63 - Archidiócesis de Madrid

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DOLENTIUM HOMINUM
N. 63 – año XXI – N. 3, 2006
REVISTA DEL PONTIFICIO CONSEJO
PARA LA PASTORAL DE LA SALUD
DIRECCION
CORRESPONSALES
S.EM. CARD. JAVIER LOZANO BARRAGÁN, Director
S.E. MONS. JOSÉ L. REDRADO, O.H., Redactor Jefe
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Sumario
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Mensaje de Su Santidad con ocasión
de la XV Jornada Mundial del Enfermo
Benedicto XVI
Ante la supresión directa
de un ser humano no puede haber
ni componendas ni tergiversaciones
Benedicto XVI
ARGUMENTOS
2
10 Los derechos de los enfermos mentales
P. Pierluigi Marchesi, O.H.
13 La Iglesia católica
y la sexualidad conyugal
P. Bonifacio Honings, O.C.D.
17 Dolor y sufrimiento:
¿Un nuevo enfoque?
P. Jesús Conde Herranz
35 Dimensión antropológica
del derecho a la salud
Prof. Francesco D’Agostino
40 La figura del asistente eclesiástico
P. Armando Aufiero
Felice Di Giandomenico
TESTIMONIOS
44 Testigos del amor en el sufrimiento
S.E. Mons. José L. Redrado, O.H.
57 Sanidad y utopía
¿La humanización de la sanidad
es una utopía?
Prof. Pietro Quattrocchi
66 Ginecólogos y obstetras
al servicio de la vida
Mons. Jean-Marie Mpendawatu
68 El ancla de la vida
Centro de Voluntarios del Sufrimiento
37 Acciones pastorales para defender
y promover el derecho a la salud
P. Mariano Steffan
70 El camino de la Oficina
para la Pastoral de la Salud
de la Archidiócesis de Bari-Bitonto
con la consigna de la creatividad
P. Leonardo Nunzio Di Taranto
77 La Pastoral de la salud en Polonia
S.E. Mons. Władysław Ziołek
Las ilustraciones de este número proceden del volumen:
The high Tatras di Jerzy Choinacki
Publicado por Wydawnictwo Secesja
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Mensaje de Su Santidad Benedicto XVI
con ocasión de la
XV Jornada Mundial del Enfermo
Seúl, Corea – 11 febrero 2007
Queridos hermanos y queridas hermanas:
El 11 de febrero de 2007, día en que la Iglesia celebra la memoria litúrgica de
4
Nuestra Señora de Lourdes, se desarrollará en Seúl, Corea, la Decimoquinta
Jornada Mundial del Enfermo. Se realizará una serie de encuentros, conferen-
cias, reuniones pastorales y celebraciones litúrgicas con los representantes de la
Iglesia en Corea, con el personal sanitario, los enfermos y sus familiares. Una
vez más la Iglesia manifiesta su solicitud por los que sufren y llama la atención
sobre los enfermos incurables, muchos de los cuales están muriendo debido a
enfermedades en fase terminal. Los encontramos en cada uno de los continentes, especialmente en los lugares en donde la pobreza y las dificultades causan
una inmensa miseria y dolor. Consciente de dichos sufrimientos, estaré presen-
te espiritualmente en la Jornada Mundial del Enfermo, en unión con quienes se
reunirán para discutir sobre la plaga de las enfermedades incurables en nuestro
mundo y animarán los esfuerzos de las comunidades cristianas que atestiguan
la ternura y la misericordia del Señor.
El hecho de enfermar trae consigo, inevitablemente, momentos de crisis y
una seria confrontación con la propia situación personal. A menudo, los progre-
sos en las ciencias médicas proporcionan los instrumentos necesarios para
afrontar este reto, por lo menos en lo que concierne a los aspectos físicos. De
todos modos, la vida humana tiene sus límites intrínsecos y antes o después termina con la muerte. Se trata de una experiencia a la que está llamado y debe
prepararse el ser humano. A pesar de los avances de la ciencia, no existen trata-
mientos para todas las enfermedades y, por tanto, en los hospitales, en los hos-
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picios y en las casas en todo el mundo nos enfrentamos con el sufrimiento de
numerosas hermanas y hermanos nuestros incurables y en fase terminal. Ade-
más, muchos millones de personas en el mundo viven en condiciones de vida
insalubres y no pueden acceder a recursos médicos muy básicos con el resultado de que el número de seres humanos en cuanto “incurable” ha aumentado
considerablemente.
La Iglesia quiere sostener a los enfermos incurables y a los que se encuentran
en la fase terminal exhortando a políticas sociales equitativas que contribuyan
a eliminar las causas de muchas enfermedades y pide con urgencia una mejor
asistencia a favor de los moribundos y de los que no cuentan con algún cuidado
médico. Es necesario promover políticas capaces de crear condiciones para que
los seres humanos sobrelleven incluso las enfermedades incurables y afronten
dignamente la muerte. Al respecto, es necesario subrayar una vez más la nece-
sidad de contar con más centros para los cuidados paliativos que brinden una
asistencia integral, proporcionando a los enfermos la ayuda humana y el seguimiento espiritual necesarios.
Este es un derecho del ser humano que todos debemos tener el empeño de de-
fenderlo.
Deseo animar los esfuerzos de las personas que trabajan cotidianamente para
garantizar una asistencia adecuada y amorosa a los enfermos incurables y a los
que se encuentran en la fase terminal, lo mismo que a sus familias.
Siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, la Iglesia siempre ha mostrado
una particular solicitud por los enfermos. Mediante cada uno de sus miembros
y de sus instituciones, sigue permaneciendo junto a los que sufren y a los mori-
bundos, tratando de preservar su dignidad en estos momentos significativos de
la existencia humana. Muchas de estas personas, personal sanitario, agentes de
pastoral y voluntarios, e instituciones en todo el mundo, sirven incansablemen-
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te a los enfermos, en los hospitales y en las unidades para cuidados paliativos,
en las calles de las ciudades, en el ámbito de los proyectos de asistencia domiciliaria y en las parroquias.
Ahora, me dirijo a vosotros, queridos hermanos y queridas hermanas que su-
frís de enfermedades incurables y que estáis en la fase terminal. Os animo a
contemplar los sufrimientos de Cristo crucificado y, en unión con El, a dirigiros
al Padre con total confianza ya que toda la vida, y la vuestra en particular, está
en sus manos. Sabed que vuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, serán
6
provechosos para las necesidades de la Iglesia y del mundo. Pido al Señor que
refuerce vuestra fe en su amor, especialmente durante las pruebas que estáis
afrontando. Espero que, en cualquier parte os encontréis, halléis el estímulo y
la fuerza espiritual necesaria para alimentar vuestra fe y os conduzca más cerca
de Dios, Padre de la vida. Por medio de sus colaboradores de pastoral, la Iglesia
desea sosteneros y estar a vuestro lado, ayudándoos en el momento de la nece-
sidad y, por tanto, haciendo presente la amorosa misericordia de Cristo hacia el
que sufre.
Finalmente, pido a las comunidades eclesiales en todo el mundo, y en parti-
cular a las que se dedican al servicio de los enfermos que, con la ayuda de María, Salus Infirmorum, continúen proporcionando un testimonio eficaz de la solicitud amorosa de Dios, nuestro Padre. Que la Beata Virgen, nuestra Madre,
consuele a los enfermos y apoye a los que dedican su vida, como Buenos Samaritanos, a curar las heridas físicas y espirituales de los que sufren. Unido a
vosotros con el pensamiento y la oración, os imparto de corazón mi Bendición
Apostólica como prenda de fuerza y de paz en el Señor.
Desde el Vaticano, 8 de diciembre de 2006.
BENEDICTO XVI
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Ante la supresión directa de un ser humano
no puede haber ni componendas ni tergiversaciones
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS PARTICIPANTES
EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE EL TEMA:
“LAS CELULAS ESTAMINALES: ¿CUAL ES EL FUTURO CON RESPECTO A LA TERAPIA?”
ORGANIZADO POR LA ACADEMIA PONTIFICA PARA LA VIDA,
SALA DE LOS SUIZOS, PALACIO APOSTÓLICO DE CASTELGANDOLFO
SÁBADO 16 DE SEPTIEMBRE DE 2006
Venerados hermanos en el episcopado
y en el sacerdocio;
ilustres señores; amables señoras:
Os dirijo a todos mi saludo cordial. El encuentro con científicos y estudiosos como vosotros, dedicados a la investigación destinada a
la terapia de enfermedades que afligen profundamente a la humanidad, es para mí motivo de
particular consuelo. Doy las gracias a los organizadores de este congreso sobre un tema que
ha cobrado cada vez mayor importancia durante estos años. El tema específico del simposio
está formulado oportunamente con un interrogante abierto a la esperanza: “Las células madre: ¿qué futuro para la terapia?”.
Agradezco al presidente de la Academia pontificia para la vida, monseñor Elio Sgreccia, las
amables palabras que me ha dirigido también
en nombre de la Federación internacional de
asociaciones de médicos católicos (FIAMC),
asociación que ha cooperado a la organización
del congreso y está aquí representada por el
presidente saliente, profesor Gianluigi Gigli, y
por el presidente electo, profesor Simón de
Castellví.
Cuando la ciencia se aplica al alivio del sufrimiento y cuando, por este camino, descubre
nuevos recursos, se muestra doblemente rica
en humanidad: por el esfuerzo del ingenio
aplicado a la investigación y por el beneficio
anunciado a los afectados por la enfermedad.
También los que proporcionan los medios económicos e impulsan las estructuras de estudio
necesarias comparten el mérito de este progreso por el camino de la civilización. Quisiera
repetir en esta circunstancia lo que afirmé en
una audiencia reciente: “El progreso sólo puede ser progreso real si sirve a la persona humana y si la persona humana crece; no sólo debe
crecer su poder técnico, sino también su capacidad moral” (Entrevista concedida a Radio
Vaticana y cuatro cadenas de televisión alemanas, 5 de agosto de 2006: L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 25 de
agosto de 2006, p. 6).
Desde esta perspectiva, también la investigación con células madre somáticas merece apro-
bación y aliento cuando conjuga felizmente al
mismo tiempo el saber científico, la tecnología
más avanzada en el ámbito biológico y la ética
que postula el respeto del ser humano en todas
las fases de su existencia. Las perspectivas
abiertas por este nuevo capítulo de la investigación son fascinantes en sí mismas, porque permiten vislumbrar la posibilidad de curar enfermedades que comportan la degeneración de los
tejidos, con los consiguientes riesgos de invalidez y de muerte para los afectados.
¿Cómo no sentir el deber de felicitar a los
que se dedican a esta investigación y a los que
sostienen su organización y sus costes? En particular, quisiera exhortar a las instituciones
científicas que por inspiración y organización
tienen como referencia a la Iglesia católica a incrementar este tipo de investigación y a establecer contactos más estrechos entre sí y con
quienes buscan del modo debido el alivio del
sufrimiento humano.
Permitidme también reivindicar, ante las frecuentes e injustas acusaciones de insensibilidad
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dirigidas contra la Iglesia, el apoyo constante
que ha dado a lo largo de su historia bimilenaria a la investigación encaminada a la curación
de las enfermedades y al bien de la humanidad.
Si ha habido – y sigue habiendo – resistencia,
era y es ante las formas de investigación que incluyen la eliminación programada de seres humanos ya existentes, aunque aún no hayan nacido. En estos casos la investigación, prescindiendo de los resultados de utilidad terapéutica,
no se pone verdaderamente al servicio de la humanidad, pues implica la supresión de vidas
humanas que tienen igual dignidad que los demás individuos humanos y que los investigadores. La historia misma ha condenado en el pasado y condenará en el futuro esa ciencia, no
sólo porque está privada de la luz de Dios, sino
también porque está privada de humanidad.
Quisiera repetir aquí cuanto escribí hace algún
tiempo: “Aquí hay un problema que no podemos ignorar: nadie puede disponer de la vida
humana. Se debe establecer una frontera infranqueable a nuestras posibilidades de actuar y
experimentar. El hombre no es un objeto del
que podamos disponer, sino que cada individuo
representa la presencia de Dios en el mundo”
(J. Ratzinger, Dio e il mondo, p. 119).
Ante la supresión directa de un ser humano
no puede haber ni componendas ni tergiversaciones; no es posible pensar que una sociedad
pueda combatir eficazmente el crimen cuando
ella misma legaliza el delito en el ámbito de la
vida naciente. Con ocasión de recientes congresos de la Academia pontificia para la vida reafirmé la enseñanza de la Iglesia, dirigida a todos los hombres de buena voluntad, acerca del
valor humano del recién concebido, aunque sea
antes de su implantación en el útero. El hecho
de que vosotros, en este congreso, hayáis expresado el compromiso y la esperanza de conseguir nuevos resultados terapéuticos utilizando células del cuerpo adulto sin recurrir a la eliminación de seres humanos recién concebidos,
y el hecho de que los resultados estén premiando vuestro trabajo, constituyen una confirmación de la validez de la invitación constante de
la Iglesia al pleno respeto del ser humano desde
su concepción.
El bien del hombre no sólo se ha de buscar
en las finalidades universalmente válidas, sino
también en los métodos utilizados para alcanzarlas: el fin bueno jamás puede justificar medios intrínsecamente ilícitos. No es sólo cuestión de sano criterio en el empleo de los recursos económicos limitados, sino también, y sobre todo, de respeto de los derechos fundamentales del hombre en el ámbito mismo de la investigación científica.
A vuestro esfuerzo, ciertamente sostenido
por Dios, que obra en todo hombre de buena
voluntad y obra para el bien de todos, deseo
que él le conceda la alegría del descubrimiento
de la verdad, la sabiduría en la consideración y
en el respeto de todo ser humano, y el éxito en
la investigación de remedios eficaces para el
sufrimiento humano. Como prenda de este deseo os imparto de corazón a vosotros, a vuestros colaboradores y familiares, así como a los
pacientes a los que se aplicarán vuestros recursos de ingenio y el fruto de vuestro trabajo, una
afectuosa bendición, con la seguridad de un recuerdo especial en la oración.
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Argumentos
Los derechos
de los enfermos mentales
La Iglesia católica
y la sexualidad conyugal
Dolor y sufrimiento:
¿Un nuevo enfoque?
Dimensión antropológica
del derecho a la salud
Acciones pastorales
para defender y promover
el derecho a la salud
La figura
del asistente eclesiástico
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Los derechos de los enfermos mentales
1. La dignidad
del enfermo mental
10
La preocupación por los derechos referentes a los discapacitados mentales significa ocuparse de un gran número de
personas a menudo olvidadas
por los sistemas sanitarios y
por las administraciones del
Estado. Para la Iglesia, cuya
misión es salir al encuentro de
los pobres, los enfermos mentales son la parte privilegiada
de la familia de los necesitados
a los que se destina la pastoral
sanitaria.
En efecto, los trastornos
mentales afectan a cerca de mil
millones de personas en el
mundo e inciden en aproximadamente el 10% en el gasto sanitario de los países industrializados, como lo recuerda el
World Development Report del
2000. Según la clasificación de
la OMS, quizás dichas patologías interesan a más de mil quinientos millones de personas,
involucrando a sus familias en
problemáticas asistenciales a
menudo bien difíciles de enfrentar.
Más exactamente, según los
datos presentados en 19961 en
la Conferencia Internacional
promovida por el Pontificio
Consejo para la Pastoral de la
Salud sobre el desorden de la
mente humana, los disturbios
del comportamiento unidos a
los casos de enfermedad mental en cuanto tal, afectan a más
de la mitad de la población
mundial con consecuencias
gravísimas para el equilibrio
espiritual de las familias y de
sostenibilidad para la economía
sanitaria.
En su afán de garantizar los
derechos de todos los ciudadanos, los diferentes Estados han
tratado de formular leyes específicas para proteger al enfermo
mental como sujeto de derecho
y como miembro de la sociedad, del que hay que tener en
cuenta en la vida civil.
Queda el hecho que también
hoy, en diferente grado según
las varias culturas y civilizaciones, el enfermo de mente y sus
familias son consideradas co-
mo algo aparte y a menudo
quedan encerrados en una soledad insoportable que lleva a la
exclusión social.
A esto se añade la excesiva
medicalización que con el
tiempo conlleva la separación
de los cuidados sanitarios del
sostén psicológico, social y
emotivo con consecuencias deletéreas para el enfermo que se
debe rehabilitar y para su familia. Finalmente, los mismos
instrumentos legislativos creados para proteger al enfermo de
mente, tienen como efecto hacer aún más difícil su inserción
social porque no garantizan la
participación cuando se deben
tomar decisiones referentes a
su persona.
El objetivo de la enunciación
de los derechos específicos del
enfermo de mente debería ser
compartido con los objetivos
mismos de toda la organización
social que debe orientarse al
bien común, a la protección y a
la promoción de todas las personas sin distinción de raza, religión, sexo o de condición social.
Como base de la convivencia
civil está el derecho a la tutela
la dignidad de cada persona humana como fundamento de todos los demás derechos individuales y sociales. Sin una adhesión convencida al valor que
representa la persona humana
en cada fase de la vida y en toda condición de salud, el derecho en sí y los derechos corren
el riesgo de ser reducidos a puros y simples enunciados de
buenas intenciones que no inciden sobre la efectiva organización y funcionamiento de las
instituciones.
Junto a la formulación de cada uno de los derechos en las
varias legislaciones, se debe tener siempre en cuenta la cuestión moral de la dignidad del
enfermo mental que, siendo
persona humana, es portador de
derechos.
De esta convicción ética nace una cultura de los derechos
humanos concebidos como expresión de exigencias del desarrollo de cada persona que se
traducen en clave de deber-deDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
recho. Sin la cultura ética, se
corre el riesgo de anular el valor mismo del derecho que tiende a regular la vida de todos los
ciudadanos para alcanzar una
convivencia pacífica en el respeto de todos.
En el caso específico del enfermo de mente, la OMS coloca la cuestión de los derechos
en el centro de su atención hacia los enfermos mentales.
En la Conferencia de 1997
ya citada, el Dr. Hiroshi Nakajima afirmaba: “Cualesquiera
que sean las incapacidades o
los trastornos mentales que
afectan a una persona, ésta tiene el derecho de recibir atención y cuidados médicos así como un apoyo social, psicológico y humano que le permitan
acceder a la máxima autonomía
y bienestar”2.
Para hacer efectivo este derecho la OMS aconseja no encerrar a los enfermos en estructuras de custodia, sino acogerlos
en lugares de atención adecuados a su condición.
Esto representa un paso importante en la defensa de los
derechos porque tiende a considerar al enfermo como un ser
con sus facultades intelectuales
y capaz de ponerse en acción si
se encuentra en un contexto
“humanizado”.
2. Derechos y tutela
del enfermo de mente
Teniendo en consideración
las afirmaciones de principio
de la OMS, desde hace más o
menos veinte años las Asociaciones de Psiquiatría, de familiares y a veces de ex pacientes,
han formulado una serie de declaraciones de derechos:
1. el derecho del enfermo de
mente a gozar de los mismos
derechos fundamentales de todos los demás ciudadanos, incluido el de conducir una vida
en lo posible lo más normal.
2. el derecho a cuidados
apropiados al tipo de patología
presentada y con finalidades
exclusivamente terapéuticas;
3. el derecho a la protección
del enfermo sometido a trata-
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miento sanitario obligado, de
posibles abusos terapéuticos y
del prolongarse de un injustificado tratamiento cohercitivo;
4. el derecho a ser informado
sobre el tipo de terapia al cual
es sometido, y al consiguiente
derecho de disentir, aunque en
los límites impuestos por la patología mental del sujeto;
5. la salvaguarda de los mismos derechos para los enfermos mentales internados en los
manicomios judiciales3.
En estos principios se inspiran las Cartas Constitucionales
en las que se fundan las leyes
de las democracias modernas, y
consideran como un fin institucional del Estado precisamente
la salvaguarda del bien común.
En particular, en el caso del enfermo mental, el derecho a cuidados adecuados debe incluir el
derecho de no ser alejado de su
lugar de residencia habitual y
de sus seres queridos salvo en
casos particulares y excepcionales.
En el ámbito de estos derechos se debe incluir y se debe
tomar en consideración el derecho a la participación activa en
la vida civil y, por tanto, a la rehabilitación laboral.
La mención hecha antes sobre el tratamiento médico finalizado exclusivamente con fines terapéuticos, pone en claro
el riesgo de prescripciones que
pueden definirse punitivas o de
cómodo. Como tales se configura a veces cuando se recurre
excesivamente a psicofármacos
usados en sustitución de los
viejos métodos de contención,
que no siempre tienen como
objetivo reducir el trastorno del
enfermo.
El derecho de los cuidados
médicos apropiados alcanza
dos órdenes de temáticas diferentes, el primero se refiere a
las experimentaciones que en el
enfermo mental deben tener sobre todo un fin terapéutico y no
de pura y simple investigación
científica, en salvaguarda de su
potencial rehabilitación. El segundo se refiere a la idoneidad
del cuidado al tipo de desorden
mental presente en el sujeto y
no a otra tipología o a una enfermedad mental genérica.
Surge claramente el hecho de
que los derechos tienden a tutelar a la persona en su constitución más íntima y no sólo en
defensa de la sociedad de eventuales desórdenes producidos
por la presencia de los enfermos de mente en el tejido social.
En materia de capacidad al
consentimiento, es necesario
subrayar que únicamente en un
número limitado de casos podemos encontrar la total incapacidad del enfermo y dar un
consenso al mejor tratamiento
propuesto.
Al respecto, es lícito afirmar
que, en la mayor parte de los
casos, es deber de los médicos
en colaboración con los psicólogos, educadores, enfermos y
asistentes sociales, informar a
la persona con trastorno mental
en los términos más sencillos y
accesibles sobre los cuidados
que se van a llevar a cabo y sobre su derecho a aceptarlos o
rechazarlos.
En fin, el respeto de la dignidad del enfermo mental se manifiesta en la tutela del secreto
profesional: se trata de un preciso derecho del enfermo y de
su familia que se garantice su
privacidad con el fin también
de evitar el perpetuarse del estigma social sobre su persona y
sobre su grupo de pertenencia.
A estos derechos originales
que equiparan justamente el enfermo de mente a cualquier
otro ciudadano, siguen otros
derechos específicos.
El primero de todos es el derecho a no ser considerado un
sujeto peligroso para sí y para
los demás, como se ha pensado
durante mucho tiempo, aun
cuando la intervención del poder público puede encontrar
justificación y fundamento para
el tratamiento sanitario obligado. Precisamente, de la correcta
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interpretación de esta forma de
tratamiento se deduce la intención de los legisladores que
tiende a tutelar ante todo la salud de la persona con dificultad
mental y por esto reduce temporáneamente su libertad sólo
al período de cuidados que se
brindan con carácter de urgencia.
De la misma naturaleza son
el derecho a la tutela civil y a
la tutela penal del enfermo de
mente. La tutela civil se manifiesta con una serie de disposiciones que tienden a proteger
tanto al enfermo como a las demás personas de consecuencias
jurídicas de actos civiles realizados por el enfermo. A este
capítulo de la legislación pertenecen las figuras jurídicas de la
interdicción y de la inhabilitación que se han introducido para proteger los bienes y los haberes del mismo enfermo.
La tutela penal, en cambio,
consiste fundamentalmente en
una serie de normas que consideran a la persona tanto como
autora que como víctima de un
delito. El primer aspecto concierne fundamentalmente a la
imputabilidad y al tratamiento
de los sujetos que han sido absueltos por enfermedad mental
y para los cuales puede ser necesario el internamiento en un
hospital judicial.
El segundo aspecto se refiere
sustancialmente a la incapacidad del sujeto, que sea enfermo
de mente, de proporcionar un
consentimiento jurídicamente
válido. Por tanto se configura
el derecho sancionado por normas adecuadas para ser tutelado en caso de violencia carnal,
en la relación médico-paciente
y en temas relacionados como
el consentimiento para fines de
trasplante, el aborto o cualquier
acto que suprima la conciencia
de la persona con dificultad
mental.
Por último, mencionamos el
derecho a la tutela de seguro
del enfermo de mente que se
concentra en el derecho al resarcimiento de pensión en caso
de enfermedad adquirida, o
agravada, por causas de trabajo, además del derecho de gozar de asistencia social prevista
para la rehabilitación y la reinserción social de la persona
portadora de minusvalidez que
no debe sufrir discriminación
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De la cuestión de los derechos se pasa, pues, a la más
amplia problemática de carácter ético. Por esta razón publicamos aquí algunos artículos
de documentos internacionales
a favor de los derechos del enfermo mental de los cuales trasluce netamente el inseparable
vínculo entre derechos y ética,
entre deontología y moral.
3. Declaración de Hawai
12
Con la intención de puntualizar las precisiones deontológicas de la profesión y para que
sirva como guía para cada psiquiatra, son indispensables algunas reglas escritas. Con ocasión de la Asamblea General de
la Asociación Mundial de Psiquiatría se establece para los
psiquiatras del mundo entero
las siguientes normas éticas:
1. El objetivo de la psiquiatría consiste en promover la salud, así como la autonomía personal y el desarrollo de los individuos.
2. A todo paciente se le debe
ofrecer la mejor terapia disponible, y tratarlo con la solicitud
y el respeto que se debe a la
dignidad de cualquier sujeto
humano, respetando su autonomía sobre su vida y su salud.
3. La relación terapéutica entre paciente y psiquiatra se funda en el mutuo acuerdo. Este
requiere confianza, secreto profesional, franqueza, cooperación y responsabilidad recíproca.
4. El psiquiatra debe informar al paciente acerca de la naturaleza de su afección, del
diagnóstico propuesto y de los
procedimientos terapéuticos, y
del pronóstico.
5. No debe realizarse ningún
proceder ni administrarse ningún tratamiento contra el deseo
del paciente o independientemente de él, a menos que el sujeto carezca de capacidad para
expresar su propia voluntad.
Sólo en estos casos y por graves razones, se recurrirá al tratamiento sanitario obligado.
6. Tan pronto como no tengan aplicación las condiciones
expresadas más arriba, el tratamiento obligado debe ser suspendido para permitir al enfermo expresar su propio consentimiento a dicho tratamiento.
7. El psiquiatra nunca debe
usar las posibilidades de su
profesión para maltratar a individuos y grupos, y nunca debe
permitir que sus prejuicios,
sentimientos o deseos interfieran con el tratamiento.
8. El psiquiatra está obligado
siempre al secreto profesional,
salvo que el paciente mismo o
intereses de naturaleza superior, no lo liberen de dicho deber.
9. Para aumentar y extender
los conocimientos de la psiquiatría se requiere la participación activa de los mismos pacientes. Por tanto, es preciso
contar con el consentimiento
informado del interesado antes
de presentar su caso o para publicar los resultados de una experimentación. De todos modos, se debe garantizar el anonimato y salvaguardar la reputación personal del sujeto.
madas. El deber del psiquiatra
es facilitar al paciente la información relevante y significativa que le permita tomar decisiones racionales de acuerdo
con su propio código, valores o
preferencias.
Sólo de este modo se puede
combatir el estigma y la discriminación. Desde este punto de
vista hay que reconsiderar las
infinitas situaciones particulares referentes al internamiento
obligado, a la investigación y al
tratamiento.
Si la psiquiatría y las neurociencias en general, son capaces de superar las barreras contra la enfermedad mental, de
activar la comunicación con los
más alienados entre los alienados, de buscar la verdad con los
que están dominados por una
verdad autística, entonces será
posible la investigación.
Si sucede lo contrario, entonces la psiquiatría desaparecerá
como disciplina y como práctica y las neurociencias irán a la
deriva, habiendo perdido el
sentido de su misión (Sociedad
Mundial de Psiquiatría, 1966)5.
P. PIERLUIGI MARCHESI, OH
10. Todo paciente es libre de
retirarse, por cualquier razón y
en cualquier momento, de cualquier tratamiento voluntario o
de cualquier programa de investigación o de un programa
didáctico en curso. Dicha decisión no limita su derecho a los
cuidados (Honolulu, 26 de
agosto de 1977)4
4. Declaración de Madrid
Conclusión
El paciente debe ser aceptado en el proceso terapéutico como un igual por derecho propio. La relación terapeuta-paciente se debe basar en la confianza mutua y en el respeto, y
es la que permite al paciente tomar decisiones libres e infor-
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El Padre Pierluigi Marchesi, O.H.,
nos dejó y regresó a la casa del Padre en
el 2001; fue Prior General de la Orden
Hospitalaria de San Juan de Dios (Fatebenefratelli) durante doce años, miembro del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud desde su fundación y
presidente de la Asociación Internacional de los Institutos Sanitarios Católicos
– AISAC.
Se ocupó de la formación para los
profesionales de la salud y sus escritos
han sido editados en el 2006 bajo el título: “Umanizzazione: storia e utopia”, ed.
Velar-Elledici.
Notas
1
J.M. BERTOLOTE, Enfermedades
mentales en el mundo: datos epidemiológicos, en Dolentium Hominum n. 34, p.
40-43, 1997.
2
H. NAKAJIMA, Programas y actividades de salud mental de la OMS, Dolentium Hominum n. 34, p. 11-12, 1997. Es
de gran interés al respecto la Mesa Redonda: Legislaciones sobre las enfermedades mentales, Alemania, República
China, Argentina y Gabón. Dolentium
Hominum n. 34, p. 218-132, 1997.
3
AA.VV. “The protection of persons
suffering from mental disorders”,
A.I.D.P., Siracusa, 1981.
4
WORLD PSYCHIATRIC ASSOCIATION, Hawaii Declaration (1977,
1983) Selare nº 82, p. 42-45, marzo 2000.
5
WORLD PSYCHIATRIC ASSOCIATION, Madrid Declaration (1996),
citato en Dolentium Hominun, n. 34, p.
58, 1997.
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La Iglesia Católica y la sexualidad conyugal
EL CUERPO HUMANO CUMBRE DE LA MATERIA CREADA
Movida por la admiración
ante sus propios descubrimientos y su poder, a menudo la humanidad plantea problemas
angustiosos en torno a la evolución actual del mundo, al
puesto y a la misión del hombre en el universo, sobre el
sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, y más
aún, sobre el destino último de
las cosas y de los hombres1.
Por un lado, el pluralismo de
las concepciones de la vida y
del mundo, el historicismo con
el consiguiente relativismo de
la verdad, la desconfianza en
la capacidad del hombre de alcanzar la verdad absoluta, y,
por el otro, la confianza en la
ciencia y en el progreso científico-técnico, considerado capaz de resolver todos los problemas de la humanidad, han
cambiado la certeza de la cultura religiosa y el rostro de la
civilización cristiana del continente europeo2. De manera específica y en forma cada vez
más preocupante, se nota una
pérdida del sentido y del significado de la sexualidad en general y, sobre todo, de aquella
conyugal y familiar. Basta
pensar en las convivencias libres y “de hecho” comparadas
a los matrimonios “de iure”, al
aumento de los divorcios, a la
legalización civil de los matrimonios gay con el derecho de
adopción; y más recientemente, a la discusión que muchas
veces no corresponde con la
verdad científica y menos aún
con criterios éticos, sobre la
procreación asistida, sobre la
clonación y sobre el empleo
terapéutico de los embriones
congelados, etc. Frente a esta
situación y a la luz del Documento final del X Congreso de
la FEAMC en Bratislava3, me
ha parecido útil presentar algunos puntos-clave de la enseñanza de la Iglesia católica con
respecto a la sexualidad conyugal. En primer lugar revelaré que el cuerpo humano es el
culmen de la materia creada;
luego indicaré algunas características de la sexualidad conyugal, para pasar al tercer pun-
to: un no absoluto al divorcio y
un sí a la anulación del matrimonio; como cuarto punto precisaré los dos significados inseparables del acto conyugal,
en cuanto expresión propia,
específica y exclusiva del
amor conyugal.
El cuerpo humano
hecho a imagen de Dios
“Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con el polvo del
suelo. E insufló en sus narices
aliento de vida; y resultó el
hombre un ser viviente” (Gn 2,
7). Estas son las palabras del
Génesis con las que Dios mismo revela que el cuerpo del
hombre es partícipe de la dignidad de “imagen de Dios” ya
que está animado por un alma
espiritual. Para la sexualidad
en general y aquella conyugal
en particular, hay que poner de
relieve que este valor de la
imagen de Dios es válida tanto
para el cuerpo del hombre que
para el cuerpo de la mujer. “Y
creó Dios el hombre a imagen
suya, macho y hembra los
creó” (Gn 1, 27). Al respecto,
el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) precisa: “‘Ser
hombre’, ‘ser mujer’ es una realidad buena y querida por
Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se
pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador. El
hombre y la mujer son, con la
misma dignidad, ‘imagen de
Dios’. En su ‘ser hombre’ y su
‘ser mujer’ reflejan la sabiduría y la bondad del Creador”4.
Para evitar cualquier equivocación, precisemos de inmediato que Dios no es a imagen
del hombre. Dios no es ni
hombre ni mujer; Dios es espíritu puro y, por tanto, en Él no
hay ninguna diferencia de sexo. Por tanto, cuando afirmamos que el hombre y la mujer
son hechos a imagen de Dios,
entendemos decir que “las perfecciones” del hombre y de la
mujer de algún modo reflejan
algo de la infinita perfección
de Dios: las de una madre y
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una esposa y las de un padre y
de un esposo5. “Al designar a
Dios con el nombre de ‘Padre’,
el lenguaje de la fe indica sobre todo dos aspectos: que
Dios es origen primero de todo
y autoridad trascendente y que
es, al mismo tiempo, bondad y
solicitud amorosa para todos
sus hijos. Esta ternura paternal
de Dios se puede expresar
también mediante la imagen
de la maternidad que indica de
modo más expresivo la inmanencia de Dios, la intimidad
entre Dios y su criatura. El lenguaje de la fe se sirve así de la
experiencia humana de los padres que son, en cierta manera,
los primeros representantes de
Dios6 para el hombre. Pero esta experiencia muestra también que los padres humanos
son falibles y que pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene recordar, entonces, que
Dios trasciende la distinción
humana de los sexos. El es
Dios. Por tanto, trasciende la
paternidad y la maternidad humanas, aunque sea su origen y
medida: nadie es padre como
lo es Dios”7. Nos interesa poner en primer plano que el
cuerpo humano, refleja un lenguaje “divino”, que es propio y
específico de la sexualidad
conyugal de un hombre, esposo y padre, y de una mujer, esposa y madre. “Creados a la
vez, el hombre y la mujer son
queridos por Dios el uno para
el otro. La Palabra de Dios nos
lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado. “No es bueno que el hombre esté sólo. Voy a hacerle
una ayuda adecuada (Gn 2,
18). Ninguno de los animales
puede ser este ‘vis-à-vis’ del
hombre. La mujer que Dios
‘forma’ con la costilla quitada
al hombre y presenta a éste,
despierta en él un grito de admiración, una exclamación de
amor y de comunión: ‘Esta vez
sí que es hueso de mis huesos
y carne de mi carne’ (Gn 2,
23). El hombre descubre en la
mujer como un otro ‘yo’, de la
misma humanidad”8. En el di-
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seño divino, esto es ante todo y
sobre todo verdadero y se puede verificar en la relación sexual entre los dos cónyuges.
La sexualidad conyugal
14
Es muy significativo que la
Sagrada Escritura no sólo inicie con la narración del hombre y de la mujer hechos a imagen de Dios, sino que también
se cierre con la visión de las
“bodas del Cordero” (Ap 19,
7.9). La Palabra de Dios nos
habla siempre del matrimonio
y de su “misterio”, de su institución y del sentido que Dios
le dio. La Sagrada Escritura
nos habla de su origen y su fin,
de sus diferentes realizaciones
“histórico-salvíficas”, de sus
dificultades, que nacen del pecado original y de los pecados
personales, pero también de su
renovación sacramental en la
Nueva Alianza de Cristo y de
la Iglesia”9. Dios Creador es el
autor de la íntima comunión de
vida y de amor conyugal. La
vocación al matrimonio está
inscrita en la naturaleza misma
del hombre y de la mujer, tal
como lo hizo el Creador. No
obstante los numerosos cambios a lo largo de los siglos, en
las varias culturas, estructuras
sociales y actitudes espirituales, existe en todas las culturas
cierto sentido de la grandeza de
la unión conyugal. Es importante hacer resaltar que los padres del Vaticano II subrayaron
estas características comunes y
permanentes: “El bienestar de
la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad
de la comunidad conyugal y
familiar”10. La vocación al matrimonio está inscrita por el
Creador en la naturaleza de la
mujer y del hombre. De hecho,
Dios, que ha creado al hombre
por amor, también lo ha llamado al amor, vocación fundamental e innata de cada ser humano. Dios que es Amor (cfr. 1
Jn 4, 8. 16), habiendo creado al
hombre, macho y hembra, a su
imagen, quería revelar a través
del amor recíproco de ellos, su
amor absoluto e indefectible
con el que ama a todo ser humano. El autor de la Humanae
vitae escribe: “El matrimonio
no es, por tanto, efecto de la
casualidad o producto de la
evolución de fuerzas naturales.
Es una sabia institución del
Creador para realizar en la humanidad su designio de amor.
Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres
en orden a un mutuo perfeccionamiento personal para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas”11. Con esta concepción “personalista” de la sexualidad conyugal, el Papa
Montini desenmascara la falsedad de toda crítica “biologista”
al magisterio auténtico de la
Iglesia católica y de su moral
oficial. La concepción de la
Iglesia coloca en primer plano
principalmente la donación interpersonal de la mujer, esposa,
y del hombre, esposo, y sólo
después pasa, poniendo el
acento de que se trata de una
colaboración con Dios, a la generación y a la educación de
los hijos. En otros términos, la
recíproca donación personal de
los cónyuges tiene como finalidad principal el perfeccionamiento recíproco. Esto demuestra que todos los que acusan a la Iglesia de “procreacionismo” falsifican la enseñanza
de la Iglesia. La moral “de la
sexualidad conyugal” está perfecta y totalmente en sintonía
con el relato del Génesis: “Por
eso deja el hombre a su padre y
a su madre y se une a su mujer,
y se hacen una sola carne” (Gn
2, 24). Ahora, no es difícil entender de que el matrimonio
denota ser como propiedad intrínseca una unidad indefectible de dos existencias humanas, iguales como personas,
pero diferentes sexualmente.
Por lo demás, el Señor mismo
lo muestra al recordarnos cual
fue “originalmente” el designio del Creador: “Y los dos se
harán una sola carne” (Mt 19,
6). “En su predicación Jesús
enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del
hombre y la mujer, tal como el
Creador la quiso al comienzo:
la autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer era
una concesión a la dureza de
corazón (cfr. Mt 19, 8); la
unión matrimonial del hombre
y la mujer es indisoluble: Dios
mismo la estableció: ‘Lo que
Dios unió, que no lo separe el
hombre” (Mt 19, 6)12.
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No al divorcio
y sí a la anulación
Por tanto, la legalización del
divorcio con el explícito derecho a nuevas bodas, contradice
claramente esta voluntad explícita de Dios. De aquí que la
Iglesia Católica, aunque trata
de entender cada vez mejor la
dramaticidad de ciertas situaciones conyugales en crisis,
nunca llegará a compromisos
con la cultura divorcista actual. La única cosa que puede
hacer, y lo está haciendo desde
hace tiempo, es ver si Dios realmente ha unido ciertos vínculos conyugales. La única posibilidad para declarar una
unión conyugal “nula”, es decir, que nunca ha existido, es el
camino maestro para resolver
ciertas convivencias conyugales ya comprometidas de modo
irreversible. De hecho, consciente de que la sexualidad
ejerce una influencia en todos
los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma, el Magisterio
de la Iglesia otorga un valor
particular a la afectividad, a la
capacidad de amar y de procrear y, de modo más general,
a la actitud de entablar relaciones de comunión con los demás13. Merece tener en cuenta
que esta valoración corresponde, totalmente, a la dignidad
de cada ser humano, precisamente como persona. “Por haber sido hecho a imagen de
Dios, el ser humano tiene la
dignidad de persona; no es sólo algo, sino alguien. Es comunión con otras personas; y es
llamado, por la gracia, a una
alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de
amor que ningún otro ser puede dar en su lugar”14. Esta dignidad de persona es, además,
el don divino para el hombre y
la mujer, porque ambos son
persona en el mismo grado y
fueron creados a imagen del
Dios personal15.
Me doy cuenta que estoy
yendo contra corriente, pero
resulta evidente la importancia
de la vocación a la castidad, es
decir, a la integración positiva
de la sexualidad en la persona.
“La sexualidad en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está
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integrada en la relación de persona a persona, en la donación
mutua total y temporalmente
ilimitada del hombre y de la
mujer. La virtud de la castidad,
por tanto, entraña la integridad
de la persona y la totalidad del
don”16 y, por consiguiente, la
unidad interior del hombre,
macho y hembra, en su ser corporal y espiritual. En lo que
concierne a la integridad de la
persona, precisemos que la
castidad conserva la integridad
de las fuerzas de vida y de
amor que están en el hombre y
en la mujer, asegurando no sólo la unidad de la persona, sino
oponiéndose también a todo
comportamiento que podría
herirla. No tolera ni la doble
vida, ni el doble lenguaje17. La
dignidad personal del hombre
y de la mujer requiere, de hecho, que ellos actuen conforme
a elecciones conscientes y libres, es decir animados e inducidos por convicciones personales, y no por un ciego impulso o por una simple imposición
externa18. En fin, la castidad
exige la adquisición del dominio de sí, que es pedagógica
para la verdadera libertad humana. Este dominio de sí mismo, y es lo que nos interesa,
está ordenado a la integralidad
del don de sí mismo. La castidad hace que el hombre y la
mujer que la practican sean tesigos de la fidelidad y de la ternura de Dios. He aquí los criterios para valorar una comunión
de vida y de amor conyugal,
unida a Dios y, por tanto, indisoluble o anulable. Con razón
Pablo VI afirmaba en 1968:
“En esta ocasión deseamos llamar la atención de los educadores y de todos aquellos que
tienen incumbencia de responsabilidad, en orden al bien común de la convivencia humana, sobre la necesidad de crear
un clima favorable a la educación de la castidad, es decir, al
triunfo de la libertad sobre el
libertinaje, mediante el respeto
del orden moral”19. Es por esto
que he tratado de presentar una
recta concepción de la sexualidad en general y de la sexualidad conyugal en particular.
Permanece una sólida convicción sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia,
sobre todo en lo que se refiere
al problema de la procreación
responsable.
Dos significados
inseparables de cada acto
de amor conyugal
“El problema de la natalidad,
como cualquier otro referente a
la vida humana, hay que considerarlo por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico, demográfico o sociológico, a la luz de
una visión integral del hombre
y de su vocación, no sólo natural y terrena sino tambien sobrenatural y eterna”20. Lo ante-
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rior evidencia que la creación
del hombre y de la mujer está
ordenada, de manera propia y
específica, al amor conyugal
del hombre y de la mujer. La
intimidad corporal de los esposos se vuelve, en su vínculo
conyugal, un signo y una prenda de una comunión espiritual
entre dos personas, al mismo
tiempo, iguales y diferentes.
Sus actos se refieren al núcleo
íntimo de su ser persona humana como tal. Por tanto, la sexualidad conyugal se realiza en
forma realmente humana sólo
si forma parte integrante del
amor con el que el hombre y la
mujer se comprometen totalmente uno hacia el otro hasta la
muerte”21. Entonces sus actos
no sólo favorecen el significado de la donación recíproca, sino también producen un enriquecimiento mutuo a nivel personal en una gozosa gratitud.
“El Creador mismo estableció
que en la recíproca donación física total los esposos experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este
placer y gozando de él. Aceptan lo que el Creador ha querido para ellos”22. De este modo
el Creador quiso que mediante
su unión los esposos realicen el
doble fin del amor conyugal: el
bien propio y la transmisión de
la vida. “No se pueden separar
estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar
la vida espiritual de los cónyuges ni comprometer los bienes
del matrimonio y el porvenir de
la familia. Así el amor conyugal del hombre y de la mujer
queda situado bajo la doble exigencia de la fidelidad y la fecundidad”23.
En lo que se refiere a la fecundidad, por su naturaleza el
amor conyugal tiende a ser fecundo. “El niño no viene de
fuera a añadirse al amor mutuo
de los esposos: brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento”24. De esta natural fecundidad paterna y materna del
amor que une un esposo y una
esposa, la Iglesia que “está de
parte de la vida”25, “enseña que
cualquier acto matrimonial debe permanecer destinado a la
transmisión de la vida”26.
Los esposos, al ser llamados
a transmitir la vida, participan
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del poder creador y de la paternidad de Dios. Por tanto, los
cónyuges son cooperadores
responsables e intérpretes del
amor de Dios creador. Esta
doctrina, expuesta continuamente por el magisterio de la
Iglesia, se funda en la unión inseparable querida por Dios, y
que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre
los dos significados del acto de
amor conyugal: el significado
unitivo y el significado procreador27. Salvaguardando ambos
aspectos esenciales, unitivo y
procreador, el acto conyugal
conserva íntegro el sentido de
amor mútuo y verdadero y su
ordenación a la altísima vocación del hombre y de la mujer
a la transmisión responsable de
la vida. Es precisamente esta
maternidad y paternidad responsable que Dios les ha confiado al crear al hombre, macho y hembra. El hijo no es algo debido, no existe un derecho al hijo, sino sólo al acto
conyugal destinado a la procreación de un hijo. Es el hijo que
posee el derecho natural de
parte de Dios no sólo de ser el
fruto del acto específico, propio y exclusivo del amor conyugal de sus padres, sino también a ser respetado como persona desde el momento de su
concepción28. Con esta reflexión no deseo subestimar el sufrimiento de las parejas que se
descubren estériles; antes bien,
no sólo quisiera animar las investigaciones que tienen como
finalidad reducir la esterilidad,
sino les deseo también resultados inesperados.
Se me permita honrar al Papa Wojtyla, de venerada memoria, concluyendo con las palabras de su Exortación Apostólica Familiaris consortio, 28:
“Dios, con la creación del
hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a perfección la obra de sus
manos; los llama a una especial participación en su amor y
al mismo tiempo en su poder
de Creador y Padre, mediante
su cooperación libre y responsable en la transmisión del don
de la vida humana: ‘Y bendíjolos Dios y les dijo: <Sed fecundos y multiplicaos y henchid la
tierra y sometedla> (Gn 1, 28).
