Camboya: Imperio, horror y superación. Textos: Sandra Abreu Ortiz

Anuncio
Camboya: Imperio, horror y superación.
Textos: Sandra Abreu Ortiz
Elegir a Camboya como destino, no solo garantiza una aventura que te llevará a
revivir el legado del imperio que dominó el Sudeste Asiático por más de seis
siglos. También te transportará a lo más profundo de las creencias religiosas de
un país primordialmente budista, te hará reflexionar sobre los horrores de la guerra
y te permitirá conocer a seres humanos increíbles que, con una eterna sonrisa, te
recordarán que la reconstrucción de un país depende de la fuerza con que cada
persona se levante cada mañana para poner su granito de arena.
Aunque los colombianos que visitamos Camboya, hasta ahora, no representamos
más del 0,03% de los viajeros que deciden explorarla, sin duda es uno de los
lugares más especiales que he visitado y un ejemplo maravilloso de lo que el
turismo puede aportar a la superación de los conflictos y al desarrollo económico.
Mi llegada fue por tierra, como casi el 40% de los visitantes que en su recorrido
por Asia se aproximan desde Laos, Vietnam, o como lo hice yo, desde Tailandia.
El punto de partida fue Bangkok, que hoy en día ofrece múltiples opciones para
conectar la capital de Tailandia, en 8 horas, con el atractivo turístico más
importante de Camboya: Los templos de Angkor, en la ciudad de Siem Reap.
Una vez allí, se puede ver que el desarrollo turístico ha sido tomado muy en serio,
según estadísticas oficiales del Ministerio de Turismo de Camboya, de recibir en
1993 118.000 turistas internacionales, pasaron a 4’ 210.000 en 2013.
Hoteles de las principales cadenas del mundo, que preservan el estilo
arquitectónico Jemer, dan una especial bienvenida a los viajeros. Una curiosidad
es que las construcciones alcanzan máximo unos siete pisos dada la restricción
existente de construir por encima de la altura del templo insigne: Angkor Wat.
No obstante, en la ciudad hay de todo con precios bastante asequibles, desde
hostales de 7 dólares, hoteles intermedios con piscinas, muy valoradas por las
altas temperaturas de las zona, entre 40 y 60 dólares la noche, y aquellos con
todas las comunidades que van entre los 150 y 300 dólares. La característica
común es que el encanto cultural siempre está presente.
Como nuestra llegada se dio cuando cayó el sol, la primera impresión de la ciudad
de los Mil Templos fue el de un destino vibrante, adaptado amigablemente para el
turismo, con una oferta diversa que cautiva a personas de todas las edades y
satisface gustos de las más complejas personalidades.
Tan solo recorrer algunas cuadras y nos encontramos con la muy famosa “Pub
Street”, que recibe ese nombre por la cantidad de restaurantes, cafés y bares que
se hallan en un agradable y limitado espacio geográfico, en el que se entrelazan
las expresiones de la cultura camboyana. Hay grupos musicales en las esquinas,
ventas de jugos de las más exóticas frutas, toda clase de indescriptibles
pasabocas, souveniers, ropa y un sin fin de alternativas para disfrutar de las
técnicas milenarias en masajes. Es un error no probar en “The Red Piano” el
famoso cóctel Tomb Raider, creado por Angelina Jolie, en el tiempo de las
filmaciones de la película con ese nombre. También lo es no recorrer un poco más
la ciudad para comer en alguno de los restaurantes “Con Sentido”, es decir
aquellos que apoyan causas de poblaciones víctimas del conflicto civil de
Camboya, ofreciendo oportunidades de formación y empleo digno… Heaven,
Maumar, Peace Café para los vegetarianos y Les Jardin des Delices, entre otros.
Los templos de Angkor Wat
Sin duda el principal motivo para que los turistas lleguen a Camboya lo constituye
el monumento orgullo de su pueblo, el que aparece en el centro de la bandera, el
que representa el legado del Imperio Jemer que dominó el Sudeste Asiático
durante más de seis siglos (VII y XV): Angkor Wat.
Se encuentra en un complejo de sitios arqueológicos declarados Patrimonio de la
Humanidad en 1992, en donde los visitantes son testigos de la combinación del
poder político y cultural de los Jemeres, con la influencia religiosa. Primero del
hinduismo y, luego, de la sabiduría que trajeron los monjes budistas Theravada
desde Sri Lanka.
Personalmente, los tres que más llamaron mi atención fueron: Ta Prohm, por ser
la mejor representación del reclamo que hizo la naturaleza a la obra del hombre y
la forma en que decidió retomar su lugar, Bayon, que con sus 216 rostros
sonrientes logra inspirar poder, temor y devoción, siendo la mezcla perfecta entre
lo celestial y terrenal y; claro está, Angkor Wat, el símbolo de Camboya, el templo
más grande del país y, a diferencia de los otros sitios arqueológicos que fueron
devorados por la selva, ha sido el único conservado desde el siglo XVI hasta la
fecha, principalmente debido a la presencia de monjes budistas en el complejo.
