DAVID HUME: TRATADO DE LA NATURALEZ HUMANA

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DAVID HUME: TRATADO DE LA NATURALEZ HUMANA
HERNÁNDEZ MARTÍNEZ PAOLA
Semestre 2010-2
Textos filosóficos 6
DAVID HUME: TRATADO DE LA NATURALEZA HUMANA
David Hume fue un pensador profundo y coherente desde su primera obra magna en tres
volúmenes titulada Tratado sobre la naturaleza humana. En filosofía pura, fue el
exponente más radical del empirismo inglés (continuando la labor de Locke y Berkeley).
Frente a los excesos del racionalismo, alertó de los límites de la razón para prevenirnos
tanto de una metafísica abstracta plagada de sustancias que nada tenía que ver con los
hechos, como de un conocimiento de esos mismos hechos engañosamente seguro de sí
mismo. Sus advertencias despertaron a Kant de su "sueño dogmático" e hizo moderarse,
a partir de entonces, al racionalismo exagerado continental.
Hume empieza haciendo una introducción, para luego enunciar el principio de
inmanencia, en el que separa todas las percepciones de la mente en dos clases,
impresiones e ideas. Para él las impresiones son los fenómenos psíquicos actuales, las
vivencias del presente, son intensos; y las ideas o pensamientos son fenómenos
psíquicos reproducidos, son menos intensos, poseen un carácter difuso. El orden en que
se producen estas percepciones es, tenemos una impresión de sensación, que produce
una idea de sensación, luego aparece la impresión de reflexión que produce nuevas ideas
y nuevas impresiones de reflexión, así hasta el infinito. Al igual que Locke, Hume
establece una distinción paralela entre ideas simples (provenientes de la impresión) e
ideas complejas (generalizaciones). De cualquier forma, toda idea compleja puede
reducirse a ideas simples, por ello, el conocimiento proviene siempre de las impresiones.
Luego explica el principio empirista: aunque nuestro pensamiento parece poseer una
libertad ilimitada, en realidad está reducido a límites muy estrechos, ya que todos los
materiales del pensar se derivan de nuestra percepción interna o externa, por lo tanto la
razón no puede engendrar nunca por sí sola una idea original. Seguidamente expone el
principio de copia, en el que dice que todas nuestras ideas no son sino copias de nuestras
impresiones, es decir, que no es imposible pensar algo que no hemos sentido
previamente con nuestros sentidos internos o externos. También niega las ideas innatas,
diciendo que si innato significa simultáneo a nuestro nacimiento y por lo tanto es original y
no copiado, entonces no hay ideas innatas. Critica la idea de Dios, y utiliza ejemplos, del
ciego con los colores y el sordo con los sonidos, para explicar la importancia de la
experiencia. Hume pone un ejemplo, en una escala de diferentes tonos de azul falta un
tono, él dice que es posible imaginarlo y este ejemplo sirve porque las ideas simples no
siempre se derivan de impresiones correspondientes, sin embargo Hume considera este
caso excepcional y según él no merece alterar el principio de copia por su causa.
Hume critica a la metafísica, porque las ideas abstractas son oscuras y débiles, tienden a
confundirse con otras ideas semejantes. Y explica que si sospechamos que un término
filosófico se emplea sin idea alguna, no hay más que preguntarse de qué impresión se
deriva la supuesta idea, y si es imposible asignarle alguna, confirmaríamos nuestra
sospecha.
Su escepticismo le llevó a rechazar cualquier argumentación racional en el campo de lo
religioso y a considerar que el comportamiento moral no es resultado de un cierto tipo de
razonamiento, sino del hábito de realizar actos agradables para los individuos y
conducentes a una convivencia satisfactoria. También enuncia una teoría política en la
que dice que es la utilidad de los hombres lo que explica la formación de las sociedades a
partir de la célula familiar. Es un hombre que investigó en muchas ramas de las ciencias
sociales, y sus ideales son muy parecidos a los de la sociedad actual. Fue un hombre que
no tuvo miedo de decir lo que realmente pensaba, a pesar de que todos los demás iban a
estar en su contra, pero al final el tiempo le dio la razón.
