bueno cHávez, Raúl. Promesa y descontento de la

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Bueno Chávez, Raúl. Promesa y descontento de la modernidad.
Estudios literarios y culturales en América Latina. Lima: Universidad Ricardo Palma. Editorial Universitaria, 2010. 253 pp.
Luego de once años al frente de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, fundada en 1975 por Antonio Cornejo Polar, Raúl
Bueno (Arequipa, 1944) dejó en 2009 la dirección de una revista a
todas luces emblemática en América Latina en el área de los estudios
literarios. Si bien su producción ensayística ha sido la más difundida
—Metodología del análisis semiótico (1980), Poesía hispanoamericana de vanguardia. Procedimientos de interpretación textual (1985),
Escribir en Hispanoamérica. Ensayos sobre teoría y crítica literarias
(1991), Antonio Cornejo Polar y los avatares de la cultura latinoamericana (2004) y Promesa y descontento de la modernidad. Estudios
literarios y culturales en América Latina (2010)— también ha publicado libros de poesía: Viaje de Argos y otros poemas (1964), De la voz
y el estío (1966), y Lengua de vigía y Memorando europeo (1986).
Bueno es “sin duda, una de las figuras más relevantes en el campo
de los estudios de la literatura y la cultura, no solo en el Perú, sino
en América Latina” (García-Bedoya 2010: 339). El reciente premio
otorgado por la Casa de las Américas al crítico y poeta arequipeño
ofrece una excelente oportunidad para comentar Promesa y descontento de la modernidad, conjunto de ensayos en los que reflexiona
acerca de la teoría, crítica, cultura y literatura latinoamericanas.
El libro inicia con una revisión de la “ciudad letrada” de Ángel
Rama. A decir de Raúl Bueno, la “ciudad” de Rama conjuga la
ciudad letrada ideal y la real, entendidas tradicionalmente como
opuestos irreconciliables y más bien antagónicos. El aporte de
Rama habría consistido en advertir lo contrario, es decir, la interdependencia entre la ciudad letrada y sus extramuros, pues esta
ciudad se construyó sobre la base de todo aquello que confinaba
hacia sus márgenes. De este modo, la ciudad letrada apunta hacia un
ideal (utopía) contrario a la ciudad real que se resiste al influjo de
aquella que la excluye: “detrás de la ciudad real existe otra ciudad
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s­ ignificada, cuya polaridad es justamente la del signo opuesto al de
la ciudad letrada. Es otra más bien oral, hecha de pactos, de implícitos acuerdos, de normas ahora llamadas “de la informalidad”, de
tradiciones a veces milenarias, de signos que rehúyen la escritura y
que afloran el sentido de una utopía distinta, a menudo cooperativa
y comunal” (18-19). Se trata de una ciudad cuyos actores quedaron
desde el principio en la periferia,
fuera de las grandes agencias previstas por la ciudad ideal: todos
aquellos naturales que ayudaron a fundar y sostener la ciudades
hispanoamericanas (albañiles, carpinteros, alarifes, obreros, domésticas, etcétera), sus descendientes y aquellos que a lo largo de la historia se les han sumado: los hijos de los variados cruces de razas y
culturas, destinados a cumplir roles modestos en la sociedad prefigurada por el ideal y las letras. (19)
Es una ciudad que posee una existencia de hecho pero marginal
al reconocimiento y el prestigio; y que, sin embargo, suele ser evocada por las élites como depositaria de la identidad esencial de las
metrópolis latinoamericanas.
Bueno señala que la categoría de “ciudad letrada” de Rama
complementa la “heterogeneidad” de Antonio Cornejo Polar, pues
aquella socava la idea de una ciudad culturalmente homogénea “de
tal modo que el poder central homogenizador ha sido dinamitado en
su propio lugar, desde el inicio, hasta el momento actual en que las
periferias estrangulan el centro, con su presencia masiva, y lo redefinen con los signos evidentes de la alteridad y la pluralidad” (19). De
esta manera, se reconfigura una nueva ciudad más incluyente como
modelo para el futuro de América Latina, ya que los extramuros de
la ciudad letrada ya no se perciben como una amenaza, sino como la
expresión innegable de la diversidad cultural latinoamericana.
