DR. LUIS S. GRANJEL

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DR. LUIS S. GRANJEL
LA FIGURA DEL MEDICO
EN EL ESCENARIO
DE LA LITERATURA PICARESCA
ESPAÑOLA
PUBLICACIONES MEDICAS BIOHORM. - SECCIÓN: MEDICINA E HISTORIA | N.° R.: B. 1023-63 | D, L : B. 27541-63 ¡ EDtTORtAL ROCAS. • DIRECTOR:. DR. MANUEL
CARRERAS. COLABORAN: DR. AGUSTÍN ALBARRACIN - DR. DELFÍN ABELLA - PROF. P. LAIN ENTRALGO - PROF. J. LÓPEZ IBOR - DR. A. MARTIN DE PRADOS - DOCTOR CHRISTIAN DE NOGALES - DR- ESTEBAN PADROS - DR. S1LVERIO PALAFOX -PROF. J. ROF CARBALLO - PROF. RAMÓN SARRO - PROF. MANUEL USANDIZAGA PROF. LUIS S. GRANJCL* PROF, J0S5 M. 1 LÓPEZ PINERO ^ DFt JUAN RIERA - SECRETARIO DE REDACCIÓN; DR, FELIPE CID - DIRECCIÓN GRÁFICA: PLA-NARBONA
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De esta edición se han separado cíen ejemplares
numerados y firmados por el autor.
DR. LUIS S. GRANJEL
LA FIGURA DEL MEDICO
EN EL ESCENARIO
DE LA LITERATURA PICARESCA
ESPAÑOLA
4
La «literatura picaresca» constituye una de las modalidades de expresión literaria más adecuadas al genio hispánico, si bien el motivo histórico que ocasionó su aparición y auge no puede considerarse privativo de nuestra
patria. El género literario a que se alude queda consagrado con el Guzmán de Alfarache (1599) Y declina con la
Vida de Estebanillo González (1646). Fue este medio siglo de vida española período decisivo en cuyo transcurso
sobreviene una honda remoción en los modos de convivencia y en las ideas ; supone el tránsito de la actitud vital
renacentista a la conciencia barroca. El suceso se hizo evidente en las más diversas formas del existir humano,
y siempre bajo el aspecto de una inadecuación para satisfacer lo que ahora, desde la nueva situación aún no bien
consolidada, exigían los hombres de unas instituciones y unas actividades que persistían asidas a un sistema de
vida ya caducado. Esta disarmonía la acusa con precocidad e intensidad no igualadas la Medicina, y es natural
que así sucediese, pues si el motivo de su quehacer, el hombre mismo, es quien primero experimenta las mudanzas de los tiempos, necesariamente los aires de una nueva actitud histórica han de soplar sobre su cuadrante
antes de que los perciban otras ciencias o manifestaciones del vivir comunitario.
Esa subterránea vivencia de disconformidad la recogió la literatura picaresca para devolverla agigantada y adornada con un disfraz en el que se mezcla, abigarradamente, la burla y el consejo, la sátira y la intención moralizadora ; así aderezados, todos los menudos síntomas de desconcierto que transitan por el espíritu colectivo de la
época, alcanzan resonancia y vida real, proclamados por boca del «picaro», verdadera concreción simbólica de
la propia sociedad a quien se dirige. Por ser así, apunta Américo Castro,1 «en aquellas «atalayas de la vida humana», alzadas por la picaresca, el verdadero protagonista no es el picaro, sino el mundo en torno a él». El retrato de la vida social hecho por el picaro, descontados sus extremismos, la deformación caricaturesca, reproduce,
con fidelidad y minucia en el detalle, la realidad del modelo. La pintura de la sociedad, trazada con fuertes rasgos
sobre el tenue entramado de la ficción novelesca, incluso, como tantas veces hace Quevedo, sin recurrir a su artificio, es una reproducción exacta del mundo que se la inspira : «cosas como las que escribo —dirá Castillo Solórzano 2— no son fingidas de la idea, sino muy contingentes en estos tiempos. El interés moralizador puesto
en lo que escriben es confesado, explícitamente, por casi todos los autores ; ejemplo lo ofrece el siguiente texto
de Vicente Espinel 3 : «El intento fue ver si acertaría a escribir en prosa algo que aprovechase a mi república,
deleitando y enseñando».
Sobre aquel escenario del mundo, el que compone la literatura picaresca, entre la abigarrada muchedumbre que
por él transita y gesticula discurren los médicos ; en ellos se detuvo, con marcada predilección, la mirada aguda
y socarrona del picaro ; a ellos dirigió algunos de sus más acerbos comentarios. Invito al lector a que me acompañe en esta excursión retrospectiva durante la cual unos picaros van a irnos contando cómo eran, cómo fueron,
los médicos de hace tres centurias.
5
Estampa del médico.
