diálogo: amor hecho palabras

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DIÁLOGO: AMOR HECHO PALABRAS
Alberto y Paulina Villegas-De Brigard, Equipo 12, Región Centro Colombia
¿Porque quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si
tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los
cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de é1, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”.
Lc. 14, 28-30
CINCO REGLAS DE ORO PARA EL
DIÁLOGO CONYUGAL Y FAMILIAR
1. Comenzar con una breve oración, conjunta. Cristo debe ser el Gran
Invitado, el garante del encuentro.
2. Hacer un breve examen de conciencia, conyugal. Busquemos y descubramos entre los dos lo que afecta nuestro amor, nuestra relación, a
nuestra familia.
3. Realizar un diálogo, no un monólogo, con la presencia de Cristo.
Hablemos bajo su mirada y, si es preciso, escuchémoslo.
4. Escucharnos mutuamente con amor. Atender lo que nos dice el
cónyuge y no pensar mientras él habla en lo que yo quiero responderle, sin escuchar.
5. Tomar resoluciones prácticas y concretas y comprometernos con
ellas. No tengamos miedo de fallar o incumplir; si caemos, pidamos al
otro que nos ayude a enmendar la falla.
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INTRODUCCIÓN
En el mundo de hoy, los hombres buscan con ansiedad los diálogos. Esperan calmar sus
angustias, evitar las guerras, buscar la paz y la convivencia.
Se reúnen Presidentes en Centroamérica para buscar el entendimiento entre naciones; hay
reuniones de Cancilleres en una Capital, para planear el desarrollo de una región; el Presidente norteamericano envía emisarios al Medio Oriente para dialogar y distensionar las
relaciones internacionales. A niveles nacionales, se reúnen grupos gubernamentales o Ministros con delegados de gremios, instituciones o comunidades, para dialogar en busca de
acuerdos. En todos los casos, la base de los encuentros es el diálogo.
Sin embargo, el diálogo conyugal es algo que está ausente en muchas parejas, por lo cual
el amor y la paz de sus hogares se esfuman. Es por ello que este documento pretende abrir
el camino del diálogo como expresión genuina de un amor que se debe convertir en
palabras y luego en hechos, para que adquiera su plenitud entre los esposos.
Primera parte: RAZÓN DE SER DEL DIÁLOGO CONYUGAL
1. ¿Es Necesario el Diálogo Conyugal?
Cristo invitó a todos los que lo rodeaban a practicar el diálogo, como puede verse en el
texto del Evangelio de Lucas colocado al comienzo (Lc. 14, 28-30). Volvamos a leerlo y
meditémoslo unos momentos en pareja.
En los comienzos del Movimiento, en 1945, el Padre Caffarel descubre en este texto una
valiosísima ayuda para que las parejas puedan romper la dificultad que tienen para comunicarse, sobre todo en el campo espiritual; por eso lo propuso como una de las ayudas o
puntos de esfuerzo para los Equipos de Nuestra Señora.
El Padre Caffarel lo llamó El Deber de Sentarse, porque cuando a uno lo invitan a sentarse, es con el fin de conversar sin afanes, haciendo un alto en el camino.
¿Acaso no debemos sentarnos periódicamente los cónyuges a dialogar para calcular los gastos, es decir, las necesidades de nuestro
amor y las dificultades que lo obstaculizan? Nuestro matrimonio,
nuestra familia son como esa torre de la parábola, que estamos
construyendo día a día y que ¡no debemos permitir que se derrumbe!
2. ¿Qué es el diálogo conyugal?
Ante todo, es una comunicación interpersonal con el fin de buscar el bien, principal aunque no exclusivamente en el campo espiritual y de hacer realidad la vivencia cristiana de
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nuestra vida diaria como personas, como pareja y como familia, compromiso que adquirimos desde nuestro bautismo.
En esta era moderna que nos toca vivir, hay velocidad para todo: transportes aéreos supersónicos, autos veloces, computadores; elaboramos diariamente agendas apretadas con citas de hora y minuto y... no dejamos tiempo para Dios, para la familia y menos para
un diálogo conyugal por corto que sea. Si nos decidimos a dialogar, lo queremos hacer a
esas velocidades que nos contagian y en las cuales nos movemos día a día. ¿Y cuáles son
los resultados? Casi siempre son negativos.
