LA DUDOSA COMPETENCIA EXCLUSIVA DE LA

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Diario LA LEY nº 6810
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AÑO XXVIII. Número 6810. Martes, 30 de octubre de 2007
DOCTRINA
LA DUDOSA COMPETENCIA EXCLUSIVA DE LA GENERALITAT DE
CATALUNYA PARA PROMOVER CONSULTAS POPULARES
Por JOSEP LÓPEZ DE LERMA I LÓPEZ
Profesor de Derecho Constitucional de la Universidad Internacional de Cataluña. Socio de Roca Junyent.
El autor focaliza su análisis en los arts. 4 y 29 del nuevo Estatuto de Autonomía, derecho y práctica
de la competencia de convocar consultas populares, a la luz de la Constitución y llega a la
conclusión de que nos hallamos ante una cualidad jurídico-constitucional de rango inferior al
referéndum que sólo el legislador ordinario puede crear a partir de forzar la literalidad del art.
149.1.32.ª CE y que, en cualquier caso, no puede calificarse de competencia exclusiva, como hace
el Estatuto, pues, entre otras cosas, su autorización final siempre recaerá en la voluntad del
Consejo de Ministros, abriéndose así serias dudas sobre su constitucionalidad
I. INTRODUCCIÓN
El Estatuto de Autonomía de Cataluña, Ley Orgánica 6/2006, de 19 de julio, recoge en Preámbulo que «el
Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido
Cataluña como una nación de manera ampliamente mayoritaria». Sin embargo, acto seguido, afirma que
«la Constitución española, en su art. segundo, reconoce la realidad nacional de Cataluña como
nacionalidad» y en su Título Preliminar, concretamente en el art. 1, reitera que Cataluña es una
«nacionalidad» que se constituye en «Comunidad Autónoma» de conformidad con las previsiones
constitucionales hoy vigentes.
Lo precedente no fue pacífico ni en el Parlament de Cataluña, cuando se procedió a una reforma total del
Estatuto de 1979, ni en las Cortes Generales, donde se pactó el texto que hoy es ley orgánica, porque en
la primera de las sedes parlamentarias se convino, por una mayoría muy cualificada, que el calificativo de
«nación» respecto de Cataluña se encuadraba en la parte dispositiva del futuro Estatuto con la carga
añadida, en los debates, de que toda nación tiene derecho a la autodeterminación, lo cual, en el lenguaje
de algunos de los grupos políticos presentes en la Cámara, conllevaba el potencial atributo de convocar un
referéndum sobre si Cataluña debía o no debía seguir formando parte e integrando España y que ese
referéndum fuera convocado por la propia Generalidad y no por el Estado.
En la segunda de las sedes parlamentarias, muy concretamente en el Congreso de los Diputados y en su
Comisión Constitucional, una mayoría del Parlament y otra mayoría de la Cámara, acordaron trasladar el
calificativo de nación al Preámbulo, en la forma transcrita, y reseguir el texto de 1979 en cuanto a
proclamar Cataluña como nacionalidad y hacer uso del principio dispositivo inherente al art. 2 de la
Constitución Española al objeto de convertirla en Comunidad Autónoma de acuerdo con las previsiones de
nuestra ley primera.
Con todo, el iter parlamentario, luego sujeto a referéndum de los ciudadanos de Cataluña, introdujo, como
novedades estatutarias respecto del texto que se iba a derogar, el derecho de los catalanes a promover la
convocatoria de consultas populares por la Generalidad y por los Ayuntamientos y el reconocimiento hacia
la Generalidad como «competencia exclusiva» de cualquier instrumento o medio de consulta popular en el
ámbito de sus competencias. Vamos a examinarlo.
II. DEL «DERECHO» A LA CONSULTA
El art. 4 del nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña, inserto en su Título Preliminar, se inspira, sin duda,
en algo que está en la agenda política catalana de estos últimos años: la participación ciudadana. Más que
agenda, discurso político generalizado no refrendado de hecho por la participación en las urnas, pues es
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de las más bajas de España, como sabido es. Y así, en esta disposición, titulada «Derechos y principios
rectores», se dan distintos planos que intentan converger en el derecho de la ciudadanía a decir la suya en
la vida política de la Comunidad Autónoma, convertido en principio rector de las políticas de la Generalitat
por el mismo Estatuto.
