La Santísima Virgen en la vida de Santa Teresa... 187

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'LA SANTISIMA VIRGEN
EN LA VIDA DE SANTA TERESA
EFREN DE LA MADRE DE DIOS
Las relaciones de todo buen cristiano con la Santísima Virgen no son
periféricas sino vitales. Ella , como Madre de la Divina Gracia. se infiltra
con ésta en el ser del cristiano e interviene en su estructura fundamental .
El Concilio Vaticano II ha declarado con sencillez dogmática que «la
Bienaventurada Virgen María es Madre de Dios , Madre de Cristo y Madre
de los hombres , en especial de los creyentes» (G . S. n . 0 54).
Su maternidad está diluida en todos los que nacen a la vida de Dios;
pero sólo acusan esta presencia los que se percatan de ella, reconociéndola
como venero de la vida sobrenaturaL
A los que se percatan de esta aportación de la Santísima Virgen a la
vida cristiana los llamamos devotos de la Santísima Virgen, más o menos
devotos , según se distinguen en el reconocimiento de su vinculación a la
Santísima Virgen .
Santa Teresa fue indiscutiblemente gran devota de la Santísima Vir­
gen y no devota de cualquier manera sino con una devoción característica
que la distingue notoriamente en sus relaciones hasta conferirle una
fisonomía digna de especial consideración:
*
*
Las primeras manifestaciones de esta devoción son comunes, flotantés
en la educación cristiana que recibe de sus-padres , nacidas de un vivir más
que de un pensar:
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EFREN DE LA MADRE DE DIOS
«Procurava soledad para rezar mis devociones, que eran hartas,
en especial el Rosario, de que mi madre era muy devota, y ansí nos
hacia serlo» ( Vida, 1 , 6) .
Así, como por inercia, por la forma de ser de su madre, doña Beatriz
de Ahumada, se aficiona a rezar el Rosario , que allí se reza en familia, y
en aquellos rezos comunes va ella recibiendo, casi indeliberadamente , la
beneficiosa influencia de ponerse bajo el amparo de la Madre de Dios.
Ella no mide quizás su alcance, pero la realidad de aquella invocación va
esculpiendo su alma para tomar conciencia, cada vez más clara, de la pro­
tección que dispensa la Virgen Santísima a los que recurren a Ella.
Se trata de una presión ambiental que carga sobre toda la familia,
sobre sus hermanos y sobre la servidumbre que se asocia también a las
costumbres piadosas de aquella familia.
La diferencia la va marcando ella por su idiosincrasia. Lo que para
otros puede ser mera rutina a ella la hace pensar. La sensibilidad de su al­
ma observadora la hace percatarse del alcance de ciertas manifestaciones
rutinarias , no para ella , que necesita conocer las causas y los motivos de
todo lo que hace. Aquella devoción, tenue y volante como los vilanos de
un cardo acunados por el viento , se posa sobre aquella tierra húmeda y
acogedora de su alma y la hace pensar en consonancia con lo que dice ,
con lo que reza, con lo que hace.
«El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo
no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser
buena . . . Con el cuidado que mi madre tenía de hacernos rezar y
ponernos en ser devotos de Nuestra Señora y de algunos santos ,
comenzó a despertarme , de edad, a mi parecer, de seis u siete
años» ( Vida, 1 , 1 ) .
No cabe duda. La devoción a la Santísima Virgen , e n l a conciencia de
Santa Teresa , iba vinculada al encarecimiento de su madre , particular­
mente devota del Santísimo Rosario.
Hay en aquella incipiente devoción una dosis dominante de senti­
miento maternal . Su madre , evidentemente , realzaba con su presencia las
devociones de toda la familia y el rezo del Rosario era inherente a aquella
madre que con su presencia y el acento cálido de su plegaria metía en el
alma de sus hijos lo que significaba para todos el Patrocinio de la Madre
de Dios .
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LA SANTISIMA V�RGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
Por esta asociación de la invocación a la Santísima Virgen y la presen­
cia de su madre, la muerte de ésta, cuando Santa Teresa contaba trece
años y medio, desencadenó una convulsión sentimental en ella preten­
diendo que el Patrocinio invocado de la Madre de Dios llenase el hambre
de maternidad que la nostalgia de la madre muerta avivaba en su cora­
zón :
«Como yo comencé a entender lo que avía perdido, afligida
fuíme a una imagen de N. ª Señora, y supliquéla fuese mi madre,
con muchas lágrimas» (Vida, 1,7).
Las «muchas lágrimas», que como nube cargada suele empañar la
perspectiva visual, son indicio de una descarga emocional desencadenada
en pleno subconsciente .
En aquella amargura sentimental el alma no calcula ni razona, sólo
siente delirantemente en un arrebato que la arrastra toda, de cuajo, para
hacerla recapacitar después.
Santa Teresa no entendió, de pronto, el alcance de aquella emoción .
No la había producido ella con sus razonamientos; ella había sido
arrastrada literalmente por una tromba emocional que la arrasaba en
lágrimas del más hondo alcance vivencia!. No era el llanto de una niña
que implora una caricia; era el alarido de todo el ser que echa en falta la
maternidad sin límites y no sólo la pequeña maternidad de la madre
muerta, de la que ella, en verdad, había empezado a cansarse, precisa­
mente por su limitación :
«Aquella pequeña falta que en ella vi me comenzó a enfriar los
deseos y comenzar a faltar en lo demás» (Vida, 2, 1).
El recurso a la maternidad de la Santísima Virgen no fue un impulso
sentimental a pesar de sus características sino el estallido vital de un ger­
men misterioso que duerme en el fondo del alma cristiana. Era una mis­
teriosa reacción bajo la asistencia de la gracia, que presiona, más que en el
sentimiento en la sustancia del alma, rompiendo su cobertura condiciona­
da y trazando un hito nuevo en la existencia.
Aquella imagen de la Virgen de la Caridad le era familiar . Incon­
tables veces había pasado por la ermita de San Lázaro cada vez que cruza­
ba el puente romano del Adaja y le había pedido muchas cosas. Pero esta
vez pedía algo nuevo, cuyo alcance ni ella podía calcular: «que fuese mi
madre», y esto con toda su alma. No había ido a otorgarle un título
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EFREN DE LA MADRE DE DIOS
nuevo para paliar su orfandad sino a establecer, a través de Ella, una
influencia nueva y efectiva en su vida adolescente y soñadora. La causa de
aquella convulsión no había sido la mera tristeza de su orfandad sino el
toque de un instinto, que estalla en una nueva forma de ser y vivir, pro­
duciendo como un arco voltaico entre la vida humana y la gracia ampara­
dora, maternal, de la Madre de la divina Gracia. Más que su orfandad,
que no tenía remedio, tenía que proteger la desolación interior del alma
que se siente desguarnecida en ciertos momentos culminantes de su exis­
tencia.
*
*
Por ser un toque tan profundo en la sustancia del alma, la propia in­
teresada no se percató de ello sino andando el tiempo, al comprobar que
el rumbo de su vida seguía trayectorias imprevistas:
«Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha vali­
do; porque conocidamente he hallado a esta Virgen Soberana en
cuanto me he encomendado a Ella» ( Vida, 1,7).
