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CO SEJO EUROPEO
EL PRESIDE TE
Berlín, 9 de noviembre de 2013
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PRESSE 466
PR PCE 204
"EUROPA TRAS LA CAIDA DEL MURO DE BERLÍ "
Discurso de Herman Van Rompuy
Presidente del Consejo Europeo
En un discurso pronunciado hoy con ocasión del aniversario de la caída del Muro de Berlín,
el Presidente Herman Van Rompuy ha expuesto de qué manera los dramáticos
acontecimientos de finales de 1989 cambiaron Alemania y Europa en su conjunto, y cómo aún
hoy en día todavía estamos modelando y debatiendo lo que entonces se puso en marcha. De
qué manera seguimos construyendo Europa tras la caída del Muro de Berlín.
Se ha centrado en tres temas decididos a raíz del 9 de noviembre de 1989: el euro, la libre
circulación de todos los ciudadanos de la UE y la política exterior de Europa.
En lo referente al euro y a la economía, el Presidente Van Rompuy ha declarado: "Salvar el
euro, lograr que la zona del euro sea firme y sólida: ese será el legado de mi generación de
dirigentes europeos" También ha hecho hincapié en la necesidad, en vista del aumento de la
competencia global, de que todos los países europeos lleven a cabo reformas, "sin excepción".
En este contexto, sobre Alemania ha declarado lo siguiente: "Durante estos últimos años, en
la zona del euro, el papel de Alemania ha sido esencial. 3o sólo ha mantenido el euro, sino
que también ha sido tal vez el más firme defensor de las reformas económicas - alertando de
los riesgos, incorporando la previsión económica en el debate europeo. Eso es algo por lo que
felicito a sus dirigentes políticos. Alemania se enfrenta a sus propios riesgos y desafíos
vaticinados para el futuro. Para evitar que se materialicen en el día de mañana, es ahora
cuando el país debe actuar con valentía. Para que las reformas den resultados, el liderazgo
más convincente es el liderazgo con el ejemplo."
PRE
SA
Dirk De Backer - Portavoz del Presidente - ( +32 (0)2 281 9768 - +32 (0)497 59 99 19
Preben Aamann - Portavoz Adjunto del Presidente - ( +32 (0)2 281 2060 - +32 (0)476 85 05 43
[email protected] http://www.european-council.europa.eu/the-president
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El Presidente Van Rompuy también se ha referido al tema del populismo, en muchos países.
"El populismo es el escape para la ira y el resentimiento, la promesa de una identidad
restaurada, la ilusión de que el cierre de una barrera puede hacer que el tiempo retroceda, la
mentira de que se puede sobrevivir en el mercado global sin esfuerzos..."
Con el fin de corregir la situación "la primera respuesta y la más fundamental es: resultados.
Estamos atravesando, sin ningún género de dudas, una etapa difícil, pero vamos por buen
camino. Al final, será mejor convencer a las personas con resultados. Mediante el retorno del
crecimiento, mediante la creación de empleo; mediante signos palpables de que el trabajo que
las sociedades y los gobiernos están llevando a cabo - de manera individual y de manera
conjunta como una Unión - está dando sus frutos".
Pero para el Presidente Van Rompuy convencer a las personas no es únicamente una cuestión
de economía, sino también una cuestión de comunicación: "Los dirigentes deben decir la
verdad. Dicha verdad es que no existen soluciones rápidas, que las reformas sobre el
crecimiento y el empleo llevan tiempo. Otra verdad es que la respuesta definitiva a la crisis no
radica en los nuevos instrumentos financieros (fondos o bonos), ni en el retorno a las monedas
nacionales, sino en los cambios en la economía real. Y aún otra verdad: que el coste de la no
Europa sería insoportable. Los que pretenden que su propio país puede tener éxito por si solo
venden ilusiones.
Al hablar sobre las recientes preocupaciones sobre la libre circulación de todos los
ciudadanos de la UE y la migración externa, el Presidente Van Rompuy ha considerado que
aquella constituye "un signo de civilización". "Como ocurre con cualquier derecho, algunas
personas abusan del mismo. Esto es muy lamentable. Pero en lugar de restringir el derecho,
ello debería ser una razón para luchar contra el abuso. Las autoridades nacionales y locales
disponen de los medios y de las posibilidades legales para hacerlo, y la UE está aumentando
sus esfuerzos para ayudarlos" Y ha añadido: "Y no hay qua olvidar que la circulación en
la UE actúa en todas las direcciones: por cada trabajador polaco en una capital europea, por
ejemplo, hay 2 de sus nacionales en la costa española".
A lo largo del discurso, el Presidente no sólo se ha centrado en las políticas y decisiones de
la UE, sino también en la experiencia real de los pueblos del continente. "Una pregunta
fundamental es la siguiente: ¿es Europa sólo un espacio, una zona para deambular, o también
un sitio donde cada uno puede sentirse como en casa, un lugar, la patria? Ha concluido
expresando la esperanza de que Europa, además de ser un espacio de libertad y
oportunidades, también pueda ser un día una patria un hogar para todos - los europeos
orientales y occidentales, los septentrionales y los meridionales y los 'nuevos' europeos".
Este cuarto discurso sobre Europa de Berlín se ha pronunciado en el Allianz Forum, en la
Pariser Platz, y ha sido organizado por la Fundación Konrad Adenauer, la Fundación Zukunft
Berlin y la Fundación Robert Bosch.