Parte, este artículo, de un preciso encargo a los «poderes públicos de Cataluña», expresión ambigua que
va más allá de la Generalidad y de su ámbito institucional-competencial, de promover «el pleno ejercicio
de las libertades y los derechos que reconocen este Estatuto, la Constitución, la Unión Europea, la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, el Convenio Europeo para la Protección de los
Derechos Humanos y los otros tratados y convenios internacionales subscritos por España que reconocen
y garantizan los derechos y las libertades fundamentales».
Sigue señalando el precepto, que «los poderes públicos de Cataluña», en consecuencia todos, más allá
de los estrictamente autonómicos de la Generalidad, «deben promover las condiciones para que la libertad
y la igualdad de los individuos y de los grupos sean reales y efectivas», además «han de facilitar la
participación de todas las personas en la vida política, económica, cultural y sociales» y, finalmente, «han
de reconocer el derecho de los pueblos a conservar y desarrollar su identidad».
Finaliza el art. 4 con la aseveración de que «los poderes públicos de Cataluña han de promover los
valores de la libertad, la democracia, la igualdad, el pluralismo, la paz, la justicia, la solidaridad, la
cohesión sociales, la equidad de género y el desarrollo sostenible».
La cuestión a dilucidar es que se entiende por «poderes públicos de Cataluña» y a quienes alcanzan tan
impreciso apelativo. Es obvio, por hallarnos en un Estatuto de Autonomía, que poderes públicos catalanes
son cuantos integran la institucionalización política de Cataluña, pero no queda nada claro, sino todo lo
contrario, si, por ejemplo, órganos del Estado presentes en Cataluña, regulados por el Estatuto de
Autonomía en lo que hace referencia a su ámbito catalán, como por ejemplo el Poder Judicial, integran los
denominados «poderes públicos de Cataluña». No vale aquí diferenciar entre las preposiciones «de» y
«en» en relación a Cataluña, que sin duda alguna ayudaría, por la sencilla razón del peso de la
Generalidad en la conformación territorial de esos poderes del Estado o, como ocurre en el caso de los
municipios, la doble pertenencia a la organización territorial del Estado y a la organización territorial de la
Generalidad.
Sin duda, más allá de esta cuestión, no precisamente menor, se halla lo preceptuado por el art. 29 del
Estatuto de Autonomía. En efecto, toda la disposición, denominada «Derecho de participación», se halla
orientada a hacer efectivo el principio de participación más arriba recogido. Así, los ciudadanos de
Cataluña tienen derecho a: a) A participar en condiciones de igualdad en los asuntos públicos de
Cataluña, de manera directa o bien por medio de sus representantes, en los supuestos y en los términos
que establecen el Estatuto y las leyes; b) A elegir sus representantes en los órganos políticos
representativos y a presentarse como candidatos, de acuerdo con las condiciones y los requisitos que
establecen las leyes; c) A promover y presentar iniciativas legislativas al parlamento, en los términos que
establecen este Estatuto y las leyes; d) A participar, directamente o por medio de entidades asociativas, en
el proceso de elaboración de las leyes del Parlamento, mediante los procedimientos que establece el
Reglamento del Parlamento; e) Dirigir peticiones y a plantear quejas en la forma y con los efectos que
establezcan las leyes, a las instituciones y a la administración de la Generalidad, y también a los entes
locales de Cataluña, en materias de las competencias respectivas, con lo cual y en consecuencia el
ámbito territorial es superior al catalán en este supuesto estatutario, y f) A promover la convocatoria de
consultas populares por la Generalidad y los Ayuntamientos, en materia de las competencias respectivas,
en la forma y con las condiciones que las leyes establezcan.
