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PRESENTACIÓN1
Los estudios sobre las condiciones de la identidad costarricense ocupan un lugar preferente en el humanismo actual. En un sentido, abarcan hechos históricos y acontecimientos que
han demarcado de forma ineludible la identidad nuestra. En otro sentido, se suscitan los simbolismos que se encuentran en las capas sociales de la sociedad costarricense. Es decir, conocemos la sociedad por su vinculación de la identidad. Los elementos de los simbolismos en
las artes tienen una relación vinculante con la sociedad la cual nos revela niveles significativos en el uso de las costumbres, el idioma, el lenguaje popular, la pintura, la lingüística, en el
nivel de las significaciones que nos conducen a los derroteros de la personalidad, en la otredad. A manera de introducirnos en el conocimiento de la comunicación, el arte y las palabras
les presento este trabajo de Virginia Trejos Montero que pretende dar a conocer al público una
veta luminosa de nuestra idiosincrasia. Las relaciones con el humanismo se ven acrecentadas
en este aporte a las ciencias humanas y su nexo indispensable con la literatura.
Gerardo César Hurtado Ortiz
Editor
1
Tópicos del humanismo (Heredia: Universidad Nacional) suplemento n. 5 (julio 2005).
¿CANTO A DOS VOCES?
El arte costarricense, su identidad y la historia2
Virginia Trejos Montero
¿Canto a dos voces?
Canta la gallina antes y después de poner el huevo. Canta. Canta en su corral cuando
ve su obra terminada y el ser humano canta a gritos por el mundo su cultura. Los hispanoamericanos cantan a dos voces: la voz de los españoles y la de los nativos de la llamada América
Latina. Pensamiento de Alejo Carpentier. ¿Serán sólo dos voces? Buscando las raíces costarricenses encontré a Eva cantando su primer discurso y, de un salto, a la Malinche mexicana
tarareando una canción mexica a su dios rubio de ojos azules. Luego, escuché la voz fuerte de
doña María Concepción González, mujer indígena de Boruca, costarricense, orgullosa de su
vida y de su origen.
Dicen que los mayas llegaron hasta la provincia de Guanacaste, Costa Rica. ¿Dónde
están ahora? Tortillas, panelas, biscochos, vasijas, güipipías alrededor de la histórica Casona
de Santa Rosa. También se dice que el país fue colonizado por comunidades venidas de
México y Guatemala. ¡Hasta trajeron esclavos de Nicaragua! Españoles, mestizos, criollos e
indígenas en ese escalafón. ¿No será por eso que en Costa Rica se canta tanto el corrido de
Rosita Alpírez como el de Juan Charrasqueado, Zapata y Pancho Villa? Mucha gente ni siquiera conoce a esos personajes pero aún así los canta. Y el “Punto guanacasteco”, baile típico
costarricense, tiene la letra de un corrido mexicano que a su vez está inspirado en un soneto
español:
El día en que yo me muera,
no me entierren en sagrado,
entiérrenme campo abierto,
donde me pise el ganado.
¡Canto a dos, tres, cuatro, muchas más voces!
El poder de la palabra
El ser humano canta, baila, pinta, actúa, escribe... dice. Cassirer le atribuye a la palabra
dotes mágicas y religiosos. En muchas culturas antiguas, se ha escrito con mayúscula cuando
se ha de nombrar al Hacedor Supremo como Verbo Divino: “la Palabra se convierte, de
hecho, en una especie de potencia primigenia de donde procede todo ser y todo acontecer”
(Cassirer, 1937: 54).
En el libro del Génesis, después de formar al hombre, se le entregó la creación para
que le pusiera nombre y dominara sobre ella. Desde entonces, no sólo aprendió el ser humano
a nombrar las cosas, sino a hablar de ellas y de sí mismo y ha transformar al mundo a su antojo. ¿Mandato? ¿Sentencia? ¿Profecía?
