¿A dónde va la izquierda?

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EL PAÍS. TRIBUNA: SAMI NAÏR
¿Adónde va la izquierda europea?
Sin una reforma en profundidad de su visión del mundo, de sus métodos de acción y de sus
medios de funcionamiento, la socialdemocracia corre el riesgo de seguir perdiendo apoyo en
el Viejo Continente
SAMI NAÏR 14/07/2011
l fracaso de la izquierda europea ante la ofensiva del neoliberalismo nunca
ha sido más patente que hoy. La crisis actual del capitalismo financiero
tendría que haber provocado desde hace mucho tiempo su debacle. Sin
embargo, allí donde la izquierda europea gobierna está obligada a hacerlo
todo para salvarlo. Hay en ello algo propiamente surrealista. ¿Por qué ironía
de la historia la izquierda se encuentra, como el médico, en la cabecera de
un sistema que supuestamente debe combatir en nombre del progreso y de
la justicia?
El electorado de izquierdas, desconcertado por este viraje, o gira hacia la
derecha populista o se refugia en la abstención política. La revolución
neoconservadora ha emprendido desde los años ochenta la demolición
sistemática del modelo del Estado social, adquirido en reñidas luchas
históricas y con grandes sacrificios de movimientos obreros del siglo XX. En
Europa, esta ofensiva ha sido acompañada por la izquierda bajo el pretexto
falaz de la construcción europea. La socialdemocracia, y más aún el socialliberalismo, sometiéndose a este modelo, han tirado por la borda sus
ideologías socialistas, sus valores más fundamentales de solidaridad; en el
mejor de los casos (Alemania, España, Francia) han defendido unas políticas
de privatización ocultas tras unas redes sociales para proteger a los más
débiles; en el peor de los casos (blairismo) se han convertido en punta de
lanza de la reacción ultraliberal, cuando no han simple y llanamente
desaparecido (Italia).
Pero la crisis actual del modelo liberal europeo pone hoy al desnudo la
impotencia de la izquierda: no solo no puede oponerse a la ofensiva del
liberalismo, que quiere siempre más privatizaciones, sino que está ahora sin
proyecto, sin programa y ha perdido, salvo en los países del norte, el apoyo
de las clases populares. Convertido en el partido de las clases medias, ya ni
siquiera es capaz de protegerlas, puesto que estas padecen en todas partes
la devaluación de sus estatus social, que atribuyen en general a la fiscalidad
creciente de las políticas públicas. Y es por ello que se vuelcan
progresivamente a la derecha, siguiendo así a una gran parte del electorado
popular. Al final, está evidentemente la extrema derecha europea, que
cosecha en todas partes los frutos envenenados de esta deriva.
El resultado de la pérdida de identidad de la izquierda está aquí: a fuerza de
haber apostado por la economía liberal, se ve arrastrada por la
"derechización" de la sociedad. Pero la verdad es que la sociedad vira a la
derecha porque la izquierda liberal no es percibida como una alternativa. Si
el electorado se pronuncia ahora cada vez con más indiferencia por la
derecha o la izquierda no es por elección ideológica, sino más bien por
despecho hacia unas políticas que se parecen como dos gotas de agua. La
izquierda ya no marca la diferencia.
Le hará falta tiempo para hallar un nuevo aliento. Puesto que,
contrariamente a la derecha, necesita ofrecer un proyecto que supere el
orden existente. Debe representar la esperanza de un mundo mejor. Para
aquellos que no se resignan a la desaparición de la izquierda (posible, como
en Estados Unidos), el primer deber es identificar bien los problemas
históricos a los que está confrontada. El material conceptual clásico de la
izquierda apenas sirve ya; el paso a una civilización globalizada, el papel
estructurador de las nuevas tecnologías inmateriales (Internet), la irrupción
del principio de responsabilidad en la gestión del medio ambiente, la
disolución de las viejas relaciones de clase y la formación de nuevas
estructuraciones sociales, el ascenso de las potencias emergentes y de sus
clases medias, y otros muchos factores más, imponen la elaboración de
nuevos paradigmas, mucho más complejos que aquellos que sirven
solamente, como hoy, para conquistar el poder.
