la junta me nombra presidente del comité revolucionario

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SIXTO
SIXTO, EL PRESIDENTE DEL COMITÉ
REVOLUCIONARIO
América Gozálvez Soto
SESENTA AÑOS DE SILENCIO
Se compone de tres historias:
I Sixto, el presidente del comité revolucionario de Teresa de Cofrentes.
2o Digna, la mujer del presidente del comité revolucionario
3 o Perechi, Perechi, Perechinela.
o
Estas Memorias se las dedico a los personajes que con
su actitud demostraron comprensión y humanidad en
aquellos días de gran dureza.
Muchos de los nombres que aparecen
en estas memorias son ficticios
8
Agradecimientos a:
Carlos Ferrán Gozálvez por las fotografías.
A Albert Ferrán Gozálvez y Juan José Igualada por
la ayuda corrigiendo las faltas de ortografía.
MI NIÑEZ
En el seno familiar viví las ansias de un cambio de vida más justo. Había
un grupo de hombres amigos de mis padres con tendencia progresista. Unas
noches en casa de mis padres y otras en la casa de aquellos amigos, se reunían y
hablaban de la necesidad de un cambio de vida social más justo para todos los
humildes.
Mi padre había sío guardia de la línea eléctrica, que pasaba por el pueblo.
Por ese motivo vivíamos en la casilla de los Albares, casa destina al guardia de la
línea.
La empresa tenía prohibido a los trabajadores recoger para sí los
desechos de cable. Mi padre, como guardia de la línea, estaba encargao de
recoger el cable de cobre que se desechaba en las reparaciones que se hacía al
tendió eléctrico. En busca de dicho desecho, mi padre recorría los puntos de
trabajo a lo largo de la línea que a él le estaba destinada vigilar. Recogía el cable
y lo llevaba a entregarlo al almacén. En cierta ocasión, mi padre fue al lugar
donde tenía que encontrar cable en desuso y no lo halló. Entonces, mí padre, fue
a sus superiores y denunció la desaparición del cable. Esta denuncia causó el
despido de mi padre. Este acto daba tema a aquellos hombres pa criticar
actitudes semejantes de empleados que era tanto el poder que ejercían dentro de
la empresa, que manipulaban dicho material de espaldas a la misma.
Yo todavía era muy jovencico, y cuando por las noches aquellos hombres
se reunían en casa de mis padres a debatir situaciones que les preocupaban, me
quedaba entre ellos escuchándoles con mucha atención. Muchas veces pensando
mi padre que al día siguiente yo tenía que llevar a pacer un pequeño rebaño de
ganado que teníamos, me llamaba la atención:
- Sixtico, -me decía- hale hijico mío, a la cama a dormir, que mañana
tienes que madrugar.
- Me deje un poco más. -le contestaba.
Yo me hacía el remolón y seguía escuchando aquellos hombres que con
tanto entusiasmo hablaban de las injusticias que realizaban los poderosos y el
Ayuntamiento. Era muy interesante el fervor con que hablaban aquellos hombres
por cambiar la base de la dirección del pueblo por un modo de vivir más justo pa
tos sus habitantes:
- ¿Qué hace el Ayuntamiento? -decía el tío José Manuel- Repartir entre
ellos los dineros que sacan al pueblo trabajador; eso es lo único que hacen.
- Na, -decía el tío Germán- tenemos la entrada al pueblo penosa, la
trazaron mal ya en la antigüedad, y así sigue. Que yo no digo que se tenga que
hacer toda la entrada nueva de un tirón, pero un trozo este año, y otro al año que
viene, ya la tendríamos hecha.
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- Tú, Germán, dices lo de la entrada al pueblo, pero ¿Qué me dices de
las calles hasta llegar a la plaza de los Toros? -decía el tío Tomás- Las
caballerías, descargas, bien; pero cuando las llevas cargas van rozando de una
pader a otra, y pa eso que vayan cargas con las sábanas de la paja de la trilla o
haces de leña pa l'horno, o pa lo que sea; por muchas calles tienes que ir
empujando la carga a un lao y a otro pa que pueda pasar el animal con la carga.
Y así to.
- Pues sí, -decía el tío Miguel- es muy penoso moverse por el pueblo
con las caballerías; pero, ¿qué me dices si tienes carro y vives en el centro del
pueblo?, no hay manera de llegar ¡Este pueblo está abandonao; ese
Ayuntamiento no hace na, y cuando se decide hacer algo, na más piensa en
cuánto dinero sacará al pueblo pa repartirse entre ellos. Y lo que hacen es poco y
mal hecho, pa no gastar jornales ni material.
- Yo veo que todo eso que decís, tenéis razón, -decía el tío Tito -pero,
¿qué os parece los molinos? Como son viejos, no dan abasto pa moler to lo que
el pueblo necesita, y mientras que hay que moler lo de los poderosos, lo de los
humildes no se muele, llevas el trigo al molino y vas un día, y vuelves otro, y na,
no te lo han molió. ¿Y por qué no te lo muelen? ¡Por que primero son los que
más tienen y a nosotros ni nos atienden ni nos hacen caso! Y somos muchos los
que nos tenemos que joder y desplazar a muchos kilómetros del pueblo pa poder
molturar. Yo h'ido la semana pasa a Caudete de la Fuente, que ya sabéis
vosotros lo largo que está ese pueblo de aquí de Teresa de Cofrentes; entre ir y
venir, he tardao una semana. Y m'encontrao con otros que tienen que hacer lo
mismo, cada uno vamos con los medios que tenemos; unos con carros, otros con
las caballerías, cada cual con lo que puede. ¡Es muy penoso, hombre, tenernos
que dar esa caminata! Se nos va el tiempo en el camino; con la faena que hay que
hacer en el campo. Pero claro, los que tenían que dar a esto una solución, no la
dan. ¿Por qué no la dan? Porque toda esa gente lo tienen solucionao, mientras el
molinero tiene grano d'ellos, no muele el nuestro, y nosotros los que no tenemos
dónde caernos muertos, como quien dice, somos los que nos tenemos que joder y
ir a donde nos puedan solucionar el problema. ¡Que nos hacen dar más vueltas
que a un zompo, hombre! Y aún hay algunos que dicen: "Mucho que tuviera yo
pa moler, que me se da igual dónde tenga que molerlo, lo peor es que esta media
carga que llevo es el último trigo que me queda hasta la nueva cosecha".
Este elemento, era Teim, el pobrecillo no ve más allá de donde tiene la
nariz, siempre va detrás de esa gentuza y ellos se ríen d'el. ¿Cómo vamos
avanzar con esas mentalidades? Los pobrecillos siempre a la sombra d'ellos.
- Pues sí, son la mayoría que nacieron arrastrándose detrás d'esas gentes
y creen que así tienen que morir; sin levantar cabeza.
- Otra cosa, -decía mi padre- ¿Qué me decís de la presa de la Acequia
Madre? ¡Menuda sangría tenemos con esa presa! ¡Cada vez que sale el río se la
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lleva, y vuelta a rehacerla de nuevo! ¿Qu'es esa presa pa'l que tenemos un
trocico de guerta en esa partida? Una sangría. No recogemos bastante pa pagar
las reparaciones que se le tienen que hacer a la dichosa presa, cada vez que se la
lleva el río. Se hiciera de una vez por todas de cemento, que tiene todos los
derechos pa que se haga así; pero no l'harán, no; entre unos y otros, sacan
mucho dinero teniéndola en esas condiciones. Les interesa que las cosas estén
penosas, así, cada dos por tres sacan dinero d'ellas. Y mientras ellos se
engordan, nosotros cada día más flacos. Y na, a callar, el que abre la boca le
echan el ojo y te persiguen mientras vives.
- ¡Y si no quieres todo eso, agárrate a las escuelas! ¿Qué me decís de la
escuela? Na más pueden ir los hijos de los mismos. -Decía el tío JerónimoNuestros hijos, así que salen del cascarón ya tienen que ir con nosotros a
ayudarnos hacer los pobrecicos lo que pueden; no podemos prescindir de su
ayudica. Ya sea pa estar al cuidao de la cabra, ya sea p'avisarnos cuando el agua
está apunto de llegar al ribete de la era. Mientras los pobrecicos vigilan, uno roza
hierba o va rehaciendo la regadera. Luego llega que se van de soldaos y no saben
leer ni escribir; y muchos d'ellos llega que se van a la mili, y las familias no
saben na d'ellos hasta que vuelven licenciaos; y to por no saber leer ni escribir.
Cuando tos los muchachos tendrían que ir a la escuela hasta que sepan las cuatro
reglas, y saber leer y escribir una carta, pa cuando se van del pueblo, poder
notificar a la familia dónde s'encuentran. Que la mayoría del pueblo no sabemos
leer ni escribir una carta, ni siquiera sabemos firmar con nuestro puño y letra.
Cuasi tos los del pueblo firmamos con una cruz, somos analfabetos. Y el
Ayuntamiento no hará na pa que los hijos de los humildes sepan leer y escribir.
Porque cuantos más analfabetos hayamos, más seguro tienen ellos el poder.
En este ambiente crecí. Aquellos hombres echaban espuma por la boca
discutiendo estas y otras necesidades del pueblo. Eran unos debates de puertas
adentro. Aprendí mucho de aquel puñao de hombres. ¡Con que fervor hablaban
de todas aquellas cosas!
- Sixtico, hijo mío, -me decía mi padre- en política, nunca te metas, que
la política es muy engañosa.
Yo escuchaba con mucha atención aquellos hombres, pero por aquellos
días, lo que más me interesaba era practicar el deporte. Se jugaba mucho a pelota
valenciana y al tiro de la bola entre otros juegos. Aunque no está bien que yo lo
diga yo era de los mejores jugadores, y los acuerdos que se tomaban en la
mayoría de los partidos era yo contra dos. Pues si no era así, no querían juar
conmí, y a mi me gustaba mucho el juego de la pelota valenciana. Así que aquel
acuerdo de dos contra uno lo tuve que aceptar muchas veces; y la verdad es que
acababa agotao, cosa que conmovía a mí padre. Y muchas veces me decía:
- ¡Si supieras lo que me haces sufrir cuando te veo juar tu solo contra
dos, no juarías! ¿Pues no ves que acabas rendío?
M
- ¡Sí, pero a mí me gusta juar, y si no es así no quieren juar conmí!
- ¡Pues no jues! -me decía.
¡Qué buenos consejos me daba mi padre!
Así fue pasando mi primera juventud hasta llegar el momento de
marcharme al servicio militar. El servicio militar lo hice en Madrid, no me puedo
quejar de ese que hacer por los tiempos que corrían. Para mi no fue el momento
más duro de mi vida. A pesar de estar distanciao de la familia, no me sentí mal,
pues en Madrid residía una familia procedente de Teresa de Cofrentes. Era una
familia bien aposentada. La familia se componía del matrimonio y seis o siete
hijos, dos chicos me parece que eran y cuatro o cinco chicas, no me acuerdo
bien. Eran unas buenas personas, a los teresinos que les íbamos a visitar nos
atendían bien. Cuando me daban permiso en el cuartel, les iba a visitar y era bien
recibió. Recibía calor familiar.
Pues bien, pasada aquella etapa, en casa de mis padres se hablaba de ver
de librar a mi hermano del servicio militar, aquello era posible si yo me casaba.
Yo era joven y buen bailador, así que no me fue difícil del plantel de mozas con
las que bailaba elegir la que más me atraía y si aceptaba el problema estaría
resuelto. La elegida fue Begonia, una moza muy apuesta. Así que Begonia aceptó
mi petición y empezamos una relación formal con miras a casarnos pronto.
De este modo mi hermano se salvaría de tener que hacer el servicio
militar que en aquellos tiempos era muy duro.
* " * • •
ixto, en Madrid, vestido de soldado, donde hizo el servicio militar.
EL BATAN SITUADO EN LA PARTIDA DE LOS BATANES
Habiendo aceptado Begonia nuestra relación empezamos a preparar pa
celebrar la boda. En el corto tiempo que festejamos, un anochecer cuando fui a
ver a mi novia, me dijo:
- ¿A qué no sabes lo que hizo mi padre el domingo por la tarde en el
casino?
- Pues no, no lo sé.
- Pues que l'ha cambiao a mi tío García el monte por el batán y más
tierras...
Y le dije:
- Como es el amo, pues puede hacer lo que quiera.
El padre de mi novia era cuñao del tío García, y el tío García tenía una
hija casa con un hijo de la tía Casimira que era la dueña del batán, el hijo se
llamaba Marcelino. Pues bien, cuando la tía Casimira partió la hacienda a sus
hijos, el batán le tocó a su hijo Marcelino. Y Marcelino en Barcelona tenía un
hermano que se llamaba Silverio y ya hacía años que estaba trabajando allí, así
que Silverio le buscó un empleo a su hermano y también se fue a trabajar a
Barcelona. Al marcharse Marcelino a vivir en Barcelona le dejó al tío García, su
suegro, encargao de toda su hacienda.
Begonia.
El padre de Begonia, el tío Victoriano, era un hombre que le gustaba
mucho cambiar, o sea, hacer tratos. Una de las cosas que hacía mucho era
cambiar una caballería fuerte y robusta por otra flaca y enclenque. Cuando la
caballería la tenía fuerte y robusta, la volvía a cambiar por otra en mal estao.
Pero estos cambios los hacía siempre con su cuenta y su razón. Quiero decir que
al hacer el cambio recibía dinero también por la caballería fuerte y robusta.
Un domingo por la tarde, estando en el casino el padre de Begonia y el
tío García, el padre de mi novia le propuso al tío García:
- Te cambio el monte por el batán, y por la finca que tienes en los
Uncilos, y por la de las Ollas, y por la Umbría, y por la viña que tienes en la
Peña de la Mora, y cincuenta duros.
El tío García aceptó el trato y se quedó con el monte y el padre de
Begonia con el batán y las demás fincas.
Ya todo preparado, el veinticuatro de noviembre del año mil novecientos
veinte tres, nos casamos... Al año más o menos de casarnos, murió la madre de
mi mujer y mi suegro partió parte de la hacienda entre las dos hijas que tenía, y a
mi mujer le tocó el batán. El batán era muy antiguo y por ese motivo la faena era
muy pesa. Pa hilar la lana se le tenía que echar azaite y luego esa grasa se le
quitaba con greda. La greda la traíamos de la partida de los Cuchillos a cargas
con las caballerías. Traíamos dos o tres cargas de greda y la deshacíamos en
unas balsicas que había en el batán a exprofeso p'aquel menester, con aquel
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Libro de familia de Sixto Gozálvez Montoya y Begonia Gozálvez Martínez.
Engredábamos el tejido y lo tendíamos al sol, y aquella mezcla seca al
sol absorbía la grasa.
Así iba yo trabajando pa ganar la subsistencia, cuando en octubre del
siguiente año de casamos nació nuestro primer hijo, fue una nenica. Los tiempos
eran duros y la clase obrera subsistíamos con mucha dificultad, como podíamos.
Con ansias esperábamos la témpora de la movida de la tierra a los naranjos en la
Ribera Valenciana, la siega del arroz en la huerta valenciana y en el Delta del
Ebro y sobre todo, lo que era más popular en aquellos días era la siega de la mies
en la Estepa Castellana. En los pueblos, mayorales, formaban cuadrillas de
hombres y en grandes grupos salíamos a esas zonas a trabajar. Pues aunque el
abuso en los jornales era notorio, algo se ganaba y se medio comía. Así íbamos
año tras año dejando ríos de sudor en los rastrojos de la tórrida Estepa
Castellana, Ribera Valenciana y Delta del Ebro.
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El tiempo fue pasando y el veinticinco de febrero del año 1927 de nuevo
soy padre, nos nació nuestro segundo hijo. Al poco de nacer mi segundo hijo, el
día siete de marzo del mismo año, muere mi mujer de una enfermedá muy común
en aquellos días, la tuberculosis. A la muerte de Begonia mi hijo nada más tiene
unos días y le busco una madre de leche. Así fue viviendo mi chico hasta el
veintitrés de julio, éste día falleció. La vida pa mi no era nada halagüeña. Estaba
viudo y con una nenica de unos tres añicos aproximadamente. Pensé en volverme
a casar, pues como padre y yerno necesitaba a una mujer que cuidara de mi hija
y de mi suegro que ya estaba bastante envejecido.
¡Joven y vigoroso pronto hice frente al problema!
n
ME VOLVÍ A CASAR
Pensando en una madre pa m'hija y una mujer pa mí, me fijé en una joven
malagueña vecina de mis padres casa por casa. La joven se llamaba Digna, era
hija de un carabinero hijo del pueblo que residía en éste por estar ya retirao. Ésta
familia se componía del padre y tres hijas, y se encontraba en Teresa de
Cofrentes circunstancialmente, pues la enfermedad de una de las hermanas de
Digna hizo que la joven se trasladara al pueblo en busca de que su hermana
recuperara la salud. Después de un tiempo la hermana de Digna, que estaba
enferma de tuberculosis, empeora y muere. La joven, después de la pérdida de su
hermana viendo que en el pueblo no hay medios pa ganarse la vida, piensa
marcharse a la ciudad. Por mis padres m'entero de su decisión. Enterado de lo
que piensa hacer me decido y le pedí que se case conmí. Después de unos días
acepta mi petición y nos casamos el día veinticuatro de noviembre.
Posteriores nupcias
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Por aquellos días, tímidamente empezaban a soplar aires de liberta pa las
clases obreras. Estos nuevos vientos me llevaron a ponerme al frente de la lucha
por los desfavorecíos y en mis ratos libres que solían ser fiestas y domingos por
la tarde, con frecuencia visitaba el pueblo vecino de Ayora. En éste pueblo
encontraba progresistas que divulgaban las leyes vigentes y poco a poco
tratamos de ir poniéndolas en marcha. Aquella faena era muy difícil de llevarla a
cavo, pues los acostumbrados a ser dueños de vidas y haciendas no querían
hacer dejación de sus privilegios. La lucha se presentaba dura pero había que
intentarlo, pues la opresión que veníamos sufriendo la masa trabajadora no podía
ser más discriminatoria. Así que yo entusiasmao en la lucha sin armas, enlace
con algunos hombres dispuestos hacer cambiar las viejas costumbres, por medio
del razonamiento intentar lograr una vida digna de las clases más desfavorecías:
la clase obrera.
¡La vida pa la clase obrera era muy dura!
INTENTANDO CAMBIAR LA VIEJA MAQUINA DEL BATAN
Como la faena de hacer trabajar el batán era muy pesa, traté de
informarme pa ver si encontraba la manera de hacer aquel trabajo más fácil, y
m'enteré de que en Ayora habían montao una fábrica con dos telares de hilados
de lanas. La fábrica de la lana la habían montao Pepe y Leonardo que eran dos
cuñaos. Pues Pepe estaba casao con una hermana de Leonardo. Al montar en
Ayora estos dos cuñaos la fábrica de la lana, ahí venía a hilar gentes de Yecla, de
Jumilla, de Requena, de Utiel y de otros pueblos. Al generar Pepe y Leonardo
tanta faena, me ofrecieron pa que yo abatanara tejidos y entonces monté un batán
mecánico, así terminé con la faena de tener que ir a los Cuchillos por greda, con
el nuevo sistema, la grasa se le quitaba a los tejidos con sosa, o jabón.
Pues bien, como Leonardo y Pepe tenían tanta faena, me daban a mí
también y por ese motivo Leonardo iba muchas veces al batán a llevarme faena
p'hacer y llevarse faena ya hecha.
Leonardo era un hombre inteligente, político y social, bien enterao del
fundador del socialismo Pablo Iglesias, y me agarraba allí hablarme del
socialismo y de cosas d'esas, y a más a más con lo que yo tenía vivió en mi
juventú en casa de mis padres, pues Leonardo aún me inculcó más todo aquello
del socialismo, y como me visitaba con frecuencia, pues poco a poco me fue
convenciendo de la nueva marcha que empezaba a florecer.
¡Empiezo mi lucha por las clases obreras!
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ME AFILIE EN LA CASA DEL PUEBLO DE AYORA
De recién casao de segundas, a pesar de los consejos de mi padre de que
no me metiera en política, al parecer algo había en mi que me llevaba a ella, y me
afilié a la Casa del Pueblo en Ayora. Allí se vivían aires que en Teresa de
Cofrentes brillaban por su ausencia. Orientao por los compañeros de Ayora
formé en Teresa de Cofrentes el sindicato de Unión General de Trabajadores: U.
G. T.
Aquello me daba pie pa vigilar al Ayuntamiento, cosa que hasta entonces
nadie se había atrevió a hacer. Así que con aquella autoridad que me daba aquel
cargo, vigilé las pesquisas de las autoridades del pueblo lo más cerca que pude.
Pues era muy difícil descubrir el tejemaneje que se llevaban las autoridades
explotando al pueblo trabajador.
Mi tarea principal era hablar a los trabajadores de los nuevos aires que
empezaban a circular pa intentar cambiar las costumbres que desde hacía siglos
veníamos arrastrando el pueblo trabajador. No fue fácil. Los que tenían el poder
no me querían, y de entrada el pueblo trabajador no creía en los nuevos aires de
los cuales yo les hablaba.
Les hablaba en la calle, en las plazas, en el casino de las izquierdas, en el
frontón por ser aquel lugar muy frecuentao por mí practicando el deporte. Les
hablaba en las idas y en las vueltas al campo. Allí donde me encontraba a un
trabajador, fuera propietario o jornalero, les hablaba de la nueva forma de ver la
vida. Citaré algunas de mis actuaciones y algunas respuestas del pueblo
trabajador. Esto sucedió en el casino del tío Reyete, donde nos juntábamos los
trabajadores con tendencia progresista. Les decía así:
- Los que tenéis que trabajar tierras de otre, cuando hacéis el trato, no os
tenéis que conformar con las condiciones que os ponga el amo del bancal, que
siempre serán las que más le favorezcan a él. Vosotros, también tenéis derecho a
poner condiciones, y por eso no os va a pasar na. Dejar ya de encogeros de
hombros y decir gueno. Los tiempos están cambiando y no nos podemos dormir
en la paja. Pagando un rento como pagáis el que trabajáis tierras de otro, el amo
del bancal ya no tiene ningún derecho a poner los pies en la finca que trabajáis,
esto que os digo lo dice en la nueva ley de hoy. Porque las nueve barchülas de
trigo que le dais al dueño del bancal por cada tahulla de huerta que trabajáis, os
da derecho a disponer del bancal como a vosotros os acomode.
Apeles se encontraba aquel día entre el grupo al cual yo les estaba
hablando y espontáneamente me interrumpe diciendo:
- ¿Cómo crees tú, Sixto, que se va a conformar el amo de la finca a
cobrar el rento y ya está, siendo el bancal d'el? ¡Por mucho que te empeñes, el
amo siempre será el amo y quiere la fruta de los árboles, las horcas y to lo que
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hay en el bancal que de gozo! ¡Y como el bancal es suyo, entra y sale cuando
quiere y le da la gana, llevándose del bancal to lo que quiere porque pa eso es
suyo! ¿Y nosotros que tenemos que hacer? ¡Pues na, callar y adelante! ¡Porque el
amo siempre será el amo! ¡Así ha sío toa la vida y lo seguirá siendo por mucho
que te empeñes tú en que no sea así!
- Si te niegas a trabajar su finca, ¿a que no se pone él a trabajarla? -le
respondí.
- ¡Claro que no! ¡Si no se la trabajo yo, buscará a otro que se la trabaje!
- ¿Y si no encuentra a nadie, si todos se niegan, qué?
- ¡No, hombre, no! ¡Siempre encontrará quien se la quiera trabajar, hasta
sin hacer trato ni na! ¡Desengáñate Sixto! ¡El pez gordo se come al chico, así ha
sío toa la vida y lo seguirá siendo! ¡Unos nacemos pa pobres y otros nacen pa
ricos! Por mucho que t'empeñes, no lo podrás cambiar.
- Si tos pensamos como tú, desde luego que aquí no cambiará na, toda la
vida seguiremos lo mismo, siendo unos esclavos de los demás, de los que se han
apoderao del poder.
- Apeles tiene razón, -dice Vicente- porque después, por haber abierto
uno la boca queriendo cambiar las cosas de como están, se le cierran a uno toas
las puertas. Porque antes o después, nos vemos en una necesidad y tenemos que
echar mano, al que tiene.
- ¡Y por pensar así, te pasas la vida trabajando pa'l poderoso! Y tú, ¿qué
recoges? ¡Miseria, na más que miseria! Cuando tienes que echar mano al
poderoso ya no levantas cabeza en toda tu vida. Siempre pagando la miseria de
favor que t'han hecho. Y no solo tú, sino que a tus hijos, por ese favor que te
hicieron que ya se lo cobraron con creces, también se tienen que pasar la vida
doblegándose a ellos. Porque ya se encargan ellos bien de refrescarles la
memoria diciéndoles que una vez que te vistes en un aprieto te ayudaron.
- Bueno, pues tú sigue tu camino Sixto, pero lo que es a mí, no me vas a
convencer.
A pesar de todo aquello no me daba por venció y no cesaba en mi lucha
de querer cambiar aquellas arcaicas maneras de ver la vida. Y en todos los
lugares públicos, aprovechaba p'hablar al pueblo trabajador de las nuevas formas
de defensa de los trabajadores ante los poderosos. Así seguía hablándoles sin
desfallecer:
- ¡Debemos reunimos todos los trabajadores -les decía- y hacer un
escrito pa llevarlo al Ayuntamiento, diciéndoles que tienen que aumentar los
jornales a ocho pesetas porque legalmente hoy es ese el precio de los jornales, y
ellos los están pagando a la mita, a cuatro pesetas y eso no es justo. Si hacemos
ese escrito, lo firmamos entre todos y se lo llevamos al alcalde, no le quedará
más remedio que cambiar de rumbo y atender nuestras peticiones. Y así
lograremos el aumento de los jornales y la disminución del reparto de utilidades,
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que ese impuesto aquí en Teresa de Cofrentes na más lo pagan los trabajadores y
eso ya no es así. Aquí en el pueblo lo sabe el Ayuntamiento pero se lo calla. Yo
os aseguro que de esta manera que os digo, si hacemos el escrito, lo firmamos
todos y se lo llevamos al alcalde, no le quedará otro camino que satisfacer
nuestra petición. Porque hoy es de ley que se atienda a los trabajadores.
Tenemos unos derechos que aquí en Teresa de Cofrentes ignoramos. En la casa
del pueblo de Ayora m'han informao. Y por eso lo sé muy bien, porque ellos lo
están haciendo y no les pasa na. Ahora hay leyes que protegen a los trabajadores
y na más que nos unamos y lo pidamos a las autoridades nos lo tienen que
conceder. Tienen que subir los jornales y bajar el impuesto del reparto de
utilidades, que el reparto de utilidades na más lo pagamos los más desfavorecíos,
los poderosos no pagan ni un céntimo. Y hoy es de ley que lo tenemos que pagar
entre todo el pueblo, cada cual lo que le toque pagar.
- ¡Estás soñando! -Me dice Diego- ¿Cómo vas a hacer pagar a los que
no han pagao nunca? ¡Yo no me creo na de lo que estás diciendo! El pobre
siempre será pobre y el rico siempre será rico, y no nos podemos elevar el pobre
ni reducir el rico. El que tiene el poder no lo soltará nunca, así ha sío toa la vida
y lo seguirá siendo por mucho que t'empeñes en que no sea así. Deja al mundo
que siga su camino, que ya está bien como está.
- Pues, si a ti te parece que el mundo ya está bien así, a mí me parece
que no, y si este pueblo está como un carro en un pedregal, lucharé todo lo que
pueda pa sacarlo d'el, porque me estoy documentando bien p'hacerlo.
Así iba yo divulgando todo cuando creí que ya había llegao el momento
de actuar. Al llegar el nuevo impuesto del reparto de utilidades, decidí ir de casa
en casa tratando de convencer al pueblo trabajador de las injusticias que
sufríamos y que me firmaran. Con aquellas firmas ya podría yo enfrentarme a las
autoridades del pueblo exigiéndoles lo que era de ley.
¡Decidió seguí sin desfallecer!
TRATANDO DE CONVENCER AL PUEBLO TRABAJADOR
Estuve dos meses mañana y noche yendo de casa en casa con doce
pliegos de papel de barba cosíos, pluma y tintero. To lo llevaba en la mano.
Empecé por la plaza Arriba y terminé en los Cuatro Caminos. Así di la vuelta al
pueblo. Por la mañana antes de irme al campo a trabajar me hacía cinco o seis
casas y a la noche cuando volvía del campo me hacía otras tantas. D'ese modo
recogí trescientas y pico defirmas.Hice mucho sacrificio saliendo a convencer al
pueblo pero valió la pena. Yo les decía:
- ¿Cuánto consumo tienes tú?
- Yo, tanto.
- Pues fulano, mengano y zutano, tanto.
Les nombraba unos cuantos de una treintena de gentes que había en el
pueblo bien aposentaos, que llevaban trabajadores que les trabajaban las tierras
por cuatro chavos. Y les decía:
- ¿Tú qué riquezas tienes? Mejor dicho, ¿quién es más rico, ellos o tú?
- ¡Me cago en la leche, pues ellos!
Diciéndoles eso, lo veían claro y muchos d'ellos me firmaban.
El Ayuntamiento ponía la cuota personal a doce pesetas. Poniendo
mucho a la cuota personal pa la riqueza no quedaba na, todo lo pagábamos los
trabajadores. Que a veces estos pobres tenían tres o cuatro hijos, y eran tres o
cuatro cuotas, y si tenían al padre que también estaba en edad de cuota, pues
aquel pobre tenía que pagar cuatro o cinco cuotas. Más que aquella treintena de
gentes bien aposentas, que pagaban miserables jornales y cobran un rento que el
pobre que trabajaba tierras de otro, muchas veces se veía negro pa poder recoger
lo que tenía que dar al arrendador. Unas veces por las inclemencias del tiempo
(sequía, apedreo, enfermedades de las cosechas y otras por enfermedad del que
las trabajaba), el pobre trabajador no levantaba cabeza. Y por si todo eso fuera
poco, si en la finca había algún árbol, la fruta se la quedaba el amo del bancal y
las horcas que en aquellos días tenían algo de valor, también eran pa'l amo del
bancal. Aquello era una costumbre de toa la vida, como una ley. Al trabajador
después de pagar las nueve barchillas de trigo, na más le quedaba miseria,
miseria nada más, era lo que le quedaba al pobre trabajador.
Las gentes de derechas, la mayoría, eran trabajadores que los pobrecicos
no tenían dónde caerse muertos. Eran de derechas porque sus padres y sus
abuelos también lo habían sío; o sea, que no eran de derechas por pensamiento
propio, sino como una obligación, porque todos sus antepasaos también lo
habían sío. Los hermanos de mi padre y de mi madre, todos eran de derechas, y
la mayoría d'ellos a penas tenían pa mal comer. Pues bien, cuando les hacía ver
la diferencia que había entre la derecha pobre y la rica, muchos d'ellos me
2íf
firmaban. Yo les explicaba todo aquello p'hacerles ver la diferencia que había
entre la derecha poderosa y la que estaba a su servicio. Porque salvo unos
cuantos que todo aquello lo sabían tan bien como lo pudiera saber yo, y
envenenaos callaban y otorgaban, los demás tenían pocas luces y otorgaban
felizmente a la volunta del opresor. Pero dándoles aquellas explicaciones, lo iban
entendiendo y muchos d'ellos, indignaos, me respondían:
- ¡Me cago en la leche qué si te firmo! ¡Toas las firmas que quieras! ¡En
tal de ver a esos tíos agachar el lomo si quieren comer, soy capaz de to! ¡Ya es
hora de que les cantemos las cuarenta!
La mayoría no sabían firmar, ponían una cruz y con eso se apañaban. No
fue fácil sacar la firma a muchos trabajadores. Expondré algún caso de los que
me encontré en algunas de las casas que fui en busca de que me firmaran. Todos
aquellos trabajos de informar al pueblo siempre se empezaban por la primera
casa de la plaza d'Arriba. Una de las primeras casas que visité, fue la del tío
Mateo. Nada más empezar a explicarle mi misión, me entró diciendo:
- Mira Sixto, ya me sé tu cántico y no creo en él; quiero decir, que te
vayas a cantar a otra parte. No creo en lo que vas explicando por to el pueblo.
Nos pintas una vida de sueños y eso no es así. Desengáñate Sixto, el pez gordo
se come al chico, así ha sío toa la vida y así lo seguirá siendo. El pobre siempre
será pobre y el rico siempre será rico; y no hay que estar a malas con el que tiene
más que nosotros. Nosotros no podemos salir de pobres, tú eres muy joven, y no
sabes na de la vida.
- Lamento que lo vea usted así. Hoy, si nosotros queremos, podemos
empezar a cambiar esa esclavitud que venimos arrastrando ya desde hace siglos.
Y el gobierno que tenemos hoy ha hecho unas leyes a favor de los trabajadores,
porque s'ha dao cuenta que somos unos esclavos que nada más recibimos del
que tiene poder, abusos y más abusos.
- Sixto, sé que vas a hacer lo que quieras, pero te voy a dar un consejo;
no hagas caso de eso que te dicen, eso todo son mentiras, el que tiene algo bueno
en sus manos, antes pierde la vida que lo suelta.
Aquella conclusión era la más usual cuando visitaba muchas casas. Me
costó mucho sacrificio batallar y divulgar todo lo que iba predicando. Muchas
puertas me cerraron, pero yo no me daba por venció y poco a poco conseguí que
una mayoría del pueblo trabajador fuera creyendo en mí, y de aquel modo logré
recoger trescientas y pico de firmas que me valieron pa poder defender los
derechos de los trabajadores. No fue fácil, era un sendero lleno de piedras y
espinos, pero poco a poco iba abriendo brecha.
La derecha trabajadora me firmaba. Yo comprendía que los pobrecicos
fueran de derechas, ellos querían estar a bien con los ricos por si les pasaba algo
tener a quien echar mano. Pero aquella derecha, obliga por la situación, no tenía
dónde caerse muerta. En los primeros momentos estuve solo. Pero viendo
2S
algunos que mi humilde esfuerzo empezaba a dar fruto, empezaron a creer en lo
que les iba explicando y no tardó mucho en unirse a mí un hombre con algunos
años más que yo, se llamaba Abel, creyendo aquel hombre en lo que yo iba
divulgando por el pueblo se unió a mí. Era un hombre analfabeto pero gran
defensor de los derechos de los trabajadores y con una condición humana
admirable. Los dos nos unimos en la tarea de hacer cambiar la mentalidá del
pueblo trabajador.
¡No desfallecíamos, siempre adelante!
LA FINCA DEL PRADO ANCHO
Mi suegro tenía una finca en el Prao Ancho. La finca tenía una extensión
de cuatro tahullas de huerta y seis cuerdas de secano en el Cerro del Cabello. Las
seis cuerdas de secano estaban plantas de olivos ya en producción y el resto del
terreno era un trozo de cerro que lindaba con cerro del Ayuntamiento de Jarafuel.
Un día me dijo mi suegro:
- Sixto, te vendo la finca del Prao Ancho. Págale a Esteve, el Herrero,
quinientas pesetas que le debo y te quedas la finca pa ti.
El trato me pareció bien y lo acepté. Así que pagué al tío Esteve las
quinientas pesetas y me quedé la finca.
La finca estaba en el término de Jarafuel, era la penúltima de la partida
antes de llegar al río. Aquella tierra pillaba a una hora de camino desde Teresa de
Cofrentes y estaba bastante deplorable, con poca huerta de cultivo, parte d'ella
estaba perdía, llena de junqueras, carrizo y maleza de la que se cría donde hay
húmeda, pues a treinta centímetros de profiindidá se encontraba agua por todas
partes. Era un contraste bastante notorio entre la huerta y el secano pues el
secano era de lo más tórrido que puede haber en la tierra.
Al parar la finca tan lejos de Teresa de Cofrentes, como de Jarafuel, era
penoso transportar el botijo lleno de agua pa beber. Así que hablando por allí los
vecinos de este tema, decidimos de hacer un pozo por allí por el cerro en un
lugar donde recogiera suficiente agua de lluvias.
Un día que estábamos por allí el tío José Menduque, José el de Nebrón,
Antonio el de la Herrera, Josillo, Abel y yo, subimos hasta el pie del Cerro del
Cabello y estuvimos por allí mirando el sitio más idóneo p'hacer un pozo que
recogiera el agua de la lluvia pa beber todos los vecinos cuando íbamos a
trabajar allí al campo. Y estando por allí mirando nos gustó un trozo que había
donde terminaba el cerro del Ayuntamiento y empezaba el mío. En aquel lugar
hacía una ligera pendiente y acababa en un llanico. Decidió el lugar nos pusimos
de acuerdo y un día nos juntamos allí todos los vecinos pa empezar hacer el
agujero del pozo.