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I. Introducción
[Texto original pronunciado en alemán]
Es para mí un gran placer y un honor poder pronunciar un discurso aquí en Berlín en
conmemoración del 9 de noviembre.
Hace sólo tres años, me encontraba en Berlín para la misma ocasión. Pero lo pronuncié en un
lugar diferente, en el Museo de Pérgamo. Rodeado de dioses olímpicos y estatuas antiguas, el
marco era muy impresionante. Hoy, percibo un ambiente diferente, otra perspectiva... Hemos
dejado la antigüedad y en su lugar estamos en el siglo XVIII, cuando se construyó esta
hermosa plaza.
[Texto original pronunciado en inglés]
Su propio nombre, puesto algunos años más tarde, cuando su ciudad fue curando sus heridas de
las guerras napoleónicas, da testimonio de un momento de orgullo prusiano. Aunque, en este
sentido, el nombre de Pariser Platz (Plaza de París) es evidentemente más diplomático que la
versión londinense de la misma batalla... Estación de Waterloo...
Por supuesto, para ustedes hoy aquí, para toda la población berlinesa, la "Pariser Platz" trae a
la mente una historia más reciente. Evidentemente en el día en que celebramos la caída del
Muro. Desde aquí, casi podemos ver la Puerta de Brandenburgo, donde hace veinticuatro años,
a las 21.30 la sed de libertad estalló a la luz pública.
Lo dije hace tres años, pero lo repetiré ahora: para mí, el 9 de noviembre de 1989 es quizás el
punto de inflexión más importante, no sólo para Alemania, sino en nuestra historia europea
reciente.
Así que acepté con gusto la invitación de los organizadores para venir aquí hoy, y quiero
agradecérselo a todos. Y permítanme expresar mi agradecimiento a una persona en particular,
el Presidente Hans-Gert Pöttering. Antiguo Presidente del Parlamento Europeo y su
miembro de mayor antigüedad, es también el impulsor de la "Casa de la Historia Europea" de
Bruselas, que pronto empezará a contar la historia de por qué se unieron los europeos y por qué
deben mantenerse unidos. Muchas gracias.
II. Europa tras la caída del Muro
Un primer ministro europeo de aquella época lo expresó de esta manera: "La historia galopaba
sin jinete a través de la noche de la caída del Muro, como un caballo desbocado": ¿cómo
cogerle las riendas, cómo aprovechar su fuerza?
Los acontecimientos de estos últimos meses de 1989 ya pueden parecer historia lejana. Pero lo
que dichos acontecimientos desencadenaron entonces todavía está dando forma a nuestro
mundo actual. La caída del Muro de Berlín cerró el período de postguerra. Se inauguró el
periodo "post-Muro". Y nosotros en Europa todavía estamos en él.
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Con el 9 de noviembre llegó una Alemania unida, en una Europa más unida. Reunir Alemania,
políticamente, fue sumamente rápido. Sólo once meses transcurrieron desde la caída del Muro
hasta la reunificación. La rapidez de los acontecimientos fue impresionante. En cambio, para la
sociedad, para las personas llevó más tiempo asimilar los cambios radicales Tomó tiempo y
esfuerzo desarrollar un sentido de pertenencia común, para que todos se sintiesen como en casa
en la nueva Alemania. A veces, se sentía nostalgia del Este, también nostalgia del Oeste. Sin
embargo, al final, la "nueva Alemania" se convirtió en simplemente eso: "Alemania", para
todos.
El Presidente Federal Gauck habló hace un mes, creo que en Stuttgart, del orgullo de su país
por haber logrado todo esto juntos "alemanes del Este, alemanes del Oeste y nuevos alemanes,
todos juntos".
Ahora, detengámonos un momento para analizar cómo se desarrolló este proceso en Europa en
su conjunto. Se trataba de algo igual de trascendental, pero tal vez más difícil de entender,
situándose a la sombra de los acontecimientos alemanes y de una duración más prolongada. De
hecho, en Europa, todavía estamos intentando acostumbrarnos a la nueva situación. Todavía no
nos ha llegado al momento de decir: "La 'nueva Europa' se ha convertido en sólo eso, en
'Europa', para todos."
En Europa, la cadena de acontecimientos políticos también se desarrolló a una velocidad
increíble. En un plazo de cuatro años, en 1993, la antigua Comunidad Económica (la
Comunidad Económica Europea) se había convertido en una Unión política (la Unión
Europea). En junio de ese año, los dirigentes de los entonces doce Estados miembros
occidentales declararon su disposición a acoger en la Unión a los países del Este confinados
tras el Telón de Acero. No se trataba de una reunificación sino de una unificación.
Y el 1 de noviembre de 1993, con la entrada en vigor del Tratado de Maastricht (o Tratado de
la Unión), se abría el camino hacia la ciudadanía europea, hacia la moneda única, hacia una
política exterior común. Cambios revolucionarios que no se habrían producido si no hubiese
existido 1989.
Así fue: de la caída del Muro a la Unión Europea.
Pero, al igual que para los alemanes, para los europeos, para las personas y las sociedades,
acostumbrarse a estas nuevas realidades, realmente sentirse como en casa en esta nueva Europa
posterior a la caída del Muro, lleva tiempo. De hecho mucho más del que fue necesario para el
pueblo alemán.
