DAVID HUME: TRATADO DE LA NATURALEZ HUMANA HERNÁNDEZ MARTÍNEZ PAOLA Semestre 2010-2 Textos filosóficos 6 DAVID HUME: TRATADO DE LA NATURALEZA HUMANA David Hume fue un pensador profundo y coherente desde su primera obra magna en tres volúmenes titulada Tratado sobre la naturaleza humana. En filosofía pura, fue el exponente más radical del empirismo inglés (continuando la labor de Locke y Berkeley). Frente a los excesos del racionalismo, alertó de los límites de la razón para prevenirnos tanto de una metafísica abstracta plagada de sustancias que nada tenía que ver con los hechos, como de un conocimiento de esos mismos hechos engañosamente seguro de sí mismo. Sus advertencias despertaron a Kant de su "sueño dogmático" e hizo moderarse, a partir de entonces, al racionalismo exagerado continental. Hume empieza haciendo una introducción, para luego enunciar el principio de inmanencia, en el que separa todas las percepciones de la mente en dos clases, impresiones e ideas. Para él las impresiones son los fenómenos psíquicos actuales, las vivencias del presente, son intensos; y las ideas o pensamientos son fenómenos psíquicos reproducidos, son menos intensos, poseen un carácter difuso. El orden en que se producen estas percepciones es, tenemos una impresión de sensación, que produce una idea de sensación, luego aparece la impresión de reflexión que produce nuevas ideas y nuevas impresiones de reflexión, así hasta el infinito. Al igual que Locke, Hume establece una distinción paralela entre ideas simples (provenientes de la impresión) e ideas complejas (generalizaciones). De cualquier forma, toda idea compleja puede reducirse a ideas simples, por ello, el conocimiento proviene siempre de las impresiones. Luego explica el principio empirista: aunque nuestro pensamiento parece poseer una libertad ilimitada, en realidad está reducido a límites muy estrechos, ya que todos los materiales del pensar se derivan de nuestra percepción interna o externa, por lo tanto la razón no puede engendrar nunca por sí sola una idea original. Seguidamente expone el principio de copia, en el que dice que todas nuestras ideas no son sino copias de nuestras impresiones, es decir, que no es imposible pensar algo que no hemos sentido previamente con nuestros sentidos internos o externos. También niega las ideas innatas, diciendo que si innato significa simultáneo a nuestro nacimiento y por lo tanto es original y no copiado, entonces no hay ideas innatas. Critica la idea de Dios, y utiliza ejemplos, del ciego con los colores y el sordo con los sonidos, para explicar la importancia de la experiencia. Hume pone un ejemplo, en una escala de diferentes tonos de azul falta un tono, él dice que es posible imaginarlo y este ejemplo sirve porque las ideas simples no siempre se derivan de impresiones correspondientes, sin embargo Hume considera este caso excepcional y según él no merece alterar el principio de copia por su causa. Hume critica a la metafísica, porque las ideas abstractas son oscuras y débiles, tienden a confundirse con otras ideas semejantes. Y explica que si sospechamos que un término filosófico se emplea sin idea alguna, no hay más que preguntarse de qué impresión se deriva la supuesta idea, y si es imposible asignarle alguna, confirmaríamos nuestra sospecha. Su escepticismo le llevó a rechazar cualquier argumentación racional en el campo de lo religioso y a considerar que el comportamiento moral no es resultado de un cierto tipo de razonamiento, sino del hábito de realizar actos agradables para los individuos y conducentes a una convivencia satisfactoria. También enuncia una teoría política en la que dice que es la utilidad de los hombres lo que explica la formación de las sociedades a partir de la célula familiar. Es un hombre que investigó en muchas ramas de las ciencias sociales, y sus ideales son muy parecidos a los de la sociedad actual. Fue un hombre que no tuvo miedo de decir lo que realmente pensaba, a pesar de que todos los demás iban a estar en su contra, pero al final el tiempo le dio la razón. Hume divide todas las percepciones, tanto las impresiones como las ideas, en simples y complejas, según puedan o no separarse o dividirse en partes. Cada idea tiene siempre una impresión simple correspondiente, y viceversa. Se pregunta si las impresiones se derivan de las ideas, o al contrario. Examinando el orden en que aparecen, encuentra evidente