América Latina: integración y desarrollo

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VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002
REPUBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
GRUPO DE INVESTIGACIÓN ANÁLISIS POLÍTICO DE VENEZUELA
MERIDA - VENEZUELA
América Latina: integración y desarrollo
Nelson Pineda Prada
Asunción, Paraguay, octubre de 2002
Nos oprimen, nos reprimen, nos comprimen,
nos deprimen, nos exprimen, pero no logran
ni imprimirse en nosotros definitivamente ni
suprimirnos…
J. M. Briceño Guerrero
Introducción.
Uno de los principios fundamentales que debe guiar la política exterior de los países de
América Latina, reside en la adecuada inserción de cada nación en la comunidad internacional, como
un factor autónomo e independiente, capaz de promover sus intereses nacionales. Por ello, la
integración constituye una política prioritaria, concebida ésta no como una simple asociación de
naciones, sino más bien como la implementación e instrumentación de un programa político que
tenga como norte el desarrollo de los países del área. Por lo que bien podemos señalar, como
premisa de esta visión, que la integración debe colocarse al servicio del desarrollo: INTEGRACIÓN,
DESARROLLO Y DEMOCRACIA deben ser las líneas fundamentales de la política internacional
latinoamericana.
Una política como esta debe conducirnos a ser celosos defensores de la autodeterminación y
de la soberanía nacional, como un principio doctrinario inalienable; de igual manera, los principios de
no-intervención y respeto a la inmunidad de jurisdicción del Estado, de la intangibilidad del territorio
nacional, de la defensa de los derechos humanos, del apoyo a los pueblos como protagonistas o
actores directos de las relaciones internacionales o a través de las instituciones públicas y privadas;
son principios fundamentales, asimismo, la igualdad, la paz, la lucha contra cualquier manifestación
de terrorismo, la preservación del medio ambiente, la solidaridad con todos los pueblos del mundo
afianzando el principio del pluralismo internacional existente o por construir, sin que ello ponga en
duda la soberanía nacional; a ser fervientes animadores del establecimiento de un nuevo orden
económico internacional, sin excluidos y sin exclusiones, que tenga su base de sustentación en la
cooperación, solidaridad y colaboración reciproca.
Una concepción como esta define a la política exterior como una política de Estado. Por lo
tanto, una política que se inspire en estos principios, debe articular el compromiso del Estado con la
coexistencia y cooperación de los demás miembros de la comunidad internacional, lo que habrá de
generar una relación de nuevo tipo. Una relación entre pueblos, entre sociedades, entre culturas.
La Cultura y lo Cultural como nueva Utopía.
Una política internacional que transite por los caminos desglosados anteriormente, puede ser
señalada como de utópica e irreal para ser descalificada. Ese es, precisamente, el riesgo de imaginar
el futuro, de pensar el futuro. De construir un nuevo paradigma.
Para ello debemos hacernos de un nuevo concepto de éste, que vaya más allá de los limites
que le fijara Kuhn en su celebre obra sobre las Revoluciones Científicas, ya que no debemos
referirnos a cada una de las disciplinas científicas, sino a la totalidad de la ciencia y su racionalidad,
no debemos referirnos sólo a las estructuras del sistema, sino al sistema social todo y su
racionalidad. No están en crisis los paradigmas de las ciencias, sino el paradigma de la ciencia en
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cuanto modo de conocer, es él todo de la sociedad lo que esta en crisis. Este último es el problema a
resolver.
Morin ha dicho que: "La ciencia entendida en su concepción tradicional, no puede entenderse
cabalmente a sí misma, no dispone de ningún método para conocerse y pensarse a sí misma. El
método científico no nos puede ayudar a entender plenamente el proceso investigativo humano. En
efecto, para que la ciencia pueda entenderse a sí misma, tendría que ponerse también como objeto
de la investigación, tendría que auto objetivarse. Pero la vuelta reflexiva del sujeto científico sobre sí
misma es científicamente imposible, porque el método científico se ha fundado en la disyunción del
sujeto y el objeto. La pregunta ¿qué es la ciencia?, no puede tener una respuesta científica". Por lo
que, la crisis latinoamericana no puede tener una solución fuera de su propia realidad.
