Elementos para una reflexión epistemológica sobre la Administración Por: Fabio Jaimes J. Luis H. Ramírez. Edison Torres. Universidad de La Sabana. El presente ensayo tiene como propósito caracterizar la racionalidad propia de la Administración, a partir del reconocimiento (i) de la condición temporal de esta disciplina, y (ii) del supuesto de que la “toma de decisiones” caracteriza por esencia la práctica del administrador. Por reflexión epistemológica entendemos la búsqueda de las nociones que hacen posible entender y conocer las guías de la acción administrativa. Para esto, el tratamiento dado al tema se hizo desde tres aspectos: (i) lo epocal en el pensamiento administrativo, que pone de manifiesto la correspondencia histórica de cada perspectiva teórica con su época; (ii) el estatuto científico de la administración, en donde simplemente hacemos notar que la Administración comparte con las llamadas disciplinas científicas el rasgo de su “refutabilidad”, tal como el filósofo Karl Popper lo caracterizó; y (iii) la acción administrativa, interpretada desde las creencias que la sustentan y desde la racionalidad en la toma de decisiones. Finalmente, hacemos una breve observación sobre la necesidad de incorporar una discusión semejante en los planes de estudio profesional de la Administración, para que los estudiantes tengan la oportunidad de reconocer, y aceptar o modificar, críticamente sus propio sistema de creencias con el que guiarán su práctica laboral. Lo epocal en la Administración: evolución del pensamiento administrativo. Aunque la administración es un fenómeno tan antiguo como el mismo hombre, hasta el punto que se podría afirmar que es consustancial con él, es indudable que los verdaderos desarrollos en teoría organizacional y, en general, sobre la acción administrativa, sólo se inician hasta principios del siglo XX, cuando se consolidan los primeros enfoques teóricos. A partir de entonces, se podría decir que el proceso de construcción teórica ha girado alrededor de ciertos conceptos (planeación, organización, control, toma de decisiones, poder y autoridad, liderazgo, motivación, etc) tratados desde diferentes ángulos, cuya vigencia permanece gracias a los aportes de diferentes ciencias, en especial las del comportamiento humano (sicología, sociología, etc.) Estas teorías reflejan de una u otra manera una racionalidad, unos valores y unas creencias propias de quienes las formularon, así como la manera de pensar de la sociedad en la época en que fueron formuladas. Por lo tanto, la acción administrativa derivada de ellas es una consecuencia de la cultura imperante en un momento histórico y como tal hay que verlas para entenderlas debidamente. Los estudios de las teorías sobre las organizaciones (dentro de las cuales se enmarca la gestión administrativa propiamente dicha, pues ésta está íntimamente ligada al tipo de estructura organizacional) han propuesto diferentes modelos para agrupar la gran variedad de teorías surgidas hasta el momento. Es decir, modelos que permitan presentar la evolución de la teoría organizacional y de la acción administrativa. Seguimos aquí el modelo propuesto por Stephen Robbins (1983) complementándolo con dos tipos adicionales de clasificación teórica recientes. Según Robbins (pág. 30) hay dos dimensiones subyacentes en la evolución de la teoría organizacional y cada una presenta a su vez dos perspectivas opuestas. La primera de estas dimensiones plantea que las organizaciones son sistemas. Hasta finales de los años cincuenta los teóricos de la administración adoptaron la perspectiva de que las organizaciones son sistemas cerrados, que funcionan autónomamente y ajenas a su entorno. Pero a partir de la década de los sesenta los teóricos desplazaron su planteamiento, basados en las características internas de la organización, hacia los eventos y procesos externos a ella, vista como un sistema abierto. La segunda dimensión, para Robbins, tiene que ver con los fines de la organización. De nuevo aquí existen dos posiciones opuestas: la racional, la cual argumenta que la estructura de la organización se concibe para ser un vehículo efectivo en el logro de sus objetivos; y la social, que ve la estructura de la organización como el resultado de fuerzas en conflicto (las de los constituyentes primarios de la organización) quienes buscan poder y control a través de ella. Caen por fuera del modelo original de Robbins: (1) aquellos planteamientos que hacen referencia a la administración del Estado, y (2) aquellos teóricos recientes que se refieren a la organización inteligente y a la empresa y a la