1 MAREMAGNUM. “En él revela esta pasión su verdadero rostro

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MAREMAGNUM.
“En él revela esta pasión su verdadero rostro, esa
severa mirada india que sigue ardiendo en los anticuarios, investigadores y bibliófilos,
sólo que con un brillo turbio y maniático.”
Walter Benjamin
Al entrar en el estudio advirtió el cambio, en realidad estaba tal cual lo había dejado esa
mañana y como lo dejó la mañana anterior y la anterior a ésta, al menos desde que se había
marchado Anna, pero en ese momento era evidente que algo había cambiado, esto
ratificaba la cuestión que llevaba atormentándolo buena parte del día; el cambio lo había
sufrido él, no el mundo y, seguramente ése era el problema.
Ahora se hallaba parado en la puerta con una expresión de indefinida decisión e
irónicamente su aspecto no lo dotaba de la gravedad que requería la situación; él, un
hombre delgado, con un aspecto pulcro, afable y si se quiere apacible, aunque siempre
meditativo; con sus anteojos de montura redonda de nácar, una barba entrecana bien
cuidada, sin embargo, todo esto era pasado por alto o seguramente tenido en cuenta por lo
cual no era extraño que fuera ignorado o hecho a un lado con marcado descuido o en el
mejor de los casos indiferencia, un hombre en la multitud o si se quiere el hombre de la
multitud. Con este aspecto contempló desde el umbral de la puerta el mar de objetos que se
arremolinaban por doquier, una masa viva en constante cambio que atestiguaba más que
cualquier otro lugar de la casa (ya que el estudio se fue convirtiendo en su dormitorio, sala
y comedor) su incansable actividad. Desde el lugar donde se encontraba fue testigo de una
penumbra que se podía palpar con la mano, interrumpida por algunos rayos de luz que se
colaban a través de las cortinas y atravesaban esta masa que se hacía más oscura en los
extremos y ángulos de la habitación, los hilos de luz dejaban ver apenas de una manera
insinuada la claridad de la tarde, un resplandor dorado más que naranja, un manantial de
oro que bañaba con cierta aura todo lo que tocaba dotándolo así de un halo mágico, al
menos así le pareció esa tarde de camino a casa. Desde su posición le era imposible
distinguir los ángulos de la habitación ya que el tenue cuerpo dorado que se colaba por la
ventana únicamente iluminaba el centro del estudio lo que le daba un aspecto de indefinible
grandeza a la habitación, por otro lado, las ventanas jamás se abrían lo cual propiciaba que
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el aire estuviera algo enrarecido como si alguien más permaneciera allí, en las fronteras
infinitas de aquel espacio.
Notó que la oscuridad que se escondía tras aquellos cuerpos de luz era propia de algún
museo olvidado, la sección perdida en la biblioteca de Alejandría o unas ruinas en medio de
una densa selva, una selva de libros, un mar de tomos, manuscritos y toda suerte de objetos
acumulados mas que reunidos, en los últimos años, los años sin Anna. Tras dar un paso
hacia adelante y dejar deslizar la puerta a sus espaldas aferro el pomo y lo giró un poco
mientras empujaba la puerta suavemente hasta oír un suave crujido, señal de que ya había
cerrado, la mano que sostenía el cerrojo se movió hacia la derecha suavemente, casi
rosando la pared hasta que dio con la pequeña palanca del interruptor que encendió la luz
principal, le sorprendió que aún funcionara, y que aún no olvidara el lugar en donde estaba
el encendido, ya que hacía mucho tiempo que no lo utilizaba; desde los tiempos en que
Anna aún estaba con él, cuando ocasionalmente entraba al estudio a hacer sus cosas, buscar
algo o simplemente mirarlo durante algún tiempo. La luz proveniente de la lámpara situada
sobre el escritorio era la única que había venido usando ahora y cuando necesitaba buscar
algo simplemente la tomaba y la llevaba iluminando a su paso, como una antigua antorcha
usada para escrutar en lo más profundo y oscuro, llevar a cabo la exploración de un lugar
antiguo y a la vez intimo.
Un momento después se hallaba de rodillas en medio del estudio, sumido en una aparente
tensión o por lo menos aprehensión, el aroma de los objetos le producía cierto bienestar, un
olor que algunos llamarían a viejo, mientras pasaba la mano por cada uno de los objetos
que tenía a su alcance lo cual le procuraba un singular placer, aún así su rostro iluminado
tenuemente no alcanzaba a abandonar del todo la expresión reflexiva, lacónica y serena que
fue adquiriendo con los años, se sentía como un su propio reino, una isla que era toda él,
una que persistía invulnerada, construida a partir de retazos. Todo esto pasaba de una forma
inadvertida, en realidad, estaba haciendo un enorme esfuerzo por poner en orden sus
recuerdos, lo que estaba buscando debía de encontrarse entre un par de tomos viejos, el
problema era que para ese entonces todo parecía tan viejo y lo había dejado allí hacía algún
tiempo; no escondido, porque él no tenía porque habérselo ocultado a Anna, solamente lo
había dejado a simple vista como una forma de que pasara inadvertido, el problema era que
de eso ya hacía cierto tiempo y aquel lugar siempre estaba en constante cambio.
