonar los balazos. Desde entonces, la familia García andaba con mucho cuidado por las calles. Por
eso les resultó extraño, insólito, cuando un día de mayo,
les llegó la noticia de que Jorge había muerto atropellado
en una de las autopistas de Los Ángeles. Y todavía más
insólito les pareció que el accidente ocurrió a la una de la
madrugada.
–Se supone que asesinaron a mi muchacho, porque a
esa hora de la madrugada nadie sale por temor a las bandas de cholos –dice ahora el papá, don Juan García.
Jorge quedó deshecho, sin ropa. Los autos pasaron
270
Menciones Honoríficas
varias veces sobre su cuerpo. No hubo elementos para
determinar si se trató de un asesinato o de un accidente
porque a Jorge lo guardaron en pedazos en varias bolsas.
Don Juan cargó los restos de su hijo y para tenerlo
cerca decidió sepultarlo en el norte, esa tierra que adoptó
como su nuevo hogar. Lo llevó al panteón de El Potrero,
en California, donde cada semana lo visita y le reza una
oración.
Con la muerte de Jorge quedó una viuda y dos hijos
de uno y dos años, que al paso del tiempo ya no recuerdan ni el nombre, ni la cara, ni la voz de su papá.
Francisco Flores León era el único hijo varón entre
siete mujeres de la familia. Desde que era un niño asumió
con responsabilidad su posición de ser el hombre de la
casa.
–Si algún día llega a faltar mi papá, yo la voy a auxiliar –le decía Paco a su madre.
Afortunadamente, el papá, Francisco Flores García
nunca faltó; al contrario, siempre estuvo atento de arrimar
con muchos sacrificios dinero y alimento a la casa.
En plena adolescencia, Paco mostró interés por irse a
trabajar a Estados Unidos.
–Todavía estás muy chamaco –le dijo su mamá, Graciela León.
Fue hasta cuando cumplió 17 años cuando con autorización de sus padres viajó en busca de fortuna. Llegó a
California, donde un cuñado le consiguió empleo. Su rutina era de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. No tenía
amigos y extrañaba su pueblo de San José, ubicado entre
Cortazar y Salvatierra, en el estado de Guanajuato. Cada
mes enviaba muy puntual dinero al hogar familiar.
La nostalgia la aguantó durante tres años, hasta que
en enero de 1995 tomó la decisión de emigrar; él sabía
que en Oregón había muchos paisanos de su pueblo, de
manera que buscó la forma de irse a trabajar para allá. No
sufrió para conseguir un nuevo empleo, pues en Oregón
271
Historias de migrantes México-Estados Unidos
tenía a su hermana Irma, que le guardaba mucho aprecio,
de manera que su cuñado le consiguió trabajo en una carnicería, donde laboraba sólo de lunes a viernes.
Cada fin de semana su hermana, su cuñado y otros
paisanos organizaban paseos al campo y a la laguna Cascada. Francisco se negaba a ir, porque decía que tenía
“una noviecita que atender”.
Pero el 28 de mayo de 1995, sorprendió a todos.
–Denme un short, ahora sí los acompaño –les dijo.
–¿Y ahora por qué? –preguntó extrañada la hermana.
–Tengo ganas de ir. Además la novia puede esperar.
Se fueron todos juntos a nadar a la laguna. Después
de comer, platicar y cantar, agarraron sus cosas para retirarse.
Pero Francisco se atravesó y retó a algunos de sus
paisanos a cruzar nadando otra vez la laguna. Se metió
con todo y ropa. Cuando estaba por alcanzar la orilla, se
quedó paralizado. Su hermana se asustó al ver que no se
movía y de repente desapareció.
Algunos paisanos entraron a rescatarlo. Alcanzaron
su cuerpo pero no pudieron sacarlo porque se atoraba en
el lodazal del fondo del lago.
Llamaron al sistema de emergencia 911. Después de
unos minutos de desesperada espera, los rescatistas llegaron, pero sólo se limitaron a observar.
–¿Para qué jijos vinieron si no van a ayudar? –reclamó la hermana.
Los rescatistas tardaron en actuar. Francisco murió
ahogado. Con su muerte se destruyó el sueño de unos
padres, quienes veían en su único hijo varón una esperanza de hacer frente a la pobreza. Todavía un mes antes de
morir, Paco alcanzó a salvar la vida de su madre.
–Tu mamá está muy enferma de la vesícula. Necesita
una operación –le dijo por teléfono su papá.
272
Menciones Honoríficas
–No te preocupes, ahí le mando unos centavos –le
contestó Paco.
–Era el mejor de los hijos. Todavía alcanzó a curar a
su madre y en la salud de ella es como si se mantuviera
vivo –dice don Francisco al repasar con lágrimas sus recuerdos.
