China: la cuarta economía mundial

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Carta de Asia-Economía
China: la cuarta economía mundial
Por Pablo Rovetta
China se ha convertido en la cuarta economía del mundo según las cifras oficiales hechas
públicas la semana pasada sobre el crecimiento económico en el 2005. La economía china
acaba así de superar a la del Reino Unido y queda sólo por detrás de Estados Unidos, Japón y
Alemania.
Ya meses atrás, China había superado a Italia y Francia en términos del valor de su producción
económica, que el año pasado alcanzó un crecimiento del 9,9 por 100.
Aunque se trata de una “noticia anunciada”, debido a las previsiones recientes sobre el
comportamiento de la economía del gigante asiático y a su creciente escalada de posiciones en
el ranking mundial, no deja de ser un hecho de enorme trascendencia y sobre el que debemos
reflexionar.
En primer lugar se podrá argumentar, con razón, que con una población que supera los 1.200
millones de habitantes, ese poderío económico de China queda reducido de forma destacada
en términos relativos y que, con una renta per capita de 1.700 dólares, la República Popular
sigue estando aún a una larga distancia de alcanzar la prosperidad y el desarrollo económico y
social del que gozan los países más ricos del planeta.
Lo más importante, sin embargo, de este salto de China a la cuarta posición de la economía
mundial es la consolidación de una tendencia, de un proceso continuo que comenzó hace ya
más de 27 años y que está transformando de forma profunda la economía y la vida social del
país asiático.
Al fin y al cabo, China siempre ha sido en la vida moderna el país más poblado del mundo,
pero su renta per capita y su papel en la economía mundial eran insignificantes hasta hace
unos pocos años.
En segundo lugar, cada vez que se hacen públicas estadísticas sobre la economía china,
muchos de los análisis de la prensa internacional y de varios organismos multilaterales y
gubernamentales ponen más énfasis en los problemas, retos y peligros que tiene que hacer
frente la economía china que en sus éxitos.
Desde hace casi 30 años estamos oyendo en gran parte de Occidente alertas, llamadas de
atención y los pronósticos más pesimistas y negativos sobre la gravedad de los problemas
económicos, políticos y sociales de China.
Solo para citar algunos ejemplos, podemos recordar los pronósticos pesimistas sobre la
reforma en el campo, la reforma de las empresas estatales y del sector público, los problemas
del sector financiero y bancario, las diferencias en el desarrollo regional y social, el
recalentamiento de la economía y un largo etcétera.
Se ha llegado a pronosticar, y hay hasta libros escritos sobre ello, la desintegración territorial
de China y su incapacidad para hacer frente a graves problemas como el desempleo.
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Es verdad que las dificultades que han tenido que hacer frente las autoridades chinas no han
sido pocas ni fáciles. Algunas de ellas han sido ciertamente muy graves, como la crisis de la
Plaza de Tiananmen en 1989 en lo interno, o la crisis financiera del Sudeste Asiático en 1997
en lo internacional.
La realidad, sin embargo, es que las autoridades chinas –y ya llevamos tres Administraciones,
la de Deng Xiaoping, la de Jiang Zeming y la de Hu Jintao-, aparte de reconocer los problemas
que tienen que enfrentar, han demostrado hasta el presente que han sido capaces de
resolverlos y además a su manera. Dicho de una forma sencilla, están haciendo las cosas bien,
a pesar de los nuevos problemas y de los efectos negativos de muchas de las medidas que
han estado adoptando en este proceso.
Y esto no es poca cosa si recordamos que este proceso de profundas reformas y extraordinario
crecimiento económico tiene lugar en el país más poblado del planeta y en un contexto en el
que los dirigentes del país no han contado con un modelo exitoso para poder tomar como
referencia. Es lo que ellos llaman un modelo “con características chinas”.
En tercer lugar, esta nueva posición de China en la economía mundial debería ser un elemento
más para mostrarnos que todo lo que está pasando y pasará en el país asiático debería
importarnos mucho y cada vez más.
China y su economía tienen una relación directa e indirecta cada vez más importante con
nuestras economías y la vida diaria de nuestras sociedades.
Por citar algunos ejemplos, la evolución del precio de la gasolina -y por consiguiente de todo el
sistema de transporte por carretera-, del precio del acero –y de forma directa de la vivienda y
de la construcción en general-, de muchas materias primas de importancia estratégica, de
productos agrícolas como la soja, o de una infinidad de bienes de equipo y de consumo, tiene
en estos momentos una relación directa con lo que está pasando en la economía de China.
Esta relación con lo que pasa en China, sin embargo, no se ve con frecuencia reflejada con
claridad en nuestra sociedad. El desarrollo económico de China, en muchos aspectos, es algo
que se relaciona solamente con la competitividad de sus productos textiles, sus copias ilegales,
o con las tiendas que en nuestras ciudades venden productos chinos baratos y con horarios de
apertura más competitivos que las tiendas locales.
China, su economía y sus empresas, son mucho más que esto y cuanto antes se sea
consciente de ello, mejor preparada estará la sociedad para hacer frente a esta realidad y tratar
de adaptarse a ella y sacar el máximo provecho posible de la misma.
No sirve ni tiene solución el ver este desarrollo de China como una amenaza, sino que la
opción más inteligente es verlo como una oportunidad.
Carta de Asia-Economía Número 154 – 1 de febrero de 2006
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