Por qué la guerra. - Norma Tortosa | Psicoanalista

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¿POR QUÉ LA GUERRA? DE LA DEMANDA DE EINSTEIN A LA
SIN-RAZÓN DE FREUD
Norma Tortosa
Fue Einstein quien eligió como interlocutor a Freud ante la propuesta del
Instituto Internacional de la Liga de las Naciones de organizar intercambios epistolares
entre intelectuales reconocidos. El propósito era convocar a científicos y pensadores
para analizar las causas del fenómenos de la guerra.
Desde 1900, año de la publicación de La interpretación de los sueños -obra en la
que se define un nuevo objeto de conocimiento: el inconsciente-, las ideas freudianas se
habrían difundido en la mayoría de los países occidentales. El psicoanálisis estaba en
expansión; las ciencias sociales, el arte, la literatura, etc., incorporaban algunos
conceptos provenientes del discurso psicoanalítico constituído en nuevo campo del
saber. Freud, “con la luz de su vasto saber sobre la vida pulsional del hombre -al decir
de Einstein- podía ser un colaborador esencial en la empresa antibélica.
La carta que escribió Einstein, en agosto de 1932, fue respondida por Freud al
mes siguiente y publicada por el Instituto seis meses después en París, simultáneamente
en francés, inglés y alemán, aunque en Alemania fuera prohibida su difusión.
A PROPÓSITO DE LA PRIMERA GUERRA
Freud ya se había preocupado por el tema de la guerra diecisiete años antes, en
1915. A los seis meses del estallido de la primera guerra mundial, escribió dos ensayos:
La desilusión provocada por la guerra y Nuestra actitud ante la muerte. Ambos
formaban parte de su trabajo, De guerra y muerte. Temas de actualidad. Los años de la
guerra conformaron una época de “actos” nefastos que conmovieron al mundo y dejaron
su marca en la vida personal y en la producción teórica de Freud (22).
Durante los primeros años de la guerra, Freud simpatizó con las potencias
centrales, a cuyos países se sentía afectivamente ligado y por los que sus hijos luchaban
en el campo de batalla. Pero no tardó en cuestionar los principios morales de los bandos
implicados en el conflicto. La guerra, con su crueldad desenfrenada y las mentiras de
sus dirigentes había destrozado sus ilusiones: “...la primera víctima de la guerra es la
1
verdad”, escribe a Jones (1). Desengañado se vuelve sobre sí mismo, sobre su labor
analítica.
En una carta de la época, a Frederik van Eeden, refleja este cambio de actitud:
“...el psicoanálisis ha llegado a la conclusión de que los impulsos primitivos, salvajes y
malignos de la humanidad no han desaparecido en ninguno de sus individuos sino que
persisten, aunque reprimidos, en el inconsciente (...). Nos ha enseñado también, que
nuestro intelecto es una cosa débil y dependiente, juguete e instrumento de nuestras
inclinaciones pulsionales y afectos (...). Si usted observa lo que ocurre en esta guerra
-las crueldades e injusticias causadas por las naciones más civilizadas, el diferente
criterio con que juzgan sus propias mentiras y crímenes y los de sus enemigos, la
pérdida generalizada de toda visión clara de las cosas- tendrá que admitir que el
psicoanálisis ha estado acertado en ambas tesis” (2).
Freud atravesó períodos de gran intranquilidad, en los que no podía escribir, y
otros, de un gran florecimiento creativo. A medida que la guerra se prolongaba, estos
estados de ánimo se sucedían alternativamente como estallidos de productividad y
caídas en el escepticismo y la desilusión. Tenía 60 años, veía interrumpido el desarrollo
del movimiento psicoanalítico y peligrar la estabilidad de la Asociación Psicoanalítica
Internacional, cuyos congresos debían ser postergados indefinidamente. Sus discípulos
preferidos, con los que mantenía un fecundo intercambio teórico, marchaban al frente.
Se encontraba solo y con problemas económicos, pues no tenía pacientes.
En su
correspondencia con Jones se quejaba de la escasez de alimentos y del terrible frío de su
casa, que hacía imposible su labor durante los meses de invierno. Pero, a pesar de la
difícil situación reinante en Viena, se sobrepuso de los pesares ocasionados por la
guerra y, en mes y medio, escribió los cinco ensayos que componen su Metapsicología.