Ahora, demos por unos momentos una mirada hacia atrás: de novios, con qué ilusiones
hicimos los planes para nuestra boda; conversamos y decidimos sobre lo que debía ser
nuestra luna de miel, nuestro futuro hogar, escogimos el lugar para vivir y quizás hasta los
muebles, y hablamos sobre tantas obras cosas. Buscamos ponernos de acuerdo en bien de
nuestro futuro. En una palabras dialogamos. Algunos ya no recordamos cómo fue, pero
produjo buenos resultados.
3. ¿Porqué lo propone el Movimiento?
El objetivo básico de los Equipos de Nuestra Señora es ayudar a las parejas cristianas
a vivir plenamente su Sacramento del Matrimonio. Uno de los fines primordiales del
sacramento es el de la ayuda mutua entre los esposos.
¡Es en el seno de la pareja donde el diálogo cumple con ese fin específico! Conversación entre los dos, con la presencia de Cristo
como garantía para ayudarnos mutuamente.
Es por ello que el Movimiento lo incluye como una de las ayudas indispensables en la
vida de los esposos.
4. El diálogo reactiva nuestro sacramento
En aquel momento, para unos cercano y para otros más lejano, cuando emprendíamos
nuestro camino al realizar nuestra boda, hicimos un compromiso de sernos fieles en la
prosperidad y en la adversidad, con salud o sin ella y al realizar el diálogo estamos consolidando ese compromiso; estamos ejerciendo la ayuda mutua para mantenernos en esa
fidelidad.
Estamos limpiando de escorias y de impurezas ese hogar o chimenea que produce el fuego de nuestro amor, para que produzca más y mejor calor; al dialogar estamos entonces reactivando
el Sacramento del Amor Conyugal que recibimos un día.
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5. ¿En qué nos ayuda el diálogo?
Si tenemos en cuenta el documento “Cuarenta años después... El Segundo Aliento”, allí
se nos plantea un triple objetivo para las parejas del Movimiento: Amor, Felicidad y Santidad. ¿Cómo puede el diálogo conyugal aportar para alcanzar esos objetivos? Realmente
ayuda en forma muy clara. Veamos cómo:
• Ayuda al amor
El diálogo mantiene el fuego del amor conyugal; lo alimenta y evita que se apague y se
convierta en cenizas. El diálogo es esa leña que echamos al fuego para que crezca y no se
apague. El amor es un fuego que no podemos dejar apagar. Así, el diálogo hace al amor
perdurable como lo es el amor verdadero; un amor que, como el de Cristo por nosotros,
no se extingue.
También ayuda al amor, porque fortalece la fidelidad conyugal que es una exigencia
intrínseca del mismo. Somos débiles y no sólo se nos presentan tentaciones en el campo
de la sexualidad, sino también en el cumplimiento de la entrega generosa y la ayuda al
otro, la educación de los hijos y las demás obligaciones conyugales, que también constituyen, cuando no se cumplen, infidelidades al amor prometido.
• Ayuda a la felicidad
La felicidad, cono el amor, se construye día a día durante la vida matrimonial. El secreto
para el éxito del amor conyugal está en descubrir que cada esposo encuentra la felicidad al
hacer feliz al otro y al buscar juntos la felicidad de los hijos, y la de los que los rodean.
La donación sin reservas que caracteriza al amor, es la que
produce felicidad.
Pero no todos los días estamos de buen humor; la presencia de problemas y crisis, ni siquiera ausentes en las vidas de Cristo y de María durante sus vidas, no son ajenas al matrimonio. Más grave sería que los esposos dijeran que no tiene problemas, porque ellos
son inherentes a todos los hombres.
La felicidad no está en carecer de problemas; está en aprender a superarlos en favor de
otros. Los problemas y las crisis se aprenden a superar cuando aprendemos a perdonar, a
comprendernos cada vez más y a aceptarnos con las cualidades que tenemos, destacándolas sobre nuestros defectos. Entonces sí se experimenta esa felicidad que es mutua cuando
los dos nos entregamos. Y a eso conduce el diálogo conyugal.
¡Qué terapia tan gratificante es decirle al otro sus cualidades antes
que sus defectos! Hay que ser siempre admirador del otro como lo
éramos en el noviazgo.
