Citación en garantía (Nota1) - Colegio Público de Abogados de la

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Citación en garantía (Nota1)
por María Fabiana Compiani (Nota2)
El seguro de responsabilidad civil o el seguro contra responsabilidad civil viene a tener
un grado de actuación cada vez más amplio, cada vez más señalado, en la evolución de
los últimos años del derecho de daños. A mayor ampliación del elenco de legitimados
pasivos, a mayor ampliación del ámbito de aplicación de la responsabilidad objetiva de
los nuevos daños, se ha producido también un ensanchamiento del seguro contra la
responsabilidad civil y se ha observado como viene a cumplir una función social para
darle respuesta en lo económico a aquellas demandas de daños y perjuicios, esto es, para
ser factible la efectiva reparación de ellos.
Comenzamos, entonces, dando cuenta de este seguro de responsabilidad civil para
atenernos al tema propuesto que es el de la citación en garantía. La propia Ley de
Seguros define al seguro contra la responsabilidad civil como aquel por el cual el
asegurador se obliga a mantener indemne al asegurado por cuanto éste deba a un tercero
en razón de la responsabilidad prevista en el contrato y generada durante el plazo
previsto en éste.
Esta es la definición que nos brinda el artículo 109 de la Ley de Seguros cuyos
principales elementos, por supuesto más allá de los sujetos asegurado-asegurador, son el
riesgo y el siniestro. El riesgo entendido como esa eventualidad de que ocurra el evento
dañoso y el siniestro como su concreción: la efectiva ocurrencia del evento dañoso
previsto como posibilidad.
Otra de las cuestiones que surge de este concepto del seguro contra responsabilidad civil
es que la aseguradora asume el compromiso de responder frente al asegurado en caso de
que se origine la responsabilidad civil prevista en el contrato, cualquiera sea el tiempo
en que el tercero formule ese reclamo. Esto es, no surge del concepto mismo de seguro
contra la responsabilidad civil ninguna limitación temporal de la garantía asegurativa,
salvo aquella que deriva de la prescripción de las acciones.
Hecha esta pequeña introducción, vamos entonces a cuál es la fórmula por la que se
produce la intervención del asegurador en el proceso de daño promovido por el
damnificado. Por ejemplo, por la señalada responsabilidad civil profesional de médicos
propuesta hace un momento por el Dr. PIAGGIO.
En nuestra Ley de Seguros, esa intervención se lleva a cabo a través de una institución,
que es la de la citación en garantía, prevista en el artículo 118 de la ley. Se trata de una
institución que a su origen resultó novedosa en nuestro sistema. Nuestro sistema venía
de discusiones, que repetían las que ya habían sucedido en Francia, a propósito de si
había o no una acción directa del damnificado frente al asegurador. No me voy a detener
aquí extensamente en el análisis de cuál es la naturaleza jurídica de la citación en
garantía, pero sí creo que conviene hacer un breve pantallazo sobre cuáles fueron sus
orígenes y sus principales argumentos para entender cuál es el sistema que hoy nos rige
y en particular para comprender cómo, a casi 40 años de vigencia de la Ley de Seguros,
la cuestión ha encontrado una uniformidad de criterios que creo que conviene rescatar,
esto, en vista a las propuestas que han existido de modificaciones, tanto en materia de
Código Civil y Comercial único de las obligaciones como también de proyectos de
reformas de la Ley de Seguros.
La cuestión entonces comenzó con un fallo de la casación francesa que consagró aquella
acción directa y que fundó una tendencia en el derecho argentino que proponía
considerar también que existía una acción directa contra el asegurador, rechazada a la
postre por un plenario de 1954 que está publicado en La Ley, tomo 77, página 11.
Eso dio pie para que el Poder Ejecutivo encargue al profesor HALPERIN un proyecto
de Ley de Seguros. No contábamos en esa época con una Ley de Seguros sino que había
escasas disposiciones sobre el seguro en nuestro Código de Comercio. HALPERIN
presentó ese proyecto de Ley de Seguros en 1959 y tomó posición sobre aquel debate
del que hablábamos, consagrando, en su artículo 121, la acción directa de la víctima
contra el asegurador del responsable.