¡El problema del agua estaba a punto de solucionarse!
2?
UN POZO EN EL CERRO DEL CABELLO
Reunidos los vecinos en el lugar elegió, empezamos hacer un buen
agujero. La tierra del Prao Ancho era muy arcillosa y retenía el agua, no se
escapaba ni una gota. Cuando hubimos terminao de hacer el hoyo, humedecimos
todo lo que era el anillo y lo alisamos bien alisao, pusimos una buena piedra en
medio del agujero y empezamos hacer el anillo de piedra viva terminándolo en
cúpula. Ya encajas las piedras de la cúpula tapamos las juntas con yeso. La boca
al pozo se la hicimos en un lateral mirando al norte. En aquellos días aquella
obra fue muy importante pa todos los vecinos. Si el año era lluvioso, el agua pa
beber no nos faltaba, fresca y de buena calida. Cada año, en el mes de
septiembre, que era cuando menos agua le quedaba al pozo, nos juntábamos los
vecinos, lo limpiábamos, y cuando venían las lluvias se llenaba y teníamos agua
pa todo el año. Al ser un agua estanca, a veces, al llegar a la primavera, cuando
íbamos a llenar el botijo se sentía un ligero tufillo, entonces, cogíamos el rastrillo
de amontonar el trigo en la era y con él agitábamos el agua. De ese modo
quedaba un agua de primera. Todos los vecinos apreciábamos aquella agua como
si hubiera sío oro.
Se corrió la voz del éxito del pozo y de la buena agua que tenía y hasta
del molino que había junto al río, cuando no nos veían a los vecinos trabajando
por allí por nuestras fincas, iban a llenar cántaros y botijos.
¡Qué obra más buena fue aquella pa todos los vecinos!
EL REPARTO DE UTILIDADES
Al poco de yo tener voz y voto en el sindicato que formamos Abel y yo,
-U.G.T.-, llegó el momento de hacer el reparto de utilidades y el Ayuntamiento
se vio obligao a reunirse con el sindicato pa ver si llegábamos a un acuerdo. Pues
bien, estuvimos un mes reuniéndonos y no llegábamos a un acuerdo. Abel y yo
contra todas las derechas y algunas izquierdas que empezaban a florecer. Todas
las noches reunida la junta p'hacer el reparto de utilidades y no llegábamos a un
acuerdo.
Nosotros queríamos arreglo ley y el Ayuntamiento decía que arreglo ley
no se podía hacer. Y la ley ni la querían sacar ni nos la daban. Me enteré que en
Alpera había un Ayuntamiento que era del partido Socialista; así que una noche
me fui a Alpera y me la dieron. Con aquel documento de ley fuimos a casa de
Zomeño que era un hombre que sabía leer y escribir correctamente y nos la leyó
hasta que nos la aprendimos de memoria. Con la ley sabida nos enfrentamos al
Ayuntamiento sin que nos pudiéramos poner de acuerdo. Entre todas estas viene
uno y me dice:
- Ya están haciendo el reparto de utilidades.
- ¿Pero, de veras?
- ¡De veras!
- ¡Me cago en la leche! ¿Sin contar con nosotros pa na?
Así que se ponen a hacer el reparto y a nosotros nos miran como a una
piltrafa. Ponían la cuota personal a doce pesetas y Abel y yo pedíamos a seis, a
la mitad. Pedíamos a seis porque era de ley. El Ayuntamiento subía la cuota
personal de seis a doce pesetas porque los ricos, los dueños de comercios,
industrias e incluso los mismos del Ayuntamiento estaban exentos de pagar este
tributo. Todo lo pagábamos los más desfavorecíos. Los que apenas teníamos pa
ir viviendo, otros pa mal vivir y algunos ni pa eso. Pues bien, cuando nos
enteramos de que estaban haciendo el reparto de utilidades sin contar con
nosotros era de noche y estaba lloviendo. Cogimos Abel y yo los papeles de las
firmas que teníamos y emprendimos el camino a la casa del tío Ursino que era el
alcalde y vivía en pareja con la tía Blandina, una buena mujer. Llamamos a la
puerta y salió la tía Blandina a abrimos, y le dije:
- Buenas noches tía Blandina. ¿Está el señor Ursino?
- ¡Sí, —nos dijo la mujer— ahí está en la cocina al calor de la lumbre!
- ¿Podemos pasar?
- Sí hombre, sí, pasar, pasar.
Pasamos y allí estaba el tío Ursino, al calor del fuego.
- Mire usté, señor Ursino, -le dije- venimos con esta misión. M'han
dicho que están ustedes haciendo el reparto de utilidades.
2*
-¡Sí!
- Si ustedes hacen el reparto de utilidades sin nosotros, esta noche
movilizo al pueblo y declaro la huelga en contra de lo que están ustés haciendo
tan injustamente. Si no reúne usté a la junta esta noche, y ustés siguen el reparto
adelante, proclamo la huelga y hacemos la revolución aquí en el pueblo.
¡Movilizo al pueblo en contra de lo que están ustés haciendo tan injustamente!
Se asustó tanto el alcalde que nos reunió a la junta aquella noche. Le
cogió miedo al pueblo, porque el Ayuntamiento ya sabía que yo tenía un montón
de firmas del pueblo trabajador, y que hasta la misma derecha trabajadora me
había fírmao en defensa de sus propios intereses. Así que aquella noche nos
reunió a la junta y les dije:
- Bueno, aquí hay dos caminos, o esto se arregla como es debido o
proclamo la huelga en contra de lo que están ustés haciendo, ¿eh?
Dice el tío Facundo:
- Sixto, ¿te parece bien que vayamos mañana Ayora y consultemos el
asunto con Moragues?
- Sí señor.
El tío Facundo era un hombre de razonamiento, se podía dialogar con él.
Al día siguiente fuimos a Ayora. Moragues era el secretario del notario.
Era un hombre inteligente y político. Del Ayuntamiento fueron cinco o seis, y por
parte del sindicato dos, Abel y yo. Entramos al despacho de Moragues y al poco
de estar allí llegó, y el tío Facundo le explicó nuestra misión. Cuando el tío
Facundo terminó de explicarle, preguntó Moragues:
- Bueno, ¿quién es el que representa a los trabajadores?
- Un servidor y este compañero, -le dije.
Uno que acompañaba a Moragues, dijo:
- ¿Y ustedes qué piden?
- Nosotros queremos que el reparto de utilidades se haga como dice la
ley.
Y dijo Moragues dirigiéndose al tío Facundo:
- Mira Facundo, hasta ahora se ha estado jugando con las cartas tripa
abajo, pero lo que estos señores piden está dentro de la ley y eso no se puede
borrar.
Y de Ayora ya vinimos con la cuota establecía en seis pesetas. Dieciocho
tíos allí en el Ayuntamiento en contra de nosotros dos, de Abel y de mí, y no
pudieron vencernos. ¿Por qué no pudieron vencernos? Porque teníamos la razón,
lo que pedíamos era de ley y lo supimos defender.
¡Qué luchas llevábamos los dos cara lante!
Sixto
Abel
Sixto y Abel forman en Teresa de Cofrentes el sindicato de la U.G.T.
EL APEDREO
Hubo un apedreo. Aquello fue también al poco de yo ser el presidente de
Unión General de Trabajadores. Por el motivo del apedreo, el Ayuntamiento hizo
una solicitud de los perjuicios que el apedreo había hecho en el campo.
Por aquellos días yo visitaba mucho la Casa del Pueblo de Ayora. Todos
los domingos en bicicleta iba a dar una vuelta por allí y me informaban de cómo
iban las cosas, pues cada vez que iba me enteraba de cosas nuevas como leyes
que salían a favor de los trabajadores. Pues todas aquellas novedades, en Teresa
de Cofrentes, se desconocían. Los derechos que el gobierno había aprobao
tardaba de llegar a los pueblos y a muchos de los pueblos ni llegaba. Pero habían
algunas personas enteras de las nuevas leyes y nos iban informando. Y aunque
tímidamente, ya habíamos algunas personas que luchábamos por una manera de
vida más justa pa tos, convencíos de que con insistencia, se podría lograr. Pues,
como iba diciendo, todos los domingos en bicicleta iba de Teresa de Cofrentes a
Ayora. Una vez, al entrar en la Casa del Pueblo, me vio el secretario y me dijo:
- ¡Hombre Sixto! ¡Estáis en hora buena en Teresa de Cofrentes!
- ¿A qué te refieres? -le pregunté.
- ¡Que tenéis un préstamo de dinero para el paro obrero!
- Pues no estoy enterao d'eso , ni sé na.
- ¡Sí, hombre sí! Está en el Boletín Oficial del Estado.
Cuando volví al pueblo lo comenté en el casino y me dijo Zomeño:
- Esta mañana cuando iba yo pa la Rápita, he visto a los del
Ayuntamiento que estaban arreglando el camino del Río Reconque.
El lunes lo comprobé, allí estaba la cuadrilla del Ayuntamiento, cuatro
desgraciadillos de su confianza, que les pagaban cuatro chavos y siempre estaban
a su disposición. Y a eso teníamos derecho to el pueblo. El alcalde seguía siendo
el tío Ursino. Pues bien, al enterarme por los compañeros de Ayora que les
habían concedió el préstamo pa'l paro obrero, subí a hablar con el alcalde, y le
dije:
- Bueno, yo vengo aquí a que ustedes me aclaren esto. Ustés han hecho
valer el arma de que ha habió un apedreo y que hay necesidad. Y ustés han
hecho una solicitud con respecto al apedreo y se les han concedió pa solucionar
el paro obrero de los teresinos. ¿Y cómo es eso que na más van a trabajar los que
ustedes quieren? Porque a eso to el pueblo tiene derecho. Porque el pueblo ha
sufrió esa inclemencia y es justo que cada uno reciba lo que le corresponda por
las pérdidas que haya tenio porque a tos en más o menos proporción nos ha
llegao el apedreo.
- ¡Nosotros llamamos a quien a nosotros nos parece!
- ¡Pues eso no es así!, ¿eh? Se tiene que hacer un tumo riguroso en el que
participe to el pueblo; cada uno por las pérdidas que haya tenio, y eso se tiene
que organizar aquí en el Ayuntamiento.
Lo conseguí, derrumbé aquello que estaban haciendo. Se hizo por turno
riguroso empezando por la Plaza Arriba hasta dar la vuelta al pueblo. Todo el
pueblo que quiso participó, todos fueron sabedores del préstamo que concedió el
Gobierno pa'l paro obrero.
Eran unos facinerosos, se aprovechaban de la ignorancia del pueblo y
vivían a costa de su esclavitud. Aquella práctica ya venía de siglos, de toa la
vida. Se apoderaron del caramelo y no dejaban al pueblo participar de aquel
dulzor. Luché mucho contra el caciquismo pa restarle fuerza; era una lucha muy
dura la de querer cambiar unas costumbres de tantos y tantos años. Había que
despatarrarse con aquella gente a la que nadie se atrevía a plantar cara, y es que
era muy difícil enfrentarse a los que tenían el poder.
Pero lo hice, m' enfrenté a ellos
LA TRAÍDA DE LAS AGUAS POTABLES AL PUEBLO
La obra de las cuatro fuentes también hizo que me las tuviera que tener
con el Ayuntamiento y el contratista de las obras.
Na más pagaban el jornal a cuatro pesetas, y solamente trabajaba en la
obra la camarilla del Ayuntamiento y la del contratista. Porque los dos estaban
compinchaos. Un día hicimos una reunión con el contratista y todos los
interesaos en el tema, y les dije:
- Bueno, aquí hay que hacer un turno riguroso, pa que pueda participar to
el pueblo, en vez de que van ahí na más que los que ustedes quieren. El pueblo
va a pagar la traída de las aguas potables y tos tenemos derecho a participar en
las obras. Se tiene que hacer un turno riguroso y que participe to el que lo desee,
echando las jornás que a cada uno le corresponda.
- Nosotros llevaremos los que a nosotros nos acomode, -decía el alcalde
y el contratista.
- ¡Si esto no se arregla como pertenece, declaro la huelga! -les dije.
- ¡Si usted quiere hacer huelga, yo paro el trabajo y me voy a Valencia! respondió el contratista.
- ¡Pues usted pare el trabajo o haga lo que quiera. Si no llegamos a un
acuerdo, proclamo la huelga!
Bueno, pues así quedó la cosa y siguen en sus pesquisas. Con el poder
que me daba en aquellos días las firmas que conseguí, yo no cesaba en la lucha.
Así que volví otro día al Ayuntamiento, y les dije:
- Aquí en el Ayuntamiento vamos a ver como se arregla esto, porque lo
que están ustedes haciendo no puede continuar así.
- ¡Si ustedes quieren cambiar la marcha del trabajo, -dijo el contratistaparo la obra y me voy mañana a Valencia al delegado del trabajo!
- ¡Si usted se va mañana a Valencia al delegao del trabajo, yo también
iré! ¡Eh!
Al otro día cogí y me fui a Valencia. Yo conocía al Delegao del Trabajo,
era del partido Socialista en Valencia. Lo conocía personalmente, se llamaba
Antonio de Gracia Pons. Pues bien, llegue a las oficinas que estaban en la calle
Calatraba número dos, y allí estaban todos los jefes del Partido Socialista; y
también estaba uno que era del pueblo, se llamaba Migues que entró de botones
y después pasó a ser escribiente. Claro, como procedía del pueblo nos conocía y
todas las semanas nos mandaba la República Social; nos la mandaba a Teresa de
Cofrentes sin cobrarnos na, y por ella nos enterábamos cómo iban las cosas.
Bien, pues entré allí a las oficinas, me dirigí a la portera y le pregunté:
- ¿No está el delegao?
- ¿Qué desea usted?
- Pues aquí vengo con un asunto que es de mucho interés.
- ¿Usted de dónde es? -me preguntó la portera.
- Yo soy de Teresa de Cofrentes.
- Usted ¿de qué es representante?
- Yo soy de la Unión General de Trabajadores.
Así que me anunció y se oyó una voz que dijo:
- Que pase.
Entré y allí estaba Antonio de Gracia Pons, Molina Conejero, Juan
Murria y toda aquella gente que trabajaban allí. Me dirigí a Antonio de Gracia y
le dije:
- Bueno, aquí vengo con un problema que es el de las obras de la traída
de las aguas potables al pueblo. Allí están abusando de nosotros, no van a
trabajar na más que los que el Ayuntamiento y el contratista quieren que vayan,
¿eh? Y eso se tiene que hacer bien y pagar el jornal como es debido, que na más
lo pagan a cuatro pesetas, cuatro pesetas de salario a los trabajadores.
- Bueno, entonces tú, ¿qué es lo que quieres?
- Yo, que se paguen los jornales a ocho pesetas como manda la ley, ¿eh?
Y que trabaje todo el pueblo que lo desee, como que todos tenemos que
contribuir. Cada uno que eche las jornás que le toquen.
- Pues eso es justo, o sea, que lo conseguirás.
Y así fue, lo conseguí, a ocho pesetas los jornales en vez de a cuatro.
Que estaban de acuerdo el alcalde y el contratista en robar el dinero al pueblo
trabajador y logré que eso no siguiera adelante. Se hizo la entrada aquella de las
aguas a partir de la misma fecha que se empezó a trabajar, y todo el pueblo que
quiso participó en las obras de las cuatro fuentes. Conseguí que la obra de las
cuatro fuentes fuera una obra democrática.
Aquellas fueron las primeras cuatro fuentes que tuvo Teresa de
Cofrentes, con sus correspondientes abrevaderos. Aquel acto fue una gran
no veda pa'l pueblo. Las cuatro fuentes: la Fuente del Diluvio que se hizo entre la
calle de la Roya y la calle Pardo, la Fuente del Sol que estaba debajo mismo de
la Plaza de la Iglesia, a la cabecera de la fuente se colgó un sol hecho de madera
que apenas salía el sol ya le daba. Luego la Fuente de la Plaza de los Toros,
estaba en medio mismo de la Plaza y la Fuente de la Plaza del Rector también
estaba en medio de la misma. A las cuatro fuentes se les hizo su correspondiente
abrevadero. Ya las personas y las caballerías teníamos agua sin necesidad de
salir del pueblo, aquello fue una novedad de las más importantes que vivió el
pueblo, se celebró una fiesta inolvidable. Me parece que se celebró en el mes de
agosto, a juzgar por las frutas y hortalizas que se consumieron. Con la traída de
las aguas al pueblo se terminó con la esclavitú de tener que ir a muy lejos del
pueblo a buscar el agua que necesitábamos pa'l uso cotidiano.
Cada vez que las autoridades me veían entrar en el Ayuntamiento de
buena gana me hubieran echao a puntapiés de allí; pero la ley no les permitía
hacerlo. Todos aquellos explotadores querían que me fuera del pueblo. Me
buscaban trabajo en Valencia, Barcelona, donde yo quisiera. Decían:
- ¡Quitar al "jabarducho" ese de ahí!
Pues bien, viendo algunos trabajadores los resultaos de la lucha que
llevábamos Abel y yo, poco a poco se fueron incorporando a la lucha de ir
consiguiendo mejoras pa'l pueblo y pa los trabajadores algunos miembros más.
Llegamos a formar un grupo de catorce o quince hombres que hacíamos ir de
cabeza al Ayuntamiento en pleno. Logramos en poco tiempo grandes mejoras
pa'l pueblo y los trabajadores. En el Ayuntamiento aún seguía el mismo alcalde
que el del apedreo. ¡Eran unos facciosos!, ¡hombre! Me llamaban "jabarducho",
primero a mí y después a todos los que se fueron uniendo a la lucha de hacer una
vida social más justa. Pues sí, ese apodo nos pusieron: "Jabarduchos".
Con rabia nos llamaban "jabarduchos". Y lo entiendo, pues logramos
reducir sus ingresos a favor del proletario, y eso no les gustaba.
¡Qué luchas nos llevábamos con aquellas gentes!
LA FABRICA DE LA LUZ
En la fábrica de la luz perteneciente a la Hidroeléctrica Española, que
estaba algo más abajo de donde se junta el río Reconque y el río Zarra, trabajaba
Vicente Verdejo. Como en la fábrica estaba él solo trabajando y yo también
estaba solo trabajando en el batán, pues algunas veces, cuando no tenía na que
hacer por allí, subía a visitarme al batán y pasábamos un rato hablando. Una de
las veces que subió me dijo:
- Cono, Sixto, aquí en la fábrica van a buscar ahora a un hombre pa
trabajar, y ¿por qué no te vienes tú?
De momento yo no le dije na, estaba esperando a mi tercer hijo y el batán
me entretenía bastante. Pero subió otro día y me lo volvió a decir y le dije:
- Bueno, si luego a luego es un jornal que me gusta, pues me lo pensaré.
Miraré a ver si mi hermano, que ya sabe como va el batán, se quiere quedar aquí
trabajando y si quiere hacer él este trabajo, pues puede que yo pruebe de irme
ahí donde tú dices.
Así que a mi hermano le pareció bien quedarse al frente del batán y yo
terminé por emplearme en la fábrica de la luz
Yo me empleé antes de la República, en monarquía, por los años de la
dictadura de Primo de Ribera, que duró siete años más o menos. Fue una
dictadura muy dura, había muy mal estar en la nación y los políticos concretaron
que se hicieran unas elecciones, y en esas elecciones fue cuando el capitalismo y
la derecha se pusieron de acuerdo en obligar a los trabajadores a que votaran por
las derechas. Por orden de la dirección, los encargaos nos reunieron a tos los
trabajadores y nos dijeron que tenían órdenes de los jefes de la empresa que nos
dijeran que votáramos por las derechas, que el que no votara a las derechas sería
despedío del trabajo. Entonces sucedió que unos votaron a las derechas y otros
no, y a los que no votamos a las derechas nos despidieron de la empresa. Yo fui
uno d'ellos, por mi manera de pensar me despidieron. Así que a partir d'entonces
yo con mi familia fuimos vegetando como pudimos.
¡No podía uno manifestar lo que sentía sin ser castigao!
VUELVO A SER READMITIDO EN LA HIDROELÉCTRICA
ESPAÑOLA
Después de unos años se hicieron otras elecciones y a pesar de todas las
coacciones que hubo en las empresas y en el campo rural, que el terrateniente
amenazaba al que le trabajaba su hacienda diciendo le: que si no votaba a las
derechas le quitaba la hacienda que le trabajaba, pues a pesar de todo eso, las
izquierdas juntaron las costillas y ganaron las elecciones, hubo una mayoría
aplastante, ganaron las elecciones las izquierdas.
Al subir la República al poder, el rey prefirió marcharse de la nación a
hacer una guerra civil, a pesar de que consejeros suyos y generales le decían que
no se fuera, qu'ellos lo apoyaban, aquel hombre les dijo: "Yo no hago una guerra
civil, el pueblo no me quiere, me marcho, me voy".
Y se fue. El Rey fue un hombre noble, con sentimientos humanos, no
quiso derramar sangre. ¡Sí señor! Alfonso XIII. Todas las personas del bien
hacer valoramos su decisión.
Pues bien, ya la República en el poder, controló: agua, gas y electricidad,
y como yo había sío despedío ilegalmente, por ideología socio-política, me
mandaron a llamar, y los nuevos mandatarios de la empresa me dijeron:
- Mire usted, si a usted le parece bien en vez de seguir en la fábrica
trabajando de maquinista, se queda usted en Teresa de Cofrentes trabajando de
instalador y recaudador. Pues verá usted, es que aquí en Jalance hay un hombre
que podría emplearse en esta plaza, este hombre también había sido despedío.
Y les dije:
- Nada, lo que ustedes arreglen a mi me parece bien.
Y en mi puesto se quedó aquel trabajador de Jalance y yo me quedé en
Teresa de Cofrentes de instalador y recaudador.
Pues bien, el Gobierno de la República elaboró la reforma agraria, y
empieza otra vez la oposición que eran las derechas a no dejar que el Gobierno
de la República avanzara con la nueva ley, a pesar de que tuvo una mayoría
aplastante, la derecha filtra en la República no la dejaba avanzar.
Al volver yo a ser readmitido en la empresa mi nuevo puesto de trabajo
hacía que todos los anocheceres, fuera a Jalance a dar la luz y por las mañanas
volvía a cortarla. En Jalance había un maestro que se llamaba Manuel. Era de los
ricos de Jalance. Pues bien, aquella familia era de Izquierda Republicana y el
hijo que tenían era muy espabilao, sabía leer y escribir correctamente. Por parte
de mi madre, éramos familia. Y, ¡madre mía! Me cogió un día mi primo y me
dijo:
- ¿Qué hay Sixto? ¿Cómo van las cosas por Teresa de Cofrentes?
- Pues mira, por allí vamos.
39
- ¿Ya habéis celebrado la proclamación de la República?
- Pues no, todavía no.
- ¡Pero, hombre! ¿Qué hacéis todavía sin celebrarlo? Esta tarde voy a
Teresa de Cofrentes y celebramos la proclamación de la República ¿Qué es eso a
estas alturas y aún sin celebrarlo?
- ¡Bueno, pues esta tarde, allí te espero! -le dije.
Me vine pa mi casa y cuando estaba cerca de la puerta de la calle, vi salude mi casa a la tía Isabel la Fina que era la comadrona del pueblo. Cuando me
vio se esperó a que llegara y me dijo:
- Sixto, tu mujer acaba de tener otro chiquillo.
¡Ya era padre de una nenica y dos neníeos!
LA PROCLAMACIÓN DE LA REPÚBLICA
Aquella tarde vino mi primo con unos cuantos más. Uno d'ellos era
taxista, cuñao del cura que había en aquellos días en Teresa de Cofrentes y
fuimos a la casa del cura pa que nos diera la llave de la iglesia pa subir al
campanario y voltear las campanas, mientras otros daban la vuelta al pueblo con
banderas de la República y cantar canciones de libertad. Unos días antes el cura
se había metió en la cama y fingía estar enfermo; no nos quería dar la llave de la
iglesia. ¡Madre mía! ¡Nada, al remate nos la dio, nos la dio! Y allá que subieron
una cuadrilla al campanario a voltear las campanas. ¡Madre mía! ¡Un volteo de
campanas! ¡Y qué fiesta! ¡El pueblo ya era republicano! ¡Yo no había conoció
otra fiesta igual que aquella!
Pero los primeros que salieron por el pueblo proclamando la República
no fuimos nosotros, nos cogieron la ventaja Segismundo, Rubén y unos cuantos
más. Habían hecho una bandera republicana y ya iban dando vueltas por el
pueblo celebrando la proclamación de la República.
En mi casa ya hacía tiempo que mis padres tenían la bandera republicana,
ya hacía años que la habían echo, y con aquella bandera y la que trajeron los
amigos de Jalance, también salimos nosotros a dar vueltas por el pueblo a
celebrar la proclamación de la República. Y al remate nos juntamos todos los del
pueblo por aquellas calles, los que ya habían salió antes y nosotros. ¡Hala, todos
republicanos! ¡Aquello fue descomunal, y que algarabía de pueblo! ¡Las
campanas a los cuatro vientos! ¡Me caguen la! ¡Sí! ¡Huj! ¡Na! Ya se quedó
aquello así, ya teníamos la República.
Bueno, pues el gobierno de la República empieza hacer unas leyes sobre
la reforma agraria y empieza otra vez la oposición a no dejar que la República
avanzara a pesar de haber tenio una mayoría aplastante. Los republicanos se
pasaron de nobles, eso es lo que pasó, por nobleza rayando la cobardía.
La oposición a la República era la derecha. Así estuvimos tres años y la
República no marchaba pa lante. La derecha no dejaba que la República
triunfara. Todo era poner impedimentos en todos los sentios. En Teresa de
Cofrentes seguía mandando la derecha. El tío Ursino seguía siendo el alcalde.
¡Madre mía, y qué mal estar había!
anarquista junto a la madre de leche de su hijo y ésta con el niño en
los brazos. Contemplado por un grupo de hijos del pueblo entre los que se
encuentra Digna (Centro a la derecha) seguida de Carina con la chiquita Ágata
en brazos.
LOS PRIMEROS SOCIALISTAS DE TERESA DE COFRENTES
Orientao por los socialistas de Valencia, formé el Partido Socialista
Obrero Español en Teresa de Cofrentes. En el café del tío Reyete, lo preparamos
to y hicimos la bandera. Seguíamos siendo pocos, catorce o quince. ¡Madre mía,
y qué pocos éramos!
Los partidos andábamos muy desorganizaos. Entre la misma izquierda
nos perturbábamos todo lo que podíamos, estábamos, mátame y te mataré; entre
nosotros mismos. Aquello no marchaba.
Al cabo de un año de haber formao yo el Partido Socialista, vinieron unos
chicos al pueblo preguntando por mí. Yo no los conocía ni sabía quiénes eran.
Me hablaban del Comunismo y yo aún no estaba enterao de que defendía aquella
ideología. Cuando aquellos chicos acabaron de explicarme la marcha del
comunismo, se marcharon y aquello así quedó.
Al poco de haber estao aquellos chicos en Teresa de Cofrentes, me vi
con el cuñao de Pepe el de la Fábrica de la Lana de Ayora, y también me hablaba
de las ventajas del comunismo, diciéndome que esta ideología hacía progresar
mucho a los pueblos. Al cabo de un mes y medio más o menos de haber estao en
el pueblo aquellos chicos, vinieron otros también de Valencia, hablándome de lo
mismo, del comunismo. Y ya casi me convencieron. Pues yo era seguidor de la
doctrina de Pablo Iglesias, el fundador del Partido Socialista Obrero Español.
Pero aquella doctrina permitía a todas las personas que quisieran afiliarse al
partido y se filtraban muchas gentes que esa ideología no la sentían y lo que
hacían era perturbar la buena marcha del partido. Aquello fue una lástima,
porque en el partido habían unos buenos compañeros trabajadores y leales, pero
aquella derecha que se infiltraba en el partido no dejaba practicar la verdadera
marcha de aquella ideología. Así que muy a pesar mío por los buenos
compañeros que en el partido tenía, me di de baja en el Partido Socialista Obrero
Español y con la ayuda de aquellos jóvenes que me vinieron a ver, formé el
Partido Comunista y a partir d'entonces el Ayuntamiento se componía de uno por
cada partido político y dos por los sindicatos. Uno por el Partido Socialista
Obrero Español que era Abel, otro por Izquierda Republicana, otro por Unión
Republicana y otro por el Partido Comunista, mas dos de la U.G.T., y dos más
de la C.N.T. En total éramos ocho y siempre nos quedábamos Abel y yo solos
frente a todos los demás defendiendo a los trabajadores y proponiendo mejoras
pa'l pueblo.
;Madre mía, y qué lucha llevábamos allí entre los dos!
EL PRIMER MITIN DEMOCRÁTICO QUE SE DIO EN TERESA
DE COFRENTES
Pues bien, ya formao el nuevo partido, solicité permiso del Ayuntamiento
pa que aquellos jóvenes que me informaron vinieran a echar un mitin. Los
permisos se solicitaban en el Ayuntamiento y éste escribía al Gobernador, y el
Gobernador mandaba la autorización. Pero el secretario de Teresa de Cofrentes
no me aceptaba las solicitudes que le presentaba. Hacía una solicitú, la llevaba, y
me decía el secretario:
- ¡No está bien!
Así que fui a Manee a casa del maestro que era del Partido Socialista y
le pedí que me redactase otra solicitud y de nuevo se la llevé al secretario, y me
dijo:
- ¡Esta tampoco está bien!
Yo ya no sabía que hacer, y se me ocurrió ir a Almansa, a casa de un
señor que sabía muy bien de todas estas cosas -aquel señor tenía mucho saber-,
le expliqué lo que me pasaba y le pedí que me redactara él otra solicitud. Cuando
terminó de escribir la solicitud que le pedí, me dijo:
- Si esta solicitud no te la acepta, es que las autoridades de Teresa de
Cofrentes no quieren que des el mitin.
Con la solicitud que me hizo aquella ilustre persona subí al Ayuntamiento
pensando que aquella solicitud ya no me la rechazaría. Así que fui al secretario y
le dije:
- Mire usted Don Victoriano, ¿qué le parece a usted esta solicitud?
- ¡Esta tampoco vale!
Pero es que me di cuenta que no la leyó, ni siquiera se la miró. Indignao
le dije:
- ¡Si ésta solicitud no me la firma usted, le clavo la silla ésta por la
cabeza y le sale por los pies! ¡Esto está bien escrito! ¡Quien ha escrito esta
solicitud sabe cien mil pares de veces más que usted!
¡Madre mía! ¡La que formé! ¡Al remate me la firmó! Las vueltas que me
hizo dar aquel tío. Haciéndome ir de un lao pa otro, de aquí p'allá, de allá p'acá; y
diciéndome: ¡No, esto no está bien! ¡Esta tampoco! ¡Esta tampoco vale! ¡Que no
estaba bien ninguna de las solicitudes que le llevaba, vamos! ¡Madre mía! Me
hizo dar más vueltas que un zompo.
Bueno, pues vino el mitin aprobao y preparamos pa echarlo el próximo
domingo a las cuatro de la tarde.
Antes del mitin de Teresa de Cofrentes, los oradores, tenían que echar
otro en Jalance, y en Jalance los detuvo la guardia civil. Nosotros los estábamos
esperando en el café de José el de Abarca, y esperándolos empezó a oscurecer.
Viendo que no venían, nos cansamos d'esperar y ya nos íbamos cada cual pa su
casa, cuando en aquel momento que nos íbamos, llegaron.
Bueno, pues cuando llegaron los oradores, Tomás Torres y López
Santos, donde les estábamos esperando, me preguntó López Santos:
- ¿Qué problemas hay aquí en éste pueblo? ¿De qué se vive, de industria
ó de agricultura?
Todavía no le había respondió yo cuando llega uno de la camarilla del
Ayuntamiento y me dice:
- Ha dicho el alcalde que antes de echar el mitin quiere hablar con
vosotros.
- ¿Dónde está el alcalde? -preguntó López Santos.
Le dije yo:
- Pues no lo sé, pero estará en el Casino de Arriba, que es a donde van
las derechas.
- Hala, pues vamonos todos para el Casino de Arriba.
Así que todos los que estábamos allí nos fuimos en tropel p'arriba.
Cuando llegamos al Porche nos paramos todo el personal en la puerta del casino,
allí quedaron todos entre el Porche y la Plaza Arriba y yo sólo subí al casino. Yo
nunca iba por aquel casino, era el casino de las derechas, y cuando subí, todo el
personal se quedó mirándome. Pregunté al conserje del alcalde que estaba allí en
la entrada:
- ¿No está el señor Ursino?
- Sí que está. Está sentao debajo del reloj, al calor de la estufa.
Y na, allá que fui pasando por entre todas las mesas llenas de gente.
Cuando llegué donde estaba sentao el alcalde; estaba allí rodeao de los
concejales, alguaciles y la guardia civil, y le dije:
- Señor Ursino, ¿quería usted hablar con mí?
Al verme allí se levantó con brío al tiempo que hacía volar la capa que
llevaba hacia un lao; hizo unas palmas y dijo a todos aquellos que le rodeaban:
- Todos arriba, y p'abajo.
Así que se levantaron tos aquellos que estaban allí sentaos, y ¡hale!,
todos p'abajo, a la calle. Cuando llegamos al encuentro de toda la multitud que
nos esperaban en el Porche y la Plaza Arriba, le dije al alcalde:
- Bueno, aquí los señores que vienen a echar el mitin, -y les dijo:
- Bien, antes de hablar ustedes, me tienen que dar por escrito todo lo que
ustedes van ha decir.
Enseguida López Santos y los que le acompañaban sacaron un bloc y un
lápiz y se pusieron a escribir, le entregaron al alcalde el papel con el escrito y
¡hale!, tos p'abajo, al Café de Abarca a echar el mitin. ¡Madre mía! ¡Éramos allí
más de doscientos hombres!
De camino pa'l café, me volvió a preguntar López Santos.
- Bueno. ¿Qué problemas tiene este pueblo? ¿De qué vive? ¿Es industrial
ó agrícola?
- Aquí somos agricultores.
- ¿Qué problemas hay de asuntos de arrendamiento?
- Pues aquí se paga por cada tahulla de huerta nueve barchillas de trigo;
y a lo mejor hay algún árbol frutal en el bancal, y las horcas que más o menos
todos los ribazos de los bancales tienen y que suele ser lo que más dinero da,
pues la fruta y las horcas se las queda el dueño del bancal, cuando les da en rento
la finca, ya se les dice:
- La fruta de los árboles y las horcas me las quedo yo.
Y así lo hacen, entran y salen al bancal cuando quieren y les da la gana,
llevándose del bancal to lo que da gozo en él.
Enseguida López le dio salida a lo que yo le expliqué. ¡Madre mía! Les
decía:
- ¡Esas tierras que llevan ustedes que por ellas pagan un arrendamiento al
amo, ese dueño ya no tiene ningún derecho a poner los pies en esa tierra y mucho
menos a llevarse nada de lo que ustedes producen: ustedes elaboran la tierra, la
abonan, la riegan, crían todo lo que hay en el bancal. ¿El por qué, después de
pagar ese arrendamiento que ustedes pagan tiene que llevarse el dueño de la
finca los frutos y las horcas que ustedes producen?
¡Madre mía! El mitin de aquel hombre calló en el pueblo como si hubiera
sio una virgen, aquel hombre dio en el mate de lo que el pueblo quería escuchar,
se quedó el pueblo embobao escuchando aquel orador.
Cuando el orador estaba hablando al público, los del Partido Socialista
que estaban disconformes de que me diera de baja, cortaron la luz, y decía López
Santos:
- ¡Es igual que se vaya la luz, yo hablo igual con luz que a oscuras!
El orador era un chico joven, era abogao. Después fue secretario del
Ministro de Justicia. ¡Era un figurín, qué facilidá de palabra tenía aquel chico!
¡Qué grande era! ¡Si parecía un chiquillo! ¡Casi no tenía barba, hombre! ¡Pero
cuánto saber tenía!
¡Madre mía y que orador! Se quedó el pueblo enamorao d'aquel hombre.
Después del mitin de Teresa de Cofrentes tenían que dar otro en Zarra.
De Teresa de Cofrentes a Zarra el camino era de tierra y aquel día había llovió.
El camino estaba lleno de barro y ya había oscureció. El coche que llevaban se
atascaba con el barrizal que había y tuvimos que ir andando; alumbrándonos con
lámparas y faroles. Y le decía Tomás Torres a López Santos:
- Luego ya contaremos la historia de estos viajes que hacemos por aquí
por los caminos de estos pueblos, llenos de barro y alumbrándonos con lámparas
y faroles; habrá tema para hacer una buena película de todo esto.
