Mayordomos de Dios

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Capítulo 60
Mayordomos de Dios
Debemos reconocer la propiedad de Dios
El cimiento de la integridad comercial y del
verdadero éxito es el reconocimiento del derecho
de propiedad de Dios. El Creador de todas las
cosas es el propietario original. Nosotros somos sus
mayordomos. Todo lo que tenemos es depósito
suyo para ser usado de acuerdo con sus
indicaciones.
Es ésta una obligación que pesa sobre cada ser
humano. Tiene que ver con toda la esfera de la
actividad humana. Reconozcámoslo o no, somos
mayordomos provistos por Dios de talentos y
facilidades y colocados en el mundo para hacer una
obra asignada por él.
El dinero no es nuestro; ni nos pertenecen las
casas, los terrenos, los cuadros, los muebles, los
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atavíos y los lujos. Tenemos tan sólo una concesión
de las cosas necesarias para la vida y la salud....
Las bendiciones temporales nos son dadas en
cometido, para comprobar si se nos pueden confiar
riquezas eternas. Si soportamos la prueba de Dios,
recibiremos la posesión adquirida que ha de ser
nuestra: gloria, honra e inmortalidad.
Tendremos que dar cuenta
Si nuestros hermanos quisieran tan sólo dedicar
a la causa de Dios el dinero que les ha sido
confiado, la porción que gastan en complacencias
egoístas, en idolatría, depositarían un tesoro en el
cielo y harían precisamente la obra que Dios les
pide que hagan.
Pero como el rico de la parábola, viven
suntuosamente. Gastan pródigamente e dinero que
Dios les prestó en custodia, a fin de que lo usasen
para gloria de su nombre. No se detienen a
considerar su responsabilidad ante Dios, ni
recuerdan que antes de mucho llegará el día en que
habrán de dar cuenta de su mayordomía.
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Siempre debemos recordar que en el juicio
confrontaremos la anotación de cómo usamos el
dinero de Dios. Se gasta mucho en la complacencia
propia, en cosas que no nos reportan beneficio
verdadero alguno, sino que nos dañan realmente.
Cuando comprendamos que Dios es quien da todo
lo bueno y que el dinero es suyo, lo gastaremos
sabiamente y conforme a su santa voluntad. No nos
regiremos por las costumbres y modas del mundo.
No ajustaremos nuestros deseos a sus prácticas, ni
permitiremos que nos dominen nuestras
inclinaciones.
En nuestro uso del dinero haremos de él un
agente de mejoramiento espiritual porque lo
consideraremos como un cometido sagrado, que no
ha de emplearse para fomentar el orgullo, la
vanidad, el apetito o la pasión.
Me fue mostrado que el ángel registrador anota
fielmente toda ofrenda dedicada a Dios y puesta en
la tesorería, y también el resultado final de los
recursos así consagrados. El ojo de Dios reconoce
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todo centavo dedicado a su causa y la buena o mala
disposición del dador. El motivo que impulsa a dar
es también anotado.
La familia debe dar sistemáticamente
"El primer día de la semana, cada uno de
vosotros ponga aparte algo, para guardarlo, según
haya prosperado." Cada miembro de la familia,
desde el mayor hasta el menor, puede tomar parte
en esta obra de benevolencia. . . . El plan de la
benevolencia sistemática resultará para cada
familia en una salvaguardia contra las tentaciones a
gastar recursos en cosas innecesarias, y será
especialmente una bendición para los ricos al
guardarlos de cometer prodigalidades.
Cada semana lo que Dios requiere de cada
familia debe ser recordado por cada uno de sus
miembros para cumplir plenamente el plan; y en la
medida en que se haya negado alguna cosa
superflua a fin de tener recursos que poner en la
tesorería, quedarán inculcadas en su corazón
lecciones valiosas en cuanto a ser abnegados para
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gloria de Dios. Una vez a la semana cada uno se ve
frente a frente con lo que ha hecho durante la
semana anterior, frente a los medios que podría
tener si hubiese sido económico y a los recursos
que no tiene por haberse complacido a sí mismo, y,
como si fuera emplazada delante de Dios, su
conciencia le aprueba o le acusa. Aprende que para
conservar la paz del espíritu y el favor de Dios,
debe comer, beber y vestir para gloria de él.