Un nuevo concepto de cultura.
De manera tradicional se tiene la tendencia de concebir la cultura, y al quehacer cultural, de
una manera reducida, referida a la presentación de espectáculos, los famosos y tradicionales “actos
culturales”. No es que ellos no sean manifestaciones a las que pueda llamárseles culturales, pero no
son la cultura.
George Devereux, estudioso francés, uno de los principales fundadores de la escuela de la
Etnosiquiatría o Etnología Cultural, ha definido a la cultura de la siguiente manera: “La cultura es
sobre todo una manera de aprehender tanto los componentes particulares como la configuración
general del mundo del hombre o de su espacio vital. ... Por lo mismo, al ser la cultura... una manera
estructurada de aprehender el mundo y a sí mismo, la manera de aprehender un ítem dado puede
estar, entre los miembros de una cultura, en desacuerdo tanto con la realidad objetiva como con la
manera en que otras culturas aprehenden el mismo ítem”.
Definición que nos aleja del viejo concepto de cultura de Edward Tylor, para quien: “La cultura
o civilización tomada en su amplio sentido etnográfico, es ese complejo conjunto que incluye el
conocimiento, las creencias, las artes, la moral, las leyes, las costumbres y cualesquiera otras
aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad”.
Definición esta que fue aún más simplificada por los autores funcionalistas, quienes
terminaron definiendo por cultura todo lo que el hombre hace.
Pues bien, es a partir del concepto de Devereux que puede establecerse que la cultura: “No es
un simple reflejo pasivo, un epifenómeno de instancias materiales o de necesidades biológicas. La
Cultura también condiciona, tanto el comportamiento grupal como el individual moldeando las
conductas conscientes e inconscientes, estableciendo pautas para las actuaciones normales o
patológicas, buscando sintetizar razonado y vivido”.
Hacer referencia a estos conceptos no tiene otra intención, que la de colocarlos como punto
de apoyo para afirmar que, en este tiempo, en este mundo globalizado a través de la comunicación
digital, resulta bien difícil señalar las fronteras entre lo político y lo cultural. En torno de ello
pudiéramos establecer una frase que, aunque parezca tautológica, resulta bien definitoria: mientras
más política es la cultura, más culta se hace la política.
Cultura y política generan una relación simbiótica en las sociedades de hoy. Por lo que no
pueden ser concebidas como separadas, distintas la una de la otra. No, muy por el contrario, desde
una perspectiva holística de la sociedad, debe afirmarse que la división estructural de ella, como
lugares estancos, es una división demodé.
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Ética y Cultura.
Uno de los asuntos más complejos de abordar es el de los problemas éticos. Quizás ello se
deba a que lo ético, de manera común, ha sido identificado sólo con lo moral estableciéndose de tal
manera una relación indisoluble, una simbiosis que no permite percibir las diferencias entre uno y otro
concepto, sobre todo en los tiempos que corren, en los que se ha evidenciado el derrumbe de buena
parte de los valores impuestos por la modernidad.
El escritor español, Fernando Savater, al respecto ha dicho que la “moral es el conjunto de
comportamientos que tu, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como validos;
(mientras que) ética es la reflexión sobre por qué los consideramos validos y la comparación con
otras morales que tienen personas diferentes”.
Ya que, afirma el referido escritor español, en definitiva “llamamos ética a cierto tipo de
articulación simbólica de la autoafirmación humana. No es que la ética sirva a la vida poniéndose a
sus ordenes, sino que en sí misma no es otra cosa que una manifestación vital: la ética bien
entendida es una consecuencia filosófica del instinto de conservación”.
