S177/02 LA VOZ DE GALICIA | 5 H ace exactamente un año fuimos testigos de una ilustración emblemática del peligro que supone para nosotros el terrorismo. Europa ha respondido con rapidez y determinación, y va a seguir estando alerta. Pero lo cierto es que, mucho antes de la fecha aludida, la seguridad europea se estaba reconsiderando con sumo empeño, atendiéndose a aspectos diversos como son la nueva realidad geopolítica, las causas de los conflictos y la evolución de su naturaleza, la magnitud de nuestras ambiciones y posibilidades, y la forma en que nuestra actitud ante la seguridad encaja en el mundo en general. /DQXHYDUHDOLGDGJHRSROtWLFD En Europa occidental se ha asistido en los últimos 50 años a un progreso espectacular: del conflicto y el caos hemos pasado a la libertad, la paz y la estabilidad. Más allá de Europa occidental, en la década pasada se han producido cambios radicales en el entorno geopolítico: la caída del comunismo, la disolución del bloque soviético, la transformación de Europa central y oriental y el surgimiento de una nueva y constructiva relación entre los países euroatlánticos y Rusia. Nos encontramos en el umbral de una ampliación de la Unión que representa la reunificación de Europa. Por vez primera en nuestra historia podemos contemplar con esperanza la unificación y estabilización de nuestro continente, no por la conquista ni mediante un equilibrio militar entre las potencias armadas, sino gracias a la aceptación y adhesión voluntarias a una serie de valores que conforman nuestra civilización. En este nuevo panorama geopolítico, Europa constituye un atractivo polo de estabilidad, democracia y prosperidad. Es quizás con la ampliación como la UE ha logrado de forma más espectacular proyectar estabilidad y seguridad fuera de sus fronteras. De Vigo a Vilnius ha quedado desterrada la perspectiva de guerra que ha atormentado a Europa durante generaciones. Esta nueva realidad geopolítica conferirá a la Unión Europea ampliada un papel más relevante en los asuntos internacionales. Por las dimensiones y los intereses de Europa, por nuestra historia y valores, vamos a tener que asumir las responsabilidades que nos corresponden en esta era de la mundialización. Podríamos, en teoría, sustraernos a estas responsabilidades, pero lo que no podríamos es escapar a las consecuencias que esto acarrearía. /DVFDXVDV\ODQDWXUDOH]DGHORVFRQIOLFWRVPRGHUQRV Hoy en día, los conflictos rara vez resultan de declaraciones de guerra entre naciones soberanas. Sus raíces suelen ser la pobreza, los Estados malogrados y las discordias étnicas y religiosas. La propia naturaleza de los conflictos está cambiando también. Cada vez es más frecuente que los beligerantes no dispongan de ejércitos convencionales. Pueden ser grupos guerrilleros, que en ocasiones están muy bien armados pero a menudo carecen de disciplina; se apoyan en simpatizantes o mercenarios y obtienen financiación de personas o entes extranjeros que se encuentran a gran distancia del conflicto. La motivación puede ser de índole étnica, religiosa o delictiva; los métodos pueden ser poco convencionales, con actos de sabotaje o terrorismo. Cuando se conjugan fanatismo y posibilidades técnicas (por ejemplo, de tipo nuclear, químico o biológico) el resultado es un peligro para nuestra seguridad. Nuestra seguridad depende de que se eviten o solucionen los conflictos, aun cuando su origen esté distante geográficamente. Como los lazos étnicos y religiosos son a veces más fuertes que los de la nacionalidad, el conflicto puede resultar más difícil de contener que antes. Además, vivimos en un mundo cada vez más interdependiente, que se caracteriza por una economía muy integrada y compleja. Esta integración económica ha sido muy benéfica, pero a cambio ha generado vulnerabilidad. Ante la amenaza de conflicto casi nunca somos observadores totalmente neutrales. 8QDHVWUDWHJLDGHVHJXULGDGLQYHQWLYD\JOREDO ¿Cómo deberíamos conformar nuestra estrategia de seguridad para afrontar estos nuevos problemas que nos plantea el comienzo del siglo XXI? Así como las causas de los conflictos son cada vez más complejas, la forma en que los abordamos ha de ser también cada vez más inventiva y global. Las dimensiones y la complejidad de los problemas de seguridad exigen una respuesta regional en la que se mancomunen los recursos y se apliquen medidas diversas de forma coordinada y coherente. Por tanto, la UE ha de reforzar su política exterior y de seguridad común, incluida también la política de defensa. El primer paso para intentar prevenir los conflictos es abordar el problema de la pobreza. La Unión Europea es la principal fuente del mundo de ayuda al desarrollo. Estamos presentes en casi todas las zonas del globo. Somos generosos, pero tenemos que serlo aun más. Para que la mundialización sea un éxito duradero, ha de ser integradora y no marginalizadora. También tenemos que tratar el problema de los Estados