Hoy en día recorrer el camino que te permite echar el primer vistazo a esta
majestuosa obra, puede describirse como uno de esos momentos en que se te
corta la respiración, esos en los que experimentas una sensación de paz y a la vez
de incredulidad frente a la capacidad del hombre de venerar. Un amanecer en sus
recintos, aunque implica el sacrificio de llegar muy temprano, bien vale la pena.
Las opciones para transportarse en los templos son variadas. Desde las más
sofisticadas que se hacen en globo, pasando por las tradicionales en van o bus,
que puede alternarse con algún recorrido en elefante en los principales templos
del complejo. Para los viajeros independientes, la bicicleta es el medio preferido.
Se alquilan en el centro de la ciudad o en hoteles por 1,50 dólares el día.
No obstante, la forma más común es en Tuk Tuk, una especie de carruaje
motorizado, cuyos conductores prestan el servicio de liderar los recorridos diarios
por 15 dólares; un guía en tu idioma puede acompañarte por 20 dólares más.
El complejo abre sus puertas desde las 5:00 a.m. hasta las 5:30 p.m. y ofrece tres
modalidades para disfrutarlo: tiquetes de 1 día (20 USD), 3 días (40 USD) y 7 días
(60 USD). La opción de tres días puede usarse de manera no consecutiva durante
una semana y, la de siete, en un mes.
Otros atractivos de Siem Reap
Adicional a esta maravilla de la historia, Siem Reap y sus alrededores tiene mucho
que ofrecer. Conocer alguno de los múltiples monasterios para entender la
filosofía budista y compartir una charla con los monjes que engalanan el paisaje
camboyano con sus túnicas naranjas, recorrer el Museo Nacional de Angkor o
hacer una visita a las aldeas flotantes en donde hoy habitan más de cinco mil
personas en palafitos, son actividades que deben hacerse.
De la mano de estos atractivos naturales y culturales hay uno en especial, que por
su impacto en la vida de los que participan y las alegrías que generan en los que
con ellos comparten, se convierte en mi recomendado favorito de Siem Reap: “El
Circo Phare”, sin animales, centrado en acrobacias y en divertidas historias de la
vida cotidiana. Un ejemplo de superación.
Su fundador, que hace parte de ese pequeño 10% de artistas camboyanos que
sobrevivieron al régimen de Pol Pot, tomó la decisión de recuperar el legado de su
pueblo y contagiar a jóvenes artistas para que a través de las artes encontraran
una herramienta de perdón y comenzaran el proceso de reconstrucción de la
confianza, preservando además las costumbres que trataron de arrancarles.
Todos los miembros son víctimas del conflicto y/o población vulnerable que
gracias a sus actuaciones tienen hoy una mejor calidad de vida.
Ejemplos como estos se repiten en los esfuerzos que se han hecho en el país, con
apoyo de cooperación internacional, para formar artesanos en un oficio, a través
de programas de cuatro años. Así, mientras aportan a la economía de la región
mediante la elaboración de recuerdos, también contribuyen con la restauración de
sus monumentos. Todos, de alguna u otra forma, sobrevivientes del conflicto.
Conflicto, al que se puede hacer un primer acercamiento a través del museo de las
Minas Antipersonales, donde se encuentra una importante colección de las que
fueron utilizadas durante la guerra civil de ese país. Su fundador, reconocido por
CNN como uno de los 10 héroes del 2010, es un activista que trabaja en pro del
desminado. Los recursos del museo se destinan a las familias que aún sufren las
secuelas de este flagelo.
Aunque estos últimos párrafos dan cuenta de las actividades que pueden hacerse
en la ciudad para conocer de cerca la historia de uno de los genocidios más
grandes del mundo, es en Phnom Pen donde verdaderamente se reviven esos
días en los que el pueblo Camboyana conoció la crueldad.
Phnom Pen
Phnom Pen tiene esa magia de las capitales del sudeste asiático, en donde reina
el caos, un tráfico indescriptible, ruido, familias completas en moto (Literalmente,
papá, mamá, 2 hijos y un bebé), pocos, muy pocos semáforos, carros con el
volante a la izquierda y otros a la derecha, pero donde el universo parece
conspirar para que millones de problemas se entrecrucen sin problema.
La principal razón para visitarla viene acompañada de esa curiosidad inexplicable
de saber más sobre el conflicto del país y los espacios de reflexión que el gobierno
ha dispuesto para dar a conocer al mundo una historia que no puede repetirse.