Incluso podemos ver formas de nostalgia, en el caso de Europa también: nostalgia de los días
de la confortable Comunidad de los Doce, de los días del franco francés, del marco alemán, de
la lira o del florín holandés. Pero nadie pensaría en volver a los días anteriores a 1989. La
Europa posterior a la caída del Muro todavía está en construcción.
Esos grandes cambios que he mencionado- la moneda, la ciudadanía, la ampliación y nuestra
voz común en el mundo - todavía se siguen conformando y debatiendo hoy en día, tras veinte
años. Y es de estos cambios de lo que desearía hablar hoy.
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III. Zona del euro y economía
A lo largo de mi intervención esta mañana, desearía hablar de la manera en que todavía
estamos conformando esta nueva Europa posterior a la caída del Muro. Y me voy a centrar en
tres temas:
–
¿Qué significa compartir una moneda;
–
¿Qué significa ser capaz de moverse y vivir libremente en cualquier país de la UE?;
–
Y ¿qué sería necesario para hacer sentir nuestro peso en el mundo?
No sólo en términos de las políticas y de decisiones políticas, sino también en términos de la
experiencia de las personas en esta nueva Europa.
Permítanme comenzar con el primer punto: el euro. Porque lo que acabo de decir, que en 2013
todavía estamos tratando de acostumbrarnos a lo que se decidió entre la caída del Muro y
Maastricht, es obvio cuando se trata de nuestra moneda.
La crisis puso brutalmente en evidencia que la zona euro, tal y como estaba inicialmente
concebida, desgraciadamente estaba insuficientemente equipada para hacer frente a una
tormenta, al igual que en 2010.
Desde entonces, hemos trabajado sin descanso, de manera colectiva. Obteniendo frutos. Hoy
en día, la amenaza existencial para la zona euro ha quedado atrás. Salvar el euro, lograr que la
zona euro sea firme y sólida: ese será el legado de mi generación de dirigentes europeos. Y la
historia será testigo de la importancia del papel de la Canciller Merkel y de otros en este logro.
El impacto de la crisis del euro fue una llamada de atención. Para los países de manera
individual. Pero también para todos ellos conjuntamente.
Todo el trabajo de los últimos tres o cuatro años, los mecanismos de rescate, el freno del
endeudamiento, la nueva supervisión económica y presupuestaria, la unión bancaria,
actualmente en construcción, todo ello se puede resumir de la siguiente manera: extraer
enseñanzas de la interdependencia. Llegar a un acuerdo con lo que significa compartir una
moneda entre los países.
No siempre fue fácil. Sin embargo, en conjunto, como europeos, movilizamos los medios y los
fondos para proteger a los países en dificultades a causa de los mercados. Fue una solidaridad
sin precedentes, y muy visible, nada comparable con todo lo que existía antes en la Unión.
Por supuesto que ha habido críticas. Por ejemplo contra la "austeridad" o en contra de las
decisiones de política monetaria. Pero esas críticas quizás olvidan que algunos países habían
acumulado enormes problemas subyacentes antes de que estallara la crisis, y que la corrección
de los mismos habría sido mucho peor sin el euro. O que solucionar una crisis de deuda
soberana excesiva con más deuda simplemente no funciona. Y para los países del programa,
que reclamaban un ajuste más lento, obviando el simple hecho de que, de una manera u otra,
ello significaba más dinero que debería prestarse y en su caso ser devuelto.
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Como presidente del Consejo Europeo, desde el principio, he recordado constantemente a
todos los dirigentes que tenemos que trabajar en dos frentes: mayor responsabilidad, mayor
solidaridad. Ambas van de la mano. Y hemos logrado este equilibrio general. Sin cesiones en
una u otra, aplicando ambas. Piénsese, por ejemplo en los dos Tratados que hemos establecido,
uno para el Mecanismo Europeo de Estabilidad y el otro para el Pacto presupuestario. Un buen
equilibrio.
Y ahora echemos una ojeada fuera de Europa. Mientras estábamos superando desafíos
existenciales, el mundo no se ha detenido. Se está convirtiendo cada día más en un lugar de
enorme competitividad, con cientos de millones de hombres y mujeres que salen de la pobreza,
y que entran en el mercado mundial de los puestos de trabajo, las ideas, los recursos, con
energía y títulos.
Y no son sólo los nuevos competidores los que pueden alcanzarnos, sino también los antiguos
competidores, que podrían adelantarnos. Por ejemplo Estados Unidos, que utiliza con una
energía mucho más barata que la nuestra. En Alemania no debo recordarle a nadie nada al
respecto.
Aquí en Europa somos 500 millones de personas: en términos generales bien educados,
relativamente prósperos, disfrutando de las libertades civiles y de seguridad... Juntos somos el
mayor mercado del mundo, y una fuerza con la que se debe contar.
Pero la verdad es ésta: si queremos mantenernos activos... proteger nuestros modelos sociales,
nuestros trabajos, nuestra modo de vida único..., simplemente no podemos dormirnos en los
laureles. Sería la mejor manera de despilfarrar el futuro de las jóvenes generaciones.
Y eso es cierto en todos nuestros países. Todos, sin excepción, deben ser más competitivos.
Todos deben llevar a cabo reformas. Y muchos están reformando, sobre todo los más afectados
por la crisis. Los países en los que la productividad ha mejorado más desde el año 2010 son,
precisamente, los de la denominada "periferia": como España, Portugal o Irlanda.