Luego, aborda un tema largamente discutido: la posibilidad,
alcances y límites de una teoría literaria latinoamericana. Al respecto, Raúl Bueno sostiene, no obstante el pesimismo de un sector
de la crítica regional, que sí existe una teoría literaria latinoamericana. Una buena razón es que el objeto de estudio precede a la
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teoría. Esta no surge en el vacío. Prueba de ello es que en Latinoamérica poseemos un vasto corpus de investigaciones sobre ­nuestros
propios objetos de estudio. En suma, los teóricos de la literatura
diseñan abstracciones sobre la base del discurso que estudian; en
consecuencia, hay una teoría literaria regional sencillamente porque
existen discursos sobre los que se ha teorizado con amplitud.
Asimismo, si partimos de la premisa anterior —que en Latinoamérica existe una teoría sobre sus literaturas toda vez que existe
reflexión sobre sus objetos de estudio— lo que se necesita es inducirla (abstraerla) y luego evidenciarla mediante categorías que no
aspiren a instalarse sino a renovarse continuamente.
Nuestra tarea de estudiosos de la literatura consiste en hacer visibles
los sistemas teóricos del conjunto llamado literatura latinoamericana. Consiste en extraer de los fenómenos y sistemas ­literarios latinoamericanos los dispositivos conceptuales y modelos que mejor
los representan, describen y explican. [...] Y caben no sólo los
modelos de vocación netamente teórica, a los que designaríamos de
teoría “pura”, sino aquellos que se orientan al servicio de la crítica
o la historia literarias. (25)
En tal sentido, quienes consideran que en Latinoamérica no
existe una teoría literaria de raigambre regional porque no hallan
corrientes, escuelas o ismos teóricos como en Europa olvidan que
las teorías literarias no son cuerpos terminados ni indiscutibles:
“más que un sistema conceptual uniforme, totalizador y coherente
es un campo de reflexiones relativamente definido, sostenido por
una base epistemológica más o menos cambiante” (26). Nuevamente, Raúl Bueno establece una distinción fundamental entre el
deseo de conformar un cuerpo sólido de categorías fundacionales
con ideólogos y seguidores que las perpetúen, y la fugacidad de los
planteamientos teóricos, contraria a la solidificación de saberes.
Otra evidencia a favor de su postura es que las teorías literarias
están determinadas por la extensión de su corpus y por los objetivos
que las articulan. La producción teórico-crítica latinoamericana da
cuenta de una apreciable variedad de intelectuales y categorías que
surgieron como resultado de reflexiones acerca de nuestra cultura:
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ciudad letrada (Ángel Rama), hibridismo (Néstor García Canclini),
heterogeneidad (Antonio Cornejo Polar), entre-lugar (Silviano Santiago), transculturación (Fernando Ortiz), colonialidad del poder
(Aníbal Quijano), etc. Todos estos intelectuales latinoamericanos
no solo aportaron conceptos fundamentales para la comprensión
de la cultura latinoamericana, sino que mantuvieron, algunos más
que otros, un diálogo fluido, pues de las teorías y de los críticos hay
que esperar diversidad, diálogo y cambio constante, lo cual existe en
América Latina, no en el grado deseado, pero ahí está:
El carácter fragmentario o no, tentativo o no, superado o no de sus
distintos dispositivos no niega la presencia de una polifonía conceptual que, por acuerdo o simple coincidencia, de pronto produce sus
acordes. No se necesita, a estas alturas, documentar con nombres y
­proyectos que todos conocemos esa variedad presente de nuestro
campo. (27)
Uno de los ensayos más importantes del libro es el dedicado
a los estudios literarios y culturales latinoamericanos. Raúl Bueno
propone entenderlos como un cuerpo heterogéneo que demuestra
las tensiones entre sus objetos de estudio, para lo cual se apoya en
la noción de colisión cultural, un encuentro violento entre culturas con cosmovisiones diferentes que aún continúa “con el mismo
grado de violencia. Unos tratando de destruir, en beneficio propio,
laboriosos ordenamientos ancestrales y otros intentando tenazmente defenderlos”. Racismo, ecologismo, movimientos indígenas,
etc. “La colisión [...] es un proceso inacabado, actuante todavía y,
para mal de muchos, todavía robusto” (31).