Ese proyecto no tuvo andamiento legislativo, las circunstancias del país lo impedían. El
Poder Ejecutivo nombró una Comisión Revisora de ese proyecto, la que en 1961
modificó este artículo 121 e introduce esta institución de la citación en garantía, amén
que le adicionó a ella la expansión de la cosa juzgada dictada respecto al responsable
para hacerla extensiva al asegurador. Ese proyecto de la Comisión Revisora tampoco se
plasmó en una ley sino que recién en 1967, a raíz de todo ese plan de elaboración de
normas jurídicas producido en aquella época, una nueva Comisión Asesora integrada
por MITCHENSON, FONTANARROSA y COLOMBRES alumbró lo que hoy
conocemos como la Ley de Seguros 17.418, que mantiene la institución de la citación
de garantía que ya aparecía en el proyecto de la Comisión de 1961 y que limita la
extensión de la condena contra el asegurador a la medida del seguro y restringe también
la posibilidad de que el asegurador introduzca las defensas que fueran posteriores a la
época del siniestro.
¿Cuál es el antecedente de esta denominada citación en garantía? El antecedente se
encuentra en el artículo 1917 del Código Civil italiano que consagró la denominada,
justamente, “llamada en garantía”, una institución que ya regía en el derecho procesal
Italiano que era fruto de la introducción de Piero CALAMANDREI. Esta es una
institución de carácter procesal, no es de carácter sustancial, y originó lo que en
Argentina se conoce como obligaciones concurrentes del asegurador y del responsable
frente a la víctima. Se originan dos créditos. Uno con fuente en el hecho ilícito o en la
responsabilidad contractual de que se trate y otro con una fuente normativa en el
artículo 118 de la Ley de Seguros que merced a la existencia del contrato de seguro
permite que la sentencia que se dicte en el proceso de daños promovido por el
damnificado sea ejecutable contra el asegurador en la medida del seguro.
Esta es, brevemente, la historia del origen de la institución que nos va a llevar, quizás, a
plantearnos tomar partido sobre la discusión que subsistió durante mucho tiempo, de
hecho hoy se sigue sosteniendo doctrinariamente la distinción en si esta intervención de
la aseguradora en el proceso de daños constituye o no una acción directa en la posición
de HALPERIN o del recordado BARBATO. La posibilidad de que el asegurador sea
llamado a juicio constituía igualmente una acción directa fundada en la existencia de lo
que para ellos era una estipulación a favor de terceros. Sostenían que, a través de este
seguro de responsabilidad civil, se aseguraba la hipótesis del artículo 504 del Código
Civil por la cual asegurado y asegurador se obligaban a que éste prestara a favor de la
víctima como beneficiario la prestación indemnizatoria, el pago de la indemnización.
Esta es una posición que ha merecido críticas en la doctrina argentina que distingue al
seguro de responsabilidad civil, que considera que no es un contrato previsto en
beneficio de la víctima sino un beneficio del asegurado. Parece darle la razón a esta tesis
el artículo 109 de la Ley de Seguros que lo define y que acabamos de mencionar. Por
otra parte, parecería que lo que en la estipulación a favor de terceros es un crédito, aquí
en realidad sería el daño sufrido por el damnificado. Pero lo más importante, creo yo,
más que pasar revista a los argumentos de una y otra tesis, es señalar cómo en una
posición intermedia hay autores que han encontrado en realidad, en la llamada en
garantía, una situación de acción directa no autónoma. Yo creo que más allá de la
anulación jurídica que le demos, ya sea que la consideremos una institución de derecho
de fondo, esto es una acción directa, o una institución del derecho procesal, esto es la
"llamada en garantía", lo cierto es que hemos alcanzado en la actualidad bases
uniformes sobre las cuales podemos los operadores del derecho tener certezas.
La posición acerca de que se trataría hoy de una acción directa no autónoma es la que
sustentó la Cámara Civil, Sala D, en un fallo del 23 de abril de 1996 que está publicado
en La Ley 1998, tomo C, página 972. Pero lo que no se discute es que el propio artículo
118 de la Ley de Seguros señala la facultad que tienen tanto el damnificado como el
asegurado para citar en garantía al asegurador, facultad que implica que la citación no es
obligatoria. La citación pueden realizarla las partes o no y su inclusión al proceso está
facultada hasta la apertura a prueba. Claro que, como citación de tercero, en los
términos del artículo 94 del Código Procesal de la Nación, importa una llamada coactiva
a la litis, de forma tal que aunque el asegurador no concurra igualmente le es ejecutable
la sentencia.