Hume divide todas las percepciones, tanto las impresiones como las ideas, en simples y
complejas, según puedan o no separarse o dividirse en partes. Cada idea tiene siempre
una impresión simple correspondiente, y viceversa. Se pregunta si las impresiones se
derivan de las ideas, o al contrario. Examinando el orden en que aparecen, encuentra
evidente como regla general que las impresiones anteceden siempre a las ideas, y que
todas las ideas simples proceden de sus correspondientes impresiones, esto es, las ideas
son precedidas de otras percepciones mas vívidas, de las cuales se derivan y a las que
representan, y este es el primer principio que Hume establece en su ciencia de la
naturaleza humana: todo el conocimiento procede de la experiencia. Este primer principio
representa el rechazo de las ideas innatas del racionalismo, a la vez que establece los
límites del conocimiento humano.
Después analiza las facultades que producen las ideas, distinguiendo dos: memoria e
imaginación, diferenciadas por el grado de dependencia con respecto a las impresiones.
La memoria se encuentra en el primer nivel, conservando las ideas simples en su orden y
disposición correspondientes con las impresiones originarias. La imaginación, por el
contrario,
produce
ideas
desvinculadas
directamente
de
las
impresiones
correspondientes, esto es, mientras que la memoria respeta el orden espacio-temporal de
las impresiones, no sucede igual con la imaginación, y esto constituye el segundo
principio de la naturaleza humana: La imaginación posee un poder creativo para mezclar
las ideas, trastocando y alterando el orden de las cosas. Pero la imaginación opera
siempre en virtud de principios generales de asociación, basados en “una especie de
atracción, que tiene en el mundo mental efectos tan extraordinarios como en el natural”.
Hume, concibe en la mente humana una especie de atracción o gravitación, que puede
ser formulada en tres leyes: semejanza; contigüidad en el espacio y en el tiempo; y causaefecto.
Uno de los propósitos centrales de Hume es criticar las teorías racionalistas de la moral,
que concedían un predominio absoluto de la razón. Hume destaca el papel moral
predominante de las pasiones. De esta manera, el conocimiento de la teoría de las
pasiones de Hume y del concepto que él tiene de estas, es absolutamente necesario para
alcanzar una comprensión adecuada de su ética.
La disertación sobre las pasiones es importante para el estudio de la ética humana, en la
misma medida y por las mismas razones que pueda serlo el libro II del Tratado de la
Naturaleza Humana. Esta relevancia tiene una explicación básica: la tesis central de la
ética de Hume, que aparece formulada en el libro II del Tratado, es que la razón está
subordinada, en el plano práctico, a las pasiones. Esta relación no puede entenderse en
absoluto si no conocemos previamente los conceptos de pasión y de razón sostenidos por
Hume. De esta manera, los dos temas de los que se ocupará Hume serán la propia
naturaleza y el funcionamiento de las pasiones y la relación que mantienen con la razón
en el ámbito de la acción humana.
El emotivismo moral se opone al intelectualismo moral. Esta teoría moral afirma que la
condición necesaria y suficiente para la conducta moral es el conocimiento; por ejemplo,
que para ser buenos es necesario y suficiente el conocimiento de la bondad. Esta teoría
parece contraria a las ideas corrientes pues para la mayoría de las personas se puede ser
malo sabiendo sin embargo qué es lo que se ha de hacer, cuál es nuestro deber. El
emotivismo moral se acerca mucho más a la concepción corriente o de sentido común al
desatacar la importancia de la esfera de los sentimientos y las emociones en la vida moral.
Hume es su más importante defensor en la filosofía moderna.
Hume presenta con claridad las tesis básicas del emotivismo moral y de su crítica al
racionalismo moral: comienza planteando el problema: ¿cuáles son los principios
generales de la moral?, ¿en qué medida la razón o el sentimiento entran en todas las
decisiones de alabanza o censura?, e inmediatamente señala que la razón tiene una
aportación notable en la alabanza moral: las cualidades o las acciones que alabamos son
aquellas que guardan relación con la utilidad, con las consecuencias beneficiosas que
traen consigo para la sociedad y para su poseedor. Señala también que, excepto casos
sencillos y claros, es muy difícil dar con las leyes más justas, leyes que respeten los
intereses contrapuestos de las personas y las peculiares circunstancias de cada acción.
La razón puede ayudarnos a decidir cuáles son las consecuencias útiles o perniciosas de
las cualidades y las acciones, y por lo tanto debe tener cierto papel en la experiencia moral.
Sin embargo, Hume intentará mostrar que la razón es insuficiente.