Esta frase no significa precisamente que la Virgen la escuchaba y
atendía cuantas veces recurría a su protección. El significado exacto es más
profundo, casi ontológico: «En cuanto me he encomendado a Ella» signi­
fica inmediatez, correspondencia instantánea, como si al latido de su co­
razón respondiese la sacudida del pulso . Entre ella y la Santísima Virgen
se había montado una sincronización biológica y esto a oscuras, sin perca­
tarse apenas su vida sentimental, que exteriormente parecía empeorar:
«Tomé todo el daño de una parienta que tratava mucho en ca­
sa. Era de tan livianos tratos que mi madre la avía mucho procura­
do desviar que tratase en casa (parece que adevinava el mal que
por ella me avía de venir), y era tanta la ocasión que avía para
entrar que no avía podido. A ésta que digo, me aficioné a tratar,
con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudava a todas
las cosas de pasatiempo que yo quería, y aun me ponía en ellas y
clava parte de sus conversaciones y vanidades» ( Vida, 2,3-4).
Así, mientras la barquita de su vida oscilaba entre Sirtis y Caribdis,
cuando parecía que iba a hacerse pedazos contra el acantilado una mano
oculta, pero inexorable, agarraba la proa de su barca y la llevaba a pulso a
rumbos nunca previstos .
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LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
Era insólito que su padre , don AJlonso de Cepeda, tomase con ella de­
terminaciones bruscas y casi violentas. Era doña Teresa la niñeta de sus
ojos y con ella no osaba discutir, pues ella era arrolladora y lo desarmaba a
las primeras palabras.
El pobre viejo, que se las temía todas, barrenaba en su interior todas
las posibilidades y las evasivas de hija tan sagaz.
Aquella hija iba tramando por sí un posible casamiento, mientras la
hermana mayor, doña María de Cepeda, después de muchas idas y veni­
das acababa de encontrar uno ventajoso con don Martín de Guzmán y
Barrientos , en 1531, en Villatoro.
Aquella hermana , «de mucha más edad» (Vida, 2, 3), que en opinión
de su padre había sido la barrera de todos los desmanes que podían recaer
sobre la brillante quinceañera, doña Teresa de Ahumada y que también
en opinión de ésta, «honestidad y bondad tenía mucha» (ibid), con su ca­
samiento dejaba las manos libres a la impulsiva hermana y don Alonso
tambló.
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«M i padre y hermana sen tían mucho esta amistad ,
reprendíanmela muchas veces. Como no podían quitar la ocasión
de entrar ella en casa, no les aprovecha.van sus diligencias , porque
mi sagacidad para cualquier cosa mala era mucha» (Vida, 2, 4).
Verse cara a cara con aquella hija sagaz, las manos libres , le aterraba y
optó por tomar una decisión drástica, la primera que tomaba contra
aquella hija, «la más querida de mi padre» (Vida, 1,4), aunque con tanta
discreción que a todos parecía cosa natural :
«Me llevaron a un Monesterio que avía en este lugar, adonde se
criavan personas semejantes . y ésto con tan gran disimulación
que sola yo y algún deudo lo supo; porque aguardaron a coyuntu­
ra que no parecía novedad , porque averse mi hermana casado y
quedar sola sin madre , no era bien» (Vida, 2, 6) .
. .
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*
*
No se quebraron, ni por un momento, las buenas formas entre el
padre y la hija, ya por el amor entrañable del padre , ya por la discreción y
disimulo de la hija:
«Era tan demasiado el amor que mi padre me tenía y la mucha
disimulación mía . y ansí no quedó en desgracia conmigo» (Vida,
2, 7).
.
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EFREN DE LA MADRE DE DIOS
La verdad era que aquella determinación de su padre había caído en
su corazón como un mazazo:
«Los primeros ocho días sentí mucho, y más la sospecha que tu­
ve se avía entendido la vanidad mía, que no de estar allí» ( Vida,
2 , 8) .
*
*
*
Mirados a distancia aquellos acontecimientos, encontramos coinciden­
cias sorprendentes : La casa adonde metieron a la quinceañera doña Teresa
tenía un título evocador : Santa Maña de Gracia. Todo un programa, todo
un pronóstico. Aquel encuentro con Santa María, tan sin pensarlo ella,
sería decisivo en su vida . Allí encontró dos hitos decisivos en su camino:
La vocación religiosa y el sendero de la misma, la oración.
La vocación la llevaría a la Orden de Nuestra Señora del Carmen y el
sendero de la oración surgió de pronto ante sus oj os como un suceso for­
tuito y natural :
«Tenía este modo de oración, que como no podía discurrir con
el entendimiento, procurava representar a Cristo dentro de mí, y
hallávame mijor, a mi parecer de las partes adonde le vía más solo;
parecíame a mí que, estando solo y afligido, como persona necesi­
tada me avía de admitir a mí. . . En especial me hallava muy bien
en la oración del Huerto: aHí era mi acompañarle; pensava en
aquel sudor y afleción que allí avía tenido; si podía, deseava lim­
piarle aquel tan penoso sudor ... Muchos años, las más noches, an­
tes que me durmiese, cuando para dormir me encomendava a
Dios, siempre pensava un poco en este paso de la oración del
Huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron se gana­
van muchos perdones ... » (Vida, 9, 4).
Este ingenuo principio de hacer oración, comenzado a sus 16 años en
Nuestra Señora de Gracia, tuvo resonancias gloriosas para toda su vida.
Aquella forma de hacer oración no había tenido otro maestro que el am­
biente donde la Virgen la había acogido y era tanto más efectiva cuanto
menos calculada; así el mej or elogio de aquella forma de oración era que
no sabía que aquello fuese oración:
«Tengo para mí que por aquí ganó muy mucho mi alma; por­
que comencé a tener oración sin saber que era, y ya la costumbre
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LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
tan ordinaria me hacía no dejar ésto, como el no dejar de santi­
guarme para dormir» ( Vida, 9, 4).
*
*
*
Aquella disposición de coloquio con Jesucristo la llevó de la mano al
encuentro de su vocación:
«Con la fuerza que hacían en mi corazón las palabras de Dios ,
ansí leidas como oídas , y la buena compañía, vine a ir entendien­
do la verdad de cuando niña , de que no era todo la nada, y la va­
nidad del mundo y cómo acabava en breve . . . Y aunque no acaba­
va mi voluntad de inclinarse a ser monja, ví era mijor y más siguro
estado. Y ansí poco a poco me determiné a forzarme para tomarle»
( Vida, 3 , 5 ) .
*
*
*
Aquí ya no fue un golpe arrebatador. Tenía que ser ella la que pu­
siese a tono su natural con razonamientos calculados y sujetando los senti­
mientos que se oponían a lo que , a la vista de su oración , era lo mejor:
«En esta batalla estuve tres meses forzándome a mí mesma con
esta razón : que los travajos y pena de ser monja no podía ser ma­
yor que. la del purgatorio y que yo avía bien merecido el infierno,
que no· era mucho estar lo que viviese como en purgatorio y que
después me iría derecha a el cielo, que éste era mi deseo ( Vida,
3 ,6) .
*
*
*
En el debate desencadenado en s u interior intervenían factores de dis­
tinta índole , en primer plano los sensibles:
«Poníame el demonio que no podría sufrir los travaj os de la re­
lisión , por ser tan regalada. A esto me defendía con los travajos
que pasó Cristo (tema primario de su oración ingenua); porque no
era mucho yo pasase algunos por El, que El me ayudaría a lle­
varlos , devía pensar» (Vida, 3,6) .
