La Disciplina Cristiana

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Capítulo 36
La Disciplina Cristiana
EL TRATAR con las mentes humanas es la
obra más delicada que se haya confiado alguna vez
a los mortales, y los maestros necesitan
constantemente la ayuda del Espíritu de Dios para
poder hacer correctamente su trabajo. Entre los
jóvenes que asisten a la escuela se encontrará una
gran diversidad de caracteres y educación. El
maestro hará frente a los impulsos, la impaciencia,
el orgullo, el egoísmo, y la estima propia
desmedida. Algunos de los jóvenes han vivido en
un ambiente de restricción arbitraria y dureza, que
ha desarrollado en ellos un espíritu de obstinación
y desafío. Otros han sido mimados, y sus padres,
excediéndose en sus afectos, les han permitido
seguir sus propias inclinaciones. Han disculpado
sus defectos hasta deformarles el carácter.
Para tratar con éxito con estas diversas mentes,
el maestro necesita ejercitar mucho tacto y
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delicadeza en su dirección, al mismo tiempo que
firmeza en el gobierno. Con frecuencia, se
manifestará desagrado y hasta desprecio por los
reglamentos debidos. Algunos ejercitarán su
ingenio para evitar las penalidades, mientras que
otros ostentarán una temeraria indiferencia para
con las consecuencias de la transgresión. Todo esto
exigirá paciencia, tolerancia y sabiduría de parte de
aquellos a quienes se ha confiado la educación de
estos jóvenes.
La parte del estudiante
Nuestras escuelas han sido establecidas para
que en ellas los jóvenes puedan aprender a
obedecer a Dios y a su ley, y prepararse para servir.
Los reglamentos son necesarios para la conducta de
los que asisten, y los estudiantes deberán obrar en
armonía con ellos. Ningún alumno debe pensar
que, por el hecho de que se le permitía gobernar en
su casa, puede gobernar en la escuela. Supongamos
que se permitiese esto; ¿cómo podrían los jóvenes
prepararse para ser misioneros? Cada estudiante
que entra en una de nuestras escuelas, debe
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colocarse bajo la disciplina. Los que se niegan a
obedecer los reglamentos, deben volver a sus casas.
Los maestros han de ligar los alumnos a su
corazón por las cuerdas del amor, la bondad y la
estricta disciplina. De nada valen el amor y la
bondad si no van unidos a la disciplina que Dios ha
dicho debe mantenerse. Los estudiantes vienen a la
escuela con el objeto de ser disciplinados para
servir y adiestrarse para sacar el mejor partido de
sus facultades. Si al llegar, resuelven cooperar con
sus maestros, su estudio valdrá más para ellos que
si se entregan a la inclinación de ser rebeldes y
desobedientes. Concedan ellos a sus maestros su
simpatía y cooperación. Echen mano firmemente
del brazo del poder divino, resolviendo no
apartarse de la senda del deber. Sepan enjaezar los
malos hábitos, y ejercer su influencia del lado
correcto. Recuerden que el éxito de la escuela
depende de su consagración y santificación, de la
santa influencia que sienten que deben ejercer.
Fíjense un blanco alto, y resuelvan alcanzarlo.
Cuando se les pida que obren en forma contraria a
los reglamentos de la escuela, contesten con un
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decidido no.
La parte del maestro
Y cada maestro tiene que vigilar sus propios
malos rasgos de carácter, no sea que el enemigo lo
use como agente para destruir las almas. La
seguridad del maestro reside en aprender
diariamente en la escuela de Cristo. El que aprende
en esta escuela se ocultará en Jesús, y recordará
que mientras trata con sus alumnos, está tratando
con una heredad adquirida por sangre. En esta
escuela, aprenderá a ser paciente, humilde,
generoso y noble. La mano moldeadora de Dios
hará resaltar en el carácter la imagen divina.