malogrados, ayudándoles a reconstruirse. La inestabilidad política engendra malestar en poblaciones marginales. Esto puede constituir un caldo de cultivo para el odio y la violencia, y crear un clima en el que lo étnico y lo religioso se explota y magnifica con facilidad, sobre todo cuando van aparejados a la pobreza. La UE quiere y puede dedicar recursos a abordar estos problemas, tal como demuestra nuestra actuación en los Balcanes occidentales y en Afganistán. Debemos estar dispuestos a llevar la iniciativa en el empeño por la paz y la estabilidad, sin por ello hacernos la ilusión de que podamos erradicarlas nunca por completo. Desgraciadamente, el pacifismo no es una opción. Pero tampoco lo es el militarismo. Por eso, a la vez que mantenemos instrumentos de prevención de conflictos, en Europa tenemos que ser capaces de asumir nuestro papel en la gestión de las crisis. Hemos de estar dispuestos a hacer uso de todos los medios que están a nuestro alcance, tanto para mantener la paz como para poner fin a los conflictos cuando sea necesario. Nuestra capacidad para reaccionar ante las crisis y gestionarlas ha experimentado un progreso considerable. Nos hemos dotado de una capacidad militar operativa europea a la que podemos recurrir en cualquier momento para desempeñar toda la gama de labores asociadas al mantenimiento de la paz. Esta capacidad podemos utilizarla por nuestra cuenta cuando no interviene la OTAN, o bien en conjunción con ésta. No se trata de militarizar la Unión, sino de asegurarnos de que podemos reaccionar adecuadamente ante las crisis que vayan surgiendo. Las medidas que adoptemos han de ser generales y estar integradas, a fin de hacer frente a los diversos factores que pondrán en peligro la paz en los años venideros. Reconociendo esto, la UE ha emprendido toda una serie de iniciativas en el ámbito de los asuntos de Justicia e Interior y de control de las transferencias financieras. Con ellas se pretende luchar contra la delincuencia que financia la violencia y el terrorismo, por ejemplo el tráfico de drogas, el tráfico transfronterizo de personas y el blanqueo de capitales. Los atentados del 11 de septiembre han imprimido una renovada urgencia a estas medidas. 3DUWLFLSDFLyQ\PXOWLODWHUDOLVPR El que Europa goce de una mayor cohesión interna no significa que vayamos a caer en la tentación de actuar de manera aislada. Tenemos el instinto de la participación y el empeño en el multilateralismo. Una Unión cimentada en el principio de la participación seguirá invitando a otros socios y organizaciones regionales, porque comprendemos y valoramos el diálogo. Del mismo modo, nuestro empeño en el multilateralismo no va a disminuir. Naciones Unidas, única institución internacional neutral y benefactora que puede conservar una elevada dosis de confianza en el mundo, merece nuestro pleno apoyo y cuenta con él. Europa tratará de aprovechar al máximo sus posibilidades en las relaciones con sus interlocutores internacionales, ya sea Estados Unidos, Rusia u otros países, mediante los mecanismos multilaterales de que disponemos. De esta forma podremos ejercer un máximo de influencia sin perder legitimidad. No hemos de pensar que eficacia e integración han de excluirse mutuamente. El actuar por cuenta propia tiene la ventaja de que la intención es más clara, pero el inconveniente de que se pierde legitimidad, y por tanto eficacia a largo plazo. Los problemas mundiales requieren soluciones también auténticamente mundiales. Hoy en día, Europa está resuelta a dotarse de los medios para actuar con determinación cuando y donde resulte necesario, en estrecha colaboración con la OTAN. Esto no significa que intentemos emular el fortalecimiento militar de Estados Unidos, pero sí que el gasto europeo sea mayor, o mejor, lo que conlleva una mayor integración. Si Europa quiere estar a la altura de sus ambiciones en el campo de la seguridad habrá que tomar decisiones difíciles. Pero más difícil aun resultaría el quedarse de brazos cruzados. El no hacer nada, el sustraernos a las disyuntivas que nos esperan, nos acarrearía irremediablemente un declive pronunciado de nuestra capacidad, hasta el punto de que nos resultaría cada vez más difícil actuar codo con codo con Estados Unidos. La principal tarea que tienen las naciones europeas en relación con su seguridad no es ya la defensa territorial, pues nuestra supervivencia no se ve amenazada como ocurría durante la guerra fría. Lo que hoy tenemos que defender son nuestros valores, intereses y estabilidad, cosas todas que no terminan en nuestras fronteras. Un mundo cada vez más integrado es un mundo cada vez más interdependiente. Esta interdependencia ofrece enormes posibilidades para el crecimiento y la integración económicos, pero conlleva también el riesgo de fragilidad y vulnerabilidad. El mayor problema de nuestra seguridad en el siglo XXI será cómo gestionar esta interdependencia. Europa se está preparando para afrontarlo.