Costos laborales industriales_Febrero 16

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Buenos Aires, febrero de 2016 ANÁLISIS DE LOS COSTOS SALARIALES INTERNACIONALES EN LA INDUSTRIA Mariano Kestelboim Introducción La mejora de los términos de intercambio para los países de América del Sur, registrada esencialmente entre la segunda mitad de la década pasada y la primera de la actual, no sólo implicó que escalaran sus precios de exportación, sino también que los bienes industriales se abarataran. En ese escenario, la relocalización de industrias desde los países centrales hacia el continente asiático implicó una creciente competencia con industrias competitivamente mucho más agresivas que las de los países desarrollados de occidente. La consolidación fuertes estructuras industriales en China, India, Vietnam, Bangladesh, Camboya, entre otras, con elevadas escalas de producción, muy bajos costos de mano de obra y, en los casos más destacados, una potente asistencia estatal al desarrollo industrial dificultó el proceso de recuperación industrial de la Argentina. Así, nuestro país, a pesar de la recuperación de su entramado productivo, se mantuvo aun muy lejos de cerrar la brecha tecnológica con los países más industrializados. Acortar esa distancia de productividad requiere del diseño e implementación de muchas más políticas de estímulo a la industria, sobre todo de aquellas más sofisticadas que demandan recursos económicos y conocer en detalle las características particulares de cada cadena de valor. Eso precisa generar una articulación mucho más dinámica entre el sector público y el privado. Ella debería permitir evaluar los niveles de competitividad de cada rubro específico de la producción, identificar sus principales atributos y cuellos de botella, conocer la trayectoria de las principales empresas de cada rama productiva para poder identificar dónde y cómo debe intervenir el Estado. Y, de esa forma, evitar que los grupos de poder más fuertes de cada mercado se enriquezcan sin invertir, captando rentas a costa de quienes tienen menos capacidad de negociación. Dejar al mercado operar libremente erosionará aun más las posibilidades de desarrollo. Los recursos se destinarán mayormente a las áreas más competitivas en la actualidad (actividades primarias extractivas) y protegidas (básicamente servicios no transables) y, como veremos en este informe, la industria, con salarios, medidos en dólares, mucho más elevados que en los países asiáticos y que en nuestros socios regionales más industrializados, tendrá un panorama muy complejo para poder subsistir. Librado a la acción de las fuerzas del mercado, el salario será la principal variable de ajuste. Además, la pérdida de poder adquisitivo implicará, asimismo, una contracción del mercado interno, mayor destino de la producción de la industria nacional. Nuevamente, el pensamiento neoclásico ortodoxo ha tomado el control de la economía nacional. Éste siempre apoyó los intereses de los grupos económicos más hostiles a una gestión equilibradora del Estado. Estos sectores, como señala Ricardo Aronskind (2008), "rechazan la participación de los trabajadores en la configuración de la vida social y todo intento de modificar el lugar que ocupan los países periféricos en la división internacional del trabajo". Costos laborales industriales comparados "A la gente les dejo un país cómodo, no a los dirigentes", fue la frase con la que la ex Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, había condensado su legado y cerrado en el Congreso de la Nación el 1 de marzo de 2015 su último discurso de inauguración de las sesiones legislativas. Los derechos sociales conseguidos en la última década y, en particular, el avance de los trabajadores en la distribución del ingreso nacional y las dificultades de los dirigentes para sostener ese esquema se evidencian de forma cruda, al menos en parte, al comparar la evolución de los costos laborales industriales locales, por ejemplo, respecto a los de los países de la región de mayor capacidad productiva, Brasil y México. Efectivamente, durante el período de gobierno kirchnerista el país alcanzó el proceso de crecimiento de los salarios reales más significativo de su historia. De acuerdo al análisis de Fabián Amico (2015), "en la década 2004-­‐2013 es el período más largo de la historia económica argentina mostrando aumentos persistentes del salario real". El autor también destaca la velocidad del crecimiento: "en el lapso 2003-­‐2013 el salario real crece a un ritmo del 4,6% anual, mientras el PIB por ocupado lo hace al 2,9% anual en promedio. Este ritmo de aumento del salario real solo es comparable con el vigente en la etapa 1960-­‐1974 cuando alcanzó al 3,8% anual". 