como regla general que las impresiones anteceden siempre a las ideas, y que todas las ideas simples proceden de sus correspondientes impresiones, esto es, las ideas son precedidas de otras percepciones mas vívidas, de las cuales se derivan y a las que representan, y este es el primer principio que Hume establece en su ciencia de la naturaleza humana: todo el conocimiento procede de la experiencia. Este primer principio representa el rechazo de las ideas innatas del racionalismo, a la vez que establece los límites del conocimiento humano. Después analiza las facultades que producen las ideas, distinguiendo dos: memoria e imaginación, diferenciadas por el grado de dependencia con respecto a las impresiones. La memoria se encuentra en el primer nivel, conservando las ideas simples en su orden y disposición correspondientes con las impresiones originarias. La imaginación, por el contrario, produce ideas desvinculadas directamente de las impresiones correspondientes, esto es, mientras que la memoria respeta el orden espacio-temporal de las impresiones, no sucede igual con la imaginación, y esto constituye el segundo principio de la naturaleza humana: La imaginación posee un poder creativo para mezclar las ideas, trastocando y alterando el orden de las cosas. Pero la imaginación opera siempre en virtud de principios generales de asociación, basados en “una especie de atracción, que tiene en el mundo mental efectos tan extraordinarios como en el natural”. Hume, concibe en la mente humana una especie de atracción o gravitación, que puede ser formulada en tres leyes: semejanza; contigüidad en el espacio y en el tiempo; y causaefecto. Uno de los propósitos centrales de Hume es criticar las teorías racionalistas de la moral, que concedían un predominio absoluto de la razón. Hume destaca el papel moral predominante de las pasiones. De esta manera, el conocimiento de la teoría de las pasiones de Hume y del concepto que él tiene de estas, es absolutamente necesario para alcanzar una comprensión adecuada de su ética. La disertación sobre las pasiones es importante para el estudio de la ética humana, en la misma medida y por las mismas razones que pueda serlo el libro II del Tratado de la Naturaleza Humana. Esta relevancia tiene una explicación básica: la tesis central de la ética de Hume, que aparece formulada en el libro II del Tratado, es que la razón está subordinada, en el plano práctico, a las pasiones. Esta relación no puede entenderse en absoluto si no conocemos previamente los conceptos de pasión y de razón sostenidos por Hume. De esta manera, los dos temas de los que se ocupará Hume serán la propia naturaleza y el funcionamiento de las pasiones y la relación que mantienen con la razón en el ámbito de la acción humana. El emotivismo moral se opone al intelectualismo moral. Esta teoría moral afirma que la condición necesaria y suficiente para la conducta moral es el conocimiento; por ejemplo, que para ser buenos es necesario y suficiente el conocimiento de la bondad. Esta teoría parece contraria a las ideas corrientes pues para la mayoría de las personas se puede ser malo sabiendo sin embargo qué es lo que se ha de hacer, cuál es nuestro deber. El emotivismo moral se acerca mucho más a la concepción corriente o de sentido común al desatacar la importancia de la esfera de los sentimientos y las emociones en la vida moral. Hume es su más importante defensor en la filosofía moderna. Hume presenta con claridad las tesis básicas del emotivismo moral y de su crítica al racionalismo moral: comienza planteando el problema: ¿cuáles son los principios generales de la moral?, ¿en qué medida la razón o el sentimiento entran en todas las decisiones de alabanza o censura?, e inmediatamente señala que la razón tiene una aportación notable en la alabanza moral: las cualidades o las acciones que alabamos son aquellas que guardan relación con la utilidad, con las consecuencias beneficiosas que traen consigo para la sociedad y para su poseedor. Señala también que, excepto casos sencillos y claros, es muy difícil dar con las leyes más justas, leyes que respeten los intereses contrapuestos de las personas y las peculiares circunstancias de cada acción. La razón puede ayudarnos a decidir cuáles son las consecuencias útiles o perniciosas de las cualidades y las acciones, y por lo tanto debe tener cierto papel en la experiencia moral. Sin embargo, Hume intentará