La moral descansa fundamentalmente en los sentimientos, esto porque Hume creerá que
hay sentimientos morales, sentimientos que se despiertan en nosotros con ocasión de la
percepción de ciertas acciones o cualidades de las personas. El sentimiento moral básico
es el que denomina “humanidad”: sentimiento positivo por la felicidad del género humano,
y resentimiento por su miseria. Llamamos acciones virtuosas a todas las acciones que
despiertan en nosotros dicho sentimiento, y vicios a las que despiertan en nosotros el
sentimiento negativo.
Una de las dificultades de este punto de vista es que parece caer en el subjetivismo y
relativismo moral. Hume intentó eliminar estas consecuencias subjetivistas o relativistas
distinguiendo distintos tipos de sentimientos de agrado y desagrado y estableciendo
ciertas condiciones necesarias para que sea correcto identificar el agrado con el
sentimiento moral. Consideró también que todos los hombres tienen dichos sentimientos
y que aparecen de la misma manera en todos, puesto que se encuentran en nuestra
propia naturaleza. Al igual que se encuentran las pasiones, las cuales Hume las divide en
dos, directas e indirectas.
Las pasiones directas son aquellas que surgen inmediatamente de la experiencia del
placer o del dolor (deseo, aversión, pena, alegría, esperanza, temor, desesperación y
seguridad). Así, por ejemplo, el dolor de cabeza produce “pasiones directas”. Hay otra
clase de pasiones directas que, más que consecuencia, son causantes (como una
especie de impulso natural o instinto) de placer o de dolor. Por ejemplo, el deseo de
castigar al enemigo, de buscar la felicidad de los amigos, así como también el hambre, la
lujuria y otros “apetitos corporales.
Las pasiones indirectas, en cambio, no proceden simplemente de los sentimientos de
placer o de dolor, sino de “una doble relación de impresiones e ideas”. Una pasión
indirecta es el resultado de que la causa y objeto de mis sentimientos de placer y
displacer descansan sobre puras ideas de reflexión.
Tradicionalmente, se afirma que la razón debe controlar las pasiones. Sólo así se es
virtuoso. Sin embargo, la razón:
1) en cuanto se ocupa de las relaciones entre ideas, nunca es causa de una acción.
2) En cuanto se ocupa de cuestiones de hecho, ámbito de la probabilidad, tampoco
puede producir acción alguna ni impedir la acción o volición; ni siquiera pugnar contra la
pasión y vencerla.
Una cosa nos produce placer o dolor, lo cual nos produce una emoción de atracción o
aversión, que nos mueve a adquirirlo o rechazarlo. Pero es la pasión la que nos mueve
realmente a razonar de un modo u otro, la que nos hace variar el razonamiento, y con
éste, las propias acciones. La acción puede regirse de algún modo por la razón, pero no
procede de ella, sino de la esperanza de obtener placer o de evitar el dolor.
Por consiguiente, la razón actua sin producir ninguna emoción sensible. No obstante, hay
emociones tranquilas (benevolencia, resentimiento, amor a la vida, cuidado de los niños,
deseo del bien, aversión hacia el mal), que parecen muy cercanas a la razón. Sin
embargo, esto es más una apariencia que una realidad.
Las fuentes de la acción humana no son la razón, sino la propensión-aversión hacia el
placer-dolor. La razón es un simple instrumento de la pasión.
Parece un hecho que todos realizamos acciones, teniendo presentes los conceptos de
bueno-malo, bien-mal... El problema radica en analizar sus bases. Hay quien coloca tal
criterio en la razón. Otros, en los afectos y los sentimientos (virtuoso=amable y agradable;
vicioso=odioso).
La razón, sin embargo, no nos mueve a la acción, y el razonamiento moral tiene como
meta la acción. Son, pues, las pasiones y los afectos el origen de la conducta.
En efecto, la razón, en el caso de cuestiones de hecho, no mueve a la acción: el hecho
físico de matar a alguien no es en sí y como tal virtuoso o vicioso, a no ser que apelemos
a un sentimiento de aprobación o repulsa (pongamos por caso el asesinato, el homicidio
involuntario o la ejecución tras sentencia judicial justa).