El holocausto camboyano
Cuando los Jemeres Rojos se tomaron Phnom Pen en 1975, para liberar a
Camboya de la influencia Vietnamita y la relación con Estados Unidos,
implementaron un gobierno de terror. Consideraron enemigo del régimen a todos
aquellos cuyo único pecado era haber tenido la oportunidad de lograr algún grado
de formación, hablara un idioma extranjero, ser artista o simplemente usar
anteojos. La refundación que debía vivir Camboya, decían, se centraba en una
economía autosuficiente en la que la población se dedicara a cultivar.
En cumplimiento de su objetivo, acabaron con las escuelas, destruyeron la
infraestructura urbana. Las cifras revelan que en ese período oscuro de la historia
de Camboya, conocido como uno de los mayores genocidios de la humanidad,
murieron alrededor de dos millones de personas. Uno de cada cuatro habitantes.
Y aunque la estancia en el poder de ese régimen fue de cuatros años, sólo hasta
1993 la monarquía retomó el poder y el país empezó a recuperarse de 20 años de
terror, en los que se exterminaron las artes, la ingeniería, la medicina, el derecho,
los conocimientos y habilidades de los pobladores de un país.
Queriendo entender ese capítulo de la historia acudí a los dos escenarios que son
de visita obligada para quienes llegan a la capital. Primero me dirigí a Choeung
Ek, uno de los cientos lugares de exterminio, que entre 1975 y 1979 se
instauraron en el país y a los cuales llegaban los habitantes provenientes de la
ciudad en su peregrinación hacia las zonas rurales, solo para encontrar que, de
forma brutal, su camino llegaría hasta ahí.
No es posible prepararse para una visita de este tipo. Lo que antes perteneció a
una familia campesina china, es ahora la máxima representación de los horrores
de la guerra; el sitio en el que asesinaban niños para evitar el riesgo de que al
crecer tomaran venganza por la muerte de sus padres. El lugar donde quedaron
tantas personas y que desde 1998 se convirtió en el principal espacio de reflexión
para no permitir que esa misma tragedia vuelva a repetirse.
Este campo de la muerte es el símbolo de la preservación de la evidencia del
régimen de los Jemeres Rojos, en donde se ha levantado un monumento budista
a las víctimas y en donde reposan alrededor de 600 cráneos como evidencia de la
forma en que las personas que pasaron por ahí fueron torturadas. Actualmente se
advierte que todavía, después de la lluvia, es posible encontrar huesos y ropa de
quienes dejaron aquí su último aliento. Tan es así, que hay avisos al respecto y
se pide a los turistas avisar a los funcionarios del complejo.
Aunque todo esto suena realmente aterrador, ese campo de exterminio se
transformó para convertirse en un campo de paz. En un recorrido que puede
hacerse en aproximadamente dos horas, una audio guía en tu idioma te transporta
a esos años y, de forma abrazadora, te acompaña por la historia de un país que
no oculta lo que sucedió, pero que está más que convencido que el perdón y el
reconocimiento son claves para salir adelante.
Otro sitio escalofriante es Toul Sleng, una edificación que antes de 1976 fue una
escuela y que terminó convertida en lo que se denominó la prisión S-21. Su
exterior mantiene la estructura de una institución educativa, mientras que su
interior guarda lo que fue uno de los mayores escenarios de tortura y ejecución.
Se dice que allí entraron 20.000 personas de las cuales, solo siete sobrevivieron.
Dos de ellos han escritos libros sobre su paso por este sitio y se puede interactuar
con ellos en las instalaciones.
Se ha adaptado como museo en donde se ha hecho una interesante recolección
de material escrito y fotográfico para conocer lo que ahí sucedió, pero lo más
impresionante es, que a diferencia de Choeung Ek, en ese espacio se puede
revivir el horror. Aún están los cuartos de tortura, las celdas en las que eran
encerrados… aún se pueden ver rastros de sangre.
Un ejemplo de superación
No obstante, así como la gente de Camboya sigue adelante con una sonrisa para
recuperarse del cruel pasado, una vez que se sale de esos espacios, en los que
se entiende a una población que tuvo que renacer, volver a construir su base de
profesionales y recuperar su legado cultural y artístico, los visitantes de Phnom
Pen tienen la oportunidad de disfrutar del renacer del país.
Una caminata por el malecón bordeando el río Monkong, una noche inigualable
disfrutando de la bien reglamentada Happy Hour universal, de una vista increíble
en algunos de los bares icónicos, como el Foreign Corespondant Club y una cena
en alguno de los restaurantes “Con Sentido”, entre los que se recomienda,
“Friends”, por la excelente comida y el trabajo de formación que hacen con
población vulnerable, son solo algunas de las actividades que ofrece la ciudad.