Así el cometido fundamental
de la familia es el servicio a la
vida, el realizar a lo largo de la
historia la bendición original
del Creador, transmitiendo en
la generación la imagen divina
de hombre a hombre”. Tenemos claramente marcado el
criterio ético de valor de la procreación responsable, es decir,
la originalidad del generar humano, que deriva de la originalidad misma de la persona humana. Juan XXIII no dudó al
decir: “La transmisión de la vida humana está confiada por la
naturaleza a un acto personal y
consciente y, en cuanto tal, está
sujeto a las santísimas leyes de
Dios: leyes inmutables e inviolables que se deben reconocer
y observar”29. Este acto personal es la íntima unión de amor
de los esposos que, en una mutua donación total, donan a su
vez la vida. Es un único e indivisible acto al mismo tiempo
unitivo y procreativo, conyugal
y parental30. Por tanto, la aplicación al hombre de biotecnologías, deducidas de la fecundación de animales, con la intención de realizar varias intervenciones sobre la procreación
humana, plantea graves cuestiones de liceidad moral. En
efecto, las diferentes técnicas
de reproducción artificial, que
aparentan estar al servicio de la
vida y pocas veces son practicadas con esta intención, en realidad abren la puerta a nuevos
atentados contra la vida, porque no son dignas del procrear
humano, en cuanto cuerpo humano, que es imagen de Dios y
representa la cumbre de la materia creada31.
P. BONIFACIO HONINGS,
O.C.D.
Profesor Emérito
de las Universidades Pontificias
Lateranense y Urbaniana,
Roma, Italia
Notas
Cfr. Gaudium et spes, 3.
Cfr. Episcopado Italiano, L’Evangelizzazione del mondo contemporaneo.
Elle Di Ci, Torino 1974, n.4.
3
Cfr. Orizzonte Medico, julio-agosto,
2004, p. 23.
4
CIC, 369.
5
Cfr. CIC, 370.
6
La prueba de esta representación
nos lo ofrece y confirma el cuarto mandamiento del Decálogo. De hecho, “el
cuarto mandamiento abre la segunda tabla de la ley. Indica el orden de la caridad. Dios quiso que, después de El, honrásemos a nuestros padres a los que debemos la vida y que nos han transmitido
el conocimiento de Dios. Estamos obligados a honrar y respetar a todos los que
1
2
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Dios, para nuestro bien, ha investido de
su autoridad” (CIC, 2197).
7
CIC, 239.
8
CIC, 371.
9
Cfr. CIC, 1602.
10
Concilio Ecuménico Vaticano II,
Gaudium et spes, 47. Cfr. también CIC,
1603.
11
PABLO VI, Humanae Vitae, 8,
12
Cfr. CIC, 1614.
13
Cfr. CIC, 2332.
14
CIC, 357.
15
JUAN PABLO II, Carta apostólica
Mulieris dignitatem, 6.
16
CIC, 2337.
17
Cfr. CIC, 2338.
18
Cfr. CIC, 2339.
19
PABLO VI, Humanae vitae, 22.
Presento la reacción que el autor de la
Humanae vitae quiso suscitar: “Todo lo
que en los medios modernos de comunicación social conduce a la exitación de
los sentidos, al desenfreno de las costumbres, como cualquier forma de pornografía y de espectáculos licenciosos,
debe suscitar la franca y unánime reacción de todas las personas, solícitas del
progreso de la civilización y de la defensa de los supremos bienes del espíritu
humano. En vano se trataría de buscar
justificación a estas depravaciones con
el pretexto de exigencias artísticas o
científicas, o aduciendo como argumento la libertad concedida en este campo
por las autoridades públicas” (ibidem)
20
PABLO VI, Humanae vitae, 7.
21
Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación
apostólica Familiaris consortio, 11.
22
PIO XII, Discurso del 29 de octubre
de 1951, citado en el CIC, 2362.
23
CIC, 2363.
24
Cfr. CIC, 2366.
25
JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, 30.
26
He utilizado a propósito la expresión “debe permanecer destinado a la
transmisión de la vida”, por dos razones: la primera porque el Papa Montini
la emplea explícitamente: “Ut quilibet
matrimonii usus ad vitam humanam
procreandum per se destinatus permaneat” (HV 11). La segunda razón es de
orden moral: porque evita cualquier biologismo, por lo demás recurrir a los períodos no fecundos comporta precisamente la falta de apertura.
27
Cfr. CIC, 2366-2367.
28
Cfr. Congregación para la Doctrina
de la Fe, Intrucción Donum vitae, II, 8;
ver también CIC, 2378.
29
JUAN XXIII, Encíclica Mater et
Magistra, III, en AAS 53, 1961, 447.
30
Cf. JUAN PABLO II, Audiencia general, 16 de enero de 1980, en Insegnamenti III/1, 1980, 148 ss.
31
Cf. JUAN PABLO II, Encíclica Evangelium vitae, 14.
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Dolor y sufrimiento: ¿Un nuevo enfoque?1
1. La propia experiencia
como punto de partida
Muy pocos aspectos de la
realidad humana han sido, son
y serán tan vividos, contemplados, descritos, estudiados,
meditados y expresados en
sus diversas manifestaciones
como el sufrimiento. Las ciencias, la literatura, las artes
plásticas y escénicas, la filosofía, la teología, la expresión
religiosa, litúrgica o popular y,
desde su implantación masiva, los medios de comunicación constituyen escenarios en
los que aparece una y otra vez
el sufrimiento como un ingrediente de la condición humana, tan obvio e inseparable de
ella como resistente a una
comprensión racional satisfactoria.
Sin embargo, y sin dar de
lado a esa abundantísima
fuente de información, quiero
dejar bien clara desde el principio mi convicción de que no
es posible llegar a conocer de
verdad lo que es el sufrimiento más que asomándose a su
hondura, que puede llegar a
ser abismal, y entrando en ella
por la vía de la experiencia2 al
vivo, bien experimentándolo
en uno mismo, bien mediante
la presencia asidua junto a los
sufrientes.
Por eso, brindar una reflexión sobre un asunto tan universal, complejo y enigmático
requiere de entrada, pienso
yo, situar esa experiencia en
el contexto personal de quien
la ofrece, es decir, dejar bien
claro el terreno que pisa quien
se decide a afrontar una tarea
semejante, y la perspectiva o
perspectivas desde las que va
a hacerlo. En mi caso concreto, el terreno en el que estoy
afincado y en el que me muevo es el de la vivencia del
cristianismo desde la perspectiva de mi condición de presbítero, con casi 35 años de andadura en este ministerio, la
práctica totalidad de los cuales ha discurrido por el cauce
de la asistencia pastoral a los
enfermos y a sus cuidadores,
en el marco de la sanidad pública y al compás de su evolución significativa y constante
durante todo ese periodo de
tiempo.
Pastoral católica y sanidad
son, pues, los dos referentes
fundamentales que han alimentado y alimentan mi experiencia del sufrimiento. Lo
que voy a decir sobre él es lo
que yo mismo he experimentado a lo largo de los años junto a las personas enfermas, y
junto a sus cuidadores – familiares, profesionales sanitarios, agentes pastorales o voluntarios – cuando éstos permiten que aquellas les transfieran una parte de sus padecimientos. Por supuesto, esta
experiencia creciente me ha
llevado a una reflexión que se
ha nutrido y sigue nutriéndose
no sólo de lo vivido en la relación personal con los mencionados sufrientes, sino también
de los testimonios del pasado
y del presente que aportan los
escenarios aludidos en el párrafo anterior. En último término, son los frutos, maduros
o no, de esa reflexión los que
ofrezco a quienes lean este escrito.
2. El sufrimiento filtrado
o percibido a distancia
He comenzado adrede destacando la experiencia personal e inmediata como la vía
para mí genuina de percepción del sufrimiento, porque
estamos siendo cada vez más
invadidos por una visión comercializada3
del mismo,
puesta al alcance de todos, y
que es la que nos ofrecen a
diario la prensa, la radio, la televisión y el cine, a través de
noticias, reportajes o películas, en las que aparecen en primer plano personas sufriendo
intensamente por accidentes,
catástrofes naturales, procesos
de enfermedad atípicos o simplemente llamativos, conflictos en las relaciones humanas
o formas extremadas de violencia.
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Una característica que me
interesa resaltar aquí de esta
visión comercializada es que,
a pesar del enorme dramatismo que irradian muchas de
esas imágenes o relatos, casi
siempre son transmitidas y
contempladas como meros sucesos, es decir, como experiencias filtradas – incluso no
pocas veces manipuladas por
los medios que las convierten
en noticia4 y las transmiten – y
percibidas por los lectores o
espectadores, a distancia de
quienes las sufren en su propia
carne. En consecuencia, lo que
ocurre con dicha visión es que,
a pesar de los horrores que
presenta no pocas veces en
primerísimo plano, nos permite seguir haciendo nuestra vida normal sin grandes problemas, al menos en apariencia,
porque nos induce a pensar
que el sufrimiento siempre les
toca a los otros. Craso error
que no pocas veces se acaba
pagando muy caro.
¿Sucede, sin embargo, lo
mismo cuando uno vive el sufrimiento en la propia carne, o
cuando toca asistir a enfermos
muy sufrientes y a sus allegados? Indudablemente no aunque, en el caso de los cuidadores sanitarios, pastorales o voluntarios, la gente suela creer
que ya están acostumbrados a
ver sufrir.
3. La confusión semántica
entre dolor y sufrimiento
Al término sufrimiento le
pasa algo parecido a lo ya
mencionado respecto a experiencia (cf. nota 2): tampoco
está libre de confusiones en
cuanto a la asignación de su
significado, sobre todo a causa de que en el lenguaje habitual suele ser intercambiado
sin más con el término dolor,
hasta el punto de aparecer uno
y otro como sinónimos. Tal
intercambio semántico parece
incluso consagrarlo el Diccionario de la Lengua Española,
que define el vocablo sufrimiento en términos de padeci-
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miento, dolor, pena. Dentro
del campo de la medicina se
habla con toda naturalidad de
sufrimiento fetal en Obstetricia, y de dolor espiritual en
Medicina Paliativa. Y lo mismo ocurre con el lenguaje
usado por el magisterio de la
Iglesia Católica, tan cuidadoso de precisión expresiva: sin
ir más lejos, el título de la
Carta Apostólica del Papa
Juan Pablo II sobre el tema
que nos ocupa es: Salvifici doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano5.
Hasta las ciencias y saberes
que tratan de esclarecer con la
mayor precisión posible la índole propia de las realidades
significadas por estas dos palabras no parecen arrojar mucha más claridad al respecto.
La Asociación Internacional
para el Estudio del Dolor
(IASP) define a éste como
una sensación desagradable y
una experiencia emocional
asociados con una lesión tisular, actual o potencial, o descrita en términos de dicha lesión6; la teología católica más
reciente considera, por su parte, que el sufrimiento consiste
en un sentimiento de pérdida,
daño o carencia, sea físico o
espiritual 7.
cabe la expresión – de un daño por el que se siente afectada una persona en todos los
rincones de su ser. A partir de
ahí hay quienes denominan
sufrimiento al padecimiento
humano de origen o repercusión predominantemente espiritual, y reservan el término
dolor para aludir al padecimiento de orden predominantemente somático. Yo mismo
he adoptado esa terminología
durante bastante tiempo, pues
tal distinción ayuda a valorar,
por ejemplo, la índole diversa
de los padecimientos humano
y animal, respectivamente.
Pero lo que más me interesa
ahora es ayudar a distinguir
con mayor precisión el valor
humano y humanizador, benéfico o maléfico, del dolor y
del sufrimiento. Y pienso que
en aras de esta pretensión cabe aún hilar un poco más fino.
Tal como yo lo he contemplado y percibido desde mi
él, lo convierte en doliente y
paciente.
Al expresar el dolor, yo he
visto a los dolientes percibirse
a sí mismos mucho más como
objetos de afectación pasiva
que como sujetos activos, dotados de espontaneidad e iniciativa. Sus exclamaciones
suelen ser, por ejemplo: me
duele la cabeza, la herida, la
indiferencia de los que me rodean, la desatención de mi familia, el abandono de Dios ...
Así es como he oído y oigo
expresarse a los enfermos
afectados de dolores orgánicos o anímicos: poniendo como sujeto del dolor a su propio organismo o a personas,
cosas o circunstancias distintas de ellos mismos; sintiéndolo como una realidad extraña hasta su aparición, imprevista y rechazable. Y, mirando
a los dolientes desde esta
perspectiva, he llegado a la
convicción de que una perso-
experiencia pastoral y sanitaria a lo largo de los años, el
dolor es sobre todo el padecimiento producido por el impacto e invasión de una realidad que sobreviene, hiere y
daña a quien afecta; una realidad nociva que en principio
no viene generada por quien
la padece – salvo en casos de
psicopatologías declaradas –
aunque provenga a veces de
su propio interior. Es un daño
que, contra la voluntad de
quien se siente atrapado por
na sólo es responsable del dolor que se infiere conscientemente a sí misma o del que
provoca en otras personas,
cuando actúa sobre ellas como
agente nocivo. En resumen, y
trasladando a este campo la
terminología aplicada a la enfermedad por el maestro Pedro Laín Entralgo8, yo veo en
el dolor un desorden padecido
y sentido como daño y aflicción.
Con el sufrimiento ocurre, a
mi modo de ver, lo contrario.
4. Padecimiento, dolor y
sufrimiento
No quisiera pecar de un
atrevimiento rayano en la petulancia, pero creo posible intentar alguna mayor claridad
y precisión en el uso significativo de estas expresiones
porque, de lograrla, desharía
o mitigaría algún malentendido y equívoco que se ha producido – y se sigue produciendo – en la valoración humana y humanizadora del dolor y del sufrimiento. Al menos, voy a intentarlo pues el
asunto bien merece ese afán
de precisión, y a propósito de
la claridad ya dijo Ortega y
Gasset que debe ser la cortesía del filósofo.
En aras de la aludida precisión, y partiendo de la consideración integradora del ser
humano según la cual todo en
él repercute en todo él, voy a
llamar padecimiento a la percepción genérica – en bruto si
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Mi experiencia me lleva a verlo como la reacción dolorida
que la mayoría de los afectados por el dolor generan en y
desde sí mismos para combatirlo hasta anularlo, o bien para intentar disminuirlo a límites tolerables si ven que no
pueden erradicarlo por completo, y aceptar luego la convivencia con esa dosis de dolor que acaban intuyendo o
comprobando que va a ser su
inevitable, aunque no deseable, compañera en adelante.
Las expresiones que a lo
largo de los años he escuchado a las personas sufrientes
tienen en abrumadora mayoría
una estructura gramatical significativamente distinta a las
mencionadas antes respecto
del dolor. En ellas la persona
sufriente es el sujeto activo,
mientras que el dolor y su
causa quedan relegados a la
condición de complemento indirecto o circunstancial: Sufro
por mi dolor de cabeza, a
causa de la herida que tengo,
por la indiferencia de los que
me rodean, por el abandono
de Dios ... El cambio semántico no puede ser, a mi modo
de ver, más significativo. Parafraseando a Thomas Sydenham9, que describía la enfermedad en términos de conamen naturae, esfuerzo de la
naturaleza para erradicar el
daño producido por el agente
morboso que la provoca, cabe
decir que el sufrimiento es el
conamen personale, el esfuerzo de toda la persona para hacer frente a la agresión e invasión del dolor.
De lo dicho yo deduzco que
en el ámbito del dolor lo sustantivo es la agresión nociva y
el padecimiento consiguiente;
en el ámbito del sufrimiento el
protagonista es la persona que,
padeciendo el dolor, no se resigna a quedarse en mero paciente sino que reacciona para
combatirlo como sujeto activo. El dolor es, en principio,
azaroso e imprevisto; el sufrimiento es, por el contrario y
en principio también, reactivo,
original, autodeterminado. El
dolor suele tener siempre la
iniciativa; en el sufrimiento la
tiene, de entrada, nuestro organismo y tantas veces detrás de
él nuestros resortes psíquicos,
sociales y espirituales, es de-
cir, nuestra persona entera. El
dolor, desde su origen, se nos
impone; sobre el sufrimiento
podemos llegar a mandar. Y en
una reflexión sobre éste en
clave de humanizar la salud,
el dolor se me aparece, al menos, como prehumano, azaroso, involuntario e irresponsable, mientras que veo al sufrimiento surgir de la entraña
humana, susceptible de ser
querido o rechazado, modulado y orientado mediante el
ejercicio de la inteligencia, la
voluntad y una libertad limitada pero con suficiente margen
de maniobra y, por tanto, de
responsabilidad.
Un soneto de José Luis
Martín Descalzo expresa mejor que yo cuanto acabo de
decir, pues lo hace con la precisión y hondura propias del
lenguaje poético, mucho más
revelador que el científico o
el filosófico cuando se trata
de abordar la descripción de
las interioridades humanas.
Por eso no me resisto a transcribirlo, pues es la expresión
sufriente de un enfermo dolorido.
Nunca podrás, dolor,
acorralarme.
Podrás alzar mis ojos hacia
el llanto,
secar mi lengua,
amordazar mi canto,
sajar mi corazón y
desguazarme.
Podrás entre tus rejas
encerrarme,
destruir los castillos que
levanto,
ungir todas mis horas con
tu espanto.
Pero nunca podrás
acobardarme.
Puedo amar en el potro de
tortura.
Puedo reír cosido por tus
lanzas.
Puedo ver en la oscura
noche oscura.
Llego, dolor, a donde tú no
alcanzas.
Yo decido mi sangre y su
espesura.
Yo soy el dueño de mis
esperanzas.
Dejo al lector la tarea, pienso que sencilla y gratificante,
de hallar la correspondencia
entre lo manifestado por mí
sobre la diversa índole del doDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
lor y el sufrimiento, y el contenido del poema10. Y creo que
las puntualizaciones que he
hecho al respecto previamente, aunque sean parcas y someras, sirven de pórtico para
plantear desde la perspectiva
del mundo de la salud la gran
cuestión que, junto con la forzosidad de la muerte, ha preocupado y preocupa a toda persona en su andadura por la vida en este mundo: si dolerse y
sufrir a causa de las enfermedades nos hace más humanos
o, por el contrario, nos deshumaniza.
5. Dolor y sufrimiento
como factores de
humanización
Esquematizando quizá demasiado el preámbulo de la
respuesta que trato de ofrecer,
se me ocurre apuntar en primer término dos observaciones que – siempre desde mi
experiencia – constituyen
otros tantos datos perfectamente constatables: ante todo,
la conciencia que toda persona tiene, en el uso normal de
sus capacidades perceptivas e
inteligentes, de que tanto el
dolor como el sufrimiento son
dos ingredientes inseparables
de la condición humana: nacemos, vivimos y morimos
agredidos por el dolor y, en
consecuencia, generando sufrimiento, sin que podamos
evitar ninguno de nosotros algún grado de convivencia con
dichos ingredientes11. Ser humano implica, entre otras cosas, dolerse y causar dolor, sufrir y hacer sufrir a otros.
Desde este punto de vista,
el dolor y el sufrimiento son
dos realidades genuina y obstinadamente humanas, por
más que resulten indeseables
en muchos casos. La pertinaz
e irrenunciable aspiración humana a la salud, a la felicidad
o, al menos, a la dicha pasajera no está en contradicción
con lo que Garcilaso de la Vega, Azorín y Pedro Laín Entralgo denominan el dolorido
sentir que afecta a toda persona, por el hecho de serlo y de
vivir como tal.
La segunda observación tiene que ver con el para mí también hecho evidente de que, a
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la hora de buscar significado y
sentido al dolor y al sufrimiento, cabe dividir a los humanos en dos grandes categorías: la de aquellos que no ven
en uno y otro ningún significado ni sentido benéfico; y la
de aquellos otros que, aun reconociendo que el dolor debe
ser siempre y en principio
combatido con todos los recursos al alcance de quien lo
padece, puede generar, y de
hecho genera a menudo, un
sufrimiento llamémosle, de
entrada, saludable. No hay,
pues unanimidad, sino muy
honda y variada división de
opiniones respecto del carácter humanizador o deshumanizador, benéfico o maléfico,
del dolor y el sufrimiento.
6. Entréme donde no supe y
quedéme no sabiendo, toda
sciencia trascendiendo12
(San Juan de la Cruz)
Me ha venido a la mente esta estrofa del místico abulense
mientras pensaba cómo preparar al lector para comprender
adecuadamente lo que intento
manifestar a continuación. Si
la he recordado y la transcribo
aquí, es porque describe cabalmente cómo me he sentido
yo a menudo ante los dolientes y sufrientes que descorrían
ante mí el velo de su intimidad, mostrándome un panorama de dolor sin luz13, de noche
oscura del sentido y del espíritu14 o de lo que un himno del
Oficio divino denomina,
usando una bella metáfora,
dolor creyente15. Asomarse al
mundo del dolor y el sufrimiento humano provocado
por enfermedades, desde la
ventana de quienes los experimentan en sí mismos, en sus
seres queridos o en aquellos a
los que asisten, constituye una
experiencia susceptible de
convertirse en dato científico
y, por tanto mensurable, en lo
que se refiere a los planos orgánico y – hasta un cierto
punto – psíquico de aquélla. A
partir de ahí, sin embargo, dicha experiencia cabalga a lomos alternativamente de lo
evidente y lo nebuloso, de lo
expresable y lo inefable, del
saber y el no saber.
Los gestos, ademanes, com-
postura y expresiones de los
dolientes y sufrientes ayudan
a quien los observa y comparte con detenimiento, a medir
la índole e intensidad de sus
padecimientos, y a brindarles
los remedios que el cuidador
de turno ha ido acumulando
en anteriores oportunidades
de encuentro o, en el caso de
los profesionales sanitarios,
los remedios que con eficacia
creciente suministran las investigaciones farmacológicas,
clínicas, quirúrgicas, psicológicas o psiquiátricas. De ello
me ocuparé brevemente más
adelante.
Pero esas mismas manifestaciones de dolientes y sufrientes advierten también a
quienes van dirigidas de su
carácter simbólico, es decir,
de que más allá de los datos
mensurables, expresan con
mucha menos claridad ideas y
sentimientos no reductibles al
puro razonamiento. El símbolo, decía acertadamente Cassirer16, es el lenguaje del espíritu y quien lo ve o escucha percibe que a través de él se le invita a penetrar donde no sabe
orientarse de modo diáfano, si
echa mano sólo de los medios
introspectivos humanos al
uso. Por ello, barrunta que va
a quedarse no sabiendo una
parte considerable, al menos,
de aquello que se le presenta
precisamente para que no queden en suspenso los ojos suplicantes17. Así me he encontrado y me sigo encontrando
ante dolientes y sufrientes de
envergadura, cuando ante mí
dejan asomar su padecimiento
interior: sumido en una ambivalencia cognoscitiva y práctica, fruto de la perplejidad en
que me coloca lo que tengo
ostensiblemente delante y,
desde ello, lo que he de barruntar a tientas.
Por eso, la oferta de mi experiencia que hago a los lectores, me exige compartir con
ellos este problema que me sigue saliendo al paso, y las vías
de solución que ante él he ido
adoptando al compás de mis
años de cuidador pastoral, es
decir, humano, espiritual y religioso. El problema, tal como
a mí se me plantea, tiene este
enunciado: ¿Está el cuidador
de dolientes y sufrientes preparado y dispuesto a prestarDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
les ayuda desde un saber no
sabiendo, trascendiendo toda
sciencia? Yo lo veo como un
problema clave de humanización en la salud del dolor y el
sufrimiento. Reduciéndolo a
los términos del lenguaje sanitario actual y predominante,
se trata de un problema de
desproporción entre la magnitud de las necesidades y la limitación de los medios humanos al uso destinados a satisfacerlas; expresándolo en términos de Pastoral de la Salud,
el problema es el de la capacidad concreta de ajuste – tanto
por los dolientes y sufrientes,
como por sus cuidadores – entre la humildad que reclaman
la flaqueza, limitación y desamparo humanos, y la osadía
también humana, fruto de
nuestro irrenunciable impulso
a la autotrascendencia, a ir
más allá en todos los órdenes
de nuestro ser y existir.
7. El desacuerdo radical
respecto a la capacidad
humanizadora del dolor y
el sufrimiento
Nunca ha dejado de producirme un gran desconcierto la
constatación que surge al repasar la cantidad de testimonios vivos, escritos o en imagen que uno puede abarcar
– cantidad muy exigua dentro
de la inmensidad de manifestaciones que ofrecen tanto el
tiempo presente como la historia pasada – acerca del significado y sentido, o sinsentido, del dolor y el sufrimiento.
Se trata de la constatación no
ya de las numerosísimas diferencias entre muchos de esos
testimonios respecto al asunto
que nos ocupa sino, más aún,
de las posturas diametralmente opuestas y hasta irreconciliables que aparecen en ellos.
Dada la extensión limitada del
escrito que se me ha encomendado, me veo obligado a
mencionar sólo algún ejemplo
ilustrativo.
Pongo ante los lectores, en
primer lugar, a Job, el prototipo del enfermo doliente en la
literatura universal y en las
Sagradas Escrituras judeocristianas. Contradiciendo la
convicción que el Satán expone ante Yahvéh, acerca del in-
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menso apego que los humanos tienen por la vida, al decir: ¡Todo lo que el hombre
posee lo da por su vida (Job 2,
4), el doliente Job, abrumado
por la cantidad y desmesura
de sus padecimientos, maldice
el día en que nació, añora no
haber sido un aborto18 y, en el
colmo de su desesperación exclama: ¡Preferiría el estrangulamiento, la muerte antes
que estos dolores! (7, 15). Sin
llegar a expresiones tan tremendas como las del personaje bíblico, yo he sido testigo
del lamento amargo de muchos enfermos, expresado en
términos muy parecidos a los
que Guadalupe Amor usa en
este breve poema:
Noches con ojos abiertos,
noches de vuelos terribles,
congoja y ansia indecibles
sueños en sombra
despiertos.
Desbordados mis latidos,
mis pasiones desbordadas.
mis ansias, ¡ay!, no
colmadas,
casi muertos mis sentidos.
Todo en la noche girando,
filtrándose por mi alma.
Ya clamo por tener calma:
¡Mi Dios, mi Dios, hasta
cuándo!19
er a colación otros que, sin
ocultar ni un ápice la extensión, la hondura y el dramatismo de los padecimientos vividos por sus protagonistas, dejan un pequeño resquicio o
una salida abierta a un horizonte de esperanza, porque
irradian un halo de serena y
humanizadora pesadumbre.
Como ejemplo significativo
propongo, junto al poema ya
citado de José Luis Martín
Descalzo, este otro de Amado
Nervo, en el que vuelca sus
sentimientos de duelo por la
pérdida del ser querido:
Dios mío, yo te ofrezco mi
dolor;
¡Es todo lo que puedo ya
ofrecerte!
Tú me diste un amor, un
solo amor,
¡un gran amor! Me lo robó
la muerte ...
y no me queda más que mi
dolor.
Acéptalo, Señor:
¡Es todo lo que puedo ya
ofrecerte!
Pero una vez constatada,
aunque sea de un modo tan
breve y esquemático, la disparidad radical en la valoración
humana y humanizadora del
dolor y el sufrimiento, creo
llegado el momento de ofrecer
mi respuesta a la cuestión que
me ha sido planteada. Educado para asistir en el mundo de
la asistencia sanitaria, voy a
abordar dicha respuesta presentando, en primer término,
un cuadro clínico de los dolientes y sufrientes que acuden a mí en petición de ayuda.
8. Cuadro clínico-pastoral
de los pacientes
Para todos aquellos dolientes que coinciden de un modo
u otro con la situación patológica y anímica de Job, el dolor
es un mal abominable y atroz
que habría que combatir a
cualquier precio, y el sufrimiento que genera resulta
también un precio injusto, inhumano, radicalmente insoportable, en definitiva, deshumanizador.
Sin embargo, frente a este
tipo de testimonios puedo tra-
Comienzo haciendo tres salvedades. En primer lugar, mi
convicción de que, en rigor, no
hay enfermedades sino enfermos, ni dolor sino dolientes,
ni sufrimiento sino seres humanos que sufren; la segunda
salvedad es que veo a cada ser
humano único e irrepetible en
su modo de dolerse y de reaccionar sufriendo frente a sus
dolores; la tercera es, por ello,
invitar al lector a considerar
las observaciones que vienen a
continuación un mero boceto
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general, o retrato robot, que
les ayude inicialmente a percibir cómo viven los enfermos
sus padecimientos.
Cuando la enfermedad
irrumpe y se instala en cualquier ser humano, constituye,
en primer término, una dolorosa sorpresa y, en seguida,
un parón obligado en el curso
de la vida. La primera constatación dolorosa a la que ha de
enfrentarse quien ha caído enfermo es que le ha sobrevenido algo con lo que no contaba; algo que, además, amenaza cambiar el estilo de vida
con el que estaba familiarizado hasta ese momento; algo
que uno había contemplado ya
en otros pero ahora tiene que
afrontar en sí mismo, con el
agravante de que hoy se vive
más penosamente que en
otras épocas la enfermedad,
pues estamos menos preparados para asumirla20.
Poco a poco va el enfermo
exteriorizando y dando forma
a la convulsión que provoca
en su interior la enfermedad
que lo ha postrado y, junto al
conocimiento del diagnóstico
emitido por el facultativo – no
siempre de manera clara y
asequible al grado de cultura o
al estado de ánimo del enfermo – éste percibe sensaciones
nuevas provenientes de su
cuerpo. Este ya no es el compañero silencioso y obediente
con el que el enfermo se había
acostumbrado a contar cuando
estaba sano, sino una especie
de intruso molesto y rebelde
que muestra aspectos amenazadores y desconocidos antaño, y que exige al enfermo
que le preste mucha más atención que cuando disfrutaba de
salud: una atención preñada
frecuentemente de dolores físicos más o menos intensos y
de angustias o zozobras anímicas. Y, a partir de ahí, el enfermo comienza a añorar la
salud perdida, que implicaba
para él lo que Laín Entralgo
llama la no sensación del
cuerpo y el silencio de los órganos21.
Pero no es sólo el cuerpo el
que muestra al enfermo su flaqueza; todo él se siente falto
de firmeza, frágil y vulnerable. Además, la índole propia
de una enfermedad duradera,
y la lentitud en la provisión de
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las pruebas diagnósticas y de
los tratamientos terapéuticos,
tan frecuente en nuestro sistema sanitario, hacen que el enfermo pase de tener una vida
tan ocupada, estando sano,
que apenas le permitía relacionarse consigo mismo, a
disponer de mucho tiempo para observarse, percibirse y
sentirse mucho más detenidamente. E indefectiblemente
acaba por cuestionar la imagen que de sí mismo se había
fabricado antes de enfermar.
Así comienza un doloroso itinerario que puede llevar al enfermo a hundirse, o a crecer y
a madurar.
No somos nadie, dicen a
menudo muchos enfermos;
pobre de mí, ¿quién me librará de este cuerpo mío que me
está matando, se preguntan,
como San Pablo (Rom 7, 24)
ante la constatación de lo perecedero de su condición. Y,
situados ante sí mismos, ven
cómo les brotan las preguntas
más hondas que antes no habían podido, o no habían sabido,
o no habían querido hacerse:
¿Qué sentido tiene mi vida?
¿por qué he caído enfermo?
¿qué he hecho yo para acabar
así? ¿qué sentido tiene sufrir
como estoy sufriendo? ¿qué
va a ser de mí? ¿cómo puede
Dios permitir ésto? ¿por qué,
Señor?
La búsqueda de ayuda ante
su situación global, y la búsqueda de interlocutores que le
ayuden a responder a tales
preguntas y a descargar la angustia que generan, obligan al
enfermo a salir de sí mismo y
a observar a los demás muy
atentamente, porque se siente
mucho más dependiente de
ellos que antes. Y el sentimiento de dependencia puede
ser doloroso por su propia índole, pero puede serlo aún
mucho más cuando quienes
rodean al enfermo (familiares,
amigos, profesionales sanitarios, agentes de pastoral o voluntarios) no cumplen adecuadamente lo que aquél espera
de ellos. Hay ocasiones en
que él pide más de lo que los
otros están en disposición de
dar, sobre todo en los momentos en que el enfermo está embargado por un gran sentimiento egocéntrico, y cree
que es el único que sufre. Pero
otras veces sucede que los encargados de atenderle no están
a la altura que requieren sus
necesidades. Y esto provoca
en él lógicas reacciones de
amargura, despecho, desconfianza y frustración.
Además, hoy el enfermo sufre no sólo por la eventual incomprensión de sus interlocutores, sino por el tipo de asistencia que le ofrece un sistema sanitario organizado a partir de un conjunto de estructuras susceptibles, por desgracia, no sólo de brindar eficacia
y calidad asistencial, sino
también de oprimir o mal-tratar precisamente a quienes deben procurar el máximo restablecimiento o alivio posibles.
La relación asistencial entre
el enfermo y sus cuidadores
corre el riesgo de ser hoy cada
vez más distante e instrumental, menos humana, cercana e
interpersonal. Los avances de
la medicina han traído consigo grandes ventajas en lo tocante al tratamiento de los síndromes y síntomas dolorosos,
pero también han conducido a
un debilitamiento psicológico,
social y espiritual ante el dolor
y el sufrimiento.
9. Cuadro clínico-pastoral
de los familiares de los
pacientes
En la mayoría de las familias la enfermedad duradera
de uno de sus miembros produce casi siempre una herida
penosa en todo el cuerpo familiar, un manojo de dolores y
sufrimientos de diversa índole. Algunas de sus formas son
un puro reflejo y prolongación
de los dolores y sufrimientos
del enfermo, pero hay otras
formas que brotan espontáneamente de la propia familia y
que, en resumen son las siguientes.
En primer lugar, el padecimiento que aflora en bastantes
familias bien dispuestas a
ayudar hasta donde puedan a
sus allegados enfermos, y cuyas causas pueden ser la falta
de recursos materiales, la inadecuación de las viviendas, el
horario laboral más o menos
incompatible con dicha ayuda, etc.22; pero otras veces esas
causas son de índole estricta-
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mente personal. El enfermo
no cambia sólo ante sí mismo
sino también ante los suyos, a
los que a menudo resulta difícil comprender las reacciones
y alteraciones de ánimo que
antes, cuando estaba sano, no
veían en él. No es infrecuente
oír a un familiar decir con pesar, aludiendo al enfermo: No
le conozco, ya no es el que
era.
Sin llegar a tales extremos,
una enfermedad duradera supone para la familia una acumulación constante de padecimientos que provienen, ya de
los contemplados en el enfermo y que a menudo no saben
cómo aliviar, ya de los abiertamente transferidos por él a
aquellos que considera los
más idóneos, en principio, para poderlos compartir. En este
sentido la familia necesita una
ayuda mayor aún que el propio enfermo, ayuda que, cuando se presta, revierte además
en beneficio de éste.
Y, por último, cabe mencionar la necesidad que la familia
tiene de encontrar un sentido
trascendente tanto a los padecimientos del enfermo como a
los suyos propios. V. Frankl
ha dejado bien claro lo destructivo que es el padecer sin
sentido23.
10. Cuadro clínico-pastoral
de los sanitarios, en
cuanto pacientes
Es opinión común de la
gente que los sanitarios están
por regla general por encima
de los dolores y sufrimientos
de los enfermos a quienes
asisten, así como de los que
afectan a sus familiares. De
hecho, ya mencioné antes que
no es raro oír decir a unos y
otros, dirigiéndose convencidos a los sanitarios: Ustedes
ya están acostumbrados a ver
sufrir.
Las causas de tal opinión
parecen ser tres. En primer lugar, la imagen que la sociedad
tiene de los sanitarios, a los
que contempla como puros
técnicos de la salud y de la curación, cuya eficacia ha de
comportar por sistema una
fría objetividad, insensible al
dolor y sufrimiento ajenos.
Por otro lado, la misma edu-
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cación recibida por ellos, en la
que ha primado hasta ahora el
cultivo de las disciplinas científicas sobre las implicadas en
la asistencia personal, dentro
de sus programas de formación. Por último, la actitud de
no pocos de ellos tendente a
convertir el uniforme y la
compostura en una barrera inmunizadora frente a la enormidad de padecimientos que a
diario contemplan y tratan.
Sin embargo, la mayoría de
los sanitarios no saben dar un
cauce anímico satisfactorio a
la transferencia de padecimientos que reciben de los enfermos y sus familiares, ni a
des-ahogarse adecuadamente
de ellos, inhabilidad por la
que pueden llegar a pagar un
precio psíquico y anímico
muy alto. Además, el colectivo sanitario es uno de los que
más quejas recibe en nuestra
sociedad, tanto a través de los
medios de comunicación y ante las instancias jurídicas (Defensor del Pueblo, tribunales
de justicia, cartas en diarios y
revistas), como de forma directa del público. Algunas de
esas quejas obedecen a verdadera negligencia o mala práctica de los sanitarios, pero la
mayoría son debidas a los defectos estructurales y funcionales del sistema sanitario,
que ellos mismos también padecen en primera línea y a cada momento. Por ello se sienten incomprendidos y hasta
maltratados, y así lo suelen
manifestar, con razón.
11. Cuadro clínico-pastoral
del voluntariado
asistencial y pastoral
El interés actual por el voluntariado asistencial, y su demanda creciente, no suelen ir
acompañados de una preocupación suficiente – a menudo
ni siquiera existente – por el
cuidado, apoyo y seguimiento
que necesitan estos cuidadores para restañar las heridas
que reciben al asistir, y para
des-ahogar los padecimientos
que les son transferidos por
aquellos a quienes asisten. Y
es éste un problema del que
tanto las instituciones sanitarias seculares como la Iglesia
y las comunidades cristianas
no han tomado aún la debida
conciencia. Quede simplemente apuntado este comentario, forzosamente breve por
no alargar la extensión de este
escrito.
12. Las posibilidades de
humanizar el dolor y el
sufrimiento
A pesar de lo dicho más
arriba24 acerca de la confusión
semántica entre dolor y sufrimiento en el campo de las
ciencias médicas, y de la limitada capacidad de éstas para
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comprenderlos y tratarlos25, es
ahí donde se está logrando
una mayor precisión sobre el
conocimiento de la naturaleza
del dolor en sus vertientes orgánica y psíquica, y de los remedios terapéuticos aptos para combatirlo con una eficacia
cada vez más concluyente.
12.1 La medicina
ante el dolor26
La medicina ha logrado
enormes avances en el estudio
y el tratamiento del dolor corporal. Resumiendo los hallazgos y resultados de dicho estudio puede decirse que el dolor clínico debe ser dividido
en dos categorías: agudo y
crónico. Las diferencias entre
ellos son tan peculiares, que
deben ser considerados como
dos entidades totalmente diferentes.
Se denomina agudo al dolor
de comienzo brusco, que es
causado por lesión traumática
o por enfermedad. El dolor
agudo ejerce una importante
función biológica: avisa al individuo y le pone en guardia
de que algo anda mal y de
que, por tanto, debe buscar
ayuda médica. Para el médico,
el dolor agudo tiene una gran
utilidad diagnóstica. La mayor
parte de los problemas asociados con el dolor agudo pueden
ser controlados adecuadamente con fármacos, anestésicos,
inhalatorios, bloqueos nerviosos u otro tipo de tratamiento.
Con tales remedios – o espontáneamente – el dolor agudo
tiende a desaparecer con el
tiempo al compás del proceso
de cicatrización – si ha sido
provocado por una herida – o
por desaparición del estímulo
nocivo irritante en los demás
casos.
Por el contrario, el dolor
crónico no tiene ningún valor
biológico, sino que actúa como un proceso corrosivo que
impone un severo estrés físico, emocional, espiritual y
hasta económico al individuo
que lo padece, así como a su
familia y a la sociedad. Cualquier situación dolorosa que
no responde a las medidas
convencionales de tratamiento, y que dura seis o más meses, es considerado dolor crónico.
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El dolor crónico puede, a su
vez, dividirse en dos tipos: benigno y maligno. En el dolor
crónico benigno los síntomas
están relacionados con un problema orgánico que no es progresivo y no representa una
amenaza para la vida del individuo. El dolor crónico maligno es el asociado a enfermedades potencialmente terminales o fatales, siendo su
ejemplo típico el dolor que
acompaña a diversas formas
de cáncer. En estos casos, el
dolor es una señal del deterioro progresivo de la salud del
paciente. Psicológica y anímicamente, este dolor llega a ser
causa y símbolo de hondo sufrimiento y hasta de desesperación.
Últimamente ha aparecido
otra clasificación del dolor
clínico, la que lo divide en somático y visceral27, haciendo
hincapié en este último, que
sería el producido por lesiones y enfermedades que afectan a los órganos internos. Se
trata de un síntoma habitual
en la mayor parte de los síndromes dolorosos agudos y
crónicos de interés clínico. Su
neurofisiología es aún poco
conocida, pero la distinción
entre este tipo de dolor y el
somático ha sido propuesta
porque se considera relevante
y necesaria, ya que resalta el
origen de la lesión y pone de
manifiesto que los mecanismos neurofisiológicos del dolor visceral son distintos de
los correspondientes al somático. El enfoque terapéutico
del dolor visceral va encaminado a entenderlo como una
entidad dolorosa en donde
pueden confluir distintos tipos de dolor, desde el puramente visceral al neuropático
y osteomuscular. Hoy se augura ya que la genómica individualizará el tratamiento del
dolor visceral, aunque es éste
un frente de investigación todavía por descubrir.
12.2 El alivio, antídoto
del dolor
Todas las respuestas médicas al padecimiento humano
tienen – o deben tener – como
finalidad el alivio del paciente, entendiendo por tal la acción o efecto de atenuar, miti-
gar, aligerar o hacer menos
pesada – nunca de erradicar
por completo – la carga de padecimientos de diversa índole
asociados a la vivencia de enfermedades. Por ahí va, cuando es cabalmente comprendido, el célebre dicho que la medicina está volviendo por fortuna a convertir en su santo y
seña: Curar a veces, aliviar a
menudo, consolar siempre. El
alivio así entendido es, por
parte de quien lo ofrece y de
quien lo experimenta, una realidad efectiva pero humilde en
sus pretensiones, de efecto positivo pero siempre limitado,
nunca completo en la erradicación del sufrimiento humano28. Y parece que la mentalidad de la medicina clínica así
lo va entendiendo, superando
con ello la quimera de la erradicación total del dolor y el
sufrimiento por medios técnicos, que mereció críticas muy
severas en la década de los
años setenta del pasado
siglo29.
Hoy día las Unidades del
Dolor y la Medicina Paliativa
consiguen eliminar el dolor
crónico maligno, o reducirlo a
limites perfectamente tolerables, en la absoluta mayoría
de los casos tratados según estas dos modalidades médicoasistenciales. En esa eficacia
creciente veo yo el cumplimiento real de las aspiraciones que al respecto ya albergaba la medicina antigua por boca de algunos de sus más ilustres representantes30.
12.3 El consuelo,
acicate y vehículo
del sufrimiento
Antes que nada vuelvo a remitir al lector a mi modo de
entender el sufrimiento como
reacción frente el dolor; sólo
así se comprende que describa el consuelo como su acicate y vehículo. Dicho ésto, he
de añadir que no conozco mejor definición del consuelo
que la que aparece al comienzo del capítulo 40 del libro
del profeta Isaías: Consolad,
consolad a mi pueblo, hablad
al corazón de Jerusalén (Is
40, 1). Consolar es, según este
texto y sus numerosos paralelos, saber hablar al corazón,
es decir, al mundo interior31
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de un ser humano atribulado
por el dolor. El consuelo, en
contra de la opinión superficial que se suele tener del
mismo, no consiste en pronunciar palabras amables y
poco comprometedoras a los
dolientes, sino en poseer el arte32 necesario para no dejar en
suspenso los ojos suplicantes.
Requiere – antes que habilidad verbal persuasoria – disponibilidad, magnanimidad y
entrega personal, en definitiva, amor desbordante. El consuelo va dirigido a prestar
ayuda, aliviar (cf Lam 1, 16s)
al desconsolado mediante la
invitación que el consolador
le hace de buscar un fortalecimiento espiritual, y la oferta
de sus energías personales,
sobre todo interiores. Es, por
ello, el recurso que sigue
manteniendo su vigencia incluso cuando fracasan los demás antídotos frente al dolor.
En resumen, el consuelo es el
acicate con que suave, firme y
pausadamente se anima al doliente a generar una reacción
de sufrimiento liberadora
frente al dolor, o el vehículo
mediante el que se ayuda a
aquél a encauzar dicha reacción, una vez que él la ha suscitado en su persona.
En el ejercicio del consuelo
pueden entrar en juego los
medios aliviadores ya mencionados que proporcionan
con creciente eficacia las investigaciones médicas y las
estrategias psicológicas, pero
se quedan a lo sumo en ayudas de base sin llegar a constituir su auténtico núcleo pues
éste es el fruto – y vuelvo a
hablar desde mi experiencia
personal – de una sabiduría
adquirida mediante el cultivo
y puesta en práctica de los valores espirituales que tienen
que ver con el supremo aprecio del prójimo menesteroso.
En pocas palabras, el consuelo
es la cristalización efectiva del
amor de efusión, al que el
Nuevo Testamento llama agape o caridad, y de sus consecuencias: la paz interior y la
maduración personal. Desde
el punto de vista de la asistencia cristiana y pastoral, el consuelo es la gran respuesta humanizadora frente al dolor, el
fruto más granado y maduro
del sufrimiento.
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12.4 La comprensión poética
y sapiencial del dolor, el
sufrimiento y el consuelo
Con lo que acabo de decir
estoy introduciendo al lector
en un mundo de realidades y
significaciones, cuya percepción y comprensión rebasa
por completo el ámbito del saber científico-tecnico y, en algunos aspectos, también del
saber filosófico. Pero ése es el
mundo en el que más propiamente se mueve mi experiencia acerca del dolor y el sufrimiento. Por eso, antes de seguir adelante creo apropiado
aclarar a qué tipo de saberes
me atengo sobre todo para adquirir y comunicar dicha experiencia. De la mano, una
vez más, del maestro Laín33
me pongo a ello.
Para expresar adecuadamente la impresión de realidad en un determinado aspecto de ella – el hecho de vivir,
el amor, un paisaje, el dolor, el
sufrimiento, la muerte...– tres
caminos se ofrecen a la mente: la descripción objetiva de
lo que se percibe, la creación
de conceptos y la invención
de metáforas y de símbolos.
Entre metáforas y símbolos
existe un estrecho parentesco.
La metáfora es el más esencial
y casi constante de los elementos formales del lenguaje
poético. Ya dejó dicho Ortega
que la poesía es metáfora,
añadiendo que la metáfora es
un procedimiento intelectual
por cuya mediación conseguimos aprehender lo que se halla más lejos de nuestra potencia conceptual. Lo que
esencialmente ofrece la verda-
dera poesía – junto a su carga
estética y desde ella – es un
peculiar modo de acceder a la
realidad y penetrar mentalmente en ella. El poeta, ante el
fondo insondable de la realidad, toma del habla común
palabras a las que él y su lector no suelen conceder habitualmente más significación
que la tópica, pero al hacer
poesía estas palabras son empleadas para nombrar realidades muy distintas de las que
nombraba el habla común
procurando, eso sí, que la relación entre el significado vulgar de tales palabras y el que
adquieren por su traslado al
poema no sea arbitraria y absurda, sino susceptible de
comprensión certera por parte
del lector.
