¿POR QUÉ LA GUERRA? DE LA DEMANDA DE EINSTEIN A LA SIN-RAZÓN DE FREUD Norma Tortosa Fue Einstein quien eligió como interlocutor a Freud ante la propuesta del Instituto Internacional de la Liga de las Naciones de organizar intercambios epistolares entre intelectuales reconocidos. El propósito era convocar a científicos y pensadores para analizar las causas del fenómenos de la guerra. Desde 1900, año de la publicación de La interpretación de los sueños -obra en la que se define un nuevo objeto de conocimiento: el inconsciente-, las ideas freudianas se habrían difundido en la mayoría de los países occidentales. El psicoanálisis estaba en expansión; las ciencias sociales, el arte, la literatura, etc., incorporaban algunos conceptos provenientes del discurso psicoanalítico constituído en nuevo campo del saber. Freud, “con la luz de su vasto saber sobre la vida pulsional del hombre -al decir de Einstein- podía ser un colaborador esencial en la empresa antibélica. La carta que escribió Einstein, en agosto de 1932, fue respondida por Freud al mes siguiente y publicada por el Instituto seis meses después en París, simultáneamente en francés, inglés y alemán, aunque en Alemania fuera prohibida su difusión. A PROPÓSITO DE LA PRIMERA GUERRA Freud ya se había preocupado por el tema de la guerra diecisiete años antes, en 1915. A los seis meses del estallido de la primera guerra mundial, escribió dos ensayos: La desilusión provocada por la guerra y Nuestra actitud ante la muerte. Ambos formaban parte de su trabajo, De guerra y muerte. Temas de actualidad. Los años de la guerra conformaron una época de “actos” nefastos que conmovieron al mundo y dejaron su marca en la vida personal y en la producción teórica de Freud (22). Durante los primeros años de la guerra, Freud simpatizó con las potencias centrales, a cuyos países se sentía afectivamente ligado y por los que sus hijos luchaban en el campo de batalla. Pero no tardó en cuestionar los principios morales de los bandos implicados en el conflicto. La guerra, con su crueldad desenfrenada y las mentiras de sus dirigentes había destrozado sus ilusiones: “...la primera víctima de la guerra es la 1 verdad”, escribe a Jones (1). Desengañado se vuelve sobre sí mismo, sobre su labor analítica. En una carta de la época, a Frederik van Eeden, refleja este cambio de actitud: “...el psicoanálisis ha llegado a la conclusión de que los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido en ninguno de sus individuos sino que persisten, aunque reprimidos, en el inconsciente (...). Nos ha enseñado también, que nuestro intelecto es una cosa débil y dependiente, juguete e instrumento de nuestras inclinaciones pulsionales y afectos (...). Si usted observa lo que ocurre en esta guerra -las crueldades e injusticias causadas por las naciones más civilizadas, el diferente criterio con que juzgan sus propias mentiras y crímenes y los de sus enemigos, la pérdida generalizada de toda visión clara de las cosas- tendrá que admitir que el psicoanálisis ha estado acertado en ambas tesis” (2). Freud atravesó períodos de gran intranquilidad, en los que no podía escribir, y otros, de un gran florecimiento creativo. A medida que la guerra se prolongaba, estos estados de ánimo se sucedían alternativamente como estallidos de productividad y caídas en el escepticismo y la desilusión. Tenía 60 años, veía interrumpido el desarrollo del movimiento psicoanalítico y peligrar la estabilidad de la Asociación Psicoanalítica Internacional, cuyos congresos debían ser postergados indefinidamente. Sus discípulos preferidos, con los que mantenía un fecundo intercambio teórico, marchaban al frente. Se encontraba solo y con problemas económicos, pues no tenía pacientes. En su correspondencia con Jones se quejaba de la escasez de alimentos y del terrible frío de su casa, que hacía imposible su labor durante los meses de invierno. Pero, a pesar de la difícil situación reinante en Viena, se sobrepuso de los pesares ocasionados por la guerra y, en mes y medio, escribió los cinco ensayos que componen su Metapsicología. Era en el año 1915, probablemente uno de los de mayor productividad teórica en la vida de Freud. También publicó un importante escrito técnico: Observaciones sobre el amor de transferencia y los dos ensayos sobre la guerra. Sorprende que este primer trabajo sobre la guerra escapara a la censura y haya podido ser publicado. Freud desconfía de sus propias valoraciones, teme verse influído por la propaganda