Cosas. Personas y sus respectivos nombres. Adán, Eva, Abel, Caín. Sibú. Nicarao,
Nandayure, Presbere. Jesús, María, José, Juana, Fe, Esperanza, Caridad. Paolo, Pietro, Irene,
Darío, Sócrates. Ana, Abraham, Isaac, Ismael, Sara, Rebeca. Clifford, Jervis, Kevin. Mohamed, Alí. Ángeles, Guadalupe, Diego, Armando. Johnny, Junior, Bismarck, Elizabeth, Willian, Vicky, Oscar, Olga, Vladimir, Boris, Natacha, Iván, Mónica. Diana, Kimberly, Christian, Johnnathan, Catherine, Mayckol... Así se nombraron a ellos mismos los indígenas; así se
llamaban los españoles; así bautizaron los españoles a los indígenas; así se llamaron los inmi2
Tópicos del humanismo (Heredia: Universidad Nacional) suplemento n. 5 (julio 2005).
grantes traídos a la fuerza o no; así se han ido nombrando los costarricenses a ellos mismos
desde antes de salir del terruño y vuelta a regresar; desde que vino el cine, los aviones, la radio y la señora televisión.
Colón llamó a este pedazo del continente Costa Rica; “costarricas” se llamaron en la
colonia y costarricenses se llaman ahora desde hace tiempo. Indígenas, europeos, africanos,
jamaiquinos, orientales, libaneses, polacos y muchos otros inmigrantes que relacionándose
entre ellos “son esencialmente las culturas que han marcado nuestras identidades llamadas
mestizas, dependientes, real maravillosas y barrocas, entre otras denominaciones.” (Carletti,
1995: 7). Indias, Nuevo Mundo, América, Hispanoamérica, Iberoamérica, América Indohispánica, Nuestra América, América Latina, etcétera. “Los cien nombres de América” dice en
un texto Miguel Rojas Mix (Rojas, 1992).
Nombres. Nombres. Nombres. ¿Por qué esa manía de ponerle nombre a las cosas?
Porque el nombre otorga una identidad, porque “la verdad es la identidad de la identidad y de
la no-identidad.” dijo el filósofo Hegel, porque “el principio de identidad es el principio supremo del pensar puro” dice el doctor Arnoldo Mora, (Mora 1997: 9), porque cuando se le
pone nombre a una cosa se diferencia de las otras, digo yo. ¿A quién digo qué? A ustedes lectores lectoras. Cuando escribo “digo yo”, relaciono mi “mismidad” con lo “no-yo” (otredad);
mi realidad propia con la ajena. ¿Cómo? A través de un código de signos. Como dice Gastón
Gainza: “La mismidad es un constructo semiótico y, por consiguiente, social, formado en la
relación con los otros; esto es, con la otredad que funda y soporta ese uno mismo que cada ser
humano dice ser (Gaínza 1998:124).
El mismo autor enfatiza en el verbo “decir” porque considera a la identidad como un
proceso discursivo. También define a la identidad cultural como el resultado de la producción
dialéctica de esa mismidad conciente de la otredad. Y, finalmente, cuando los grupos se congregan en torno a un proyecto específico, producen un constructo ideológico llamado identidad nacional que determina, entre otras cosas, la producción artística. (Entiéndase discurso
como una forma organizada de expresar el pensamiento a través de cualquier lenguaje.) Considera a la identidad: una condición establecida en la conciencia social como resultado de una
relación entre la mismidad y la otredad, entre una persona y su entorno. Si fuera así, la identidad depende tanto de sí misma como del pensamiento de los otros, de sus características individuales, de las manifestaciones de la colectividad con la que convive y del mundo en que se
desenvuelve. Por lo tanto, si él, ella o el entorno cambian, la identidad sufrirá también una
transformación. Por eso precisamente se habla de identidades dinámicas que cambian según el
tiempo y el espacio.
Constantino Láscaris dice al respecto que el hombre es el origen de todos los hechos
históricos y que como ente histórico libre puede hablar de sí mismo, de lo que hizo, de lo que
fue y de lo que continúa siendo a causa de esa historia vivida. El ser humano moderno tiende
a dejar de lado el presente para estudiar el pasado y planear el futuro. Se rebela ante la posibilidad de extinguirse, lucha contra la diosa Fortuna que intenta ponerlo en manos del azar y se
eterniza a través de la razón y el pensamiento.
Identidad, lenguaje y arte
“El lenguaje y el arte oscilan, constantemente, entre dos polos, uno objetivo y otro
subjetivo” (Cassirer, 1945: 207). Porque ambos dependen de la objetividad y la subjetividad
del ser humano; de la identidad del que se expresa; del artista. Y porque la historia se transmite a través del lenguaje y el arte, como tal, también oscila entre esos dos polos.