administración virtuales. Podemos en consecuencia, definir siete grandes momentos epocales, a saber: Tipo 0: La acción administrativa entendida como administración del Estado: Aquí la administración se ve como “el arte de gobernar a los pueblos” y dado que por siglos gobernante y Estado fueron considerados como una sola entidad, por lo tanto, lo que convenía al gobernante (rey, emperador, César), convenía al Estado y a sus súbditos. Cabría aquí el trabajo de numerosos pioneros que no siempre hicieron sus planteamientos pensando en administración del Estado pero cuyas ideas influyeron en los primeros pensadores que de manera sistemática establecieron fundamentos teóricos que impulsaron la formación y el ejercicio profesionales de la administración. Dichos pioneros van desde los economistas liberales como Adam Smith, James Mill y David Ricardo hasta pensadores como Matew Boulton, Robert Owen, Charles Babbage, Daniel MacCallum, Henry Metcalfe y otros. Tipo 1: La acción administrativa entendida como organización y dirección de los procesos de producción: En este enfoque las organizaciones son vistas como entes mecánicos concebidos fundamentalmente para el logro de sus objetivos, en especial los que tienen que ver con la producción y la rentabilidad. Esta concepción, consecuencia de la era industrial, pone un fuerte énfasis en la función de control, la estandarización de procesos, la especialización de 2 la mano de obra y la burocratización gradual de las organizaciones, con estructuras jerárquicas y un ejercicio autoritario del poder. Este enfoque mecanicista y racionalista es consecuencia de los planteamientos de teóricos como: Frederick Taylor, Henry Fayol y Max Weber. Tipo 2: La acción administrativa entendida como dirección de los recursos humanos y el logro de los objetivos organizacionales: Aunque la organización se sigue viendo como un sistema cerrado, su énfasis se desplaza hacia las personas y sus necesidades sociales. En consecuencia, las organizaciones no son ni pueden llegar a serlo, máquinas con engranajes perfectos y predecibles. Esta visión de la administración, aunque surge en los Estados Unidos en los años veinte, como consecuencia de los estudios de Elton Mayo y sus asociados, sólo se consolida en la práctica administrativa hasta después de la segunda guerra mundial, con los aportes de numerosos psicólogos y sociólogos, especialmente norteamericanos (Maslow, McGregor, Argyris, Likert, Presthus, etc.). Implica el descubrimiento del hombre organizacional y de su rol en los procesos de producción, ya no como productor, apéndice de la máquina, sino además, como beneficiario y transformador de dichos procesos. Tipo 3: La acción administrativa entendida como la dirección de entidades dinámicas (sistemas orgánicos), que desempeñan funciones complejas, muchas de ellas contingentes con su entorno: La administración es vista como “parte de un sistema adaptativo, cuya función central es llevar a cabo procesos de transformación de los insumos en bienes y servicios demandados por el entorno de la organización”. Este enfoque es consecuencia de una visión sistémica de la realidad, expresada en trabajos sobre la teoría general de sistemas, como los de Ludwig Von Bertalanffy entre los años de 1950 y 1968. Esta perspectiva teórica llevó a los llamados enfoques situacionales de la administración cuyo principal planteamiento enfatiza que no existe una forma única ni mejor para organizar ni para administrar una empresa, sino que depende de las interrelaciones de la organización con su ambiente externo y con la tecnología que le sea propia. Tipo 4: La acción administrativa entendida como la capacidad para interpretar y equilibrar las preferencias e intereses de aquellos que pueden influir en las decisiones dentro de la organización: Esta teoría parte del reconocimiento de los límites de la racionalidad de quienes toman decisiones en la organización y de la existencia de fines en conflicto entre quienes la conforman. En consecuencia, en diseño organizacional es resultado de las luchas de poder entre los diferentes constituyentes de la organización. El control se convierte así en un fin 3 en sí mismo, más que en un medio para alcanzar objetivos racionales, tales como mejorar la producción o aumentar la productividad. Consideramos que el modelo de Robbins debe complementarse con dos nuevas concepciones teóricas sobre la naturaleza de la organización y la acción administrativa. Estas son: Tipo 5: La acción administrativa entendida como gerencia del conocimiento, de la información y de la innovación: En este planteamiento la gerencia es