Este derecho, en el supuesto de la Generalidad, queda meridianamente claro que será el Parlament de
Cataluña quien deberá definirlo, concretarlo y encauzarlo mediante ley, aunque no haya, en este artículo,
reserva expresa de norma legal para hacerlo efectivo. Sin embargo, surge la interrogación respecto de qué
se entiende por «consulta popular» y se plantea igualmente el alcance y la metodología, incluso la
autoridad que debe autorizarla, cuando se trata de Ayuntamientos. Es más, si el Estatuto otorga a la
Generalidad la potestad para organizar e institucionalizar el territorio, citando entre otros a las veguerias y
a los consells comarcals, ¿es que sus órganos de gobierno, a diferencia de los Ayuntamientos, no
disponen de la facultad de promover consultas populares, como así se les denomina en este art. 29 del
Estatuto? Pues la verdad es que no hay previsión estatutaria para ello y, en consecuencia, es imposible
que el Parlament les otorgue más adelante una potestad que la norma institucional básica de Cataluña ni
prevé ni ampara.
Dejando para más adelante el contenido de la locución consulta popular, lo cierto y verdad es que la Ley
Orgánica 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases de Régimen Local, en su art. 18.f), ya contempla
el derecho de los vecinos a «pedir la consulta popular en los términos previstos en la ley». Esta misma
norma legal, en su art. 71, establece que «de conformidad con la legislación del Estado y de la Comunidad
Autónoma, cuando ésta tenga competencia estatutariamente atribuida para ello, los Alcaldes, previo
acuerdo por mayoría absoluta del Pleno y autorización del Gobierno de la Nación, podrán someter a
consulta popular aquellos asuntos de la competencia propia municipal y de carácter local que sean de
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especial relevancia para los intereses de los vecinos, con excepción de los relativos a la Hacienda Local».
Los requisitos, en consecuencia, son concurrentes y deben interpretarse restrictivamente, según se
derivada de la literalidad del transcrito precepto y ha recordado el Tribunal Supremo (1), y, por supuesto, el
resultado de la consulta no es vinculante jurídicamente, pues no se trata de otra cosa que conocer la
opinión de los vecinos por más carga política que ésta tenga (2), que sin duda, la tiene palmariamente.
En cualquier caso, aún existiendo normativa autonómica en relación a este tipo de consultas, como ya es
el caso de Cataluña, nos hallamos de pleno en las previsiones del art. 149.1.32 CE (3) y la sujeción de
cualquier consulta a la autorización previa del Consejo de Ministros, con lo cual el apartado 6 del art. 29
del hoy vigente Estatuto de Autonomía de Cataluña queda vacío de contenido práctico en lo que respecta
a consultas populares de ámbito municipal. Lo que allí se dice ya está en la Ley Orgánica Reguladora de
las Bases de Régimen Local y nada más añade ni innova en nada.
III. DE LA «COMPETENCIA» DE LA CONSULTA
Previsto el «derecho» estatutario a la consulta popular por parte de la Generalidad y de los Ayuntamientos
catalanes, el art. 122, titulado Consultas populares, trata de distintas cuestiones. Así: a) El carácter o
naturaleza de la competencia; b) Su contenido, y c) Sus modalidades.
Este artículo se halla bajo el amparo del Título IV del Estatuto, denominado De las Competencias. Se abre
dicho Título, con una tipología competencial que abarca esencialmente los arts. 110, 111 y 112, que
tratan, respectivamente, de las competencias exclusivas, de las competencias compartidas y de las
competencias ejecutivas.
El primero de ellos afirma que «corresponde a la Generalidad, en el ámbito de sus competencias
exclusivas, de manera íntegra, la potestad legislativa, la potestad reglamentaria y la función ejecutiva», se
añade que «corresponde únicamente a la Generalidad el ejercicio de estas potestades y funciones,
mediante las cuales puede establecer políticas propias» y finaliza diciendo que «el derecho catalán, en
materia de las competencias exclusivas de la Generalidad, es el derecho aplicable en su territorio con
preferencia sobre cualquier otro».
