Capitalizando el Capital Social de las Mujeres: Género y

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Capitalizando el Capital Social de las Mujeres: Género y
Microfinanza en Bolivia
Dr Kate Maclean, King’s College London
(traducción: Enrique Castañón)
La microfinanza es la provisión de pequeños préstamos y facilidades de ahorro
a gente que de otra manera sería excluida de sistemas financieros formales.
Desde sus comienzos en los años 1970s, la microfinanza se ha convertido en
una de las más aclamadas intervenciones de desarrollo. En el 2005 las
Naciones Unidas celebraron el año internacional de la microfinanza y en el
2006 el Banco Grameen y su fundador, Mohammed Yunus, recibieron el
Premio Nobel de la Paz debido a ‘sus esfuerzos por crear desarrollo social y
económico desde abajo’.1 Las instituciones microfinancieras (IMFs) a nivel
mundial han extendido sus servicios concentrándose en las mujeres sobre la
base de su ‘capital social’, resumido por Rankin (2002:1) como ‘formas locales
de asociación que expresan confianza y normas de reciprocidad’. El capital
social de las mujeres es utilizado por las IMFs bajo la forma de garantías
grupales. El valor de las relaciones dentro de los grupos funciona como
garantía y la presión de los compañeros dentro del grupo asegura el pago y
eventual cancelación de la deuda. Esta técnica logra obtener tasas de
cancelación de deuda muy altas, comúnmente por encima del 95 porciento.2
En este capítulo, exploro en primera instancia el uso del capital social de
las mujeres por parte de las IMFs, así como las críticas desde una perspectiva
de género. Seguidamente, en base a una investigación cualitativa realizada en
el valle de Luribay, Bolivia3, examino como las mujeres negocian el enfoque
dual de la microfinanza consistente en formar grupos y proveer créditos.
Específicamente, me enfoco en CreCER (Crédito con Educación Rural), una
IMF Boliviana que se concentra en la mujeres de áreas rurales.4
EL CAPITAL SOCIAL DE LAS MUJERES Y LA MICROFINANZA
Una de las principales razones por las cuales las IMFs se concentran en las
mujeres es la fuerza de su capital social. Aunque las mujeres pobres a menudo
no poseen garantías formales, en parte porque las propiedades tienden a no
estar a su nombre, lo que si poseen es capital social. Las conexiones sociales y
el trabajo comunitario han demostrado ser de vital importancia para su
sobrevivencia en el contexto del desarrollo. Como lo describe Molyneux
(2002:177): ‘La evidencia demuestra a lo largo de un rango de países que las
mujeres pertenecientes a grupos de bajos ingresos son frecuentemente
aquellas que poseen los lazos familiares y comunitarios más fuertes; muchas
de estas mujeres realizan conexiones sociales, se comprometen en relaciones
de apoyo recíproco y participan en formas locales de vida asociativa’. Mediante
el uso de una garantía grupal, las IMFs son capaces de aprovechar este capital
social y usarlo como garantía. Los préstamos son cancelados en una gran
proporción debido a que los miembros del grupo no quieren arriesgar la
confianza sobre el grupo o su reputación dentro la comunidad (véase también
Casier, en este volumen). A parte de ser una garantía excelente, el grupo
colecta los pagos de miembros individuales, reduciendo de esta manera los
costos administrativos de la IMF.
Existen otras razones por las cuales las IMFs se concentran en las
mujeres. Desde sus comienzos, la microfinanza ha estado asociada al
empoderamiento de la mujer. La provisión de préstamos en forma directa a las
mujeres apoya su independencia financiera, incrementando su poder de
negociación dentro del hogar y otorgando mayor visibilidad a su contribución.
Las mujeres han probado ser las mejores ‘luchadoras contra la pobreza’5 y son
propensas a invertir las ganancias de sus préstamos en la educación de sus
hijos, salud y en mejoras al estándar de vida del hogar. Las reuniones grupales
pueden proveer un foro para discutir la situación de las mujeres, en el cual los
miembros pueden intercambiar experiencias y ofrecer apoyo mutuo (Rankin,
2002). Cada vez más, el empoderamiento de las mujeres es visto como
resultado únicamente de la provisión de créditos; no obstante, los críticos
argumentan que otros elementos de las intervenciones microfinancieras,
incluyendo las reuniones grupales y el entrenamiento, son igual de importantes
si es que no más (Mayoux 2006).
