Utilitarismo y Racionalidad. Una perspectiva elsteriana de la moralidad. José Carlos Vázquez Parra Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) Campus Monterrey Resumen Uno de los problemas que más aqueja a las propuestas utilitaristas, es el poder llegar a un común acuerdo sobre lo que se debe estimar como una alternativa de acción adecuada o inadecuada. Mientras algunos se sustentan en un modelo consecuencialista, otros prefieren profundizar en la generación de las escalas de preferencias, mismo para lo que una teoría de la racionalidad puede resultar sumamente beneficioso. El presente artículo propone a la teoría amplia de la racionalidad Elsteriana como un complemento óptimo para la propuesta utilitarista de las preferencias, por ser éste un modelo exhaustivo de escrutinio crítico de la acción. Palabras Clave: Racionalidad, Acción, Utilitarismo, Moral, Elster. Uno de los enfoques más difundidos en la literatura especializada en toma de decisiones es el de la teoría de la elección racional ya que ésta ha llegado a considerarse, tanto desde la perspectiva de la teoría económica, como desde el método científico1, como una de las aportaciones más atractivas para la explicación del comportamiento. Esto ha resultado en el parecer de que el explicar el comportamiento desde el paradigma de la Elección Racional, es una manera sencilla de mostrar que el agente siempre maximiza su comportamiento en función de su utilidad2, lo cual 1 Hernandez-Sampieri, Fernandez Collado &Baptista Lucio (2006). Metodología de la Investigación. (Cuarta Ed.) México: Mc-Graw Hill Iberoamericana. Pp. 83-84. 2 Loza, N. (25 de Septiembre del 2012). La reelaboración de las teorías de la elección racional y los mecanismos de la vida social. Notas sobre Jon Elster. Zacatecas, México. responde muy bien a las característica del llamado Homo Economicus propuesto por Adam Smith3, quien estima de igual manera al ser humano como un ente tanto racional, como interesado. Así, es que desde la teoría económica, las explicaciones que se hacen acerca de las elecciones buscan construirse en términos, fundamentalmente de maximización, estimando que al ser el individuo, un ser que actúa racionalmente, éste tiene un conocimiento perfecto de la realidad y por ende no es necesario mencionar elementos subjetivos del agente. Jon Elster, filósofo y teórico social noruego, cuestiona este calificativo de racionalidad que la teoría de la elección racional presume, ya que estima que tal conocimiento perfecto de la realidad es un ideal pocas veces alcanzado por el agente, considerando que la teoría de la elección racional es un modelo que se ve afectado por claras limitaciones, mismas que desacreditan el valor explicativo y predictivo que se creía tenia. Sin embargo, aun estando conscientes de esto, una gran parte de los economistas siguen utilizando el modelo de la elección racional, al valorar que a pesar de sus limitaciones, este sigue siendo suficientemente explicativo, así como ser un apreciable elemento a nivel conceptual4. Esta discusión sobre el carácter explicativo de la teoría de la elección racional, no únicamente se puede abordar desde el sentido de la teoría de la acción o del pensamiento económico, sino que también, como lo han hecho la mayoría de los consecuencialistas contemporáneos, como Brandt, Sen o Harsanyi, puede desarrollarse a partir de su incumbencia y relación con las teorías éticas, especialmente, a partir del consecuencialismo y del utilitarismo. I. El Consecuencialismo y el Utilitarismo El consecuencialismo es la doctrina que afirma que las cosas deben juzgarse moralmente por sus consecuencias; prescribiendo de tal manera, una estructura 3 Smith, A. (2007). La riqueza de las naciones. Madrid: Alianza. Elster, J. (2007). La explicación del comportamiento social: más tuercas y tornillos para las ciencias sociales. Barcelona: Gedisa. Pp. 19 4 particular para la ética. Primero, se tiene que decidir qué es intrínsecamente valioso, sin embargo, parece ser que el responder a que es “lo mejor” o “lo más valioso” no ha sido algo sencillo para los teóricos de esta corriente, mismos que en la mayoría de las ocasiones terminan por ofrecer una respuesta plenamente hedonista: la mejor alternativa es aquella que nos da mayor placer y menor dolor5. Particularmente un consecuencialista considera una acción como correcta o permisible moralmente si su contribución