Mucho se ha hablado de identidad, mucho de arte. Quién primero: ¿el huevo o la gallina? Cuál se da primero: ¿la identidad o el arte? ¿Es el arte reflejo de la identidad o es el arte
quien la define? ¿Si cambia la identidad, cambiará el arte? ¿Por qué es importante definir
identidades? Porque la reafirmación de la identidad es fundamental en el desarrollo integral
del ser humano; porque la fuerza necesaria para sobrevivir y peregrinar en la vida se encuentra precisamente en el conocimiento y concienciación del origen de las experiencias en la
eterna búsqueda de la verdad. ¿Cómo podemos superar una debilidad si no la conocemos?
Costa Rica, como tantos países conquistados por otros pueblos, fue despojada de sus raíces
por la imposición de la cultura española. Este hecho, común en esos tiempos, provocó un
abrupto rompimiento del hilo de la historia que interrumpió la comunicación con el pasado y
debilitó su natural desarrollo. Si los encargados de la formación académica del país, que tradicionalmente se han dado a la tarea de transmitir conocimientos, hubieran sido conscientes de
las consecuencias de este hecho, tal vez el resultado sería otro. Pero no fue así. Como si estuvieran congratulados con esa nefasta historia, lograron disimular el rompimiento con remiendos falsos e hilos extranjeros. Resultado: una identidad falseada. Pero aún así es auténtica
simplemente porque, falseada o no...”es”. Una identidad puede, además de ser falseada, intervenida, dirigida, construida y reconstruida y vuelta a desintegrarse y vuelta a reconstruirse mil
veces, pero, aún así, la identidad, sea como sea: “es lo que es”.
La identidad, como la historia y el arte, son asunto de la imaginación, de la creatividad; de la subjetividad y la objetividad en conflicto. Como dice Alex Jiménez Matarrita en su
libro El imposible país de los filósofos: “el pasado sólo puede reconstruirse por la imaginación” y “Lo imaginario no es sólo la sombra reconocible o el doble maldito de lo real o de lo
racional, sino también un poder de significación importante en el modo como nos relacionamos con nuestra realidad” (Jiménez, 2002: 146 y 153).
También comenta que la capacidad creativa puede alterar las significaciones y en consecuencia la vida social y que las naciones se inventan a partir de construcciones imaginarias.
En conclusión, el proceso de identidad comprende acciones tales como: conocer, interpretar,
imaginar y crear. He aquí el peligro de conocer mal, interpretar mal, imaginar mal y crear
mal. ¡Qué mejor medio para fortalecer identidades que la formación-intervención de los ciudadanos! Por eso no se puede separar identidad de educación. Ahora, seamos realistas. ¿Cuáles son los verdaderos resultados del sistema educativo actual? ¿De qué sirve “tragar conocimientos” si no se sabe qué hacer con ellos? Ya es hora de ver al educando como “sujeto transformador” y no como “objeto de transformación”. Ya es hora de formar ciudadanos indagadores y comunicadores de la realidad con pensamiento crítico, aptos para propiciar cambios sustanciales en el desarrollo cultural. Ya es hora de estimular el espíritu creador-transformador.
¡Y qué mejor medio para lograr este cometido que el arte! Arte auténtico; arte de artistas
comprometidos con ellos mismos dignos representantes de una cultura y de una época. Arte
como transformación estética de materiales, como expresión pura que brota de las profundidades del espíritu. Por eso el arte mueve montañas. Cuando el artista es fuerte, su arte es auténtico reflejo de sí mismo, de su identidad y cultura; deja de imitar, de copiar el pasado para
ser entonces constructor de la historia.
Arte e historia
¿Quién primero: el huevo o la gallina? ¿Qué se da primero: el arte o la historia? No sólo es dinámico el arte, sino también fuerte y poderoso capaz de mover montañas. Cierto, se
hace arte de la historia, pero el arte mismo es historia y, además, tiene poder para ordenar
hechos históricos. ¿Cómo se conocen esos hechos históricos? ¿Dónde encontramos el tejido
de la historia? ¿Con qué hilos se tejen sus relatos? ¿No es a través de la cultura, expresión de
los seres humanos? La historia: objeto para hacer arte; arte: objeto histórico.
