la mujer colombiana en la universidad y en el mundo

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BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
LA MUJER COLOMBIANA EN LA UNIVERSIDAD Y EN
EL MUNDO DEL TRABAJO
Elssy Bonilla C*
Colombia ha experimentado desde mediados de siglo una profunda transformación
estructural que ha significado el mejoramiento paulatino, –aunque lento y desigual–
de las condiciones de vida de la población. Esta se desenvolvía en el marco de
relaciones sociales y económicas bastante atrasadas, no sólo en relación con los
países desarrollados sino también con otros de América Latina. El atraso de estas
relaciones puede ilustrarse con la situación de la mujer en la educación, a quien se
le negaba su ingreso a la universidad por considerarse que ciertos menesteres y
profesiones eran estrictamente masculinos, porque el logro de una profesión
marchitaba la sensibilidad femenina y porque ella debía garantizar con su afecto el
mundo del hogar (Velásquez Toro, 1989).
La integración de la población femenina es uno de los factores más importantes en
el desarrollo reciente del país, si se tiene en cuenta que hace apenas sesenta años
ellas permanecían invisibles en la esfera pública.1 Sólo en 1932 se les reconoce su
capacidad jurídica, en 1933 obtienen el derecho a la educación superior, en 1936 la
posibilidad de ejercer cargos públicos, en 1954 el derecho a la ciudadanía, en 1957
pueden elegir y ser elegidas, en 1962 se les reconoce remuneración igual a trabajo
igual y en 1979 el Estado colombiano suscribe el Convenio Internacional para
eliminar todas las formas de discriminación contra la mujer, ratificándolo en 1981
y reglamentándolo 9 años después en 1990. (Bonilla, 1991).
El desenvolvimiento lento e ineficiente de los
aspectos legales, es un indicador sugerente de la
forma inequitativa como se ha retribuido la
creciente y significativa participación social femenina. A comienzos de siglo se subordinaba
una mujer que tenía nueve y más hijos y que
estaba marginada de la escuela y el mercado
laboral. En la antesala del 2000 se subordina a
las mujeres colombianas que hoy tienen menos
hijos, que configuran la cuarta parte de la población económicamente activa y que han ingresado de manera significativa al sistema educativo
* Elssy Bonilla C. Facultad de Economía, Universidad de
los Andes, Bogotá, Colombia.
44
en todos sus niveles, incluyendo el universitario.
El presente trabajo analiza el acceso de las
mujeres a las carreras de la educación superior y
su situación en el mundo del trabajo. Para ello se
analizarán datos secundarios provenientes de
1
Se ha señalado que al hablar de la vida política o
económica resulta inevitable dejar en segundo lugar a la
mujer, pues ha sido la sociedad colombiana a través de su
historia la que la ha colocado en una posición subordinada, situación que ella cuestiona en el período de la
historia reciente mediante la búsqueda de la igualdad y el
reconocimiento de sus derechos sociales, políticos legales
e incluso psicológicos. Por esta razón, el IV volumen de
la Nueva Historia de Colombia busca poner a la mujer en
un primer lugar y dedica el primer capítulo a resumir el
estado actual de los conocimientos sobre la situación de
la mujer colombiana (Melo, 1989: 7).
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
los censos, las encuestas de hogares, las series de
datos del Instituto Colombiano de Educación
Superior (ICFES) y otras fuentes secundarias
pertinentes. Con el fin de explicar la situación
observada con estos datos, se procedió a realizar
una serie de entrevistas con estudiantes universitarios, con personas responsables de la política
de ciencia y tecnología, con empleadores del
sector más dinámico de la economía y con
agencias de empleo de personal profesional para
cargos directivos o para altos niveles de responsabilidad. Una de las principales limitaciones de
los datos secundarios obedece a que las series
continuas no se presentan sistemáticamente
desagregadas por sexo. No obstante, conviene
anotar que la información recogida permite alcanzar una visión bastante completa del problema que se examina.
El trabajo se divide en cuatro partes. En la
primera se hacen una serie de consideraciones
sobre la situación de la mujer colombiana en los
noventa con el fin de ubicar el problema de la
mujer profesional. En la segunda se analiza el
ingreso de la mujer a la educación universitaria
con alguna referencia a la tecnológica cuando
los datos lo permiten. En la tercera se estudia la
participación de las trabajadoras con educación
superior en el mercado laboral. En las dos partes
anteriores se presentan algunas apreciaciones
tendientes a explicar la participación femenina
en la educación superior y en el mundo laboral,
haciendo énfasis en los aspectos culturales. El
trabajo termina con algunas consideraciones
sobre el significado social de la posición femenina en la universidad y en el trabajo profesional.
La problemática de la mujer colombiana
en los noventa
Diferentes estudios han evidenciado que en el
país subsisten profundas diferencias entre la
ubicación social y económica de las personas
según su sexo. La posición de los hombres está
determinada por su ubicación en la estratificación
social y por la región en que se desenvuelven y
la de las mujeres por estos mismos factores y
adicionalmente por su género (Rey de Marulanda,
1981; Flórez, Echeverri y Bonilla, 1990; Presidencia de la República, 1991). Es decir que en
los estratos socio-económicos más bajos y en los
contextos regionales más atrasados, las mujeres
se encuentran en condiciones más desventajosas
que los hombres de los mismos estratos.
Esta situación es especialmente contradictoria si se considera que la evolución de la fuerza
de trabajo urbana a partir de los años setenta, se
explica por los cambios experimentados por la
población femenina en dicho contexto y los
cuales se pueden ilustrar con las siguientes
consideraciones:
– La oferta laboral femenina acumulada entre
1976 y 1989 creció un 81 por ciento, mientras
que la masculina lo hizo en 53 por ciento
durante el mismo período (Ayala, Bonilla
et.al 1990). El importante cambio experimentado en la tasa de participación femenina que
creció 3.3 por ciento por año entre 1982 y
1988, indica según PREALC (1990: 80) que la
variabilidad del coeficiente global de participación (1.7 por ciento al año), es explicado
básicamente por la rápida incorporación de la
mujer al mercado laboral.
– La población ocupada entre 1976 y 1989 se
incrementó en 59.2 por ciento para los hombres y 83 por ciento para las mujeres. La tasa
de ocupación plena masculina pasó de 73.6
por ciento en 1976 a 82 por ciento en 1989 y
la femenina varió de 76 por ciento, a 79 por
ciento en 1989. Dado que las tasas promedio
de ocupación descendieron durante el período, es posible considerar que este descenso
afectó más negativamente a la mujer. (Ayala,
Bonilla et.al 1990: 138).
– La calidad del empleo femenino. Durante el
decenio de los ochenta, el llamado sector
informal de la economía jugó un papel determinante en la dinámica global de la ocupación.
El sector informal semi-empresarial capta en
1988 el 47 por ciento del empleo informal y el
26.4 de la ocupación urbana total. El sector
tradicional representa respectivamente el 53
por ciento y el 30 por ciento (PREALC, 1990:
85-87). Si se tiene en cuenta que la participa-
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BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
ción femenina se incrementa en el período que
se reduce el empleo formal de 48.2 por ciento
al inicio de los ochenta (1982), a 43.6 por
ciento en 1988, es de esperarse que la creciente
oferta laboral femenina esté siendo captada en
el sector mas atrasado, proceso que se observaba desde el comienzo de la década.2
– Distribución por rama de actividad. En 1989,
el 90 por ciento de las mujeres ocupadas se
ubicaban en los servicios comunitarios y personales, en el comercio, restaurantes y hoteles
y en las manufacturas con un número ligeramente inferior al anterior. El setenta por ciento
de los hombres se ubican en estas tres ramas
pero predominando en las manufacturas. Un
análisis de la composición por sexo en cada
rama, teniendo en cuenta las variaciones
ocurridas entre 1973 y 1989 permite observar
una mayor participación de las mujeres en
todas las ramas, quienes aunque disminuyeron
su participación en los servicios comunitarios
y personales, laboran en un sector con relaciones muy atrasadas de trabajo. (Ayala,
Bonilla et. al., 1990).
– Distribución por posición ocupacional entre
1976 y 1989. En estos trece años, la población
femenina amplía su número entre los empleados y obreros en 4.8 por ciento, entre las
empleadas por cuenta propia en 3.7 por ciento
y entre los empleados y patrones en un 1.5 por
ciento y lo reduce entre las empleadas del
servicio doméstico de 25.3 por ciento a 14.9
por ciento. En todo el período las mujeres
configuran casi exclusivamente el grupo de
empleados sin remuneración y a diferencia de
los hombres que disminuyeron su número en
esta categoría, ellas lo acrecentaron.
2
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Rey de Marulanda (1981) clasificó las industrias en
atrasadas y no atrasadas (teniendo en cuenta el uso del
capital, la participación en la producción total, el dinamismo, el grado de tecnificación y la concentración del
empleo) y encontró que las mujeres predominaban dentro
del tipo más atrasado, con un 50.3 por ciento en empresas
que operaban en sus casas de habitación.
Contexto distorsionado
A pesar de esta significativa participación femenina que incluso ha conllevado repercusiones en
la estructura misma de la fuerza de trabajo, la
mujer se está desenvolviendo en un contexto
bastante distorsionado que implica para ella el
reforzamiento y no el cuestionamiento de su
posición social subordinada y determina su
ubicación en otras instancias sociales. Estos
factores pueden ilustrarse teniendo en cuenta los
siguientes aspectos:
– El trabajo doméstico y la jornada de trabajo.
La forma como la sociedad y como la mujer
perciben la maternidad y la relación con los
hijos determina de manera significativa un
patrón intensivo de uso del tiempo. Las mujeres que hacen parte de la fuerza de trabajo,
independientemente de su posición socioeconómica (pero dependiendo de esta, con ayuda
o no de empleadas del servicio), asumen
sistemáticamente una doble jornada de trabajo
–la remunerada y la doméstica– sin que se
vislumbre ningún cuestionamiento de la división sexual de este trabajo en el hogar. Como
resultado, las mujeres hacen uso muy intensivo
del tiempo, trabajan un mayor número de
horas diarias que sus compañeros, (quienes
sólo se involucran en estos quehaceres de
manera marginal) y un mayor número de días
a la semana, porque el trabajo doméstico se
concentra en sábados y domingos (Bonilla,
1985, y Flórez, Echeverri y Bonilla 1990).
– El desempleo. Este es uno de los problemas
más serios que enfrenta la población femenina
económicamente activa en Colombia. El incremento de la población femenina en el
mercado de trabajo significó que la incidencia
de la mujer en un desempleo abierto aumentara del 49 por ciento en 1982 al 55 por ciento
en 1988. Se ha estimado que los grupos mas
vulnerables al desempleo abierto en Colombia son los jóvenes y las mujeres (López,
1989). La población más afectada es la de 15
a 19 años, entre quienes casi una cuarta parte
no encuentra trabajo. Entre las mujeres de 20
a 24 años también esta cifra es alta (casi una
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
cuarta parte de esa población). El grueso del
desempleo estructural en Colombia es explicado por el desempleo de mujeres de 25 a 35
años, con educación media incompleta, que
buscan empleo de tiempo completo.3 Las
mujeres colombianas están mas afectadas por
el desempleo que sus congéneres de los otros
países de la región. La tasa de desempleo total,
según la posición de la persona en el hogar, es
sustancialmente más alta para las cónyuges,
(cuyo desempleo se incrementó de 5.7 por
ciento en 1982 a 9.1 en 1988), que para los
jefes de hogar entre quienes estas cifras han
variado de 2.8 a 3.0 por ciento durante el
período (PREALC, 1990: 95).
La trabajadora colombiana es la más afectada
por los problemas laborales del país. En primer lugar es la más dañada por el desempleo
abierto en el mercado asalariado que afecta
sobre todo a las de clase media y baja. En
segundo lugar, percibe los ingresos más bajos
tanto en el sector informal como en el campo.