Por eso, yo echo mano habitualmente de poemas para
comprender y dar a entender
mis vivencias y mi experiencia en relación con realidades
humanas como el dolor y el
sufrimiento. Sin menospreciar
el lenguaje científico-tecnico
que oigo, por ejemplo, a los
profesionales sanitarios con
quienes colaboro tantas veces
en la atención a los enfermos,
y con quienes comparto también parte de su terminología,
el modo de expresión más
propio de mi vocación y quehacer asistencial es el del lenguaje poético34 y más aún, como señalaré a continuación, el
llamado también por Laín,
lenguaje sapiencial.
Saber de salvación llamó
Max Scheler a aquel que, cualesquiera que sean los presupuestos religiosos y éticos del
que lo busca o lo posee, tiene
como fin primario la recta
orientación hacia el cumplimiento del sentido último de
la vida. Yo, dice Laín Entralgo, me atrevo a llamarlo saber
sapiencial. Toda la literatura
religiosa, en su sentido más
amplio – ascética, parenética,
filosófica o teológica, entendida ésta última como itinerarium mentis in Deum35 – trata
de suscitar el saber sapiencial
en el alma del lector. Todos
los demás saberes – científicos, filosóficos o poéticos –
tienen por definición un sentido penúltimo. Sólo cuando se
plantean la búsqueda o el hallazgo del sentido último de la
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realidad, o de las realidades a
las que se aplican36, adquieren
los antedichos saberes la condición de saber sapiencial, de
vía de acceso a la salvación
personal e incluso a la salvación general de la humanidad
y del cosmos.
Es éste último saber precisamente el que yo he recibido,
aceptado y cultivado como el
que cabalmente se ajusta al
modo en que yo concibo la realización de mi vida, y el que
se me ha encomendado transmitir a otros, y ayudarles a desarrollarlo con tanta decisión
por mi parte como discreción
y respeto. Lo cual me lleva a
enfilar la parte postrera de este
escrito, en la que ofrezco al
lector lo más genuino y apropiado de mi experiencia sobre
el dolor y el sufrimiento;
aquello que, bebiendo año tras
año en las fuentes de mi fe
cristiana37, contrastándolo con
quienes formo una comunidad
de creyentes en el espacio y
en el tiempo, y con quienes,
aún no asumiendo mi misma
fe, comparten conmigo la tarea de asistir a los enfermos
en un ambiente, gracias a
Dios, cada vez más interdisciplinar, y la tarea de reflexionar
sobre diversos aspectos de dicha asistencia: todo eso es lo
que con mayor o menor fortuna expresiva voy a intentar redactar. Al hacerlo, espero no
ser ni incomprensible ni traductor traidor del significado
cristiano del dolor y el sufrimiento.
12.5 La comprensión pastoral
del dolor y del
sufrimiento
a) En la Biblia. La primera
fuente de mi fe es la revelación de Dios que, encarnada
en el lenguaje humano, viene
a iluminar desde los escritos
bíblicos los rincones más oscuros de la humanidad. Y mi
lectura asidua de la Biblia me
hace ver hasta qué punto el Libro se toma en serio la realidad del dolor humano. No trata de escamotearlo, camuflarlo, o minimizarlo sino que lo
señala, de entrada, como un
mal que no debiera existir, y
compadece a quien es afectado por él. Desde la Escritura
se eleva un inmenso clamor
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de gritos y lamentos, tan frecuente que dio origen a un género literario propio: la lamentación. Los salmos están
llenos de esos gritos de aflicción, y esta letanía provocada
por el dolor se prolonga hasta
el gran clamor y las lágrimas
de Cristo ante la muerte (Heb
5, 7). Tal rebelión de la sensibilidad parte de la constatación de que el dolor es un mal
universal38, ante el que nadie
se resigna en principio.
Con este panorama de fondo, la Biblia, tan profundamente sensible y sincera ante
el dolor, no trata de excusar a
Dios por tal motivo sino que,
por el contrario, sostiene que
nada escapa a su control39. La
tradición israelita no abandonará nunca el atrevido principio formulado por Amós: ¿Sucede alguna desgracia en una
ciudad sin que Dios sea su autor? (Am 3, 6; cf Ex 8, 18-22).
Y afirmaciones como ésta desencadenaban reacciones extremas40 ante el espectáculo
del dolor como exponente paradigmático del mal en el
mundo. Los israelitas sabían
distinguir entre las causas del
dolor derivado de enfermedades aquellas que son naturales, como determinadas heridas o los achaques de la vejez;
pero también lo atribuían a la
existencia de poderes malignos presentes en el universo y
hostiles al ser humano, sobre
todo al pecado, al que se consideraba el origen de toda desgracia, tal como lo manifiestan reiteradamente los amigos
de Job en sus interpelaciones
a éste. Sin embargo, ninguna
de estas causas: ni la naturaleza, ni el azar, ni la influencia
universal del pecado, ni la
maldición, ni siquiera el Satán
se sustraían en la conciencia
del Antiguo Testamento al poder de Dios. La realidad lacerante del dolor ponía a Dios
en entredicho: Él era sobre todo quien quedaba implicado
en tal escándalo. Por eso, los
profetas no podían comprender la felicidad de los impíos
y la desgracia de los justos41, y
Job entabló un proceso contra
Dios y le pidió explicaciones42
escandalizado por sentirse
destinatario de un dolor no
merecido.
Profetas y sabios del Anti-
guo Testamento, abrumados
por el dolor pero sostenidos
por su fe, fueron entrando progresivamente en el enigma y
misterio de aquél43. Descubrieron el valor purificador y
educativo44 del sufrimiento
generado por el dolor, y acabaron por ver en tal sufrimiento incluso un efecto de la benevolencia divina45. Así explica el AT el sentido de la muerte prematura del sabio (Sab 4,
17-20) y la bienaventuranza
de la mujer estéril y del eunuco (Sab 3, 13s). Gracias a esta
comprensión progresiva, Jeremías pasó de la rebelión a una
nueva conversión46.
Finalmente, por lo que respecta al Antiguo Testamento,
en el sufrimiento fue apreciado un valor de intercesión y
de redención, tal como aparece en la oración dolorida de
acepta echar sobre sí las dolencias y el sufrimiento que
les tocaba a los demás y, con
ello, les ofrecía paz y curación. Así es como el escándalo supremo se convertía, a los
ojos del autor bíblico de los
poemas del Siervo, en la maravilla inaudita de Dios, en la
revelación de su bondad47 imparable, aunque misteriosa
por sus caminos.
Pasando al Nuevo Testamento, lo primero que los
evangelios muestran con toda
claridad es el hecho de que Jesús no podía ser testigo de los
padecimientos humanos sin
quedar profundamente conmovido48. Las curaciones y resurrecciones que realizó eran
signos tanto de su carácter
compasivo como de su misión
mesiánica (Mt 11, 4; cf Lc 4,
18s), y preludios de la victoria
Moisés (cf Ex 17, 11ss; Nu 11,
1s) y, sobre todo, en la figura
del Siervo de Yahvéh. El Siervo conoció el dolor y generó
el sufrimiento bajo sus formas
más tremendas y escandalosas, hasta no provocar ya ni siquiera compasión, sino horror
y desprecio. La causa de este
sufrimiento eran los pecados,
pero no del Siervo, sino de
otros, lo cual llevaba el escándalo hasta el colmo. Ahora
bien, ahí es donde radica precisamente el núcleo del mysterium doloris: el designio de
Dios se realiza mediante la
voluntad con que el Siervo
definitiva que él predicaba sobre el dolor y la superación
del sufrimiento. El cumplió la
profecía del Siervo49, y a sus
discípulos les dio el poder de
curar en su nombre (Mc 15,
17). Sin embargo, Jesús no
erradicó del mundo ni el dolor
ni, consiguientemente, la necesidad del sufrimiento. No
los suprimió pero se dedicó a
consolar a los dolientes y sufrientes que encontraba a su
paso, y a afirmar la fuerza del
consuelo50. Dejó bien claro
que no tiene por qué existir
necesariamente un nexo causal entre el pecado y la enfer-
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medad51, y sus secuelas de dolor y sufrimiento, llegando incluso a afirmar que el sufrimiento puede ser manifestación de la obra terapéutica y
consoladora de Dios52.
Pero Jesús no fue un mero
espectador y asistidor de dolientes y sufrientes. Mucho
antes de su pasión ya le resultaban familiares a Jesús el dolor y el sufrimiento. Sufrió a
causa de la gente53 y al sentirse desechado por los suyos54,
lloró ante Jerusalén55 y a sus
discípulos les advirtió varias
veces que tenía que sufrir mucho56 a pesar del escándalo
que tal declaración provocaba
en ellos. Cuando llegó la hora
de su pasión, el sufrimiento de
Jesús se convirtió en una
aflicción mortal57, en una verdadera agonía58 provocada por
el miedo y la angustia, al presentir la concentración de dolores por la que habría de pasar y que, aparte las torturas
físicas, abarcaron desde la
traición del discípulo hasta el
sentimiento del abandono de
Dios59. Pero la pasión reveló
que Jesús era y es capaz de socorrer a los que son probados
por el dolor, y de identificarse
con los que sufren60.
Con la llegada de la Pascua
y la fe en el Resucitado, una
ilusión amenazaba a los discípulos: que el dolor y el sufrimiento tocaban a su fin. Tal
ilusión traía consigo el peligro
de que la fe de los discípulos
naufragara al seguir experimentando inexorablemente
las realidades penosas que
comporta la existencia en este
mundo, entre ellas de modo
eminente las enfermedades.
Pero los escritores del Nuevo
Testamento dejan bien claro
que la resurrección de Jesús
no vino a derogar el mensaje
del Evangelio sobre el dolor y
el sufrimiento, sino a confirmarlo. La alusión de las bienaventuranzas a los que lloran
(Mt 5, 5)61 y la exigencia de
llevar cada día la cruz que a
cada uno puede tocarle (Mt
16, 24 y par), conservan toda
su vigencia a la luz del destino
del Señor en este mundo: si el
Maestro pasó grandes tribulaciones, sus discípulos habrán
de seguir el mismo camino (cf
Lc 24, 25s; Mt 10, 24s).
Tal camino, según San Pa-
blo, lo han de compartir con
Jesús los cristianos en el dolor
y en el gozo62, en el sufrimiento y en el consuelo. Porque si
un cristiano quiere poder llegar a decir, con San Pablo: Es
Cristo quien vive en mi (Ga 2,
20), ha de saber que sobre él
van a rebosar los sufrimientos
de Cristo (2 Cor 1, 5), ya que
cristiano es quien ha entregado libremente su pertenencia a
Cristo y quien, por ello, toma
conciencia de su persona, de
la fuerza de su resurrección y
de la solidaridad con sus padecimientos (Fil 3, 10). Por
eso, la Carta a los Hebreos dice que, igual que Cristo, en
los días de su vida mortal, a
gritos y con lágrimas, ofreció
oraciones y súplicas al que
podía salvarlo de la muerte,
y... sufriendo aprendió a ser
fiel (Heb 5, 7ss), del mismo
modo es preciso que nosotros
corramos con fortaleza en la
prueba que se nos presenta,
fijos los ojos en el iniciador y
consumador de nuestra fe, Jesús que, en lugar del gozo que
se le proponía, soportó la
cruz, sin miedo a la ignominia
(Heb 12, 2). Cristo, que se solidarizó con los dolientes y sufrientes, dejó a los suyos el
mismo encargo. Compartir la
vida de Cristo, según Pablo,
implica alegrarse con los que
se alegran, llorar con los que
lloran (Rom 12, 15; cf 1 Cor
12, 26).
Pablo podía decir, por propia experiencia y en nombre
de todos los cristianos, que si
compartimos sus sufrimientos
es señal de que compartiremos su gloria (Rom 8, 17);
por eso, estamos apurados pero no desesperados, acosados
pero no abandonados ... paseamos continuamente en nuestro ser la tribulación de Jesús,
para que también la vida de
Jesús se manifieste en nuestro
ser (2 Cor 4, 10). Y podía decir también que a vosotros se
os ha concedidos el privilegio
de estar junto a Cristo, no sólo creyendo en El, sino sufriendo por El (Fil 1, 29), es
decir, esforzándose con Él para combatir el dolor que aflige
a los humanos.
b. En los testimonios de la
Tradición cristiana. En este
punto voy a limitarme, por ra-
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zón de espacio y de mi propia
limitación documental, a
mencionar sólo una ínfima
muestra de los innumerables
testimonios que dentro de la
tradición cristiana han ido reafirmando su mensaje original
sobre el dolor y el sufrimiento, y ahondando en sus afirmaciones fundamentales. Los
que cito a continuación, y
otros, me han servido de gran
ayuda tanto en el plano de mi
maduración personal, como a
la hora de asistir espiritualmente a quienes de un modo u
otro me lo han pedido63.
Comienzo con unas palabras de San Gregorio Nacianceno, que siempre me han parecido ilustrativas de la distinción entre el dolor y el sufrimiento que propuse en el
apartado 4.: Sufro dolor en mi
enfermedad y me alegro, no
por el dolor, sino porque enseño a otros a sobrellevar paciente y resignadamente el suyo (Epist. 36). Aunque la intención expresa del santo enfermo capadocio no coincida
con la mía, y sin pretender hacer una exégesis forzada de
sus palabras, creo que muestran con suficiente claridad la
índole de la distinción que hago entre una y otra forma de
padecimiento: el carácter paciente de quien se duele, y el
carácter reagente de quien sufre, manifestado aquí éste en
la paciencia, la resignación y
hasta la alegría.
Dando un gran salto de más
de quince siglos, pero sin salir
de la comunidad humana, que
está unida a través del tiempo
en la vivencia del padecer, yo
veo muy bien expresada la
universalidad del dolor y su
fuerza destructora y extenuante en este poema de Blas de
Otero, enfermo dolorido y
creyente, al fin y al cabo:
Luchando, cuerpo a
cuerpo, con la muerte,
al borde del abismo, estoy
clamando
a Dios. Y su silencio,
retumbando,
ahoga mi voz en el vacío
inerte.
Oh Dios, si he de morir,
quiero tenerte
despierto. Y, noche a noche,
no sé cuándo
oirás mi voz. Oh Dios,
27
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estoy hablando
solo. Arañando sombras
para verte.
Alzo la mano y tú me la
cercenas.
Abro los ojos: me los sajas
vivos.
Sed tengo, y sal se vuelven
tus arenas.
Ésto es ser hombre: horror
a manos llenas.
Ser – y no ser – eternos,
fugitivos,
Ángel con grandes alas de
cadenas.
28
Universalidad que posee
también el sufrimiento, la reacción dolorida con la que
respondemos al padecimiento
infligido por las enfermedades, como lo atestiguan estas
palabras de Juan Pablo II: El
sufrimiento es un tema universal que acompaña al hombre
a lo largo y ancho de la geografía... lo que expresamos
con la palabra sufrimiento
parece ser particularmente
esencial a la naturaleza del
hombre. Es tan profundo como el hombre, precisamente
porque manifiesta a su manera la profundidad propia del
hombre y de algún modo la
supera. El sufrimiento parece
pertenecer a la trascendencia
del hombre; es uno de esos
puntos en los que el hombre
está en cierto sentido destinado a superarse a sí mismo, y
de manera misteriosa es llamado a hacerlo... de una forma o de otra, el sufrimiento
parece ser, y lo es, casi inseparable de la existencia terrena del hombre64.
Dando un paso más adelante, y aludiendo a mi observación previa acerca de la brecha que divide a los seres humanos en cuanto al modo
opuesto de valorar el dolor y
el sufrimiento65, me parece
ejemplar el siguiente soneto
de Juan José Domenchina, poeta español del siglo XX, porque expresa la radicalidad de
dicha oposición, y cómo hunde sus raíces, ante todo, en
quien ha de hacer frente al padecimiento de una grave enfermedad:
Aquí en mi jaula estoy, con
mi jauría
famélica. El escaso
nutrimiento
de mi carne no sirve de
sustento
a la voracidad en agonía
de este tropel devorador
que ansía
mi cotidiano
despedazamiento
y que ataraza, en busca de
alimento,
mis huesos triturados
noche y día.
Pero no me lamento, no
podría
dolerme yo, Señor, de mi
tormento
junto a tu cruz, que
blasfemar sería.
Múltiple fue tu
compadecimiento
– por todos tu sufrir – ... y
en mi agonía
no cabe más dolor que el
que yo siento.
Un punto muy importante
en la tradición de la Iglesia
Católica ha sido el esmero
constante en ponderar el valor
dado a los diversos medios y
estrategias conducentes a
combatir el dolor, y a impulsar en quienes lo padecen un
alivio y un sufrimiento constructivo. El catolicismo auténtico nunca ha planteado una
oposición valorativa, sino de
mutua complementariedad,
entre ciencia y fe, medicina y
religión, asistencia técnica y
asistencia pastoral, alivio corporal y consuelo espiritual.
Así lo expresan diversos párrafos de un documento emblemático sobre la Pastoral de
la Salud, que releo cada poco
tiempo: Toda la atención que
cordialmente se presta a los
enfermos, sean quienes sean
los que así procedan, deben
considerarse como una preparación evangélica y, de algún modo, participan en el
misterio reconfortador de
Cristo... Todo el inmenso esfuerzo de los hombres de todas las culturas por superar la
enfermedad, el progreso de la
medicina y los avances insospechados de la cirugía, son reconocidos por la Iglesia como
el cumplimiento de un designio de salvación plena trazado
por Dios, si bien los trasciende, al mismo tiempo, al iluminar a la luz de la fe el verdadero y último destino del hombre66. Y, por lo que se refiere
directamente a nuestro tema,
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ambos documentos citados en
la nota aluden una y otra vez
al cuidado del cuerpo y del espíritu, al tratamiento simultáneo e integrado de uno y otro,
a la ayuda mediante medios
físicos y consuelos espirituales que ha de ser prestada a los
enfermos.
Sin embargo, ésto último no
es óbice para que la tradición
cristiana vuelva constantemente por sus fueros y deje
bien claro el carácter misterioso del ser humano y, por ello,
de su dolor y sufrimiento. De
ahí que sus expresiones resultan ser para quienes las escuchan sólo en clave científicotécnica un nosequé que quedan balbuciendo67 los dolientes y sufrientes. Por eso, el
lenguaje que usa la Tradición
cristiana para hablar del tales
realidades es el propio de los
llamados por Laín saber poético y saber sapiencial68. Ambos
saberes coinciden, además,
expresivamente en los salmos
y lamentaciones del Antiguo
Testamento, así como en los
himnos69 del Oficio divino de
la Liturgia de las Horas. Desde todos estos escritos brotan
exclamaciones humanas que
gritan o se lamentan por el dolor, piden ayuda para sufrir, o
dan gracias por el alivio o el
consuelo conseguidos.
Característica también propia y distintiva de esta Tradición es la relación de Dios con
el dolor y el sufrimiento y su
modo de presentarse ante la
humanidad dolorida y sufriente. Frente a una imagen de la
divinidad insensible, apática e
inaccesible en otras tradiciones religiosas o filosóficas, el
cristianismo proclama que la
imagen que el Dios verdadero
ha revelado de sí mismo lo
muestra sufriente, corporal y
amigo, sobre todo a partir del
momento en que esta imagen
es revelada por, en y desde la
humanidad de Jesús de Nazaret. Sirva de muestra, bellamente poética y densamente
teológica a la vez, este otro
himno del Oficio divino:
Así: te necesito de carne y
hueso ...
¡Un fuego vivo necesita el
alma y un asidero!
Hombre quisiste hacerme,
no desnuda
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inmaterialidad de
pensamiento.
Soy una encarnación
diminutiva ...
¡encarnación es todo el
universo!
¡Y el que puso esta ley en
nuestra nada
hizo carne su Verbo!
Así: tangible, humano,
fraterno.
Ungir tus pies que buscan
mi camino,
sentir tus manos en mis
ojos ciegos,
hundirme, como Juan, en tu
regazo
y – Judas sin traición –
darte mi beso.
Carne soy y de carne te
quiero.
¡Caridad que viniste a mi
indigencia,
qué bien sabes hablar en
mi dialecto!
Así, sufriente, corporal,
amigo,
¡cómo te entiendo!
¡Dulce locura de
misericordia:
los dos de carne y hueso!70
Para la Tradición cristiana
las claves valorativas respecto
del dolor y el sufrimiento no
son sólo un enigma que hay
que ir desvelando mediante
los procedimientos de análisis
y percepción suministrados
por las ciencias humanas e ir
tratando con sus hallazgos
científicos o filosóficos. Esas
claves pertenecen también, y
más propiamente, al ámbito
misterioso del espíritu humano, en cuanto que éste es lo divino en el hombre71, lo que le
constituye en todo su ser como imagen, interlocutor y potencial amigo de Dios, Por
eso, en Jesucristo, síntesis su-
peradora de la dialéctica entre
lo divino y lo humano por la
integración en su persona de
estos dos mundos, se hallan
para la Tradición cristiana las
claves valorativas de la humanización del dolor y el sufrimiento. Jesucristo es Dios enfermado, doliente, sufriente y
exultante en la humanidad de
Jesús, en la cual habita corporalmente la plenitud de la divinidad72; por eso, Él es la clave velada y desvelada, patente
y al mismo tiempo misteriosa,
que hay que conocer para responder teórica y prácticamente al problema planteado por
la humanización del dolor y el
sufrimiento.
Aludiré a dicha clave en las
conclusiones. Pero antes me
queda aún hacer una breve reseña de la revelación del consuelo en la Biblia y en la Tradición de la Iglesia.
12.6 La comprensión pastoral
del consuelo en la Biblia
y en la Tradición
cristiana
a. El consuelo, expresión
del modo de ser de Dios. Para
el creyente del Antiguo Testamento, el consuelo era mucho
más que una actitud humana;
era la expresión conmovedora
y confortadora del Espíritu, es
decir, del modo mismo de ser
de Dios73. En otras palabras,
era la expresión de su misericordia74, que se traducía en una
actitud divina de gracia sobre
todo al contemplar las tribulaciones de su pueblo75. Dios es
el primero y principal consolador76; así lo sentía el israelita
sumido en el dolor y el sufrimiento77. Expresión de este
sentimiento generalizado y
arraigado hondamente en el
pueblo era asimismo la convicción de que la era mesiánica sería el tiempo definitivo de
la dicha, gracias al consuelo
previo recibido de Dios y traído por el Mesías78, al que se le
daba el título – entre otros – de
menahem, consolador.
b. El consuelo, misión de
Jesucristo. Pero es sobre todo
en la persona divino-humana
de Jesucristo donde Dios consolador salió y sigue saliendo
al encuentro de los atribulados. Ya el anciano Simeón re-
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conoció en él al Mesías que
venía para cumplir la esperanza de los que aguardaban la
consolación de Israel (Lc 2,
25) y el mismo Jesús, a quien
acudían en busca de ayuda y
consuelo los pacientes de
muy diversas enfermedades,
anunció expresamente que el
tiempo del consuelo que él
inauguraba: Venid a mí todos
los que os sentís rendidos y
abrumados, que yo os aliviaré
(Mt 11, 28). Jesús reiteró que
el Espíritu – el ser arcano y
misterioso de Dios que habitaba en él – es Consolador
(Paráclito), y prometió a sus
discípulos que les sería enviado (Jn 14, 16.26) para que pudieran ser testigos (cf. Hech
1, 8) y portadores del consuelo divino. A ellos les encomendó ir haciendo realidad la
bienaventuranza: Dichosos
los que lloran, porque serán
consolados (Mt 5, 5).
c. El consuelo, tarea reconfortadora encomendada a la
Iglesia. De tal consuelo estaba
impregnado el clima en el que
vivían las primeras comunidades cristianas según el testimonio del libro de los
Hechos79, hasta el punto de
que tal vivencia dio pie a San
Pablo para esbozar una teología del consuelo al comienzo
de su segunda carta a los corintios80. Allí traza brevemente pero con toda claridad el
itinerario salvífico del consuelo, el cual fluye desde
Dios Padre a Jesucristo, de éste a sus discípulos y de ellos a
las comunidades cristianas
donde, gracias a la presencia
del Espíritu, ha de ser una realidad suscitada, comunicada y
compartida.
d. El consuelo, asistencia
del Espíritu ante el dolor y el
sufrimiento. Comencé hablando del Espíritu como el modo
de ser de Dios consolador, y
ahora concluyo de nuevo con
Él: Ven, Espíritu divino, fuente del mayor consuelo. Así reza el himno secuencial de la
liturgia eucarística correspondiente al domingo de Pentecostés, añadiendo que es dulce
huésped del alma, descanso
de nuestro esfuerzo... gozo
que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos, y con-
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teniendo más adelante esta súplica: Sana el corazón enfermo. Y, si la liturgia es la expresión simbólica por antonomasia de los contenidos propios de la asistencia pastoral,
he aquí el tema cardinal que
debe inspirar desde sus mismas raíces la concepción y desarrollo ulterior de la relación
de ayuda pastoral a los dolientes y sufrientes.
13. La humanización del
dolor y el sufrimiento en
el mundo sanitario desde
una experiencia
pastoral: conclusiones
teóricas y operativas
30
Llega el momento de concluir, y lo hago ofreciendo estas conclusiones al juicio y
discernimiento de los lectores
en forma de una serie de tesis,
para mí suficientemente com-
probadas desde los criterios
de mi ser cristiano y mi quehacer de asistencia pastoral en
el campo sanitario, es decir,
desde la experiencia que invoqué al comienzo como forma
de conocimiento cabal del dolor y el sufrimiento.
13.1 El dolor81 y el sufrimiento, su reacción inseparable, son ineludibles. Constituyen dos experiencias humanas universales con cuyo encuentro toda persona tiene
forzosamente que contar a la
hora de transitar por su vida y
de tener que ir haciéndola,
desde el sufrimiento fetal – en
alguna medida – y el llanto
del nacer hasta el dolor espiritual en los aledaños de la
muerte. Vivir sanamente implica de raíz aceptar esta forzosidad y saber convivir con
ella; no hacerlo es sintomático de un vivir enfermizo.
Desde esta perspectiva inicial
tanto el dolor como el sufrimiento son ya ocasiones de
humanización82.
13.2 El dolor y el sufrimiento afectan a los seres humanos por entero. Sean cuales
sean sus causas en cada caso,
repercuten con mayor o menor intensidad en todos los
rincones de su ser. El dolor
producido por un osteosarcoma induce en el ánimo del enfermo un malestar comparable
al estremecimiento que susci-
ta en su cuerpo la notificación
del diagnóstico de cáncer que
le da el facultativo.
No hay remedio terapéutico
capaz de anular por entero ese
dolor plurifacético. Ni el control paliativo del dolor crónico
maligno logra aquietar por
completo el ánimo del enfermo, ni el consuelo espiritual
disuelve del todo su desasosiego corporal. La utopía de la
aniquilación del dolor83 por
medios antiálgicos, técnicas
de control psíquico o tácticas
esotéricas falsamente espiriDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
tuales, es sólo una quimera
engañosa y, por ello, deshumanizadora.
13.3 El dolor es siempre, en
principio, un mal que ha de
ser evitado, o combatido hasta
su eliminación o control, porque agrede y daña a quien
afecta. En sus afectaciones
más intensas llega a hacer insoportable la vida. La lucha
contra el dolor evitable constituye, pues, una forma de humanización liberadora, y hasta
redentora84.
13.4 El dolor no evitable o
combatible por completo,
puede ser aliviado con la ayuda y combinación de recursos
de médicos, psicológicos, sociales o espirituales. El alivio
del dolor permite al doliente
reaccionar ante él de modo
humano, es decir, generando
un sufrimiento constructivo, y
no descontrolado. Tal sufrimiento es para quien lo genera
y construye en sí uno de los
más altos factores de humanización, entendida ésta en clave de maduración personal, de
salud espiritual.
13.5 La capacidad humana
de sufrimiento constructivo es
limitada. La intensidad y duración en el tiempo de ciertos
dolores como, por ejemplo, el
crónico maligno o el producido por un proceso de duelo,
agotan a veces la capacidad de
sufrir que las personas albergan en sí mismas, y hacen totalmente necesaria la compasión activa de otras personas.
La compasión es la fuente de
la que brotan el alivio y el
consuelo. Suscitarla es lo que
convierte a los dolientes en
estímulos de humanización
para sus aliviadores y consoladores.
13.6 El enfermo doliente es
un pedagogo, las más de las
veces involuntario e inconsciente, para quien no pasa de
largo ante él, sino que se coloca junto a él y se interesa por
su situación. Con su cuerpo,
compostura, ademanes y lenguaje, aquél le dice a éste, de
modo casi siempre tácito:
Aprende de mí, de mi estado,
de mis dolores, de mi sufrimiento... Cualquier doliente
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nos da, para bien o para mal,
lecciones de humanización, si
las sabemos percibir y las
queremos aprender. Saber sufrir es una de las asignaturas
que tenemos pendientes, de
entrada, la mayoría de los humanos aún ilesos de dolores
patológicos graves.
13.7 La compasión activa
convierte siempre a los aliviadores y consoladores en terapeutas heridos, es decir, en
dolientes y sufrientes a su modo propio. Aliviar y consolar,
cuando se hacen a conciencia,
implican en mayor o menor
grado echar sobre sí parte del
dolor de los dolientes y dar de
sí un sufrimiento creativo,
frente al padecido por ellos.
Es la lección del Siervo de
Yahvéh85 que Jesús de Nazaret
convirtió en su modo humano-divino de redimir el dolor
mediante el propio sufrimiento86. Y es el precio humano
que han de pagar los terapeutas por humanizar aliviando y
consolando.
13.8. Dolor y sufrimiento
son experiencias que tienen
siempre algo de insondable,
indescriptible, inefable. Karl
Jaspers87 las llamaba, junto a
otras, situaciones límite porque empujan hacia la trascendencia. Por eso hay que echar
mano de los saberes poético y
sapiencial, los únicos capaces
de expresar mediante símbolos el mundo humano del espíritu, para comprender tales
situaciones en todo su espesor
y tratarlas mediante la sabia
combinación del alivio corporal y psíquico, y el consuelo
espiritual.
13.9 El encuentro con el dolor y la vivencia del sufrimiento afectan a la imagen de
Dios, o de los sustitutivos de
Dios en quienes no son creyentes. El dolor desmesurado
y sentido como inmerecido o
altamente desproporcionado,
ha sido y es un factor detonante de fervientes conversiones
religiosas o de flagrantes
apostasías. No hay argumentos racionales que expliquen
exhaustivamente ni la causa ni
la crueldad inherente a determinados dolores. Hasta el saber filosófico encauzado hacia
la llamada teología natural tiene aquí un obstáculo insalvable para quienes no se deciden
a reconocer la existencia del
misterio. La gran pregunta
que plantea el dolor desde Job
hasta Ramón Sampedro: ¿Es
Dios el gran Inhumano y Deshumanizado o es, por el contrario, el sumo Bien y Consuelo? no ha tenido ni tiene
respuesta racional enteramente satisfactoria. La razón pura
enfrentada con el dolor anda
siempre buscando a Dios entre la niebla, al decir de Antonio Machado.
13.10 Tenemos un Pontífice
capaz de compadecerse de
nuestras debilidades... por estar él también envuelto en flaqueza (Heb 4, 15; 5, 10). La
respuesta que el cristianismo
da al problema-misterio del
dolor y el sufrimiento no es un
puro discurso epistemológico
o hermenéutico sino un modelo humano vivo: Jesucristo. Él
ofrece en su persona la imagen integrada de la pasión de
los hombres, que prolonga su
pasión en el tiempo, y muestra
en su acción cuál es el sufrimiento constructor que en Él
y por Él impulsa Dios, sufriente, corporal y amigo. Mediante la vida – y finalmente
la Pasión – de Jesús Dios
muestra cómo ha de ser el sufrimiento que humaniza el dolor humano.
13.11 La Iglesia, Cuerpo
doliente y sufriente, enfermo
y asistencial, de Cristo. Así
concebimos a la Iglesia de Jesucristo quienes, en su nombre, nos dedicamos a la pastoral de la Salud: como un paradigma de la humanidad doliente a causa de males físicos,
psíquicos, sociales y espirituales de los que somos a veces
víctimas, y a veces agentes
nocivos; pero también el paradigma de la fuerza desde la
debilidad que se manifiesta en
todos cuantos no pasan de largo junto a los dolientes sino
que, movidos por la compasión88, proporcionan alivio y
consuelo.
P. JESÚS CONDE HERRANZ
Delegado de la pastoral de la salud
de la diócesis de Madrid,
España
DOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
Bibliografía citada
o reseñada
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curó” (Mt 15, 30). Historia e identidad
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en Diccionario de Pensamiento Contemporáneo, Mariano Moreno Vila
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1990.
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Ed. Sígueme, Salamanca 1984, p. 236245.
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la cultura occidental, en Fe Cristiana y
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(VV.AA.), SOFFERENZA, en Dizionario di Teología Pastorale Sanitaria, Ed.
Camilliane, 1997, p. 1164-1230.
(VV.AA.), Vivir sanamente el sufrimiento, Reflexiones a la luz de experiencias de enfermos, Edice, Madrid
1994.
32
Notas
1
El texto de este artículo fue publicado con el título de Sufrimiento en el libro 10 palabras clave en humanizar la
salud, de Ed. Verbo Divino, en 2002.
Ahora ha sido revisado para su pulicación en la revista Dolentium hominum,
del Consejo Pontificio para la Pastoral
de la Salud.
2
Palabra de significado aparentemente claro pero en realidad difuso por
ser, como ahora se dice, polisémica, es
decir, por ser usada en varios sentidos
tales como la aprehensión de una realidad por un sujeto, una forma de ser, un
modo de hacer, una manera de vivir, la
enseñanza adquirida por la práctica, ...
El Diccionario de la Lengua Española
agrupa y resume esos sentidos diciendo
que la experiencia es la enseñanza que
se adquiere con el uso, la práctica o el
vivir. A esta definición me atengo.
3
Visión comercializada porque, junto a la pura información, lo que pretenden las agencias de noticias, y los medios de comunicación social en general,
es el más alto rendimiento económico
posible dentro del News Business. Por
ello, es perfectamente legítimo afirmar
que se comercia con el sufrimiento hasta en el plano de la simple noticia.
4
Frente a la opinión común, una noticia no es un hecho sin más sino un hecho seleccionado, entre otros muchos,
por los profesionales de la información
y presentado por ellos a través de los
medios, con arreglo a sus propios criterios.
5
No obstante, en el caso del magisterio de la Iglesia Católica hay un factor
determinante que le exceptúa de la aludida confusión semántica. La lengua
oficial de los documentos magisteriales
es el latín, y en ella no hay un equivalente terminológico al vocablo español
sufrimiento, que procede del verbo latino suffero el cual no tiene forma sustantivada, ni significa lo mismo que sufrir
en lengua española. El latín usaba como
sinónimos sustantivos de sufrimiento
los vocablos dolor, passio, aegrotatio ...
De ahí el uso en el título de la Carta
Apostólica del término latino dolor y
del español sufrimiento.
6
Cf. Definición citada por KATHELEEN M. FOLEY: Pain Assessmen and cancer pain syndromes, en Oxford Textbook of Palliative Medicine, p. 149.
7
Cf. J.M. MCDERMOTT: Sufrimiento,
en Diccionario de Teología Fundamental, p. 1395.
8
Cf. P. LAÍN ENTRALGO: Antropología médica para clínicos, p. 204.
9
Sobre Thomas Sydenham, cf. P.
LAÍN ENTRALGO: Antropología médica
... p. 216; e Historia de la Medicina, p.
315.
10
Tomado de Testamento del Pájaro
solitario, Ed. Verbo Divino, 1991, p.
68.
11
Por ahí va una de las derivaciones
fundamentales de lo que la doctrina católica llama las consecuencias del pecado original, y que los teólogos escolásticos definían en términos de vulneratio
in naturalibus, herida en la naturaleza
humana, expresión que ya usaba Beda
el Venerable.
12
Cf. CRISÓGONO DE JESÚS: Vida y
Obras de San Juan de la Cruz, BAC
1955, p. 1311.
13
Expresión sacada de un conocido
poema de Manuel Altolaguirre que comienza así: De ojos que ya nada ven /
brotan lágrimas tan negras / que se olvidan de su oficio / de ser en la noche
estrellas.
14
San Juan de la Cruz escribió su
obra Subida al Monte Carmelo para
describir el itinerario hacia la unión mística con Dios, que se inicia en una noche oscura cuya primera parte consta, a
su vez, de una noche activa del sentido
y una noche activa del espíritu-entendimiento. Ambas se caracterizan por lo
que San Juan de la Cruz llama suma
desnudez sensorial e interior (Cf. CRISÓGONO DE JESÚS, o. c. p. 506-512.550).
15
Para quien conoce la Liturgia de las
Horas de la Iglesia Católica, se encuentra en el himno de laudes del viernes de
la segunda semana del tiempo ordinario.
16
Filósofo alemán neokantiano que
vivió durante el último cuarto del siglo
XIX y la primera mitad del XX. Una de
sus aportaciones más importantes fue la
de establecer puentes de mutua comprensión entre las ciencias positivas y la
filosofía, a cuyo objeto escribió su obra
principal, la Filosofía de las formas simbólicas.
17
Libro del Eclesiástico, o de Jesús
Ben Sira, 4, 1.
18
No me resisto a transcribir algunas
de las expresiones contenidas en el capítulo 3: Perezca el día en que nací, y la
noche que dijo: Un varón ha sido concebido ... Porque no me cerró las puertas
del vientre donde estaba, ni ocultó a mis
ojos el dolor ¿Por qué no morí cuando
salí del seno o no expiré al salir del
vientre? Pues ahora descansaría tranquilo, dormiría ya en paz, O ni habría
existido, como aborto ocultado, como
los fetos que no vieron la luz ... ¿Para
qué dar a luz a un desdichado, la vida a
los que tienen amargada el alma, a los
que ansían la muerte que no llega y excavan en su búsqueda más que por un
tesoro ... Como alimento viene mi suspiro, como el agua derramada mis lamentos (v. 3.10s.13.16. 20s.24). Tremendas
palabras y sumamente actuales, mirando a los debates que hoy tienen lugar sobre el aborto o la mal llamada muerte
por compasión.
19
Tomado de Hombre y Dios (vol.
II), Cien años de poesía hispanoamericana, ed. por P. Maicas García-Asenjo,
M. E. Soriano Pérez-Villamil y A. Lorente Medina, BAC, 1996, p. 75.
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20
Comisión Episcopal de Pastoral:
La asistencia religiosa en el hospital.
Orientaciones pastorales, Madrid 1987,
nº 2.
21
LAÍN: Qué es la salud: el criterio
subjetivo, en Antropología ... p. 193.
22
Todas esas causas son ahora tenidas crecientemente en cuenta por la
asistencia sociosanitaria, que se convierte así en un recurso paliativo de dolores añadidos a las enfermedades.
23
Cf. VIKTOR E. FRANKL: El hombre
doliente. Fundamentos antropológicos
de la psicoterapia, Ed. Herder 1990.
24
En los dos últimos párrafos del
apartado 3.
25
Cf. 7. par. 2 y 3.
26
Tomo los apuntes sobre el dolor
agudo y crónico, benigno y maligno del
artículo de J. L. Madrid Arias: Clínicas
del dolor intolerable, en Labor Hospitalaria, nº. citado en la bibliografía, p.
287-291. También pueden encontrarse
numerosos datos y referencias en el Oxford Textbook of Palliative Medicine.
27
Cf. Diario Médico.com, 3 de Abril
de 2001.
28
El Diccionario de la Lengua Española resulta esclarecedor cuando dice:
aliviar es disminuir o mitigar las enfermedades, las fatigas del cuerpo o las
aflicciones del ánimo.
29
Se ha convertido en clásica a este
respecto la referencia a Ivan Illich: The
killing of pain, en Limits to Medicine.
Medical Nemesis: The expropriation of
Health, Penguin Books 1977; p.140160.
30
El escrito hipocrático Sobre el arte
(L. IV, 14) se expresa en estos términos:
La medicina tiene por objeto librar a
los enfermos de sus dolencias, aliviar
los accesos graves de las enfermedades,
y abstenerse de tratar a aquellos que ya
están dominados por la enfermedad,
puesto que en tal caso se sabe que el arte no es capaz de nada. Para los médicos antiguos el combate contra el dolor
tenía una relevancia tanto clínica como
religiosa. Así lo declara un apotegma latino: Divimun opus sedare dolorem, es
obra divina calmar el dolor; y en el
mismo sentido se manifiesta un texto
del libro del Eclesiástico, hablando del
médico y del farmacéutico: Suplicarán
al Señor que les ponga en buen camino
hacia el alivio y hacia la curación (38,
14). Muchos siglos más tarde, Sir Francis Bacon se hacía eco de estas aspiraciones: El oficio de médico no sólo consiste en restaurar la salud, sino también
en mitigar los dolores y tormentos de
las enfermedades; y no sólo cuando ese
alivio conduce a la recuperación, sino
también cuando, habiéndose disipado
toda esperanza de recuperación, sólo
sirve para que el paso a la otra vida resulte fácil y justo.
31
Según el significado antropológico
del término bíblico leb. En la antropología bíblica el corazón es lo interior del
hombre en cuanto distinto de lo que se
ve. Es la sede de las facultades y de la
personalidad, de donde nacen los pensamientos y sentimientos, las palabras, decisiones y acciones.
32
Por tal motivo ha de ser bien aprendido y constantemente cultivado, para
no caer en el reproche de Job a sus
acompañantes: ¿Por qué me consoláis
con tonterías, con argumentos llenos de
engaño? (21, 34); reproche tantas veces
justificado en otras tantas pretendidas
relaciones de ayuda, que descorazonan
más que ayudan a los enfermos dolientes por su falta de voluntad sincera, de
preparación adecuada o de esfuerzo suficiente.
33
Las observaciones sobre el saber
poético y el saber sapiencial las he tomado casi literalmente de su libro Cre-
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Pagina 33
er, esperar, amar, Ed. Círculo de Lectores - Galaxia Gutenberg, 1993, p. 74-80,
ya que las hago mías por entero.
34
En cuanto simbólico y, por tanto,
propio del espíritu (cf. lo dicho en 6.
par. 3).
35
Camino de la mente hacia Dios.
Expresión que sirvió de título a una célebre obra teológica del franciscano medieval San Buenaventura.
36
Por ejemplo, el sentido último de la
salud o de la curación, del dolor y el sufrimiento, del deterioro, del morir, la
muerte, o la asistencia sanitaria.
37
Soy consciente de que la aproximación al dolor y al sufrimiento varía mucho de una a otra cultura y de que, precisamente hoy, a causa de los movimientos masivos de migración y de la globalización de las informaciones e intercambios culturales, hemos de convivir
con otras patovisiones diferentes de la
cristiana, por ejemplo, la islámica, la
budista o la hinduísta. Pero mantengo la
convicción de que, precisamente en un
mundo cada vez más plural, es tan necesario como conveniente y constructivo
presentar con la máxima fidelidad y
sencillez los hallazgos de la propia tradición religiosa al respecto, pues en ese
dar de sí estriba la contribución más valiosa al patrimonio espiritual común de
la humanidad presente y futura.
38
Cf. por ejemplo, Job 14, 1s.5: El
hombre nacido de mujer, corto de días y
harto de pesares ... Como flor brota y se
marchita, se esfuma como sombra pasajera. Sab 7, 5s: Yo también soy un mortal como todos ... y mi primera voz fue
la de todos: lloré. Una es la entrada para todos en la vida y una misma es la
salida.
39
Is 45, 7: Yo soy Yahvéh y no hay
ninguno otro; yo hago la luz y creo las
tinieblas; hago la felicidad y provoco la
desgracia.
40
Sal 10, 4: ¿Por qué te escondes,
Yahvéh, en las horas de angustia? El
impío dice en su corazón: ¡No hay
Dios! Job 2, 9: Maldice a Dios (le dice a
Job su mujer). Y otros muchos textos).
41
Jer 12, 1-4: Tú llevas la razón,
Yahvéh, cuando discuto contigo; no
obstante, voy a tratar contigo un punto
de justicia. ¿Por qué tienen suerte y son
felices los malvados? Los plantas y
arraigan en seguida, van a más y dan
fruto ... ¿Hasta cuándo estará de luto la
tierra? Por la maldad de los que moran
en ella han desaparecido bestias y aves.
Porque han dicho: No ve Dios nuestros
senderos. Hab 1, 13: ¿Por qué callas
cuando el impío engulle al que es más
justo que él?
42
13, 18-23: He preparado un proceso consciente de que tengo razón. Sólo
dos cosas te pido que me ahorres, y no
me esconderé ante tu presencia: que retires tu mano que pesa sobre mí, y que
no me espante tu terror. Arguye tú, y yo
responderé, o bien hablaré yo, y tú contestarás: ¿Cuántas son mis faltas y pecados? Házmelo saber.
43
42, 1-6: Respondió Job a Yahvéh:
Sé que eres omnipotente y que ningún
proyecto es irrealizable para ti. Era yo
el que empañaba el Consejo con razones sin sentido. Sí, he hablado de grandezas que no entiendo, de maravillas
que me superan y que ignoro ... Yo te
conocía sólo de oídas, mas ahora te han
visto mis ojos. Por eso, me retracto y
arrepiento.
44
Dt 8, 2s.5: Yahvéh te ha hecho andar durante cuarenta años por el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o
no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre, te dio a comer el maná... para mostrarte que no
sólo de pan vive el hombre, sino que el
hombre vive de todo lo que sale de la
boca de Yahvéh ... Te corregía como un
hombre corrige a su hijo. Prov 3, 11s:
No desdeñes la instrucción de Yahveh,
no te dé fastidio su reprensión, porque
Yahvéh reprende al que ama, como un
padre al hijo querido. 2 Cro 32, 31:
Dios le abandonó – a Ezequías – para
probarle y descubrir todo lo que tenía
en su corazón.
45
2 Mac 6, 12.16: Estos castigos buscan no la destrucción, sino la educación
de nuestra raza... nunca retira de nosotros su misericordia: cuando corrige
con la desgracia, no está abandonando
a su propio pueblo.
46
Jer 15, 18s: ¿Por qué ha resultado
mi penar perpetuo, y mi herida irremediable, rebelde a la medicina? ... Entonces Yahvéh dijo: Si te vuelves porque yo
te haga volver, estarás en mi presencia,
y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca.