1 Si bien históricamente un trabajador manufacturero en la Argentina ha tenido mejores ingresos en relación al resto de los países de Latinoamérica, la diferencia se fue agrandando notablemente en los últimos años. Mientras que en 2010 el costo salarial promedio de un empleado industrial en nuestro país, medido en dólares, era un 38% mayor que en Brasil y un 103% más alto que en México, en noviembre del año pasado, antes de la abrupta devaluación, las distancias llegaron a extenderse hasta un 167% y un 240%, respectivamente. Costo salarial industrial por hora en Brasil, México y Argentina (En dólares) Fuente: CEU-­‐UIA, en base a The Conference Board; INEGI (México); IBGE (Brasil) y Ministerio de Trabajo (Argentina). Bajo un esquema liberal de acumulación, efectivamente, también a nivel global, los costos laborales industriales están desalineados respecto a economías con características productivas similares o aun más desarrolladas o más competitivas por poseer mayores economías de escala. Costo laboral manufacturero por hora en dólares (2013) !"#
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Fuente: CEU-­‐UIA, en base a datos de The Conference Board. Nuestro país fue de los que más aumentó su costo laboral industrial. En 1997, el costo laboral por hora por era de 7,55 dólares y, en 2012, llegó a los 18,87 dólares con una remuneración promedio por todo concepto 2 en el sector privado industrial registrado de 1.863 dólares. La suba fue del 150%, mientras que en Brasil mejoró 59% y en México, 83%, según las estadísticas del Departamento de Trabajo del Gobierno de Estados Unidos. Varios factores importantes contribuyen a explicar el fenómeno. Entre ellos, vale destacar la mayor fuerza de negociación de los trabajadores en la Argentina para reclamar una distribución más justa de la riqueza con un gobierno que los apoyaba en los conflictos con la patronal y no reprimía; la creciente tensión distributiva y la falta de planes de desarrollo para destrabar cuellos de botella en sectores estratégicos, que agudizaban el problema inflacionario, y el intensivo uso del tipo de cambio como ancla principal de precios. A la vez, en el frente externo, las devaluaciones de nuestros socios comerciales (especialmente la de Brasil), iniciadas en 2012 y profundizadas en el último año, también incidieron en la ampliación de la brecha de costos laborales. La reciente escalada del precio del dólar en la Argentina a $13,63 (promedio de enero de 2016) apenas permitió recortar una porción de la diferencia de costos registrada entre 2010 y 2015. El costo laboral local en la industria todavía duplica al de Brasil y es un 160% más alto que el de México; es decir que en relación a los registros de 2010 es casi tres veces mayor respecto a Brasil y un 56% más elevado que el de México. Computando la quita de retenciones a la industria dispuesta por el actual gobierno y, hasta ahora, sin ninguna otra política específica de promoción que equilibre la relación de competitividad con nuestro mayor socio comercial, el tipo de cambio que restablecería la paridad de 2010 debería ser de $18,84. Los límites del modelo ortodoxo La necesidad de recuperación del poder adquisitivo del salario después de la aceleración inflacionaria derivada de la devaluación, de la quita de retenciones y de subsidios a las tarifas de energía hace que sea muy complicado que las paritarias de este año se cierren con un piso inferior al 30%. Por lo tanto, el tipo de cambio para restablecer los niveles de competitividad-­‐precio de hace unos pocos años debería ser aún más elevado, con el agravamiento de los conflictos distributivos y de caída del consumo que otra gran devaluación implicaría. Este problema de competitividad-­‐precio, sin un fuerte deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores, no parece poder resolverse de otra forma bajo el paraguas neoclásico ortodoxo. El escenario económico actual también perjudica particularmente a las pymes industriales. Ellas poseen un menor poder de negociación ante el cambio de precios relativos post devaluación y deben afrontar grandes dificultades de financiamiento, tras la suba de tasas de interés y la reducción de programas de acceso al crédito decidida por el gabinete económico en el inicio de su gestión. Y recuperar la competitividad-­‐precio reduciendo el costo laboral también implica la contracción del mercado interno, fuente de demanda más importante para las pymes. El país requiere políticas redistributivas mucho más audaces que impliquen transferencias de ingresos desde los sectores que más ganaron en los últimos años y no compiten internacionalmente (grandes