mostrar que la razón es insuficiente. La moral descansa fundamentalmente en los sentimientos, esto porque Hume creerá que hay sentimientos morales, sentimientos que se despiertan en nosotros con ocasión de la percepción de ciertas acciones o cualidades de las personas. El sentimiento moral básico es el que denomina “humanidad”: sentimiento positivo por la felicidad del género humano, y resentimiento por su miseria. Llamamos acciones virtuosas a todas las acciones que despiertan en nosotros dicho sentimiento, y vicios a las que despiertan en nosotros el sentimiento negativo. Una de las dificultades de este punto de vista es que parece caer en el subjetivismo y relativismo moral. Hume intentó eliminar estas consecuencias subjetivistas o relativistas distinguiendo distintos tipos de sentimientos de agrado y desagrado y estableciendo ciertas condiciones necesarias para que sea correcto identificar el agrado con el sentimiento moral. Consideró también que todos los hombres tienen dichos sentimientos y que aparecen de la misma manera en todos, puesto que se encuentran en nuestra propia naturaleza. Al igual que se encuentran las pasiones, las cuales Hume las divide en dos, directas e indirectas. Las pasiones directas son aquellas que surgen inmediatamente de la experiencia del placer o del dolor (deseo, aversión, pena, alegría, esperanza, temor, desesperación y seguridad). Así, por ejemplo, el dolor de cabeza produce “pasiones directas”. Hay otra clase de pasiones directas que, más que consecuencia, son causantes (como una especie de impulso natural o instinto) de placer o de dolor. Por ejemplo, el deseo de castigar al enemigo, de buscar la felicidad de los amigos, así como también el hambre, la lujuria y otros “apetitos corporales. Las pasiones indirectas, en cambio, no proceden simplemente de los sentimientos de placer o de dolor, sino de “una doble relación de impresiones e ideas”. Una pasión indirecta es el resultado de que la causa y objeto de mis sentimientos de placer y displacer descansan sobre puras ideas de reflexión. Tradicionalmente, se afirma que la razón debe controlar las pasiones. Sólo así se es virtuoso. Sin embargo, la razón: 1) en cuanto se ocupa de las relaciones entre ideas, nunca es causa de una acción. 2) En cuanto se ocupa de cuestiones de hecho, ámbito de la probabilidad, tampoco puede producir acción alguna ni impedir la acción o volición; ni siquiera pugnar contra la pasión y vencerla. Una cosa nos produce placer o dolor, lo cual nos produce una emoción de atracción o aversión, que nos mueve a adquirirlo o rechazarlo. Pero es la pasión la que nos mueve realmente a razonar de un modo u otro, la que nos hace variar el razonamiento, y con éste, las propias acciones. La acción puede regirse de algún modo por la razón, pero no procede de ella, sino de la esperanza de obtener placer o de evitar el dolor. Por consiguiente, la razón actua sin producir ninguna emoción sensible. No obstante, hay emociones tranquilas (benevolencia, resentimiento, amor a la vida, cuidado de los niños, deseo del bien, aversión hacia el mal), que parecen muy cercanas a la razón. Sin embargo, esto es más una apariencia que una realidad. Las fuentes de la acción humana no son la razón, sino la propensión-aversión hacia el placer-dolor. La razón es un simple instrumento de la pasión. Parece un hecho que todos realizamos acciones, teniendo presentes los conceptos de bueno-malo, bien-mal... El problema radica en analizar sus bases. Hay quien coloca tal criterio en la razón. Otros, en los afectos y los sentimientos (virtuoso=amable y agradable; vicioso=odioso). La razón, sin embargo, no nos mueve a la acción, y el razonamiento moral tiene como meta la acción. Son, pues, las pasiones y los afectos el origen de la conducta. En efecto, la razón, en el caso de cuestiones de hecho, no mueve a la acción: el hecho físico de matar a alguien no es en sí y como tal virtuoso o vicioso, a no ser que apelemos a un sentimiento de aprobación o repulsa (pongamos por caso el asesinato, el homicidio involuntario o la ejecución tras sentencia judicial justa). La razón, en cuanto relaciones de ideas, tampoco es fuente de acción moral: equivaldría a decir que la moral es susceptible de demostración, a tenor de relaciones. Sin embargo, el incesto en animales y humanos es la misma relación, pero no lo tildamos en ambos casos de inmoral, siendo que la maldad