El imperialismo, los límites del capitalismo y la crisis actual como

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TÍTULO: El imperialismo, los límites del capitalismo y la crisis
actual como encrucijada histórica.
Autor: Xabier Arrizabalo Montoro ([email protected]), Profesor de Economía
de la Universidad Complutense de Madrid y Director del Diploma de Formación
Continua de la UCM “Análisis crítico del capitalismo (El método marxista y su
aplicación al estudio de la economía mundial actual)”.
Palabras claves: Imperialismo, capitalismo, crisis.
Resumen: En la ponencia se aborda la caracterización de la grave situación
actual de crisis mundial, encuadrándola en el marco del estadio imperialista del
capitalismo. Para ello, se abordan sucesivamente tres grandes cuestiones. En
primer lugar, el debate teórico acerca de las crisis capitalistas, desde el método
marxista. En segundo lugar, el contenido e implicaciones de dicho estadio
histórico del imperialismo. Y en tercer lugar, a partir de la fundamentación teórica
e histórica previa, el significado profundo de la crisis actual. Se concluye con un
apartado de cierre en el que se enuncian prospectivamente distintas hipótesis
alternativas.
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El imperialismo, los límites del capitalismo y la crisis actual como encrucijada
histórica
Xabier Arrizabalo Montoro
1. Las crisis en el capitalismo: ¿desajustes cíclicos de mercado o crecientes problemas de
rentabilidad?
1.1. La economía capitalista, una economía desordenada: la inevitabilidad de las crisis
1.2. Crisis de realización y crisis de producción: ¿desequilibrios de mercado o insuficiente
plusvalía?
1.3. Descenso tendencial de la rentabilidad y factores contrarrestantes: contradicciones cada
vez mayores
2. El desarrollo histórico del capitalismo y sus límites: el imperialismo
2.1. Rasgos del desarrollo capitalista: centralización, internacionalización y desarrollo desigual
2.2. Imperialismo: una nueva configuración del capital, un nuevo terreno de juego y un nuevo
vínculo entre relaciones de producción y fuerzas productivas
2.3. El siglo XX y la secuencia reciente de crisis→ajuste→crisis
3. La crisis actual como encrucijada histórica
3.1. Estallido y desarrollo de la crisis: ¿sólo aspectos inmobiliarios y financieros?
3.2. El trasfondo real de la crisis
3.3. La respuesta del capital: ¿relanzamiento o rescates+recortes? El papel de la UE como
negación de Europa
4. Conclusiones y perspectivas: ¿hay solución a los problemas?
Bibliografía
La crisis actual no es una crisis más. No se trata de una mera crisis coyuntural ni
cíclica. Tiene un significado que va mucho más allá del corto plazo, lo que se
muestra no sólo en su extensión y profundidad, sino también en otros dos planos.
Por una parte, en su conexión con la crisis de los setenta, ya que esta crisis actual
es el resultado final al que ha conducido la orientación fondomonetarista de ajuste
impuesta ante aquella crisis desde los primeros ochenta. Y por otra parte, en la
contundencia de las respuestas ante ella que se pretenden imponer desde las
instituciones del capital; respuestas que hace apenas unos meses habrían
parecido impensables por el retroceso histórico que suponen (baste mencionar al
respecto los casos de Irlanda, Grecia o Portugal, pero también los de Alemania o
Estados Unidos, economías todas ellas en las que se atacan frontalmente los
salarios y las condiciones laborales en general, perjudicando con ello las
condiciones de vida de la mayoría de la población).
¿Por qué ocurre esto? En los últimos lustros ha habido importantísimos avances
científicos y técnicos en ámbitos tan relevantes como la informática, las
telecomunicaciones, los nuevos materiales, la biotecnología, la genética, la
medicina y la farmacia, etc. Cabría pensar que, gracias a ellos, las condiciones de
vida de la población habrían mejorado. Sin embargo, ¿puede sostenerse, con
rigor, que realmente han mejorado cuando siguen produciéndose situaciones tan
dramáticas como el hambre en ciertas regiones del mundo o el desempleo y
subempleo masivos incluso en las economías más desarrolladas? ¿Puede
sostenerse, seriamente, que, gracias a esos avances, en la actualidad la mayoría
de los jóvenes tienen unas condiciones de vida mejores que los de generaciones
anteriores? Si vamos más allá del acceso a ciertos avances tecnológicos y
pensamos sobre todo en que puedan construirse una vida independiente cuando
llegan a la edad adulta, ¿realmente viven mejor hoy que los de hace treinta años?
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Solamente admitir la pertinencia de estas preguntas ya indica la grave
contradicción que padecemos en la actualidad: contamos con la premisa para el
bienestar social (las posibilidades materiales que aporta el desarrollo científico y
técnico), pero la conclusión (dicho bienestar) no se verifica. Por tanto, los
problemas sólo pueden deberse a las “reglas del juego”. Es decir, a las exigencias
del proceso de acumulación capitalista en la actualidad.
Esto lleva a una pregunta crucial: ¿en qué momento histórico nos encontramos?
El capitalismo dio un gigantesco impulso a las fuerzas productivas –aunque no
idílico-, permitió la constitución de las economías nacionales primero y finalmente
la propia configuración de una economía mundial. Pero llegado a cierto grado de
desarrollo, el proceso de acumulación, cada vez más contradictorio, exige el
recurso constante a la destrucción de fuerzas productivas (y en primer lugar a la
desvalorización de la fuerza de trabajo con todo su corolario en términos
sociales).
Que las crisis son consustanciales al capitalismo es una obviedad reiteradamente
constatada. Pero la actual no es una crisis más. Por eso se requiere su estudio
riguroso desde una perspectiva que vaya más allá de la descripción
pormenorizada de su recorrido. El análisis económico dominante resulta estéril
para ello319, lo que justifica su tratamiento desde una aproximación crítica y,
particularmente, desde la que supone la culminación del desarrollo de la
economía como ciencia, la marxista. Aproximación que, integrando aspectos
teóricos y empíricos, contextualice esta crisis en el marco general del desarrollo
de la economía capitalista y sus límites históricos.
1. Las crisis en el capitalismo: ¿desajustes cíclicos de mercado o
crecientes problemas de rentabilidad?
¿Por qué hay crisis en las economías capitalistas? ¿Son simples desajustes de
mercado, puramente cíclicos o hay algo más? ¿Por qué, pese a los avances
científicos y técnicos, sigue habiendo crisis, y de gran profundidad, en la
economía mundial actual?
1.1. La economía capitalista, una economía desordenada: la inevitabilidad
de las crisis
En la economía capitalista, el proceso de acumulación que sirve de base a la
reproducción ampliada es realizado por focos individuales de acumulación, los
capitales particulares. La acumulación no se programa de una forma ordenada o
319
Las primeras reacciones situaban la causa de la crisis en un “exceso de avaricia”.
Posteriormente, se ha recurrido reiteradamente a formulaciones tan idílicas como ilusorias (los
“brotes verdes” que, pese a que supuestamente aparecían por doquier, nunca acababan de
cuajar). Véase el primer apartado de VALLE BAEZA (2009: 2-5): “Las interpretaciones de la crisis
dentro del sistema”. El trasfondo de estas formulaciones es puramente propagandístico, pues
"nuestros doctos burgueses exponen, bajo el nombre de economía política, una masa amorfa de
residuos de toda clase de ideas científicas y tergiversaciones interesadas, con lo cual ya no
persiguen el objetivo de desentrañar las verdaderas tendencias del capitalismo, sino solamente el
de ocultarlas para poder sostener que el capitalismo es el mejor, el único, el eterno orden social
posible" (Luxemburg, 1916-17: 60).
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planificada a escala general; ni, desde luego, de forma democrática. La
apropiación privada de los medios de producción hace que la acumulación sea el
resultado de las decisiones individuales de quienes disponen de esos medios
para llevarla a cabo.
El objetivo de la acumulación capitalista es valorizar el capital, es decir, aumentar
su valor. Aumento que constituye la fuente tanto del consumo de la clase
capitalista (consumo improductivo pues no es necesario para la producción) como
de la acumulación que ha de hacer para cumplir con las exigencias de la
competencia (ya que los capitales individuales no son independientes entre sí,
sino que, aparte de los vínculos comerciales que les relacionan, compiten entre
ellos por lograr esa valorización, de manera que cualquier movimiento que uno
realiza afecta a los demás).
Para lograr ser competitivos, imperativo de su supervivencia, los capitales deben
valorizarse en una proporción suficiente. Es decir, tienen que obtener suficiente
rentabilidad (la ganancia en relación con el capital que invierten). Esta ganancia
procede de que como propietarios del capital inicial y, por tanto, del conjunto del
proceso de producción, los capitalistas se apropian como ganancia particular del
excedente obtenido (al que denominamos plusvalía por adoptar la forma de una
masa acrecentada de valores).
En términos marxistas, este circuito o proceso se representa como
D M…P…M’ D’, donde el capital adopta sucesivamente las formas de D
(dinero), M (mercancía) y P (producto) para lograr que D’>D (M’>M). La plusvalía,
pv (o diferencia entre M’ y M), que adopta la forma de ganancia (D’-D), procede
de la parte de trabajo vivo no pagada a quien lo realiza, la clase trabajadora (de
ahí la esencia explotadora del capitalismo). La rentabilidad del capital la medimos
en términos de la tasa de ganancia o relación entre la plusvalía y el capital
anticipado (g’=pv/D). Como hemos dicho, parte de esta pv sirve para el consumo
de la clase capitalista y parte para la acumulación que, por tanto, es la
capitalización de plusvalía, esto es, su transformación en nuevo capital con el que
se inicia un nuevo circuito. A este proceso constantemente renovado es a lo que
denominamos proceso de acumulación, base sobre la que se asienta la
reproducción social320.
Las crisis son interrupciones del ritmo de acumulación. Derivan de las dificultades
para llevar a cabo la valorización del capital que da sentido a dicha acumulación.
No son fenómenos circunstanciales o aleatorios, ni tienen su origen en factores
ajenos al normal desarrollo capitalista del proceso de acumulación. Son
inherentes al modo de producción capitalista por su carácter mercantil (lo que
comparte con otros como el feudal o el esclavista), en tanto se basa en la
propiedad privada de los medios de producción y, por extensión, de los procesos
productivos. Como economía de mercado en la que las decisiones de producción
y consumo no están programadas a escala general, su equilibrio (que todo lo
320
Y que a su vez es el objeto del análisis económico: cómo se organiza una sociedad para
producir sus medios de existencia que, distribuidos entre sus miembros y consumidos por ellos,
permiten que la sociedad pueda producirlos de nuevo y así sucesivamente, proveyendo con ello,
de una forma constantemente renovada, la base material para el conjunto de la reproducción de la
sociedad en el tiempo.
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producido encuentre salida en el mercado) no está asegurado. Y, sobre todo,
tampoco está asegurado que la rentabilidad se mantenga permanentemente en el
nivel necesario para estimular la acumulación. Al contrario, el propio desarrollo
normal de la acumulación capitalista provoca dificultades crecientes que lleva a
caracterizar la economía capitalista como crecientemente contradictoria.
1.2. Crisis de realización y crisis de producción: ¿desequilibrios de
mercado o insuficiente plusvalía?
La primera aproximación a la posibilidad de crisis en la economía capitalista
procede de una constatación elemental, situada en el plano de la circulación (del
intercambio): la venta de M’, las nuevas mercancías producidas (con mayor valor
gracias al trabajo no pagado), es decir, el paso de M’ a D’, no está garantizado de
antemano (salvo producciones bajo pedido como en la compra de armamento por
el Estado, lo que plantea otras cuestiones como la forma de financiarla321). Por
tanto, la realización de la plusvalía ya generada potencialmente, por ese mayor
valor de M’ respecto a M, no está asegurada:
”Si este proceso fracasa –y la posibilidad de tal fracaso está dada en cada caso por la
simple separación [entre producción y venta] el dinero del capitalista se habrá
transformado en un producto sin valor y no sólo no habrá ganado valor nuevo alguno, sino
perdido el originario” (Marx, 1857-58, I: 355).
Se abre así la vía a las llamadas crisis de realización, ya sean de subconsumo
(insuficiente demanda total de bienes respecto a su producción total) o de
desproporcionalidad (coexistencia de sectores con exceso de oferta y sectores
con exceso de demanda). Ciertamente, tampoco está asegurado el
aprovisionamiento de la M inicial (el paso de D a M), punto de partida ineludible
para emprender el proceso de producción de plusvalía.
Sin embargo, los problemas de realización no son hechos excepcionales, son la
norma. Como no podría ser de otra manera en un tipo de organización social en la
que tanto el reparto del trabajo social para su consumo productivo (la asignación
de recursos) como el reparto del resultado del proceso de producción (los bienes
y servicios) se llevan a cabo sin planificación ni programación social alguna, sino
mediante la simple agregación a través del mercado de decisiones individuales.