La microfinanza ha logrado altos niveles de popularidad en la industria
del desarrollo en parte porque posee el potencial de ser financieramente autosostenible (Mayoux, 2006; no obstante véase también Mutalima en este
volumen). Mientras que otras intervenciones de desarrollo dependen de ayuda
financiera, la microfinanza podría en última instancia depender de sí misma; si
las tasas de interés cubren los costos administrativos y si se logra colectar
suficientes ahorros, en tal caso no existe mayor necesidad de subsidios. En
este contexto, el capital social de las mujeres es utilizado predominantemente
por su potencial de facilitar la generación de ingresos y el crecimiento de las
instituciones microfinancieras.
Este uso refleja el entendimiento preponderante sobre el capital social
en las instituciones de desarrollo de la corriente dominante, basado en la
definición comunitaria de Putnam: ‘el capital social…hace referencia a las
características de la organización social, como ser la confianza, normas y
redes, que pueden mejorar la eficiencia de la sociedad al facilitar acciones
coordinadas’ (Putnam 1993:167, citado en Woolcock, 1998:189). Esto define al
capital social como un bien público, cuyo incremento es necesariamente
positivo para el desarrollo. Sin embargo, las tradiciones y normas que
cimientan el capital social pueden ser fuente de inequidades de género, y las
relaciones pueden ser jerárquicas así como también recíprocas y cooperativas.
Las mujeres tienden a asumir la responsabilidad de mantener estas tradiciones
y relaciones comunitarias, pero el trabajo necesario para este mantenimiento,
aunque siendo vital para la sobrevivencia, tiende a ser visto como una labor
natural y por consecuencia es subvalorada (Molyneux, 2002).
Asimismo, aunque se asume que el capital social apoya el desarrollo y la
generación de ingresos, las dinámicas precisas involucradas en este proceso
son raramente exploradas. Entender al capital social como un bien público
pasa por alto el lado negativo de las relaciones, tradiciones y normas así como
las restricciones que estas imponen. Las relaciones intra-comunales pueden
involucrar normas negativas de estratificación así como también de apoyo
mutuo. Por ejemplo, los celos y el sancionar los logros individuales pueden
ayudar a mantener la cohesión grupal, pero no necesariamente son benéficos
para el desarrollo ya sea a nivel social o individual. Se ha argumentado que si
bien los lazos intra-comunales cercanos ofrecen apoyo y redes de seguridad,
para triunfar empresarialmente uno debe establecer conexiones fuera de la
comunidad inmediata (Woolcock, 1998). El siguiente estudio de caso sobre el
programa CreCER en el área rural de Bolivia ilustra las complicaciones y los
conflictos de objetivos que conlleva el uso del capital social de las mujeres para
promover capitalización y auto-sostenibilidad financiera.
CAPITAL SOCIAL Y MICROFINANZA EN EL ÁREA RURAL DE BOLIVIA
CreCER se concentra en mujeres de áreas rurales y peri-urbanas con el
objetivo de promover desarrollo a través de la ‘capitalización’ de sus
beneficiarias en el área rural y del apoyo a microempresas.6 Logra sus
objetivos mediante la provisión de préstamos entre 500bs (bolivianos)
(US$62.5) y 8000bs (US$1000)7 a seis meses plazo, y manteniendo sesiones
de capacitación sobre temas de salud y derechos de las mujeres durante las
reuniones grupales regulares. CreCER es única entre las IMFs Bolivianas en
cuanto a que adopta este enfoque de ‘doble resultado’ orientado a los impactos
sociales y financieros.
CreCER presta a grupos compuestos de al menos diez mujeres. Los
grupos se seleccionan voluntariamente y los promotores incitan a los miembros
potenciales para que permitan la participación solamente de mujeres
responsables. Una vez los grupos están formados, CreCER presta la suma de
dinero al todo el grupo con un plazo de 6 meses. El grupo es responsable de
colectar los pagos de los miembros individuales y puede determinar algunos
aspectos del préstamo, como por ejemplo la cuota inicial de la membrecía.
Existen, sin embargo, políticas centralizadas que los miembros del grupo no
pueden determinar, las cuales son proclamadas bajo el objetivo de autosostenibilidad financiera a largo plazo. Las tasas de interés, 24 por ciento al
momento de la investigación, y un calendario de pago cada dos semanas son
definidas de manera centralizada.
CreCER ha estado activa en el municipio de Luribay desde el año 2000.