Andrés Gabriola Rico no era rico, era muy pobre. Estaba desesperado por la miseria que lo rondaba a él, a su
esposa Luz y a sus tres hijos en el ranchito El Salvador, del
municipio de Salvatierra.
No tenía tierras para sembrar y se pegaba a donde
podía para ganar unos pesos y así darle de comer a su
familia. Cuando el hambre apretaba y no había nada de
dinero, Andrés se juntaba con sus padres. La pobreza lo
estaba atrapando cada vez más y más. Para él ya estaba
claro que en el ranchito El Salvador no había ninguna salvación a la miseria, así que decidió viajar al norte.
En California vivía su hermano Rubén, y a él acudió
para pasar la frontera y conseguir trabajo.
Se fue del ranchito en noviembre de 1994. Una vez
que ya tuvo empleo en el campo gringo, Andrés mandó
llamar a su esposa Luz y a sus tres hijos.
Todos se reunieron en California en junio de 1995. Al
principio la pasaron mal, pero estaban acostumbrados a la
pobreza y se aguantaron. Poco a poco la situación mejoró
y decían que estaban contentos de haber emigrado a Estados Unidos.
En diciembre, su hermano Rubén regresó al ranchito
para ver a sus padres. –Yo aquí te espero –le dijo Andrés,
sin saber que esas serían las últimas palabras que cruzaría
con su hermano.
El 8 de enero de 1996, Andrés Gabriola murió al accidentarse el vehículo en el que se trasladaba a su trabajo.
La muerte lo encontró en Fresno, California, a cientos de
kilómetros de distancia de su pueblo, de sus padres. Tenía
apenas 31 años.
273
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Cuando su hermano Rubén regresó a California, sólo
encontró en la casa a la viuda y a tres niños huérfanos.
Solos, en un país ajeno.
Doña Margarita Maldonado y don Nicolás Hernández tuvieron siete hijos. Todos –excepto una muchacha–
comenzaron a emigrar al norte desde hace 20 años.
David Hernández Maldonado fue el último que emigró.
Desde los 17 años quería irse a trabajar a Estados Unidos, pero sus papás no lo dejaban.
–¿A qué vas? Nada más a sufrir. Deja que crezcas un
poco –le decía su mamá.
–Ándele amá –insistía a doña Margarita. Nada más
voy durante unos meses y me regreso. Quiero conocer
allá.
–No, no y no.
–Pues si no me da permiso de todos modos me voy
a ir a escondidas.
Y antes de que David cumpliera su amenaza, sus padres lo dejaron ir.
–Voy a regresar pronto –prometió.
David comenzó a trabajar en una carpintería de Los
Ángeles junto con otro de sus hermanos. Llegó como
aprendiz y en una ocasión casi estuvo a punto de cortarse
una pierna con la sierra eléctrica, pues no sabía manejarla.
No estaba muy conforme en su estancia en el norte,
pero el interés de ganar dinero lo mantenía firme en su
aventura.
–Cualquier paisaje de Salvatierra es mejor que los
campos de California –le decía a su mamá en las cartas
que le enviaba.
Ya había prometido que ese mismo año se regresaba
para su pueblo.
274
Menciones Honoríficas
Con el dinero que comenzó a ahorrar en el norte,
David compró tabiques para hacer su casa en su pueblo
natal de San Isidro. Su novia del pueblo de La Estancia lo
esperaba para formar un hogar.
Pero todo quedó en planes, pues en febrero de 1996,
David Hernández, de 21 años, murió en circunstancias
que no han quedado muy claras para su familia.
Sus parientes y vecinos aseguran que murió asesinado
en Fresno, California. Los compañeros del trabajo fueron
amenazados con despedirlos si hablaban o si presentaban
alguna denuncia.
–Da tristeza, porque, como quien dice, mi hijo trabajó nada más para pagar su tumba –dice consternada doña
Margarita.
José Gómez Lara enviudó muy joven, a la edad de
apenas 26 años.
Desde entonces, 1989, él y sus dos hijos se fueron a
vivir a la casa paterna, en Rincón de Tamayo, Guanajuato.
El interés de darles un mejor futuro a sus hijos, lo
llevó a cruzar la frontera norte. A los 28 años, José logró
pasar al norte y comenzó a laborar en una compañía maderera.
En San Antonio, Texas, se encontró con su hermano
mayor, Manuel Gómez Lara, quien ya tenía 16 años trabajando en Estados Unidos. Con su compañía superó la
nostalgia y permaneció en San Antonio durante dos años,
hasta que el amor por sus hijos lo hizo claudicar y regresó
a Rincón de Tamayo.