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EFREN DE LA MADRE DE DIOS
Pero la oposición más dura y tenaz emanaba de sus sentimientos hu­
manos , de tener que romper los lazos de la conviviencia familiar y contra
esto se defendió con las lecturas incandescentes de San Jerónimo :
«Dióme la vida aver quedado ya amiga de buenos libros. Leía
en las Epístolas de San Jerónimo, que me animavan de suerte que
me determiné a decírselo a mi padre , que casi era como a tomar el
hábito; porque era tan honrosa que me parece no tornara atrás por
ninguna manera, aviéndolo dicho una vez» (Vtda, 3, 7).
Con los ojos asombrados sentía que le quemaban el alma estas pa­
labras de San Jerónimo :
«Está atento y verás cómo sospiran tus enemigos por robarte la
joya que este Capitán te dio el día que te armó cavallero . Sabes
que tanto ha de pesar en tu voluntad la fe que a este Señor prome­
tiste que si vieses , queriendo salir a la batalla, que se te ponen de­
lante padre , madre , hijos, nietos , con ruegos, lágrimas y sospiros
por detenerte , tú <leves cerrar los ojos y orejas , y si menester fuere ,
hollando por encima de todos , volar al pendón d e l a Cruz, donde
tugran Capitán te espera . .. ¿Parecerte ha honesta cosa que vea yo
a mi enemigo la espada sacada y el brazo alzado para herirme , y
que vuelva a mirar las lágrimas de mi madre?. - ¿Y ternásme por
cuerdo que pierda de ser cavallero de Jesucristo, por amor de mi
padre , que aun si es con dexar a Cristo no devo pararme a
enterrallo2» (Epístolas del glorioso doctor Sant Hierónimo, Tr. 3. 0,
Del estado eremítico, 1. ª epístola a Heliodoro, versión de Juan de
Molina (Valencia, 1526), fol . 68.
*
*
*
Ella se declaró a su padre; pero éste no se quiso dar por vencido y
ofreció resistencia a ultranza:
«Era tanto lo que me quería , que en ninguna manera lo pude
acabar con él ni bastaron ruegos de personas que procuré le habla­
sen . Lo que más se pudo acabar con él fue que después de sus días
haría lo que quisiese» (Vida, 3,, 7. Cfr Santa Teresa y su tiempo, t .
1 , n . 0 237-244, Salamanca, 1982).
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LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
Por la salvedad de su padre entendió ella en su sagacidad que la causa
de oponerse a su vocación no era precisamente por no acatar la voluntad
de Dios, sino por no hacerse responsable de la determinación de aquella
hija en perjuicio de su salud, que se había mostrado harto deleznable. Y
ella tomó entonces la decisión de cargar sobre sí toda la responsabilidad,
no sin buscarse un cómplice para cubrirse mejor, como solía:
·
«Avía persuadido a un hermano mío Ouan de Ahumada) a que
se metiese fraile, diciéndole la vanidad del mundo. Y concertamos
entrambos de irnos un día, muy de mañana, al monesterio adonde
estaba aquella mi amiga, que era al que yo tenía afición» (Vida,
4, 1).
Santa Marta de la Encarnación
Ahora no la llevan, como antaño, a Santa María de Gracia, sino va
ella por su sola determinación. Puesta a escoger lo que mejor le va ha es­
cogido el monasterio de Santa María de la Encarnación de la Orden del
Carmen.
La presencia de una entrañable amiga en el monasterio de la Encarna­
ción no fue precisamente la causa de su elección sino el medio de una in­
formación segura.
«Ya yo estava de suerte que a cualquiera que pensara servir
más a Dios, u mi padre quisiera, fuera» (Vida, 4, 1).
La ida fue, en efecto, como echarse al Purgatorio, con un desgarro
mortal de todos sus sentimientos:
«Cuando salí de casa de mi padre, no creo será más el senti­
miento cuando me muera; porque me parece cada hueso se me
apartava por sí, que como no avía amor de Dios que quitase el
amor del padre y parientes era todo haciéndome una fuerza tan
grande que, si el Señor no me ayudara, no bastaran mis considera­
ciones para ir adelante» (Vz'd.::¡r, 4, 1).
Dos factores están obrando en ella constantemente: sus considera­
ciones cerebrales, insuficientes de sí para aquella determinación sobrehu­
mana y la fuerza oculta que recibía de Dios y que hacía eficaces sus arro­
jos vitales.
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EFREN DE LA MADRE DE DIOS
Aquel contraste de sentimientos le hacía pensar más tarde:
«Cuando de ésto me acuerdo, no hay cosa que delante se me
pusiese, por grave que fuese, que dudase de acometerla. Porque
yo tengo espiriencia en muchas que, si me ayudo al principio a de­
terminarme a hacerlo (que siendo sólo por Dios, hasta en comen­
zarlo quiere... que el alma sienta aquel espanto, y mientras ma­
yor, si sale con ello, mayor premio y más sabroso se hace después)
aun en esta vida lo paga Su Majestad por unas vías que sólo quien
goza de ello lo entiende» (Vida, 4, 2).
Ella misma se quedó sorprendida cuando al verse dentro, se encontró
con un gozo insospechado:
«A la hora me dio un tan gran contento de tener aquel estado,
que nunca jamás me faltó hasta hoy, y mudó Dios la sequedad
que tenía mi alma en grandísima ternura. Dávanme deleite todas
las cosas de la relisión, y es verdad que andava algunas veces
barriendo en horas que yo solfa ocupar en mi regalo y gala, y acor­
dándoseme que estava libre de aquello me dava un nuevo gozo,
que yo me espantava y no podía entender por dónde me venía»
(Vida, 4,2).
La Orden de nuestra Señora
Quizás doña Teresa no tenía idea exacta de lo que era la Orden del
Carmen. Se le habían ido los ojos más de una vez tras de aquella indu­
mentaria llamativa, una capa blanca cubriendo un hábito negro que aso­
maba por los cabezones y por el entresijo de la capa y por debajo de ella.
En cuanto a la vida de las monjas carmelitas sólo había procurado averi­
guar si vivían con seriedad sus Constituciones y si dominaba en el am­
biente una vida honesta y deseosa de servir a Dios. Para ello se había vali­
do de la amiga Juana Suárez, que le dijo confidencialmente todo cuanto
ella necesitaba saber.
Lo demás fue una sorpresa, un encuentro insospechado con la Madre
de Dios, a la que ella, a sus trece años y medio había pedido que fuese su·
Madre «con muchas lágrimas».
Nunca imaginó, sin embargo, que fuese tanto. Le llamó la atención,
desde luego, que con toda naturalidad decían las monjas con un latín ase196
LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
quible: TO TU S MARIANUS ES T CARMELUS, que el Carmelo era todo
de María. Eso, ciertamente, lo podía decir cualquiera, pero no con aquel
resabio.
Los carmelitas se consideraban familiares de la Santísima Virgen y
habían venido a Europa desde el Monte Carmelo, con el título de Herma­
nos de Santa María del Monte Carmelo. En una Europa, donde el culto a
la Virgen Santísima revestía esplendores triunfalistas y Ella, la gran Seño­
ra, se mantenía a gran distancia, llenando -con su imagen el ábside de las
iglesias, r�cibía el homenaje de los fieles como servidores. En este sentido
se acababan de fundar los Servitas y las diferentes órdenes dedicaban un
culto solemne a la Gran Señora.
En aquel ambiente, cuando aparecieron los carmelitas fugitivos del
Monte Carmelo, con sus capas barradas, blancas, con siete barras marro­
nes, de reminiscencia oriental, fueron mirados con asombro, con extrañe­
za y más cuando ellos alegaron por título el ser Hermanos (no siervos) de
Santa María del Monte Carmelo. El título sonaba, de pronto, a provoca­
ción o falta de respeto a la Gran Señora y según era costumbre llevaron el
tema al parlamento de las Universidades. Increíbles y sarcásticos argu­
mentos reconvenían a los extaños carmelitas a poner en claro si su herma­
na era la Gran Señora, Madre de Dios, o más bien Santa María Egipcíaca,
la pecadora.