Luribay es un valle productor de frutas que queda a unas siete horas de viaje
por carretera desde La Paz. Aymara, uno de los idiomas indígenas oficiales de
Bolivia, y el castellano son los lenguajes hablados. En el centro del valle se
encuentra el pueblo de Luribay (230 habitantes), la capital del municipio, donde
el gobierno local y las organizaciones no gubernamentales (ONGs) que operan
en el valle poseen sus oficinas. El pueblo está rodeado por 78 comunidades
ubicadas a lo largo del río. La carretera de Luribay a La Paz empieza en el
pueblo. Cada martes hay una feria en el pueblo a la que acude gente de La
Paz a vender ítems como ser ropa y equipos de cocina. La diferencia entre el
pueblo y las comunidades tiene sus raíces en el periodo colonial. La gente que
vive en el pueblo de Luribay tiende a hablar castellano en vez de aymara y se
consideran más urbanos, lo que se refleja en su modo de vestir. Aunque la
propiedad de la tierra es todavía una prioridad en el pueblo, hay más comercio,
debido principalmente a una mayor circulación proveniente de afuera. Aparte
de siete tiendas que venden artículos básicos como ser refrescos, queques,
cerveza, velas y pilas, existen dos restaurantes y cuatro hostales que atienden
principalmente al personal de ONGs y del gobierno local que vienen de La Paz
y suelen quedarse en Luribay de Lunes a Jueves.
En las comunidades que rodean el pueblo de Luribay, la gente
generalmente habla aymara (aunque la mayoría habla también castellano) y se
dedican al producción de la tierra en vez del comercio. Esta distinción entre la
gente dedicada al comercio (comerciantes), y la gente que trabaja la tierra
(productores), es a menudo evocada para describir las diferencias históricas,
étnicas
y culturales
entre
el pueblo urbano/mestizo
y
los
caseríos
rurales/indígenas. No obstante, a través del valle, la propiedad y producción de
la tierra son los principales objetivos y las actividades más practicadas. El
trabajo de la tierra es posible gracias a la cooperación y reciprocidad entre
familiares y amigos. Este hecho es típico de los andes, y existe un léxico
abundante para describir las normas y tradiciones que hacen al capital social.
Familiares y amigos trabajan las tierras de unos y otros bajo los principios
Aymaras de ayni y minka, que significan el retorno de regalos, favores y mano
de obra, de manera confiable, directa y conmensurada; este trabajo es devuelto
en la misma forma que fue dado. La Faena describe la cooperación en asuntos
públicos: comunidades trabajando de manera conjunta en el mantenimiento de
la infraestructura, por ejemplo reparando la principal carretera del pueblo y
limpiando el canal de irrigación.
El término Aymara chachawarmi (literalmente hombre-mujer) enmarca la
ideología de género basada en roles complementarios e iguales entre hombres
y mujeres. El principio es notorio en eventos e instituciones comunitarias y
políticas; empero, feministas Aymaras argumentan que el mismo pasa por alto
las inequidades de género en la división del trabajo. Las mujeres son
completamente responsables de las labores reproductivas y del hogar y
además es su responsabilidad ordenar el trabajo de la tierra. Las mujeres
organizan a sus familias y amigos para trabajar en cierto día y preparan una
‘fiesta de trabajo’ al terminar la labor. Ellas preparan el almuerzo que será
degustado de manera conjunta, el cual consiste de una sopa, carne y varios
tipos de papa, y en días excepcionales, por ejemplo cuando se remueve el
terreno, se cosecha los cultivos o se limpia el canal de irrigación, se realiza una
parrillada.
Las mujeres también son responsables de las ventas y la actividad
comercial. Mientras que el trabajo de la tierra es usualmente referido por las
mujeres como ‘ayuda a nuestros maridos’, las tiendas son conocidas por los
nombres de las mujeres. El estereotipo comúnmente evocado en La Paz de la
mujer rural Aymara es el de una mujer conocedora de los negocios bastante
regateadora. Las mujeres en Luribay están muy orgullosas de tal reputación.
Dado esto, es asombroso que no haya actividad comercial entre los caseríos y
que la mayoría de los bienes en el pueblo sean vendidos a gente de afuera. La
obtención de ganancia a costa de familiares y amigos es considerada un acto
egoísta y se sanciona mediante el chisme. Intentar obtener ganancia en la
localidad es arriesgarse a perder las relaciones recíprocas y cooperativas que
constituyen la confianza y proveen la infraestructura que hace posible la
producción de la tierra.