Era este atuendo disfraz que engañaba sobre la intención de sus actos ; vicio, desde luego, no exclusivo de
galenos. Cuando Quevedo,7 fingiendo ser conducido,
en sueños, a la Calle Mayor del Mundo contempla, en
ella, el desfile de las profesiones y los estados más diversos : hidalgos, caballeros y discretos ; viejos y niños ; escribanos, alguaciles y corchetes ; cortesanos,
criados y bufones, lo primero que le mostrará el Desengaño, su guía, será un médico que aparenta ir
«a la brida en muía tartamuda de paso, con ropilla
y ferreruelo y guantes y receta, dando jarabes»
cuando en verdad anda
«...a la brida en un basilisco, con peto y espaldar
y con manoplas, repartiendo puñaladas de tabardillos, y conquistando vidas, que allí parecía que
curaba..., estirando las enfermedades para que
den de sí y se alarguen, y allí parecía que rehusaba las pagas de las visitas.»
La figura del médico, su atuendo, atrae sobre sí burlas
y sarcasmos. Unos, aludirán a la muerte que dicen se
transparenta en aquella, como en esta referencia 8 a la
muía de un galeno, a la que éste vestía :
«De gualdrapa en invierno y en verano,
Traje de viudas, cuyo luto triste
Declara que la muerte va en su mano.»
Pocas palabras le fueron precisas a Quevedo * para dibujarnos la silueta de los médicos de su tiempo :
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11 M
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«Lo primero linda muía, sortijon de esmeralda en
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el pulgar, guantes doblados, ropilla larga, y en
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4.
verano sombrerazo de tafetán. Y en teniendo esto,
,
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1,
aunque no hayas visto Vlibro, curas v eres dotor.»
Salas Barbadillo
5
añade su pincelada a este retrato :
«...los de a muía, unos barbones
cuyo rostro es un bosque y selva extraña.»
•""—"
y lo completa Enríquez Gómez 6 con aquella descripción de un médico quenos ofrece la Transfiguración V I I I
de su Siglo pitagórico:
«Compró media docena
De libros de Avicena
Un quintal de Galenos,
Unos guantes de perro, que son buenos,
Una sortija, cuatro pañizuelos,
Y con estos anzuelos
Desde su muía roma caballero,
Iba pescando vidas y dinero.»
Afiade d
mismo
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cambiando d
motivo
no
l a intenci6n •
«Si la muerte a quien sirven es pelada,
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1 -, 1
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i ^ h barbaros barbados, que en traiciones
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biempre
estudiáis!, si sois la ardiente espada
L
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. .
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^
Y los ministros de la muerte fuerte
,
.
¿Por que negáis el traje de la muerte?»
Tampoco la honorabilidad profesional queda bien par a ¿ a e n estas primeras escaramuzas del médico con el
genio ágil e incisivo de los creadores de la literatura
picaresca. Recomendaba Quevedo 9 a un supuesto inocutoi .
«...para acreditarte de que visitas casas de señores, apéate a sus puertas, y éntrate en los zaguanes, y orina y tórnate a poner a caballo ; que el
q u e t e v i e r e e n t r a r y salir> n o s a b e s i e n t r a s t e
a
p o r l a s c a l l e s v e s i e m p r e CO rriendo y
a deshora, porque te juzguen por médico que te
llaman para enfermedades de peligro. De noche
haz a tus
amigos que vengan de rato en rato a
llamar a tu puerta en altas voces para que lo oiga
la
vecindad : ÍCA1 señor dotor que lo llama el du4 u e i <l ue e s t á m i señora la condesa muñéndose ;
4 u e l e h a dado al señor obispo un accidente" ; y
con esto
visitarás más casas que una demanda, y
te verás
acreditado, y tendrás horca y cuchillo sob r e lo me or del
Í
mundo.»
o r i n a r 0 no>
6
Esta estampa del médico, trazada por distintas plumas,
la resumen los siguientes versos puestos por Enríquez
Gómez 10 en boca de un hijo de Esculapio :
Saber y quehacer.
«Mi cotidiano pan, es la sangría ;
Mi ganancia suave,
Uno y otro jarabe :
Mi hacienda bien ganada,
Una purga endiablada ;
Mi mayorazgo, el pulso ;
La muerte, mi recurso ;
La orina, mi consejo ;
La cámara, mi espejo ;
Mi puñal, un barbero ;
La botica, mi acero ;
Y mi renta segura,
La siempre dilatada calentura.
En el cotidiano enfreiitamiento del médico con el enfermo, encontraron sobrados temas en que ejercitar su
ingenio quienes dedicaban su pluma a retratar, denostándola, la sociedad dentro de la cual vivían. Quevedo,
sin recurrir, como hicieron otros, al artiñcio de exponer
su pensamiento por boca de personaje fingido, describe
así el acto médico X1 :
Vivamos y matemos
Y con salud a muchos enterremos.»
'
Grabado de la época (anónimo de !a escuela holandesa)
¿Jeringa? Ni por pienso he de admitirla.
Haga por recibirla.
y p a r a que esta noche t e n g a SUeño
Venga papel y tinta, que he de darle
Cosa, que recordarle
El mal no pueda. Y la verdad decía,
Porque daba su alma antes del día.»