Pues bien, cuando el art. 122 dice que corresponde a la Generalidad la «competencia exclusiva» para el
establecimiento del régimen jurídico, las modalidades, el procedimiento, el cumplimiento y la convocatoria
de las llamadas consultas populares, naturalmente en el ámbito de sus competencias, ¿se está, en
verdad, ante una competencia exclusiva como así se dice en el texto estatutario? La respuesta es tajante,
expeditiva e incontrovertible: No, de ninguna manera. Todo un alud de disposiciones constitucionales se
abalanzan contra esa equivocada calificación, los arts. 62, 92, 149, 151, 167 y 168, que la hacen
abiertamente contraria a la Carta Magna.
El carácter o naturaleza de la competencia, en el marco tipológico que diseña el propio Estatuto
basándose en interpretaciones jurisprudenciales varias, que no a definiciones constitucionales, sería el de
«compartida»; es decir, en el marco de las bases que fije el Estado como principios o mínimo común
normativo en normas con rango de ley, excepto en los supuestos que directamente determine la
Constitución, como por ejemplo el Rey como convocante del referéndum, la Generalidad dispondría, en
potencia, de potestades legislativas, reglamentarias y ejecutivas, sujetas siempre a los dictados de las
Cortes Generales y, en su caso, del Gobierno. Unas competencia, pues, de desarrollo normativo del
dictado por el Estado.
A partir de aquí, no tiene sentido que le corresponda a la Generalidad el establecimiento del régimen
jurídico, las modalidades y el procedimiento de las consultas populares que se enuncian en los arts. 29.6 y
122 del Estatuto de Autonomía, al menos en la forma absolutamente abierta, exclusiva, como se plantea.
Cosa distinta es que cuanto se ha dicho pueda y deba ser aplicado a alguna modalidad de consulta como,
por ejemplo, encuestas audiencias públicas y forums de participación que, en cuanto a denominación,
instrumentalización y contenido se escapan de las previsiones constitucionales y legales hoy vigentes. En
cualquier caso, su resultado nunca podrá ser vinculante para quien impulsa la consulta y, como el propio
Estatuto reconoce, se hallarán siempre sujetas al desarrollo del art. 149.1.32 de la Constitución.
IV. «CONSULTA» y «REFERÉNDUM»
El Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006 no habla nunca de referéndum si exceptuamos el relativo a
su reforma, total o parcial, tras la aprobación inicial del futuro nuevo texto por las Cortes Generales. Un
referéndum a cargo del cuerpo electoral catalán.
Habla, eso sí, como ha quedado patente, de participación como principio inspirador del fortalecimiento de
la democracia, el cual se halla constitucionalmente reconocido en el art. 9.2 CE, y de consulta, lo cual abre
el interrogante de si consulta y referéndum son términos sinónimos.
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La Constitución de 1978 habla de referéndum cuando indica que deberá ser el Rey quien lo convoque «en
los casos previstos en la Constitución» teniendo siempre carácter de consultivo y no vinculante
jurídicamente (4), cuando hace expresa reserva de ley orgánica para regular las condiciones y el
procedimiento de las distintas modalidades de referéndum (5), cuando limita el contenido del referéndum a
las decisiones políticas de especial trascendencia y le da carácter potestativo (6), cuando, en este
contexto, señala que debe haber previa autorización del Congreso de los Diputados y propuesta del
Presidente del Gobierno al Rey para su convocatoria (7), cuando otorga competencia exclusiva al Estado
para autorizar la convocatoria de consultas populares por vía de referéndum (8), cuando es preciso para la
aprobación definitiva por las Cortes Generales de ciertos proyectos de Estatutos de Autonomía, como el
caso catalán (9), y cuando es preciso para reformar alguna parte o toda la constitución (10).