Pues na, después de todas aquellas dificultades, llegamos a Zarra y
echaron el mitin. Después del mitin hicimos una recolecta. Pedimos dinero a los
asistentes, era la voluntad, pa recoger algo de dinero pa pagar los gastos del
coche que los trajo, porque el vehículo no era de ellos, lo habían tomao en
alquiler.
Al acabar en Zarra nos vinimos pa Teresa de Cofrentes y cuando
llegamos al pueblo cada cual se marchó pa su casa. Cuando llegué yo a la mía mi
madre salió a mi encuentro y me dijo:
Sixto, Digna a tenío una nenica.
¡Con esta nena ya tenía cuatro hijos, dos nenicos y dos nenicas!
DESPUÉS DEL PRIMER MITIN
Después del primer mitin, López Campos, venía mucho por el pueblo y
por Ayora a echar mítines. Venía por el Frente Popular, por Izquierda
Republicana y por Unión Republicana y también por los sindicatos U. G. T y por
la C. N. T.
No lo he olvidao nunca a López Santos ¿Y cómo me mandaron aquí a
Teresa de Cofrentes aquel orador tan bueno y de tanto saber? ¡No me lo explico!
¡Era un figurín de hombre expresándose!
La primera vez que vino el joven orador, se asustaron los del Partido
Socialista. Decían:
- ¡Ese chiquillo nos lo va a estropear to!
No lo querían. ¡Madre mía! Después m'enteré que algunos del Partido
Socialista molestos con mí por haberme dao de baja en el partido, fueron a
decirle a Jesús Abarca que no me diera permiso pa echar el mitin en su café. ¡Me
caguen la! y les dijo Jesús:
- ¡Pero hombre! ¡Ya le he dicho que sí, yo ahora ya no tengo valor pa
decirle que no!
No me dijo na y se echó el mitin.
Cuando se enteró el Ayuntamiento del éxito que tuvo el mitin en el
pueblo, dicen que le decía el secretario del Ayuntamiento al alcalde:
- ¡Si soy yo el alcalde cómo voy a dar permiso para que den ese mitin en
el pueblo!
- ¡Puesto que no pudimos entender lo que escribieron!, ¿qué les íbamos a
decir, hombre?-respondía el alcalde. ¡Je, je, je!
Derecha y Unión Republicana se refugiaron en el casino de Arriba y les
guardaban dos concejales. Allí los refugiaron a ellos y a las armas. Y estábamos
mátame y te mataré, entre las mismas izquierdas. De Valencia hicimos venir a un
delegao y los destituyeron, se justificó que estaban haciendo cosas en contra del
régimen. Uno de los destituidos era Rodolfo que era uno de los principales de
Unión Republicana. Habían muchos d'ellos que na más eran de negocios y
conveniencias. Los dirigentes de Unión Republicana su mayoría eran capitalistas,
de derechas, aquellos hombres militaban en aquella organización pero no sentían
aquella ideología; no querían a la República. Pa sus intereses no les convenía la
marcha de aquella política. ¿Por qué no les interesaba la marcha de la República?
Porque aquella política perjudicaba sus intereses y el comunismo todavía les
interesaba menos.
Aquella situación estuvo así tres años, y aquello no marchaba adelante.
En medio de toda aquella desorganización política que era a nivel de toda
España, llega un día y matan al Teniente Castillo. ¡Muchacho! Matar aquel
teniente y enseguida las izquierdas hacen una reacción y fueron y mataron a
Calvo Sotelo que era un personaje muy inteligente y además era el jefe de las
derechas.
Pues sí, la muerte del teniente Castillo trajo la muerte de Calvo Sotelo,
eso fue lo que provocó la guerra civil. ¡Eh! esa fue la causa de que estallara la
guerra. Sí señor, la guerra la provocaron las derechas. De ahí nació la
sublevación, se sublevaron los militares. ¡Eh! Los militares de aquí buscaron a
los militares alemanes y a los italianos pa que les ayudaran a ganar la guerra.
En aquellos momentos que estalló la guerra civil, yo no estaba en el
pueblo. Me pilló a mí y a dos más del pueblo en la siega del trigo en la provincia
de Guadalajara. Estábamos mi primo Miguel que era el mayoral y Quico el de
Pelotín. Pues sí, en la provincia de Guadalajara rayando con Soria, en un pueblo
que se llamaba Bujalaro, más arriba de Jadraque, nos pilló el estallido de la
guerra civil española. Estábamos durmiendo en el pajar de un castillo; a media
noche nos despertamos y desde allí se veía pasar una de coches por la carretera.
¡Madre mía! ¡Y cuánto coche venía de la parte de Navarra! ¡La carretera se veía
toda ilumina de tanto coche!
Aquel pueblo estaba en poder de las izquierdas y aquella noche, los
requetés, lo saquearon todo y quemaron la estación del tren y de aquel modo la
derecha y los curas se adueñaron del pueblo.
Así que la guerra nos cogió a los tres teresinos segando en la provincia
de Guadalajara; y la siega se paró. La gente se retiraba a donde tenía su cobijo.
Abajo en la provincia de Guadalajara, las iglesias y los conventos estaba todo en
llamas. Así que nosotros emprendimos camino hacia Madrid. Estuvimos cinco o
seis días por aquellos caminos hasta llegar a Madrid. Ya en la ciudad, todo nos
fue más fácil hasta llegar a Teresa de Cofrentes, a casa.
¡Aquello fue, ¡madre mía! ¡Y que atrocidades vimos desde Guadalajara
hasta llegar al pueblo, sí, sí!
LA JUNTA ME NOMBRA PRESIDENTE DEL COMITÉ
REVOLUCIONARIO
Cuando llegué a Teresa de Cofrentes, todavía no habían formao el
Comité. No se formó hasta que yo llegué. Ya por todos los pueblos del valle
tenían el Comité formao y funcionaba, y en Teresa de Cofrentes aún estaba por
formar. Me decían que estaban esperando que viniera yo. Decían: "A ver si viene
Sixto". Porque no tenían confianza de que yo volviera, estaba la cosa tan mal.
Así que, cuando llegué de la siega me llamaron, nos reunimos y se trató
de crear el Comité Revolucionario, en aquellos momentos, el Ayuntamiento ya
no tenía ni voz ni voto, los pueblos se regían por comités. El Comité
Revolucionario tenía la máxima autoridá. Me propusieron pa presidirlo y me
hicieron presidente; y allí empezamos ya a trabajar.
El Ayuntamiento siguió componiéndose por un miembro de cada partido
político y dos por los sindicatos. Se empezó a vivir unos tiempos que se tenía
que estar con los ojos muy abiertos. Pues ya había empezao la persecución de las
derechas y de los curas y la quema de iglesias y conventos. Todo aquello estaba
muy perseguío. En aquellos días era como de ley todas esas prácticas. En el
pueblo que no se practicaba aquel hacer de persecuciones, encarcelamientos,
ejecuciones y quemas de conventos y iglesias, al máximo responsable de la
localidad lo tomaban por no adicto al nuevo régimen y aquello era grave.
El comunismo fue progresando mucho, y claro estaba, los acostumbraos
al poder no querían aquella ideología, les obligaba a hacer dejación de parte de
su poder y propiedades, y los humildes ya no estarían a su disposición. Así que
aquellas gentes no les interesaba la marcha que estaba tomando la nación.
Aquellas personas preferían que ganara Franco a que progresara el comunismo.
Fueron muchos los que decían ser republicanos, que se pusieron a favor
del General Franco ¿Por qué aquellos socialistas y republicanos se pusieron a
favor de Franco? Porque no sentían el socialismo ni la República, eran gentes de
derechas que se metieron en aquellos partidos pa salvaguardar sus intereses. Y
en vez de dar pa'l Partido Socialista y la República, lo que hacían era perturbarla.
Donato era de Teresa de Cofrentes, pero trabajaba fuera del pueblo. Pues
aquel hombre era un capitalista de derechas y era el jefe de Unión Republicana.
Él militaba en aquel partido pero no sentía aquella ideología y no quería a la
República, no les convenía la marcha de aquel partido.
¡Todo empezaba a ponerse muy feo, pero que muy feo!
GOBIERNO CIVIL
D i LA
PROVINCIA DE VALENCIA
Vista la propuesta fouzulacU*
por Ia3 organizaciones sindicales y
políticas de eaa población para al
~~.%-^ï£.'. Sifoeítto....
cunrplimlento d©x Decreto del íiuiista
P P í V • Ha.
rio de Ir. Gobernación de 4 da J3fta.ro
- Casto Gozalvez Monto- ultimo y en'uso de las facnltaisJ
:
ya
¿
a
i - Jóse Gozalvez Montoya que me confiere el art 3 àsl ai.suo
" J o s é l a n d e t e Gómez
he acordado declarar cona'titv.ido el
.F^rique Esteve CarConsejo nunicipal de TERESA C0PREÍIT5S,
- Fernando TáL l e s Real
que estara integrad--) por los cacaradü3
s ' Fraacisco Mira v a l i e s
1 "Giménez
que al nargon se expreawv- quedando
José•Navarro Albarca
Msaxiel Pérez ïïonrubia desde este moiaento disueltos la actual
Gestora aunicipal y lo3 CJooi-.ás que
con finalidades análogas pudieran ar.3
tir en esa localidad lo di so a Y d para su ccnoci.r.ier.to
el de los interesados y deraás efectes
à bièndome remitir copia certificada
del acta ,1& sesión en %-"- se pesa-ísione dicho Consejo nunicipal
*-•*' Yalencia 24 àe Marzo de 1337
SI Gobernador civil
SECRETARIA 8EHEML
u
A l c a l d e de
2SH3SA DE COFHEIÍTES.
La junta me nombra presidente del comité revolucionario.
UNA DE LAS FINCAS CONSEGUIDA BAJO LA LEY DE LA
REFORMA AGRARIA
Una de las leyes que hizo el Gobierno de la República fue la ley de
reforma agraria. Gracias a la misma se facilitó que los que no tenían tierras en
propiedá las pudieran tener convirtiendo cerros del Ayuntamiento en tierras de
cultivo. Pues bien, eché un bando informando al pueblo de esta novedá. Y un día
avisé a unos cuantos del pueblo de los que no tenían tierras pa encontrarme con
ellos al día siguiente en los Cuatro Caminos. Cuando todos estábamos allí les
dije:
- De aquí p'arriba, a derecha y izquierda, todo lo que sea cerro del
Ayuntamiento lo podéis convertir en tierra de cultivo. Y lo que cada uno saque
será pa el. Y si tenéis algún trocico de huerta o secano que lindéis con el
Ayuntamiento, también podéis coger lo que queráis.
A partir de entonces, todas aquellas personas que se les veía vagar por el
pueblo sin saber que hacer, ya no se les veía es esa situación. Yo también me
aproveché de esa ley. En lo alto del Cerro de Zarra, entre la carretera de Ayora y
la de Zarra, convertí en tierra de secano un buen trozo de cerro del Ayuntamiento
de Zarra. Hice dos paras grandes y dos cuerdecicas.
Había un hombre que se llamaba Jerónimo. El pobrecillo era una persona
trabajadora pero apenas tenía unas cuerdecicas de secano en el término de
Jerafuel y otras en el término de Zarra, próximas unas de las otras. Este hombre
era muy laborioso pero no tenía tierras que trabajar, así que fue al cerro que
estaba próximo a la casilla del peón caminero, dio una ojea aquello y
pareciéndole bien se puso a rozar matorral. Cuando lo tuvo rozao, fui unos días
con Palomo y se lo labré. Pues el hombre en aquellos días no tenía burro, era tan
pobre que ni un burrico tenía. Pues bien, el hombre empezó a trabajar aquel
secano y lo plantó de higueras, almendros y peros-nanos. En la loma sembraba
cereales y en las paras hortalizas, así el hombre tenía a donde entretenerse y algo
más cogía. Al poco tiempo ya tenía una burrica.
¡Con que entusiasmo trabajaba Jerónimo la loma!
LA DERECHA ATEMORIZADA
Como ya dije me quedé viudo al nacer mi segundo hijo y le busqué una
madre de leche. A la mujer que busqué pa que amamantara a mi hijo, yo le
tenía que pagar aquel trabajo. Pero yo en aquellos momentos no tenía dinero;
así que me vi en la necesidad de ir a que alguien me lo prestara. El dinero
p'aquel menester se lo fui a pedir a la tía María la de Gracia. El total fue de
mil pesetas lo que la mujer me prestó. Pues como ya dije, las derechas y el
clero en aquellos días tan duros eran muy perseguios y algunas de la derecha
de Teresa de Cofrentes estaban atemorizas de los comentarios que oían de las
persecuciones que se hacían por otros pueblos.
Una noche, a altas horas de la madruga, llamaron a la puerta de mi casa;
yo ya estaba acostao. Me levanté y abrí la puerta. Era José, un hijo de la tía
María. Me sorprendió verlo aquellas horas de la madruga en la puerta de mi casa
y le dije que pasara. Ya dentro de mi casa, me dijo:
- Mira Sixto, que yo no vivo tranquilo, quisiera que hicieras todo lo que
pudieras por salvarme la vida. Por este motivo te traigo los recibos del dinero
que le debes a mi madre; tómalos, has con ellos lo que quieras y a cambio me
salvas la vida.
- Si tú me conocieras a mí, -le dije- a mi casa no vendrías con esos
recibos. Llevo muchos años luchando pa que la vida en el pueblo sea más justa
pa tos y por ese motivo estoy donde estoy, pa que eso se vaya cumpliendo. Tu
madre me prestó ese dinero en un momento en el cual yo me veía apurao, y yo
cuando pueda pagárselo se lo pagaré; ese dinero está ganao con el trabajo de su
marido y el de sus hijos, y le pertenece. Así que tú lo que tienes que hacer es
coger esos recibos y devolvérselos a tu madre; que cuando yo pueda devolverle
ese dineros se lo devolveré hasta el último céntimo.
Subiendo por la calle Pardo, al final, en el recodo que daba salida al
callejón por el que se salía a la calle del Medio, en la pader había una hornacina
con un santico dentro. La facha donde estaba la hornacina era de la casa donde
vivía José, y me dijo:
- Bueno Sixto, tamién te quería decir que vayas a mi calle y saques el
santo aquel que hay en la pader de mi casa, que aquello allí tan vistoso me
compromete.
- ¡Pero hombre! No te preocupes por na más, deja aquel santico allí
donde está, que allí no le hace mal a nadie. Veste a tu casa tranquilo y no sufras
que na t'ha de pasar a ti ni a ninguno del pueblo. Ya estamos vigilando pa que lo
que te estoy diciendo sea así. No estoy aquí p'aprovecharme de la situación,
estoy aquí p'hacer que florezca el pueblo. Que cada trabajador se gane la vida
con dignidad y honradez.
Aquellos recibos no se los acepté y se los devolvió a su madre.
Lo mismo me hizo el jefe de las derechas de Teresa de Cofrentes. Aquel
hombre también le debía yo tres mil pesetas, pues también vino llamando a la
puerta de mi casa a altas horas de la madruga, con los recibos del dinero que le
debía en las manos. Diciéndome que a cambio del dinero que le debía le salvara
la vida. Y le dije algo pareció a lo que le dije a José: "por esta visita veo que en
el pueblo aún no me conoce usté". Y no se lo acepté; ni al uno, ni al otro. Les
dije que estuvieran tranquilos en sus casas, que cuando yo pudiera devolverles el
dinero se lo devolvería.
Aquella práctica era muy lleva en aquellos días pero a la inversa. Habían
personas que debían dinero y iban a la casa del que le debían el dinero y si no les
sacaba los recibos y se les daban, le sacaban la piel cerra. En cambio en mi fue a
la inversa, que me llevaron los papeles a mi propia casa y no se les acepté.
Al día siguiente, cuando fui al Ayuntamiento, comenté con los
compañeros lo sucedió en mi casa aquella madruga con José y días antes con el
jefe de las derechas.
¡Había mal estar a nivel de toda la nación española!
LA DESTRUCCIÓN
Por aquellos días había mucho movimiento en el pueblo, todo aquello era
nuevo y las gentes libremente nos manifestábamos por las calles. Lo que no se
nos ocurría a nosotros venían gentes de fuera y lo ponían en marcha. Todo
aquello era nuevo y se celebraba. Al pueblo llegaban noticias desagradables,
¡muy desagradables! Aquel entusiasmo de poder llegaba a toda persona oprimía
y el querer perseguir y destruir todo aquello que se creía culpable de nuestra
opresión, había mucho interés en destruirlo.
Pues bien, llega una tarde y vinieron los de la C.N.T. acompañaos de
otras gentes y salimos de manifestación por todo el pueblo hondeando banderas
y cantando canciones de liberta. En fin, lo propio de las manifestaciones. Las
gentes nos fuimos animando. Poco a poco se formó una algarabía descomunal.
Pues bien, en esas íbamos cuando pasábamos por la calle Pardo. Al pasar por la
puerta de José, dijo uno de los manifestantes que había escuchao lo que días
anteriores les había contao en el Ayuntamiento del temor de la derecha:
- ¿No ha dicho este que saquemos el santico del armario? ¡Pues vamos a
sacarlo!
- Pues bien, sacarlo y llevarlo a la iglesia, -les dije.
Sacaron una escalera de la casa de un vecino, se subió uno de los
manifestantes a la escalera y empezó a trastear pa sacar el santico de donde
estaba. Cuando aquel ya lo hubo arrancao de allí, le dijo uno:
- ¡Échamelo aquí, que lo coja!
Dijo otro:
- ¡No lo eches ahí, échalo aquí donde estoy yo, que yo lo cogeré!
El que lo tenía en las manos con picara sonrisa miró al uno y al otro y lo
tiró donde no había nadie, y claro está, el santico aquel saltó en pedazos. Y les
dije:
- ¡Ea, pues recoger todo eso y llevarlo a la iglesia!
Pues na, recogieron todo aquello y todo el gentío marchó pa la plaza de
la Iglesia. Allí nos fuimos concentrando mucha gente. ¡Mucha gente! Los que
vinieron de fuera y los del pueblo. Dijo uno d'ellos:
- Yo ya no metería esto a la iglesia. ¿Pa qué lo vas a meter? ¡Aquí mismo
se le aplica un misto!
Pues na, entre los que vinieron de fuera y los del pueblo, encendieron una
lumbrecica en medio de la plaza y empezaron a entrar en la iglesia y a sacar
cosas d'allí dentro y a echarlos a la lumbre. ¡Madre mía! Decía el uno:
- Ya no pedirán más pa este santico; este ya no comerá más.
Y así, cada cosa que tiraban a la lumbre llevaba su acompañamiento del
porqué lo tiraban. Aquello fue un asalto. En la iglesia ya empezaba a no quedar
na cuando me di cuenta de que había unas ropas que se podían utilizar p'algo.
Entonces les dije a los compañeros:
- ¡Me caguen la! Esta gente van acabar con to, aquí hay muchas cosas
que se pueden aprovechar, esas telas que hay por ahí pueden valer p'algo, p'acer
ropa pa los refugiaos y cosas d'esas. Y le dije a Germán el de Alejo:
- A ver si mañana sube tu mujer, la mía, la de Abel y alguna más, y
recogen esas ropas, que no las quemen, que eso siempre puede valer p'algo; es
lamentable que se destruya todo esto, ¡cono!
Así que subieron algunas mujeres y estuvieron por allí ladeando todas
aquellas cosas de utilidá.
Acaban con la iglesia y empiezan a meter mano al Ayuntamiento. Entraba
el uno y salía con un brazao de papeles diciendo:
- ¡Este brazado de recibos es del reparto de consumo mío! ¡A la lumbre,
que no quede rastro d'el!
Y así iban tos entrando y saliendo por allí. ¡Me caguen la! Aquello
empezó como cuasi na, y se formó allí una hoguera, que el rescaldo en medio de
la plaza cuasi duró ocho días. No había quien se acercara a él. ¡Hostia, que se
quemó casi to el archivo!
Viendo el brío que tomaba to aquello, me metí en las oficinas del
Ayuntamiento y en aquel momento empezaban a meter mano a la "ESPASA",
¡Me caguen la!, me planté allí y les digo:
- ¡Me caguen la hostiana! ¡Mirar, esto no lo toquéis! ¡ Me cago en diez!
- ¿Y pa qué quieres esto, si casi ninguno sabemos leer?
- ¡Si nosotros no sabemos leerlos, nuestros hijos y los hijos de nuestros
hijos, sí que sabrán! Esos libros son muy importantes pa to el pueblo en general.
¡Vamos! Aquello se respetó, se respetó. Pero lo demás, ¡madre mía lo
demás! ¡Aquello se asaltó y no había manera de poner coto! Así que cerramos la
puerta de la iglesia y acotamos el saqueo al Ayuntamiento.
Pues sí, la ESPASA puso punto final a aquel vendaval. Yo tenía cariño
aquellos libros. Y es que siendo jovencico, en el Casino de Abarca, presencié
una discusión entre el maestro y el médico. Los dos tenían diferentes posiciones
sobre el tema que estaban discutiendo. Y decía el uno al otro:
- Vamos al Ayuntamiento y verás como la ESPASA me da la razón.
La actitud de aquellos dos hombres me interesó y les seguí hasta el
Ayuntamiento. Allí cogieron un volumen de la ESPASA y empezaron a pasar
hojas pa lante y pa tras hasta que se detuvieron en una de las páginas y se
pusieron a leer, y cuando terminaron la lectura, los dos se apaciguaron y salieron
del Ayuntamiento en paz y unión. Así que aquel libro hizo que aquellos hombres
dejaran de discutir y aceptaran admirablemente la explicación que les daba aquel
libro. No necesitaron a nadie pa ponerse d'acuerdo, aquel volumen de la
ESPASA se les aclaró. Todo eso es lo que yo sabía de aquellos libros.
Pues bien, al acotar aquello empezaron a ir por las casas particulares
pidiendo los santos que cada vecino tenía en su casa. ¡Madre mía! Si no se
hubiera puesto fin a todo aquello, se hubiera terminao quemando el pueblo.
Pues bueno, al poner fin a to aquello, empezaron a preguntar por el cura:
¿Qué, dónde estaba el cura? Y el cura ese ¿qué? ¿Dónde está?, y les dije:
- ¡Me caguen en la hostiana! ¡Al cura no tocarlo! ¡No tocar al cura pa na!
Al principio no parecía que tuviera aquello mucho color. ¡Pero luego,
pues no te digo na, luego! Como iban comentando que si en tal pueblo no han
dejao na, lo han quemao to; que si en tal otro, de la derecha y los curas no ha
quedao rastro; que si tal y que si cual. La gente se fue calentando y empezando
hacerse montón allí. ¡Buuuuh! ¡Me caguen la! ¡Madre mía! ¡Sí, sí...!
¡Me caguen en la hostiana! Pues aún quedó todo aquello mejor de lo que
yo pensaba. Allí aquello se asaltó, y cada uno entraba y salía cogiendo cosas a y
a la lumbre. ¡Sí, sí! ¡Así fue!
Y a pesar de to aquello, algunos aún se quejaban de que aquí en Teresa
de Cofrentes nos habíamos quedao cortos en comparación con lo que se estaba
haciendo en otros pueblos. Yo les decía, que ya habíamos hecho bastante. Que
ya se notaba nuestro paso por el pueblo. Que ahora había que trabajar, que
habían muchas cosas qu'hacer pa engrandecer el pueblo.
Ser la máxima autoridá de un pueblo y tenerlos a tos contentos, es
imposible; no puede ser. Dentro de los tiempos que corrían, fue lo menos que
pudo pasar. Teresa de Cofrentes no fue de los pueblos que peor quedaron. Yo no
era partidario de la destrucción, pero los tiempos te obligaban a destruir ciertas
cosas, si no, te consideraban un enemigo del nuevo régimen y eso en aquellos
días era grave. El pueblo oprimió siempre hemos creído que el mal de nuestra
opresión nace de las administraciones y de las iglesias y conventos.
¡Las clases obreras estábamos muy quemas!
EL CURA DE TERESA DE COFRENTES
En aquellos días tener un cura en el pueblo era un gran compromiso. El
cura de Teresa de Cofrentes se había ido al monte con el tío Costodio el Viejo.
Aquel hombre tenía un monte en la Cañadilla y en su finca tenía una casica. Allí
en la casica de la finca cobijaron al cura acompañao del tío Costodio, el tío
Facundo y algunas personas más. Cuando el cura venía al pueblo lo
acompañaban aquellas personas y se alojaba en la calle Jarafuel en la primera
casa que había a la entrada del pueblo. La familia que vivía en aquella casa
cobijaba al cura cada vez que venía del monte al pueblo. Todas aquellas andas
yo las conocía porque vigilé mucho que nadie se metiera con el cura. ¡Eh! Y lo
conseguí. Que no era fácil salvar a las derechas y a la Iglesia de aquellas
persecuciones, encierros y ejecuciones. Si no se metían los del pueblo con ellos,
venían gentes que recorrían los pueblos persiguiendo a todas estas personas. En
dos ocasiones tuve que enfrentarme a aquellos hombres que recorrían los pueblos
en busca de las derechas y de los curas, no sin riesgo de mi propia vida. Pero mi
entereza hizo que se salvara la situación sin persecuciones, encarcelamientos ni
víctimas humanas. Conseguir aquellas tres cosas en aquellos días no era tarea
fácil. Que algunos hijos del pueblo llevaos por lo que oían decir de lo que se
hacía en otros pueblos, preguntaban:
- ¿Pero el cura ese qué? ¿Dónde está el cura?
No creamos que no había gente mala en el pueblo, que sí que había, sí, sí.
Y yo eso no lo quería. ¡Nooo, no lo quería, no! Me ponían de malestar, y vamos,
conseguí de que aquello no pasara adelante, lo conseguí.
El cura creo que se llamaba Soriano, algo así. Así estuvimos con el cura
en el pueblo casi un mes y medio o dos meses siendo yo el presidente del Comité
Revolucionario. A los dos meses más o menos de ser yo el presidente, vino a mi
casa el hermano del cura y me dijo:
- Vengo a ver si me puede hacer usted el salvoconducto para mi hermano
y para mi madre para que puedan venir conmigo, -y le dije:
- Pues sí hombre.
El hombre me enseñó el carné de la U.G.T. y le dije que era igual que
tuviera el carné o que no lo tuviera, que igualmente le iba hacer el salvoconducto
pa su hermano, pa él y pa su madre, y subimos al Ayuntamiento y se los hice, se
los sellé y se lo firmé. Y como en aquellos días el asunto de la comida estaba
muy mal, les llenamos un cesto con comida, sobre todo huevos que era de lo que
más había aquí en el pueblo, pa que de ese modo tuvieran algo que comer por el
camino. Y se marcharon. Tengo que decir, que agradecí mucho al hermano del
cura que viniera a Teresa de Cofrentes y se llevara a su hermano, pues la
responsabilidad de tener aquel hombre en el pueblo no me dejaba dormir. Pues
yo con vigilar a los hijos del pueblo que en aquellos días tenían la vida
comprometía, ya tenía bastante responsabilidá. Yo siempre traté de vigilar a las
personas que podían tener la vida comprometía por los tiempos que corrían. Pues
bien sabía que se le podría dar la vuelta a la tortilla y entonces fueran ellos los
que cuidaran de que no nos pasara na a los que teníamos en aquellos momentos
el poder. ¡Yo creía que eso que hacíamos era de agradecer!
Aquí en Teresa de Cofrentes se salvó la situación bastante bien. Que eran
unos momentos muy duros. Los oprimios teníamos la sangre muy negra de las
injusticias sufrías desde hacía siglos, y así que el oprimió se vio con algo de
libertad lo primero que hizo fue perseguir a todo lo que creía causa de sus
desdichas. Y la vista siempre estaba puesta en la derecha poderosa, y en los
curas que cobijaban el poder. Donde se cobijaba el poder era perseguío y pasto
de llamas.
Cuando se hacía una reunión en el Comité y se hablaba de la persecución
hacia alguna persona, yo sentía como si me clavaran puñales en mi cuerpo. Yo
siempre les decía que en Teresa de Cofrentes no había ninguna persona que
hubiera hecho tanto daño como pa ser perseguía, encerrá y mucho menos
ejecuta. Yo les decía:
- Ahora ya tenemos el poder, y esos abusos contra los trabajadores ya
han tocao a su fin, ahora a luchar por nuestros derechos defendiendo la justicia a
favor de los trabajadores.
Era muy difícil. ¡Pero que muy difícil! Mantener esa posición y que te
dejaran en paz.
El pueblo desfavoreció estábamos muy quemaos de las injusticias sufrías
y había mucha sed de venganza. Era muy difícil sujetar aquella sed. Teníamos el
poder y pa mí aquello ya era suficiente. Con aquel poder que nos daba aquella
nueva ideología a los parias del pueblo; el pueblo florecería para tos sin
discriminaciones de razas ni color. Teníamos que luchar sin armas porque no
hubieran explotaos ni explotadores. Empezábamos a practicar una vida digna del
ser humano.
¡Por fin empezaban a pintar tiempos de liberta pa las clases obreras!
DOS MONJAS HIJAS DEL PUEBLO
En aquellos años de la guerra civil vinieron dos monjas al pueblo.
Aquellas dos mujeres eran hijas de Teresa de Cofrentes pero cuasi nadie las
conocía. Hacía ya muchos años que se habían marchao y claro, al surgir aquella
persecución hacia la Iglesia, las pobrecicas se pudieron escapar de donde estaban
¿y dónde tenían que ir? Pues donde tenían algún calor familiar: al pueblo que las
vio nacer. Pues sí, vinieron al pueblo y aquí las cobijamos. Una de ellas era
familia de la madre de Amparico la del tío Manuel el de Abel, que vivía en la
Plaza Arriba, aquella mujer era de aquella familia, al menos nosotros a ellos les
dábamos el racionamiento pa ella. Y la otra monja que había era familia de la
madre del Guapo. Pues sí, se les acogió y se les atendió como a cualquier otro
hijo del pueblo. A los familiares se les daba el racionamiento pa ellas. En
aquellos momentos era yo el Presidente del Comité Revolucionario.
¡Se les atendió como personas que eran!
EL PUEBLO NECESITA MEJORAS URGENTES
Bien, pues ya nosotros en el poder teníamos muchos proyectos pero en el
Ayuntamiento no había ni una perra gorda ni una perra chica. Así que hicimos
una junta y acordamos que teníamos que ir a pedir dinero a los que sabíamos que
tenían, y según los medios de cada poderoso del pueblo le asignamos una
cantidá.
Al tío Angorio le pedimos tres mil pesetas y al tío Policarpo otras tres
mil. Esas fueron las cantidades más fuertes que pusimos. Al tío Nétor mil y a
otros quinientas pesetas. Así fuimos pidiendo a todas aquellas personas más
acomodas. Que muchos d'ellos, parte del dinero que tenían, era de lo que
robaban en el Ayuntamiento.
De aquel modo recogimos dinero pa empezar las obras de la entrada al
pueblo, que fue el primer trabajo que empezamos en Teresa de Cofrentes. Y con
aquel dinero ya podíamos pagar los jornales a los obreros. ¡Sí señor! ¡Eso lo hice
yo, fue aprobao por mí! ¡Así empezamos a engrandecer el pueblo!
Luego, algunos de aquellos que les pedimos dinero pusieron una
denuncia al Comité, diciendo que aquí en el pueblo estábamos haciendo atracos a
gente obrera y a jornaleros. A raíz de esa denuncia vinieron de Valencia cinco
coches con autoridades y nos reunimos en el Comité. Sí, allí en el Ayuntamiento
nos vimos las caras:
- Es verdad que el hombre que ha puesto la denuncia al Ayuntamiento
tiene cinco casas a cuál mejor. Tiene una en la calle del Rey Forquet, otra en la
calle del Abrevador, otra en la calle de los Blases, otra en la calle... no me
acuerdo cómo se llama. En total tenía cinco casas. Tenía un monte del cual
cortaba muy buenos pinos y un montón de tahullas de huerta. Las riquezas de
aquel hombre no las había ganao con su trabajo, esas riquezas las había
amontonao explotando al pueblo trabajador.
Aquellos inspectores que vinieron al pueblo se les pudo justificar con
pruebas que yo tenía razón, porque allí estaba a la vista lo que yo les dije. Y en
aquellos días aquel hacer era justo y humano, que quien más tuviera más pagara,
era de ley y yo hice uso d'ella. A todos los que les fuimos a pedir dinero era
porque sabíamos que lo tenían. Ninguno d'aquellos hombres tuvo que salir de su
casa a pedir el dinero que le pedíamos nosotros, eso nosotros lo vigilamos
mucho. Que no sucediera que el dinero que nosotros les pedíamos tuvieran ellos
que ir a pedirlo. Y quedamos victoriosos porque teníamos razón de que tenían
más dinero del que nosotros les pedíamos. Las cantidades que nosotros les
pusimos era una miseria comparao con lo que les quedaba.
¡Pues sí, eso hicimos en los primeros momentos!
60
Bromncia de ^ X ^ u ^ ^ u
Partido
municipal de JíàtA-iiMs..ÉL..^.oi
LIBRO DE ACTAS
DE
LAS
SESIONES
Este libro, comprensivo de
CELEBRADAS
.C¿r£/*¿¿... =^r... *r-m.. folios ¿> destinado a consignar las actas de las se-
siones que celebre .Jii.-^£M^J^--JíL·a^UU£4LÍ^LCjdL·U^^.
StuÉA.
ha sido reintegrado conforme a la vigente ley del Timbre con
papel de pagos al Estado, clase '.
número
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Y en virtud de lo preceptuado en el algente Reglamento, dictado para el cumplimiento de la citada
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bey. autorizo, esta nota, quedando además estampado en todas los hojas el sello de esta Oficina.
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Presidente, està destinado a contener las actas de las sesiones que aquel ._•= celebre, cáncernientes a .UM,¿-~&\&:Uu&LU^L,..y..í.USís^í£lU^.tíLg3..
comenzando con ia de este día.
Y para que conste, extiendo esta diligencia que oisa y sella dicho Sr. Presidente, e n 2
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LA NUEVA ENTRADA AL PUEBLO
Me preparé bien preparao y nadie protestó. Llamé uno por uno a los
propietarios de las fincas por donde iba a pasar la nueva entrada al pueblo, y les
dije:
- Mire usted, nosotros no tenemos dinero pa pagar el terreno que le
cogeremos a su finca p'hacer la nueva entrada al pueblo. El terreno que le
cojamos a la finca de usté será como si usté hiciera un donativo, nos lo firma
como que usté lo cede voluntariamente al Comité y así nosotros cogemos el
terreno que nos haga falta p'hacer la nueva entrada.
Aunque no lo daban de buena gana, lofirmaban.Como el terreno era a la
salida del pueblo, pues casi todo el terreno era de gente bien aposenta, y por el
trozo que se les cogía, no perdían mucho, tenían más tierras por otra parte.
Después, pa ensanchar las calles pa que pudieran subir los carros, los
coches y los camiones a la plaza Nueva, quedaron afectas varias casas desde la
calle Valencia hasta la plaza Nueva. Las casas afectas fueron las siguientes: una
era del tío Santos, un modesto trabajador. Aquella casa le cortamos una esquina
y a cambio del trozo que le cogimos a la casa, le hicimos cocina y habitaciones a
costa del Ayuntamiento. El Ayuntamiento tenía muy en cuenta a los más
necesitaos. Más arriba, a la entrada de la calle Pardo, le quitamos un rincón a la
casa del Rojo Ceferina, Y un poco más arriba, también le quitamos un trozo a la
casa de José Navarro, y a la casa de Agustín Roca, también le quitamos otro
trozo, a dos casas más que también quedaron afectas. Y quitamos una horma que
había junto a la casa de las Landetas. Aquella casa estaba por la mitad de la calle
Pardo. A la mayoría de los afectaos no les parecía bien que se ancharan las
calles, ni que se hiciera la entrada al pueblo.
Así que, empezamos hacer la Nueva entrada al pueblo y cuando se acabó
nuestro mandato, casi la dejamos termina con los árboles plantaos desde los
Cuatro Caminos a la calle Valencia.
¡La plantación de árboles de la nueva entrada al pueblo está hecha por
Abel y por mí, por nuestras propias manos, si señor!
Haciendo el desmonte para la nueva entrada al pueblo.
EL GOBERNADOR CIVIL DE CASTELLÓN DE LA PLANA
El Gobernador Civil de Castellón de la Plana tenía una hija casa con el
hijo del contratista que vino al pueblo hacer la carretera de Teresa de Cofrentes a
Zana. Aquel matrimonio vivía en Teresa de Cofrentes. Al parecer la chica estaba
embaraza y murió de sobreparto. Al morir aquella chica vino su padre al pueblo
p'hacer el entierro. Aquel hombre subió al Ayuntamiento a pedirme permiso
p'hacer una fosa en el cementerio pa enterrar a su hija, y le dije:
- Mire usted, usted va al cementerio y donde vea un lugar desacupao que
no esté ocupao por ninguno, donde más le guste a usté hace la fosa.