Pero la rueda de la historia también gira para los países del denominado "norte". Lo que ha
subido, puede caer. Ellos también deben reformar. Y eso incluye a Alemania, por supuesto:
pienso en el reto demográfico masivo a que se enfrenta, o la calidad de la infraestructura vial, o
el potencial no utilizado de su mercado de servicios o los elevados costes de la energía... Pero
sé que estos temas forman parte del debate público aquí en su país.
Durante estos últimos años, dentro de la zona euro, el papel de Alemania ha sido esencial. No
sólo ha mantenido el euro, sino que también ha sido tal vez el más firme defensor de las
reformas económicas, alertando de los riesgos, incorporando la previsión económica en el
debate europeo. Eso es algo por lo que felicito a sus dirigentes políticos.
Alemania se enfrenta a sus propios riesgos y desafíos vaticinados para el futuro. Para evitar
que se materialicen en el día de mañana, es ahora cuando el país debe actuar con valentía. Para
que las reformas den resultados, el liderazgo más convincente es liderar con el ejemplo.
Hemos entendido con la crisis que las dificultades económicas de un país pueden afectar a
todos los demás, al igual que el éxito de un país puede ser beneficioso para todos los demás. Lo
llamamos interdependencia. En la zona del euro, debemos mirar a las partes y al conjunto. Una
moneda común exige políticas más comunes: es tan simple como eso.
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Ya se han implantado algunos nuevos instrumentos para una mayor coordinación económica.
Todavía falta un elemento importante: los "contratos", mediante los cuales los países se
comprometen a ciertas reformas clave para mejorar la competitividad y el empleo, con
elementos de solidaridad. Sobre estos contratos avanzaremos en diciembre.
Para entonces, también decidiremos sobre las nuevas etapas de la unión bancaria. Con la
supervisión única para los bancos de la zona del euro, que ya estamos implantando, vendrá
también el régimen de resolución única. Ambos van a la par. Para preparar todo esto, los
bancos pasarán por una revisión de la calidad de sus activos para asegurarse de que están sanos
antes de que entren a formar parte de nuestra unión bancaria conjunta.
Con todo ello, el informe que presenté a los dirigentes de la UE sobre la forma de lograr una
verdadera unión económica y monetaria, está cerca de su finalización.
Una última observación sobre el euro. Como resultado de todo este trabajo –en la lucha contra
los desastres, sobre la prevención de futuras crisis, también sobre los objetivos a largo plazo–,
los europeos están ahora mucho mejor preparados para hacer frente a las turbulencias. La
gravedad de la situación ha conllevado que, al menos entre los dirigentes, exista ahora hay una
clara conciencia de la magnitud del desafío económico. Para los dirigentes, la crisis ha sido una
importante llamada de atención. Un buen comienzo. Pero la dificultad radica ahora en la
movilización del apoyo público a éstos y otros cambios... Es la única manera de lograr que el
continente europeo siga siendo un lugar atractivo en el mundo.
IV. El populismo: Europa como espacio y como lugar
El trabajo de los gobiernos europeos para sanear la economía es una cosa, pero la experiencia
de las personas en toda Europa con mucha frecuencia es otra bien distinta.
La gente está preocupada. Es comprensible. En la competencia global, es cada vez más difícil
mantener los puestos de trabajo, o encontrar uno. Para muchos, llegar a fin de mes no es tan
fácil como solía ser, y bien podría acabar siendo aún más difícil para sus hijos. La
desorientación puede alimentar la ansiedad, el miedo, un sentimiento de pérdida de control.
Puede dar lugar a la retirada, en círculos cerrados, en busca de algún tipo de referente.
O incluso a un confinamiento en la indiferencia del egoísmo, a un "cada uno por si mismo".
Fenómenos generalizados, ya activos 10 o 20 años antes de esta crisis financiera. En algunos
países, y Alemania hoy puede ser una excepción, una importante excepción, vemos cómo esta
mezcla de cambio y miedo dan alas al populismo.
El populismo es el escape para la ira y el resentimiento, la promesa de una identidad
restaurada, la ilusión de que el cierre de una barrera puede hacer que el tiempo retroceda, la
mentira de que se puede sobrevivir en el mercado global sin esfuerzos...
El éxito del populismo, en sus diferentes aspectos, en el mercado político también pone en
evidencia la debilidad de la oferta en el otro lado. Una crisis de la política tradicional en
muchos Estados miembros. Una disminución de la confianza de los votantes en sus
representantes, en muchos lugares. En realidad la palabra clave es confianza.
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Frente a los actuales cambios globales, las personas saben que algunas cosas en nuestras
sociedades deberán adaptarse. Pero decidir qué es exactamente lo que cambia, y cuándo y
cómo, eso nunca es fácil. Pagamos un precio por la incapacidad de nuestras sociedades para
cortar el nudo. Las personas culpan a la globalización. Pero muy a menudo, sus "víctimas" en
realidad son víctimas de las reformas que no se habían llevado a cabo.
A veces parece un círculo vicioso: sin confianza política no existe mandato para el cambio.
Pero si no se produce ningún cambio, ello acabará erosionando todavía más la confianza...
Podemos y debemos romper este círculo y abrir una perspectiva para el cambio positivo.