7
Usan los médicos, añaden sus detractores, de un lenguaje que más que significar sabiduría parece querer
ocultar ignorancias 12 :
«...buscan términos exquisitos para significar cosas que, por ser tan claras, tienen vergüenza de
nombrarlas en canto llano, y así les es necesario
hablarlas con términos desusados, que parecen de
junciana o jacarandina.»
„
hasta
<lue ° a c a b e s c o n e l e n £ e r m o ° c o n l a e n f e r "
medad. Si sirve y te pagan, di que llegó tu hora ;
y S1 m u e r e > di que llego la suya.»
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Si el enfermo muere, en efecto, basta culpar al que
murió de su miserable fin ; añade el autor que cito en
Su arte diagnóstica es falible, burdo e inadecuado a la
complejidad del enfermar humano. Razona este pensamiento Guzmán de Alfarache 13 :
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«...un medico, luego que visita, solo de tomar el
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pulso conoce la enfermedad ignota y remota de su
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entendimiento, luego aplica remedios para el se,
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pulcro. ¿No íuera bien, si es verdad su regla que
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la
vicia
es 7breve, el arle larga, 7la experiencia en. . . 7 . r , ., .
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crañosa, el7 nució difícil,
irse poco a poco, hasta
.
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enterarse Jy ser dueños de lo que quieren curar,
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11
estudiando lo que deban hacer para ello?»
1
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Salas Barbadillo, 14 abunda en la misma opinión, y defi1
«Recetar lamedores, jarabes y purgas, para que
tenga que vender el boticario, y que padecer el enfernio. Sangrarle y echarle ventosas ; y hecho esto
una vez, si durare la enfermedad, tornarlo a hacer
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o t r a d e s u s o b r a s 17
c o n el
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' «...voto a tal —exclama aquel—, que sólo estoy
sentido aquí del dotor, que no solamente me persi.,
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guio sano, me mato enfermo, sino que pasa la oie. - .
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riza de la sepultura ; y en expirando uno, por disi.
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culparse
dicen
del
mil
infamias
:
—Dios
le perdor
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ne : que el mucho beber le acabo : ; como le había.
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mos de curar si era desordenado? ±u era msensa,
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to, estaba
loco, no obedecía a la medicina, estaba
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podrido, era un hospital ; el vivió de suerte, que
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le na sido mejor; esto le convenía (¡miren que
convenía éste a mi costa!) ; llegó su hora 5 '. Pues
tomen el dicho a la hora de todos los difuntos, y
ella dirá que ellos la llevan y la arrastran, y que
d l a no se u
O h , ladrones ! ; ¿No basta mao
'
ne la medicina como :
«...la ciencia que se fía
De acechar la salud por orinales
Y que por un latir de un pulso leve
Los pasos mide de la vida breve.»
Sobre la ciencia de recetar, es bien conocida la historieta del picaro Alfarache sobre «lo que aconteció en la
Mancha con un médico falso» 15 :
«No sabía letra —nos cuenta^— ni había nunca
estudiado. Traía consigo gran cantidad de receptas, a una parte [de] jarabes y a otra de purgas.
Y cuando visitaba algún enfermo, conforme al beneficio que le había de hacer, metía la mano y
sacaba una, diciendo primero entre sí : "¡Dios
te la depare buena !", y así le daba la que primero encontraba. En sangrías no había cuenta con
vena ni cantidad, más de a poco más o menos,
como le salía de la boca.»
Lo que la criatura literaria de Mateo Alemán, un tanto
piadosamente, contó de «un falso médico», lo repitieron
otros, con mayor acritud aún, y refiriéndolo a los médicos con vida real coetáneos suyos. Quevedo, entre
otras recomendaciones para ser buen médico, explica la
que transcribo 16 :
en
> haciéndoselo decir a un condenado
su via e
Í P o r l a s zahúrdas de Plutón :
i •
Í
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u
y hacerle que pague su muerte, costumbre de los verdugos, sino tener la disculpa de la
ignorancia en la deshonra del pobre difundo?»
tar a uno
8
Asistimos a una consulta.
Interviene Matanga, esperando aclarar el significado
de las preguntas de Rebenque :
«Si lo sensible padece
opresión universal,
sin darle lugar al requies.»
Termina Ribete que trata, asimismo, de hacer inteligibles, a Ginés, las expresiones de sus colegas :
Castillo Solórzano, con el entremés «La prueba de los
doctores», que incluyó en su novela La niña de los embustes, Teresa de Manzanares, nos ha legado una de las
más acerbas parodias entre tantas que en su tiempo,
como en los que le precedieron, y hasta nuestros días,
se han inspirado en el quehacer médico. Constituye la
escenificación burlesca de una consulta médica. La representación se ajusta al siguiente argumento : Ginés
se finge enfermo, y su mujer, Brígida, creyendo en su
enfermedad, recurre a la ciencia de tres galenos : Ribete, Matanga y Rebenque ; completan el reparto de este
juguete teatral : Truchado, amigo de Ginés ; músicos
y mujeres.
Da comienzo la «consulta» tomándose el pulso al supuesto enfermo ; habla Ribete :
«Dicen si el mal le estimula
ad invicem, o si tiene
impírica posesión
e n e l cuer
P ° permanente.»