Y a partir de aquel día quedó una buena amista entre el Gobernador Civil
de Castellón de la Plana y yo. Yo me ofrecí a él, diciéndole:
- En todo lo que le pueda servir ya sabe usted, estoy a su disposición, -y
me dijo:
- Igualmente le digo, como le he dicho estoy en Valencia en las oficinas
de hacer los pasaportes para salir al extranjero. Si alguna cosa se le ofrece ya
sabe usted donde estoy.
Pues bien, cuando el hombre se desacupó del entierro de su hija se
marchó.
¡Fue lamentable que tuviera que conocer yo aquel hombre en aquella
situación, pero fue así!
EL MEDICO
En aquellos días no se por qué habían dos médicos en el pueblo. Entre
ellos se llevaban unas desavenencias que no había manera de que se entendieran.
Y seguían cada vez peor. Viendo que aquello no podía seguir así los eché a los
dos, y en un viaje de los que hice a Valencia a por un camión de abastecimiento
pa'l pueblo fui al Ministerio y expuse a los compañeros el problema que tenía
con los dos médicos que habían en el pueblo. En el Ministerio me dijeron que
solicitara otro médico. Y así lo hice. Lo solicité y me dieron nombre, apellido y
dirección de un médico que trabajaba en un hospital. Pero en aquellos momentos
se encontraba en su casa, en convalecencia. Lo habían herido en un bombardeo y
se estaba recuperando. En el Ministerio nos dijeron:
- Vayan ustedes a su domicilio y le pregunten si se encuentra en
condiciones de ir a visitar el pueblo y si puede ir que valla y lo vea y si le gusta y
quiere ir a ejercer su profesión allí, que valla.
Así lo hicimos, fuimos a la casa de aquel médico, nos dimos a conocer y
le hablamos del motivo de nuestra visita, y nos dijo:
- Siéntense ustedes. ¿De dónde son?
- De Teresa de Cofrentes, provincia de Valencia.
- ¿Y ese pueblo dónde para?
- Entre Requena y Ayora.
Empezamos hablar del tema y me dijo:
- ¿Con qué medios han venido ustedes?
- Con el camión de abastecimiento.
- ¿Podríamos ir una chica y yo con ustedes en el camión para ver el
pueblo?
- Sí señor, usté y la chica pueden ir en la cabina con el chofer y nosotros
iremos en la carrocería. Vienen ustedes y conocen el pueblo y si les gusta se
quedan pa este servicio.
Después que el médico hubo visitao el pueblo, decidió venir. Así que
fuimos un día con un camión a su domicilio de Valencia, cargamos los muebles y
todas las cosas que necesitaba, y se vinieron al pueblo el médico y sus hijos.
El médico tenía tres hijos, un chico y dos chicas. El hijo se llamaba
Gonzalito, y las hijas, una se llamaba Herminia y la otra Milagritos. El hijo del
médico estaba casao con una súbdita inglesa y todos se vinieron al refugio del
padre. El hijo tenía estudios de boticario. Por aquellos días la farmacia de Ayora
estaba vacante, Gonzalito se enteró, solicitó la plaza y se la concedieron. Al
conseguir la plaza Gonzalito, se marchó a Ayora con su mujer y allí fue a ejercer
su profesión. Al estar de médico en Teresa de Cofrentes Don Gonzalo Fresner, el
hijo y la nuera, venían al pueblo con frecuencia a visitar a su padre y sus
hermanas; y en casa de su padre nos encontrábamos muchas veces de visita y
conversábamos de la evolución de las cosas en aquellos días. Había una buena
amistad; como si hubiéramos sio todos del pueblo de toda la vida. Aquella
familia era de Vinaroz y estaban afiliaos al Partido Socialista. Y al ocupar Franco
aquella zona, el médico con su familia evacuaron de Vinaroz a Valencia. Y mira,
por cosas de la vida estuvieron conviviendo en Teresa de Cofrentes con nosotros
durante los tres años de la guerra civil.
¡Fue tanta l'amistá que casi éramos como familia!
LA FINCA DE DON RAMIRO
Bien, ya nosotros en el poder, vimos que Don Ramiro que era persona de
la extrema derecha dueño de una finca de gran riqueza en la zona del Romanal,
había abandonao la finca y se había marchao del pueblo. Aquella finca tenía una
dimensión de mil hectáreas. Nosotros al ver que la finca quedó abandona, fuimos
a Valencia al Ministro de Agricultura que se llamaba Ulives y le explicamos lo
que sucedía con aquella finca. Y nos dijo:
- Pues eso no hay que abandonarlo. Eso se incauta y se nombra un
comité de administración.
Así que vino un ingeniero de la reforma agraria, recorrió la finca y nos
autorizó pa que hiciéramos un corte de mil pinos de ochenta centímetros de
diámetro cada uno. Juan Roca, que era un hombre de saber, lo propusimos pa
secretario de la finca. Aceptó y él se encargó de la contabilidad de la finca
incauta. A partir de la incautación que la hicimos en los primeros momentos, al
poco de empezar las obras de la entrada al pueblo, ya no se le pidió a ningún
aposentado del pueblo ni una perra gorda más, ni una perra chica. Aquel monte
dio dinero pa pagar to las obras que se hicieron en el pueblo en aquellos días y
aún sobró dinero.
Aquella finca dio trabajo a muchos trabajadores del pueblo; unos
serrando pinos; otros quitándoles la corteza; otros arrastrándolos con caballerías
hasta el punto donde se podía cargar en carros y camiones pa desde allí
transportarlos al pueblo a la serrería.
¡Y cuantos beneficios dio aquella finca al pueblo!
LA TRILLADORA
Ya nosotros en el poder instalamos la trilladora junto a la Nueva Entrada
al Pueblo en el Huerto de las Margaritas. Antes, la trilladora estaba al otro lao
del castillo, pero al dedicar nosotros esa zona, entre el Poyo de la Carretera y el
Huerto de las Margaritas, a la industria, nos trajimos la trilladora y la instalamos
en esa zona también y la protegimos con cuatro pilares y un techo pa que cuando
lloviera no se mojara.
Pues bien, el Ayuntamiento anterior nos cobraba la trilla al 11% y
nosotros la hacíamos pagar al 5%. O sea, que con el Ayuntamiento anterior nos
costaba la trilla más del doble que con nosotros. Aquel año, después de pagar
nosotros todos los gastos que causaba la trilladora, como era los gastos del
Ayuntamiento, la fuerza motriz, todos los rompimientos que se le hacían a la
trilladora y los jornales a los trabajadores que ya los pagábamos nosotros a doce
pesetas, pues después de todos esos gastos satisfechos aún quedaba allí un
montón de dinero considerable. Así que nos reunimos la junta y acordamos con
aquel dinero pagar el médico, que el médico fuera gratuito pa todo el pueblo.
Echamos un bando notificando al pueblo que el médico era gratuito pa todo el
que lo necesitara.
Con las ganancias que dio la trilladora el médico nos salió gratuito a
todos. Ese beneficio lo disfrutó el pueblo.
Yo me preguntaba: ¿Pues cuánto dinero les debía quedar al
Ayuntamiento anterior cobrando más del doble de lo que cobrábamos nosotros?
Aquello fue una novedá que jamás se había vivió en el pueblo.
¡Madre mía, la trilladora!
LA SERRERÍA
En la finca de Don Ramiro había un cobertizo. Estaba en lo hondo de la
Alongeña a la orilla del río. Allí tenían instalao un aparato de serrar. Lo
arrancamos de allí y lo trajimos al pueblo a la calle Teruel al cubierto del tío
Saturnino que era el padre de Don Aquilino, el médico. En Alcira compramos
otra máquina más de aserrar y la instalamos también en el cubierto y allí
montamos la serrería.
Junto a la serrería que montamos había un descampao y en él
descargaban los carros y los camiones los troncos de pinos que traían del monte.
Desde la entrada del pueblo hasta el Poyo de la Carretera todo estaba a un lao y
a otro lleno de troncos. En la serrería los dos aparatos sin parar de serrar. Unos
trabajadores serrando los troncos de los pinos y haciendo tablones y otros
haciendo cajas pa el transporte de las frutas. De la Ribera venían encargaos de
casas de transportar las fintas al extranjero y nos hacían unos pedios superiores a
las cajas que podíamos hacer nosotros. Por más cajas que hacíamos, no dábamos
abasto; siempre eran pocas. Todas las cajas que se llevaban aquellos hombres
nos las pagaban al contao y con aquel dinero pagábamos los jornales a los
trabajadores. En aquellos días éramos más de quinientos vecinos en el pueblo,
unos tres mil habitantes. Aquella finca dio trabajo a todo el pueblo trabajador.
Perjudicamos al dueño de aquella finca y beneficiamos a todo el pueblo.
Na, que a partir de los primeros momentos que se le pidió dinero algunas
personas p'hacer la Nueva Entrada al pueblo, que fue la primera obra que
s'empezó hacer, ya no se le molestó a ningún vecino más pidiéndole ni una perra
gorda pa na. Todo el dinero que gastamos en obras salió del monte de Don
Ramiro. Aquello fue una operación gigantesca. El monte aquel dio mucho
beneficio al pueblo. ¡Mucho!
¡Madre mía! ¡Y que movimiento de pueblo!
LA QUEJA
La hija de Virtudes se desbarató un brazo y el médico se lo arregló.
Cuando el médico terminó su labor, Virtudes le preguntó que cuánto valía su
trabajo, y el médico no desaprovechó la ocasión y le dijo que valía tanto, lo que
fuera. Bien, lo que el médico le pidió por su faena, a Virtudes, no le pareció bien,
y Virtudes, disgusta, vino a mi casa a quejarse, y me dijo:
- Mira Sixto, me pasa esto con el médico. De arreglar el brazo de la
muchacha me ha pedio tanto.
- ¡A ti el médico no te ha pedio na! ¡A ti el médico no te ha pedio ni
cinco céntimos!
- ¡No, él no m'ha pedio na, pero yo l'he dicho que cuánto valía su
trabajo.
- ¡Hombre! Tú le preguntas que cuánto vale su trabajo y ahora vienes a
mi casa pa que yo vaya a dar la cara por ti, pa que yo sea quien se haga de mal
ver del hombre. Una cosa que haces tú mal hecha y ahora quieres que m'enfrente
yo con él. ¡Mira, lo mejor que puedes hacer es marcharte de mi casa, que no
quiero saber na de ese asunto! ¡Márchate de aquí que no has venío na más que a
comprometerme! ¿Tú no has sentío un bando que s'ha publicao, que decía que el
médico era gratuito pa to el pueblo?
- ¡Si!, pero como el hombre s'ha portao bien haciendo su trabajo!
- ¡Bien, pues si has quedao contenta con él y tú, agradecía, le quieres
regalar algo, le regalas un cesto de melocotones, un jamón, un pollo, un borrego;
y a mí no me pones en evidencia con ese señor. Así es que tú sola te has buscado
el malestar. Le hubieras dicho: mire usted, tome usted esto, -lo que hubiera sio-,
se lo regalo pa usté, y asunto concluido. Pero tú le has dicho que cuánto vale su
trabajo, y claro, lo que son los médicos, que nunca tienen hartura, y te pidió algo
que a ti no te acomoda, y ahora vienes a que yo me vea la cara con él. Así que
márchate de aquí y apáñatelas con ese hombre como puedas, tú ya sabes que de
su trabajo no le tienes que dar na. Si has quedao contenta y le quieres regalar
algo, aya tú.
El médico no tenía ningún derecho a cobrar ni cinco céntimos, pero si
voy yo y le digo algo, me hubiera cogió un odio que pa qué más.
¡Que difícil era contentar a toda la gente!
70
UNA ORDEN DE ABASTOS
Nos vino una orden de abastos pa que recogiéramos trigo pa el gobierno
que estaba esperando un cargamento y no llegaba, que cuando recibieran el
cargamento se les devolvería a cada cual lo que hubiera entregao. Pues bien, a la
primera casa que fuimos pa recoger lo que abastos nos pedía, les explicamos la
orden que habíamos recibió y nos les pareció bien y se negaban a entregar lo que
les pedíamos. No hubo manera de hacerles comprender el por qué les pedíamos
el trigo. Les decíamos: que todo lo que entregaran se les devolvería cuando el
gobierno recibiera el cargamento que estaba esperando. Nada, no hubo manera.
Sale una de las hijas de aquella familia, se despatarragá en la puerta de la calle y
dice:
- Valiente ha de ser el que se lleve de esta casa un grano de trigo.
Así que poniéndose en aquel plan, la denunciamos y tuvo que ir a
Valencia a pagar la multa que le pusieron. Después de todo aquello, aquella
familia, no estaría muy contenta con nosotros.
A pesar de todo, en aquellos días, el pueblo no pasó hambre, patatas,
trigo, aceite y animales de corral, no faltaron. Muchos hijos del pueblo que
vivían en las ciudades se vinieron al refugio del pueblo y en él encontraron
refugio.
¡En los pueblos se vivía diferente que en las ciudades!
LOS TRES TRANSFORMADORES
Por el motivo de haber puesto toda la industria entre el Poyo de la
Carretera y la Trilladora (antes Huerto de las Margaritas), tuvimos que poner dos
transformadores en esa zona industrial más el que hicimos al otro lao del castillo.
El transformador que hicimos detrás del castillo paraba muy lejos de la zona
industrial y no llegaba la fuerza a la industria como tenía que llegar. Porque a
más longitud, más pérdida de fuerza, se calentaban los cables y no llegaba toda
la fuerza. Así que haciendo los dos transformadores en el Poyo de la Carretera la
maquinaria trabajaba de primera, abasteciendo a toda la industria con holgura: a
la fábrica de harina que estaba ahí en el morrico, cien pasos mas adelante la
serrería, a otros tantos más la trilladora, entre la nueva y la vieja entrada al
pueblo, un poco más arriba F almazara y el Teclado y Vestido que estaba al final
de la calle del Medio. Con aquellos transformadores, toda la industria trabajaba
de primera.
La zona industrial estaba en un buen sitio, con una buena entrada y
salida.
¡Y que movimiento de trabajadores, sin parar de trabajar cada día!
EL SERVICIO MILITAR
Que difícil era tener al pueblo contento. Un día, iba yo por la calle y me
vio Rumalda. Aquella mujer tenía a uno de sus hijos en edad de hacer el servicio
militar y me dice:
- Sixto, Sixto, que decías que se iba a acabar con la discriminación de los
mozos en edad de hacer el servicio militar, decías que todos los mozos del
pueblo fueran ricos o pobres que irían a hacer el servicio militar sin distinción
ninguna. Los que no lo han hecho nunca, siguen como siempre, sin hacerlo,
paseando por el pueblo y mi Vicentino, mañana, se va de soldao. Seguimos como
siempre, el pez gordo se come al chico.
¡La gente se creían que yo lo podía solucinar todo!
EL DELEGADO DE LA COOPERATIVA DE
ABASTECIMIENTO
Delfín era el delegao de abastos, y pasaba el tiempo y no había manera
de acarrearlo hacer cuentas. Un día las tuvimos que hacer. ¡Madre mía! Faltaban
setenta mil pesetas. Se repasaba todo el suministro que había en la cooperativa y
na, no salían las cuentas. El delegao se agarró a llorar allí delate de todos los que
habíamos. Juan Roca que era el secretario le dijo:
- Vaya usted a su casa a ver si tiene dinero en algún sitio.
Así lo hizo, fue a su casa y cuando volvió dijo que tenía su mujer cuatro
o cinco mil pesetas y las trajo, ¡eh! Nos dijo que no se lo dijéramos a nadie que
él haría por devolverlo todo. ¡Pero que va ha devolver! Na, no lo devolvió. Y
quedamos empeñaos. Entonces dijo el secretario del Ayuntamiento:
- Pues hay que ver la manera de compensar esto. Esto no puede quedar
así.
Y conforme se iba trayendo mercancía de abastecimientos, se ponía unos
céntimos más pa recaudar lo sustraído, pero no se pudo recuperar.
Entonces propusimos pa delegao de abastos Abel y aceptó. Pero pasaba
que Abel no sabía leer ni escribir y todos los albaranes de entradas y salidas de
abastecimientos los firmaba yo; cuando se dieron cuenta en Valencia me
mandaron a llamar y me presenté allí. Entonces me preguntaron:
- Vamos a ver, que es lo que está pasando en Teresa de Cofrentes.
¿Cómo es que el delegado de abastos es el señor Abel y firma usted los
albaranes de las entradas y salidas de la cooperativa?
- Mire usted -le dije- pasa esto, el delegao que había lo tuvimos que
quitar porque no podía ser que aquello siguiera de aquella manera para delante y
hemos puesto a este que lo único que tiene es que no sabe firmar, pero reúne
todas las condiciones para esta faena.
- Pues no puede ser que aquel hombre sea el delegao de abastos.
- Pues si aquel hombre no puede ser el delegao de abastos, no hay
ninguno que pueda serlo.
- ¡Pero hombre! ¿Usted cree que esto puede ser, de que firme usted las
entradas y salidas y el delegado sea otro?
- Pues esto tiene que ser así; y si no es así, dimito y no quiero saber na;
porque no tengo a nadie de mi confianza que me ayude.
Así que me lo aprobaron. El delegao siguió siendo Abel y yo lo firmaba
todas las entradas y salidas. ¡Madre mía! No tenía a nadie que me ayudara;
adonde no estaba yo las cosas no marchaban. Y el pobre Abel tenía todas las
cualidades pero no sabía firmar.
¡Pero na, aquello s'arregló!
7S
UNA PLAZA EN EL CENTRO DEL PUEBLO
Después de razonar el sitio donde podíamos hacer la nueva plaza en el
centro del pueblo, les dije a Navarro y Abarca que eran dos maestros de obras
que fueran a mirar las cuatro casas afectas pa hacer la plaza y que las apreciaran.
Que el precio que ellos les pusieran lo pagaríamos a los propietarios.
El dueño que tenía otra casa, la afecta, nos la vendió, y el que no tenía
casa, le dimos otra. No tuvimos problemas con los propietarios al tomar el
acuerdo. Todos estuvieron conformes. Así que arreglao todo aquello, los dueños
quedaron avisaos pa que se mudaran a sus nuevas viviendas.
Llegaba un mes, y na, no se cambiaban de casa. Llegaba otro mes, y lo
mismo, y llega otro, y tampoco. Y yo les decía a los concejales:
- ¿Pues qué pasa que no se van los de las casas pa hacer la plaza?
A mí me sorprendía que estando todo arreglao no se cambiaran. Vine un
día un concejal, y dice:
- ¡No tengas miedo que no haces la plaza!
- Pero eso que dices, ¿no lo dirás por bueno?
- ¡Que te digo yo que no haces la plaza! ¡Tienes concejales del
Ayuntamiento que han ido a la casa de los afectaos y les han dicho que no se
vayan que la plaza no se hace!
- ¡Me caguen la! ¿Pero, qué dices?
- ¡Na, lo que oyes!
Lo comprobé y era cierto. Los mismos del Ayuntamiento me llevaban
entre ratoneras. Entre nosotros, entre las mismas izquierdas, se perturbaba la
marcha del oponente. O sea, no dejar hacer, poner obstáculos a todo lo que
quería hacer el adversario; estuviera bien o estuviera mal.
¡Me caguen la! Cuando comprobé que lo que me dijo aquel concejal era
cierto, cogí el camino y me fui a la casa de Irenio y le dije:
- Mañana al apuntar el día t'espero al final de la calle Pardo. Que vamos
a destechar las casas pa hacer la plaza.
Desde casa de Irenio me fui a casa de Abel y le dije lo mismo. Al otro
día cuando nos reunimos los tres, les dije:
- ¡Hale, vamos a destechar las casas!
Entramos en la primera casa que era la de mi tía Elisa la Parra, y le dije:
- ¡Buenos días! Qué ¿ya ha almorzao usté?
- Yo no, el tío sí que ya h'almorzado, pero yo no.
- ¿Por dónde se sube a la cambra?
- ¿A la cambra, qué que vas hacer?
- Subir a la cambra y de la cambra al tejao, a destechar la casa.
- ¡Pero si no hemos quitao las cosas!
- Pues ya las quitaran ustés, desde que se les avisó, han tenio tiempo más
que suficiente.
Subimos los tres al tejao y les dije:
- Vosotros vais quitando las tejas, yo me despatarro entre viga y viga, y
con el peto del azadón, voy tirando techo.
Enseguida se cambiaron. Se tuvo que hacer con esa violencia por culpa
del mismo Ayuntamiento. Si no lo hago así, no se cambian, y la plaza, no se
hace.
Las casas que nos vendieron p'hacer la plaza, las pagamos a sus dueños
con dinero de la República; del que dio los pinos de la finca del Romanal.
¡Que desavenío estaba el mismo Ayuntamiento!
7?
LA VIEJA PRESA DE LA ACEQUIA MADRE SE LA LLEVA
UNA AVENIDA DEL RÍO
En tiempos de la monarquía, el pueblo ya pedía la presa al alcalde Tomás
Gozálvez y no se consiguió. ¿Por qué no se consiguió?, ¿por qué Tomás
Gozálvez estaba en contra de que se hiciera una presa bien hecha? Porque aquel
hombre tenía en la Acequia Madre muchas tahullas de huerta, y aquellas tierras
las tenía das a rento. De aquellas tierras que aquel hombre tenía recibía nueve
barchillas de trigo por tahulla fuera el año lluvioso o seco. Claro está que a él le
tenía sin cuidao que la presa estuviera en buenas o malas condiciones, Tomás iba
a recoger lo mismo de sus huertas. ¿Qué le importaba aquel hombre que el
arrendatario regara diez tandas o cinco, que se viera negro pa poderle recoger
las nueve barchillas de trigo? Pa Tomás era normal que el arrendatario pasara
esas fatigas, y si no, que tuviera tierras propias. Era lo más natural del mundo
que el que dependía de trabajar las tierras de los poderosos no levantara cabeza
en toda su vida. Así es que, p'aquel hombre y algunos más como él, que hasta
entonces habían tenío el poder en sus manos, la presa ya estaba bien como
estaba. O sea, que a todos aquellos los tenía yo en contra p'hacer la presa.
Los que teníamos pocas tierras nuestro deseo era sacarles el máximo
rendimiento y sabíamos que eso lo íbamos a conseguir trabajando la tierra,
echándole basura y teniendo suficiente agua pa regar. Y aquello estábamos a
punto de conseguirlo sí construíamos una presa que no dejara escapar el agua.
Los pequeños propietarios estábamos amargaos con aquella presa. Como
estaba hecha de cañas, césped y barro, el agua se escapaba porque ratoneras no
le faltaban. Aquellos escapes intentábamos taparlos con tierra y césped que
comprábamos a los dueños de las fincas más próximas a la presa. Aquellos
dueños nos hacían pagar la mida de tierra y césped que le cogíamos a cincuenta
pesetas. Los vendedores de aquel material, también estaban en contra de que se
hiciera la presa sólida, que no se le escapara el agua. Los tíos aquellos nos
sacaban los dineros que pa qué decir más. Aquello era una injusticia. La presa
aquella era como un cáncer que tenía la partida y se tenía que acabar con él.
Pues bien, hubo una gran tormenta. La avenida del río subió a los pilones
del puente Jarafuel, el agua saltó por encima del puente. Fue una tremenda riá, yo
no había conoció ninguna subida como aquella. La misma tarde de la tormenta
cogí el garrote y me fui a ver cómo había quedao la presa. Cuando llegué al
lugar, era desolador en el estado que había quedao todo aquello. Y me dije: Esta
presa la quito yo de aquí por encima de todo lo que hay en este mundo. Esto ya
no volverá a suceder más, aquí se va hacer una presa que dure mientras el mundo
exista.
¡Sí señor, había que acabar con la lacra aquella!
REUNÍ A LA JUNTA PARA PROPONER HACER UNA NUEVA
PRESA EN LA ACEQUIA MADRE
Después de ver en el estado que había quedao el lugar donde estaba la
presa, subí al Ayuntamiento y le dije al secretario:
- Reúna usté a todo el Ayuntamiento pa esta noche, que hay un asunto de
máximo interés pa consultar. Cuando todos estuvimos reunios les expuse el
motivo de la junta, y les dije:
- He pensao que vamos a hacer la presa de la Acequia Madre de
cemento armao pa que dure toda la eternidá.
Dijo José Navarro que era maestro de obras y concejal:
- Pues el material de obras en estos momentos está muy mal, todo el
material está controlao por el estao.
- Pues esto también corre prisa, aquí hay que hacer alguna cosa. Porque
si esa partida la dejamos morir, ha muerto el pueblo. Esa partida es la riqueza
más grande que tiene Teresa de Cofrentes. Así que se necesita hacer una presa
sólida que dure mientras el mundo exista. Y eso sólo se puede conseguir
haciéndola de cemento armao.
- Es inútil que vayas en busca de ese material, no te lo van a dar. -me
dijo José Navarro.
- Pues na, yo mañana me iré a Valencia a ver qué me dicen.
- Es inútil que vayas, la presa no consta como hecha de obra aunque
tiene todos los derechos, pero en estos momentos el permiso de obras no te lo
van a dar. Lo primero que tienes que hacer es una solicitud a la Jefatura de
Ingeniería del Júcar pa poder edificar la presa.
- Pues eso que tú dices, si solicitamos el permiso no nos lo van a dar y la
presa no se hará.
Todo el Ayuntamiento se me puso en contra. Los concejales me decían:
- ¡Ya verás, nos vas a meter en algún lío!
Dije al secretario:
- ¡Levante usted un acta! ¡Yo me hago responsable de todo los perjuicios
que puedan venir sobre ese asunto!
Claro está, que todos ellos tenían razón; lo que yo quería hacer era ilegal,
¡eh! Bien, pues se levantó el acta como que yo me hacía responsable de todo lo
que pudiera ocurrir sobre la construcción de la presa. Yo era el único
responsable.
¡Que ilusión tenía yo con hacer aquella obra!
90
VIAJO A VALENCIA A EXPONER AL PARTIDO EL ESTADO
EN QUE LA AVENIDA DEL RÍO HA DEJADO LA PRESA
Al día siguiente me fui a Valencia. Nada más llegar me fui al partido.
Cuando llegué me preguntó el secretario:
- ¿Qué viaje llevas?
- Pues tengo un asunto muy importante que se ha de resolver. Verás,
ayer tarde hubo una tormenta en el pueblo y la subida del río se llevó la presa de
la Acequia Madre, que recoge el agua pa regar la partida de huerta más
importante de Teresa de Cofrentes. Y vengo a ver si se le puede dar una
solución.
Cualquier cosa que les pidiera a los compañeros al momento lo tenía en
las manos. Ellos veían cómo el pueblo progresaba y florecía.
El secretario cogió el teléfono, hizo una llamada y dijo:
- A ver, un coche con un chofer y un hombre para acompañar aquí a un
señor que tiene algunos asuntos de interés que resolver.
Pues bien, con todo aquel servicio que me proporcionó el compañero
fuimos a la calle Salamanca número quince que era donde estaban los
Ministerios. Que lo mismo al Ministro de Agricultura como al de Jefatura los
conocía yo como si hubieran sio mis hermanos. Entramos al Ministerio de
Agricultura y pregunto a la portera:
- ¿Está Ulives?
- No, no está, esta de viaje. Usted, ¿qué quería? ¿De dónde es usted?
- Yo soy de Teresa de Cofrentes.
Se metió pa dentro y al momento salió diciendo:
- No está, pero le atenderá el secretario.
- ¡No, a mí me interesa hablar con el Ministro!
Así que volvió a entrar y oí como decía:
- Está aquí el de Teresa de Cofrentes.
- Dile que pase.
Paso por un despacho en el que había una secretaria y por aquel
despacho se pasaba al del Ministro. Cuando me abrió la puerta vi que el Ministro
estaba allí, y le dije:
- ¡Cono!, m'han dicho que no estabas, que estabas de viaje y ahora
resulta que sí que estás. Ji, ji, ji.
Ellos echan mentiras; como les enredan tanto y siempre tienen tantos
compromisos y tantas cosas que hacer, que aunque están, dicen que no están.
Bien, pues pasé y me preguntó:
- ¿Qué viaje llevas por aquí?
81
- Pues verás, me pasa un asunto que es bastante grave. Porque estoy un
poco informao de lo difícil que es conseguir lo que yo quiero. Ayer hubo una
tormenta en el pueblo y se llevó la presa de la Acequia Madre. La partida es de
las más importante que tiene el pueblo. Y yo quisiera hacer una presa de cemento
armao, que dure mientras el mundo exista. Porque de la manera que está hecha
ahora, de cañas, juncos, césped y barro, no ganamos pa reparaciones.
- ¡Cada vez que vienes tú aquí me traes unos problemas que me haces ir
de cabeza! ¡Porque esos problemas no son de mi incumbencia! ¡Eso es cosa del
Ministro de Obras Públicas!
- Pero mira, yo al Ministro de Obras Públicas no lo conozco, yo al que
conozco es a ti, y por eso vengo aquí a que tú me informes cómo puedo resolver
este asunto.
Como yo les hablaba con tanta franqueza, pues me atendían. Llamó a la
secretaria, y le dijo:
- Siéntate y escribe una carta a los compañeros de Buñol.
Le redactó la carta y cuando la terminó, Ulives lafirmó,y me dijo:
-Toma esta carta y vas a ver a los compañeros de Buñol, a ver si allí ellos
te pueden solucionar algo.
¡Con aquella carta me fui derecho a Buñol!
LA FABRICA DE CEMENTO DE BUNOL
Así que cogí la carta y me fui pa Buñol. Yo conocía al alcalde de Buñol,
era también del Partido Comunista. Cuando había algo que debatir en el
Gobierno Civil, tres días antes, nos mandaban a llamar a todos los alcaldes que
habíamos del partido Comunista, para orientamos de lo que se iba a discutir e
informarnos de la posición que debíamos adoptar. Y claro, como nos juntábamos
allí todos los alcaldes, nos conocíamos.
Pues bien, cuando llegué a Buñol ya era tarde; fui a casa del alcalde, y
cuando me vio, sorprendió, me dijo:
- ¡Cono! ¿Qué viaje llevas a estas horas por aquí?
- Pues mira, a hacerte una visita.
- ¿Has cenado ya?
- No, acabo de llegar ahora en el tren; vengo de Valencia, del Ministerio
de Agricultura, que tenemos que resolver un asunto bastante grave.
- Pues primero vamos a cenar y después estudiaremos lo que sea.
Así que cenamos y cuando terminamos de cenar nos metimos en su
despacho, saqué la carta, se la entregué, y la leyó. Después de leerla se quedó un
momento pensativo. Después de estar allí unos momentos pensando me dijo:
- Vosotros en el pueblo ¿tenéis alguna cosa para comer? ¿Algo que os
sobre, que no lo necesitéis?
- Pues patatas, y quizá podríamos recoger también algo de aceite.
- Pues nada, está el asunto arreglado; un camión de Pòrtland para Teresa
de Cofrentes, y un camión de patatas y aceite para Buñol.
Ji, ji, ji. Como era por comida, pues no tenía miedo en hacer aquel trato.
Aunque no hubiera bastante cemento pa'l frente, como la comida estaba escasa,
y ellos también tenían que comer, pues se pudo hacer aquel trato. Pero cada cosa
en su precio. Las patatas al precio que estaban y el Pòrtland igualmente. ¡Ji, ji, ji!
Yo fui a todo aquello muy apurao, como tanto me jodieron en el
Ayuntamiento Navarro y Abarca, pues no las tenía yo todas de que el problema
se solucionaría. Claro está, que ellos tenían razón; no había material pa nadie;
todo estaba controlao para la guerra p'hacer fortificaciones. Cuando los maestros
de obras vieron llegar al pueblo el camión cargao con cemento se hacían cruces,
diciendo:
- ¿Pero cómo se lo habrá arreglao este hombre pa conseguir ese material
si no hay cemento pa nadie?
Yo pensaba: si el campo no produce, no hay comida. Y eso también es
malo. Así que no tuve ningún temor en hacer la presa clandestinamente.
Aunque no fue aquel obstáculo el único que se tuvo que salvar pa
construir la presa. Fue más duro conseguir por las buenas el trozo de terreno
donde yo creía que era el mejor sitio pa construirla.
¡Sigue la lucha por construir la presa!
INTENTANDO COMPRAR EL TERRENO PARA CONSTRUIR
LA NUEVA PRESA
Bien, pues me fui a ver la vieja presa y después de ver todo aquello, el
sitio donde estaba no me gustó. La entrada de agua a la vieja presa caía a chorro
y el golpe de agua hacía un gran hoyo y aquello no me pareció bien. Así que
estuve por allí viendo en qué lugar se podría construir la presa que ofreciera más
seguridá. Dando vueltas por allí vi que haciéndola unos cien metros más arriba
sería el sitio más apropiao pa que la obra fuera sólida y durara. Decidió el lugar
me informé de quién era aquel terreno y me fui a hablar con el dueño. El terreno
era de un zarrino. Era un trozo que tenía perdió, lleno de juncos y baladreras.
Pero claro, aunque así fuera, se le tenía que pedir permiso y mirar de comprarle
aquel espacio. Pues bien, fui a Zarra y fui a su casa, le expuse lo que pensaba
hacer y no le gustó que eligiera su terreno p'hacer la presa. El hombre no quería
que la presa se construyera en su propiedad. El trozo que yo le pedía lo tenía
perdió, lleno de juncos, carrizo y baladreras. Bien, pues allí empezó la gran lucha
con aquel hombre. Fuimos varias veces a su casa pa convencerlo, le propusimos
varios tratos. Le dábamos la vieja presa y el trozo que le cogíamos lleno de
maleza, se lo pagábamos a precio de la huerta del Mátete que era la tierra que
más se pagaba en el pueblo. Y no estaba conforme. Pero a nosotros aquel lugar
nos interesaba mucho y tratamos de darle toda clase de facilidades. Le decíamos
que contara los metros que quisiera y se los pagábamos. Y na, que no; que allí no
se hacía la presa.
El problema de la Acequia Madre nos llevaba a todo el Ayuntamiento por
la calle de la amargura. Bien, pues tanto insistí con aquel hombre que un día, a
remolque, conseguí que nos juntáramos en el terreno pa medir el trozo que le
queríamos comprar. Allí estábamos los dos con la cinta de medir en las manos.
Yo tiraba de la cinta de medir p'arriba, hacia el trozo que quería edificar la presa
y el dueño del terreno tirando hacia abajo. No había manera de que nos
pusiéramos de acuerdo. Cansao de aquella situación le dije:
- Mire usté, aquí arriba es donde mejor se va a poder hacer la presa.
- ¡Nooo, que no, que ahí no!
- ¿Por qué no?
- ¡Porque no, ahí no!
- ¡Me cago en la! -dije al tiempo que estampé la cinta de medir por el
suelo- ¡La presa se hace aquí quiera usté o no quiera! ¡Mire, con lo que arregle
el Ayuntamiento de Zarra y el Juzgao, lo damos por hecho!
- ¡No estoy conforme tampoco!
- ¡Entonces! ¿Tampoco se fía usted de sus paisanos?
- ¡Pues no, no me fío d'ellos tampoco!
- ¡Me caguen la! ¡Si que está usted bueno! Mire, lo que aquí queremos
hacer es en beneficio de usté y de todo el que tenemos propiedá en esta partida;
y aquí en este sitio se hará una cosa bien hecha.
- Que no, ahí no.
Na, no hubo entendimiento. Fuimos a Zarra a su casa tres o cuatro veces
a pagarle; y no quiso cobrar. Y ya lo dejamos por imposible.
Así quefinalmentepreparamos el material y empezamos hacer la obra en
el sitio que yo creí el más idóneo sin el consentimiento del dueño del terreno.
¡Que luchas la de la presa!
SE CONSTRUYE LA NUEVA PRESA DE LA ACEQUIA MADRE
En la finca del Romanal, a orillas de la Alongeña, había un trozo de
huerta que estaba bien abona, y había allí una pimpollá de pinos, ¡Madre mía! ¡A
cual mejor! ¡Altos y vigorosos! Chupaban de la huerta y el agua no les faltaba.
¡Aquellos pinos era una envidia de hermosura! Excelentes pa la obra que
queríamos hacer.
Donde hay húmeda, la madera verde clava en ella, dura una eternidad;
millones de años, no se pudre nunca. Pues bien, fuimos cinco o seis hombres pa
desollar la huerta y cortar los pinos. Cortamos cien pinos. Les cortamos la juma
y los limpiamos, después, con las caballerías, los arrastrábamos hasta lo alto del
barranco pa cargarlos en los carros y llevarlos a donde estaba marcao p'hacer la
presa.