El 9 de abril de 1995, José Gómez Lara emprendió de
nuevo el viaje al norte. Se fue con un vecino de su pueblo. Juntos se lanzaron a cruzar el Río Grande, por el lado
del puente internacional de Laredo. Su compañero logró
pasar, pero José murió ahogado en su intento de cruzar la
frontera. Tenía apenas 32 años.
275
Ahí, en el Río Grande, también se ahogaron los planes para dos niños que quedaron solos en Rincón de Tamayo. Sin mamá, sin papá.
“Sangre zacatecana en la guerra”
Autor: María Ignacia
–1–
L
a Pelona estaba furiosa. Le tocó reclutar voluntarios
en Las Vegas para ir a la guerra de Irak, esa que promovió el presidente George Bush sin fundamentos,
como después se supo. La Pelona quiere manejar un tanque de guerra , disparar armas o estar al mando de un
pelotón, como lo hizo en Kuwait hace años, cuando la
mandaron al frente.
Hace más de quince años que María Esperanza Montoya se fue a Estados Unidos, siguiendo a sus hermanas
y buscándose. En Zacatecas no se hallaba. –Siempre fue
guerrosa. Nada la llenaba, –confiesa su hermana Laura,
sentada en la mesa de la nevería El Eskimo, propiedad de
la familia, conocida entre los lugareños como la nevería de
don Luis, a unos pasos del jardín principal de Villanueva.
En su tierra natal, ubicada a 60 kilómetros de la
ciudad capital, todos la conocen desde pequeña con el
mote de La Pelona, porque lleva siempre el pelo muy
corto. Mide apenas uno sesenta de estatura y es fuerte
como un roble.
Es de las pocas militares a quienes el gobierno norteamericano dio derecho a casa en la base militar de West
Point en Nueva York donde, dicen, sólo se llega por una
alta recomendación o por demostrar sangre templada y el
talante bien puesto.
Esposa de un militar puertorriqueño en retiro, La Pelona no se arredra ante nada. Cuando habla con su familia,
les hace saber que no deben preocuparse por ella. –Si me
muero, me muero feliz porque hago lo que quiero. Sepan
277
Historias de migrantes México-Estados Unidos
que prefiero mil veces estar en el frente que andar reclutando pendejos.
Parte de la familia Montoya vive en Zacatecas y otra
en Estados Unidos, división que ocurre con más frecuencia de lo deseado en estos rumbos de México. Actualmente la población zacatecana en Estados Unidos supera en
número a la que habita en el territorio estatal. Pero a esta
familia la migración los partió también de otra manera.
Los de acá no entienden el espíritu bélico que se fundió
en los de allá.
Culturalmente son opuestos. Los que están en Villanueva no entienden el afán militar de una parte de su sangre, quienes dicen que la profesión de las armas es como
cualquier otra.
En diciembre del 2002 murió la madre de los Montoya, por lo cual María Esperanza solicitó un permiso especial al ejército para acudir al sepelio. La Pelona lo consiguió con mucho trabajo, pues para esas fechas se hablaba
de que el conflicto bélico contra Irak estallaría en cualquier momento.
Ese fin de año fue la última vez que La Pelona estuvo
en Zacatecas, y ahí su familia supo del único miedo que le
conocen a María Esperanza. En medio del velorio dijo que
se quería ir a dormir un rato, por lo que pidió las llaves de
la vieja casona familiar de cincuenta y dos años. Le dieron
las llaves, pero no se iba. Solicitó compañía y nadie sabía
por qué.
–2–
–Me da miedo la casa –confesó al poco rato–. No me
quiero quedar sola. Ante la sorpresa de familiares y amigos, sólo consintió ir a dormir si alguien la acompañaba,
por lo que una de sus sobrinas se fue con ella.
278
Menciones Honoríficas
Ese miedo a su casa natal, a sus ruidos nocturnos propios del silencio, habita el cuerpo de la misma mujer que
la primera vez frente a un pelotón puso en orden a uno
que quiso ponerla a prueba cuando le espetó en la cara
que ella y cuántos más le darían a él órdenes. Por toda
respuesta La Pelona lo hizo pasar al frente y le enseñó al
insurrecto quién era ella y a obedecer a sus superiores,
ante la mirada atónita de la formación. Nunca más alguno
se insubordinó ante ella.
María esperanza Montoya es sargento en grado octavo del Ejército de los Estados Unidos, al que ingresó en
1989 a instancias de su cuñado, cansado de verla picar
aquí y allá en la búsqueda de sí misma, cuando llegó
como migrante.