Pero además, el subconsumo, pese a resultar una fuente de problemas, es a la
vez una condición necesaria para la acumulación.
“Puesto que el fin del capital no es la satisfacción de las necesidades, sino la producción
de ganancias (…) debe producirse constantemente una escisión entre las restringidas
dimensiones del consumo sobre bases capitalistas y una producción que tiende
constantemente a superar esa barrera que le es inmanente” (Marx 1894, 6: 329).
En efecto, si bien los salarios son un componente de la demanda, antes que nada
son la parte del valor nuevo que no se convierte en plusvalía. Como fuente de
consumo, una determinada magnitud del salario podría presentarse como
recomendable para facilitar la venta de los productos y, por tanto, para completar
el circuito capitalista con la fase M’-D’, de realización de la plusvalía que abre la
vía a la continuación de la acumulación. Pero como alternativa a la plusvalía, un
321
Véase Gill (1996: 599-629).
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salario relativamente bajo es la primera exigencia del capital para el proceso de
acumulación (puesto que debe dejar margen suficiente para la plusvalía que
sustente una tasa de ganancia atractiva) 322.
Ahora bien, el subconsumo o la desproporcionalidad no pueden ser identificados
como las causas profundas de las crisis. Si realmente lo fueran, éstas serían
fácilmente superables mediante un simple reajuste que restableciera las
proporciones intersectoriales o el equilibrio general entre la oferta y la demanda.
Por ejemplo, mediante una subida generalizada de salarios. Sin embargo, resulta
evidente que el capital rechazaría una medida de ese tipo pues afectaría de lleno
a su rentabilidad323.
“Cada capitalista sabe, respecto de sus obreros, que no se les contrapone como productor
frente a los consumidores y desea reducir al máximo el consumo de ellos, es decir, su
capacidad de cambio, su salario. Desea, naturalmente, que los obreros de los demás
capitalistas consuman la mayor cantidad posible de sus propias mercancías. Pero la
relación entre cada capitalista y sus obreros es la relación general entre el capital y el
trabajo, la relación esencial” (Marx, 1857-58, I, 373-374).
Esto pone en evidencia que el verdadero trasfondo de las crisis, más allá de los
simples desequilibrios de mercado, es un problema de rentabilidad, de dificultad
para la valorización del capital, de insuficiente producción de plusvalía. De modo
que aunque dichas crisis se manifiesten en primera instancia como desequilibrios
de mercado, lo que expresan estos desequilibrios es una sobreacumulación de
capital respecto a la posibilidad de su valorización. Sobreacumulación que
provoca a su vez una sobreproducción de mercancías que sirvan efectivamente
para una suficiente realización de plusvalía:
“El proceso normal de la acumulación del capital tiene como resultado una
sobreacumulación del capital, no en el sentido de que haya sobreabundancia de medios
de producción respecto a las necesidades de la población, sino en el sentido de una
sobreabundancia de medios de producción respecto a las necesidades de fructificación del
capital (…) Entonces se desarrolla una capacidad excedentaria en la economía,
coexistiendo con una población trabajadora excedentaria y resultante de las mismas
causas (…) el fenómeno de la sobreacumulación del capital se manifiesta también en la
sobreproducción de mercancías, una sobreproducción, que, en este punto, no puede
confundirse todavía con una saturación de las necesidades, sino que está determinada por
las necesidades de fructificación del capital, es decir, por la producción de ganancia (…)
La insuficiente valorización del capital que nace de una penuria relativa de plusvalía y que
322
La noción de “salario máximo” o “límite superior de los salarios” es muy clarificadora: se refiere
al nivel de los salarios por encima del cual éstos comprometen la rentabilidad por dejar insuficiente
espacio para plusvalía. Situación asimilable al agotamiento del “modelo sueco” que, impulsado
originalmente por el capital, se acaba revelando como incompatible con las necesidades de éste
(véase Del Rosal, 2007 y Gill, 1986). O al golpe de Estado en Chile en 1973 ante la fortísima
movilización social (véase Arrizabalo, 1995). Ambos casos, cada uno con sus particularidades,
muestran el límite que los salarios no pueden franquear en cada economía capitalista.
323
La opción de aumentar la demanda mediante una polarización del ingreso que aumente el
consumo de los capitalistas plantea a su vez dos problemas: por una parte, el riesgo de estallidos
sociales por los efectos de dicha polarización, tal y como se ha mostrado en las recientes
revoluciones del norte de África. Pero por otra parte, que tal polarización no es sino un aumento de
plusvalía que, por tanto, lleva la cuestión al terreno de la producción, en el que se verifican las
limitaciones de pretender contrarrestar las dificultades crecientes de valorización a través de un
aumento exponencial e ilimitado de dicha tasa, lo que choca no sólo con esos límites sociales sino
también materiales.
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tiende a hacer bajar la tasa de ganancia se manifiesta en el mercado con la forma
invertida de una sobreabundancia de mercancías invendibles” (Gill, 1996: 530-531).
Por tanto, la sobreproducción a la que nos referimos no es la otra cara del
subconsumo consustancial al capitalismo (lo que apuntaría a un mero
desequilibrio de mercado), sino el reflejo en el mercado del trasfondo de las crisis
que tienen que ver con otra desproporción: la que relacionando la plusvalía con el
capital anticipado conforman la rentabilidad que dilucida el sentido de la
acumulación324.
Este problema de fondo permite constatar que las crisis capitalistas no son una
cuestión simplemente cíclica, sino que se vinculan con el carácter crecientemente
contradictorio del capitalismo. El leit motiv de la acumulación capitalista es la
valorización del capital, que deriva de la apropiación de plusvalía como ganancia.
Ahora bien, la producción de la suficiente plusvalía, para que la rentabilidad
alcance el nivel que justifica la continuación del proceso de acumulación, no es
sólo que nunca esté asegurada, sino cada vez resulta más difícil. Éstos son los
términos del problema.
1.3. Descenso tendencial de la rentabilidad y factores contrarrestantes:
contradicciones cada vez mayores
La acumulación capitalista, como proceso mercantil que es, resulta de la
agregación de focos individuales de acumulación, los capitales. Que,
agrupadamente, en tanto que componentes de la clase capitalista, tienen
intereses comunes frente a la clase trabajadora (en concreto, el de limitar su
salario por debajo del nivel que comprometa la rentabilidad). Pero que, en su
individualidad, tienen intereses opuestos a los demás capitales por el imperativo
de la competencia, ya que todos ellos tratan de valorizarse en el mismo espacio.
Resultado de este imperativo es que los capitales buscan en la mecanización el
instrumento para aumentar la productividad que les permita llevar sus mercancías
al mercado con precios más bajos (gracias a su valor unitario menor, derivado de
dicho aumento de la productividad, que permite producir más valores de uso en el
mismo tiempo). Ni que decir tiene que los demás capitalistas han de realizar
movimientos similares, so pena de dejar de ser competitivos, vale decir, de dejar
de existir como tales capitales (para todo capital, el imperativo de ser competitivo
es, literalmente, una cuestión de vida o muerte).
Este proceso de mecanización, consustancial por tanto a la acumulación
capitalista, supone la sustitución relativa de fuerza de trabajo por medios de
producción. Fenómeno que no es inocuo para dicha acumulación, pues la fuerza
de trabajo es la única fuente creadora de valor, es decir, productora de plusvalía,
324
La idea de que Marx tiene varias explicaciones de las crisis, todas en el mismo nivel, es una
confusión procedente de la incomprensión, ya sea interesada o no, de su método expositivo en “El
capital”. Si pueden citarse fragmentos que parecen apuntar distintas concepciones, es sólo el
resultado de dicho método: “En efecto, (…) analiza las crisis con diversos grados de abstracción,
que son otras tantas etapas sucesivas de una explicación única de las crisis” (Gill, 1996: 543). La
culminación es la formulación de la ley que explica el devenir histórico del capitalismo: la del
descenso tendencial de la tasa de ganancia.
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al tratarse de trabajo vivo, pendiente de su “solidificación” en un proceso
productivo (por lo que se le denomina parte variable del capital o capital variable).
A diferencia de los medios de producción, trabajo ya “solidificado” en anteriores
procesos productivos y, por ello, sin capacidad creadora de valor nuevo, aunque
sí de trasladar su valor a las nuevas mercancías y de contribuir a que la fuerza del
trabajo cree proporcionalmente más plusvalía (es la parte constante del capital o
capital constante). Por ello, esa sustitución tiende, en mayor o menor medida y
más tarde o más temprano, a aumentar la composición del capital, lo que socava
así la fuente de la suficiente rentabilidad.
Al tratarse de una tendencia inherente al proceso de acumulación capitalista, se
formula con rango de ley. Pero el objeto de dicha ley tiene un estatus “tendencial”,
por cuanto hay factores contrarrestantes que pueden evitar por el momento su
caída efectiva. Es la “ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia” (Marx,
1894, 6: 271)325:
“Con la progresiva disminución relativa del capital variable con respecto al capital
constante, la producción capitalista genera una composición orgánica crecientemente del
capital global, cuya consecuencia directa es que la tasa del plusvalor, manteniéndose
constante el grado de explotación del trabajo e inclusive si éste aumenta, se expresa en
una tasa de ganancia constantemente decreciente (Más adelante se verá por qué este
descenso se pone de manifiesto no en esta forma absoluta, sino más en una tendencia
hacia una baja progresiva) (…) La tendencia progresiva de la tasa de ganancia a la baja
sólo es, por tanto, una expresión, peculiar al modo capitalista de producción, al desarrollo
progresivo de la fuerza productiva social del trabajo”.
El hecho de que la mecanización -y su reflejo en un aumento de la composición
orgánica del capital- sea no ya coherente con el proceso de acumulación sino una
exigencia de éste; y que, a la vez, le cause problemas, es lo que justifica calificar
al capitalismo como contradictorio. Sin embargo, todavía aquí podría parecer que
se trata de una cuestión puramente cíclica. Veamos por qué no.
Para que esta contradicción pueda eludirse temporalmente, se necesita que actúe
algún factor contrarrestante y en una proporción suficiente. En particular se acaba
exigiendo un aumento de explotación, de pv’ (la proporción con que la fuerza de
trabajo produce plusvalía respecto a su valor)326. Sin embargo, las dificultades
serán cada vez mayores, pues el capital obtiene la pv del reparto del valor nuevo
entre el salario v y dicha plusvalía, en una determinada relación que expresamos
325
Las interpretaciones de un supuesto automatismo en el planteamiento de Marx exigen obviar
dos formulaciones planteadas expresamente en “El capital”: en primer lugar, la mención al carácter
“tendencial” de ese descenso en la propia formulación de la ley (que se recoge ya en el mismo
título de la sección tercera del libro III: “Ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia”). En
segundo lugar, el explícito título del siguiente capítulo al de la formulación de “La ley en cuanto tal”
(capítulo XIII): “Causas contrarrestantes” (capítulo XIV). No es arriesgado por tanto calificar de
manipuladoras a dichas interpretaciones (significativamente procedentes de posiciones políticas
variadas pero con el afán común de tergiversar el planteamiento marxista).
326
En la actualidad este requerimiento de una explotación creciente se muestra inequívocamente
en las directrices ante la crisis de las instituciones del capital, como el FMI o la UE. Por ejemplo,
en el caso español con la contrarreforma laboral de mayo de 2010, el recorte de las pensiones de
enero de 2011 y la actual amenaza a la negociación colectiva. O en la UE en general, con la
subordinación del aumento de los salarios nominales al de la productividad que se plantea en el
reciente Pacto del Euro.
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como tasa de plusvalía, pv’=pv/v; pero logra su rentabilidad o tasa de ganancia,
g’, de la relación entre pv y no sólo v, sino también los medios de producción c
(g’=pv/c+v). Siguiendo con la terminología analítica marxista, todo esto se puede
ilustrar de la siguiente manera. Sea c=capital constante (valor de los medios de
producción); v=capital variable (valor de la fuerza de trabajo o salarios) y
pv=plusvalía, la tasa de ganancia, g’, queda definida como acabamos de
expresar: pv/(c+v). Dividiendo todos los componentes de esta expresión por v
tenemos (pv/v)/[(c/v)+(v/v)], es decir, g’= pv’/(q+1); donde pv’= tasa de plusvalía
pv/v (o grado de explotación, proporción de trabajo no pagado por unidad de
trabajo pagado) y q=composición orgánica del capital, c/v (relación que recoge
precisamente la tendencia creciente, en valor, a ser sustituida la fuerza de trabajo,
v, por los medios de producción, c). De modo que se deriva una relación inversa
entre q y g’. Y por tanto se constata la mencionada tendencia a la baja de la tasa
de ganancia debida al aumento de q.