La razón, en cuanto relaciones de ideas, tampoco es fuente de acción moral: equivaldría a
decir que la moral es susceptible de demostración, a tenor de relaciones. Sin embargo, el
incesto en animales y humanos es la misma relación, pero no lo tildamos en ambos casos
de inmoral, siendo que la maldad debería residir en el hecho mismo.
El criterio moral ha de consistir, pues, en sentimientos. “La moral se siente, más bien que
se juzga”. La virtud suscita agrado; el vicio, desagrado. Ahora bien, placer y displacer en
el campo moral son de una clase especial: se trata de un sentimiento de aprobacióndesaprobación hacia las acciones, las cualidades, los caracteres, y es desinteresado. Por
consiguiente, virtud es “toda acción o cualidad mental que da al espectador el sentimiento
placentero de la aprobación, y al vicio como lo contrario”.
Un ejemplo de ello puede ser la virtud de la benevolencia y la generosidad, que parecen
merecer universalmente aprobación, y la “buena voluntad” como lo “más alto que la
naturaleza humana es capaz de alcanzar”. Por otro lado, es admitido por todos que con
ellas se proporciona felicidad y satisfacción a la sociedad, es decir, su utilidad pública.
No es que Hume afirme que la benevolencia es virtud sólo por su utilidad, pero sí que su
aprobación moral se deriva, al menos en parte, de su utilidad. Aun admitiendo una
benevolencia desinteresada, la utilidad, como causa de aprobación moral, no mira al
sujeto de la acción solo, sino al interés de los demás, a la felicidad del grupo o de la
sociedad. De esta forma, también nos puede resultar agradable el placer ajeno, lo
públicamente “útil”.
La naturaleza humana es el centro capital de las ciencias y es fundamental desarrollar
una ciencia del hombre. Esto se ha de hacer aplicando el método experimental, el único
fundamento sólido que podemos dar a esta ciencia, ha de radicar en la experiencia y la
observación.
La tesis de Hume se basa en la aplicación del método experimental, que con tanto éxito
se ha aplicado en el campo de las ciencias naturales, al estudio del hombre. Debemos
partir de datos empíricos y no de una pretendida intuición de la esencia de la mente
humana, que es algo que se escapa a nuestra comprensión. Nuestro método debe ser
inductivo, más que deductivo, y si los experimentos de este tipo son juiciosamente
reunidos y comparados, podemos esperar establecer una ciencia, no inferior en certeza,
aunque superior en utilidad a cualquier otra. Así pues la intención de Hume, es extender
los métodos de la ciencia Newtoniana, tanto cuanto sea posible, a la misma naturaleza
humana.
En la investigación sobre el entendimiento humano, Hume, dice que la ciencia de la
naturaleza humana puede tratarse de dos modos distintos. Habla igualmente de dos
clases de filósofos: los que son claros y obvios y los exactos y complicados. La mayoría
prefiere a los primeros, pero los segundos son necesarios para que los primeros posean
algún fundamento seguro.
En opinión de Hume, la creencia no hace sino variar la manera de que concebimos un
objeto; sólo añade a nuestras ideas una fuerza y vivacidad adicional. Así una opinión o
creencia puede definirse más exactamente como: Idea vivida puesta en relación o
asociada con una impresión presente. Distingue entre creencia y fantasía y a las
creencias les aplica términos como fuerza, vivacidad, solidez o firmeza, para distinguirlas
de las fantasías.
Admite que la educación tanto como las ideas pueden generar una creencia, y afirma que
más de la mitad de las opiniones que prevalecen entre la humanidad son debidas a la
educación y que los principios que de este modo se adoptan implícitamente, sobrepasan
a los que se deben al razonamiento abstracto o a la experiencia. La educación es una
causa artificial no natural. A la pregunta ¿De qué modo podemos distinguir entre
creencias racionales e irracionales?, nos dice: que muchas creencias son fruto de la
educación y algunas de ellas irracionales.
El modo de desprendernos de ellas es recurrir a la experiencia, y si no resisten el
contraste con la experiencia debemos deshacernos de ellas. Así deja a la educación en
un segundo plano ante las causas naturales, constantes e invariables. Hume habla de la
costumbre y la experiencia como si debieran dominar la vida humana. Para él hay ciertas
creencias que si deben dominar la vida humana: La creencia en la existencia continua e
independiente de los cuerpos, y la creencia de que algo que comienza a existir tiene una
causa.