Era en el año 1915, probablemente uno de los de mayor productividad teórica en
la vida de Freud. También publicó un importante escrito técnico: Observaciones sobre
el amor de transferencia y los dos ensayos sobre la guerra. Sorprende que este primer
trabajo sobre la guerra escapara a la censura y haya podido ser publicado.
Freud desconfía de sus propias valoraciones, teme verse influído por la
propaganda tendenciosa unilateral: “...estamos perdidos en cuanto al valor de los juicios
que formamos. Lo único que podemos sentir es que ningún acontecimiento ha destruído
jamás tantas cosas preciosas a los bienes comunes de la humanidad, ha confundido
tanto a las más claras inteligencias ni ha rebajado tan intensamente las cosas más
elevadas” (3). Analiza la moral establecida por estas naciones civilizadas que habían
2
impuesto fuertes prohibiciones a sus miembros y que habiéndolas justificado como el
basamento sólido que garantizaría la existencia del Estado, se esperaba que fuera él
quien las respetara en primer lugar. Pero fue el Estado quien primero violó las reglas:
ejerciendo la violencia, deshonraba al individuo; exigiendo obediencia y sacrificio a sus
ciudadanos, los trataba como a niños, ocultándoles información, prohibiéndoles
expresarse y dejándolos, en suma, indefensos, sin posibilidades de reflexión. Estas
consideraciones lo llevan a rechazar una cultura constituida sobre estas bases.
Respondiendo a una carta de Lou Salomé anticipaba futuras concepciones: “Yo
no dudo que la humanidad se recuperará, incluso de esta guerra, pero sé con certeza que
yo y mis contemporáneos jamás volveremos a ver un mundo feliz. Es demasiado
horrible. Y lo más triste de todo es precisamente lo que el psicoanálisis nos ha llevado a
esperar del hombre y de su comportamiento (...). Mi conclusión secreta fue: puesto que
sólo podemos considerar la presente civilización superior como aflijida por una
gigantesca hipocresía somos orgánicamente ineptos para ella. Debemos abdicar y El o
Lo desconocido que acecha tras del Destino repetirá un día otro experimento semejante
con otra raza. Sé que la ciencia sólo está aparentemente muerta, pero la humanidad
parece estarlo de verdad” (4).
Todas estas “profecías” de Freud no fueron suficientes para prever otros horrores
de la guerra: cuatro de sus cinco hermanas, al exiliarse él en Londres en 1938, quedaron
en Viena y fueron asesinadas por los nazis en el campo de concentración de Auschwitz
en 1942. Ya Freud había muerto, tres años antes.
Freud teoriza acerca de su decepción ante el recurso de la guerra que los Estados
“civilizados” plantean como única salida para sus conflictos de intereses. Una posición
marcadamente escéptica, le lleva a demostrar que era falsa aquella creencia que sostenía
que el hombre era bueno y virtuoso de nacimiento; las pulsiones elementales buscan
sus satisfacción, no siendo buenas ni malas en su especificidad. Si hay una valoración,
es la que provee la organización social. Lo que la sociedad condena como malo puede
ser transformado por factores internos o externos. El factor interno, Eros es el amor en
sentido amplio, por el que a veces sacrificamos intereses egoístas. Los factores externos
proceden de la cultura, que sólo se adquiere renunciando a la satisfacción pulsional. Al
sojuzgar exitosamente la vida pulsional de los miembros de la sociedad, la cultura ha
llevado sus planteamientos éticos hasta sus últimas consecuencias. En esa “obediencia
a la cultura”, los hombres se ven cada vez más distanciados de su fundamento pulsional.
Las pulsiones sufren transformaciones reactivas, están en el origen del síntoma
3
neurótico y, cuando las circunstancias lo permiten, se sustraen de las presiones éticas
para lograr su satisfacción. Porque las pulsiones primarias son imperecederas pueden
restablecerse; la guerra puede ser un espectro de esta involución.