Sin embargo, en este clima, la Unión Europea sufre una doble presión: padece la falta de
confianza en la política en general y se ve afectada de manera concreta por la misma.
Por ejemplo, ahora se culpa a "Europa" por lo que exige la globalización. Por supuesto, el
temor a las fuerzas del mercado mundial ya existía mucho antes del populismo antieuropeo.
Pero el escudo común se percibe ahora como amenaza externa.
La crisis económica ha obligado a la Unión Europea a desempeñar un nuevo papel. Durante
décadas (dejando de lado las quejas por asuntos fútiles), Europa representaba la apertura, la
liberación, la creación de posibilidades, la emancipación, la capacitación... Hoy en día, Europa
es un ente intruso, que se entromete, dicta, juzga, corrige, manda, impone e incluso castiga...
Lamentablemente, es necesario añadir que los gobiernos han pedido a las instituciones que
asuman este rol, como si aquéllos hubiesen externalizado su "superyó" en Bruselas... Dicho de
otra manera, cuando falta el autocontrol, cuando se rompen las reglas comunes, puede ocurrir
que sea necesario restringir. No es agradable para ninguna de las partes.
Todo se reduce a esto: hoy en día muchas personas de toda Europa tienen la impresión de que
Europa se debilita. Teniendo en mente que la promesa fundacional fue que Europa haría que la
gente y los países se fortaleciesen. ¿Qué podemos hacer para remediar la situación?
La primera respuesta y la más fundamental es: resultados. Estamos atravesando, sin ningún
género de dudas, una etapa difícil, pero vamos por buen camino. Al final, será mejor convencer
a las personas con resultados. Mediante el retorno del crecimiento, mediante la creación de
empleo; mediante signos palpables de que el trabajo que las sociedades y los gobiernos están
llevando a cabo - de manera individual y de manera conjunta como una Unión - está dando sus
frutos.
Pero convencer a las personas de que Europa es parte de la solución no es únicamente una
cuestión de economía: también es por supuesto una cuestión de comunicación.
Los dirigentes deben decir la verdad. Dicha verdad es que no existen soluciones rápidas, que
las reformas sobre el crecimiento y el empleo llevan tiempo. Otra verdad es que la respuesta
definitiva a la crisis no radica en los nuevos instrumentos financieros (fondos o bonos), ni en el
retorno a las monedas nacionales, sino en los cambios en la economía real. Y aún otra verdad:
que el coste de la no Europa sería insoportable.
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Los que hacen creer que su propio país puede tener éxito por si solo venden ilusiones. El
populismo y el nacionalismo no pueden dar respuestas a los desafíos de nuestro tiempo. Los
políticos deben establecer claramente lo que está en juego. También tienen que manifestar
claramente sus convicciones europeas.
¿Cómo se puede pedir a alguien que favorezca la causa europea si los dirigentes no tienen el
valor de defender y promover la integración europea? Es tan simple como eso. Necesitamos un
lenguaje positivo, como el que escucho en los dirigentes políticos de este país. Todos tienen
que defender lo que logramos; no a medias, sino con convicción.
Resultados, lenguaje claro, convicción: estos son los conceptos elementales. Algunos
comentaristas creen que la impopularidad de la UE también podría resolverse de otra manera,
con una profunda reforma de las instituciones. Para mí esto es en gran medida irrelevante.
En su lugar me gustaría explorar algo más con ustedes, algo tal vez más fundamental, que es la
experiencia real de la gente de nuestro continente.
Una pregunta clave que tenemos ante nosotros es por lo tanto la siguiente: ¿es Europa sólo un
espacio, una zona para deambular, o también un lugar donde cada uno puede sentirse
como en casa, un sitio, la patria? Ambas cosas no son lo mismo; incluso pueden estar en
desacuerdo.
Un lugar representa el orden, aporta estabilidad y previsibilidad. Por ejemplo dos cosas no
pueden estar en el mismo lugar. Un espacio en cambio representa movimiento y posibilidades.
Un espacio pone en juego elementos de dirección, velocidad y tiempo. Pueden parecer
nociones abstractas, pero tienen un sentido muy claro en la Unión Europea actual.
Piensen en ello. Los dirigentes europeos han trabajado durante décadas para convertir el
territorio de los Estados miembros en un espacio. Desde el principio, la Comunidad fue
fundada sobre un ímpetu de movimiento. La acción típica consistía en eliminar las fronteras:
permitir que los bienes, servicios y capitales pudiesen circular libremente, posibilitar que las
personas viajasen libremente. Se trataba, y se trata todavía, de crear oportunidades: permitir
que las personas y las empresas se moviesen, tomasen iniciativas, aprovechasen oportunidades
en otros lugares. Y se ha dedicado a esta tarea una enorme cantidad de energía, de visión y de
convicción. Incluso hoy en día, en lo referente a la energía, los servicios, las
telecomunicaciones, la economía digital, todo consiste en derribar fronteras. Una larga batalla
para establecer esta Europa como espacio.
Se ha prestado mucha menos atención a Europa como lugar, como hogar. Durante la Guerra
Fría, ni siquiera nadie esperaba que Europa se transformase por sí misma de un mercado en un
hogar. Por una razón: traer la estabilidad y la previsibilidad, ofrecer protección y un sentido de
pertenencia, era competencia de los Estados miembros - piénsese en los estados de bienestar.