–A ti sólo La Army te va a poner en paz –le dijo. Consintió en la sugerencia y al poco tiempo su madre le oyó
decir –Ahora sí hallé lo que me gusta. Firmó un contrato
por un año al cabo del cual, si las cosas no marchaban, se
vería libre del compromiso con el ejército.
Desde entonces vive para la armada. Estudió en la
Escuela Militar la carrera de psicología y se quedó. Sabe
armar y desarmar bazucas, rifles, granadas y, lo que más
le gusta, manejar tanques de guerra.
Su hermana Laura no entiende cómo puede vivir así
y sufre por ella. Llora al recordar que durante la Guerra
del Golfo un año no supieron nada de María Esperanza.
En uno de los escasos contactos telefónicos con su madre,
ésta le dijo –¿Pelona, qué tal si llegas a general?. –No –respondía–, esos no hacen nada. A mí me gusta la acción, los
cabronazos.
El único antecedente familiar de los Montoya en la
milicia era un hermano del padre que fue soldado en el
Ejército Mexicano, pero eso era otra cosa, solloza Laura.
Ni compararlo con las acciones destructivas del Ejército
de los Estados Unidos.
–A mi padre nunca le extrañó que Esperanza encon279
Historias de migrantes México-Estados Unidos
trara camino en la carrera de las armas, quizá por el recuerdo de su hermano. En la sala de la casa, en Villanueva, hay una foto de La Pelona. Aparece altiva, el orgullo en
el rostro, enfundada en botas negras de grandes agujetas y
uniforme de camuflaje.
–3–
Hoy no es la única miliciana en la familia. Sus sobrinos,
hijos de Villanovenses, nacidos ya en Estados Unidos, son
soldados. Sean vive en Texas y estaba en ese tiempo también preparado para ser llamado en cualquier momento
a las filas de quienes acudirían a Irak. Alfredo Quintero
Montoya, de 23 años, se dio de alta en las Fuerzas Especiales y estuvo más de dos meses en el norte de Irak.
Ese tiempo no supieron de él y todos estaban a la
expectativa, con el sufrimiento metido en cuerpo y alma
mientras veían el horror de esa guerra por televisión. –Me
da miedo prender ese aparato. A veces me gana el terror
y mejor le cambio o la apago –dice Laura, las manos temblorosas tratando de limpiar las lágrimas que reaparecen
en su rostro entristecido. Su temor crece cuando hablan
de militares estadounidenses capturados. No lo puede tolerar.
El padre de Alfredo trabaja como mayordomo en una
fábrica donde trituran telas. Se fue desde los catorce años.
Únicamente terminó la primaria en Villanueva. Sus hijos,
allá en el norte nada más llegaron a concluir la secundaria.
–Tal parece que la familia de allá no tiene más aspiraciones. Yo no concibo mi vida como ellos en Estados
Unidos –sigue contando Laura, cuyos tres hijos son profesionistas, dos por la Universidad Autónoma de Zacatecas.
Uno veterinario, otra psicóloga y la menor estudia Ciencias de la Comunicación en Querétaro.
280
Menciones Honoríficas
Laura va poco a visitar a sus hermanos. Una vez fue a
South Gate, California. –Simplemente no me hallo. La casa
tiene muchos aparatos electrónicos, pero ningún libro. No
hay un lugar donde sentarse a leer.
A ellos les pasa lo mismo pero al revés, cuando vienen a Zacatecas, asegura. –En Villanueva se aburren y
parecen como leones enjaulados. Les gustan mucho las
fiestas y la vida social.
Laura les insistió un tiempo en que se regresaran, que
en Zacatecas podrían estar bien, pero le contestan que ya
están hechos a la forma americana de vivir y que allá se
quedarán.
Laura Montoya manifiesta pesar al reconocerlo: –Mis
parientes son felices en un país que promueve tantas guerras. Parece mentira, pero así es. Lo único que nos queda
es respetar sus convicciones, rezar por ellos y sufrir, eso
no se nos quita.
La guerra no la ve como ganancia para nadie y lo
único que desea es saber que sus familiares milicianos
estén bien, que no sean capturados por el enemigo, los
alcance una bala o la destrucción.
Aunque La Pelona diga que es una profesión como
cualquier otra, Laura sabe el riesgo que corren de dejar su
sangre derramada en cualquier conflicto bélico y aunque
no lo tolere, se tiene que aguantar.
281
“Yo, un migrante más”
Autor: Desilusionado
E
n 1987 yo emigré a los Estados Unidos con un grupo
de seis compañeros, todos conocidos, Jesús Cabrera,
de la Luz; Merced Vásquez, Rubén Vásquez, de Tanque Prieto; Juan Alonso, de las Trojes; Leopoldo Loredo,
de Divisadero y Faustino Silva, de Cuesta de Campa.