Dirá Freud que nuestra cultura favorece una suerte de hipocresia, porque todo
aquel que hace suyos los valores culturales se convierte en un hipócrita de la cultura
más que en un hombre civilizado. Propone un “ennoblecimiento” progresivo de las
pulsiones; recurriendo a la sinceridad entre las partes enfrentadas, la inteligencia puede
también recuperarse. En este discurrir, Freud hace una tentativa de sortear como puede,
lo que todavía es un misterio: no tiene conceptualizada la pulsión de muerte ni el
Superyo, aunque estos acercamientos constituyen un avance de Más allá del principio
del placer y de El Yo y el Ello.
DE LA PERVERSIÓN A LA SUBLIMACIÓN
Si bien en la guerra las pulsiones destructivas de la humanidad triunfaban sobre
la razón, debía esperarse un avance de la misma, fundado en una sublimación
progresiva de las pulsiones.
En toda la obra de Freud el concepto de sublimación, al cual recurre
frecuentemente, no tiene un sentido unívoco; su utilización responde más bien a una
exigencia doctrinal. El pensamiento freudiano no proporciona una teoría de conjunto de
la sublimación sino distintas significaciones relativamente poco elaboradas.
La sublimación afecta a aquellas pulsiones parciales que no logran integrarse en
la forma definitiva de la genitalidad: “Así, las fuerzas utilizables para el trabajo cultural
provienen en gran parte de la represión de lo que denominamos elementos perversos de
la excitación sexual” (5).
La sexualidad humana nunca se desprende del todo de sus orígenes, las
pulsiones parciales siguen activas, interviniendo en la complejidad de la vida sexual y
pueden encontrar expresión como residuos de una integración que nunca se resuelve
totalmente.
Los destinos de ese resto son un enigma para cada sujeto:
puede
convertirse o permanecer en estado perverso; puede retornar como síntoma neurótico o
constituir formaciones reactivas que están hechas de la misma materia y cuyas energías
reorientadas están en la base de la sublimación.
“¿De qué manera, entonces se realizan estas construcciones, capaces de contener
las tendencias sexuales y determinar la dirección que tomará el desarrollo del individuo?
4
Verosímilmente se constituyen a expensas de las tendencias sexuales infantiles (...) que
fueron desviadas de su propio uso y aplicadas a otros fines. A este proceso se ha dado
el nombre de sublimación, y constituye uno de los factores más importantes para los
logros de la civilización” (6).
Son productos sublimados la creación artística, la investigación intelectual y, en
general, las actividades socialmente valoradas -virtuosas-, que están sostenidas por un
deseo que no apunta de forma manifiesta hacia un fin sexual.
De la disposición perversa infantil se nutren las virtudes del adulto;
éstas
comparte su origen con el de los síntomas neuróticos, al ser el mismo resto perverso el
que las crea.
Que las cualidades humanas surjan de esta naturaleza sospechosa constituyó una
afrenta narcisística para una sociedad basada en el mito idealista que creía en el origen
noble del hombre corrompido por la sociedad, o su contrario, una mala naturaleza de la
que sólo podía escapar recurriendo a fuerzas sobrenaturales.
En esta perspectiva del discurso freudiano la “razón” se sustenta sobre una base
pulsional, resulta de un complejo nudo energético; no es don de un bien platónico, se
gesta en las regiones oscuras del ser humano. Las obras de la civilización, sus mejores
ideales éticos y estéticos se nutrieron de la misma sustancia transformativa de las
pulsiones.
Para Freud la razón no se sostiene en principios apriorísticos, se construye y,
abriéndose camino esforzadamente en el proceso de la cultura, puede también sucumbir.
Las guerras y otras injusticias hablarían -al decir de Freud en su carta a Einstein- de sus
debilidades: la capacidad de sublimación estaría aún débil, aunque no desahuciada ni
agotada.
LA MITOLÓGICA TEORÍA DE LAS PULSIONES
Entre los escritos de Freud, la correspondencia con sus discípulos o con
personalidades relevantes de la época sirvió de pretexto para insistir en la afirmación de
sus hallazgos teóricos, así como para difundir sus ideas. La carta a Einstein le da
ocasión de volver sobre algunas de sus tesis ya expuestas en 1915 en el contexto de la
primera guerra mundial, pero fundamentalmente de reiterar los planteamientos de sus
obras sociológicas recientes: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la
cultura (1930). En ¿Por qué la guerra? (1932), Freud -invocando su “mitológica teoría
de las pulsiones”- retoma el tema de la pulsión de destrucción, así como su concepción
5
de la cultura como un proceso basado en el fortalecimiento del intelecto por la renuncia
de lo pulsional. Estas reflexiones acerca del conflicto entre cultura y vida pulsional
estuvieron presentes desde los comienzos de su obra hasta culminar, en 1929, en Moisés
y la religión monoteísta. Cuestiones incluidas en una concepción filosófica general de la
que participan todas sus obras sociológicas.