Las culturas en colisión nunca fueron homogéneas, sino previamente totalidades heterogéneas y conflictivas. Pensemos en la
variedad lingüística peninsular y europea y en la amerindia, y en la
estratificación sociocultural de los conquistadores y de los pueblos
americanos. El resultado de la colisión cultural es la hegemonía de
una de la partes, pero, al mismo tiempo, se reconfiguran materiales culturales y se potencia la diversidad precedente. Guamán Poma
y José María Arguedas son símbolo “ya no sólo de resistencia y
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a­ firmación de identidades, sino de una fuerza interior que eruptivamente busca salir a la superficie, permeando los estratos ­culturales de
la dominación y marcándolos sustancial y perdurablemente” (41).
Aceptar la heterogeneidad de los estudios literarios latinoamericanos en virtud de las cualidades de su objeto de estudio implica
aceptar la posibilidad de su enriquecimiento con teorías foráneas. La
colisión cultural también se observa notoriamente en los conflictos
entre modelos locales e importados. Sobre esto, Bueno señala que
no hay inconsistencia en incorporar esas reflexiones a nuestro corpus siempre que se haga de manera crítica como es de suponerse en
cualquier actividad de reflexión científica. Que exista diversidad de
enfoques en la teoría literaria latinoamericana y no una teoría unificada y sólida no es un defecto, es evidencia de heterogeneidad.
Propongo entonces entender el estado actual (y los estados anteriores) de los estudios literarios latinoamericanos, como el resultado
de una colisión permanente y necesaria de paradigmas científicos y
culturales de distinto tipo, consecuencia del llamado encuentro de
dos mundos. Y propongo asumir homológicamente esa colisión, y
la diversidad conflictiva que genera, como la base epistemológica
necesaria para producir [...] los discursos críticos más ajustados a
la índole complejísima del proceso de nuestras literaturas y, mejor
aún, para producir un cuerpo teórico que argumente y revele, como
uno de los rasgos distintivos de nuestra cultura, la colisión continua
de sistemas y paradigmas a todo nivel. (42)
Otro ensayo fundamental del conjunto es “En defensa de una
tradición intelectual: los estudios culturales de América Latina”.
Bueno considera que los estudios culturales no deberían ser tomados
como una moda (una onda pasajera) o una novedad (una súbita aparición sin tradición ni precedentes), pues en América Latina aquellas reflexiones precedieron a las que tuvieron lugar en la escuela de
Birmingham, Inglaterra, donde canónicamente se considera el lugar
de nacimiento de los Cultural Studies. Además, destaca su intención
inter y transdisciplinar y una agenda particular de investigación:
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Los estudios culturales [...] constituyen un campo no sólo de
encuentro de distintas disciplinas establecidas, sino de origen de
diversas aproximaciones y teorías, para las que reclamo la retroactividad del nombre; los estudios culturales latinoamericanos [...]
tienen antigua data, necesidades y programas propios y un futuro
que trasciende los vencimientos cortos a que nos ha acostumbrado
el mercado intelectual. (109)
El ensayo permitió a los pensadores latinoamericanos desarrollar
una hipótesis propia sin el corsé de procedimientos metodológicos
rígidos. Que este haya sido el género privilegiado por la reflexión
sobre la cultura en América Latina —especialmente durante los
siglos XIX y XX, correspondientes a la constitución de los Estados nacionales y a su modernización— es un hecho que no debe
perderse de vista, pues evidencia que nuestros estudios culturales
ya discutían una noción positivista de ciencia a inicios del siglo XX
y que conformaban un campo de estudio compartido por distintas
formaciones que admiten diversos modos de interpretación. Dicho
de otra manera, se trata de una heterogeneidad epistémica distante
de toda pretensión homogenizadora que integra y sirve de puente
entre las ciencias sociales y las humanidades.