Las anteriores afirmaciones nos permiten reflexionar acerca de la necesidad que tienen
nuestros pueblos de avanzar en el diseño y fraguado de un nuevo modelo de sociedad, un modelo
que tenga al ser humano como el objeto principal de su estructuración, que emerja de la reflexión del
por qué ello es una necesidad inaplazable; por que, siguiendo al mismo Savater, tenemos que: “la
ética no es más que el intento racional de averiguar como vivir mejor. Si merece la pena interesarse
por la ética es por que nos gusta la buena vida..., que hay que empezar a vivir humanamente, es
decir, con otros o contra otros, pero entre hombres. Lo que hace humana a la vida es el transcurrir en
compañía de humanos, hablando con ellos, pactando y mintiendo, siendo respetado y traicionando,
amando, haciendo proyectos y recordando el pasado, desafiándose, organizando juntos las cosa
comunes, jugando, intercambiando símbolos..., (con lo cual no hacemos más que ratificar que) lo que
a la ética le interesa, lo que constituye su especialidad, es cómo vivir bien la vida humana, la vida que
transcurre entre humanos”.
Si la ética es esa búsqueda de cómo vivir mejor la vida humana, la vida que transcurre entre
humanos; podemos afirmar que la relación entre ética y cultura, es una relación indisoluble, ya que de
lo que se trata, en definitiva, es que cuanto más ética sea la vida, cuanto más buena sea la vida,
mayor será la cualidad cultural de los pueblos, de mejor manera podremos comprender la
estructuración de nuestro ethos cultural, lo que en definitiva es el sentido de le ética.
Cultura y Desarrollo.
No constituye ninguna desventura intelectual, mucho menos una irresponsabilidad, afirmar
que la onda neoliberal comienza a perder espacio. El fracaso de la instrumentación de las directrices
emanadas de los grandes centros del poder económico mundial, en las sociedades que las acogieron
dogmáticamente, es la mayor evidencia de esta afirmación. Ninguno, absolutamente ninguno, de los
países “neoliberalizados” puede mostrar el éxito de tal modelo; en todos ellos, los problemas sociales,
también, se han constituido en su principal y más grave problema. Por lo que la pobreza, el
desempleo, la delincuencia, la inseguridad, el analfabetismo, la insalubridad, entre otros, han dejado
de ser problemas exclusivos de los países pobres, para convertirse en problemas universales.
Esta realidad no puede convertirse en un aliciente para los países pobres. La respuesta que
se dé, a tan deplorable realidad, deberá estar referida a la más absoluta comprensión de la situación
de cada una de las formaciones sociales sujetas al diseño de un nuevo modelo de desarrollo.
Por ello la senda a seguir por los países de América Latina debe guiarse a la búsqueda de una
modernidad propia; que tenga presente al mercado como una realidad inocultable y fundamental para
su estructuración y funcionamiento, pero que no se limite o reduzca a él; ya que éste, por si mismo,
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no garantiza el éxito del modelo. Dicho de otro modo, en el corto (e incluso mediano) plazo no es
posible alcanzar un crecimiento con equidad social, no por que no queramos, sino por que nuestras
condiciones estructurales no lo permiten, las mismas presentan como rasgo general una
determinante presencia del Estado, como agente y gerente de estas economías; una marcada
tendencia a seguir siendo monoproductores e importadores; con una base de industrialización muy
débil; y la deuda externa sigue siendo un fardo sumamente pesado de cargar.
Pues bien, pensar en el diseño de una nueva propuesta de desarrollo en el área debe hundir
sus bases de sustentación en los problemas sociales antes que en los de carácter económico; ello
significa que el mismo debe ser la resultante del esfuerzo intelectual de cientistas sociales de distintas
disciplinas, tiene que ser un esfuerzo colectivo, plural; que tenga la capacidad de percibir la
heterogeneidad sociocultural que presenta la región.
Una de las grandes limitaciones conceptuales del desarrollo es el de confundirlo con
crecimiento, progreso o evolución; pensar que sólo estas variables lo caracterizan es tener de él una
visión parcial, incompleta. Visto el desarrollo como un momento, etapa o lugar nos conduce a
hacernos de él una definición imprecisa, ya que ésta surgirá de la comparación que hagamos con otra
realidad social; tal vez parecida a la nuestra, pero no igual.
Por tanto, al formular un nuevo modelo de desarrollo debe partirse de lo que somos y de lo
que aspiramos alcanzar para lograr el bienestar. Ello impone la necesidad de producir un conjunto de
cambios estructurales no sólo en lo económico, sino también en lo político y lo jurídico-constitucional,
ya que es la formación social, de manera global, la que requiere ser transformada. En tal sentido, la
transformación cultural de nuestras sociedades, la conformación de un nuevo ethos cultural,
constituye un requisito indispensable para poder alcanzar el desarrollo.