Los pinos los clavamos entéricos en el piso de los cimientos. Los cien
pinos están clavaos en los cimientos de la presa; a un palmo el uno del otro, ocho
metros metíos bajo tierra, ¿eh?, clavaos en el piso y luego cemento, grava y
piedra. ¡Madre mía! Se hizo allí una presa que por millones de años que dure el
mundo no se la llevará las avenidas del río.
Yo les dije a los maestros de obras:
- Si tenéis que echar al dos por cinco, le echáis al tres o al cuatro o mitad
por mitad; que aquí se haga una obra que dure mientras el mundo exista.
Los pequeños propietarios estábamos amargaos de la vieja presa. Como
estaba hecha de cañas césped y barro, el agua se escapaba porque ratoneras no le
faltaban. Aquellos escapes intentábamos taparlos con tierra y césped que
comprábamos a los dueños de las fincas más próximas a la presa. Aquellos
dueños nos hacían pagar la mida de tierra y césped que le cogíamos a cincuenta
pesetas. Los vendedores de aquel material también estaban en contra de que se
hiciera la presa sólida, que no se le escapara el agua. Los tíos aquellos nos
comían los dineros que pa qué decir más. Aquello era una injusticia. La presa
aquella era como un cáncer que tenía la partida y se tenía que acabar con él. ¡Sí
señor! Hice una cosa que no se debía de hacer por los momentos que corrían,
pero yo nada más lo hice pa mejorar la partida, nada más lo hice en ese sentido y
echa quedó. Y también acabamos con una mala costumbre; la presa se pagó a
cinco duros por tahulla y no por propietario. Hice que los tiempos de pagar cinco
duros por dueño pasaran a la historia. En aquellos días teníamos autoridad pa
practicar el hacer más justas las cosas pa todas las personas y lo pusimos en
marcha.
¡Y que obra se hizo allí!
EL VIEJO MOLINO DE DON VÍCTOR CARRIÓN SE
REFORMA Y SE MONTA UNA FÁBRICA DE HARINA
Motivo del por qué se hizo la fábrica de harina. Los más desfavorecíos
de Ayora, Zarra, Teresa de Cofrentes, Jarafiiel, Jalance y Cofrentes; si queríamos
molturar sin mucha tardanza teníamos que ir a Caudete de la Fuente, que era un
pueblo que estaba más allá de Requena, a cuatro kilómetros de Utiel. Pues sí, la
población más desfavorecida de la valle íbamos a moler allá, porque los molinos
de estos pueblos, aunque había bastantes, no daban abasto a moler todo el trigo
de la valle, eran poco potentes. Así que busqué a un técnico y le dije:
- Veamos que solución se le puede dar a este problema que tenemos los
vecinos de la valle. Los molinos que hay por todos estos contornos no dan abasto
pa moler el trigo que necesitamos, y tenemos que desplazarnos a muchos
kilómetros de esta zona pa poder moler. Y eso es un padecimiento que sufrimos
los más desfavorecíos. Eso de desplazarnos a tantos kilómetros de la zona nos
tiene muy incómodos. —Y me dijo el técnico:
- Para solucionar este problema tienes que hacer una solicitud al Ministro
de Agricultura a ver que te responde.
Como ya dije, yo conocía al Ministro de Agricultura como si hubiera sío
del pueblo de toda la vida y aquello hacía que yo me sintiera con holgura y no
tuviera reparo en solicitar cosas que necesitaba el pueblo. Así que hice la
solicitud como me orientó el técnico. En la solicitú yo le decía al ministro los
habitantes que tenían los pueblos de la valle y que ese problema se podría
resolver en Teresa de Cofrentes. Que así quitaríamos ese gran sacrificio que
teníamos que hacer trasladándonos a tantos kilómetros del pueblo sin tener
medios de transporte adecuaos. La solicitú vino aprobá; salió en el B.O.E., ¡eh!
Todos los pueblos de la valle a moler a la fábrica de Teresa de Cofrentes.
La fábrica la montamos en un viejo molino que decomisamos. El molino
estaba debajo del Poyo de la Carretera a dos pasos del pueblo; era de Don Víctor
Carrión. Aquel molino era una sepultura de tan viejo y malas condiciones que
tenía. Así que le hicimos una reforma de muchas miles de pesetas. Compramos
dos motores, uno de veinticinco caballos y otro de doce. Acoplamos el agua al
nuevo funcionamiento y ya reformao hicimos la prueba. Antes de la reforma
molía quinientos quilos de grano cada veinticuatro horas. Después de la refomia
molía cinco mil, en el mismo tiempo; o sea, cada veinticuatro horas, ¡eh!
Los gastos de convertir el viejo molino en fábrica también se pagaron con
el dinero que daba la finca del Romanal.
Por el B.O.E. se enteraron en Ayora que tenían que venir a moler a
Teresa de Cofrentes; y esto a los molineros de Ayora y al alcalde no les pareció
bien; no estaban confonnes de tener que venir a moler a Teresa de Cofrentes. Así
que fueron a Valencia al Ministerio de Agricultura y le expusieron su
disconformidá con el acuerdo que habían tomao de que Ayora tuviera que venir a
moler a Teresa de Cofrentes, y le pidieron al Ministro que les autorizara pa moler
en Ayora. Y acordaron en el Ministerio de Agricultura que Zarra iría a moler
Ayora; y Jalance y Jarafuel vendrían a moler a Teresa de Cofrentes. Lo
arreglaron así. Pero en principio autorizaron a Teresa de Cofrentes pa que
moliera el grano de los cinco pueblos de la valle.
¡Madre mía! ¡Y que marcha de pueblo!
EL SINDICATO DEL TECLADO Y VESTIDO
Como ya dije, yo estaba empleado como recaudador y instalador en la
Hidroeléctrica Española. Por ese motivo yo iba por las casas del pueblo
cobrando la luz y haciendo instalaciones. Una vez de las que fui a la casa de José
el de la Tienda vi a su mujer y a una amiga de su mujer que cosían grandes
cantidades de ropas. Yo me preguntaba: ¿De dónde traerán esas mujeres esas
ropas pa confeccionar, y adonde llevarán lo confeccionao? Y descubrí quién les
proporcionaba el trabajo. Era un sobrino de José el de la Tienda. Aquel chico era
el jefe del sindicato de Ayora y les proporcionaba el trabajo aquellas dos
teresinas.
Yo desconocía aquel hacer, y en uno de los viajes que hice a Valencia lo
pregunté a los compañeros y me dijo uno d'ellos:
- ¡Pero hombre! ¿Es que no tienes formado en Teresa de Cofrentes el
Teclado y Vestido?
- ¡Pues no, yo no sé que's eso!
- ¡Pues confección de ropa para el ejército!
Le dijo a un compañero que estaba allí:
- Lleva a este señor al Sindicato del Teclado y Vestido que le informen
cómo va todo eso.
Llegamos al Sindicato y estaba allí Irene que era la presidenta del
Sindicato del Teclado y Vestido. Yo ya conocía a la presidenta, así que me
informó de como iba todo aquello y me proporcionó todos los papeles pa formar
en Teresa de Cofrentes el Sindicato del Teclado y Vestido. Cuando lo tuve todo
arreglao fuimos a la fábrica con un camión y cargamos tela ya corta pa
confeccionar la ropa pa'l ejército. En la fábrica tenían unos aparatos iguales que
los de aserrar madera. Y cada vez cortaban un tomo de piezas cuasi como la
palma de la mano de grosor. Y de la fábrica ya salían los camiones cargaos con
la ropa corta pa confeccionar, y la iban distribuyendo por todo el territorio.
Nosotros montamos El Sindicato del Teclado y Vestido en un local que
había debajo del café de Arriba. Pusimos cinco máquinas de confección. Se
estimaban cinco máquinas pa cada cien trabajadoras; el local quedaba pequeño,
no podía albergar a tantas trabajadoras.
Aquel hacer tuvo unas consecuencias desagradables. Las trabajadoras de
Teresa de Cofrentes ganaban más que las de Ayora. Y las ayorinas hicieron una
huelga diciendo que las teresinas ganaban más qu'ellas. Si no recuerdo mal a las
teresinas se les pagaba por cada camisa cosía diez reales; y en Ayora dos
pesetas, ocho reales. En Teresa de Cofrentes todo lo que daba aquella faena, se
lo repartían entre las trabajadoras; ellas mismas hicieron el Comité y nombraron
presidenta, vocales y secretarias. Las mismas trabajadoras se lo montaron como
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mejor les acomodó. Y las trabajadoras de Ayora tenían un grupo de dirigentes
que al parecer no obraban con mucha limpieza y les denunciaron. Vinieron dos
delégaos a ver qué es lo que pasaba; repasaron las cuentas y descubrieron estafa,
y clausularon el local. Al poner en Teresa de Cofrentes el Teclado y Vestido,
trajo el cierre del Teclado y Vestido de Ayora.
En Teresa de Cofrentes no se llegó a contribuir pa la jubilación. Era todo
tan nuevo que en aquellos momentos en lo que menos pensábamos nosotros era
en que algún día nos haríamos viejos y no podríamos trabajar. En aquellos días
desconocíamos aquello de contribuir pa la vejez y no se hizo na dedicao p'aquel
menester. En esos días teníamos muy presente que los gobiernos anteriores na
más pensaban en ellos; y pa'l pueblo na más quedaban los pagos. Y en aquellos
días los trabajadores eran también los empresarios. Yo no podía estar en todas
las organizaciones; y donde no estaba yo la cosa no marchaba adelante. Siempre
me estaban esperando pa decidir qué es lo que se tenía que hacer. Aquello hacía
que algunas de las cosas a las que se les tenía que dar una solución llegara la
solución retarda, y en otras ocasiones ni llegara. Y el desorden florecía. Si
hubiéramos sío tres o cuatro personas con ideas y decisión parecías, hubiéramos
prosperao mucho más. Yo también tenía mi empleo y no lo podía abandonar.
Había noches que no me acostaba antes de las dos de la mañana o las tres. Salía
de una reunión y me metía en otra. Si yo no estaba en la reunión, no se le daba
solución fuera de lo que fuera lo que se tratara, no había decisión entre mis
compañeros; ellos eran buenos trabajadores pero no tenían decisión propia, se les
tenía que indicar la faena que tenían que hacer. Y claro está, eso hacía que las
cosas se atrasaran o no se hicieran.
¡Madre mía y qué movimiento de pueblo!
CUATRO NOVEDADES QUE REVOLUCIONAN AL PUEBLO
La serrería, la fábrica de harina, la trilladora y el teclado y vestido
revolucionaron al pueblo. Bajando las cuotas como las bajamos después de pagar
todos los gastos de mantenimiento de las máquinas, los jornales a los
trabajadores que en aquellos días ya los pagábamos a doce pesetas, y todos los
gastos que ocasionaban toda la industria, aún quedaba allí una considerable
cantidá de dinero. Aquellas cuatro novedades producían mucho beneficio. Así
que viendo el beneficio que la industria empezaba a dar, nos reunimos la junta y
acordamos poner el teléfono y que fuera gratuito pa todo el pueblo que lo
necesitara.
¡Mucho beneficio dio aquella industria!
LA INSTALACIÓN DEL TELÉFONO
El primer teléfono que se instaló en Teresa de Cofrentes, lo instale yo
personalmente. La telefónica estaba en Albacete, y Teresa de Cofrentes
pertenecía aquella ciudá. Fui tres veces a decirles que vinieran a poner el
teléfono, y no venían. Me llevaban engañao. Así que viendo por tercera vez que
por aquí no venía nadie a poner el teléfono, fui a Ayora y recurrí a los
compañeros que ya tenían el teléfono instalao y les pedí lo que necesitaba, y me
lo facilitaron. Con todo el material que me proporcionaron los compañeros de
Ayora cogí línea del tendió telefónico que pasaba por los Cuatro Caminos. Puse
un cable desde los Cuatro Caminos a la casa de Abel que la tenía en el Poyo de
la carretera, ¡eh!
En la casa de Abel teníamos preparao un cuarto bastante reducío pero
suficiente p'aquel menester. La hija y el hijo pequeño de Abel serían los
telefonistas. Tenían que ser dos personas las que atendieran al teléfono. Pues
bien, cuando ya lo tenía instalao llamé a Teodora que era la corresponsal de la
telefónica. La llamé y le dije:
- Mira Teodora, te pongo en conocimiento que el teléfono de Teresa de
Cofrentes ya está instalao pa todo el que le haga falta.
- ¡Pero! ¿Qué me dices? ¿Eres Sixto?
- ¡Sí, soy Sixto, sí!
- ¡Pero muchacho! ¿Y eso cómo puede ser?
- Dile a tus jefes que vengan a legalizarlo, ¡eh! Y se le paga a la
telefónica los derechos que se le tengan que pagar de establecer aquí el teléfono
pero que el teléfono ya está aquí puesto. Porque he ido tres veces pa que vengan
a ponerlo y me llevan con mentiras, enredos y trampas. ¡Así que ya sabes,
notifícales a tus jefes que el teléfono de Teresa de Cofrentes ya está instalao, na
más falta legalizarlo!
Ya el teléfono instalao publiqué un bando diciendo que en Teresa de
Cofrentes ya teníamos el teléfono público pa todo el que lo necesitara.
Bueno, pues dan conocimiento Almansa al comandante de las fuerzas. Y
el comandante da ordenes pa que vinieran a detenerme y encerrarme, porque
decía que el teléfono era clandestino. ¡Je, je, je, je.! ¡Clandestino! Desde luego
era clandestino; no estaba legalizao
En Almansa había un chico que le llamaban Navarrete; y con aquel chico
nos conocíamos de siempre. Era un chico muy inteligente. Después fue comisario
de guerra. Era de los dirigentes de Almansa. Pues al conocerme, como aquel
chico era de los que gobernaban en Almansa, estaba en el gobierno y oía lo que
decían del teléfono clandestino en Teresa de Cofrentes. Y lo que decían era:
- Vamos a ver, hay que ir a Teresa de Cofrentes que han puesto un
teléfono clandestino.
Al oír aquello Navarrete, les dijo:
- ¡Pero hombre! ¿Cómo va a ser un teléfono clandestino? ¡Si ese hombre
es un antifascista desde que nació! Pasa que como es un chico que entiende de
esas cosas, se ha provisto del material necesario, y se lo ha instalado él mismo.
Así que después de todo aquello me llamó a mi Navarrete y me dijo:
- ¡Sixto, dicen por aquí que has instalado el teléfono en Teresa de
Cofrentes!
- ¡Sí, ya lo tengo puesto!
- ¡Pero hombre Sixto, eso no se puede hacer así!
- ¡Mira, ya h'estao tres veces en Albacete pa que vengan a ponerlo y no
hay manera de que vengan, no me hacen ni caso!
- ¿Cómo te lo has arreglado para instalar eso?
- ¡Mira, yo me lo he arreglao como he podio y ya está puesto. Porque ya
h'estao tres veces en Albacete y me niegan, y no vienen, ¡eh! ¡Cómo no lo puedo
conseguir por los medios pacíficos, legales y oficiales, m'he tomao yo la
autoridad y lo he puesto! Así Teresa de Cofrentes ya tiene teléfono.
- Bueno, pues veremos a ver como queda todo eso.
Así quedó aquello. Era oscuro y me fui a una reunión, las cosas ya se
estaban poniendo feas pa nosotros. Las tropas del General Franco avanzaban de
prisa. En aquella reunión hablamos de la huida, ya se hablaba de las
escabechinas que estaban haciendo la nueva dictadura. Cuando termino la
reunión me fui pa mi casa a descansar. A la madruga mi mujer se puso de parto y
a las ocho de la mañana nos nació una nenica, con ésta éramos siete de familia,
el matrimonio y cinco hijos. Después de este acontecimiento me fui a la casa de
Abel pa ver como iba lo del teléfono. Al poco de llegar llamaron por teléfono
preguntando por mi y me puse:
- ¿Quién es?
- Soy Navarrete. ¡Mira Sixto, El teléfono hay que quitarlo!
- ¡Este teléfono no hay nadie en España que lo pueda quitar! ¡Aquí, que
vengan a legalizarlo y se pagan todos los derechos que hayan que pagarse!
- ¡Pero hombre Sixto, m'estás poniendo en mal camino! ¡Ya me he
comprometido con estas personas para que se quite, y después ya irán otra vez a
ponerlo!
- ¡Que no van a venir a ponerlo! ¡Al igual que no vinieron antes tampoco!
¡Mira Navarrete, antes de quitar este teléfono me llevarán a mí a la cárcel o al
cementerio, que m'he jugao la vida pa ponerlo, ¡eh!
- ¡Bueno, pues mañana van a quitar el teléfono!
- ¡No lo quitaran, haré frente a quien quiera que sea el que venga! Tanto
si es el comandante de las fuerzas o quien quiera que venga, ¡eh! Porque yo ya lo
he solicitao y estoy documentao como que lo he ido a solicitar tres veces, y me
llevan con revueltas y más revueltas, y no vienen ni lo quieren poner. Así que el
teléfono ya está puesto; que vengan a legalizarlo y se paga lo que se tenga que
pagar.
- ¡Me estas comprometiendo! ¡Vamos a quitar el teléfono y después lo
pondrán otra vez! ¡Ahora de momento hay que quitarlo!
- ¡No te comprometas a quitar el teléfono, el teléfono ya está puesto!
Ahora lo que s'ha d'hacer es acoplarlo a la documentación como que está
legalizao y pagarlo!
Nada; que lo tenían que quitar. A última hora vino Navarrete y me dijo:
- Mira Sixto, voy a quitar el teléfono. Porque aquella gente me están
amargando la vida con este medio de comunicación.
¡Madre mía! A última hora lo arrancaron y se lo llevaron. Tres o cuatro
días después vino la Telefónica y lo instaló. Aquello sucedió en los últimos días
de nuestro gobierno. Una de las últimas obras que hicimos fue poner el teléfono.
El teléfono de Teresa de Cofrentes lo pusimos el pueblo proletariao, pagao con
dinero de la República. Y la documentación está firma por mí, ¡eh!
En principio se hizo clandestinamente por ignorancia. Verdaderamente
no estaba legalizao, porque no me orientaron bien cuando fui a solicitarlo.
Cuando yo iba Albacete lo solicitaba verbalmente. Pero después me dijeron que
lo tenía que solicitar por escrito; y así lo hice. ¡Me caguen la hostiana! Con el
teléfono aquel; una historia, pero grande, ¡eh!
El comandante les decía que venía con todas sus fuerzas a tomar
el pueblo y a quitar el teléfono. Diciendo que era un teléfono clandestino. Y
Navarrete les decía:
- ¡Pero hombre, eso no es una cosa clandestina! ¡Si ese hombre es un
buen compañero de la República! ¡Que os digo yo que ese teléfono no es
clandestino!.
Como fue Navarrete el que vino prometiéndome que lo iba a quitar y que
enseguida vendrían a ponerlo, finalmente le dejé que lo quitare; pero muy a pesar
mío lo quitaron. Aquella obra fue de las últimas que hicimos. Después las cosas
ya se pusieron mal y tuvimos que emprender la huida.
¡Sí señor! ¡El teléfono está pagado por mí, con dinero de la República!
LA HUIDA
Cuando le vimos el culo al cesto, tres que éramos del Ayuntamiento
decidimos marcharnos del pueblo.
Teníamos un camión de harina solicitao y hicimos ver que nos
marchábamos a Valencia a traer el suministro. ¡Madre mía! Lo menos ochenta o
cien sacas de harina autorizas pa cargarlas y traerlas al pueblo. Dijimos que nos
íbamos a por el camión de harina sin intenciones de volver. Éramos tres los que
nos íbamos. Abel, un concejal del Ayuntamiento y yo. Pero a última hora el
concejal dijo que él no se venía, que a fin de cuentas no habíamos hecho na malo
pa tener que huir. Pero los vientos que empezaban a soplar no eran de seguridá.
El ingeniero de la Reforma Agraria venía mucho por el pueblo a
ver como iban las cosas. En aquellos momentos que se terminó la guerra, el
Ingeniero de la Reforma Agraria se encontraba en Teresa de Cofrentes y Abel, el
ingeniero y yo, los tres juntos salimos pa Valencia. En Valencia, aquel señor, lo
hicieron jefe de grupo de los que íbamos a salir pa'l extranjero, y me dijo:
- De momento vamos a Oran, después ya veremos a ver adonde vamos,
así que ya sabe usted, voy de encargado de grupo; si le ocurre a usted alguna
cosa o necesita usted algo ya sabe usted.
Allí me despedí d'él y le dije:
- Ya nos veremos.
En aquellos momentos la suerte pa nosotros fue conocer yo al
Gobernador Civil de Castellón de la Plana. Este señor estaba huido. Al tomar
Franco Castellón de la Plana, el Gobernador Civil evacuó a Valencia y allí se
instaló las oficinas. En Valencia era el encargao de hacer los pasaportes pa las
gentes que salían al extranjero. Y como yo lo conocía fuimos Abel y yo a sus
oficinas a empleamos en él.
Las izquierdas: el Partido Socialista y Izquierda Republicana, apartaron
al Partido Comunista y a los que pertenecíamos a él, no nos hacían el pasaporte.
Así que le dije:
- Mire usted, me pasa esto; la documentación que tengo es del Partido
Comunista.
- Es igual, usted tendrá su pasaporte hecho.
Así que el hombre nos orientó los pasos que teníamos que dar pa
conseguir toda la documentación que precisábamos p'aquel menester, y pasamos
unos días en Valencia trajinando todo lo que aquel señor nos pidió: fotografías y
demás papeles. Que era muy difícil recoger toda la documentación que aquel
señor nos pedía. ¡Pero que muy difícil! ¡Habían una cola que no se veía el final!
¡Madre mía y como estaba aquello!
EL PASAPORTE
Después de cuatro o cinco días de no hacer otra cosa na más que ir de un
sitio a otro, y de otro a otro pa conseguir todo lo que el Gobernador Civil nos
pidió, lo conseguimos y se lo fuimos a llevar. Allí en las oficinas nos vimos con
los diligentes del Partido Socialista e Izquierda Republicana, todos íbamos a lo
mismo, a que nos hicieran el pasaporte.
Cuando el Gobernador Civil tuvo toda nuestra documentación prepara ,
me dijo:
- Ya puede usted estar tranquilo, el pasaporte ya lo tiene usted hecho.
Mientras preparábamos las cosas p'hacer el pasaporte, visitamos varias
veces a la señora de Gonzalito y comíamos con ella, que por aquellos días se
encontraba en el piso que tenían en Valencia. Cuando íbamos le explicábamos
nuestra situación. Y cuando ya teníamos toda la documentación en nuestro poder
fuimos a despedimos d'ella. Después de despedimos, Abel y yo, nos fuimos
camino del puerto con intenciones de salir pa Alicante. Camino del puerto nos
enteramos de que habían dao la orden de que no saliera nadie más pa'l
extranjero. Aquello fue como un cepo que nos pusieron pa cogernos a todos.
Nosotros ya no llegamos a ir a Alicante. Fue muy desagradable; ¡pero que muy
desagradable!, ¡todo lo que se vio en aquella playa de Valencia! Cuando nos
enteramos de la orden de que no dejaban salir a nadie pa'l extranjero, cada uno
pegó pa donde pudo. Era inhumano lo que se llegó a ver en aquella playa de
Valencia. Las gentes se segaban la vida. El uno allá se tiraba al mar; el otro por
otro lao se pegaba un tiro; y así sin parar. ¡Madre mía! ¡Y cuánta desolación se
vio en aquella playa de Valencia!
¡Sí! Todo aquello fue muy desagradable; pero que muy desagradable.
¡Mala suerte tuvimos, sí, mala suerte! El día veintiocho ya salieron los aviones de
Franco surcando todo el cielo de Valencia. Con el Ingeniero Roventa que
habíamos quedao en vemos, ya no nos volvimos a ver más.
Toda la documentación que nos hizo el Gobernador Civil de Castellón,
ya no nos sirvió pa na; nos deshicimos d'ella y nos fuimos de nuevo a visitar a la
señora de Gonzalito, pa explicarle nuestra nueva situación. Estábamos en el
recibidor de su piso despidiéndonos y nos dio un consejo que nos valió de
mucho; las instrucciones que nos dio aquella señora nos fueron muy valiosas, sí,
muy valiosas, sí. Le he agradeció toda la vida el buen consejo que nos dio, no la
he olvidado nunca. Nos dijo:
- Ustedes lo que tiene que hacer es ocultarse que nadie sepa dónde están
ustedes. Dado que en el pueblo no ha sucedido nada de gravedad; que no se ha
perseguido a nadie, ni se ha maltratado, ni encerrado, ni se ha ejecutado a
ninguna persona, a ustedes no le puede pasar nada; pero es mejor que se oculte
ustedes en estos primeros momentos hasta que todo este fragor haya terminado.
¡Que grande fue aquella señora haciéndonos aquella sugerencia!
EN BUSCA DE UN REFUGIO
A raíz del consejos que nos dio la señora de Gonzalito, aquella misma
tarde, Abel y yo salimos a cepa perdía por la Ribera de Valencia. Pudimos
montar un rato en un tren y llegamos a Villa Real de Castellón. Allí estaba un
carabinero que era amigo de Moisés que era cuñao de Abel y allí con aquel
hombre estaba el hijo de Abel, que estaba en carabineros y queríamos que el
amigo del cuñado de Abel le diera permiso al hijo de Abel pa que fuera al pueblo
y les dijera a la familia que nos íbamos al Barranco Hondo a escondemos. Le
pedimos aquel favor porque él también tenía que agradecemos alguna cosa a
nosotros. Así que aquel amigo le dio permiso al hijo de Abel pa que hiciera el
recao que le dimos y a nosotros nos dio un pan y un par de calzao medio viejo y
nos fuimos pa la sierra, emprendimos viaje o mejor dicho, camino hacia el
Barranco Hondo a ocultarnos por allí por donde encontráramos un sitio que
quedara resguardao de la vista de los demás que pudieran pasar por el monte.
En la huida pasamos por Cárcer; en esos momentos empezaba a
lloviznar; serian las doce o la una de la madruga. ¡Madre mía! ¡Y cuánto cohete!
¡Y qué fiesta tenían allí! ¡Huuuy!
A la salida de Cárcer entramos por la Acequia Escalona; yo conocía un
poco todo aquello; pues con mis padres habíamos ido algunas veces a visitar a
unos familiares que teníamos allí. Caminando por aquellas sendas de las huertas
de Cárcer, entramos en un bancal que había unas buenas matas de habas
dobladicas de habicas tiernas y cogimos las que pudimos pa tener algo que
comer por el camino. Así que con el pan y las habicas tiernas que nos las
comíamos con la "tabula" y todo; fuimos caminando hacia el Barranco Hondo.
Dos días con dos noches andando con lluvia y yo descalzo; el viejo calzao que
me dio aquel amigo no aguantó las inclemencias del tiempo, pues el tiempo fue
más malo que bueno todo el camino. Cuando llegamos al Barranco Hondo era de
noche; como pudimos subimos al pie del cinto que da forma al barranco y donde
empezaba el cinto nos refugiamos en una especie de cuevecica que no podíamos
ni estar sentaos, tumbaos teníamos qu'estar. La cueva era chatica, de poca
profundidá y la boca muy ancha. Así que pa no ser vistos cortamos matorral y
tapamos la boca de la cueva todo lo que pudimos. El primer día de acampa pasé
los apuros más grandes de mi vida. Pasó un pastor con el ganao a cuasi tres
metros de la boca de la cueva, casi tocándonos pasó. ¡Madre mía! ¡Y qué apuros!
¡Y qué congoja teníamos allí! ¡Yo decía: Este se nos clava aquí dentro de la
cueva! Na, no nos vio. Era un pastor que tenia Lázaro. Pasao aquel momento tan
grave casi cada día cambiábamos el matorral pa que se viera verde.
El hijo de Abel fue al pueblo y habló con mi hermano y mi cuñao
Florencio. Mi cuñao tenía una finca en el Barranco Hondo y en la finca tenía una
casica. Nos llevaban la comida y nos la dejaban sobre una piedra que había en la
puerta de la casica y al anochecer, cuando estábamos seguros de que no nos veía
nadie, bajábamos a la puerta de la casica, cogíamos el cesto con la comida y
¡hala!, p'arriba a nuestro cobijo.
¡Allí fuimos acampando no sin peligro!
Sixto y Abel, ocultos en una cueva del Barranco Hondo, en los primeros
momentos de la persecución franquista.
100
UN ANOCHECER NOS VINIMOS PARA EL PUEBLO
Llevábamos en el Barranco Hondo casi un mes, más o menos, cuando
vino un día mi hermano y nos dijo:
- Yo creo que ya os podéis venir al pueblo, todos están por allí y nadie
se mete con nadie.
Así que un anochecer nos vinimos. Cuando llegamos a la entrada del
pueblo sería la una de la madruga más o menos. Allí nos despedimos. Abel se fue
por detrás del castillo pa entrar en su casa por el Poyo de la Carretera y yo por
las afueras del pueblo, por aquellos despeñaperros que van a caer al río
Reconque, anduve hasta llegar a mi casa en la calle Valencia. Así, cada uno por
su lao, llegó a su casa.
Ya llevábamos catorce o quince días en el pueblo sin hacernos vistos y
nadie se metía con nadie. A los pocos días d'aquella tranquilidá ya empezaron
hacer las primeras detenciones. Se llevaron a los campos de concentración a
Tomás, a Ramiro y a uno que había sío alcalde que era el más fascista del
mundo. Yo no sé como me escapé de que no me llevaran también.
Yo salía de mi casa muy temprano, antes de que apuntara el día. Me iba
al Rasmal y allí pasaba el día preparando pa sembrar el melonar. Allí estaba
hasta que se oscurecía. De noche, cuando nadie me podía ver, volvía a mi casa.
Los domingos no iba a misa ni a la iglesia. Yo, con un poco de astucia me vestía
de limpio y me iba así como si me fuera de paseo pero no iba a pasear, me iba al
campo a trabajar. En el campo tenía las herramientas escondías, así no tenía
necesidad de llevarlas y traerlas y de aquel modo no infundía sospechas. Y así
pasé toda la campaña de la vida aquella que tanto se perseguía a los perdedores
pa que fueran a misa. A algunos les obligaron a ir a misa, pero conmí todavía no
se había metió nadie. Así estuve catorce o quince días más. Fue un período corto,
pero de mucha tensión. ¡Hostia!, que a mi hermano, a mi cuñao y a unos cuantos
más les obligaron a ir a misa y a rezar. Conmí no se metieron, no me obligaron a
esas cosas. ¡Nooo!
¡Madre mía, donde fuimos a parar!
101
EL PUEBLO EN CONTRA DE LOS PERDEDORES
Las nuevas autoridades, junto con los que les apoyaban, se hacían una
bofa queriéndose justificar que les habíamos hecho pasar fatigas; que les
habíamos maltratao. ¡Madre mía! Y cuánta calumnia se inventaron.
Paciano nos denunció diciendo que teníamos una lista de hombres pa
matarlos y que en esa lista estaba él. Mi primo Sabino también me calumnió
diciendo que yo le había puesto una brobil2 en el pecho queriéndolo matar. Otros
se justificaban diciendo que habían sío perseguios por nosotros, siendo una
calumnia.
1
¡Perdimos, qué le vamos hacer!
1
Bofa es una queja de maltrato.
" Brobil es una marca de armas de fuego.
102
LA GRAN RECOGIDA
¡Madre mía! ¡Fue un domingo por la mañana! Era el diecisiete de abril de
mil novecientos treinta y nueve. Dicen que jugando unos muchachos por los
Cuatro Caminos se encontraron un artefacto de pina. Los muchachos, jugando
con aquella pina, llegaron a la casa de Rafael el Moreno. Allí estaba su hijo
mayor que ya era un mocico y sabía el peligro que corrían los muchachos juando
con aquel artefacto. Dicen que les dijo:
- ¡Pero muchachos! ¿De dónde habéis sacao eso?
- ¡Nos lo hemos encontrao juando por los Cuatro Caminos!
- ¿Pero vosotros sabéis lo que lleváis en las manos? ¡Anda, dame eso!
Les cogió el artefacto y se fue a entregarlo al Ayuntamiento. En aquellos
momentos que el joven llegaba a la plaza de la Iglesia estaban celebrando la misa
y corrió la voz de que iban a tirar una bomba mientras se celebraba la misa. ¡Qué
calumnia se inventaron!
¿Quién pondría aquel artefacto al alcance de aquellos muchachos?
Bien, pues las nuevas autoridades dieron parte a la guardia civil de Ayora
diciendo que querían tirar una bomba en la Iglesia de Teresa de Cofrentes
cuando estaban celebrando la misa. Al cabo de na asoma la guardia civil por
donde da vista al pueblo. Se apearon de los camiones armaos hasta los dientes y
a pie entraron por el Cerro del Cementerio como si fuera una acción de guerra.
Así, con aquel hacer, llegaron a la plaza de la Iglesia y empezaron a recoger a
todo ser viviente que no perteneciera al franquismo. O sea, que republicanos,
socialistas, comunistas, dirigentes y afiliados de los sindicatos y hasta algunas
derechas, a todos nos fueron deteniendo y llevándonos a la Plaza de la Iglesia.
Como vengo diciendo, pa no ser visto, yo salía de mi casa antes de apuntar el día
y no volvía hasta que ya era de noche. Aquel día era domingo y salí al campo
con mis dos hijos mayores, mi chica tenía catorce años y mi chico nueve. Yo
estaba convirtiendo un trozo de cerro en tierra de cultivo. Y en la hondoná de un
pequeño barranco empecé hacer la base de un ribazo cuando llegó mi mujer con
mi nenica la más pequeña en brazos, y me dijo:
- Sixto, un sargento de la guardia civil ha estado en la casa y con pistola
en mano lo ha registrado todo. Ha registrado hasta la gorrinera, no ha quedado
hueco que no haya mirado. Me ha preguntado que dónde estabas y le he dicho
que estabas trabajando en el campo. Deja de trabajar y vete que vienen a por ti.
- No tengo de na qué huir, ahora tengo que trabajar más que nunca. De
aquí no me moveré hasta que haya anocheció.
Después de notificarme mi mujer todo aquello, volvió a casa. Yo con mis
dos hijos seguí en mi labor. Los dos chicos llenaban capazos de ripio y los
echaban al hueco de la base del ribazo mientras que yo iba convirtiendo el cerro
101
en tierra de cultivo. Una de las veces que mis chicos fueron a vaciar el capazo
lleno de ripio, dejaron caer el capazo en la base del ribazo y volvieron corriendo
donde yo estaba, y me dijeron:
-¡Padre, por ahí abajo vienen unos hombres con escopetas!
Seguí con mi trabajo. A los pocos momentos llegaron tres hombres hijos
del pueblo los tres. Cuando estaban a unos metros de donde yo estaba trabajando
se pararon los tres y uno de ellos me dijo:
- ¡Buenastardes!
- Buenas tardes.
- ¿Hace usted el favor de venir con nosotros?
- Pues sí, hombre.
Nunca he podio entender el porqué aquellas tres personas se prestaron
para ir en mi busca. Uno era un cuñao mío, el otro un primo hermano de mi
mujer, nunca había tenío yo ninguna diferencia con aquellas dos personas, y el
tercero era un hombre que tenía tres hijas, dos d'ellas en edad de trabajar. En
aquellos días de la guerra civil las dos trabajaban en la industria que montamos;
trabajando las dos muchachas entraban a su casa el dinero a capazos. Siempre
con su trabajo.
Pues bien, desde lo alto del Rasmal andado por el cerro salimos junto al
Molino Fraile. Desde el Molino Fraile salimos a los Cuatro Caminos. En los
Cuatro Caminos vi como también habían detenío a Juan Roca y a los dos juntos
nos llevaron al Ayuntamiento. Cuando llegamos nos dijeron:
- ¡Esperen aquí un momento!
El Ayuntamiento estaba abarrotao de gente del pueblo y otros que no lo
eran. Los nuevos mandatarios entraban y salían de la sala del Ayuntamiento muy
inquietos. Nosotros nos sentamos en unas sillas que habían desocupas y
esperamos. Cuasi estuvimos allí sentaos media hora y nadie nos decía na.
¡Pues sí, allí estábamos esperando a ver que hacían con nosotros!
EN EL AYUNTAMIENTO
¡Mucho movimiento había! ¡Mucha gente! Teodoro, simpatizante del
nuevo régimen, como una fiera entraba y salía a la sala de espera sin parar un
momento; pasaba junto a mí y no veía que yo estaba allí sentao. Había uno de
Ayora que era teniente de sanidá y cada vez que pasaba Teodoro por su lao le
preguntaba:
- ¿Pero qué ese no viene aún?
- ¡Pues no, no ha venío aún!