intermediarios comerciales, bancos, empresas de telefonía celular, de seguros, transporte, titulares de inmuebles de uso comercial, entre otros rubros) hacia la actividad productiva industrial pyme para estimular sus inversiones y la generación de empleos. Lejos de un esquema de esas características que permita sostener el poder adquisitivo de los trabajadores, se perfilan grandes cambios en el modelo económico nacional y, en consecuencia, el surgimiento de un nuevo esquema de acumulación. Los principales cambios son el alejamiento de la regulación estatal de los mercados y el abandono de políticas públicas enfocadas en motorizar el crecimiento del consumo interno. Ese modelo fue muy exitoso hasta el año 2011; pero, en los últimos años, mostró signos de agotamiento que fueron capitalizados por grupos económicos con intereses vinculados a sectores orientados a una explotación mucho más intensiva de los recursos naturales, de insumos básicos industriales y al negocio financiero. Entre los costos no transables, el sector más atomizado y con menos capacidad de negociación en estos contextos históricamente es el del trabajo y el de los sectores pasivos con ingresos fijos (jubilados, pensionados y quienes perciben alguna contribución social). En un contexto de devaluación y contracción del mercado interno, en general, sus aumentos quedan retrasados y, por lo tanto, pierden poder de compra. Además de no ser transable, la fuerza de trabajo tiene mayor incidencia sobre el resto de los costos no transables que sobre los transables con capacidad de exportación (básicamente, productos agrícolas, minerales e insumos básicos de uso difundido (acero, aluminio, cuero curtido, químicos y petroquímicos, entre otros). Por ello, desde el interés de los sectores exportadores que no dependen del dinamismo del 3 mercado interno, el costo salarial es una barrera muy importante para recuperar competitividad. Tampoco le interesa que mejoren porque, en su esquema de negocios, el salario solo es un costo (en cambio, para las actividades que sí dependen del mercado interno, los salarios también son fuente de demanda). Ahora bien, para que el modelo exportador agrícola y de insumos industriales, acompañado de valorización financiera se pueda llevar adelante, se requieren políticas que permitan una fuerte transferencia de ingresos a su favor. La quita de retenciones, la liberalización a las exportaciones y la devaluación van en ese sentido. En todos los casos, se produce una transferencia de recursos a esos sectores y en detrimento de los trabajadores y las pymes que más dependen del mercado interno. El límite es la conflictividad social que pueden generar esas políticas. Por eso, también irán acompañadas de medidas para satisfacer a sectores de ingresos medios, como la reducción del impuesto a las ganancias y, a la vez, buscarán moderar el impacto negativo sobre los sectores de más bajos recursos con subsidios paliativos. La apuesta de los que sinceramente creen en ese modelo como puntal del crecimiento es que la transferencia de ingresos motorice inversiones que generen más actividad y empleo en el país. El perimido efecto derrame que carece de respaldo empírico y también de sustento teórico desde la visión clásica, al menos. Como señala Fabián Amico (2015): "En los economistas clásicos y Marx, los cambios en el nivel de empleo pueden afectar la capacidad de negociación de los trabajadores y, por tanto, el nivel del salario, pero una caída en los salarios causados por el aumento del desempleo no es visto como una tendencia favorable para el aumento del empleo". Para la industria pyme local que depende básicamente del mercado interno, el gran peligro de ese modelo es que su implementación exitosa (al menos temporalmente) debe estar acompañada de la liberalización comercial. No solamente porque los acuerdos de financiamiento que se firmen estarán condicionados a abrir la economía y a cumplir a rajatabla con las normas de la OMC, si no también porque, en caso que no se produzca una apertura importadora el modelo se volvería explosivo. Todas las medidas anunciadas implican aceleración inflacionaria (devaluación, liberalización de exportaciones y quita de retenciones y subsidios). Las únicas barreras para evitar una espiralización inflacionaria son aumentar la tasa de interés, contraer el gasto público, fijar un techo a los aumentos salariales por paritarias y la apertura comercial. Las tres primeras contribuyen a reducir la demanda y la cuarta estimula la oferta, a costa de producción interna, desde ya. De otra forma, la suba de tasas, la reducción del gasto público y del poder adquisitivo de los trabajadores deberían ser excesivamente elevadas y