Síganse los métodos de Cristo al tratar con los
que yerran. Las acciones imprudentes, la
manifestación de severidad indebida de parte del
maestro, puede arrojar a un estudiante sobre el
terreno de batalla de Satanás. Se ha dado el caso en
que los pródigos han sido impedidos de entrar en el
reino de Dios por la falta de cristianismo de los que
se decían cristianos. "Cualquiera que haga tropezar
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a alguno de estos pequeños que creen en mí -dijo
Cristo-, mejor le fuera que se le colgase al cuello
una piedra de molino de asno, y que se le hundiese
en lo profundo del mar" (Mat. 18: 6). Sería mejor
no haber vivido, que existir día tras día sin aquel
amor que Cristo recomendó a sus hijos.
Una naturaleza semejante a la de Cristo no es
egoísta, carente de simpatía, fría. Penetra en los
sentimientos de los que son tentados, y ayuda al
que cayó para que haga de la prueba un peldaño
que lo lleve a cosas más elevadas. El maestro
cristiano orará con el alumno que yerra, pero no se
airará con él. No hablará mordazmente al que hace
mal, desanimando así a un alma que está luchando
con las potestades de las tinieblas. Elevará su
corazón a Dios en busca de ayuda; y los ángeles
vendrán a su lado, para ayudarle a levantar el
estandarte contra el enemigo; y así en vez de
separar de la ayuda al que yerra, se verá habilitado
para ganar un alma para Cristo.
Exposición pública de las malas acciones
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Debe tenerse mucho cuidado en hacer públicos
los errores de los estudiantes. Hacer una exposición
pública del mal es perjudicial en todo respecto para
el que hace el mal, y no ejerce ninguna influencia
benéfica sobre la escuela. Nunca ayuda a un
estudiante el humillarlo delante de sus
condiscípulos. No sana ni cura nada, sino que deja
una herida mortificante.
El amor longánime y bondadoso no
transformará una indiscreción en una ofensa
imperdonable, ni tampoco magnificará los errores
ajenos. Las Escrituras enseñan claramente que a los
que yerran se los ha de tratar con tolerancia y
consideración. Si se sigue la debida conducta, el
corazón aparentemente endurecido puede ser
ganado para Cristo. El amor de Jesús cubre una
multitud de pecados. Su gracia no induce nunca a
exponer los errores de otros, a menos que ello sea
positivamente necesario.
Estamos viviendo en un mundo duro, sin afecto
ni caridad. Satanás y sus ángeles están usando
todos los medios a su alcance para destruir las
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almas. El bien que un maestro hará a sus alumnos,
estará en proporción a la fe que tienen ellos. Y
recuerde el maestro que los menos afortunados, los
que tienen un temperamento desagradable, los
toscos, tercos y huraños, son los que más necesitan
de amor, compasión y ayuda. Los que más prueban
nuestra paciencia son los que más necesitan nuestro
amor.
Pasaremos solamente una vez por este mundo;
cualquier bien que podamos hacer, debemos
hacerlo ferviente e incansablemente, con el mismo
espíritu que Cristo puso en su obra. ¿Cómo puede
animarse a los estudiantes que necesitan
grandemente ayuda a que sigan en el buen camino?
Únicamente tratándolos con el amor que Cristo
reveló. Podéis decir que deben ser tratados como se
merecen. Pero ¿qué habría sucedido si Cristo nos
hubiese tratado así a nosotros? Él, que no había
pecado, fue tratado como nosotros merecemos ser
tratados, a fin de que nosotros, los caídos y
pecaminosos, pudiésemos ser tratados como él lo
merece. Maestros, tratad a vuestros alumnos poco
promisorios como pensáis que bien se lo merecen,
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y los privaréis de toda esperanza y arruinaréis
vuestra influencia. ¿Resultará esta conducta? No,
cien veces, no. Vinculad al que necesita vuestra
ayuda a un corazón que le ame y simpatice con él,
y salvaréis a un alma de la muerte, y cubriréis una
multitud de pecados.
La expulsión de los estudiantes
Debe manifestarse mucho cuidado en la
expulsión de estudiantes. A veces hay que hacerlo.