Sin arte no conoceríamos la historia. ¿Hay arte sin historia?... Se cree que las pinturas
rupestres, expresión de los primeros seres humanos en las cavernas, tenían un significado mágico aunque sea considerado como objeto artístico. Luego, el arte adquirió una función narrativa mitológica, luego didáctica, simbólica y religiosa. Copió la realidad tal como la veía. Entre más parecida, mejor. Representó hechos históricos y retrató a sus personajes. Posterior-
mente, el artista fue expresando cada vez más su sentimiento personal acerca de esa realidad
observada y de sus propias vivencias, hasta llegar a externar sus pensamientos más profundos.
Por eso cayó en una encrucijada tan compleja y abstracta como el mismo pensamiento humano. Pintura, literatura, teatro, poesía, música. Folclor, obras llamadas clásicas, vals, bolero,
merengue, cumbia, reggae, jazz, rock, etcétera. ¿Hay arte sin historia? “Entender algo históricamente equivale a revivirlo, es decir, a hacerlo presente. De lo contrario, no es entendido,
sino simplemente descrito. La historia es, como dice expresamente Collingwood, “la reactualización del pasado” (Collingwood, s.f.: 1652).
¿Cómo se revive la historia? Por medio del lenguaje en un amplio sentido de la palabra. ¿Qué por estar la persona creativa sujeta a la imaginación y al poder creativo puede falsear la historia? Claro que sí. Y por esa razón, precisamente, como la fe, puede mover montañas. “En la historia, la realidad del conocedor es fundamental, no en cuanto falsea lo conocido, sino en cuanto pertenece a la realidad de lo conocido. Pues lo falso puede influir en los
desarrollos históricos tanto o más que lo que es verdadero” (Mora, 1997: 1653).
El arte, no sólo ha sido una pésima copia de la naturaleza y la cultura, sino también reflejo del pensamiento. No solo es una forma de interpretar el pasado, sino también fuente de
inspiración para el pensador del presente. El arte, como pensamiento, es una experiencia histórica, pero además puede afectar, con su reflejo inspirador, el curso de la historia.
La historia es “historia del pensamiento”. Esto significa que lo acontecimientos históricos (como las obras de arte, las instituciones políticas y otros) no tienen sentido a menos que
sean interpretados como “pensamientos” de alguien (el vocablo pensamiento es entendido en
sentido muy amplio, que incluye actos de voluntad propósitos, sentimientos, etcétera). Los
objetos históricos sin pensamiento no son propiamente históricos. El pensamiento es, por lo
tanto, experiencia histórica (Mora, 1997: 1652).
Por ejemplo, el filósofo español José María González, en la presentación de su próximo libro Metamorfosis de la diosa Fortuna, otorga gran poder al grabado de Durero titulado
“El caballero de la muerte y el diablo”. La obra expresa el pensamiento del artista y refleja la
cultura de esa época, pero a la vez, fue también inspiración y fundamento de otros pensadores
alemanes posteriores como Nietzsche, Thomas Mann y Max Weber. No sólo se identificaron
con el caballero cristiano que avanza por el difícil camino de la vida hacia el lejano castillo de
la virtud, sino que fue tema inspirador de ficciones literarias como Fausto, en donde se pacta
con el diablo para terminar vencido por la muerte, o sirve como metáfora de la historia real en
el caso de Hitler y la barbarie de la guerra.
En esa misma conferencia, el Prof. González, relató el caso del italiano Primo Levi,
sobreviviente del Centro de Concentración de Auschwitz, quien afirma haber sobrevivido
moralmente gracias a la suerte (diosa Fortuna), la solidaridad y algunas armas inventadas por
él, como el deseo de lograr escribir lo vivido. Tal vez creyó que su relato serviría para disminuir la violencia y el sufrimiento de la humanidad en tiempos futuros. ¿Pudo haber influido
una obra de arte literaria como la suya en el curso de la historia?
Pero hay un reino intelectual en el que la palabra no sólo conserva su poder creador
original, sino que también lo está renovando permanentemente; dentro de estos confines aquella experimenta una suerte de palingénesis espiritual. Esta regeneración se
opera cuando el lenguaje se convierte en cause de la expresión artística. Aquí recobra
su plenitud vital, pero de una vida ya no sujeta a lo mítico, sino estéticamente liberada
(Cassirer, 1945: 105).
Costarricense: cuadros representativos
Ahora, como diría Carpentier, un relato real no imaginario, barroco real maravilloso
americano costarricense. Sucedió en el Parque Central de San José, lugar de reunión de capi-
talinos y provincianos. Al igual que la gente, su cultura y sus costumbres, el parque ha sufrido
transformaciones significativas. ¿Dónde están las rejas y los portones que lo enmarcaban?