la conflictividad social que generarían sería insostenible. En definitiva, el modelo requiere una dosis de cada una de ellas para no volcar antes de arrancar. La gran incógnita es si existe una combinación socialmente tolerable. Reflexiones finales El impacto que los intentos de mejoras distributivas tienen en una economía abierta y extranjerizada, casi en pleno empleo, muy dolarizada y con restricción externa (escasez de divisas), como la nuestra, debe ocupar un espacio central en el análisis de las políticas públicas. Sin planes específicos de desarrollo del sector industrial, la participación en el PBI de los bienes manufacturados se achica y, en consecuencia, el proceso de mejoras salariales, medidas en dólares, pierde sustento. La industria que es el sector con más margen para aumentar su productividad de forma sistemática. El panorama se complejiza más cuando apreciamos que Argentina tiene costos medios de mano de obra industrial mucho más elevados que en el resto de Latinoamérica. En el fondo de esta cuestión está el proyecto de especialización productiva deseado para el país. Si buscamos ser proveedores de recursos naturales e insumos industriales de uso difundido o productos de poca diferenciación y servicios básicos, convendrá un mayor aprovechamiento de las capacidades físicas de los trabajadores y los salarios deberían ser un costo a reducir. Así fue después de la devaluación de 2002; los salarios industriales eran, en promedio, de 330 dólares y hasta 2004 se mantuvieron por debajo de los 500 dólares. Si, en cambio, pretendemos progresar como sociedad mediante la construcción de una matriz productiva más compleja, habrá que incentivar tanto el desarrollo de las aptitudes de los trabajadores para operar tecnologías progresivamente más sofisticadas como su potencial creativo. Para eso, debemos avanzar gradualmente en un sistema con mejores condiciones laborales que dinamicen el mercado interno y estén en sintonía con el nivel de desarrollo productivo que la economía vaya alcanzando. En ningún país con una industria desarrollada en sectores de tecnología de avanzada se pagan bajos salarios. No se hace por caridad; es porque se requieren trabajadores con ingresos suficientes para poder acceder a buenas condiciones de salud, educación, alimentación y esparcimiento, entre otras necesidades. 4 Es por este motivo que es crucial que la deuda que tome el país desde ahora, además de mitigar temporalmente la restricción externa, se oriente estratégicamente a mejorar las condiciones de infraestructura (energética y de transporte y logística, especialmente) y de capacidades de producción para hacer sustentable un nuevo sendero de crecimiento y ganar autonomía en términos tecnológicos y de proyección internacional. El endeudamiento no debe actuar como simple elemento compensador del equilibrio cambiario y de auxilio a los desequilibrios fiscales; debe ponerse al servicio de la transformación estructural de la economía. De esa forma, el país podría dar un salto cualitativo en su desarrollo industrial y alcanzar una mayor capacidad de repago de sus compromisos a través de la generación genuina de divisas, por un mayor superávit comercial. Las necesidades financieras nunca más deberán ser destinadas al enriquecimiento de unos pocos y al desmantelamiento del tejido productivo, a costa de mayor dependencia y vulnerabilidad de nuestro país. Bibliografía Amico, Fabián (2015). "Los salarios reales en el largo plazo: surgimiento de un nuevo piso estructural de las remuneraciones en Argentina". Documento de Trabajo Nº 67, CEFID-­‐AR. ARCEO, Enrique y URTURI, María Andrea (2010); “Centro, periferia y transformaciones en la economía mundial”, Documento de Trabajo Nº 30, CEFID-­‐AR. Aronskind, Ricardo (2008). “Controversias y debates en el pensamiento económico argentino”, Editorial: INSTITUTO DEL DESARROLLO HUMANO -­‐ COEDICIÓN UNGS -­‐ BIBLIOTECA NACIONAL, 2008. Coatz, Diego (2015). "La Argentina productiva para la próxima década". Presentación en la 21va. Conferencia Industrial en la Unión Industrial Argentina. Diamand, Marcelo (1972). “La Estructura Productiva Desequilibrada Argentina y el Tipo de Cambio”, Desarrollo Económico Vol. 12 N° 45. Evans, Peter (1996). “El Estado como problema y solución”. En Desarrollo Económico Vol. 35, Nº 140, Buenos Aires. Kestelboim, Mariano (2015). "El desafío industrial". Nota publicada en el suplemento Cash del diario Página/12. Schvarzer, Jorge (2000). “La Industria que Supimos Conseguir”, Ediciones Cooperativas. The Conference Board (2012). "International Comparisons of Manufacturing Productivity & Unit Labor Costs Trends, 2012". 5 
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