Globalizados o excluidos.
Vivimos en un mundo globalizado, es una frase que se repite a diario. Falso. De nada estamos
más lejos que de alcanzar los privilegios que hoy disfrutan los países altamente industrializados, los
países del G7. Muy por el contrario, vivimos en un mundo de excluidos. La globalización y
mundialización de la economía, al querer ser impuesta por medio de esa extraña simbiosis entre
neoclasicismo económico y neoconservadurismo político, que por moda o comodidad han dado en
llamar como neoliberalismo, ha encontrado en las formaciones sociales periféricas y semiperiféricas
un conjunto de barreras que lo han desmentido como único modelo para su desarrollo.
Necio sería negar que el mundo de hoy presenta, en el campo de las comunicaciones,
avances que han acortado las distancias, de manera tal, que han generado una cosmovisión de un
“mundo sin fronteras”. Si bien es cierto ello es una verdad, resulta también una enorme falsedad
hablar de la globalización en términos generales, o como algunos han llegado a afirmar de la
globalización de la humanidad.
El mundo en que hoy vivimos se caracteriza por sus interconexiones a nivel global, en el que
los diferentes fenómenos son interdependientes. Ello impone hacernos de una perspectiva más
amplia, holista, que no nos pueden ofrecer las concepciones reduccionistas del mundo ni las
diferentes disciplinas aisladamente; necesitamos una nueva visión de la realidad, un nuevo
paradigma, es decir, una transformación fundamental de nuestros modos de pensar, percibir y
valorar.
Ese debe ser, precisamente, el empeño de la política internacional latinoamericana. En esa
dirección debemos colocar nuestro trabajo, es por ello que propuestas como la integración, la
cooperación, la autodeterminación de los pueblos, el respeto mutuo, la construcción de un mundo
multipolar, entre otras, constituyen principios básicos que tienen que guiar nuestro relacionamiento
internacional.
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Por lo que, la formulación de una política internacional, tiene como reto contribuir a acortar la
distancia que nos separa de los países tecnológicamente más avanzados. Ello implica entender que,
aun siendo distintos, nuestros pueblos deben tener las mismas oportunidades de alcanzar su
bienestar. Ello significa entender que, la manera como esta dividido el mundo, entre países pobres y
países ricos, debe transformarse. Ello impone, entonces, avanzar hacia la estructuración de un
mundo multipolar; diverso pero de iguales oportunidades, entendiendo por estas las posibilidades que
cada nación tiene de alcanzar el bienestar de sus ciudadanos.
LA INTEGRACIÓN: nuestra oportunidad.
La integración debe constituir, para los pueblos de Latinoamérica, el proyecto fundamental que
predetermine nuestros programas y planes de acción. La experiencia nos dice que, América Latina,
que ha transitado en su estructuración a través de la puesta en vigencia de planes que no le han sido
propios, tiene en la integración su oportunidad para diseñar un plan de desarrollo, una modernidad
propia, que le permita alcanzar la redención social de sus ciudadanos.
Si algo ha caracterizado a América Latina es su tradición de copiar modelos exógenos.
Nuestros principales analistas del proceso de integración del área, al momento de abordar el estudio
de su estado, recurren con inusitada vocación a compararla con la experiencia de la integración
europea. Seguimos resistiéndonos a entender que somos un continente distinto, que conformamos un
pueblo con particularidades propias, que aun teniendo una marcada heterogeneidad estructural y
cultural, somos latinoamericanos.
Tradicional es también nuestra obsesiva vocación a considerar la crisis, nuestra crisis,
como la más profunda, la más larga, la más difícil. Ante tal situación resulta normal escuchar voces
cargadas de un profundo escepticismo, determinado por una visión apocalíptica de la situación, de
nuestra situación.
