Capítulo 1

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Capítulo 1
Numerosos mapas astrales yacían esparcidos por el amplio estudio, algunos de los
cuales apenas se podían leer debido al excesivo uso, incrementado durante las últimas
semanas.
Aunque la estancia era espaciosa y sus innumerables libros y mapas siempre habían
estado prolijamente ordenados en las estanterías que cubrían las paredes en esta ocasión
el caos gobernaba el lugar.
Una mano que denotaba el paso de los años apartó con un movimiento firme todos los
papeles que se encontraban sobre un escritorio construido con madera oscura tallada con
delicadas figuras alegóricas de las constelaciones que poblaban el cielo de Narel, con lo
que el poco suelo de madera que aún estaba a la vista quedó completamente cubierto
por una cantidad ingente de libros, mapas y notas.
Extendió el mapa astral más reciente, que él mismo había dibujado, y comenzó a
estudiarlo detenidamente, casi se lo sabía de memoria y a pesar de ello aún le
sorprendía descubrir nuevos detalles, que lejos de consolarle, confirmaban sus peores
augurios, con el agravante de que, además, parecían estar a punto de cumplirse.
Hacía muchos años que no había descubierto información nueva sobre esa profecía, que
el mismo había dictado, e incluso se había permitido considerar la posibilidad de que
hubiese sido conjurada. Sin embargo hacía poco más de un mes, mientras como cada
noche escrutaba el cielo intentando descifrar los mensajes de los dioses, intentando
descubrir el futuro de los habitantes de Narel en las estrellas, esa antigua profecía, que
tantos sufrimientos había causado ya, había vuelto a él, no sólo eso sino que además
estaba clara, aterradoramente clara, no sólo en su significado, sino que resultaba una
visión nítida sin las brumas que el tiempo y el libre albedrío solían generar en las
profecías, lo que, según su experiencia, sólo podía significar una cosa, los hechos
augurados estaban a punto de ocurrir.
Tenía que contar a su buen amigo todo lo que había descubierto e intentar emendar en lo
posible el daño hecho tantos años atrás. De buen grado hubiese emprendido el mismo el
viaje, pues hubiese preferido contárselo él mismo y darle apoyo y consejo, pues sabía
que su nuevo descubrimiento le traería mucho dolor, sin embargo ya estaba muy viejo y
cansado para hacer un viaje semejante, por lo que había hecho llamar a un antiguo
alumno suyo para que llevase la extensa carta que había escrito, en la que explicaba la
situación con todos sus detalles, sólo esperaba que no fuese demasiado tarde para
enmendar el daño causado. Porque no solo tenía que mandar ese mensaje, había escrito
una segunda carta, algo más breve, pues las preguntas que, indudablemente, plantearía
su receptor, deberían serle contestadas por el destinatario de la otra carta, por esa razón
le encomendaría esa segunda carta a un buen amigo suyo cuya paciencia, sensatez y
capacidad de hacer entrar en razón a la gente le serían, indudablemente, de mucha
ayuda, tanto a al mensajero como al propio destinatario.
Estaba nervioso, triste y angustiado por todo el dolor que había causado y por todo el
que causaría al entregar aquellas cartas, pero no había nada que pudiese hacer para
remediarlo, no ahora, quizá hubiese podido hacerlo veinticuatro años atrás cuando
realizó la profecía por primera vez, si hubiera sido por él habría mantenido el secreto,
pero no fue posible, ya que la profecía tuvo como testigo a uno de los protagonistas que,
pese a sus protestas le obligó a explicarle lo que había visto, lo que acabaría causando
mucho dolor a mucha gente.
Tanta era la tensión y la ansiedad que padecía que aunque no hacía mucho que había
hecho llamar a sus amigos para que acudieran a su casa lo más rápido posible la espera
se le estaba haciendo eterna. Una vez más recorrió la habitación y ojeó algunos de los
mapas esparcidos por el suelo y cuando se disponía a recoger otro alguien llamó a la
puerta.
Un ligero alivio cruzó su rostro marcado por las arrugas, unas debidas a la edad, otras al
cansancio y las más a la preocupación. Salió de la habitación y recorrió el amplio pasillo
decorado con antiguos cuadros a los que apenas prestó atención hasta que su mirada se
posó en un viejo escudo de armas, guarnecido por un par de alas de color naranja pálido
en el que se perfilaba la imagen de un fénix sujetando una corona con una pata y una
flor con la otra, suspiro mientras hacía un gesto de negación con la cabeza y abrió la
puerta.