47
Merece la pena leer entero el cuarto
canto del Siervo: Is 52, 13 - 53, 12.
48
Mt 9, 35s: Viendo a la gente, le daba lástima porque andaban maltrechos
y extenuados como ovejas sin pastor.
Mt 14, 14: Vio Jesús mucha gente, le dio
lástima y se puso a curar a los enfermos
(cf 15, 32). Lc 7, 13: Al verla el Señor –
a la viuda de Naím – le dio lástima de
ella y le dijo: No llores. Jn 11, 33.35s:
Viendo Jesús llorar a María y a los judíos que la acompañaban, se conmovió
y ... se echó a llorar..
49
Mt 8, 16s: Al anochecer le llevaron muchos endemoniados; El expulsó
con su palabra a los espíritus inmundos
y curó a todos los enfermos para que se
cumpliese lo que dijo el profeta Isaías:
El tomó sobre sí nuestras dolencias y
cargó con nuestras enfermedades (cf Is
53, 5).
50
Mt 5,5: Dichosos los que lloran,
porque serán consolados. Ap 21, 4:
Dios enjugará las lágrimas de sus ojos
y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto,
ni dolor (cf 7, 17; Is 25, 8).
51
Jn 9, 1-4: Vio Jesús un ciego de nacimiento, y sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién pecó, él o sus padres, para que naciera ciego? Jesús
contestó: Ni pecó él, ni sus padres; es
para que se manifiesten en él las obras
de Dios. Mientras es de día, tenemos
que trabajar en las obras que nos encarga el que me ha enviado.
52
Jn 5, 16s: Los judíos comenzaron a
perseguir a Jesús, que hacía aquellas
cosas – las curaciones – en sábado. Jesús les declaró: Mi Padre hasta el presente sigue trabajando y yo también trabajo (Jn 5, 16s).
53
Mt 17, 17: ¡Gente pervertida y sin
fe! ¿Hasta cuándo tendré que estar con
vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros?
54
Mc 3, 21: Acudieron sus parientes
para llevárselo con ellos, porque decían
que no estaba en su sano juicio. Jn 1,
11: Vino a su casa, y los suyos no le recibieron.
55
Lc 19, 41s: Al acercarse y ver la
ciudad, dijo llorando: ¡Si al menos
comprendieras en este día lo que lleva a
la paz! Pero no, no tienes ojos para verlo (cf Mt 23, 37ss).
56
Mt 16, 21ss: Entonces por primera
vez manifestó Jesús a sus discípulos que
tenía que ir a Jerusalén, padecer mucho... ser ejecutado... Pedro lo agarró y
se puso a regañarle: ¡No lo permita
Dios, Señor; eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: ¡Quítate de
mi vista, Satanás! Eres un peligro para
mí, porque tus miras no son las de Dios,
sino las de los hombres (cf 17, 22s; 20,
17ss).
57
Mt 14, 33-38: Se llevó consigo a
Pedro, a Santiago y a Juan, y empezó a
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sentir horror y angustia; y les dijo: Me
muero de tristeza; quedaos aquí y velad
conmigo. Y, adelantándose un poco, cayó a tierra, pidiendo que, si era posible,
se alejara de él aquella hora; decía:
¡Abba, Padre! tú lo puedes todo; aparta
de mí este trance, pero no se haga lo
que yo quiero, sino lo que quieres tú. Se
acercó a sus discípulos, los encontró
adormilados, y dijo a Pedro: ¿Estás
durmiendo, Simón? ¿No has podido velar ni una hora? Estad en vela y orad
para no caer en la tentación; el espíritu
es animoso, pero la carne es débil.
58
Lc 22, 44: Al entrarle tan gran angustia, se puso a orar con más insistencia. Le chorreaba hasta el suelo un sudor parecido a goterones de sangre.
59
Mt 27, 46: A media tarde, Jesús
gritó muy fuerte: Elí, Elí, lemá sebaktaní, es decir: Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has abandonado?
60
Heb 2, 10-18: Convenía que Dios,
proponiéndose conducir muchos hijos a
la gloria, consumara por el sufrimiento
al pionero de su salvación, pues tanto el
santificador como los santificados son
todos del mismo linaje. Por eso, él no
tiene reparo en llamarlos hermanos ...
como los suyos tienen todos la misma
carne y sangre, también él asumió una
como la de ellos para, con su muerte,
reducir a la impotencia al que tenía dominio sobre la muerte ... y liberar a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos. Por
eso, tenía que parecerse en todo a sus
hermanos, para ser compasivo y fiel.
Pues, por haber pasado la prueba del
dolor, puede ayudar a los que ahora la
están pasando.
61
Alusión que en Lucas va dirigida
directamente a los dolientes y sufrientes: Bienaventurados los que lloráis
ahora (6, 21).
62
Cf. Rom 12, 15: Alegraos con los
que se alegran, llorad con los que lloran.
63
Adrede no presento estos testimonios con criterios de orden histórico o
de sistemática teológica, sino sólo con
criterio de expresividad pastoral. Creo
haber dejado ya suficientemente claro
que no soy – y por tanto no escribo como – un teólogo sistemático, en este caso una especie de patólogo de la teología, sino un clínico pastoral, es decir,
alguien que toma como referente a la teología y a otras expresiones de la tradición cristiana para realizar con el mayor
esmero posible una asistencia consoladora desde la pastoral católica.
64
Cf. Salvifici doloris, 2 y 3. El Papa
ya había experimentado la generación
del sufrimiento en su propia carne cuando escribió esta carta apostólica, que es
posterior al atentado de la Plaza de San
Pedro y a su convalecencia en el Policlínico Gemelli. Se trata, pues, también en
este caso, del testimonio de un enfermo
doliente y sufriente.
65
Cf. 5. par. 3.
66
Cf. PRAENOTANDA del Ritual de
la Unción y de la Pastoral de los Enfermos, y ORIENTACIONES DOCTRINALES Y PASTORALES DEL EPISCOPADO ESPAÑOL contenidas en él, Ed. Litúrgicos 1986, nº 32 y 43.
67
Cf. SAN JUAN DE LA CRUZ: Cántico
espiritual, en CRISÓGONO DE JESÚS, o. c.
p. 904.
68
Cf. 12.4 par. 1-4.
69
Muchos de los cuales están tomados de poetas cristianos clásicos y actuales.
70
Himno de laudes del viernes I del
tiempo ordinario.
71
Haciendo la quizá innecesaria salvedad de que la dimensión espiritual incluye a todo el hombre, exterior e interior. Él es cuerpo y es espíritu en todo
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su ser; es carne espiritual o espíritu encarnado.
72
San Pablo en la carta a los Colosenses 2, 9.
73
Is 57, 18: Yo le consolaré a él y a
los que con él lloraban. Is 51, 3.12:
Cuando Yahvéh haya consolado a
Sión... regocijo y alegría se encontrarán en ella, alabanza y son de canciones. Is 52, 9: Prorrumpid a una en gritos de júbilo, porque Yahvéh ha consolado a su pueblo.
74
Recordar, entre otros, el salmo 118
que repite una y otra vez la fórmula:
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
75
Cf, por ejemplo, Ex 3, 7: He visto
la aflicción de mi pueblo, he escuchado
su clamor y conozco sus sufrimientos.
Voy a bajar para librarles... Jue 2, 18:
Yahvéh se conmovía de los gemidos
que proferían ante los que los maltrataban y oprimían. Jue 10, 16: Y Yahvéh
no pudo soportar el sufrimiento de Israel.
76
Is 49, 15: Como un niño a quien su
madre consuela, así os consolaré yo. Os
11, 8: ¿Cómo voy a abandonarte, Efraím?... Mi corazón está trastornado y se
estremecen mis entrañas. Is 49, 13:
Yahvéh ha consolado a su pueblo y se
ha compadecido de sus pobres. Is 51,
12: Yo soy tu consolador.
77
Sal 94, 14: En el colmo de mis cuitas interiores, tus consuelos recrean mi
alma. Sal 119, 50: El consuelo en mi miseria es que tu palabra me da vida.
78
Así, por ejemplo, en los pasajes
mesiánicos de Isaías 61, 1-3: El Espíritu
del Señor está sobre mí, porque me ha
ungido. Me ha enviado a vendar los corazones desgarrados ... a consolar a los
que lloran, a darles diadema en lugar
de ceniza, óleo de gozo en vez de vestido
de luto, alabanza en lugar de ánimo
abatido.
79
Hech 9, 31: Las Iglesias ... estaban
llenas de la consolación del Espíritu
Santo.
80
2 Cor 1, 3-6: Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre
misericordioso y Dios que es todo consuelo; Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que nosotros podamos consolar a los que se encuentran
atribulados, con el mismo consuelo con
que nosotros somos consolados por
Dios. Pues, igual que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, así también por Cristo abunda en nosotros el
consuelo. Si sufrimos, es para vuestro
consuelo y salvación; si somos consola-
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dos, lo somos para que vosotros recibáis el consuelo que os hace soportar
con paciencia los mismos sufrimientos
que nosotros soportamos.
81
En cualquier caso, no me refiero a
la simple molestia, que el Diccionario
de la Lengua Española define, entre
otras formas, como desazón originada
por leve daño físico o falta de salud.
82
Es oportuno recordar al respecto el
poema de Amado Nervo citado en 7, al
final del par. 4.
83
El killing of pain mencionado en la
nota 29.
84
El Catecismo de la Iglesia Católica
dice de los Cuidados Paliativos que
constituyen una forma eminente de la
caridad. Por eso deben ser alentados
(nº 2279).
85
Cf. 12.5 par. 4.
86
Es la interpretación que da el evangelista Mateo de la actividad curadora
de Jesús (cf. cita en nota 49).
87
Médico psiquiatra, filósofo existencial y, durante la última etapa de su
vida, enfermo de cáncer.
88
Cf. Lc 10, 33. Cf. también JUAN
PABLO II: Salvifici doloris, donde la figura del Buen Samaritano ejemplifica el
llamado por el Papa evangelio del sufrimiento.
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Dimensión antropológica del derecho a la salud
1. Considerar el derecho a la
salud como uno de los derechos humanos fundamentales
no sólo constituye una realidad
(que se puede encontrar empíricamente partiendo de las innumerables Cartas de los derechos que se refieren a él), sino
ante todo un principio interpretativo del tiempo que vivimos,
una cifra (según la expresión
de Jaspers) que nos permite
centrar mejor no sólo el entendimiento de las dinámicas jurídico-sociales presentes en la
época moderna, sino más en
general, también nuestra misma autocomprensión. Como se
sabe, se trata de una adquisición sociológico-cultural (y
quizás también espiritual) relativamente reciente, pero absolutamente muy radicada en la
conciencia de la modernidad.
2. ¿Cuál es el fundamento
del derecho a la salud? No debemos considerar como ingenuo este tipo de pregunta, ni se
eluda con un simple llamamiento al sentido común que
coloca el “estar bien” en la
cumbre de cualquier posible e
imaginable jerarquía de “valores”. Se trata de una pregunta
esencial, por lo menos porque
es prioritaria a cualquier análisis que se haya realizado sobre
este derecho ya sea de carácter
jurídico (por ejemplo si dicho
derecho es individual o colectivo, de promoción o represivo,
o sea “justiciable”, etc.) o de tipo sociológico (esto es, en qué
medida la defensa y/o la promoción de este derecho posee
un carácter real de efecto en el
momento histórico actual y en
cuáles ámbitos geopolíticos).
Además, hay que notar que la
misma elaboración científica
de parte de los juristas de la categoría “derecho a la salud” a
menudo carece de una plena
conciencia de lo que es su específico ámbito epistemológico: un ámbito “constitutivamente relacional” (expresión
en la que el acento debe caer en
el término “constitutivamente”). Ambito que inicialmente
podría aparecer como absolutamente insignificante y autoe-
vidente y precisamente por esto puede dar lugar como consecuencia a posibles e indeseables malos entendidos.
De hecho, es evidente que
ante una consideración inmediata (y superficial), la manifestación de la enfermedad – al
menos en ciertos niveles relevantes – abre obvias dinámicas
relacionales (entre quien tiene
necesidad de atención y quien
asume la responsabilidad del
cuidado, entre quien provoca
un daño y quien sufre este daño, etc.), que tienen igualmente
obvias consecuencias jurídicas.
Pero no son dinámicas relacionales constitutivas: antes bien,
de algún modo aparecen como
derivadas y secundarias. De
hecho, no obstante las apariencias, se nota que ellas insisten
en un escurridizo apriori auto-
referencial: en efecto, ante un
análisis riguroso, el estar bien
así como el estar mal aparecen
como estados absolutamente
personales y subjetivos, cuya
comunicabilidad misma interpersonal se presenta muy ardua, si se enmarca en la perspectiva de la objetividad. En
otras palabras, no existe un
metro común para calificar el
bienestar producido por la “salud” o el malestar producido
por la “enfermedad”. Lo que se
logra calificar no es el “bienestar” en sí, sino el bienestar o el
malestar inducidos por dinámicas relacionales que por cualquier razón aparecen como
sancionables. Cuando está llamado a establecer el resarcimiento en favor de un sujeto
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por el daño causado a su salud,
por un acto – considerado injusto – de parte de un tercero,
como bien se sabe el juez está
obligado a recurrir a criterios
absolutamente extrínsecos (la
duración del internamiento
hospitalario, el porcentaje de
pérdida de funciones orgánicas, etc.), y es evidente que no
podría ser de otra manera.
Cuando (es una hipótesis más
rara) es llamado a establecer,
en caso de controversia, el justo honorario que un médico está legitimado a solicitar al paciente bajo tratamiento, el juez
adopta criterios fundamentalmente sociológico-económicos, que en la práctica no tienen ninguna correspondencia
con la especificidad del diagnóstico hecho por el médico y
con la relevancia existencial de
la terapia indicada al paciente y
practicada por él (por ejemplo,
un diagnóstico correcto de pulmonía y la aplicación de una
terapia coherente – que se resuelvan por ejemplo en un número limitado de visitas domiciliarias – por un lado, en el
plano del desarrollo “histórico”
de los hechos, pueden salvar
objetivamente a la vida del paciente, pero, por el otro, en el
plano estrictamente jurídicosocial, no parecen legitimar al
médico para que pretenda honorarios principescos). En fin,
es como si el estar bien o el estar mal se refiriesen en sí y de
por sí a una experiencia absolutamente privada de la persona; bajo el aspecto social lograrían relevancia no estos fenómenos en sí, sino su reflejarse
en dinámicas relacionales. O
para ser aún más precisos: es
como si estar bien o estar mal
fuesen dinámicas estrictamente
naturalistas y por tanto pre-jurídicas y pre-sociales; y lograsen importancia jurídica y social sólo cuando se elevasen
como contenidos efectivos de
experiencias interpersonales ex
contracto o ex delicto. Este es
el paradigma que es el fundamento de uno de los modelos
bioéticos más difundidos de
nuestro tiempo, aquel elaborado por H.T. Engelhardt Jr.1
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3. Este paradigma ya no se
puede sostener hoy. El carácter
relacional del derecho a la salud posee una connotación más
profunda y al mismo tiempo
más radical. Se trata de la característica que explica el ingreso en el núcleo de los derechos humanos fundamentales
y su difusión universal. Parafraseando a Rawls2, podríamos
decir que si es un hecho que algunos gozan de buena salud y
otros de mala salud (cualquiera
que sean los motivos) no es posible calificarlos como justo ni
como injusto: se trata de dinámicas que es preciso referirlas
a la suerte o para emplear la
expresión de Rawls, a la “lotería natural”. En cambio, lo que
se puede calificar como justo o
injusto es el modo como se tratan estos hechos en el sistema
global de las relaciones sociales. Independientemente del
por qué o de cual sea eventualmente la razón del malestar de
una persona, es el hecho mismo de la existencia de este malestar que logra en la conciencia de nuestro tiempo una nueva y absoluta importancia, como problema de justicia. La
caracterización relacional del
ser humano – que cada vez
más parece elevarse como rasgo constitutivo de la antropología contemporánea – comporta
que la enfermedad, así como la
salud, según los casos ya no sean consideradas como desgracias o como beneficios “privados” que arrollan a los individuos debido a una “naturaleza”
ciega y obtusamente activa. La
salud y las enfermedades califican a nuestro ser en el mundo
como personas en relación y
son índices no de nuestra posibilidad de presentarnos ante el
mundo (elevada en el caso de
la salud, baja o por lo menos
ausente en el caso de la enfermedad), sino de la misma
constitución general del mundo. En otros términos, la enfermedad y la salud no se dan en
el choque en la esfera personal
de los sujetos, sino se dan en el
reflejo de la posibilidad de que
en general haya sujetos, como
sujetos que sólo a partir de la
relacionalidad (y del grado de
los efectos de ésta) logran
construir un mundo de significados, lo cual comporta que la
salud y la enfermedad no precedan a la relación, sino la
constituyan; o, si se prefiere,
que es posible nombrar salud y
enfermedad sólo porque existen sujetos en relación3.
De este modo, el derecho a
la salud adquiere una nueva dimensión, que probablemente
ya entró definitivamente en la
conciencia colectiva, aunque
no siempre salga a flote explícitamente: es aquella por la
cual entra en juego la misma
identidad de la persona. Reivindicamos la salud como derecho, en último análisis el sujeto reivindica el derecho de
ser reconocido en su identidad,
como derecho que se funda no
en la naturaleza, sino en la relacionalidad; reconociendo a la
salud como derecho humano
fundamental, el ordenamiento
jurídico (partiendo del ordenamiento jurídico internacional)
reconoce y toma en serio la sujetividad común equivalente de
todos los seres humanos.
El nuevo paradigma de la
subjetividad que tenemos que
considerar aquí a través de la
referencia al derecho a la salud, no tiene un peso ético primario, ni siquiera un peso político-pragmático. Tiene un peso
epistemológico. La puesta en
juego inmediata no es “humanizar” la medicina, sustrayéndola o reduciendo la fría imagen de un abstracto saber científico, para reconducirla parenéticamente al ámbito mucho
más abrigado de una cultura
de la acogida4: se debe perseguir éste y semejantes objetivos, obviamente deseables, pero serán mucho más alcanzables cuanto más se funden en
una imagen adecuada del homDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
bre desde el punto de vista
epistemológico. El paradigma
del derecho a la salud, como
derecho humano fundamental,
nos ayuda a construir correctamente esta imagen. No debemos reconducir al espíritu de
compasión y ni siquiera más
generalmente a la solidaridad
fraterna el fundamento del derecho a la salud: a la compasión y a la solidaridad se les
proporciona como prerrogativa
espacios muy amplios de operatividad, pero que no coinciden tout court con el ámbito
antropológico de lo jurídico y
de lo social. Este ámbito – el
único en el que el discurso sobre los derechos posee un sentido o aparezca practicable – es
el ámbito de nuestra identidad
como identidad relacional:
aquella que cada cual logra en
su referencia con el otro, a través del otro y con el otro, y en
la que logra todo su alcance antropológico nuestra historia físico-biológica personal.
Prof. FRANCESCO
D’AGOSTINO
Profesor Ordinario de
Filosofía del Derecho
en la Facultad de Jurisprudencia
de la Universidad de Roma
“Tor Vergata”
Miembro de la Pontificia
Academia para la Vida,
Italia
Notas
1
Cfr. Su muy conocido Manuale di
Bioetica, tr. it., Milano 1991
2
J. RAWLS, Una teoria della giustizia,
tr. it., Milano 1982, p. 99.
3
Esto comporta que las mismas categorías de “salud” y de “enfermedad” son
categorías antropológicas, que sólo por
analogía pueden extenderse a los vivientes no humanos. No implica alguna desvalorización de la vida y de la dignidad
animal al afirmar que, propiamente dicho
los animales no se enferman, así como
propiamente dicho no se mueren, porque
les falta no sólo la posibilidad de elaborar
como experiencia anticipada el no-estarmás, sino en general la conciencia del carácter patológico (en el sentido de innatural) de su eventual “estar mal”. Dado que
para los animales no es congruo hablar de
relacionalidad en sentido propio, como
tampoco lo es atribuirles alguna experiencia o alguna característica que requiera precisamente la relación como su
apriori necesario.
4
Al respecto, son importantes las consideraciones de F. BOTTURI: La medicina
como praxis de la cultura de la acogida,
en AA.VV., Modelli di medicina. Crisi e
attualità della professione, a cargo de P.
CATTORINI y R. MORDACCI, Milano 1993,
pp. 105-112.
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Acciones pastorales para defender y promover
el derecho a la salud
El Vaticano ha puesto una
vez más a la atención de la toda la humanidad la norma suprema de la “ley divina, eterna,
objetiva y universal, por medio
de la cual Dios con un diseño
de sabiduría y de amor ordena,
dirige y gobierna el mundo entero y los caminos de la comunidad humana”1.
Teniendo en cuenta este dato
fundamental la Iglesia advierte
la obligación de proclamar el
derecho a la salud inspirándose
en el evangelio de Cristo y decir una palabra de su competencia no sólo en torno a la prevención de la salud integral de
la persona humana, sino también acerca de las múltiples
formas más o menos veladas,
que atiene al diagnóstico, al
tratamiento y a la rehabilitación, que no la favorecen y que
provocan daño al hombre al
afectar a su equilibrio psicofísico y espiritual2.
Por tanto, si la búsqueda de
la verdad debe responder “a la
dignidad de la persona humana
y a su naturaleza social”3, se
deduce que también en lo que
concierne a cada acción sanitaria no se puede prescindir de la
misión de la Iglesia cuya tarea
específica requiere que se
vuelva actual la redención de
Cristo y se favorezca su plena
realización orientando a la humanidad hacia la salvación en
Cristo.
Mediante su ayuda, con su
enseñanza y con el diálogo, en
esta búsqueda la Iglesia hace
un precioso e insustituible servicio al hombre, sano o enfermo, además que a su propia e
irrenunciable obligación de dar
una respuesta al ministerio de
salvación. Debido a que el concepto de salud recuerda concretamente todo lo que concierne a los ámbitos operativos
de la sanidad – como las estructuras, la programación, la
legislación, las políticas, las inversiones – la Iglesia no puede
renunciar, antes bien reclama y
exige para que todos los Estados garanticen su presencia en
los lugares públicos de sanación4 y para que pueda hacer
sentir a la humanidad su palabra que infunde esperanza.
Al intensificar su acción pastoral, la Iglesia advierte que
sus principios doctrinales no
sólo pueden ser anunciados, sino deben ser constantemente
recordados, corregidos y verificados en la práctica para favorecer en cada nivel de reflexión y de praxis la comunión
de la Iglesia con las personas
que sufren y llegar así a incidir
en la mentalidad y en las costumbres del hombre moderno.
Esto porque – como advierte el
Pontífice – “lamentablemente
la beneficiosa acción de protección y de defensa de la salud encuentra obstáculos no
sólo en los múltiples factores
patógenos, antiguos y recientes, que acosan la vida en la
tierra, sino a veces incluso en
la mentalidad y en el comportamiento de los hombres”5.
Acción pastoral
a favor de la salud
Frente a los numerosos retos
y múltiples problemas emergentes en campo sanitario6,
¿cuáles son, en lo positivo, las
acciones específicas de la Iglesia que salvaguardan, protegen
y promueven en cada hombre o
mujer el derecho a la salud?
1. La acción pastoral crea
sanas relaciones con Dios y
con los hombres entre sí
En primer lugar, la Iglesia
considera su programa como la
continuación de la obra de
Cristo, que ha venido al mundo
para dar la vida en abundancia7
y con esta vida, que es luz, disipar el “misterium iniquitatis”
que multiplica las inquietudes
y los sufrimientos de la humanidad. Por tanto, dicha acción
eclesial tiende a hacer circular
la vida de Dios, en su verdadera naturaleza de ágape, manifestándola en expresiones concretas de servicio al hombre,
ya sea en relación con sus necesidades primarias – como el
hambre, la enfermedad, el vesDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
tido, la vivienda – así como
también en expresiones culturales que lo ennoblecen, o espirituales que cada vez más lo
hacen plenamente conforme a
su “ser hijo de Dios”.
Lejos de ponerse como obstáculo para el verdadero progreso, la acción de la Iglesia se
pone con renovado empeño al
servicio y en diálogo con la humanidad en camino, con la esperanza de llegar a dar una respuesta adecuada a los problemas teóricos y prácticos de la
medicina, con el fin de iluminar los aspectos morales de la
enfermedad y, elaborar con la
reflexión y la praxis una adecuada asistencia espiritual, ya
sea en lo que concierne a la
educación y al mantenimiento
de la salud como en su plena
recuperación.
La Iglesia está plenamente
convencida de que la vida de
cada criatura humana que conlleva dolores, enfermedades,
sufrimientos y muerte, culminará en la resurrección, es decir, en la participación plena en
la vida de Cristo; una vida que
de algún modo es percibida y
participada por el creyente desde ahora en la fe que lo trasciende y en la realidad del
Cuerpo místico en el que está
insertado. En esta perspectiva
cristiana la acción pastoral no
es sólo solidaridad, y menos
aún simple asistencialismo, sino “personalismo de comunión” que armoniza en sí todas
las dimensiones humanas y mira al hombre como Dios lo ha
querido: a su imagen y semejanza8, es decir, lo considera un
ser-en-relación con Dios y con
los hombres.
2. La acción pastoral de la
Iglesia humaniza la salud
La Iglesia que, siguiendo el
modelo de Jesús y alimentada
por la potencia del Espíritu
Santo, con su presencia y acción en defensa y promoción
de la salud desea ser liberadora, sanante y salvadora, se propone ofrecer el específico
aporte de profunda y calurosa
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humanidad. Tal como el divino
Samaritano es el verdadero
promotor de la vida sana, “así
también la Iglesia circunda de
afectuoso cuidado a los que están afligidos por el sufrimiento
humano, antes bien [...] desea
servir a Cristo en ellos”9. Saber
reconocer la imagen de Cristo
sufriente, pobre y crucificado y
querer servirlo con todo medio
en el hombre que se encuentra
en tales situaciones, es para la
Iglesia una tarea que se renueva el mandato de su fundador
que no se puede reducir a simple acto benéfico, sino que
contiene en sí un “poder que
viene de lo alto”, una fuerza divina que extirpa las raíces del
mal presentes en los múltiples
y diversificados sufrimientos
de los que es víctima la humanidad.
Por tanto, el sujeto de la acción pastoral de la salud es la
Iglesia, y dicha acción tiene
como punto firme “la prioridad
de las realidades trascendentes
y espirituales, premisas de la
salvación escatológica”.10 Por
su naturaleza la Iglesia tiene un
fundamento espiritual, nace del
Espíritu y del Espíritu recibe
alimento y vida. Su acción
dentro y fuera de ella, tiene lugar a imagen de la Trinidad.
Por tanto, la Iglesia, el Cuerpo
místico, en cuyas venas corre
la vida de Cristo, se mantiene
en salud según como dicha vida circula en sus miembros,
que se manifiesta al mundo como amor que emana un dinamismo pascual de salvación.
La acción de la Iglesia es liberadora, sanante y salvadora si
en su íntimo es sana, ya que ha
sido liberada y ya se ha vuelto,
aunque aún no plenamente,
pueblo conquistado por Dios
que proclama sus obras maravillosas, porque ha obtenido
misericordia11. De este estado
existencial de carácter divino
las actividades eclesiales de
defensa y promoción de la salud12 parten de las motivaciones
de fe y abrazan al hombre en
todas sus dimensiones humanas y espirituales, iniciando o
perfeccionando en todas partes
el proceso de humanización.
3. La pastoral de la salud
incide en las
transformaciones sociales y
culturales
A partir del Concilio Vaticano Il la Iglesia ha querido estimular el diálogo con el mundo
moderno que en este período
histórico manifiesta profundas
y rápidas transformaciones sociales y culturales13. En la tentativa de querer hacer propias
sus angustias y esperanzas y
como respuesta a las profundas
aspiraciones que el hombre
moderno lleva consigo, ella
quiere promover la cultura de
la vida e indicar a cada hombre
el camino de Cristo, llave de
solución de los interrogantes
actuales y punto de referencia a
fin de que en él resplandezca la
altísima vocación propia del
hombre como ha sido querido
y pensado por Dios.
La acción pastoral de la Iglesia no puede eximirse de realizar una honesta confrontación
cultural con las ideologías que
implican comportamientos que
ofenden la dignidad de la persona humana y, además, está
llamada a crear una “cultura
del pueblo” que influya en los
comportamientos sociales que
apagan los deseos del corazón
humano. La vida de Cristo es
siempre el camino para el
hombre que busca la verdad,
por lo que para eliminar con la
fe el misterio del hombre y para promover su salud plena, no
son suficientes las ideas, sino
más bien son las ideas que se
vuelven concretas como testimonios de vida. En una época
en la que es cada vez más evidente la utilidad de proceder
con sinergia en toda actividad
laboral, el testimonio de una
acción pastoral de la Iglesia a
favor del bien inestimable de la
salud hace entrever el alba de
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una nueva cultura que expresa
una acción coral de la comunidad unida por el amor de Cristo. Por tanto, no se puede pensar en un actuar eclesial aislado
sino unitario con respecto a la
reflexión, a la confrontación, a
la verificación, a la programación y al proyecto, y conducido
no con inútiles paralelismos,
sino en colaboración con el
mundo moderno.
Los logros científicos, las
técnicas de intervención, los
módulos operativos, las legislaciones en acto o in fieri que
encontramos en varios países
en la sanidad actual, si son iluminadas por la fe, cuyo fundamento está en la revelación y
se vuelve explícita en el Magisterio, logran un sentido valorial inestimable, respetuoso
del valor sagrado de la vida y
promotor de una sociedad más
acogedora y humana especialmente hacia los que según una
mentalidad eficientista son
considerados los “últimos”
mientras Jesús los consideró
como privilegiados.
4. Una acción pastoral
promueve el valor del “ser”
frente al “hacer”
Una pastoral que se propone
los mencionados objetivos está
constantemente en contacto
con los profesionales de la salud y sus respectivos proyectos
socio-sanitarios, con los enfermos y sus familias. De aquí la
necesidad de que en este ámbito tan delicado de la salud, se
favorezca o se incentive la formación adecuada y la actualización constante de los agentes
de pastoral, para que sea expresión auténtica del amor de
Cristo y para llevar a cabo una
mediación transparente de su
obra salvífica. Dicha formación tiene necesidad de requisitos teóricos y prácticos.
La eficacia pastoral se verifica si existen las personas idóneas que hayan experimentado
en sí mismas al menos una
parte de los efectos benéficos
de la curación salvífica de
Cristo. Todo hombre, necesitado de redención, por un don de
la gracia se descubre redimido,
conforme acepta en plena libertad la señoría de Dios en su
vida. Acompañar a otros en este proceso, especialmente durante la enfermedad o en cual-
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quier otro tipo de sufrimientos,
requiere la plena implicación
personal embebida de los mismos sentimientos de compasión, turbamiento, de lucha y
de respuesta que son propios
de Jesús. Estos requisitos de
idoneidad se pueden identificar en el agente de pastoral
cuando se constata al mismo
tiempo una madurez humana,
capacidades relacionales sociales y psicológicas, un nivel
de crecimiento espiritual capaz
de integrar los valores trascendentes. En ese sentido se puede afirmar que, a través de personas que se consagran al servicio de los enfermos, realmente Cristo descubre el hombre al hombre y lo ayuda a entender que nada lo puede separar de él.
Para lograr esta prioridad del
ser sobre el hacer hay que tener
presente y vivir más integralmente la espiritualidad mariana. Se ha escrito que “sin mariología el cristianismo corre el
riesgo imperceptible de ser inhumano”14. La integración de lo
masculino y de lo femenino requiere operativamente saber ir
más allá de afiliaciones propias
de ciertas ideologías, a fin de
que toda la humanidad se convierta en “oblación aceptada
por Dios”15. Si las visiones parciales y limitadas encierran a
los cristianos, corren el riesgo
de reducir a la Iglesia a una
praxis sin alma, a un eficientismo capaz únicamente de crítica amarga, polémica y estéril
de la que las personas huyen,
mientras que la fe convencida
y el testimonio tienen mayor
eficacia pastoral.
A la formación de los agentes de pastoral hay que añadir
también la formación de los
agentes sanitarios. A ellos se
dirige la acción capilar que
crea una conciencia nueva, una
formación profesional cada
vez más digna del hombre. La
visión antropológica cristiana,
en su acepción más atendible,
no puede ser comparada con
una de las muchas ideologías
pasajeras, sino nace y se perfecciona en Cristo, el Viviente.
El profesional de la salud mejora aquí sus competencias y
pone su profesionalidad al servicio y en comunión con todas
las demás competencias sanitarias, ya sea en orden a la prevención que al cuidado.
5. Acción pastoral, oración y
sacramento de sanación
Un poder de la acción pastoral, que ciertamente no se puede dejar de lado, está contenido
en la oración. Todos los signos
actuados por Jesús que manifiestan las maravillosas obras
de Dios – milagros, curaciones, resurrecciones – parten de
una oración de petición, se desarrollan en plena unidad con
el Padre y se concluyen con
una oración de agradecimiento.
Sobre este esquema la acción
pastoral a favor de la salud está
llamada a verificarse. Es espontáneo para el hombre poco
atento pasar por alto algunos
de estos pasajes o esperarse
formas de mesianismo no adecuadas. En la parábola de los
diez leprosos16, Jesús nos pone
en alerta ante estas actitudes
superficiales. La acción pastoral que sabe mantener la unión
con Dios tanto en la oración
como en el apostolado, se manifiesta siempre como contemplación, reconociendo a Dios
en la intimidad de la propia alma como en el corazón de cada
hombre, especialmente cuando
éste está afligido por varias
pruebas y con él goza cuando
los signos de la gracia están
presentes.
Una acción pastoral evangelizadora es la premisa indispensable a fin de que los sacramentos, especialmente la Eucaristía, la Reconciliación y la
Unción de los enfermos produzcan los efectos benéficos
que contienen.
El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación, el
de la Unción de los enfermos y
la Eucaristía como viático, la
Iglesia los considera como “sacramentos de curación”, que
manifiestan la constante actitud de Jesús, médico de las almas y de los cuerpos, actitud
que la Iglesia debe saber continuar en su praxis17.
La vida que Jesucristo, mediante su encarnación y el misterio pascual, ha venido a derramar en abundancia sobre la
humanidad, se realiza plenamente en sus miembros cuando
estos, movidos por la obra de
curación y salvación, son reconducidos al Padre. El camino terreno, pues, es vivido en
una constante tensión entre la
carne y el espíritu18 un camino
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a través de gestos que expresan
una constante conversión19, a
fin de que en todos los que hacen experiencia de las realidades celestiales tenga lugar una
transformación personal completa, que llegue al corazón del
ser humano y conduzca hacia
la futura resurrección. Y este
dinamismo, aún removiendo
desde sus raíces el misterio del
hombre para purificarlo y colocarlo en el misterio divino, no
puede ser sino obra de Dios
que ha amado por primero y
que al final de la vida espera a
sus hijos para darles la corona
de gloria, si han sabido tomar
su cruz de cada día.
P. MARIANO STEFFAN
Notas
9.
1
2
Dignitatis Humanae, 3.
Cfr. Carta de los Agentes Sanitarios,
Dignitatis Humanae, 3.
Cfr. Juan Pablo II, Mensaje a los Jefes de Estado firmantes del Acta final de
Helsinki (1 de agosto de 1975), en AAS
72 (1980) 1256.
5
Juan Pablo II, Las ideologías totalitarias que han degradado al hombre como objeto encuentran preocupantes enfrentes en ciertas manipulaciones de la
vida, en L’Osservatore Romano, 138
(1998/57).
6
El Pontífice habla de “atentados a la
vida” debidos a causas humanas como
“la prepotencia, la violencia, la guerra, la
droga, los secuestros de personas, la
marginación de los inmigrados, el aborto
y la eutanasia….” (ivi).
7
Jn 10,10.
8
Gn 1, 27.
9
Lumen Gentium, 8.
10
Redemptoris missio, 20.
11
Cfr. 1P 2, 9-10.
12
La Redemptoris missio enumera algunas como “el diálogo, la promoción
humana, el compromiso por la justicia y
la paz, la educación y el cuidado de los
enfermos, la asistencia a los pobres y a
los pequeños…” n. 20.
13
Cfr. Gaudium et spes, 4-10.
14
H.U. Von Balthassar, Punti fermi,
Milano 1972, 130.
15
Gaudium et spes, 38.
16
Cfr. Lc 17,11 -19.
17
Catecismo de la Iglesia Católica,
1421.
18
Cfr. Rm 8,5 –11.
19
Los gestos de reconciliación nombrados por el Catecismo de la Iglesia
Católica son: “La solicitud hacia los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho, el reconocimiento de
nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el
examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos,
la perseverancia en la persecución a causa de la justicia” (n.1435). Estas actitudes son muy expresivas y pastoralmente
provechosas para el propio crecimiento
espiritual, así como para sostener a los
demás en la prueba, y para la misma salud del Cuerpo místico de Cristo.
3
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“Se elijan cuidadosamente
sacerdotes idóneos y bien formados para ayudar a las formas especiales del apostolado
de los laicos. Los que se dedican a este ministerio, en virtud
de la misión recibida de la Jerarquía, la representan en su
acción pastoral; fomenten las
debidas relaciones de los laicos con la Jerarquía adhiriéndose fielmente al espíritu y a la
doctrina de la Iglesia; esfuércense en alimentar la vida espiritual y el sentido apostólico
de las asociaciones católicas
que se les ha encomendado;
asistan con su prudente consejo a la labor apostólica de los
laicos y estimulen sus empresas. En diálogo continuo con
los laicos, averigüen cuidadosamente las formas más oportunas para hacer más fructífera
la acción apostólica; promuevan el espíritu de unidad dentro de la asociación y en las relaciones de éstas con las otras”
(Apostolicam Actuositatem,
25).
“En las organizaciones y
asociaciones en las cuales
brindáis vuestro servicio – ¡no
os equivoquéis! – la Iglesia
quiere que seáis sacerdotes y
los laicos che vosotros encontráis os quieren sacerdotes y
nada más que sacerdotes. La
confusión de los carismas empobrece a la Iglesia; por nada
la enriquece. (...) En el interior
de estas asociaciones... sed artífices de comunión, educadores en la fe, testigos del absoluto Dios, verdaderos apóstoles de Jesucristo, ministros de
la vida sacramental, especialmente de la eucaristía, animadores espirituales” (Juan Pablo
II, Discurso a los asistentes
eclesiásticos de las organizaciones internacionales católicas, 13 de diciembre de 1979).
A la luz de estos textos, el
documento del Pontificio Consejo para los laicos, Los sacerdotes en las asociaciones de
fieles (Roma 4-8-1981), traza
algunas líneas de gran importancia.
La identidad y la misión del
servicio sacerdotal en las asociaciones de fieles:
a) Identificación e identidad
del asistente eclesiástico
La finalidad del servicio sacerdotal consiste siempre en
hacer posible el encuentro entre el Señor y cada cristiano o
la comunidad, un encuentro
que actúa la salvación.
b) Su tarea en cuanto sacerdote
Cada asociación presenta
roles definidos: están los “fundadores”, los “directores” y el
“asistente eclesiástico” que debe dar una orientación teológica, espiritual o pastoral. Otros
podrán ocuparse de cuestiones
referentes a la organización y a
la estructura de la asociación.
El trabajo del sacerdote debe
consistir en anunciar el Evangelio y en administrar los sacramentos. Es precisamente
con este servicio que él mantiene viva la conciencia del
pueblo de Dios, esto es, ser
“un linaje elegido, un sacerdocio real, gente santa, pueblo
adquirido” (1P 2,9).
La designación
del asistente eclesiástico
La existencia y el trabajo
del asistente eclesiástico no
son legitimados por la asociación en la que él realiza su servicio. Si fuese así, significaría
que es la asociación la que
“llama” o “delega” al asistente. En cambio, el ministerio es
un don que Cristo ha conferido a su Iglesia a favor de la
comunidad. El asistente eclesiástico es nombrado, pues,
por los ministros oficiales y
responsables de la Iglesia. Participa en la misión del obispo
para con las asociaciones de
laicos a las que se les otorga
una autonomía y una responsabilidad propia en la realización de sus objetivos apostólicos. Además, el hecho de ser
nombrado explícitamente por
la autoridad eclesiástica competente no se opone a que el
asistente participe plenamente
en la vida de la asociación a la
que ha sido enviado para que
brinde su servicio. A fin de
que su misión dé frutos, debe
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ser capaz de insertarse, como
sacerdote, en la asociación,
colaborando, con respeto y fidelidad, con los responsables
laicos. Comprender los objetivos, los programas y la pedagogía de la asociación, situándolos en el contexto de la misión de la Iglesia. Proporcionar la debida atención pastoral
a la sociedad en la que realiza
su actividad la asociación. Por
tanto, es oportuno que para la
elección y designación del
asistente eclesiástico sea ésta
la que proponga una lista de
candidatos expertos y competentes.
Aspectos fundamentales de
su servicio:
a) Artífice de unidad
El asistente eclesiástico tiene como misión ayudar a la
asociación a profundizar su
convicción de ser miembro de
la Iglesia, y hacer tomar conciencia de las orientaciones
pastorales de la Iglesia, así como de las tareas y de las principales preocupaciones de los
pastores. Una de sus preocupaciones es que la asociación se
inserte en la pastoral orgánica
según características y fines
propios. El asistente eclesiástico es artífice de unidad, incluso cuando ayuda a otros responsables de la pastoral de la
Iglesia a conocer mejor la naturaleza, los objetivos y las actividades de las demás asociaciones y a analizar en común
las varias experiencias.
El asistente eclesiástico es,
pues, aquel que de modo visible, sirve como trámite entre la
Iglesia universal y la asociación. Lleva en el seno mismo
de esta última la preocupación
pastoral de los sacerdotes unidos al obispo, la preserva del
sectarismo y la abre a la catolicidad.
b) Educador en la fe
El asistente eclesiástico debe estimular continuamente a
los miembros de la asociación,
en el plano personal y comunitario, para que se oriente hacia
Jesucristo, con el anuncio de la
Palabra y el servicio sacra-
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mental (especialmente la Eucaristía).
c) Verdadero apóstol
de Jesucristo
La gracia de Dios no es solo
un don, sino también una tarea. Por tanto, el asistente eclesiástico es un verdadero apóstol de Jesucristo, es decir, un
“diligente cooperador del
obispo”. En cuanto tal está llamado al servicio del apostolado, fortificando la fe de los
miembros de la asociación, a
fin de que Dios sea siempre su
criterio absoluto para superar
toda incertidumbre. Su fe se
vigorizará conforme salga al
encuentro de los problemas y
de las esperanzas de cada
hombre.
d) Animador espiritual
El asistente eclesiástico debe introducir a todos los
miembros de la asociación a la
realidad misteriosa y fascinante de la presencia de Dios. Debe tratar de leer con ellos los
“signos de los tiempos”. Para
el crecimiento espiritual de las
personas y de la comunidad,
debe hacer que el carisma de
la asociación y de sus miembros, logre su rasgo característico.
e) Testigo del absoluto de Dios
Siendo “testigo del absoluto
de Dios”, el asistente eclesiástico garantiza la dimensión religiosa de las motivaciones y
de los fines de la asociación.
Aplicaciones prácticas referentes a su inserción en la estructura eclesial:
a. Generalmente, toda asociación tiene un solo asistente
eclesiástico en cada uno de sus
niveles (diocesano, nacional,
internacional). Ella puede tener necesidad de otros sacerdotes, que pueden ser miembros de la Asociación o pueden haber sido estimulados
por ella a brindar varios servicios que dependen de su ministerio, como por ejemplo
asegurar la reflexión teológica
o la animación espirituales. En
este caso la asociación elegirá
a los sacerdotes que necesita
con el parecer del asistente
eclesiástico y con la autoridad
competente.
b. Un sacerdote puede ser
asistente eclesiástico de varias
asociaciones que, por ejemplo,
trabajan en el mismo campo o
en el mismo ambiente social,
armonizando la recíproca colaboración.
c. Es deseable que el asistente eclesiástico sea seguido
y sostenido por el obispo o por
los respectivos superiores.
d. Es preferible que los asistentes eclesiásticos no sean
nombrados a tiempo indeterminado o “de por vida”, sino
con un mandato con vencimiento definido.
¿Qué tipo de estilo?
La figura de Saúl:
estilo equivocado
El rey Saúl es la imagen del
hombre rico de dones, de cualidades, de valentía, incluso rico de heroísmo.
Ante todo, como leemos en
la Biblia Saúl tiene muchas capacidades. Es un hombre potente, fuerte, revestido del espíritu de Dios: “Tomó Samuel
el cuerno de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl, y
después le besó diciendo:
“¿No es Yahvéh quien te ha
ungido como jefe de su pueblo
Israel? Tú regirás al pueblo de
Yahvéh y le librarás de la mano de los enemigos que le rodean” (1S 10, 1).
Por tanto, Saúl es consagrado, tiene todos los dones necesarios para su ministerio. Incluso el versículo 6 dice que,
además de los dones de presidencia, le fue concedido el don
profético: “Te invadirá entonces el espíritu del Señor, entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado en otro hombre”. En el versículo 23 se subraya también su porte físico:
“Corrieron y lo sacaron de allí
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y, puesto en medio del pueblo,
les llevada a todos la cabeza”.
Saúl es un hombre que tiene
todas las características para
imponerse como líder. Sin
embargo, presenta defectos de
estilo que hacen que se equivoque, lo malogran. En primer
lugar, no obstante una gran
apariencia, Saúl muestra ser
una persona miedosa y también sospechosa. Ya en el capítulo 10, 21 maravilla leer la
forma de su elección. Llegaron, echando la suerte, a la tribu de Benjamín y a su familia,
hasta identificar a Saúl hijo de
Quis, “le buscaron pero no le
encontraron. Entonces volvieron a interrogar a Yahvéh:
‘¿Ha venido ése?’ Dijo Yahvéh: ‘Aquí le tenéis escondido
entre la impedimenta.’
Hay la impresión de que Saúl es consciente de su poder
pero al mismo tiempo es desconfiado. Dicha desconfianza
se volverá sospecha, una característica dominante de su
temperamento. En el capítulo
18, hablando de David se narra: “Las mujeres, danzando,
cantaban a coro: ‘Saúl mató
sus millares y David sus miríadas.’ Se irritó mucho Saúl y le
disgustó el suceso, pues decía:
‘Dan miríadas a David y a mí
millares; sólo le falta ser rey’
(v. 7-8). Tomó demasiado en
serio un canto muy retórico,
precisamente por su actitud de
sospecha que le encerraba en
sí mismo y le volvía rígido.