no es peor en general que la contribución de cualquier otra alternativa de actuación. Por ello, hacer lo correcto en este sentido, puede tener muy malas consecuencias, pero seguramente las consecuencias de las otras alternativas son todavía peores, confirmando la idea de que para un consecuencialista uno debería hacer cualquier cosa que maximice el beneficio. Dentro de la teoría consecuencialista podemos encontrar a los llamados utilitaristas, los cuales sustentan su tesis central en la idea de que todo agente debe hacer cualquier cosa que maximice el bienestar total o utilidad promedio de sus acciones, situación que ha dado cabida una gran cantidad de ambigüedades, dudas y dificultades, ya que considerando que nociones como bienestar o utilidad pueden llegar a significar muchas cosas diferentes, se ha abierto la posibilidad a que existan variadas interpretaciones del utilitarismo. Los principales utilitaristas (especialmente Bentham y Mill) interpretaron la utilidad como un estado mental parecido a la felicidad o al placer, o más exactamente, como la posesión de objetos que causan dichos estados mentales. Pero la felicidad y la satisfacción no son evidentemente la misma cosa, y un utilitarismo que se expone como maximizador de la felicidad no es igual a uno que se propone maximizar la satisfacción, por lo que pocos filósofos contemporáneos (Sen, Williams, Harsanyi) han llegado a estar de acuerdo con la interpretación clásica, considerando al bienestar como la satisfacción de las preferencias racionales, así como quizá también del interés propio. 5 Carrasco, M. (2001). Algunas objeciones al consecuencialismo ético. Universalismos, Relativismos, Pluralismos. Thémata (27), 155-163. Esta diferenciación en la concepción de utilidad ha ocasionado, de igual manera, que los utilitaristas tengan muchas dificultades al momento de ponerse de acuerdo sobre lo que consideran es una alternativa de acción adecuada o inadecuada, así como también moralmente correcta o incorrecta, ya que mientras algunos se basan simplemente en una valoración consecuencialista de las acciones del agente, otros pretenden profundizar en maximizar el bienestar o la utilidad total de las alternativas de acción. Bernard Williams, en su texto Utilitarismo, Pro y Contra6, señala este punto, considerando que una de las mayores críticas que se puede hacer al utilitarismo es que resulta imposible el conocer con plena certeza las consecuencias que seguirán a la acción, mismo que ocasionaría que el individuo se volviera responsable no solo de sus acciones, sino también de aquellas cosas que pueda o deje de prevenir.. Ante esto, su contraparte de la misma obra, J.J.C. Smart le responde, señalando que para poder evitar esta situación y darle consistencia a la teoría, sería necesario ayudarse de algún método que permita mejorar la certidumbre de las elecciones y así también de sus consecuencias, como es el caso de alguna teoría de la racionalidad. Con este fin, gran parte de los economistas se han apoyado en la teoría clásica de la elección racional, la cual, sustentándose bajo el principio de que la racionalidad de las acciones es algo dado, pareció ser un gran apoyo para mejorar la certidumbre de las acciones evaluadas por los utilitaristas. Sin embargo, a partir de la década de los cincuenta, muchos filósofos y teóricos de la acción afirmaron que este tipo de explicaciones, donde se presumía la racionalidad, no eran suficientes, pues demeritaban en gran medida el papel que desempeñan el resto de los elementos de la acción, así como alejar la toma de las decisiones del sentido de realidad del agente. De esta manera, el debate utilitarista de buscar mejorar la certidumbre sobre las consecuencias de las acciones, puede llegar a ser trasladado al terreno 6 Williams, B., & Smart, J. (1981). Utilitarismo. Pro y Contra. Madrid: Tecnos. Pp.104. de la teoría de la acción, área en la que la discusión fundamental, se centra primeramente en la posibilidad de una presunción de razón y misma que en el caso de ser negada, genera la necesidad de determinar los elementos o requisitos necesarios para alcanzar dicho calificativo II. Las teorías de la racionalidad En 1963 en su libro Ensayos sobre Acciones y Sucesos7, el norteamericano Donald Davidson argumentó persuasivamente en contra de la idea de que para la teoría de la elección racional las acciones del agente fueran presumiblemente