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• Ayuda a la santidad
Esta palabra que asusta tanto a muchos cristianos y a parejas que se inician en el Movimiento, no es para aplicarla a unos pocos héroes llamados Santos. Todos los cristianos y,
por lo tanto, todos los matrimonios, estamos llamados a la santidad. Pero hemos de ver
la santidad no como un estado sino como un camino ¡SÓLO DIOS ES SANTO!, pero
nos llama a todos a seguir el camino de la perfección. Cada uno logrará alcanzar la perfección en diferente grado, pero eso no importa. Lo que importa es seguir el camino y los
Sacramentos son la base para lograrlo.
El sacramento del Matrimonio, como decíamos al comienzo, tiene en
el diálogo una herramienta vital para la ayuda mutua, que nos llevará
por el camino de la santidad al apoyarnos para la búsqueda de esa vivencia cristiana, que nos lleva a la perfección de nuestra vida conyugal.
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Segunda parte. LAS BASES DEL DIÁLOGO
1. ¿Cuándo debemos dialogar?
Para dialogar hay que parar; ¡hay que detenerse a reflexionar! Detengamos nuestro camino, el de la rutina diaria y gastemos el tiempo que sea necesario. Uno de los esposos debe
tomar la iniciativa pare proponer el diálogo, cuando lo vea propicio; el otro debe tomar
ese ofrecimiento como una muestra del interés de su cónyuge por los dos.
El Movimiento sólo nos pide que lo hagamos por lo menos una vez al mes. Pero cuando
descubramos que algo no marcha bien o cuando sintamos, como a veces nos sucede, los
deseos de fortalecer nuestro amor, de despertarlo porque se ha adormecido, dialoguemos.
Bienvenido sea ese encuentro de amor. No digamos simplemente
¿Cuándo dialogamos?; no seamos conformistas y hagámoslo de una
vez si tenemos tiempo abierto. Si no es posible en ese momento, fijemos una fecha pero que sea próxima y no desechemos esa oportunidad preciosa que uno le ofrece al otro como una cita de
amor.
Algunos dirán, “¿pero para qué dialogamos si nos llevamos bien y no tenemos problemas?” No importa; si hay armonía, el diálogo la reforzará. Además, no creemos que haya
parejas tan perfectas que no tengan problemas, aunque sean chicos. Sí sería un problema
serio desconocer los que tenemos. Con el diálogo vamos aprendiendo a vivir más en
común todas nuestras inquietudes y alegrías, inclusive nuestra vida espiritual, cerrando la
brecha que tiende a llevarnos a unas vidas paralelas, que no tienen sentido cuando hay
amor. Con él seremos cada vez más una sola carne y un solo espíritu.
2. La gradualidad en nuestro diálogo
El Señor no nos pide que sigamos sus caminos con sobresaltos o en una carrera contra el
reloj. Nos acepta tal como estemos en el punto de partida. Tal como nos encontremos al
comenzar. A partir de allí es que debemos progresar, poco a poco pero con decisión.
No debemos sentarnos a hablar poniendo así de repente los problemas críticos, los que
más nos molestan; no podemos sentarnos a exigirnos mutuamente de entrada, culpándonos y haciéndonos reclamos sin respiro, poniendo uno al otro contra la pared. No debemos ir armados como para una confrontación, porque eso no es el diálogo. Todo lo contrario.
Es un reflexionar y descubrir juntos lo que Dios quiere para nosotros, lo que es bueno para los dos.
El diálogo es una tarea que debemos afrontar con paciencia, con método y sin afanes para
evitar fracasos. No podemos poner un auto en marcha cuando el motor está frío; si lo
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arrancamos sin dejarlo calentar, sin esperar a que el motor se ponga a punto, el auto se
moverá a brincos y con el tiempo se desajustará. En el diálogo también es necesario calentar motores antes de arrancar. Pero no tengamos miedo si no resulta bien la primera
vez; o si esa vez fue un éxito pero la segunda no. Parejas que llevan mucho tiempo
haciéndolo, a veces no quedan satisfechas. Si falló, analicen qué pudo pasar e inténtenlo
de nuevo en una nueva forma.
Lo importante es que cada pareja practique el diálogo a su manera,
pero con la decisión de profundizar poco a poco, con entrega y con el
corazón abierto para la búsqueda de los obstáculos espirituales y,
cuando sea necesario, de los obstáculos materiales que se oponen al
crecimiento de su amor.