La segunda característica es
que Saúl, aún teniendo poder,
carisma, capacidad de líder, se
ilusiona sobre sus posibilidades y se vuelve precipitoso.
No se da cuenta de que exigen
paciencia las condiciones a las
que es sometido su reinado sobre Israel. En el episodio narrado en el capítulo 13, mientras todo el pueblo estaba atemorizado por los filisteos, Saúl tenía apuro de celebrar un
sacrificio que estimulase a la
gente. Viendo que Samuel no
llegaba, él mismo dio la orden:
‘Acercadme el holocausto y
los sacrificios de comunión’, y
ofreció el holocausto. Acababa
de ofrecer el holocausto, cuando llegó Samuel, y Saúl le salió al encuentro para saludarle.
Samuel dijo: ‘¿qué has hecho?’ Y Saúl respondió: ‘Como vi que el ejército me aban-
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donaba y se desbandaba, que,
por otro lado, tú no venías en
el plazo fijado, y que los filisteos estaban ya concentrados
en Mikmas, me dije: Ahora los
filisteos van a bajar contra mí
en Guilgal y no he apaciguado
a Yahvéh. Entonces me he visto forzado a ofrecer el holocausto.” Samuel dijo a Saúl:
‘Te has portado como un necio. Si hubieras cumplido la
orden que Yahvéh tu Dios te
ha dado, entonces Yahvéh hubiera afianzado tu reino para
siempre sobre Israel” (v. 9-13).
Saúl pensaba realizar lo que
no le competía, se propone
sueños superiores a sus prerrogativas y al final es descalificado incluso por los que le habían conferido la unción.
Otra característica típica de
su temperamento es la melancolía, la tristeza. Al respecto,
existen muchos episodios. En
1S 16, 14-15 leemos: “El espíritu de Yahvéh se había apartado de Saúl y un espíritu malo
que venía de Yahvéh, le perturbaba. Le dijeron, pues, los
servidores de Saúl: ‘Mira, un
espíritu malo de Dios te aterroriza’”. Buscaron, pues, a un
hombre capaz de tocar la cítara para consolarlo y le llevaron
a David que, tocando la cítara,
lograba calmarlo. Asimismo
1S 18, 10 narra que un espíritu
malo se apoderó de Saúl que
“deliraba en medio de la casa;
David tocaba como otras veces. Tenía Saúl la lanza en la
mano. Blandió Saúl la lanza y
dijo: ‘Voy a clavar a David en
la pared.’ Pero David le esquivó dos veces”. Así inició el
conflicto dramático con David
que se concluirá solamente
con la muerte de Saúl. En Saúl
todas las dotes, las capacidades las posibilidades, se agotan por un estilo equivocado.
La figura de Bernabé:
el estilo perfecto
El libro de los Hechos 4, 3637 introduce el modo de ser de
Bernabé: “José, llamado por
los apóstoles Bernabé (que
significa: ‘hijo de la exhortación’), levita y originario de
Chipre, tenía un campo; lo
vendió, trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles”.
Bernabé es descrito como un
hombre generoso, que toma en
serio la palabra de Dios y, por
tanto, por ella mide su vida
hasta vender el campo, que lo
hacía rico, sin temor y preocupación. Además de la generosidad, tiene la característica de
la consolación que le merece
el sobrenombre de “hijo de la
exhortación”. En efecto, es capaz de consolar, de abrir perspectivas y horizontes. No es
simplemente uno que de manera rígida para con su persona vende el campo, sino es
aquel que abre el corazón y la
mente, como demostrará toda
su obra.
Por ejemplo, leemos en Hechos 9, 26-28 que, después de
su conversión, Pablo “trataba
de juntarse con los discípulos,
pero todos le tenían miedo, no
creyendo que fuese discípulo.
Entonces Bernabé le tomó y le
presentó a los apóstoles y les
contó como había visto al Señor en el camino y que le había hablado y cómo había predicado con valentía en Damasco en el nombre de Jesús”.
Bernabé es el hombre que
siembra confianza en las relaciones entre la sospechosa comunidad de Jerusalén y Pablo.
Es el hombre que abre los caminos en una ciudad difícil, en
la que los cristianos todavía
eran muy pocos y en la que se
acaba de realizar una persecución y se vive aún en el temor.
Asimismo en Hch 11, 21s,
Bernabé logra recuperar a Pablo al ministerio: “Cuando llegó y vio la gracia de Dios se
alegró y exhortaba a todos a
permanecer con corazón firme, unidos al Señor, porque
era un hombre bueno, lleno del
Espíritu Santo y de fe”. Bernabé sabe captar el bien incluso
si no es realizado por él y sabe
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animar: “Partió para Tarso en
busca de Saulo, y en cuanto le
encontró, le llevó a Antioquia.
Estuvieron juntos un año entero en la Iglesia y adoctrinaron
a una gran muchedumbre. En
Antioquia fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de ‘cristianos’”. El acto más grande de
Bernabé es ciertamente haber
descubierto a un nuevo evangelizador: Pablo de Tarso.
El último pasaje es realmente singular: Hch 13, 7s. Habiendo comprendido que Pablo poseía dones más grandes
que los suyos, Bernabé se coloca en segundo plano. Intuye
que precisamente el primado
de la Palabra, que tenía en
gran consideración, requería
que fuese Pablo quien asumiese la responsabilidad de la misión y lo sigue.
Sabemos que las dotes de
Bernabé no le impedirán cometer errores, tanto en la disputa con Pablo en lo referente
a la segunda misión, como
cuando se opone a Pablo en lo
referente al problema de la comunidad de mesa con los que
se han convertido del paganismo. Sin embargo, sigue siendo
una de las figuras más animadoras y más abiertas de las primeras comunidades cristianas.
En síntesis, retomemos los
cuatro puntos:
– el estilo de Bernabé es animador. En la actualidad la gente y el apostolado nos piden
certeza, comprensión, sostén,
consolación;
– Bernabé sabe ver el bien y
toda cosa desde el lado de sus
posibilidades, de las fuerzas
positivas. Tiene una gran visión de fe en la victoria de
Cristo;
– Bernabé sabe valorar a los
demás, a todas las personas, a
todas las fuerzas que obran en
la comunidad;
Bernabé sabe dar un paso
atrás frente a Pablo: es la actitud de quien vive reconociendo el primado de la Palabra y
de la gracia de Dios y, por tanto, trata de sanar todas las asperezas entre las personas llamadas al servicio.
P. ARMANDO AUFIERO
FELICE DI GIANDOMENICO
Centro Voluntarios del Sufrimiento
Italia
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Testimonios
Testigos del amor
en el sufrimiento
Sanidad y utopía
¿La humanización de la sanidad
es una utopía?
Ginecólogos y obstetras
al servicio de la vida
El ancla de la vida
El camino de la Oficina
para la Pastoral de la Salud
de la Archidiócesis de Bari-Bitonto
con la consigna de la creatividad
La Pastoral de la salud en Polonia
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Testigos del amor en el sufrimiento
PONENCIA DE S.E. MONS. JOSÉ L. REDRADO, OH, EN EL VII CONGRESO
DE AFAR – “ASSOCIAZIONE FATEBENEFRATELLI PER LA RICERCA” –
BRESCIA, 14 DE SETIEMBRE DE 2006
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“El sufrimiento es... un
gran símbolo humano que encierra en sí mismo los contrarios: el silencio y la palabra
de Dios, la miseria y el esplendor del hombre, el absurdo más oscuro y el significado
más luminoso, la blasfemia y
la alabanza. Por tanto, es el
riesgo en el que, antes o después, todos nos encontramos
implicados y arrollados”.1
“Un buen día el sufrimiento, huésped inevitable de la
humanidad, llega sin avisar,
entra en nuestra vida sin pedir permiso, se acomoda en
casa, se convierte en compañero forzado de nuestro viaje… Su molesta presencia
rompe la cotidianidad de la
existencia (...). El sufrimiento
hace relativas nuestras aparentes seguridades. Rompe
nuestra integridad, quiebra
los cimientos en los que basamos el desarrollo de nuestra
vida, hace vanos nuestros
proyectos (...). El sufrimiento
– digámoslo – se ríe de nuestras máscaras, de nuestros
orgullos, de nuestras experiencias exteriores, de nuestros títulos o cargos públicos
(...). Es como una estrella negra en el firmamento de nuestra vida. Más que un problema, es un misterio. El problema es una dificultad que se
puede resolver y de la que es
posible liberarnos. El misterio forma parte de la realidad
humana y maduramos al tomar conciencia de ello (...).
El sufrimiento es un río de
preguntas, de gritos. Muchos
son los momentos de soledad,
las noches en blanco, aquellas acumuladas sin sentido,
los sentimientos de impotencia, los interrogantes en búsqueda de un sentido que silenciosos retornan al corazón
herido (...). Dejar espacio al
corazón herido (...), dar espacio al dolor, quiere decir dar
espacio al amor”2.
1. El sufrimiento, lugar de
evangelización
El Evangelio: Buena Nueva, Dios me ama, Dios me salva. Pero ¿cómo el Evangelio
puede ser una Buena Nueva
para el hombre que sufre, para
el que no tiene ni casa ni trabajo, para aquel a quien debido a un accidente se le ha amputado una pierna? ¿Cómo
puede ser Buena Nueva para
el niño que inicia su vida con
una enfermedad, o para aquel
cuya madre tiene un cáncer al
seno? O, ¿para los que están
constantemente en los ambulatorios, sometidos a una infinidad de pruebas, que se plantean grandes interrogantes sobre su salud sin saber qué les
está ocurriendo? En fin, ¿cómo puede ser una Buena Nueva para el hombre que pasa la
mayor parte de su vida en una
cama de hospital o de su hogar? ¿Es Buena Nueva el
Evangelio en una casa donde
hay un enfermo de SIDA, un
inválido o drogodependiente?
No es fácil dar una respuesta a
tantos interrogantes.
Una sociedad que busca desenfrenadamente el bienestar,
el poseer, el ser jóvenes y bellos, una sociedad que abusa
de drogas y cosméticos para
aparentar, solamente por la
imagen física... una sociedad
de la prisa, de las obligaciones
“imprescindibles”, del estrés,
del creerse importante, del tener que hacer muchas cosas,
no está preparada para la dificultad, para la enfermedad, para el sufrimiento y para la
muerte. La enfermedad es una
desgracia que te puede suceder, pero es mejor no pensar en
ello... y es así que cuando llega
de improviso, todo precipita.
Indudablemente, debemos
anunciar que la Buena Nueva
de Jesús pasa por la cruz, el
dolor y el sufrimiento. La cruz
no es un “pedazo de madera”,
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sino la imitación de Cristo, el
ser testigo, paciente y perseverante, es ir contra corriente según los mandamientos de
Dios: son sufrimientos las incomprensiones y la marginación; es cruz el mal físico: catástrofes, enfermedades, muerte, consecuencia de nuestra finitud, y también el mal moral
provocado por nuestra conducta – guerras, opresión –, consecuencia del mal uso que hacemos de la libertad.
Dios no quiere esta cruz y
estos dolores para nosotros.
Dios no es un sádico que se
ensaña contra el hombre. Dios
no quiere que suframos. Dios
es Padre lleno de amor, de misericordia y perdón y no nos
envía enfermedades. Sin embargo, ¡el hombre sufre y sufre
mucho!
He visto muchos rostros doloridos, rostros de sufrimiento.
Rostros del hambre, de la pobreza y de la desocupación,
rostros de pueblos en guerra,
rostros aterrorizados, rostros
sin identidad, anónimos, rostros de madres desoladas, de
mujeres marginadas, rostros
de niños explotados, rostros de
enfermos (de cáncer, de SIDA...), rostros de moribundos.
Sufrimiento, enigma, misterio y, frente al misterio, el silencio, la admiración, nos faltan datos para formarnos una
opinión; “ahora” vemos de
manera confusa, “luego” veremos cara a cara (1Co 13, 12).
¿Podemos liberarnos del sufrimiento? Por más conocimiento que tengamos y por
más amor que podamos tener
hacia los que sufren, sólo somos capaces de aliviarlo y, a
lo más, eliminarlo de modo
parcial.
Por tanto, el hombre debe
dar sentido al sufrimiento, debe saber por qué sufre y cómo
debe sufrir a fin de que tenga
sentido la realidad de la vida.
Una llave para lograrlo es la
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del amor y de la resurrección.
La cruz – sufrimiento – sin
amor no tiene sentido. El viernes santo sin domingo de Pascua no tiene sentido, así como
no lo tiene el domingo sin el
viernes.
La expresión cruz – dolor,
sufrimiento – comprende muchos conceptos, no podemos
permanecer en la materialidad
de la palabra. No creo que
cuando los Padres de la Iglesia
hablan de la cruz, de la liturgia
o de los mensajes eclesiales,
no tengan presente que esta
cruz no es sólo dolor y viernes
santo sino, antes también y sobre todo, la consideran como
lugar de amor y camino hacia
la resurrección.
El misterio pascual es cruz y
resurrección, es viernes y domingo. Sin embargo, en muchos momentos de la vida el
hombre experimenta una más
que otra, a veces el viernes
más que el domingo. Pero una
no existe sin la otra. Ambas
estuvieron presentes en Cristo
y cuando fue levantado en la
cruz, no fueron los sufrimientos, los clavos, los latigazos, la
cruz materialmente hablando,
los que nos salvaron, sino su
amor. Un Dios que nos ama
infinitamente y que, misteriosamente, elige un camino que,
a simple vista, nos sorprende,
no comprendemos, se nos presenta como un misterio. Y unido a este misterio pascual de
Cristo, el cristiano sufre con,
muere con y resucita con, dando así sentido a su propia cruz
y sufrimiento, porque sufre,
muere y resucita con Cristo.
Este ideal no siempre es fácil, pero en el camino del sufrimiento encontramos a personas con gran disponibilidad,
que saben integrar la enfermedad, la muerte y el sufrimiento, muestran poseer una gran
interioridad y están bien consigo mismas y con los demás.
La literatura y los testimonios presentados como ejemplo y modelo en el curso de
esta intervención son numerosos y significativos. Pero
cuando el sufrimiento es vivido de modo negativo, en continua rebelión o pasivamente,
como algo que “debe” acontecer, entonces la vida pierde
sentido y valor.
La investigación, la espe-
ranza, el amor y la capacidad
de dar sentido a nuestro sufrimiento son la estrategia que
tenemos a disposición y que
nos hace participar en un proceso de transformación y de
crecimiento interior. Lo encontramos en muchas experiencias: ¡cómo aumentan el
amor, la solidaridad, la confianza y la apertura a los grandes valores! Pero en muchos
momentos de sufrimiento está
presente también la cólera, la
depresión y el cansancio. Por
esto es necesario transformar
esta vivencia de fragilidad en
espacio que dé perspectiva,
horizonte y sentido pleno de la
vida.
Dicho espacio es el amor
que ilumina, vivifica y da sentido al sufrimiento humano.
Cuando es aceptado con fe y
amor, el sufrimiento se transfigura, se transforma hasta el
punto que en él podemos llegar al gozo y a la acción de
gracias. También se puede alabar a Dios con las lágrimas en
los ojos y el sufrimiento en el
cuerpo o en el espíritu. “El que
siembra en lágrimas recogerá
con gozo” (Salmo 125).
“Nosotros llevamos este tesoro en vasos de barro, para
que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de
Dios y que no viene de nosotros” (2 Co 4, 7-15). También
Pablo recurrió al Señor para
que lo liberase, alejando de él
el sufrimiento. Pero el Señor
le dijo: “Mi gracia te basta;
que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Co
12,9).
Tu fuerza es la mano del Señor: “Vosotros habéis luchado
en tierra: yo seré vuestra recompensa” (antífona del Oficio de las Lecturas, común de
uno o más mártires).
A la luz de estas expresiones
“explicativas” sobre el sentido
del sufrimiento, comprenderemos mejor los textos de la Escritura, los Mensajes de la
Iglesia y los testimonios que
presentamos a continuación.
amor que muriendo, Jesús nos
ha mostrado.
En la vida de Cristo, cruz y
sufrimiento son realidades
siempre presentes. Su enseñanza está marcada por una
invitación a vivir una actitud
clara con respecto al dolor: “Si
alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día y sígame” (Lc
9, 23).
– Cristo no sólo invita a sus
discípulos a “tomar su cruz”
sino que les anuncia que El
mismo deberá sufrir y morir
por nosotros, por nuestro bien
supremo (cf Lc 9, 44); “debe
sufrir mucho y ser reprobado”
(Lc 9, 22). Su sufrir nos ha
abierto las puertas del Reino
de los Cielos. Buena Nueva:
puertas que se abren incluso en
esta vida, con la única llave de
nuestra aceptación personal de
la cruz, es decir, del dolor. Jesús lo anunció con el ejemplo
del grano de trigo que debe caer en la tierra y morir para producir fruto (cf Jn 12, 24).
2. Anuncio y realidad
en Cristo
En este anuncio de Cristo
vemos, pues, a la luz del
Evangelio la necesidad de tener en cuenta el mismo nexo
existente entre sufrimiento y
alegría, entre muerte y vida; y
La cruz nos habla de amor y
de perdón. En la “locura” de
la cruz está la victoria del
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– Al respecto, Cristo se manifiesta con mucha claridad
con sus apóstoles. Hasta el
punto que cuando Pedro
muestra su desacuerdo cuando
el Maestro dice que debe morir y resucitar, El le contesta:
“¡Quítate de mi vista, Satanás!
Tropiezo eres para mí, porque
tus pensamientos no son de
Dios, sino los de los hombres!” (Mt 16, 23).
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mientras muy a menudo el
hombre no puede hacer nada
para evitar el dolor, la enfermedad y la muerte, Cristo
anuncia que en ellos podemos
vivir una experiencia de paz y
de vida profunda, en virtud de
su cruz.
Jesús no sólo anunció el valor redentor del sufrimiento,
sino que lo vivió hasta el extremo de su pasión, crucifixión y muerte, acompañadas
por la angustia moral del Getsemaní: “Mi alma está triste
hasta la muerte” (Mc 14, 34).
En este sufrimiento redentor
está radicada la verdad y auténtica evangelización: “Vivid
en el amor como Cristo os
amó y se entregó por nosotros,
como oblación y víctima de
suave aroma” (Ef 5, 2). ¡Esta
es la Buena Nueva para el género humano!
Naturalmente, no es posible
comprender el sacrificio de
Cristo si no está unido al amor
del Padre por nosotros: “En
efecto, tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que el que crea en El
no muera, sino tenga la vida
eterna” (Jn 3, 16). “El que no
perdonó ni a su propio Hijo,
antes bien le entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará
con El graciosamente todas las
cosas?” (Rm 8, 32). “Todavía
le quedaba uno, su hijo querido: les envío a éste el último,
diciéndose: ¡Respetarán a mi
hijo!” (Mc 12, 6).
Jesús nos enseña el modo
perfecto de vivir el sufrimiento:
Con generosidad: “Nadie
tiene mayor amor que el que
da su vida por sus amigos” (Jn
15, 13). En el fondo, ésta es la
razón: el amor extremo conduce al don total; su amor divino
llevó a Cristo a la crucifixión y
a la muerte, por todos los
hombres.
Con humildad: “Se humilló
a sí mismo obedeciendo hasta
la muerte y muerte de cruz”
(Flp 2, 8).
3. Dolor, sufrimiento y
evangelización de los
apóstoles
De hecho, bajo la guía del
Espíritu Santo, la misión fuera
del territorio hebreo inicia con
la persecución de parte de los
hebreos en Jerusalén (Hch 8),
no obstante que Jesús resucitado les había consolado: “Recibiréis fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y la
Samaría y hasta los confines
de la tierra” (Hch 1, 8). A partir de este momento Lucas narra la conversión de Pablo y
desde este momento comienza
plenamente la misión a los paganos.
Como Jesús, también los
apóstoles se sirven de las ocasiones de curación para proclamar el Evangelio.
La historia de los Apóstoles
y particularmente la de Pablo
está llena de dolor y de sufrimiento, como muestran los
Hechos de los Apóstoles y sus
cartas. La síntesis de la vida de
Pablo se puede resumir del
modo siguiente:
mente entregados a la muerte
por causa de Jesús, a fin de
que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestra carne
mortal. De modo que la muerte
actúa en nosotros, mas en vosotros la vida” (2 Co 4, 7-12).
La huella de generosidad total en el dolor, abierta por la
sangre de Cristo, luego que los
apóstoles lo comprendieron
gracias a la Pentecostés, se
vuelve camino de luz para la
Iglesia naciente. Por esto el
apóstol Pablo exclama: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo
que falta a las tribulaciones
de Cristo, en favor de su Cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,
24). “Llevamos siempre en
nuestros cuerpos por todas
partes el morir de Jesús, a fin
de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro
cuerpo” (2 Co 4, 10)
“Pero llevamos este tesoro
en vasos de barro para que
aparezca que la extraordinaria
grandeza del poder es de Dios
y que no viene de nosotros.
Atribulados en todo, mas no
aplastados; perplejos, mas no
desesperados; derribados, mas
no aniquilados. Llevamos
siempre en nuestros cuerpos
por todas partes el morir de
Jesús a fin de que también la
vida de Jesús se manifieste en
nuestro cuerpo. Pues aunque
vivimos, nos vemos continua-
Este espíritu se difunde entre los discípulos como fuego
que atravesará los siglos de
supervivencia heroica y de expansión de la Iglesia en el
mundo griego-romano.
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4. En los mártires
“La sangre de los mártires
es semilla de cristianos” (Tertuliano, Apologeticus, 50: PL
1, 534).
Durante los primeros siglos
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del cristianismo, los binomios
dolor-gozo, muerte-gloria, están presentes con una inmensa
fuerza vital entre los creyentes
que cada día vivían bajo las
persecuciones en peligro de
ser conducidos al tribunal o
martirizados por su fe; pero
ella los consuela y el Evangelio, a través de su sangre y de
su sufrimiento, penetra poco a
poco no sólo en los caminos y
en la cultura del Imperio, sino
también en los corazones de
los hombres, testigos de un
gran dolor vivido con amor, en
una misma fe: “Y, si hijos,
también herederos; herederos
de Dios y coherederos de
Cristo, ya que sufrimos con El
para ser también con El glorificados” (Rm 8, 17).
Los cristianos de los primeros siglos conservaban la frescura de las palabras del Maestro que los impulsaba a abrazar con espíritu nuevo toda experiencia dolorosa.
5. Reavivar hoy
la llamada original
Tal como lo hizo la primera
evangelización, también la
nueva pasa necesariamente a
través del sufrimiento ya que
esta experiencia es común a
todos los hombres y Dios ha
elegido así la redención para
nosotros.
El Papa Juan Pablo II ha recordado claramente que “la
evangelización no sería auténtica si no siguiera las huellas
de Cristo que fue enviado a
evangelizar a los pobres”3.
Por esto la Iglesia confía en
el valor del sufrimiento de cada cristiano para la salvación
del mundo:
“(…) El Evangelio del sufrimiento (…) habla con las palabras de esta extraña paradoja: los manantiales de la
fuerza divina brotan precisamente en medio de la debilidad humana. Los que participan en los sufrimientos de
Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima
partícula del tesoro infinito de
la redención del mundo, y
pueden compartir este tesoro
con los demás”4.
La nueva evangelización
nos debe anunciar que “los pobres están siempre con noso-
tros”, que la enfermedad no es
un mal, que la cruz es un signo
de salvación. No sólo lo debe
anunciar, sino también testimoniar. No sólo debe hablar
del sufrimiento, sino también
experimentarlo, padecerlo en
sí, es decir, sufrir.
6. Testimonios5
El dolor, la enfermedad, el
sufrimiento, son un puesto de
observación, una escuela, una
universidad, una ocasión para
un nuevo acercamiento a la vida y, a veces, también para
una auténtica conversión y para el apostolado. Para demostrar esta afirmación, presento
dos grupos de testimonios: el
primer grupo está formado por
santos que han cambiado su
vida entrando en contacto con
el dolor y el segundo formado
por personas de toda condición.
a. Santos
Algunos de ellos han vivido
la experiencia de la enfermedad en carne propia; otros, la
mayoría, les ha servido dicha
experiencia para encaminar su
vida, su vocación, y la han vivido estando en contacto con
las personas que sufren.
Entre los primeros encontramos a San Ignacio de Loyola
que, convalesciente de su herida, encontró a Dios y le ofreció
su vida. Entre los segundos, es
justo citar a los dos grandes
campeones de la caridad: Juan
de Dios y Camilo de Lelis.
Ambos vivieron una experiencia negativa en el hospital, por
el modo con el que se trataba a
los enfermos; esta experiencia
les llevó a fundar los respectivos Institutos religiosos a fin
de que sean expresión de un
tratamiento más humano y caritativo hacia los enfermos.
b. Mi experiencia vivida
como capellán de un
hospital pediátrico
Lo que más sorprende, lo
más precioso en la experiencia
de la evangelización es la vida, la sorpresa de vivir cotidianamente interrogándonos sobre la vida de aquellos niños
que, recién nacidos, están
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amenazados por el sufrimiento
y por la enfermedad. La sorpresa es ver a muchas madres
– a muchas familias – a los
pies de la cruz de sus hijos en
el dolor.
Cuánta resistencia, cuánta
fuerza, cuánto dolor, cuántos
interrogantes, cuánto misterio.
Nuestro servicio religioso no
es una organización y ni siquiera una presencia fría y
cronometrada; antes bien, es
una vida, un signo. Lo vemos
en muchas manifestaciones de
los familiares.
Permítanme indicar sólo algunas como recuerdo:
– “Mil gracias Elvira, me
has ayudado mucho”. Es la
frase de una madre a la visitadora después de las exequias
de su niña.
– Recuerdo la angustia de
una joven pareja ante la enfermedad de su niño que murió a
los tres meses: ¡cuánto tiempo
pasaban en la capilla entre esperanza y desánimo!
– Y la mamá de Jordi, ¡con
cuánto amor y esperanza atendía a su niño!
– Cuántas familias esperan
que vayamos a visitarlas y a
menudo nos dicen: ¡Les estábamos esperando!
– Y ese padre, Paco, desilusionado, desesperado por su
hijo con la espina bífida y que
no creía en nada, que decía haber perdido la fe... Lo hemos
animado a salir de la oscuridad, de la tristeza y después de
algunos días hemos notado
más luz y tranquilidad en esa
habitación y en esa pareja junto a su niño.
– ¿Qué decir de Alice de 12
años, de Juan de 8, de Gemma
de 9 años enferma de leucemia, de José Manuel de 6, y de
María de 3 años?
– Miguel Angel es un niño
de 7 años con tumor maligno.
Es un caso desesperado. El niño está mal, lo siente, y con
una conciencia de persona
grande repite con cierta frecuencia entre sollozos: “¡Mamá, mamá, mátame, hazme
morir!”. Hablamos con los padres, tratamos de estar junto a
ellos, pero no tenemos tiempo
para una conversación sin interrupciones. Todo está despedazado. ¡Es tan difícil, hay
tanta angustia!
– Esta es la reflexión de un
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padre: “En el trabajo yo me
siento distante y no tengo confianza en mis colegas. Siempre he creído que en la gente
hubiese mucha maldad, pero
después de muchos días de
hospital he descubierto que
hay gente muy buena que se
dedica a quien sufre, he descubierto este valor humano en
los agentes sanitarios, en los
voluntarios, en el servicio religioso. Estoy contento no obstante mi hijo siga enfermo. ¡El
hospital es una sorpresa!”.
– Y otro padre: “A nosotros,
padres desmoralizados y asustados por la enfermedad incurable de nuestra hija, nos consolaron sólo las palabras del
sacerdote que celebró el bautismo y las exequias de nuestra niña”.
– Permítanme narrarles el
testimonio de una niña de
ocho años que sufrió un accidente junto con su prima y a la
que visitamos con cierta asiduidad. Después de haber sido
dada de alta, un día nos visita
en el hospital y entre las diferentes cosas trajo esta carta:
“Querido San Juan de Dios,
mi abuela te ofrece este ramillete de flores por haber curado a mi prima. Cura a todos
los niños de este hospital.
Ayuda a Yolanda y a Gustavo,
a Rafa, etc. para que se sanen
como tú has hecho con nosotros. Mi abuela te envía este
ramillete de flores para que sanes a otros niños. Quiero que
tú les des una lección a estos
cocineros que preparan un alimento muy malo que a los niños hospitalizados no les gusta. Te dejo mis muletas porque
ya no me sirven porque tú me
has curado. Te las dejo por si
acaso otro niño tuviese necesidad de utilizarlas, pero te pido
que ninguno en el mundo las
use. Porque yo creo que no es
necesario que la gente muera y
sufra, porque si no existiesen
estas cosas horribles, todo el
mundo viviría feliz. Te lo dice
con cariño, Isabel María”.
c. Un río de testigos
(Fellini, Carreras, Paul
Claudel, Mounier y muchas
historias de personas que
han sufrido).
Presentamos a continuación
dos testimonios significativos
de personas de nuestros días,
muy conocidas en el mundo
de las artes contemporáneas,
que han experimentado el dolor. Nos referimos al famoso
director cinematográfico Federico Fellini y al tenor José
Carreras.
• Comenzamos transcribiendo las declaraciones dadas por
Federico Fellini al periódico
de Barcelona “La Vanguardia”
el 29 de agosto de 1993 cuando estaba internado en una clínica de Rimini:
“He descubierto que un hospital es un modo estupendo
para meditar sobre los propios
proyectos y sobre la propia vida”. La entrevista proseguía:
– Ahora bien, para usted
¿qué es el temor?
– En primer lugar, le diré
que he tenido temor.
– ¿Ha rezado en esos días?
– Sí he rezado.
– ¿Qué es la oración?
– Un modo muy racional e
inteligente de colocar en el
suelo las cargas más pesadas
de la vida y confiar a alguien
el peso de las angustias y de
las dudas.
– ¿Ha pensado en Dios?
– ¿Cómo sería posible vivir
sin pensar en El?
• Ese mismo diario, recogió
en otra ocasión las declaraciones del tenor José Carreras:
“Como consecuencia de mi
enfermedad, he aprendido a
valorar el aspecto religioso,
cierta mística, cierto tipo de
reflexión y ésta es una de las
experiencias positivas que me
ha quedado de esa situación...
He madurado más como hombre y debido a este episodio de
mi vida ahora veo las cosas de
manera más profunda”.
Paul Claudel y Emmanuel
Mounier nos han dejado bellísimos testimonios sobre el sufrimiento6:
“Dios no ha venido para eliminar el sufrimiento, y ni siquiera para explicarlo. Ha venido para llenarlo de su presencia”, dice Paul Claudel. Y
prosigue: “El dolor es una presencia, por lo que exige nuestra presencia: una mano se ha
juntado a la nuestra y nos tiene
agarrados”.
Y Mounier, con ocasión de
la enfermedad de su hija
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Françoise, escribía a su mujer:
“No debemos pensar en esta
enfermedad como si fuese algo que donamos con el objetivo de no perder el mérito – la
gracia – de este ‘pequeño
Cristo que está en medio de
nosotros...”. No quiero que
perdamos estos días olvidando
que son días llenos de gracia
desconocida”.
• Son muchos los ejemplos
y testimonios vividos y escritos; son manifestaciones de vida que se vuelven camino y
experiencia.
Entre muchos ejemplos merece recordar el libro “Testimonios de enfermos” que fue
presentado al Papa Juan Pablo
II en Sevilla con ocasión del
Congreso Eucarístico Internacional (7-3- junio de 1993).
Se trata de un trabajo realizado por el Departamento Nacional de Pastoral Sanitaria en
España. Un libro con muchas
preguntas, experiencias, vidas
transformadas. Un libro lleno
de vida en el sufrimiento.
• He aquí otro fuerte testimonio de sufrimiento y de
amor. Inicia así: “Nosotros,
padres de Alice, hemos tocado
con mano una experiencia
muy fuerte de sufrimiento y
amor, hemos conocido a niños
que han logrado y otros que no
han podido derrotar al “gran
dragón”.
Dedicamos esta carta a todos los que no se detienen sólo
a derramar una lágrima, sino
que desean ir más allá y esperamos que esta experiencia
nuestra sirva a otros padres
que como nosotros han vivido
o están viviendo este doloroso
camino.
Alice, tú has sido la primera
que ha sabido aceptar con valor toda dificultad de nuestro
recorrido, en efecto, a menudo
nos ha tranquilizado diciendo:
“Mamá, si se debe hacer, hay
que hacerlo” y con estas palabras nos transmitías de inmediato mucha energía para seguir.
Sólo pocas veces cuando el
desánimo te asaltaba, te ha
ocurrido decir: “Estoy cansada
de estar buena”, pero luego
aceptabas toda situación con
tu acostumbrada tenacidad. Tu
optimismo y entusiasmo hacia
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la vida han sido muy preciosos
para nosotros y nos han donado la fuerza para seguir adelante. Tus grandes pasiones
eran la escuela, tus amigos y la
danza, lo que más deseabas
era regresar a vivir y a soñar
con los que tanto te han amado, de un amor puro, simple e
incondicional. A ellos un agradecimiento especial.
En el período que estabas
más golpeada por la enfermedad, hemos redescubierto una
poesía que declamábamos juntos, porque te gustaba mucho:
“Un día mientras el niño jugaba a escondidas ninguno lo
buscó y él se durmió.”
Ahora queremos creer, como dijo Jesús: “Si el grano de
trigo caído en tierra no muere
permanece solo, si en cambio
muere produce mucho fruto”
(Jn 12, 24).
Y tú, pequeña hija nuestra,
no obstante tus once años, de
frutos ya has traído tanto porque siempre has tenido en el
corazón a Jesús. Has sido un
gran ejemplo de vida para todos, has hecho descubrir a muchas personas el gozo de la
oración, nos has hecho entender que las cosas verdaderas
vienen desde adentro y has encendido en muchos corazones
la llama de la solidaridad.
Por esto queremos agradecer a todas las personas que
han estado a nuestro lado con
la oración, con simples pero
grandes gestos de vida cotidiana, con sonrisas y palabras de
consolación que han aliviado
nuestro dolor. Gracias a todos
los que como nosotros creen
que la esperanza tenga necesidad del aporte de cada una de
las personas, porque el sufri-
miento crea en el corazón una
nueva luz.
Gracias Alice por tus ganas
de sonreír, de vivir y de amar”.
(Mamá y Papá)
• Testigos de la cruz y del
gozo7. Es el título de un libro
en italiano
Se trata de un camino espiritual recorrido por un grupo de
enfermos de cáncer, hombres y
mujeres que, con su vida cargada de sufrimientos debido a
la enfermedad, pero llena de
gran amor, nos transmiten un
mensaje auténtico y precioso.
• La enfermedad es también
lugar de encuentro para Manuel Lozano Garrido, para Jaime, para Juana, para el P. Ildebrando Gregori y para muchos
más, innumerables historias
llenas de vida:
Manuel Lozano Garrido,
“Lolo”, periodista e inválido,
cuando la Iglesia lo proclamará santo, será un santo de
nuestros tiempos, víctima de
una enfermedad contraída en
juventud de la que se enfermó
para toda la vida. Como periodista “entrevía las huellas de
Dios en las teleimpresoras”,
mientras iba dejando olor de
santidad. Aunque ciego, no interrumpió su trabajo de periodista y literato, ni siquiera en
los momentos peores de su enfermedad o en los días de mayor dolor. Creó y dirigió una
revista dedicada a los enfermos que ofrecían su enfermedad por los periodistas, por los
diarios, por la información.
Un día veremos en los altares
a un periodista, a un enfermo,
un modelo de apostolado”8.
Jaime, inválido, ofrece su
testimonio: “También yo creo
que Dios me ama. Me ama en
mi sufrimiento y en mi minusvalidez. He vivido una fuerte
experiencia de Dios que ha
transformado mi vida y me ha
hecho vivir para El, no sólo en
mi invalidez física, en la que
Dios ha venido a encontrarme, sino también en mi entrega a los demás y quiero que
sea un reflejo del amor de
Dios que he experimentado”9.
Juana, también ella inválida, narra su experiencia: “He
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trabajado en un hospital hasta
la edad de 22 años, cuando un
tumor a la médula espinal me
inmovilizó en una silla de ruedas. Hasta ese entonces había
considerado el dolor como un
castigo, en cambio, poco a poco a lo largo de mi enfermedad creo haber encontrado a
Dios y desde entonces, desde
cuando tengo fe, el dolor ha
representado para mí una auténtica liberación”10.
El Revdo. Ildebrando Gregori, fundador de las Hermanas Reparadoras del Santo
Rostro de N.S.J.C., tenía una
inmensa preocupación que a
menudo repetía, la de “enjugar las lágrimas y enjugó muchísimas”11. Para él, servir a
Cristo en el hombre significaba servirlo en su sufrimiento
extremo, síntesis y compendio
de todos los sufrimientos, físicos, morales y espirituales.
d. Experiencia de mi doble
enfermedad
La primera llegó en el mes
de junio de 1995. La segunda
diez años después, en marzo
del 2005.
• Primera experiencia: junio de 199512
Nunca en mi vida – 59 años –
había tenido una experiencia
de enfermedad, sólo pequeñas
cosas; pero de repente, sentí
que el cuerpo me decía que algo no funcionaba; es verdad,
después de las investigaciones
el diagnóstico fue claro: “úlcera duodenal, más vagotomía
selectiva”; y todo con “urgencia”: hospitalización, intervención. Comenzó mi via crucis,
no por el dolor del cuerpo que
no he sentido, sino por el “fastidio” de numerosos controles
médicos que no acababan. Me
planteaba muchos interrogantes frente a dos realidades: la
enfermedad – el trabajo; acostumbrado a una forma de vida
muy activa, tenía la sensación
de una gran pérdida de tiempo; sentía el apoyo de la técnica, estaba en “buenas manos”;
sentía la cercanía de muchas
personas, hasta el punto que
mi experiencia la describí con
este título: “Nunca me he sentido tan acompañado”. Mi en-
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fermedad fue ocasión para una
nueva relación con Dios; como religioso y como sacerdote; puedo decir que vi a Dios
de cerca de través de cosas numerosas y pequeñas.
La enfermedad me sirvió
para dar mayor vigor a la salud, la mía y la de otros; creo
gané en sensibilidad, a fiarme
más de Dios y a hacer relativas muchas cosas que aparentemente parecen importantes y
que, en cambio, no lo son. Vi
que, especialmente en los momentos más agudos de la enfermedad, la oración no es fácil, especialmente la oración
ritual, aquella de todos los días, aquella del breviario era difícil para mí en el momento
que atravesaba.
Mi oración en la cama, primero, y luego en la pequeña
capilla de la comunidad estaba
formada generalmente por jaculatorias. Frecuentemente invocaba a Dios con este grito:
Señor, se haga tu voluntad, pero dame la fuerza para seguirla.
Recuerdo que un día, luego
de la segunda recaída, recé al
Señor con el Salmo 136:
“¿Cómo cantar los cantos del
Señor en tierra extranjera?”. Y
me dije: es verdad, es difícil y
lo apliqué a mí mismo, porque
la tierra extranjera en ese momento era mi enfermedad,
eran mis dudas; la tierra extranjera era no poder seguir la
vida normal; la tierra extranjera eran tantos exámenes médicos, tantos análisis, numerosas
inyecciones.
Me identifiqué también con
el clamor del salmista: “Señor
Dios mío, clamé a ti y me sanaste” (Salmo 29).
Otro momento fuerte de la
oración fue la fiesta de los santos Pedro y Pablo; sentí cerca
el gozo, el valor y la fuerza
apostólica: “Sé de quien me he
fiado, he combatido bien mi
batalla, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe... la gracia de Dios está siempre conmigo” (antífona de Laudes).
“Mi fuerza y mi poder es el
Señor, El ha sido mi salvación” (Antífona 2a. Laudes, I
semana).
“Humillaos, pues, bajo la
poderosa mano de Dios... confiadle todas vuestras preocupaciones, pues El cuida de vosotros” (1 Pt 5, 6-7).
Al final de todo, esto es lo
que te queda, esta es la sustancia de la vida. En esos días llegó a mis manos la hoja del
Oficio de la lectura de los 71
Beatos de la Orden, mártires
de la hospitalidad durante la
guerra española, y sentí como
un escalofrío al leer algunos
textos; vi en dichos mártires la
generosidad, el amor hacia los
enfermos, la fe en Dios, la intrepidez en los momentos difíciles y me dije: ¡Animo! Y vi
que era verdad, que la vida humana y cristiana maduran con
el sufrimiento. Sentí cerca como nunca la oración de los demás; muchos me decían que
cía haberlo perdido. Curado,
lo reencontré. Os cuento mi
experiencia.
oraban por mí y realmente
sentí este “empuje”, esta fuerza y pensé: si los hombres están junto a ti, ¿cómo no lo estará Dios?
No obstante te den muchos
consejos, vuelves a la vida
normal, como si nada hubiera
sucedido, y funcionas porque
tu cuerpo ha sido “arreglado”.
De modo que, no adviertes nada, crees que todo va bien,
hasta que de nuevo – después
de diez años – tu cuerpo nuevamente no funciona, algo te
está sucediendo.
• Segunda experiencia:
marzo de 2005
La publiqué en el número
60 de la Revista “Dolentium
Hominum” con el siguiente título:
He recobrado mi cuerpo
“perdido” por la enfermedad
Este era mi clamor, precisamente el 22 de marzo, Martes
Santo de 2005. Después de un
proceso de enfermedad – contraje la malaria – me hice con
mi cuerpo, lo sentí mío después de un mes que me pare-
DOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
Hace diez años
Era el año 1995 y, como
acabo de narrar, después de un
viaje a la India comencé a sentirme mal, el cuerpo que no
anda bien, que lo sientes, que
te pasa algo: “Ulcera duodenal” fue el diagnóstico. Luego
una operación de urgencia que
me llevó a cuidados intensivos, pasé días en el hospital,
sometido a numerosos controles, hasta que me dijeron: “Estás curado”.
¿Qué me sucede?
No obstante mil viajes a
Africa, sin prevención alguna,
nada había sucedido. Pero esta
vez, concluida la celebración
de la Jornada Mundial del Enfermo – 11 de febrero – me vine del Camerún con la malaria. Los primeros pasos fueron
de despiste, pensando en la
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gripe que “rondaba” por esas
fechas, hasta que, al fin, decidí
ir a Urgencias donde iniciaron
pruebas y más pruebas, hasta
que me dijeron que debía hospitalizarme porque había contraído la Malaria da Plasmidium Falciparum, según pude
leer en los numerosos papeles.
Comencé así un tratamiento
fuerte, pasando primero por la
Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), donde permanecí
durante una semana, y después en Planta de medicina
por varios días más.
Iter de mi enfermedad
Durante toda la cuaresma y
la Semana Santa me sometieron a controles médicos y a
asistencia de enfermería.
Como decía el Papa en esos
días, estaba “enfermo entre los
enfermos”, controlado, “vigilado”, a fin de que nada escapase.
La primera etapa – Cuidados intensivos. Inicialmente
casi no me daba cuenta, incluso me preguntaba: ¿tan grave
estoy que me “prohiben” recibir visitas, llamadas telefónicas, etc.? Dicen que sudaba un
mar; será verdad porque cuando me dieron de alta me encontré con un montón de pijamas; tantos cambios, tantas
pruebas y controles médicos,
ahora esto, después lo otro y
había que “obedecer” porque
la situación era grave. Me lo
traducía el cuerpo sin fuerzas,
sin ganas de nada, ya no era
mío, estaba muy cansado, tenía necesidad de todo, pertenecía a los demás, a los médicos, a las enfermeras...
Aunque no sentía dolor físico, nada podía hacer por mi
cuenta, me faltaban las fuerzas
y era completamente dependiente en todo de los demás,
incluso para llevar el alimento
a la boca; ayer tan fuerte y autónomo, y hoy, enfermo, tan
dependiente. No era la misma
persona.
Después, el cuerpo reaccionó, los resultados de la técnica,
la medicación, los controles...,
pronto dieron resultados positivos que advertía en el cuerpo y
éste, aunque necesitado de
apoyo, comenzaba a reaccionar, a recuperar las fuerzas.
Segunda etapa. Me dieron
de alta de Cuidados Intensivos
y fui trasladado a la Planta en
la Sección de Medicina, pero
seguido por el servicio de enfermería de Ortopedia, 4ª
Planta; fui internado aquí, quizá para estar cerca de la vivienda de la comunidad y de
mi habitación.
Aquí me siguieron meticulosa y puntualmente, todo era
registrado y anotado; comencé
a notar una fuerte mejoría; comenzaron quitándome los tubos, las sondas...; logré levantarme pero con ayuda hasta
que, como por milagro me
sentí fuerte y sin tener necesidad de sostén para levantarme
y administrar mi cuerpo..., una
liberación. He recobrado mi
cuerpo le decía al médico y a
las enfermeras. Comencé a ser
autónomo. Me lo decía mi
cuerpo y los demás lo apreciaban: el color, la voz, menor
cansancio. El cuerpo comenzaba a ser mío. Pero las palabras del médico eran “no hay
que correr” y lo mismo lo decían otras voces amigas. Era
necesario ir despacio y recuperar las fuerzas perdidas.
Llegado a este momento y
una vez que me dieron de alta,
pasé a la tercera etapa, ahora
en comunidad, en mi habitación, pero siguiendo rigurosamente lo indicado por el médico, diría que seguía siendo
“controlado”. Tardé un poco
antes de retomar mi vida ordinaria. Pero la batalla contra la
enfermedad fue vencida y
agradezco a Dios, a los médicos, a las enfermeras.
Vivencia
En el párrafo anterior – “Iter
de mi enfermedad” – ya manifesté una parte de mi experiencia, los primeros pasos dados,
lo que advertía de mi cuerpo
como si fuese otro, diferente,
enfermo.
Encuentro entre técnica y
humanidad. Al pasar como
enfermo en nuestro hospital de
la Isola Tiberina – Roma, he
vivido fuertemente el alcance
y el saber técnico; cuánta técnica, cuánta ciencia ponen a tu
disposición, un bombardeo;
ésta ha sido una de las realidades que “toqué con mano”; y
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si esto es una realidad que te
da seguridad, otro tanto debo
decir de las personas que encontré en los diversos servicios y que para mí fueron la
mejor medicina; junto a la preparación técnica aprecié la responsabilidad profesional, la
acogida y cordialidad, el respeto a la persona, la humanización de la asistencia y la disponibilidad.