El pacto implícito era que la Unión no interferiría. Una buena división del trabajo, pero que ha
estado bajo presión –no menos importante desde la crisis–. Esto conduce a reivindicaciones a
veces contradictorias. Hoy en día, algunos piden que Europa interfiera menos, se mantenga
alejada. Otros piden que intervenga y ayude más. Necesitamos un equilibrio.
En cualquier caso, para que Europa se convierta en un lugar, para que sea posible sentirse más
como en casa, nuestra Unión debe estar en condiciones, si no de proteger a las personas, al
menos de respetar los lugares de protección y pertenencia, ya sea determinadas normas
nacionales de protección social o el queso local.
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Tenemos otro reto: nuestra geografía todavía abierta, que no facilita el que Europa se
convierta en una patria, en un terruño. Cada vez que nuestra Unión se amplía, pedimos a las
personas que se sientan en casa en un nuevo club.
Sin duda, las ampliaciones sucesivas han acercado las identidades políticas y geográficas de
Europa. La gran mayoría de los países de nuestro continente se encuentran actualmente dentro
de la Unión. Pero ¿dónde termina Europa? Debemos admitir que todavía no tenemos la
respuesta. No hay motivo para avergonzarse, tal es el caso de muchas cuestiones importantes
en la vida.
Algunos casos son claros, por ejemplo el de los Balcanes, cuyo porvenir está firmemente
asentado en la Unión. Después de Croacia, nuestro miembro más reciente, seguirán otros
siempre que cumplan los criterios –tal es su "destino manifiesto"–.
Otros casos no son tan evidentes. Y en términos más generales, por motivos fácilmente
explicables, no parece que estemos en condiciones de definir dónde se situarán las fronteras
definitivas de la Unión. Esto es una realidad para los diplomáticos, pero constituye una
experiencia inquietante para los ciudadanos.
Esta semana hemos reanudado las negociaciones con Turquía: sin duda una muy buena noticia.
Este caso es ilustrativo, para Europa, de lo que he dicho antes, de que el hecho de existir como
espacio puede estar, para algunos, en desacuerdo con que se convierta en un lugar…
V. Libre circulación y migración
Hablando de espacio, podrá parecerles que me desvío totalmente del tema,… ¡pero no! Nuestra
relación con la geografía es esencial para comprender los otros dos aspectos que han cambiado
de manera fundamental "desde la caída del muro hasta Maastricht": la ciudadanía de la Unión
y nuestro papel en el mundo.
Tal vez ustedes no sean conscientes de ello, pero hace ocho días, la mayor parte de los que
entre nosotros superamos los 20 años de edad podríamos haber celebrado nuestro vigésimo
aniversario de "ciudadanos de la UE".
El hecho de que el Tratado de Maastricht fuera una realidad desde el primer día constituyó una
novedad, al menos en términos jurídicos. La nueva "ciudadanía de la UE" estableció, entre
otras cosas, el derecho de todos los ciudadanos de los Estados miembros a circular y a vivir
libremente en cualquier lugar de nuestra Unión.
Esta libertad se asienta en disposiciones ya existentes del Tratado de Roma inicial relativas a la
libre circulación de trabajadores. Se la consideraba una disposición de carácter económico, a
efectos del mercado común, y se equiparaba la libre circulación de trabajadores a la de los
bienes, servicios y capitales.
El cambio fundamental, la ruptura que se produjo tras la caída del muro, fue que esta
disposición económica se convirtió en una libertad fundamental, en un derecho político. Me
maravilla pensar que de lo que comenzó en 1989 como una huida de la tiranía - los
movimientos por la libertad en Danzig, Budapest, Praga y Leipzig, y su clímax aquí en la
Puerta de Brandeburgo - se derivó la libertad de circulación para todos los europeos.
Desde entonces, son muchos los hombres y mujeres del este y del oeste, del norte y del sur que
han aprovechado las oportunidades que les brinda el ser europeos, en su país o fuera de él.
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Para mí, un espacio de libertad donde reina el Estado de derecho, tanto para los viajeros
inquietos como para los ciudadanos que no se mueven de su casa, es más que un elemento de
una Unión económica: es un pilar de la nueva Europa después del Muro: es un símbolo de
civilización.
Recientemente, este gran logro ha dado lugar a ciertas críticas. Lamentablemente, esto no
resulta sorprendente, habida cuenta de las actuales incertidumbres económicas. En torno a
clichés como el de "turismo de prestaciones sociales" o "dumping social", se tiende a mezclar
todo tipo de problemas, ya sean reales o percibidos como tales.
En medio de toda la confusión y las emociones, los prejuicios contra otros ciudadanos de la UE
aumentan de manera preocupante. Debemos combatir estas actitudes desde la raíz. Con hechos,
con comprensión, con convicción.
Citando el Tratado... (cosa que no hago todos los días, pero sé que en Alemania la opinión
pública está bien dispuesta para ello): "Todo ciudadano de la Unión tendrá derecho a circular
y residir libremente en el territorio de los Estados miembros": una libertad consagrada en
nuestra Ley fundamental. Así pues, desde un punto de vista legal, el hecho de que otro europeo
haga uso de su derecho a circular dentro de la Unión tiene un cariz completamente distinto de
la migración externa, de las personas que llegan a la Unión desde fuera de ella.
Por supuesto que la libre circulación está sujeta a condiciones (como la de poseer un pasaporte
válido, y la de no constituir una carga para el sistema de bienestar social del país de acogida).