Estos dos factores han sido considerados como
el doble problema laboral colombiano (López
C. 1990, 79). En el contexto de América
Latina, el 55 por ciento de las mujeres colombianas que configuran el desempleo total
del país en 1987, representan el grupo más
afectado en la región. En Chile estas cifras
correspondían al 33 por ciento en 1985, en
Venezuela al 22.3 por ciento en 1987, en
Costa Rica el 29.1 por ciento en 1988, según
datos de PREALC, citados por López C. (1990:
04).
– Ingresos según rama de actividad y ocupación. En el período analizado las mujeres
percibieron en mayor número que los hombres,
salarios más bajos que el mínimo en todas las
ramas de actividad, incluida la de los servicios
comunitarios y personales donde predomina
3
En Colombia la tasa de desempleo estructural se estima
como la diferencia entre la mínima tasa de desempleo
histórica (8 por ciento) y la tasa de desempleo friccional
(el de menos de un trimestre de búsqueda), López 1990:
84.
la población femenina. En 1989, en la industria manufacturera una quinta parte de las
mujeres recibían menos de un salario mínimo;
en la de comercio, restaurantes y hoteles casi
la tercera parte de ellas tenían esta baja remuneración y la mitad de las que desempeñan
servicios comunitarios también perciben salarios por debajo del mínimo. (DANE, 1991).
En 1990 el promedio de los ingresos femeninos ($ 63 126,70) era inferior a los ingresos
masculinos ($ 83 988,90). En todas las ocupaciones la mujer recibía un salario promedio por
debajo del hombre con excepción de las empleadas del servicio domestico (DANE, 1991).
La mayor diferencia salarial entre hombres y
mujeres se encuentra entre los empleados por
cuenta propia, seguidos por las empleadas particulares y las patronas empleadoras. Entre los
empleados del gobierno el salario promedio de
las mujeres es ligeramente más bajo que el de los
hombres. Cuando los empleados públicos se
desagregan teniendo en cuenta los que están en
cargos de dirección frente al resto, el salario de
los hombres es sustancialmente más alto que el
de las mujeres en los niveles ejecutivos, diferencia
que también se evidencia entre los profesionales
(CEPAL, 1985). Este hallazgo refuerza los resultados de otros estudios que evidencian que la
educación universitaria es más rentable para el
hombre que para la mujer (Bonilla, 1991).
Este análisis evidencia las precarias condiciones femeninas en el mercado laboral, cuya muy
baja productividad obedece a la forma como se
subvaloran su trabajo remunerado y su trabajo
doméstico. Como se verá en la próxima sección,
estos aspectos juegan un papel determinante en
la participación femenina en la educación superior y en su desempeño laboral posterior.
La participación femenina en la
educación superior
En Colombia –al igual que en otros países de la
región– las ganancias educacionales de las mujeres y su más alta participación escolar, son el
resultado de la expansión de los sistemas educativos. Esto significa que tales avances son el
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BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
producto de cambios socio-económicos globales y no de políticas educativas específicas.
Las mujeres se están educando en un sistema
que reproduce una organización social en el que
ellas tienen un puesto asignado de manera aparentemente natural, en una división social del
trabajo que orienta el desempeño de los individuos a priori según su sexo y no según sus
capacidades y conocimientos. El sistema escolar reproduce y valida desde los primeros niveles, una socialización en la que las niñas son
determinadas por sus roles adscritos y los niños
por sus roles adquiridos. Estos aspectos son muy
decisivos en la formación temprana de las
alumnas y determinan de manera significativa
su desenvolvimiento a lo largo de todo el proceso escolar y su posterior desempeño como adultas
y como trabajadoras.
Esta consideración es especialmente importante por el contexto en el cual la mujer accedió
a la educación media orientándola más hacia la
conducción de la vida familiar, que hacia el
ingreso a la universidad y en medio de una
resistencia que venía no sólo de la iglesia y de
algunos sectores políticos, “sino también de los
inveterados prejuicios y actitudes arraigadas en
la cultura nacional” (Jaramillo, 1989: 105).
Aunque actualmente se acepta que la mujer debe
tener las mismas posibilidades educativas que el
hombre, el contenido de la educación primaria y
media continúa reforzando un estereotipo femenino subordinado que tampoco está siendo puesto en cuestión en las aulas universitarias, organizadas en torno a la transmisión neutra y objetiva
de un conocimiento científico producto de un
quehacer dominado por el hombre y una visión
masculina del mundo, aspecto que se aborda a lo
largo del presente trabajo.
Diferentes estudios evidencian que el saber
que se transmite en el sistema escolar en su
conjunto no es todavía el resultado “de un esfuerzo continuado para ‘desmasculinizar’ los
conceptos mismos del saber universal, por medio de una visión científica de los determinismos
psicológicos, sociales y sobre todo culturales,
que limitan aún la comprensión que hombres y
mujeres debieran tener en su doble solidaridad,
48
por un auténtico renacimiento de las relaciones
entre todos los seres humanos que forman la
unidad indestructible de la especie” (M’Bow,
citado por Borcelle, 1984: 12). El sistema escolar fundamenta sus procesos y contenidos en
estereotipos sexuales que permean el conocimiento científico mismo, así como la posibilidad de acceder a él y de aplicarlo. De ahí que el
resultado de la formación escolar en todos sus
niveles, tenga un significado diferente para los
estudiantes según su sexo.
La expansión educativa en la que se enmarca
el ingreso de la mujer a la educación en todos los
niveles se inicia de manera retardada y ha
avanzado de manera incierta. En lo que va corrido del presente siglo, Colombia ha registrado
distintos períodos en los que la educación ha
transcurrido a muy diversos ritmos. Tras un
atraso sorprendente para cualquier comparación
internacional hasta mediados del siglo, la educación tuvo un impulso muy significativo en la
época del Frente Nacional. Tal avance a la
formación de capital humano tendió a debilitarse
a finales de los setentas y a agotarse francamente
en los años ochenta. Este debilitamiento del
papel educativo, en el que los problemas
institucionales han jugado el papel de la mayor
relevancia, ocurre justamente cuando –por razones naturales del proceso educativo– los beneficios de las mayores oportunidades educativas deberían comenzar a irrigarse por todo el
circuito social (DNP, 1991: 3). De acuerdo con
la misma fuente, en el contexto internacional
Colombia presenta entre 1960 y 1980 dos aspectos destacados en el desarrollo de su educación: el enorme atraso educativo en su fase inicial y la significativa expansión durante los
sesentas y los setentas, durante los cuales tuvo un crecimiento de su cobertura mayor que
cualquier país latinoamericano en el período.
Este ritmo de expansión declinó en los últimos quince años para la primaria y especialmente la secundaria, pero no para la educación
superior.
El freno a la expansión educativa se presentó
en un momento en el cual el nivel educativo de
la población aún no sobresalía internacional-
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
mente y se caracterizó por generar una creciente
desigualdad de acceso al sistema, hasta el punto
de haber alcanzado en el decenio de los 80 una
inequidad educativa mayor que la de todos los
países del mundo, con excepción de la India. En
el desarrollo educacional de los últimos quince
años ha primado un esquema institucional y
administrativo en el que prevalecen el centralismo, el desorden, la falta de coordinación e
información, que han pospuesto los frutos económicos y sociales de la expansión educativa.
En este contexto se ha dado la expansión del
sistema de educación superior y lo que algunos
autores han llamado la minimización de la matrícula universitaria. Este aspecto será objeto del
análisis en los siguientes apartes:
La matrícula femenina en la educación
superior
La expansión de la educación superior ha sido
muy significativa en términos cuantitativos y en
relación con su velocidad en el tiempo. Este
avance se ha dado en el contexto de un mejoramiento significativo de la cobertura del sistema
escolar en todos los niveles, con cifras que
corresponden en 1990 al 97 por ciento en primaria, al 45 por ciento en secundaria y casi al 12
por ciento en la superior y que en 1975 eran de
93 por ciento, 31 por ciento y 6 por ciento.
(Franco, 1990: 6). Se ha estimado que entre
1975 y 1985 la matrícula secundaria creció 25
por ciento en un período en que la población de
12 a 18 años aumentó 4 por ciento y la universitaria se amplió en 80 por ciento cuando la
población de 19 a 24 años varió en 17 por ciento
(FEDESARROLLO, 1989: 30). Se ha observado
que este crecimiento se ha dado de manera
distorsionada en términos de las zonas (rural y
urbana) y de las regiones y que en el interior del
sistema ha crecido más el nivel superior, dejando
un gran vacío en la educación secundaria. La
baja cobertura del nivel secundario está siendo
considerada como uno de los problemas más
serios que requiere una corrección urgente en
términos de la acción del Estado en el campo de
la educación (DNP, 1991). Estos factores debe-
rían ser considerados con especial cuidado, dado
que la cobertura y la calidad de la educación en
sus niveles primario y secundario pueden incidir
de manera significativa en el superior.
De acuerdo con las cifras que se presentan a
continuación, la cobertura de la educación superior que tenía una capacidad muy restringida
hace 50 años, alcanza una ampliación cuantitativa relativamente alta considerando su volumen
de partida. En efecto, en 1940 había 2 990 estudiantes universitarios, en 1960 esta cifra correspondía a 20 000, en 1975 a 176 000, en 1980
a 279 000, en 1985 a 391 490 y en 1988 a
457 834 (Parra, 1988: 86 y Franco, 1990: 19).
Tomando a 1959 como año base, se ha estimado
que en treinta años el índice de crecimiento de la
matrícula superior corresponde a 2 230 (Franco
1990: 19).
A pesar de los grandes cambios cuantitativos
no puede olvidarse que se parte de una base muy
baja y que “las tasas de escolaridad universitaria, ajustadas por el ingreso por habitante del
país, permanecieron por debajo del patrón latinoamericano” (Ocampo, 1986: 201).
La matrícula de la población femenina, que
por ley sólo puede acceder a la universidad a
partir de 1933 cuando se establece que puede ser
bachiller, pasó de representar el 2.3 por ciento en
1940, al 16 por ciento en 1955, al 26.7 por ciento
en 1970 y a 48.5 por ciento en 1985 (Parra, 1988:
167).
Tomando 1955 como año base se puede calcular que en los últimos treinta años el índice de
crecimiento de la matrícula superior femenina
es de 8 614, factor que explica de manera significativa su expansión. Asimismo se ha observado que a partir de mediados de los años cincuenta
la matrícula femenina se incrementó de manera
sustancial en la universidad privada (ICFES,
1991). Estos datos permiten afirmar que la expansión de la matrícula superior ha estado íntimamente ligada al desenvolvimiento de la matrícula femenina en términos cuantitativos y en
relación con su creciente ubicación en el sector
privado.4 De hecho se ha observado que “el
proceso de expansión de la universidad y la
modernización de la vida del país han producido
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BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
un incremento significativo, hasta el logro de la
paridad de la mujer en las aulas de la educación
superior y, al tiempo, un aumento de la naturaleza privada de esta educación que pasó de
corresponder a un tercio del total, a constituirse
en los dos tercios” (Parra, 1988, 167).
El crecimiento de la matrícula por áreas
del conocimiento
Los datos de la matrícula según áreas del conocimiento y por sexo, permiten observar que la
mujer ha ido en contravía en la escogencia de su
formación profesional, en relación con la oferta
laboral pertinente en cada período. Parece ser
que con excepción de la economía, la mujer ha
buscado una capacitación profesional muy diferente a la del hombre. Esta situación no puede
explicarse si se desconoce que desde mediados
de los años treinta el ingreso de la mujer a la
educación superior estuvo sometido a fuertes
debates en los que participaron tanto sectores
religiosos católicos como los partidos políticos,
algunos de cuyos representantes rechazaban la
coeducación universitaria. Quienes estaban en
contra aducían que podía acarrear trastornos
sexuales, que en la práctica nunca había dado
resultados y que la mujer no era sujeto competente para ciertos menesteres y profesiones exclusivos para los hombres (Velásquez, 1989:
28).