vista como responsable de garantizar la adquisición, procesamiento y distribución oportuna de la información que es pertinente para los fines de la organización, además de procurar el permanente desarrollo de su talento humano, mediante el dominio del conocimiento generado por la ciencia. La acción administrativa se caracteriza entonces por hacer de las empresas organizaciones inteligentes, es decir, entes dinámicos capaces de liderar, responder y adaptarse a los constantes cambios en su entorno mediante procesos de aprendizaje, manejo de la incertidumbre, y la respuesta debida y oportuna a las exigencias y gustos del consumidor, en cuanto a calidad y servicio. Algunos de los representantes de esta perspectiva teórica son: Peter Senge, Peter Drucker, Tom Peters, etc. Tipo 6: La acción administrativa entendida como gerencia de organizaciones y procesos virtuales: Esta última tendencia teórica no está aún plenamente estructurada en sus planteamientos e implicaciones prácticas. Ni siquiera hay acuerdo pleno sobre lo que es una organización virtual. La revista The Economist la definió, en 1993, como “una red temporal de empresas que se unen para explotar una oportunidad específica de mercado apoyada en las capacidades tecnológicas de las empresas que forman la red”. En esta definición hay que destacar: (1) el concepto de red, es decir que en una organización virtual cada una de las empresas debe añadir valor al conjunto, siendo una especialista en la función o actividad en la cual entra a colaborar; y (2) la temporalidad, pues la red permanece en tanto se cumplan los fines para los cuales se consolidó la unión de varias empresas. Esta temporalidad de la organización virtual implica la idea de flexibilidad absoluta como modelo estructural que debe corresponder, a su vez, con una adaptabilidad intrínseca de la estructura para aprovechar y explotar una oportunidad específica del mercado, después de lo cual la estructura se disuelve para dar paso a otras que se presenten y a las capacidades tecnológicas de nuevas empresas. Esta organización virtual lleva necesariamente a nuevas concepciones de la acción directiva que incluyen la dirección a distancia, como reemplazo a la dirección presencial; la dirección por involucración, como evolución de la llamada dirección participativa; la dirección por consentimiento (by consent), como evolución necesaria de la administración 4 por objetivos; y finalmente, la llamada dirección by walking around o teletrabajo, soportado por las nuevas tecnologías de la información. Del Estatuto Científico de la Administración. Tradicionalmente se le reconoce estatuto científico a un campo de conocimiento cuando existe en él un cuerpo teórico y conceptual sólido y coherente, respaldado por la comprobación experimental de sus proposiciones teóricas. Tal parecería ser el caso de la administración, pues como hemos visto en esta presentación epocal, ésta disciplina dispone ya de un cuerpo teórico amplio que guía la praxis de los administradores aún en aquellos casos en que la comprobación experimental no parece ser conclusiva, o parece estar condicionada por variables socioculturales que pueden llevar a resultados contradictorios. Preguntarse, en consecuencia, por el estatuto científico de una disciplina, presupone ya una idea previa de qué es lo científico. Es decir, si tenemos ya un patrón o modelo de lo que es científico, bastará entonces con resolver si ésta disciplina se corresponde con el modelo. Esta manera de proceder ha sido dominada por la idea, planteada inicialmente, de la existencia de un método científico alrededor del cual no sólo existiría un acuerdo sino una justificación lógica. Ahora bien, preguntémonos primero qué hace especial a las disciplinas que llamamos científicas, qué méritos las lleva a ser valoradas; en resumen, qué es lo característico de las ciencias. Para el filósofo Karl Popper “el criterio para establecer el estatuto científico de una disciplina es su refutabilidad”; es decir, la posibilidad que tiene de caer en el error, de equivocarse y, especialmente, la capacidad que tenga para corregir sus errores. Esto pone de manifiesto, por un lado, el carácter falible del conocimiento humano y, por otro un rasgo común que ya no es método rector de la investigación, sino una manera de razonar: la detección y corrección de errores. Criterio este bien distinto al de simplemente conformar gradualmente un cuerpo teórico que reduzca al máximo la contradicción. Por error entendemos aquí el hecho de que algunos enunciados de la ciencia tengan la posibilidad de entrar en contradicción con la