Existe entonces una tensión potencial entre la confianza, normas y
tradiciones que cimientan las relaciones que constituyen la garantía grupal de
CreCER, y la actividad generadora de ingresos que promueve. La habilidad
para negociar esta tensión depende de las oportunidades y tiempo disponibles
para invertir en actividades generadoras de ingresos que no amenazan las
normas y tradiciones de reciprocidad que sostienen el capital social. La
mayoría de los miembros de los grupos CreCER en el pueblo invierten su
préstamo en comercio, pero venden a la gente del exterior de la comunidad y
son cuidadosos de respetar los límites de cooperación. Las mujeres que son
dueñas de tiendas sacan préstamos grandes, por encima de los 4000bs
(US$500) a 6 meses plazo, y compran por mayor en La Paz para vender por
menor en Luribay. Otras mujeres realizan actividades comerciales más
pequeñas, aprovechando la feria semanal. Los miembros de los grupos en el
pueblo son enfáticos en cuanto a que manejan el préstamo de manera
responsable, manteniendo el dinero del préstamo separado y usando las
ganancias del comercio para pagar el préstamo en las reuniones bimestrales.
El comercio en el pueblo todavía debe respetar los límites de la
cooperación. Para ilustrar este hecho, existe una historia circulando acerca de
una propietaria de tienda que había intentado reducir sus precios a niveles más
bajos que el resto y vender bienes que eran percibidos como la especialidad de
otros, por ejemplo queso, pan o aceite de motor. Esto pareciera buen sentido
empresarial, pero la gente de Luribay considera este comportamiento como
extremadamente egoísta: ‘ella se estaba olvidando que todos tenemos que
ganarnos la vida aquí’, como lo describió una mujer, y como resultado la mujer
en cuestión perdió clientela. Este hecho ilustra que si bien el capital social
apoya la generación de ingresos, el empresario racional tiene que respetar las
normas que gobiernan la cohesión comunitaria.
Las mujeres en los caseríos invierten sus préstamos casi de manera
exclusiva en la producción de la tierra. El monto más usual de préstamo es de
1000bs (US$125) el cual es usado para la compra de semillas, fertilizantes y
pesticidas. Muchas mujeres, y en particular aquellas con porciones pequeñas
de tierra, se quejan que realizar los pagos bimestrales es muy difícil,
especialmente en el invierno porque ellas deben esperar varios meses antes de
ver alguna ganancia de su inversión – e inclusive entonces la cosecha nunca
está asegurada. Para cumplir el calendario de pagos tienen que prestarse de
familiares y amigos, lo cual presiona las relaciones sobre las cuales los grupos
de solidaridad están basados. Algunas toman un trabajo extra como jornaleras
en diferentes comunidades, que se añade a su ya substancial carga de labores.
Ellas saben que el crédito estaría mejor invertido en el comercio, pero no sería
inteligente arriesgar las relaciones comunitarias de reciprocidad al incursionar
en actividades de generación de ganancias en el ámbito local. Las
oportunidades que se les presentan para acceder a dinero en efectivo y poder
cumplir con el calendario de pagos ejercen presión sobre su capital social de
vital importancia y agregan cargas extras a su escaso tiempo.
CAPITALIZANDO EL CAPITAL SOCIAL DE LAS MUJERES?
El estudio de caso presentado sobre el uso de la microfinanza por parte de las
mujeres en Luribay ilustra la importancia del capital social para el desarrollo,
pero además las complicaciones existentes al usar el capital social en la
microfinanza. Los Andes es un área donde las relaciones de reciprocidad y
cooperación son fuertes y permiten la producción de la tierra. Sin embargo, la
naturaleza de las variadas tradiciones y normas, y la manera en la que estas
apoyan la generación de ingresos necesita ser entendida para que la
microfinanza tenga un impacto equitativo. La presente exploración revela que la
fuerza del capital social de las mujeres no necesariamente se armoniza con la
actividad generadora de ingreso que las IMFs buscan promover, y resalta la
necesidad de investigar los aspectos de género en la construcción del capital
social y las dinámicas entre el capital social económico.
CreCER
reconoce
la
importancia
del
impacto
social
para
la
sostenibilidad a largo plazo, por lo cual enfatiza en su enfoque de ‘doble
resultado’ a pesar de las presiones de la industria para reducir subsidios. No
obstante, los elementos del préstamo que son definidos de manera
centralizada, en particular el calendario de pago, no siempre reflejan la
configuración del capital social y la generación de ingresos. En Luribay los
términos del préstamo favorecen a aquellos que realizan actividades
comerciales en el pueblo, lo que en Bolivia implica un sesgo étnico/urbano. Las
mujeres participan en la intervención en la medida que administran el
préstamo, pero no se les concede la habilidad de definir los términos del
mismo. Si se les permitiera determinar el calendario de pago, la intervención
podría reflejar de mejor manera el balance local entre el capital social y la
generación de ingresos.