La Constitución sólo habla de consulta popular en el ya citado art. 149.1.32.ª. Ahí es donde medio
distingue la misma del referéndum al menos en la literalidad del precepto. La ausencia de jurisprudencia
del Tribunal Constitucional al respecto no ayuda a discernir con precisión la voluntad del constituyente y la
interpretación que le da el órgano institucional que tiene ese cometido. Quizás por todo ello en el Informe
sobre la Reforma del Estatuto que elaboró el Institut d'Estudis Catalans se indicaba que «podría valorarse
la inclusión en el Estatuto de Autonomía de la facultad del presidente de la Generalidad de convocar
consultas populares distintas al referéndum, que tuvieran por objeto recabar el parecer ciudadano sobre
cuestiones de interés general en materias autonómicas o locales», aunque se dejara constancia que esa
sugerencia, en caso de llevarse a término, debería hacerse a partir de una «interpretación flexible» del
anteriormente citada disposición constitucional bajo el prisma de entender «que la fórmula del referéndum
no alcanza todas las formas de consulta popular» (11).
Sin embargo, los propios proponentes (12) advertían que «no debe ocultarse que esta interpretación del
texto constitucional puede considerarse ciertamente forzada» y, en consecuencia, proponían como
alternativa más fiable, la transferencia a la Generalidad de la facultad estatal de convocatoria de
referéndum por la vía del art. 150.2 CE o, en su caso, establecer la competencia en el propio Estatuto,
delimitarla al ámbito de lo que es propio de la Comunidad Autónoma y de los Ayuntamientos y dejar la
regulación «en manos del gobierno central». Apuntaban, no sin dejar espacio abierto a la polémica
doctrinal, que, en base al principio de autonomía, la solicitud de convocatoria hecha por el gobierno
autonómico al gobierno de España «podría configurarse de tal forma que el gobierno central tuviera que
autorizar la consulta cuando estuviera directamente relacionada con las competencias autonómicas o
locales» (13), tesis ésta que no podemos suscribir por crear una vinculación jurídica automática entre la
petición y la concesión que en modo alguno está contemplada en la norma normarum de nuestro país.
Proponer no es sinónimo de obtener y, en cualquier caso, es el gobierno del Estado quien tiene la facultad
última y en exclusiva, por encargo del constituyente, de convocar o no de convocar un referéndum o, si se
quiere así denominarlo, una consulta popular. Por lo tanto, se puede proponer y el resultado de la
propuesta puede ser afirmativo y puede ser negativo. No puede darse, repetimos, el automatismo de la
aceptación sin más de la proposición realizada.
Tampoco el legislador ordinario, cuando ha acudido al mandato constitucional de desarrollar por ley
orgánica tal figura y sus modalidades, ha distinguido entre referéndum y consulta, sino que siempre y en
todo momento habla exclusivamente de referéndum, por lo que sorprende la utilización del segundo
vocablo en algunos Estatutos de Autonomía y en la propia Ley 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las
Bases de Régimen Local, como queriendo crear una barrera jurídico-política entre uno y otro término.
Del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española puede y debe deducirse que consulta y
referéndum no son palabras sinónimas, aunque tampoco pueda decirse que sean antónimas u opuestas.
Así, «examinar, tratar un asunto con una o varias personas» o «pedir parecer, dictamen o consejo» se
corresponde a la palabra consulta, mientras que referéndum, se nos dice, es un «procedimiento jurídico
por el que se someten al voto popular leyes o actos administrativos cuya ratificación por el pueblo se
propone». El calificativo de popular se refiere a «perteneciente o relativo al pueblo» o que «es peculiar del
pueblo o procede de él».
Por otra parte, el Diccionario Jurídico Espasa sitúa la consulta popular en el ámbito estrictamente local,
apelando a los antecedentes del Estatuto Municipal de 1924 y de la Ley Municipal de 1935, siempre bajo
legislación estatal y, en su caso, autonómica, supeditado a autorización del gobierno del Estado.