La teoría de las pulsiones en Freud es especificada por distintos modelos en el
curso del tiempo, pero manteniendo una constancia: la relativa a un dualismo, que se
impone como epistemológicamente necesario; para determinar lo sexual hay que
distinguirlo de pulsiones que no lo son. El primer modelo es construído en 1905 (7),
donde contrapone las pulsiones de conservación a las pulsiones sexuales, primer
dualismo que presupone la génesis de la sexualidad a partir de la dependencia biológica
de la madre. La superficie del cuerpo queda erogeneizada allí donde se cumple la
función biológica:
es por el concepto de apoyo por donde el dualismo permite
especificar a la pulsión sexual, distinguiéndose de la necesidad biológica (21).
En Tres ensayos, “trieb” (pulsión) se entiende como “el representante psíquico
de una fuente de estímulo endosomática que fluye constantemente”. La teoría freudiana
de la pulsión es elaborada a partir del estudio de la sexualidad humana; la sexualidad,
así definida, sólo existe dentro del contexto de la cultura y el lenguaje humanos.
La concepción prefreudiana de la sexualidad, representada por el saber médico y
coincidente con el saber vulgar, negaba la existencia de la sexualidad en la infancia;
ésta haría su aparición espontánea en la pubertad y se determinaría finalmente en la
adultez. Al descubrir la sexualidad infantil, Freud dio un paso importante para la
subversión de las concepciones éticas, cuestionando los modelos de pureza con los que
se caracterizaba a la “inocencia” de los niños en la moral victoriana.
El placer sexual queda aislado de la procreación y establecida, por tanto, la
distinción entre lo sexual y lo genital. La sexualidad vuelve a acometer en la pubertad y
no es distinta de la que quedó estructuralmente constituída en la primera infancia. No se
resuelve por la “irrefrenable atracción” que un sexo ejerce sobre otro, porque un sujeto
no está a priori ligado a un objeto heterosexual fijo que cubre la exigencia “normal” del
instinto sexual. En 1905, instinkt es diferente a trieb y esta distinción disuleve otra
antigua ilusión ética, según la cual el hombre era un compuesto de mitad animal y mitad
racional. Trieb carece de objeto designado por alguna disposición innata, es un objeto
lábil, lo que el sujeto más puede variar. Los objetos sexuales son elegidos en función de
su historia fantasmática, recorriendo un camino largo y laborioso.
6
Esta compleja
evolución no viene garantizada por la maduración biológica, por el contrario, nada
asegura la relación del sujeto con los objetos de su sexualidad.
Respecto del fin de la pulsión, Freud dirá que puede ser muy distinto al coito
“normal” de la unión genital: los fines son parciales y diversos, vinculados a las zonas
erógenas que no corresponden exclusivamente a los órganos genitales.
La contingencia del objeto y del fin son cualidades de la pulsión sexual, así
como la posibilidad de sufrir transformaciones regidas por la libido. Esta energía
específica representa lo que en el ser humano diferencia pulsión de instinto.
Por la inclusión del estudio de las perversiones en el discurso psicoanalítico,
Freud pudo especificar la dinámica de la sexualidad “normal”; ellas le mostraron la falta
de determinación del objeto de la pulsión.
El primer modelo pulsional da cuenta de la génesis de la sexualidad.
La
oposición de las pulsiones está en la base del conflicto psíquico, es el primer modelo de
la defensa: el yo como conjunto de representaciones coherentes ejerce la represión
contra la sexualidad. Aquí la pulsión sexual es una fuerza sometida al principio del
placer; funciona según las leyes del proceso primario y amenaza desde dentro el
equilibrio del aparato psíquico; tiene el carácter de fuerza perturbadora.