A1
interrogatorio, así conducido, sucede el ritual exa- La pide Ribete, diciendo : «Menester
es v e r la onna
» (y s a c a n u n o r m a l c o n v i n o ) 5 s o b r e e l l a
se
encarniza la sagacidad profesional de nuestros docores
•
m e n d e la orina
Dictamina Ribete :
«Galeno in Verrem,
y Rasis en su Thebaida,
este
color aborrecen»,
y confirma Matanga :
«Déme ese pulso derecho,
y veré de qué procede.
Ya que el pulso le he tomado,
vuestras mercedes se enteren,
que él después informará
de su mal.»
~~
~~~~
Tras la sentencia, procede ya a deliberar sobre el caso :
Cumplido, gravemente, este primer requisito, se le permite a Ginés exponer sus dolores :
Ribete.
«Hipócrates en su Eneida,
q u e el peligro teme
de
l enfermo que esta orina
ex
corpore suo expelet.»
dice
Matanga:
a hacer los tres u n a
«Pues hemos tomado el pulso,
el enfermo ahora puede
informarnos de su achaque.»
Los doctores asedian al fingido enfermo con sus disparatadas preguntas, buena burla del pedantesco hablar
de los médicos ; pregunta Ribete :
«; Reconcéntrase en las renes
esa intención dolencial?» •
añade Rebenque •
«¿No tranquiliza el tesón?»,
y como Ginés contesta: «No lo entiendo», repite el
ealeno •
«;No lo entiende?
Digo si lo vigoroso
suele' estar intercandente.»
«Ginés, el mal es tan grave,
que retirarnos conviene
sobre lo
Íunta
ue h a c e r s e d e b e :
<l
que l a o r i n a n o s i n d i c a
estar el cuerpo doliente
de g ra ve modo.»
L o
1 u e s i S u e i l a conversación que rueda en boca de los
galenos, bien ajenos a que Ginés les espía, constituye,
posiblemente, la parte del entremés donde la burla conserva un sabor más actual. Es, la de ellos, una conversación amigable e intrascendente, en la que debaten
sobre el tema de las excelsitudes y variadas virtudes de
sus muías respectivas, sin olvidar el problema, propicio
siempre al comentario, de la clientela; por este camino, la charla recala, finalmente, en la causa motivo de
su reunión, para terminar decidiendo, sin pararse a discutirla, la pauta a seguir con el bueno de Ginés. La
terapéutica galénica, motivo de particular animadvers
i ° n e n t o d a ^a literatura satírica de la época, sufre en
l a s palabras de estos honrados doctores la inexcusable
deformación grotesca.
9
Propone Rebenque:
~~
*
Y concluye cantando, para el público, con acompañamiento de músicos y mujeres, los siguientes versos, en
l o s q u e reC oge la acostumbrada moraleja :
ce...para que se descargue
el humor de que procede
he de echarle cien ventosas
rajadas» ;
«El mal es muy peligroso ;
paciencia, Ginés, apreste,
que un sacrificio le aguarda.
Llamar seis barberos pueden
con otros seis boticarios,
porque han de hacerme presente
con ayudas y ventosas
que la cura se comience,
que esto nos dice la orina.»
«Doctores hay pistoletes
que al primer recipe parte
el enfermo a la otra vida,
sin que remedios le basten.
Oigan y callen,
y quien más los celebra,
dellos se guarde.
Doctores hay almaradas,
que sacando poca sangre,
al que cogen de antubión
no hay miedo que se escape.
Oigan y callen, etc.
Doctores hay carniceros
que tronchan, cortan y raen,
y éstos por lo criminal
son de la muerte montantes.
Oigan y callen, etc.
™} doctor y e^ albéitar
siempre compiten
en quien mata más hombres
° m a s rocinesE n sus
recipes funda
s u ciencia e
l doctor,
m á s e n lo
<lue r e c i b e
°l ue e n lo # <lue ordenó,
^ a s n a v a J a s Parecen
a
l ° s doctores,
Q u el o a & u d o n o s muestran
y e* ^ ° esc onden.»
Es en este momento respondiendo al parlamento de
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_
añade Ribete :
«Yo le echaré doce ayudas
de bencina y agua fuerte
para evacuarle el humor»
y concluye Matanga :
«Pues yo, tras los dos remedios,
le purgaré doce veces.»
"~~~
Acordado el tratamiento, retornan nuestros galenos al
lecho del fingido enfermo, y Ribete, con el asentimiento
tácito de sus colegas, definirá doctoralmente :
Ribete, cuando Ginés descubre la traza de su burla para
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Médicos tomando el pulso (Edición en Pavía,1517)
10
Servidores de la muerte.
sos, sus muías de vuestedes son escaleras de la
horca de pelo negro. Tiempo es de verdades. Si
yo hubiera usado de recelas, como de daga, no
estuviera aquí, aunque hubiera asesinado a cuantos ine ven.»
«Ponzoñas graduadas» 1<J es uno de los calificativos que
con mayor fruición emplea Quevedo para nombrar a
los médicos ; y en otro lugar 20 hace hablar así a la
propia Muerte :
«...todos enferman del exceso o destemplanza de
humores ; pero, lo que es morir, todos mueren de
los médicos que los curan.»