Nos hallaríamos, pues, en el caso del Estatuto de Autonomía de Cataluña que el uso de la expresión
consulta popular, en su doble vertiente, la referida a asuntos propios de la Generalidad y la referida a
asuntos propios de los Ayuntamientos, tiene connotación jurídica de baja calidad respecto del referéndum,
y esto por motivos distintos. El primero porque el art. 149.1.32.ª CE, al hablar de consultas populares, las
sitúa exclusivamente en el ámbito del referéndum, y, lógicamente, en el marco que delimita los demás
preceptos constitucionales, y, el segundo, porque el legislador ordinario, en el caso de los Ayuntamientos y
en el caso, ahora, de la Comunidad Autónoma Catalana, ha interpretado esa indubitativa interconexión
consulta popular-referéndum que señala el constituyente como dos modalidades de participación de la
ciudadanía en los asuntos públicos. Los ha igualado desde la diferente calidad jurídico-constitucional
asignando el referéndum para los asuntos del Estado y situando la consulta popular en ámbitos
territoriales inferiores, como son el Municipio y la Comunidad Autónoma, y siempre a los exclusivos
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efectos de cuestiones propias de su competencia. Los ha igualado, quede claro, en cuanto al sujeto --el
cuerpo electoral--, en cuanto a la inexistencia de vinculación jurídica del resultado respecto de la toma de
decisión última a cargo del órgano institucional correspondiente y en cuanto a que siempre debe ser el
Consejo de Ministros quien los autorice; en nada más.
En la línea doctrinal de entender el art. 149 CE como enumeración de materias que se atribuyen a la
competencia exclusiva del Estado, lo cual no excluye el establecimiento de competencias residuales ni
tampoco la prevalencia y supletoriedad de ordenamientos jurídicos, se puede entender como técnica
propia de los sistemas federales el ejercicio por entidades autónomas, por ejemplo la Generalidad de
Cataluña, de las residuales, en este caso consultas populares, que no referendums, acotados al marco
competencial que le da su propio Estatuto, desgajadas de una exclusiva del Estado en la que la última
palabra, el convocante, la tiene siempre el gobierno del Estado. El carácter equívoco del calificativo de
exclusiva a favor de la Generalidad de Cataluña de la convocatoria de dichas consultas no haría otra cosa
que asentar esta tesis.
El fundamento de esta técnica de corte federal radicaría, en última instancia, en la necesidad de armonizar
los principios de unidad del Estado y de autonomía de los territorios convertidos en Comunidades
Autónomas siguiendo el procedimiento establecido por la propia Constitución. Dicho en palabras del
Tribunal Constitucional, en la necesidad de «asegurar, en aras a intereses generales superiores a los de
las respectivas CC.AA. un común denominador normativo, a partir del cual pueda cada Comunidad, en
defensa de su propio interés, introducir las peculiaridades que estime conveniente dentro del marco
competencial que en la materia en cuestión le haya sido asignado por la Constitución y su propio
Estatuto». Lo que comporta, en este caso --concluye--, una subordinación jerárquica de la legislación
autonómica a la estatal (14).
Estamos, pues, ante el principio de la competencia que juega a favor y en contra de unos y de otros, del
Estado y de las Comunidades Autónomas, y que actúa como límite de sus respectivas facultades. En este
supuesto concreto, el de la consulta popular en manos de la Generalidad de Cataluña, dicho principio se
contrae por lo que respecta al Estado a tan sólo la fijación de unas bases garantizadoras de la unidad y de
la igualdad, más propio de la regla 1.ª del art. 149.1 CE que de la regla 32.ª del mismo artículo, aquí tantas
veces reiterada y la única evocada por el Estatuto de Cataluña en su art. 122, dejando a la Generalidad el
resto, tanto normativo como ejecutivo, por lo que el legislador estatal al aprobar dicha norma ha acogido la
doctrina del Tribunal Constitucional de la no asfixia por parte del Estado de posibilidades competenciales
autonómicas (15) a la vez que, más allá del erróneo calificativo dado de exclusiva a la competencia
reconocida en el artículo anteriormente citado del Estatuto, la ha reconvertido en la práctica en
«compartida», como no podría ser de otra manera en el actual marco constitucional.