Esta presión puede contrarrestarse mediante un aumento de la tasa de plusvalía,
pv’, que tiene una relación directa con g’. De forma intuitiva observamos que esto
se dificulta exponencialmente por el menor peso relativo de la mercancía que crea
la plusvalía, la fuerza de trabajo:
“Por consiguiente, cuanto más desarrollado sea ya el capital, cuanto más plustrabajo haya
creado, tanto más formidablemente tendrá que desarrollar la fuerza productiva para
valorizarse a sí mismo en ínfima proporción, vale decir, para agregar plusvalía, porque su
barrera es siempre la proporción entre la fracción del día –que expresa el trabajo
necesario-y la jornada entera de trabajo. Únicamente puede moverse dentro de este límite.
Cuanto menor sea ya la fracción que corresponde al trabajo necesario, cuanto mayor sea
el plustrabajo, tanto menos puede cualquier incremento de la fuerza productiva reducir
sensibly [sic] el trabajo necesario, ya que el denominador ha crecido enormemente. La
autovalorización del capital se vuelve más difícil en la medida en que ya esté valorizado”
(Marx, 1857-58, I, 283-284).
Formulemos esta intuición: para que la composición de capital exprese
correctamente en valor la composición técnica de los elementos que participan en
el proceso de producción ha de relacionar el primer componente de él, los medios
de producción (o, en términos de valor, c) con todo el segundo, el trabajo vivo (o,
en valor, v+pv). Es decir, llamando a esta composición orgánica Q para
diferenciarla de la anterior, Q=c/(v+pv). Por lo que la expresión correcta de la tasa
de ganancia en función de la tasa de plusvalía y la composición orgánica del
capital es esta otra: g’=pv’/[1+Q(1+pv’)]. De manera que incluso el aumento de la
tasa de plusvalía habilitado por el aumento de la productividad (que procede a su
vez de la mecanización creciente), resulta insuficiente para compensar el efecto
negativo sobre la rentabilidad del mencionado aumento de Q (salvo de una forma
puntual que no cuestiona la tendencia de fondo)327.
Es en el marco de la vigencia de esta ley de la acumulación capitalista donde
puede entenderse cabalmente el origen profundo de las crisis: una escasez de
plusvalía que, al afectar la rentabilidad, se expresa en una sobreproducción
relativa de mercancías, provocando así la necesidad de destrucción de capital. En
resumen, que la incapacidad puntual de contrarrestar la presión a la baja de la
tasa de ganancia se materialice en una caída efectiva, provocando la interrupción
del ritmo de acumulación (esto es, justo lo que hemos definido como crisis),
327
Véase Gill (1996: 515-518).
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abunda en la consideración del proceso capitalista de acumulación como cíclico.
Pero que, además, las dificultades de valorización sean crecientes y que, por ello,
se exijan aumentos asimismo crecientes de la tasa de plusvalía (que suponen, de
facto, una desvalorización de la fuerza de trabajo, es decir, una destrucción en la
principal fuerza productiva) pone en marcha una auténtica huída hacia delante del
capital que permite explicar lo que a primera vista, superficialmente, podría
resultar incomprensible: la distancia creciente entre las posibilidades materiales
de la humanidad y las condiciones reales de vida de la inmensa mayor parte de la
población mundial, incluso en las economías más avanzadas.
Es la supervivencia del capitalismo lo que se constituye en un rígido corsé que
impide materializar esas posibilidades en un desarrollo real. De forma análoga a
como, en su momento, el corsé feudal impedía en Europa el desarrollo de las
fuerzas productivas que potencialmente se incubaban en su seno. Y que sólo
pudieron ponerse en marcha con la exitosa lucha de clases de la incipiente
burguesía frente a la vieja clase dominante de la oligarquía terrateniente.
2. El desarrollo del capitalismo y sus límites históricos: el imperialismo y la
economía mundial
En el capitalismo, como en cualquier otro orden social, los fenómenos no ocurren
por casualidad. Obedecen a las leyes que rigen el proceso de acumulación. Por
eso, el desarrollo histórico de la economía capitalista presenta un conjunto de
tendencias que le son inherentes. Y sólo sobre la base de estas tendencias se
puede comprender el nuevo estadio capitalista desde los inicios del siglo XX, el
imperialismo. Ésta no es una cuestión cualquiera. La pregunta central que surge a
la luz de la grave situación actual es, precisamente, en qué momento histórico del
desarrollo histórico del capitalismo nos encontramos. O dicho de otro modo: ¿se
pueden resolver los problemas en el marco de este orden social, el capitalista?
Por ello, abordar el debate acerca del imperialismo y su vigencia es
imprescindible para tratar de responder cabalmente a esta pregunta.
2.1. Tendencias inherentes al proceso de acumulación capitalista:
concentración y centralización, internacionalización y desarrollo
desigual
El proceso capitalista de acumulación no se desarrolla de una forma equilibrada
entre los distintos capitales. Por el contrario, en el transcurso de dicho proceso los
capitales mayores se hacen cada vez relativamente más grandes en términos de
su peso relativo en el conjunto del capital. Y, por tanto, en el mercado. Por una
parte, sólo los capitales de cierta magnitud pueden encarar la posibilidad de
mecanización que ofrece el desarrollo científico y técnico. Es el proceso de
concentración del capital, que permite, a esos capitales una mayor gravitación en
el capital total y, con ello, obtener una rentabilidad mayor a la media (lo que les
protege, en cierta medida, cuando la rentabilidad media cae).
Pero por otra parte, en los periodos de crisis los capitales con mayor rentabilidad
tienen más posibilidades de escapar a la quiebra y, con ello, ocupar el espacio de
los que sí desaparecen (en particular a través de su absorción, aunque a menudo
se presente ésta como fusión). Esto redunda asimismo en un aumento de su peso
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relativo en el conjunto del capital. Este cambio de la propiedad de parte del capital
ya existente, cuya titularidad se detenta en adelante por un menor número de
capitales, es la centralización del capital. En términos del mercado, la
consecuencia de este doble proceso de concentración y centralización es una
oligopolización creciente que, a su vez, retroalimenta todo lo anterior.
Esta tendencia es inherente al capitalismo y se desarrolla desde sus inicios,
desde la acumulación originaria o primitiva del capital que transforma un
excedente precapitalista en capital, materializando así el tránsito al predominio de
las relaciones de producción capitalistas. Es decir, al capitalismo como modo de
producción, cuya primera concreción geográfica es la constitución de los
mercados nacionales y que hace posible un gigantesco desarrollo de las fuerzas
productivas (no idílico, sino basado en la explotación consustancial a toda
acumulación capitalista), lo que caracteriza el primer estadio del capitalismo que
designamos con el nombre de capitalismo ascendente. El desarrollo de las
fuerzas productivas no es sólo el espectacular desarrollo de la producción fabril,
sino también del proletariado como clase y de las grandes aglomeraciones
urbanas, que dan lugar al desarrollo de la construcción, los transportes y las
comunicaciones. Asimismo, las relaciones económicas internacionales van
adquiriendo una importancia creciente fruto de la propia extensión del capitalismo,
predominando en ellas la exportación de mercancías pues la de capitales todavía
tiene un peso muy limitado. Esto explica que no se pueda formular la noción de
economía mundial como tal, lo que por otra parte se constata además en la
existencia de territorios cuya subordinación a la lógica capitalista es prácticamente
inexistente.
Pero los cambios que se van produciendo en el capital, a medida que se
desarrolla históricamente el proceso de acumulación, no se refieren solamente a
una cuestión de tamaño, aunque éste siempre importe. Y tampoco se limitan al
capital, sino que tienen consecuencias importantes en otros ámbitos. Tras la
posibilidad de emprender la innovación técnica que se traduce en la mecanización
(base decisiva para la concentración), como detrás de la mayor rentabilidad que
blinda relativamente ante la crisis (base para la centralización), se encuentra el
acceso a una financiación extra de la que aporta la plusvalía directamente
apropiada como ganancia. Es decir, la que aporta el capital bancario, también
objeto de concentración y centralización y con el que el capital productivo va a
vincularse cada vez más estrechamente, apuntando ya una tendencia a la fusión
entre ellos. De modo que de este proceso resulta no sólo que una fracción
creciente del capital total se concentra en menos manos, sino que estas manos
detentan un capital que actúa simultáneamente en el ámbito de la producción y de
la circulación (comercial y financiera). Es decir, el proceso de concentración y
centralización no integra solamente capitales productivos sino también del ámbito
de la circulación.
Por otra parte, como resultado inmediato de la búsqueda de espacios de
valorización, la acumulación capitalista no se circunscribe al ámbito de las
economías nacionales. Por el contrario, la necesidad de nuevos mercados en los
que aprovisionarse de los recursos para convertirlos en capital y en los que
buscar la realización, la venta, impulsan la incorporación subordinada de nuevos
territorios a esta lógica: los capitales se internacionalizan. En primer lugar sobre la
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base de las relaciones comerciales internacionales ya preexistentes, con la forma
de capital mercantil, profundizando una división internacional del trabajo. A
continuación, se extiende la internacionalización al plano financiero, el del capital
dinerario (más adelante, ya bien entrado el siglo XX se generalizará al conjunto de
la actividad capitalista, incluida la directamente productiva a través de las
empresas multinacionales). La internacionalización del capital es, por tanto, otra
de las tendencias inherentes a la acumulación capitalista. De manera que los
capitales con mayor peso relativo en el capital total, que integran no sólo
actividades productivas sino también comerciales y financieras, despliegan dichas
actividades en una escala geográfica que va trascendiendo las fronteras
nacionales, incorporando nuevos territorios de una forma subordinada.
Esta división internacional del trabajo es la base de otra de las tendencias
consustanciales al capitalismo: el desarrollo desigual. No existe una modalidad
única de transición al modo de producción capitalista y de desarrollo posterior. Se
distinguen en concreto dos grandes modalidades según se realice
fundamentalmente de forma endógena o exógena (es decir, gestada dentro o
impuesta desde fuera). En el primer caso el proceso se origina en la incubación
en el orden precapitalista de las condiciones para esa acumulación originaria,
cuya materialización se verifica con la exitosa lucha de clases del sujeto que va a
conducirlas: la clase burguesa. En el segundo, por el contrario, la transición se
impone desde fuera bloqueando la configuración de esa nueva clase, de modo
que la acumulación se manejará por la alianza entre el capital exterior y la vieja
clase dominante, generalmente una oligarquía terrateniente.
Estos rasgos, concentración y centralización del capital, internacionalización del
capital y desarrollo desigual no son cambios circunstanciales sino que se
encuadran en el marco de la lógica del capital, obedeciendo por tanto a las leyes
de ésta. Y tampoco son meros cambios cuantitativos en la configuración del
capital y su ámbito de actuación, sino que van a provocar un cambio cualitativo en
el capitalismo haciéndole entrar en un nuevo estadio histórico, el imperialismo.
2.2. Imperialismo: una nueva configuración del capital, un nuevo terreno de
juego y un nuevo vínculo entre las relaciones de producción y las
fuerzas productivas
La culminación de todas estas tendencias se va apuntando en el tránsito del siglo
XIX al XX y culminará en los inicios de éste. Este nuevo estadio se caracteriza
porque de forma creciente el proceso de acumulación capitalista es conducido por
capitales que adoptan una nueva forma histórica (el capital financiero oligopólico e
internacionalizado: los grandes trusts, etc.) y en un nuevo terreno de juego (la
economía mundial), lo que supondrá importantes implicaciones sobre el desarrollo
de las fuerzas productivas. Es el estadio imperialista.
El resultado de la nueva configuración del capital y su consecuente ámbito
mundial de actuación es que las relaciones económicas internacionales son
dominadas cada vez más por el capital financiero, fruto del control bajo unas
mismas manos de fracciones crecientes de capital industrial y capital bancario. Y
se concretan, también de forma creciente, en la exportación de capitales. Este
hecho constituye un factor de primer orden para la consolidación de la economía
mundial regida por la acción de la ley del valor a escala planetaria, cuya
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materialización más inequívoca es la pugna por el reparto del mundo entre las
grandes potencias, al servicio de los que se van configurando como grandes
capitales oligopólicos trasnacionales.
La cuestión del imperialismo no es una cuestión más sino que encuadra la
pregunta central acerca de en qué momento de su recorrido histórico se
encuentra el capitalismo. Por ello, se relaciona con el debate de las crisis desde
una perspectiva no sólo teórica sino también histórica. Y por ello, también se
vincula directamente con el debate político sobre las perspectivas del capitalismo
y la superación de los problemas que provoca328. La clave radica en que la nueva
situación, caracterizada por una acumulación crecientemente conducida por ese
capital y a escala mundial, impone tensiones cada vez mayores sobre las fuerzas
productivas.