Si algo está caracterizando la política de las relaciones internacionales, es precisamente, la
búsqueda de una mayor integración entre las naciones. A diario conocemos de la firma de acuerdos
bilaterales y multilaterales entre naciones de distintos continentes. Los logros alcanzados entre la
CAN, el MERCOSUR y el CARICOM, para sólo señalar la región, son evidentes. Por mucho que
algunas agencias internacionales de información, que algunos "especialistas", afirmen lo contrario, el
avance de las conversaciones y el logro de algunos acuerdos no hacen más que confirmar que el
camino de la integración no es fácil, pero es el camino.
Si miramos la experiencia externa tal vez podamos recordar la disyuntiva planteada por
Alemania y Francia, a mediados del año pasado, con motivo de la visión del futuro de la Unión
Europea. Ambos países, los dos más grandes de la unión, a través del Canciller Gerhard Schröder y
el Primer Ministro Lionel Jospin, por vez primera presentaron sus impresiones no coincidentes sobre
el futuro de la unión, presentadas de una forma coherente y bien articuladas. Ello fue toda una
novedad ya que tradicionalmente Berlín y París solían presentar sus propuestas en conjunto. Sabia
lección. La discusión franco-alemana fue acogida con entusiasmo por toda Europa no sólo por su
apasionante contenido intelectual, sino por que a partir de ella se posibilitaba la apertura de un debate
nuevo y profundo sobre el destino de la Unión Europea ante los retos que debería enfrentar por su
ampliación. Cómo debe ser, cómo será y cómo enfrentará y decidirán los problemas económicos,
sociales y políticos que se planteen. Gruesas preguntas las que no pueden recibir superficiales
respuestas.
Los latinoamericanos estamos obligados a revisar los fundamentos que han guiado nuestro
proceso de integración. No para amilanarnos ante sus limitaciones y fracasos. Si no para desentrañar
de él las oportunidades que nos depara. Si algo debemos aprender de la historia es que ésta no
estudia los hechos del pasado para quedarnos en ellos, por que no los estudia con ojos del pasado.
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Si los hechos del pasado se estudian con ojos del presente, el estudio del presente debe,
ineluctablemente, conducirnos a imaginar el futuro, a eso que los cientístas sociales han llamado la
prospectiva.
¿Cómo vemos el futuro de la integración?. Promisorio, y no por un falso o ciego optimismo. Yo que
comencé criticando la obsecuente recurrencia de nuestros analistas a los modelos exógenos, recurro
a ellos pero de manera distinta, no para copiarlos, sino para leer en sus experiencias lo positivo que
podamos extraer. En tal sentido, invito a mirar la experiencia citada de la Unión Europea. América
Latina, afirmo, tiene ante sí el reto de mirar su futuro con ojos propios; su gran reto es avanzar hacia
una nueva modernidad que parta de lo que es y lo que quiere ser; en ese camino, en ese proceso, la
integración, concebida no como una simple asociación comercial de naciones, constituye el eje de su
modernidad.
Integración y Desarrollo.
Abordar el tema de la integración y el desarrollo en América Latina parece un lugar común,
sobre todo en este tiempo en que la “globalización” y la “mundialización de la economía” copa buena
parte de la reflexión en los más variados círculos del pensamiento universal, en donde se deja de
lado la parte más neurálgica de todo proceso social cual es el desarrollo, y más particularmente el
desarrollo del hombre, el desarrollo social.
En el área, la integración a ocupado uno de los principales temas de discusión, de ella ha
devenido la instrumentación de una amplia variedad de órganos de asociación de nuestros países.
Desde principios de los años 60 de la centuria pasada, en América Latina comenzó ha hablarse con
mucha fuerza acerca de la necesidad de que los países latinoamericanos se uniesen, comenzó a
formularse el desarrollo económico como elemento fundamental para superar el estado de atraso, la
difícil situación socioeconómica que cada una de las naciones latinoamericanas atravesaba.
Es en ese sentido que el primer intento integrador de América Latina, como podrá recordarse,
lo constituyó la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, ALALC, a comienzos de los años 60.