tendenciosa unilateral: “...estamos perdidos en cuanto al valor de los juicios que formamos. Lo único que podemos sentir es que ningún acontecimiento ha destruído jamás tantas cosas preciosas a los bienes comunes de la humanidad, ha confundido tanto a las más claras inteligencias ni ha rebajado tan intensamente las cosas más elevadas” (3). Analiza la moral establecida por estas naciones civilizadas que habían 2 impuesto fuertes prohibiciones a sus miembros y que habiéndolas justificado como el basamento sólido que garantizaría la existencia del Estado, se esperaba que fuera él quien las respetara en primer lugar. Pero fue el Estado quien primero violó las reglas: ejerciendo la violencia, deshonraba al individuo; exigiendo obediencia y sacrificio a sus ciudadanos, los trataba como a niños, ocultándoles información, prohibiéndoles expresarse y dejándolos, en suma, indefensos, sin posibilidades de reflexión. Estas consideraciones lo llevan a rechazar una cultura constituida sobre estas bases. Respondiendo a una carta de Lou Salomé anticipaba futuras concepciones: “Yo no dudo que la humanidad se recuperará, incluso de esta guerra, pero sé con certeza que yo y mis contemporáneos jamás volveremos a ver un mundo feliz. Es demasiado horrible. Y lo más triste de todo es precisamente lo que el psicoanálisis nos ha llevado a esperar del hombre y de su comportamiento (...). Mi conclusión secreta fue: puesto que sólo podemos considerar la presente civilización superior como aflijida por una gigantesca hipocresía somos orgánicamente ineptos para ella. Debemos abdicar y El o Lo desconocido que acecha tras del Destino repetirá un día otro experimento semejante con otra raza. Sé que la ciencia sólo está aparentemente muerta, pero la humanidad parece estarlo de verdad” (4). Todas estas “profecías” de Freud no fueron suficientes para prever otros horrores de la guerra: cuatro de sus cinco hermanas, al exiliarse él en Londres en 1938, quedaron en Viena y fueron asesinadas por los nazis en el campo de concentración de Auschwitz en 1942. Ya Freud había muerto, tres años antes. Freud teoriza acerca de su decepción ante el recurso de la guerra que los Estados “civilizados” plantean como única salida para sus conflictos de intereses. Una posición marcadamente escéptica, le lleva a demostrar que era falsa aquella creencia que sostenía que el hombre era bueno y virtuoso de nacimiento; las pulsiones elementales buscan sus satisfacción, no siendo buenas ni malas en su especificidad. Si hay una valoración, es la que provee la organización social. Lo que la sociedad condena como malo puede ser transformado por factores internos o externos. El factor interno, Eros es el amor en sentido amplio, por el que a veces sacrificamos intereses egoístas. Los factores externos proceden de la cultura, que sólo se adquiere renunciando a la satisfacción pulsional. Al sojuzgar exitosamente la vida pulsional de los miembros de la sociedad, la cultura ha llevado sus planteamientos éticos hasta sus últimas consecuencias. En esa “obediencia a la cultura”, los hombres se ven cada vez más distanciados de su fundamento pulsional. Las pulsiones sufren transformaciones reactivas, están en el origen del síntoma 3 neurótico y, cuando las circunstancias lo permiten, se sustraen de las presiones éticas para lograr su satisfacción. Porque las pulsiones primarias son imperecederas pueden restablecerse; la guerra puede ser un espectro de esta involución. Dirá Freud que nuestra cultura favorece una suerte de hipocresia, porque todo aquel que hace suyos los valores culturales se convierte en un hipócrita de la cultura más que en un hombre civilizado. Propone un “ennoblecimiento” progresivo de las pulsiones; recurriendo a la sinceridad entre las partes enfrentadas, la inteligencia puede también recuperarse. En este discurrir, Freud hace una tentativa de sortear como puede, lo que todavía es un misterio: no tiene conceptualizada la pulsión de muerte ni el Superyo, aunque estos acercamientos constituyen un avance de Más allá del principio del placer y de El Yo y el Ello. DE LA PERVERSIÓN A LA SUBLIMACIÓN Si bien en la guerra las pulsiones destructivas de la humanidad triunfaban sobre la razón, debía esperarse un avance de la misma, fundado en una sublimación progresiva de las pulsiones. En toda la obra de Freud el concepto de sublimación, al cual recurre frecuentemente, no tiene un sentido unívoco; su utilización responde más bien a una exigencia doctrinal. El pensamiento