De manera tentativa y con base en la precaria
información disponible se pueden delimitar algunas etapas importantes en el ingreso de la
mujer a la universidad, desde comienzos de
siglo hasta 1945, a partir de 1945 hasta mediados
del 70 y desde esa fecha hasta el presente.5 En el
primer período las mujeres fueron orientadas
hacia las ciencias de la educación con la crea-
4
50
Desde principios de siglo se ha fomentado que la educación femenina se cubra con recursos privados. En 1904
se reglamentaba que los gastos de la educación primaria
masculina recayeran en los presupuestos de los departamentos, pero que las escuelas de niñas debían sostenerse
con los aportes de los habitantes de cada distrito
(Velásquez, M. 1989: 26).
ción en 1903 de las escuelas normales para
varones y las escuelas normales para mujeres
que debían establecerse en las capitales de los
departamentos. Como las mujeres no podían
ingresar a la universidad, ni tampoco podían
graduarse como bachilleres, esta modalidad se
convirtió en el canal de acceso a una formación
educativa más allá de la primaria. Se ha indicado
que el único hecho significativo anterior a 1930
y anunciador de un cambio en el concepto de
educación femenina fue la creación en 1928 del
Instituto Nacional Pedagógico de Bogotá, en
realidad una escuela normal femenina, puesta en
marcha bajo la dirección de la Misión Pedagógica Alemana y que tenía por finalidad preparar a
sus alumnas para asumir la enseñanza elemental. En 1932 se crea la Facultad de Educación, un
instituto mixto que incorporó lentamente personal femenino que en 1936 tenía 14 mujeres entre
127 alumnos.
En sus inicios, la educación fue evidentemente
una carrera masculina (Jaramillo, 1989: 104);
efectivamente en 1936 ingresa la primera alumna
a la Universidad Nacional, en 1937 se matricula
el primer grupo de mujeres en la misma institución y se gradúa la primera odontóloga en la
universidad de Antioquia. En las universidades
se puso en marcha un proceso de co-educación,
aunque el volumen de matrícula femenina fuera
muy reducido (6 en 1938 y 1 en 1944) y, al igual
que en el caso masculino, bastante elitista. Entre
1945 y finales de los 60 el proceso de coeducación universitaria, que abría a la mujer la
posibilidad de instruirse en las mismas universidades donde lo hacían los hombres, queda
cuestionado con la creación de las Universidades Femeninas en las cuales se las aislaba y se las
orientaba además a una educación profesional
propia de su sexo, tales como la orientación
familiar, el servicio social (posteriormente trabajo social), secretariado y delineantes de arquitectura. Como señala Velásquez (1989: 29), la
5
Las fuentes consultadas que presentan la información
desagregada por sexo son Parra (1988), Velásquez (1989)
y Cohen (1971).
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
creación de estas universidades trastocó parte de
los avances igualitarios y democráticos que en
materia de educación femenina se habían logrado
implantar en el período anterior. Puede plantearse
que la ampliación de la matrícula universitaria
femenina de 11 en 1944 a 74 en 1948 y a 128 en
1950, se dio fundamentalmente en planteles que
reforzaban su papel social tradicional y no la
orientaban a los sectores más dinámicos en
términos políticos y económicos. Aunque la
matrícula femenina continuó aumentando en las
universidades con co-educación, las universidades femeninas posiblemente jugaron un papel
importante en la forma de valorar heterogéneamente por sexos la profesionalización de las
personas.
Desde finales de los 60, en el marco de los
cambios experimentados por la población femenina (en relación con su papel en el descenso de
la fecundidad y por su ingreso al mercado laboral)
y por el sistema universitario mismo (cada vez
más privado y masificado), las mujeres
incrementan la matrícula en la universidad
convencional, especialmente en la privada y
empiezan a notarse en carreras claramente articuladas con los sectores más dinámicos de la
sociedad tales como la economía y la ingeniería.
Sin embargo, como se observa con los datos de
1985, al lado de esta tendencia prevalecen patrones anteriores que hacen en las condiciones
actuales “menos rentable” la educación universitaria femenina. La población universitaria femenina refuerza una vieja máxima que ha caracterizado el desarrollo del sistema educativo en
Colombia como “una marcha hacia el progreso
dentro de la tradición”.
De acuerdo con Parra (1988: 17), en 1935 la
mitad de las alumnas universitarias estudiaban
bellas artes –que era una carrera exclusivamente
femenina– una tercera parte ciencias de la salud
y el resto educación. Entre los hombres la carrera predominante era el derecho y aunque una
cuarta parte estudiaba ciencias de la salud y
cerca de una quinta parte educación, ya se formaban en ingeniería, arquitectura y afines y en
agronomía que eran profesiones exclusivamente masculinas. Veinte años después, en 1955,
casi el cuarenta por ciento de las alumnas universitarias se dedicaban a las ciencias de la salud
y una cuarta parte a “otras carreras” entre las
cuales posiblemente figuraban algunas exclusivamente femeninas, porque sólo el 1 por ciento
de los hombres se incluyen en este grupo. Un
hecho importante es que a diferencia de 1935 en
todas las áreas del conocimiento se registran
mujeres, así en algunos campos no pasaron de 20
alumnas como el caso de agronomía, veterinaria
y afines, economía y administración y matemáticas y ciencias naturales.
Veinte años mas tarde, en 1975 cuando las
mujeres representan casi el 40 por ciento del
alumnado universitario aunque continúan predominando en las ciencias de la educación, estudian casi en igual número que los hombres
ciencias sociales, derecho y ciencias políticas y
representan la tercera parte de los estudiantes de
economía, administración y contabilidad. Es
precisamente en esta última área del conocimiento donde se evidencia el cambio más notorio,
en una tendencia que se mantendrá en aumento
hasta la fecha, cuando representan más de la mitad de los estudiantes de economía y una cuarta
parte de las mujeres que ingresan a la universidad. En 1985 cuando configuran casi la mitad de
los alumnos universitarios (49 por ciento), como
ya se señaló las mujeres estudian predominantemente economía pero continúan centrando su
atención en ciencias de la educación en las que
representan casi el 70 por ciento de los alumnos,
lo que evidencia una verdadera feminización de
esta área del conocimiento, proceso que se perfilaba desde 1955. En este año también predominan las mujeres en ciencias sociales, derecho
y ciencias políticas (57 por ciento de los alumnos) y en ciencias de la salud (57 por ciento). Un
cambio importante se registra en las ingenierías,
la arquitectura y afines desde 1935 cuando
ninguna estudiaba esas carreras, a 1955 cuando
representaban el 3.6 de los alumnos correspondientes, a 1975 en que son el 15 por ciento y a
1986, año en el que el 26.5 de los estudiantes de
esta área son mujeres. En agronomía, veterinaria
y afines, así como en matemáticas y ciencias
naturales, el volumen de alumnos es bastante
51
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
bajo y el de mujeres es en este contexto sustancialmente inferior al de los hombres.
El análisis de estos cincuenta años evidencia
que la participación de la mujer en la educación
superior se ha incrementado cuantitativamente
de manera significativa, pero la forma como se
configuraban algunas áreas del conocimiento no
permiten examinar en detalle algunos aspectos
que son determinantes para caracterizar este
proceso.
En el caso de las Ciencias Sociales, el Derecho
y las Ciencias Políticas, cuando el derecho se
desagrega de esta categoría, se observa que entre
los graduados universitarios ha disminuído el
número de abogados en general y dentro de estos
el número de mujeres es menor que el de hombres. También han disminuído los graduados en
Ciencias Sociales, pero en este grupo el número
de mujeres es mayor que el de hombres y se
concentran en carreras como trabajo social que
ha sido femenino desde sus comienzos y psicología cada vez menos estudiada por la población
masculina (ICFES, 1974, 1980, 1986). En el
contexto de las ingenierías, la civil, la mecánica
y la electrónica son masculinas predominantemente, mientras que en la industrial y la de
sistemas, tienen una participación importante
las mujeres.
La desagregación de la categoría ciencias de
la salud permite visualizar que en esta área se
incluyen carreras de contenido, duración y
ejercicio muy heterogéneos. En 1980 (último
año con la información respectiva disponible),
casi el 40 por ciento de los egresados estudiaron
medicina, una cuarta parte odontología y cerca
de la quinta parte enfermería. Entre los hombres
egresados de ciencias de la salud el 70 por ciento
estudió medicina, el 21 por ciento odontología y
el 5.7 por ciento química y farmacia. Las
egresadas de ese año en cambio eran enfermeras
(29.5 por ciento), odontólogas (28.3 por ciento)
y sólo 13.5 por ciento cursaron medicina. La
enfermería, la nutrición y la dietética y los programas de salud de corta duración, que entrenan
primordialmente auxiliares para el ejercicio de
la medicina y la odontología, son casi exclusivamente carreras femeninas.
52
La mujer en los estudios de posgrado
Los programas de posgrado surgen en el decenio
del sesenta, pero se desarrollan en los setenta y
en los ochenta, como una resultante del desarrollo de la educación superior. Se ha señalado
que éstos no se expandieron solamente como
respuesta a procesos técnicos o demandas ocupacionales, sino también por las presiones de los
egresados universitarios que exigían más educación para acceder a mayores ingresos, a ocupaciones de más prestigio, a ascensos profesionales o como respuesta al creciente desempleo
de personal calificado (Cataño, 1989: 125-127).
A pesar de las limitaciones de las estadísticas de
posgrado, que tampoco se presentan desagregadas por sexo, en 1983 de los 361 programas en
funcionamiento 54 por ciento son especializaciones, 44 por ciento maestrías y el resto doctorados, programas que se ubican preponderadamente en Bogotá, Cali y Medellín.
Ante la dificultad de acceder a información de
posgrados desagregada por sexos, se procedió a
consultar datos del Instituto Colombiano de
Educación Superior (ICETEX), que financia de
manera significativa los estudios de graduados
en el extranjero, cifra que es difícil de cuantificar
por la diversidad de fuentes financiadoras. Esta
población es muy importante, porque como se
ha señalado, las personas que han adquirido
títulos en el extranjero han jugado un papel
relevante en la configuración de los posgrados
nacionales, como fundadores y profesores de los
mismos (Cataño, 1989: 128). De acuerdo con los
datos preparados por lCETEX para el presente
informe, entre 1985 y 1990 el 32 por ciento de
los aspirantes a las becas internacionales fueron
mujeres; entre los preseleccionados estas fueron
el 30 por ciento y de los seleccionados 29 por
ciento fueron mujeres, lo cual evidencia una
ligera tendencia a otorgar más becas a los hombres
en relación con el volumen de solicitudes. Del
total de estas becas sólo 3.7 por ciento son para
estudios doctorales, 13.4 por ciento para maestrías, 49 por ciento para estudios de posgrado
que no persiguen un título y el 0.2 por ciento para
investigadores a nivel de posdoctorado.
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
Ante la imposibilidad de visualizar con esta
información la situación de la mujer en los
estudios de posgrado, se procedió a revisar el
nivel académico de los investigadores que tenían
estudios en proceso en 1987. De acuerdo con
Colciencias (1987), el 73 por ciento son hombres
de los cuales 12 por ciento tienen doctorado, 27
por ciento magister, 17 por ciento son profesionales y el restante 44 por ciento tiene títulos
inferiores. Entre las mujeres –que no representan ni la tercera parte de los investigadores– sólo
6 por ciento tienen doctorado (16 por ciento de
todos los investigadores con doctorado), 25 por
ciento tienen maestría (la cuarta parte de este
nivel) y 12 por ciento son profesionales especializados. Las investigadoras sin posgrado representan el 57 por ciento. Teniendo en cuenta el
área de la ciencia se observa que en todos los
campos representan menos del treinta por ciento, con excepción del área de salud con un 41 por
ciento. Considerando el sector donde se ubica la
entidad a la que pertenecen los investigadores se
observa que en todos los casos, la mujer representa una minoría frente al hombre y que la
diferencia se acentúa a medida que se consideran niveles de estudio más avanzados (Colciencias: 1987). Esta información evidencia
también, que los niveles de doctorado requeridos para los investigadores de frontera son
concentrados por los hombres, por lo cual en un
futuro próximo esta situación no experimentará
cambios que posibiliten la contribución femenina
en este campo.