Sobre esto, se ha pronunciado la jurisprudencia señalando que la citación en garantía
constituye una citación de carácter coactivo en los términos del artículo 94 del Código
Procesal. Lo dijo la Sala II de la Cámara Civil y Comercial de Morón en un fallo del 10
de octubre de 1995, que está publicado en Jurisprudencia Argentina, 1998, tomo IV,
síntesis.
Hay una aclaración que hace la Dra. KEMELMAJER DE CARLUCCI, en un voto del
Tribunal Superior de Mendoza, que también parece importante resaltar. Cualesquiera
sean los citantes, las defensas que puede esgrimir el asegurador son las mismas, ya sea
que resulte citada por el asegurado o que fuera citado por el damnificado, a la que en
realidad técnicamente no deberíamos llamar citación en garantía. En cualquiera de
ambos casos, la limitación de defensas es idéntica. Es un fallo del 14 de septiembre de
1995 y fue publicado en Jurisprudencia Argentina, 1996, tomo III, página 41.
De lo que no cabe dudar es de que el damnificado no puede citar al asegurador sin haber
citado a juicio al asegurado. La citación al asegurado es un requisito de admisibilidad
para que la sentencia pueda ser ejecutada contra el asegurador. Claro que esta citación
del asegurado ha traído alguna particularidad en el pronunciamiento de la Cámara Civil
capitalina con relación a que, en muchos casos, particularmente en seguro automotor
obligatorio, la citación del asegurado no estaba presente pero sí era traído a juicio el
conductor del rodado. La Cámara Civil concluyó en estos casos, por medio de un
plenario, que alcanzaba para tener configurada la posibilidad de la ejecución de la
sentencia contra la aseguradora que se citara a juicio al conductor del rodado. Esto así, a
cuenta de la asimilación que en materia de seguro automotor producen las pólizas
acerca de la cobertura tanto del asegurado como del conductor autorizado por éste. Me
estoy refiriendo al plenario “Irago c/ Cabrera”, que está publicado en Jurisprudencia
Argentina, 1985, tomo I, página 395.
Claro que la conclusión acerca de la posibilidad de la citación del asegurador y la
necesidad de la citación del asegurado no impidieron que se produjeran otros debates
con relación a esta intervención del asegurador en el proceso de daños. Uno de los
debates que realmente subsistieron hasta hace muy poco tiempo atrás fue el de la cuál
era el carácter en que intervenían asegurado y asegurador en el proceso de daños. ¿Cuál
era el carácter de esa intervención conjunta o común en el proceso? Particularmente, si
se trataba de un litis consorcio necesario o si se trataba de un litis consorcio facultativo.
Quienes sostenían que se trataba de un litis consorcio necesario, el profesor BARBATO
en nuestro país, sostenían que no podía alcanzarse una sentencia válida si es que no se
integraba la litis con ambos contendientes y, por supuesto, que le hacían pasibles a la
relación asegurado-asegurador todas las consecuencias de la consideración acerca de un
litis consorcio necesario.
También alguna jurisprudencia aceptó este criterio, particularmente, un fallo de la
Cámara Nacional Civil, Sala F, del año 1986, que está publicado en Jurisprudencia
Argentina, 1987, tomo II, página 266. Pero, sin duda, la posición mayoritaria ha sido la
de considerar la litis consorcio formado por asegurador y asegurado de carácter
facultativo. Esto es, si bien dijimos que la citación a juicio del asegurador es coactiva,
esto es llamado a la litis, debe comparecer. Si no lo hace, los resultados de la sentencia
lo alcanzarán igual. Su comparecencia no hace que tenga con el asegurado un litis
consorcio necesario, de forma tal que mantendrán la independencia como partes
procesales distintas.
Claro que esto produjo otro resultado jurisprudencial llevado a cabo por la Suprema
Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires que, durante también muchos años,
sostuvo que el asegurador, merced a esta existencia de un litis consorcio pasivo
facultativo, no podía apelar la sentencia si no la apelaba el asegurado. No podía oponer
defensas de prescripción, defensas o excepciones que hicieran a hechos comunes, si no
lo había hecho el asegurado. Restringía su legitimación exactamente a la señalada por el
artículo 118 de la Ley de Seguros. Sólo tenía derecho a interponer aquellas defensas que
se originaran con relación al contrato y por hechos anteriores al siniestro.
Esta posición, aislada de la Suprema Corte provincial, finalmente tuvo una adhesión al
criterio de la Corte nacional en las causas “Centeno”, “Mufarel” y “Silione”, del 10 de
junio de 1997, que están publicadas en La Ley Buenos Aires, tomo 1997, página 1102.