debería residir en el hecho mismo. El criterio moral ha de consistir, pues, en sentimientos. “La moral se siente, más bien que se juzga”. La virtud suscita agrado; el vicio, desagrado. Ahora bien, placer y displacer en el campo moral son de una clase especial: se trata de un sentimiento de aprobacióndesaprobación hacia las acciones, las cualidades, los caracteres, y es desinteresado. Por consiguiente, virtud es “toda acción o cualidad mental que da al espectador el sentimiento placentero de la aprobación, y al vicio como lo contrario”. Un ejemplo de ello puede ser la virtud de la benevolencia y la generosidad, que parecen merecer universalmente aprobación, y la “buena voluntad” como lo “más alto que la naturaleza humana es capaz de alcanzar”. Por otro lado, es admitido por todos que con ellas se proporciona felicidad y satisfacción a la sociedad, es decir, su utilidad pública. No es que Hume afirme que la benevolencia es virtud sólo por su utilidad, pero sí que su aprobación moral se deriva, al menos en parte, de su utilidad. Aun admitiendo una benevolencia desinteresada, la utilidad, como causa de aprobación moral, no mira al sujeto de la acción solo, sino al interés de los demás, a la felicidad del grupo o de la sociedad. De esta forma, también nos puede resultar agradable el placer ajeno, lo públicamente “útil”. La naturaleza humana es el centro capital de las ciencias y es fundamental desarrollar una ciencia del hombre. Esto se ha de hacer aplicando el método experimental, el único fundamento sólido que podemos dar a esta ciencia, ha de radicar en la experiencia y la observación. La tesis de Hume se basa en la aplicación del método experimental, que con tanto éxito se ha aplicado en el campo de las ciencias naturales, al estudio del hombre. Debemos partir de datos empíricos y no de una pretendida intuición de la esencia de la mente humana, que es algo que se escapa a nuestra comprensión. Nuestro método debe ser inductivo, más que deductivo, y si los experimentos de este tipo son juiciosamente reunidos y comparados, podemos esperar establecer una ciencia, no inferior en certeza, aunque superior en utilidad a cualquier otra. Así pues la intención de Hume, es extender los métodos de la ciencia Newtoniana, tanto cuanto sea posible, a la misma naturaleza humana. En la investigación sobre el entendimiento humano, Hume, dice que la ciencia de la naturaleza humana puede tratarse de dos modos distintos. Habla igualmente de dos clases de filósofos: los que son claros y obvios y los exactos y complicados. La mayoría prefiere a los primeros, pero los segundos son necesarios para que los primeros posean algún fundamento seguro. En opinión de Hume, la creencia no hace sino variar la manera de que concebimos un objeto; sólo añade a nuestras ideas una fuerza y vivacidad adicional. Así una opinión o creencia puede definirse más exactamente como: Idea vivida puesta en relación o asociada con una impresión presente. Distingue entre creencia y fantasía y a las creencias les aplica términos como fuerza, vivacidad, solidez o firmeza, para distinguirlas de las fantasías. Admite que la educación tanto como las ideas pueden generar una creencia, y afirma que más de la mitad de las opiniones que prevalecen entre la humanidad son debidas a la educación y que los principios que de este modo se adoptan implícitamente, sobrepasan a los que se deben al razonamiento abstracto o a la experiencia. La educación es una causa artificial no natural. A la pregunta ¿De qué modo podemos distinguir entre creencias racionales e irracionales?, nos dice: que muchas creencias son fruto de la educación y algunas de ellas irracionales. El modo de desprendernos de ellas es recurrir a la experiencia, y si no resisten el contraste con la experiencia debemos deshacernos de ellas. Así deja a la educación en un segundo plano ante las causas naturales, constantes e invariables. Hume habla de la costumbre y la experiencia como si debieran dominar la vida humana. Para él hay ciertas creencias que si deben dominar la vida humana: La creencia en la existencia continua e independiente de los cuerpos, y la creencia de que algo que comienza a existir tiene una causa. El hombre es un ser racional y en cuanto tal recibe de la ciencia el alimento y la nutrición que le corresponde. Pero tan escaso es el alcance de la mente humana, que poca satisfacción puede esperarse en este punto, ni del