En 1910, en La perturbación psicógena de la visión, introduce una modificación
más semántica que estructural; habla indistintamente de pulsiones de conservación o de
pulsiones yoicas. Tanto éstas como las pulsiones sexuales disponen de los mismos
órganos: “La boca sirve para besar tanto como para comer o para la expresión verbal y
los ojos no perciben tan sólo las modificaciones del mundo exterior importantes para la
conservación de la vida, sino aquellas cualidades de los objetos que los elevan a la
categoría de objetos de la elección erótica, o sea sus ′encantos ′”(8).
Así, el yo queda arraigado en las pulsiones sexuales, idea que expresa más
categóricamente en 1914, en Introducción al narcisismo. El yo, núcleo hasta entonces
de los impulsos no sexuales, queda “ocupado” por la libido y se ve arrastrado a un
monismo que contradice su modelo y lo coloca al lado de Jung, cuyo monismo era
desexualizante. La exigencia dualista es fundamental en el pensamiento freudiano, más
aún al tratarse de las pulsiones, al ser éstas las fuerzas antagónicas que dan cuenta del
conflicto psíquico. Como el narcisismo le lleva a admitir un componente libidual en el
yo, cambia el antiguo dualismo por la oposición libido del yo -libido objetal y afirma
que sobre el yo recaen también componentes egoístas, no libidinales.
7
A partir de aquí su preocupación se centra en estos componentes no libidinales,
hasta que en 1915, en Pulsiones y destinos de pulsión (9) atribuye las tendencias
agresivas a las pulsiones yoicas, quedando establecida una cierta relación entre la libido
y el odio.
PULSIÓN DE MUERTE Y REPETICIÓN
El nuevo dualismo introducido en 1920, en Más allá del principio de placer
(10), distingue pulsiones de vida de pulsiones de muerte. La pulsión sexual queda
asimilada a las pulsiones de vida, al Eros, y convertida en una fuerza que tiende a la
ligazón; principio de cohesión para el mantenimiento de las unidades vitales. En esta
formulación, las pulsiones de vida abarcan también a las pulsiones de autoconservación;
sus antagonistas, las pulsiones de muerte funcionan según el principio de la descarga
total, tienden a la reducción completa de las tensiones.
El término pulsión de muerte indica lo que se hallaría en el principio de toda
pulsión, algo así como su fundamento: el retorno a un estado anterior, al reposo
absoluto de lo inorgánico. Como en ella se realiza el carácter repetitivo de la pulsión, es
para Freud la pulsión por excelencia. Observa en los fenómenos de repetición la marca
de lo demoníaco, de una fuerza irreprimible que no está del lado del placer y que es
capaz de oponérsele.
Si bien la hipótesis de la pulsión de muerte resulta -según Freud- de
consideraciones especulativas, esta afirmación no implica que fuera un invento
necesario para la formulación de su teoría; da cuenta del lugar fundamental que fue
teniendo en la cura:
las manifestaciones clínicas de la neurosis obsesiva y de la
melancolía van otorgando importancia a las nociones de ambivalencia, agresividad,
odio, sadismo-masoquismo, etc. Freud mantiene hasta el final de su obra este último
modelo pulsional. Pero lo que está en juego en 1920 no es sólo la referencia de las
tendencias agresivas a la pulsión de muerte, sino la insistencia de la repetición de lo
displacentero. La búsqueda de placer regulada por la realidad responde a la dialéctica
de dos principios que a Freud ya no le son suficientes. Deberá introducir un nuevo
postulado que explique la universalidad de los sentimientos de culpabilidad, las
paradojas del masoquismo, etcétera.
La pulsión de muerte será el agente de la repetición que opera,
“fundamentalmente en el silencio”. De aquí en más, todo agresivo o sexual, quedará
ligado al deseo de muerte (23).
8
DE “DIOS HA MUERTO” A “DIOS ES INCONSCIENTE”
Si bien Freud nunca asumió un pensamiento filosófico, es posible relacionar
algunas de sus concepciones con las de Nietzsche, aunque Freud no se inspire en
escritos filosóficos sino en una reflexión sobre hechos clínicos, de los que sólo se
apartaba cuando quería referirse a hechos de la cultura.
De todos modos, no se supone primaria esta relación, sino que parece estar
mediatizada por Schopenhauer como un “doble brillante” (11).