¿Dónde las retretas? ¿Se los habrá llevado, como dijo en 1856 el presidente Juanito Mora en
su proclama, alguna “escoria de todos los pueblos”?... Además de haberlo dejado sin verjas,
su kiosco original fue suplantado por otro más moderno a imagen y semejanza de uno nicaragüense. El por esos tiempos presidente de Nicaragua Anastasio Somoza regaló los planos al
país y ¡manos a la obra!, se destruyó el viejo con recuerdos e historia (costumbre también del
costarricense, el imitar todo lo extranjero).
Un domingo en el Parque Central
Mayo 2001. El quiosco del Parque Central capitalino, cargado de recuerdos, historia y
gente dominguera. Atrás, en la calle uno, un bullicio se abría campo entre los pocos carros
que circulaban esa mañana; era una manifestación con pancartas “No cierren Radio María”.
Mientras, al otro lado repicaban fuerte las campanas de la Catedral Metropolitana. Justo al
frente, bajo la sombra de unos árboles centenarios, afinaban los músicos en negro y blanco
informal, esperando a Brahms, Grieg, Liszt y el concierto de Aranjuez de Rodrigo, adaptación
del maestro Gutiérrez.
El joven director dejó a un lado la chaqueta para estar acorde con el calorcito del sol y
del público mañanero. Palpitaba lento el corazón de la ciudad en día feriado. Se sentía un
agradable hormigueo en el ambiente. Las personas desfilaban pausadamente por los pasajes
entre los gritos de vendedores de chucherías, papas, granizados y bolis congelados. Por allá,
en una esquina, un campesino hace alarde de su hallazgo: matas ponedoras de huevos. ¡Ya no
se necesitan las gallinas! Realismo mágico. De las ramas de una plantita colgaban sendos
huevos blancos que sorprendían a los transeúntes. ¿Serán huevitos de paloma?…. Unos, incrédulos, fruncen el seño; otros intercambian sonrisitas maliciosas.
“¡Aaloo! ¡Aloo!…. Muy buenos días.” Ante la voz de los altoparlantes se detuvo un
niño, su mamá, el abuelo, el tío, la charla sobre política, futbol y la novela TV de moda “Betty
la fea”. Como cuando hace muchos años había retreta, dio inicio el concierto dedicado al querido Maestro Benjamín Gutiérrez. El director lo compara con Brahms, yo con Juan Santamaría; Juan es el héroe nacional, don Benjamín es el Maestro. ¡Hijo pródigo de la Patria!
Su gran talento creador ha trascendido las fronteras y ese año recibía el Magón, gran
premio nacional por haber dedicado su vida a la música. Don Benjamín: el compositor, el
profesor, el director, el esposo, el padre, el abuelo, el maestro; pero principalmente, el costarricense amigo de nuestro pueblo. Por eso esta aquí entre nosotros, entre obreros, campesinos,
profesionales, turistas y amantes del arte. El público aplaudía. Había gran emoción entre los
que lo conocían y curiosidad entre los que andaban por ahí y por primera vez escuchaban su
nombre. El Maestro, con su gran elegancia y bondad, saluda sonriente al público.
Las primeras notas de un acorde melodioso irrumpieron el silencio. Unos estaban de
pie, otros sentados, otros caminan por la acera del frente. Todos escuchaban admirados. Dos
niños bailaban tomados de las manos; un anciano llevaba el ritmo con su bastón; un vagabundo, sucio y harapiento, se balanceaba al compás de la música. Los pericos revoloteaban de
rama en rama sobre el primer movimiento, sobre las cuerdas de la guitarra, sobre la pianista
que ejecutaba su parte del programa. Volaba las aves y el espíritu. Aplausos y sonrisas de
alegría demostraban que hay regocijo ante una interpretación artística, ante un puñado de notas bellamente acomodadas. Pasó Brahms, Grieg y la guitarra de Rodrigo. ¡Sorpresa! La hija
del director cumplía quince años. El "Cumpleaños feliz” y un ramo de flores interrumpieron
el programa.
Como era mayo, olía a húmedo. Las nubes se acercaban; venía la lluvia. Cuando empiezan los Preludios de Liszt, ocurrió algo inesperado. Se cometió un error imperdonable.
