Llevando el compás.

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La gestión de un legado de innovación cultural ligado a la
danza vasca: Ballets Olaeta
2.2 Llevando el compás
Entrañable academia de ballet, rincón que atesora pieza a pieza
lustros de danza vasca universal
Entrar en escena. El hall de la antigua Academia de Ballets Olaeta
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2.2.1
En el número once de la calle Ercilla de Bilbao se encuentran los
locales que acogieron la academia del Ballet durante más de cincuenta
años, en el entresuelo izquierda. “Olaeta” aparece rotulada
sobriamente la puerta. Es fácil dejarse llevar por la imaginación y ver
discurrir por el pasillo grupos de jóvenes tras acabar sus clases de
danza en la academia, seguro que con una melodía aún susurrante en
los oídos. O tal vez tarareando alguna otra de
esas de camaradas de juego. Hoy ya no se
escuchan. “Éramos como una gran familia”
apunta orgullosa Miren Tere Olaeta cuando le
pregunto por la trayectoria de la Academia, que
cerró sus puertas definitivamente en 2007. Sin
embargo, se advierte que en su interior aún late
la actividad, aunque ahora de otra naturaleza.
Hace ya varios meses, desde marzo de 2008,
que un grupo de personas entra y sale por esa
misma puerta con el ballet como una idea sobre la que gira su
actividad diaria. Son el equipo de profesionales encargado de ordenar
el conjunto de piezas de una colección: el conjunto de vestimentas,
materiales
de
atrezzo,
instrumentos
musicales,
grabaciones
audiovisuales y hasta correspondencia privada que en su momento
formaron parte del día a día de Ballets Olaeta, y que hoy es un legado
sumado al patrimonio público del Territorio Histórico de Bizkaia tras la
donación formal realizada a la DFB por la familia Olaeta Torrezuri.
Los técnicos realizan su labor ocupando varias de las estancias del piso
y, junto con la supervisión de los técnicos del Servicio de Patrimonio
Cultural DFB, cuentan con la inestimable colaboración de las hermanas
Lourdes y Miren Tere Olaeta, quienes llevan el compás de los trabajos
de identificación y contextualización de los materiales inventariados.
Exponentes del espíritu creativo y transformador de la realidad que
inspiró siempre a Ballets Olaeta se aplican a ello con esmero en lo que
fue la sala de estar de la antigua vivienda, adaptada ahora como área
de trabajo. Hay en ella dos grandes mesas sobre las que se despliegan
documentos de diversa índole: carteles, libros, fotografías... y varios
ordenadores completan la imagen de un ámbito laboral de vetusto
encanto. Aunque parte de las grabaciones sonoras y audiovisuales se
han trasladado para su digitalización a las instalaciones de Eresbil y la
Filmoteca Vasca, la mayoría de las piezas del legado Olaeta se
encuentran aún en lo que fue el salón de baile de la academia. En su
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hall de acceso aún perviven retazos de sus cincuenta años de ir y venir
de dantzaris. A la izquierda de la entrada un tablón de anuncios
mantiene fijado un artículo recordatorio de Lide Olaeta con varias
fotografías a color de una de las últimas actuaciones del ballet. En su
parte inferior, sobre una vieja silla de madera oscura con asiento de
mimbre y respaldo cóncavo, otra foto a gran tamaño en blanco y
negro donde se puede ver a varios miembros del ballet saludados por
el Cardenal de Nueva York. Y al otro lado un óleo retrato de D.
Segundo Olaeta, el fundador y alma máter del Ballet. A escasos
metros, los acompañantes, testigos silenciosos de D. Segundo y su
labor durante más de setenta años, hoy piezas de colección,
permanecen reunidos como pretendiendo dar fiel testimonio de su
herencia: una fusión artística única de ballet clásico y danza popular
vasca. Vistos desde el hall forman una especie de vestuario operístico
al que se prestaran a irrumpir precipitadamente decenas de
intérpretes y bailarines de ambos sexos para cambiarse de atuendo y
reaparecer en un escenario.