freudiano no proporciona una teoría de conjunto de la sublimación sino distintas significaciones relativamente poco elaboradas. La sublimación afecta a aquellas pulsiones parciales que no logran integrarse en la forma definitiva de la genitalidad: “Así, las fuerzas utilizables para el trabajo cultural provienen en gran parte de la represión de lo que denominamos elementos perversos de la excitación sexual” (5). La sexualidad humana nunca se desprende del todo de sus orígenes, las pulsiones parciales siguen activas, interviniendo en la complejidad de la vida sexual y pueden encontrar expresión como residuos de una integración que nunca se resuelve totalmente. Los destinos de ese resto son un enigma para cada sujeto: puede convertirse o permanecer en estado perverso; puede retornar como síntoma neurótico o constituir formaciones reactivas que están hechas de la misma materia y cuyas energías reorientadas están en la base de la sublimación. “¿De qué manera, entonces se realizan estas construcciones, capaces de contener las tendencias sexuales y determinar la dirección que tomará el desarrollo del individuo? 4 Verosímilmente se constituyen a expensas de las tendencias sexuales infantiles (...) que fueron desviadas de su propio uso y aplicadas a otros fines. A este proceso se ha dado el nombre de sublimación, y constituye uno de los factores más importantes para los logros de la civilización” (6). Son productos sublimados la creación artística, la investigación intelectual y, en general, las actividades socialmente valoradas -virtuosas-, que están sostenidas por un deseo que no apunta de forma manifiesta hacia un fin sexual. De la disposición perversa infantil se nutren las virtudes del adulto; éstas comparte su origen con el de los síntomas neuróticos, al ser el mismo resto perverso el que las crea. Que las cualidades humanas surjan de esta naturaleza sospechosa constituyó una afrenta narcisística para una sociedad basada en el mito idealista que creía en el origen noble del hombre corrompido por la sociedad, o su contrario, una mala naturaleza de la que sólo podía escapar recurriendo a fuerzas sobrenaturales. En esta perspectiva del discurso freudiano la “razón” se sustenta sobre una base pulsional, resulta de un complejo nudo energético; no es don de un bien platónico, se gesta en las regiones oscuras del ser humano. Las obras de la civilización, sus mejores ideales éticos y estéticos se nutrieron de la misma sustancia transformativa de las pulsiones. Para Freud la razón no se sostiene en principios apriorísticos, se construye y, abriéndose camino esforzadamente en el proceso de la cultura, puede también sucumbir. Las guerras y otras injusticias hablarían -al decir de Freud en su carta a Einstein- de sus debilidades: la capacidad de sublimación estaría aún débil, aunque no desahuciada ni agotada. LA MITOLÓGICA TEORÍA DE LAS PULSIONES Entre los escritos de Freud, la correspondencia con sus discípulos o con personalidades relevantes de la época sirvió de pretexto para insistir en la afirmación de sus hallazgos teóricos, así como para difundir sus ideas. La carta a Einstein le da ocasión de volver sobre algunas de sus tesis ya expuestas en 1915 en el contexto de la primera guerra mundial, pero fundamentalmente de reiterar los planteamientos de sus obras sociológicas recientes: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930). En ¿Por qué la guerra? (1932), Freud -invocando su “mitológica teoría de las pulsiones”- retoma el tema de la pulsión de destrucción, así como su concepción 5 de la cultura como un proceso basado en el fortalecimiento del intelecto por la renuncia de lo pulsional. Estas reflexiones acerca del conflicto entre cultura y vida pulsional estuvieron presentes desde los comienzos de su obra hasta culminar, en 1929, en Moisés y la religión monoteísta. Cuestiones incluidas en una concepción filosófica general de la que participan todas sus obras sociológicas. La teoría de las pulsiones en Freud es especificada por distintos modelos en el curso del tiempo, pero manteniendo una constancia: la relativa a un dualismo, que se impone como epistemológicamente necesario; para determinar lo sexual hay que distinguirlo de pulsiones que no lo son. El primer modelo es construído en 1905 (7), donde contrapone las pulsiones de conservación a las pulsiones sexuales, primer dualismo que presupone la génesis de la sexualidad a partir de la dependencia biológica de la madre. La superficie del cuerpo