realidad. Un enunciado es susceptible de ser refutado si existe una situación (una observación o un hecho) que la contradiga. De ser así, podemos estar seguros de la falsedad del enunciado. Por el contrario, no existe una situación que nos confirme de manera absoluta la verdad del enunciado, su verdad se establece sólo hasta el momento en que logremos refutarlo. Cabe preguntarnos entonces, ¿ocurre esto en la administración? Para aclarar el sentido y la importancia de esta pregunta, veamos primero si efectivamente nuestra disciplina hace enunciados sobre la realidad; por ejemplo, sobre el estado de una empresa, o sobre las tendencias del mercado, o sobre el comportamiento de los consumidores en un momento dado. Es claro que así lo hacemos cotidianamente. Pero, ¿qué pasa cuando ocurre algo contrario a lo esperado? ¿qué capacidad de autocorrección tiene la administración? Lo que aquí se está poniendo de manifiesto, no es más que la manera específica de comportarse en la práctica profesional. Es decir, no es sólo el hacer enunciados sobre la 5 realidad el rasgo científico a considerar, sino –y más importante aún- la actividad misma de confrontarnos con la realidad. Dado el caso de que el enunciado entre en contradicción con la realidad, de que no ocurra lo esperado, lo que debe venir después es la corrección de tal enunciado: estamos haciendo formulaciones sobre el comportamiento de la realidad, pero es posible también que nos equivoquemos en el intento. De ser así, compartimos con otras disciplinas el rasgo científico característico: su falsabilidad. Veamos ahora qué hacemos cuando hemos detectado una equivocación. ¿Mantenemos el enunciado y tratamos de modificar la realidad? o ¿reformulamos nuestro enunciado para ver si corresponde con la realidad? Los nuevos enunciados no solo son formulados a partir de los resultados de la confrontación con la realidad del enunciado anterior y se atienen a la experiencia (datos recolectados, evidencias empíricas, mediciones, etc.) sino que conllevan además, un nuevo intento de formulación del comportamiento de la realidad. Es decir, no estamos a salvo de volver a equivocarnos. Una conclusión que se desprende de esta observación, es que la administración es también una forma de investigación que, aunque difiere de la investigación propia de las ciencias naturales en el tipo de fenómenos estudiados o en el grado de generalidad de sus conclusiones, aspira a los mismos estándares de rigor y precisión a los que aspiran las ciencias naturales, a la vez que comparte con ellas su carácter falibilista. Nuestra actividad, como una forma de investigación, es una forma de búsqueda de la verdad. Pero esto no quiere decir que exista una verdad propia de la administración, que existan verdades de la administración como tal, o que poseamos un acceso privilegiado a un tipo de verdad. Esto se hace evidente cuando reconocemos el hecho de que los mismos fenómenos que estudia la administración, son estudiados por diferentes disciplinas: la ingeniería industrial, la economía, la psicología, la antropología, la sociología, etc. Otra conclusión a la que podemos llegar, es que no existe un “método científico”, entendido en el sentido de un conjunto de reglas que al seguirse de manera mecánica, garanticen la producción de resultados verdaderos, o en el sentido de un método que sea peculiar a las ciencias pero no disponible para la investigación en otros campos, como el de la administración. Más aún cuando uno de los fines de la investigación en administración es el de mejorar la praxis administrativa. Aproximación inicial a una epistemología de la Administración. Reflexionar acerca de una epistemología de la administración, sobre aquello que tiene que ver con sus fundamentos y métodos para llegar al conocimiento de la acción administrativa y sobre aquello que la hace posible, puede resultar una tarea poco fácil. En parte porque la misma teoría que busca entender y guiar la acción administrativa ha sido desarrollada, por lo general, por ejecutivos que han deducido sus planteamientos teóricos a partir de sus propias experiencias en la dirección de sus empresas y no como consecuencia de reflexiones de tipo científico y filosófico que busquen sistematizar el conocimiento administrativo. Hemos identificado, en consecuencia, algunos de los grandes temas que parecen ser el hilo conductor en los modelos teóricos sobre las organizaciones y sobre el accionar 6 administrativo, ya revisados con anterioridad, para intentar construir, alrededor de ellos, una epistemología de la administración. Dichos temas son: las creencias, la