A partir de la ALALC comenzaron a conformarse un conjunto de experiencias de integración
subregional a través de las cuales, grupos particulares de países intentaban comenzar a establecer
mecanismos de organización con el propósito de alcanzar el desarrollo económico; recuérdese que,
en ese sentido, se constituyeron el Pacto Andino integrado por los países de la hoy Comunidad
Andina de Naciones (CAN), el Pacto de la Cuenca del Plata, el Pacto Amazónico, el Mercado Común
Centroamericano, el Pacto Andrés Bello y, en tiempos más cercanos, se fueron estableciendo
algunos otros intentos integradores en América Latina. Así tenemos que a mediados de los años 70
se creó el Sistema Económico Latinoamericano (SELA), y posteriormente se constituyó la ALADI (la
Asociación Latinoamericana de Integración), más recientemente, hace apenas once años, se
constituyó el Mercado Común del Sur, el MERCOSUR, conformado por Brasil, Argentina, Uruguay y
Paraguay, a los cuales se anexaron como miembros asociados Bolivia y Chile, ahora estamos
discutiendo acerca de la conformación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).
Afirmar, entonces, que la experiencia integradora de América Latina, no es una experiencia
novedosa, no constituye ninguna herejía, simplemente es el reconocimiento de la existencia de un
camino enormemente transitado. Por lo que, hablar de la integración en América Latina no constituye
ningún descubrimiento en sí mismo. Ha sido, más bien, una constante en la formulación de los
“planes económicos” de la región.
Al uno revisar el proceso integracionista de América Latina, emergen varias preguntas. La
primera de ellas está referida, básicamente, acerca de cuáles fueron las razones que determinaron el
surgimiento de la idea de la integración en América Latina, por qué ese “boom” integracionista. Pues
bien, la primera reflexión que, en ese sentido, tenemos que hacer, está referida a lo que hemos
llamado el fracaso del modelo de crecimiento, del modelo de desarrollo que se estableció en América
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Latina, o que se estableció para América Latina, a partir de las tesis que la CEPAL formuló desde
comienzo de los años 50. Aquel famoso modelo de desarrollo, de crecimiento hacia adentro, de
industrialización sustitutiva de importaciones.
Digo, entonces, y aquí se encuentra la parte más neurálgica de la reflexión que quiero hacer,
es que, si bien es cierto los intentos integradores de América Latina no han sido exitosos, ello no
puede conducirnos a tener una visión catastrófica, apocalíptica de la integración, no nos puede
conducir a creer que la integración de América Latina no sea la vía a través de la cual podamos
alcanzar nuestro desarrollo. Muy por el contrario, somos unos convencidos, de que las posibilidades
del desarrollo latinoamericano residen, precisamente, en que América Latina avance hacia un
proceso de integración más sincero; más amplio, pero más objetivo; más amplio, pero mucho más
realizable, infinitamente más realizable. Y es entonces por lo que digo que la integración de América
Latina no puede ser solo una integración económica. En tal sentido, lo que debe unir a los países
latinoamericanos no tiene que ser sólo los indicadores macroeconómicos, no puede ser sólo la
posibilidad que tenga cualquier país Latinoamericano de colocar sus mercaderías en otra u otras
naciones, que no podemos ver la integración solo porque ésta nos depare ganancias económicas y
nos permita colocar los indicadores macroeconómicos de balanza comercial en positivo.
Por ello, la integración tiene hoy una nueva razón de ser, tiene una particularidad que la hace
distinta a los intentos de integración que América Latina ha vivido, ha experimentado o implementado
durante estas últimas cuatro décadas.
.
La integración de América Latina, más que una integración en función de la economía, tiene
que ser un principio en función del hombre y de la mujer latinoamericana, la integración no tiene otro
fundamento en América Latina sino es el de permitir que los pueblos latinoamericanos puedan
superar el estado que hoy viven de pobreza, de analfabetismo, de desempleo, de mortalidad infantil,
de desnutrición, de enfermedades que pensamos ya habían sido superadas, por lo que el nuevo
modelo de integración de América Latina tiene que colocar al latinoamericano como el centro, ya que
el ser humano es el recurso más importante, es el recurso más valioso, es el capital más importante
que las sociedades tienen. Y no se trata de tener la pretensión de que, creamos que solo nosotros
tenemos la verdad con respecto de esta disyuntiva. No. Es una circunstancia en verdad bien difícil.