Equivocación del compositor o del encargado de imprimir las partituras; faltó la línea de un
instrumento. ¡Es inaudito haberlo dejado fuera del concierto! El director, desconcertado, pierde el control de su batuta. Un coro imprevisto de pericos sobrevuela el escenario entonando
sus voces, tratando de adaptarse al ritmo inflexible de la obra. Las miradas se dirigieron hacia
arriba cada vez que pasaban los pericos. ¡Una obra maestra ha sido transformada! Allá, en las
Europas, hay parques y hay bosques pero no hay pericos llamando a la lluvia. Allá hay un
Brahms, un Grieg, un Liszt y un concierto de Aranjuez, pero en Costa Rica tenemos, orgullosamente, un Benjamín Gutiérrez.
Ese llamado barroco americano se vive intensamente en Costa Rica y se expresa tanto
en la vida cotidiana como en el arte. ¿No será también característica del sistema político predominante en el país? ¿No será representación de esta extraña democracia? Extraña forma de
vivir libertina y corrupta llamada por Paulo Freire “democracia de la desvergüenza”, que lleva
a la desconfianza y a la pérdida de la fe en los gobernantes. Cada cual tiende a vivir su propia
vida y, a veces, hasta toma la justicia en sus manos. Cada cual hace lo que quiere y se expresa
como le viene en gana. ¿Libertinaje? Por eso y por la red de comunicación globalizante, las
manifestaciones artísticas son de tantos estilos como habitantes tiene el país.
Cuando Max Jiménez, cabal artista costarricense que incursionó en todas las artes, regresó de uno de sus viajes con estilos diferentes al clásico, fue tachado de loco y chabacano.
Como muchos otros fue incomprendido porque su obra no correspondía al momento histórico
cultural del país. En cambio Quico Quirós, con un estilo propio, regresó del extranjero a pintar casitas blancoazuladas y fue aceptado. Sin embargo, ambos marcaron la historia: uno por
ser rechazado y otro por ser aceptado. Dos estilos, dos manifestaciones artísticas. ¿Bueno,
malo?... Opine usted. Simplemente sucedió así y ambas obras influyeron en la formación de
nuestra identidad, reflejo de la cultura nacional: “el pensamiento es lo que al hombre hace
libre, mucho más todavía será el pensamiento que haga históricas las acciones del hombre”
(Láscaris, 1980: 97). Esa “escoria de todos los pueblos” “la filosofía es Logos, es decir, razón
dialogante, comunicación inteligible. Forja, por ende, comunidad.” (Mora, 1997: 13).
Año 1856. Una proclama. Juan Rafael Mora Porras, presidente, fortaleció a su ejército
y logró la expulsión de Costa Rica de alguien que el llamó “la escoria de todos los pueblos”.
¿Dónde? En una hacienda ganadera guanacasteca llamada la Santa Rosa. ¿Cómo? En un duelo desigual que no tardó más de un cuarto de hora. ¿Patriotismo? ¿Será que sólo en ese momento, “la desenfrenada codicia”, como dijo Juanito, amenazó nuestra integridad? La fuerza
de un discurso cambió el rumbo de una historia.
Un día, Juan Santamaría quemó el mesón allá en Rivas, Nicaragua, para librarnos de
esa misma “escoria de todos los pueblos”. Otro día, manos criminales queman la Casona de
Santa Rosa. ¿Codicia? ¿Ignorancia? ¿Venganza? ¿Rebeldía? Sería el culpable otra “escoria
del todos los pueblos”? Se quiere reconstruir la casona, símbolo patriótico. ¿No será más bien
que se quiere reconstruir la identidad nacional?
Carpentier hablaba de la “influencia estética de un nuevo orden en la conciencia creadora universal”. Aureliano Horta dijo:
¿Construir el Partenón con cemento armado? No, claro está; su arruinada pero testamentaria presencia rememora mucho más: el semblante de la mixtura primera como
sentido del legado civilizatorio, trono de la sagacidad y la belleza que desde su peñón
del triunfo, descubre los implicantes causes de las Prácticas Excelsas. El arte afirma,
desde entonces, su permanente voluntad de descubrir los diferentes rostros de esta producción y el espíritu de su complejo social, es decir, de la cultura (Horta, 2001: 41).