La historia ha hecho mediar una enorme distancia entre ambos pensadores que,
sin embargo, son contemporáneos. Y aunque Freud en distintas ocasiones diga no
conocer la obra de Nietzsche, no se sabe el alcance de esta afirmación, pues en otras
dice no haberlo podido estudiar nunca y, más aún, haber evitado durante mucho tiempo
su lectura. Lo cierto es que no pudo haber desconocido su pensamiento, pues es a
principios de siglo cuando su obra fue descubierta y su nombre introducido en las
controversias de los círculos intelectuales del momento.
Si es cierto que no lo leyó, también lo es que hay una presencia nietzschiana en
aquellas ideas de Freud que lo comprometen con cuestiones generales de las ciencias
sociales o con problemas de la civilización.
Nietzsche estuvo en el centro de la polémica sobre lo que se dio en llamar la
“Decadencia de Occidente”: la civilización ponía en duda la validez de sus cimientos
axiológicos; era necesaria una “transmutación de los valores”, proclamar la muerte de
Dios (12).
Inspirado en el voluntarismo metafísico de Schopenhauer -voluntad como un
absoluto, como una “cosa en sí”, algo irracional y aún elemento predominante de la vida
psíquica- Nietzsche da un carácter peculiar a la voluntad. Partiendo de la afirmación de
que toda relación es relación de poder, siempre habrá una voluntad más fuerte que actúa
sobre otra inhibiéndola.
Plantea la superación de los ideales morales del cristianismo, la democracia y el
socialismo por otros situados más allá del bien y del mal y cuyo valor supremo sea la
voluntad de vivir, a la que llamó Voluntad de Poder. Inherente, esencial a la vida, la
nueva tarea planteada es liberar, desplegar una vitalidad ascendente, marchar del
hombre hacia su superación.
Considera al cristianismo como la religión que ha inhibido ese impulso vital; que
predicando la resignación, el arrepentimiento y la culpa ha devenido “una religión de
esclavos”. Desmiente los valores vigentes de piedad y compasión cristianas y propone
9
exigir un nuevo ideal de Superhombre que represente la Voluntad de Poder y cuya
moral sea la moral del Señor, opuesta a la moral del esclavo y del rebaño (13).
Para Freud es claramente constatable, en el mundo, esa fáctica relación de
dominador-sometido, dialéctica que opera no solamente a nivel de la relación entre los
individuos, sino en el individuo. “Es parte de la desigualdad innata y no eliminable
entre los seres humanos que se separen en conductores y súbditos:” (14)
Producto de su experiencia clínica y -no es ocioso decirlo- de su formación
filosófica en el romanticismo, ha encontrado en la naturaleza humana pulsiones
agresivas como uno de sus componentes básicos: una fuerza que actuará dominando
sobre otra, que buscará su complemento y su víctima.
Lejos quedaron las cándidas ideas sobre la natural bondad humana, el
nacimiento a la vida en puro estado de bienaventuranza. Las guerras serían el ejercicio
-en otro escenario- de aquel impulso tanático que el hombre trae consigo.
Pero, ¿habrá una salida?
Freud descree de las teorías que sitúan en las
comunidades primitivas las relaciones sociales liberadas del ejercicio del poder;
considera utópicos los planteamientos de los comunistas:
la satisfacción de las
necesidades materiales y las ideas de igualdad no bastan para someter a la invencible
pulsión de muerte.
Siguiendo las ideas que han florecido en la Ilustración, una
sostenida marcha hacia la racionalidad podría ser la salida. Llega hasta sus últimas
consecuencias con una metáfora contundente: “la dictadura de la razón”. Un grupo de
hombres -¿aquellos que nacen con una voluntad más fuerte?- deberían desarrollar en
profundidad las virtudes de la razón:
“...un estamento superior de hombres de
pensamiento autónomo, que no puedan ser amedrentados y luchen por la verdad, sobre
los que recaería la conducción de las masas heterónomas” (15). Pero quizá también sea
ésta “una esperanza utópica”.
¿Qué es lo que impide la autonomía de la razón, la marcha de la humanidad
hacia los fines altruistas que el espíritu pueda concebir?