Mi Pascua 2005. Yo también, “enfermo entre los enfermos”, según la expresión del
Papa, hice mi experiencia pascual, sin ser “protagonista”,
celebrante o co-celebrante;
por primera vez, he vivido
desde la enfermedad tanto la
cuaresma, como la semana
santa y los primeros días de
Pascua, con sólo alguna presencia menos fatigosa en las
celebraciones. Pero lo he vivido con serenidad, con paz, pidiendo al Señor que viniera en
mi ayuda, porque mi corazón
palpitaba más de lo ordinario
y me faltaban las fuerzas (Salmo 21 y 37). Clamé al Señor y
El me curó (Salmo 29). Mi
viernes santo se transformó en
domingo de Pascua. No asistí
a la Vigilia Pascual, pero celebré la Eucaristía con los enfermos el domingo de Pascua por
la tarde. Tenía “ganas” de
anunciar que Cristo había resucitado, y era verdad, yo mismo lo notaba en mi cuerpo
mejorado. La Iglesia, contenta
del triunfo de Cristo, cantaba
llena de gozo: “Resplandece el
Sol de Pascua, exulta de alegría la tierra..., el Señor ha resucitado”. Resucitad con el
Resucitado, corred, haced experiencia. Está vivo. Ha resucitado. Esta realidad pascual
coincidió con mi rápida curación, con el anuncio, muchas
veces repetido por los médicos
de que los resultados eran positivos; eran anuncios de vida,
de resurrección, lo notaba en
mi propio cuerpo, cada vez
más mío.
En la enfermedad descubres
otros valores. En una carta de
agradecimiento, que envié a la
Dirección del hospital, decía
que la enfermedad había sido
“beneficiosa” para mí, porque
me había ayudado a reflexionar, había sido ocasión para
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detener la vida agitada, ‘estresada’, y también porque había
sido ocasión para la amistad y
para darme cuenta de que, en
mi alrededor, existen muchas
personas buenas. Se descubren personas nuevas en el
hospital, en la propia comunidad, en la vida de trabajo. Durante mi enfermedad me han
acompañado los Superiores de
la Orden Hospitalaria a la que
pertenezco; he tenido muy
cerca a las tres comunidades
de la Isola Tiberina, al Servicio Pastoral, a los Superiores y
compañeros de trabajo del
Pontificio Consejo, en Vaticano, a muchas comunidades religiosas y a laicos que han rezado por mi causa; he sentido
cerca un “río” de oraciones,
mucha solidaridad, muchos
amigos - todos medicina del
cuerpo y del espíritu - que me
han ayudado a superar la enfermedad con paz y serenidad.
El dolor y la enfermedad
suscitan oraciones, son un momento para elevar súplicas al
Señor. Como decía, yo he sentido que mucha gente ha rezado por mi curación. Yo también rezaba, como se reza
cuando el cuerpo está roto, enfermo. Todos los días, durante
la oración, pasaban por mi
mente infinidad de rostros e
instituciones. Lo hice nuevamente de modo particular el
primer día que comencé a incorporarme en el trabajo, el 4
de abril, ofreciendo la Eucaristía en acción de gracias por mi
curación y por todos los que
habían contribuido a la misma: médicos, enfermeras, comunidades, familia, personas
amigas que estuvieron cerca
de mí con la técnica, con la solidaridad, con la amistad. Recé
por todos.
Terapia mediante la lectura
y la música. Me encanta leer.
Termino el año con unos 50 libros leídos, pequeños y grandes. La lectura es tan necesaria
como los alimentos. Decía
San Bernardo que “un buen libro te enseña lo que has de hacer, te instruye sobre lo que
has de evitar, y te muestra el
fin a que has de aspirar”.
Un vez pasada la primera
“tormenta” de la enfermedad y
ya recuperado, comencé poco
a poco, con lecturas suaves, re-
vistas informativas, los dos documentos últimos del Papa, a
los sacerdotes y a los responsables de las Comunicaciones
Sociales, Ravasi sobre la semana santa con textos de Bernanos, Claudel, Unamuno, Turoldo...; la carta al Papa de Paolo Mosca; “Memoria e identidad...”. Como “no tenía nada
que hacer”, sino sólo cuidar mi
salud, ésta fue una ocasión
“privilegiada” para leer y también para escuchar buena música. He hecho un recorrido
por los grandes maestros de la
música: Mozart, Beethoven,
Bach, Vivaldi..., coros y órganos, cantos populares rusos,
música de meditación y relajación. Canto gregoriano, trozos
clásicos de Semana Santa y
Pascua (Mandatum novum,
Ubi caritas, Exultet, el Mesías,
Aleluya de Händel...) ¡Cuánto
me ha ayudado la música a
“distraerme”, a serenarme, a
elevar el espíritu, a curarme!
¡Cuánto cura la buena música!
Es un buen medicamento.
“¡Mi fuerza y mi poder es el
Señor, El fue mi salvación!”.
Durante el período más crítico
y duro de la enfermedad, uno
experimenta una gran impotencia, no sólo en el cuerpo, sino en toda la persona. No tienes ganas de nada, ni siquiera
de rezar “oficialmente”, se te
cae el libro de las manos, no
está tu cuerpo, ni tu mente, ni
tu espíritu para la cantidad de
salmos, lecturas y oraciones.
Apenas se eleva tu oración entrecortada, sencilla, ayudada
por breves pensamientos de la
Escritura, a veces por frases de
santos.
Recuerdo que, ya en la Planta de hospitalización, cuando
comenzaba a leer un poco, sin
que se me nublaran los ojos,
fui a mi despacho y cogí el libro de las Confesiones de S.
Agustín; me caía “simpático”
y apropiado eso de “tarde te
amé...,” o “nos has hecho para
ti y nuestro corazón no tiene
paz hasta que no descanse en
ti”. Asimismo S. Agustín:
“¿Por qué te has de preocupar?
Quien te hizo, cuida de ti.”
Y más tarde en las Obras
completas de Santa Teresa de
Avila busqué con avidez eso
de “Nada te turbe”, la poesía
30 de la Santa, donde invita a
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elevar el pensamiento, a desear el cielo.
Estaba transcurriendo yo un
tiempo bueno, positivo, de reflexión, de oración, y repasé,
lentamente, varias veces esta
poesía de la gran Teresa:
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Fue para mí en esos momentos como una medicina
espiritual.
Si es verdad que he confiado mucho en la medicina, en
las personas de saber, y me he
“agarrado” para salir lo antes
posible de la enfermedad, es
igualmente verdadero que he
experimentado la presencia de
Dios en mí a través de tantas
“mediaciones”, de muchas
personas que he encontrado en
esos días de mi vida, que me
han animado y aconsejado.
Dichas “mediaciones”, esos
textos breves de la Escritura y
de otros autores, han sido una
medicina, porque me han dado
fuerza, esperanza, ganas de
caminar.
No puedo dejar de citar aquí
un pensamiento de Teilhard de
Chardin que lo he “rumiado”
varias veces. Dice así:
“No te inquietes por las
dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus
decepciones,
por su porvenir más o
menos sombrío.
QUIERE LO QUE DIOS
QUIERE.
Vive feliz. Te lo suplico.
Vive en paz.
Que nada te altere.
Haz que brote, y conserva
siempre en tu rostro,
una dulce sonrisa, reflejo
de la que el Señor
continuamente te dirige.
Cuando te sientas
apesadumbrado, triste,
ADORA Y CONFIA.”
Podría seguir con mi experiencia, páginas y páginas. Pero creo haber tocado aquello
que más me ha sorprendido y
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he vivido con mayor intensidad. Experiencia y recuerdos
compartidos. Muchas cosas
humanas, pero también muchas cosas de Dios. Como decía el Papa Luciani, El escribe
“no en bronce o en mármol,
sino en el polvo de la tierra,
para que quede bien claro que
todo es obra, todo es mérito
sólo del Señor”.
e. Un testigo excepcional:
Juan Pablo II
Deseo ahora concentrar la
atención sobre un testigo excepcional en el campo del sufrimiento en estos últimos
años. Estoy hablando de Juan
Pablo II, un Papa que ha “viajado” en el mundo del sufrimiento, que lo ha experimentado en su propia carne, durante las varias veces que ha estado internado en el Policlínico
Gemelli.
Este Papa pasará a la historia por sus numerosos viajes,
por la apertura al Este, por la
tenacidad en la búsqueda de la
unidad y de la paz; osaría decir que será recordado de manera especial por su relación
con el sufrimiento y con los
enfermos.
Nuestro Dicasterio ha recogido este testimonio en un hermoso libro13 con temas y títulos llenos de realismo:
Juan Pablo II, un Papa que
viene del sufrimiento, heraldo
del Evangelio del sufrimiento,
un Papa que explica el sufrimiento, que está al servicio de
quien sufre, un Papa que ama
a los enfermos, un Papa que
sufre.
Un Papa que ha dirigido a la
Iglesia una Carta Apostólica,
Salvificis doloris, sobre el sentido cristiano del dolor humano (11 febrero 1984). Un Papa, además, que ha instituido
el Dicasterio para la Pastoral
de la Salud (con el Motu Proprio Dolentium Hominum, del
11 de febrero de 1985) y la
Jornada Mundial del Enfermo
(13 mayo de 1992).
También es un simbolismo,
antes bien, un ejemplo, un testimonio viviente. Su Pontificado nace, se desarrolla y termina “inclinado” al dolor. El hermoso libro sobre el pontificado se abre con una página que
es una vida. Al día siguiente
de su elección, Juan Pablo II
hizo visita a su amigo gravemente enfermo. El diario
L’Osservatore Romano (19
octubre 1978), publica la noticia con el siguiente título:
“Juan Pablo II entre los enfermos del Policlínico Agostino
Gemelli”. Y al título siguen las
palabras del Papa recogidas
siempre por el diario de la
Santa Sede:
“Deseo agradecer a todos
los que me han guiado y también salvado porque, por el
gran entusiasmo manifestado,
podía suceder también que el
Papa se quedase de inmediato
en este hospital para ser curado. Pero sobre todo – ha proseguido luego de la breve interrupción impuesta por el
aplauso de los presentes –
pienso que todo esto sea algo
debido a la Divina Providencia. He venido para visitar a
un amigo mío, a un colega
obispo: Mons. Andrea Deskur,
Presidente de la Pontificia
Comisión para las Comunicaciones Sociales. A él debo muchas cosas buenas, mucha
amistad. Desde hace muchos
días, casi en la vigilia del
Conclave, él se encuentra en
este hospital y realmente está
en graves condiciones. He
querido visitarlo, y no sólo a
él, sino también a todos los
demás enfermos”.
El Santo Padre ha proseguido luego recordando lo que en
la mañana había dicho a los
Padres Cardenales, acerca de
su voluntad de “apoyar mi ministerio papal sobre todo en
los que sufren y que al sufrimiento, a la pasión, a los dolores, unen la oración”. “QueDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
ridos hermanos y hermanas
– ha dicho el Papa – quisiera
confiarme a vuestras oraciones”.
Juan Pablo II ha recordado a
los enfermos que, no obstante
debido a su condición física,
fuesen débiles y enfermos,
también son “muy poderosos,
así como es poderoso Jesucristo crucificado”. ‘Sí, vuestro poder está en vuestra semejanza a El. Tratad de emplear ese poder para el bien
de la Iglesia, de vuestros vecinos, de vuestras familias, de
vuestra patria y de toda la humanidad. Y también para el
bien del ministerio del Papa
que es, según otros significados, incluso muy débil”.
Al agradecer a Dios por esta significativa ocasión – ha
dicho el Santo Padre al concluir – y por este encuentro
tan precioso para mí, y pienso
para todos, deseo agradecer
también a todos los que sirven
a los enfermos en el hospital
de la Universidad Católica del
Sagrado Corazón, a los profesores, a los médicos, a las religiosas, al personal de servicio
y a todos. Cristo se encuentra
entre vosotros, en los corazones de los ‘Samaritanos’ que
sirven a los enfermos. Sea alabado Jesucristo.
A los más débiles, a los pobres, a los enfermos, a los afligidos, es a ellos especialmente
que, en el primer instante del
ministerio pastoral deseamos
abrir nuestro corazón. De hecho ¿no sois vosotros, hermanos y hermanas, que con vuestros sufrimientos compartís la
pasión del mismo Redentor y
de alguna manera lo completáis? El indigno Sucesor de
Pedro, que se propone descubrir las insondables riquezas
de Cristo, tiene gran necesidad de vuestra ayuda, de vuestra oración, de vuestro sacrificio, y por esto humildemente
os lo pide’. Así se pronunció
Juan Pablo II en su discurso
programático dirigido ayer
desde la Capilla Sixtina a los
hombres de todo el mundo
mundo”.
Un gran programa basado
en los pobres, en los enfermos,
en la debilidad, pero con la
“fuerza del sufrimiento”. Será
un iter constante en la pastoral
de Juan Pablo II. El libro de su
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vida se cierra con el mismo
testimonio de la fuerza presente en el sufrimiento. Desde el
Policlínico Gemelli, aún convaleciente dio al mundo el siguiente testimonio:
“En estos días de enfermedad he tenido ocasión de comprender aún más el valor del
servicio que el Señor me ha
llamado a dar a la Iglesia como sacerdote, como obispo,
como sucesor de Pedro: él pasa a través del don del sufrimiento, mediante el cual es
posible completar en la propia
carne ‘lo que falta a los padecimientos de Cristo a favor de
su cuerpo que es la Iglesia’
(Col, 24)” (13 octubre 1996).
Juan Pablo II es un Papa que
ha hablado mucho del sufrimiento, que ha visitado a muchos enfermos, pero su fuerza
y el testimonio están en el hecho de haber sufrido mucho.
Ha sido un Papa con una gran
experiencia de sufrimiento.
“El dolor del Papa, símbolo
de nuestro tiempo”, ha escrito
Rocco Buttiglione en un hermoso artículo (Il Tempo, 19
setiembre 1996).
de extraordinaria fecundidad
espiritual15.
El Evangelio, que es escuela
de amor, como Dios es amor,
es también escuela de fuerza
en el sufrimiento. El hombre y
también la Iglesia sufre; cada
persona debe afrontar la propia
cruz y cada cristiano está invitado por Cristo a recorrer un
camino de doble vía: la de asumir y compartir con El su dolor, y la de la generosidad ayudando a los demás a llevar su
cruz16. Por esto el mundo de la
salud y de la enfermedad son
un terreno privilegiado de testimonio de la nueva evangelización, porque el sufrimiento
humano – lo repito con las
mismas palabras del Papa – no
tiene otro objetivo sino el de
minos de la Palestina, Jesús os
ha dirigido una mirada llena
de ternura; su amor nunca disminuirá’ (Discurso a los enfermos y a los que sufren, Tours,
21 de setiembre de 1996, 2, en
L’Osservatore Romano 23/24
de setiembre de 1996, p.4).
Sed testigos generosos de este
amor privilegiado a través del
don de vuestro sufrimiento, de
grande alcance para la salvación del género humano”18.
Sí, realmente son innumerables los testimonios en materia
de sufrimiento; basta acercarnos a los hospitales o entrar en
muchas casas, donde numerosas familias desde hace años
asisten a una persona querida
enferma para darnos cuenta de
la fuerza del sufrimiento para
“expandir amor, para hacer nacer obras de amor hacia el prójimo, para transformar toda la
civilización humana en la civilización del amor”17.
“Amados enfermos, sabed
encontrar en el amor ‘el sentido salvífico de su dolor y las
respuestas válidas a todos
vuestros interrogantes’ (Carta
Ap. Salvifici doloris, n. 31).
Vuestra misión es de altísimo
valor tanto para la Iglesia como para la sociedad. ‘Vosotros
que llevais el peso del sufrimiento estáis en los primeros
puestos que corresponden a
los que ama el Señor. Del mismo modo como hizo a todos
los que El encontró en los ca-
cambiar y transformar a las
personas, para dar testimonio
y decir a los demás que el Señor es bueno y que la fuerza
del ser humano no siempre
coincide con una buena salud,
pero que incluso en la debilidad, en la enfermedad él puede manifestar una gran fuerza.
Si en la vida práctica abunda este tipo de ejemplos, a veces escondidos, no menos copiosa es la literatura que narra
por escrito estas vidas19.
Algunas expresiones sacadas de testimonios de enfermos nos revelan esta dinámica
del sufrimiento, no sólo para
los que la viven, sino también
como fuerza evangelizadora:
f. Sufrimiento y amor:
un encuentro fecundo
Es una gran realidad la afirmación que encontramos en la
Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI:
“El hombre contemporáneo escucha con más gusto a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros, lo hace
porque son testigos” (n. 41).
Esto tenía gran validez para
los primeros cristianos por su
fe viva y activa pero es y debe
ser válido también en la Iglesia de hoy, sobre todo para el
sufrimiento, como campo privilegiado para generar testimonio, para evangelizar.
El Cardenal Fiorenzo Angelini delineó bien la importancia del sufrimiento como generador de vida cuando es
compartido: “Es dolor que
puede generar vida lo que proviene del compartir el sufrimiento del otro, mediante la
capacidad de poner al servicio
de los demás la gran lección
recibida de nuestro sufrir personal”14. La convicción del valor del sufrimiento unido al
amor favorece un encuentro
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– Jamás, dolor, podrás cerrarme. Puedo amar en el caballete de tortura (Martín Descalzo).
– Murió a veinte años, agobiada por el dolor. “Nunca la
vieron cansarse de sufrir”
(María Teresa).
– Doy gracias a Dios, porque me ha dado la fuerza para
ver mi realidad (María Dolores).
– “Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto
mis ojos” (Jb 42, 5).
– En mi enfermedad he visto más cercana la paternidad
de Dios y Jesús como amigo y
compañero (Martín Descalzo).
– Estoy contento no obstante mi hijo siga enfermo. El
hospital es una sorpresa (un
padre).
Reflexion final
Para concluir, deseo presentar cuatro voces amigas, cada
una de ellas ha vivido experiencias personales de sufrimiento o cercanas a quien sufre: sus palabras y su modo de
vida son también lugar de encuentro y de evangelización.
• Primera voz: P. Pierluigi
Marchesi (+2002)
Gran defensor de los enfermos, hombre de frontera y con
una gran visión profética; durante el Sínodo sobre la Reconciliación del 1983, frente
al Papa y a los Padres Sinodales, se expresó en los siguientes términos:
“Siempre es edificante llevar a los enfermos a los Santuarios, al menos a los que
pueden hacerlo, aunque no
siempre son los que tienen mayor necesidad: hoy es necesario sobre todo que la Iglesia
emprenda una peregrinación
en los hospitales donde, en
muchos países, se dirigen más
personas que a nuestras parroquias y donde es viva la
presencia de Cristo que desea
la reconciliación”.
Concluía así su intervención:
“… No olvidemos que un
día todos perteneceremos al
pueblo de los enfermos y de
los moribundos, también nosotros; será un modo inevita-
ble de encontrar a Cristo que
nos reconcilia y nos invita a su
Pascua”.
• Segunda voz: vida y
muerte de Anania (+2003)
Su cuerpo murió, su vida
no. Sabía de lágrimas y de sufrimiento, pero los llevó siempre con fuerza de ánimo y de
valor. Fue luz que ilumina sin
ofender, abriga sin quemar.
Murió con estilo de campeón.
Sólo le dimos un adiós temporal. Una cruz de piedra y hubo
silencio de palabras sabias, y
vida depurada de la muerte, y
amor más fuerte que la muerte, y Dios por abrazar después
de 95 años, y amar para siempre. Así vivió y así se fue
nuestro hermano Anania, padre de un amigo mío, Rude.
Su muerte fue llena de vida.
Su testimonio nos infunde gozo y esperanza.
• Tercera voz: un obispo
narra su experiencia (D. Fernando Sebastián, obispo de
Pamplona. Cfr. “La verdad
del Evangelio” Ed. Sígueme,
pág. 793-794)
“… Vuestro obispo se ha
enfermado; nada de grave,
pero será algo largo y complicado... La primera enseñanza
que te da la enfermedad es caer en la provisoriedad y en la
fragilidad de nuestra vida. La
enfermedad es siempre algo
repentino que no está presente
en nuestra agenda. Cuando
estamos sanos, damos por
descontado que seguiremos
siendo sanos y fuertes. Pero
llega el día en que el cuerpo
no responde y nos damos
cuenta que nuestra fuerza
aparente se apoya sobre un
cúmulo, sobre una pirámide
de maravillas, que nosotros no
controlamos y que muy poco
conocemos.
Esta fragilidad forma parte
también de la verdad de nuestra vida, por esto la enfermedad nos ayuda a conocernos
con mayor realismo y nos ayuda a conocer mejor la verdad
de nuestra sociedad.
[…] Somos muchos, valemos mucho, pero lo que somos
y valemos se basa en algo que
no depende de nosotros, que
es anterior a nosotros y que
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escapa a nosotros. La salud,
la vida, todo lo que somos es
un don.
[…] La enfermedad nos hace apreciar también lo que recibimos de los demás. Alguien
debe estar a tu lado para ayudarte a vivir.
[…] En los días de la enfermedad se reza mucho más, se
siente más cercana la presencia de Dios que nos consuela y
nos refuerza, se vuelven más
claras las palabras de Pablo:
‘Te basta mi gracia’. ‘La fuerza de Dios se manifiesta en
nuestra debilidad’. La aceptación de la propia debilidad
ayuda para dar mayor valor a
las posibilidades de los demás
y sobre todo la gran fuerza del
amor de Dios que nunca falta.
La enfermedad es un tiempo
previsor. Se comprende mejor
el misterio del dolor, la fuerza
del amor, la necesaria solidariedad, sabiduría definitiva de
la cruz de Cristo, amor inocente realizado en el dolor como camino de libertad y salvación.
Mi experiencia se ha reforzado por la enfermedad y por
la muerte de dos amigos y hermanos muy cercanos, los obispos Conget y Osés. Ellos nos
han llevado hasta el fondo de
la experiencia y han entrado
por la puerta estrecha de la
muerte hasta el encuentro glorioso con el Dios del amor y
de la vida. De ellos hemos
aprendido a morir y a vivir
cerca de este Dios que nos espera con paciencia y misericordia”.
• Cuarta voz: Jesús Burgaleta reflexiona de este modo:
En Cristo el sufrimiento
“está unido al amor” (SD,
18).
Ya que el sufrimiento es un
hecho, es posible vivirlo humana y positivamente.
La evangelización del enfermo debe ayudar a vivir de modo constructivo la experiencia
del dolor.
¿Cómo?
– tomando conciencia de
nuestra limitación y de nuestra finitud
– preparando el encuentro
con Dios como compañero silencioso
– enseñando a acoger la
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muerte, es decir, a terminar la
vida como un acto de donación, de entrega, de confianza
total, de fusión con los demás
y con Dios.
56
Sólo el amor vivido en la
enfermedad puede dar sentido
a ésta y sólo el amor, la donación puede dar sentido total a
la muerte, que puede ser transformada en el “acto vital por
excelencia”: “Me amó y entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,
20). El amor es también la
fuente más rica sobre el sentido del sufrimiento, que es
siempre un misterio, Dios ha
dado esta respuesta al hombre
en la cruz de Jesucristo (SD
13).
do sanitario: un reto a los religiosos de
la sanidad, en “Curate infirmos” (Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud), p. 113-115. AA.VV.: Vivir sanamente el sufrimiento – Reflexiones a la
luz de experiencias de enfermos, Conferencia Episcopal Española, Departamento de Pastoral de la Salud, Col. Iglesia y
Mundo de la salud, n. 3. RICCARDA LAZZARI, Testimoni della croce e della gioia.
Ed. Camilliane, Torino 1997. ENRICO
AITINI, SANDRO BARNI, “Caro maledetto
dottore” (una carta sobre el cáncer),
EDB Bologna 2001.
S.E. Mons. JOSÉ L. REDRADO,
O.H.
Secretario del Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud
Santa Sede
Notas
1
GIANFRANCO RAVASI, “Fino a quando, Signore? Un itinerario nel mistero
della sofferenza e del dolore”, p. 21
2
MATEO BAUTISTA, Para mi amigo
enfermo, Ed. San Pablo, Buenos Aires
1994, pp. 7-9
3
JUAN PABLO II, Homilía durante la
celebración de la Palabra, Viedma (Argentina), 7.4.1987.
4
Salvifici doloris, 27.
5
REDRADO JOSÉ L., Evangelización y
mundo sanitario: un reto a los religiosos
de la salud, en Curate infirmos y la vida
consagrada, Pontificio Consejo para la
Pastoral de la Salud, Ciudad de1 Vaticano 1994.
6
Revista Labor Hospitalaria, n.
235/1995. Cartas sobre el dolor, p. 5256.
7
RICCARDA LAZZARI, Testimoni della
croce e della gioia, Ed. Camilliane, Torino 1997.
8
Cfr. Un ejemplo concreto, Rev. Ecclesia, Madrid 7 setiembre 1996.
9
JOSÉ L. REDRADO, Curate infirmos,
p. 121.
10
O.c., p. 119.
11
FIORENZO ANGELINI, L’eremo e la
folla, p. 111.
12
Revista Dolentium Hominum, n. 35
13
Pontificio Consejo para la Pastoral
de la Salud, Giovanni Paolo II e la sofferenza, Ed. Velar. Bergamo 1995.
14
FIORENZO ANGELINI, Quel soffio sulla creta, p. 148.
15
O.c., p. 160.
16
Cristo ha enseñado al mismo tiempo al hombre a hacer el bien con el sufrimiento y a hacer el bien a quien sufre.
En este doble aspecto El ha revelado
profundamente el sentido del sufrimiento SD, 30.
17
O.c., 30.
18
JUAN PABLO II, Mensaje para la V
Jornada Mundial del Enfermo, 1997, n.
4.
19
Cf. JOSÉ VICO PEINADO, Profetas en
el dolor, Ed. Paulinas, Madrid 1981. JOSÉ L. REDRADO, Evangelización y mun-
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Sanidad y utopía
¿La humanización de la sanidad es una utopía?
1. Curar al hombre
y carencia de humanidad
El filósofo francés Emmanuel Hirsch, actual director del
“espacio ético” de los hospitales públicos de París, ha declarado que “frente al hospital hay
que tener el deber de utopía”.
Los sistemas sanitarios que todavía tienen como punto de
fuerza el hospital, deben tomar
en consideración los problemas
de la humanización del dolor,
de la dependencia, del aumento
de los enfermos con demencias
y de la invasión de tecnologías
muy sofisticadas. Si no permitimos el encuentro entre la humanidad de los médicos, de los enfermeros, de los técnicos y de
los enfermos, los hospitales se
transforman en empresas anónimas que corren el riesgo de traicionar su vocación humanista.
Sin recurrir a los llamamientos periódicos, a menudo alarmantes, de parte de los diferentes observadores públicos o privados en torno al sistema sociosanitario, debemos tomar conciencia de la situación en la que
se encuentran los hospitales. Lo
hace con un lúcido y apasionado análisis una Nota pastoral
oficial de la Conferencia Episcopal Italiana, Predicad el
Evangelio y sanad a los enfermos, Roma 2006, que en esta
sección de nuestra reflexión lo
tomamos como un texto de referencia precisamente por su fidelidad a la realidad y por su
evidente objetividad y neutralidad.
Quisiera partir del amplio horizonte de las afirmaciones contenidas en la encíclica Deus caritas est, sobre las cualidades de
los agentes sanitarios, tal como
son retomadas por la CEI:
“Por lo que se refiere al servicio que se ofrece a los que sufren es preciso que sean competentes profesionalmente...
Un primer requisito fundamental es la competencia profesional, pero por sí sola no basta.
En efecto, se trata de seres humanos, y los seres humanos necesitan siempre algo más que
una atención sólo técnicamente
correcta.
Necesitan humanidad.
Necesitan atención cordial…” (Benedicto XVI, Deus
caritas est 31, Roma 2005).
La afirmación iluminante sobre la imprescindible alianza
entre ciencia y humanización
permite valuar los contextos de
deshumanización que aún están
presentes en los servicios sanitarios. La CEI no titubea al reconocer una situación que se ha
vuelto inaceptable no sólo para
los creyentes, y ni siquiera para
las personas que viven en la sociedad esperando un servicio
equitativo y respetuoso de la
dignidad humana.
Veamos ahora de cuantas
maneras se presenta la deshumanización en una escala que
parte desde la “carencia de humanidad” hasta la “degradación
de humanidad”. Son palabras
como piedras que nos deben
hacer reflexionar:
“El tema sobre la carencia de
humanidad en el servicio que se
brinda al enfermo está lejos de
haberse concluido. Se advierte
una profunda necesidad de personalizar el acercamiento, de
pasar del curar a la atención, a
considerar la persona en la totalidad de su ser” (Nota pastoral
CEI, cit. n. 14).
El contexto de referencia es
la crisis actual de la asistencia a
las personas que se encuentran
en condiciones de fragilidad
psíquica, y ocuparse de ellas no
se debe reducir al simple suministro de medicamentos. La
verdadera atención debe tener
en cuenta la escucha y la acogida de toda la persona de parte
de agentes que sean motivados,
solidarios y orientados a través
de una formación específica.
“Las iniciativas que tienen
como fin hacer más humano el
servicio al enfermo alcanzan su
significado en la perspectiva de
la hospitalidad.
Se trata de un contexto en el
que hay tensiones, conflictos,
dificultad de diálogo y de comunicación entre las personas
nuevas que se ocupan de la
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asistencia al enfermo” (ibid. N.
25).
En este caso el contexto de
referencia es el hospital actual
en el que junto a la discriminación de las relaciones interprofesionales y, quizás como consecuencia de ésta, crece la deshumanización del servicio. De
hecho, la única cuestión que se
agita hoy en el debate sobre la
sanidad es en torno a la sostenibilidad económico-financiera.
Esta dimensión de gran importancia para la supervivencia
de los sistemas sanitarios y sociales, ha generado una lluvia
de reivindicaciones cada vez
más miopes y pobres de humanidad, que de hecho ponen en
segundo plano la centralidad de
la persona enferma y de sus necesidades que merecerían una
atención diferente.
“La Iglesia considera que la
humanización del mundo sanitario es una tarea urgente y por
tanto la incluye en el ámbito de
la acción pastoral convencida
del alcance evangelizador de
cada iniciativa que tiende a imprimir un rostro más humano a
la asistencia y al cuidado de los
enfermos” (ibid. N. 26).
Aquí podemos advertir el
fuerte llamamiento de carácter
ético para reconocer y promover, mediante gestos de atención y de asistencia, la dignidad
inherente al enfermo que incluso ante la degradación del cuerpo, mantiene su valor como hijo de Dios. Todos los gestos que
se realizan con esta motivación
poseen una carga interior que
los supera y permite el surgimiento de interrogantes en torno al sentido y a la apertura de
espacios de entendimiento que
ayudan para acceder al Evangelio de la vida.
“Leyendo el fenómeno inquietante del degrado de humanidad presente en los servicios
al enfermo – como el prevalecer de intereses políticos y económicos, la excesiva burocratización, la ineficiencia administrativa, el deterioro de la escala
de los valores, la escasa consideración del enfermo como per-
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sona – la Iglesia invita a considerar la raíz de la deshumanización en el pecado” (ibid. N. 27).
La invitación de la CEI, como eco del llamamiento más
fuerte a las estructuras del pecado de la encíclica Evangelium
vitae, dirigido a todos los responsables es aquel de conciliar
los aparentes opuestos de la ética y de la eficiencia. El llamado
a la conversión del corazón para pensar de manera “diferente”
las reformas sociales y sanitarias impone adherir a los valores y la intención de adherir a
un proyecto en el que la regla
de vida sea la caridad a fin de
que se realice una posible civilización del amor.
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yunción que de hecho obra entre las necesidades del hombre
y las de la técnica, que la fascinación que ejercen las performances de la técnica defienda y
salvaguarde la dignidad del
hombre. El paciente tiene temor
ante las múltiples máquinas
tanto diagnósticas como de intervención, parece como si él
mismo estuviera reducido a una
prótesis artificial: encuadrado,
diagnosticado y tratado siguiendo las únicas leyes de la física y
de la química.
Lamentablemente, como a
menudo se evidencia por ciertas
tas técnicas y por la impresión
de omnipotencia que procuran,
no ponen al hombre como centro, sino el servicio. El triunfo
de la técnica, entonces, produce
una cierta caída del sentido humanista de la medicina que se
supervalora hasta el punto de
sustituirse a la naturaleza: lo artificial tiende a sustituir lo natural construyendo un mundo totalmente manipulable.
Pero una ciencia médica tecnologizada que pone semejante
confianza en su poder sobre la
naturaleza hasta prometer la curación de la salud para todos y
teorías económicas y por ciertos modelos sanitarios, se olvida que el hombre no es una máquina que puede funcionar más
o menos bien, no es un producto casual de la evolución, sino
un don de Dios que debe ser
respetado y tutelado en su dignidad espiritual y corporal.
Inicialmente, la técnica biomédica no es neutral – es decir
buena o mala – sino debe ser
considerada como instrumento
y potencialidad de acción que
de por sí también puede estar
no orientada al bien. Ciertas
técnicas modernas, por ejemplo
la fertilización in vitro, la clonación de embriones, la producción de embriones finalizada únicamente al empleo de las
células estaminales y las mismas técnicas anti conceptivos,
prevén desde el inicio acciones
inaceptables en sí desde el punto de vista de la bioética y de la
moral católica.
Los médicos, cada vez más
fascinados por los logros de es-
casi la victoria sobre la muerte,
es requerida para realizar los
“milagros” más portentosos en
nombre de un derecho al goce
de todo lo que es técnicamente
factible. La cuestión del sentido
y de la vocación del hombre
queda completamente alejada, e
incluso se llega a afirmar el recurso a la eutanasia cuando técnicamente no hay más remedios actuales.
Junto con la “caída” del significado elevado que tiene la
medicina, se produce también
la “caída” del valor ético de la
profesión médica, que se reduce simplemente al empleo categórico de las técnicas disponibles: sin tener en cuenta el verdadero bien del enfermo y la relatividad o parcialidad de los
mismos medios técnicos empleados.
El daño mayor es precisamente el de la transformación
del hombre-persona en puro objeto del poder tecnocrático y,
quizás, medio inconsciente de
2. Retos de la modernidad
a la humanización1
Se sabe que la cultura de la
modernidad se funda en el descubrimiento del individuo – el
sujeto de los filósofos – y en la
preeminencia del método científico con la afirmación de la
empresa tecnocientífica.
De este modo se ha determinado una civilización-cultura
materialista que identifica el
progreso con el desarrollo científico y técnico y descuida el
“crecimiento” de la humanidad
que no es precisamente una
mercadería de intercambio.
La cultura sanitaria ha corrido el riesgo de deshumanizarse
porque mistifica o tecniciza los
problemas vitales del hombre,
limitando la relación médicoenfermo a un encuentro de roles, personal curante-paciente.
De aquí la invasión tecnológica
que parece sustituir incluso las
decisiones humanas con aquellas automatizadas de la robótica. De hecho, ninguno puede
negar que la empresa técnicocientífica ha impuesto hoy una
transformación tanto en la organización sanitaria como en el
ejercicio de los servicios médicos dentro y fuera del hospital.
Pero este desarrollo ha conducido a un predominio de la
técnica que se pone en cierta
tensión con la concepción humanista de la medicina clásica.
Dicha oposición dialéctica entre la exaltación de la técnica y
la ética médica, parece ser hoy
el reto verdadero y real lanzado
a la humanización de la tecnología. Parece difícil, en la dis-
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una transformación finalizada a
la manipulación de la misma
identidad humana.
En mi opinión, aquí reside el
reto mayor de la modernidad
hacia la medicina; por un lado
consiste en considerar el hombre solo como un compuesto
material y, por el otro, en producir la deshumanización de las
relaciones.
En la historia humana y en la
vida social de todos los días están presentes la tentación y el
riesgo de que los hombres retrocedan hacia un estadio de
deshumanidad. Aún resuenan
en el espíritu de los contemporáneos las palabras de la encíclica Evangelium vitae (1995)
con la que Juan Pablo II alertaba contra la cultura de muerte
que impregna ciertas esferas de
nuestra civilización, produciendo una falsa cultura de los derechos humanos y el ansia de eliminar a las personas no productivas de la sociedad: recién nacidos prematuros, personas diversamente hábiles o los ancianos, introduciendo el aborto y
la eutanasia como un derecho.
Precisamente contra la deriva
de la separación entre razas, la
discriminación en categorías
sociales opuestas y el prevalecer de los intereses económicos
sobre la búsqueda del bien común, el movimiento cultural de
la humanización aparece como
la propuesta para una nueva visión del hombre-en-sociedad
que desea embargar los saberes
y las técnicas operativas capaces de cambiar la cultura utilitarista en modelos actuales de vida social.
En efecto, los servicios sanitarios, insertados necesariamente en las dinámicas socio-económicas reguladas por las leyes
y administradas por la política,
no pueden considerarse como
obras altamente humanizantes,
si no se coloca el respeto de cada hombre y de todo el hombre
como centro de toda institución
social.
En esta línea nos impulsaba
proféticamente Juan Pablo II
cuando, al introducir los trabajos de la X Conferencia Internacional del Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud, declaraba en 1996: “El campo sanitario y de la salud... ofrece innumerables confirmaciones de
la posibilidad concreta de un fecundo sodalicio entre razón y fe
para construir, en las libertades
y en el pleno respeto de la persona humana, la civilización de
la vida que, para ser realmente
tal, debe ser también civilización del amor” (Dolentium Hominum, ibid. p. 8)
3. Puntos fuertes de un
mensaje profético
por actuar
La oportunidad para profundizar nuestro tema nos lo ofrece
la reciente publicación de un
volumen titulado Umanità. Storia e utopia que recoge los escritos del Hno. Pierluigi Marchesi definido por sus contemporáneos como el “profeta de la
humanización”.
Bajo la aparente facilidad de
sus escritos se esconden, como
bajo la punta de un iceberg, una
amplitud y una profundidad de
pensamiento y de pasión que
implican al que trate de sumergirse para sacarlos a relucir.
Su pensamiento y pasión
provienen de muy lejos, han
compenetrado la vida y la acción del autor, han obligado a
los hermanos religiosos y al
mundo laico sanitario para que
en primer lugar cambien su
planteamiento mental y afectivo, y luego aquel operativo, con
el fin de emprender luego un renovado entendimiento y una saludable relación con el enfermo.
Los escritos abarcan también
los años difíciles para la sanidad y son el testimonio del tormento de un religioso hospitalario que ve la separación y a
veces incluso la incoherencia
existente entre la profecía y la
realidad, y con todas las dificultades para implantar los valores
de la humanización en la vivencia cotidiana de la realidad sanitaria.
Su mensaje nos provoca para
salir de la limitada y a menudo
mezquina rueda de las obras, de
las familias religiosas e instituciones a las cuales pertenecemos e impone una mirada a 360
grados sobre las nuevas y variadas necesidades de los hermanos enfermos.
Según el P. Luigi Marchesi,
la humanización se debe convertir en ideal de la política que
supere los límites del cálculo financiero y de la simple gestión
de budget, para reproponerse
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dentro de una ética política en
un mundo como el nuestro que
quizás ha perdido la visión del
objetivo fundamental de la promoción humana, él emplea el
martillo de su palabra para presentar el razonamiento ético en
cada una de sus intervenciones.
Citamos algunos pasajes de
la antología que recoge dichos
textos en sucesión cronológica,
como puntos de referencia para
actuar un proyecto de humanización.2
a. Humanización: alianza con
el hombre (1981)
La propuesta de «humanización» no es una ideología ni
una filosofía, sino representa un
proceso para reiniciar nuestra
alianza con el hombre que sufre, alianza que corre el riesgo
de perderse porque quizás hemos perdido aquella con Dios.
Nosotros que creemos en el
misterio, que creemos en Dios
por fe y no por una adhesión
conformista y ritualista, debemos admitir que nuestro «servicio por amor al prójimo» proviene de nuestro ser cristiano en
sentido pleno. Ahora bien, siguiendo las huellas de nuestro
Fundador, nuestro prójimo son
directa y prioritariamente los
hombres que sufren. Por consiguiente, nuestra vida tiene una
orientación precisa desde el
momento que hemos elegido
entrar en la vida religiosa de los
Hermanos de San Juan.
Debemos admitir que es fatigoso mantener dicha orientación y si hemos perdido incluso
una parte de ella, es fatigoso recuperarla. Pero no tenemos otra
alternativa. Es esta reconquista,
es este vínculo «de sangre» entre nosotros y el enfermo que
yo denomino «humanización».
La Iglesia, en cuanto somos
miembros vivientes de ella, nos
anima a fin de que nuestras
obras y actividades «sigan manifestándose como lugares privilegiados de evangelización,
de testimonio de la caridad auténtica y de promoción humana» – discurso del Papa a las religiosas brasileñas –, (Umanizzazione, storia e utopía, p. 44).
b. Humanidad: un fármaco que
es preciso utilizar
El hospital-empresa se reconoce de inmediato: en él se ha-
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bla de provecho, de cantidad de
presencias, de niveles de retribución, de habitaciones equipadas, de moquete en las oficinas,
de preocupaciones económicas:
nunca se habla del enfermo,
salvo considerarlo como objeto
que debe garantizar una satisfacción económica en los balances de la obra. No hay necesidad de ser contrarios a la modernización del hospital. Antes
bien, es bueno que muchos concedan la debida importancia a
la modernidad, a la eficiencia, a
la respuesta técnica y espacial a
nuestras obras. La eficiencia
ciertamente es un valor, un gran
valor. Pero no es el único.
¿Qué cosa distingue una empresa de un hospital? El hecho
de que el hospital produce salud
y no sólo resultados económicos. Desea producir bienestar
para un hombre que se encuentra en un estado de malestar. La
deshumanización del hospitalempresa es difícil verla a primera vista. En general el hospital es bello, moderno, construido hace poco, rico de enfermos.
Pero ¿dónde está la humanidad? ¿Dónde está la humanidad
si se dedican horas para hacer
balances y pocos minutos para
discutir sobre los enfermos,
acerca de sus problemas incluso
asistenciales? El hospital-empresa no es nuestro modelo, es
parcial, insuficiente y, por tanto
no es aceptable. La más alta eficiencia posible nunca jamás debe constituir un pretexto para
sustraer al enfermo nuestra
atención personal y la de nuestros colaboradores.
«De modernidad se puede
morir» dice un slogan actual.
En cambio, de humanidad se
vive, se espera y se sana. Y
cuando no se logra curar, se
muere en paz. Porque la humanidad no es solo algo bueno
que hay que dar en forma paternalista, sino un verdadero recurso, es una competencia que
tiene valor terapéutico, es un
«fármaco» a veces el mejor que
está a disposición del hospital
(o.c. p. 61).
c. Humanización: acto de
justicia y de caridad (1981)
Cuando hablamos de humanización, no podemos limitarnos simplemente a decir que
junto a nuestra hospitalidad debemos insertar el amor, la Hu-
manitas: debemos recordar que
nuestra hospitalidad tiende a
acoger al que está afligido por
las tribulaciones, además que
por la falta de alimento y de fármacos; que la humanización
tiene su colocación más auténtica en el carisma de la hospitalidad, y, por tanto, aquí está ese
algo más, o mejor, ese algo diferente, por lo que nuestro hospital debe ser no sólo una clínica, un hotel, una oficina, sino
un lugar abrigado por el «afecto» y donde el enfermo ve satisfechas sus exigencias morales,
espirituales,
sobrenaturales,
además que psicológicas y sociales.
En nuestras obras – a menudo financiadas por leyes civiles, por lo que la asistencia corporal y técnica está asegurada –
cometemos un pecado muy
grave si nos limitamos únicamente a custodiar al enfermo
(función carcelaria) o a garantizarles una buena eficiencia
(función empresarial). Es el
pecado contra la justicia y contra la caridad. Nuestra tarea es
garantizar la justicia al enfermo con un tratamiento rico de
competencias. Pero también es
tarea nuestra, fuera de las leyes
humanas, respetar el derecho
sagrado que tiene el hombre
que sufre de obtener respeto,
entrega, amor, comprensión,
transparencia y solidaridad. Es
a favor del hombre que debemos inflamarnos y no para
mantener poder o conquistar
diplomas: a veces nos animamos por las cosas y nos enfriamos por el hombre. No debemos dar solamente el pan, sino
también nuestra persona. A la
pregunta si la humanización es
un acto de justicia o de caridad
respondería de inmediato: hoy
es lo uno y lo otro. Es de justicia, porque de este modo respetamos el derecho del hombre
sancionado por las leyes humanas; es de caridad, porque respetamos una necesidad, la
atención, que ninguna ley puede regular e imponer. La caridad, el amor caritativo, debe
subvenir aún más allí donde el
derecho humano aún no ha llegado a proteger al hombre en
sus necesidades y marcar el camino, indicar y favorecer el advenimiento de la justicia. De
este modo la caridad se convierte en instrumento de justicia mucho más eficaz que cualDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
quier reforma o revolución social (o.c. p. 100).
d. Humanizarse para
humanizar (1981)
Humanizar el hospital comporta por cierto modificar las
estructuras. Ante todo comporta
la modificación de nuestra relación con los agentes, con los
parientes y, finalmente, con el
enfermo.
Nosotros debemos aprender
a asumir nuestra humanidad
para ofrecerla al enfermo y a
identificar nuestra deshumanidad para detenerla, para disminuirla, con la ayuda de una vida
de oración, de estudio, de formación permanente que, digo
una vez más, contemple no sólo
nuestro saber sino también
nuestro ser.
Nuestro punto central es tratar con determinación proponernos en modo diferente al enfermo, de manera que lo coloquemos como centro del hospital y de la atención de todos los
agentes. Puede parecer que es
muy poco afirmar y sostener en
la práctica la centralidad del enfermo, pero estoy seguro que en
muchos de nuestros hospitales
esta centralidad está ofuscada.
Pues bien, si este diagnóstico
fuese confirmado, nosotros no
podremos dormir tranquilos
hasta que el enfermo no regrese
a su lugar, a aquel lugar que
San Juan de Dios lo identificó
muy bien. Y nosotros sus secuaces, valientemente, listos incluso a transgredir viejas costumbres y comportamientos que
ya no están orientados, podemos y debemos renovar cada
día nuestra antigua alianza con
el hombre que se dirige a nosotros aún a sabiendas que de nosotros puede recibir esa colocación central que difícilmente
encontraría en otras partes.