En ese entonces a mí me contaban que era muy bonito los Estados Unidos, que se ganaba mucho dinero. Me
invitaron y nos fuimos nomás a la aventura, sin conocer
los caminos y fronteras, nomás al puro valor, con poco
dinero y poca comida. En ese tiempo yo ganaba cinco
pesos por semana, no había manera de llevar suficiente
dinero de aquí. Salimos a la frontera de Ciudad Acuña,
cruzamos el río y de ahí para delante fue una historia bien
triste pero cierta. No conocíamos caminos, llevábamos un
mapa solamente para dirigirnos al norte. Esa vez cruzamos
el río a las ocho de la noche, caminamos toda la noche
hasta que amaneció y sucede que amanecimos donde habíamos cruzado el río. Dimos una vuelta, nada más caminamos toda la noche y cuando amaneció estábamos junto
al río. Esa noche estaba muy oscura, la luna salió en la madrugada, estábamos descansando casi dormidos y al salir
la luna nos norteamos y caminamos al contrario, bueno,
pues, continuamos.
Cada uno llevábamos un ánfora de agua de cinco litros, tortillas de harina, atunes enlatados y galletas de sal,
era todo lo que llevábamos de comida, caminábamos lo
mas que podíamos de día y de noche. A los cuatro días se
283
Historias de migrantes México-Estados Unidos
nos terminó el agua y la comida, teníamos sed y hambre.
Uno de los compañeros, Merced, lloraba. Él decía que nos
íbamos a morir de hambre y de sed. Nos dimos fuerza y
valor para seguir adelante. Ese día, cuando amaneció, se
escuchaba un ruido a lo lejos y caminamos hacia él. Entre
más lo oíamos, mas cerca y de pronto divisamos una torre
y era un rehilete de un papalote, pues nos dirigimos hacia
él y ahí había bastante agua. Tomamos y hasta nos bañamos, estábamos bien animados de seguir el camino.
De pronto pasamos un susto. Faustino se andaba ahogando. Había una pila llena de agua que tenía como tres
metros de hondo por diez de ancho. No sé qué paso con
él. Miró a los demás que se metieron a nadar y él también
se metió a la pila sin saber nadar. Total que lo sacamos y le
apretamos el estomago y aventaba mucha agua por la boca
y la nariz. Pensábamos que se iba morir pero logro controlarse. Pasamos un buen rato de, pronto vimos llegar un
ganado de chivas y de borregas que se acercaban al agua,
teníamos hambre y decidimos matar una para comer, las
correteamos y matamos una. A puras pedradas la destazamos, llenamos las ánforas de agua y nos retiramos de ahí.
Hicimos una lumbre para poner a asar la chiva, comimos
y seguimos nuestro camino.
Más delante nos encontramos un rancho, como a las
diez de la noche. Teníamos miedo de hablar pero al oír
el ruido de nosotros un perro ladró y salió un hombre gritando, quién está ahí, y nosotros le contestamos, somos
mexicanos, necesitamos ayuda, y se acercó a nosotros y
dijo, pásenle para dentro, cuantos vienen, nosotros le contestamos, somos siete, y él nos dijo, aquí comerán por esta
noche, los voy a ayudar por que yo también pasé por lo
que ahora ustedes están pasando, pero gracias a dios ya
soy residente y tengo mis papeles. También nos dijo, tengo
comida para que cocinen, un bulto de harina para hacer
tortillas y el baño para quien se quiera bañar, para que
descansen. Unos se bañaban, otros preparaban la comida
284
Menciones Honoríficas
y otros hacían las tortillas. Cuando estaba todo preparado
nos pusimos a cenar. Al terminar nos fuimos a dormir y
al otro día el señor nos dijo, vengan todos, ya esta listo
el almuerzo. Todos almorzamos y nos dio comida para
llevar y dijo, vengan todos que los iré a encaminar. Nos
dio una dirección de un rancho por donde íbamos a pasar.
Cuando llegamos ahí ya no teníamos ni agua ni comida
y le pedimos al ranchero. De mala gana nos dio poquita
agua, comida y siete tortillas, una para cada uno. Él nos
dijo, váyanse de aquí por que si mi patrón los mira, los va
a correr y posiblemente les eche la migra, miren, es mejor
que se vayan, adelante está la carretera, pasa el autobús a
las siete de la mañana.