En el contexto de la actividad investigativa, la
presencia de la mujer es bastante limitada, lo
cual está indicando que su educación de posgrado
es menor que la del hombre. De acuerdo con los
datos sobre la investigación financiada por
Colciencias en el área de las Ciencias Sociales,
entre 1983 y 1990 se observa que en todos los
años se financiaron sustancialmente más investigadores que investigadoras, en una proporción
de 3 a 1 en promedio. Si se considera que el
tiempo promedio de financiación es de dos años,
sería de esperar que en 1991 hubieron concluído
las investigaciones financiadas desde 1988 hacia atrás. De acuerdo con este indicador se puede
observar que las investigadoras parecen cumplir
más puntualmente con los presupuestos de
tiempo. En efecto, 18 proyectos (47 por ciento)
financiados a investigadores en 1988 continuaban en proceso en 1991. Entre los hombres
tampoco se habían concluido 3 proyectos financiados en 1987, 2 de 1986 y 1 de 1983. Entre las
mujeres en cambio, de 1988 continuaban en
ejecución 5 proyectos (42 por ciento) y 2 de
1987. Todos los estudios financiados a mujeres
de 1986 hacia atrás ya habían concluido en 1991.
(Colciencias: 1991).
Dadas estas observaciones no sorprende que
la mujer esté casi totalmente ausente de los
registros de la actividad científica. Por ejemplo,
en el premio de Ciencias Alejandro Angel
Escobar instaurado desde 1955, en las 46 investigaciones galardonadas hasta la fecha solamente figuran cuatro investigadoras, la primera de
las cuales se registra en 1984 en calidad de coinvestigadora. En una lista que incluye los
científicos colombianos más destacados (58),
solamente se incluye a dos químicas (Poveda,
1989: 159). En una revisión detallada del desenvolvimiento de la astronomía, la historia, la
filosofía, la economía, la sociología, la antropología, la medicina y la técnica agropecuaria a
partir de finales del siglo pasado, sólo se destaca
el trabajo de 4 sociólogas y tres antropólogas. En
el quehacer científico la mujer pasa desapercibida, aún en aquellas áreas del conocimiento en
las que supuestamente juega un papel importante
como en las ciencias sociales.
Percepciones del personal directivo y
docente universitario
Contrario a lo que podría suponerse por los datos
presentados sobre la participación de la matrícula de las ciencias de la educación –que preparan
los docentes para el sistema educativo– las
mujeres no configuran ni siquiera la tercera
parte de los docentes en ninguno de los tipos de
instituciones de la educación superior. Entre
1975 y 1985 los datos evidencian que la mujer
tiene su mayor participación como docente en el
nivel tecnológico, alcanzando en 1985 el 30.9
53
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
por ciento en esta modalidad; en las instituciones intermedias profesionales representa un poco
menos del 30 por ciento y su menor participación se registra en la educación universitaria con
un 22.6 de los docentes en ese nivel. (Parra,
1988: 193).
Desafortunadamente no es posible hacer ninguna observación directa sobre la dedicación y
el nivel académico de las docentes en la educación superior, porque los datos no se presentan
desagregados por sexo. Este es un factor que
debe revisarse en futuros estudios porque se ha
indicado que el trabajo docente puede estar
seriamente afectado por la baja dedicación, dado
que en 1985 sólo el 32 por ciento eran profesores
de tiempo completo y la mayoría (56 por ciento),
eran de cátedra. Entre los docentes la formación
de posgrado tampoco es muy alta (15.5 por
ciento entre los profesores de instituciones tecnológicas y 7.3 por ciento entre los de la intermedia profesional). Los docentes universitarios presentan los niveles educativos más altos
con un 33 por ciento con títulos de posgrado, de
los cuales el 9.6 por ciento son doctores y el resto
son especialistas o tienen títulos de maestría en
proporciones similares (Parra, 1988: 193).
Considerando estos datos y recordando que
entre los docentes de todas las instituciones
universitarias predominan los hombres, es posible esperar que las docentes no sobresalgan ni
entre los profesores de dedicación exclusiva, ni
entre los que presentan mayores niveles educativos. Es decir, que por factores de tiempo en
relación con su dedicación y por la falta de
entrenamiento, es muy probable que la mujer
docente esté jugando un papel muy marginal en
la conducción de la universidad. En el volumen
IV de la Nueva Historia de Colombia, que ha
sido previamente citado, no se destaca la acción
de la mujer en los cargos de nivel ministerial del
sector educación ni tampoco en las rectorías de
los planteles universitarios porque, sólo con
excepción de muy pocos casos, la mujer no ha
operado en esos niveles de decisión.
54
La mujer en las carreras científicas y
tecnológicas: Percepciones de los niveles
directivos
Para explicar los resultados de los datos cuantitativos presentados, se condujeron entrevistas
entre el personal directivo de las universidades
y entre personas en cargos de decisión en una
institución que juega un papel importante en la
conducción de las actividades científicas y tecnológicas en el país. Entre el personal docente se
consideró que la mujer universitaria puede
desenvolverse en iguales condiciones que el
hombre y que de hecho no se observan diferencias notables por sexo en aquellas carreras mixtas.
Las diferencias señaladas estaban más relacionadas con el proceso de selección de la carrera
universitaria y con las expectativas para el mundo laboral.
Con relación al primer aspecto se indicó que,
aunque no existen carreras exclusivamente masculinas, dentro de una misma área del conocimiento, las mujeres se orientan más a algunos
campos que a otros. En el caso de la ingeniería,
por ejemplo, algunas de sus ramas son percibidas
más de tipo unisexo (sistemas e industrial),
mientras que otras son captadas como más
masculinas (mecánica y electrónica). Estos estereotipos no son adecuadamente revisados durante la etapa de selección de carrera y las
mujeres parecen tomar la decisión considerando
más aspectos culturales formales, que consultando sus propias capacidades y aptitudes personales.
Sobre las expectativas laborales las personas
entrevistadas indicaron que era evidente que en
el mundo del trabajo sí se consideraba que las
mujeres eran adecuadas para algunos tipos de
ejercicio profesional y no para otros y que esta
percepción de los empleadores se captaba en la
asignación de los campos de práctica. Un decano manifestó, por ejemplo, que las compañías
del sector minero eran reticentes a aceptar alumnas de ingeniería como estudiantes practicantes
por considerar que por ser mujeres no podían
desempeñarse de manera adecuada en esos espacios masculinos. La insistencia del decano
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
permitió que se aceptaran “a prueba” y la experiencia demostró al potencial empleador que el
desempeño profesional eficiente no reñía con el
sexo femenino, por lo cual ese campo de práctica
empezó a ser mixto. Según el decano, la mujer
profesional continúa siendo ponderada por unas
creencias culturales que, desafortunadamente se
validan muy frecuentemente en abstracto pero
que en la praxis, –cuando esta es posible como
en el ejemplo citado– se cuestionan y se superan.
El problema que se plantea claramente, entonces, es qué papel debe jugar la universidad en
este proceso de revalorización de las futuras
profesionales femeninas. Este papel parece ser
muy determinante para superar los estereotipos
culturales que se refuerzan desde distintos puntos
sociales en diferentes períodos de la educación
de la mujer, como se señaló anteriormente. Sin
embargo, en la universidad se presume que esta
labor no es de su incumbencia, aunque algunos
entrevistados y entrevistadas manifestaron cierta preocupación por el asunto y la intención de
hacer explícita la situación específica de las
universitarias y las implicaciones de género en
la formación y en el desempeño profesional.
Entre el grupo de personas responsables de
dirigir la actividad científica en el país, las
entrevistas ilustran los siguientes aspectos:
– En una apreciación general de la actividad
investigativa de hombres y mujeres en el área
de las ciencias sociales, se percibe que en éstas
predominan las investigadoras y se expuso en
primera instancia que “la participación de la
mujer no se ve como problemática y no hay
diferencias ni en términos de número, ni de
calidad, ni de desarrollo de la investigación”.
Se consideraba en ese nivel general, que “no
existe sesgo de género y que la aprobación y
financiación de los proyectos depende de su
naturaleza y de las recomendaciones de las
evaluaciones de expertos en cada una de las
áreas”. Esta percepción general se va cuestionando con base en apreciaciones más específicas. Se expresa que no puede desconocerse
que la figura del investigador y del docente
corresponde más a la del hombre, porque “las
mujeres se dedican a otras cosas” pero es un
interrogante “cómo se valoran socialmente
esas otras cosas”. En la dimensión social de
investigación en salud, concretamente, “la
investigadora mujer es la sombra del hombre,
aunque muchas de ellas sean excelentes y más
brillantes que el investigador”. Una de las
razones para que sea excelente investigadora
en los aspectos sociales de la salud obedece a
que “la mujer es capaz y tiene que demostrarlo”.
En la investigación en educación la producción
es similar, pero cuando en los estudios participan varios investigadores “el principal es el
hombre y la mujer se desempeña como coinvestigadora”. Se ha observado una cierta
tendencia a que “las mujeres prefieren investigar con otras mujeres”.
– En el área de las ciencias básicas se perciben claramente las diferencias en el desempeño de los investigadores según su sexo; las
cuales obedecen a que “el contexto determina
la participación diferencial de las mujeres en
la investigación científica”. La persona entrevistada señalaba que “desde mediados del
siglo pasado, cuando la investigación se introduce como una disciplina en el contexto de
la modernidad científica, es decir cuando
se desarrolla una actividad científica con patrones definidos; la ciencia adquiere una connotación masculina. La profesionalización
del investigador es masculina desde sus orígenes”. “El profesional investigador es una
figura moderna, que surge con el desarrollo
del capitalismo en el marco de la modernidad científica sexista”. En las primeras etapas
de esta modernidad, “la mujer estuvo penalizada y no tuvo acceso a la investigación y por
lo tanto no podía ser investigadora”. En el
contexto nacional, la concepción del investigador toma como referencia a la comunidad científica internacional, la cual intelectual y culturalmente justifica una diferenciación de los investigadores según su sexo,
aunque “la ciencia en sí misma no tenga algo
especial que no le permita desempeñarse a la
mujer”.
El entrevistado consideró también que “desde
cuando la investigación se introduce como dis-
55
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
ciplina, el investigador es en el fondo un gran
negociador y debe desempeñarse como lider de
un equipo”. En este contexto, la mujer es afectada porque dadas las condiciones sociales y sus
responsabilidades con la maternidad le resulta
muy difícil asimilarse con el perfil de un investigador que incluye dedicación y constancia,
trabajo nocturno y desplazamiento a diferentes
lugares. En una “sociedad machista”, el liderazgo
de la mujer investigadora es afectado por la
dificultad para que se acepte “su autoridad para
cuestionar y la legitimidad frente al grupo”.
Se considera que es urgente hacer un análisis
comprensivo del desenvolvimiento de la mujer
en la universidad, aspecto que se dificulta porque en Colombia no existe una sociología de la
ciencia que permita contextualizar la investigación científica y tecnológica. Es urgente abordar
de manera sistemática el problema de cómo se
hace ciencia en el país y desde esta perspectiva
comprender el papel que se le ha asignado a la
mujer en este campo. El entrevistado sugiere
que para llegar a puntos conclusivos sobre el
problema de la mujer en la ciencia se deben
explorar aspectos como los siguientes:
– Determinar la dinámica de la actividad científica, cómo está constituída y en este espacio
fundamentar análisis comparativos a partir
del factor sexo.
– Establecer qué valores legitima la universidad
sobre la formación científica y responder la
inquietud sobre “si las mujeres adquieren
valores de la ciencia que las excluyen a ellas
como científicas o como investigadoras”. Un
aspecto que puede explicar la diferente posición de los investigadores según su sexo, se
relaciona con lo que es socialmente valorado.