La crítica se dibuja con tintas más sombrías ; el sarcasmo gana en acritud y dureza, cuando se enfrenta
con el saber del médico. La afirmación que sostienen,
sin rebozo, los picaros es tajante : el médico no cura a
sus enfermos, los mata ; los médicos son sus verdugos,
se han convertido en servidores de la muerte.
Con toda crudeza^ formuló Quevedo esta paradoja nacida de la incapacidad profesional de los galenos coetáneos suyos. En «La hora de todos y la Fortuna con
seso» l s describe cómo Júpiter ordena a la Fortuna que
en una hora determinada («...para satisfacción de las
gentes», agrega) se encuentren los humanos con aquello
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de que se han hecho merecedores por sus actos ; cuín, , T^ .
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ple la fortuna el mandato, y «...como quiere toda sin; ,
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J 4.
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1. i. J
roma, empezó a desatar su rueda, que arrebatada en
,
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. .,
huracanes y vueltas, mezclo en nunca vista contusión
todas las cosas del mundo». Será a un médico a quien
primero sorprenda, y desnude, esta hora preñada de
verdades. Escribe Quevedo :
«En aquel propio instante, yéndose a ojeo de calenturas, paso entre paso, un médico en su muía,
le cogió la hora y se halló verdugo, perneando sobre un enfermo, diciendo credo, en lugar de recipe,
con aforismo escurridizo.»
ficción
~
~
~~~
A la misma figuración onírica pertenece la escena del
rufián al que van a ajusticiar, quien, vuelto locuaz por
la hora de verdad que lo arrebata en tan angustioso
trance, dirigiéndose a los que esperan contemplar el
espectáculo de su muerte, descubriendo entre todos unos
médicos, se encara a ellos para decirles :
«¡ Ah, señores doctores! Aquí tienen vuestedes
lugar, si son servidos, pues por los que han muerto merecen el mío, y por lo que saben despachar,
el del verdugo. Algún entierro ha de haber sin
galenos, y también presume de aforismo el esparto. En lo que tienen encima, y en los malos pa-
Tomás Rodaja,21 amparado en su necedad, se permite
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Poco difiere del de Cervantes y Quevedo, el modo de
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pensar de balas Uarbadillo. Uno de los epigramas 111, •1
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cluidos en la primera parte de su Caballero Puntual "
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termina asi :
<< 1 e s
^- ue l e <l m e r e s matar,
Sancho, saber procura
el médico que le cura,
que éste es el buen negociar» ;
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don
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y
,
hablando, en otras de sus obras, de su criatura de
d d o c t o r j u a n d e Luna>s3 d i c e d m i s m o a u t o r .
«Si otros hacen ciudades los desiertos,
Este hace desiertas las ciudades,
Tal es su espada y tantos son los muertos,
Y aun no castigó el cielo sus maldades.»
Cuando Enríquez Gómez hace que don Gregorio Guadaña nos hable de sus padres, en el primer capítulo de
la narración de su vida,24 éste dirá:
«Mi padre fue doctor en medicina, y mi madre comadre ; ella servía de sacar gente al mundo, y él de
sacarlos del mundo ; uno les daba la cuna y otro sepultura. Llamábase mi padre el doctor Guadaña.»
11
Lascivia y codicia.
«Llama a tu médico cuando estés bueno, y dale
dineros porque no estás malo ; que si tú le das dinero cuando estás malo, ¿cómo quieres que te dé
una salud que no vale nada, 3^ te quite un tabardillo que le da de comer?».
Los mismos gestos, la actitud vergonzante que, al parecer, repetían los médicos cada vez que recogían el
precio de sus desvelos, tuvieron su deformación caricaturesca. Salas Barbadillo 28 describe una de estas escenas :
Dos pecados capitales descubrieron sus críticos en el
modo de ejercer los médicos su profesión. Fueron los
de lascivia y codicia. h,l primero aparece señalado - e l
hecho merece anotarse- una sola vez entre tanta parodia, sátira y denuesto ; hizo su denuncia Enríquez
Gómez ; 2 5 he aquí su texto :
«Cuando enfermaba alguna noble dama,
Sentándose en la cama,
Por muy pequeña fiebre que tuviese,
La hacía que los pechos descubriese.
Y decía, la nieve está pintada,
No será tabardillo, esto 110 es nada,
Cubra vuesa merced tanta hermosura,
Que sólo en un Doctor está segura.»
«...quitando la gorra con la mano izquierda y torciendo la derecha, recibieron su doblón, y agradecidos a la buena paga, juraron de alargar la
cura, aunque se pusiese a peligro la vida del paciente, porque como de semejantes delitos no conoce k g a k de los señoreg AlcaldeSí y es esta cau.
sa sobre quien n¡ d d g u a c i l d e n u n c i a n i el escri,
banQ puede d a r u n a s o k plumada> como superio.