queda erogeneizada allí donde se cumple la función biológica: es por el concepto de apoyo por donde el dualismo permite especificar a la pulsión sexual, distinguiéndose de la necesidad biológica (21). En Tres ensayos, “trieb” (pulsión) se entiende como “el representante psíquico de una fuente de estímulo endosomática que fluye constantemente”. La teoría freudiana de la pulsión es elaborada a partir del estudio de la sexualidad humana; la sexualidad, así definida, sólo existe dentro del contexto de la cultura y el lenguaje humanos. La concepción prefreudiana de la sexualidad, representada por el saber médico y coincidente con el saber vulgar, negaba la existencia de la sexualidad en la infancia; ésta haría su aparición espontánea en la pubertad y se determinaría finalmente en la adultez. Al descubrir la sexualidad infantil, Freud dio un paso importante para la subversión de las concepciones éticas, cuestionando los modelos de pureza con los que se caracterizaba a la “inocencia” de los niños en la moral victoriana. El placer sexual queda aislado de la procreación y establecida, por tanto, la distinción entre lo sexual y lo genital. La sexualidad vuelve a acometer en la pubertad y no es distinta de la que quedó estructuralmente constituída en la primera infancia. No se resuelve por la “irrefrenable atracción” que un sexo ejerce sobre otro, porque un sujeto no está a priori ligado a un objeto heterosexual fijo que cubre la exigencia “normal” del instinto sexual. En 1905, instinkt es diferente a trieb y esta distinción disuleve otra antigua ilusión ética, según la cual el hombre era un compuesto de mitad animal y mitad racional. Trieb carece de objeto designado por alguna disposición innata, es un objeto lábil, lo que el sujeto más puede variar. Los objetos sexuales son elegidos en función de su historia fantasmática, recorriendo un camino largo y laborioso. 6 Esta compleja evolución no viene garantizada por la maduración biológica, por el contrario, nada asegura la relación del sujeto con los objetos de su sexualidad. Respecto del fin de la pulsión, Freud dirá que puede ser muy distinto al coito “normal” de la unión genital: los fines son parciales y diversos, vinculados a las zonas erógenas que no corresponden exclusivamente a los órganos genitales. La contingencia del objeto y del fin son cualidades de la pulsión sexual, así como la posibilidad de sufrir transformaciones regidas por la libido. Esta energía específica representa lo que en el ser humano diferencia pulsión de instinto. Por la inclusión del estudio de las perversiones en el discurso psicoanalítico, Freud pudo especificar la dinámica de la sexualidad “normal”; ellas le mostraron la falta de determinación del objeto de la pulsión. El primer modelo pulsional da cuenta de la génesis de la sexualidad. La oposición de las pulsiones está en la base del conflicto psíquico, es el primer modelo de la defensa: el yo como conjunto de representaciones coherentes ejerce la represión contra la sexualidad. Aquí la pulsión sexual es una fuerza sometida al principio del placer; funciona según las leyes del proceso primario y amenaza desde dentro el equilibrio del aparato psíquico; tiene el carácter de fuerza perturbadora. En 1910, en La perturbación psicógena de la visión, introduce una modificación más semántica que estructural; habla indistintamente de pulsiones de conservación o de pulsiones yoicas. Tanto éstas como las pulsiones sexuales disponen de los mismos órganos: “La boca sirve para besar tanto como para comer o para la expresión verbal y los ojos no perciben tan sólo las modificaciones del mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino aquellas cualidades de los objetos que los elevan a la categoría de objetos de la elección erótica, o sea sus ′encantos ′”(8). Así, el yo queda arraigado en las pulsiones sexuales, idea que expresa más categóricamente en 1914, en Introducción al narcisismo. El yo, núcleo hasta entonces de los impulsos no sexuales, queda “ocupado” por la libido y se ve arrastrado a un monismo que contradice su modelo y lo coloca al lado de Jung, cuyo monismo era desexualizante. La exigencia dualista es fundamental en el pensamiento freudiano, más aún al tratarse de las pulsiones, al ser éstas las fuerzas antagónicas que dan cuenta del conflicto psíquico. Como el narcisismo le lleva a admitir un componente libidual en el yo, cambia el antiguo dualismo por la oposición libido del yo -libido objetal y afirma que sobre el yo recaen también componentes egoístas, no libidinales. 