Ese día nos acercamos a la carretera como a las once
de la noche, Merced y Leopoldo decidieron salir a pedir
raite o que los levantara la migra. De pronto se paró una
camioneta, pues era la migra. Los otros cuatro estábamos
como a veinte metros retirados de la carretera. La migra
les preguntó que cuántos iban más y no dijeron nada. Nosotros estábamos tirados en el pasto, a ellos se los llevó la
migra y nosotros nos retiramos como a 200 metros para
poder escondernos, para otro día salirle al autobús. Nos
lavamos la cara, nos cambiamos de ropa y nos fuimos a
salirle al autobús. Ese día pasó a las 7:15 a.m. Le hicimos
la parada y sí nos levantó. Nos llevó hasta un pueblito que
se llamaba San Ángelo. Nos cobró quince dólares a cada
uno.
Llegamos a las oficinas donde viajaba la gente y nosotros sin saber para dónde irnos, pero un señor de Divisadero, llamado José Briones, nos había dado un numero de
teléfono para si necesitábamos ayuda. Marcamos al teléfono que nos había dado, una amiga de él nos ayudó. Ella
fue por nosotros a la parada del autobús, nos llevo para
su casa, ahí estuvimos cinco días. Después buscó quién
nos llevara mas delante, porque los vecinos ya le andaban diciendo que la iban a reportar con la migra porque
285
Historias de migrantes México-Estados Unidos
tenía gente ilegal con ella. Poco después encontró quién
nos llevara para Forbor, un pueblecito a siete horas de San
Ángelo. Nosotros caminamos cinco días y cinco noches,
bueno, para poder llegar a este pueblo yo llevaba una dirección de dos amigos.
Cuando llegamos con ellos fue una gran sorpresa
para ellos por que nunca les avisamos que íbamos con
ellos. Les pedimos dinero para pagarles a los señores que
nos llevaron. Ellos no tenían dinero pero de un modo y
de otro lo consiguieron. Aquí las personas piensan que en
Estados Unidos es muy bonito, pues a la vez tienen toda
la razón pero si no trabajas no tienes nada. Llegando a
una conclusión, allá el dinero se gana trabajando y aquí
también, es decir, es igual, aunque allá tienes que pagar
renta, y aprender a realizar los quehaceres de la casa, por
ejemplo hacer de comer, lavar trastes, lavar la ropa y planchar. Es bien difícil estar allá con miedo a que la migra los
descubra, ausentes de su familia. Para poder lograr llegar
a Estados Unidos se sufre, y arriesga uno su vida sin saber
si va a poder regresar vivo o en un ataúd, como muchos
han regresado.
Bueno, en ese pueblo conseguimos trabajo. Nos
pagaban muy poquito dinero. Ahí pagaban por horas y
la hora la pagaban a cinco dólares. Según las horas que
trabajáramos, eso nos pagaban. En construcción, cuando
había posibilidades de agua de un 40 por ciento no trabajamos un día. Yo salí a la calle e iba yo caminando cuando
de pronto se paró una camioneta con cuatro personas. Me
dijeron que si quería trabajar con ellos. Yo les conteste
que yo ya tenía trabajo. Se bajaron de la camioneta y me
subieron a la fuerza. Me llevaron a una sierra y me encerraron, pues ahí tenían unas bodegas. Nunca supe a qué
se dedicaban esos hombres. Como pude tiré un puerta
con una barra y un talache y me escapé. Caminé catorce
horas para llegar a un pueblo. Ahí recordé que vivía un
amigo que tenía poco de conocer. Entonces llegué con él
286
Menciones Honoríficas
y él me hizo todo el favor de llevarme a la casa en donde
estaba viviendo.
Ya después de un tiempo me la vi muy difícil, por que
todos los días pasaba una camioneta preguntándoles a los
vecinos por un hombre. Las características que les decían
coincidían conmigo. Yo tenía mucho miedo y tuve que
irme a vivir a otra casa. En ese tiempo estuve seis meses en
Forbor. Un amigo me invitó a que fuéramos a meter una
aplicación a la oficina de inmigración para que nos dieran
un permiso temporal. Nos aceptaron la aplicación y nos
dieron un recibo. Nos dijeron que a los treinta días nos
llegaría una carta por correo avisando si nos aceptaban o
no, pero antes de esos treinta días a mí me avisaron que
mi papá había tenido un accidente y estaba muy grave en
el hospital. Me preocupé mucho y regresé a mi país. En
ese momento me olvide de todo, de mis papeles principalmente. Cuando llegué al hospital donde se encontraba
me dijeron que ya estaba mejor. Después de unos días se
recuperó.