Lo primero que centra la atención del que se aproxima a su interior
son dos trajes dispuestos en perchas colgadas en sendas columnas
maestras de roble de estilo rústico. Uno es de tonos violáceos y verdes
con botonadura adiamantada y cuello blanco de puntilla. El otro
granate aterciopelado combinado con bandas de motivos dorados y
azul celeste. Aparecen junto a una máscara inexpresiva de estilo
veneciano con cabellera rubia y txapela igualmente granate. Podrían
pasar muy bien por ser los ‘guardianes’ simbólicos del salón. A sus
pies un buen número de instrumentos musicales y elementos de
atrezzo: un acordeón marca ‘Paolo Soprani’, una pareja de zapatillas
de cuero cuyo color original se advierte fue el rosa y que presenta
evidentes muestras de desgaste sobre las zonas de apoyo al bailar; a
su lado, sobre un platillo de vajilla con motivos florales, varios
fragmentos de distintos tamaños de un mineral de tonalidad coralina,
y dos cencerros que han perdido hace ya tiempo su brillo original y
presentan un color macilento de cobre viejo. El conjunto tiene la
compañía de un pellejo de vino sobre el que apoya una quincena de
txistus de distintos tamaños, y que parecen descansar formando
pasillo a un trío de albokas. También está presente una pandereta en
cuya parte interior se lee con letras mayúsculas ‘OLAETA’, marca sin
duda identificativa para evitar extravíos; y un vaso ‘suletino’,
empleado en algunas de las composiciones del ballet. El grosor de la
parte inferior de este vaso es prácticamente el doble que el de la
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empleada para verter el líquido a beber, trasladando una sensación de
gran estabilidad
(si cabe hablar de ella, teniendo en cuenta lo
diminuto de su tamaño como plataforma de baile). Y en el centro de
esta irregular composición central un estuche aparece abierto con tres
batutas de diferentes materiales: una de madera con forma de bola
circundada por cinco líneas horizontales en su parte más gruesa, otra
de empuñadura metálica...
“Éste y éste, fíjate...” señala Lourdes Olaeta seleccionando para mí dos
de los trajes más antiguos que se conservan. Dado el estado de
compostura del que aún hacen gala me sorprende saber que son nada
más y nada menos que de hace setenta años.
Coinciden Lourdes y Miren Tere al comentarme que fue la primera de
ellas la que más se implicó en el diseño de vestimentas para el ballet
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(hasta su retirada en la década de los 60), de modo que buena parte
de las que se conservan nacieron de la sensibilidad y buen hacer de
Lourdes. “Ese era un tutú hecho en la Ópera de París...” comenta, y
prosigue dándome infinidad de detalles sobre el resto de trajes de
baile que, detrás, en cinco percheros sobre ruedas, componen un
mosaico tejido de las más variadas combinaciones de color, algunos
con sus sombreros a juego. Puedo ver aquí uno de uniforme
dieciochesco, allí un vestido de tonalidad cruda con adornos florales
voluminosos a modo de seis grandes rosas, con cierre de cordones
dorados... Otros se disponen colgados sobre las blancas paredes: a
uno de los lados varios trajes de bailarina, dos rosas, otro verde, con
las zapatillas de ballet a modo de improvisadas hombreras, sujetadas
de sus finas cintas en las perchas. Y más allá cuatro trajes para
pequeñas bailarinas, azules y rojos, con tul y motivos brillantes de
adorno. En su parte inferior, apoyados sobre las barras de madera que
servían de sujeción a los bailarines, tres pequeños paraguas abiertos...