racionales, planteando que la racionalidad no era algo que se encontrara dado, sino que debía ser demostrado a partir de la explicación y justificación de las razones que se dicen causalmente responsables de la acción. Este animo de modificar la percepción de la acción, y la determinación de incluir un análisis de las razones a la explicación de las actuaciones del agente, vino a generar muchos cuestionamientos entre la relación existente entre la teoría clásica de la elección racional y la teoría utilitarista, ya que si la racionalidad de la acción era cuestionable por motivos de inconsistencia o por falta de razones, se abría la posibilidad de acciones que aun siendo supuestamente racionales, no pudieran alcanzar un cierto nivel de certidumbre en sus consecuencias. Para Davidson, el poder explicativo de la acción, y por ende la capacidad predictiva de sus consecuencias, depende en gran medida en conocer cuales razones son las causalmente responsables de la actuación, estimando que el tener razones no es suficiente para evaluar el comportamiento del agente, sino más bien, el determinar que dichas razones sean las que realmente permitan hacer una valoración más profunda de las alternativas de acción y las consecuencias de las mismas. Esta nueva perspectiva de análisis, llega a ser perfectamente complementaria de la teoría de la utilidad, más allá de lo que fue la teoría clásica de la elección 7 Davidson, D. (1995). Ensayos sobre acciones y sucesos. México: Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. racional, pues ya sea para evaluar la racionalidad o para valorar la utilidad de cada alternativa, la generación de una escala consistente y racional de preferencias es una herramienta que le da certeza a la generación de la llamada función de utilidad y por ende a la posibilidad predictiva de las consecuencias de la acción. Cabe hacer hincapié en que para poder llegar a una relación óptima entre las nociones de racionalidad, preferencias, razones, utilidad y moral, es imprescindible que la teoría de la racionalidad utilizada sea lo más exhaustiva y crítica posible, ya que las valoraciones se generarán a partir del análisis que se llegue a realizar de las razones, por lo que si éste no es correcto o adecuado, la incertidumbre llegaría a ser igual o mayor que con las apreciaciones del consecuencialismo simple. Aunque la propuesta Davidsoniana parece ser un método confiable para evaluar la racionalidad, sus requerimientos de consistencia no son suficientes para tener una valoración exhaustiva de este calificativo, por lo que en su lugar hemos decidido el adoptar el planteamiento amplio elsteriano, mismo que al conllevar un escrutinio mucho más estructurado y profundo, nos da la posibilidad de alcanzar una mayor certidumbre, lo cual es el objetivo último que se pretende. III. La teoría amplia de la racionalidad elsteriana Como ya se ha mencionado con anterioridad, para la teoría de la elección racional, todas las acciones del agente se presumían como racionales si estas se daban conforme a los fines, lo que en alguna manera permitía que las decisiones se tomaran dentro de cierta constancia y que de tal forma, permitiera a los teóricos llegar a hacer explicaciones y predicciones confiables. Sin embargo, cuando esta propuesta teórica se une a una teoría ética, obligaría a concebir todas las decisiones del agente a partir de un principio de mínima bondad, pues al considerar que todo permanece más o menos constante, es más fácil justificar moralmente que la persona busque mejorar exclusivamente su propia condición de bienestar, ya que bajo este precepto, todo incluyendo el bienestar, la justicia o la equidad quedarían igual. Sin embargo, lamentablemente esto es un ideal, ya que inevitablemente ante cualquier decisión, se da una modificación en la realidad y el entorno del agente, y si requerimos tomar en consideración algunas de las situaciones mencionadas anteriormente (bienestar, justicia o equidad), su relevancia moral nos conducirá irremediablemente a una clara controversia ética. De tal manera, como lo menciona Hausman & McPherson8, los utilitaristas, que buscan basar la utilidad en un principio de bienestar que sea independiente a todo juicio de valor subjetivo del agente, logran respaldarse en gran medida con la teoría clásica de la elección racional, ya que si se da pauta a cuestionar la racionalidad, sería necesario