Al cumplirse los treinta días, como me lo habían
dicho, unos amigos me avisaron que la inmigración me
había aceptado la aplicación, que tenía que presentarme
en las oficinas para el tramite de mi permiso. Conseguí
dinero para poder regresar a Estados Unidos, invité a un
amigo llamado Juan Jasso, de un ranchito llamado El Tecolote, cerca de mi comunidad. Nos pusimos de acuerdo
y nos fuimos nuevamente a Estados Unidos cruzamos la
frontera de Reynosa pero nunca pudimos llegar hasta allá
por falta de dinero y otros recursos. Para mí todo esto fue
una aventura y una historia muy triste que nunca olvidaré,
todos lo que nunca han emigrado no saben. Piensan que
es muy fácil pero no lo es así, bueno, al menos para mí
no lo fue. Todo emigrante sufre muchos riesgos y peligros.
Unos de los riesgos y peligros son las víboras venenosas y
los rateros que se encuentran en las fronteras.
287
Historias de migrantes México-Estados Unidos
Por segunda vez emigré
Esta vez emigré con un grupo de veinte personas, la mayoría todos conocidos entre ellos, tres mujeres y dos niños
de tres y cinco años de edad, de aquí de San Luis Potosí.
Salimos en los primeros días del mes de enero de aquí
a Tamaulipas en autobús. Luego en tren de Monterrey a
Matamoros y de Matamoros a Altar, Sonora. El coyote que
nos llevaba era de Tamaulipas. Él nos contaba todo de una
manera muy bonita pero poco a poco supimos que nos
mintió, porque todo era horrible. Nos llevó a Sonora y ahí
nos dejó en un ranchito con una familia bien pobrecita.
Ahí estuvimos cinco días. De comer nos daban puros frijoles con un pedacito de tortilla.
El coyote que nos llevaba se desaparecía unos días,
después regresaba tomado con otras dos personas en una
camioneta. Cuando regresaba nosotros le preguntábamos
que cuándo nos pasaría para el otro lado, él nos contestaba que al otro día. Así pasaron seis días y por fin fue
por nosotros en una camioneta para llevarnos a la línea
divisoria. Ahí estuvimos otro día escondidos en el monte.
Toda la noche pasaban grupos de personas. Se escuchaban gritos de mujeres, como si alguien estuviera abusando
de ellas. Por esa parte donde nosotros nos encontrábamos
era puro desierto, todos teníamos mucho miedo.
De pronto miramos unos hombres, ellos buscaban al
coyote que nos llevaba. Ellos le dijeron al coyote, qué chiquito es el mundo y las piedras se encuentran rodando,
discutieron por buen rato, que al final hasta se querían
matar. Ellos solamente querían que se les pagara una cantidad de dinero que les debía. Según ellos era de un grupo
de gente. Todos nosotros nos dimos cuenta de que se quitaban la gente que cruzaban. El coyote nos pidió dinero
a todos para pagarles y que nos dejaran seguir nuestro
camino. Caminamos todo el día y toda la noche. Entre
todos ayudamos a las mujeres a cargar a los niños. El coyote nos dejó en un lugar bastante boscoso, cerca de un
288
Menciones Honoríficas
rancho. Él se fue, nos dijo que iba por una camioneta para
llevarnos. Pasamos dos días y dos noches sin comer y sin
tomar agua. Uno de los niños se nos enfermó, se estaba
deshidratando, y el coyote no llegaba.
Decidimos salir a pedir ayuda, pero nadie quería,
todos tenían miedo. Yo, junto con otro compañero, salí
a pedir ayuda a un ranchero, pero cuando le hablamos
el contestó que él no hablaba español. A puras señas le
dimos a entender que necesitábamos ayuda. Al ver que
las mujeres y los niños lloraban decidió ayudarnos. Nos
dio agua, siete tortillas y un atún para todos, nos dijo que
nos fuéramos porque si no nos retirábamos de ahí le iba
a hablar a la migra. Nosotros le contestamos que era lo
que queríamos, para ya no seguir sufriendo. Lo que más
nos interesaba eran los niños. Poco después nos dimos
cuenta de que el ranchero nos había mentido, porque sí
hablaba español y era chicano. Todos decidimos caminar
hacia una carretera. En el camino nos encontramos con un
indio. Él nos dijo que alguien nos andaba buscando. Con
él también nos entendimos a puras señas. El coyote ya se
había retirado de ahí y él nos metió abajo de un puente
de la carretera. nos dijo que no nos moviéramos de ahí,
que pronto regresaría. Después de dos horas regresó con
un maletín lleno de comida y agua. Un poco mas tarde
llegó el coyote y dijo que ya iban a venir por nosotros.
Horas más tarde llegaron por nosotros y nos llevaron a un
pueblo que se llama Tucson, Arizona. Ahí llegamos a una
casa, nos dieron de comer y descansamos un rato. En esa
misma noche nos llevaron a todos a un huerta de naranja.
Teníamos que estar escondidos.