Para buena parte de los críticos culturales latinoamericanos los
estudios culturales latinoamericanos son relativamente recientes,
surgieron a partir de los planteamientos de la academia anglosajona
(Cultural Studies), se ejercen mayormente fuera de América Latina
combinados con los estudios de área (Hispanoamérica, Brasil,
Caribe, Cono Sur, área Andina, componente latino en EEUU, etc.)
e introducen una agenda de investigación de otras comunidades académicas: clase, género, raza, poscolonialidad, subalternidad. Bueno
crítica esta caracterización porque en ella no “se ve un esfuerzo por
desatar realmente el campo de sus agendas hegemónicas, ni por retomar una tradición de estudios culturales que ya tiene antigüedad”
(111). Añade que los estudios culturales latinoamericanos asumen
críticamente los aportes de los Cultural Studies, por lo cual reclama
un reconocimiento de esta trayectoria propiamente latinoamericana.
Y si bien nuestros estudios culturales preceden a los anglosajones
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—en América las reflexiones sobre otredad existen desde el descubrimiento en las crónicas de la conquista a través de un filtro transdisciplinario (historia, literatura, teología, etc.)— ello no niega que
la escuela de Birmingham haya revitalizado los estudios culturales
latinoamericanos. De igual modo, no sería posible sostener que la
interdisciplinariedad nació con los estudios culturales euronorteamericanos. Los planteamientos de Freud, Lévi-Strauss y Barthes,
por mencionar algunos ejemplos, demuestran que no fue así.
El antropólogo Carlos Reynoso1 puntualizó los mayores reparos de los científicos sociales frente a los estudios culturales de
la siguiente manera: 1) falta de un objeto de estudio definido, 2)
carencia de un método científico sistemático; y 3) ausencia de un
corpus teórico estable, debido a su desmesurado eclecticismo teórico-metodológico. Sobre lo anterior, habría que mencionar que
los estudios culturales latinoamericanos no podrían circunscribirse
a un exclusivo objeto de estudio si es que asumen como premisa
una noción amplia de cultura, y mucho menos podrían hacerlo en
América Latina, donde la diversidad cultural obliga a replantear los
modelos teóricos concebidos en Europa. Ante un objeto de estudio tan complejo y diverso, no queda más que “ensayar” múltiples
aproximaciones y métodos, constantes asedios desde todas las perspectivas posibles para intentar desentrañar su naturaleza. De allí
que la transdisciplinariedad de los estudios culturales no representa
para Bueno una ruptura epistemológica, sino una modificación del
campo de estudio, un desplazamiento hacia lo cultural:
Pero sirva la metáfora de las barreras rotas para poner un énfasis
en la ensayística cultura, que libera al estudioso de los cepos de la
argumentación —los rigores del método y la prueba— y le permite
libertades intra-trans y aun a-disciplinarias, para tender hipótesis e
interpretantes de variado alcance sobre lo cultural. (111)
¿Y es que acaso el rigor de una reflexión teórica descansa solo en
la metodología y no en la consistencia de las ideas expuestas?
1
Reynoso, Carlos. Apogeo y decadencia de los estudios culturales. Barcelona:
Gedisa, 2000.
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Para comprender el afán inter y transdisciplinario de los estudios culturales latinoamericanos, es necesario precisar que la noción
de cultura en la cual se enmarcan comprende los conceptos más elementales y pragmáticos (cotidianos), así como los más ­intelectuales.
Los Cultural Studies se concentran en lo popular; los estudios
subalternos, en las jerarquías socioétnicas en relación con lo hegemónico; los estudios poscoloniales, en analizar el proceso de descolonización y el influjo colonial en las sociedades poscoloniales.
Todas estas orientaciones teórico-críticas comparten una noción
general de la cultura: “cultura es la información necesaria para que
una sociedad o asociación [...] exista como tal; es decir, como conjunto, con una identidad determinada [...], la información necesaria
para que una sociedad se reproduzca a sí misma, con vistas a su
permanencia en el tiempo” (117). La cultura es también la información que una sociedad desarrolla para adaptarse a las circunstancias,
interactuar con otras, dominarlas y resistir. Los estudios culturales latinoamericanos exploran estos cuatro puntos, lo que les da un
mayor panorama que a los estudios subalternos y poscoloniales.
Los estudios culturales latinoamericanos contienen “toda nuestra producción discursiva sobre el Otro y la necesidad de colonizarlo o descolonizarlo” (118). Esto se rastrea en las cartas de Colón,
las crónicas del Inca Garcilaso, en el testimonio de Guamán Poma
de Ayala, en el llamado descolonizador de Viscardo y Guzmán, en
Sarmiento, Palma, etc. Son aproximaciones a la cultura latinoamericana que encajan en lo que hoy se llama estudios culturales que
han indagado en el encuentro, choque, dominación, resistencia y
subversión culturales. Bueno agrega a Martí, Mariátegui, Cesaire,
Fanon y Arguedas, entre otros, a la tradición de nuestros estudios
culturales.