¿Ha dejado de ser la Casona de Santa Rosa un monumento ahora que está chamuscada? También, en el Parque Nacional de San José, hay otro monumento para recordar esa parte
heroica de la historia costarricense y, de paso, su forma de ser en esa época. La obra fue ar-
mada aquí pero fundida nada menos que en Francia, donde también se esculpió la estatua de
Juan Santamaría y otras muchas como los mármoles del Teatro Nacional. ¿De dónde fue copiado el estilo de ese teatro? De Francia. ¿Por qué de Francia? Porque en ese tiempo, fin de
siglo, todos los ojos estaban dirigidos hacia Europa bajo un criterio de modernidad occidental,
concebida como formas universales de civilización y cultura. Hasta trataron de “blanquear” la
raza costarricense como si fuera cuestión de remojarla en falsas ideologías manipuladoras del
poder político y ideológico del momento. Metáfora del discurso étnico costarricense; imaginario creado por los pensadores y gobernantes de esa época. ¿Serían esos blanqueadores de razas también “escoria de todos los pueblos”? Tal vez sí, tal vez no. Su intención era crear una
identidad nacional para fortalecer al país; la imaginaron y la construyeron.
Nos guste o no, el arte es reflejo de la historia y a través de él podemos descubrir la
identidad singular, nacional y cultural de los diferentes grupos sociales en determinados momentos. ¿Por qué el artista Paco Amighetti retrató solo indígenas guatemaltecos y mexicanos?
¿Por qué el pintor Fausto Pacheco y Quico Quirós pintaron solo casitas blancoazuladas y no
ranchos indígenas? ¿Dónde escondieron a los indígenas costarricenses?
Joaquín García Monge describió la vida del campesino costarricense en El moto, Max
Jiménez en El jaul. Ambas muy diferentes. Mientras el moto sufría desventuras románticas
como consecuencia de ser pobre, los campesinos de Max Jiménez sobrevivían a las inclemencias del tiempo, la pobreza y el vicio. La casita blancoazulada dejó de ser “linda” por fuera
para ser pobre y triste por dentro. Dos obras de arte, un mismo tema. “Nuestro arte revela lo
que somos y lo que queremos ser, así como también la pluralidad de nuestras realidades étnicas, históricas, sociales, económicas y culturales” (Tamayo Bayón, 1975: 96).
El telón de boca del Teatro Nacional
Dos obras de arte, un mismo tema. Autores: Carlo Olguero, 1897, Rafael Fernández,
2000. Ambos telones fueron pintados con motivos representativos de la época. El de Carlo
Olguero, pintado al óleo en Italia por un italiano, representa, con un realismo clásico europeo
renacentista ese tiempo en que lo valioso era extranjero, europeo, blanco. El siguiente artículo
del periódico “Caffaro”, Génova, 20 de febrero de 1890, muestra claramente ese momento
histórico de Costa Rica.
“Un telón para Costa Rica. La paleta viva y arrebatadora del pintor Carlo Orguero,
viajará pronto a través del Atlántico, al Nuevo Mundo, para dotar a Costa Rica de un magnífico telón para su teatro. Hemos visto el boceto del nuevo trabajo de nuestro pintor, o para mejor decir, no un boceto, sino un cuadro verdadero, acabado con amor artístico. La composición nueva, brillante, es un verdadero soplo de poesía como todas las creaciones del renombrado maestro. A la izquierda sobre una mole marmórea con escalinatas amplia y majestuosa
está la isla de Costa Rica, representada por una joven que envuelta en purpurino manto apoya
la diestra en un escudo nacional y con la izquierda saluda la llegada de las artes teatrales que
se divisan en medio del mar, navegando en hermosa lancha tirada por dos caballos marinos
guiados por un genio. Representan las artes, cuatro gentiles figuras de mujer, la Tragedia, la
Música sentadas, la Comedia y el Baile de pie, con el deseo de tocar la tierra fértil y hospitalaria de la isla. En lo alto, el ángel de la civilización circulado de genios ilumina el mar y la
costa, ahuyentando al monstruo de la barbarie. La figura de este último es magnífica por la
fuerza del trazo y del efecto. Complementan el cuadro un arco iris y el sol de Costa Rica que
surgen en el horizonte allá lejos. A la derecha el Viejo Mundo, figurado por sus monumentos.
A la izquierda, la perspectiva del Teatro de Costa Rica; abajo frutas y genios” 3.
3
El Heraldo de Costa Rica” (13 de mayo de 1894) cit. en Ulloa Zamora Alfonso, El Teatro Nacional, San José:
Editorial Costa Rica, 1972, s.p..
