Un Estatuto de consenso spero que eme entiendan bien si les digo que lo que más me gusta del Estatuto es que no me gusta ... del todo. Y que, en lo que a mí respecta, una de las razones más poderosas para votar «sí» el próximo 18 de febrero será que en el Estatuto hay también, junto con partes que francamente me complacen (la consagración de nuevos derechos, la agilización de los mecanismos de control del poder, la preocupación medioambiental, etc.), otras que no me satisfacen tanto. la manera de esclarecer este aparente galimatías es, en realidad, muy sencilla: si el Estatuto me satisfaciera no en parte, sino completamente (a mí ya todos los andaluces que piensan como yo), necesariamente habría un buen número de andaluces (todos los que piensan de forma diferente) a los que no les gustaría en absoluto. Como, inevitablemente, nuestra sociedad es plural y como, afortunadamente, ese pluralismo está consagrado como un valor a preservar enla Constitución (y pronto también en el nuevo Estatuto), el único modo de que el texto estatutario nos guste a todos, o a casi todos, es que no nos guste completamente a ninguno. Ese es uno de los precios que deben pagarse para tener normas de consenso. Y aunque no todas las normas deben ser consensuadas - en democracia, la regla general es que la mayoría manda no cabe duda de que las que definen las reglas del juego democrático como los Estatutos de Autonomía o la propia Constitución - sí deben estarlo. Porque, ¿cómo conseguir que participen en el juego todos los jugadores si antes no se han puesto de acuerdo sobre las reglas que tanto unos como otros deben respetar? De manera que, desde mi punto de vista, lo mejor del nuevo texto estatutario es que - no sin esfuerzo - ha conseguido finalmente concitar el acuerdo de casi todas las fuerzas políticas de nuestra Comunidad. Tengo para mí, además, que los pocos que se han quedado fuera, con razones a mi juicio escasamente convincentes, no lo estarán mucho más tiempo una vez que el texto haya recibido el apoyo del pueblo consultado en referéndum. Hay otro coste importante del consenso, y es que, a pesar de sus virtudes, y salvo casos muy excepcionales, sus manifestaciones no tienen una gran fuerza movilizadora en la ciudadanía, sobre todo entre aquellos a los que no les motiva mucho votar a favor de algo si al mismo tiempo no lo hacen contra alguien. Sin duda, esto ha pesado en los partidos, sobre todo en los más preocupados por el riesgo de una baja participación, a la hora de diseñar la campaña del referéndum. Esta parece más que otra cosa una campaña electoral, donde se repiten las mismas frases que ya empiezan a [La Opinión de Granada, 10 de febrero de 2006] sonar como eslóganes de las próximas municipales, o donde aparecen los rostros' de los líderes de las formaciones, a veces con más relevancia que el mensaje pidiendo el voto afirmativo. Sabiamente, nuestra legislación prohíbe la cercanía entre referendos y elecciones, pero parece que aún así será muy difícil evitar la deriva electoralista de la consulta del 18 F. Lástima que los anuncios que incentivaban el voto afirmativo del modo más apropiado para una norma de este carácter hayan aparecido precisamente donde no podían (en la campaña institucional) y los partidos (que sí habrían podido hacerlo sin ningún impedimento) no se hayan decidido a emularlos en los suyos. Esperemos que, al menos, los líderes políticos se resistan a la inercia de proclamar en la noche de los resultados que estos han beneficiado a su formación, porque lo cierto es que sobre ninguna de ellas se debe pronunciar el electorado hasta dentro de tres meses. Pero no deje usted que los árboles de la campaña le impidan ver el bosque de lo que en realidad se someterá a su consideración el día del referéndum: se le preguntará si está usted a favor o en contra de que, tras veinticinco años de autogobiemo en Andalucía, mejoremos nuestro marco político de convivencia y consolidemos el denominado «Estado de las Autonomías», la organización terri· torial de España que se instauró con la Constitución. Además, y de manera a mi juicio muy significativa, se le va a preguntar también si quiere que muchas de las prestaciones que nos proporciona la Administración autonómica se conviertan en derechos que, como ciudadanos, podremos reivindicar, incluso ante los tribunales de justicia. Sólo podría encontrar una razón para no votar que sí: que en el Estatuto hay, además, otras cosas que no le gustan tanto. Pero, por favor, no olvide que se trataba precisamente de eso: son las cosas que más le gustan a su vecino. *[Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Málaga]