Es en Phnom Pen dónde se puede ver a los habitantes hacer aeróbicos antes del
atardecer en lugares públicos y unirse para disfrutar la experiencia local, ir de
compras al Russian Market o al Mercado Central a probar la inmensa variedad de
frutas y comprar toda clase de recuerdos, así como visitar al Museo Nacional de
Camboya, recorrer la historia del país y al final del día disfrutar de una
representación de un grupo de actores obstinados en compartir la riqueza de su
tradición demostrando la forma en que se han sobrepuesto a la adversidad.
Aquí está la casa de la monarquía camboyana, el Palacio del Rey, que al ser uno
de los principales atractivos turísticos, ofrece recorridos por los edificios de la
residencia y pagodas, entre la que se destaca la de Plata, por el material en el que
está cubierto sus pisos y que alberga representaciones budistas de los más
hermosos metales y piedras preciosas.
Cada paso que se da en este país es una lección de grandeza de un pueblo que
ha sufrido y que se ha sabido levantar, de un mundo que respondió cooperante y
una gente que con una gran sonrisa y mucha voluntad, decidió aceptarla,
aprovecharla y trabajar fuertemente para salir adelante.
Hoy es un destino cuyo reconocimiento crece a pasos agigantados, en el que se
ve como la llegada de visitantes extranjeros ha influenciado positivamente el
crecimiento y desarrollo del país y del que hay mucho que aprender.
Ojalá ese 0.03% de colombianos que tomamos la decisión de ir Camboya
aumente y, esa sonrisa con que nos reciben los residentes del país, pueda
ayudarnos a entender que si aprovechamos las oportunidades, aprendemos del
pasado y nos decidimos a perdonar, no hay nada que nos pueda detener.
Recomendaciones para el viajero




La moneda es el Riel, sin embargo el dólar es aceptado en todas partes.
Se aprecian las denominaciones pequeñas.
El idioma es el Khemer, pero el inglés está tomando cada vez más
relevancia como segunda lengua; sobre todo en los principales destinos
turísticos se nota el esfuerzo de su población por aprenderlo.
La visa por 30 días puede obtenerse en línea en la página web del
Ministerio
de
Relaciones
Exteriores
(www.mfaic.gov.kh)
en
aproximadamente tres días. En los puestos de frontera también es posible
obtenerla, aunque hay que tener en cuenta que los tramitadores cobrarán
un excedente por ella. Si se llega por vía aérea, en los aeropuertos puede
accederse a ella. El costo es de aproximadamente 35 dólares y debe
aportarse una foto tamaño pasaporte.
La mejor época para visitar Camboya es de noviembre a mayo, cuando las
altas temperaturas disminuyen un poco y permiten disfrutar agradablemente
de los atractivos del país.
Cómo llegar
 Dos aeropuertos principales: Siem Reap y Phnom Pen, conectados con las
principales capitales de los países asiáticos. Algunas aerolíneas permiten
entrar por una ciudad y salir por otra. Hay un tercer aeropuerto para
quienes tienen como objetivo descubrir las opciones de sol y playa en
Sihamoukville (sólo para vuelos nacionales).
 Por tierra, desde Laos, Tailanda y Vietnam, siendo los dos últimos los más
recomendables.
Dónde alojarse
Las opciones son variadas y para todos los presupuestos. Hostales, hoteles
de nivel medio y de cadenas internacionales se encuentran en las
principales ciudades atractivas al turista. La posibilidad de quedarse en
casa de locales en las zonas rurales está tomando fuerza, de la mano de
organizaciones que trabajan por el buen relacionamiento entre el turismo y
el desarrollo local.
Dónde comer
La comida Jemer, aunque no tan conocida mundialmente, tiene una amplia
tradición.
Se recomienda consultar las guías que relacionan los
restaurantes “Con sentido” y no dejar el país sin haber probado el Lok Lak o
el Amok.
Qué comprar
La artesanía es de alta calidad. Artículos de seda, figuras decorativas del
hinduismo y budismo talladas en madera o piedra, son el bien más
apetecido.
En las principales ciudades hay tiendas que soportan
asociaciones que capacitan a jóvenes vulnerables, quienes luego se
vinculan en la elaboración de souveniers o piezas para restaurar el
patrimonio de la Nación.
Otros datos importantes
 El regateo hace parte de la cultura de compra de Camboya principalmente
en los mercados y medios de transporte. Con una sonrisa y un precio que
consideres justo, conseguirás lo que quieras.
 Para los turistas que quieren aportar al crecimiento y desarrollo del país,
hay organizaciones como ConCert (Connecting Communities, Environment
& Responsible Tourism) que se encarga de canalizar las buenas
intenciones a través de actividades ecoturísticas y culturales en contacto
con las comunidades locales.
Descargar