La humanización del hospital
no se realiza fuera de nuestra
humanización. ¡Aún no existe
en comercio el fármaco que
puede humanizar al hospital! Si
es verdad que el hospital humanizado es un hospital diferente,
radicalmente diferente, en
cuanto a comunicaciones, poder, estilo de decisión, vida
afectiva, etc., es igualmente
verdad que para ser diverso, tiene necesidad sobre todo de religiosos maduros, o que se comprometan a ser tales, y de una
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comunidad rica, siempre pronta
al crecimiento humano y espiritual (o.c. p. 110).
e. Hospitalidad encarnada en
la historia (1986)
Nuestro carisma nos invita,
pues, a entrar en el templo del
hombre concreto, hoy. Nos advierte también que debemos
cambiar según el tiempo y el
hombre, sin garantizar que dicho cambio sea sin dolor. Quizás es más fácil afrontar los
riesgos de la sabana o del desierto que anunciar nuestro carisma a gente instruida, con facultades críticas considerables,
pero con nuevas necesidades
por satisfacer «en el ambiente
tecnicizado y consumista de la
sociedad moderna en la que se
descubren cada día nuevas formas de marginación y de sufrimiento; nuestro apostolado
hospitalario es plenamente actual». Lo leemos en nuestras
Constituciones.
Somos nosotros, queridos
hermanos, que corremos el riesgo de no ser actuales si no fijamos la mirada en las marginaciones y en los sufrimientos del
hombre contemporáneo.
Debemos aliarnos, por tanto,
con quienes – incluso colaboradores laicos – desean crecer
junto a nosotros y a menudo caminan delante de nosotros. Juntos responderemos mejor a
nuestra llamada, a la nueva cultura del Hombre, del Tiempo y
de la Vida, un esfuerzo de investigación y de experimentación que quizás nunca nuestra
Orden ha tenido que afrontar de
modo tan urgente (o.c. p.127).
f. Los religiosos en la sanidad:
guía y conciencia crítica
(1986)
Ya he mencionado en las partes iniciales del documento que
además de ser testigos y guías
morales, nosotros debemos intervenir también de manera crítica en el mundo de la sanidad.
De hecho, no es suficiente trabajar duramente en nuestros
hospitales, es necesario dedicar
tiempo al estudio de los fenómenos vinculados con el proceso sanitario, para orientarlos hacia el máximo bienestar de la
persona. En el documento anterior sobre la humanización, he
buscado exponer algunos conceptos al respecto. Aquí quisiera insistir más bien en el hecho
de que hoy se tiende a tener una
excesiva confianza en los recursos técnicos que (y no siempre
por razones humanitarias) se
ponen a disposición del mundo
sanitario. Esto explica también
la facilidad con la que algunos
gobiernos y parlamentos han
promulgado leyes en materia de
aborto, de eutanasia y de intervenciones para manipular las
estructuras genéticas. Debemos
contrastar dichas tendencias.
Pero para hacerlo de modo eficaz es necesario estar al día, conocer a fondo los diferentes
problemas, evitando acusaciones estériles o posiciones defensivas rígidas abstractamente.
Y sobre todo cuando vemos
amenazada la sacralidad del
hombre, de cualquier parte provenga la amenaza, debemos tener el valor humano y religioso
de intervenir.
No podemos callar frente a
injusticias, traiciones, perezas,
ante soluciones deformadas de
lo que la humanidad y la fe nos
sugieren. Está de por medio
nuestra vocación, nuestro compromiso como aliados de la humanidad que sufre. Callar en
estos casos equivale a otorgar.
Pero una vez más para hablar,
para indicar caminos nuevos y
justos, debemos poseer una
preparación adecuada para estar
a la altura de la tarea. Lamentablemente no siempre es así. Y
regresamos a la indispensable
colaboración de los laicos. Para
afrontar victoriosamente los retos del tiempo, nos sirve una
conexión, un intercambio continuo con expertos de las diferentes materias: profesionales de
las ciencias médicas, biológicas
y humanas, que sean capaces de
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garantizarnos aquella preparación que no podemos dejar de
contar, hoy (o.c., p. 170).
g. Humanización de la muerte
(1986)
Pero detengámonos sobre un
tercer aspecto ya mencionado.
Frente al enfermo grave, a menudo también nosotros perdemos las esperanzas, nos sentimos inútiles y lo abandonamos
en espera de que llegue el momento inexorable. ¡Qué visión
corta de la vida y de la muerte,
qué modo de apegarse a un papel de agentes técnicos que se
olvidan que el término salud
significa también «salvación»,
es decir vida del alma! Por esta
razón el hospital se ha convertido hoy en un lugar de muerte
solitaria. Un corazón que se detiene no hace rumor, sin embargo en nosotros debería suscitar
un fuerte eco. La muerte, como
la vida, no es un acto exclusivamente individual. También
aquella de los demás de algún
modo nos toca de cerca.
Corresponde a nosotros, dentro de nuestros límites humanos
que ciertamente no pueden
cambiar los destinos, eliminar
ese sentido como de «salvaje»
en la imagen de la muerte solitaria con los tubos de plástico,
que clamorosamente hace revivir el antiguo horror del cadáver putrefacto abandonado en el
campo.
¿Qué civilización sería sino
aquella en que cambiaran las
formas del horror, pero no la
sustancia? (o.c. p. 211).
h. Humanización del hospital
(1988)
El enfermo que es internado
en un hospital espera ser curado
confiando que la medicina moderna piensa en la “recuperación” de la salud. Espera informaciones accesibles a su comprensión y no veladas por una
terminología indescifrable. No
quiere verse tratado como un
número anónimo, como el caso
patológico x/y, sino como un
individuo que sufre de una determinada enfermedad, como
persona irrepetible que es respetada en su enfermedad. El enfermo desea sentirse acogido en
una atmósfera llena de calor humano”.
Se nos permita preguntar
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aquí: ¿en qué medida los médicos son esclavos de la convicción que postula la salud como
factibilidad, en qué medida se
abusa del cuerpo reduciéndolo
a una máquina y considerando
a los órganos humanos como
elementos de esta máquina?
(Discurso del Santo Padre dirigido a los participantes en el II
Congreso Internacional de los
Colaboradores Laicos – Roma,
marzo 1988).
¿Cómo se define la salud?
¿Quién la define? La salud, algo factible, esta es la idea (no)
pronunciada por el médico que
por un lado parece movido cada
vez más por hilos invisibles de
la tecnología en la medicina y
que, por el otro, se da cuenta
cada vez menos que se las da
de Dios.
El médico “moderno“ absorto totalmente por la aplicación
de su medicina mecánica al objeto órgano, cuerpo u hombre
corre el riesgo de volverse a entregar a la “presión de conformarse a Dios”, el concepto ha
mites del cuerpo humano. En lo
que concierne a esta división
entre el decir y el hacer la medicina mecánica niega la existencia de confines antepuestos a la
ciencia y a la conciencia. Los
confines antepuestos en defensa
de la dignidad de la persona humana y de la inviolabilidad del
misterio de su cuerpo y de su
alma son violados de manera
brutal.
Prisionero inexorablemente
en la “máscara” del hombre de
ciencia, el médico nunca podrá
admitir abiertamente su impotencia entendida en sentido positivo (o.c. p. 260).
i. Humanización y psiquiatría
(1988)
La persona afectada por una
enfermedad psíquica tiene necesidad de ser reconocida como
persona enferma, como paciente, como ser humano atormentado, como persona que padece
el dolor. El enfermo psíquico a
menudo “experimenta” las pe-
asomarse al mundo de la vivencia personal del enfermo, Aventurarse en su locura, luchar junto con el enfermo contra su locura partiendo desde su mundo
alucinado y contraponer un sentido auténtico a este mundo.
Solamente de este modo también es posible responder a su
necesidad de concebir su enfermedad psíquica como curable,
como enfermedad con la cual (y
contra la cual) se puede vivir.
Así como para las enfermedades físicas, también en el ámbito de las enfermedades psíquicas existen formas curables y
formas incurables, incluso si se
considera el concepto de “individuo” (que significa ser invisible) no existe ni la enfermedad
física “pura”, ni aquella exclusivamente psíquica. El paciente
tiene necesidad que su ambiente acepte su enfermedad sin “si”
y sin “pero”, sin mistificaciones
(obsesionado, poseído por un
espíritu, endemoniado) y sin estigmatizaciones (“Lo ha querido, no me da pena por nada, no
quiere ser ayudado...”). Una
vez curado, rehabilitado, en posesión de su salud, la enfermedad no debe convertirse en una
marca para el interesado y para
su familia (o.c. p. 270).
l. Humanización de los
profesionales (1996)
sido tomado en préstamo al filósofo Markquard. La dignidad
de la persona humana es inviolable. Pero “al reparar”, esta
medicina que está reducida a
pura y simple intervención de
reparación, ignora el alma, la
psique, incluso cuando a menudo habla de unidad entre cuerpo
y alma, y aún cuando recurre
fácilmente al empleo del término “psicosomático”.
Hablar de unidad del cuerpo
y del alma sirve como cobertura
para la manipulación casi sin lí-
sadillas y los tormentos de un
mundo imaginario cruel. Como
paciente tiene, pues, un fuerte
deseo de amor, de atención y
comprensión. A su deseo “loco”
de entendimiento se podrá responder sólo si estamos dispuestos a acoger su tormento en
aquella dimensión y en aquella
complejidad que él nos comunica absteniéndonos de toda
tentativa de valorar racionalmente su vivencia desde su
punto de vista.
Compartir significa entonces
DOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
En los últimos treinta años
nos hemos esforzado, quizás
con grandes éxitos, para definirnos con respecto a todas las
figuras de trabajadores que pueblan la ciudad y han conquistado fatigosamente el derecho a
ser representados oficialmente
en los lugares en donde se toman las decisiones sobre las
suertes políticas de una sociedad civil.
Si deseamos mirar al futuro
debemos renunciar al orgullo
de las definiciones. Debemos
asumir actitudes y comportamientos que determinen un
nuevo saber sobre la enfermedad, sobre la salud y sobre las
condiciones de vida del hombre.
Debemos imponernos un camino renovado de humanización en el que nosotros mismos
somos objeto de nuestros propios cuidados. Ante todo humanizándonos y no humanizando
sólo nuestras prácticas profesionales.
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El problema que se plantea
en la post-modernidad para nosotros, es decir en la época en la
que la falta de reglas precisas
para las instituciones y los organismos sociales hacen que el tejido social sea más fluido, es el
de reconocernos ante todo como humanos y congéneros
(o.c., p. 342)
m.La mujer consagrada en el
servicio de humanización
(1990)
Al romper con las tradiciones
judías, Cristo confirió a las mujeres un puesto fundamental en
la percepción del mensaje (Lucas 1, 42) así como en la transmisión profética (Juan 4, 42).
Por tanto, a la mujer corresponde prioritariamente un carisma de compasión que debería ser reconocido y ejercido en
la Iglesia como un verdadero
ministerio. En la Iglesia primitiva las diaconisas (Rm 16, 1; Tm
3, 11) asumían ante todo un servicio de oración y de compasión hacia pobres y enfermos,
así como también un papel litúrgico en el bautismo de las
mujeres. María de Nazareth sigue siendo la mujer, signo humilde y eterno de aquella maternidad en el espíritu cuyo perfume ha llenado toda la casa del
Rey, como las plantas de rosas
(Sir, 24, 14; Ct 1, 12).
Según S. Pablo (ICo 12, 4) el
ministerio y el carisma se rehacen en Cristo y en el Espíritu,
respectivamente. La relación
que hay entre ellos como respuesta diferenciada a una idéntica vocación, fue retomada por
Juan Pablo II durante la vigilia
que se realizó en París en 1980:
“La experiencia de dos milenios nos enseña que en esta
obra fundamental, la misión de
todo el pueblo de Dios, no existe diferencia esencial alguna
entre el hombre y la mujer. Cada uno en su género según las
connotaciones específicas de la
femineidad y de la masculinidad, se convierte en este hombre nuevo, es decir, este hombre
para los demás, y como hombre
se convierte en la gloria de
Dios. Si esto es verdad como es
verdad que la Iglesia en su jerarquía está dirigida por los sucesores de los Apóstoles y, por
tanto, por hombres, es aún más
verdadero que en el sentido carismático las mujeres la guían
como los hombres y quizás aún
más. Os invito a pensar a menudo en María, madre de Cristo”
(o.c., p. 366).
n. La vocación al servicio de
los enfermos (1990)
Restituir el sentido de profecía a las actividades que promueven las vocaciones al servicio de los enfermos debe imponer un cambio radical de las
orientaciones dadas hasta ahora
a demasiadas formas de reclutamiento. Debemos tener el valor
de no poner más al centro de las
actividades la “economía”, la
gestión de cada uno de los institutos religiosos o la “supervivencia” de cada una de las familias religiosas, sino finalmente las nuevas y diversas necesidades de nuestros hermanos enfermos (o.c., p. 384).
o. Humanización y retos para
el futuro (1991)
Me parece que es justo tomar
conciencia del hecho que no se
puede reducir el futuro a una
ruptura con el presente. Este
presente debe ser vivido como
futuro posible. Por tanto, los retos del futuro son los retos del
presente.
En lo que se refiere al servicio a los enfermos y necesitados es necesario considerar los
sistemas sanitarios integrados
en el más amplio sistema socioeconómico-político. De hecho,
las soluciones de los problemas
de salud de una población no se
pueden afrontar ni siquiera lejanamente si no hay una solidaridad humana en los proyectos
políticos y un coherente empleo
de los planes económicos y financieros (cfr. Juan Pablo II,
Centesimus annus, 1991).
La lucha al SIDA constituye
hoy un terreno importante de
esta interrelación que no se
puede eliminar. Y no habrá soluciones eficaces si no se construye una red capaz de mejorar
las condiciones de vida de las
personas con comportamientos
desviadores.
Es imposible afrontar la complejidad de los sistemas con la
mentalidad dogmática y con la
simple buena intención; se necesitan nuevas mentalidades y
nuevas culturas que den espacio
a las capacidades personales y
abran caminos nuevos de coDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
municación entre ética y saber
científico, entre humanización
y práctica médica, entre conciencia privada y profesiones,
entre fe y militancia en las instituciones.
A este proceso revolucionario de síntesis entre teoría y praxis hay que vincular la búsqueda de la paz y la integración de
todos los hombres en un movimiento ecuménico que construya la unidad de la humanidad.
Tenemos necesidad de cristianos adultos que sean capaces
de proyectar el futuro (o.c., p.
411).
p. Pietas, religión y
humanización (1992)
El término pietas es para nosotros diferente de los significados que asume generalmente
el término italiano pietà a menudo asimilado a la compasión
o a la conmiseración. Su raíz
más antigua nos remonta a la
misma raíz de la palabra religión, porque es pío el hombre
que reconoce a la divinidad – a
su Dios – una prioridad y una
trascendencia a la cual venerar
e invocar, propiciar y contactar,
precisamente a través de la religión. El hombre pío, al contrario del impío, es el que atestigua su humanidad como “significativa y significante” por la
relación con Dios a quien bendecir y alabar, reconocer y
amar.
En esta referencia a la piedad
religiosa, la humanitas logra las
connotaciones no de una abstracción teórica, sino de un conjunto existente, individual y experimentable de personas humanas autónomas pero vinculadas y sostenidas por la trascendencia. Cuando digo hombre y
humanización, quiero decir
trascendencia, inteligencia y
espiritualidad, es decir, conexión estructural con el mundo
de lo divino. No puedo reconocer a Dios si no reconozco la
dignidad del hombre, sobre todo del necesitado.
Me habéis provocado como
hermano para recordar que Juan
de Dios fundador de los frailes
hospitalarios identificó en este
vínculo constitutivo entre humanitas y pietas, la base para
una atención religiosa diferente
hacia los enfermos y la razón
para construir un hospital propio.
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La revolución evangélica,
que él condujo hasta las consecuencias extremas, consiste
precisamente en identificar los
destinos del hombre, sus necesidades, sus errores y turbamientos, sus deseos, sus programas, su cuerpo sano o enfermo,
como objetivos de un proyecto
en el que está implicado Dios
mismo. El amor de Dios al cual
corresponde la pietas que nos
une a Dios y a los hombres.
Por tanto, para mí humanización significa pietas, pero también misericordia, promoción
de la humanidad del hombre en
toda estructura de lo social y en
la vida civil organizada, transformación continua de las estructuras al servicio de la dignidad del hombre especialmente
enfermo y por tanto intrínsecamente necesitado. Y esto como
“servicio” a Dios (o.c. p. 433).
q. Humanización y valor de las
técnicas (1992)
Ninguno puede negar hoy
que la empresa técnico-científica ha venido a transformar radicalmente no sólo la organización sanitaria en su conjunto,
sino sobre todo el ejercicio de
cada uno de los servicios médicos hospitalarios o no.
La técnica, que a través de la
tecnología se conjuga con la
ciencia, se ha constituido como
un conjunto de sistemas autónomos que se afirman de modo
autónomo por otros sistemas
como aquellos sociales, éticos,
económicos. La esencia del método técnico-tecnológico es realizar el efecto querido con el
máximo de eficacia. En cuanto
tal, debemos reconocer que el
hombre pone en juego los valores de los conocimientos y de la
creatividad en las invenciones y
aplicaciones de la técnica.
Refiriéndose a la presencia
humana en el campo de la distribución de los bienes, el Papa
escribió en la Centesimus annus: “Existe otra forma de propiedad, concretamente en nuestro tiempo: es la propiedad del
conocimiento, de la técnica y
del saber. Organizar ese esfuerzo productivo, programar su
duración en el tiempo, procurar
que corresponda de manera positiva a las necesidades que debe satisfacer, asumiendo los
riesgos necesarios... Así se hace
cada vez más evidente y deter-
minante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y
el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor,
como parte esencial del mismo
trabajo (CA 4, 32).
Bastaría comentar este texto
para ver el valor de las técnicas.
Pero creo que se puede voltear
también aquí la perspectiva y
preguntarnos si debe haber una
relación entre ética y técnica y
por tanto hablar de valores en la
técnica (Umanizzazione: Storia
e utopía, 438).
De hecho, si es verdad que la
técnica es un modelo creativo
de transformación de la naturaleza, debe ser verdadero que el
mundo de la técnica es imputable a nosotros agentes técnicos,
en todos los niveles. Ante las
capacidades de la técnica que
son cada vez más eficaces e
“invasivas” como se dice en
medicina, debemos darnos
cuenta que la previsión de los
riesgos y la memoria del futuro
deben ser inseparablemente reconocidos como principios por
respetar en el actuar médicotecnológico.
Aquí se identifica el papel de
la política en la sanidad con su
capacidad de confrontar las necesidades reales de la gente con
las realizaciones de la técnica
para intentar establecer las responsabilidades existentes entre
sistemas técnico-sanitarios y
sistemas atropo-sociales (o.c. p.
438).
r. Ser formadores para la
humanización (1992)
Pues bien, sigamos predicando la importancia de la humanización, pero comencemos a
idear al menos nuevos modelos
de formación para nosotros religiosos y para los agentes sanitarios a fin de identificar estrategias y métodos válidos para
cambiar la existencia del enfermo en el hospital y en la sociedad.
Una formación que saque a
relucir los principios necesarios
no sólo para ayudar al enfermo,
sino para dar un papel positivo
en la protección de la salud, es
decir, hacer formación a favor
de la medicina del día antes y
no del día después.
Debemos diseñar nuevos
perfiles profesionales para que
dentro y fuera del hospital se
realicen concretamente iniciatiDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
vas, acciones y programas de
educación, de prevención y de
rehabilitación. Teniendo la convicción de que la salud es un estado de equilibrio entre exigencias del cuerpo y del alma, debemos formar a formadores que
sean capaces de ir más allá de la
técnica y de cada una de las
ciencias para identificar objetivos formativos más completos
(o.c., p. 455).
s. Ideas para definir la
humanización (1992)
Llegados a este punto tratemos de definir la “humanización”: algo muy complejo en
palabras y más sencillo en la
acción; entre muchas, podemos
intentar esta primera formulación. La humanización consiste
en una actitud mental, afectiva
y moral que obliga al agente a
repensar continuamente sus esquemas mentales y a remodelar
las costumbres de intervención
y sistemas terapéuticos y asistenciales para que se orienten al
bien del enfermo que es y sigue
siendo una persona en dificultad y por tanto vulnerable, incluso porque no siempre es capaz de formular de modo correcto y directo la propia necesidad auténtica.
Mucho más articulada y estimuladora aparece la definición
que da el Papa Juan Pablo II en
un célebre congreso “Humanización de la medicina” que se
realizó en Roma en 1987:
a) «En el ámbito de la relación individual, en que humanización significa apertura a todo
lo que puede predisponer para
entender el hombre, su interioridad, su mundo, su cultura.
Humanizar esta relación comporta al mismo tiempo un dar y
un recibir, es decir, crear aquella comunión que es “participación ”total”».
b) «En el plano social, la instancia de la humanización se
traduce en el compromiso de
todos los agentes sanitarios que
tiende a promover, cada uno en
su propio ámbito y según sus
competencias, condiciones idóneas para la salud, para mejorar
estructuras inadecuadas, para
favorecer la justa distribución
de los recursos sanitarios, para
hacer que la política sanitaria
en el mundo tenga como fin solamente el bien de la persona
humana».
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De este modo la inteligencia
y la racionalidad del pueblo de
Dios están llamadas a actuar la
humanización como modo de
relacionarse con el enfermo. En
síntesis, el modo mejor para humanizar la medicina consiste en
tratar a los pacientes como personas, respetar su dignidad, hacerles partícipes de las decisiones que conciernen su vida y su
salud (o.c., p. 462).
t. Hospitales católicos y estilo
de servicio (1999)
Los profesionales sanitarios
y los voluntarios hospitalarios
católicos deben asumir la tarea
de rediseñar un nuevo pacto de
solidaridad entre las instituciones y los ciudadanos, si no se
quiere correr el riesgo de destruir la unidad de la sociedad
humana.
Para concluir, no puedo callar sobre lo que en este futuro
próximo debe ser el papel de
los hospitales católicos: “católicos”, es decir, universales por
su vocación.
Nuestros hospitales deben
encontrar la forma como expresar la unicidad y la originalidad
de su vocación. Un hospital católico, inspirado por la caridad
de Dios hacia el hombre, debe
reconocer aquel estilo de comunión que curando los cuerpos se
preocupa de la salvación de las
personas, para construir la comunidad de los salvados. Debemos animarnos a encontrar líneas comunes de acción que,
retomando algunas reflexiones
sobre la identidad católica desarrolladas en otros sectores, quisiera sintetizarlas como sigue:
la catolicidad de una estructura
es la palanca, de manera crítica,
sobre el compromiso de su personal para concebir la asistencia sanitaria como ministerio.
En esta perspectiva son vitales
tres factores: el cuidado de la
calidad, la búsqueda de la justicia social y la solicitud hacia
los pobres (o.c. p. 511).
u. Juan de Dios, modelo de
humanización (1995)
Juan de Dios, fundador de los
religiosos hospitalarios, identificó en este vinculo constitutivo
entre humanitas y pietas la base
para una diferente solicitud religiosa hacia los enfermos y la
motivación para construir un
hospital propio, signo papable
del alma del carisma de hospitalidad.
La revolución evangélica que
llevó a cabo, consiste precisamente en identificar los destinos del hombre, sus necesidades, sus errores y turbamientos,
sus deseos, sus programas, su
cuerpo sano y/o enfermo, como
objetivo de un proyecto en el
cual está implicado Dios mismo: el amor de Dios a quien corresponde la pietas que nos une
a Dios y a los hombres.
En nuestra tradición, pues,
humanización significa pietas,
misericordia, promoción de la
humanidad del hombre, orientación de las instituciones a la
promoción de la dignidad humana: y todo como “servicio” a
Dios.
Mi orientación desea ser un
método orientado lógicamente
como meditación de tipo religioso.
S. Juan de Dios tuvo la inspiración en un modo preciso de
servir a Dios en los enfermos;
propuso un modelo coherente
de hospitalidad capaz de inspirar otros modelos de humanización, pero que no se puede explicar sin una referencia al Dios
“Padre de Nuestro Señor Jesucristo” (o.c., 516).
v. Humanización y fe en Dios
(1997)
Retomando el modelo terapéutico, que fue denominado
por los históricos como método
de dulzura, hemos reinterpretado la rehabilitación como instrumento de verdadera humanización y no sólo como una ejecución técnica de protocolos...
Siguiendo las convicciones teóricas de los modelos de rehabilitación debemos evitar homoDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
logar a todos los pacientes en
historias paralelas o que se pueden sobreponer siguiendo ante
todo las desviaciones individuales más que nuestras propias
recetas técnico-científicas.
El hombre, incluso el demente, es hecho a imagen de Dios y
debe ser respetado precisamente por su debilidad extrema que
constituye la vulnerable originalidad.
El hombre siempre es hecho
a imagen de Dios sobre todo
cuando en él se pierden los rasgos físicos y espirituales de
aquella inteligencia sublime
que nos ha creado precisamente
a imagen y semejanza suya.
Osaría decir que si falta esta
fe en el Dios débil y herido, capaz de sufrir en sus criaturas,
faltaría el presupuesto mismo
de la igualdad y de la solidaridad entre los hombres.
Si se me permite dirigir un
llamamiento final a los hombres de ciencia y a los políticos
interesados en el tema, quisiera
decir que el enfermo mental tiene necesidad hoy sobre todo de
este reconocimiento del Dios
herido que camina en medio de
nosotros. Formemos a personas
humanas capaces de captar su
clamor y comprender su gesto.
Dios está en medio de nosotros
en los dementes, en los pobres
desheredados, en el sufrimiento
así como en las conquistas de la
ciencia y en el gozo de vivir
(o.c. p. 554).
¿La humanización de
la Sanidad es una utopía?
Sí, realmente; pero la convierten en realidad los hombres
de valentía, de profecía y de
amor como fue este religioso de
los Hermanos de San Juan de
Dios, Pierluigi Marchesi.
Prof. PIETRO QUATTROCCHI
Responsable del Servicio de Bioética
del Hospital Fatebenefratelli
Isola Tiberina, Roma
Notas
1
Para entender mejor estas temáticas
cfr. De Hipócrates al Buen Samaritano,
Dolentium hominum, n. 31, 1996, 1.
2
Hno. Pier Luigi Marchesi, cuyo nombre era Valentino (1929-2002). Religioso
de los Hermanos de San Juan de Dios
desde 1947, será Prior General de la Orden desde 1976 hasta 1988. El volumen
del cual provienen los pasajes se titula:
Umanizzazione. Storia e utopia, Elledici Velar, 2006.
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Ginecólogos y obstetras al servicio de la vida
EN LA APERTURA DE LOS TRABAJOS DEL IV CONGRESO INTERNACIONAL DE
GINECÓLOGOS Y OBSTETRAS CATÓLICOS DE MATER CARE INTERNATIONAL,
QUE SE HA DESARROLLADO EN ROMA DEL 11 AL 14 DE OCTUBRE DE 2006,
MONS. JEAN-MARIE MPENDAWATU, OFICIAL DEL PONTIFICIO CONSEJO
PARA LA PASTORAL DE LA SALUD, EN NOMBRE DE ESTE DICASTERIO
HA DIRIGIDO EL DISCURSO QUE PUBLICAMOS A CONTINUACIÓN
1. El ginecólogo es médico al
servicio de la vida de la
madre y del niño
66
La CARTA DE LOS AGENTES SANITARIOS del Pontificio Consejo para la Pastoral
de la Salud, define al médico
como a un agente al servicio de
la vida; naturalmente, se trata
de la vida, como gran don de
Dios, donada al hombre y de la
cual éste es únicamente custodio responsable y abraza todo
el arco de la existencia humana, desde la concepción hasta
el término natural; el ginecólogo y el obstetra tienen como
profesión la misión de ocuparse
de la vida desde su inicio, en el
arco de su crecimiento natural,
hasta el nacimiento en el momento del parto.
Queridos amigos médicos,
habéis recibido este gran don
de Dios para ayudar a las familias y en particular a las madres, con vuestra competencia
profesional y vuestra práctica
médica, para llevar adelante este don grande y maravilloso de
la providencia que es la vida
humana, el misterio fascinante
de cada uno de nosotros y de la
humanidad de ayer, de hoy y
del futuro. Como agentes sanitarios, tratad de servirla con inteligencia y entrega, particularmente cuando corre el riesgo de
diferentes patologías y amenazas que pueden afectar tanto a
la madre como al nascituro.
¡Qué honor pero también qué
responsabilidad para vosotros,
amigos ginecólogos y obstetras, llamados a colaborar en un
acontecimiento humano y divino tan grande y misterioso!
Lamentablemente, el contexto cultural en el que desarrolláis vuestra profesión no es favorable al respeto de la vida;
antes bien, cada vez más se va
afirmando una cultura agresiva
contra la vida en sus varios momentos y expresiones; manipu-
lando la vida, algunos hombres
de ciencia la banalizan y subestiman, y contribuyen en la creación de condiciones psicológicas, sociales y culturales no sólo para despenalizar los crímenes como el aborto y la eutanasia sino también para promover
leyes claramente favorables al
aborto y a la eutanasia, que a
menudo se presentan como dispositivos de civilización en la
sociedad moderna.
En la actualidad, se va afirmando cada vez más en algunos ambientes favorables al
aborto un pseudo-derecho que
reconocería a la madre el poder
de vida o muerte sobre el nascituro, por la simple razón de
que éste depende de ella porque lo lleva en su regazo o con
el pretexto de la diferencia del
desarrollo corporal del nascituro; de este modo, se trata de establecer una desigualdad de
derechos tan radical, que se
atribuye a la madre un poder
discrecional sobre su hijo.
Creo que es oportuno reafirmar
que la libertad de la madre está
limitada por los derechos propios del sujeto que lleva en su
seno y que las autoridades públicas deberían velar haciéndolos respetar.
No es posible mantener el silencio sobre la situación de muchos ginecólogos “moralmente
obligados” a practicar el aborto
para no correr el riesgo de perder su empleo, o aquella de los
practicantes que deben hacer la
misma cosa en muchas clínicas, para evitar el riesgo de ser
excluidos del diploma al final
de sus estudios; considero que
vosotros, ginecólogos y obstetras católicos, debéis reaccionar
y encontrar formas de disenso
adecuadas para hacer valer el
derecho a la objeción de conciencia y trabajar para que
nuestras universidades sean las
primeras que dan el ejemplo.
Por tanto, os invito, queridos
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médicos ginecólogos y obstetras:
– a no ser sumisos a chantajes de cualquier tipo;
– a no ejercer vuestra profesión según los intereses de los
más fuertes o por un interés social;
– a no ser mercenarios corruptos y sin sentido de responsabilidad;
– a no renunciar al carácter
hipocrático de vuestra profesión que os compromete siempre y en todo momento a no
contribuir en la muerte de inocentes, sino para respetarlos incondicionalmente desde la concepción hasta el término natural de su existencia.
2. El aporte del ginecólogo y
obstetra a favor de la vida
naciente en el ámbito del
programa de prevención
de la transmisión vertical
del VIH/SIDA
El VIH/SIDA es una emergencia de alcance planetario.
En 20 años se ha convertido en
la primera causa de mortalidad
en Africa. Según fuentes de
UNAIDS, en el 2005 de 40,3
millones de seropositivos en el
mundo 25,8 millones son africanos; de 2,1 millones de niños
enfermos de SIDA en el mundo, cerca de 1,2 millones son
africanos. Podría continuar
describiendo el cuadro dramático de la situación del VIH/SIDA en el mundo y especialmente en el continente africano, pero me detengo aquí. Sin
embargo, quisiera proporcionar
una cifra significativa: el 35%
de los adultos en Botswana son
seropositivos. En Abidjan, Costa de Marfil, el SIDA se ha convertido en la primera causa de
mortalidad y Sudáfrica cuenta
con el número más elevado de
seropositivos en el mundo, es
decir, 5 millones de personas.
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Todos estamos invitados a
brindar nuestro aporte para detener esta terrible pandemia;
como ginecólogos y obstetras,
el campo en el que podéis hacer
mucho es la prevención de la
transmisión vertical o maternofetal y en el que se puede reducir de manera significativa el
número de niños que nacen con
el virus de VIH, gracias a intervenciones simples y poco costosas en el plano médico y farmacológico; en iglesias jóvenes
de misión, hay grandes e impelentes necesidades e instancias
de los obispos locales, para ser
ayudados a enfrentarse a tan
importante emergencia que, al
final permite evitar el riesgo de
posteriores abortos a raíz del
temor de las madres seropositivas de dar a luz a niños enfermos. Como pueden observar,
también aquí se trata de estar al
servicio de la vida, haciendo
que desde su concepción ella
sea y nazca sana. Pienso que
sin grandes esfuerzos podéis
hacer mucho si en vuestra programación incluiréis también
esta noble iniciativa, que interesa directamente a muchas
madres, sobre todo en los países en desarrollo.
3. El ginecólogo y el obstetra
católico frente a la
ideología de la salud
reproductiva
En ámbito internacional
existe actualmente una cues-
tión ideológica seria que ha
tenido su mayor momento de
afirmación sobre todo en las
conferencias mundiales de El
Cairo y de Beijing. Es la cuestión de la denominada “salud
reproductiva”. La famosa Declaración del Milenio otorga
mucho espacio a esta ideología serpeante; me da gusto
que también ella será objeto
de vuestro estudio. Acerca de
los 8 objetivos del Milenio para el desarrollo, 3 se refieren a
la salud: reducir la mortalidad
infantil (objetivo 4), mejorar
la salud de la madre (objetivo
5), y combatir el HIV/SIDA,
la malaria y otras enfermedades (objetivo 6). Cada vez
más en los gobiernos y las clínicas sobre todo universitarias, se ofrecen servicios de
salud a favor de la madre y del
niño que, además de los servicios ordinarios clásicos de ginecología y de obstetricia, incluyen también aquellos referentes a los medios y a los instrumentos de contracepción y
abortivos, en clave ideológica
para una limitación demográfica.
En este contexto, cada vez
más se habla del derecho a la
salud reproductiva, para indicar
el concepto de salud reproductiva real y verdadero junto a
una serie de derechos conexos.
Todo se configura como un aspecto nuevo en el panorama de
los derechos humanos fundamentales y en particular en lo
que se refiere a la dimensión de
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la salud humana y de los respectivos derechos. En el ámbito internacional, la salud reproductiva está vinculada a la procreación, así como a otros ámbitos fuertemente debatidos como, por ejemplo, el de la discriminación positiva por sexo
(gender perspective) o de la
orientación sexual (sexual
orientation). En otras palabras,
la salud reproductiva está vinculada con el perfil de la igualdad y de la desmarginalización
de las mujeres, así como está ligada también a los aspectos
educativos de los jóvenes y de
los adolescentes, acrecentando
de elementos conflictuales las
relaciones inter-generacionales
(derecho/deber de los padres
frente a los derechos de los
adolescentes).
Queridos médicos, os invito
a profundizar este problema e
informar a la categoría, a fin de
que evitéis servir inconscientemente a los mercaderes de
muerte que ciertamente no faltan en vuestro campo. Los ginecólogos y los obstetras católicos no pueden permanecer
pasivos ante esta ideología que
está contagiando a muchas estructuras nuestras, así como
también a muchos agentes sanitarios en el mundo.
Mis mejores deseos y buen
trabajo.
Mons. JEAN-MARIE
MPENDAWATU
Oficial del Pontificio Consejo
para la Pastoral de la Salud
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El ancla de la vida
UNA ESPERANZA A LA CUAL AFERRARSE PARA VENCER EL SUFRIMIENTO
(CF. HEB 6,19)
CVS: una misión que nace
a los pies de la cruz
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El CVS (Centro de Voluntarios del Sufrimiento), es una
confederación internacional de
asociaciones diocesanas, fundada por Mons. Luigi Novarese en 1947. A las particulares
asociaciones se adhieren laicos
y clérigos que efectúan un
apostolado para valorizar integralmente la persona que sufre. En la acción pastoral y social desarrollada por la asociación se pone en primer plano
la presencia y la operatividad
personal y directa de las personas discapacitadas.
El apostolado del CVS nace
como respuesta al drama del
sufrimiento y a la petición de
oración y penitencia presentes
en la espiritualidad mariana
de los santuarios de Lourdes y
de Fátima. Una respuesta nacida a los pies de la cruz de
Jesús, donde el evangelista
Juan describe la presencia de
la Madre y del discípulo amado (Jn 19, 25-27). La muerte y
resurrección de Jesús, don de
sí mismo por la salvación del
mundo, ofrece el mismo sentido de vida y de salvación a la
existencia de la madre y del
discípulo, en su recírpoca confianza.
Sólo en la comunión con
Cristo, el dolor, la fatiga, el sufrimiento, pueden adquirir
sentido y esperanza. A los pies
de la cruz, el apostolado del
CVS reconoce la propia identidad, mirando al mundo del
sufrimiento como a la “tierra”
de la propia misión y proponiendo a todo ser humano una
opción de vida abierta a la salvación.
De la unión con Cristo crucificado y resucitado, no deriva solamente el sentido, la esperanza, la consolación para la
vida del que sufre, sino también su compromiso misionero. Es el compromiso, propio
de todo bautizado, anunciar el
Evangelio al mundo. Tal conciencia del propio compromiso
bautismal se convierte en el
CVS en una elección “voluntaria”: en el ofrecimiento de la
propia vida, en la acción apostólica, en el testimonio del
amor que salva.
Toda persona, conciente de
los compromisos bautismales,
es sujeto activo y responsable
de la actividad desarrollada
por el CVS.
Aferrar la esperanza
«…Dios, queriendo mostrar
más claramente a los herederos de la promesa la irrevocabilidad de su decisión, inter-
La dignidad del hombre
en todos los momentos
de su vida,
el deber que
el cristiano tiene
de asemejarse
y configurarse
con Cristo redentor,
llevando con él
junto a María
Santísima,
nuestra madre
espiritual,
la propia cruz,
en beneficio
de toda la sociedad,
son los principios
fundamentales de los que
parte
y se desarrolla
todo nuestro
trabajo apostólico.
Mons. Luigi Novarese
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viene con un juramento para
que gracias a dos actos irrevocables, en los cuales es imposible que Dios mienta, nosotros
que habíamos buscado refugio
en El tuviéramos un gran ánimo aferrándonos firmemente a
la esperanza que nos ofrece.
En ella, de hecho, tenemos como un ancla de vida, segura y
firme...» (Hb 6, 17-19).
La carta a los Hebreos define la esperanza como el ancla
de nuestra vida, un signo que
nos habla de seguridad y estabilidad. La imagen bíblica
evoca la escena de un naufragio o de una nave agitada por
las olas en la tempestad. La
esperanza cristiana es presentada como un ancla segura de
salvación a la cual aferrarse
en los momentos de crísis, de
lucha.
La esperanza cristiana, que
realiza y supera el significado
obvio de esta imagen, es Jesús
resucitado.
El sufrimiento marca inevitablemente el inicio de un
tiempo de crisis, de una tempestad que golpea la fragilidad de la persona y la zarandea profundamente. El cristiano, sin embargo, cuando se
siente perdido, como un náufrago, en el gran mar de la
propia existencia, no se deja
agitar de la furia de la tempestad. La referencia al ancla, subraya la fuerza del cristiano
en el tiempo de la prueba. Esta
fuerza suya consiste en el aferrarse a Jesucristo, en el enraizar profundamente la propia
comunión de vida con El. Es
esta, para un cristiano, la manera de reaccionar frente al
sufrimiento.
El apostolado del CVS promueve la vocación bautismal
de todo cristiano. En particular
el CVS se dirige a todas las
personas que se reconocen
marcadas por el sufrimiento,
invitándolas a aferrarse a la esperanza como respuesta al propio dolor. Todos los que formamos la asociación estamos
llamados, en virtud del propio
bautismo, a ser testigos y
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anunciadores de Jesús resucitado, esperanza del mundo.
Como Jesús junto a los discípulos de Emaús (Lc 24, 1335), todos los que se adhieren
al CVS saben estar presentes
junto a quien sufre, acompañándolos y sosteniéndolos en
el camino de la vida. Del mismo modo la Virgen Inmaculada, como madre y hermana, se
hace presente con sus apariciones de Lourdes y de Fátima en
la historia de los hombres. La
Madre de Dios es aquella que
muestra en su Hijo el camino
por hacer, es guía y sostén para
el camino de cada persona.
Vencer el sufrimiento
Las personales experiencias
de enfermedad, aislamiento y
marginación, tienen necesidad
de encontrar sentido y novedad en el encuentro con Cristo.
Para hacer visible esta meta,
los que han vivido personalmente las dificultades de este
camino están particularmente
cualificados y son creíbles. La
acción apostólica del CVS se
expresa a través de un precioso
y paciente “hacerse compañeros de viaje” en el camino de
la vida. Es un comportamiento
que se funda en el encuentro
“tú a tú”, en la amistad, en el
contacto directo y fraterno.
La acción apostólica del
CVS involucra enfermos y sanos en el compartir del mismo
ideal. El CVS reconoce la plena responsabilidad de la persona discapacitada en el testimonio del Evangelio y en la acción concreta, social y pastoral, que implica.
Todos los adherentes del
CVS están comprometidos en
una clara actitud espiritual y en
una específica acción apostólica centrata en las actividades
de grupo. De aquí nace el empeño para activar todos los recursos sociales y eclesiales útiles para promover la dignidad
de toda persona.
El sostén fundamental para
esta acción articulada está
constituido por el pequeño
grupo presente en la parroquia.
El grupo es el lugar de la formación y de la coordinación
de todas las actividades útiles
para la promoción integral de
la persona que sufre, que es
El fundador de la obra, Mons. Luis Novarese, nacido en
Casale Monferrato el 29 de Julio de 1914, junto a la
personal experiencia de enfermedad, siente la necesidad
de superar la falta de sentido y la consiguiente
irresponsabilidad. Habiendo madurado desde la infancia
una tierna y filial devoción a la Madre de Dios, marcó todo
el camino de crecimiento cristiano con una constante
referencia a la presencia y a la acción de la Virgen Santa.
Tal dimensión mariana se evidencia expresamente en la
fundación del CVS (1947), que hace junto con la Hermana
Myriam Psorulla.
Curado después de una Novena a María Auxiliadora y a
San Juan Bosco (1931), Luis Novarese puede continuar los
propios estudios, deseando ejercer la profesión de médico
al servicio y alivio de los enfermos. La muerte de la madre
(1935) lo lleva a una decisión definitiva. Descubre en la
vocación sacerdotal el camino para ofrecer una ayuda más
radical y decisiva a los enfermos, se ordena sacerdote
(1938) y prestó su servicio en la Secretería del Estato
Vaticano de 1942 a 1970. Desde 1964 a 1977 dirige la
Oficina para la asistencia espiritual hospitalaria de la CEI
(Conferencia Episcopal Italiana). Muere en Rocca Priora
(Roma) el 20 de julio de 1984.
Los “Silenciosos Operarios de la Cruz” son una
Asociación privada internacional de fieles, reconocida por el
Consejo Pontificio para los Laicos, a la cual se pueden
adherir laicos de ambos sexos y sacerdotes. En la imitación
de Cristo “llamado y mandado” por el Padre (cf. Hb 10,58) a cumplir su voluntad de vida y de salvación para el
mundo, los Silenciosos Operarios de la Cruz viven el total
don de sí como respuesta a la consagración bautismal en
la prática de los consejos evangélicos.
En el amplio y articulado mundo del sufrimiento, los
Silenciosos Operarios de la Cruz actúan en sí mismos y
comparten con todas las personas, un camino de
crecimiento y de maduración en la fe, para que en la luz de
la Pascua todos se descubran llamados a encontrar y
anunciar el sentido del propio sufrimiento y la alegría de la
salvación.
Los Silenciosos Operarios de la Cruz actúan personal y
directamente con gestos concretos de servicio a la persona
y buscan cumplir su objetivo mediante todos los medios de
apostolado requeridos por las diferentes situaciones socioculturales y ambientales. Desarrollan actividades pastorales
(animación, edición, estudio), socio-rehabilitación y
asistencial. En particular coordinan la Confederación
internacional CVS, que agrupa todas las asociaciones
diocesanas del Centro de Voluntarios del Sufrimiento, con
la intención de trabajar por la promoción integral de la
persona que sufre.
una insersión activa en la Iglesia, en la familia y en la sociedad. La actividad del grupo
acoge y promueve todo aquello que acompaña el camino de
fe de todo inscrito, hacia la
plenitud de la vida y de la gloria en Jesús, Señor.
Para cualificar y hacer crecer la formación de los inscritos, la asociación trabaja por
sectores de edad: niños, adoDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
lescentes, jóvenes, adultos y
ancianos.
Toda asociación diocesana
desarrolla cursos de ejercicios
espirituales y retiros, encuentros formativos y culturales,
sin descuidar los otros aspectos que tienen que ver con los
que sufren: desde el mundo del
trabajo hasta los momentos rereativos.
CVS
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El camino de la Oficina para la Pastoral
de la Salud de la Archidiócesis de Bari-Bitonto
con la consigna de la creatividad
1986/2006: VEINTE AÑOS AL SERVICIO DE LA IGLESIA LOCAL
INTRODUCCIÓN: dos
frases iluminadoras de dos
pastores de la Iglesia local
70
Todavía es vivo en mi memoria el recuerdo del encuentro con Mons. Marino Magrassi, arzobispo de nuestra
iglesia local de Bari/Bitonto,
que tuvo lugar al final de la
mañana de un día no festivo
de la segunda mitad de setiembre de 1985. Sin rodeos y con
extrema inmediatez, me dijo el
pastor: “He pensado confiarte
la responsabilidad de la pastoral sanitaria diocesana, pues
desde hace muchos años estás
comprometido en este campo”. Ante mi perplejidad de
inadecuación a esta tarea, al
despedirme añadió paternalmente: “Haz lo que puedas y
elige válidos colaboradores”.
El nombramiento para este
cargo me llegará a fines de
mayo del año siguiente, ya que
en la curia se habían “olvidado” añadir esta ratificación jurídica1. Después de 20 años
puedo afirmar conscientemente que en este cargo “he hecho
lo que he podido” y he tenido
la gracia de encontrar a muchos y “válidos colaboradores” que han permitido que
nuestra diócesis cumpla un
largo camino de diaconía en el
campo de la pastoral de la salud, sostenidos por la ayuda y
por la luz del Espíritu.
Aún más nítido fue el encuentro con Mons. Francesco
Cacucci, actual pastor de nuestra archidiócesis, en el Oasis
“S. María” de Cassano Murge
(BA), con ocasión de un encuentro de directores de las
Oficinas diocesanas a mitad de
setiembre del año 2005. Durante el almuerzo, luego de mi
comunicación referente a la
meta de los veinte años de vida
del organismo pastoral dirigido por mi persona, el obispo
me dijo: “Entonces este año
termina la fase de pionera de la
Oficina: ahora la pastoral de la
salud se debe convertir en una
dimensión de la pastoral ordinaria de cada comunidad”. Me
parece que esta indicación
puede ser el mejor camino en
el cual continuar nuestro servicio a la iglesia diocesana.