Ellos alegaban, fundados en vetustas tradiciones, que su vida estaba
calcada en la vida de la Virgen, la vecina de Nazaret y Madre de Cristo y
repetían punto por punto que los capítulos de su Regla se habían elabora­
do sobre las líneas fisonómicas de la Madre de Jesús. Y concluían triunfal­
mente: mirad el parecido de nuestras vidas con la que observó la Madre
de Dios y no dudaréis de que somos hermanos de verdad.
El fragor llegó a los oídos del Sumo Pontífice, Honorio III, el cual,
con fecha 30 de enero de 1225, despachó una Bula dirigida a los «queri­
dos hijos Prior y Hermanos ermitaños del Monte Carmelo», reconociendo
que su «norma de vida», puesta en regla por el Patriarca de Jerusalén, de
buena memoria, fue presentada ante el Concilio General y ellos recibidos
como tales: «y en adelante vosotros y vuestros sucesores lo podreis obser­
var para la remisión de los pecados. Dado en Rieti, 30 de enero, año déci­
mo de nuestro Pontificado» (Speculum Ordinis Fratrum Carmelitarum,
noviter impressum, Venetiis, 1507, fol. 60 v ) .
197
EFREN DE LA MADRE DE DIOS
Las aprobaciones se fueron repitiendo por otros Papas: Inocencio IV,
Alejandro IV, Urbano IV, Nicolás IV, Bonifacio VIII, Clemente IV, Gre­
gorio IX, Gregorio X.
Pero también se ponía en claro que la aprobación pontificia había sido
anterior al concilio de Letrán:
«En el año del Señor 1199, Alberto, Patriarca de Jerusalén y le­
gado apostólico en Tierra Santa, a petición de los hermanos del
Carmelo les había escrito su Regla, dividida en diez artículos...
Después les hizo construir un Monasterio, junto a la Fuente de
Elías, y en sus linderos incluir y restaurar la capilla que sus prede­
cesores habían levantado allí en honor de la Madre de Dios, des­
pués de la Ascensión de Cristo y a todos los que moraban allí, en
cu�vas y celdas diseminadas por el Monte Carmelo, ordenó el mis­
mo Patriarca Alberto que se unieran en dicho monasterio con la
observancia de la vida religiosa, instituida por el Profeta Elías. Y
los recluyó allí para que convivieran bajo la Regla por él nueva­
mente redactada.
Este Alberto, que había confeccionado la Regla de la Orden de
los Carmelitas, fue entronizado el año del Señor 1213; así su
entronización fue anterior al concilio de Letrán celebrado por el
Papa Inocencio III en el año - del Señor l 2 15, en el mes de no­
viembre, año 18 del pontificado del mismo Inocencio III. Antes de
aquel concilio, año y medio, el dicho Alberto moría en Jerusalén a
manos �e los sarracenos, en una procesión solemne de la Santa
Cruz. De lo cual resulta claro que nuestra Orden tenía Regla e ins­
titución antes de aquel Concilio, como afirma el texto del capítulo
Religionum diversitatem» ( Speculum Ordinis, fol. 58 v.).
El manto barrado, que seguía siendo demasiado llamativo, fue con­
vertido en manto blanco por indicación del Papa Gregorio X en 1285 y en
el capítulo de la Orden en Montpellier, el año 1287, celebrado el día de
Santa María Magdalena, se abandonó el manto barrado y se adoptó ofi­
cialmente el manto blanco. Este manto, añadida la capucha del mismo
color, se llamó en adelante Capa blanca ( Speculum Ordinis, fol. 59 v.).
_
*
,,,
*
Estas cosas las leyó Santa Teresa en el Espejo de la Orden de los frailes
carmelitas, en un manuscrito del siglo XV, que al lado del texto latino le
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LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
ofrecía una versión en castellano primitivo que la invitaba a leer palabra
por palabra con ansiedad creciente. (Cfr Sta. Teresa y su tiempo , t. 1 (Sa­
lamanca, 1982), n. 0 274 ss.
·
El libro recogía todas las tradiciones, las más increíbles, que habían si­
do el vehículo de una devoción mariana que necesitaba recurrir a mitos e
historietas para inculcar la más profunda dedicación al servicio de la
Madre de Dios.
El origen inicial de la fascinación mariana que campaba en todo el
libro partía del profeta San Elías, cabeza del monacato en el Antiguo Tes­
tamento, trasvasado, como la cosa más natural, al Nuevo Testamento,
incluyendo en el clan de San Elías, no sólo al Precursor de Cristo, San
Juan Bautista, sino a toda la familia mariana a partir de de la abuela Me­
renciana, madre de Santa Ana (Fundaciones, 26,6), incluido San.
Joaquín, la propia Virgen María, el profeta Agabo, que había pretendido
casarse con ella y todos los que de alguna manera estaban emparentados
con la Santísima Virgen. La «familia humana de la Virgen María» era un
título más que suficiente para vincularla a la gran familia del Monte Car­
melo.
La presentación de esta singular familia religiosa, familia que ella lla­
ma casta, se presentaba en el vetusto libro en estos absoletos términos:
«El profeta de Dios Helías, príncipe primero de los monjes es­
tuvo, del cual la primera casta institución y principio tomó» (De ­
cem libri, de Institución de los primeros monjes, l. I, c. 2).
La sucesión cronológica de profetas y dirigentes de aquella casta, que
vadea el paso del Antiguo al Nuveo Testamento encontrándose cara a cara
con la Virgen María, que vivía a pocas leguas del Monte Carmelo, en Na­
zaret y que como a parientes conocidos fue a visitarlos repetidas veces y a
dialogar con ellos, es nada en comparación del secreto confidencial que
habían heredado del propio San Elías. En el libro VI de la Institución de
los primeros monjes, leemos que el profeta vio desde el Monte Carmelo
que una pequeña nubecílla subía del mar e iba a empapar la tierra, hecha
un secarral con tres años y medio de sequía.
«El contenido de aquella visión, decía el Espejo de la Orden,.
dignóse Elías confiarlo, no a todos abiertamente, sino en secreto a
sus secuaces. Por ellos hemos sabido que Dios, bajo la figura de
aquella visión, había revelado a Elías cuatro grandes misterios, que
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EFREN DE LA MADRE DE DIOS
por su orden vamos a declarar: El primero, que iba a nacer una ni­
ña limpia de todo pecado desde el vientre de su madre. Segundo,
el tiempo en que ésto tendría cumplimiento. Tercero, que esta ni­
ña, a ejemplo de Elías, abrazaría perpetua virginidad. Cuarto, que
Dios, juntando su naturaleza divina con la humana, nacería de
aquella Virgen hecho hombre.