Hablar de la integración y hacer realidad la integración de América Latina no es ninguna cosa que se
pueda alcanzar vía decreto. No. La integración tiene un conjunto de aristas, un conjunto de
particularidades más difíciles, más complejas, más diversas, más heterogéneas, más problemáticas
en sí mismo, Decimos, en ese sentido, que la integración de América Latina tiene que tener como
norte superar la simple voluntad del acuerdo que cada uno de los países tiene, no basta que
queramos unirnos, sino que tenemos que diseñar una política y edificar unas estructuras que
permitan la integración, que la hagan viable y, en este sentido, es que decimos que una política de
integración debe tener a la cooperación como el norte de sus funciones, como su premisa
fundamental. Esta si es una concepción novedosa.
Porque si se entiende el concepto de la cooperación entre los pueblos, en su sentido más
amplio y más humano, podemos ir diseñando unas estructuras para la integración en donde
tengamos que todos los miembros de ellas ocupen un lugar idéntico, porque la integración no es solo
la posibilidad de comercialización, sino también la posibilidad de ayudarnos entre los distintos países
que integran el continente latinoamericano. En ese sentido, la cooperación constituye el pilar
fundamental de esta nueva visión de la integración de los países latinoamericanos. Y la cooperación,
dicho de manera simple, dicho de la manera más sencilla, nos da la posibilidad de que aquellas
riquezas que yo poseo de más y que otro país hermano carece, pueda negociarla con él, sin que esa
negociación signifique el empobrecimiento mío ni tampoco la descapitalización del país con el cual
comercializo; allí reside, precisamente, la manera como han sido descapitalizadas las economías de
la región; es allí, donde se encuentra la causa originaria de nuestro subdesarrollo, de nuestra
pobreza, de nuestro atraso.
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Una visión de la integración que parte de este concepto ubica al latinoamericano como el
objeto, como el centro, como el elemento paradigmático hacia el cual va dirigido el esfuerzo
integracionista. Cómo hacer para que ésta, a partir de la cooperación, pueda ser realidad. Debemos,
de manera autónoma, reconocer nuestras ventajas y nuestras limitaciones, debemos colocar las
ventajas al servicio de un modelo de integración colectivo en donde el hombre sea el centro y objeto
de la misma, esa será la única forma como podamos superar nuestras limitaciones.
Ahora bien, de dónde proviene la fundamentación teórica de esta afirmación, de concebir la
integración como una política de cooperación basada en la solidaridad entre los pueblos
latinoamericanos. Es una reflexión que se origina en el pensamiento Bolivariano, se inicia en el ideal
que a partir del año 1812 comenzó a fraguar, comenzó a construir el Libertador Simón Bolívar.
Bolívar, le dio sistematicidad al pensamiento integracionista, desde su propio nacimiento al mundo de
la política hasta los momentos previos a su muerte.
En el Manifiesto de Cartagena de Indias, del año 1812; en la Carta de Jamaica, de 1815; en el
discurso de Instalación del Congreso de Angostura, en 1819; ante el Congreso de la Villa del Rosario
de Cúcuta, en 1821; en la convocatoria al Congreso Anfictiónico de Panamá, de 1826. En todos ellos,
encontramos la idea de la cooperación y la solidaridad como la razón política fundamental de la
integración. Hoy, doscientos años después seguimos pensando cómo construir una América Latina
fuerte, desarrollada, que supere los déficit sociales que tiene.
La integración en este tiempo.
En el tiempo presente, en este comienzo de nuevo milenio, hablar de la integración resulta
para algunos una propuesta de mode. Sobre todo para aquellos que han abrazado las tesis
neoliberales de la manera ortodoxa.
Convencido estoy de que, muy por el contrario, si algo tiene vigencia en este tiempo, en que
América Latina a ensayado y puesto en ejecución los más variados planes y programas que le han
sido impuestos desde el sistema mundial, es integrarnos.
Sólo que, la integración, debe ser propuesta de manera diferente, con unos fines y objetivos
distintos, que superen el voluntarismo economicista de la integración. En tal sentido la formulación de
un nuevo modelo de integración requiere darle respuesta a conjunto de desafíos que deben
enfrentarse, entre ellos cabe destacar la manera cómo el área superará la pobreza, como problema
fundamental del presente; cómo vamos a enfrentar los riesgos que hoy tiene la estabilidad
democrática, cómo logramos que la democracia deje de ser sólo un sistema político y se convierta en
una cultura, en una forma de vida; cómo generamos un sistema de valores que sea compartible por
todos.