Pasamos un día y una noche. El día siguiente por la
mañana salimos a buscar una tienda. Había una cerca de
la huerta. En esa tienda había teléfono público. Una de
las compañeras tenía una sobrina en Phoenix. Logramos
comunicarnos con ella y nos llevó para su casa, le compró la medicina al niño y se recuperó muy pronto. Todos
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
pensábamos que se iba a morir pero gracias a dios y a la
señora que le compró la medicina se recuperó. Al día siguiente nos fuimos otra vez para la huerta. De ahí salimos
en una camioneta, todos apretados, uno sobre de otro.
Después de ocho horas de camino llegamos a Denver, Colorado. Nos paró una patrulla de caminos y le hablo a la
migra. Rápido nos arrestaron y nos encerraron unas cuantas horas. Poco después nos llevaron a Juárez. El coyote se
quedó encerrado. Nunca volvimos a saber de él.
En Juárez nos separamos y ocho de los compañeros
decidieron regresar a México. Todos los demás le seguimos. Ahí en Juárez unas mujeres nos ayudaron a pasar
hasta el estado de Kansas. Llegando a Kansas me comuniqué con unos familiares. Les dije en dónde me encontraba
y fueron por mí. Me llevaron a su casa y lo primero que
hice llegando a la casa fue comunicarme con mi familia,
que se encontraba en México. Al oír mi voz se pusieron
muy contentos. Ellos pensaban que me había pasado algo
en el camino, incluso llegaron a pensar que me había
muerto, porque como ya habían pasado veintiocho días
y no me comunicaba con ellos, lo primero que pensaron
fue que yo ya me había muerto. Mi esposa les decía a mis
hijos que pronto regresaría, que me había ido a comprarles
unos regalos. Mis hijos estaban muy chiquitos cuando yo
emigré. Una tenía dos años y el otro ocho meses. La niña
que era la que ya hablaba. Al escuchar mi voz me decía,
papá, ya regresa con nosotros aunque no traigas regalos.
A mí se me partía el corazón al oír llorar a mis hijos, pero
yo ya estaba en Estados Unidos y me era imposible estar
con ellos en esos momentos.
En ese momento yo no sabía si estaba feliz por que
había logrado llegar o triste por la razón de que no podía
estar con mi esposa y mis hijos. Después de unos días
encontré trabajo y estaba mandando dinero a mi familia
cada ocho días. Como nueve meses después me avisaron
de México que mi esposa estaba muy grave y necesitaba
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Menciones Honoríficas
un medicamento que costaba mucho dinero. Les mandé
el dinero que necesitaban y dos días después me comuniqué para México y me dijeron que seguía muy mal. Me
preocupé mucho y tuve que regresar. Mi esposa se ponía
cada día peor, pero gracias a dios se recuperó y hasta la
fecha sigue mejor y yo ya no he vuelto a emigrar.
Mis motivos de emigración fueron por problemas
económicos y falta de empleo. Las dos veces que yo he
emigrado me han dejado un recuerdo que tal vez nunca
voy a poder olvidar y me han servido para experimentar
lo que se sufre para poder llegar hasta allá. También para
darme cuenta de que aquí en México nos cuentan la vida
de una manera bonita pero para mí fue todo lo contrario.
Al decidir emigrar puse en riesgo mi vida, sin saber los
riesgos a los que me enfrentaría y si podría solucionarlos, si llegaría a mi destino o en mi camino moriría. Tal
vez puse mi vida en riesgo pero no lo hacía por gusto, si
no por necesidad. En las dos veces que yo he emigrado
nunca me daba por vencido porque sabía que mi familia
me esperaba. A mí lo que me daba fuerza y valor era que
había dejado a mi esposa y a mis hijos en México.
Ahora que me encuentro en mi país y con mi familia
me he dado cuenta de que el emigrar no deja ningún beneficio, sólo recuerdos y algunas veces hasta problemas
del pasado, porque al regresar a mi país sigo siendo un
mexicano pobre y humilde como lo era antes de emigrar.
Lo que dicen algunas personas de la forma de vivir en
Estados Unidos es mentira, porque cuentan que se vive
de una manera mucho mejor y se gana el dinero de una
manera más fácil. Para mí fue todo lo contrario porque no
podía vivir tranquilamente, siempre tenía que andar con
mucho cuidado, y con respecto al dinero, lo ganaba de
la misma manera que en mi país, es decir, trabajando. La
única diferencia de vivir en los Estados Unidos es que uno
mismo tiene que hacer el aseo de la casa, lavar, planchar
y hacer de comer, y estando con tu familia la esposa se
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Historias de migrantes México-Estados Unidos
encarga de todo. Sin decir mentira, la emigración sólo me
dejó recuerdos y experiencias que nunca olvidaré y espero nunca emigrar a Estados Unidos.
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