Y en lo que el muchacho de Elfas vio que la pequeña nubecilla
subía del mar, entendió Elías que una niña,. es a saber, la Biena­
venturada María, saldría humildemente de la naturaleza humana,
como la nube del mar, y desde su nacimiento quedaría limpia de
todo pecado y suciedad, como aquella nube que salía del mar
amargo sin sombra de amargura. Porque aunque la nube procedía
del mar y era de la misma naturaleza, tenía, sin embargo, distintas
propiedades: el mar era pesado y amargo; ella, leve y dulce. De la
misma forma aunque en otro hombre cualquiera la naturaleza está
cargada de la amargura del pecado, y aplastada por su peso, hasta
confesar que 'mis iniquidades se acumularon sobre mi cabeza y
cargan sobre mí como un peso muy pesado', con todo, la Biena­
venturada María salió de este mar de fa naturaleza humana de otra
manera: en su nacimiento no arrastró la amargura de los delitos,
sino, como aquella nubecilla, arrancó levísima por la inmunidad
de �odo pecado, y dulce por la multitud de carismas que en su na­
cimiento recibió. Ella fue aquella nube, de la cual en figura había
dicho Moisés:
'He aquí que la gloria dd Señor se ha manifestado en la
nube » (Speculum Ordinis, fol. 21').
'
,
*
*
*
Los maestros de la Orden, cifrando en la Virgen María su ideal de per­
fección, nunca olvidaron la lección del mar amargo de donde había subi­
do la inmaculada Virgen María y en sus lecciones ascéticas aplicaban mi­
nuciosamente la forma de desprenderse de las impurezas del mar amargo,
para hacerse, como la Virgen María, leves y dulces, limpios y fecundos.
El mejor exponente de esta doctrina lo hallamos en un compañero de
Santa Teresa y devoto lector del Speculum Ordinis, el cual, recordando
que los pecados deliberados, además del efecto negativo, que es privarnos
de la gracia de Dios o dificultarla, según su calidad, cada uno de esos pe200
LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
cados lleva consigo cinco daños positivos, «porque los apetitos cansan el
alma y la atormentan y la escurecen y la ensucian y la enflaq uecen» («Su­
vida del Monte Carmelo, l. l. 0 , c. 6, n. 0 5 ). «Porque así como un acto de
.
virtud produce en el alma y cría juntamente suavidad, paz, consuelo, luz ,
limpieza y fortaleza, así un apetito desordenado causa tormento, fatiga,
cansancio, ceguera y flaqueza. Todas las virtudes crecen en el exercicio de
una, y todos los vicios crecen en el de uno, y los dejos de ellos en el alma»
(Subida del Monte Carmelo, l. l. 0 , c. 1 2 , n. 0 5 ).
La purificación del alma tiene que ser tan intensa que no quede en
ella más aliciente que ser movida con entera libertad por el soplo del
Espíritu Santo. Era el ideal rnrmelitano, el ejemplar de la Virgen María,
meta y aspiración del Carmelita, como insinuaba San Juan de la Cruz a
propósito de las obras y peticiones de la Santísima Virgen: «Las obras y
ruegos de estas almas siempre tienen efecto. Tales eran las de la
gloriosísima Virgen Nuestra Señora, la cual, estando desde el principio le­
vantada a este tan alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de
alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el
Espíritu Santo» (Subida del Monte Carmelo, l. 3 , c. 2 , 10).
*
*
*
Santa Teresa tardaría en conocer al maestro de esta doctrina, San Juan
de la Cruz; pero la lectura del Espejo de la Orden era suficiente para in­
tuir un ideal elevadísimo que el Carmelo le ofrecía como Orden de la
Santísima Virgen.
El camino era arduo y los ardores juveniles de doña Teresa parecían
hacerse pedazos más de una vez.
Tuvo que salir del convento para ponerse en manos de una curandera
de Becedas en 1 5 39 , a sus 24 años.
Allí se encontró con un sacerdote de conducta irregular y ella se pro­
puso ganarlo para Dios con la ayuda de la Santísima Virgen.
«Nuestra Señora le devía ayudar mucho, que era muy devoto
de su Concepción, y en aq�el día hacía gran fiesta» ( Vida, 5 , 6).
No tenemos indicios por aquellos días de prácticas particulares en ser­
vicio de Nuestra Señora. Pero sí tenemos un indicio inequívoco de la Pro­
tección de la Santísima Virgen.
201
EFREN DE LA MADRE DE DIOS
Con el tratamiento de la curandera de Becedas doña Teresa sucumbió
y la creyeron muerta durante tres días. ¡Coincidencia! Ese colapso fue pre­
cisamente el día de la Asunción de 15 39, fecha que a la santa no le pasó
desapercibida:
«Vino la fiesta de Nuestra Señora de Agosto, que hasta enton­
ces desde abril avía sido el tormento... Dí priesa a confesarme, que
siempre era amiga de confesarme a menudo. Pensaron que era
miedo de morirme, y por no me dar pena mi padre no me dejó...
Dióme aquella noche un parajismo (paroxismo) que me duró estar
sin ningún sentido cuatro días, poco menos» ( Vida, 5,9).
En aquel desmesurado colapso habían sucedido cosas dignas de aten­
ción, pues al despertar, como dice su biógrafo padre Ribera, «comenzó a
decir que para qué la habían llamado, que estaba en el cielo y había visto
el infierno, y que su padre y otra monja amiga suya, Juana Suárez, se
habían de saJvar por su medio, y que vio también los Monasterios que
- había de fundar y lo que había de hacer en su Orden y cuántas almas se
.
�
habían de salvar por ella, y que había de morir santa, y que su cuerpo,
antes que la enterrasen, había de estar cubierto con un paño de brocado»
( Vida de Santa Teresa, l. 1 , c. 7).
Sería argumento muy socorrido calificar estos delirios como simples
delirios, desoyendo el lenguaje del subconsciente, que sin duda se asoma­
ba en estas manifestaciones, que ella cortó en seco apenas echó de ver que
las oía su padre.
Los sucesos posteriores irían clarificando poco a poco los repliegues de
su corazón.
La
invocación
de
San José
Paralítica e inútil a sus 27 años, en 1 542 recurre a San José para que le
alcance la salud.
¿No era esto desentenderse de la Santísima Virgen, a quien recurría
como a Madre?
Creemos que era más bien una atención que tenía con la Virgen re­
curriendo a su más allegado, San José. La razón de su devoción al Santo
Patriarca era sencillamente su vinculación a la Madre de Dios
202
LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
«En especial personas de oración siempre le avían de ser afi­
cionadas, que no sé cómo se ¡buede pensar en la Reina de los An­
geles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den
gracias a San Josef por lo bien que les ayudó en ellos» ( Vida, 6,8).
Era, pues, una galantería hacia la Virgen, ponerse bajo el amparo fa­
miliar que a Ella la había amparado. El sentido familiar de su devoción
mariana así parece exigirlo.
En adelante, las mercedes que la Virgen seguiría prodigándole serían
acompañadas de San José:
Un día de la Asunción de 1561, en el convento de Santo Tomás de
Avila,
«Vínome un arrobamiento tan grande que casi me sacó de
mí... Parecióme, estando ansí, que me vía vestir una ropa de
mucha blancura y claridad, y al principio no vía quién me la
vestía. Después ví a Ntra. Señora. Díjome que la dava mucho con­
tento en servir al glono
' so San ]ose/, que creyese que lo que
pretendía de el monesterio se haría y en él se serviría mucho el Se­
ñor y ellos dos» ( Vida, 33, 14).
La cohesión de ambas devociones fuele explícitamente inspirada por
Dios:
«Aviendo un día comulgado, mandóme mucho Su Majestad...
haciéndome grandes promesas de que no se dejaría de hacer el
monesterio y que se serviría mucho en él, y que se llamase de San
]ose/ y que a una puerta nos guardaría él y Nuestra Señora a la
otra y que Cristo andaría con nosotras y que sería una estrella que
diese de sí gran resplandor» ( Vida, 32, 1 1).