Claro que esta posición sobre la existencia de un litis consorcio facultativo ya había sido
recibida años antes por la Corte nacional y un tiempo después por la Cámara Nacional
Civil en pleno. Se trata de los autos “Lanza Peñaranda c/ Transportes Quirno Costa” de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación, publicado en Jurisprudencia Argentina,
1991, tomo II, página 313, y “Flores c/ Robasa”, de Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Civil, publicado en Doctrina Judicial, 1992, tomo I, página 385.
Llegados a este punto, me ha parecido que quizás fuera interesante en una reunión como
ésta que nos ocupáramos de cuáles son los temas en los que subsisten divergencias,
sentado que está que la intervención del asegurador en el proceso de daños hoy, sea
acción directa, sea acción directa no autónoma, sea la institución procesal de la citación
en garantía, ha encontrado uniformidad en los tribunales de nuestro país.
Se trata de una citación coactiva que, en segundo lugar, consagra un litis consorcio
facultativo que permite que el asegurador desarrolle cuatro conductas posibles en el
proceso. En primer lugar, si se mantiene contumaz, queda en rebeldía, lo que no impide
que le alcancen los efectos de la sentencia. En segundo lugar, si comparece a juicio y
tiene un accionar coadyuvante con el del asegurado. En tercer lugar, si comparece a
juicio y tiene una posición contradictoria con el asegurado porque opone aquellas
defensas que le autorice la ley, las anteriores al siniestro, que son aquéllas defensas que
nacen del contrato y son anteriores al siniestro como pueden ser las de no seguro. Por
ejemplo, las de exclusión de cobertura, la culpa grave del asegurado, la suspensión de
cobertura, la reticencia o la agravación del riesgo, todas aquellas defensas que
originadas en contrato suceden con anterioridad al momento en que se verifica el
siniestro. Por último, puede comparecer al proceso y formular una reserva respecto de
aquellas defensas que nacen también en el contrato pero que son posteriores al siniestro
que, como sabemos, son inoponibles al damnificado. A pesar de que sean inoponibles al
damnificado es aconsejable que el asegurador haga reserva de ellas en el juicio
promovido por este. Porque si no su silencio podría ser entendido como una renuncia
tácita a prevalerse de los efectos, por ejemplo, de una denuncia tardía del siniestro o de
una denuncia falaz de hechos de agravación del daño posteriores a la ocurrencia del
siniestro.
Muy bien, yendo, entonces, a alguna de las cuestiones prácticas que se originan en este
proceso de daños que promovido por el damnificado trae a juicio al asegurador
observamos entre ellas que se ha producido debate acerca de la cuestión de la
competencia. Porque sobre la cuestión de la competencia en materia de hechos ilícitos,
el artículo 5, inciso 4, del Código Procesal sienta la opción a favor del damnificado de
ejercer su acción en el domicilio referido al lugar del hecho o en aquel que tuviera su
asiento el demandado y el artículo 118, en su tercer párrafo, ha venido a ampliar esta
competencia de forma tal de incluir también como posible lugar de ejercicio de la
acción el domicilio del asegurador.
¿Cuál es el debate que ha producido esta cuestión? Pues bien, las personas jurídicas
tienen domicilio en aquél lugar donde asienta su sede social, ya sea la dispuesta por los
estatutos o la que sea el asiento principal de sus negocios conforme lo señala el artículo
90, inciso 3, del Código Civil. Pero por cierto que las aseguradoras tienen muchas veces
multiplicidad de sucursales autorizadas por la Superintendencia para emitir pólizas, para
recibir documentación del asegurado, en fin, para hacer todos los actos jurídicos y
materiales que autoriza la Ley de Seguros. En ese caso, ha habido en la Capital Federal
una interpretación acerca de que esta posibilidad que el artículo 118 de la Ley de
Seguros brinda para iniciar la acción en el domicilio del asegurador, la posibilidad de
hacerlo en cualquier domicilio del asegurador, sea el de casa central o el de sus
sucursales. Esta ha sido la comprensión de la Cámara Civil Sala D en un precedente de
1990, “Expreso Esteban Echeverría c/ Ledesma”, publicado en Doctrina Judicial 1991,
tomo I, página 158, y el de la Sala C, que está publicado en el Boletín de la Cámara
Nacional Civil, un precedente del 7 de noviembre 1996, “Pereyra c/ De Francisco”.