Un análisis de la naturaleza de género del capital social revela que la
fuerza del capital social de las mujeres necesita ser visto desde una
perspectiva crítica y no así institucionalizada. En Luribay, como en muchas
áreas del mundo en desarrollo, las mujeres toman gran parte de la
responsabilidad de mantener las relaciones recíprocas en la familia y la
comunidad. En áreas donde estas relaciones son vitales para la sobrevivencia,
las mujeres no tienen el tiempo ni las oportunidades de formar conexiones con
la gente externa para involucrarse en una generación de ganancia competitiva.
Su voluntad de realizar trabajos extras y endeudarse para cumplir el calendario
de pago sugiere que ciertas técnicas microfinancieras sacan ventaja de la
importancia de estas relaciones.
Este estudio de caso sugiere que el usar el capital social de las mujeres
como garantía es capitalizar en base a relaciones que son mucho más valiosas
que el préstamo. La tasa elevada de cancelación de préstamos que logran las
mujeres seleccionadas por las IMFs refleja la importancia de su capital social
para la sobrevivencia. Las mujeres no pueden arriesgar este capital social, por
lo tanto optan por medidas arduas para poder pagar. En este contexto, el
enfoque actual en la industria de la microfinanza orientado a la autosostenibilidad financiera necesita ser revisado para que refleje la complejidad
entre el capital social y la generación de ingresos. Si bien el capital social
ofrece una manera de valorar las normas, tradiciones y relaciones sociales en
el discurso del desarrollo, es necesario un entendimiento más matizado y
específico sobre el lado negativo del capital social en cuanto a la cuestión de
género se refiere.
NOTAS
1.
Cita directamente obtenida del sitio web de la Fundación Grameen
2.
http://www.grameenfoundation.org/ (consultada el 1 de Abril de 2009).
3.
Mi trabajo de campo se realizó en el municipio Aymara parlante de
Luribay, Bolivia, de febrero a septiembre de 2006. Conviví y trabajé con
mujeres participantes de la intervención de CreCER y visité 43 grupos de
crédito en 11 diferentes localidades del municipio. Me concentré en seis grupos
en cuatro diferentes localidades. Realicé dos grupos focales con nueve mujeres
en dos localidades y entrevisté 25 mujeres, 12 de las cuales también
participaron de las discusiones en los grupos focales.
4.
CreCER es una institución nacional que opera en 8 de los 9
departamentos de Bolivia y cuenta con 80,000 beneficiarios (o ‘miembros’), de
los cuales el 99 por ciento son mujeres. Esta financiada por Instituciones
Financieras Internacionales, organizaciones de desarrollo y bancos privados.
Existen otros aspectos de la intervención de CreCER, incluyendo cajas de
ahorros y ‘préstamos internos’, que no serán explorados aquí. La intención de
usar a CreCER como un estudio de caso es la de ilustrar las tensiones
causadas por la provisión de créditos a cambio de garantías grupales, y no así
el de ofrecer una evaluación del programa CreCER en su integridad.
5.
http://www.grameenfoundation.org/ (consultada el 1 de Abril de 2009).
6.
Cita tomada del artículo ‘Nuestro Producto’ en el sitio web de CreCER
(http://www.crecer.org.bo/nuestroproducto.htm)
(consultado el 28 de
Febrero de 2008)
7.
Al momento de la investigación la tasa de cambio era de 8 bolivianos por
1 $US.
AGRADECIMIENTOS
La investigación para este capítulo fue auspiciada por un financiamiento de
doctorado del Consejo de Investigación Social y Económica (PTA 030 2004
00186). Quedo en deuda con Florinda Apaza Henderson, María Apaza
Mamani, Pastor Apaza Arroyo y el personal de las oficinas de CreCER en La
Paz y El Alto por su apoyo durante el trabajo de campo. Muchos
agradecimientos también a Haleh Afshar, Anne Akeroyd, Sylvia Chant y David
Green por su apoyo y comentarios.
BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA
Mayoux, Linda (2006) Women’s Empowerment through Sustainable
Micro-finance: Rethinking ‘Best Practice’. Discussion Paper, disponible en:
http://www.genfinance.info/Documents/Mayoux_Backgroundpaper.pdf
(consultado el 28 de Febrero de 2008).
Molyneux, Maxine (2002) ‘Gender and the Silences of Social Capital:
Lessons from Latin America’, Development and Change,33:2,167-88.
Putnam, Robert
(1993) Making Democracy Work: Civic Traditions in
Modern Italy Princeton: Princeton University Press
Rankin, Katharine (2002) ‘Social Capital, Microfinance, and the Politics of
Development’ Feminist Economics 8:1, 1–24
Woolcock, Michael (1998) ‘Social Capital and Economic Development:
Toward a Theoretical Synthesis and Policy Framework’, Theory and Society,
27,151-208
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