Ahora bien, algunas personas, como ocurre con cualquier otro derecho, abusan de este. Eso es
muy lamentable. Sin embargo, en lugar de poner restricciones al derecho, ello debería
constituir un motivo para combatir los abusos. Las autoridades nacionales y locales cuentan
con los medios y las posibilidades legales para hacerlo, y la UE está esforzándose más por
ayudarlas. Por ejemplo, a combatir los matrimonios de conveniencia para adquirir los derechos
vinculados a la ciudadanía de la UE.
Sin dejar de tener en cuenta las inquietudes de sus ciudadanos, los Gobiernos tienen también el
deber de mantener el sentido de la proporción. Hoy por hoy, menos del 3% de la totalidad de
ciudadanos de la UE viven en otro Estado miembro. De manera abrumadora, su motivación
principal es el trabajo, y estos ciudadanos contribuyen al bienestar general. Por lo regular
abonan más impuestos a los presupuestos del país de acogida de lo que reciben como
prestaciones y seguridad social, ya que, en promedio, tienen a ser más jóvenes, más instruidos
y económicamente más activos que la población activa de sus países de acogida. No olvidemos
tampoco que la circulación dentro de la UE se produce en todas las direcciones: por ejemplo,
por cada trabajador polaco presente en una capital europea, hay dos nacionales polacos en la
costa española.
Esencialmente, lo que la libre circulación sigue representando es el hecho de que las personas
de toda la Unión puedan trasladarse libremente al Estado miembro en que sus capacidades y
cualificaciones son más necesarias. Aun hoy, frente a tantos desempleados, quedan en toda la
Unión dos millones de puestos de trabajo vacantes sin cubrir, precisamente porque los
empresarios no encuentran las personas adecuadas. Alemania se encuentra en esta situación.
Así pues, estas vacantes sin cubrir sugieren más bien que la movilidad, lejos de ser excesiva,
tiene a resultar insuficiente dentro de la Unión Europea.
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Como ya he dicho, la libre circulación interna es una cosa, y la migración externa es
realmente otra distinta. Consideremos el modo en que se desplaza la gente en todo el planeta.
Hoy en día las personas ya no huyen de Europa como en siglos pasados, sino hacia Europa.
Pensemos en los millones de irlandeses, alemanes, polacos, judíos o italianos que huían del
hambre, de la pobreza, de las guerras y del genocidio en suelo europeo. Esto es algo que
debemos tener presente cuando hablamos de asilo. Ahora somos, después de todo, el
continente más rico del mundo. Este tipo de solidaridad nos debe hacer sentir orgullosos.
Sin embargo, no debemos confundir la migración legal con la migración ilegal. La entrada
ilegal en la Unión constituye un problema, no solo para la estabilidad de las sociedades sino
para los propios migrantes.
Todos guardamos en la memoria el drama que se produjo recientemente frente a la costa de
Lampedusa. En nuestro Consejo Europeo de octubre, todos los dirigentes convinieron en que
se debería actuar de forma resuelta para evitar las pérdidas de vidas humanas en el mar, y para
evitar que se repitan tales tragedias.
Queremos abordar las causas profundas de las corrientes de migración ilegal, en colaboración
con los países de origen y de tránsito. Queremos intensificar la lucha contra la trata y el
contrabando de seres humanos. Reforzaremos nuestra presencia y nuestras actividades en el
Mediterráneo, patrullando nuestras fronteras, también con el propósito de detectar la presencia
de embarcaciones y de proteger y salvar vidas.
También en este sentido conviene mantener el sentido de la proporción, que en algunos casos
se pierde. Por citar solo algunas cifras:
–
En la UE se presentan cada año algo más de 300 000 solicitudes de asilo.
–
El año pasado se concedió protección aproximadamente a un tercio de estas personas.
Esto supone unos 200 solicitantes de asilo por millón de ciudadanos de la UE... Sin
duda se trata de una cantidad manejable.
–
Casi las tres cuartas partes del total de solicitantes se dirigieron a apenas cinco países
de la UE: Alemania, Francia, Suecia, Reino Unido y Bélgica; sin embargo, los que
recibieron más refugiados per capita fueron Malta, Suecia y Luxemburgo.
–
Si observamos quiénes son los solicitantes, el año pasado la mayor parte de ellos
venían de Siria, seguidos por los procedentes de Afganistán y Somalia: personas que
huían de zonas de guerra. Y aquí es realmente importante situar las cosas en
perspectiva: en 2 años de guerra, nuestros 28 países vieron llegar a unos cuarenta mil
refugiados sirios, en comparación con los actuales dos millones de refugiados que se
encuentran solamente en Jordania, el Líbano y Turquía.
¡Espero que estas cifras contribuyan a matizar algunos de los debates!
VI.
Europa en el mundo
Todo esto me trae, brevemente y a modo de conclusión, al tercer tema de hoy: qué hacemos
en el mundo.
Nuestras políticas conjuntas de asilo y migración son el reflejo de que (en particular para los
países de Schengen), tenemos una frontera exterior común. En cierto modo, ese es el
comienzo de una política exterior común.
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La percepción de lo que ocurre del otro lado de la frontera no es algo que concierne
únicamente al vecino de la UE, sino a todos nosotros. Observo que esta sensibilidad se ha
intensificado enormemente estos últimos años. Puedo sentir claramente la diferencia desde que
asumí mis funciones.