Pero, en otra posición, la doctrina y la jurisprudencia han señalado que, en realidad, el
domicilio de la sucursal sólo puede ser tenido como domicilio de la persona jurídica
para aquellos contratos que allí se celebren. El domicilio especial que sienta el Código
Civil en este aserto sólo se restringe a aquellos contratos que se originen en la sucursal.
Este parece ser el criterio mayoritario de nuestra Cámara Civil.
Otra de las cuestiones que ha traído debate, y que observamos en la práctica
últimamente en forma muy asidua, es la cuestión acerca del límite de la cobertura
asegurativa. Me refiero a que el artículo 118 de la Ley de Seguros limita la
indemnización a cargo del asegurador en la medida del seguro. En esta medida del
seguro, por supuesto, recae como carga la prueba en cabeza del asegurador. Si no
prueba que el seguro porta límites cuantitativos la condena le será extensiva in totum.
Esto ha tenido oportunidad de señalarlo la Cámara Nacional Federal Civil y Comercial
en un precedente que está publicado en La Ley 1996, tomo D, página 817. Una de las
formas de limitar la cobertura asegurativa lo constituye la suma asegurada. Sobre esto,
no existen mayores discrepancias. Lo que sí ha traído discrepancias es la institución por
la cual se limita la cobertura asegurativa y es la franquicia. Este descubierto que queda a
cargo del asegurado, ya sea una franquicia absoluta, deducible en un porcentaje que se
aplique a cualquier condena que recaiga contra el asegurado, o una franquicia relativa,
que constituya un piso mínimo que queda a cargo del asegurado y sólo sobre el cual
participa el asegurador de la condena, en ambos casos, encontramos también
jurisprudencia contradictoria en nuestros Tribunales.
Hay una posición que señala que siendo la franquicia un límite económico que nace del
contrato anterior al siniestro puede ser alegado por el damnificado y probado por éste
para que el asegurador se exima de responder más allá de la medida del seguro, más allá
de esta franquicia contratada. Esta tesis de la oponibilidad de la franquicia ha sido sin
duda mayoritaria y, a modo de ejemplo, señalo los últimos precedentes. El de la Sala C
de la Cámara Civil, del 20 de noviembre de 2003, que está publicado en
Responsabilidad Civil y Seguros, 2004 tomo 1, página 73, tambíen se han pronunciado
en este sentido la Sala H, Sala G, en fin, es sin duda mayoritaria.
Sin embargo, en una posición por ahora minoritaria, se señala que, en materia de seguro
automotor, la existencia de un seguro obligatorio consagrado por la Ley de Tránsito, por
la ley 24.449, determina según este criterio, entre otros de la Sala B de la Cámara Civil,
que no le sea oponible al damnificado la franquicia existente en el contrato. Ustedes
seguramente habrán visto este precedente referido fundamentalmente al seguro
obligatorio automotor de transporte de pasajeros. Incluso hemos visto que algunos
precedentes aluden genéricamente al artículo 68 de la Ley de Tránsito cuando, sin
embargo, en materia de seguros de transporte automotor, hay una ley especifica que
consagra desde hace muchos años ese seguro obligatorio.
En esta posición se sostiene que, siendo en esa hipótesis un seguro de carácter social, la
obligatoriedad del seguro determina la inaplicabilidad de la franquicia como límite
económico de la cobertura. Pensamos que esto es un desacierto, que la existencia tanto
de una ley nacional que obliga al transporte público de pasajeros a contratar un seguro
como la Ley Nacional de Tránsito en su artículo 68, antes el decreto 992/92, ninguno de
ellos establece un régimen de seguros que sea único y aplicable para el seguro
automotor obligatorio. Se limitan a establecer la obligatoriedad de la contratación del
seguro pero no le asignan un régimen específico, lo que nos obliga a considerar que no
hay escapatoria para la consideración de que, aún siendo obligatorio el seguro, se le
aplica todo el régimen de la Ley de Seguros, entre ellos, el artículo 118 que como
sabemos permite al asegurador limitar económicamente su cobertura asegurativa a
través de un límite de suma asegurada, en este caso, de una franquicia. Ello así, sin
perjuicio de señalar la irrazonabilidad del monto de la franquicia fijada por la SSN para
el transporte automotor de pasajeros.