La noción de fuerzas productivas es objeto, a nuestro modo de ver, de una
extendida incomprensión329. Una cosa es la formulación de la fuerza productiva,
asociada estrictamente a la capacidad técnica de producción del trabajo, de forma
asocial y, por consiguiente, relacionada exclusivamente con la productividad. Y
otra cosa, bien distinta, es la noción económica y, por tanto, social, de fuerzas
productivas, noción que va mucho más allá de una consideración puramente
técnica. Claro que las fuerzas productivas se basan en la capacidad productiva,
que depende a su vez de las combinaciones que se pueden establecer entre el
trabajo vivo y los medios de producción disponibles. Pero en ningún caso esas
combinaciones son ajenas a las “reglas de juego” sociales (las relaciones de
producción) que determinan finalmente cuáles de esas posibles combinaciones se
llevan efectivamente a cabo. Hasta tal punto que la lógica propia de unas
determinadas relaciones de producción puede llevar a la inutilización de esa
capacidad (el fenómeno del desempleo, incomprensible desde el sentido común,
está ligado a la lógica capitalista, puesto que se produce simplemente por la
ausencia de rentabilidad suficiente para que se verifique efectivamente la
contratación de ese trabajo ofertado). Es decir, las fuerzas productivas, en su
interrelación con las relaciones de producción (gracias a la cual adquieren su
carácter social, histórico), consisten no en la productividad sino en el
aprovechamiento social de las potencialidades que, hipotéticamente, puede
aportar dicha productividad330.
“No todo trabajo humano equivale a poner en acción las fuerzas productivas. Así, un
trabajo que no responda a la finalidad de satisfacer las necesidades humanas y que, lejos
de favorecer el desarrollo de las fuerzas productivas, desencadene las fuerzas
328
Que esta pregunta sea habitualmente hurtada en el debate académico, en particular tapándola
con la omnipresencia del término fetiche “globalización”, no es casual sino que obedece
precisamente a estas implicaciones políticas. Y muestra el dominio actual de los sucesores de
aquellos a los que Marx denominaba “economistas vulgares”, cuya pretensión es puramente
apologética o propagandística.
329
Véase Gluckstein (1999: 83-96).
330
Por el contrario, entre las formulaciones que identifican el aumento de la productividad del trabajo
con el desarrollo de las fuerzas productivas, se cuenta la archiconocida “mediremos el grado de
desarrollo de las fuerzas productivas por el grado de PRODUCTIVIDAD del trabajo” (Harnecker,
Marta, 1969; “Los conceptos elementales del materialismo histórico”, Siglo XXI, México, 42).
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destructivas, puede ser considerado como inútil, o incluso como un desperdicio de tiempo
y fuerzas (Gluckstein, 1999: 88).
Planteado en estos términos, resulta sencillo contrastar que, en los últimos cien
años, efectivamente las fuerzas productivas han estado sometidas a fuertes
tensiones. Más aún, que la destrucción de valores propia de las crisis resulta ya
insuficiente para, de una forma relativamente cíclica, acabar restaurando las
condiciones para la acumulación. Y que esto provoca la necesidad de su
destrucción a una escala cada vez mayor.
“El modo capitalista de producción halla en el desarrollo de las fuerzas productivas una
barrera que nada tiene que ver con la producción de la riqueza en cuanto tal; y esta
barrera peculiar atestigua la limitación y el carácter solamente histórico y transitorio del
modo capitalista de producción; atestigua que éste no es un modo de producción absoluto
para la producción de riqueza, sino que, por el contrario, llegado a cierta etapa, entra en
conflicto con el desarrollo ulterior de esa riqueza” (Marx, 1894, 6: 310).
Hobson, en 1902331, fue el primer autor que consideró el capitalismo como
“imperialismo”. Pero él no identificaba con esta caracterización un nuevo estadio
del capitalismo, sino una opción que, como tal, podía ser revertida.
“la presunta inevitabilidad de la expansión imperialista en cuanto salida necesaria (…) La
lucha por los mercados, el mayor interés de los fabricantes por vender que los
consumidores por comprar, es la prueba final de una mala economía de distribución. El
imperialismo es fruto de esa mala economía; su remedio está en las ’reformas sociales’
(…) No hay necesidad de abrir nuevos mercados en el extranjero; los mercados
nacionales pueden seguir creciendo indefinidamente (…) con tal de que la ‘renta’, o
capacidad de demandar bienes, esté distribuida adecuadamente”.
Pese a su acertada descripción de los principales rasgos de la realidad de
principios de siglo, su aportación fue limitada por voluntarista. Al situar los
problemas de la acumulación capitalista en la realización (el paso de M’ a D’),
pretendía su resolución mediante una redistribución de la renta, haciendo caso
omiso del problema de fondo de las dificultades crecientes de valorización del
capital.
A continuación, la cuestión del imperialismo es abandonada prácticamente del
todo por la economía burguesa, ocupándose de ella sobre todo autores marxistas.
En 1909 Hilferding identifica la nueva forma que va tomando el capital con el
nombre de “capital financiero”332:
“El capital financiero pone progresivamente la disposición de la producción social en
manos de un pequeño número de asociaciones capitalistas. Separa la dirección de la
producción de la propiedad y socializa la producción hasta el límite que se ha de alcanzar
dentro del capitalismo. Las barreras de la socialización capitalista se forman, en primer
lugar, por la división del mercado mundial en las esferas económicas nacionales de los
Estados individuales, que sólo se puede vencer esforzada e imperfectamente con la
cartelización internacional. Al mismo tiempo, esta división prolonga la duración de la lucha
de competencia que llevan a cabo entre si los cartels y trusts con la ayuda de los medios
331
HOBSON, John (1902: 97-100 y 331). Hobson acabaría abandonando el Partido Liberal para
engrosar las filas del Laborista.
332
HILFERDING, Rudolf (1909: 413-420). Hilferding, marxista vienés, acabaría siendo ministro de
Finanzas de Alemania en 1923 y en 1928-29. Murió asesinado por la Gestapo en 1941.
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de poder estatales (…) El capital financiero en su perfección significa el grado más
elevado de poder económico y político en manos de la oligarquía capitalista (…)”.
Rosa Luxemburg aborda el tema en 1913, compartiendo aparentemente con
Hobson la preocupación acerca de la realización, pero desde una perspectiva
diametralmente opuesta (buscando la defensa del capitalismo éste, buscando su
superación aquella). Por eso, para Luxemburg el problema fundamental se sitúa
en el agotamiento de los mercados sí, pero vinculado a los límites del capitalismo,
no a una mala gestión de él333:
“De este modo, mediante el intercambio con sociedades y países no capitalistas, el
capitalismo va extendiéndose más y más, acumulando capitales a costa suya, al mismo
tiempo que los corroe y los desplaza para suplantarlos. Pero cuantos más países
capitalistas se lanzan a esta caza de zonas de acumulación y cuanto más van escaseando
las zonas no capitalistas susceptibles de ser conquistadas por los movimientos de
expansión del capital, más aguda y rabiosa se hace la concurrencia entre los capitales,
transformando esta cruzada de expansión en la escena mundial en toda una cadena de
catástrofes económicas y políticas, crisis mundiales, guerras y revoluciones (…) La
importancia práctica del problema es bien evidente (…) reside en sus conexiones íntimas
con el hecho más destacado de la vida política actual: el imperialismo” (…)”.
Una síntesis de la crítica a este planteamiento, que permite identificar esa
distinción entre ambos la formula Bujarín en 1926334:
“El mérito teórico principal de Rosa Luxemburg fue el de haber planteado el problema de
la relación entre los campos capitalista y no capitalista. (…) Pero (…) ha pasado por alto el
hecho de que la reproducción ampliada de las condiciones capitalistas es al mismo tiempo
la reproducción ampliada de todas las contradicciones capitalistas. (…) Otro extraordinario
mérito teórico de Rosa Luxemburg es el de haber planteado la necesidad histórica del
imperialismo. En oposición a los reformistas (…), en oposición también a los casi
ortodoxos al estilo de Kautsky (…) planteó con agudeza el problema del imperialismo
como la inevitable “apariencia inmanente” del capitalismo en cierta etapa del desarrollo.
De todos modos, no pudo comprender teóricamente el problema como problema
específico de nuestro tiempo. No trató de encontrar los fundamentos del imperialismo en la
búsqueda de mayores ganancias monopolistas y en el necesario movimiento del capital
financiero en esa dirección, sino en la absoluta imposibilidad de existencia del capitalismo
sin “terceras personas (…) Sin embargo, formuló el problema de la necesidad del
imperialismo y en general lo resolvió correctamente, si bien su solución se basó en
argumentos teóricamente erróneos (...)”.
En 1916 Lenin pública la obra que culminará el debate, contextualizando el
carácter histórico del imperialismo y aportando la que se constituirá en su
definición por excelencia335:
333
LUXEMBURG, Rosa (1913: 380). Teórica y dirigente marxista, rompió con el partido
socialdemócrata alemán tras el apoyo de éste a la I Guerra mundial y participó en la fundación de
la Liga Espartaquista, origen del Partido Comunista alemán. Murió asesinada, junto a Karl
Liebcknecht, en enero de 1919 bajo la responsabilidad del gobierno de Ebert-ScheidemannNoske.
334
BUJARIN, Nikolai (1926: 205-206). Teórico y dirigente bolchevique, acabó apoyando la
formulación del “socialismo en un solo país” de Stalin. Murió asesinado por orden de éste en 1938.
335
LENIN, V.I. (1916: 458-460). El título original en ruso utiliza el superlativo “fase suprema”, no el
comparativo “superior”. Como así ha sido traducido habitualmente en inglés o francés.
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“El imperialismo surgió como desarrollo y continuación directa de las propiedades
fundamentales del capitalismo en general (…)El imperialismo es la fase monopolista del
capitalismo (…) pero conviene dar una definición del imperialismo que contenga los cinco
rasgos fundamentales siguientes: 1) la concentración de la producción y del capital llegada
hasta un grado tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios, los cuales
desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con
el industrial y la creación, sobre la base de este ´capital financiero´, de la oligarquía
financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías,
adquiere una importancia particularmente grande; 4) la formación de asociaciones
internacionales monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la
terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más
importantes”.
Una derivación de este debate se planteó en torno a las nociones de
ultraimperialismo y súperimperialismo (dominio consensuado entre varias
potencias el primero; dominio impuesto por una única potencia el segundo).
Especialmente por parte de Kautsky en 1914, que, significativamente, comparte
con Hobson la idea de que es posible dar otra orientación al capitalismo336:
“(…) Éstas son las principales raíces del imperialismo, que ha sustituido al libre comercio.
¿Representa él la última posible forma fenoménica de la política capitalista mundial, o aún
es posible otra? En otras palabras, ¿ofrece el imperialismo la única forma posible para
expandir el intercambio entre la industria y la agricultura en el capitalismo? (…) el
resultado de la guerra mundial entre las grandes potencias imperialistas puede ser una
federación de los más fuertes, que renuncian a su carrera armamentista. Por lo tanto,
desde el punto de vista puramente económico no es imposible que el capitalismo todavía
pueda vivir a través de otra fase, la traducción de la cartelización en la política exterior:
una fase de ultra-imperialismo (…). Desde el punto de vista puramente económico, sin
embargo, finalmente no hay nada más para prevenir esta explosión violenta que
reemplazar el imperialismo por una santa alianza de los imperialistas”.
Lenin rebatió tajantemente este planteamiento, contribuyendo con su crítica a
afinar su propia caracterización del imperialismo como estadio del capitalismo al
que ha conducido, necesariamente, su pleno desarrollo337:
“Kautsky (…) se pronunció (…) declarando que por imperialismo hay que entender no una
fase o un grado de la economía, sino una política, la política preferida por el capital
financiero; que no se puede identificar el imperialismo con el capitalismo contemporáneo.
En su definición (…) dice: “el imperialismo es un producto del capitalismo industrial
altamente desarrollado. Consiste en la tendencia de cada nación industrial capitalista a
someter y anexionarse regiones agrarias cada vez mayores, sean cuales sean las
naciones que la pueblan”. Pero esta definición no sirve para nada, es unilateral (…) En el
aspecto económico las inexactitudes de la definición (…) saltan a la vista, lo característico
del imperialismo no es el capital industrial, sino el capital financiero. Kautsky (…) da un
paso atrás, con relación a Hobson, que sí tiene en cuenta, las dos particularidades
histórico-concretas del imperialismo contemporáneo: 1) concurrencia de varios
imperialismos, 2) predominio del financiero sobre el comerciante.