El problema es que esta tradición en conjunto no es lo suficientemente visible para todos los que de alguna manera u otra se dedican a
los estudios literarios en Latinoamérica; sí lo son en tanto pequeños
cuerpos de investigación pertinentes a áreas específicas de estudios:
historia, literatura, sociología, etc., pero no como un cuerpo heterogéneo de pensadores abordables desde perspectivas que superen las
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barreras disciplinarias antes mencionadas. Bueno precisa que urge
una historiografía de los estudios culturales latinoamericanos que
dé cuenta de los aciertos y desaciertos de su desarrollo, y que diseñe
su agenda futura, e invoca asumir la tradición de los estudios culturales latinoamericanos con “autonomía y originalidad, enfocando
siempre desde acá [...] las peculiarísimas y complejas circunstancias
de lo cultural en América Latina” (122).
El último ensayo lo dedica a la vigencia de Fernando Ortiz,
Ángel Rama y Antonio Cornejo Polar mediante el contraste de
las categorías de transculturación y heterogeneidad. Así, por un
lado, la heterogeneidad de Cornejo Polar comprende la diversidad
cultural y social de regiones sometidas a conflictos históricos, y
los discursos surgidos allí sobre esa conflictividad. De otro lado,
la transculturación de Ortiz y Rama se refiere a la plasticidad del
cambio cultural en zonas de contacto, en que ciertas renuncias del
paquete cultural propio (parcial desculturación) dan lugar a adopciones de elementos del paquete ajeno con vistas a una “neoculturación” mitigadora de la brecha cultural. Es una transferencia cultural
en doble sentido.
La heterogeneidad pone énfasis en las diferencias; la transculturación trata de diluirlas. Aquella es resultado, esta es proceso. Sin
embargo, Bueno recalca que ambas categorías son complementarias:
la heterogeneidad de hecho es condición previa a la transculturación, pues de existir homogeneidad no habría necesidad de transculturar: “La transculturación [...] busca reducir los conflictos en
las zonas de choque cultural, pero en el proceso termina originando
complejos culturales alternativos que añaden diversidad a la heterogeneidad inicial”. Ello da lugar a una heterogeneidad jerarquizante
de la cual Cornejo Polar estuvo consciente y buscó desmantelar.
Rama y Cornejo Polar construyeron un sistema conceptual
coherente cuyas categorías se complementan. La ciudad letrada
y Escribir en el aire representan esfuerzos de mutua comprensión
entre ambos críticos. La ciudad letrada hace referencia a un sistema jerarquizado donde la letra somete a otros sectores (ciudades).
Siguiendo a Rama, Bueno apunta que la ciudad real está consti-
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tuida por la ciudad letrada y la ciudad oral: “La ciudad letrada es
la punta del iceberg que Rama destaca porque es la sede del poder
que controla o busca controlar el resto del sistema” (216). La ciudad
oral es el resto del sistema. De esta manera, tenemos que en la ciudad letrada de Rama confluyen transculturación y ­heterogeneidad
porque aquella ciudad es heterogénea (de hecho, no discursiva)
migrante y transcultural.
El conjunto de los ensayos posee una doble intención, divulgadora por un lado y reflexiva por otro. Bueno no se limita a sumillas,
panoramas o balances, sino que valora, discute y propone ideas con
claridad. Muestra una particular preocupación por reevaluar la producción teórico-crítica latinoamericana y por superar las barreras
disciplinarias que encorsetan la investigación en temas de literatura
y cultura latinoamericana. Promesa y descontento de la modernidad
nos invita a repensar la manera en que América Latina construyó su
propia modernidad a través de una indagación en nuestra conflictiva
historia de rupturas y continuidades teóricas, sociales y culturales,
cuyo balance confirma que la heterogeneidad es la marca distintiva
de nuestra latinoamericanidad.
Carlos Arturo Caballero-Medina
Universidad Nacional de Córdoba, Argentina
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