Hay variadas cuestiones que han dado lugar a jurisprudencia contradictoria. No nos va a
dar el tiempo para analizar todas, quizás, convendría hacer algunas consideraciones
genéricas. En materia de interpretación ha sido muy rica la evolución producida en la
interpretación del contrato de seguro, producto de la aplicación de la Ley de Defensa del
Consumidor, más allá de las normas generales de interpretación que establece el Código
de Comercio que autorizaba, en materia de seguros, a trazar uno de sus principios
rectores. Las cláusulas particulares prevalecen sobre las condiciones generales de las
que resultan contradictorias, que se fundan en el artículo 218, inciso 7, del Código de
Comercio, pero sin duda que el favor debilis que todos leíamos en el Código de
Comercio quedó reforzado ahora por la Ley de Defensa del Consumidor que lo
consagra especialmente en sus artículos 3 y 37: en caso de duda, hay que estar en favor
del consumidor.
En este sentido, ha tenido oportunidad de pronunciarse la Corte, en un precedente del 2
de noviembre de 1995, “Ferriols c/ Kerner”, que está publicado en Jurisprudencia
Argentina, 1996, tomo III, página 525. Otro precedente importante en materia de
seguros es aquél que consagra el principio liminar de la interpretación literal de toda
cuestión acerca de la delimitación de la cobertura asegurativa, entendida como cláusula
de exclusión de cobertura o de individualización del riesgo, que es lo que hace que el
asegurador responda sólo de ciertas hipótesis asegurables y no de todo lo que suceda,
debe hacerse literalmente. La interpretación literal o estricta del riesgo asumido por el
asegurador fue otro principio que recogió la Corte en el precedente del 9 de abril de
2002, “Iglesias c/ Medics Gems”, que está publicado en Responsabilidad Civil y
Seguros, 2002, página 672.
Otro debate que subsiste hasta nuestros días es el de los honorarios del abogado del
asegurado, el abogado, mejor dicho, impuesto por el asegurador en ejercicio de la carga
de dirección del proceso que tiene el damnificado y que luego reclama contra el
asegurado el pago de honorarios tras la liquidación de la aseguradora. ¿Carga o no el
asegurado con esos honorarios del abogado que no elige sino que le es impuesto por el
asegurador como cumplimiento de su carga de dirección de su proceso, esto es, de
dejarle la dirección del proceso al asegurador?
También aquí hay dos posiciones bien firmes en la jurisprudencia. Una que señala que
no son ejecutables contra el asegurado por cuanto al abogado designado por el
asegurador le es oponible el contrato de seguro que conoce y que da origen, además, a
su actuación profesional, en consecuencia señalado como está en ese contrato de seguro
que los honorarios cargan sobre el asegurador, luego no se los pueden hacer cargar al
asegurado. Esta es la posición de la Sala C de la Cámara Nacional Civil, publicada en
Jurisprudencia Argentina, 1995, tomo I, página 18, y de la Suprema Corte de Justicia de
la Provincia de Buenos Aires, Jurisprudencia Argentina, 1995, tomo II, página 669.
En contra de esta posición observamos hasta nuestros días pronunciamientos que
consideran, por el contrario, que el asegurado, beneficiándose de la intervención del
abogado designado por el asegurador, no puede, presumiéndose onerosa toda prestación
de servicios, rechazar luego la ejecución de honorarios que efectúe el abogado que
intervino en el pleito defendiendo sus intereses. En consecuencia, lo condena a pagar
esos honorarios (Cámara Nacional Comercial, un precedente del 12 de diciembre de
1995, “Rusconi de Vázquez c/ Vivas”, inédito, y otro fallo de la Sala H de 1991 que
está publicado en Jurisprudencia Argentina, 1997, tomo I, en la parte Síntesis de
Jurisprudencia de Seguros).
Alguna mención sobre costas. Este tema también ha dado lugar a pronunciamientos
jurisprudenciales, quizás debemos sentar un par de principios liminares sobre la
cuestión. Primero, que las costas integran la indemnidad que promete el artículo 109 de
la Ley de Seguros. Esta indemnidad que el asegurador debe al asegurado incluye las
costas del proceso judicial promovido por el damnificado tendiente a reclamar la
responsabilidad civil del asegurado.
Así fue señalado por la Sala E de la Cámara Comercial, Jurisprudencia Argentina, 1997,
tomo I, página 644, y les diría que los dos principios que surgen de la Ley de Seguros
en materia de costas es que para que las costas integren esta indemnidad de la que
venimos hablando, los artículos 110 y 116 de la Ley de Seguros requieren su necesidad
y la proporcionalidad de la misma. Esto es el asegurador debe los honorarios, debe las
costas de juicio, gastos, tasas de justicia etc., en la medida de su necesidad y en la
misma proporción en que debe la indemnización del daño. Entiéndase que si hay una
limitación de suma asegurada, o hay una limitación por una franquicia en la misma
proporción, debe ser descontado ese límite de las costas del juicio a cargo del
asegurador.