acción administrativa y la racionalidad. No son los únicos importantes, pero son los que hemos identificado en esta primera aproximación a la administración. Es común definir la administración como el proceso que incluye la planeación, organización, dirección y control de las operaciones de una organización; siendo este proceso y lo que implica cada una de sus etapas, medios para lograr unos fines. También coinciden muchos autores en señalar que la administración es, como toda actividad humana, una serie de acciones, en donde cada acción es el origen activo del movimiento, e involucra el pensar, el ser y el actuar. La acción es, además, fruto de una decisión, de una elección, en donde intervienen la razón y la voluntad. En lo que sigue, intentamos mostrar cómo esas acciones en las que intervienen la razón y la voluntad, son el objeto de estudio y trabajo de los administradores, fundamentándonos en los planteamientos de cuatro autores en lo que se refiere a la toma de decisiones. Estos autores son: Carlos Maldonado, Juan A. Perez López, Robert Nozick y Carlos Llano. Maldonado propone, desde la teoría de la decisión racional, una clasificación de las acciones en: individuales, interactivas, y colectivas. Las individuales son aquellas en las que el decisor es una sola persona; las interactivas se caracterizan por el grado de cooperación de las personas en la toma de decisiones; las colectivas son aquellas que pretenden un fin o bien comunes y se explican con referencia a los individuos, es decir, con la adecuación entre la racionalidad individual y la racionalidad colectiva. En esta teoría intervienen tres aspectos en la toma de una decisión, administrativa o no: un conocimiento relativamente completo acerca de la situación, una capacidad para calcular las consecuencias de las acciones y unas preferencias ordenadas. De tal forma que quien decide de acuerdo con estos tres factores actúa racionalmente. Las preferencias tienen que ver con los grados de satisfacción que produce una acción; así, quien decide escoge aquélla de cuya consecuencia espera una mayor utilidad o beneficio. Esta maximización de la utilidad es considerada, en una forma amplia, como: bien, satisfacción, libertad, felicidad. La utilidad esperada es definida como la suma de las utilidades de cada resultado posible, descontada la probabilidad de que no ocurra el resultado esperado. La racionalidad es interpretada entonces como la selección de la acción con mayor utilidad esperada. Por otra parte, para Perez López, la acción humana parte de un proceso de interacción entre el agente decisor, agente activo, y un agente reactivo que recibe la acción, incluido su entorno, conformado por personas. Expresado en notación lógica: Si Ax entonces By, en donde A representa todas las posibles acciones y B todas las posibles reacciones, siendo x el agente activo y y el agente reactivo. Este modelo estudia los agentes y sus interacciones e involucra dos conceptos que son: el aprendizaje y las reglas de decisión. El aprendizaje incluye los “cambios que ocurren en las reglas de decisión de un agente originados por las experiencias tenidas al ir resolviendo problemas de acción. Tanto en la decisión del agente activo como del agente reactivo se produce en cada uno de ellos una satisfacción, como efecto de la acción, de tal manera que 7 al repetirla, seguirán experimentando nuevas satisfacciones; estas modifican, a su vez, las reglas de decisión y permiten que las interacciones continúen. Las reglas de decisión, por otra parte, son el “conjunto de operaciones por las que un agente activo elige sus acciones y un agente reactivo sus reacciones”. Este conjunto incluye: los conocimientos, los intereses, los motivos, las motivaciones, la afectividad del decisor y la forma como operan la razón y la voluntad en la decisión. De este modelo nos interesa resaltar, para el trabajo que nos ocupa, la forma como el agente –en nuestro caso el administrador- decide, y en particular sus “reglas de decisión”. Aparecen aquí las preferencias de la teoría de la decisión racional, como las presenta Maldonado, como determinantes en la decisión, en coincidencia con las reglas de decisión, del modelo de Perez López. Según el modelo de Perez López, las motivaciones pueden llegar a influir en las decisiones, pues son la fuerza que mueve a la acción. De ahí que desarrolle su modelo partiendo del logro del resultado de una acción; estos resultados son: internos, definidos como el aprendizaje del agente activo; externos, que son los aprendizajes del agente reactivo; y extrínsecos, que son los de la propia