Y yo estaba allí sentao y no me veían. Cuando ya se dieron cuenta de que
yo estaba allí, vino el teniente de sanidad, me cogió por la pechera y me dijo:
- ¡Levántese usted de ahí! -y con el puño cerrao en mis barbas siguió
diciéndome- ¡Levántese usted de ahí que de un puñetazo le voy a quitar las
muelas que tiene usted!
Abrieron la puerta pa que entráramos en la sala y en aquellos momentos
Desiderio salía, y al verme entrar dijo en voz alta a todos los que estaban allí:
- ¿Qué os parece el pájaro que entra ahora? ¡Este si que está bueno pa la
carne del asadero!
Al oír esas frases, Caín que estaba allí porque que lo habían hecho
concejal, volvió la mirada hacia mí y dijo:
- ¡Hombre! ¡Ya entra el hijo de la gran puta!
Al oír esas palabras el hijo de Adolfo el de Perol que'staba de
escribiente, aquel hombre, mejor dicho, aquel muchacho, porque todavía era muy
joven, dijo:
-¡Pero hombre, tener un poco más de respeto! Qué tenéis que nombrar
aquí a su madre ni decir frases como esas.
Si los que iban en cabeza hubieran tenío los sentimientos de aquel joven,
quizás lo que siguió a todo aquello, no hubiera sucedió.
Tengo que decir por lo que me contaron después, que tuve suerte de que
me recogieran tarde; pues cuando me recogieron deberían ser las cuatro o más de
la tarde. Aquella misma tarde nos cargaron en camiones y nos llevaron Ayora.
Cuando nos sacaban del pueblo, las hijas de los caciques, fachas y fascistas, de
todos aquellos que apoyaban a la dictadura franquista, llevaban boinas rojas y
con la mano en alto se les desgarraba la boca diciendo a voces:
- ¡Franco, Franco, Franco! Y cantando canciones de alabanzas a la
dictadura franquista. Y así seguían hasta que traspusimos por los Cuatro
Caminos hacia Ayora.
¡Que desprecio demostraron aquella juventú hacia todos nosotros!
105
EN LA CÁRCEL DE AYORA
Cuando llegamos Ayora nos metieron en el local de Izquierda
Republicana. Allí había un juez militar que nos registraba, nos pedía declaración
y nos metían en la cárcel.
Mientras esperábamos en la cola que nos llamaran, nos registraran y nos
metieran en prisión, pasó un hombre que venía de Ayora a Teresa de Cofrentes a
cobrar la contribución; y claro, el hombre nos conocía. Pues bien, aquel buen
hombre fue pasando por donde estábamos haciendo la cola y nos decía:
- Si lleváis alguna cosa que os pueda comprometer, dármela a mí.
Y el uno le daba una navajica, el otro un mechero; y así, cósicas d'esas.
El hombre fue recogiendo todo aquello que le dábamos, que según él, nos podía
comprometer. Pues bien, me tocó entrar a mí. No recuerdo si iba delante de mí o
detrás, entró Chimú el Grande. Aquel hombre en el gobierno anterior no tenía
responsabilidá alguna, únicamente que cuando había elecciones votaba a las
izquierdas. Pues bien, le dijo el militar:
- ¡Saque usted lo que lleve en los bolsillos y déjelo ahí encima de la
mesa!
- ¡No llevo na!
- ¿No lleva usted nada?
- ¡No, no señor!
- ¡Pero! ¿Lleva usted vergüenza?
- ¡Pues otros tendrán menos!
- ¡Póngase usted ahí a un lado!
Bien, aquello quedó así, a mí me llevaron pa dentro y Chimú se quedo
allí a un lao. Yo pensé, eso es que como no tiene cargo alguno, lo mandarán pa
su casa. ¡Me cago en la leche! ¡Cómo muerto lo dejaron de los palos que le
dieron! ¡Pobre hombre! Allí lamentándose y quejándose de la paliza que le
habían dao:
- ¡Ay madre mía! -se lamentaba- ¡Qué m'han matao! ¡Yo de aquí ya no
me muevo más! ¡Aquí entrego la piel!
¡Madre mía y que trato! Aquello era inhumano. Todas las noches se los
llevaban a unas oficinas a darles palos con unos berbajos y venga palos y más
palos allí. Se oían los alaridos hasta que caían rendios al suelo sin fuerzas pa
levantarse. Agotaos sin fuerzas pa quejarse ni tenerse de pie. ¡Era muy difícil
sobrevivir a toda aquella barbarie! ¡Cuánta deshumanización se vivió en aquella
cárcel! Sólo con ver las juderías que hacían con los compañeros, tenía uno pa
enfermar y morirse.
El pobre que recibía los palos, no quería na más que desaparecer de la
tierra. Allí estábamos todos cágaos de miedo. Era pero que muy difícil sobrevivir
10Í
a todo aquel salvajismo. Y así una infinidad de detenios, apaleaos y encarcelaos,
acabando con la vida de muchos d'ellos. Se cebaron con todos nosotros, la
represión fue atroz.
¡Qué atracos! Si nosotros ya no teníamos autoridad ni teníamos armas ni
na. Ya hacía cuasi tres meses o más que habíamos dejao el Ayuntamiento. ¡Y lo
que montaron!
¡Madre mía! Les costó mover pero cuando lo hicieron, arrancaron con
fuerza! ¡Sí, con mucha fuerza! Con tanta fuerza que detuvieron y encarcelaron a
un montón de hombres y mujeres. Y tenían una lista pa recoger a otros tantos.
¡Despertaron tarde pero con fuerza, sí, con mucha fuerza!
107
EL CABO QUE ESTABA AL FRENTE DEL RECOGIMIENTO
El cabo que estaba al frente de todo aquello se hospedaba en casa de
Ernesto, y contó Ernesto que el cabo sorprendió de tantas detenciones, le decía:
- ¡Yo no me explico, en un pueblo como este donde no se ha perseguido,
ni encarcelado, ni ejecutado a nadie, que manden a recoger a tanta gente!
A partir de esa reflexión del cabo, decidió que el que presentara más
denuncias las tendría que firmar. Y a partir de aquella decisión del cabo nadie
quiso firmar ninguna denuncia, allí se acotó la recogida.
Pues sí, el cabo se informó, y viendo lo que estaba pasando se plantó
diciendo:
- Aquí, el que venga a poner una denuncia tiene que firmar el motivo de
la misma.
La decisión de aquel buen hombre hizo que ya no se detuviera a nadie
más. Aquel hombre tenía sentimientos humanos. Hubo un pobre diablo que al
parecer no se había enterao de la decisión del cabo y fue a poner una denuncia.
No se sabe que pasó, pero dicen que salió del cuartel con una buena paliza que le
dieron.
¡Cuándo aquel hombre se dio cuenta, puso acote a la barbarie!
109
LA VENGANZA
A mi hermano también lo detuvieron y lo encerraron en la cárcel. Desde
la Cárcel escribió una carta a mi madre diciéndole que si no le mandaba algo pa
comer que allí iba a entregar la piel.
Ante aquella necesidad fue mi madre a visitar algunas familias y conocíos
en busca de ver si le podían prestar dinero pa mandárselo a mi hermano y no
encontró a nadie que se lo prestara.
En la partida de los Cuchillos, la familia teníamos una pequeña finca de
secano. En la finca teníamos un corral pa'l ganao y cobijo pa'l pastor. Allí
teníamos unas terrazas de tierra de cultivo, las cuales estaban muy deterioras.
Mientras mi hermano y yo cuidábamos de un pequeño rebaño de ovejas que
teníamos, mis padres hacían ribazos a las terrazas y laboraban el terreno; el
rendimiento de los cereales era escaso y decidieron hacer una plantación de
almendros de los llamaos del desmayo, por ser esa clase de almendros las que
más resistencia ofrecía a las helas. Aquella faena entretuvo a mis padres algunos
años, después de los cuales mi padre murió y mi madre no quiso abandonar la
labor que entre los dos habían emprendió. Así que mi madre siguió cuidando los
almendros a pesar de la caminata que tenía que darse; pues cuasi cada día
andaba esa hora que le distanciaba del pueblo a la finca, allá iba a trabajar sus
terrazas, hiciera frío o calor. El año treinta y ocho fue la primera buena cosecha
que dieron los almendros. Nunca había tenío mi madre una cosecha igual. En
aquellos momentos de apuro fue lo único que encontró mi madre pa echar mano.
A pesar del riesgo que aquello encerraba, decidió mi madre vender una carga de
almendras y recoger algún dinero pa mandárselo a mi hermano. Así que mi
madre le dijo a mi hermana:
- Romana, han echao un bando diciendo que en un almacén de Ayora
compran las almendras. ¿Qué te parece? ¿Cargamos a Palomo una carga de
almendras y las llevas a Ayora pa venderlas? Y desde allí mismo le giras a tu
hermano lo que te den de la carga de almendras.
Pues bien, así lo hicieron, cargó a Palomo una carga de almendras y
emprendió mi hermana camino hacia Ayora. Antes de llegar a los Cuatro
Caminos la detuvo la guardia civil; la llevo al Ayuntamiento y se quedaron con la
carga de almendras. Poco después, autoridades del Ayuntamiento llevando sacos
y acompañaos d'un cabo de la guardia civil, fueron a casa de mi madre, llenaron
los sacos con las almendras que quedaban almacenas en el terradico y las fueron
bajando del terrao a la calle. Le decomisaron todas las almendras. En la puerta
de la casa de mi madre estaba el cabo de la guardia civil mientras los mandaos
del Ayuntamiento bajaban los sacos llenos de almendras. En esas andaban
cuando pasó por allí un empleao del Ayuntamiento, se acercó a donde estaba el
cabo, y le preguntó:
- Que, ¿qué pasa?
- ¡Mire usted, que les hemos cogido con una carga de almendras que
llevaban Ayora para venderlas, y hemos venido a recoger las que quedaban!
- ¡Así, así se hace, hay que exterminar la mala hierva!
Se llevaron todas las almendras y a más a más le pusieron a mi madre
una multa de tres mil pesetas, que pagamos mis hermanos y yo, mil pesetas cada
uno.
Lo que hicieron con mi pobre madre fue inhumano; llevarse de una pobre
anciana los únicos recursos que tenía pa subsistir. ¡Se llevaron el esfuerzo de
muchos años de una pobre mujer y su marido! ¡Cada día iba a los Cuchillos a
escardar y despedregar, a cuidar sus almendros! ¡Iba con tanta ilusión! Ella los
plantó y los cuidó. Aquella faena fue su vida. Si estaba lloviendo, esperaba que
parara de llover pa caminar a su campo; si estaba en su campo y empezaba a
llover, en el cobijo del pastor se quedaba a pasar la noche. Otras veces volvía
cala hasta los huesos porque la lluvia le había pillao por el camino. Robar a mi
pobre madre lo único que tenía pa la subsistencia. Aquello fue inhumano, un
robo fue lo que le hicieron aquella pobre mujer.
Nuestro gobierno cometería equivocaciones como todo el mundo las
puede tener, pero con intenciones inhumanas no hicimos mal a ningún hijo del
pueblo. Lo que sí hice fue exponer mi vida pa aquel que por los momentos que
corrían la pudiera tener comprometía por ser de diferente ideología política que
los que estábamos en el poder. Personas de las que creían tener sus vidas en
peligro han venío a mi casa a deshora de la noche, ofreciéndome los recibos de
los dineros que les debía, pidiéndome que a cambio de los recibos les salvara la
vida, y no se les acepté...
¡Me caguen la! ¡Y qué atraco lucieron a mi pobre madre!
110
EN EL PENAL DE JATIVA
De la cárcel de Ayora nos llevaron a la de Játiva. Allí en Játiva nos
robaban la comida, tanto la que nos mandaban los familiares y amigos, como la
que nos daba el estao. Nos abrían los cestos de la comida que nos mandaba la
familia, sacaban los comestibles, y nos llenaban el cesto de nabos y zanahorias;
unos nabos y unas zanahorias de las que se les daba pa comer a los animales:
caballerías y bueyes.
En el penal de Játiva había dos directores; uno de los dos, nos metía la
prensa a cambio de un duro o lo que fuera. Un día cayó en las manos del otro
director el periódico con destino a los presos, y entonces aquel hombre empezó a
vigilar por dónde entraba la prensa. Cuando descubrió que era su compañero
quien lo hacía llegar a nosotros, lo denunció. Al día siguiente el denunciao estaba
de patio y cuando entraron las cinco calderas de la comida pa repartirla a los
presos, hizo que las devolvieran pa pesar la comida y mirar el estadillo de todos
los presos pa saber lo que les pertenecía a cada uno. Aquel día, las cinco
calderas se llenaron a tope de comida; hubo comida pa tres días, se tuvo que
tirar, no nos la pudimos comer toda. No sé qué tejemaneje se llevaban aquellos
directores. El caso fue que aquel día vino Ramón de Toledo, el jefe de la modelo
de Valencia, Alicante y Castellón. A los dos directores los echó a corrección al
uno y al otro. Al uno por estafarnos la comida y al otro por pasamos el periódico.
Los dos se salvaron de todo aquel embrollo. A uno de ellos lo mandaron
a otro sitio y el otro se quedó ejerciendo como antes. Así que todo volvió a la
normalidad, las calderas de la comida volvieron a entrar al patio de la cárcel lo
mismo que antes, llenas de agua con cuatro trozos de berenjenas flotando por
encima.
¡Y que trato recibíamos en esas cárceles!
111
Sixto en la Cárcel modelo de Valencia recibe la fotografía de sus cinco hijos.
De izquierda a derecha: Ágata, Carina, Perechi, Pelágico y Armengol.
111
EL CURA DE TERESA DE COFRENTES NOS VISITA A LOS
ENCARCELADOS DEL PUEBLO
Acabó la guerra y el cura volvió al pueblo. Fue a la cárcel hacernos una
visita a todos los presos que habíamos de Teresa de Cofrentes. Nos alegramos
mucho al verlo allí. Así que después de estar allí un rato mirándonos sin decir na,
le dijimos uno de nosotros:
- Ya ve Don Armengol, a ver si mira usté de hacer algo por nosotros,
porque ya ve usté como estamos aquí.
- No puedo hacer nada, nada más os he venido a ver.
Y se marchó y no lo volvimos a ver más. ¡Me caguen la hostiana! ¡Que
no podía hacer na por nosotros! Na más que nos hubiera dao el trato que
nosotros le dimos a él, le hubiéramos admirao y respetao su creencia. ¿Pero qué
religiones es esa que permite tratar a los seres humanos peor que a los animales?
Cuando estábamos nosotros en el poder algunos me preguntaban por el cura:
- ¡Me caguen en la hostiana! ¿Pero el cura ese, qué? -me decían¿Dónde está el cura?
¡Oír eso yo era como puñales que me clavaban en el cuerpo! Lo que yo
sufría pensando que a espaldas mías le pudieran hacer algún daño. Yo era
enemigo de la persecución, encerramientos y crímenes. Odiaba aquellos actos, y
a la hora de decidir ellos no tuvieron en cuenta el trato que recibieron de
nosotros.
¡Aquel hombre no supo valorar lo que nosotros hicimos por él! ¡Qué le
vamos hacer!
LA MUERTE DE ABEL
Cada vez que moría un compañero, en celdas y patio no se oía ni a una
mosca. Todos moríamos un poco con el que moría. Fue una época de triunfos
inhumanos; venganzas injustificás y martirios que engendraban en los que
sufríamos una desmoralización que sólo el que lo padecía lo sabía. Cobijaos
aquellos actos por muchos de la extrema derecha y de la Iglesia.
En la cárcel de Ayora nos tuvieron cinco o seis meses, no me acuerdo
bien, y de Ayora nos llevaron a Játiva. Nos llevaron cargaos en camiones ataos
con cuerdas de pies y manos como si fuéramos animales. Nos llevaban ataos de
dos en dos. En Játiva nos hacían bajar de los camiones y nos llevaban al patio de
la cárcel. Don Lauro, que era el director de la prisión, nos decía con tono de
desagravio cuando bajábamos de los camiones:
- ¡Poneros bien arrimaos aquí junto a la pared, porque alguno le voy a
dar un puntapié que las barras de las muelas le van a ir a lo alto del tejao!
¡Me caguen la hostiana, y qué trato! ¡Aquello fue el fin de fines! ¡El trato
que recibíamos de palabras y hechos! ¡Hombre, hombre! Que allí había personas
con una capacidad humana que no cabía más y el trato que se les daba era
deplorable. ¡Sólo por no pensar como ellos! ¿Cómo puede haber buena sangre si
nos la han envenenao?
Uno de los primeros que detuvieron en Teresa de Cofrentes el día de la
Gran Recogía fue Abel. Lo fueron a detener Fabián, Simeón y Pío. Ya nos lo
explicó Abel en la cárcel de Ayora. Nos decía que quiso razonar con los tres que
le fueron a detener, el porqué de su detención. Decía que tuvieron allí un buen
debate, les decía:
- ¿Por qué me queréis detener? ¿Qué es lo que os he hecho yo a vosotros
ni a nadie del pueblo pa que me queráis arrestar?
- ¡Cállate que tenemos poderes pa mataros a tos!
- ¡Nosotros también hemos tenío tanta autoridad como podéis tener
vosotros ahora y no lo hemos hecho!
- ¡Cállate ya y camina p'arriba pa la plaza de la Iglesia que os va pesar
haber nació!
Conforme los iban recogiendo los llevaban a la plaza de la Iglesia y allí
los tuvieron haciéndoles barbaridades, entre unos y otros, los que vinieron de
fuera y los del pueblo. Les obligaban a cantar y a rezar bajo amenazas de muerte
y malos tratos. Con un sol que hacía aquel día que quemaba la tierra. Nos
contaba Abel cómo los atemorizaban:
- "¡Rece usted el Padre Nuestro! ¡Miré usted al cielo y saque el pecho
adelante y con todas sus fuerzas diga usted: ¡Arriba España! ¡Viva Franco! ¡Diga
usted eso mientras le quede a usted aliento, hasta que no le quede a usted fuerzas
para abrir la boca!"
- La plaza estaba llena de gente y nos decían señalando al agujero de los
fusiles que llevaban:
- ¿Ve usted ese agujerico? ¡Pues por ahí van a salir ahora mismo las
balas que les van a matar a todos ustedes!
¡Esto nos lo decía la guardia civil! Todo el día nos tuvieron allí de
plantón, nos caíamos al suelo sin aliento y nos obligaban a ponernos de pie, a
levantarnos! ¡Al suelo y arriba! ¡Al suelo y arriba! ¡Al suelo y arriba! ¡He perdió
la entereza, ya no puedo más! ¡Aquí entrego la piel!
¿Qué mal había hecho Abel pa que le dieran aquel trato? Lo que hicieron
con aquel hombre fue de no tener sentimientos humanos, aquello que le hicieron
fue de tener las entrañas negras. ¡Asesinos! Aquellas gentuzas no pagan ni
quemándolas vivas. ¡No puedo hablar de aquel compañero sin que se me
encienda la sangre! ¡Me caguen la hostiana! ¡Que me hacen decir cosas que no
están escritas en ningún libro de bien!
Lo atemorizaron de tal manera que ya no tuvo alientos pa seguir
viviendo. Todo aquello unío a las prácticas que presenció en su cautiverio, ver
como ilustres compañeros se los llevaban y ya no volvían. Su condición humana
no pudo resistir tanta barbarie, enfermó y ya no tuvo ánimos pa rehacerse. Toda
aquella deshumanización fue superior a sus fuerzas. Empezó su cabeza a darle
vueltas a todo aquello y a decir que de allí no íbamos a salir con vida. Poco a
poco se fue hundiendofísicamentey moralmente. Empezó así, y no había manera
de quitarle aquello de la cabeza. Todos los que estábamos allí que éramos del
pueblo, cada día estábamos con él. Al poco tiempo le salió un grano en el
pescuezo y cada día iba peor. Así que los compañeros decidimos escribir una
carta al Ayuntamiento de Teresa de Cofrentes y otra a la Falange Española. La
carta la escribió Zomeño y la firmamos todos los compañeros. En la carta decía
algo así: Que aquella persona se encontraba en un estado grave. Que hicieran
algo por mandarlo a su casa con sus familiares para que se curara, y cuando se
apañara, lo devolvieran a la cárcel de nuevo otra vez. Que aquel hombre allí no
tenía solución. Las dos cartas fueron desestimadas y murió en la cárcel. Muere
hoy y al día siguiente le viene la liberta.
¡Y que payasá de liberta!
LA MUERTE DE DON JUAN PESET
Don Juan Peset era médico odontólogo. Lo que hicieron con aquella
ilustre persona no tiene nombre. ¡El sentimiento que hubo en todos los
compañeros de la cárcel al enterarnos de su ejecución! ¡Segar la vida a un
médico como aquel! ¡Aquel médico era una eminencia! ¡Que perdida más grande
tuvimos los valencianos con la desaparición de aquel hombre!
Don Juan Peset y Don Juan Mario, los dos estaban en la cárcel Modelo
de Valencia. Los metieron en la cárcel por ser republicanos. Don Juan Peset
estaba condecorao en Alemania con las cruces de oro como sobresaliente en su
trabajo, ¡eh!
El padre de Don Juan Peset era médico, y tenía dos hijos que eran
médicos también. El padre estaba enfermo y les decía a la familia:
- ¡Pero hombre, pero hombre! ¡Juan que no lo veo!
Y le decían los familiares que le cuidaban que estaba de viaje en el
extranjero, que cuando volviera ya le iría a ver. Y es que lo habían fiisilao, ¡eh!
¡Matar a una persona tan humana y tan decente y de aquella inteligencia! Su
pecao era no pensar como ellos.
¡Qué difícil fue sobrevivir a tanta barbarie!
11Í
LA MUERTE DE TABERNER Y SU HERMANA
Taberner era un chico muy despabilao. Había sío comisario en los días de
la guerra. También tenía una hermana que no tenía ni un pelo de tonta. Los
mismos de la falange pegaron papeles por todas partes con sus nombres escritos
pa recogerlos; cuando los hubieron recogió, ¿qué harían con ellos? La chica ya
no hizo na bueno de las palizas que le dieron. Al medio año se la llevaron de la
cárcel toda priva, no podía moverse. ¡Una chica joven como era! Al poco tiempo
de sacarla de la cárcel se murió.
¡Madre mía! ¡Y qué atrocidades se vieron en aquellas cárceles! Cualquier
persona con un mínimo de sentimientos humanos, dentro de la cárcel enfermaba
y moría ante tanta atrocidá que vivíamos.
¡Y qué estragos se vivieron!
117
EL CURA DE LA CÁRCEL DE JATIVA
El cura que teníamos en la cárcel era una bella persona. Era, vamos,
como si fuera nuestro cartero y recadero. Le pedíamos que nos hiciera algún
recao de ir a entrevistarse con alguien en nuestro nombre o entregar alguna carta
que nos interesaba que saliera de la cárcel y a regañadientes, aparentemente,
cogía la carta y le daba curso.
Le decíamos: "Don Cándido, ¿me llevará usted esta carta a fulano o
mengano", y el hombre agachaba la cabeza, cogía la carta y se la metía en el
bolsillo al tiempo que decía:
- ¡Pero hombre, pero hombre! Me estáis comprometiendo. Si me cogen
con esto encima... que Dios se apiade de todos nosotros.
Y nos traía respuesta del escrito que le dábamos. Todos apreciábamos
aquel hombre. Pero el director de la prisión, ¡madre mía! aquel hombre era un ser
sin entrañas. Había un compañero que era de la Ribera Valenciana, era alto y
corpulento, un hombre entero por los tiempos que corrían. Hubieron personas en
la cárcel que no les pudieron hacer doblegarse a muchos de los abusos que allí se
practicaban con todos nosotros, y aquel hombre fue uno d'ellos. Antes se dejaba
apalizar que cedía a los inhumanos caprichos de la dirección. Un día paseando
por el patio, aquel corpulento de la Ribera Valenciana, decía a Don Cándido al
tiempo que posaba el brazo sobre los hombros del cura:
- Don Cándido, ¿cuando vienen los nuestros? Porque ya verá usted como
no tardarán de venir, ya verá como todo esto pronto cambiará, no tardaran
mucho de llegar, y cuando lleguen, usted no tenga miedo, que a usted no le va a
pasar na ¡Pero al director de la cárcel! ¡Je, a ese! A ese ya verá usted lo que le
vamos a hacer.
La actitud de aquel hombre ante muchas situaciones ensanchaba nuestros
corazones. Sólo sentíamos las represalias que después contra él practicaban. Nos
obligaban a besar los pies al Niño Jesús, pero de aquel hombre no consiguieron
nunca que los besara. Y algunas de las canciones que nos hacían cantar, él
también las cantaba cambiándole la letra según a él le parecía. Una de las
canciones que nos obligaron a cantar muchas veces, fue la que sigue:
- ¡Por Dios, por la patria y el rey,
lucharon nuestros padres,
por Dios, por la patria y el rey,
lucharemos nosotros también!
Todos juntos, juntos todos,
todos juntos en unión, defendiendo
la bandera de la santa tradición!
119
El corpulento de la Ribera Valenciana modificó la letra y le oíamos
cantar así:
-¡Por Dios, por la pata de un buey,
lucharon nuestros padres!
Por Dios, por la pata de un buey,
lucharemos nosotros también.
Todos juntos, juntos todos,
todos juntos en unión,
defendiendo la bandera
de le Santa Inquisición.
Cueste lo que cueste
se ha de conseguir, que los comunistas
entren en Madrid.
¡Que hombre más entero era aquel!
Sixto, en la cárcel Modelo de Valencia, recibe la fotografía de su mujer y sus
hijos. De izquierda a derecha: Pelágico, Ágata, Digna, Perechi, Carina,
Armengol y Palomo
111
¿CÓMO SANEAR LA FINCA DEL PRADO ANCHO?
Cómo tenía tiempo proyectaba cosas aunque no las pudiera ejecutar.
Lástima que tuviera que pensar en estas cosas y aprender otras privado de la
libertad.
En la cárcel proyecté como sanear la finca del Prado Ancho. En la finca
había tres bancales de huerta: uno grande que tendría dos tahullas d'extensión,
un segundo bancal que tendría una tahulla y tres cuartos y un tercero que tendría
un cuarto de tahulla. Estos dos últimos bancales unidos formarían uno de la
extensión del primero aproximadamente: dos tahullas. Los dos bancales casi
estaban improductivos por la invasión de junqueras, carrizos y de toda clase de
maleza que crea la humedad. El bancal más pequeño paraba casi a nivel del
cequión pues media finca la rodeaba un cequión de poniente a saliente El
cequión recogía los acotes de las aguas de riego y las aguas de lluvia vertidas por
lomas y barrancos.
Hacer ese trabajo sería muy duro, pero serían dos buenas soluciones:
una, que los dos bancales los convertía en un solo bancal y otra, que el cequión
quedaría con más capacidad para recibir las aguas de las grandes tormentas. Al
hacer esta obra el cequión quedaría más profundo y habría menos riesgo de que
las aguas de las fuertes tormentas pasearan toda la finca.
Si el proyecto lo llevaba a cabo, lo primero que haría sería tres ramales
de drenaje para dar salida a las aguas estancadas. Haciendo toda esta faena la
finca quedaría lista para que diera pleno rendimiento toda su huerta y quedara
más liberada del arrastre de las aguas torrenciales.
Al ser mi finca la penúltima de la partida, cuando había grandes
tormentas, pasaban por el cequión las aguas vertidas por lomas y barrancos y
algunas veces se desbordaba el cequión y el agua corría por toda la finca.
En la cárcel aprendí mucho en todos los sentidos. Si uno tuviera mala
condición también se puede aprender muchas cosas malas, pero los maestros que
yo tuve nos educaban muy bien. Nos instruían leyéndonos buenos libros. Entre
otros, tres de los libros más populares dentro de la cárcel eran: "El Atlas", "Las
Ruinas de Palmira" y "El Capital", de Carlos Marx. El Atlas me lo aprendí de
memoria. En "Las Ruinas de Palmira" aprendí que las religiones son una manera
de atemorizar a la humanidad para hacer con ella lo que se quiera y hasta ahora
han hecho a la humanidad más mal que bien.
También aprendí a jugar al ajedrez. ¡Cuantas horas muertas las pasé
practicando este juego!
En los días de mi cautiverio también inventé como destapar la balsa de
los Albares sin tener que ir hasta ella. Pues era una buena caminata la que nos
teníamos que dar al que le tocaba ir a quitar el tapón y volver a ponerlo. El
120
invento era mecánico, cuando la balsa estuviera llena automáticamente se
destaparía e igualmente se taparía cuando estuviera vacía. El invento se lo
explique a algunos compañeros de mi confianza pero nunca se llevó acabo.
Yo era una persona laboriosa y no podía estar sin hacer algo. Los
trabajos manuales llenaron mucho del tiempo que estuve recluido, me
entretuvieron mucho. Con esparto y palma hice costureros, maletas, cestas con
tapaderas, salva manteles, juguetes para mis hijos e hijos de mis familiares. En
fin, un largo etc. Todos estos trabajos los decoraba con paja de centeno pintadas
de una gran gama de colores, dando forma a letras y dibujos. Recuerdo un
costurero que hice a mi mujer con dos departamentos laterales para guardar los
hilos, con sus correspondientes tapaderas. Aquel costurero me dio mucho
trabajo, no creo que lo pudiera volver a hacer. No quedó un amigo y familiar del
pueblo, Valencia y su Ribera que no le hiciera uno de estos objetos. En la cárcel
había muy buenos artesanos diestros en tallar madera, hueso, dibujantes a mano
alzada, etc. etc. Entre todos nos cambiábamos nuestros trabajos manuales.
Algunos compañeros me hicieron medallones de hueso con fotografías muy
entrañables para mí. Una agujita de pecho con una fotografía en la cual estaba
Carina en el centro, mi sobrina Isabelica en un lado i mi hermana en el otro. Y
todavía guardo otra aguja de pecho con la fotografía de Abel. Pues sí, los
compañeros nos intercambiábamos nuestros trabajos manuales. Un tallador de
madera me hizo un joyero para cada una de mis hijas con una inscripción que
decía: "Recuerdo de tu padre". Y otro compañero dibujó, a mano alzada, mi
rostro. Por cierto, que quedé clavado, muy bien me sacó en aquella fotografía. A
grandes rasgos estos eran unos de nuestros entretenimientos dentro de la cárcel.
Allí se vivía muchas cosas y algunas nada agradables. Estar ausente de la mujer
y de los hijos era muy triste. Espero que un día las cárceles desaparezcan del
mundo.
¡Gracias a los buenos compañeros se hacía aquel vivir más llevadero!
121
VERANEANDO GONZALITO EN BENIDORM
El médico del pueblo militaba en el Partido Socialista y al acabar la
guerra desde Teresa de Cofrentes se lo llevaron a la cárcel, a él y su hijo.
Por mediación de los padres de la esposa de Gonzalito, que eran ingleses,
Gonzalito enseguida salió de la cárcel. Pues bien, ya fuera de la prisión,
Gonzalito empezó a rehacer su vida y aquel año, cuando tuvo vacaciones, junto
con su esposa, se fueron de veraneo a Benidorm. Estando veraneando, un día,
coincidieron en el salón del hotel con otro matrimonio que vivía en Játiva. Se
dieron a conocer y sacaron la conversación de la guerra y dónde la había pasado
cada cual. Don Pedro Pérez que así se llamaba aquel señor, era abogado y
ejercía su profesión en Játiva. Pues bien, Don Pedro le comentó que la guerra la
había pasado en Játiva y Gonzalito le dijo que en el penal de Játiva estaba
encerrado el que fue alcalde de Teresa de Cofrentes durante la guerra civil. Un
pueblecito que él había visitado mucho por haber sido su padre el médico de
aquel pueblo. Por lo que Gonzalito explicó a Don Pedro, en Teresa de Cofrentes,
no se había perseguido, encerrado, ni ejecutado a nadie; y aquello aquel señor le
interesó. Pues a él le habían matado a un hermano; y el hombre estaba dolorido.
Gonzalito comentó a Don Pedro lo que él había vivido en aquellos días entre
Teresa de Cofrentes y Ayora. Y cuando terminaron la conversación, le dijo Don
Pedro a Gonzalito:
- En su nombre, iré a visitar al señor Sixto, pero antes me gustaría hablar
con su esposa.
Así que Gonzalito escribió una carta a mi mujer diciéndole que fuera a
verlo, que se había recogido a un amigo que posiblemente pudiera hacer algo por
Sixto, que aquel señor tenía interés de hablar con ella. Así que toda la historia de
como actuamos en aquellos días en el pueblo de Teresa de Cofrentes lo supo
Don Pedro porque Gonzalito se lo explicó. Y más tarde aquella explicación la
confirmó mi mujer a Don Pedro cuando lo fue a visitar a su domicilio en Játiva,
respondiéndole a las preguntas que el hombre le hizo. Nunca supe lo que
debieron hablar Gonzalito y Don Pedro Pérez, pero me lo imagino. Don Pedro
debió pensar:
- Este hombre será todo lo comunista que quieras, pero sobre él ha
recaído la máxima responsabilidad de ese pueblo y allí no ha pasado nada grave
por los tiempos que han corrido. Así que, este hombre, con sus hechos me
demuestra que tiene sentimientos humanos.
¡Algo así debió haber sucedido!
122
DON PEDRO PÉREZ ME VISITA EN EL PENAL DE JATIVA
Estaba yo paseando con otros compañeros por el patio de la cárcel
cuando oí al director de la prisión que me voceaba.
- ¡Sixto... Gozálvez... Montoya...! ¡Venga usted conmigo!
¡Me cago en la leche! ¡Se me estremeció el cuerpo! Porque allí cuando
alguno salía para fuera, era para joderlo a palos o ya no volvía. Así que fui donde
estaba el director y seguí detrás de él. Llegamos a las puertas de las oficinas y al
tiempo que el director abrió la puerta se ladeó a un lado y dirigiendo la mirada
hacia un señor que había sentado en un sillón, le dijo:
- Aquí está el señor por el que usted pregunta.
Aquel señor se levantó del sillón, vino hacia mí y me dijo:
- Usted a mí no me conoce.
- Hombre, no le conozco nada más que para servirle si es que en alguna
cosa yo le pudiera ser útil, pero pocas cosas puedo hacer yo a favor de usted en
el sitio en que me encuentro.
- Ya, ya, comprendo, comprendo. Yo vengo a visitarle a usted en
nombre de Gonzalito Fresner.
- ¡Hombre, Gonzalito Fresner! Pues sí que le agradezco esta visita.
¡Madre mía! Gonzalito Fresner.
Y allí estuvimos dándonos a conocer dialogando como dos personas
civilizadas. Se le veía un hombre noble y con sentimientos humanos. No he
olvidado nunca de como salí del patio y como volví.
Después de la primera visita que me hizo Don Pedro, todos los meses me
visitaba y casi siempre me llevaba cigarrillos, peladillas y caramelos. Y cuando
me trasladaron a la Cárcel Modelo de Valencia, igualmente siguió visitándome
para ponerme al corriente de como llevaba mi caso. Y si entre visita y visita
recibía alguna carta del Ministro de Justicia, se la llevaba al Director de la
prisión para que me la entregara, la leyera y me enterara en el punto que se
encontraba mi situación penal. Yo le decía al director:
- ¿Y qué tengo que hacer con esta carta?
- Dice Don Pedro que la lea usted y la tenga el tiempo que quiera y
cuando me la entregue, yo se la mandaré de nuevo a Don Pedro.
¡Qué satisfacción era aquello para mí! Un hombre que no lo había visto
en mi vida, que no lo conocía de nada, por muchos años que viva, jamás lo podré
olvidar, ni a Don Pedro Pérez ni a Gonzalito Fresner.
Pues sí, Don Pedro empezó a trabajar sobre mi causa y lo registró todo
hasta conseguir que hicieran mi expediente, que en Madrid no lo encontraban.
Cuando aclaró mi situación, habló con mi mujer y le dijo:
- Señora Digna, no tema usted por la vida de su esposo. Su esposo no ha
hecho nada para que su vida corra peligro. Son odios personales los que le
retienen sin libertad. Puede usted estar tranquila que a su esposo no le pasará
nada.
Yo tengo que decir que Don Pedro Pérez López era un católico de los
que su actitud eleva esa creencia.
Fueron pocos los pueblos que se salvaron de que no corriera la sangre.
Teresa de Cofrentes fue uno de ellos. Don Pedro, que era un hombre inteligente,
con sentimientos humanos, lo supo reconocer.
¡Que bella persona y humana era Don Pedro Pérez!