El texto habla por sí solo: una obra de arte inspirada en una historia que le habían contado al pintor. Es interesante resaltar el hecho de considerar a Costa Rica como una isla. Por
un momento creí que el término había sido utilizado como metáfora de “país diferente”, común del discurso metafórico nacionalista, pero no, realmente en ese lugar de Europa se desconocía la geografía del Nuevo Mundo y ese detalle del texto muestra ese momento histórico
europeo.
En contraposición a esa obra, un nuevo telón de boca fue pintado por el pintor contemporáneo costarricense Rafa Fernández. Representa un mismo tema casi cien años después.
Las mismas artes en tres mujeres de vestiduras largas y sombreros coloridos con un toque de
antigüedad. No podía faltar en la composición la bandera patria y la paloma blanca haciendo
alusión a la paz de la que tanto se habla en estos tiempos.
Dos pinturas, dos estilos, dos épocas, dos interpretaciones de un mismo tema. Mientras
uno, clásico, interpreta y relata un concepto histórico en donde el progreso, las artes y la educación venían del Viejo Mundo a salvar a los “salvajes americanos” del monstruo de la ignorancia, el otro, moderno, manifiesta un sentimiento inspirado en el arte como medio de hacer
la paz. Ambos lo ha manifestado así y eso es lo importante.
Historia. Discurso. Arte. ¿Producto de la historicidad propia de la existencia? El primer telón deja constancia en su diseño de una historia, pero ambas a la vez hacen, en el tiempo, historia de un teatro, de un arte, de una cultura. De la obra de Olguero, como de la Casona
de Santa Rosa, queda un rezago de amargura. Primero, el telón fue mal restaurado por el pintor costarricense Antolín Chinchilla con pinturas de aceite que brillaban de forma desagradable con la iluminación, y tal vez por esa razón se dejó perder enroscado en un rincón. Luego,
como acto sacrílego, fue despedazado por falsificadores de arte que utilizaron la tela antigua
para pintar encima y engañar a los coleccionistas de antigüedades. Barbaridades que hace el
ser humano por el dios dinero.
De la obra de Rafa Fernández, queda un reflejo de su época de fama personal, de nuestra cultura y del arte como medio para hacer la paz. ¿Imaginario nacional?
Reflejo personal de un artista y su historia
De Paco para Isabel
Ante estas dos últimas obras magistrales de otro gran artista contemporáneo costarricense, Francisco Amighetti, trate usted de leer la obra, leer al autor y... leerse a usted mismo
lector lectora, a través de esas palabras, de esos colores, de esos trazos.
LA XILOGRAFÍA EMPEZÓ A SOÑAR
Mi último grabado es Isabel,
la madera ensanchó su superficie
para darle cabida a su imagen,
y la xilografía empezó a soñar.
Su frente creció como torre
hecha para albergar su pensamiento.
Su cabello oscuro
para enmarcar su rostro
está hecho con la tinta china
de su nocturno silencio.
Sus brazos se asentaron
sobre la mesa,
y sus manos poderosas
vestidas con la gota de sangre
de una sola piedra preciosa
son tan elocuentes como sus ojos.
Y sus ojos, basta decir
que, cuando pelea por la justicia,
lanzan llamas azules, verdes y doradas
las mismas que se remansan
en su pecho cuando ama4.
Magnífico dibujo e interpretación de una persona en sus rasgos y percepción psicológica, excelente uso de la técnica, diseño equilibrado, armonía de colores, fuerte carga emocional y la expresión del pensamiento del autor en un hermoso poema de calidad inmejorable.
Se puede apreciar en estas dos obras el reflejo de la personalidad de un artista en todo
el sentido de la palabra por su capacidad interpretativa, comprometido con él mismo y desbordante de sentimientos que se manifiestan dándole un enorme valor estético a su obra.
No puedo evitar hacer un último comentario subjetivo de este artista que logró despertar en mí sentimientos de ternura y profunda admiración por haber sabido ser él mismo en su
vida y en su trabajo, por haber comunicado sus ideas con tanta franqueza y pureza de estilo en
tantas obras de índole diferente. Su historia reflejada en el arte, arte que es en sí mismo historia y con su fuerza sirvió de inspiración a los que lo admiraron y lo siguieron.
¿Quién primero: el arte o la historia?
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