interacción. Los motivos son pues, logros de resultados o intenciones de lograrlos; por eso relaciona los resultados con los motivos y los llama motivos extrínsecos, motivos intrínsecos y motivos trascendentes, en igual orden de presentación a los resultados. Los extrínsecos son aspectos de la realidad que determinan el logro de satisfacciones que se producen por las interacciones. Los intrínsecos y trascendentes están relacionados con el aprendizaje del decisor y de las otras personas con las que interacciona. Para explicar cómo opera el modelo se necesita de los conocimientos experimentales y los conocimientos abstractos. Los primeros son el producto de nuestra propia experiencia, forman parte de los recuerdos de nuestra memoria. Así, en ocasiones, se puede decidir teniendo como base este conocimiento que nos mueve a actuar según nuestras experiencias, según nuestra motivación espontánea. Los segundos, son informaciones o datos no experimentados directamente por el decisor. Existe, en cambio, motivación racional cuando el decisor acude a los conocimientos abstractos para modificar el impulso espontáneo; es la adaptación de la acción a las informaciones abstractas que posee el decisor, haciendo que su decisión sea racional. Entre los impulsos de la motivación racional y la espontánea existe un conflicto, una lucha por mover a la acción. Así podemos llamar virtud a la capacidad de anteponer la motivación racional a la espontánea, y libertad a la capacidad para generar una energía que le permite a los decisores actuar de acuerdo con lo que quieren. La aplicación de la libertad en la elaboración y manejo de los conocimientos, según se expresa en la generación y valoración de alternativas entre las que el administrador va a elegir, se denomina racionalidad; y la capacidad para querer eficazmente dichas alternativas se llama virtualidad. Por su parte Robert Nozick clasifica las acciones a partir de los principios que las determinan, como intelectuales y personales; estas últimas divididas en interpersonales e 8 intrapersonales. Los principios de acción pueden ser, a su vez, teorías, juicios, predicciones, leyes y enunciados que transmiten probabilidades y sirven de apoyo a las acciones dentro de las funciones intelectuales. Estos principios son útiles para restringir la influencia de factores indeseados o irrelevantes, como son algunas preferencias personales, para guiar así una decisión o juicio correcto, o en la comprobación de nuestro juicio. Los principios, según Nozick, dan un cierto grado de seguridad a otros, de cómo voy a actuar yo en determinada situación. Generan, entonces, un mayor grado de confianza y son en cierta medida una garantía necesaria y útil cuando tengo que relacionarme con otras personas. Por lo tanto, los principios tienen un cierto valor de predicción de las conductas futuras, pues se puede predecir en forma razonable cómo actuará una persona con determinados principios. Por último, son una ayuda en la conformación de la identidad personal y sirven para dar un mayor apoyo a los juicios, para convencer a otros y para robustecer la propia convicción. En la teoría de la decisión racional de Nozick, la mejor acción es seleccionada de acuerdo con la fórmula de utilidad esperada, tal como la presenta Maldonado. Amplía este principio con otros que son: el principio evidencialmente esperado, que es la sumatoria de las probabilidades condicionales de los posibles resultados. Además con el principio de utilidad causal esperada, que relaciona el resultado con la acción mediante una relación causal expresada en términos de probabilidades. Por último, el principio de la utilidad simbólica, que es el significado, el valor de lo que representa el ejecutar una acción respecto de las futuras acciones y las del pasado. Cada uno de estos principios puede ser utilizado por el administrador, como criterio en la toma de decisiones. Nozick une estos principios en el concepto de valor decisional, expresado como la suma de la utilidad evidencial esperada, la causal esperada y la simbólica, multiplicada por el grado de confianza –medido en probabilidades- que se tenga en cada uno de estos principios. Ahora bien, para Nozick los principios de acción, las creencias, y el máximo valor decisional son los criterios a tener en cuenta por el administrador al momento de tomar decisiones, y se relacionan así: el valor decisional máximo es utilizado como criterio para aceptar o rechazar los enunciados que compiten entre sí; es decir, permite seleccionar el enunciado o acción que tenga mayor valor decisional. De esta forma, el enunciado se