“¿Recuerdas cuando Víctor estaba empleando humo para una de las
escenografías y aquello empezó a descontrolarse?, ¿y cuando con sólo
seis añitos Josean 1 cayó de bruces el pobrecito contra el suelo en
aquella actuación, frente a frente de aita... y aunque no se había
hecho nada grave para lamentar sí tenía susto: ‘Don Segundo... ¡que
me he hecho mucho daño!’ recuerdan Miren Tere y Lourdes con una
sonrisa emocionada. La razón de que me hayan contado esa anécdota
se encuentra a nuestros pies. Sobre el suelo entarimado del salón
cobra protagonismo un buen número de grandes cajas de cartón. Unas
contienen decenas de fotografías en blanco y negro, y coloridos
carteles promocionales –muchos enmarcados, otros apilados en un
medido desorden-; otras, el resto de trajes de baile, con el nombre de
la función a la que pertenecen con una cartela: “Contrapás”,
“Kasket”... Sonoros nombres que contribuyen a recuperar vivencias
imborrables e inspiran también a Miren Tere para describirme el
principal espacio de trabajo de los bailarines en la academia,
recordándolo como sólo puede hacerlo quien, como ella, en labor
compartida con su hermano Víctor, la dirigió y en la que desarrolló su
carrera profesional durante décadas. “¿Y esas marcas en el suelo, para
qué servían?” le pregunto, indicando una cuadrícula marcada con cinta
adhesiva blanca, aún nítida en buena parte del entarimado del suelo.
“Era la guía para los más pequeños, de modo que la tenían como
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Nombre ficticio
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referencia para ubicarse a la hora de practicar. Poníamos unos tacos
de madera con letras A, B, C...”, me explica.
Tras enseñarme el resto de habitaciones que componían el universo de
la academia y compartir conmigo alguna otra anécdota sobre la larga
trayectoria del Ballet y sus giras por Norteamérica llega la hora de
despedirme. Unos instantes antes Miren Tere recibe una llamada en su
teléfono móvil. El hilo de su conversación gira sobre un encuentro
concertado con los integrantes de las primeras promociones de
dantzaris. Exultante ante la posibilidad de volver a ver a antiguos
compañeros me invita amable y espontáneamente “¿te apuntas a esta
cita con el Ballet?” La fecha es unos días más tarde y yo no le puedo
confirmar mi asistencia en ese momento por lo que agradezco la
invitación y, tras un abrazo, abandono la antigua academia inmerso en
un único pensamiento: lo afortunadas que serán las generaciones
venideras por poder contar con todo este bagaje artístico y de
trayectoria humana, protegido por la DFB. ¿Único? Aún no he dejado
tras de mí el portal y me encuentro casi sin percatarme de ello
susurrando una melodía (nota):
“La Academia Olaeta somos una
gran familia... si bailas
contrapás llevando el compás...”
Invitación irrechazable. A invitación de Miren
Tere Olaeta tuve la oportunidad de vivir los
emotivo reencuentro de los
momentos del
integrantes de las primeras promociones de
Ballets Olaeta (Junio 2009)
Nota:
Miren Tere la había cantado durante nuestra entrevista. Según ella, la
canción surgió de su impulso por animar a los jóvenes alumno/as cuando,
con frecuencia, los acercaba en su propio automóvil hasta sus domicilios a la
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conclusión de las clases. Le pedí que intentara recordar la letra en su
integridad y tan solo unos días más tarde me la hizo llegar por correo. Más
de un antiguo dantzari seguro que aún la guarda entre sus más gratos
recuerdos:
La academia
Olaeta
Somos
Una gran familia
Cuando suena
La orquesta
Bailamos
De maravilla
Si tú quieres
Si tú quieres
Intervenir
A Olaeta debes ir
Y si prestas atención
Bailarás en la actuación
Chin pon
Si bailas suletinos
Qué fino fino fino
Si bailas Kasket
Muy bien muy bien muy bien
Si bailas contrapás
Llevando el compás
Y todos juntos contentos
Con Olaeta a triunfar
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Entre dantzaris. Con Miren Tere, en el centro de la imagen, reencuentro de compañeros de las primeras
promociones de Ballets Olaeta (Junio 2009).
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