hacer un mayor análisis de los elementos de la acción, incluyendo el plantear compromisos valorativos más profundos sobre las razones de los individuos. Así como lo consideró primeramente Davidson y posteriormente Elster con su teoría amplia de la racionalidad, la necesidad de validar la racionalidad de la acción obliga a hacer interrogantes sobre si las razones que se dicen generan la acción son realmente buenas razones, así como si también alcanzan cierto calificativo de racionalidad. Los economistas, apegados a la teoría clásica de la elección racional, tienen claros problemas al tratar de explicar este último tipo de situaciones, ya que para ellos sí aducimos que todas las acciones son racionales y conforme el interés propio, podríamos llegar a excusar una gran cantidad de conductas. Con base en esto, es que podemos decir que los planteamientos morales deben ser abordados mediante la elaboración de consistentes y racionales argumentos, estimando no únicamente las consecuencias de las acciones, sino más bien la función de utilidad generada a partir de evidencia e información completa, óptima y confiable, como lo propone el modelo amplio elsteriano. En cuanto al utilitarismo específicamente, toda teoría de la racionalidad puede plantear que sus agentes son racionales, si y solo si, sus preferencias se representan por medio de funciones de utilidad ordinal y sus elecciones 8 Hausman, D., & McPherson, M. (2007). El análisis económico y la filosofía moral. México: Fondo de Cultura Económica. acrecientan al máximo dicha utilidad. Si bien, el lenguaje referente a esta noción de utilidad, como lo mencionamos anteriormente, fue heredero de los utilitaristas clásicos, la teoría contemporánea esta mucho más abierta a lo que utilidad se refiere, considerando que esto llega a estimarse de una manera mucho más subjetiva. Por ello, es que la teoría clásica de la elección racional, la cual no dice nada sobre lo que las personas desean o lo que les causa interés, no resulta ser tan adecuada al momento de relacionarse con el utilitarismo contemporáneo, exigiendo nuevas valoraciones como las que abordan la propuesta consistente de Davidson o la amplia de la racionalidad de Jon Elster, ya que estas no solo ayudan a alcanzar una mayor reflexión sobre la racionalidad de una acción, sino que también les permite tener un alcance mucho más amplio de lo que los agentes estiman sobre los bienes y sus preferencias. De esta forma, la propuesta elsteriana viene a ser, una muy buena primer aproximación a los procesos reflexivos de escrutinio de la función de utilidad propuestos por el utilitarismo de las preferencias, ya que el simple hecho de ampliar el panorama de valoración de la racionalidad de la acción, se obliga a que cualquier relación que se dé con la misma, deba apegarse a dichos parámetros, incluyendo por supuesto, alguna teoría ética, como en este caso es la teoría utilitarista. Bibliografía Broome, J. (1991). Utility. Economics and Philosophy , 7, 1-12. Carrasco, M. (2001). Algunas objeciones al consecuencialismo ético. Universalismos, Relativismos, Pluralismos. Thémata (27), 155-163. Coleman, J. (1990). Foundations of Social Theory. Harvard: Harvard University Press. Davidson, D. (1995). Ensayos sobre acciones y sucesos. México: Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. Doménech, A. (1991). Elster y las limitaciones de la racionalidad. En J. Elster, Domar la suerte (págs. 9-49). Barcelona: Paidós. Elster, J. (1989). Tuercas y Tornillos. Barcelona: Gedisa. Elster, J. (1999). Juicios Salomonicos. Barcelona: Gedisa. Elster, J. (2007). La explicación del comportamiento social: mas tuercas y tornillos para las ciencias sociales. Barcelona: Gedisa. Goldthorpe, J. (1998). Rational action theory for sociology. British Journal of Sociology , 2 (49). Hausman, D., & McPherson, M. (2007). El análisis económico y la filosofía moral. México: Fondo de cultura económica. Hernández-Sampieri, R., Fernández Collado, C., & Baptista Lucio, P. (2006). Metodología de la Investigación (Cuarta ed.). México: Mc-Graw Hill Iberoamericana. Loza, N. (25 de Septiembre de 2012). La reelaboración de las teorías de la elección racional y los mecanismos de la vida social. Notas sobre Jon Elster. Zacatecas, Zacatecas, México. Smith, A. (2007). La riqueza de las naciones. Madrid: Alianza. Williams, B., & Smart, J. (1981). Utilitarismo. Pro y Contra. Madrid: Tecnos.