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SEBASTIANO RUIZ MIGNONE
ilustraciones de
MANUELE FIOR
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PERSONAJES PRINCIPALES
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HALCÓN
Bergantín, tres mástiles, 26 cañones.
COÍMBRA
Drifter con velas rojas, dos mástiles,
18 cañones, con un gran aquilón
desde el que un vigía puede observar
el vasto mar.
CAPITÁN MONGARD
Ex barbero y sacamuelas. Alto, moreno,
elegante, viste como el capitán Kidd
y lleva un sombrero negro con una pluma
roja. Tiene una espada llamada Maribela,
heredada de su abuelo. Solo bebe té.
Es originario del Luberon, en Provenza.
Nació en Gordes.
TIMMY
Muchachito despierto, moreno.
Sabe tocar el tambor y dibuja muy bien.
MARCELINO
Contramaestre. Viejo lobo de mar,
gigantesco, parlanchín, con barba gris
y un pañuelo rojo en la cabeza.
Su exclamación favorita es:
«¡Por mil bombardas explosivas!».
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INUIT
Cocinero gordísimo. Sueña con irse a vivir
con los esquimales y cazar osos blancos.
Ha sido cocinero en muchísimos barcos
por todo el mundo... excepto en Groenlandia.
EL INDIO
Viejo pirata de más de sesenta años.
Mide uno noventa y tiene una gran nariz aguileña
y anchas espaldas. Parece hijo de un jefe piel roja.
GAMBOA
Ex luchador. Rapado, con un gran mostacho,
un anillo en la oreja y manos de acero. Sabe coser
y es un estupendo sastre. Sobre su torso desnudo
lleva un chaleco decorado a mano que se ha hecho
él mismo.
BOGARD
Islandés alto y con una buena melena rubia:
una especie de vikingo.
EL NOTAS
Irlandés. Toca el acordeón y fuma la pipa
más apestosa de los siete mares. También compone
canciones, plagiando a troche y moche.
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PERSONAJES PRINCIPALES
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VOLVER
Espadachín español. Elegante, cojo,
lleva lentes de miope y viste siempre
de negro. Su apodo le viene de que,
tarde o temprano, siempre vuelve...
para vengarse.
KIKUCHIRO GOROBEI
Samurái sin amo (un ronin). Lleva largos
hábitos orientales multicolores y tiene
dos espadas. Solo bebe té.
PUCHO
Espadachín portugués. Su verdadero
nombre es Isidoro Carvalho Rodriguez
de Cabril de Queiroz São Joaneira
Couceiro de Noronha de Zuzarte.
Charlatán y muy excéntrico,
viste siempre con chaqueta a rayas.
VALLON
Contramaestre. Hombretón bigotudo
con una gran panza. Dice ser hijo
de un famoso mosquetero
del rey de Francia.
TAMBUNÁN
Malayo, buen marinero, con un único
defecto: no sabe taparse la boca
cuando hace falta, y siempre acaba
diciendo la verdad.
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LA ROUGE
Espadachín francés zurdo, afectado y extravagante.
Viste de rojo y también son rojos su cabello
y su bigote. Tiene un lunar en la mejilla derecha.
PANAJOTIS
Ladrón griego muy flaco, menudo, con un bigotito
negro y ojillos como cabezas de alfiler, muy vivos.
Tiene muchos tics, habla muchas lenguas
y canta y baila muy bien.
SABATINI
Italiano, bigote espeso, un parche en un ojo.
Baila muy bien; tanto, que le llaman Bailarín.
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OTROS PERSONAJES
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OMAR AL TARIKA
Príncipe y pirata árabe, alto, con largos
bigotes curvados hacia abajo
como cimitarras. Lleva un caftán blanco
rebordeado en oro, como un príncipe
de Las mil y una noches, y dos puñales
de oro y marfil. Vive en Melilla.
TEÓLOGO MANGOS
Erudito griego, estudioso de las cartas
geográficas, filósofo e historiador.
ALMIRANTE DE TOURVILLE
Comandante de la escuadra naval del rey
de Francia, astuto y excelente marino.
KASSAR MALUF
Anticuario y alquimista.
UNO
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El Halcón, seguido
por el Coímbra, bordeaba
las costas de África en
dirección a las islas Canarias.
Desde que habían rescatado
a Panajotis, el ladrón griego,
en aquella isla perdida en el océano,
no habían visto más que alguna
pequeña embarcación camino
de Madagascar, la tierra
que acababan de dejar.
La fatalidad quiso que los únicos
barcos que merecían ser atacados
fuesen franceses y que Mongard
quisiese a toda costa respetarlos.
La patente de corso que había
recibido del almirante De Tourville,
en efecto, los había convertido
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de piratas en corsarios, así que ahora
solo podían abordar para saquearlos barcos
que no lucieran la bandera del rey de Francia.
A cambio, lógicamente, habían recibido plena
garantía de que ningún buque de guerra
de su majestad los molestaría, y no solo esto:
el Halcón y el Coímbra encontrarían abrigo
y víveres en cualquier puerto francés.