Otra de las cuestiones que también ha traído debate, que aún subsiste y que nos muestra
la necesidad de una intervención legislativa sobre la cuestión, es la naturaleza de la
culpa grave como forma o como mecanismo e institución para excluir la garantía del
asegurador. Observamos, les diría con un carácter uniforme, como los Tribunales son
sumamente exigentes para considerar existente la causal de exclusión de indemnidad del
asegurado por culpa grave y esto nos moviliza a pensar que quizá ha llegado la hora de
que la culpa grave termine por ser indemnizada, ya sea a través de una extra prima o
directamente por una modificación legislativa que sólo excluya la responsabilidad en
caso de dolo. Porque, en realidad, en la práctica, observamos que el asegurador
responde aún en supuestos que son paradigmáticos de culpa grave.
Sin embargo, la jurisprudencia ha marcado que esa culpa de intensidad, de gran
intensidad, esa culpa que importa una negligencia más allá de la esperable, de la
razonable, configura culpa grave. Así lo ha dicho la Cámara Nacional Comercial en un
precedente de 1993, que está publicado en La Ley, 1994, tomo D, página 225, la Corte
también lo ha considerado en otros precedentes y los Tribunales de orden civil, pero lo
significativo entonces es que es oponible al damnificado. Sobre esto se pronunció un
plenario de la ex Cámara Civil y Comercial de la Capital Federal. Un plenario que se
llama “Mustafá c/ Núñez”, de 1982, que está publicado en Jurisprudencia Argentina,
1982, tomo III, página 477. La Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos
Aires, en época más reciente, ha limitado la exclusión de responsabilidad del asegurador
de garantía del asegurado por culpa grave en la medida en que, tratándose de una
cláusula que delimita la responsabilidad del asegurador, que individualiza la
irresponsabilidad del asegurador en los casos de culpa grave o dolo del asegurado (así
reza el artículo 70 de la Ley de Seguros y el 114 en materia de seguro contra la
responsabilidad civil) no puede ser extendida ni puede ser ampliado su ámbito de
aplicación a quienes no son asegurados. Entiéndase que cuando el daño es configurado
por el accionar no del asegurado sino, por ejemplo, del conductor del rodado que con su
autorización lo utiliza, la exclusión de la aseguradora no tendrá lugar porque la ley sólo
permite la exclusión de cobertura para el caso en que el asegurado incurra en culpa
grave.
Esta era una de las cuestiones que también había traído jurisprudencia contradictoria.
Recientemente la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires se
pronunció en el sentido de lo que creemos la doctrina correcta. La inaplicabilidad de la
defensa de la culpa grave como medio de exclusión de la garantía del asegurador en
caso en que esta sea actuada por el conductor no asegurado. Es un fallo que está
también publicado en Revista de Responsabilidad y Seguros de La Ley, 2003, página
820, con fundamento en que la ampliación de la exclusión a supuestos no contemplados
importaría una violación de aquella interpretación literal o receptiva de la que
hablábamos en un comienzo y también implicaría hoy una cláusula abusiva en los
términos del artículo 37 de la Ley del Consumidor, en la medida que extiende los
beneficios del asegurador sin contraprestación a favor del asegurado.
Para terminar quiero decirles que son muy escasas las hipótesis en que se ha
configurado dolo. En realidad, en esta cuestión lo que se muestra es una gran confusión
producto de un clásico entendimiento de la doctrina civilista con relación a la
conceptualización del dolo y de la culpa grave. Si bien en concepto se distinguen, el
dolo implica mala fe, la culpa grave implica buena fe, realmente con una negligencia
mayúscula, con una grave despreocupación sobre las consecuencias de los actos, pero
sin que por ello deje de ser buena fe, no hay intención de dañar, no hay malicia en los
términos del artículo 1072 del Código Civil y, sin embargo, la doctrina civilista desde
siempre ha entendido que siendo el dolo un estado del ánimo, un estado interior del
ánimo, su prueba resulta francamente difícil sino diabólica.