[Su] definición (…) separa la política del imperialismo de su economía, hablando de las
anexiones como de una política preferida por el capital financiero y oponiendo a la misma
otra política burguesa posible, según él, sobre la misma base del capital financiero (…)
sostiene que (…) no es imposible que el capitalismo pase todavía por una nueva fase,
fase del ultraimperialismo, el súperimperialismo, la unión de los imperialismos de todo el
336
KAUTSKY, Karl (1914: 41-46; el último párrafo forma parte de un añadido posterior que incluye
referencias a la guerra que ya ha estallado). Kautsky fue un teórico y dirigente socialdemócrata
que rompió con las posiciones marxistas desde la I Guerra mundial.
337
LENIN, V.I. (1916: 461-462).
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mundo, la fase de la explotación general del mundo por el capital financiero unido
internacionalmente (…) idea errónea, según la cual la dominación del capital financiero
atenúa las desigualdades y las contradicciones de la economía mundial, cuando en
realidad lo que hace es acentuarlas”.
Un aspecto crucial de esta discusión es el carácter estrictamente tendencial del
movimiento hacia la centralización. Sólo desde una perspectiva dialéctica puede
entenderse su significado, como explicaba Lenin en 1915338:
“Con un razonamiento teórico abstracto es posible llegar (...) a la misma conclusión a que
llegó Kautsky (...): no está ya distante la unión mundial de estos magnates del capital en
un trust mundial único, el cual sustituirá la competencia y la lucha entre los capitales
financieros que actúan en el marco de los distintos Estados por el capital financiero unido
internacionalmente (...). No hay duda de que el desarrollo marcha en dirección a un
único trust mundial, que devorará todas las empresas y todos los Estados sin excepción
(...) Sin embargo, esta conclusión es tan abstracta, simplista e inexacta como lo era la
análoga (…) de la década del 90 del siglo pasado [de la que] del carácter progresista del
capitalismo (...) [se] extraían conclusiones ora apologéticas (…) ora apolíticas (...). Pero,
por otra parte, el desarrollo marcha en tales circunstancias, con tal ritmo, con tales
contradicciones, conflictos y conmociones –no sólo económicas, sino también
políticas, nacionales, etc.- que, inexorablemente, antes de que se llegue a un único
trust mundial, a la unión mundial “ultraimperialista” de los capitales financieros nacionales,
será inevitable que estalle el imperialismo y el capitalismo se convierta en su contrario”.
¿Qué significa que el capital, con su nueva configuración, actúe a escala
mundial? Que, pese a la pervivencia de las economías nacionales, la ley del valor
opera predominantemente a escala mundial. Significa, en definitiva, la existencia
de una economía mundial como tal, estación de llegada del desarrollo capitalista
que, desde luego, tiene consecuencias importantes. Especialmente en relación
con las fuerzas productivas sobre las que va a haber tensiones cada vez
mayores, pues el capitalismo ya no va a poder salir de las crisis apoyándose
también en su expansión geográfica. Esta tendencia, que ya existía desde el
capitalismo ascendente339, se va a configurar definitivamente en el siglo XX, en el
imperialismo. Es decir, hablamos de economía mundial como categoría teórica, sí,
pero no abstracta sino expresión del desarrollo histórico del capitalismo.
“El marxismo parte del concepto de la economía mundial, no como una amalgama de
partículas nacionales, sino como una potente realidad con vida propia, creada por la
división internacional del trabajo y el mercado mundial, que impera en los tiempos que
corremos sobre los mercados nacionales. Las fuerzas productivas de la sociedad
capitalista rebasan desde hace mucho tiempo las fronteras nacionales. La guerra
imperialista fue una de las manifestaciones de este hecho (…) El capitalismo nacional no
puede, no ya transformarse, sino ni siquiera concebirse más que como parte integrante de
la economía mundial (…) Los rasgos específicos de la economía nacional, por grandes
que sean, forman parte integrante, y en proporción cada día mayor, de una realidad
superior que se llama economía mundial (…)” (Trotsky, 1930: 7-8 y 10).
338
LENIN, V.I. (1915); “Prefacio” en Bujarin (1915): La economía mundial y el imperialismo,
Cuadernos de Pasado y Presente., México, 1971, 25 y 29; (resaltado nuestro).
339
Como lo señalaban los propios Marx y Engels (1845-46: 36): “este desarrollo de las fuerzas
productivas (que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano históricouniversal, y no en la vida puramente local de los hombres) constituye también una premisa
práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto,
con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería
necesariamente en toda la inmundicia anterior” (resaltados suyos).
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Una implicación de la existencia de una economía mundial como tal es mostrar el
que la formulación estalinista de “socialismo en un solo país” era un engendro, no
ya contrario al planteamiento de Marx y los desarrollos marxistas posteriores, sino
especialmente en relación con el propio “debate soviético de los años veinte”
entre los principales teóricos bolcheviques340. La configuración de una economía
mundial marca un punto de no retorno. No hay vuelta atrás o, al menos, una
vuelta atrás que no sea destructiva y, por tanto, la solución de fondo a los
problemas tendrá que darse a escala mundial.
Si bien el desarrollo de la economía mundial constituye un progreso histórico incontestable
para la humanidad, este desarrollo (bajo el régimen de la propiedad privada de los medios
de producción y sometido a la ley de la ganancia) está bloqueado en su verdadera
finalidad por la acentuación de las tensiones nacionales e internacionales, por la
persistencia de la crisis crónica, económica, política y social del sistema. Éste es el hecho
de todo el siglo XX, período del imperialismo, período de las guerras y de las revoluciones.
Si el período de unos 25 años que ha seguido a la Segunda Guerra mundial ha podido
dejar creer que el capitalismo mundial había encontrado los medios de darse una nueva
estabilidad, de desembarazarse de las crisis y de asegurarse un crecimiento sostenido, el
resurgimiento, desde el fin de los años sesenta, de los problemas que se pretendían tener
definitivamente superados, su agravamiento total en el curso de los años setenta y la
convicción creciente de su irresolubilidad que se desprendía al principio de los años 80,
demostraron, frente a toda pretensión contraria, la persistencia de esta crisis crónica de
todo el régimen. Sólo las condiciones excepcionales de la posguerra (destrucción de
masas enormes de fuerzas productivas, sobreexplotación de la fuerza de trabajo, pillaje de
los países subdesarrollados...) y los medios artificiales (expansión del crédito y del
endeudamiento, relanzamiento de los gastos militares...) permitieron dejar creer que era
una cosa pasajera (Gill, 1983: 8).
Una de las expresiones más claras de esas tensiones crecientes sobre las
fuerzas productivas son precisamente las crisis.
Las crisis no son solamente posibles, sino necesarias. Su necesidad surge doblemente: de
su inevitabilidad y de su indispensabilidad. Son necesarias, en primer lugar, en el sentido
de que el curso normal de la acumulación conduce a ellas necesariamente o de manera
inevitable; al ser el resultado de la valorización insuficiente del capital y de la caída de la
tasa de ganancia que implica el aumento de la productividad, expresan así periódicamente
un bloqueo inevitable de la acumulación. Son necesarias, en segundo lugar, en el sentido
de la función indispensable de saneamiento que llevan a cabo por la destrucción de
valores y la restauración de la rentabilidad que de ellas se desprende, haciendo posible la
reanudación de la acumulación” (Gill, 1996: 541).
Hemos explicado en el primer apartado la inevitabilidad de las crisis. Importa
ahora su condición de indispensables. Porque esa “función de saneamiento” no
se verifica de igual modo en el imperialismo que en el capitalismo ascendente. No
es que en éste fuera un mecanismo automático, porque entre otras cosas dicha
función se veía ayudada por la expansión colonial como palanca anticrisis. Pero sí
que en el imperialismo las sacudidas son, también necesariamente, más
violentas. Como se aprecia repasando panorámicamente el transcurso del siglo
XX. Y en particular los últimos cuarenta años de la economía mundial, que
describen una secuencia en la que el ajuste fondomonetarista, respuesta del
340
Véase De Blas (1994: 137-158).
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capital a la crisis de los setenta, acaba llevando a una nueva crisis. Expresión
inequívoca de la noción mencionada de “huída hacia delante”.
En resumen, ¿por qué planteamos esta noción casi centenaria de imperialismo?
Obviamente no se trata de adherirse per se a tal o cual formulación clásica.
Nuestro objetivo es responder de forma solvente la pregunta que tenemos
planteada –en qué momento histórico estamos-. Para hacerlo, necesitamos
caracterizar teóricamente la situación actual de la forma más afinada posible. Y
esta caracterización sólo puede basarse en reflejar los datos relevantes que nos
muestra la realidad. Es decir, sólo puede basarse en los hechos, sin caer en la
tentación de bautizar de forma más o menos ingeniosa supuestos nuevos
fenómenos, cuyo contenido sustancial distintivo como estadio del capitalismo, a la
manera del que separa el capitalismo ascendente del imperialismo, es
inexistente341.
La validez de esta formulación se muestra no ya en que su contenido se
mantenga sino en que no ha dejado de intensificarse. En cuanto a la
configuración de los capitales dominantes como capitales crecientemente
internacionalizados, crecientemente centrados en la exportación de capitales y,
por ello, crecientemente oligopólicos. En cuanto a la economía mundial como
ámbito en el que opera de forma creciente la ley del valor que rige el proceso
capitalista de acumulación. Y, resultado de lo anterior, en cuanto a las tensiones
igualmente crecientes sobre las fuerzas productivas.
La distancia creciente de las condiciones de vida de la mayoría de la población
mundial en relación con las posibilidades materiales (es decir, la destrucción de
fuerzas productivas), explica la pertinencia de la mencionada pregunta acerca de
en qué momento histórico estamos. Porque el hecho de que en estos cien años
haya habido muchas y graves convulsiones en la economía capitalista… es
precisamente lo que define la noción de imperialismo. Que, en su esencia, puede
resumirse como sigue: la nueva configuración del capital y de su ámbito general
de actuación, tiene como consecuencia principal la tensión creciente hacia las
fuerzas productivas (resultado de la supervivencia del capitalismo en un momento
tan avanzado del descenso tendencial de la tasa de ganancia, base en definitiva
de esas convulsiones)342.
O dicho de otra forma, la superación en positivo del régimen capitalista, que
permita evitar los problemas que provoca, no es ni podrá ser un proceso
automático sino que se dilucidará en el terreno más amplio de la política (como en
341
Con formulaciones que van desde el “capitalismo monopolista” de Baran y Sweezy, el
“capitalismo monopolista de Estado” de Boccara y el Partido Comunista francés o el
“neocapitalismo” de Mandel en los años cincuenta y sesenta, hasta las más recientes del “fin de la
historia” de Fukuyama, la “nueva economía” (basada en las nuevas tecnologías, las “puntocom”),
la “financiarización” o la tan exitosa mediáticamente -pero a menudo vacía de contenido relevante“mundialización/globalización”.
342
Y de ahí la importancia del debate que enfrenta a quienes depositan ilusiones en otro
capitalismo (como Hobson o Kautsky) frente a quienes no (como Luxemburg o Lenin). Y sus
sucesores en la actualidad…
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otras situaciones históricas343). Por eso, en su ausencia, se mantendrá esa
marcha que no tiene nada de lineal, sino que el propio Lenin describía “con tales
contradicciones, conflictos y conmociones –no sólo económicas, sino también
políticas, nacionales, etc.-”.
2.3. El siglo XX y la secuencia reciente de crisis→ajuste→crisis
En los últimos cien años, los procesos de destrucción van mucho más allá de las
crisis, pese a su magnitud, adquiriendo formas tan gigantescas como las dos
guerras mundiales y las demás. Y en particular una forma más gigantesca, la
desvalorización de la fuerza de trabajo. Crisis, guerras y desvalorización de la
fuerza de trabajo son mecanismos interrelacionados entre sí y vinculados a los
requerimientos de rentabilidad propios del capital en este momento de su
desarrollo histórico, dramáticamente vigentes todos ellos como se está mostrando
precisamente en los primeros meses de 2011.
La agudización de las dificultades de valorización se expresa en el estallido de
virulentas crisis: la de los años treinta, la de los setenta o la actual (mal llamadas,
respectivamente, “del 29”, “del 73” y “del 2007-08”, porque van mucho más allá de
los detonantes acaecidos en esos precisos momentos). Ante ellas, el otrora
mecanismo saneador de la propia crisis, que destruyendo valores (cierre de
empresas, despidos…) permitía restablecer la rentabilidad y, con ello, que se
reanudara la acumulación, se muestra incapaz por sí mismo de recomponer las
condiciones de valorización. La consecuencia de esta incapacidad se concreta en
la necesidad de procesos, cada vez mayores, de destrucción de fuerzas
productivas como requisito para la reanudación de la acumulación. Es la máxima
expresión de la “huída hacia delante”.