En primer lugar, lo que Dios requiere
Los requerimientos de Dios ocupan el primer
lugar. No estamos haciendo su voluntad si le
consagramos lo que queda de nuestra entrada
después que han sido suplidas todas nuestras
necesidades imaginarias. Antes de consumir
cualquier parte de nuestras ganancias, debemos
sacar y presentar a Dios la porción que él exige. En
la antigua dispensación, se mantenía siempre
ardiendo sobre el altar una ofrenda de gratitud, para
demostrar así la infinita obligación del hombre
hacia Dios. Si nuestros negocios seculares
prosperan, ello se debe a que Dios nos bendice.
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Una parte de estos ingresos debe consagrarse a los
pobres, y una gran porción debe dedicarse a la
causa de Dios. Cuando se le devuelve a Dios lo que
él pide, el resto será santificado y bendecido para
nuestro propio uso. Pero cuando un hombre roba a
Dios reteniendo lo que él requiere, su maldición
recae sobre el conjunto.
Recordemos a los pobres
Para que representemos el carácter de Cristo,
toda partícula de egoísmo tendrá que ser expelida
del alma. En el cumplimiento de la obra que él
confió a nuestras manos, será necesario que demos
cada jota y tilde que podamos ahorrar de nuestros
recursos. Llegarán a nuestro conocimiento casos de
pobreza y angustia en ciertas familias, y habrá que
aliviar a personas afligidas y dolientes. Muy poco
sabemos del sufrimiento humano que nos rodea por
todas partes; pero al tener oportunidad para ello
debemos estar listos para prestar inmediata
asistencia a los que están bajo severa presión.
Al despilfarrar dinero en lujos se priva a los
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pobres de los recursos necesarios para suplirles
alimentos y ropas. Lo gastado para complacer el
orgullo, en vestimenta, edificios, muebles y
adornos, aliviaría la angustia de muchas familias
pobres y dolientes. Los mayordomos de Dios han
de servir a los menesterosos.
El remedio de Dios para la codicia
La costumbre de dar, que es fruto de la
abnegación, ayuda en forma admirable al dador. Le
imparte una educación que le habilita para
comprender mejor la obra de Aquel que anduvo
haciendo bienes, aliviando a los dolientes y
supliendo las necesidades de los indigentes.
La benevolencia abnegada y constante es el
remedio de Dios para los pecados roedores del
egoísmo y de la codicia. Dios ordenó la
benevolencia sistemática para sostener su causa y
aliviar las necesidades de los dolientes y
menesterosos. Mandó que se adquiera el hábito de
dar, a fin de contrarrestar el peligroso y engañoso
pecado de la codicia. El dar de continuo ahoga la
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codicia. La benevolencia sistemática está destinada
por Dios a arrebatar los tesoros de los codiciosos a
medida que los adquieren, para consagrarlos al
Señor, a quien pertenecen....
La práctica constante del Plan divino de la
benevolencia sistemática debilita la codicia y
fortalece la benevolencia. Cuando aumentan las
riquezas, los hombres, aun los que profesan la
piedad, aferran su corazón a ellas; y cuanto más
tienen, menos dan a la tesorería del Señor. De
modo que las riquezas hacen egoístas a los
hombres, y el acumularlas alimenta la codicia; son
males que quedan fortalecidos por el ejercicio
activo. Dios conoce nuestro peligro y nos ha
rodeado de medios destinados a impedir nuestra
ruina. Requiere que practiquemos constantemente
la benevolencia, a fin de que la fuerza del hábito de
las buenas obras quebrante la fuerza del hábito
adquirido en la dirección opuesta.
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