grado de seguridad ni de la extensión de sus adquisiciones. El hombre es un ser sociable, no menos que un ser racional, pero tampoco puede siempre disfrutar de una compañía agradable y divertida o mantener la debida apetencia de ella. También el hombre es un ser activo y por esta disposición, así como por las diversas necesidades de la vida humana, ha de someterse a los negocios. Pero la mente requiere alguna relajación, ya que no puede soportar siempre la inclinación hacia la preocupación y la faena. La naturaleza ha establecido una vida mixta, como la más adecuada a la especie humana y secretamente ha ordenado a los hombres que no permitan que ninguna de sus predisposiciones les absorba demasiado, hasta el punto de hacerlos incapaces de otras preocupaciones y entretenimientos. "Entrégate a tu pasión por la ciencia, pero haz que tu ciencia sea humana y que tenga una referencia directa a la acción y a la sociedad. Prohibe el pensamiento abstracto y las investigaciones profundas, sé filósofo, pero por encima de toda tu filosofía, continúa siendo un hombre". La filosofía debe extenderse a toda la sociedad. El político adquiere mediante la filosofía, mayor capacidad de previsión y sutileza en la distribución y el equilibrio del poder; el abogado, mayor método y principios más depurados en sus razonamientos; el general, mayor regularidad en la disciplina y más precauciones en sus proyectos y operaciones. Incluso si no se pudiera alcanzar otra ventaja que la satisfacción de una curiosidad inocente, aún así, no se deberían despreciar estos estudios, al tratarse de una vía de acceso y uno de los pocos placeres seguros e inocuos que han sido concedidos a la raza humana. Aunque estos estudios puedan parecer penosos, ocurre con algunas mentes como con algunos cuerpos, que estando dotados de una salud vigorosa y robusta, requieren un ejercicio intenso y encuentran placer en lo que para la mayoría de la humanidad resultaría pesado. Podemos decir, que el éxito de la filosofía natural, al método experimental, Hume estaba convencido de que tal investigación empírica podía y debía ser empleada en otros dominios de la investigación filosófica. Para Hume, este método prueba que nada está presente a la mente excepto sus propias percepciones, las cuales son o bien impresiones sensibles, o bien ideas basadas en tales impresiones; de aquí que todo conocimiento consista en juicios acerca cosas de hecho, o de relaciones entre ideas. Es, por lo tanto, una tesis central de la comprensión que Hume tenía del método experimental que el conocimiento factual solamente surge a partir de datos suministrados por los sentidos, y que su utilidad se extiende por medio de inferencias basadas en la creencia de la relación de causalidad. Para Hume, la idea de causalidad tiene su raíz en la creencia, la cual es una idea asociada a una impresión presente. Tomada débilmente, esta tesis de que el conocimiento factual es conocimiento sensorial habría sido aceptable para muchos científicos y filósofos de la era newtoniana, pero, en rigor, constituía un punto de vista radicalmente distinto de su pensamiento, y del pensamiento de sus predecesores. La divergencia más sorprendente e innovadora de Hume, sin embargo, tenía que ver con la visión tradicional de la causalidad. Según esta concepción, existe una conexión necesaria entre una causa A y su efecto B. El conocimiento de hecho de esta relación implica la unión constante en el tiempo y en el espacio de eventos como A y B, proporcionados por los sentidos, así como la conexión real y necesaria, aportada por la razón, entre ese tipo de eventos. Hume ataca la idea de tales conexiones necesarias, y argumenta que la visión tradicional confunde un hábito mental con la supuesta relación real: la expectativa, pues estamos acostumbrados a ver que el evento pasado B siempre sigue al evento A, y así llamamos A la "causa metafísica" de B. Ciertos resultados de la investigación de Hume en filosofía moral por medio de su método empírico de investigación están como anticipados por su explicación de la causalidad. En ellos se sugiere que se comparen y contrasten las explicaciones causales de Hume de los temas éticos, con los datos empíricos. Primero, existe una semejanza general entre las afirmaciones de tipo moral (por ejemplo, "ayudar al herido es bueno") y las afirmaciones científicas (por ejemplo, "el ácido causa que el papel tornasol