convierte en un principio en el cual creemos. El principio es igual a una creencia. Diferencias epistemológicas. Si bien hemos reflexionado desde lo epistemológico sobre algunos temas fundamentales que aparecen consistentemente en el desarrollo del pensamiento teórico sobre las organizaciones y la administración, como son los de: las creencias (vista la teoría como un conjunto de creencias, más o menos validado por la práctica del administrador), la racionalidad (que supuestamente caracteriza la toma de decisiones por parte de los administradores) y la naturaleza de la acción directiva; cabe ahora preguntarse también, cuál es la visión que subyace en general en las diferentes teorías cuyo recorrido epocal hicimos en la primera sección de este documento. 9 Dado que la epistemología tiene que ver con los presupuestos acerca de cómo se llega al conocimiento, es común en las ciencias sociales distinguir entre dos grandes corrientes, el objetivismo y el subjetivismo. La epistemología objetivista se fundamenta en la convicción de que sólo podemos llegar al conocimiento de la realidad a través de la observación independiente, del mundo real que existe independientemente de nuestro conocimiento de él. Por el contrario, la epistemología subjetivista considera que todo conocimiento del mundo es alterado drásticamente tanto por el sujeto como por las fuerzas cognitivas, sociales y culturales. Es fácil identificar que la mayoría de las teorías sobre la organización y sobre la acción directiva tienen pretensiones objetivistas. Las organizaciones existen “ahí afuera” y todo lo que en ellas suceda es susceptible de estudio, de comprobación experimental o práctica, y de sistematización. De ahí la fascinación de muchos teóricos de la administración por los métodos que han sido considerados característicos de las ciencias, como el método científico, la estadística, la teoría de sistemas, la investigación de operaciones. Por su parte, en lo que se conoce como el enfoque simbólico-interpretativo existe un marcado interés por ir más allá del objetivismo y se busca analizar y comprender los significados e interpretaciones dados a las realidades organizacionales y administrativas. De esta forma se da paso a una perspectiva subjetivista, aunque sin caer en la discusión de si la realidad existe o no, independientemente del observador. Por lo tanto, la realidad está “aquí adentro”, es decir, se define por la experiencia individual subjetiva, además de las influencias sociales y culturales. De ahí que el énfasis se haya desplazado del estudio de la organización y de la acción directiva, por si mismas, a la comprensión del significado mismo de la teoría con la que se pretende entender y explicar a éstas. Se recurre, como método, a la metáfora lingüística, a la de construcción y a otras formas de crítica y teorización auto reflexiva. Observación final. (implicaciones para el currículo) Respecto al diseño curricular paradójicamente encontramos que es más importante la posibilidad de construir y validar, confrontando la práctica administrativa, los modelos teóricos sobre la naturaleza de las organizaciones, sobre la acción directiva y sobre sus relaciones con el entorno. Parece importante introducir en la formación de los administradores, procesos que los lleven a entender y a cuestionar sus propios sistemas de creencias y su racionalidad en la toma de decisiones, con el fin de afirmar sus propias convicciones o de modificarlas racionalmente. En consecuencia, el currículo debería orientarse a que profesores y alumnos reconozcan, acepten o modifiquen su sistema de creencias para afirmarlo o reestructurarlo. Enfatizar más el estudio de la racionalidad, de las creencias que determinan la acción administrativa, el alcance de la racionalidad en la toma de decisiones y su interacción con la ética y con la moralidad de la acción directiva. 10 BIBLIOGRAFIA 1. Hatch, Mary Jo. Organization Theory: Modern Symbolic and Posmodern Perspectives. Oxford University Press, New York, NY, 1997. 2. Llano, Carlos. La Naturaleza de la Racionalidad. Limusa, España, 1982. 3. Maldonado, Carlos. “Teoría de la Acción Racional”. En: Cuadernos de Administración, No. 19. Pontifica Universidad Javeriana, Bogotá, 1997. 4. Nozick, Robert. La Naturaleza de la Racionalidad. Paidos-Ibérica, Barcelona, 1993. 5. Pérez L., Juan Antonio. Teoría de la Acción Humana en las Organizaciones. RIALP, Madrid, 1991. 6. ___________. Fundamentos de la Dirección de Empresas. RIALP. Madrid, 1993. 7. Robins, Stephen. Organization Theory: Structure, Design and Applications. Prentice Hall, New Jersey, NJ, 1983. 11