Cualquier fracaso en un diálogo se volverá pasajero si insistimos en superarlo; con la
ayuda de Dios y bajo su mirada, se superan todos los tropiezos y las dificultades para dialogar.
Para alcanzar la gradualidad, es decir, para adentrarnos poco a
poco en el diálogo, pongámonos antes de comenzar en actitud de
oración y de silencio durante unos segundos; si deseamos que sea
mas tiempo hagámoslo. Cada pareja es como cada motor: unos necesitan más y otros menos tiempo para ponerse a punto.
Oremos juntos antes de empezar un diálogo. Podemos hacerlo individualmente, pero
hablemos con Dios y pidámosle que nos dé los dones de la sinceridad, la entrega, el
perdón y la humildad para aceptar el uno al otro, desprovistos de toda prevención.
3. ¿Quiénes intervienen en el diálogo conyugal?
La respuesta parece obvia para cualquiera que piense en ello; dirá: “claro que deben intervenir los dos”, para que no se convierta en un monólogo. Pero esa no es propiamente la
respuesta correcta. Es decir, está incompleta.
No han pensado en Cristo, el Gran Comprometido con los esposos cristianos.
¿No lo ven? Está ahí junto a ustedes en el diálogo. Porque Él ha dicho: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy Yo
en medio de ellos” (Mt. 18,20). He aquí la razón más importante
por la cual debemos iniciar el diálogo conyugal en su nombre, pidiéndole que nos ayude.
Entonces, el diálogo no debe ser solamente entre dos sino entre tres. Por el sacramento del
matrimonio Cristo se ha comprometido a vivir con nosotros, con nuestro amor. Nos
ama y por eso debe ser el INVITADO permanente a nuestros diálogos.
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DIOS TE REGALA SU AMOR POR MEDIO DE TU CÓNYUGE. ¡APROVÉCHALO. Tu cónyuge es el rostro de Dios para ti!
Cristo se manifiesta a un cónyuge a través del otro y nada mejor que el diálogo para descubrir esas manifestaciones. En las “Sentencias de Prosper” (El deber de Sentarse, ENS
1978), encontramos lo siguiente:
“El deber de sentarse se lleva a cabo entre tres: el Señor y nosotros dos. Al principio, nuestra dificultad consistió en saber donde colocar las sillas: ¿Dios entre
nosotros o frente a nosotros? La experiencia nos dio a entender que lo mejor era
ponernos bajo su mirada”.
De acuerdo con esa experiencia, el diálogo debemos realizarlo ciertamente bajo la mirada
de Dios; pero algo más que eso: con el deseo de descubrir lo que El nos quiere decir a
cada uno por intermedio del otro.
4. La Opinión de Dios
Al realizar el diálogo bajo la mirada de Dios, es decir con la presencia de Cristo, no dejemos que nos mire simplemente. ¿Cuántas veces deseará intervenir y opinar para ayudarnos, pero no lo dejamos. Bla... bla... bla..., sin interrupción y ...? ¡Dejémosle hablar a El
también, que tiene muchas formas de hacerlo!
Aquí es donde la oración juega su papel más importante. Conversación con el Señor: alabanza, gratitud y petición. Pidámosle su Luz para que nos oriente en esto o aquello, en lo
que no vemos claro.
ORACIÓN, SILENCIO, ESCUCHA. Podemos hacerlo en cualquier momento del diálogo y, ¿porqué no, en voz alta? Si llegamos
a ese problema al que le hemos buscado solución sin encontrarla,
escuchemos la opinión de Dios. Para el Señor no hay problema sin
salida. Digámosle con sinceridad: Señor, ¿qué piensas de esto?
En el Evangelio podemos buscar también los posibles caminos. Si la solución
de un problema no está en nuestras manos, Él nos hará ver Su Voluntad y nos
ayudará a comprenderla. El Padre nos conoce mejor que nosotros mismos. Si
lo dejamos opinar, nos abrirá horizontes nuevos, porque nos ha dicho: “Yo soy
la Luz del mundo” (Jn. 8, 12).
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Tercera parte: EL DIÁLOGO EN LA PRÁCTICA
1. ¿Cómo debe ser el diálogo conyugal?
En los puntos anteriores hemos expresado las razones para dialogar y los aspectos que
llevan a su eficacia; pero al entrar en los aspectos prácticos de su ejercicio, nos preguntamos: ¿cómo debe ser, para que no se convierta en una lucha de gladiadores, en una guerra que busca la justificación de cada uno sobre sus actuaciones a cualquier precio, como sucede a algunos esposos?