EL CONTEXTO:
el nacimiento de la Oficina,
una verdadera intuición
profética
He querido recordar estas
dos indicaciones de nuestros
pastores, que han contribuido
de manera determinante en la
vida de la Oficina, porque ayudan a colocar en su verdadero
contexto su nacimiento y su
desarrollo.
Cuando se instituía la Oficina en nuestra archidiócesis ya
se había publicado la carta
apostólica “Salvifici doloris”
sobre el sentido cristiano del
sufrimiento humano, de Juan
Pablo II (11 de febrero de
1984), y con el motu proprio
“Dolentium Hominum” había
recién nacido el organismo
que hoy se llama “Pontificio
Consejo para la Pastoral de la
Salud” (11 de febrero de
1985).
En el ámbito italiano desde
los años 60 estaba en actividad
la Consulta Nacional para la
Pastoral de la Salud, con reuniones periódicas y la organización de congresos nacionales: muchos años después ella
encontrará un punto de referencia institucional estable en
la Oficina nacional CEI, instituida en setiembre de 1996,
con un director y una sede en
Roma2.
En esos mismos años (198485) iniciaron los primeros
acercamientos de colaboración
entre las cuatro órdenes religiosas comprometidas en el
ámbito sanitario-hospitalario
(Camilos, Frailes Menores CaDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
puchinos, Hermanos de San
Juan de Dios, Frailes Menores), que en noviembre de
1986 habrían confluido al nacimiento de una asociación
que hoy se denomina “Asociación Italiana de Pastoral Sanitaria” (A.I.Pa.S.)3. En 1987 inició su actividad didáctica el
Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria “Camillianum” de Roma, afiliado
al “Teresianum”, que otorgaba
títulos académicos de licenciatura y de doctorado en dicha
disciplina.
En los años 80 eran pocas
las Consultas diocesanas y regionales para la pastoral de la
salud, ya constituidas y operantes. El nombre de la Oficina
ni siquiera circulaba; lo comprueba el hecho de que en la
Nota CEI “La pastoral de la
salud en la Iglesia italiana”
(1989), entre los organismos
de comunión y de animación,
no se había previsto en varios
niveles las Oficinas, sino únicamente las Consultas4. La
atención y la actividad hacia
los enfermos estaban absorbidas y desarrolladas por Caritas. En efecto, antes de la institución de la Oficina, desde los
años setenta hasta la primera
mitad de los años 80 nuestra
diócesis había sido muy activa
en su servicio a los enfermos y
a los discapacitados a través de
las iniciativas beneméritas de
Mons. Giuseppe Natale primero y sobre todo del P. Vito Diana, después.
A este respecto es un deber
recordar no sólo los frecuentes
viajes organizados por UNITALSI a Lourdes, sino también la Jornada diocesana
anual del enfermo colocada
durante los festejos de san Nicolás en el mes de mayo, la
promoción del voluntariado
socio-sanitario en colaboración con el OARI, las primeras
tentativas sin éxito para constituir una Consulta, las iniciati-
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vas de formación de los agentes de pastoral, el esfuerzo para brindar particular solicitud a
favor de los enfermos con ocasión de la visita del Papa a Bari en febrero de 1984, ya sea
ofreciéndoles un puesto especial durante las celebraciones
litúrgicas o con la visita del
ilustre pastor al Policlinico
Consorziale de la ciudad5.
Por tanto, la propuesta que
el P. Vito Diana, infatigable director de Caritas diocesana por
muchos años, hiciera a Mons.
Mariano Magrassi sobre la
creación de una nueva Oficina
para la pastoral del sufrimiento
y de los enfermos, como se llamaba ordinariamente en esos
años, hay que considerarla realmente como una intuición
profética y el mérito hay que
atribuirlo a ambos.
SIN UN MODELO: con
la consigna de la búsqueda
y de la creatividad
Los primeros pasos de la
nueva Oficina recibieron siempre el sostén de la buena voluntad, el sentido práctico de
las personas, las intuiciones
que tenía cada vez el director y
los primeros colaboradores: no
pudo ser de otra manera. No
teniendo un modelo de referencia y faltando aún las orientaciones prácticas del magisterio eclesial, todo se realizó con
la consigna de la búsqueda y
de la creatividad, que comprenden también la oración, la
disponibilidad al soplo del Espíritu Santo, la confrontación
con las demás oficinas bien
consolidadas por la praxis, las
primeras iniciativas comunes
tomadas con ellas.
Pero es bueno recordar algunos elementos iniciales y permanentes que han caracterizado el trabajo de todo el recorrido en estos veinte años:
El entusiasmo personal y la
curiosidad juvenil para echar
puentes de conocimiento y de
amistad con personas calificadas en el sector, caracterizó la
acción pastoral y organizativa:
al respecto, no se puede dejar
de lado el acontecimiento providencial del encuentro con algunos padres camilos, calificados en el sector de la pastoral
sanitaria, que desde el inicio
ofrecieron un fuerte aporte a la
realización de la formación de
los agentes de pastoral en diócesis (para recordar los principales: Angelo Brusco, Arnaldo
Pangrazzi, Rosario Messina,
Giuseppe Cinà, Domenico Casera, Luciano Sandrin).
Otro elemento importante
ha sido el compromiso de una
presencia activa en la vida de
la Iglesia local, especialmente
en los momentos importantes y
fundamentales de la comunidad diocesana, de las parroquias y de las asociaciones de
y a favor de los enfermos: dicha presencia ha servido para
hacer conocer la existencia de
un organismo joven y a las
personas encargadas de hacerlo crecer.
Se ha elegido la política de
los pequeños pasos en la programación y en la proyectualidad: la sabiduría y la preocupación permitían proponer y
realizar aquellas iniciativas
concretas proporcionadas a las
fuerzas humanas y a los medios disponibles.
Desde el inicio el horizonte
operativo de la Oficina ha sido
respirar a dos pulmones: atendiendo e implicando a las iniciativas de la Consulta regional y aquellas en ámbito nacional, ha sido posible caminar
junto con las demás iglesias
diocesanas y con la iglesia italiana.
En fin, nunca ha faltado la
reflexión personal y comunitaria sobre las experiencias pastorales realizadas y la consiguiente verificación: esta actitud ha permitido examinar
eventuales equivocaciones cometidas y mirar con esperanza
hacia un futuro inmediato.
En el horizonte de estas líneas constantes del camino de la
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Oficina, hemos descubierto y
recorrido con valentía y constancia los siguientes caminos
principales de su crecimiento
o incluso podríamos hasta definirlos más exactamente como “senderos”: la firme convicción de la necesidad de la
formación de los agentes de
pastoral, la importancia de los
organismos de comunión y de
participación, la preciosidad
del voluntariado socio-sanitario y pastoral, la utilidad de
conservar la memoria de todo
lo que se iba realizando.
PRIMER SENDERO:
formación inicial y
permanente de los agentes
de pastoral
Nuestra Oficina creyó de inmediato en la importancia y en
la necesidad de la calificación
profesional inicial y permanente de los agentes de pastoral. No es un caso que, apenas
nombrado director, el interesado sintió la necesidad de realizar en Verona, en el Centro
Camilo de Pastoral, un mes intensivo de Educación Pastoral
Clínica (Clinical Pastoral
Education: CPE) en setiembre
de 1986: esta oportunidad de
formación resultó providencial
y fundamental y su derrame se
hizo visible en el planteamiento de la organización general
del trabajo de la Oficina, en la
metodología por emplear en la
programación anual, en las
etapas concretas de la realización de los proyectos identificados.
La acción formativa a la comunidad diocesana se hizo
concreta a través del estudio de
la Salvifici doloris con un curso trienal (1988-1990), cuyas
clases fueron confiadas a docentes del lugar y con un sorprendente número de participantes. Contemporáneamente
o en los años sucesivos, se organizó un curso de bioética
(noviembre - diciembre 1988)
destinado sobre todo a los estudiantes de las Escuelas de enfermeros profesionales (1989),
un curso de “Relación de ayuda” de primer, segundo y tercer
nivel (1988-91) bajo la guía del
profesor A. Brusco, un curso
sobre la Animación de grupo, y
numerosos encuentros con los
consejos vicariales para ilustrar
71
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las iniciativas culturales de la
Oficina.
Seguidamente, en los primeros años 90, la oficina preparó
cursos específicos sobre “Los
sacramentos del tiempo de la
enfermedad” (1991), “Evangelizar y dar testimonio de la caridad en el tiempo de la enfermedad” (1992). Contemporáneamente, comenzaban a marchar los encuentros anuales
destinados a los Ministros extraordinarios de la Santa Comunión, como formación permanente y en preparación a la
Jornada mundial del enfermo:
resultó una iniciativa muy participada por los destinatarios,
que hasta ahora conserva el
objetivo de profundizar el tema de la misma Jornada, para
sugerir un abanico de iniciativas de animación del acontecimiento, de distribuir el material para la propia comunidad
de pertenencia. Los resultados
fueron óptimos, porque se vio
concretamente la repercusión
en la celebración de la Jornada
a través de los informes escritos que llegaban a la Oficina.
La formación inicial de los
nuevos Ministros extraordinarios siempre tuvo el aporte de
la Oficina en los cursos organizados por las parroquias o por
las vicarías, con intervenciones sobre temas específicos
del sector.
Desde hace algunos años, se
organizan congresos anuales
de pastoral sanitaria: en el
2006 ya estamos en el tercero.
También nuestro arzobispo está involucrado en ellos y ofrece su aporte de reflexión sobre
el tema que se afronta cada
vez. De esta actividad formativa se han redactado las respectivas Actas, que están a disposición de las personas interesadas y se conservan en el archivo de la Oficina diocesana6.
En 1996, después de un año
de encuentros y de reflexión
con la Consulta, maduró el
proyecto de la Escuela de pastoral sanitaria, que precisamente este año ha alcanzado la meta de los diez años de vida y de
actividad a favor de la comunidad diocesana. En colaboración con el Camillianum de
Roma, que desde un comienzo
aseguró el sostén y la ayuda de
sus docentes más calificados.
Esta Escuela, que en el curso
de los años ha asumido el nom-
bre de “Bienio de ética y humanización”, ha ofrecido también al personal sanitario (médicos y enfermeros) la oportunidad de una formación en los
ámbitos de la ética y de la humanización, tan necesarias para mejorar el servicio sanitario
y los lugares de curación.
Lo que la Nota de la CEI
afirma sobre el asistente religioso hospitalario refiriéndose
a la formación, se puede aplicar en lo concerniente a la preparación de cada agente de
pastoral: “Para un desarrollo
adecuado de su misión al lado
de los enfermos, además de
mer presupuesto para un servicio eficaz y fecundo de la comunidad eclesial al hombre y a
la comunidad.
una profunda espiritualidad, el
capellán debe poseer competencia y preparación profesional que le permitan conocer
adecuadamente la psicología
del enfermo y establecer con él
una relación significativa, así
como practicar una válida colaboración interdisciplinaria.
Es en el fundamento de una
abrigada humanidad que se encuentra su primer apoyo el seguimiento pastoral del enfermo. Respetando las necesidades y los tiempos del paciente,
el capellán propondrá también
una consolación y una esperanza que vienen de la palabra
de Dios, de la oración y de los
sacramentos”7. Esta elección
sigue aún hoy, porque la formación permanente, junto con
la ayuda del Espíritu, es el pri-
tán al servicio de los agentes
pastorales, de las asociaciones
y de las instituciones, como
instrumento de comunión y de
animación para el logro de las
finalidades pastorales comunes en el mundo de la salud”8.
Debido a esto, la constitución de la Consulta fue prioritaria en las preocupaciones iniciales del director: buscando a
los responsables de las asociaciones de y para los enfermos,
invitando a los capellanes de
las instituciones sanitarias, estimulando a las religiosas hospitalarias, pidiendo a los vicarios zonales sus propios representantes, lentamente se formó
un grupo de colaboradores y
de animadores que han compartido los primeros pasos del
camino de la Oficina que poco
DOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
SEGUNDO SENDERO:
organismos de comunión y
de participación
Siguiendo el consejo del
amado pastor, Mons. Mariano
Magrassi, el segundo sendero
recorrido por la Oficina ha sido buscar colaboradores y crear las estructuras de la pastoral
de la salud, indicadas en la Nota de la CEI de 1989, que “es-
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a poco se ha ido desarrollando
cada vez más.
Para crear un sentido de pertenencia de los miembros y para profundizar juntos el conocimiento del ámbito pastoral
de la propia competencia resultó útil y vencedora la estrategia de convocar una vez al
mes la Consulta, cuyos encuentros, precedidos por una
carta de invitación a la participación y un orden específico
del día, siempre se han caracterizado por la seriedad y por
un trabajo comunitario concreto. Todas las reflexiones y las
consiguientes decisiones comunitarias tomadas en las reuniones mensuales han sido recogidas por una sola secretaría
que ha redactado un acta leída
y distribuida a los participantes. En los años posteriores, los
encuentros de la Consulta han
tenido una duración bimestral,
como sigue siendo hasta ahora,
en vista de que ya no hay la finalidad original.
Por lo demás, la actividad
anual se ha fijado en un programa con los objetivos y las iniciativas principales para lograrlos; una vez impreso dicho programa, siempre se ha distribuido a los miembros de la Consulta y, en los últimos años,
también a los párrocos. Mensualmente, la Oficina siempre
ha tenido su espacio fijo en el
“Noticiero diocesano”, donde
se hacen conocer las citas y las
iniciativas. Al final de cada año
pastoral se hace una verificación del camino realizado, de
los retrasos experimentados y
de las respectivas causas, de los
objetivos alcanzados y del
compromiso a mirar siempre
hacia adelante, para el año siguiente. El informe anual escrito de las actividades desarrolladas ha servido para hacer conocer lo realizado a toda la comunidad diocesana, a través de su
publicación en el Boletín diocesano. Asimismo, hay que reconocer honestamente que, a
través del ecónomo, cuando ha
sido necesario la diócesis nunca ha hecho faltar los recursos
financieros para realizar las actividades culturales y formativas de la Oficina.
En el curso de los años el orgánico de la Oficina ha encontrado su lugar a través de la
elaboración y la aprobación de
un Reglamento interno de la
misma Consulta: sirve para delinear mejor la identidad del
organismo participativo, las finalidades por alcanzar, los criterios de pertenencia, la estructura interna, la distribución de
las tareas. En los últimos años
se ha instituido la Junta formada por un estrecho número de
miembros, que son convocados por el director cada vez
que es necesario o lo impone
la urgencia de los acontecimientos. Y desde el inicio del
nuevo milenio, por solicitud
del mismo director, el arzobispo ha nombrado a un vice-director de dicha Oficina. Desde
hace un año se ha asignado
también una sede para la Oficina, situada en el Seminario
diocesano que acoge también
las demás oficinas: se asegura
una presencia diaria de un voluntario de la Consulta, que está a disposición de quien tenga
necesidad de los servicios específicos.
Siguiendo su evolución, podemos afirmar que la Oficina
se presenta hoy con un organigrama preciso, que pone en
claro que no se identifica con
una sola persona, sino que implica en varios niveles y con
diferentes responsabilidades a
una multiplicidad de sujetos
pastorales. Mantiene contactos
y participa asiduamente en las
reuniones de la Consulta regional y en aquella nacional, y
brinda su aporte concreto en
las varias sedes en las que está
implicada. Nunca deja de participar con un buen número de
agentes de pastoral en los congresos de pastoral sanitaria tanto en Puglia como en los que
organiza la Oficina nacional en
Chianciano (provincia de Siena) o la Asociación Italia de
Pastoral Sanitaria (A.I.Pa.S.),
dentro de la cual están implicados con diferentes responsabilidades algunos miembros de
nuestra iglesia local.
Para concluir, podemos afirmar que los organismos de comunión y de participación de
la Oficina son un instrumento
válido para realizar las tareas
que se le ha confiado: estimular a las diversas realidades
eclesiales y a las estructuras
sanitarias ante las problemáticas de la salud y de las necesidades de los enfermos y de sus
familias; coordinar y favorecer
una acción común y compartiDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
da entre las varias asociaciones, grupos y organismos que
obran en la diócesis; asumir
iniciativas de formación y de
actualización en el sector9.
TERCER SENDERO:
atención y promoción del
voluntariado10
La Iglesia ha manifestado
siempre su atención hacia el
voluntariado a través de las intervenciones del Magisterio y
de la promoción de asociaciones específicas que aseguran el
servicio concreto en el tiempo
del sufrimiento físico, psicológico y espiritual.
Gracias a los varios tipos de
voluntariado – ha afirmado
Juan Pablo II – “los valores
morales fundamentales, como
el valor de la solidaridad humana, el valor del amor cristiano del prójimo forman el marco de la vida social y de las relaciones interhumanas, combatiendo en este frente las diversas formas de odio, violencia,
crueldad, del desprecio por el
hombre, o las de la mera ‘insensibilidad’, es decir, la indiferencia hacia el prójimo y sus
sufrimientos”11.
Los obispos italianos por su
parte han afirmado en las
Orientaciones pastorales del
último decenio que “la experiencia cada vez más difundida
del voluntariado es otro testimonio fuerte del servicio de
nuestras iglesias como respuesta a las diferentes pobrezas y un signo de la vitalidad
ética y social del evangelio de
la caridad”12. Contemplando el
mundo hospitalario la Consulta nacional CEI para la pastoral de la sanidad ha subrayado
que “además de insertar directamente a los cristianos en el
contexto social, el voluntariado desarrolla implícitamente
una obra de pre-evangelización y de evangelización”12.
Sobre estos fundamentos teológicos y eclesiológicos, la
Oficina diocesana se ha comprometido de manera directa
en el mundo del voluntariado
para responder concretamente
a la invitación explícita hecha
por el arzobispo, Mons. Mariano Magrassi, en el mensaje
pascual “Demos a la vida – La
realidad sanitaria en la tierra
de Bari” (1991), que animaba
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a la comunidad eclesial a “promover y formar un voluntariado que intervenga en la línea
de la gratuidad como signo de
la Iglesia que sirve entre los
hermanos”. En diciembre del
mismo año nacía la asociación
“Voluntarios de Bethesda”,
que se inspiraba en los principios cristianos y se proponía
obrar dentro de las estructuras
hospitalarias públicas, ofreciendo su propio aporte específico por la humanización del
mundo de la sanidad, colocando siempre en el centro de cada programa a la persona enferma con sus necesidades físicas, psicológicas y espirituales
y trabajando en sintonía con el
personal hospitalario pero conservando la especificidad de
las propias intervenciones.
Durante un decenio, la Oficina ha sido guiada por el mismo director en calidad de presidente; en este cargo ha podido insertar el desarrollo de la
asociación en el camino de la
iglesia local y se ha esforzado
encarnar los valores de la fe y
de la caridad a través de la formación de base y permanente
de los mismos voluntarios a
través de la presencia operativa en los pabellones junto a los
enfermos, a sus familiares y a
los agentes de pastoral.
Actualmente, los “Voluntarios de Bethesda” son más de
170 y están presentes y desempeñan su obra en las tres grandes instituciones sanitarias de
la capital de la Puglia (Policlinico-Consorziale, Juan XXIII
y Di Venere), mantienen buenas relaciones con los agentes
de pastoral del servicio religioso y algunos de ellos son cristianos practicantes o ministros
extraordinarios de la Santa Comunión.
Como es obvio, en la Consulta de la Oficina confluyen
también las experiencias de
otras asociaciones de voluntariado católico, que tienen la
forma de confrontarse y de enriquecerse periódicamente entre ellos, de implicarse conjuntamente en el camino pastoral
de la iglesia diocesana, de ser
puentes de comunión con los
varios ambientes parroquiales,
familiares y sociales.
Hacia fines de los años 90 la
Oficina diocesana aceptó el reto de la experiencia de la Capellanía Hospitalaria Mixta
(C.O.M.), un nuevo organismo
pastoral del mundo hospitalario que, aún reconocido oficialmente por la Iglesia italiana desde 1989, tiene dificultad
para afirmarse en cada una de
las diócesis. Ella se coloca
dentro del tema del voluntariado pastoral.
En el Policlinico Consorziale de Bari, en diciembre de
1997 inició la experiencia de
la Capellanía hospitalaria, con
la coordinación del director de
la Oficina diocesana que actúa
como capellán dentro de la
misma estructura14. Después
de dicha capellanía han surgido otras en las entidades sanitarias o los presidios hospitalarios, aún conservando cada
una fisonomía propia y diferente. En noviembre del 2005
hemos tenido el primer encuentro de los agentes de pastoral de las Capellanías hospitalarias de nuestra diócesis.
Para comprender mejor el
alcance de la experiencia de la
C.O.M. es bueno recordar que
ella tiene su fuente de inspiración y su fundamento en la
eclesiología de comunión que
maduró en el Concilio Vaticano II, y define a la Iglesia ante
todo como misterio y como
pueblo de Dios.
A la luz del recorrido realizado hasta ahora, la Capellanía
hospitalaria se puede definir
realmente como un laboratorio
de comunidad eclesial donde
se experimenta un modo original de servicio pastoral con la
implicación y el compromiso
real de todos los componentes
del pueblo de Dios, cada uno
según su carisma.
sable. Por cierto la catalogación de los documentos se ha
hecho de modo simple, pero
en el momento oportuno y con
personas calificadas se hará
una selección de la documentación de modo que se conserve lo más válido y oportuno.
En el archivo de la Oficina
se encuentran más de veinte
carpetas, dos por cada año pastoral, subdivididas en fascículos de los diferentes sectores
de la actividad: encuentro de la
Consulta, programación anual,
citas mensuales, correspondencia de llegada y de partida,
Escuela de pastoral sanitaria,
intervenciones del director,
material de la Jornada mundial
del enfermo, congresos de Collevalenza, etc.
Se ha preparado y conservado copias de las Actas de los
cursos y de los congresos realizados en la diócesis, mientras
que el director se ha ocupado
de una sección de la Biblioteca
provincial de los Frailes Menores Capuchinos de S. Fara
en Bari, reservada a la pastoral
de la salud, que cuenta con
cerca de mil volúmenes publicados en estos veinte años,
subdivididos en secciones.
Se ha activado un sitio Internet en nombre de la Capellanía
hospitalaria del Policlinico
Consorziale (www.cappellaniapoliclinicobari.it), dentro
del cual ha encontrado lugar el
trabajo pastoral de la Oficina.
Esperamos abrir una sección
de la misma Oficina en el sitio
de
nuestra
archidiócesis
(www.odegitria.bari.it), donde
se incluirán los link de cada
capellanía hospitalaria.
CUARTO SENDERO:
conservación de la memoria
(archivo)
MIRANDO HACIA
ADELANTE:
hacia el futuro
Conservar la memoria de la
vida de un organismo y, por
tanto, de una comunidad significa no dispersar la riqueza
multiforme de una experiencia
vivida y dejar un patrimonio
cultural a los que vienen después, para que puedan continuar el camino recorrido en la
fidelidad a la tradición y en
atención a los signos de los
nuevos tiempos.
Desde el inicio de su actividad la Oficina ha tenido un archivo seguido por un respon-
DOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
Al final de este panorama
que ha permitido recordar y
hacer conocer la historia de
nuestra Oficina, es necesario
mirar hacia el futuro y mencionar los nuevos recorridos de la
pastoral de la salud que se presentan delante de la iglesia de
Bari-Bitonto:
Desarrollo de la misionaridad de la pastoral de la salud
– El cuidado de los enfermos y
la promoción de la salud integral no pueden permanecer encerrados dentro de las institu-
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ciones sanitarias, sino deben
pasar al compromiso de las comunidades eclesiales parroquiales mediante la animación
del territorio. De este modo la
pastoral de la salud, como
otros tipos de pastoral, debe
transformarse en dimensión
cotidiana de la pastoral ordinaria. Este camino ya ha sido indicado por los obispos italianos en la Nota pastoral “El
rostro misionero de las parroquias en un mundo que cambia”15. En este documento se
presentan varias pautas: por
ejemplo la acogida a todos (n.
4), la respuesta a los interrogantes de fondo del corazón
humano (n. 6), la atención a
los hermanos más débiles (n.
7), la presencia en los momentos de dificultad de las familias
(n. 9), la solicitud para con los
últimos (n. 10).
Nuevas ministerialidades en
la pastoral de la salud – Al
respecto, el mismo documento
de la CEI arriba mencionado
contiene una frase iluminadora: “Los sacerdotes deberán
verse cada vez más dentro de
un presbiterio y dentro de una
sinfonía de ministerios y de
iniciativas: en la parroquia, en
la diócesis y en sus articulaciones. El párroco será el hombre
menos del hacer y de la intervención dirigida y más el hombre de la comunión; y por tanto tendrá particular cuidado de
promover las vocaciones, los
ministerios y los carismas.
Tendrá como pasión hacer pasar los carismas de la colaboración a la corresponsabilidad,
a través de figuras que den una
mano a personas que piensan
en conjunto y caminan en el
marco de un proyecto pastoral
común. Su ministerio específico de guía de la comunidad parroquial debe ser ejercido tejiendo la trama de las misiones
y de los servicios: no es posible ser parroquia solos”16. Como ejemplo, podemos recordar algunos ministerios que
deberían instituirse después de
un tiempo adecuado de experimentación: el ministerio de la
consolación, la pastoral a favor
de los ancianos, el seguimiento
de los moribundos y la pastoral del luto.
Mayor profesionalidad de
los agentes de pastoral sanitarios – Dicha profesionalidad
se obtiene con la formación
básica y permanente tanto de
los sacerdotes como de todos
los demás agentes de pastoral.
Hoy la realidad sanitaria y
hospitalaria es muy compleja y
diversificada; los problemas se
multiplican en demasía, las solicitudes de los enfermos se
han vuelto más exigentes y
más profundas. Por estas razones los sacerdotes y los agentes de pastoral deben sentir la
necesidad de calificar profesionalmente sus intervenciones para alcanzar “relevancia”
y “significado” en la comunidad sanitaria. Cuanto más serán formados en su sector, tanto más su servicio pastoral será eficaz y fecundo. Por otro
lado, los agentes de pastoral no
pueden justificar su presencia
simplemente con la distribución de la santa Comunión, sino están llamados a vivir aquella pastoral de la salud que el
Papa Juan Pablo II calificó como “una acción capaz de sostener y de promover atención,
cercanía, presencia, escucha,
diálogo, participación y ayuda
concreta para con el hombre
en los momentos en los que la
enfermedad y el sufrimiento
ponen a dura prueba no sólo su
confianza en la vida sino también su misma fe en Dios y en
su amor de Padre”17. Si permanecemos en ámbito de Europa,
a nivel político y económico,
se debería comenzar a pensar a
escala europea también en el
campo de la pastoral de la salud, que ya prevé en algunos
países los estándar formativos
de los agentes de pastoral.
Promoción de los organismos pastorales de comunión –
Son conocidos los de las instituciones sanitarias: la CapellaDOLENTIUM HOMINUM N. 63-2006
nía hospitalaria y los Consejos
pastorales hospitalarios. Por
tanto, es indispensable convertirse concretamente a la Iglesia
como “comunión”, que pone
en primer plano la dignidad de
cada bautizado y la misión recibida de la gracia sacramental
de contribuir al mandato evangélico de evangelización y de
promoción humana. En palabras pobres, vivir la Iglesia-comunión significa ver la unicidad y la riqueza de cada persona que forma parte de ella, reconocer la contribución específica que aporta cada uno de sus
miembros, crecer con la convicción de que trabajar juntos
por un objetivo común, significa también estar convencidos
de que el primer testimonio eficaz que la comunidad cristiana
puede ofrecer a la sociedad de
hoy es precisamente el ser uno
en la Trinidad y ser “un solo
corazón y una sola alma”. Es
necesario, además, que de la
comunión aflore gradualmente
la colaboración y la corresponsabilidad del equipo pastoral:
los agentes pastorales no son
simples ejecutores de disposiciones, sino cristianos maduros
y responsables que contribuyen, cada uno según su propia
y específica vocación, en la
misión común de la comunidad
eclesial.
CONCLUSION
Para concluir, podemos afirmar que, de manera descriptiva, la Oficina para la pastoral
de la salud puede ser definida
como “el organismo que manifiesta la solicitud amorosa y la
presencia operativa de la Iglesia hacia los enfermos, el mundo de la sanidad, la problemática de la salud y de la enfermedad, para llevarles la luz y
la gracia del Señor con el
evangelio de la vida, del sufrimiento y de la Caridad.
Por esto se compromete a
favor de una pastoral ordinaria
de la comunidad sanante en
sus estructuras sanitarias y en
el territorio, fundada en los enfermos y los que sufren, como
sujetos activos y responsables
de la obra de evangelización y
de salvación; en la iluminación cristiana de los problemas del mundo sanitario (formación, humanización, inves-
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tigación científica, etc.) y en la
animación del territorio a las
problemáticas de la sanidad
(dignidad de la persona humana, respeto y defensa de la vida, promoción de la salud); en
la sensibilización de la comunidad cristiana y, en particular,
de las parroquias, de los grupos y de las asociaciones, de
los organismos pastorales, para con la asistencia holista del
enfermo y de sus familiares”18.
En una palabra, el compromiso primario y fundamental
de la Oficina es aquel de promover el valor de la vida y la
dignidad de la persona tanto en
el estado de salud como de sufrimiento, desde el momento
de su concepción hasta su conclusión natural, en la visión
cristiana propuesta por la Iglesia con su historia y su magisterio.
La iglesia local de Bari-Bitonto tiene la gracia de gozar
del servicio de dicha Oficina
desde hace veinte años: ¡Alabemos y demos gracias al Señor!
P. LEONARDO NUNZIO
DI TARANTO
Notas
Cfr. Carta del arzobispo Mons. Mariano Magrassi al P. Leonardo Nunzio Di
Taranto nombrándolo como Responsable
de la pastoral sanitaria por la archidiócesis de Bari (Prot. n. 20/86 del 26 de mayo
de 1986). Entre otros, el arzobispo escribía: “El trabajo es grande, porque el sufrimiento hace que los hombres se acerquen más a Dios, que sean más semejantes a Jesús y más despegados del mundo.
La moral sanitaria te hará encontrar todas
las clases sociales, y en varias circunstancias. Con profunda bondad dispón a todos a la sonrisa de la gracia humana y divina, y continúa en la Diócesis ese trabajo que ya has hecho con los Capellanes
de tu Orden” (en “Archivo de la Oficina
diocesana para la pastoral de la salud”, Iª
carpeta 1986/87).
2
Cfr. GHILARDI G., La Consulta Nacional para la Pastoral Sanitaria, pp. 5562, en “Insieme per servire”, revista de la
Asociación Italiana de Pastoral Sanitaria,
año XX, n. 1, enero-marzo 1996, Actas
del congreso Nacional AIPaS “Tres rostros de la esperanza: reflexión, colaboración, proyectualidad”, Collevalenza
(PG), 9-13 de octubre de 1995; DI TARANTO L. N., La iglesia en el mundo de la
sanidad que cambia, Camilliane, Torino
2002, pp.11-19.
3
Cfr. DI TARANTO L., A.N.C.R.O. Una
asociación nueva para un servicio antiguo, en “Insieme per servire”, o.c., año I,
n. 1, pp.3-12.
4
Cfr. CONSULTA NACIONAL CEI
PARA LA PASTORAL DE LA SALUD, La pastoral de la salud en la iglesia
italiana: PSCI, 65-78.
5
Cfr. los Boletines diocesanos de esos
años, contienen las principales iniciativas
pastorales realizadas en ese período: lamentablemente el director de la nueva
1
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Oficina ha recibido una documentación
escrita muy escasa.
6
La sede de la Oficina diocesana para
la pastoral de la salud está ubicada en el
Seminario diocesano en Corso A. De
Gasperi, 274/A en Bari.
7
PSCI, 40.
8
IDEM, 65.
9
Cfr. PSCI, 78.
10
Para esta parte de la intervención saco de DI TARANTO N. L., La Oficina para
la Pastoral de la salud para la Promoción
de la Vida en la Archidiócesis de BariBitonto, en “CAMILLIANUM”, revista
del Instituto Internacional de Teología
Pastoral Sanitaria – CAMILLIANUM,
año V – Primer cuatrimestre 2005 – número 13 nueva serie, pp. 163-173.
11
JUAN PABLO II, Salvifici doloris, o.c.,
29.
12
CEI, Evangelización y testimonio de
la caridad – Orientaciones pastorales del
Episcopado italiano para los años 90, 8
de diciembre de 1990, 48.
13
PSCI, 59.
14
DI TARANTO L. N., La Capellanía
hospitalaria mixta - Una novedad eclesial
en las instituciones sanitarias, Camilliane, Torino 1999.
15
CONFERENCIA EPISCOPAL
ITALIANA, El rostro misionero de las
parroquias en un mundo que cambia, 30
de mayo de 2004.
16
IDEM, 12.
17
JUAN PABLO II, Christifideles laici –
Exhortación apostólica postsinodal sobre
“Vocación y misión de los fieles laicos
en la Iglesia y en el mundo” (30 de diciembre de 1988), 54.
18
Cfr. DI TARANTO L. N., La Iglesia en
el mundo de la Sanidad que cambia, Camilliane, Torino 2002, pp. 40-41. Todo el
segundo capítulo del libro está dedicado
a la Oficina diocesana para la pastoral de
la salud (pp. 21-56).
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La Pastoral de la salud en Polonia
Deseo manifestar mi gratitud
a los superiores del Pontificio
Consejo para la Pastoral de la
Salud y a sus más estrechos colaboradores por la actividad
que realizan para hacer conocer
la solicitud pastoral de la Iglesia por los enfermos, ayudando
a los que desarrollan un servicio a favor de los enfermos y
los que sufren, de modo que el
apostolado de la misericordia
responda cada vez mejor a los
retos del Tercer Milenio.
Habiendo participado en calidad de miembro del Dicasterio en dos Asambleas Plenarias
del Pontificio Consejo para la
Pastoral de la Salud, he podido
constatar personalmente cuan
importante sea esta pastoral en
el mundo actual que promueve
la civilización de la muerte
oponiéndose con fuerza a la
cultura de la vida que tanto auspició el inolvidable y amado
Papa, el Siervo de Dios Juan
Pablo II. Además de los importantes documentos del Magisterio de la Iglesia, para promover la Pastoral de la Salud en
nuestras iglesias locales, gran
ayuda encontramos a través de
la experiencia de los encuentros y el “Plan de Trabajo 20022007” del Pontificio Consejo.
diócesis una Oficina diocesana
para la pastoral sanitaria con un
sacerdote como guía.
Luego de esta premisa, deseo
presentar los puntos más sobresalientes de la amplia actividad
que desarrolla nuestra Comisión de la Pastoral de la Salud.
1. Formación permanente
La formación ocupa un puesto de primera línea en nuestra
actividad, porque somos conscientes de que la enfermedad y
el sufrimiento son fenómenos
que, si son investigados profundamente, ponen siempre interrogantes que van más allá de
la misma medicina para tocar la
esencia de la condición humana en este mundo (cfr. Dolentium Hominum, 2). Con esta finalidad, el primer domingo
después de Pascua de cada año,
en Niepokalanow (cerca de
Varsovia) se organiza un curso
de formación para numerosos
sacerdotes (60) responsables de
La Pastoral de la Salud en
Polonia está organizada en la
forma siguiente:
En ámbito nacional:
La Comisión de la Conferencia Episcopal para la Pastoral
Sanitaria promueve, coordina y
orienta a todos los sectores de
la Pastoral de la Salud en Polonia.
El Obispo Encargado para la
Pastoral de la Salud, está coadyuvado por un grupo de estrechos colaboradores entre los
cuales:
a. El Responsable nacional
para la Pastoral de los Agentes
Sanitarios
b. El Responsable nacional
para el Apostolado de los Enfermos
c. El Responsable nacional
para los Hospices
En ámbito diocesano:
En Polonia existe en cada
la pastoral sanitaria en sus diócesis, en el que participa siempre el Obispo Encargado. Dicho encuentro – al que se invitan a los mejores ponentes, especialistas en varias materias,
desde la teología hasta la bioética – ayuda a entender que no
es posible una pastoral de la salud sin una profundización teológica, una pastoral separada
de Cristo: Salud y Salvación.
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En esos días de formación, los
sacerdotes captan mejor que
no es suficiente el amor compasivo y filantrópico. No es esta la misión de la Iglesia. Hay
que responder a las cuestiones
más profundas que tocan la
esencia de la vida humana y de
la fe cristiana, lo cual no es posible sin una reflexión teológica sólida y profunda.
Se han realizado también
otros encuentros además del
mencionado, así como también
conferencias de actualización y
profundización sobre los documentos elaborados por el Pontificio Consejo o sobre otros temas específicos que interrogan
hoy a las conciencias de los
cristianos, como por ejemplo el
aborto, la eutanasia, el SIDA o
la droga. Dichas conferencias
han contado con la participación de quienes trabajan en el
campo de la salud y del sufrimiento.
Deseo subrayar también que
en la formación permanente
promovida por nuestra Comisión episcopal, tienen gran importancia los ejercicios espirituales y la peregrinación nacional de los agentes sanitarios.
Dicha iniciativa se ha convertido ya en una larga tradición
desde hace más de 60 años, incluso durante el régimen comunista. A los pies de la Virgen
Negra, en la última semana del
mes de mayo de cada año, acuden todos los agentes sanitarios
(médicos, farmacéuticos, enfermeros, religiosos comprometidos en el campo de la salud). A
dicha peregrinación participan
cerca de 500 mil personas y en
el retiro espiritual toman parte
más de 1000 agentes sanitarios.
2. Jornada Mundial
del Enfermo
La Jornada del Enfermo en
Polonia se celebra en forma solemne. Es un momento de particular significado e importancia para nuestra pastoral. Se celebra solemnemente en las parroquias, en los hospitales y en
los diferentes lugares de curación católicos y no católicos.
Los capellanes y los pastores
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de las almas organizan en su territorio momentos de oración,
reflexión y estudio, en los que
participan los agentes sanitarios, los enfermos y sus familiares.
A nivel nacional, una de las
tareas de la Comisión episcopal es preparar la Jornada,
transmitir el Mensaje del Papa
y material apropiado. Desde
hace algunos años los medios
de comunicación: TV y varias
redes radiofónicas católicas y
no católicas dan mucho espacio a la celebración de la Jornada Mundial del Enfermo. También nos preocupamos de que
en las celebraciones oficiales
promovidas por el Pontificio
Consejo para la Pastoral de la
Salud esté presente una delegación de Polonia. La Celebración de la Jornada no se concluye con el 11 de febrero, sino
se trata de poner en práctica
durante el año lo que se ha dicho y realizado.
3. El apostolado
de los enfermos
Dentro de nuestra Comisión
episcopal existe un sector dedicado al Apostolado de los Enfermos que cuenta con un Responsable a escala nacional; fue
fundado el 12 de mayo de 1930
por el Arzobispo Metropolita
de Lviv, S.E. Mons. Bolesław
Twardowski. El Secretariado
Nacional promueve la oración
de los enfermos y para los enfermos, la oración litúrgica y
aquella no litúrgica y tiene a su
cargo la publicación de la revista mensual titulada: “El
Apostolado de los Enfermos”.
Se promueven también peregrinaciones a los santuarios marianos, ejercicios espirituales,
etc. Tiene gran importancia la
peregrinación al Santuario de
Częstochowa que se realiza el 6
de julio, con ocasión de la Fiesta Patronal de la Virgen de la
Salud de los Enfermos. Además, se nota su viva participación espiritual y física con ocasión de la Jornada del Enfermo
o en otros momentos difíciles
de cada una de las naciones.
Los miembros de dicho Apostolado ofrecen gustosos sus
oraciones y donan sus sufrimientos por el ministerio petrino del Santo Padre y por la
Iglesia universal.
4. Médicos católicos
El fruto inmediato de la celebración de la II Jornada
Mundial del Enfermo en el
Santuario de la Virgen Negra
de Częstochowa, el 11 de febrero de 1993, fue la fundación de la Asociación de Médicos Católicos Polacos. El Presidente de la Asociación, a la
que pertenecen más de 3000
médicos, es la Dra. Anna Gręziak de Varsovia. Dicha Asociación tiene sedes filiales en
casi todas las diócesis. En los
últimos años ha promovido
una serie de acciones a favor
de la vida. Se han hecho simposios sobre la Encíclica
Evangelium Vitae y la Carta de
los Agentes Sanitarios, publicada por el Pontificio Consejo.
Debo decir que, con la participación de algunos representantes, la Asociación sigue atentamente las conferencias internacionales o los encuentros
que promueve el Dicasterio.
Un representante de la Asociación tomó parte también en el
X Congreso de la FEAMC,
que se desarrolló en Bratislava, Eslovaquia, del 1 al 4 de
julio, en el que Vuestra Eminencia hizo una ponencia magistral sobre el tema “Nuevos
retos para la medicina y los
agentes sanitarios en Europa”.
Como es obvio, su actividad
se desarrolla en estrecha colaboración con la Comisión
episcopal para la pastoral sanitaria. Es un deseo nuestro que
se inscriban a la Asociación
numerosos médicos católicos
polacos que siguen siendo óptimos profesionales y cristianos.
5. Enfermeros y
comadromas católicos
La Asociación que se constituyó el 27 de mayo de 1995
tiene como uno de sus objetivos la formación cristiana y
ética de sus miembros, así como el encuentro y la comunicación entre ellos. La sede
central se encuentra en Varsovia. El Presidente de la Asociación que reúne a más de 700
enfermeras y comadronas es la
Dra. Iwona Stanis. Existen ya
19 secciones que permanecen
en estrecho contacto con el delegado diocesano para la pas-
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toral sanitaria. La Asociación
es muy activa en el campo profesional, religioso y humano.
6. Capellanes católicos
hospitalarios
Luego de la caída del régimen comunista en 1989 nació
la nueva y positiva situación
para organizar la asistencia espiritual a los enfermos y a los
agentes sanitarios en los hospitales y en los demás lugares de
curación. En la actualidad, el
status del capellán está reconocido por el Estado y por tanto
los sacerdotes capellanes son
asumidos en las estructuras sanitarias católicas o no católicas
y trabajan a tiempo completo o
part-time según los acuerdos
que se hayan tomado. Los párrocos, se ocupan de la asistencia espiritual de los enfermos
en sus respectivas parroquias.
En cada parroquia, el primer
viernes o sábado del mes los
sacerdotes visitan a los enfermos y a los ancianos en sus casas llevándoles la comunión o
administrando el sacramento
de la Unción de los Enfermos.
Por tanto, se puede decir que en
pocos años se ha logrado tener
una buena coordinación de los
capellanes católicos hospitalarios. Entre las diferentes iniciativas, se promueve para ellos
cursos de formación y de actualización. En un encuentro formativo que se realizó en Danzig en 1999 participó el Cardenal Javier Lozano Barragán
con una prolusión magistral sobre Fides et Ratio. Es de esperar que en el futuro se logre
crear una Unión de Capellanes
Católicos Hospitalarios a escala nacional (en los hospitales y
en otros lugares de sanación,
ofrecen su asistencia espiritual
más de 1500 sacerdotes) que
podría formar parte de la Unión
de Capellanes hospitalarios a
escala internacional, que tanto
desea el Pontificio Consejo.
7. Hospitales católicos,
hospices, estructuras de
sanación y de asistencia
social
Como en el caso de los capellanes Hospitalarios, a partir de
1989 la Iglesia en Polonia se está organizando en este campo.
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Actualmente existen 5 hospitales católicos de propiedad de
Ordenes Religiosas: Hermanos
de San Juan de Dios, Camilos,
Religiosas de Santa Elizabeth y
de San Carlos Borromeo. Dichas estructuras, su personal
médico y paramédico dan testimonio en el campo del Evangelio del sufrimiento. En el ámbito
de nuestra competencia se está
promoviendo también su unión
a escala nacional con el fin de
poder llegar a una colaboración
efectiva en AISAC.
Además de las estructuras
hospitalarias católicas, la Iglesia posee hoy 38 Hospices,
bien estructurados desde el
punto de vista organizativo y
sobre todo se garantiza la asistencia espiritual, humana y profesional de los enfermos moribundos así como también de
sus familiares. Polonia cuenta
con más de 100 Hospices. La
Iglesia administra también 34
casas de asistencia social y en
especial para los ancianos, para
las jóvenes madres y para los
homeles, 97 lugares de curación y asistencia y de rehabilitación, así como cerca de 70
centros sanitarios no públicos.
8. Voluntariado sanitario
católico
Poco a poco el voluntariado
católico en el campo de la salud
comienza a estar presente en
las estructuras católicas y en la
Caritas de la Iglesia Católica.
De gran ayuda para promover
el Voluntariado ha sido el Simposio Mundial sobre Voluntariado Católico en la Salud, que
se desarrolló en el Vaticano del
30 de noviembre al 1º de diciembre del 2001. Se distribuyó las Actas del Simposio y
otro material que nos transmitió el Pontificio Consejo. Sin
embargo, tratándose de una realidad nueva y que aún tiene
mucho que aprender. Lo que es
importante es que las asociaciones actúen realmente en su
servicio los valores cristianos y
que sean non profit.
9. Publicaciones y
distribución del material
especializado
Los temas y las problemáticas tomadas en consideración
por la revista del Dicasterio
“Dolentium Hominum. Iglesia y
salud en el mundo”, que es muy
preciosa para nuestra pastoral,
se comunican a los Responsables interesados y luego se difunden a escala nacional. Ya se
ha traducido en polaco el Manual del Pontificio Consejo, de
gran actualidad, titulado “Iglesia, Droga y Toxicomanía” que
próximamente lo publicará Pallotinum. Actualmente, en Polonia tenemos cinco revistas que
ayudan a promover la Pastoral
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de la salud y de la enfermedad
en ámbito nacional: “El Apostolado de los Enfermos”, “El
Paciente”, “El Ancla”, “Carta a
los enfermos” y “Levántate”.
Conclusión
Los datos presentados por mí
sobre la Pastoral de la Salud en
Polonia nos llenan de satisfacción y de gozo porque, a partir
de 1989 realmente se ha realizado mucho para promover,
coordinar y orientar la pastoral
sanitaria. Sin embargo, los
obispos polacos son conscientes de que no es posible dormir
tranquilos porque existen muchos retos y peligros, sobre todo contra la vida, que es sagrada y como tal hay que defenderla desde su concepción hasta su término natural.
Por tanto, deseamos continuar en el futuro con más fervor el camino emprendido, que
hasta ahora está dando buenos
resultados, para dar testimonio
cada vez con mayor fuerza del
Evangelio del Sufrimiento del
que nuestro amadísimo Papa el
Siervo de Dios Juan Pablo II,
se volvió icono
S.E Mons. WŁADYSŁAW
ZIOŁEK
Arzobispo-Metropolita de Łódź
Obispo Encargado para la Pastoral
de la Salud
Polonia
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www.healthpastoral.org - e-mail: [email protected]
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