Los aspectos de la “sensibilidad” y las preocupaciones sobre “los costos sociales” de algunas decisiones que pueden predominar en la
población femenina, no son socialmente valorados de la misma forma como se ponderan
otros aspectos.
– Explorar si la mujer está capacitada para asumir
la dirección de la gestión de la investigación
moderna, que es una empresa compleja en la
que el investigador como líder, debe negociar
56
múltiples factores para garantizar la viabilidad de su estrategia.
– Estudiar a la mujer investigadora misma. Qué
opina de ella, qué valores sustenta, si percibe
una subcultura del sexo y cómo puede influir
esta subcultura en sus valores como científica.
La mujer en las carreras científicas y
tecnológicas: percepciones de la población
estudiantil
Para abordar este análisis se entrevistaron 63
estudiantes mujeres (23 de la Universidad Nacional y 40 de la privada) y 62 hombres (25 de la
Nacional y 37 de la privada). En la universidad
Nacional se contactaron estudiantes de economía agrícola, ingeniería (mecánica y sistemas),
física y economía. Los estudiantes de las universidades privadas estaban matriculados en la
Javeriana (medicina e ingeniería electrónica e
industrial), los Andes (física, ingenierías mecánica e industrial y economía) y La Salle (veterinaria). El análisis de las preguntas cerradas
permite señalar los siguientes aspectos:
– El sexo influye más en la selección de la
carrera universitaria entre los hombres que
entre las mujeres y casi todos los entrevistados
están satisfechos con la escogencia, con excepción del 17 por ciento de las estudiantes de
la universidad pública. En relación con el
rendimiento académico, la mayoría de las
estudiantes y especialmente las de la universidad privada consideran que es igual para
hombres y mujeres, pero menos de la mitad de
los hombres están de acuerdo con esta percepción y especialmente los hombres de la universidad privada que estudian veterinaria. Sin
embargo, es mayor el número de hombres que
consideran que el rendimiento de las mujeres
es más alto.
– En relación con las oportunidades en el mundo
del trabajo, las mujeres y especialmente las de
la universidad privada (77.5 por ciento), consideran que estas son iguales para todos los
egresados, mientras que los hombres estiman
que será más fácil para ellos y especialmente
los de la privada (64.9 por ciento), entre quie-
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
nes ninguno piensa que será más fácil emplearse a las mujeres. Mientras que cerca de
las dos terceras partes de las mujeres consideran que tendrán igual éxito en el trabajo, una
tercera parte de los hombres opinan que ellos
serán los exitosos y sólo el 17.4 por ciento de
las estudiantes de la universidad pública piensa
que el éxito laboral es femenino.
En general las mujeres tienden a percibir
igualdad de desempeño y oportunidades para
ellas y para los hombres en la universidad y en el
trabajo, mientras que una proporción importante
de hombres (alrededor de la tercera parte) piensan
que ellos tienen alguna ventaja sobre las mujeres. Asimismo, un mayor número de varones
que de mujeres piensan que sí existen carreras
para ellos y carreras para ellas. (CEDE, 1991).
Al profundizar las opiniones mediante una serie
de preguntas abiertas se observan las siguientes
tendencias:
– Independientemente del sexo y del tipo de
universidad, los estudiantes escogen su carrera teniendo en cuenta las posibilidades de
aplicación práctica en el ámbito laboral, así
como la atracción que ejerce lo que visualizan
como el campo de trabajo de la práctica profesional.
– Para la mayoría, hombres y mujeres, el sexo
no fue un factor determinante en la elección de
la carrera. Según los estudiantes de la universidad pública, no existe ninguna relación entre
estos dos aspectos y de acuerdo con las opiniones de los estudiantes de las universidades
privadas, hombres y mujeres tienen las mismas capacidades para desempeñar cualquier
profesión.
– Aunque en general la satisfacción que experimentan las mujeres y los hombres con respecto a la carrera está relacionada con el grado
en el cual se han visto satisfechas las expectativas iniciales, los varones de las universidades privadas enfatizan su aprecio por la forma
como la carrera responde a sus intereses teórico-prácticos.
– Los estudiantes entrevistados coinciden en
afirmar que la principal razón por la cual hay
más hombres que mujeres en las carreras que
están cursando; se debe a problemas de “prejuicios machistas”. Sin embargo, son los estudiantes varones tanto de las universidades
privadas como de las públicas los que en su
mayoría agregan otras razones como las siguientes: “las mujeres no estudian estas carreras porque les gusta lo fácil”; “las mujeres
tienen otros intereses como casarse y tener
hijos”, “las mujeres no tienen las capacidades
para desempeñar estas profesiones”, etc.
– Las mujeres consideran que no hay diferencias en el rendimiento académico de hombres
y mujeres. Los hombres expresan que ellos
rinden más. Al evaluar estas diferencias
percibidas, los varones expresan que ellos
obtienen mejores puntajes porque satisfacen
más fácilmente las exigencias curriculares y
porque estudian y se apoyan más entre ellos.
En los pocos casos en los cuales consideran
que las mujeres logran un mejor desempeño
que los hombres; la principal razón se debe a
que “ellas son más juiciosas y dedicadas”.
– Aunque todos los estudiantes consideran que
la principal razón por la cual los hombres se
ubican más fácilmente y con mayor éxito en el
campo laboral se debe a los “prejuicios machistas de las empresas”, los estudiantes
hombres de los dos tipos de universidades
agregan razones como las siguientes: “los
hombres tienen mayor capacidad para dirigir
personal”, “ellos están mejor preparados”,
“tienen menos compromisos familiares y
pueden moverse más fácilmente”, etc.
– La mayoría de estudiantes, hombres y mujeres, aseguran que no hay carreras específicas
para uno u otro sexo porque los dos tienen las
mismas capacidades para desempeñar cualquier profesión. Sin embargo, quienes consideran que sí hay carreras diferentes para cada
sexo (principalmente los estudiantes hombres)
hacen una clasificación que refleja claramente
la forma como convencionalmente se justifica
la posición secundaria de las mujeres profesionales. En orden de importancia las carreras
consideradas masculinas son: ingeniería,
medicina, física, filosofía, veterinaria y matemáticas. Las carreras percibidas como feme-
57
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
ninas son: enfermería, psicología, diseño textil, preescolar, trabajo social, las terapias en
general, bacteriología, nutrición y comunicación social.
En general, se observa la tendencia entre las
estudiantes mujeres a considerar que no debieran existir diferencias por sexo en la selección de
carreras, en el acceso a la universidad, en el
desempeñoacadémico,nieneldesenvolvimiento
profesional, porque ellas son tan capaces como
ellos. Sin embargo, los hombres justifican una
apreciación diferencial de los profesionales según el sexo y aunque matizan sus respuestas
señalando que la mujer está a la altura de ellos;
tienden a valorarla de acuerdo con los estereotipos culturales vigentes; que la ubican en una
posición desventajosa. Por el contrario, la mayoría de las mujeres se abstienen de hacer muchos comentarios y en ningún caso tienden a
valorar negativamente a los hombres, porque
entre las estudiantes predomina una percepción
equilibrada de oportunidades y desempeño entre los sexos.
Aunque sería necesario ampliar la muestra a
otras universidades, a otras carreras y a otras
ciudades, se observa un profundo desfase entre
la percepción de equilibrio que expresan las
mujeres implícita y explícitamente y la expuesta
por los hombres que es de equilibrio explícito,
pero no implícito. La estudiante universitaria
está tomando una serie de decisiones sobre su
futuro profesional con base en una información
general de igualdad sexual que no se reproduce
en los significados subyacentes del resto de la
población, los cuales parecen estar determinando
también el mundo del trabajo. Como esta doble
significación es contradictoria, la mujer universitaria se está desenvolviendo con unos presupuestos ambiguos, que la ponen en desventaja
en los ámbitos académicos y laborales.
La mujer universitaria en el mundo del
trabajo
Se ha indicado que entre 1976 y 1985 la mayor
participación femenina y la prolongación de la
vida productiva son las diferencias básicas de la
actividad laboral de los universitarios en rela-
58
ción con el conjunto de la población. Este impacto, resultante de la expansión del sistema
universitario,seseguirámanifestandoenlafuerza
de trabajo como resultado del aumento esperado
de las tasas de escolaridad universitaria, del
envejecimiento de los trabajadores educados en
las últimas décadas y por el aumento de la
participación de las mujeres universitarias. La
presión de los trabajadores con educación superior sobre el mercado de trabajo seguirá siendo
significativa en los próximos años, especialmente en los grupos jóvenes de la población
(Ocampo, 1986).
La expansión de los empleados con
educación superior
La transformación estructural más importante
que continuará experimentando la Población
Económicamente Activa (PEA) hasta fines de
siglo, es el cambio en su composición por niveles de escolaridad, que implicará que en el año
2 000 más del 80 por ciento de la PEA tendrá
algún año de secundaria o más y el 23.5 por
ciento de la fuerza de trabajo será de personas
con algún año de educación universitaria (Reyes, 1989: 294).
Esta transformación se evidencia cuando se
considera el nivel educativo de la población
educada y es especialmente importante entre los
trabajadores con educación universitaria, grupo
en el que las mujeres han jugado un papel muy
especial en el período transcurrido entre 1976 y
1989. En estos trece años las ocupadas con
formación universitaria completa pasaron de 2.6
por ciento a 11.5 por ciento cifras que en los
ocupados correspondían a 6.8 por ciento y 13.1
por ciento, respectivamente. Entre las mujeres
ocupadas con universitaria incompleta las cifras
del período corresponden a 4.8 por ciento y 9.5
por ciento y entre los hombres con ese nivel
educativo de 6.3 por ciento a 7.7 por ciento.
(Encuestas de Hogares del DANE de los últimos
trimestres de 1976, 1980, 1986 y 1989. Esta
información evidencia también que los hombres
con universidad completa incrementaron su participación de manera más significativa que las
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
mujeres con ese nivel educativo, mientras que
entre los trabajadores con secundaria incompleta son las mujeres las que presentan el mayor
crecimiento.
Desafortunadamente el rápido crecimiento de
los trabajadores con educación universitaria no
ha sido acompañado por un aumento en la demanda de este tipo de trabajadores, desfase que
se ha tornado especialmente significativo en los
años 80 y que ha acarreado un mayor desempleo; un deterioro de los ingresos reales, una
mayor diferenciación interna y una frustración
creciente de un grupo significativo de profesionales (Ocampo, 1986: 199). En este contexto,
las trabajadoras universitarias han sido más negativamente afectadas porque en gran medida
buscaban ingresar en un mercado en el que no
habían logrado una consolidación en los períodos previos, en un momento en que éste se
expandía de manera muy lenta. Habían logrado
acceder a la educación de manera similar al
hombre en términos cuantitativos, pero las credenciales adquiridas no eran para ella una garantía
laboral. La inversión en la educación femenina
parecía configurarse en una inversión en recursos ociosos, pero no porque la mujer no estuviera
dispuesta a trabajar sino porque “si bien actualmente se acepta que la mujer se eduque, no se
respalda por igual su ingreso al mercado de
trabajo”, según se señala desde hace más de diez
años (López, C. y López, A. 1977: 63).
En el sector informal de la economía un 7.6
por ciento de los trabajadores tenían en 1988
educación secundaria, de los cuales el 40.6 por
ciento eran mujeres (cálculos de la autora basados en las Encuestas de Hogares de junio de
1989). En principio, esta situación no sería problemática si se considera que en el sector informal hay empresas modernas que operan con alto
grado de eficiencia y productividad (PREALC,
1990). Sin embargo, al desglosar las cifras correspondientes según la posición ocupacional
del trabajador se observa que los universitarios
y especialmente las universitarias se están también involucrando en las actividades tradicionales del sector informal, lo cual implica una
subutilización impresionante del entrenamiento
adquirido. Los datos de la Encuesta de Hogares
del DANE de junio de 1989 permiten observar
que un 8 por ciento de las universitarias ocupadas son trabajadoras familiares sin pago (2.6 por
ciento en el caso de los hombres) y el 51.1 por
ciento son obreras o empleadas, lo cual significa
una alta inestabilidad laboral que es una de las
características del empleo informal como ha
sido indicado en un estudio reciente de PREALCOIT (1990). Aún en este contexto se nota una
mejor utilización de la educación superior entre
los hombres, pues entre los ocupados en el sector
informal el 38 por ciento trabajan por cuenta
propia (27 por ciento las mujeres), el 28 por
ciento son propietarios de las empresas o sea
21 647 en números absolutos (13 por ciento para
las mujeres o sea 6 768 en números absolutos).