En relación con la crisis de los treinta, ni la propia destrucción de la crisis ni el
recurso a la intervención estatal (la palanca burguesa de estímulo de la demanda
impuesta por Roosevelt en EEUU desde 1932-33 y teorizada por Keynes en
1936) permitirán la reanudación de un ritmo acelerado de acumulación 344. Por el
contrario, la recuperación sólo acabará siendo posible tras la brutal destrucción
económica y social de la Segunda Guerra mundial y el posterior entramado
internacional consensuado en los acuerdos de Yalta y Potsdam entre EEUU como
potencia capitalista en ascenso, hegemónica; Gran Bretaña como potencia
capitalista ya en declive y la URSS estalinista. Respecto a la de los setenta, ni
siquiera la posterior imposición generalizada del ajuste fondomonetarista (con su
corolario en términos de intensa desvalorización de la fuerza de trabajo, de
liquidación de conquistas sociales) ha permitido una recuperación generalizada y
sostenida que justifique hablar de una nueva etapa de crecimiento en los ochenta,
343
Es muy interesante al respecto la discusión que plantea Keynes, pese a su hostilidad al
marxismo, en su artículo de 1926 “Trotsky e Inglaterra” en el que comenta el texto de éste, de
1925, titulado “¿Adónde va Inglaterra?”.
344
“Bajo la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, el gobierno había empleado un 60% de los
parados del país en vastos trabajos públicos (…) a pesar de la amplitud de estas medidas la tasa
de desempleo en Estados Unidos, que era más del 30% en 1933 y que había sido reducida al 13%
en 1936, seguía en un 10% en 1940. Fue solamente ‘gracias’ a la Segunda guerra mundial como
el paro fue finalmente eliminado, cayendo al 1% y la actividad vigorosamente relanzada” (Gill,
2009a: 27).
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noventa y primeros años del siglo XXI a la manera de la de los años cincuenta y
sesenta (y en todo caso, los acotados episodios de crecimiento habidos se
vinculan directamente a una regresión social de carácter histórico345). Y cómo, por
otra parte, toda especulación acerca de supuestos nuevos redespliegues de la
acumulación capitalista se han acabado zanjando con el estallido de la profunda
crisis actual.
Las condiciones fundamentales que caracterizan al capitalismo desde entonces
se siguen manteniendo y tienen consecuencias graves desde el punto de vista de
las crisis. Además de las dificultades crecientes para contrarrestar la tendencia
declinante de la tasa de ganancia, el lugar predominante que adquiere el capital
financiero implica una paradoja. Si bien resulta crucial su función estimuladora del
proceso de concentración y centralización del capital, así como su papel en la
configuración de la economía mundial como tal, su orientación fuertemente
especuladora le hace provocar continuos estallidos de crisis muy graves en
plazos de tiempo cada vez más cortos (en términos teóricos, estamos hablando
de un circuito D D’ en el que sin producción de plusvalía se obtiene ganancia,
procediendo ésta por tanto de cesiones de plusvalía del capital productivo –que
exige a su vez aumentar la explotación-; y también de una vorágine de capital
ficticio que toma la forma de burbujas que necesariamente acaban desinflándose).
Pero estos estallidos se muestran a todas luces incapaces de llevar efectivamente
a cabo la tradicional función de saneamiento necesaria para la reanudación de la
acumulación.
En efecto, tras la crisis de los años treinta, no fue suficiente con la intervención
masiva de los Estados –que sólo alivió la profundidad de la crisis-, sino que sólo
fue posible la reanudación de la acumulación con la guerra y todos sus corolarios
(que inauguran la supuesta “edad dorada” del capitalismo que nosotros
calificamos de “huída hacia delante”). No obstante, la supervivencia del
keynesianismo como principal referente teórico justificador de las políticas
aplicadas es importante, aunque la intervención estatal de las décadas
posteriores fuera mucho más allá de los planteamientos acotados, básicamente
anticíclicos, de Keynes. En efecto, se utilizan como referente para, “haciendo de
la necesidad, virtud”, integrar las concesiones a la clase trabajadora que el capital
se ve obligado a aceptar para la desactivación del conflicto social que le ofrece la
colaboración de las direcciones de las dos principales corrientes del movimiento
obrero346. Concesiones cuya condición de fardo insostenible para la acumulación
se constatará inequívocamente con la crisis de los setenta. Y que, por ello, serán
situadas en el punto de mira de las políticas, para su liquidación, muy
345
En EEUU, por significativo ejemplo, la participación de los sueldos y salarios en el PIB pasa del
50,1% en 1980 al 45,8% en 2005. Excluyendo al primer quintil de asalariados, en esas dos
décadas los salarios reales cayeron el 18% (las fuentes respectivas son el Bureau of Economic
Analysis y el Departament of State). Igualmente mecanismos destructivos son la economía del
armamento a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX así como, especialmente en el periodo
más reciente, la economía de la droga y otras actividades conectadas a la criminalidad financieroespeculativa.
346
La socialdemocracia y el estalinismo que, frente a toda pretensión de ruptura, revolucionaria, se
sitúan en el marco de colaboración interclasista definido en las conferencias de Yalta y Postdam
para las economías occidentales.
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señaladamente a partir de los gobiernos de Thatcher en Reino Unido (desde
1979) y Reagan en EEUU (desde 1980).
El fracaso de esta orientación “keynesiana” para hacer frente a los crecientes
problemas de valorización inherentes al desarrollo capitalista se pone de
manifiesto con el estallido de la crisis en los primeros setenta. Desde los ochenta,
el regreso al predominio de las políticas de inspiración/justificación liberal (no
resultante de ningún debate teórico sino de las necesidades del capital, cuya
concreción en términos de política económica se reviste “a posteriori” con el
entramado teórico-propagandístico liberal) no podía tener resultados frente a los
problemas de valorización mencionados, excepto de forma muy limitada y
coyuntural, tal y como se ha encargado de demostrar de forma inequívoca la
actual crisis. A pesar del aumento sostenido de la tasa de plusvalía que, pese a
sus graves efectos de deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la
población, no logra aportar el suficiente margen de rentabilidad para la
prosecución de la acumulación.
Esta orientación puede resumirse como expone Valenzuela (1991:153-154),
mostrando las posibilidades que trata de abrir y su alcance muy limitado:
En primer lugar se podría caracterizar como una modalidad específica e históricamente
determinada, de reconstitución de la tasa de ganancia. Para ello, se apoya
fundamentalmente en la elevación de la tasa de plusvalía. Para lograrlo, se busca
congelar o controlar la expansión de los salarios reales y, para tales efectos, los
mecanismos que se privilegian son la dilatación del ejército de reserva industrial y la
coacción directa o extraeconómica (…)
Al mismo tiempo provoca una modificación sustancial en las modalidades de reparto de la
plusvalía social (…): i) retracción del beneficio empresarial y mayor peso de la plusvalía
que se traduce en intereses; ii) especialmente por la vía de los intereses, crecimiento de la
masa de plusvalía, absoluta y relativa, que fluye al exterior. Como consecuencia de lo
anotado, desestímulo a la acumulación productiva en general y, en particular, a la más
pesada y de más largo período de maduración.
La alta tasa y masa de plusvalía combinada con los bajos niveles de la acumulación
productiva dan lugar a la emergencia de agudos y recurrentes problemas de realización.
Por las características del modelo, ni el gasto (o déficit) estatal ni un eventual superávit
externo, pueden jugar como palancas resolutivas. De hecho, son la expansión del
consumo suntuario y otros gastos improductivos, los mecanismos que se privilegian para
suavizar los problemas de realización del excedente. De aquí, el parasitismo esencial del
modelo.
La configuración económica estructural que precipita el ideario neoliberal, da lugar a
consecuencias de largo plazo o tendenciales: i) menores ritmos de crecimiento; ii) mayor
inestabilidad en el curso de la reproducción.
La crisis actual ha zanjado toda idealista aspiración de que la llamada
“globalización” o “mundialización” permitiera a la acumulación capitalista
desembarazarse de sus contradicciones. Mostrándose así, descarnadamente,
que la concepción de la globalización como un supuesto nuevo estadio del
capitalismo era puramente retórica. Pero mostrándose también que su trasfondo
real, la universalización de las políticas de ajuste permanente del FMI, de
abaratamiento del costo directo e indirecto de la fuerza de trabajo (con su
corolario en términos de deterioro de las condiciones de vida de la inmensa mayor
parte de la población mundial), sólo era un nuevo episodio de esa “huída hacia
delante”. A la cual, sin embargo, se quiere volver con la orientación de “más de lo
mismo” ante la crisis, eje que preside las propuestas de las instituciones del
Página 726 de 1374
capital y particularmente de los organismos intergubernamentales como el propio
FMI o la UE, a las que optan por subordinarse la inmensa mayoría de los
gobiernos.
El desempeño reciente de la economía mundial se sintetiza en la secuencia
“crisis ajuste más crisis”. Secuencia que parte de la crisis de los setenta,
reveladora de que lo excepcional no eran las dificultades graves en el proceso de
acumulación, sino la continuidad de éste durante los años 50 y 60, al
fundamentarse en bases tan inestables como las condiciones extraordinarias de
la posguerra (desvalorización de la fuerza de trabajo, enormes espacios de
rentabilidad en la reconstrucción, estabilidad monetaria internacional impuesta por
la solvente e incontestada hegemonía estadounidense y estabilidad política
derivada de la orientación de paz social a la que se subordinan las principales
direcciones del movimiento obrero en el marco de los acuerdos de Yalta y
Postdam) y el recurso a medios artificiales (como el crédito masivo o la economía
de armamento). Secuencia que continúa con el ajuste como instrumento del
capital contra la caída de la rentabilidad que está en el origen de la crisis, ajuste
basado en el cuestionamiento del status quo salarial previo, impuesto a través de
las privatizaciones, la desreglamentación, la apertura, etc.. Y secuencia que
desemboca en la respuesta tajantemente negativa a la pregunta acerca del éxito
final de dicho ajuste –cara al restablecimiento de la rentabilidad para la
reanudación de la acumulación- zanjada inequívocamente, como decíamos, con
la grave crisis actual.
De hecho, es muy significativa la caracterización del periodo que transcurre entre
la crisis de los setenta y la actual. ¿Podemos definirlo como un periodo de
crecimiento o expansión entre dos crisis? Claramente, no. De hecho, si
mantenemos el criterio que nos lleva a hablar de crisis en los setenta y crisis en la
actualidad, esto es, el criterio del ritmo de acumulación, debemos definir el
periodo intermedio como un periodo de irregularidades, inestabilidad, asimetrías,
vaivenes, etc. Si en lugar de adoptar ese criterio nos fijamos en lo más destacado,
constatamos que es justamente la mundialización del ajuste el elemento que
identifica de forma más nítida el periodo. Es decir, el criterio no sería directamente
el ritmo de acumulación sino la respuesta del capital a las dificultades de
mantener un cierto ritmo de acumulación.
3. Significado de la crisis actual: una encrucijada histórica
A principios de 2007, pese a los indicadores que apuntaban la insostenibilidad de
la situación financiera, inmobiliaria y económica en general, la amenaza de la
crisis apenas estaba presente en el orden del día de las instituciones del capital.
El primer estallido de agosto de 2007 fue identificado mayoritariamente por ellas
como una crisis puntual y limitada a aspectos parciales (inmobiliario y financiero
sobre todo: la “crisis de las hipótecas subprime”).
El desarrollo posterior de los acontecimientos ha puesto en seguida de relieve que
se trata de una crisis mucho más profunda, cuyas causas van más allá de meros
desajustes de mercado. O dicho de otra forma, que el problema no se había
originado en una insuficiencia de ingresos que había llevado al endeudamiento y,
en general, a la espiral especulativa. Sino, por el contrario, en una dificultad
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creciente para el capital de encontrar espacios de valorización, ante la que había
intensificado una huída hacia delante que, entre otras cosas, incluía la concesión
masiva de créditos carentes de toda probabilidad de devolución347.
3.1. Estallido y desarrollo de la crisis: ¿sólo aspectos inmobiliarios y
financieros?
Desde antes incluso de la crisis de los setenta y, en particular, de la quiebra del
sistema monetario de Bretton Woods en 1971, ya comienza a expandirse la
actividad financiera de una forma en la que su dimensión especulativa prima
sobre la crediticia. En particular a partir del desarrollo del mercado interbancario
de eurodólares como tal desde 1958, cuya rápida extensión se vincula a las
limitaciones del orden de posguerra y la condición de EEUU como “gigante” que
acaba siéndolo “con pies de barro” (lo que acaba expresándose en su déficit por
cuenta corriente). La ruptura del patrón dólar-oro en 1971 va a convertir al
mercado internacional de divisas en un espacio privilegiado para la especulación
(las monedas pasan a intercambiarse, cada vez en mayor medida, más como
activos financieros que como medio para el intercambio de mercancías). Y sobre
esta base se acabarán configurando los mercados secundarios, especialmente de
seguros, que hoy, multiplicados exponencialmente, conocemos como derivados.