Difícil tarea la de superar la pobreza. Sobre todo en una región en donde las diferencias
sociales son tan marcadas. En unas sociedades, como las nuestras, en donde los privilegios de unos
pocos y la exclusión de los más constituye la característica que la define, nada resulta más complejo
que reducir o achicar esa diferenciación. Disminuir, no estamos diciendo eliminar, ello parece un
imposible en el corto y mediano plazo. Plantearse el reto de derrotarla constituye la tarea de este
tiempo, pero hay que comenzar ya.
La pobreza no puede seguir siendo vista como un problema de oportunidades, sugerimos
verla como un problema ético, que tiene su origen en la forma como se estructuraron nuestros
modelos societales por lo que, su superación, no será posible, sino avanzamos en la estructuración
de un nuevo modelo de sociedad. Las formaciones sociales de América Latina no resisten más
cambios coyunturales. Por andar experimentando con la implementación de propuestas exógenas es
que estamos en la forma en que nos encontramos; por lo que requerimos, sin más demora,
estructurar un modelo de formación social que hunda sus raíces en lo que somos y en lo que
queremos ser.
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La democracia representativa, no se discute las bondades de la democracia como sistema
político, pero estas son insuficientes, como para garantizar una “buena vida”. No existe en el área
ningún régimen o sistema de gobierno que no se llame democrático, sin embargo las instituciones del
Estado cada vez son más ineficientes e ineficaces; cada vez el ciudadano deja de ser un elector para
convertirse en un votante, para referirlo sólo al ámbito que, por siempre se ha dicho, constituye la
piedra miliar de la democracia como son las elecciones.
REDIMENSIONAR LA INTERACCIÓN
ESQUEMA
•
Los desafíos que debemos enfrentar:
1. Un sistema compartido de valores.
2. Profundizar la cultura democrática.
3. Profundizar la lucha por el respeto a los derechos humanos.
•
Establecer un sistema de intereses políticos compartidos:
1. La lucha contra la pobreza.
2. Fortalecimiento de la seguridad.
3. Crear ciudadanía.
Fortalecer la institucionalidad comunitaria:
1. Política exterior común.
2. Política de integración y desarrollo fronterizo.
3. Perfeccionamiento de la estructura institucional.
4. Hacer de la integración un hábito.
5. Fortalecimiento institucional y financiero de los modelos de integración.
•
•
Nuevas tendencias de las relaciones internacionales.
1. Orden global fracturado.
2. Nuevos desafíos del Estado - Nación.
3. Nuevas dimensiones de la seguridad.
4. Un nuevo regionalismo dentro de la mundialización.
•
Relanzar la integración latinoamericana.
PERFIL PROFESIONAL DE:
Nelson Pineda Prada, Licenciado en Historia, Especialista en Historia de América,
Magíster en Historia Económica y Social de Venezuela (distinción Summa Cum Laude),
Doctor en Estudios del Desarrollo, Profesor Titular a Dedicación Exclusiva (Pregrado y
Postgrado), adscrito al Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad de Los Andes (Mérida- Venezuela). Ha dictado las
cátedras de: Estructura Económica de Venezuela, Problemas Socioeconómicos de
Venezuela, Análisis Político de Venezuela y América Latina. Ha publicado: El Trujillo de
Ponchos y Lagartijos 1870-1899 (1987), Petróleo y Populismo en la Venezuela del Siglo XX
(1992), EL OCASO DEL MINOTAURO. Ola declinación de la Hegemonía Populista en
Venezuela (2000); como coautor: Sociología y Política: enfoque latinoamericano (1997),
Globalización y Desigualdad en América Latina (2000). Actualmente se desempeña como
Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Bolivariana de Venezuela ante
el Gobierno de la República del Paraguay.
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VII Congreso Internacional del CLAD sobre la Reforma del Estado y de la Administración Pública, Lisboa, Portugal, 8-11 Oct. 2002
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