Menos de una tercera parte de los hombres
ocupados en el sector informal son obreros o
empleados y ninguno es empleado en los servicios personales, cifra que cobija a 545 mujeres universitarias laborando en el sector informal.
Estas cifras no sorprenden y sólo validan una
tendencia que se observaba desde comienzos de
los años ochenta, según la cual las mujeres en el
sector informal predominan en las empresas
más pequeñas en capital y número de trabajadores, situación que la crisis económica de mediados de los 80 ha validado incluso para las mujeres ocupadas con educación universitaria.
El desempleo profesional
La subutilización de la educación universitaria
no se refleja solamente en las condiciones de
empleo de la población con este nivel educativo,
sino también en el desempleo y en los salarios.
De acuerdo con lo señalado en la primera sección de este estudio, el desempleo de los años
ochenta ha sido muy alto y el desempleo femenino está explicando en gran medida aspectos
estructurales del problema. La población femenina con educación universitaria que hace parte
de la PEA no ha escapado a esta situación. En el
período transcurrido entre 1976 y 1989 las tasas
de desempleo de las mujeres con educación
59
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
universitaria fueron más altas que las correspondientes a los hombres con esta formación, con
excepción de las tasas correspondientes a los
desempleados con educación primaria incompleta en 1976. En este período, la tasa más alta de
desempleo entre la población femenina con educación universitaria se observa en 1985 cuando
corresponde a 21.08 por ciento, cifra apenas
superada por las desempleadas con secundaria
incompleta (27.13 por ciento). En 1989 las
desempleadas con formación universitaria incompleta representan la tasa más alta observada
ese año. Además, durante todo el período las
tasas de desempleo femeninas entre las personas
con universidad completa son significativamente
mayores que las de los hombres y se mantienen
por encima de la observada en 1980, mientras
que para aquéllos descendió ese nivel. En todos
los años la tasa total de desempleo de los profesionales es explicada significativamente por el
desempleo de las mujeres universitarias. Los
universitarios presentan problemas de ingreso al
mercado laboral, aunque esta situación está resolviéndose para los hombres de 20 a 29 años,
pero no así para las mujeres. (Ayala, Bonilla et.
al., 1990: 167).
La devaluación de la educación
universitaria femenina
Aunque los niveles más altos de desempleo se
concentran entre la población femenina con
bachillerato incompleto y las mujeres universitarias al igual que los hombres, respondieron al
problema orientándose hacia el mercado laboral
informal, este proceso ha estado acompañado
por un deterioro de los ingresos relativos.
(Ocampo 1986: 220), ha señalado que la proporción de los profesionales que ganan menos de
cinco salarios mínimos de 1985 ha aumentado
sistemáticamente desde 1976. Mientras esa proporción era de 60 por ciento en 1976, pasó a 66
por ciento en 1980 y a 74 por ciento en 1985.
Simultáneamente, los profesionales que ganan
más de nueve salarios mínimos disminuyeron
del 12 por ciento del total en 1976, a 10 por
ciento en 1980 y a 7 por ciento en 1985. Según
60
la misma fuente, cerca del 8 por ciento del total
de profesionales ha concentrado una cuarta parte del total de ingresos recibidos por estos trabajadores.
Aunque no fue posible desagregar esta información por sexo, los datos sobre ingresos presentados en la segunda parte de este trabajo
permiten suponer que las profesionales deben
predominar entre los grupos que han visto más
negativamente afectados sus ingresos y posiblemente están incluídas de manera muy marginal
entre el grupo que concentra la cuarta parte de
los salarios. Los datos de CEPAL (1986) para
los grupos de población ocupada que concentran
un alto número de profesionales en la Bogotá de
1985, son indicadores que respaldan este supuesto. Según esta fuente, el índice de ingresos
medios para los profesionales era de 313 y para
las profesionales de 193; entre los técnicos la
cifra correspondía a 197 y entre las técnicas a
154; entre los directores y gerentes y administradores públicos 540 y las directoras y gerentes
373; entre los comerciantes y por cuenta propia
163 para los hombres y 78 para las mujeres.
Agudización del problema laboral de las
profesionales
Estudios realizados a finales de los setenta ya
evidenciaban la discriminación femenina en relación con las oportunidades laborales, la movilidad ocupacional y el nivel de los ingresos
para todas las trabajadoras, independientemente
de su nivel educativo. En el contexto actual de
modernización del Estado y de apertura económica, la situación que se ha venido deteriorando
se tornará aún más difícil porque el Estado es un
importante empleador de la mujer profesional y
una reducción de la burocracia estatal como un
recurso para hacer más eficiente su funcionamiento, puede significar que mujeres profesionales despedidas en este proceso incrementen el
desempleo de las mujeres universitarias, a menos que se tomen las medidas pertinentes para
evitar que la soga se rompa por el sector más
débil, menos organizado y con menos respaldo
gremial y sindical.
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
Las oportunidades de empleo para este grupo
se orientarían sólo teóricamente hacia el sector
privado, porque la racionalidad de la esfera
privada y la pública son tan diferentes que posiblemente la experiencia de trabajo de la mujer en
el gobierno, en donde además se ubica de manera predominante en cargos medios y sin responsabilidades evidentes en la toma de decisiones y
manejo de personal, quedaría devaluada. La
apertura económica está acentuando que la demanda de empleo predomine para aquellos trabajadores cuya formación profesional está en
la frontera de los desarrollos de la ciencia y la
tecnología. Desafortunadamente éste no es el
caso de las mujeres profesionales que han
orientado su formación durante los últimos años
sin considerar las características de los sectores
más dinámicos de la economía y de la sociedad
en su conjunto. Este aspecto no sólo dificulta su
reubicación laboral de los mercados que se cierran
hacia los que se abren, sino que hará difícil que
participen en los programas de re-entrenamiento
profesional porque su formación básica no es
adecuada. Esta consecuencia negativa podría
ser matizada si se establecieran programas específicos de reentrenamiento para las mujeres
profesionales, lo cual implica una claridad política que el Estado aún no ha hecho visible y una
reserva de los fondos que financiarán estos costos
para una población que no tiene ingresos porque
está desempleada o porque tiene poca capacidad
de invertir en su re-educación pues como mujer
percibe salarios más bajos. Además, el mismo
desempleo de las profesionales femeninas reforzará este círculo vicioso porque posiblemente
una parte significativa del re-entrenamiento se
realizará en el sitio de trabajo y ahí predominan
los profesionales hombres. El costo de esta situación contradictoria lo asumirán indudablemente las mujeres profesionales para quienes es
cada vez menos cierto que la inversión en educación conlleva mejores salarios y movilidad social, pero para la sociedad en su conjunto
será incalculable tanto en términos económicos
–porque la mitad de la población universitaria es
femenina lo que conlleva una ineficiencia de
dimensiones insostenibles– como en términos
políticos porque la búsqueda de una sociedad
más democrática, más igualitaria y menos violenta está quedando socabada justo en el período
en que se funden los cimientos para la sociedad
del próximo siglo.
Las mujeres profesionales en el mundo del
trabajo: percepciones de los empleadores
Las dinámicas de organización de las empresas
productivas no son ajenas ni están separadas de
la dinámica social. De hecho, las estructuras
organizativas empresariales reproducen las estructuras macrosociales y esto es particularmente cierto en lo que se refiere a la distribución de
los cargos y las posiciones por sexo. De ahí la
importancia de analizar en el nivel de los procesos
micro, la forma como se refuerzan aquellos
parámetros culturales que ubican a los hombres
y a las mujeres en las organizaciones.
Con el fin de captar la situación de la mujer en
relación con su ingreso; oportunidades y desempeño en el mercado laboral, se realizaron entrevistas individuales en profundidad a profesionales responsables de los procesos de selección de
personal en agencias consultoras especializadas
y a directivos de dos grandes empresas
empleadoras profesionales en el país.6
El análisis de las entrevistas permite detectar
algunos aspectos determinantes tanto en los
procesos de selección como en la producción del
trabajo femenino profesional, en términos del
desempeño laboral, la promoción ocupacional y
los ingresos laborales. Asimismo hizo posible
dilucidar la forma como los empleadores perciben el doble rol femenino de trabajadora y ama
de casa y el que juegan los estereotipos cultura-
6
Se escogieron tres agencias de empleo que seleccionan
niveles de cargos medios y altos con requisitos profesionales y tecnológicos, las cuales se encuentran entre las
agencias consultoras más reconocidas en el sector más
moderno de la economía. Las empresas empleadoras
contactadas se ubican en el sector bancario y en el sector
petroquímico, son de origen mixto, tienen sedes en las
principales ciudades del país y cuentan entre las dos un
total de 11 300 empleados.
61
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
les en la valoración del trabajo remunerado de la
mujer profesional.
El sexo como requisito en la selección de la
trabajadora profesional
El desarrollo de las organizaciones empresariales
en las últimas décadas se ha caracterizado por la
necesidad cada vez más evidente de estructurar
formalmente los procesos relacionados con la
selección y el manejo interno de su personal.
Esta necesidad ha promovido el surgimiento de
departamentos de Relaciones Industriales dentro de las empresas y de agencias altamente
especializadas en la evaluación técnica, psicológica e intelectual de las personas que aspiran a
ubicarse laboralmente. La demanda de personal
eficiente y capacitado que llene estrictamente
los requisitos del cargo y la necesidad de reducir
al mínimo la posibilidad de fracaso, exigen que
cualquier persona, hombre o mujer, profesional
o técnico se someta a tales procesos de selección
para acceder a cualquier posición dentro de una
organización y especialmente a las que están en
el nivel de toma de decisiones o de manejo de
personal.
Las apreciaciones sobre el papel del sexo en el
proceso de selección del personal profesional
son directas para expresar que “técnicamente”
hablando, éste no debe ser un requisito de selección, pero son ambiguas sobre la forma como
opera este concepto en los procesos concretos de
selección:
– El sexo no debe ser un requisito de selección,
salvo en condiciones excepcionales, en las
que por las condiciones físicas del trabajo la
mujer se visualiza en desventaja frente al
hombre. Sin embargo, las agencias “deben
satisfacer al cliente” y cuando éste lo señala
como una exigencia, se satisface el punto de
vista del empleador. Por esta razón; la variable
sexo se considera de manera explícita o implícita como un requisito en la selección de
personal, aunque con implicaciones diferentes según la ubicación del cargo en la jerarquía
de la empresa. En los niveles más altos (direcciones, presidencias y vicepresidencias), si
62
bien no es usual que se explicite el sexo en los
requerimientos, se da por hecho en la mayoría
de los casos que quienes deben ocupar esos
cargos son hombres. Aunque un número reducido de mujeres ha logrado acceder a tales
posiciones, estos casos se perciben todavía
como excepcionales. En los niveles mediosaltos, clasificados como cargos profesionales,
se explicita con menos frecuencia el sexo,
salvo que tradicionalmente se hayan establecido unas características que definan la posición como femenina o masculina.
– No existen diferencias por sexo en el desempeño intelectual y de aptitudes en la realización de pruebas psicotécnicas que se aplican
en el proceso de selección. Hombres y mujeres las resuelven con el mismo nivel de
competencia lo cual indica que en la elección
final intervienen otros factores diferentes al
rendimiento, las aptitudes personales y la capacidad profesional que se reflejan en las
pruebas. Según las opiniones expresadas se
relacionan con razones internas de la organización, con ciertas características del cargo o
directamente con prejuicios culturales que
condicionan la preferencia por un hombre o
por una mujer.