Por ejemplo: dentro de dos semanas, en una cumbre que se celebrará en Vilna, decidiremos si
la UE puede firmar un acuerdo de asociación con Ucrania.
Mientras que hace cinco años, si se me permite la caricatura, esta relación se percibía como
interesante para Polonia, hoy en día todos los dirigentes, desde España, pasando por los Países
Bajos, hasta Austria, son plenamente conscientes de que lo que ocurra en Ucrania es un asunto
de interés común.
Análogamente, los sucesos producidos en el mundo árabe desde 2011 han hecho patente que
los acontecimientos de Túnez o de Egipto no repercuten únicamente en Malta, en Italia o en
España, sino en todos los ciudadanos europeos. Esta percepción es totalmente nueva.
Vecindad compartida, responsabilidad compartida
Los países europeos llevan a cabo una actuación conjunta en el mundo en mucho mayor
medida de lo que se cree.
Somos el mayor donante de ayuda al desarrollo del mundo, con mucha diferencia. Pese a la
crisis financiera, la UE ha iniciado en los dos últimos años nada menos que cinco misiones
civiles o militares nuevas: en Mali y Sudán del Sur, en el Sahel, en las fronteras de Libia y
frente a las costas de Somalia. A lo largo de 2013 reanudamos asimismo las operaciones en
Afganistán, Georgia y la República Democrática del Congo.
En las zonas de crisis y de conflicto, Europa está representada por médicos y personal de
socorro, por agrónomos e ingenieros, además de por jueces, policías y soldados. Todos ellos
están allí para respaldar los esfuerzos de sus homólogos locales a fin de estabilizar un país, de
restablecer el orden, el Estado de derecho y el sentido de la justicia, y de ofrecer esperanza
para el futuro.
La Unión Europea como tal no es, desde luego, una potencia militar. En cualquier caso, en el
mundo de hoy, la importancia del poderío militar está en retroceso. Cuenta más el poderío
económico. Y vemos entre las democracias con los mayores ejércitos - piensen en las
reacciones frente a Siria - que su opinión pública o sus parlamentos restringen cada vez más el
empleo de esa fuerza... Sin embargo, en vista de la agitación del mundo que nos rodea,
tenemos que ser capaces de cumplir con nuestras responsabilidades.
El reposicionamiento geopolítico de nuestro aliado, Estados Unidos, nos anima aún más a
actuar de este modo. Pero ¿estamos dispuestos a poner los medios? La gente mira los países
europeos, incluida Alemania, para ver si están en condiciones de desempeñar su papel. Tanto
en cuanto al dinero como a la mano de obra. La cuestión de los recursos financieros se ha
agudizado con motivo de los actuales fuertes condicionamientos presupuestarios. Por ello, he
convocado un Consejo Europeo de Defensa para el próximo mes de diciembre. De forma
colectiva, gastamos más dinero en defensa que Estados Unidos. Sin embargo, la repercusión es
diferente... Deberíamos emplear nuestro dinero de un modo más eficaz, por medio del
aprovechamiento común y compartido de los recursos.
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Al recibir el mes de diciembre del año pasado el Premio Nobel de la Paz, los dirigentes
europeos afirmaron que la Unión Europea respalda a quienes obran en favor de la paz y la
dignidad humana. Para cumplir con dichas responsabilidades, tenemos que contar con los
medios necesarios.
VII. Conclusión
Cuando observo todo el trabajo que llevan a cabo actualmente, durante estos últimos años que
llevo en el cargo, los Gobiernos y las instituciones, los hombres y mujeres de todo nuestro
continente, me siento confiado. No sólo estamos superando la peor crisis económica que nos ha
tocado vivir desde hace dos generaciones, sino que también aunamos nuestras fuerzas para el
futuro. Estamos construyendo esta Europa posterior al Muro. La "Europa después del Muro" la
crearemos juntos.
Nos queda todavía un largo camino por recorrer, y es posible que nos topemos con sorpresas
en el camino, pero estos últimos años hemos demostrado al mundo, y a nosotros mismos, que
contamos con la voluntad política para salir de esto juntos, y para salir reforzados.
El reto que se plantea hoy, como ya he dicho, consiste en iniciar esta labor en un momento
particularmente difícil para la población de Europa: un momento en que todavía no están a la
vista todos los resultados necesarios para convencerla, y en que la mundialización y la crisis
han dejado ya sus huellas. Sin embargo, tengo confianza en que esta tarea de convicción y de
persuasión dará resultados, y en que los ciudadanos de Europa estarán a la altura de las
circunstancias.
Uno de mis sucesores pronunciará algún día un discurso, tal vez en Berlín, o en Stuttgart, o
quizás en Atenas o Varsovia; un discurso en el que él o ella podrán relatar el modo en que los
europeos conseguimos remodelar nuestro continente en las décadas que siguieron a la caída del
Muro: como "ciudadanos de Europa del Este, del Oeste, del Norte y del Sur, todos juntos".
(DE)
Y hago votos por que Europa pueda ser cada vez más una patria. Patria, como quiso decir
Johann Wolfgang von Goethe cuando un sereno día de noviembre dijo: "Todas estas excelentes
personas que ahora mantienen entre sí una relación agradable, esto es lo que yo considero una
patria." Muchas gracias.
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