Freud encuentra categóricamente dos enemigos principales:
la Iglesia,
adormecedora de conciencias que prohibe y oscurece el desarrollo del pensamiento, así
como el Estado, cuyo abuso de poder tiene un efecto de opresión sobre todas las formas
de libre expresión de los miembros de la comunidad.
Poco tiempo antes, en El porvenir de una ilusión (1927) (16) se había ocupado
del tema religioso, ya tratado en Tótem y tabú (1913) (17). La violencia crítica a las
ideas morales de su tiempo dejó lugar al cuestionamiento del pilar ideológico más fuerte
10
que sustenta a la sociedad. No se ocupa de la psicología del hecho religioso, sino del
valor objetivo de la fe y sus relaciones con la verdad. Es una reflexión sobre la ilusión
religiosa:
la fe es una compensación, un pensamiento consolador que significa
protección y adormecimiento de los individuos ante las angustias de su propia debilidad.
En oposición estaría la ciencia, que aún siendo impotente y sujeta al error, es capaz de
rectificarse y progresar. Buscar en otra parte las respuestas a aquello que la ciencia no
consigue responder es caer en el campo de la ilusión.
Es evidente que la ciencia de la que habla Freud, no es sólo la ciencia positiva
sino todo saber que busca únicamente la verdad. Y el psicoanálisis forma parte de ese
saber.
¿LA SUPERACIÓN DE LA CULPA?
Una vieja preocupación de Freud retorna en ¿Por qué la guerra?, ya planteada
en El malestar en la cultura: la lucha entre las exigencias pulsionales y las restricciones
que impone la cultura. Pero Freud nunca pudo terminar de afirmar el papel cumplido en
estas restricciones por las influencias exteriores e interiores, hasta que declara su
“propósito de situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del
desarrollo cultural” (18).
La civilización está fundada sobre el sentimiento de culpa:
el hombre es
culpable de sus deseos incestuosos de la infancia, allí la pulsión de muerte ha obtenido
una satisfacción. La expresión de los sentimientos bondadosos no resuelve el malestar
en la cultura pues son fruto más de una idealización que de una sublimación. La razón y
la verdad, partiendo de la indesarraigable culpabilidad, lucharán por el progreso de la
civilización apartándose de toda ilusión. En el mismo texto anteriormente citado, Freud
revela una actitud escéptica acerca de la evolución de la raza humana. Recordando a
Goethe se refiere al inevitable desarrollo de la culpa frente a la también inevitable
supremacía de las exigencias pulsionales, tanto agresivas como eróticas.
El ser humano se sitúa estructuralmente en esa encrucijada, sometido a las
presiones de las tendencias de amor y de muerte.
Freud duda del destino del hombre para acceder a un estado de mayor perfección
a través de la cultura. Ve desenvolverse la vida humana en una lucha incesante entre
Eros y Tanatos, no pudiendo predecir los resultados de esta contienda. En el marco de
su teoría de las pulsiones reaparece la conexión entre el narcisismo y la agresividad.
11
La civilización está capturada en este “escila-caribdis”, pero Freud mantiene una
única esperanza: la fuerza de Eros. El peligro del desarrollo ilimitado de la culpa hará
la vida insoportable y, de no darle un camino a la razón que, a su vez, ceda un espacio a
Eros, las pulsiones sólo podrán expresarse en manifestaciones destructivas.
Cito las palabras finales de El malestar en la cultura: “A mi juicio la cuestión
decisiva para la especie humana es si -y en caso afirmativo, en qué medida- su
desarrollo cultural logrará dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la
humana pulsión de agresión y de autodestrucción. Nuestra época merece quizá un
particular interés justamente en relación con esto. Hoy los seres humanos han llevado
tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les
resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Ellos lo saben; de ahí
buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado.
Y ahora cabe esperar que el otro de los dos “poderes celestiales”, el Eros eterno, haga
un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal. ¿Pero
quién puede prever el desenlace?”(19)
Gran
parte de los logros de la cultura moderna
han
vehiculizado
-sublimadamente- impulsos tanáticos. En ese sentido, la fabricación de armas capaces
de concretar el exterminio mutuo, el subdesarrollo de inmensas masas del planeta, la
explotación humana, etc., son ejemplos que dan cuenta de la paradoja de la sublimación,
que en el camino de la producción científica y técnica puede conducir a la destrucción.