7 A partir de aquí su preocupación se centra en estos componentes no libidinales, hasta que en 1915, en Pulsiones y destinos de pulsión (9) atribuye las tendencias agresivas a las pulsiones yoicas, quedando establecida una cierta relación entre la libido y el odio. PULSIÓN DE MUERTE Y REPETICIÓN El nuevo dualismo introducido en 1920, en Más allá del principio de placer (10), distingue pulsiones de vida de pulsiones de muerte. La pulsión sexual queda asimilada a las pulsiones de vida, al Eros, y convertida en una fuerza que tiende a la ligazón; principio de cohesión para el mantenimiento de las unidades vitales. En esta formulación, las pulsiones de vida abarcan también a las pulsiones de autoconservación; sus antagonistas, las pulsiones de muerte funcionan según el principio de la descarga total, tienden a la reducción completa de las tensiones. El término pulsión de muerte indica lo que se hallaría en el principio de toda pulsión, algo así como su fundamento: el retorno a un estado anterior, al reposo absoluto de lo inorgánico. Como en ella se realiza el carácter repetitivo de la pulsión, es para Freud la pulsión por excelencia. Observa en los fenómenos de repetición la marca de lo demoníaco, de una fuerza irreprimible que no está del lado del placer y que es capaz de oponérsele. Si bien la hipótesis de la pulsión de muerte resulta -según Freud- de consideraciones especulativas, esta afirmación no implica que fuera un invento necesario para la formulación de su teoría; da cuenta del lugar fundamental que fue teniendo en la cura: las manifestaciones clínicas de la neurosis obsesiva y de la melancolía van otorgando importancia a las nociones de ambivalencia, agresividad, odio, sadismo-masoquismo, etc. Freud mantiene hasta el final de su obra este último modelo pulsional. Pero lo que está en juego en 1920 no es sólo la referencia de las tendencias agresivas a la pulsión de muerte, sino la insistencia de la repetición de lo displacentero. La búsqueda de placer regulada por la realidad responde a la dialéctica de dos principios que a Freud ya no le son suficientes. Deberá introducir un nuevo postulado que explique la universalidad de los sentimientos de culpabilidad, las paradojas del masoquismo, etcétera. La pulsión de muerte será el agente de la repetición que opera, “fundamentalmente en el silencio”. De aquí en más, todo agresivo o sexual, quedará ligado al deseo de muerte (23). 8 DE “DIOS HA MUERTO” A “DIOS ES INCONSCIENTE” Si bien Freud nunca asumió un pensamiento filosófico, es posible relacionar algunas de sus concepciones con las de Nietzsche, aunque Freud no se inspire en escritos filosóficos sino en una reflexión sobre hechos clínicos, de los que sólo se apartaba cuando quería referirse a hechos de la cultura. De todos modos, no se supone primaria esta relación, sino que parece estar mediatizada por Schopenhauer como un “doble brillante” (11). La historia ha hecho mediar una enorme distancia entre ambos pensadores que, sin embargo, son contemporáneos. Y aunque Freud en distintas ocasiones diga no conocer la obra de Nietzsche, no se sabe el alcance de esta afirmación, pues en otras dice no haberlo podido estudiar nunca y, más aún, haber evitado durante mucho tiempo su lectura. Lo cierto es que no pudo haber desconocido su pensamiento, pues es a principios de siglo cuando su obra fue descubierta y su nombre introducido en las controversias de los círculos intelectuales del momento. Si es cierto que no lo leyó, también lo es que hay una presencia nietzschiana en aquellas ideas de Freud que lo comprometen con cuestiones generales de las ciencias sociales o con problemas de la civilización. Nietzsche estuvo en el centro de la polémica sobre lo que se dio en llamar la “Decadencia de Occidente”: la civilización ponía en duda la validez de sus cimientos axiológicos; era necesaria una “transmutación de los valores”, proclamar la muerte de Dios (12). Inspirado en el voluntarismo metafísico de Schopenhauer -voluntad como un absoluto, como una “cosa en sí”, algo irracional y aún elemento predominante de la vida psíquica- Nietzsche da un carácter peculiar a la voluntad. Partiendo de la afirmación de que toda relación es relación de poder, siempre habrá una voluntad más fuerte que actúa sobre otra inhibiéndola. Plantea la superación de los ideales morales del cristianismo, la democracia y el socialismo por otros situados más allá del bien y del mal y cuyo valor