Las jornadas transcurrían lentas y perezosas,
el mar se mantenía en calma y,
afortunadamente, el viento no presagiaba
borrasca.
El capitán había retomado sus lecciones
matutinas de esgrima con los tres
espadachines. Ya se había convertido
en un gran luchador como ellos, o casi.
En el puente de la nave corsaria,
los marineros asistían a los duelos
entre su jefe y los espadachines.
Aquella mañana, bajo una luz intensísima
y un cielo límpido del que llegaba una suave
brisa, se había introducido una variación
en las lecciones. Ahora que Mongard estaba
prácticamente a la par con sus maestros,
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habían decidido batirse en parejas, de dos
en dos. De un lado, Mongard y La Rouge
(los franceses), y del otro, Volver y Pucho
(los ibéricos).
Calico Jack se encargó de recoger las apuestas
mientras los esgrimistas se quitaban
las chaquetas: de rayas la de Pucho, negra
la de Volver, roja la de La Rouge y verde
la de Mongard. Los cuatro hicieron algunos
ejercicios de calentamiento para preparar
los músculos; después, el contramaestre
dio el «¡En garde!» y los contendientes
se lanzaron al primer asalto.
Timmy Kid estaba sentado sobre
su acostumbrado barril, y a su lado estaban
el musculoso Gamboa y Tambunán, el malayo.
Él, naturalmente, estaba de parte de su amigo
Mongard. Pero también Pucho le caía
muy simpático, y también Volver; y, por qué no,
también el último en llegar, La Rouge. Total,
que todos le gustaban y a todos admiraba,
porque en el arte de la espada eran realmente
grandes. Ojalá él pudiera un día llegar a ser
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como ellos. Era su sueño, y no precisamente
secreto, porque andaba repitiéndolo por el barco
a diario.
Los piratas le tomaban el pelo, y él respondía:
«¡Esperad, panda de bribones! ¡Esperad
y veréis!». Después se iba por su camino,
que casi siempre era el que lo llevaba a la cocina
de su amigo Inuit, el cocinero que soñaba
con irse a vivir con los esquimales (a los que
jamás había visto) y cazar osos blancos.
Tras los primeros asaltos, seguían en liza Volver,
que había tocado en la espalda a La Rouge,
y, sorprendentemente, Mongard, quien a su vez
había tocado a Pucho, el cual no conseguía
creerse que había sido vencido.
La verdad era que había sido un golpe
realmente curioso e imprevisible. Mongard había
parado la estocada de Pucho y, con una pirueta
sobre sí mismo, había conseguido tocar
el costado del portugués.
Acercándose a Timmy Kid, Pucho repetía,
como si rezase el rosario, todos sus nombres,
que, por otra parte, no le habían servido
para evitar la derrota.
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–Isidoro Carvalho Rodriguez de Cabril
de Queiroz São Joaneira Couceiro
de Noronha de Zuzarte... ¡Malditos sean
todos mis nombres y maldito sea yo!
¡Maldita sea mi estampa!
A Timmy Kid le costó aguantar la risa; tanto,
que tuvo que simular un ataque de tos
para que el portugués no se diera cuenta.
La Rouge, por su parte, se lo tomó con filosofía
y, saludando a Volver con una gran reverencia,
se retiró dando fin al juego.
Mongard saludó con la espada, y lo mismo
hizo Volver.
Y así empezó el duelo final.
Volver salió rápido con una estocada a fondo
que rozó la espada del capitán. Y repitió
el ataque enseguida con una estocada
desde abajo, pero Mongard estuvo hábil
en pararla.
Ya quedaba claro que el más hábil de los dos,
es decir, el espadachín español, dirigía el baile
y marcaba el ritmo. Pero el francés esquivaba
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todos los golpes con gran habilidad y parecía
que su táctica era la de ganar tiempo, a la espera
de pillar a su rival con la guardia descubierta.
Pero, de repente, todo cambió. Mongard partió
con una serie de estocadas directas al bulto.
Volver, sorprendido, tuvo que retroceder algunos
pasos. No se dio cuenta de que en su camino
había una barrica, tropezó con ella, perdió
el equilibrio y acabó tirado en el suelo
cuan largo era. Mongard se le acercó sonriente
y, con toda delicadeza, apoyó la punta
de la espada sobre su corazón.
Todos los piratas explotaron en un «¡Hurra!»
por su capitán victorioso. Mongard tendió
la mano a Volver para ayudarle a levantarse.
El español la aceptó y, una vez en pie, dijo:
–Mis felicitaciones, capitán Mongard.
Pero aclaradme una curiosidad: la barrica
esa… ¿es, por casualidad, francesa?
Todos rieron mientras los dos contendientes
se estrechaban las manos. Y enseguida
quedaron en que habría una revancha.
Y en ese momento, hasta Pucho esbozó
una sonrisa.
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