Años adelante entendió de nuevo:
«Que tenía mucha obligación de servir a Nuestra Señora y a
San Josef; porque muchas veces, yendo perdida del todo, por sus
ruegos me tornava Dios a dar salud» (CC.63ª).
*
*
Durante su vida privada, las relaciones con la Santísima Virgen iban
tan embebidas en ella, que quizás ni ella se apercibía de aquella presen­
cia, de no ser cuando la intervención de la Virgen sobresalía de la rutina.
203
EFREN DE LA MADRE DE DIOS
Mas cuando se hizo cargo de las demás por su oficio de madre, tenien­
do que transmitirles enseñanzas y experiencias, entonces tomó cuerpo la
devoción a la Santísima Virgen y adquirió las dimensiones exactas dentro
del contexto carmelitano.
«Lo que quiero ahora aconsejaros, y aun puedo decir enseña­
ros, porque como madre, con el oficio de priora que tengo, es
lícito» (C. 24,2).
Y lo primero que hace es declinar su propia maternidad y poner en
evidencia la primera, que es la de la Virgen:
«No tengo otro remedio sino llegarme a la misericordia de Dios
y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, Madre suya, cu­
yo hábito indinamente trayo y traeis vosotras. Alabadlo, hijas
mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente, y ansí no teneis
para qué os afrentar de que sea yo ruín. Pues teneis tan buena
Madre, imitadla y considerad qué tal deve ser la grandeza de esta
Señora y el bien de tenerla por Patrona, pues no han bastado mis
pecados y ser la que soy para dislustrar en nada esta Sagrada Or­
den» (3 M. 1, 3).
*
*
La bienvenida a su convento, cuando fue a hacerse cargo de las mon jas, fue como la toma de posesión de aquellas relaciones sustanciales con
la Madre de Dios:
«Fue grandísimo el consuelo para mí el día que venimos. Es­
tando haciendo oración en la iglesia, antes de que entrase en el
monesterio, estando casi en arrobamiento, vi a Cristo, que con
grande amor me pareció que me recibía y ponía una corona y agra­
deciéndome lo que avía hecho por su Madre,
Otra vez, estando todas en el coro en oración después de
Completas, ví a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto
blanco, y debajo de él parecía amparamos a todas. Entendí cuán
alto grado de gloria �arfa el Señor a las de esta casa» ( Vida, 36,24).
Ella tomó conciencia de aquella compenetración con la Madre de
Dios, a través del hábito que llevaba, «el hábito de N. ª Sra.».
204
LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
«Plega a el Señor sea todo para gloria y alabanza suya y de la
gloriosa Virgen María, cuyo hábito traemos» ( Vida, 36 , 28).
Otra vez y día de la Asunción, fue confirmada Santa Teresa en su acti­
tud de sumisión a la Madre de Dios:
«Un día de la Asunción de la Reina de los Angeles y Señora
nuestra, me quiso el Señor hacer esta merced, que en un arroba. ­
miento se me representó subida al cielo y el alegría y solemnidad
con que fue recibida y el lugar adonde está.
Fue grandísima la gloria que mi espíritu tuvo de ver tanta glo­
ria. Quedé con grandes efetos y aprovechóme para desear más pa­
sar grandes travajos, y quedóme gran deseo de servir a esta Señora,
pues tanto mereció» ( Vida, 39 , 26).
Su principal servicio en honor de la Santísima Virgen fue la decisión
de restablecer el esplendor primitivo de su Orden. A sus deseos había res­
pondido el Señor:
«En tus días verás muy adelantada la Orden de la Virgen»
(Cuentas de Conciencia, 1 1. ª ).
Cuando fue nombrada, a su pesar, priora del monasterio de la Encar­
nación, con deterioro de sus fundaciones descalzas, recurrió, para hacerse
con las monjas rebeldes, al recurso de las 1tradiciones de la Orden, que
habían considerado a la Virgen como la Hermana Mayor, Priora o Abade­
sa, la Madre, en fin, del monasterio. Y ant�s de tomar posesión de su car­
go hizo poner sobre el sitial de la Priora la imagen de Nuestra Señora de
la Clemencia, con las llaves del convento en su mano y en el sitial de la
superiora la imagen de San José, que desde entonces se llamó «el Parlero».
Eran inseparables en su conciencia, la Virgen María y el Patriarca San Jo­
sé.
Aquella presentación de la «verdadera priora» de aquella casa dejó
consternadas a todas las disidentes y se sometieron como un solo corazón
a los dictámenes expresados por la madre Teresa.
Sólo unos meses más tarde escribía la madre Teresa que la perfección
de aquella casa no iba en zaga a la que pudiera haber en SanJosé de Avi­
la. Todo el provecho lo achacaba a la Santísima Virgen:
«Mi Priora hace estas maravillas. Para que se entienda que es
ésto ansí, ha ordenado Nuestro Señor que yo esté de suerte que no
205
EFREN DE LA MADRE DE DIOS
parece vine sino a aborrecer la penitencia y no entender sino en mi
regalo» ( Cta., 37,9).
La respuesta de la Virgen no se hizo esperar:
«La víspera de San Sebastián, el primer año que vine a ser
priora en la Encarnación, comenzando la Salve, ví en la silla
priora!, adonde está puesta Ntra. Sra., bajar con gran· multitud de
Angeles la Madre de Dios y ponerse allí. A mí parecer no ví la
imagen (de Nuestra Señora de la Clemencia) entonces, sino esta
Señora que digo ... Estuvo ansí toda la Salve, y díjome: Bien acer­
taste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que hi­
cieren a mi Hijo y se las presentaré».
. «Después de ésto quedéme yo en la oración que trayo de estar
el alma con la SS. Trinidad, y parecíame que la Persona del Padre
me llegava a Sí y decía palabras muy agradables. Entre ellas me di­
jo, mostrándome lo que quería: Yo te dí a mi Hi/o y al Espíritu
Santo y a esta Virgen: ¿Qué me puedes tú dar a Mí?'» ( CC., 22. ª).
El camino de las vivencias
La Virgen María no es un temario. Para Santa Teresa es una escuela de
vivencias divinas y averigua qué forma de vivencia sentiría ella en cada
uno de los pasos de su vida, como si los llevara metidos en el alma. A su
amiga, doña Luisa de la Cerda, que andaba por tierras extrañas mirando
por la salud de su hijo, escribía:
«Téngame V. S ª ánimo para andar por tierras extrañas. Acuér­
dese cómo andava Ntra. Sra. cuando fue a Egipto, y Ntro. Padre
San José» ( Cta., 8, 18).
Más de una vez se quedaba mirando a la Virgen con su Niño en bra­
zos y qué sentiría: Le dijo Cristo:
«No pienses, cuando ves a mi Madre que me tiene en brazos,
que gozava de aquellos contentos sin grave tormento. Desde que
le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi Madre clara luz para
que viese lo que yo avía de padecer» ( CC., 26. ª, 1).
206
LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
El día de la Natividad de Nuestra Señora, 8 de septiembre, como su
día de cumpleaños; Santa Teresa sentía particular alegría y ganas de ha­
cerle algún obsequio:
«El día de Nuestra Señora de la Natividad tengo particular
alegría. Cuando este día viene, parecíame sería bien renovar los
votos, y queriéndolo hacer se me representó la Virgen Señora
Nuestra por visión imaginaria (?) y parecióme los hacía en sus ma­
nos y que le eran agradables.