Ubicación laboral de la mujer profesional
Aunque los entrevistados coincidieron en afirmar que actualmente se encuentran mujeres en
todos los cargos profesionales, ellas se ubican
con más frecuencia en los siguientes campos:
finanzas y contabilidad, administración, relaciones industriales, relaciones públicas, compras, ventas especialmente de productos para
clientela femenina, sistemas. Tres de las áreas en
las cuales definitivamente no ha ingresado aún
la mujer son la producción, la seguridad y el
mantenimiento.
– Los niveles de cargos más altos en los que se
ubican las mujeres profesionales seleccionadas en las oficinas de empleo son los siguientes: auxiliares de división, directoras o jefes de
departamento, gerentes de sucursales bancarias (aunque también hay no profesionales),
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
asistentes o secretarias de presidencia, administradoras y secretarias generales o ejecutivas. Este último tipo de cargo, no necesariamente profesional, es usado por las mujeres
profesionales como punto de entrada a la
empresa, esperando escalar posiciones hasta
lograr aquélla en que pueden ejercer su profesión. Esta es una estrategia femenina que no se
observa entre los hombres y puede significar
una subutilización permanente de su entrenamiento universitario. Recientemente las mujeres profesionales incursionan como asesoras, como consultoras independientes y como
visitadoras médicas, todos de perfil masculino
hasta muy recientemente y el último sin exigencia de formación universitaria entre los
hombres.
– De acuerdo con la información reportada en
las entrevistas, se pudo establecer que la mayoría de las mujeres profesionales que
han seleccionado en las empresas consultadas han estudiado las siguientes carreras: Administración, Psicología, Ingeniería Industrial, Contaduría, Trabajo Social, Derecho y
Economía. Recientemente ha aumentado,
aunque no significativamente, el número de
mujeres seleccionadas que han estudiado
profesiones “menos convencionales” tales
como: Ingeniería química, Ingeniería civil,
Arquitectura, Geofísica e Ingeniería de petróleos.
– Una mayor oferta de profesionales mujeres en
una área no les garantiza un acceso a mejores
posiciones jerárquicas, sino la pérdida de status
de la carrera en el mercado laboral hacia los
mandos medios con bajo poder decisorio.
Un caso típico es el de las mujeres psicólogas que dominan entre los egresados de esa
área del conocimiento y en los departamentos de relaciones industriales, pero en posiciones auxiliares bajo la dirección de un
abogado, un administrador, un ingeniero industrial, un economista e incluso un
psicólogo de los pocos que estudian esta
carrera.
– La valoración social de la mujer afecta a la que
se hace de los trabajos y profesiones asociadas
con ella y dicha subvaloración, a su vez, se
manifiesta en el bajo status que se asigna en
las empresas a los cargos desempeñados por
mujeres y en el bajo nivel salarial.
Estereotipos culturales en la ubicación
laboral de las mujeres profesionales
Las mujeres son evaluadas considerando no sólo
sus habilidades, conocimientos y experiencias
profesionales sino teniendo en cuenta también
otra serie de parámetros definidos culturalmente y los cuales clasifican de modo diferente sus
aptitudes haciendo referencia al género. Los
estereotipos asociados con el género, al igual
que los estereotipos étnicos, regionales o de
clase se basan en generalizaciones abstractas, no
demostrables que se autoreproducen en el tiempo aún cuando la evidencia empírica demuestre
lo contrario. Los estereotipos alcanzan un alto
poder normativo y particularmente los estereotipos sexuales, que son validados como naturales a partir de las características biológicas, por
lo cual acarrean un mayor control social y su
desviación tiende a sancionarse más fuertemente.
– Estereotipos que justifican la selección de
mujeres profesionales. En el caso de las mujeres esta situación puede visualizarse con
más claridad cuando se analizan las razones
que justifican que ellas sean preferidas para
desempeñar determinados cargos. Las características señaladas mezclan algunos aspectos que pueden apuntalar el desempeño
profesional, con otros que resaltan su sumisión en el desempeño del cargo y que a diferencia de los primeros son realmente
subordinantes.
Entre los primeros se pueden destacar la facilidad para tratar con la gente (inspiran más
confianza que los hombres); saben manejar mejor
el tiempo que los hombres; son más entregadas
a su trabajo; son más serias en el cumplimiento
de los compromisos, son más estrictas para
cumplir las normas y por lo tanto incurren menos en delitos como el soborno; son más astutas
para manejar negocios.
63
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
Entre las segundas se enumeran aspectos que
garantizan que ellas no pondrán en cuestión las
líneas de autoridad y gestión en relación con
puntos como los siguientes: son más colaboradoras que competitivas; tienden a ser más
afiliativas, es decir, a hacer que la gente se sienta
bien; son menos ambiciosas y no pelean tanto
por la planta, como por demostrar sus capacidades; se adaptan más fácilmente a trabajos rutinarios; y tienen mayor sentido de pertenencia a
la organización.
– Estereotipos que justifican el rechazo de mujeres profesionales. Existen algunos “estereotipos” que hacen a la mujer menos opcional
para desempeñar ciertos cargos y se refieren a
aspectos como los siguientes: Las mujeres
tienden a ser más “afectivas que racionales”
por lo cual pueden tener problemas en cargos
de gran responsabilidad donde deban tomar
decisiones difíciles permanentemente. Esto
implica, según los entrevistados, que las mujeres tienen menos habilidades para ejercer e
imponer autoridad, por lo cual no pueden
desempeñarse en cargos de dirección o supervisión. Por ejemplo, se argumenta que no
pueden dirigir áreas de producción donde la
mayoría de operarios sean hombres, porque
ellos no aceptan la autoridad femenina. De
manera similar, las mujeres no pueden trabajar en aquellas áreas donde el personal esté
conformado por operarios rudos, o donde la
infraestructura física de la empresa sea precaria. Las mujeres tampoco están preparadas
para trabajos que impliquen mucho esfuerzo
físico, como por ejemplo realizar largas caminatas por terrenos difíciles, o “bajar ellas mismas el motor de una máquina y engrasarse
para enseñarles a los operarios a repararlo”. Se
pondera el trabajo que requiere fuerza física,
sin considerar los avances tecnológicos que
han modificado las demandas de esfuerzo aún
para los hombres.
Si bien algunos de estos estereotipos se están
modificando paulatinamente y cada vez hay más
aceptación hacia el ingreso de la mujer en las
organizaciones, no obstante según la opinión de
las personas entrevistadas, “todavía hay mucha
64
resistencia y el machismo predomina en las
empresas colombianas”. Persisten situaciones
donde en igualdad de condiciones entre mujeres
y hombres, se eligen a los últimos aduciendo
razones que no son técnicas ni académicas,
como las expresadas anteriormente. Asimismo,
se manifestó que, por lo general, en las empresas
se acepta y apoya a la mujer en tanto no interfiera
o “amenace” las posiciones y los espacios masculinos. Si tal caso se presenta, se genera una
dinámica de confrontaciones de la cual usualmente la mujer prefiere abstenerse o retirarse de
la empresa.
Las personas entrevistadas opinan que esta
situación es relativamente normal dado que el
proceso de ingreso de la mujer profesional a la
empresa tiene un origen muy reciente y ha
transcurrido muy poco tiempo para que se genere
un cambio sustancial de los patrones y estereotipos culturales que han predominado por tantos
años. De igual modo, aún es muy bajo el porcentaje de mujeres que ingresa a estudiar carreras
distintas a las convencionalmente femeninas, lo
cual explica, en parte, la poca cantidad de mujeres en empresas y cargos que tradicionalmente
han sido ocupados por hombres. Finalmente, la
propia tendencia conservadora de la mayoría de
las organizaciones es otro factor que interviene
en la persistencia de patrones discriminativos
hacia la mujer. La principal preocupación de las
empresas es minimizar el riesgo al fracaso por lo
cual “son muy pocas las organizaciones que
toman la iniciativa de romper la costumbre e
incorporar mujeres en cargos tradicionalmente
masculinos”.
El desempeño laboral por sexo
Al explorar con más detalle la relación entre los
estereotipos mencionados y el desempeño real
de las personas, los entrevistados coincidieron
en afirmar que “en general la gente resulta buena
o no independientemente del género”. De hecho, no han encontrado ninguna diferencia entre
hombres y mujeres cuando realizan evaluaciones periódicas en aquellos cargos donde hay
personas de ambos sexos. Lo que si han encon-
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
trado es que cuando solicitan al jefe inmediato la
evaluación del trabajo de sus empleados, hay
mayor tendencia a que estos evalúen a las mujeres más por lo que perciben como sus “cualidades o defectos” personales, que por su desempeño laboral. El atractivo físico, el modo de
vestirse, la forma como habla y se comporta en
las reuniones, el manejo de las relaciones
interpersonales, son algunos de los aspectos
asociados con el estereotipo del rol sexual femenino, que tienden a interferir y a sesgar en favor
o en contra la evaluación que se hace de las
mujeres e indirectamente pueden afectar su desempeño laboral. La evaluación del desempeño
de los hombres profesionales no incluye estos
aspectos.
El rol reproductivo y el acceso de la mujer a
la empresa.
Quizás uno de los aspectos más importantes que
debe tenerse en cuenta al analizar la participación laboral de la mujer profesional, está relacionado con el significado que tiene para las
organizaciones el rol reproductivo femenino.
Más allá de los estereotipos culturales que refuerzan actitudes que desvalorizan la capacidad
de la mujer para el desempeño de ciertos cargos,
existe una serie de condicionantes inherentes a
las funciones domésticas y reproductivas que
limitan el ingreso de la mujer al ámbito laboral.
De acuerdo con las opiniones de las personas
entrevistadas, la contratación de mujeres representa un problema económico para muchas
empresas. “Un mayor porcentaje de mujeres
significa más días de descanso, más solicitudes
de licencia, mayor cantidad de reemplazos
temporales, etc. debido principalmente a los
embarazos y a los permisos para atender las
necesidades de los hijos”. La maternidad también representa un riesgo alto de “perder a la
mujer” pues, en algunos casos, la persona renuncia después de la licencia para dedicarse a la
crianza y esto resulta costoso en tiempo y dinero
para cualquier organización. De hecho algunos
prevén consecuencias negativas para las mujeres, a partir del aumento de la licencia de mater-
nidad decretada en Enero de 1991, sobre todo en
las empresas pequeñas y medianas en las cuales
los jefes seguramente preferirán elegir hombres
para evitar incurrir en gastos mayores. La
prevalencia de la división sexual del trabajo
doméstico que implica que la mujer sea la única responsable de las labores de atención y cuidado de la familia, representa un impedimento
para que las empresas consideren su ingreso a
cargos en los cuales debe ausentarse frecuentemente, disponer de horarios prolongados o
permanecer mucho tiempo sin solicitar vacaciones, como sucede frecuentemente con los cargos
altos a nivel de ejecutivos. Aún para mujeres
profesionales solteras se manifiesta este tipo de
reservas, porque de todos modos existe el
“riesgo” de que se case y eventualmente se
retire, lo cual es un problema para aquellas
empresas que buscan proyectar su personal a
largo plazo.
El género en la promoción ocupacional
El análisis de la promoción ocupacional de la
mujer profesional dentro de las empresas; presenta una serie de particularidades inherentes a
cada organización que dificultan el planteamiento de generalizaciones. En el caso de las
empresas grandes; donde la promoción se da por
concurso, las personas entrevistadas afirman
que no se observan diferencias por sexo. Sin
embargo, la situación es menos clara en aquellas
empresas donde los ascensos se manejan más
por relaciones y por recomendaciones políticas
que por una evaluación del desempeño de las
personas. Al respecto se hicieron comentarios
según los cuales, dada la tendencia a evaluar a la
mujer más por sus características personales que
profesionales; en algunas empresas se observa
que las mujeres “sacan ventaja” de esta situación
y ascienden gracias a las buenas relaciones que
mantiene con personas importantes de la empresa y no como resultado de alguna evaluación
objetiva de su labor. De cualquier modo debe
suponerse que, independientemente de la forma
como se dé la promoción, ésta se encuentra
limitada por el nivel jerárquico, hasta el cual la
65
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
empresa acepte el ingreso de mujeres. Según las
personas entrevistadas, algunas mujeres ya han
ascendido hasta el segundo nivel de ejecutivos,
es decir a ocupar posiciones de gerencias administrativas y en el presente “éste es el puesto en
el cual la mujer puede darse por muy “bien
servida”.