La formación de grandes bolsas de divisas en los países exportadores de petróleo
como resultado del aumento de su precio en 1973 (los “petrodólares”) intensifica
este proceso.
Desde mediados de los setenta, las dificultades de valorización propias de la
crisis estimulan aún más el desvío de capitales al ámbito financiero. En particular
hacia determinados sectores de las economías dependientes (y del bloque de la
URSS) en lo que constituye el origen de la crisis de la deuda externa que estalla
en agosto de 1982 con la declaración del gobierno mexicano (y el polaco) 348. Y
también hacia la financiación de la deuda pública de los países desarrollados.
Sería pretencioso intentar exponer brevemente el recorrido completo de la
expansión de la actividad financiera especulativa. Baste lo expuesto hasta aquí,
añadiendo que será propulsada por la desregulación financiera que se impone en
casi todos los países bajo la égida del FMI desde el pistoletazo de salida que dan
Thatcher y Reagan en 1979-80. Y que culminará con el fenómeno de la
titulización y los riesgos asociados a ella. Baste asimismo para indicar la magnitud
de esa expansión que en 2007
347
Greenspan sigue reivindicando explícitamente las “subprime” en 2007, pese al riesgo y
distorsión del mercado que reconoce que implican, alegando los beneficios que aporta la
ampliación del número de propietarios (Greenspan, Alan, 2007; La era de las turbulencias,
Ediciones B, Barcelona, 2008: 263).
348
La situación actual presenta varios paralelismos con la crisis de la deuda externa: por una
parte, su origen común, asociado a la necesidad de mover los capitales incluso sin garantía
razonable alguna acerca de su ulterior devolución, bajo el amparo de que los Estados no quiebran
y, por tanto, pueden nacionalizar esa deuda, para imponer a continuación su pago a la población;
por otra parte, las medidas para asegurar este pago y la forma profundamente antidemocrática de
imponerlas, entonces en la mayoría de las economías dependientes y ahora en los casos de
Grecia, Irlanda, Portugal, etc.
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“la suma total de los activos bancarios y de los títulos de deuda privada y pública
representaba 4,4 veces el producto mundial bruto” y “el valor mundial de los productos
derivados de cualquier tipo de transacción que a finales de 2008 era del orden de 700
billones de dólares, es decir, alrededor de 14 veces el producto mundial bruto" (Gill,
2009b: 12 y 18).
La consecuencia será una gran inestabilidad que se traducirá en numerosos
episodios de crisis, más o menos puntuales y limitados. El mismo Gill (2009b: 14)
cita un estudio de Laeven y Valencia para el FMI en el que se identifican 124
crisis bancarias, 208 crisis cambiarias y 63 de impagos o reestructuración de
deuda (algunas dobles e incluso 10 triples). Y menciona también otro estudio, de
Eichengreen y Bordo para el National Bureau of Economic Research
estadounidense, que recuenta 139 crisis bancarias, cambiarias y conjuntas entre
1973 y 1977 frente a 38 entre 1945 y 1971349. Es decir, las crisis vinculadas a la
actividad financiera no tienen nada de excepcional. E incluso esta tan somera
panorámica muestra que la expansión de la actividad especulativa no puede ser
comprendida sin encuadrarla en el marco de las dificultades de valorización
propias del imperialismo.
“[la parte de la ganancia no consumida] sólo se transforma en capital dinerario cuando no
resulta inmediatamente utilizable para la ampliación de los negocios en la esfera de la
producción (…) en primera instancia se transforma en capital dinerario prestable y sirve
para la ampliación de la producción en otras esferas (…) Pero si esta nueva acumulación
tropieza con dificultades en su aplicación, si choca contra la falta de esferas de inversión,
es decir si se opera una saturación de los ramos de producción y una sobreoferta de
capital en préstamo, esta plétora del capital dinerario prestable no demuestra otra cosa
que las limitaciones de la producción capitalista” (Marx, 1894, 6: 653-654).
3.2. El trasfondo real de la crisis
Finalmente, tras la crisis inmobiliaria y financiera se muestra la crisis económica
general. El año 2008 la producción mundial aumentó solamente un 1,6% y el año
2009 cayó un 1,9% (0,0 y -2,6 en Norteamérica y -0,6 y -0,4 para la UE). En los
peores años de la crisis de los setenta, 1974 y 1975, la producción mundial creció
1,6 y 0,9 (-0,2 y 0,0 en Norteamérica y 2,3 y 0,6 en los países de la UE). Incluso
numerosos autores comparan su magnitud con la crisis que estalló en 1929 350. Un
corolario central es la extensión del desempleo351.
Las mismas circunstancias que han elevado la fuerza productiva del trabajo, aumentado la
masa de los productos mercantiles, expandido los mercados, acelerado la acumulación del
349
Laeven, Luc y Valencia, Fabián (2008); “Systematic banking crisis”, IMF Working Paper
WP/08/224, septiembre; y Eichengreen, Barry y Bordo, Michael (2002); “Crises now and then: what
lessons from the last era of financial globalization?”, NBER Working Paper 8716, enero.
350
Por ejemplo, James Galbraith en su declaración ante el Committee on Financial Services de la
US House of Representatives (26.2.2009) o Eichengreen y O’Rourke en “A Tale of Two
Depressions” (disponible en voxeu.org). Para Scott Reynolds Nelson (“The Real Great
Depression”, The Chronicle of Higher Education Washington, 17.10.2008), más bien se debería
comparar a la de 1873. Referencias tomadas respectivamente de Valle Baeza (2009: 1) y Gill
(2009b: 2 y 5).
351
“Según (…) Dennis Lockhart (…) [de] la Reserva Federal, la tasa de paro real, incluyendo los
trabajadores desanimados que ya no buscan un empleo y las personas obligadas a trabajar a
tiempo parcial, es del 16% en Estados Unidos, más de seis puntos porcentuales por encima de la
cifra oficial de 9,4% en el primer trimestre de 2009” (Gill, 2009b: 5).
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capital, tanto respecto a su masa como a su valor, y rebajado la tasa de ganancia, las
mismas circunstancias han generado una sobrepoblación relativa y la generan
constantemente, una sobrepoblación de obreros que el capital excedente no emplea a
causa del bajo grado de explotación del trabajo con el cual únicamente podría
empleársela, o cuando menos a causa de la baja tasa de ganancia que arrojaría en caso
de un grado de explotación dado (Marx, 1894, 6: 328).
Constatada la crisis, resta la cuestión fundamental acerca de su caracterización
(¿qué tipo de crisis?), de sus causas profundas más allá de sus detonantes
inmediatos (¿por qué ocurre la crisis?). Al respecto, hay una pléyade de autores
que apuestan por una interpretación que la limita a desequilibrios de mercado.
Entre ellos, algunos que, desde posiciones críticas con la situación actual,
detectan correctamente la polarización creciente de la distribución del ingreso,
conectada con la enorme expansión de las actividades financiero-especulativas,
efectivamente acaecidas ambas en el periodo reciente352. En tal caso, se
apuntaría finalmente, de forma explícita o no, una interpretación subconsumista
de esta crisis, lo que les emparenta con aquellos que en el debate sobre el
imperialismo asocian éste a una forma de conducirse el capitalismo no ineludible
por intrínseca a su lógica, sino, por el contrario, como una suerte de desviación
respecto a otras posibilidades (y por tanto evitable).
Esta polarización del ingreso es la expresión, sobre todo, de un aumento de la
tasa de plusvalía que resulta de las políticas de ajuste cuyo sentido hemos
explicado en el apartado anterior. Ciertamente también ha habido un cambio en el
reparto de la plusvalía entre las distintas formas de ganancia, a favor de la
financiera (lo que a su vez ha presionado en la dirección de una mayor exigencia
de plusvalía).
Estos hechos no pueden ser comprendidos de forma ajena al marco teórico
general que explica la acumulación capitalista y su contradictorio desarrollo
histórico. El subconsumo no tiene nada de excepcional. Al contrario, es un
requisito ineludible de la acumulación, que se encuentra sometida a unas
dificultades crecientes de valorización (causa a su vez del descenso tendencial de
la rentabilidad). Por eso, no se puede atribuir al subconsumo ser el causante
profundo de la crisis, lo que implicaría que la resolución de ésta pasaría por una
redistribución más equitativa de la renta. Ciertamente si analizáramos
aisladamente la cuestión, solamente en términos del intercambio, el problema de
la realización se resuelve, más o menos fácilmente, con un aumento del ingreso
de la mayoría de la población.
Pero no se puede analizar aisladamente, porque equivaldría a sostener que las
mercancías “caen del cielo”, que no son producidas de acuerdo a la lógica
capitalista. Ni siquiera puede abordarse en el mismo plano que la rentabilidad,
porque la fuerza motriz -la única fuerza motriz- de la acumulación es la
valorización del capital, esto es, la producción de plusvalía y su apropiación como
ganancia. Fuerza motriz a la que, en el marco de dicha lógica, se subordina
cualquier otra consideración. La rentabilidad que resulta de esa valorización es el
“imperativo número uno”.
352
Por ejemplo, Viçenc Navarro para el caso español (véase vnavarro.org).
Página 730 de 1374
En definitiva, en la crisis actual el subconsumo es la expresión superficial de una
sobreproducción general derivada de una sobreacumulación del capital (en
particular de medios de producción)353. Esta sobreacumulación se da en un
periodo caracterizado, en términos generales, por una relativa recuperación de la
tasa de ganancia, vinculada, sobre todo desde los años noventa, a la expansión
del capital ficticio y su elevada rentabilidad,
“consecuencia de la profunda transformación de la naturaleza de los bancos (…) por la
titulización masiva de sus activos y la aparición de un ‘sistema bancario en la sombra’
(fondos especulativos –hedge funds- y fondos de capital privado –private equity funds-)
que escapan a toda reglamentación” (Gill, 2010: 58-59).
Pero esa recuperación relativa de la tasa de ganancia, basada en buena parte en
un desvío masivo del capital hacia las actividades financiero-especulativas, se
refiere en realidad a una “tasa de ganancia parcialmente ficticia” porque el
numerador no incluye sólo plusvalía sino también ganancias virtuales de la
valorización de activos financieros. De modo que la pretensión de evitar el
descenso tendencial de la rentabilidad es limitada, por eso mismo y porque el
aumento de la tasa de plusvalía resulta insuficiente. Sin embargo, esa
recuperación, incluso relativa y parcialmente ficticia, estimula la acumulación.
Cuando estallan las burbujas y dejan de existir esas ganancias virtuales, se
desvela la insuficiencia de plusvalía, cae la tasa de ganancia y se produce la
sobreacumulación con sobreproducción de mercancías (con insuficiente plusvalía
en su seno, pese al aumento de la tasa de plusvalía) 354.
En resumen, las burbujas bursátil e inmobiliaria son intentos desesperados para
restablecer la tasa de ganancia. Necesariamente limitados y, en última instancia
poco exitosos, puesto que:
“desde 1992, los años de aumento de la tasa de ganancia son compensados por los años
de caída, por lo que en realidad, y en el mejor de los casos, la tasa se ha estancado (…)
este fracaso se debe a la estrecha relación existente entre rentabilidad e inestabilidad. El
aumento de la tasa de ganancia exige manos libres, es decir, más liberalismo y por lo
tanto una mayor inestabilidad: debido a eso, los puntos de tasa de ganancia obtenidos
durante la fase de crecimiento se pierden durante la recesión que sigue. Por el contrario,
mayor estabilidad exige más supervisión, regulación, y por tanto menos ganancia. En
resumen, elegir estabilidad significa menos ganancia; pero privilegiar la ganancia genera
inestabilidad, lo que supone el declive en las fases descendentes de la rentabilidad
ganada durante las fases ascendentes. Precisamente porque con el neoliberalismo la
carta de la rentabilidad ha sido empleada a fondo, la inestabilidad se ha cruzado en el
camino: el modelo se dispara a sí mismo. El fondo del asunto es el siguiente: a pesar de
que se ha estado intentando durante casi 30 años, el capitalismo sigue siendo incapaz de
casar estabilidad y rentabilidad, y esta contradicción es fundamental, puesto que es
constitutiva de su propia existencia. Estos repetidos fracasos dan todo el sentido a la crisis
actual, en la que el capitalismo, en el callejón sin salida, ha utilizado un modelo sin haber
encontrado un sustituto” (Joshua, 2009).