V. CONCLUSIONES
De cuanto antecede y se ha argumentado, surgen las siguientes conclusiones:
a) La cita a la consideración de Cataluña como nación, recogida en su Preámbulo, apelando a un
pronunciamiento mayoritario, que no unánime, del Parlament de Cataluña, no comporta efecto jurídico
alguno para el objeto de este art. doctrinal. Cosa distinta es el enfoque confederal que el conjunto del
Estatuto consigue a través de distintos preceptos que se recogen en el mismo (16).
b) La llamada consulta popular, proclamada como un derecho ciudadano en el art. 29.6 del Estatuto de
Autonomía de Cataluña y como una competencia exclusiva de la Generalidad de Cataluña en el art. 122,
se sitúa en un doble plano institucional: el relativo a los Ayuntamientos, ya recogida por Ley Orgánica
7/1985, de 2 de abril, lo cual no comporta novedad alguna su inclusión en el nuevo Estatuto, y el relativo a
la Generalidad que se acota a sus fines y a sus competencias.
c) La introducción por el legislador ordinario, sea vía Estatutos de Autonomía o sea por medio de otra
norma legal, como la anteriormente citada, de la expresión consulta popular se hace extraña al unívoco
lenguaje empleado por el constituyente mediante el uso exclusivo del vocablo referéndum. Sólo puede
aceptarse desde una cualidad jurídico-constitucional inferior a los supuestos contenidos en la Carta Magna
y da pie, en la práctica, a un conjunto de instrumentos de participación ciudadana que va más allá del muy
estricto que se contiene en el vocablo referéndum. La cita, en el art. 122 del Estatuto de Autonomía de
Cataluña, de todo un elenco de herramientas de consulta popular como encuestas, audiencias públicas o
forums de participación, así lo pone de manifiesto.
d) En cualquier caso, la consulta popular puesta en manos de la Generalidad de Cataluña sólo puede
referirse al ámbito de sus competencias y en ningún supuesto puede ir más allá, como inicialmente se
pretendía en los debates parlamentarios producidos en el Parlament. No cabe, pues, una consulta sobre si
Cataluña debe seguir integrando el Reino de España o alternativamente puede constituirse en Estado
independiente.
e) No es cierto, como se afirma en el art. 122 del Estatuto, que estemos ante una competencia exclusiva
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de la Generalidad y está fuera de lugar que el régimen jurídico, las modalidades, el procedimiento, el
cumplimiento y la convocatoria estén en manos exclusivas de sus instituciones de autogobierno. El
principio de competencia existente en nuestra Constitución juega a favor, en este caso, del Estado y, en
concreto, de las reglas 1.ª y 32.ª del art. 149.1 CE. Se trata, pues, de una competencia compartida en la
que el mayor peso normativo y hasta ejecutivo, entre ellos la autorización de la consulta por parte del
Consejo de Ministros, recae en el Estado. Nada contradice la posibilidad de completar o desarrollar las
normas que dicte el Estado al respecto ni menos que la Generalidad participe activamente en la
ejecutividad de las mismas, llegado el caso.
(1) STS de 17 de febrero de 2000.
(2) STS de 9 de mayo de 1997.
(3) «El Estado tiene competencia exclusiva sobre las siguientes materias: ...32.ª. Autorización para la
convocatoria de consultas populares por vía de referéndum».
(4) Art. 62.c).
(5) Art. 92.3.
(6) Art. 92.1.
(7) Art. 92.2.
(8) Art. 149.1.32.ª
(9) Art. 151.
(10) Arts. 167 y 168.
(11) «Informe sobre la reforma del Estatuto», págs. 200-201, Institut d'Estudis Autonòmics, Barcelona,
2003.
(12) Aparece como coordinador del Informe el Dr. Antoni Bayona, a la sazón director del I.E.A., como
grupo de trabajo los doctores Bayona, Bernardi y Díez y como colaboradores los doctores Albertí, Argulloll,
Ferret y Viver.
(13) «Informe...», pág. 201.
(14) STC 48/1988, de 22 de marzo.
(15) STC 1/1982, de 28 de enero.
(16) Véase art. doctrinal del mismo autor publicado en el Diario La Ley en fecha 18 de enero de 2007, n.º
6632, titulado «Relaciones Generalidad-Estado en el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña».
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