- Oh, por fin Laurentius – dijo al ver a un joven centauro de piel morena y pelo corto
frente al umbral- gracias por haber acudido tan rápido y perdona por haberte hecho
llamar a estas horas de la noche, pero no podía haber sido de otra manera. Pasa por
favor – y se hizo a un lado para dejar entrar al recién llegado, cerrando la puerta tras él.
- Dime Yost – comenzó Laurentius – ¿qué es lo que ocurre que no puede esperar hasta
mañana? – Luego fijándose en el cansado rostro de su antiguo tutor añadió - ¿y porqué
últimamente se te ve tan preocupado?
Yost agachó la cabeza antes de volverse hacia su interlocutor.
- Se que te debo una explicación y te la daré, pero tendrás que esperar un poco más,
pues también he hecho llamar a Verius, cuando venga os lo explicaré a los dos.
El joven asintió y mientras esperaba paseó la mirada por la entrada de la casa y se
sorprendió al ver numerosos libros, algunos de los cuales estaban abiertos y apilados de
cualquier manera sobre una mesa que se encontraba contra una pared, algo muy extraño
en alguien tan pulcro y cuidadoso como Yost, aunque más extraño había sido su
comportamiento en las últimas semanas, no había querido ver a nadie, ni siquiera a su
nuevo aprendiz, tampoco se había dejado ver por el pueblo aunque había gente que
decía haberle visto en el templo con los primeros rayos de sol.
Laurentius, estaba preocupado por su antiguo maestro y en varias ocasiones había
intentado hablar con él, pero Yost no había querido contarle nada y le había pedido que
le dejase sólo, aunque siempre de buenas maneras, lo que no había hecho más que
acrecentar su preocupación, y por qué no decirlo, su curiosidad, y sentía que por fin se
enteraría de que era aquello que le había hecho comportarse así.
Al poco alguien llamó a la puerta y Yost se apresuró a abrir, allí, frente al umbral se
encontraba un centauro de unos cuarenta y cinco años, el pelo, de un color castaño
rojizo, lo llevaba largo hasta la barbilla, su piel era clara, sus ojos de color miel
expresaban la sorpresa por haber sido llamado a esas horas de la noche.
- Verius, al fin, pasa por favor, rápido – dijo mientras se hacía a un lado para dejarlo
pasar, antes de cerrar, no sin antes mirar a ambos lados de la calle para cerciorarse de
que nadie les observaba, mientras sus dos invitados le observaban con extrañeza.
- ¿Qué te ocurre, viejo amigo? – inquirió Verius que no pudo evitar sorprenderse de lo
mucho que había envejecido Yost en las última semanas, su rostro había adquirido
nuevas arrugas que se sumaban a las adquiridas por el paso de los años, su semblante se
había vuelto melancólico y preocupado y su pelo había encanecido notablemente.
- Lo primero que me gustaría es pediros perdón a ambos por haber hecho que vengáis a
éstas horas de la noche, pero no podía ser de otra manera – los recién llegados le
miraron extrañados – sé que os debo una explicación, y aunque es larga y compleja,
debo haceros entender la urgencia de la misión que os tengo que encomendar y que
espero que aceptéis.
- Haremos lo que nos pidas –contestó Laurentius
- Por supuesto – agregó Verius - sabes que te ayudaremos en lo que haga falta.
- Os lo agradezco de verdad – y en su rostro se dibujó una triste sonrisa –veréis, hace
unos años realicé una profecía – al oír aquello Verius bajo la cabeza mientras hacía un
gesto negativo – sin embargo no resultó demasiado clara, supongo que debido a su
complejidad y al tiempo que faltaba para su cumplimiento, lamentablemente uno de los
implicados estaba presente, por lo que no me fue posible mantenerla en secreto como
habría sido mi deseo.
-¿porqué no evitaste contársela? Podías haber mentido decirle que no tenía nada que ver
con él – le increpó Verius, que, sin embargo se imaginaba lo que su amigo iba a contar a
continuación.
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