supremo sea la voluntad de vivir, a la que llamó Voluntad de Poder. Inherente, esencial a la vida, la nueva tarea planteada es liberar, desplegar una vitalidad ascendente, marchar del hombre hacia su superación. Considera al cristianismo como la religión que ha inhibido ese impulso vital; que predicando la resignación, el arrepentimiento y la culpa ha devenido “una religión de esclavos”. Desmiente los valores vigentes de piedad y compasión cristianas y propone 9 exigir un nuevo ideal de Superhombre que represente la Voluntad de Poder y cuya moral sea la moral del Señor, opuesta a la moral del esclavo y del rebaño (13). Para Freud es claramente constatable, en el mundo, esa fáctica relación de dominador-sometido, dialéctica que opera no solamente a nivel de la relación entre los individuos, sino en el individuo. “Es parte de la desigualdad innata y no eliminable entre los seres humanos que se separen en conductores y súbditos:” (14) Producto de su experiencia clínica y -no es ocioso decirlo- de su formación filosófica en el romanticismo, ha encontrado en la naturaleza humana pulsiones agresivas como uno de sus componentes básicos: una fuerza que actuará dominando sobre otra, que buscará su complemento y su víctima. Lejos quedaron las cándidas ideas sobre la natural bondad humana, el nacimiento a la vida en puro estado de bienaventuranza. Las guerras serían el ejercicio -en otro escenario- de aquel impulso tanático que el hombre trae consigo. Pero, ¿habrá una salida? Freud descree de las teorías que sitúan en las comunidades primitivas las relaciones sociales liberadas del ejercicio del poder; considera utópicos los planteamientos de los comunistas: la satisfacción de las necesidades materiales y las ideas de igualdad no bastan para someter a la invencible pulsión de muerte. Siguiendo las ideas que han florecido en la Ilustración, una sostenida marcha hacia la racionalidad podría ser la salida. Llega hasta sus últimas consecuencias con una metáfora contundente: “la dictadura de la razón”. Un grupo de hombres -¿aquellos que nacen con una voluntad más fuerte?- deberían desarrollar en profundidad las virtudes de la razón: “...un estamento superior de hombres de pensamiento autónomo, que no puedan ser amedrentados y luchen por la verdad, sobre los que recaería la conducción de las masas heterónomas” (15). Pero quizá también sea ésta “una esperanza utópica”. ¿Qué es lo que impide la autonomía de la razón, la marcha de la humanidad hacia los fines altruistas que el espíritu pueda concebir? Freud encuentra categóricamente dos enemigos principales: la Iglesia, adormecedora de conciencias que prohibe y oscurece el desarrollo del pensamiento, así como el Estado, cuyo abuso de poder tiene un efecto de opresión sobre todas las formas de libre expresión de los miembros de la comunidad. Poco tiempo antes, en El porvenir de una ilusión (1927) (16) se había ocupado del tema religioso, ya tratado en Tótem y tabú (1913) (17). La violencia crítica a las ideas morales de su tiempo dejó lugar al cuestionamiento del pilar ideológico más fuerte 10 que sustenta a la sociedad. No se ocupa de la psicología del hecho religioso, sino del valor objetivo de la fe y sus relaciones con la verdad. Es una reflexión sobre la ilusión religiosa: la fe es una compensación, un pensamiento consolador que significa protección y adormecimiento de los individuos ante las angustias de su propia debilidad. En oposición estaría la ciencia, que aún siendo impotente y sujeta al error, es capaz de rectificarse y progresar. Buscar en otra parte las respuestas a aquello que la ciencia no consigue responder es caer en el campo de la ilusión. Es evidente que la ciencia de la que habla Freud, no es sólo la ciencia positiva sino todo saber que busca únicamente la verdad. Y el psicoanálisis forma parte de ese saber. ¿LA SUPERACIÓN DE LA CULPA? Una vieja preocupación de Freud retorna en ¿Por qué la guerra?, ya planteada en El malestar en la cultura: la lucha entre las exigencias pulsionales y las restricciones que impone la cultura. Pero Freud nunca pudo terminar de afirmar el papel cumplido en estas restricciones por las influencias exteriores e interiores, hasta que declara su “propósito de situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural” (18). La civilización está fundada sobre el sentimiento de culpa: el hombre es culpable de sus deseos incestuosos de la infancia, allí la pulsión de muerte ha obtenido una satisfacción. La expresión de los