Lo dicho hasta ahora, si se aplica, es claro que evitará toda confrontación. Sin embargo,
no sobra resaltar los aspectos que indican lo que es un diálogo verdadero y los que lo impiden.
El folleto “El Deber de Sentarse” (expresión usada en España para el diálogo conyugal),
publicado por los Equipos de Nuestra Señora en 1978, nos trae lo siguiente sobre el dialogo:
Lo que no es:
Lo que es:
Un torneo medieval,
Un arreglo de cuentas,
Un examen de conciencia del
otro,
Un tribunal de conciencia,
Una reunión de negocios,
Un momento de distensión,
etcétera.
Un momento de mutuo descubrimiento,
Una búsqueda común del designio de Dios sobre los
dos,
Una construcción común de los esposos,
Un trampolín para la vida conyugal,
Una búsqueda conjunta de un nuevo aliento,
Un reajuste de dos visiones de la vida y de los demás,
Una acción de gracias común,
etcétera.
2. ¿De qué hablamos?
El diálogo conyugal no es para enfrentar solamente problemas trascendentales, como algunos creen. Al sentarnos a dialogar, pongamos todos nuestros intereses sobre la mesa.
Pongamos todo lo que tengamos en común como la casa, los hijos, el trabajo, los ideales,
pero ante todo pongamos los corazones abiertos generosamente; es necesario dejar conocer los pensamientos, comunicar los sueños, las ilusiones y las preocupaciones.
Debido a nuestros egoísmos, es frecuente y normal que con el tiempo tendamos a llevar vidas paralelas, como si fuéramos los rieles de
un ferrocarril. Qué triste es ver a ciertas parejas que dicen que su
vida es un santo aguantamiento; que se toleran porque son cristianos y que no se separan porque respetan sus principios morales,
aunque son pocos los que los respetan, y por sus hijos.
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Muchas parejas llevan vidas paralelas aunque no digan nada, y a veces sin darse verdadera cuenta de ello. Viven ese paralelismo en sus actividades sociales, en la educación de
sus hijos y en su vida espiritual; cada uno va por su lado, cumple con lo suyo, pero no
sabe siquiera lo que el otro hace o sabe muy poco. Uno no conoce las actividades e intereses del otro, ni sus problemas, que al fin y al cabo afectan en alguna forma al otro y a la
vida familiar. ¿Porqué pasa esto? Porque no dialogan. Porque no se deciden a poner en
común las cosas simples de sus vidas, pero que son significativas por pequeñas que parezcan.
Al vivir juntos, vamos perdiendo la perspectiva de nuestra vida comunitaria, porque el
mundo que nos rodea nos absorbe. Vamos dejando de notar las cualidades del otro, notando sólo sus defectos. Los amigos que nos visitan sí que notan los desajustes que se reflejan en nuestro trato mutuo y en nuestras actitudes. Pero no se atreven a hablarnos de
eso, porque respetan nuestra intimidad.
Al no ver a tiempo, por falta de diálogo, los peligros que acechan a
nuestro amor, lo que nos vuelve rutinarios y lo que nos estorba, vamos matando el amor que con tanta entrega empezamos a construir
un día. Si el amor no está muerto pero sí enfermo, ¿no vale la pena
buscarle curación? ¡Claro que sí! El diálogo con la presencia de
Cristo es la curación; es la solución. Cristo que es la fuente del
Amor, realizará el milagro de la curación de ese amor conyugal enfermo.
Lo que mantiene separados los rieles en una línea férrea son los polines. En nuestra vida
de casados también tenemos polines: cosas y hechos que no nos dejan unir. Removamos
esas traviesas y permitamos que se unan nuestras vidas. Podemos removerlas con el diálogo; podemos remover hasta de las cosas que parecen sin importancia; lo lograremos sin
afanes pero con constancia.
3. ¿Cómo buscar la eficacia del diálogo?
Si queremos buscar un diálogo que sea positivo y eficaz, para que tenga sentido, debemos
preocuparnos por tener en cuenta los siguientes puntos:
• La apertura mutua. A veces, por el frío, las ventanas de nuestras casas o de los automóviles se empañan y no podemos ver a través de ellos. Eso es peligroso. Así, al
comenzar nuestro diálogo desempañemos nuestros corazones, abriéndonos sinceramente para que podamos vernos hacia nuestro interior.