Es una tarea dolorosa separar de la escuela a una
persona que incita a otros a la desobediencia y
deslealtad; pero, por amor de los otros estudiantes,
a veces es necesario. Dios vio que si Satanás no era
expulsado del cielo, la hueste angélica estaría en
constante peligro; y cuando los maestros temerosos
de Dios ven que retener a un alumno es exponer a
los demás a malas influencias, deben separarlo de
la escuela. Pero debe ser una falta muy grave la que
exija esta disciplina.
Cuando, como consecuencia de la transgresión,
Adán y Eva fueron privados de toda esperanza, y la
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justicia exigió la muerte del pecador, Cristo se dio
a sí mismo como sacrificio. "En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su
Hijo en propiciación por nuestros pecados". "Todos
nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual
se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el
pecado de todos nosotros" (1 Juan 4: 10; Isa. 53:
6).
En el trato con sus estudiantes, los maestros
deben manifestar el amor de Cristo. Sin este amor,
serán duros y autoritarios, y ahuyentarán las almas
del redil. Deben ser como milicianos, vigilándose
siempre a sí mismos, y aprovechando toda
oportunidad de hacer bien a los que les han sido
confiados. Recuerden que cada una de nuestras
escuelas debe ser un asilo para los jóvenes
duramente probados, donde sus insensateces se
tratarán con paciencia y prudencia.
Los maestros y alumnos deberán acercarse en
compañerismo cristiano. Los jóvenes cometerán
muchos errores, y nunca debe el maestro olvidarse
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de que debe ser compasivo y cortés. Nunca debe
procurar mostrar su superioridad. Los mayores
maestros son aquellos que son más pacientes y
bondadosos. Por su sencillez y su disposición a
aprender, estimulan a sus alumnos a subir siempre
más alto.
Recuerden los maestros sus propios defectos y
errores, y esfuércense fervientemente por ser lo que
desean que lleguen a ser sus alumnos. En su trato
con los jóvenes, sean prudentes y compasivos. No
se olviden de que éstos necesitan palabras sanas y
estimulantes, y acciones serviciales. Maestros,
tratad a vuestros estudiantes como a hijos de
Cristo, a quienes él quiere que ayudéis en todo
momento de necesidad. Hacedlos amigos vuestros.
Dadles evidencia práctica de vuestro interés
abnegado por ellos. Ayudadles a pasar por los
lugares escabrosos. Con paciencia y ternura,
esforzaos por ganarlos para Jesús. Sólo la eternidad
revelará los resultados de un esfuerzo tal.
La práctica de ofrecer premios y recompensas
resulta en más daño que bien. Por su medio, el
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alumno ambicioso es estimulado a mayor esfuerzo.
Aquellos cuyas facultades mentales están ya
demasiado activas en relación con su fuerza física,
se sienten instados a estudiar materias demasiado
difíciles para su mente juvenil. Los exámenes son
también una prueba muy dura para los alumnos de
esta clase. Más de un alumno promisorio ha sufrido
grave enfermedad, tal vez la muerte, como
resultado del esfuerzo y la excitación de tales
ocasiones. Los padres y maestros deben estar en
guardia contra estos peligros.
El atender a formas y ceremonias no debe
ocupar el tiempo ni la fuerza que pertenecen
legítimamente a cosas más esenciales. En esta
época de corrupción, todo se pervierte para la
ostentación y apariencia exterior; pero este espíritu
no debe hallar cabida en nuestras escuelas.
Debemos enseñar modales bíblicos, pureza de
pensamiento e integridad estricta. Esta es
instrucción valiosa. Si los maestros tienen el sentir
de Cristo y son modelados por el Espíritu Santo,
serán bondadosos, atentos y verdaderamente
corteses. Si trabajan como a la vista del cielo, serán
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damas y caballeros cristianos. Su conducta refinada
será una lección objetiva constante para los
alumnos, quienes, aunque al principio sean algo
incultos, se irán amoldando día tras día bajo su
influencia.
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