^
u g a n d e k a b s o l u t a s i n d a r r e s i s t e n c i a a otro
juez
a j d e j c j e i 0>))
Pero Grullo, ante el trono de la Muerte, por quererlo
así Ouevedo, sentencia 29 :
«...hay quien corre echando los codos adelante,
que son los médicos, cuando vuelven la mano atrás
a recibir el dinero de la visita al despedirse, que
toman el dinero corriendo y corren como una mona
al que se lo da porque le maten,»
Con mucha mayor frecuencia se vieron acusados los galenos del pecado de codicia. Guzmán de Alfarache,26
de mi tío el boticario.»
El médico se marcha ofendido porque el enfermo no cumple sus prescripciones
(L. de Avila. Vanquete de mobles caballeros. 1530).
Quevedo, al responder a la Proposición 24 (Para que te
duren poco las enfermedades) de su «Libro de todas las
cosas y otras muchas más», expone, con aire razonable :
12
El juicio y la sanción.
rrenal ; y con el mismo talante usado por él para describir las movidas escenas del vivir que discurría en
torno suyo, nos va relatando las etapas de su figuración : primero, como espectador del Juicio Final; después, de curioso viajero en las profundidades del reino
de Plutón.
En el «Sueño del juicio final o de las calaveras»,30 todas las profesiones, oficios y estados, despliegan ante
sus ojos. Embebido en esta contemplación, cuenta
Quevedo :
«Divirtióme... un gran ruido que por la orilla
del río venía de gente en cantidad tras un médico, que después supe lo era en la sentencia. Eran
hombres que había despachado sin razón antes de
tiempo y venían por hacerle que pareciese, y, al
fin, por fuerza, le pusieron delante del trono»
allí, continúa :
No podían quedar sin castigo tantos desafueros, crímenes y necedades como a diario, de creer a sus detractores, cometían los médicos ; y si la investidura de su
ciencia les capacitaba para realizarlos a salvo de responsabilidades humanas, de nada había de servirles
aquélla ante el juicio y la sanción ultraterrenos. Estuvo a cargo del humor agresivo, sombrío y mordaz como
pocos, del gran Quevedo, dibujar, para deleite de sus
lectores, una anticipada visión de lo que les acontecía
a los galenos cumplido el periplo de su existencia te-
«...estaban juntas las desgracias, peste y pesadumbres, dando voces contra los médicos. Decía
la
P e s t e 1 u e e l l a l o s h a b í a h e r i d o l> l o s hombres],
ero
P
<lue e l l o s l o s habían despachado. Las pesadumbres, que no habían muerto ninguno sin ayuda de los
doctores. Y las desgracias, que todos
los
ue h a b í a n
<*
enterrado habían sido por entrambos.»
Tras el juicio y la condenación, nuestro autor relata
el desfile de los doctores hacia su destino eterno. Se
distinguen de cuantos hacen idéntica jornada, pues conservan el atuendo y las maneras que los singularizó
en vida :
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""
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Este grabado, también del "Vanquete de nobles caballeros", probablemente
representa que la enferma fallece mientras los médicos discuten sobre la
orina 11530).
«...la vista asquerosa de puro pasear los ojos por
orinales y servicios ; las bocas emboscadas en bar-
nazas y lancetones.»
_
^
—
Ya en los infiernos, ocupan lugar privilegiado : el camarín de Lucifer, que comparten con cornudos y alguaciles ; allí, resume gráficamente Quevedo,31
«Había pipotes de médicos .s
13
<lue n o ^e aprovechen de ningún modo los remedios que le aplican... Si siempre los médicos curasen y diesen remedio a los enfermos, ¿qué les
faltara? Eso era asimilarse al divino poder, en
cuya mano está el alargar o acortar la vida ; que
el médico no puede hacer más que aplicar a su
tiempo la medicina y remedio conveniente, y que
obre Dios conforme su divina voluntad.»
Su rehabilitación.
Refiriéndose a la acusación de codicia, pecado que tanto
se les reprochaba a los médicos, especifica :
A la defensa de los vapuleados galenos salió, cuando
más arreciaban sobre ellos bromas y dicterios, el médico segoviano don Jerónimo de Alcalá Yáñez y Rivera.
Publicó este doctor, en 1624, la parte primera de su
novela, de clásico corte picaresco, El donado hablador
Alonso, mozo de muchos amos, en la cual el protagonista, dialogando con el Vicario en el convento en que
vive recogido como «donado», nos relata las peripecias,
aventuras y desgracias de su agitada y trashumante
vida de picaro. Muchos fueron los amos a quienes sirvio : unos estudiantes, en Salamanca ; un capitán ; un
sacristán; un recién casado de Toledo; un letrado;
una señora viuda ; un autor de comedias ; unas monjas,
y, entre ellos, a un médico. El capítulo sexto de esta
primera parte contiene la narración que Alonso hace al
Vicario de los días transcurridos sirviendo al doctor, y
salpica sus recuerdos de observaciones y juicios por los
que traslucen las preocupaciones profesionales del bueno de don Jerónimo.
Gracias a él no todas fueron críticas, burlas o sarcas„ _, ,
.