Más allá de este trabajo necesario y riguroso de comprensión del nuevo
mundo, hay al menos tres condiciones previas para la construcción de una
futura izquierda.
En primer lugar, la autocrítica. La izquierda debe interrogarse sobre sus
equivocaciones, no para culpabilizar a las generaciones que la han llevado al
abismo, sino para no repetir los mismos errores: es un deber de memoria
necesario para su propia identidad y para el pueblo. Los partidos socialistas
europeos deben someterse a un serio examen de conciencia, puesto que
cargan colectivamente con la responsabilidad del fracaso frente al
liberalismo destructor del Estado social. ¿Cómo puede ser que la izquierda
haya dejado instalarse una economía mundial potencialmente delincuente,
con un "sistema bancario a la sombra" (Shadow Banking System), que, por
medio de los activos tóxicos, representa más de 650.000 millardos de
dólares? ¡Eso es 10 veces el PIB mundial! Mientras que se pide a los
asalariados más débiles, a los funcionarios que defienden el servicio público,
a las clases medias que cargan con la parte más grande de los impuestos, a
los obreros endeudados y devaluados, a los jóvenes abandonados en el
camino de la vida, que paguen para salvar ese sistema delincuente. En
efecto, la izquierda no ha instaurado este sistema, pero ¿qué ha hecho para
combatirlo desde hace 30 años? Sin autocrítica, no habrá aggiornamento de
la izquierda.
En segundo lugar, la definición del campo de valores de la izquierda y de su
proyecto histórico: ¿sigue siendo una fuerza de transformación de la
sociedad? ¿Se trata de hacer funcionar "bien" el capitalismo, o de
emancipar a la sociedad? ¿Hacia dónde? ¡No es concebible que unos
partidos que se dicen "socialistas" no sepan lo que puede ser un socialismo
del siglo XXI! Los pueblos quieren un proyecto humano de solidaridad
colectiva; el mero consumo infinito de las mercancías no puede ser este
proyecto: se haga lo que se haga, nunca será más que un medio de
existencia. ¿Qué significa pues hoy una sociedad "socialista" mediante la
democracia? ¿Qué sentido tiene? La izquierda europea debe enunciar su
proyecto y asumirlo con franqueza. No debe avergonzarse de su identidad.
Por último, la toma de conciencia de la revolución que se ha producido en
las mentalidades. Lo que han demostrado tanto la primavera árabe como el
magnífico ejemplo del 15-M español es la irrupción masiva de la demanda
ciudadana en la elaboración del interés general por parte de las mismas
poblaciones. Es la crítica a la forma partido, que ha perdido su legitimidad a
consecuencia de la sordera y la arrogancia respecto a las aspiraciones
profundas de las fuerzas más vivas de la sociedad.
Eso no significa el fin de los partidos, puesto que una sociedad democrática
sin partidos es una sociedad totalitaria, no democrática, sino que los
partidos deben cambiar, en su forma como en su función. En su forma, para
aprender a cristalizar las aspiraciones populares democratizando su relación
con el pueblo, rechazando su consideración únicamente como una masa de
electores manipulables; en su función, definiendo unos programas realistas
y realizables. Ser un partido que escucha y no miente: puesto que la
exigencia de ética está en el corazón de la política democrática moderna.
Sin una reforma en profundidad de su visión del mundo, de sus métodos de
acción y de sus medios de funcionamiento, la izquierda europea corre el
riesgo de patinar durante mucho tiempo aún. Pero desgraciadamente ese
tiempo no está vacío: lo pagan muy caro los más débiles, que sufren los
costes de un sistema económico cruel y simplemente indigno de una
humanidad civilizada.
Sami Naïr es profesor invitado de la Universidad Pablo de Olavide de
Sevilla
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