El hombre es un ser racional y en cuanto tal recibe de la ciencia el alimento y la nutrición
que le corresponde. Pero tan escaso es el alcance de la mente humana, que poca
satisfacción puede esperarse en este punto, ni del grado de seguridad ni de la extensión
de sus adquisiciones. El hombre es un ser sociable, no menos que un ser racional, pero
tampoco puede siempre disfrutar de una compañía agradable y divertida o mantener la
debida apetencia de ella. También el hombre es un ser activo y por esta disposición, así
como por las diversas necesidades de la vida humana, ha de someterse a los negocios.
Pero la mente requiere alguna relajación, ya que no puede soportar siempre la inclinación
hacia la preocupación y la faena. La naturaleza ha establecido una vida mixta, como la
más adecuada a la especie humana y secretamente ha ordenado a los hombres que no
permitan que ninguna de sus predisposiciones les absorba demasiado, hasta el punto de
hacerlos incapaces de otras preocupaciones y entretenimientos. "Entrégate a tu pasión
por la ciencia, pero haz que tu ciencia sea humana y que tenga una referencia directa a la
acción y a la sociedad. Prohibe el pensamiento abstracto y las investigaciones profundas,
sé filósofo, pero por encima de toda tu filosofía, continúa siendo un hombre".
La filosofía debe extenderse a toda la sociedad. El político adquiere mediante la filosofía,
mayor capacidad de previsión y sutileza en la distribución y el equilibrio del poder; el
abogado, mayor método y principios más depurados en sus razonamientos; el general,
mayor regularidad en la disciplina y más precauciones en sus proyectos y operaciones.
Incluso si no se pudiera alcanzar otra ventaja que la satisfacción de una curiosidad
inocente, aún así, no se deberían despreciar estos estudios, al tratarse de una vía de
acceso y uno de los pocos placeres seguros e inocuos que han sido concedidos a la raza
humana. Aunque estos estudios puedan parecer penosos, ocurre con algunas mentes
como con algunos cuerpos, que estando dotados de una salud vigorosa y robusta,
requieren un ejercicio intenso y encuentran placer en lo que para la mayoría de la
humanidad resultaría pesado.
Podemos decir, que el éxito de la filosofía natural, al método experimental, Hume estaba
convencido de que tal investigación empírica podía y debía ser empleada en otros
dominios de la investigación filosófica. Para Hume, este método prueba que nada está
presente a la mente excepto sus propias percepciones, las cuales son o bien impresiones
sensibles, o bien ideas basadas en tales impresiones; de aquí que todo conocimiento
consista en juicios acerca cosas de hecho, o de relaciones entre ideas. Es, por lo tanto,
una tesis central de la comprensión que Hume tenía del método experimental que el
conocimiento factual solamente surge a partir de datos suministrados por los sentidos, y
que su utilidad se extiende por medio de inferencias basadas en la creencia de la relación
de causalidad. Para Hume, la idea de causalidad tiene su raíz en la creencia, la cual es
una idea asociada a una impresión presente. Tomada débilmente, esta tesis de que el
conocimiento factual es conocimiento sensorial habría sido aceptable para muchos
científicos y filósofos de la era newtoniana, pero, en rigor, constituía un punto de vista
radicalmente distinto de su pensamiento, y del pensamiento de sus predecesores.
La divergencia más sorprendente e innovadora de Hume, sin embargo, tenía que ver con
la visión tradicional de la causalidad. Según esta concepción, existe una conexión
necesaria entre una causa A y su efecto B. El conocimiento de hecho de esta relación
implica la unión constante en el tiempo y en el espacio de eventos como A y B,
proporcionados por los sentidos, así como la conexión real y necesaria, aportada por la
razón, entre ese tipo de eventos. Hume ataca la idea de tales conexiones necesarias, y
argumenta que la visión tradicional confunde un hábito mental con la supuesta relación
real: la expectativa, pues estamos acostumbrados a ver que el evento pasado B siempre
sigue al evento A, y así llamamos A la "causa metafísica" de B.
Ciertos resultados de la investigación de Hume en filosofía moral por medio de su método
empírico de investigación están como anticipados por su explicación de la causalidad. En
ellos se sugiere que se comparen y contrasten las explicaciones causales de Hume de los
temas éticos, con los datos empíricos. Primero, existe una semejanza general entre las
afirmaciones de tipo moral (por ejemplo, "ayudar al herido es bueno") y las afirmaciones
científicas (por ejemplo, "el ácido causa que el papel tornasol se vuelva rojo"). Ambas
afirmaciones tienen que ver con cuestiones de hecho, y como todos los demás juicios de
hecho son solamente contingentemente verdaderos, no necesariamente verdaderos.