La apertura mutua en el diálogo, es esencial para poder dar al
otro lo que necesita y para recibir lo que a mi me hace falta.
• La personalización. En el diálogo conyugal debemos aceptarnos como personas y
respetar- nos como tales. Debemos aceptar que tenemos diferentes ritmos, que mar-
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chamos a diferente paso y esto es fundamental. No debemos buscar que uno camine al
ritmo del otro o que el otro haga las cosas que uno quiere. ¡No! Al contrario, el diálogo ha de servir para que uno ayude al otro a caminar y a progresar al paso que él pueda. Cuando un padre camina con su hijo pequeño, cogidos de la mano, se acomoda a
su paso y no lo arrastra o lo lleva a empujones.
Así, los esposos debemos aprender a caminar juntos aunque a diferente paso.
• Hablar los dos. No hacerlo así, sería desembocar en un monólogo. No es justo ni
lógico que uno invite al otro solamente a escucharlo. Igualmente inútil es que uno de
los dos asista a esa cita de amor con la premeditación de quedarse callado, de guardar
silencio. Esas actitudes son contrarias al espíritu de ayuda mutua que es la base del
diálogo conyugal.
• Ponerse a la escucha del otro. Esto es parte esencial de nuestro diálogo conyugal;
estar atentos a lo qua el otro nos quiere decir. Para ello es necesario tener una actitud
de humildad y paciencia, para aceptar al otro.
Nunca es válido ni sensato creer que el cónyuge no tiene nada que darme. Eso es una
presunción, aun en el caso de que uno de los cónyuges sea más instruido que el otro.
Saber escuchar es maravillarnos de lo que el otro descubre de
nosotros y de él mismo.
Escuchemos siempre con el corazón dispuesto. Además, no olvidemos que Dios siempre tiene algo que darme por intermedio de mi cónyuge; es algo de lo que no puedo
dudar; porque Él lo puso en mi camino como parte del Plan de Salvación que me ha
destinado.
• Mirar al cónyuge como interlocutor válido. Es indispensable aceptar que el otro nos
puede dar algo o mucho positivo; que nos puede ayudar a descubrir las fallas y a buscar las correcciones posibles. Si tenemos la FE DEL AMOR, es decir, si creemos en el
cónyuge, podemos descubrir lo verdadero y lo justo en lo que él nos dice.
Debemos admirar al cónyuge cuando nos habla; admirar lo que
descubre. Hay una estrecha relación entre el amor y la admiración;
ésta es una manifestación de aquel. ¡De novios fuimos admiradores
mutuos y lo pregonábamos! ¿Qué pasa hoy? ¡Averigüémoslo!
No prestemos atención a los defectos del otro, a lo que nos molesta. Ver lo positivo
del otro y anteponerlo a lo negativo, es amarlo. Aceptar lo negativo que él descubre en
mi, es también amarlo, y buscar la manera de corregir eso negativo con su ayuda, ¡es
amarlo sin reservas como Cristo nos ama!
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• Responder a lo verdadero de la petición del cónyuge. En nuestro diálogo despojémonos de nuestros prejuicios antes de empezar. No tengamos respuestas preparadas de
antemano. No debo preparar mis respuestas mientras el otro me habla. Debo escuchar
primero, atentamente; luego, pensar con calma y buscar una respuesta que sea justa y
válida, que sea positiva y no una simple justificación para hacer valer mi punto de vista preconcebido. ¡Pensemos antes de responder y no respondamos antes de pensar!
Cuando escucho a mi cónyuge, cuando lo admiro y atiendo a lo
que me dice, eso mismo hago con Cristo: lo escucho, lo admiro y le
atiendo
• El diálogo debe ser caritativo. Hay que tener en cuenta al otro como persona que no
está a mi servicio; debemos verlo como nuestro complemento. Por eso es necesario
cuidar la forma de expresarnos y el tono de nuestras palabras. Debemos evitar a toda
costa herir al cónyuge con las palabras y las actitudes, conservando siempre el clima
de amor entre los dos.
Si en algún momento se nos sube el tono de la voz y tratamos de salirnos de casillas, queriendo dominar al otro, disculpémonos con
sencillez y pensemos que no siempre tiene que estar la razón de
nuestra parte. El que levanta más la voz, no es necesariamente quien
tiene la razón.