sentimientos bondadosos no resuelve el malestar en la cultura pues son fruto más de una idealización que de una sublimación. La razón y la verdad, partiendo de la indesarraigable culpabilidad, lucharán por el progreso de la civilización apartándose de toda ilusión. En el mismo texto anteriormente citado, Freud revela una actitud escéptica acerca de la evolución de la raza humana. Recordando a Goethe se refiere al inevitable desarrollo de la culpa frente a la también inevitable supremacía de las exigencias pulsionales, tanto agresivas como eróticas. El ser humano se sitúa estructuralmente en esa encrucijada, sometido a las presiones de las tendencias de amor y de muerte. Freud duda del destino del hombre para acceder a un estado de mayor perfección a través de la cultura. Ve desenvolverse la vida humana en una lucha incesante entre Eros y Tanatos, no pudiendo predecir los resultados de esta contienda. En el marco de su teoría de las pulsiones reaparece la conexión entre el narcisismo y la agresividad. 11 La civilización está capturada en este “escila-caribdis”, pero Freud mantiene una única esperanza: la fuerza de Eros. El peligro del desarrollo ilimitado de la culpa hará la vida insoportable y, de no darle un camino a la razón que, a su vez, ceda un espacio a Eros, las pulsiones sólo podrán expresarse en manifestaciones destructivas. Cito las palabras finales de El malestar en la cultura: “A mi juicio la cuestión decisiva para la especie humana es si -y en caso afirmativo, en qué medida- su desarrollo cultural logrará dominar la perturbación de la convivencia que proviene de la humana pulsión de agresión y de autodestrucción. Nuestra época merece quizá un particular interés justamente en relación con esto. Hoy los seres humanos han llevado tan adelante su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza que con su auxilio les resultará fácil exterminarse unos a otros, hasta el último hombre. Ellos lo saben; de ahí buena parte de la inquietud contemporánea, de su infelicidad, de su talante angustiado. Y ahora cabe esperar que el otro de los dos “poderes celestiales”, el Eros eterno, haga un esfuerzo para afianzarse en la lucha contra su enemigo igualmente inmortal. ¿Pero quién puede prever el desenlace?”(19) Gran parte de los logros de la cultura moderna han vehiculizado -sublimadamente- impulsos tanáticos. En ese sentido, la fabricación de armas capaces de concretar el exterminio mutuo, el subdesarrollo de inmensas masas del planeta, la explotación humana, etc., son ejemplos que dan cuenta de la paradoja de la sublimación, que en el camino de la producción científica y técnica puede conducir a la destrucción. Aquello que desencadena el tono escéptico de El malestar en la cultura puede referirse a las propias circunstancias que rodean a Freud: una tremenda crisis política, económica y social; en Alemania el nazismo se expandía velozmente y Freud comenzaba a ser amenazado; el sufrimiento que le ocasionaban sus reiteradas operaciones por el cáncer que padecía. El mundo occidental no lograba esperanzarlo, la revolución rusa -de la que fue un observador interesado- tuvo para él una evolución desconcertante. Estaba determinada por las mismas fuerzas pulsionales que la filosofía marxista había intentado reducir tan sólo a fuerzas económicas. Así -aún reconociendo que emite sus opiniones a disgusto por su falta de competencia para enjuiciarla- se pronuncia acerca de la doctrina marxista como cosmovisión, en los siguientes términos: “...el marxismo teórico, tal como lo practica el bolchevismo ruso, cobró la energía, el absolutismo y el exclusivismo de una “Weltanschaung”, pero al mismo tiempo, un inquietante parecido con aquello que combatía. Siendo su origen un fragmento de ciencia, edificado sobre la 12 ciencia y la técnica para su realización, ha creado, sin embargo, una prohibición de pensar tan intransigente como lo fue en su época la decretada por la religión. Está prohibida toda indagación crítica de la teoría marxista; las dudas acerca de su corrección son penadas como antaño lo fueron por la Iglesia Católica. Las obras de Marx han reemplazado a la Biblia y la Corán como fuentes de una revelación, aunque no pueden estar más exentas de contradicciones y oscuridades que aquellos viejos libros sagrados” (29). Esto era expresado en 1932, en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, y en el mismo año, lo volverá a considerar a propósito del texto que nos ocupa: la respuesta a la carta de Einstein. En ¿Por qué la guerra? Hay un resurgimiento de su entusiasmo por la razón, ya reflejado en sus Nuevas conferencias. Alguna voz debía alzarse contra las barbaries del nazismo. Pero si bien Freud no había perdido totalmente la esperanza de que las guerras pudieran evitarse, se cuida de plantear axiomas; nunca se sintió inclinado a expresar sus ideas como un credo, en cambio nos remitió a los hallazgos de sus experiencias clínicas en la indagación de los síntomas neuróticos. Freud analiza su propia naturaleza humana y el sentimiento de los pacifistas con quienes comparte la repulsa a la guerra. Una repulsa que es la del debilitado en la expresión de sus impulsos primarios, la de los hombres que sienten una sublevación moral y estética ante la absurda destrucción bélica. El crecimiento del espíritu, la entrada en la proceso cultural, compromete una parte esencial de la vida pulsional, comprime la barbarie, acorrala a la bestia. Pero, ¿por qué este retraso, estas fatales caídas en las crueldades de una guerra, que vuelven escépticos a los espíritus nobles? ¿No ha servido acaso la luz de la ciencia y las aventuras del espíritu a lo largo de los siglos como para torcer esa fatalidad? 13 RESUMEN Freud expuso sus reflexiones acerca de la guerra en dos ensayos de 1915 (a propósito del estallido de la Primera Guerra Mundial) y en 1932 en una carta abierta a Einstein. El presente artículo recorre las distintas formulaciones de la teoría pulsional hasta llegar a la pulsión de muerte, cuyo modelo utiliza Freud para analizar las motivaciones que llevan al hombre a la destrucción en la guerra. La pulsión de muerte será el agente de la repetición que opera “fundamentalmente en el silencio”, quedando todo deseo, agresivo o sexual, ligado al deseo de muerte. Se incluyen también las reflexiones freudianas acerca del conflicto entre cultura y vida pulsional, cuya salida estaría dada por una sublimación progresiva que permitiría el avance de la racionalidad. Freud, partiendo de su “mitológica teoría de las pulsiones” en ¿Por qué la guerra?, retoma su concepción de la cultura como un proceso basado en el fortalecimiento del intelecto por la renuncia de lo pulsional. 14 BIBLIOGRAFÍA 1. JONES, Ernest (1960): Vida y Obra de Sigmund Freud. Vol. II. Ed. Horme (Paidós), Buenos Aires. 2. FREUD, S. (1915): De guerra y muerte. Temas de actualidad. Obras completas, vol. XIV. Amorrortu, Buenos Aires, 1979. 3. Idem anterior. 4. MARTHE, Robert (1966): La revolución psicoanalítica. P. 380. Ed. Fon. de cultura económica. México, Buenos Aires. 5. FREUD, S. (1980): La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna. Obras completas, vol. IX. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 6. FREUD, S. (1905): Tres ensayos de una teoría sexual. Obras completas, vol. VII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 7. Idem. Anterior. 8. FREUD, S. (1910): La perturbación psicógena de la visión. Obras completas, vol. XI. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 9. FREUD, S. (1915): Pulsiones y destinos de pulsión. Obras completas, vol. XIV. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 10. FREUD, S. (1920): Más allá del principio de placer. Obras completas, vol. XVIII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 11. ASSOUN, Paul-Laurent (1984): Freud y Nietzsche. Ed. Fon. de cultura económica. México. 12. NIETZSCHE, F. (1981): La voluntad de poderío. EDAF. 13. NIETZSCHE, F. (1970): Así habló Zaratustra. Alianza. Madrid. 14. FREUD, S. (1932): ¿Por qué la guerra?. Obras completas, vol. XXII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 15. Idem anterior. 16. FREUD, S. (1927): El porvenir de una ilusión. Obras completas, vol. XXI. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 17. FREUD, S. (1913): Tótem y Tabú. Obras completas, vol. XII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 18. FREUD, S. (1930): El malestar en la cultura. Obras completas, vol. XXI. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 19. Idem anterior. 15 20. FREUD, S. (1932): Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. Obras completas, vol. XXII. Amorrortu. Buenos Aires, 1979. 21. MASOTTA, Oscar: El modelo pulsional. Ed. Altazor, Buenos Aires, 1980. 22. SCHUR, M.: Sigmund Freud, enfermedad y muerte en su vida y en su obra. Tomo 2. Editorial Paidós. Barcelona-Buenos Aires, 1980. 23. MANNONI, O.: Freud, el descubrimiento del Inconciente. Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1975. 16