Ingresos laborales de la mujer
Aunque las personas entrevistadas no contaban
con datos precisos sobre nivel salarial por cargos; la mayoría coincidió en afirmar que normalmente los salarios de las mujeres son inferiores a los de los hombres en las mismas posiciones y con la misma formación y experiencia. Es
interesante observar que los entrevistados
“victimizan a la víctima” y ella es la responsable
de esta discriminación porque “la discriminación salarial existe en parte porque la mujer
pelea menos por la plata, no se frena por un
sueldo y esto hace que las empresas mantengan
esa diferencia”; “a una mujer con experiencia le
pagan menos que a un hombre sin experiencia”.
En algunos casos se observa que cuando la
empresa tiene un presupuesto escaso pero necesita a una persona con mucha experiencia y
altamente capacitada, selecciona entonces a una
mujer porque “un hombre no aceptaría el trabajo
por el salario que se le ofrece”.
Según los entrevistados la baja oferta laboral
para las mujeres profesionales y la persistencia
de estereotipos sobre sus necesidades económicas, –supuestamente inferiores a las de los
hombres– son dos factores que explican en parte
la diferenciación salarial por sexo. Asimismo,
existe una discriminación por profesiones según
la cual carreras como derecho, economía o ingeniería tienen niveles salariales más altos que
profesiones como psicología, administración o
trabajo social. Como se analizó anteriormente
las mujeres estudian con más frecuencia este
tipo de profesiones, que son las más subvaloradas
social y económicamente y este es otro factor
que repercute en las diferencias de salarios por
sexo en cargos similares con profesiones distintas.
66
El significado de la formación profesional
para la mujer
De acuerdo con las opiniones expresadas por los
empleadores se pueden delimitar algunos aspectos muy importantes que determinan socialmente las posibilidades y el desempeño de las profesionales en el mercado laboral:
– Aunque la mujer ha accedido a casi todas las
profesiones, se mantiene la tendencia a elegir
carreras convencionalmente “femeninas”.
– El acceso a la educación profesional y de
posgrados no se refleja necesariamente en una
mejor ubicación laboral de la mujer dentro de
las organizaciones. A medida que aumenta la
jerarquía del nivel de los cargos, la proporción
de mujeres se reduce significativamente.
– Si bien se percibe que la formación académica
que reciben las mujeres profesionales les
permite competir en términos de conocimientos con los hombres, ésto no ha significado
que se revisen los estereotipos en torno a sus
habilidades para manejar ciertos cargos. Las
empresas continúan organizándose en torno a
la división sexual del trabajo que se valida en
la familia y en la escuela primaria y secundaria
y que se justifica “científicamente” en la universidad. Se valoran concomitantemente los
aspectos pertinentes al comportamiento social
aceptado para los hombres, pero otras características como la creatividad, la capacidad de
planeación, la búsqueda ingeniosa de alternativas –las cuales según los entrevistados están
más “desarrolladas” en las mujeres– no son
aceptadas como pertinentes en el medio empresarial por lo cual la mujer es descalificada
para competir por los cargos de mayor responsabilidad.
– El rol reproductivo determina también el
desempeño de la mujer profesional. Por un
lado los costos de la maternidad para la empresa
son sobrestimados por los empleadores y lo
son especialmente en un país donde los salarios tienen cada vez menos participación en
las ganancias. Por otro, dado el perfil de desempeño y rendimiento que coincide con un
trabajador siempre disponible (así sea hipo-
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
téticamente), se considera que la maternidad
rompe el ritmo de dedicación de los cargos
profesionales con altas expectativas de movilidad ocupacional. Adicionalmente se considera que las funciones domésticas interfieren
con el desempeño cotidiano de los trabajadores.
El carácter problemático que adquiere la reproducción social en el contexto laboral, demuestra que ésta es una situación sobre la cual se
ha reflexionado muy poco. En lo fundamental, el
sistema productivo no está “diseñado” para asimilar en igualdad de condiciones a las mujeres,
porque no se ha entendido aún la responsabilidad que tiene el conjunto de la sociedad sobre la
reproducción humana. Esta continúa siendo la
mayor virtud en términos ideológicos y el mayor
defecto en el contexto práctico del trabajo remunerado.
En última instancia, la maternidad y las responsabilidades sociales que se derivan de ésta
son aspectos fundamentales de la discriminación
de la mujer en el trabajo, independientemente de
su habilidad y su capacitación. De acuerdo con
el contenido de las entrevistas, el manejo social
de la maternidad pone en jaque en el mundo del
trabajo, los avances femeninos en la educación
superior.
Consideraciones finales
El ingreso de la mujer a la educación superior y
al mundo del trabajo ha representado un avance
relativo en ambos contextos. Los aspectos culturales que determinan los roles sociales según el
sexo de las personas, continúan afectando a
todas las mujeres trabajadoras en Colombia, aún
a aquéllas que han alcanzado los rangos más
altos de eficiencia y conocimiento.
De acuerdo con la información analizada, la
situación de la mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo es fundamentalmente diferente a la del hombre, así se argumente que estos espacios se han feminizado o
están en proceso de hacerlo. Evidentemente se
han dado cambios cuantitativos muy significativos, pero cualitativamente esos espacios con-
tinúan siendo masculinos y no se observan tendencias que permitan visualizar un cuestionamiento a fondo de esta situación. Las estadísticas indican el cambio en el incremento de la
participación, pero él es de forma y no de contenido y de este último depende el significado real
de la transformación cuantitativa.
La mujer participa más en la universidad y en
el trabajo; pero la discriminación en esas esferas
no ha desaparecido, sino que se ha redefinido
cualitativamente y se refuerza de manera evidente, aunque los indicadores numéricos señalen lo contrario. Desafortunadamente las estadísticas distraen y desubican el problema vigente
de la subordinación sexual en la universidad y en
el trabajo.
El problema cuantitativo parece tener dos
dimensiones. Por un lado, es innegable que las
mujeres están en la universidad y en el trabajo
profesional. Pero el asunto es determinar cuáles
son los presupuestos de la ciencia en que se
forman, a qué carreras se orientan, en qué universidades estudian y cuáles son las oportunidades de avance intelectual más allá de la formación de pregrado. Por otro lado, como en el
contexto colombiano se ha pasado en un muy
corto tiempo –históricamente hablando– de una
ausencia total a una relativa presencia femenina
en el espacio público, ella es realmente notoria
y ponderada en términos mayores a los reales.
En casi todos los espacios donde se apreciaba en
primera instancia que la participación femenina
era igual o incluso mayor que la masculina, los
datos no reseñaron proporciones mayores a una
tercera parte. Es el caso de la mujer en la investigación social y en algunas carreras técnicas.
Ellas se mantienen en carreras menos valoradas
por los estudiantes hombres como también por
los empleadores. Más aún, cuando alguna carrera
se feminiza, como la psicología, los cargos que
demandan este entrenamiento descienden de
categoría en la jerarquía laboral. En el caso de la
economía, donde las mujeres participan tanto
como los hombres, ellos son los que tienen los
cargos de poder y con poquísimas excepciones,
en los dos últimos gobiernos han tenido por
primera y única vez hasta la fecha el Ministerio
67
BOLETIN 29, diciembre 1992 / Proyecto Principal de Educación
de Desarrollo, la Dirección de Planeación Nacional (la misma mujer) y la dirección del
Incomex. El manejo monetario y de la economía
en general es masculino. Fuera del país en cambio, algunas de ellas han alcanzado cargos de los
más altos niveles. En general, las mujeres profesionales aún aquellas con méritos superiores a
los hombres en el contexto en que se desenvuelven, no han sido profetas en su tierra, donde más
bien se las aprecia como “buenas segundas” en
la investigación, en las líneas altas de toma de
decisiones e incluso en la dirigencia de la universidad. Están en la base trabajando duro y
eficientemente, pero no en los cargos de poder
decidiendo el rumbo de ningún sector económico,
ni tampoco el de la educación superior.
El ingreso de la mujer a la universidad es
especialmente paradójico y muy alienante,
aunque hasta la fecha ningún estudio ha abordado
este problema. En efecto, se evidenció que en
términos generales estas instituciones funcionan
para transmitir un conocimiento científico, una
información y unas habilidades específicas definidas por cada disciplina y haciendo énfasis en
las exigencias del mercado laboral cuando éstas
se consideran pertinentes. El alumno debe desenvolverse en este contexto manteniendo unos
niveles de rendimiento que acrediten un avance
adecuado en su proceso de formación profesional. La universidad define un prototipo de estudiante y opera de manera “objetiva” e “imparcial” frente a él y a ella, lo cual implica desconocer la heterogeneidad de la población universitaria y las repercusiones de esta desigualdad en
el desempeño laboral posterior. Esta situación
afecta de manera especialmente negativa a las
universitarias, porque aunque se estime que ellas
son tan capaces como los universitarios en todos
los campos del saber y se las evalúe sin consideraciones de tipo sexual en torno a unos patrones
objetivos válidos para todos, se están habilitando profesionalmente en un “saber universal”
que no cuestiona y que por el contrario valida el
quesocialmenteselasdeterminebiológicamente.
Una verdadera contradicción, porque lo social
es el rompimiento del determinismo biológico.
Esta visión científica acarrea que se estén for-
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mando profesionales hombres y mujeres, quienes aunque logren una capacitación similar,
serán considerados de manera diferente en el
mercado laboral. Este problema desafortunadamente no ha sido de la incumbencia de la institución universitaria que se rige por la “imparcialidad de la ciencia” y por la “objetividad” en la
aplicación de sus métodos” y frente a la posición
subordinada de la mujer es aparentemente un
asunto que no le concierne, aunque en términos
reales la mujer frente a la ciencia es objeto y no
sujeto y una probabilidad en el orden del conocimiento masculino.
La cultura colombiana ha sido especialmente
refractaria a los cambios concretos que se han
derivado de la acción femenina en todos los
órdenes. Después de profundas resistencias
abiertas al ingreso de la mujer a la educación de
la que se excluía sistemáticamente, por razones
ideológicas de diferente índole e incluso en un
caso “porque rendían más que los varones”, la
discriminación se ha hecho tácita y se esconde
detrás de cifras que evidencian un cambio numérico pero no un cambio cultural ni tampoco
cualitativo. Sin embargo, el costo social de esta
situación es enorme, porque ellas son casi la
mitad de los recursos disponibles cualificados,
en una sociedad que a finales de siglo presenta
todavía bajos niveles educativos. Lo que eso
significa para las mujeres está aún por estudiarse
y no sólo cuantitativamente –porque es difícil
encontrar estadísticas educativas discriminadas
por sexo– sino cualitativamente, en términos de
lo que este problema significa para las mujeres.
Sin embargo, no puede desconocerse que la
situación del futuro cercano pueda empezar a
cambiar. Los directivos de los diferentes sectores
de poder entrevistados, casi todos hombres, tenían claridad sobre el problema de la profesional
femenina y aunque aducían que la cultura la
discriminaba, cuestionaban este tipo de situación.
Entre las universitarias, ellas se sienten en condiciones de desenvolverse igual que sus compañeros en todos los ámbitos. Tal vez lo más
importante es que el problema se reconozca y se
defina, porque así posiblemente podrá empezar
a superarse.
La mujer colombiana en la universidad y en el mundo del trabajo / Elssy Bonilla C
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