353
Muestra de la sobreacumulación es la industria del automóvil, que puede producir 94 millones
de vehículos en el mundo al año, mientras la demanda sólo llega a unos 60 millones (The
Economist, 2009; “The car industry: the big chill”, 15 de enero).
354
La discusión acerca de la evolución real de la tasa de ganancia entre 1980 y 2007 es
conflictiva, resultado tanto de aspectos conceptuales y estadísticos como de sus implicaciones
económicas y, sobre todo, políticas. Un repaso muy clarificador de dicha discusión se encuentra
en Gill, Louis (2010).
Página 731 de 1374
El trasfondo real es justamente la necesidad de esa huída hacia delante, una de
cuyas máximas expresiones es la extensión de las actividades financieras (y,
desde luego, el aumento de la tasa de plusvalía). Porque el problema al que se
trata de dar respuesta es una ley del capitalismo, la del descenso tendencial de la
tasa de ganancia.
Esa huída desemboca en una sobreproducción de capital que no logra ser
valorizado. De hecho, las tesis subconsumistas chocan con una realidad: es
precisamente en los países con mayor nivel relativo de consumo donde la crisis
estalla de forma más aguda. Especialmente EEUU, cuyo nivel de consumo
provoca un déficit crónico de la balanza comercial, financiado desde países como
China.
Entre 2000 y 2008, entraron en EEUU 5,7 billones de dólares, el 40% de su PIB
en 2007. Situaciones análogas se dan en Reino Unido, España e Irlanda en los
que los datos son respectivamente el 20%, el 50% y el 20%355. Una prueba a la
inversa es precisamente el caso de China, donde sí impera un auténtico
subconsumo y el impacto de la crisis ha sido mínimo, pues “lejos de ser un
obstáculo que evitara la crisis, los bajísimos salarios y el débil consumo al que
dan acceso, han sido más bien, como es natural en el capitalismo, un poderosos
factor de crecimiento y acumulación” (Gill, 2009a: 17)356. Esto caracteriza
inequívocamente a la dictadura china, que impone una brutal sobreexplotación a
la población, a través de la cual genera una enorme plusvalía y alcanza un monto
de exportaciones equivalente a un tercio de su PIB; cuyo destino es contribuir a
una relativa estabilidad cambiaria mundial.
En resumen, que la crisis estalle donde no hay subconsumo y apenas en donde sí
lo hay y a gran escala, no es sino otra prueba del carácter de la crisis actual: crisis
de sobreacumulación de capital y sobreproducción de mercancías. Mirando el
tejado (el plano del intercambio), se observa un insuficiente consumo, pero
mirando los cimientos (la producción) se constata una crisis de valorización,
relacionada directamente con las contradicciones crecientes, a escala mundial, de
la acumulación capitalista en su estadio imperialista.
3.3. La respuesta del capital: ¿relanzamiento o rescates+recortes? El papel
de la UE como negación de Europa
De una interpretación subconsumista se desprende que la vía de solución pasa
por un impulso del consumo, para lo que una palanca clave es el gasto público.
Sin embargo, “antes de sacar conclusiones, tenemos que preguntarnos sobre la
fuente del financiamiento de los gastos públicos y sobre el uso, productivo o
improductivo, al que están destinados” (Gill, 2009a: 19). Sólo en el caso de una
fuente procedente de los salarios y un destino orientado a las empresas privadas
355
Gill (2009a:16); tomado de VVAA (2009); «A Special Report on the Future of Finance», The
Economist, 24 de enero.
356
De acuerdo a los datos del National Bureau of Statistics chino, la participación de los salarios
en el PIB (calculado por el viejo método que incluye la renta de los autónomos) ha ido cayendo del
53,6% en 1982 al 50,8% en 1998 y al 45,4% en 2007.
Página 732 de 1374
vía, por ejemplo, subvenciones, puede ser valorado como positivo para la
acumulación. Pero al final, lo que estamos planteando no deja de ser un
mecanismo indirecto de aumento de la tasa de plusvalía. Aumento del que ya
sabemos que es condición necesaria para la acumulación. De hecho, “el gasto
público y el aumento de la demanda global a la que da lugar, no juegan más que
un papel de intermediario” (íbid.: 20).
Por eso, el monto de los planes de relanzamiento es limitado en EEUU y Europa:
respectivamente no llega ni al 3% del PIB en el primer caso ni siquiera al 2% en el
segundo. Y por eso su magnitud es casi testimonial en relación con los rescates
bancarios357. En efecto, el esfuerzo de gasto orientado al rescate de empresas en
dificultades (especialmente bancos) sigue siendo enorme. En el caso europeo
esto resulta especialmente ofensivo, considerando que, ya desde el Acta Única de
1986 pero especialmente desde los acuerdos de Maastricht de 1991, la UE ha
intensificado la imposición de duras políticas de ajuste cuyo vehículo principal ha
sido el euro. Primero bajo la coartada del camino hacia él con los “programas de
convergencia” y posteriormente para su mantenimiento con el Pacto por la
Estabilidad y el Crecimiento. Donde no había recursos para las necesidades
sociales en ámbitos como la educación o la sanidad, sí los ha habido para los
mencionados rescates. Que, desde luego, no teniendo nada de nacionalización,
salvo de las pérdidas, son cuestionables desde una perspectiva democrática:
“De cara al futuro, hay en primer lugar que tomar conciencia de que una empresa privada
reputada “too big to fail” [demasiado grande para quebrar] y cuya sobrevivencia reposa en
el sostén del Estado debería ser considerada “too big to remain private”, [demasiado
grande para seguir siendo privada], bajo gestión privada y fuente de beneficios privados.
La política mínima que se deduce de este corolario debería ser el rechazo de cualquier
donación de fondos públicos que no vaya acompañada de una toma de posesión al menos
parcial, si no completa, por parte del Estado, sobre una base permanente y con un control
determinante de la gestión de las empresas a cuya ayuda acude” (Gill, 2009a: 23).
A su vez, dichos rescates han disparado los déficit públicos (hasta el 32,4% del
PIB en Irlanda, según Eurostat), excusa privilegiada para nuevas vueltas de
tuerca en el ajuste, con una violencia superior como ejemplifican los casos de
Irlanda, Grecia o Portugal (o en el conjunto de los países como en el ámbito
universitario con el Plan Bolonia y la Estrategia Universidad 2015). Y muy
destacadamente en el caso español desde mayo de 2010, a partir del llamado a
capítulo de Zapatero en Bruselas donde se subordina a las imposiciones de la UE
y el FMI, que se traducirán en el paquete de recortes sociales que hemos
señalado358.
Si Europa ha representado históricamente un referente a escala mundial en
materia de progreso social, la UE representa justamente la antítesis. Para decirlo
con claridad, la UE es la negación de Europa. Y se prepara para serlo en mayor
medida como ilustra perfectamente la gestión de los problemas de deuda
soberana de los países. Sobre la base de esta deuda, vinculada directamente a
357
Por ejemplo, “el Plan Obama de relanzamiento de la economía real (…) sólo representa el
9,4% del plan de salvamento del sector financiero” (éste y otros datos en Gill, 2009a: 24-27).
358
Por citar un solo dato, cuando acaben de implantarse los recortes ya establecidos en España,
las pensiones se habrán reducido en una magnitud en torno al 20%; un 10% por el aumento de los
años para el cálculo de la base y otro 10% por el atraso de la edad de jubilación.
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los mencionados programas de rescate bancario, se establece la gran impostura
del juego de personajes en el que las tres grandes agencias de calificación
(corruptas, como demuestran reiteradamente los casos, Lehman Brothers entre
ellos, de infundadas valoraciones de empresas con las que estaban vinculadas) la
denuncian, lo que sirve de base para que la UE, al dictado directo del FMI,
imponga nuevos ataques, cada vez más graves, a las conquistas sociales y
democráticas359. El Pacto del Euro acordado en marzo de 2011 sientas las bases
para ataques mayores.
4. Conclusiones y perspectivas: ¿hay solución a los problemas?
Sin perjuicio de que muchos de los aspectos planteados en este documento
deban ser objeto de análisis empíricos más pormenorizados, las conclusiones son
claras: en la economía capitalista las crisis no son evitables. No nos referimos ya
a los desequilibrios de mercado, que no tienen nada de excepcional, sino a las
crisis de producción vinculadas a las dificultades crecientes de valorización. Es
decir, a las resultantes de una insuficiente plusvalía, dado que se enmarcan en
una ley central de la acumulación capitalista, la del descenso tendencial de la tasa
de ganancia.
En términos históricos, desde hace cien años el desarrollo capitalista provoca una
nueva configuración del capital (el capital financiero oligopólico) que se despliega
en un nuevo terreno de juego (la economía mundial), cuyo resultado es una
tensión cada vez mayor sobre las fuerzas productivas. Es el imperialismo, en el
marco del cual las crisis tienen un estatus distinto, más grave, que identificamos
con la expresión de “huída hacia delante” para señalar las necesidades crecientes
de destrucción para la prosecución de la acumulación capitalista (destrucción que,
desde luego, incluye las guerras o la sobreexplotación de los recursos naturales,
pero que se concentra especialmente en la desvalorización de la fuerza de
trabajo).
El recorrido reciente de la economía mundial se sintetiza en la secuencia crisisajuste-crisis. En ella se liga la crisis de los setenta (expresión del agotamiento del
periodo excepcional de la segunda posguerra mundial), con la mundialización del
ajuste fondomonetarista (como respuesta del capital ante dicha crisis, centrada en
el abaratamiento de la fuerza de trabajo). Y este ajuste se conecta a su vez con la
crisis actual. Ésta, que se presenta en primera instancia como un fenómeno de
mercado (los aspectos inmobiliarios y financieros), se extiende en seguida al
conjunto de la economía planteando su contenido histórico asociado a la
mencionada ley capitalista.
359
Sobran los ejemplos: desde la repetición del referéndum irlandés, hasta los acontecimientos
recientes en Portugal que motivan titulares como éste: “El partido que gane las elecciones
anticipadas deberá aplicar un plan de ajuste muy duro” (El País, Negocios, 27.3.11:4) y pasando
por las declaraciones del directivo del BCE González Páramo: "se acabó eso de que la política
laboral es asunto de cada país" (EFE, Berlín, 8.4.10). La subordinación del “proceso de
integración” en Europa a los intereses estadounidenses se muestra hasta en los vínculos de Jean
Monnet, el “padre” de dicho proceso, con EEUU desde antes incluso de 1945 (véase Beevor,
Anthony y Cooper, Artemis, 1994; París después de la liberación: 1944-1949, Crítica, Madrid,
2003: 7, 25 y 187-188).
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En este contexto, las políticas que se tratan de imponer desde las instituciones del
capital puede ser fácilmente resumidas bajo la fórmula coloquial de “más de lo
mismo” (es decir, privatizaciones, desreglamentación, recortes sociales, etc.).
¿Hasta cuándo? Conquistas que parecían consolidadas hace apenas unos pocos
meses, como la capacidad adquisitiva de las pensiones, hoy son frontalmente
atacadas (desvelando inequívocamente, eso sí, el carácter reaccionario de
instituciones como la UE). ¿Hasta dónde y hasta cuándo?
A principios del siglo XX Rosa Luxemburg acuñó una fórmula que sintetizaba el
dilema al que se enfrentaba la humanidad: “socialismo o barbarie”.
Irreflexivamente puede parecer exagerado hablar de barbarie. Pero deja de
parecerlo si observamos rigurosamente la impugnación frontal de las condiciones
de vida de la mayoría de la población incluso en las economías más
desarrolladas; la distancia creciente entre las posibilidades materiales fruto del
desarrollo científico y técnico y su aprovechamiento social. La orientación de “más
de lo mismo” en cuanto a la política económica sólo puede producir “más y más
de lo mismo” en cuanto a sus desastrosos resultados sociales.
Eppur… si muove. La propia OCDE reconocía en 2009 el riesgo de ver “la crisis
financiera y económico [mutarse] en crisis social plena”360. Las costuras del orden
imperialista comienzan a ceder. Tan sólo considerando el periodo muy reciente,
constatamos en este sentido las experiencias latinoamericanas de ruptura con la
orientación fondomonetarista (especialmente en Venezuela). Y las movilizaciones
recientes en algunos países europeos contra las imposiciones del euro (Grecia,
Reino Unido, Francia, Portugal…) y en algunos estados en EEUU contra los
ataques a la negociación colectiva de los empleados públicos (Indiana, Ohio,
Wisconsin…). Y la lucha de los trabajadores en China por acceder a derechos
laborales y democráticos con la posibilidad de organizarse de forma
independiente. Y, muy señaladamente, los procesos revolucionarios en el Norte
de África. De una forma u otra, nada volverá a ser igual.
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