• Llegar a compromisos mutuos. Se requiere de un esfuerzo para llegar a compromisos. Sin esfuerzo, no hay nada que pueda lograr el hombre; sin esfuerzo sólo se llega a
la pereza y al ocio. Si el diálogo no se realiza con el esfuerzo de compartir, de perdonar y de comprendernos mutuamente, resultará estéril o inútil. Si no hay la decisión de
concretar los deseos difusos de mejorar, en acciones que nos vayan transformando poco a poco, modificando nuestras vidas, no podremos construir nuestro amor y todo esfuerzo habrá sido en vano.
La maravilla del diálogo conyugal está en que, si no somos superficiales al tratar los temas por simples que sean y nos comprometemos
seriamente en aplicar nuestras conclusiones, sentiremos la experiencia feliz del amor profundo. Conservando nuestros temperamentos y
nuestras diferencias, que son enriquecedoras para el amor mutuo, seremos ¡una sola carne y un solo espíritu! Eso es vivir nuestro sacramento del Matrimonio.
• Ser como el Buen Samaritano. Durante el diálogo, los dos debemos permanecer con
la actitud del personaje evangélico (Lc. 10, 33-34). Hay que tomar al otro, curarle sus
heridas con bálsamo y darle nuestra propia cabalgadura, es decir, nuestra ayuda, para
que pueda curarse. Con esa disposición, podemos abordar nuestro diálogo con la seguridad de obtener éxito.
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El Decálogo del Diálogo Conyugal
1. Convenir la cita mensual con día y lugar fijos. Fijar la fecha con algunos días de anticipación. Anotarla como una cita importante; es una cita
de amor a la que no debemos fallar; no la debemos aplazar con excusas,
sólo cambiemos la fecha si son de fuerza mayor. Siempre asegurémonos
al fijar la fecha, que ese día tengamos tiempo disponible, sin limitaciones
ni interferencias.
2. Comenzar con una breve oración, personal o conjunta. Cristo debe ser
al Gran Invitado, el garante de ese encuentro.
3. Renovar la fe del uno en el otro. Creer en el cónyuge y en su amor por
mi.
4. Hacer un examen de conciencia conyugal. Busquemos y descubramos,
los dos, lo que afecta a nuestro amor, a nuestro hogar y a nuestra relación.
5. Realizar un diálogo y no un monólogo, con la presencia de Cristo a
quien hemos invitado. Hablemos bajo su mirada y dispuestos a escucharlo si es preciso.
6. Escuchar mutuamente con amor. Atender lo que nos dice el cónyuge y
no pensar en lo que yo quiero responderle, mientras él me habla.
7. Mirar al cónyuge como interlocutor válido. No rivalizar con él; aceptarlo como mi complemento, que me ayuda para mejorar hacia el futuro.
8. Responder positivamente a la petición del cónyuge. Para ello es necesario descubrir lo verdadero y lo justo en lo que él nos dice.
9. Tomar resoluciones prácticas y concretas, y comprometernos con
ellas. No tengamos miedo a fallar o a incumplir; el cónyuge nos ayudará
a enmendarnos.
10. Escribir lo descubrimientos y propósitos. Tengámoslos a mano hasta
el siguiente encuentro, para poder recordarlos con frecuencia. No tengamos miedo de luchar por ellos, porque valen la pena.
NOTA: Del decálogo anterior, las cinco reglas que no pueden faltar en ningún diálogo
son las numeradas como 2, 4, 5, 6 y 9. Si las aplicamos a conciencia, habremos asegurado
los frutos de nuestro diálogo.
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Para terminar estas reflexiones sobre el diálogo conyugal y sobre el papel que Cristo tiene
en ese encuentro de amor hecho palabras, recordemos que el día de nuestra boda Él estuvo allí; las nuestras también fueron unas Bodas de Caná. Cada vez que nos sentamos a
dialogar en su presencia, empezamos a beber del mejor vino: el que da Cristo. Si así lo
hacemos siempre, nuestro amor crecerá y crecerá, purificándose con el Amor de Cristo.
Limpiemos nuestro amor de impurezas en el crisol del diálogo
conyugal, descubriendo el oro que nos une: ¡el Amor de Cristo!
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