En consecuencia, sostiene ALTERINI, para que esto no sea el paraíso de los necios,
como decían los hermanos MAZZEAUD, para que no pasen los malos por tontos, desde
siempre, la doctrina civilista ha entendido que la culpa grave se asimila al dolo. Sin
embargo, en materia de seguros, tenemos cuidado en distinguir estos conceptos porque
hay toda una corriente desde el punto de vista doctrinario y legislativo que brinda
diversos tratamientos a ambas cuestiones. Mientras el seguro, por su técnica, impide el
aseguramiento del dolo, más allá de la cuestión moral y de las buenas costumbres que
hacen que en nuestro artículo 953 se rechace el contrato con causa ilícita, se considere
nulo, la verdad es que, desde el punto de vista técnico, el seguro es un típico contrato
aleatorio, donde lo que se asegura es un daño futuro e incierto.
El dolo, como causación voluntaria del evento dañoso, viene a invalidar uno de los
elementos fundantes del seguro que es justamente la incerteza. Convierte el evento
dañoso en cierto, en consecuencia técnicamente inasegurable, por lo que no se puede
hacer el cálculo actuarial para llevar adelante la técnica asegurativa. Esta distinción ha
dado origen a que en el mundo, mientras el seguro sobre el dolo permanece
inasegurable, la tendencia universal es asegurar la culpa grave. Asegurarla a través de
una extra prima, asegurar los casos de una culpa intensa.
Si se consulta la jurisprudencia, se ven ejemplos paradigmáticos de situaciones que
configurarían culpa grave. Les refresco algunos, un Torino que en avenida Libertador
iba a 120 Km, a las 5 de la mañana un día sábado y atropella violando la luz roja a tres
personas que iban cruzando la avenida no fue considerado culpa grave. La situación del
automovilista que cruza un paso a nivel con barreras bajas, cuando funcionaban las
señales lumínicas y sonoras, no fue considerada culpa grave. En fin, hay muchos casos
en los cuales uno debería concluir que se trata de conductas que son paradigmáticas de
culpa grave y que luego se observa en la práctica, por la necesidad de que toda víctima
obtenga una reparación del daño, como no se hace lugar a la exclusión de la garantía en
los términos que están previstas en los artículos 70 y 114 de la Ley de Seguros.
Por otra parte, en general, la circulación en contramano me animo a decirles que no
constituye un supuesto de culpa grave salvo hipótesis que sean realmente demostrativas
de una negligencia grosera. Con relación a la alcoholemia, ha habido un
pronunciamiento de la Asociación Argentina de Compañías de Seguros para considerar
culpa grave aquella alcoholemia que tenga por resultado un gramo de alcohol en sangre
o más. La verdad es que esta consideración, aún cuando ha sido efectuada por la propia
Superintendencia de Seguros de la Nación, resulta ilícita desde que la Ley de Tránsito
considera alcoholemia tener más de 0,5 de alcohol en sangre. Y, además, resulta inútil
desde el punto de vista práctico porque, en realidad, el concepto de alcoholemia no es
un concepto solamente matemático, cuántos gramos de alcohol en sangre, sino que
también es relativo a la persona que es la consumidora de alcohol. Una persona con
cierta habitualidad en la ingesta de alcohol, por supuesto, una ingesta que a cualquiera
de nosotros nos dejaría sin poder dominar nuestras acciones, a otra quizá no le produce
el mismo resultado de obnubilación o de descontrol.
En fin, vayan estos ejemplos sobre la cuestión que nos convencen acerca de la
necesidad actual de asegurar la culpa grave.
NOTAS
(1) Versión corregida por la autora de su exposición en el Ciclo de Conferencias
“Responsabilidad Civil”, que se desarrollo el 6 de junio de 2005 en el Salón Auditorio
del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.
(2) Abogada. Profesora Adjunta regular de la asignatura Obligaciones Civiles y
Comerciales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad. de
Buenos Aires. Profesora Adjunta en Posgrado de Derecho de Seguros en la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Profesora Adjunta del
Posgrado en Derecho de Daños de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad
Católica Argentina. Profesora Adjunta en el Posgrado de Alta Tecnología de la Facultad
de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Secretaria del Instituto de
Derecho Privado Económico del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal.
Miembro del Instituto de Derecho Civil del Colegio de Abogados de San Isidro. Vocal
del Instituto Argentino de Derecho del Consumidor. Socia del Club de Abogados del
Seguro. Socia de la Asociación Dirigentes de Empresa. Miembro de AIDA.
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