- r .,
mos • utilizando de las mismas armas —la ficción
nove>
lesca— usadas por quienes les atacaban, el doctor segó.
,
.,
r
viano rompe una lanza en íavor
de sus colegas, y quien
^
. _
11
sabe si en defensa propia.
En tres partes puede desarr
_.
"
. , ,
ticularse su alegato.
Las
resumiré,
brevemente, recofe
1
«Ya pasó el tiempo en que contaban que los médicos, pareciéndoles indigna cosa recibir pagas por
sus visitas, volvían la mano atrás, como teniéndolo por cosa indigna que se premiase con el dinero un deseo y una propia voluntad de procurar
la salud al enfermo ; pero ya en nuestros miserables tiempos, antes es necesario abrir las manos
y ponerlas delante, y aun pedir que los paguen, y
con todas estas ceremonias sea el Señor servido
que tenga efecto la buena diligencia.»
Más no deja de mostrar la Medicina lacras y miserias ;
nuestro autor lo reconoce y no lo calla. En la segunda
parte de su discurso señala Alonso los dos grandes
males que acibaran la vida del médico. Uno lo constituye :
el proc u r a r d e r r i b a r l o s u n o s a b s o t r o ^ k p o c a cor _
tesía que algunog guardan en procurar aniquilar
&J c o m p a ñ e r O í p a r a l e v a n t a r d e p u n t 0 su opinión
letras »
((
e n e m i s t a d e s d e l o s d e m á s m é dicos,
el otro, las pesadumbres que le deparan su guerra declarada a ensalmadores, curadores y charlatanes : contra cuantos, y no debieron ser pocos, competían por
.,
hacer, sin tener íormacion para ello, aquello para lo
1 ocual sus estudios capacitan al medico.
—
. . 1
4.1.11
Entreverada con su narración,/ incluye
Alonso esta bella
idealización del médico :
giendo sus propias palabras.
La primera, constituye el reverso de cuanto dijeron, y
repitieron con machacona insistencia, los creadores de
la literatura picaresca por boca de sus entes de
ficción
o incluso prescindiendo de este tenue embozo literario. Sólo trabajos, les responde Alonso, depara al médico su profesión. Su sabiduría, añade también, es bien
comprensible, no goza de infabilidad, y por eso,
«...no todas las enfermedades se dejan conocer, y
por discreto y docto que sea un médico, no todo
lo puede alcanzar ; que también hay cosas que de
suyo son incurables, y más cuando interviene la
voluntad del cielo de que padezca el enfermo, y
k s
«La antigüedad, para mostrarnos la propiedad y
partes requisitas que es forzoso tenga el sabio
y prudente médico, le dibujó desta suerte : Pintó
al dios Esculapio, padre de la medicina, muy barbado, en la cabeza un sombrero, y por toquilla una
guirnalda de laurel ; tenía a su lado una hermosísima doncella, con unas alas muy ligeras ; en la
mano derecha tenía un cetro, en quien se enróscaba una culebra, junto a él una gallina y una lechuza, haciendo sombra al médico un dragón y un
cuervo.»
14
Seguidamente explica al Vicario el significado de cada
símbolo. Si reproduzco esta descripción es porque cons,
, r
i i . - j i *j.
tituye la contrafigura del retrato del medico que entre
., ,
, •
j - r j - / 1 i-,
.
•
locosidades y amonestaciones ditundio la literatura pi, ,
,, .
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caresca. JNo cabe dudar que esta ultima refleia mejor
-.
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lo que debieron ser los médicos de la época; pero tam.
.
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,
bien es cierto que siempre, por la gracia de Dios, en la
.,....,
,
i
i
,
1
n
debilidad y flaqueza de la naturaleza humana, luce un
tenue reflejo de la perfección divina, y porque esto es
verdad, pueden los hombres, y por ser hombres los médicos, atados a sus miserias, soñar un sueño de suprema perfección y creerlo hacedero. Y si conocemos cuál
fue éste, no podremos asegurar que hemos llegado a
conocer lo que aquéllos fueron.
El laurel :
«El laurel por toquilla da a entender dos cosas :
.
, ,
,
la primera, que ha de saber conocer las yerbas, sus
. ,
'
.
,
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'
propiedades y virtudes, entender de botica para la
, . . - , , ,
,
... ,
elección de las drogas Jy compuestos, asi cordiales
.. t
,
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.
.
.
como ungüentos ; la segunda, la victoria que se le
, ,
, ,,.
.
.,.
.
- ,
debe al medico si venció la enfermedad.»
g j cetro •
«...muestra el imperio que ha de tener, aun con
los mismos príncipes y reyes a quien curare.»
La culebra :
«...en figura del dios Esculapio >—dice Alonso—
se pintaba al buen médico, porque los médicos tienen un no sé qué de gracia y don del cielo más
que los otros hombres, pues rehacen lo que Dios
hace.»
«...enseña la sagacidad y prudencia, por quien
Cristo Señor nuestro dice : Estote prudentes sicut
serpentes; sed prudentes como las serpientes, que
con a c
I ° l a tapan el un oído y el otro le juntan con
la tierra para no oír la voz del encantador.»