se vuelva rojo"). Ambas afirmaciones tienen que ver con cuestiones de hecho, y como todos los demás juicios de hecho son solamente contingentemente verdaderos, no necesariamente verdaderos. Además, las cuestiones de hecho en las tesis científicas descansan en el objeto, mientras que las cuestiones de hecho de los juicios morales descansan en los sentimientos humanos, o en la naturaleza humana. Seguidamente, Hume sostiene que debe hacerse una distinción. La justificación de un enunciado causal está basada en la conjunción de dos clases de eventos de experiencia, que pueden ser considerados externos. Pero la base de una afirmación moral es la experiencia conjunta, no de dos eventos externos, sino de un evento externo de conducta y un evento mental interno. Más concretamente, un evento consiste de acciones voluntarias, mientras que el otro de sentimiento de aprobación o de rechazo. Finalmente, Hume sugiere una posible comparación: así como estamos psicológicamente predispuestos para atribuir necesidad causal a la constante conjunción de dos clases de eventos empíricos, estamos también psicológicamente predispuestos a atribuir calidad o propiedad moral a una acción externa que constantemente se une con nuestros sentimientos de aprobación o desaprobación. El propio Hume reconoce que si él fracasa en establecer que nuestros sentimientos de aprobación o desaprobación son más que respuestas idiosincrásicas, no puede existir una moral que sea objetiva y pública. El cree, sin embargo, que al abandonar la razón por el sentimiento ha evitado el relativismo radical o el mero subjetivismo. Dado que las personas tienen la misma naturaleza, dice Hume, sus respuestas morales serán, en su mayor parte, semejantes. Por supuesto, no está diciendo que todas las personas estarán de acuerdo sobre el valor moral de cada acción particular. Más bien, está subrayando el hecho de que si las personas conocen los mismos hechos, tenderán a responder de igual manera. Así, por ejemplo, en circunstancias normales, la gente cree que el sol se levanta en el este y se pone en el oeste, porque su naturaleza común está expuesta a los mismos hechos. De igual manera, son semejantes en sus naturalezas cognitivas y pasionales, de manera que cuando dos personas comprenden el mismo conjunto de datos y las consecuencias que le acompañan, tenderán a emitir el mismo juicio moral. En suma, Hume confía bastante en la observación de que los desacuerdos éticos generalmente proceden no de diferencias en nuestras naturalezas, sino de la falta de comprensión de las circunstancias que rodean un hecho dado, o de un análisis incompleto de las consecuencias que se derivan del mismo. Hume insiste, además, en que el estudio de las valoraciones morales de un individuo revela que los actos socialmente útiles son aprobados, mientras que los que son perjudiciales para la sociedad son desaprobados. Y a partir de esto argumenta que, dado que generalmente juzgamos los actos por su conformidad con la utilidad social, más que por las preferencias personales inmediatas, existe una fuerte probabilidad de que la imparcialidad prevalecerá cuando emitamos juicios morales. Algunos críticos han objetado que las tesis empíricas de Hume acerca de la utilidad social no pueden proporcionar una base adecuada para nuestras obligaciones morales. Una línea de crítica, por ejemplo, comienza con la observación de que el concepto de justicia debe ser parte integral de cualquier teoría moral. La característica principal de ese concepto consiste en una obligación de actuar en conformidad con un conjunto inflexible de reglas; no parece incluir, sin embargo, la idea de promover la utilidad social. Hume no niega que un caso específico de injusticia pueda ser más beneficioso para la sociedad que su correspondiente caso de justicia. Pero, después de reflexionar, vemos que tales casos no son realmente excepciones. Al volvernos conscientes de lo complicado de las circunstancias y de las consecuencias sin fin de nuestras acciones, descubrimos que solamente apegándonos a la regla de la justicia podemos servir a la humanidad. 1. No queda claro cuál es el problema u objetivo que te propones en este trabajo. 2. No citas, no hay argumentos precisos en torno a un aspecto específico de la Filosofía de Hume. Más bien, parece una recopilación general de los puntos principales de su filosofía, pero sin detallar ni ahondar en ninguno.