LA LIBERTAD
Luis Pérez Roda fue un buen compañero. Había sido militar en el Ejército
Republicano, y al terminar la guerra, lo detuvieron y lo encarcelaron. Y en la
cárcel nos conocimos. Luis Pérez, siendo muchacho, había estado en el
seminario y viendo que no tenía vocación, se salió. Era un hombre moderado y
de mucho entendimiento político y humano. En la cárcel estaba empleado en las
oficinas. La mayoría de los cargos importantes que había en la cárcel se los
daban a los presos políticos y Luis Pérez era uno de los políticos que dentro de la
cárcel tenía un cargo de responsabilidad. Gracias a él comimos muchas veces
comida decente. Su madre no sólo se preocupaba por su hijo sino también por
los compañeros que tenía, y gracias a aquella buena mujer comimos
decentemente comida muchos días.
La noche de mi última estancia en la cárcel vino Luis Pérez y me dijo:
- Sixto, a llegado un telegrama de Madrid pidiendo tu documentación.
Dice que en Madrid no la encuentran por ninguna parte.
Al día siguiente iba yo paseando por el patio de la cárcel junto al director
del Banco de Mogente. A este hombre también lo habían metido en la cárcel. En
la cárcel existía la organización del Partido Comunista y a los que pertenecíamos
a él nos ponían un sobrenombre que nada más utilizábamos dentro de la
organización. Dentro de la organización yo era una de las personas que daba
clases a gentes interesadas en esta ideología y me habían adjudicado a tres
interesados en la misma. Uno de mis alumnos era el señor del banco de Mogente.
Después de recibir mis lecciones los examinaban para ver qué resultado daba mi
trabajo y el del alumno. Como iba diciendo, íbamos paseando por el patio el
señor de Mogente y yo cuando vi a Luís Pérez tratando de localizarme. Cuando
me vio lo vi venir derecho hacia mí y me dije:
- ¡Cono, algo quiere Luís!
Cuando llegó donde yo estaba me dijo:
- ¡Sixto, desacúpate si tienes algo que hacer que te a llegado la libertad!
¡Madre mía! Así que terminé de cumplir con mi obligación con el señor
de Mogente y le dije:
- Bueno, dentro de un momento vendré a hablar con usted.
Así que fui a la organización y le dije:
- Me pasa esto: me a llegado la libertad y tengo tres hombres a mi cargo.
Vengo a darme de baja.
Desde allí fui a localizar a cada uno de los tres hombres que tenía
adjudicados y les di la baja.
¡Pues sí, Luis Pérez Roda fue el que me dio la noticia de mi libertad!
12S
H* ÏW-TE;
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O8HT10 PEHIÏMKUAIUO Dg ÏALWMA
0 . JUAN JOSÉ F m i D E BAIMSTA SUBOïHSCTOil DE MOIME» M L CSMTBO PiWtTÏNCIARIO CE
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Certificado de Penales
11Í
DON PEDRO ME ACOGE EN SU DOMICILIO
Salí de la cárcel en cuerpo de camisa, no tenía más ropa que la que
llevaba puesta. Don Pedro me estaba esperando en el despacho que me recibía
cuando me iba a visitar. Después de saludarnos salimos de la Cárcel Modelo y
nos fuimos a su domicilio. Allí me acogieron y me vistieron con ropa que su
esposa y sus hijas fueron a comprarme. Recuerdo entre otras ropas de las que me
compraron, un jersey que me caía muy bien. Aquella familia me acogió en su
casa, me alimentaron y me vistieron.
Orientado por Don Pedro, escribí una carta a mi esposa diciéndole que ya
tenía la libertad pero que no iría a casa hasta saber si las autoridades del pueblo
me lo autorizaban. Listo todo aquello fue mi mujer a Valencia y en la
Requenense volvimos los dos a Teresa de Cofrentes, a mi pueblo.
En los Cuatro Caminos, lugar donde paraba la Requenense, nos estaban
esperando familiares, amigos y algunos ancianos de aquellos progresistas amigos
de mis padres. Me emocionó verlos esperándome.
Rodeado de aquellos ancianos que tanto hablaran de las necesidades de
un cambio de vida social más justo para todo el pueblo, familiares, amigos, mi
mujer, mis hijos y con mi pequeñina en brazos, por la Nueva Entrada al Pueblo,
llegamos a mi casa, en la calle Valencia número quince. Ya en mi casa, con mi
chica en los brazos y mirando a todas aquellas personas que me acompañaban,
oprimí contra mi pecho a mi chica y dando un profundo suspiro, que terminé
mirando al techo de la casa, dije:
- ¡Ya estamos en casa!
Resignado de lo pasado y convencido de que el nuevo régimen dictatorial
tenía los días contados, empecé una nueva vida que se alargó con el régimen
dictatorial más de lo que yo hubiera querido.
Luché por un cambio de vida social más justo para mi pueblo. Yo quería
establecer en Teresa de Cofrentes una clase de vida social donde todo el pueblo,
con su trabajo, estuviera bien retribuido. Que todo trabajador, con su trabajo,
pudiera atender las necesidades de su hogar. ¡Sí señor! Que se acabara con la
mendicidad que yo había conocido. Yo luché para que no hubiera mendigos.
Estos pobres tenían que ir de pueblo en pueblo pidiendo limosna, mendigando el
pan que se comían. Eso lo he conocido yo, pero que mucho. Era un modo de
vida indigno de la persona humana. No puede ser que unos puedan gastar y
derrochar a mansalva y otros que no tengan ni para comer. En la tierra hay lugar
para poder vivir todos con dignidad. Yo ya eso no lo veré, pero si el mundo
quiere vivir en paz, tendrán los poderosos que dejar vivir a los humildes y si no
el mundo irá al cataclismo. No habrá quien pueda vivir en paz. Los maleantes,
127
ladrones y terroristas llevaran al mundo al cataclismo si antes no se le da una
solución a las injusticias.
Yo no he sido un atracador, ni he robado a nadie, ni he matado. A mí me
han tenido en la cárcel por una ideología social. He luchado por una vida social
más justa para todo mi pueblo. Por ese motivo me llevaron a la cárcel.
¡Que le vamos hacer!
129
LOS MAQUIS
Una de las primeras cosas que hice cuando llegué a Teresa de Cofrentes
fue ir al Ayuntamiento a recoger mi bicicleta que en mi ausencia se la habían
llevado las autoridades del Ayuntamiento, pues tenía que presentarme una vez al
mes en el Juzgado de Ayora y la necesitaba.
Mis tierras abandonadas por mi ausencia necesitaban brazos que las
pusieran al día. Con la ayuda de mis hijos empiezo a trabajar aquellos trozos de
selva cuando no había donde ir a ganar un jornal, como era: la plantación forestal
en la Muela de Cortes de Pallas, la siega de la mies en la Estepa Castellana, la
cava a la huerta de los naranjos en la Ribera Valenciana y la siega del arroz. El
trabajo era duro y el jornal apenas daba para comprar el pan que precisaba la
familia. Los obreros seguíamos oprimidos, sometidos a la voluntad del que tenía
poder.
Un sábado, después de la jornada de la plantación forestal, cuando iba
camino del pueblo, a mitad del mismo, me salieron unos hombres desconocidos.
Miraban con aparente temor a un lado y a otro, avanzando hacia mí, cuando se
aseguraban de que nadie les veía, avanzaban. Al llegar a unos metros de donde
yo caminaba, me dicen,fingiendotemor:
- Buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Traemos un recado para ti de unos camaradas tuyos. Te están
esperando en una cueva que hay al otro lado de aquel cerro, tú nos sigues a
distancia y te llevaremos donde están ellos.
Era mentira que donde ellos me decían hubiera una cueva, aquellos
montes los conocía yo muy bien, así que fui tajante en la respuesta, les dije:
- Yo no espero ningún recado de nadie, no tengo que salir a ningún
encuentro.
Al ver con la decisión que les hablé, se fueron. En aquellos días se dieron
casos de guardias civiles, que vestidos de maquis salían al encuentro de
trabajadores, que ellos sabían que tenían ideas de izquierdas o que habían estado
en la cárcel por ideas políticas y los engañaban diciéndoles que sus amigos los
comunistas en tal o cual sitio los estaban esperando. El pobrecillo que se lo creía,
cuando acudían al puesto que les indicaban, le estaba esperando la pareja de la
guardia civil, y les daban una paliza que los dejaban baldados. Se dieron varios
casos de esos. Yo ya estaba informado de todas aquellas andadas. Eran guardias
que se disfrazaban de maquis.
Por el proceder de aquellos hombres, enseguida vi que era una trampa.
No se dirigieron a mí por la consigna que en la cárcel me había puesto el partido
Comunista.
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Pues sí, por todos esos montes se repartieron muchas palizas, no sé como
fiie que me salve de ellas.
¡Seguíamos siendo perseguidos, estuviéramos dónde estuviéramos!
Cuadrilla en la cava de los naranjos
Una cuadrilla de trabajadores de Teresa de Cofrentes en la Ribera
Valenciana, trabajando en la cava de los naranjos bajo la dirección de Sixto.
Al finalizar el trabajo el dueño de la finca, pariente de Sixto, les ofrece una
comida.
De izquierda a derecha, en la parte superior: Ángel Román, Miguel el
Moreno, el dueño de la finca, Sixto, Asensio y Eusebio. Parte inferior,
siguiendo el mismo orden: José el de Pérez, Emilio, Armengol, Pelágico,
Paco Amorós, José Amorós y Victoriano.
110
SANEAMIENTO DE LA FINCA DEL PRADO ANCHO
Al empezar la base del ribazo, tuve en cuenta el proyecto del drenaje
para el saneamiento de los dos bancales pequeños. Al empezar la base del ribazo
para juntar el bancal pequeño con el siguiente, al pie del cequión, ya dejé hecho
lo que sería la boca de uno de los tres drenajes que tenía en proyecto. Este
drenaje sería el más largo de los tres, unos cincuenta metros de longitud.
Mientras tuve donde ganar un jornal, el proyecto lo tuve dormido. Este
tiempo fue el que duró la plantación forestal de la Muela de Cortes de Pallas. Al
terminarse la faena de la plantación forestal, donde poder ganar un jornal era en
la siega de mieses en la Estepa Castellana, la del arroz y la escarda a los naranjos
en la Ribera Valenciana. Estos trabajos eran de temporadas, y la temporada era
corta. Así que al terminarse el trabajo de la plantación forestal, decidí empezar
mi proyecto de la finca del Prado Ancho hasta que llegara la temporada de la
siega. Con la ayuda de mis hijos y una situación muy precaria, empecé mi
proyecto, que se presentaba duro y penoso.
La finca, lejos de Teresa de Cofrentes, únicamente tenía una cueva entre
dos cintos para podemos refugiar del calor y de las inclemencias del tiempo. Si
la lluvia era un poco fuerte, al poco de estar lloviendo, el agua iba penetrando y
acabábamos mojándonos tanto dentro de la cueva como fuera.
En la misma partida del Prado Ancho, próximo a mi finca, Abel tenía una
finca mucho más grande que la mía. Al ser la finca grande tenía más cosas que
guardar, y antes de la guerra él se había hecho una casica con cocina, cuarto para
dormir, cuadra y pajar. Por ser una casa refugio, en aquellos días era una buena
casa.
Pues bien, al empezar yo el trabajo de mi finca, fui a casa de María, que
era la viuda de Abel a ver si hacía el favor de dejarme la llave de la casa para en
caso de inclemencias del tiempo tener la familia donde cobijarnos.
Con el proyecto y el cobijo a punto, empezamos la base del ribazo junto
al cequión, con la idea de unir el pequeño bancal con el siguiente. Fue dura la
recogida de piedras para hacer el ribazo. Si la piedra era gorda, con la ayuda de
mis hijos, a volteo, la llevábamos al sitio. Otras, entre dos y otras en los brazos.
Así íbamos alternando entre hacer ribazo, rellenar a capazos de tierra el pequeño
bancal y hacer drenaje. El drenaje lo hacíamos con losas que traíamos a cargas
con Palomo. Las losas las traíamos de la zona de los Cuchillos que casi estaba a
dos horas del pueblo. Una hora de Teresa de Cofrentes a los Cuchillos y otra
hora de los Cuchillos al Prado Ancho. Hecha la zanja, el drenaje lo hacíamos de
la siguiente forma: poníamos dos losas horizontales a veinticinco centímetros una
de la otra, y una horizontal sobre las dos verticales, después por encima
echábamos capazos de ripio y encima del ripio tierra.
111
Así íbamos trabajando día tras día cuando no había donde ganar un
jornal. La falta de suficiente alimentación hizo que el trabajo fuera más penoso y
duro. Terminado el ribazo, el tramo de drenaje más largo y los dos bancales
convertidos en uno, empezamos a abril' zanja al pie del ribazo del bancal de
arriba. El drenaje iría de un extremo a otro de la base del ribazo dándole salida al
cequión. Acabado el segundo drenaje empezamos el tercero. Los tres ramales
tenían el inicio en el principal nacimiento que se hallaba en un cornero del bancal
de abajo, al pie de una veta de Cerro del Cabello.
Terminado los tres ramales del drenaje, el bancal quedó enjuto y aquel
año pude sembrar toda la finca de trigo. Fue una bendición aquella cosecha, de
cantidad y buen grano.
A pesar de mi lucha por la vida, la calumnia me perseguía. Un primo
hermano mío, que era guardia civil, decía que el trabajo que yo estaba haciendo
en mi finca, era desenterrar el oro que yo había robado al pueblo cuando fui
alcalde.
Viendo que mis fincas nada más daban para cereales, patatas y
hortalizas, lo que la familia consumíamos, el rendimiento me pareció pobre y
decidí plantar algo que rindiera más. Así que empecé a hacer una plantación de
árboles frutales: melocotoneros, perales, ciruelos y algunos especies más. A los
tres años de la plantación los árboles empezaron a dar su primera cosecha. A
partir de ese año, los árboles no dejaron de producir y se notó, los árboles
empezaron a dar riqueza.
¡Que labor la de poner en marcha la finca del Prado Ancho!
132
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Pelágico haciendo la típica comida campestre en el hogueril, momento después
de haber cocido en el fuego la torta de gazpacho.
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Comida campestre en el Prado Ancho, celebrando la recogida de una buena
cosecha con una de las típica comidas de la zona; "gazpacho manchego ". De
izquierda a derecha: Elíseo, Pelágico, Carmen, Ramón, Celia, Federico,
Carmen Teruel, Marcial, Perechi, Jovita, Armengol, Ma. Carmen, Carina,
Quimet, Rubén, y Sixto, Saboreando la típica comida.
De izquierda a derecha: Sixto Gozálvez, Eliseo Montoya y Marcial Rubio
gozando de la comida campestre.
El VERGEL DEL TÍO JERÓNIMO
Cuando salí de la cárcel, el tío Jerónimo tenía la loma del Camino de
Ayora como un vergel. ¡Como cuidaba aquel hombre aquel trozo de secano!
Años después, los hijos ya se le habían hecho mayores y se marcharon a la
Ribera Valenciana, y al poco de marcharse volvieron al pueblo y se llevaron al
padre con ellos. El hombre vino a mi casa y me dijo que si quería seguir yo
trabajando sus tierras y le dije que sí. Hicimos un trato y un par o tres de años
uno de sus hijos vinieron a cobrar lo que acordamos pero luego se debieron
cansar y ya no vinieron más.
Cuando empecé a plantar mis fincas de árboles, injerté con la clase
marcona los almendros de la finca de Jerónimo, pues esta clase era la mejor,
menos uno que era de almendras de la cascara blanda. Este almendro estaba
precioso y cada año daba una buena cosecha.
Después, mi hijo Pelágico fue a hacer unos cursillos en Extensión Agraria
y asimiló con buena nota la enseñanza que allí le dieron. Y así ejerció como
injertador, podador y entendido en plagas de los árboles. Empezando a practicar
su labor en Teresa de Cofrentes. Después se fue extendiendo a pueblos vecinos y
grandes fincas de la región valenciana y otras regiones de la península.
Los que lo fueron conociendo como trabajaba, quedaban enamoraos de la
labor que hacía pues los árboles no tenían secretos para él. Hasta el extremo que
después iba mi hijo con un ingeniero agrónomo a dar cursillos por algunos
pueblos y los agricultores que asistían a los cursillos preferían que fuera Pelágico
el que les explicara el tratamiento con respecto a los árboles que no el ingeniero.
Decían entender mejor a Pelágico que al ingeniero.
Instruido mi hijo en ese campo de los árboles, supo que los almendros
injertados de melocotoneros daban muy buenos resultados y empezamos a
injertar casi todos los almendros de la finca del tío Jerónimo de melocotoneros
tempranos y también plantamos ciruelos de los que daban ciruelas moradas y a
los tres años de haber hecho ese trabajo, los árboles empezaron a dar fruto y
cada año era admirable la cosecha que recogíamos en el secano del tío Jerónimo
y en todas las fincas mías. Así empezaron mis fincas a dar riqueza.
A Pelágico la vida matrimonial no le fue bien. Este fracaso le empujó a la
bebida y poco a poco se fue hundiendo en este vicio acabando gravemente
enfermo, cosa que le hizo olvidar como padre a su hija y amargó la vejez de mi
mujer y la mía.
¡Es un dolor muy grande ver a mi hijo en esas condiciones!
LA PÓLVORA PARA VOLAR EL CINTO DE LA CUEVA DE LA
FINCA DEL PRADO ANCHO
Pasados algunos años, la finca creó riqueza para disfrutar de casa. Así
que miré un lugar apropiado donde hacerla. El mejor sitio me pareció al final de
la primera cuerda de secano a la cabecera del principal manantial de la finca.
Pero quería que la casa estuviera más elevada que el bancal, por lo menos a un
metro y medio del nivel del bancal, y para hacer la casa en este lugar necesitaba
hacer un ribazo que llegara a la altura del final de la primera terraza y el hueco
rellenarlo de piedras y ripio para dejar bien sentado el suelo de la casa. Para
hacer esta obra, próximo a mi finca ya no encontraba piedras, pues en la
construcción de los ribazos y el drenaje que había hecho anteriormente agoté
toda la piedra de los alrededores. Así que pensé hacer piedra del cinto de la
cueva que tenía la finca, pero para demoler el cinto, necesitaba hacerlo tirando
un barreno y para eso necesitaba pólvora. Así que pensé, iré al Ayuntamiento y
expondré al máximo responsable lo que he pensado hacer, a ver si me ayudan a
solucionar este problema. Así que fui al Ayuntamiento y hablé con la máxima
autoridad:
- Ramiro, -le dije- Mira, me sucede esto: en la finca del Prado Ancho
necesito piedra y no encuentro, y la podría obtener tirando un barreno en un cinto
que tengo en la misma finca. He pensado que yo le podría hacer el agujero al
cinto y tu mandas a un hombre de tu confianza con la pólvora y con un barreno
demolemos el cinto.
- Bien, no hace falta que vaya nadie. Vas al Ayuntamiento y le dices a
Vicente Onrabia que te de la pólvora que necesites y tú mismo te lo haces.
¡Madre mía, poner en mis manos la pólvora que necesitara! He de decir
que yo no se la hubiera dado a él. En los tiempos que corrían era una
responsabilidad muy grave dejar esa materia en manos del adversario. Le hubiera
hecho el favor bajo la vigilancia de una persona de mi confianza, y le hubiera
facilitado cualquier cosa que me hubiera pedido para cualquier mejora personal
que hubiera necesitado, pero la pólvora no la hubiera puesto en sus manos.
¡Madre mía, la pólvora!
Carina, Jovita, Federico, M. Carmen, Perechi, Carmen y Celia poniendo bolsas
a los melocotones en la finca del Prado Ancho.
La finca del Prado Ancho en pleno rendimiento
De Izquierda a Derecha: Albert, Pelágico y J. Xavier.
1T)
Digna y Sixto con sus 5 hijos de izquierda a derecha. Ágata, Carina,
Sixto, Digna, Pelágico Perechi y Armengol.
RECORDANDO EL PASADO EN LA PAZ DE FRANCO
Sembrando el terror.
¡Y que dureza se vivió! ¡Fueron días de vivencias muy crueles! ¡Reinando
el odio y el desprecio hacia las personas perdedoras! ¡Había mucho miedo! ¡Sí
señor, mucho miedo! ¡Oooh, madre mía! Izquierda Republicana y el Partido
Socialista dentro de las cárceles entregaron al Partido Comunista: se sublevaron
contra él. Ellos creían que con esa acción se ganarían la simpatía de Franco y
luego el General también a ellos les enseñó los dientes. ¡Madre mía y qué atracos
a las personas!
Gil Robles censura el levantamiento nacional.
Gil Robles era un hombre de derechas y después de la guerra escribió un
libro y entre otras cosas decía que la guerra civil española había sido una cosa
traidora para la nación. Lo censuró así: "con otras votaciones, -decía- echando
cada individuo una papeleta en las urnas, se demuestra lo que quiere la nación y
eso no hubiera pasado". ¡Que murieron dos millones de españoles! En España no
hacía falta hacer una guerra civil, con otras elecciones, lo mismo que las hubo
antes, se hubiera solucionado el problema. Si aquello no marchaba, lo hubieran
derrotado. Con las elecciones se demuestra el sentir de la nación.
La provocación de la guerra civil
La muerte del Teniente Castillo trajo la guerra civil a España. El teniente
Castillo era un teniente de la guardia de asalto. ¡Muchacho! Matar a ese teniente
y enseguida las izquierdas hicieron una acción y fueron y mataron a Calvo Sotelo
que era el jefe de la derecha española. Este hombre era muy inteligente, todo un
personaje. Y al matar a ese hombre fue cuando ya vino la sublevación. Lo que
hizo el General Franco con la nación fue una cosa inhumana. ¡Sí señor! Se
sublevaron los militares porque tenían las armas, y las armas eran de todo el
pueblo, y los militares las aprovecharon para aplastar a los trabajadores. ¡Eh!
Este pueblo hizo unas elecciones y triunfaron las izquierdas... Si su
legislación no interesa a la mayoría del pueblo, en otras elecciones echan fuera a
ese gobierno porque lo malo nadie lo quiere.
Con la ayuda de Italia y Alemania Franco gana la guerra.
El General Franco buscó a los alemanes y a los italianos para que le
ayudaran a ganar la guerra. Si el dictador no se hubiera apoyado en esas dos
naciones, esto hubiera durado menos que un cirio en un entierro, no hubieran
tenido nada que hacer. Todo aquello fue culpa del mismo gobierno de la
República que no quiso dar las armas a los trabajadores. Como decía el partido
13ñ
Comunista y la U.G.T. si el gobierno de la República hubiera dado las armas al
pueblo trabajador, aquella situación no hubiera durado ni seis días, en menos
tiempo que canta un gallo aquella acción se hubiera sofocado.
La izquierda falsa.
¡Madre mía! Como en el Partido Socialista e Izquierda Republicana se
había filtrado mucha gente de derechas, hacían la oposición para no entregar las
armas a los trabajadores. Esa derecha refugiada en esos partidos traicionó al
pueblo trabajador. Eran partidos populares de izquierdas, pero una izquierda
falsa. Eran partidos que se mantenían en el poder con el apoyo de los
trabajadores, pero cuando llega el momento de dar al pueblo trabajador lo que
les habían prometido, ni les escuchaban ni les hacían caso. Aquellas izquierdas
fueron falsas y traidoras para el pueblo trabajador. Con el apoyo de los
trabajadores se mantuvieron en el poder y cuando llegó el momento de darles a
los trabajadores lo que les habían ofrecido, se les negaron.
En Teresa de Cofrentes se veló por todos sus habitantes sin distinción
de ideologías.
En Teresa de Cofrentes no se persiguió a nadie. Gentes desconocidas
vinieron al pueblo y se quisieron llevar a destacadas personas de derecha. Me
enfrenté a ellos y no permití que se los llevaran.
Uno de ellos era el tío Delfín. Ya iban por la calle del Abrevador cuando
los sorprendí y después de un caluroso enfrentamiento con los milicianos logré
devolverlo a su casa con sus familiares.
A Tadeo se lo llevaron. En aquellos momentos que vinieron a por él, yo
no estaba en el pueblo. Cuando llegué a mi casa me dijo mi mujer:
- ¡Sixto, acaban de llevarse a Tadeo!
- ¡Me cago en la leche! ¿Quién se lo ha llevado?
- No sé quienes eran, han dicho que han venido unos forasteros con un
coche y se lo han llevado.
En aquellos momentos era a última hora de la tarde, cogí mi bicicleta y lo
más deprisa que pude, me fui a Ayora. ¡Madre mía! Qué angustia llevé todo el
camino pensando que le hubieran podido hacer algún daño a aquel hombre. Lo
que yo sufrí por aquella persona no lo he sufrido por nadie de mi familia. Cuando
llegué a Ayora lo tenían encerrado, pero al verlo con vida se me ensanchó el
corazón. ¡Madre mía! El debate que tuve con toda aquella gente para que lo
soltaran. Me venían con engaños. Me decían que me fuera para mi casa que ya lo
soltarían más tarde, y les dije:
¡De aquí no me muevo si no es con ese hombre! En Teresa de Cofrentes
ninguna persona ha hecho tanto daño como para que sea perseguido y mucho
menos encerrado. Finalmente conseguí que lo pusieran en libertad y los dos
juntos en un camión volvimos al pueblo, devolviendo a Tadeo a su casa con su
mujer y sus hijas. ¡Sí señor! Tadeo, un destacado hombre de derechas. Aquel
hombre no estuvo más de cuatro horas privado de su libertad. Espero que ese
hecho lo conversara con su mujer, sus hijas, familiares, amigos y vecinos.
Acciones que duelen.
Años después, cuando a mí ya me habían sacado de la cárcel, trabajaba
yo una finca que tenía Antonio el de la Herrera -juez de Jarafuel- en el término
de Jarafuel, junto al río. Yo criaba allí buenas uvas, melocotones, muchas clases
de frutas más y hortalizas. Un día, me vio por la calle Tadeo y me dijo:
- Sixto, he pasao por tu finca del Prao Ancho y en lo que tienes junto al
río h'entrao y he cogió medio cesto de melocotones y uvas. ¡Ya me dirás lo que
te debo!
¡Vergüenza es lo que no tenía aquel hombre cogiendo nada de lo que yo
produciera! No le cobré nada. Para mí aquello fue un robo. Aquel hombre no
tenía ningún derecho a pisar las tierras que yo trabajaba. Expuse mi vida para
salvar la de él y luego fue uno de los que más mal me hicieron.
Al poco de mi detención, fue mi hermana a pedir ayuda a Tadeo. Aquel
hombre tenía un trozo de huerta en el Puntalico, encima de un bancal que tenía
yo. Pues bien, pasó por allí mi hermana que iba al bancal que ella tenía en
Torcas, y al ver a Tadeo en su huerta fue donde estaba para hablar con él a ver si
podía hacer algo por mí, así que se acercó donde él estaba y le dijo:
- Tadeo, ¿no podrías mirar a ver si pudieras hacer algo por Sixto?
- ¡Todo lo que yo pueda hacer por Sixto es meterlo más hondo de lo
que'stá!
Que digan ellos, o sus familiares, si se les molestó para nada; si alguien
se metió con ninguna de esas personas que por los tiempos que corrían tenían la
vida comprometida ¡eh!
Tenían poder para hacer el bien o el mal; conmigo emplearon el mal.
La culpa es negra y nadie la quiere.
Para la quema de las imágenes hubieron muchos voluntarios de fuera y
algunos de dentro del pueblo. Luego, cuando vinieron los apretones, todos
decían no haber hecho nada. Nadie se responsabilizaba de la quema de las
imágenes. ¡Ninguno había echado nada a la lumbre! ¡Je, je, je, nada!
Justificaciones falsas.
Muchos se justificaban diciendo que habían sido perseguidos por
nosotros, siendo una mentira. En Teresa de Cofrentes no se persiguió a nadie ni
se permitió que nadie de fuera viniera a perseguir a ningún hijo de Teresa de
Cofrentes. Los descendientes de aquellos dirigentes se pueden sentir orgullosos
de sus mayores, pues en aquellos tiempos de tanta crueldad las autoridades de
aquellos días luchamos para que no hubiera víctimas humanas; y lo conseguimos.
Los que quisieron justificarse con calumnias hacia las autoridades que
tuvo Teresa de Cofrentes durante los tres años de la Guerra Civil, debió ser en
busca de méritos propios. Algunos de ellos eran militares; lo debieron hacer para
justificarse delante de sus superiores y que los subieran de categoría y no los
atormentaran, para salvar su piel. Yo creo que fue eso. ¡Sí! Por miedo. Para
salvar sus vidas lo debieron hacer. Eran unos tiempos muy duros y todo el que
alegaba estar en contra del régimen anterior tenía más fácil los accesos y salvar
sus vidas. Las represiones eran grandes y las gentes se inventaban mentiras y
calumnias para justificarse fieles a la dictadura franquista.
Exterminando al adversario.
¡Me cago en la leche! ¡Que estoy envenenado! ¡La de compañeros
eminentes que desaparecieron! ¡Sin haber hecho otro mal que el de tener una
ideología política diferente a la de aquellos que subieron al poder! Soy enemigo
del crimen y lo he demostrado. Se me envenena la sangre cuando pienso en la
pérdida de aquellas bellas personas desaparecidas. Su delito fue haber tenido una
ideología diferente. Hay muchas maneras de arreglar las cosas con dignidad,
como seres humanos, no escabechando a las personas. Para algo está la
inteligencia. Unos la utilizan para el bien otros para el mal. El levantamiento
franquista hizo retroceder a España más de cincuenta años
El jefe de las derechas de Teresa de Cofrentes.
¡Madre mía! Cuánto sentí la muerte del jefe de las derechas del pueblo.
La sentí más que la pudiera sentir su familia. Por haberle podido decir un día,
cuando hubiese habido libertad, las malas entrañas que tuvo conmigo. ¡Me
caguen en la hostiana! ¡Todos los días en la Iglesia, a misa y a confesarse! Y
haber ido a mi casa a ofrecerme los recibos de los dineros que le debía para que
los desgarrara y le salvara la vida. Y después cuando le fui a pagar tener entrañas
para cobrarme rentas y contra rentas, que no le quedó ni un solo cargo que no
aplicara a la deuda. Le debía tres mil pesetas y cuando le fui a pagar subía todo
siete mil. Si a mí no me hubieran metido en la cárcel, ¿cómo iba a estar yo tantos
años debiéndole aquel dinero? ¿Cómo voy a ir yo a la Iglesia y juntarme con
todos esos traidores? ¿A quién perseguí, privé de libertad o segué la vida para
que luego se vengaran de mí y de mi familia de esa manera tan inhumana? ¡Dejar
morir de hambre a una pobre anciana sin el calor de su hijo! Y negar a mis hijos
el subsidio familiar. Y todos los domingos y las fiestas metidos en la Iglesia, y
los curas les dan la razón y los apoyan. Y a los que luchamos por una vida más
justa para todos los humildes nos despreciaron y nos metieron en la cárcel.
¿Cómo entendían esas gentes esa doctrina? ¡Porque si esa doctrina cobija ese
modo de hacer, no es buena!
No cobré con la misma moneda que pagué.
Todos esos hombres que tanto daño me hicieron en esos días de la
posguerra, estuvieron en sus casas cuando yo fui la máxima autoridad del pueblo.
A ver si nadie se metió con ellos ni nadie les dijo nada para que después cuando
se le dio la vuelta a la torta nos trataran como nos trataron. ¡El ejemplo que
dieron, un ejemplo de tener malas entrañas!
Los adversarios que tuve decían ser católicos. No he entendido nunca esa
religión. Aquellos que decían ser católicos, apostólicos romanos, fueron
inhumanos conmigo, me hicieron mucho daño.
Abono dW Subskèo Fain<W
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'«i- J» -
Cuatro hijos entre un mes y nueve años les pagaron 36 meses de subsidio
familiar.
Recordando con dolor.
Me siento asado, con la sangre envenenada, con éste régimen que está
gobernando ilegalmente. Que nos robaron el gobierno, un gobierno ganado en las
urnas, democráticamente. No lo respetaron.
El rey Alfonso XIII no quiso llevar a España a una guerra.
El Rey, el abuelo del Rey que tenemos ahora, fue un hombre con
sentimientos humanos. Viendo que el pueblo no lo quería, se retiró. Fue un gran
ejemplo de demócrata. No quiso luchar por el poder a pesar de que sus
consejeros y militares lo apoyaban. Él no quiso llevar al pueblo a una guerra, no
quiso derramamientos de sangre. Aquel hombre tenía sentimientos humanos. Se
retiró. Fuimos muchos los españoles que admiramos su actitud de no-violencia.
Fue un gran ejemplo de humanidad para todos los españoles que amábamos la
paz.
Quieren dar más libertad y no saben como.
Ahora este gobierno quiere dar la vuelta a la torta y no sabe como. Se
están dando cuenta de que lo tienen todo bastante perdido y quieren dar un poco
de libertad al pueblo, y no saben cómo hacerlo. Quieren hacer ver que están al
lado del pueblo trabajador, pero hoy el trabajador ya no se conforma con que lo
parezca; los trabajadores quieren hechos. Y este gobierno no sabe cómo
solucionarlo.
La opresión no es buena.
Toda la vida, el pueblo trabajador, ha estado oprimido y cuando vemos
una luz, por pequeña que sea, quemados, nos exaltamos exigiendo nuestros
derechos. Y es que estamos muy cocidos, la sangre la tenemos hirviendo de
tantas injusticias sufridas. Llevamos muchos años oprimidos. Tenemos puesta
una mordaza que no deja que nos movamos. Y ahora este gobierno piensa en la
opresión que nos han tenido tantos años y no sabe qué corte dar a todo esto para
que no pase nada.
Una persona convencida es una muralla, una vencida espera la
revancha.
¿Qué pasa en Portugal? Portugal es un pueblo vencido y como todos los
pueblos oprimidos están pidiendo la libertad. Sus gobernantes quieren darle
libertad porque estos pueblos ya hace años que la están pidiendo; exigiendo ser
libres. Y no se atreven a darles la libertad que se les está pidiendo. Estos
gobiernos se encuentran como barral entre dos piedras. Si dan la libertad, mal, y
si no la dan, peor, ¡eh!. Se están viendo negros, no saben cómo arreglarlo.
¡Veremos el corte que le darán a todo esto! Soy enemigo del que quiere vivir a
expensas del sudor del trabajador. Lo he sido, lo soy y lo seré mientras viva.
Soy enemigo del crimen y lo he demostrado. Lo soy por convencimiento, como
me han educado. La escuela y los maestros que yo he tenido, esto es lo que me
han enseñado: hay que convencer, no vencer. El vencido espera la revancha, el
convencido es una muralla. ¡Sí señor! ¡Menudos maestros he tenido yo! ¡Madre
mía!
Dolores que solamente a muerte los borra
Yo tenía un empleo honradamente conseguido por mi laboriosidad, sin
coaccionar a nadie, y me despidieron porque no les voté. Al controlar el
Gobierno de la República gas, agua y electricidad, como fui despedido
injustamente me mandaron a llamar, y estuve trabajando durante los tres años de
la guerra civil. Estuve en mi empleo hasta que me detuvieron y me metieron en
la c'arcel
Llegó el día que pude pagar mis deudas.
En la guerra se dieron muchos casos de gentes que debían dinero y
fueron a pedirles a los dueños los recibos de los dineros que les debían, y si no
se los daban, les sacaban la piel. Y en cambio en mí, fue a la inversa, que me
llevaron los recibos del dinero que les debía a mi propia casa y no se les acepté.
¡Sí señor! ¡Eso lo he hecho yo!
Cuando pude, que no fue tan pronto como a mí me hubiera gustado, le
pagué a la tía María la de Gracia el dinero que me prestó para amamantar a mi
hijo. Y al jefe de las derechas de Teresa de Cofrentes le pagué hasta el último
céntimo de todo lo que le debía.
La obra de la plaza nueva.
Las cuatro casas que hundimos para hacer la Plaza Nueva, unos nos la
vendieron al Ayuntamiento y otros nos la cambiaron por otra. El que la cambió
por otra, no perdió nada, pero el que nos la vendió, cuando terminó la guerra, el
dinero no le sirvió para nada. Y claro está, se quejaron de haber perdido el
dinero. Pero, ¿qué culpa teníamos nosotros? Nosotros pagamos las casas con el
dinero de la República que era el que estaba en circulación en aquellos días; si
luego no les sirvió, ¿qué le vamos a hacer? ¡Paciencia!
El proyecto era hacer una avenida.
El proyecto era tirar toda la hilera de casas que había desde la Plaza
Nueva a la Plaza de los Toros y hacer una avenida de plaza a plaza. Plantar
árboles y poner bancos en la avenida. Hubiera sido una avenida preciosa. Nos
faltó tiempo para hacer todo lo que queríamos que se hiciera. Fue una lástima, la
avenida que hubiera tenido el pueblo. Porque dinero había para hacerla. En esos
momentos gozaba el Ayuntamiento de un depósito en el banco de más de
ochenta mil pesetas, y allí quedaron. Nosotros encontramos las arcas vacías pero
los que vinieron detrás de nosotros, no.