Aquello que desencadena el tono escéptico de El malestar en la cultura puede referirse
a las propias circunstancias que rodean a Freud:
una tremenda crisis política,
económica y social; en Alemania el nazismo se expandía velozmente y Freud
comenzaba a ser amenazado; el sufrimiento que le ocasionaban sus reiteradas
operaciones por el cáncer que padecía.
El mundo occidental no lograba esperanzarlo, la revolución rusa -de la que fue
un observador interesado- tuvo para él una evolución desconcertante.
Estaba
determinada por las mismas fuerzas pulsionales que la filosofía marxista había intentado
reducir tan sólo a fuerzas económicas. Así -aún reconociendo que emite sus opiniones a
disgusto por su falta de competencia para enjuiciarla- se pronuncia acerca de la doctrina
marxista como cosmovisión, en los siguientes términos: “...el marxismo teórico, tal
como lo practica el bolchevismo ruso, cobró la energía, el absolutismo y el
exclusivismo de una “Weltanschaung”, pero al mismo tiempo, un inquietante parecido
con aquello que combatía. Siendo su origen un fragmento de ciencia, edificado sobre la
12
ciencia y la técnica para su realización, ha creado, sin embargo, una prohibición de
pensar tan intransigente como lo fue en su época la decretada por la religión. Está
prohibida toda indagación crítica de la teoría marxista;
las dudas acerca de su
corrección son penadas como antaño lo fueron por la Iglesia Católica. Las obras de
Marx han reemplazado a la Biblia y la Corán como fuentes de una revelación, aunque
no pueden estar más exentas de contradicciones y oscuridades que aquellos viejos libros
sagrados” (29).
Esto era expresado en 1932, en las Nuevas conferencias de introducción al
psicoanálisis, y en el mismo año, lo volverá a considerar a propósito del texto que nos
ocupa: la respuesta a la carta de Einstein.
En ¿Por qué la guerra? Hay un resurgimiento de su entusiasmo por la razón, ya
reflejado en sus Nuevas conferencias. Alguna voz debía alzarse contra las barbaries del
nazismo. Pero si bien Freud no había perdido totalmente la esperanza de que las guerras
pudieran evitarse, se cuida de plantear axiomas; nunca se sintió inclinado a expresar sus
ideas como un credo, en cambio nos remitió a los hallazgos de sus experiencias clínicas
en la indagación de los síntomas neuróticos.
Freud analiza su propia naturaleza humana y el sentimiento de los pacifistas con
quienes comparte la repulsa a la guerra. Una repulsa que es la del debilitado en la
expresión de sus impulsos primarios, la de los hombres que sienten una sublevación
moral y estética ante la absurda destrucción bélica.
El crecimiento del espíritu, la entrada en la proceso cultural, compromete una
parte esencial de la vida pulsional, comprime la barbarie, acorrala a la bestia.
Pero, ¿por qué este retraso, estas fatales caídas en las crueldades de una guerra,
que vuelven escépticos a los espíritus nobles? ¿No ha servido acaso la luz de la ciencia
y las aventuras del espíritu a lo largo de los siglos como para torcer esa fatalidad?
13
RESUMEN
Freud expuso sus reflexiones acerca de la guerra en dos ensayos de 1915 (a
propósito del estallido de la Primera Guerra Mundial) y en 1932 en una carta abierta a
Einstein.
El presente artículo recorre las distintas formulaciones de la teoría pulsional
hasta llegar a la pulsión de muerte, cuyo modelo utiliza Freud para analizar las
motivaciones que llevan al hombre a la destrucción en la guerra.
La pulsión de muerte será el agente de la repetición que opera
“fundamentalmente en el silencio”, quedando todo deseo, agresivo o sexual, ligado al
deseo de muerte.
Se incluyen también las reflexiones freudianas acerca del conflicto entre cultura
y vida pulsional, cuya salida estaría dada por una sublimación progresiva que permitiría
el avance de la racionalidad.
Freud, partiendo de su “mitológica teoría de las pulsiones” en ¿Por qué la
guerra?, retoma su concepción de la cultura como un proceso basado en el
fortalecimiento del intelecto por la renuncia de lo pulsional.
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