Tercer Domingo de Cuaresma El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, recordó que “el respeto estricto al ser humano, con sus propiedades de cuerpo y espíritu, es una exigencia esencial de la fe. Es la causa de la defensa de la vida, desde el instante de la concepción hasta la muerte natural, que la Iglesia Católica lidera”. “Del maltrato al homicidio existe un arco de macabras variaciones. Basta ver y leer las informaciones periodísticas para medir, con verdadero estupor, el voltaje social de la delincuencia y criminalidad. Recuerdo una antigua estampa en la que figuraba un campo de batalla, sembrado de cadáveres, y a Cristo exclamando con tristeza: ‘¿No les dije que se amaran los unos a los otros?’”, graficó en su sugerencia para la homilía del próximo domingo. El prelado consideró que “es la hora del gran combate entre el bien y el mal, la verdad y el error, el amor y el odio. Nos encontramos ante una esgrima ideológica que no resuelve los conflictos de fondo. Es preciso poner a disposición de los esfuerzos más generosos el talento y la preparación académica”. “Quienes están llamados a responsabilizarse en funciones de gobierno necesitan poner en claro las ideas a favor del pueblo, y no con el exclusivo propósito de derrocar al adversario”, diferenció y agregó: “El plan de Dios es la dignificación del hombre, devolviéndole la sacralidad perdida, proponiéndole a Cristo - el ‘Hombre perfecto’- para lograrlo el camino es el mismo Cristo, presente hoy con el poder de su gracia y el ejemplo impresionante de su vida inmolada por amor a los hombres”. Texto de la sugerencia 1.- La sacralidad del hombre. "Pero él se refería al templo de su cuerpo". (Juan 2, 21) Todo templo es figura del Cuerpo glorificado de Cristo. Es auténtica naturaleza humana concebida, por acción misteriosa del Espíritu Santo, en el seno humano y virginal de María. De allí procede la sacralidad del cuerpo humano y su destino a ser Templo terrestre de Dios. También de allí se entiende la inconsistencia de un dominio absoluto sobre el propio cuerpo, sometiéndolo a autoflagelos y mutilaciones o a la misma eutanasia. No digamos nada de los métodos aberrantes, que intentan un estado legal insostenible, como el aborto, todo tipo de esclavitud, la aplicación de la tortura y la misma pena de muerte. Cristo, torturado y asesinado en la cruz, transforma, por la Resurrección, su Cuerpo en el verdadero Templo donde "habita la plenitud de la Divinidad". Él mismo causa, en quienes creen, una verdadera participación de la sacralidad de su Cuerpo resucitado. Su celo por el respeto al Templo de Jerusalén apunta, por elevación, al cuerpo de toda persona humana. El repeto estricto al ser humano, con sus propiedades de cuerpo y espíritu, es una exigencia esencial de la fe. Es la causa de la defensa de la vida, desde el instante de la concepción hasta la muerte natural, que la Iglesia Católica lidera. 2.- El Hombre Dios, propuesto como modelo al hombre. Desde el maltrato al homicidio existe un arco de macabras variaciones. Basta ver y leer las informaciones periodísticas para medir, con verdadero estupor, el voltaje social de la delincuencia y criminalidad. Recuerdo una antigua estampa en la que figuraba un campo de batalla, sembrado de cadáveres, y a Cristo exclamando con tristeza: "No les dije que se amaran los unos a los otros?" Es la hora del gran combate entre el bien y el mal, la verdad y el error, el amor y el odio. Nos encontramos ante una esgrima ideológica que no resuelve los conflictos de fondo. Es preciso poner a disposición de los esfuerzos más generosos el talento y la preparación académica. Quienes están llamados a responsabilizarse en funciones de gobierno necesitan poner en claro la ideas, en favor del pueblo, y no con el exclusivo propósito de derrocar al adversario. El plan de Dios es la dignificación del hombre, devolviéndole la sacralidad perdida, proponiéndole a Cristo - el "Hombre perfecto" - para lograrlo el camino es el mismo Cristo, presente hoy con el poder de su gracia y el ejemplo impresionante de su vida inmolada por amor a los hombres. 3.- Que el Evangelio pase de la letra a la vida. Mientras no lleguemos a comprender este divino designio, el tiempo se nos deslizará entre las manos, como la arena seca o el agua, y lo perderemos irremediablemente. Es urgente que el Evangelio pase de la letra, conservada con esmero por la Iglesia, a la vida de quienes se profesan cristianos. La Palabra de Dios toma el lenguaje humano y se hace inteligible para quienes quieran entenderla. Se hace carne - sacramental comida y bebida para transmitir la Vida. La humanidad debe ser notificada oportunamente de ello, para que se produzca el encuentro con el Verbo Encarnado. De allí el carácter universal de la Misión que Jesús resucitado confía a sus Apóstoles: "Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo le he mandado". (Mateo 28, 19-20) De todos modos, esa presencia de Cristo se manifiesta también por otros signos, captables fuera de la Iglesia, aún sin formas estrictamente confesionales. Cristo es Señor de la historia; es, por tanto, referente necesario para toda la humanidad y para el cosmos que la alberga. 4.- Testigos del poder de Cristo. El celo de los Apóstoles por hacer conocer a Jesucristo, muerto y resucitado, responde al don de entender correctamente el Misterio de la Pascua, que en pocos dias celebraremos. Aquellos once hombres tuvieron que transitar un camino hundido en la noche de sus mentes poco adiestradas en la fe. Guiados por su Maestro lograron entender y, de esa manera, ser testigos de lo que entendieron, con el fin de llamar a todos los pueblos a la conversión. No bastaba que Jesús los enviara, debían respaldar lo que predicaban con el testimonio de sus vidas. El Cristo, anunciado por la palabra, los había conformado para que mostraran a sus hermanos lo que su gracia realizó en ellos.+