La lechuza :
La barba :
1
, . . . , ,
. .
_ .
«...el medico ha de ser vieio en el oficio, y no
puede ser bueno el que es nuevo en el arte, por
faltarle la experiencia, tan necesaria en la medicina.»
La hermosa doncella :
«... significa la salud, que todos la aman y apetecen, y principalmente la honestidad y recato, que
siempre debe guardar el médico, así en el hablar
como en todas sus acciones.»
«...da a entender, la vigilancia y cuidado para con
los enfermos, que si tuvieren necesidad de tres vi.,
,
, ,
,
, .,
sitas o cuatro, que se les haga, y no las olvide ni
ge d e s c u i d e
delloS))
—
—
La gallina :
—
—
:
«...ésa muestra dos cosas: la primera, que debe
proveer de mantenimiento saludable al enfermo,
quitándole lo que le ha de hacer m a l ; la segunda,
que sienta el médico que cura la enfermedad y fatiga del enfermo, como lo hace la gallina, que con
ver sus hijuelos con ella, se conoce que los tiene y
que está criando.»
El dragón y el cuervo :
Las alas :
«...significaban la presteza que ha de tener, no
siendo perezoso para sus visitas, madrugando y
trasnochando, de día y de noche, pues tiene oficio
de tan gran cuidado, y que en perdiendo la ocasión,
todo se pierde »
——
——_—
—
——
El sombrero :
«...mostraba el conocimiento que debe tener de los
cielos, para saber en qué tiempo purga o sangra,
si es menguante o creciente, si es conjunción o está
llena, en qué signo hace su curso.»
«...significan dos cosas. La primera, que sepa de
pronósticos, porque el dragón y el cuervo antes que
llegue la mudanza del tiempo la conocen, y es bien
que pronostiquen el suceso de la enfermedad, para
que con el tiempo el enfermo pueda hacer cuanto le
f
uere necesario para su alma y para su cuerpo, recibiendo los santos sacramentos, y disponiendo de
s u nac en< a
i
i y c a s a 1° 1 u e mejor tuviere... La segunda, que el cuervo y el dragón se ceban siempre
en carne podrida, condición forzosa para el médiC 0 ) q U e n o ha de ser asqueroso, sino cegarse al
enfermo, mirarle con amor cuantas llagas tuviere,
sin hacer extremos de mal olor, compadeciéndose
de su miseria. Aquí también hace el ser caritativo
y bueno, para que acierte en su curación, y Dios
le haga las mercedes y favores que suele hacer a los
suyos, pues es cierto que la divina sabiduría no
entra en malévolo.»
15
1.
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i.S.
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28.
29.
30.
31.
A. Castro : España en su Historia. Cristianos, Moros y Judíos, 449-50, Buenos Aires, 1948.
La Garduña de Sevilla y el anzuelo de las bolsas. Edit. de F. Ruiz Morcuende, Madrid, 1942.
Vida del escudero Marcos de Abregón. Edic. S. Gili Ga3^a, Madrid, 1922.
«Libro de todas las cosas y otras muchas más». Obras Completas, Prosa. Edic. de L. Astrana Marín, Madrid, 1941.
Corrección de vicios, novela quinta : «La mejor cura del matasanos». Edic. de E. Cotarelo y Mori, Madrid, 1907.
El siglo pitagórico y vida de don Gregorio Guadaña. Madrid, 1788.
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Salas Barbadillo : Op cit.
«Libro de todas las cosas, etc.», edic. cit.
El siglo pitagórico, etc., edic. cit.
«Libro de todas las cosas, etc.», edic. cit.
López de Ubeda : La picara Justina, libro II, segunda parte; cap. III.
Guzmán de Alfarache. Madrid, 1926-36, parte i. a , lib. 2.0, cap. IV.
Corrección de vicios, novela quinta, edic. cit.
Guzmán de Alfarache, edic. cit. ; parte i. a , lib. i.°, cap. III.
«Libro de todas las cosas, etc.», edic. cit.
«Discurso de todos los diablos o infierno emendado» ; Obras Completas. Prosa, edic. cit.
Sueños, edic. cit.
«Las zahúrdas de Plutón o Sueño del infierno» ; Sueños, edic. cit.
«Visita de los chistes o Sueño de la Muerte» ; Sueños, edic. cit.
Cervantes : «El licenciado Vidriera» ; Novelas ejemplares, Edic. de F. Rodríguez Marín, Madrid, 1917.
Edic. de E. Cotarelo y Mori, Madrid, 1909.
«La mejor cura del matasanos» ; Corrección de vicios, edic. cit.
El Siglo pitagórico, etc. ; edic. cit.
Ibid.
Guzmán de Alfarache, edic. cit. ; parte i. a , lib. 2.0, cap. IV.
El Siglo pitagórico, etc. ; edic. cit.
«El caballero Puntual», de Salas Barbadillo; edic. cit.
«Visita de los chistes, etc.» ; edic. cit.
Edic. de los Sueños cit.
«Visita de los chistes, etc.» y «Las zahúrdas de Plutón, etc.», edic. de los Sítenos cit.
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