Quedóme esta visión por algunos días cómo estava junto con­
migo hacia el lado izq uierdo» ( c c.' 37. a ) .
No se olvide que el «lado derecho» lo tenía reservado Cristo para Sí
( Vida, 27,2).
El día de la Resurrección de Cristo se sentía gloriosa con el triunfo del
Señor sobre la muerte: pero juntamente se le iba el pensamiento a la so/e-­
dad de Nuestra Señora y Cristo, que intuía todos sus sentimientos, se le
adelantó:
«Díjome que en resucitando avía visto a Nuestra Señora, por­
que estava ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta
y traspasada, que aun no tornava luego en sí para gozar de aquel
gozo. . . y que avía estado mucho con ella, porque avía sido menes­
ter, hasta consolarla» ( C. C., 13. ª, 12).
Las dimensiones del alma de la Virgen María se ponían en evidencia al
pie de la Cruz, cuando Cristo, su Hijo, moría en ella: Ella y la Magdale­
na, desafiando el descaro de los sayones y las burlas del populacho, la
asombraban:
«¡Qué devía pasar la gloriosa Virgen y esta bendita Santa!,
¡qué de amenazas, qué de malas palabras, y qué de encontrones, y
qué descomedidas! Pues, ¡con qué gente lo avían tan cortesana!;
sí, lo era del infierno, que eran ministros suyos. Por cierto que
devía ser terrible cosa lo que pasaron, sino que con otro dolor ma­
yor no sentirían el suyo» ( Camino, 26,8).
El traspasamiento de la Virgen a! pie de la Cruz lo lleva tan al vivo
.
que cada vez que quiere declarar el suyo se refiere al de la Virgen:
«Como es tan intolerable y yo me estava en mis sentidos,
hacíame dar gritos grandes sin poderlo escusar. Ahora, como ha
207
EFREN DE LA MADRE DE DIOS
crecido, ha llegado a términos de este traspasamiento y entendien­
do más el que Nuestra Señora tuvo, que hasta hoy, como digo, no
he entendido qué es traspasamiento» ( C. C., 1 3 .ª , 1 2 ) .
«Por aquí entendía esotro mi traspasamiento, bien diferente;
más ¡cuál devía ser el de la Virgen!» ( C. C., 1 3 . ª, 1 2 ) .
imagen de l a Virgen Dolorosa con el Hijo muerto en su regazo le
causaba una impresión hondísima, que ella parecía revivir algunas veces,
sintiendo, por merced de Dios que Cristo se dejaba caer en sus brazos, como lo estuvo en los de su Madre:
La
·
«Estando la misma noche en Maitines, por visión intelectual,
tan grande que casi parecía imaginaria, se me puso en los brazos a
manera como se pinta la quinta angustia» ( C. C., 44 .ª,4).
*
*
*
El cántico del Magníficat de Nuestra Señora era un despertador fre­
cuente en sus experiencias íntimas:
«Estando un día en oración, sentí �star el alma tan dentro de
Dios, que no parecía avía mundo, síno embevida en El. Dióseme
aquí a entender aquel verso de la Magníficat: et exultavit spiritus,
de manera que no se me puede olvidar» ( C. C., 4 7. ª).
.
Y sobre aquel levantamiento de espín tu que sentía algunas veces, en­
tendió también:
«qué era espíritu y cómo estava el alma entonces y cómo se en­
tienden las palabras de la Magníficat: exultavit spiritus meus; no
lo sabré decir; paréceme se me dio a entender que el espíritu era lo
superior de la voluntad» ( C. C., 65. ª , 2 ) .
E n el Camino de Perfección, donde enseñaba a rezar como e s debido
el Padre Nuestro, fue su intención glosar también la oración del Ave
María y fue lamentable que lo dejase de hacer, pues habría resumido en
ella su ideología mariana:
«También pensé deciros algo de cómo aveis de rezar el A ve
Maria; mas heme álargado tanto que se quedará, y basta aver en­
tendido cómo se rezará bien el Paternoster para todas las oraciones
vocales que uvierdes de rezar» ( C. E., 73 , 2).
208
LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
La clave estaba en el interior de la Santísima Virgen, donde ella
pretendía penetrar y vislumbres de aquel tesoro escondido los veía en el
Cantar de los Cantares, donde el Esposo requiebra a la Esposa, que para
el caso es la Virgen María:
«Y ansí lo podeis ver, hijas, en el Oficio que rezamos de
Nuestra Señora cada semana (el Oficio parvo ), lo mucho que está
en ellos en antífonas y lecciones...» ¡Oh, alma amada de Dios! No
te fatigues, que cuando Su Majestad te llega aquí y te habla tan
regaladamente, como verás en muchas palabras que dice en los
Cánticos, que dice tantas y tantas palabras tan tierrnas a la esposa,
como «toda eres hermosa, amiga mía, y otras muchas en que
muestra el contento que tiene de ella, de creer es que no consenti­
rá que le descontente a tal tiempo, síno que la ayudará a lo que
ella no supiere para contentarse de ella más» (Meditaciones sobre
los Cantares, c. 6,8-9).
- De esta forma, estando dentro de sí misma, barrunta y descubre los
pasadizos que la llevan a comprender más de cerca a la Madre de Dios,
uniéndose a los sentimientos de Ella.
Entrada en el alma de la Santísima Virgen
El primer acceso al alma de la Virgen era s2 propia naturaleza de m u1er, que facilitaba en gran parte su compenetración:
«Ni aborrecisteis, Señor de mi alma, las mujeres, antes las favo­
recisteis siempre con mucha piedad y hallásteis en ellas tanto amor
y más fe que en los hombres, pues estava vuestra Sacratísima
Madre, en cuyos méritos merecemos, y por tener su hábito, lo que
desmereceríamos por nuestras culpas» ( C. E., 4, 1).
Y era cierto que en fe y amor la Virgen estaba muy por encima de los
apóstoles:
«Conviene, por espirituales que sean, no huir tanto de cosa.S
corpóreas que les parezca que aun hace daño la Humanidad
Sacratísima. Alegan lo que el Señor dijo a sus discípulos, que
convenía que El se fuese.
209
EFREN DE LA MADRE DE DIOS
Yo no puedo sufrir ésto. A usadas que no lo dijo a su Madre
Santísima, porque estava firme en la fe, que sabía que era Dios y
hombre. Y aunque le amava más que ellos, era con tanta perfec­
ción que antes la ayudava» ( 6 Moradas, 7, 14).
«No se dijo ésto a la Madre de Dios, aunque lo amava más que
todos» ( Vida, 22, l }.
Además:
«Sé que los Apóstoles tuvieron pecados veniales; sólo Nuestra
Señora no los tuvo» ( Cta., 167, 12}.
Esa luz inmaculada que la Virgen despedía de sí, la echaba de ver
Santa Teresa cuando se sorprendió de que la Virgen, en sus apariciones,
irradiase una insospechada juventud :
«Era grandísima la hermosura que ví en Nuestra Señora, aun­
que por figuras no determiné ninguna particular, sino toda junta
la hechura de el rostro, vestida de blanco con grandísimo resplan­
dor, no que dislumbra, sino suave . .. Parecíame Nuestra Señora
muy niña» ( Vida, 3 3, 14).
*
*
La puerta para entrar en las entrañas de la Santísima Virgen, Señora
nuestra, la declara brevemente Santa Teresa con estas palabras:
«Plega a Nuestro Señor, hermanas, que nosotras hagamos la vi­
da como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profe­
sión» (F., 16, 7}.