Además, las cuestiones de hecho en las tesis científicas descansan en el objeto, mientras
que las cuestiones de hecho de los juicios morales descansan en los sentimientos
humanos, o en la naturaleza humana. Seguidamente, Hume sostiene que debe hacerse
una distinción. La justificación de un enunciado causal está basada en la conjunción de
dos clases de eventos de experiencia, que pueden ser considerados externos. Pero la
base de una afirmación moral es la experiencia conjunta, no de dos eventos externos,
sino de un evento externo de conducta y un evento mental interno. Más concretamente,
un evento consiste de acciones voluntarias, mientras que el otro de sentimiento de
aprobación o de rechazo. Finalmente, Hume sugiere una posible comparación: así como
estamos psicológicamente predispuestos para atribuir necesidad causal a la constante
conjunción de dos clases de eventos empíricos, estamos también psicológicamente
predispuestos a atribuir calidad o propiedad moral a una acción externa que
constantemente se une con nuestros sentimientos de aprobación o desaprobación.
El propio Hume reconoce que si él fracasa en establecer que nuestros sentimientos de
aprobación o desaprobación son más que respuestas idiosincrásicas, no puede existir una
moral que sea objetiva y pública. El cree, sin embargo, que al abandonar la razón por el
sentimiento ha evitado el relativismo radical o el mero subjetivismo. Dado que las
personas tienen la misma naturaleza, dice Hume, sus respuestas morales serán, en su
mayor parte, semejantes. Por supuesto, no está diciendo que todas las personas estarán
de acuerdo sobre el valor moral de cada acción particular. Más bien, está subrayando el
hecho de que si las personas conocen los mismos hechos, tenderán a responder de igual
manera. Así, por ejemplo, en circunstancias normales, la gente cree que el sol se levanta
en el este y se pone en el oeste, porque su naturaleza común está expuesta a los mismos
hechos. De igual manera, son semejantes en sus naturalezas cognitivas y pasionales, de
manera que cuando dos personas comprenden el mismo conjunto de datos y las
consecuencias que le acompañan, tenderán a emitir el mismo juicio moral.
En suma, Hume confía bastante en la observación de que los desacuerdos éticos
generalmente proceden no de diferencias en nuestras naturalezas, sino de la falta de
comprensión de las circunstancias que rodean un hecho dado, o de un análisis incompleto
de las consecuencias que se derivan del mismo.
Hume insiste, además, en que el estudio de las valoraciones morales de un individuo
revela que los actos socialmente útiles son aprobados, mientras que los que son
perjudiciales para la sociedad son desaprobados. Y a partir de esto argumenta que, dado
que generalmente juzgamos los actos por su conformidad con la utilidad social, más que
por las preferencias personales inmediatas, existe una fuerte probabilidad de que la
imparcialidad prevalecerá cuando emitamos juicios morales.
Algunos críticos han objetado que las tesis empíricas de Hume acerca de la utilidad social
no pueden proporcionar una base adecuada para nuestras obligaciones morales. Una
línea de crítica, por ejemplo, comienza con la observación de que el concepto de justicia
debe ser parte integral de cualquier teoría moral. La característica principal de ese
concepto consiste en una obligación de actuar en conformidad con un conjunto inflexible
de reglas; no parece incluir, sin embargo, la idea de promover la utilidad social.
Hume no niega que un caso específico de injusticia pueda ser más beneficioso para la
sociedad que su correspondiente caso de justicia. Pero, después de reflexionar, vemos
que tales casos no son realmente excepciones. Al volvernos conscientes de lo complicado
de las circunstancias y de las consecuencias sin fin de nuestras acciones, descubrimos
que solamente apegándonos a la regla de la justicia podemos servir a la humanidad.
1. No queda claro cuál es el problema u objetivo que te propones en este trabajo.
2. No citas, no hay argumentos precisos en torno a un aspecto específico de la
Filosofía de Hume. Más bien, parece una recopilación general de los puntos
principales de su filosofía, pero sin detallar ni ahondar en ninguno.
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