Al comienzo pensó en porqué no se había deshecho de él, en su momento no lo consideró
seriamente, pero ahora… Bueno, el punto es que no lo recordaba claramente, podía
entreverlo pero aún así no traerlo de vuelta, era como aquellos sueños en el en apariencia se
recuerda todo detalle pero no puede ser nombrado ni recuperado, el rostro de aquella mujer
que no se puede ver, aunque se la conoce, aunque aún se tiene pegado su olor, su voz y su
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recuerdo, una idea tan profundamente grabada que se hace imposible de arrancar y donde la
fuerza del lenguaje trata de imponerse pero el sentido no se deja atrapar, y eso le generaba
una gran molestia. Ansiaba encontrar algo, una leve ojeada sería suficiente, su presencia se
le insinuaba ante los ojos, el recuerdo vagaba por los jardines de su memoria y aunque aún
no lo encontraba, un breve hallazgo bastaría para alcanzarlo y así recuperarlo.
Pensaba en que la teoría no debería ser un problema, únicamente deseaba dar una ojeada
para cerciorarse, era algo muy propio de él, revisar y volver varias veces sobre una misma
cuestión, algo así como una manía, y por otro lado, la realización del proyecto no
presentaría problemas, el método ya estaba establecido lo había repasado un sin número de
veces y no encontraba una aparente falla, además, por primera vez su aspecto le jugaría a
favor, así que en realidad no había margen de error ya que al parecer se había estado
preparando desde hace años sin saberlo, hasta ahora empezaba a entenderlo.
Y así continuó con su tarea, sus dedos apartaban, tanteaban, jugaban y tomaban; luego
reptaban y paseaban a través de pesados tomos, libros encuadernados en; legitimo cuero,
cartón duro, cartón recubierto de una capa plastificada, en materiales reciclados y
reciclables; los había de todo tipo, cosidos, pegados, grapados, argollados, un caleidoscopio
de presentaciones, formatos y temas; libros, tomos, revistas, series, zines, panfletos y
demás, por otro lado, también estaban los cd’s, ebooks, memorias, discos extraíbles y otra
suerte de artefactos que sirvieran para el almacenamiento y circulación de información, si
bien el conocimiento en su dromológico y frenético ritmo lo había dejado un tanto atrás, él
hacía lo posible por seguir su presuroso paso. De esta manera continuó hasta que se topó
con un libro encuadernado en cuero marrón, de textura lisa, aspecto brillante, descolorido
por los años y el uso, hojas amarillentas y gastadas en los bordes, unidas en grupos por un
grueso hilo sujetado por una tela al interior del lomo del libro, en su exterior se podían
adivinar algunas letras, las más legibles estaban en la parte del costado, aunque bastó una
ojeada para darse cuenta que se trataba de su antiguo diccionario de latín, el que en los años
de estudio fue objeto de su adoración, ahora hacía parte de un tiempo caduco, un tiempo
que se paseaba sin que a nadie le importara, sólo esperando agotarse a sí mismo o entrar en
otro ciclo, jamás el mismo, jamás el último, aún así seguía siendo obsoleto, tal vez por
decisión del propio mundo. Aún estaba sumergido en la nostalgia cuando vio una esquina
carmín que asomaba bajo algunos tomos, removió estos y lo alzo frente a su rostro, ahora
todo empezaba a tomar forma, sin necesidad de leer recordó el nombre de la publicación,
las ilustraciones y parte del diagramado. Una vida reconstruida a partir de trozos y
fragmentos, una vida de retazos que se armaban y movían como el mar de objetos bajo su
cuerpo. Casi de inmediato tomó el bolígrafo que siempre estaba en el bolsillo de su camisa
y comenzó a garabatear en un trozo de papel que encontró en uno de sus bolsillos, si
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alguien hubiera podido ver su rostro podría haber adivinado rastros de algo parecido a la
alegría y el frenesí. Terminada la tarea apartó con el dorso de la mano algunos objetos que
se encontraban sobre el diván y se dejo caer en él, cayendo de espaldas y sumergiéndose así
en un profundo y afable sueño.
Temprano en la mañana la cálida luz que se posaba sobre su pecho era de un blanco que
parecía tener motas de azules y verdes, esto le daba un aspecto de serena ingravidez, Anna
lo contemplaba calladamente desde la puerta, en su cara se entreveía la ternura que le
provocaba la serena complacencia con la que él dormía , de hecho, sus anegados ojos no se
apartaban de la figura de aquel hombre, de repente se sobrecogió, dio unos pasos hacia
adelante y sin dejar de reparar en el semblante de quien aún dormía, se inclino un poco y
con sus trémulos labios lo beso tiernamente tras lo cual se dio vuelta y sin hacer ruido
abandono la casa.
Seguramente si alguien se hubiera fijado en la pequeña y arrugada nota que se entreveía
sobre el pecho de aquel anciano durmiendo, bajo aquellas manos entrelazadas,
posiblemente notaría que la luz se posaba sobre dos documentos: el primero de ellos un
mapa de la ciudad , y el segundo, un listado que diría:
Pólvora negra o TNT
Recipiente plástico o metálico que pueda ser sellado
Metralla (opcional)
Estopín…
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