El programa de vida de una hija de la Virgen está anunciado en la vo­
cación misma del Carmelo:
«Todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos
llamadas a la oración y contemplación; porque este fue nuestro
principio, de esta casta venimos, de aquellos santos padres
nuestros del Monte Carmelo que en tan gran soledad y con tanto
desprecio del mundo buscavan este tesoro, esta preciosa margarita»·
(5 Moradas, l, 3).
Esta preciosa margarita hay que buscarla cavando en la humildad y en
la fe viva:
2 10
LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
«Parezcámonos, hijas mías , en algo a la gran humildad de la
Virgen Sacratísima, cuyo hábito traemos, que es confusión
nombrarnos monjas suyas; que por mucho que nos parezca nos
humillamos, quedamos cortas para ser hijas de tal Madre y esposas
de tal Esposo» ( Camino, 1 3 , 3) .
En el centro de la Santísima Virgen
La coincidencia con la Virgen se cifra en aquello que determinó la
grandeza soberana de la Madre de Dios. La invitación a la humildad, que
pudiera limitarse al ejercicio común de esta virtud, no resolvería nada si
no se exigiese una humildad radical, óntica, la cual sólo se da en la vida
total de fe y Santa Teresa descubre esta palanca todopoderosa en el en­
cuentro .de la Virgen con el arcángel San Gabriel en el momento de la
Anunciación:
«Aquí viene bien el acordarnos cómo lo hizo con la Virgen
Nuestra Señora con toda la sabiduría que tuvo, y como preguntó
al Angel cómo sería ésto, en diciéndole: El Espíritu Santo sobre­
vendrá en tí y la virtud del Muy Alto te hará sombra, no curó de
más disputas. Como quien tenía tan gran fe y sabiduría, entendió
luego que, entreviniendo estas dos cosas, no avía más que saber ni
dudar» (Med. sobre los Cantares, 6, 7).
En este vértice Santa Teresa se ha encontrado, en coincidencia perfec­
ta, con San Juan de la Cruz, cuando señalaba la meta del contemplativo
en el dechado colosal de la Santísima Virgen. Santa Teresa encontró por
sí, por el camino de la contemplación del Carmelo y al amparo «del hábi­
to de Nuestra Señora», que las obras de pura fe, movidas por el Espíritu
Santo, configuran a la Santísima-Virgen y a cuantos como Ella hallan en
el Espíritu Santo el resorte de todas sus vivencias:
«Tales eran las de la gloriosísima Virgen Ntra. Señora, la cual,
estando desde el principio levantada a este tan alto estado, nunca
tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura ni por ella se
movió, síno siempre su moción fue por el Espíritu Santo» (Subida
del Monte Carmelo, l. 3 , c. 2 , 1 0) .
Santa Teresa, afilando más la punta, zahiere a ciertos letrados que in­
terfieren noticias cerebrales con deslustre de estas mociones sobrenatura­
les:
21 1
.
EFREN DE LA MADRE DE DIOS
«No como algunos letrados, que no les lleva el Señor por este
modo de oración ni tienen principio de espíritu, que quieren lle­
var las cosas por tanta razón y tan medidas por sus entendimien­
tos, que no parece, sino que han ellos, con sus letras, de compren­
der todas las grandezas de Dios. ¡ Sí deprenqiesen algo de la hu­
mildad de la Virgen Sacratísima!» (Med. sobre los Cantares, 6, 7).
Epílogo
Santa Teresa ha encontrado dentro de sí, con el Espíritu Santo, la
compenetración perfecta con la Santísima Virgen Madre de Dios. Allí se
ha conformado plenamente con Ella por la misma virtud del Espíritu San­
to que la hizo Madre de Dios.
Ha sido el camino más directo y más eficiente. La devoción de Santa
Teresa a la Madre de Dios no es aislacionista; más que en el contorno sen­
timental de su figura se ha metido en su alma, más aún, en el alma de su
alma y allí se ha abrazado con Ella. Los carmelitas descalzos que elabora­
ron su doctrina espiritual, como el padre Baltasar de Santa Catalina, co­
mentador de Las Moradas de Santa Teresa, asigna un curioso grado de
vinculación a la Santísima Virgen, el Desposorio Espiritual con la
Santísima Madre de Dios.
Algunos quisieran que Santa Teresa hubiese alcanzado fama de ma­
riana por el camino periférico de una devoción gesticulante. Recordamos
a ciertos devotos que a lo largo del concilio Vaticano 11 temieron que el
concilio se cargase aquella vieja devoción. Y lo que hizo el concilio fue
destacar su grandeza asignándle el puesto que le correspondía en el con­
junto de la Iglesia de Dios.
Santa Teresa, como el concilio, ha engrandecido a la Santísima Virgen
desde Dios y en la Iglesia. La Virgen es para ella ante todo la Madre de
Dios y Madre de la Iglesia. Todo lo que tiene le viene de Dios y todo lo
que hace redunda en la Iglesia. Cuando Santa Teresa distingue a las Tres
Personas de la Santísima Trinidad, la Segunda es el Hijo de la Virgen. Y
cuando la invoca como Patrona de la Orden o de la Iglesia, expresa su
sentido familiar y vinculándola al glorioso San José. Ellos formaron fami­
lia para dar lugar al Hijo de Dios en la tierra. Y ellos obran conjuntamen­
te cuando tratan de amparar a la familia de Dios, que es la Iglesia.
212
LA SANTISIMA VIRGEN EN LA VIDA DE SANTA TERESA
Santa Teresa es genial y su intuición es asombrosa . Ganándose fama
de muy devota de la Virgen , sin consideración a la estructura de su propia
grandeza, le hubiera dado , quizás , popularidad a ella , pero habría apor­
tado bien poco a la dignificación de la Madre de Dios y Madre de la Igle­
sia.
Sus expresiones , sin embargo , llevan una carga tremenda de ternura
mariana y se le escapan como exhalaciones que arrastran todo el aroma de
su ser.
A las descalzas de Sevilla dice :
«Muchas bendiciones les he echado . La de la Virgen Señora
nuestra les caya, y de toda la SS. Trinidad» ( Cta. , 277 , 2 3 ) .
Al padre Gracián le dice :
«Quédese con Dios , y pues sirve a tal dama como la Virgen ,
que ruega por él , no tenga pena de nada» ( Cta. , 24 1 , 8).
A la duquesa de Alba le recomienda :
«Mire V. Excelencia que este negocio toca a la Virgen Nuestra
Señora que ha menester ser ahora amparadora de personas seme­
jantes» ( Cta., 262 ,4).
El 1 5 de agosto, repleto de recuerdos marianos , le sugiere una entra­
ñable memoria de ia Madre de Dios :
«En fin , en sus días vienen los trabajos y descansos , como cosa
propia ( Cta. , 243 , 1 7).
Las alusiones al Espíritu Santo para penetrar en el interior de la
Santísima Virgen están apuntadas por el mismo Concilio Vaticano :
«A la SS. Virgen la Iglesia Católica, enseñada por el Espíritu
Santo , honra con filial afecto de piedad como a Madre
amantísima» (L. G . , 5 3) .
El caso e s que Santa Teresa h a penetrado como pocos en el alma d e la
Santísima Virgen y ésta ha penetrado de tal forma en su vida que la pode­
mos clasificar, sin duda, como una de las más eximias devotas de la Madre
de Dios . Su devoción , recia y profunda , como toda su doctrina mística, es
el aval más imponente de una devoción sin resquicios , fundada en sólida
Teología y en la vivenciá indudable de su espiritualidad .
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