La entrada al pueblo.
¿Que sería del pueblo si no hubiéramos hecho nosotros la entrada al
pueblo, ensanchar las calles y la Plaza Nueva? Si antes ni siquiera podían subir
los carros al centro del pueblo. Y hoy hasta suben a la Plaza Nueva los camiones
de veinte toneladas. Aquella obra fue de mucha importancia para el pueblo.
La presa de la acequia madre.
Si no hubiéramos hecho en aquellos días la presa de la Acequia Madre,
¿qué hubiera sido de esa partida?
La mayoría del pueblo que tienen hoy fincas en esa partida ni siquiera
saben donde está la presa.
Tiempo atrás fui con Manolo, el marido de mi nieta Mari Carmen y no la vimos,
está tapada de ovas, pero el agua sigue saliendo como el primer día que la
terminamos.
Las dos monjas.
En los días de la guerra, dos monjas hijas del pueblo, vinieron huyendo
de aquella persecución. Las dos monjas vinieron a refugiarse aquí y se les
atendió como a cualquier otro hijo del pueblo. Espero que aquellas dos mujeres
por donde hayan ido hayan hablado del trato que recibieron de las autoridades
del pueblo que las vio nacer. Espero que lo hayan hecho.
El cura.
jMadre mía, el cura! También espero que por donde haya ido haya
hablado del trato que le dieron las autoridades del pueblo de Teresa de
Cofrentes. Cuando acabó la guerra, el cura volvió al pueblo y fue a la cárcel a
hacernos una visita, sí, una visita nos hizo. Le pedimos que hiciera algo por
nosotros, y allí en nuestros bigotes nos dijo, después de un rato de
contemplación: "¡Por vosotros no puedo hacer nada!" ¡Sí, allí en nuestros bigotes
nos lo dijo! Aquel tío tenía las entrañas negras, como las de un malvado.
Mis adversarios políticos.
Mis adversarios políticos aquí en el pueblo saben que yo soy su enemigo
político numero uno, pero que yo jamás me volvería contra ellos ni contra nadie a
traición. Yo lucharé con la palabra tratando de convencer de que las masas
trabajadoras me sigan y me apoyen, pero jamás lo haría por mediación del
exterminio. Eso lo saben ellos muy bien.
¡Madre mía!, dejar en mis manos la caja de la pólvora, ¡lo qué puede
hacer un traidor con ese material en sus manos!
Mis enemigos políticos saben que yo soy blanco hoy, mañana y siempre,
toda mi vida. Pero eso hoy no les quita de atenderme cuando necesito algo de
ellos. Cuando tengo alguna necesidad del Ayuntamiento y subo a que me lo
solucionen, me atienden bien. Como esta atención a veces es presenciada por
alguno del pueblo que se encuentra allí en ese momento, después comenta por el
pueblo como me atienden, quejándose de que a mi me atiendan bien y a él no.
Me decía Agustín, que le comentaba uno:
- Si el problema que tengo yo lo tuviera Sixto, verías que pronto lo
tendría resuelto. Pero voy yo allí y ni me atienden ni me hacen caso. Y toda la
vida mis abuelos, mis padres y toda mi familia dándoles el voto para que sean los
manda más.
Eso me lo han contado, no lo han dicho delante de mí. Verdaderamente
me tienen hincha. Me dicen que decía otro:
- Va Sixto al Ayuntamiento y cualquier cosa que les pide, con la boca
abierta esperan que termine de pedir lo que necesita y enseguida lo atienden y le
resuelven lo que pide. Y voy yo y cualquier cosa que les pida me dicen: pues
vuelve mañana o vuelve pasao.
Eso es verdad que pasa así, y yo en ese sentido no tengo queja cuando
voy al Ayuntamiento, me siento bien atendido a pesar de que son unos enemigos
míos y de que me han hecho mucho mal, hoy me atienden bien. Días atrás subí al
Ayuntamiento para que me arreglaran unos papeles del médico para marcharme a
Barcelona a pasar unos días con mis hijos, y estaba allí el secretario escribiendo
en la máquina, y cuando me vio dejó lo que estaba haciendo y me atendió. Hizo
todas las gestiones y le dio curso enseguida, me lo resolvió. ¿Eh?
Luego, aquí en el pueblo cada uno dice la suya:
- Claro, a Sixto lo atienden en seguida porque le tienen miedo. Saben que
si cambia esto, es él el que va a mandar, y por eso lo atienden y lo guardan.
¡En el pueblo todo se sabe y cada uno dice lo que le parece!
Algunas de las obras que hicimos a veces dan que hablar aquí en el
pueblo.
Me dijeron que el otro día había un grupo de personas en el bar de la
Plaza Nueva y hablando de la sequía tan grande que estamos pasando dicen que
les decía un hombre de aquí del pueblo a los que estaban allí pasando el rato:
- ¡Gracias a Sixto que hizo la presa de la Acequia Madre! ¡Si no, no sé lo
que hubiera sido de nosotros todos estos años que han venido tan secos!
Pasa que el agua ha venido a menos. Descubrieron en Ayora un
manantial y después resultó ser el venero que alimentaba a la Acequia Madre, y
después de pleitos y todas esas cosas, nos cortaron agua, viene menos de la que
venía. Ahora, de la poca agua que nos han dejado, no se pierde ni una gota, ni
una gótica.
- Sí, -dicen que decían- gracias a Sixto que hizo la presa nueva. Porque
con estos años tan secos que estamos pasando, si la tuviera que hacer ahora este
gobierno que tenemos, los pobres tendríamos que vender la finca para pagar el
coste de hacer la presa. ¡Hacer una presa de esa índole en estos días, no queráis
saber vosotros lo que nos costaría!
La torre de la iglesia.
La torre del campanario de la iglesia de Teresa de Cofrentes era mucho
más alta. Pero hace ya bastantes años, era en el mes de agosto, hubo una
tormenta, le cayó un rayo y la derrumbó. Y al reconstruirla la hicieron más
pequeña.
El sentir de un dolorido.
Hace unos años vino de Ayora al pueblo un hombre que al parecer en la
guerra le habían matado a su padre o a un hermano, no recuerdo bien a quien
dijeron. Y hablando con uno de aquí del pueblo que estaba enterado de las cosas
que se hicieron aquí y la encerrona que nos hicieron, dice que les decía:
- Sois inhumanos, no tenéis sentimiento común de persona. Un pueblo
como este en el que no encerraron a nadie ni mataron a nadie. A todos los que
gobernaron este pueblo un monumento les teníais que haber hecho, ¡eso es lo que
se merecían, un monumento!
El pavimento de la calle Teruel.
En la calle Teruel el Ayuntamiento era propietario de un trozo de
descampado y cuando pensamos en pavimentar la calle nos reunimos todos los
vecinos para ver como lo hacíamos y cuanto teníamos que pagar cada uno. Al
tocar este tema dice uno de los interesados:
- El Ayuntamiento también tiene que pagar algo.
Y dice la alcaldesa:
- El Ayuntamiento no tiene que pagar nada.
Entonces le dije yo a la alcaldesa encarándome con ella:
-Un momento, el Ayuntamiento tiene que pagar la parte que le
corresponda, porque eso son intereses del municipio y el Ayuntamiento es el
administrador. Lo mismo que el Ayuntamiento ha vendido unos trozos y ha
cogido el dinero, tiene ahora la obligación de contribuir con lo que le toque,
porque el Ayuntamiento también es propietario y es él el que lo administra.
El jefe de extensión agraria apoyó mi postura, diciendo:
- Eso es del Ayuntamiento y el valor que tiene eso es del municipio. Y si
vale equis pesetas, también las tiene que pagar. ¡Sí señor!
El Ayuntamiento decía que no había ayudado a ninguna calle y que a esta
tampoco le ayudaba. Pero es que en la calle Teruel el Ayuntamiento tenía un
terreno de su propiedad, por lo tanto tenía que contribuir lo mismo que los demás
vecinos, cada uno lo que le tocara. Pues al decir que no pagaba le dirigí la
palabra a la alcaldesa y le dije:
- Un momento, el Ayuntamiento tiene que pagar como cualquier otro
vecino, porque también tiene propiedades, tendrá que pagar por todos los metros
lineales que tenga como todos los demás.
Y el jefe de Extensión Agraria que estaba allí dijo:
- Sí, sí, el tío Sixto tiene razón. El Ayuntamiento tiene que pagar como
propietario que es.
Ecos.
Algunas personas que vienen de fuera y se enteran de cómo fueron las
cosas aquí en el pueblo en los días de la guerra civil, dicen:
- Hizo más este Ayuntamiento en tres años que en doscientos todos los
que ha habido.
Mi abuelo Pedro Juan.
Mi abuelo Pedro Juan fue uno de los humillados del pueblo, en los años
que a él le tocó vivir. El poderoso no respetaba al débil para nada. En la huerta
se puede decir que era de ley que el último que riega, el agua queda guiada a su
finca. Claro está que si viene una tormenta y llueve torrencialmente, la fuerza del
agua invade la finca con el peligro de que si la finca es elevada por un ribazo, la
fuerza del agua derrumbe el ribazo. Pues bien, mi abuelo tenía unos vecinos en
un bancal que tenía en el Mátete que eran más poderosos que él, o sea, que si él
tenía un bancal, los otros tenían cincuenta. Y siempre que regaban dejaban el
agua guiada al bancal de mi abuelo. Sabedor mi abuelo de este acto, cuando veía
venir una tormenta iba a ver como estaba la parada, y si veía que el último que
había regado la había dejado el agua guiada a su bancal, él iba y la dejaba guiada
al bancal del último que había regado. Pues el hombre, era tal la obsesión que
tenía con este hecho, que ya anciano que apenas podía moverse, cuando veía
venir una tormenta, le decía a mi madre: "Isabel, dame el paraguas y l'azá, que
me voy al Mátete, que los vecinos ya habrán guiao el agua a mi bancal".
El poderoso al débil no le dejaba levantar cabeza. Al fuerte se le temía
tanto que ni la ley se atrevía a enfrentarse contra él.
Satisfecho de mi paso por la vida.
¡Sí señor! Vigilé muy de cerca que nadie hiciera daño a ningún hijo del
pueblo, y lo conseguí. ¡Esto lo puedo decir con la cabeza bien alta! Para la
satisfacción de mi conciencia y la conciencia de los hombres que creyeron en mí,
me apoyaron y ayudaron! Los descendientes del proletariado de aquellos días
pueden ir con la cabeza bien alta, sentirse orgullosos de aquellas personas, pues
dimos un ejemplo de humanidad como pocos pueblos dieron en aquellos días de
tanta barbarie.
Lajubilación
Las trabajadoras de Ayora contribuyeron para lajubilación y las teresinas
no, todo se lo quedaban para ellas. Pues ahora cuando a llegado el momento de
la jubilación, las ayorinas cobran y las teresinas no. Como no contribuyeron,
ahora no pueden cobrar.
El pozo del cerro del Cabello.
El pozo que hicimos los vecinos del Prado Ancho en el Cerro del Cabello
fue un éxito, por el buen agua que nos daba y lo fresca que se mantenía. Hoy
todavía está, lo que pasa es que hace ya tantos años que no se ha limpiado, que
ahora ya tendrá más tierra que agua.
¡Hasta de Jarafüel iban a llevarse agua para dársela a los enfermos!
El pozo del cerro del Cabello
1Z0
De excursión al Barranco Hondo a visitar la cueva donde estuvimos
ocultos Abel y yo
Interesada mi hija, mi yerno y nietos en visitar la cueva donde nos
ocultamos Abel y yo, nos fuimos un día del mes de agosto cuando ellos vinieron
de vacaciones. Le pedí la llave de la casica a mi sobrina Saturia por haber
heredado ella como hija de mi hermana la finca del Barranco Hondo y nos
fuimos los cinco de excursión a ver la cueva. Subí con más dificultad a la cueva
que la subía en aquellos días que nos ocultábamos en ella, pues los 86 años que
tengo, ya empiezan a pesarme, pero bueno, animoso, aún he subido hasta ella.
¡Que placer siento ahora aquí sentado con una parte de mi familia! Pero no
puedo evitar recordar a los que durante la campaña, se quedaron por el camino.
¿Qué saben estos pobres lo que nosotros pasamos aquí? ¡Ni se les voy a decir!
Tenían tanta ilusión en ver todo esto que no les quiero amargar con mis
recuerdos estos momentos de relajamiento. ¡Que tiempos aquellos! ¡Que no se
vuelvan a repetir!
Foto izquierda: Sixto a los 86 años acompañado de su hija, su yerno y tres de
sus nietos visita la cueva del Barranco Hondo en la que estuvieron ocultos él y
Abel. De izquierda a derecha: Sixto, Perechi, J. Xavier, Carles y Albert.
Foto derecha: panorámica general del Barranco Hondo en la parte superior a
la derecha la cueva. De izquierda a derecha: Caries y José María.
Recordando la muerte de mis padres.
Mi padre murió a los setenta años, un año después de casarme yo de
segundas. Era más viejo que mi madre. Mi madre aún vivió doce o catorce años
más después de morir mi padre.
Mi madre murió a los dos años de estar yo en la cárcel, el padre de
Agustín también murió estando Agustín en la cárcel, sí señor, el tío Roca.
Planificando Sixto su entierro.
He pensado ya tantas cosas con respecto a mi entierro y no le veo la
solución. Yo quiero un entierro por lo civil. Pero con estas gentes, ¿cómo puedo
manifestar mi voluntad? Yo he pensado: "si me dieran permiso las autoridades
me hacía un panteón por la parte de fuera del cementerio, junto al nicho de mi
madre". A la cabecera de donde esta ella pero yo fuera del cementerio. Por que
sé que a los curas no les va a gustar el entierro que yo quiero, no les va aparecer
bien y no van a dejar que me entierren en el cementerio. Porque el cementerio es
Parroquial.
Yo pensaba: "ha ver si viene más libertad y puede manifestar uno su
voluntad". Pero así, cualquiera se atreve a manifestar su sentir.
Pues sí, por ese motivo no tengo resuelto mi entierro. Porque dado a la
forma de vida que este gobierno nos ha encauzado no puede expresar uno su
voluntad. Si hubiera libertad yo me haría en el cementerio un panteón para que
me enterraran por lo civil. ¡Eh! Y haría el testamento, bajo notario. ¡Eh! Sí señor.
Ya tengo yo pensado como lo tengo que hacer. Ya lo tengo pensado, ya. Pero
como la represión a sido tan larga y tan dura, pues no lo tengo hecho. Pero si
hubiera libertad lo haría. ¡Ya lo creo que lo haría! Tengo que probar de hacerlo.
Sí. Pues no tengo yo poco interés en ese asunto. ¡Huuiii! ¡Pero, madre mía!,
¿cómo puede uno demostrar que siente estas u otras cosas? Pues sí señor, te
expones a ser perseguido y a que te devuelvan otra vez a la cárcel. Yo me digo:
ha ver si tengo suerte y un día u otro cambia esto y hay un poco de libertad y
puedo hacer mi voluntad, lo que yo quiero.
Todo el dinero que se recogió en el Ayuntamiento quedó justificado
como lo gastamos.
En el Ayuntamiento quedaron en carpeta por duplicado las justificaciones
de todas las obras que hicimos, como gastamos el dinero que pedimos a los ricos
del pueblo y el que dio el pinar de Don Ramiro. Y toda vía quedaron en el banco
ochenta mil pesetas para seguir haciendo cosas.
Se me sigue envenenando la sangre.
1S2
Anoche estábamos viendo la televisión cuando daban las noticias y salió
Franco, y uno de mis nietos al verlo tan envejecido dijo cariñosamente:
- ¡Que viejecito que está!
Cuando escuché decir esto a mi nieto se me envenenó la sangre. Un
hombre que ha firmado el fusilamiento de tantos inocentes sólo por que no
pensaban como él. Ese hombre ha sido un asesino. Firmar la muerte de Don Juan
Peset. Detener y encerrar a aquella ilustre persona. En la cárcel Modelo de
Valencia lo conocí, allí estaba el hombre con todos nosotros. Que sentimiento
hubo en todos los compañeros cuando supimos que le habían segado la vida.
Acabar con la vida de tan ilustre persona, como con la de otros compañeros.
Claro está que mi nieto no sabe el mal que ha hecho ese hombre.
A los ochenta y siete años Sixto enferma.
Sixto enferma y se encuentra solo en Teresa de Cofrentes, cuidado, con
gran ahínco, por su sobrina Rafaela. Pues la hija que lo cuidaba en el pueblo, le
ha caído el marido gravemente enfermo y se ha tenido que ausentar de Teresa de
Cofrentes.
Los tres hijos que tiene en Barcelona son informados de la situación en
que se encuentra el padre. Los tres se reúnen y deciden ir a por el padre para
llevarlo a Barcelona y allí ser cuidado por ellos. No ignoran la negación que el
padre ha tenido siempre en trasladarse a vivir con ellos a la ciudad.
Ya los hijos en Teresa de Cofrentes, ven la gravedad en que el padre se
encuentra: se niega a ingerir alimentos a pesar de la insistencia de su sobrina
Rafaela. Los hijos le hablan de que se debería trasladar con ellos a Barcelona
para allí ser cuidado por ellos:
Padre, nosotros aquí no te podemos cuidar, has el favor de venirte con
nosotros. Que lo mismo que allí estamos cuidando a la madre, te cuidaremos a ti.
- No, no me quiero ir. Aquí me cuidará la Rafaela hasta que me muera.
- ¿Por qué te ha de cuidar la Rafaela? ¿Es que tú no tienes hijos?
- No me quiero ir a Barcelona, yo ya me voy a morir pronto y quiero que
me entierren aquí en el pueblo.
- ¿Es por eso por lo que no quieres venirte a Barcelona? ¿Por qué quieres que te
entierren aquí en el pueblo? Pues por ese motivo no te tienes que preocuparte,
cuando te mueras te traeremos a enterrar aquí a tu pueblo.
- No, que ya sé yo que no me vais a traer. Porque eso vale mucho dinero.
- ¡Bueno, yo te prometo que si no tenemos dinero para traerte, a pie, en
un saco metido, te traigo aquí al pueblo!
Después de haber escuchado Sixto estas palabras de su hija, se levantó
de la silla que estaba sentado junto al fuego y fue a su dormitorio, cogió un bolso
y metió la tarjeta médica y un montón de folios que tenía de su interés. Salió de
su dormitorio con el bolso en la mano y cuando de nuevo se reunió en la cocina
con sus hijos, les dijo:
- Bueno ¿cuándo nos vamos a ir? Vigilar bien que no nos dejemos nada.
Los hijos se quedaron asombrados, no esperaban una reacción tan rápida
del padre.
A la madrugada del día siguiente cogieron un tren de los que pasan por
Almansa y viajaron a Barcelona. Desde la estación de Francia los hijos llevaron a
Sixto al Hospital Clínico para que los médicos le hicieran un reconocimiento. El
diagnóstico fue: soledad. Aquella misma noche, en casa de su hija, ya cenó como
si nada hubiera pasado.
Sixto, en Barcelona, convivió un mes con cada uno de sus hijos. Un día,
cuando su hija lo vio repuesto, pensando en que su padre no se sintiera obligado
a estar con ellos, le dijo:
- Padre, tú no te sientas obligado ha estar aquí con nosotros. Tú te estas
ahora así como estas, un mes con cada uno de nosotros y cuando llaguen las
vacaciones y nos vayamos al pueblo, si prefieres quedarte allí, pues te quedas.
- No, no, yo quiero estar aquí con vosotros, como estoy ahora.
En Barcelona cuenta Sixto a su hija como quiere que sea su entierro.
Sentado Sixto en el sofá de la sala de estar, en casa de una de sus hijas,
observa a sus nietos en sus habitaciones haciendo deberes y a su hija que, con
una regadera en las manos, pasa por la sala de estar a regar las plantas que tiene
en el balcón. Sixto, al verla pasar, le dice con firmeza:
Anda hija mía, deja de moverte por ahí, y siéntate aquí a mi lado.
- ¿Qué quieres?
- Que me traigas el bolso ese que tengo con mis papeles que te quiero
decir una cosa.
- Bien, ya te lo traigo.
La hija va al dormitorio de su padre, coge el bolso y vuelve junto a él:
- Aquí tienes el bolso.
- Muy bien. Mira, -dice Sixto metiendo la mano en el bolso y sacando
unos folios escritos- esto es como he dispuesto mi entierro: quiero que mi féretro
salga de la casa de la calle San José número ocho, pase por la calle del Medio y
salga a la plaza Nueva. En la plaza Nueva paren y hagan dos minutos de silencio
y desde allí, por la calle Pardo a la calle Valencia, y desde la calle Valencia al
cementerio. Cuatro hombres, pagándoles, que lleven la caja, y mi sobrina
Rafaela llevará una mesica hasta la plaza Nueva para que pongan la caja
mientras se hacen los dos minutos de silencio. A estas cinco personas, les pago
por su trabajo. Yo no tengo mucho dinero pero creo que tendré lo suficiente para
ese menester.
- Bien, como ves, te he escuchado todo lo que me has dicho y he podido
ver la opinión que tienes de tus hijos. Así que tenemos que buscar a cuatro
hombres para que te lleven al cementerio. ¿Es que tú no tienes hijos, ni yernos, ni
nietos? Tú, estás solo en el mundo, sin familia. ¿Nosotros te mandamos para allá
y esas cinco personas que te entierren?
- Es que como os veo con tanto trabajo.
- Ya, no podremos ir a enterrar a nuestro padre. ¡Madre mía! ¿Qué
opinión tienes de tus hijos? Así tus hijos, tus yernos, tus nietos: Manolo,
Montoya, José Javier... ¿No cuentan para ti?
- ¡Madre mía, mis nietos! Montoya, Manolo... Pues claro que cuentan.
Yo creía que vosotros no me queríais.
- ¿Eso creías tú de tus hijos? Pues yo creo que estás equivocado.
¡Siempre te hemos querido! Qué, ¿te sientes mal tratado por tus hijos?
- ¡Nooo, no! Yo estoy muy bien aquí con vosotros. Yo quiero estar
siempre aquí con mi familia. ¡Bueno, pues todo esto ya está solucionado, ya veo
que me queréis! Ahora te quiero decir otra cosa: en la lápida que me pongáis, no
quiero cosas eclesiásticas. Ponéis mi fotografía y en una esquinica, que apenas se
vea, ponéis la hoz y el martillo.
- ¿Y por qué tiene que ser en una esquinita que apenas se vea?
- Pues yo qué sé, porque a lo mejor a vosotros no os gusta y como la
represión ha sido tan grande, pues no las tengo todas conmigo.
- Padre, independientemente de que a tus hijos les pueda gustar o no, tú
tienes que expresar tu voluntad libremente. Ahora los tiempos están cambiando,
ya las cosas no son como eran. Las personas pueden manifestar lo que sienten
sin ser perseguidos. Bueno, pues parece que ya hemos aclarado un montón de
cosas. Lástima que el día en que llegue tu entierro no puedas ver a tu familia, ni
la lápida cuando esté hecha.
Sixto da un profundo suspiro y dice:
- ¡Bueno, pues ya está! ¡Todo lo dejo en tus manos! Lo que tú hagas,
bien echo estará!
A partir de esa tarde, para Sixto, hablar de su entierro es como si habla
de una fiesta, hasta el punto de que un día le dice su hija:
- Hablas de tu entierro como si ese día tuviera que ser una fiesta.
- Pues sí, eso quisiera, que ese día fuera una fiesta.
- ¡Nada, nada... me da la impresión de que ese día tendremos que
repartir caramelos de tan contentos que estaremos todos! ¿No?
- ¡Pues sí que repartiría caramelos! Pero esas cosas valen mucho dinero.
- Bueno, bien, pues ese día repartiremos caramelos.
No pasó un solo día que Sixto, más o menos, no hablara del día de su
entierro. Un día le dice su hija:
1SS
- Padre, ¿a ti te gustaría que el día de tu entierro diéramos unas tarjetas
de condolencia con los nombres de tu mujer, tu hermano, tus hijos tus yernos y
tus nietos?
- ¿Que si me gustaría me preguntas? ¡Pues claro que me gustaría! ¡Pero
eso vale mucho dinero!
- Siempre con el dinero, mira, ¿qué te parece esta lista de tu familia?
Sixto pide los lentes. Después de leído el borrador con los nombres de
sus familiares más próximos, exclama:
-¡Madre mía! ¡Bien, bien! ¡Mis hijos y mis nietos!
Digna Soto Peña
Benjamín Gozàlvez Montoya
Carina Gozàlvez Gozàlvez
Rubén Landete Gómez
Pelágico Gozàlvez Soto
Armengol Gozàlvez Soto
Pilar Escriba Teruel
Ágata Gozàlvez Soto
Domingo Marín Acosta
Perechi Gozàlvez Soto
José Ma Ferran Casademunt
Jovita Landete Gozàlvez
José Montoya Teruel
M. Carmen Landete Gozàlvez
Manolo Fuster Sellens
Pilar Gozàlvez Escriba
Ester Marín Gozàlvez
José Javier Ferrán Gozàlvez
Albert Ferrán Gozàlvez
Caries Ferrán Gozàlvez
Agradecen su testimonio de condolencia en la inhumación de
Sixto Gozàlvez Montoya
A LA MEMORIA DE MI PADRE
Teresinos de derecha, centro, izquierda u otras entidades
que hayan nacido o nazcan
¡No permitáis nunca la tortura de un solo Teresino!
Ni otras violaciones inhumanas. ¡Que no se le dañe a un
solo Teresino! Que esa crueldad se clava en el alma y ni la
muerte la borra; de padres a hijos, de hijos a nietos, ese dolor pasa.
Huertas, secanos, cerros, caminos, y senderos se riegan con
Lágrimas. De esas lágrimas nacen delicadas florecillas. Reguémoslas
con el agua que las nubes nos manda pero nunca las reguemos con lágrimas.
A nuestros muertos oprimidos los llevamos en el alma.
MIS MEMORIAS A NIVEL DE TESTAMENTO
Cuando la vejez va minando mi organismo y veo que el final de mi vida
se acerca, escribo estas líneas para la posteridad. Para mis hijos, para mis nietos,
para mis amigos y muy especialmente para aquellos que amantes de las ideas
avanzadas se sientan camaradas.
Para que vean y comprendan cual ha sido mi comportamiento siempre
fiel a los principios de las ideas marxistas leninistas.
Nací en un bello pueblo de la provincia de Valencia, Teresa de
Cofrentes, en el año 1898. Hijo de padres humildes de escaso poder económico
con un sencillo patrimonio dedicado a la agricultura y ganadería.
Alto, de constitución recia y fuerte, fui en mi juventud campeón de los
distintos deportes que se practicaban por aquella época, no solo en mi pueblo,
sino en los de los alrededores.
Mi padre, de tendencia liberal, sentía ansias de una verdadera justicia
social que por su época estaba muy lejos de practicar.
Heredé aquella ilusión ideológica de tanta fidelidad en mi padre y que
canté con su enorme grandeza hasta llegar al sacrificio económico que por no
claudicar nos puso en estado de franca miseria para mí y los míos.
Por mis condiciones de laboriosidad y simpatía con mis semejantes me
colocaron en una empresa hidroeléctrica de mecánico electricista. Carecía de
preparación para ello pero asimilé rápidamente las lecciones que me dieron y
muy pronto desempeñé mi cometido con la mayor eficacia. Gracias a mi sueldo
podía atender a mi familia, sino con desahogo, con bastante decencia para la
dureza de la época. Se convocaron unas elecciones. Nuestro jefe nos reunió y
nos dijo tajantemente que el que no votara a la derecha seria despedido. Me llenó
de indignación al ver el atropello que querían cometer con nosotros. Y este fue el
momento crucial de mi vida. Voté a la izquierda y fui despedido. Con una triste
situación precaria fuimos vegetando. Mis compañeros de trabajo que se plegaron
a los deseos de la empresa, se quedaron, cobrando buenos sueldos con toda clase
de consideraciones, vivían con desahogo y sus hijos fueron también empleados
en la misma. Nosotros éramos los parias.
Apenas proclamada la República, junto con varios compañeros, se formó
el partido Socialista. Teníamos nuestro Centro y nuestra labor incesante de
proselitismo nos llevó a formar un grupo que aún no siendo numeroso ya ejercía
presión muy acentuada en la política del pueblo.
Vimos que el partido Socialista no podía actuar con una política más
radical hacia el marxismo y decidimos pasarnos a formar el partido Comunista.
Se produjo el levantamiento militar y nuestra triste guerra civil. Se formó el
1S9
Comité Revolucionario y mis compañeros me eligieron presidente del mismo. Se
nos planteaba el dilema de qué deberíamos hacer: la revolución ó esperar a ganar
la guerra. Decidimos lo primero a sabiendas de que si se perdía la guerra nuestra
posición sería muy precaria. No nos equivocamos, la represión fue muy dura.
Volviendo nuevamente a nuestra labor revolucionaria dentro del Comité,
teníamos que acometer sin demora las reformas en el campo: los sistemas de
riegos y la molturación del trigo para harina panificable para los piensos, la
reforma urbana, la entrada al pueblo, que por estar mal trazada desde la
antigüedad, era penosísima, la sanidad en sus variados aspectos, la instrucción
pública, la creación de industrias que permitiera aumentar los puestos de trabajo.
En definitiva, todo lo que era adelanto y mejora para el publico en general, sin
distinción de su credo político.
Siguiendo instrucciones del gobierno, procedimos a la incautación de una
finca de este término municipal, llamada Solana de Campos, de una gran riqueza
forestal. El dueño había desaparecido, sin duda se ocultó por estar comprometido
en el levantamiento. Entonces solicitamos del servicio forestal un corte de pinos
en esta finca. El ingeniero nos visitó y marcó mil pinos para su corte. Con un
aparato que ya tenía la finca y otro más que conseguimos montamos una serrería.
La madera cortada la dedicábamos a fabricar envases para las naranjas de
exportación. Con esto dimos trabajo a los cortadores, arrastrojeadores, carros de
transporte y varios en la serrería.
Después de que todos los trabajadores estaban muy bien remunerados,
teníamos un margen de beneficio muy considerable. Entonces acometimos una
empresa muy importante. Con la ayuda de un técnico en caminos se trazó la
entrada del pueblo con una suavidad muy cómoda para subir al centro del
pueblo. En este proyecto colocamos a muchos trabajadores. Con la ayuda de
vagonetas conseguimos el desmonte de muchos metros cúbicos y rebajar el
terreno en poco tiempo. Ya dentro del pueblo, había unas casas que impedían la
circulación de una parte a otra por ser una calle muy estrecha. Un maestro albañil
tasó su valor, las pagamos a sus propietarios y se derribaron. Hicimos una
magnifica entrada al pueblo. Plantamos unos árboles a la entrada del pueblo que
hoy son magníficos. Se hizo una plantación de plataneras de jardín hasta la calle
Valencia. Lamentablemente, bajo los años de la dictadura franquista, los hicieron
desaparecer, quedando únicamente los de los Cuatro Caminos, que es hoy una
alameda llena de belleza.
Siendo esta zona eminentemente agrícola, había una fuerte cosecha de
cereales. Nos teníamos que desplazar a más de cien kilómetros para la
molturación. Decidimos incautar un pequeño molino harinero que trabajaba
gracias a un pequeño salto de agua. Pusimos una línea eléctrica, un
transformador, dos motores eléctricos -uno de quince caballos y otro de
veinticinco-. De una producción de quinientos kilos cada veinticuatro horas
pasamos a cinco mil kilos en el mismo tiempo. No solo se benefició este pueblo,
sino los de Jarafüel y Jalance. Fue de un gran bienestar y comodidad para todos.
Como nos encontrábamos con una buena situación económica por los
beneficios de las industrias citadas, contratamos todos sus servicios de sanidad
con el médico del pueblo, incluidos los casos de traumatismo, partos y medicina
general, por una cantidad mensual determinada. Durante los tres años que duró la
guerra nadie pagó nada. Beneficio de inmenso valor para todos, especialmente
para los humildes.
Convencidos de que la base fundamental de una sociedad más justa y
más humana está en la formación cultural de sus habitantes, pedimos a la
Delegación Provincial de Primera Enseñanza la creación de cuatro nuevos
colegios. Se concedieron. Parte del mobiliario se trajo de fuera; el resto se
fabricó en ésta dando beneficio a la industria local.
Aislado el pueblo de las comunicaciones más precisas, como era la del
teléfono público, se tramitó su instalación. Los tramites fueron largos y costosos.
Mi tenacidad venció todas las dificultades hasta que lo conseguí, con gran
beneficio para el pueblo.
Entre las distintas partidas de huerta de este término municipal figura, de
una forma preferente, la de la Acequia Madre. Ello por dos razones: que poseía
una gran superficie de riego y por estar cerca del pueblo. Las aguas de esta
acequia se recogían en el río llamado de Zarra, por venir de aquel término
municipal. La presa de esta acequia, desde muy antiguo, estaba hecha de estacas,
césped y barro. Con esta construcción tan precaria, la administración de aguas
de Zarra estaba reparándola continuamente. Era pues una sangría continua para
los propietarios de este pueblo. Decidimos cortar de una vez con esto.
Visitamos la fábrica de cemento de Buñol (Valencia) por ser la más
próxima a esta. No nos podían facilitar este material por estar todo controlado
para las fortificaciones en guerra. Como ya se dejaba sentir la falta alimentaria,
propusimos un trato. Nosotros les entregaríamos patatas y aceite y ellos nos
darían cemento. Aceptada nuestra idea, recogimos el cemento necesario y con la
ayuda de un maestro albañil del pueblo, de reconocida capacidad, construimos
una presa que fue y sigue siendo una maravilla de solidez, terminando con ello el
cáncer económico que traía sus constantes reparaciones.
Debo hacer constar que durante los tristes primeros momentos del
levantamiento, cuando la muerte se desataba por todos los sitios, nuestro
pensamiento fiel a la humanidad respetó a todos. El cura del pueblo salió para su
pueblo natal con la ayuda de nuestro salvoconducto y con alimentos para su
viaje. También se acogió a varias monjas, que fueron atendidas en todo,
especialmente en alimentos. Tanto el cura como las monjas conservaron sus
vidas gracias a nuestros sentimientos. Importantísimo favor que no fue después,
en el momento necesario de la fuerte represión, puesto en evidencia.
Por aquellos días, una noche, estando en casa del presidente del Partido
Socialista, oí a alguien lloriqueando por la calle, salí y me encontré un grupo
armado de milicianos que se llevaba preso a un comerciante del pueblo llamado
Delfín Alberto. Me llené de coraje, discutí con ellos y les dije que mi persona
garantizaba la vida de aquel hombre. Al ver mi postura resuelta a todo, lo
pusieron en libertad. Los mismos milicianos, sin decirme nada, ya se habían
llevado a otro destacado hombre de derechas llamado Tadeo. Éste ya estaba
detenido en el Comité de Ayora. Ya de noche y en bicicleta me fui Ayora.
Directamente fui al Comité. Discutí con ellos y con mucho trabajo conseguí que
lo soltaran y lo llevé a su domicilio en el pueblo. Creo que estos hechos hablan
bien claro de quien soy. En los tristes momentos de la represión estos hombres
fueron de los que más mal me hicieron.
Frente a las calumnias de los enemigos políticos, debo declarar que
cuando los nacionales entraron en el pueblo, yo me encontraba escondido en este
término municipal esperando que pasara el primer furor. Los elementos
triunfantes fueron a mi casa y encontraron a mi esposa y a mis hijos de corta
edad, pero de las reservas alimentarias que suponían que yo tenía, no
encontraron nada. En cambio, en el almacén del Ayuntamiento, había varias
sacas de harina para el pueblo, que celoso de su alimentación, tenía para su
racionamiento.
En la contabilidad de los distintos organismos en que yo tuve
intervención, no pudieron encontrar ningún fraude. No había sido un
aprovechado en nada. Sólo un idealista que pagó muy caro sus ideales. Toda mi
actuación en mi vida pública fue siempre inspirada en los principios que antes he
citado. Aún cuando hablo en los párrafos de este escrito de una forma plural en
la gestión de mando, debo decir que todas las iniciativas partieron de mí y que en
la mayor parte de los casos tuve que ser el que les diera forma concreta con mi
gestión personal y directa. No con ello pretendo minimizar la colaboración de los
compañeros, primero en el Comité y después en el Ayuntamiento. Ello corrobora
la persecución y dura represalia contra mi persona por los triunfadores de la
guerra civil. Fui condenado a muerte por los tribunales militares. Cuando venían
en busca de compañeros para llevarlos a fusilar, todos los condenados a muerte
que formábamos la lista, los que teníamos el mismo nombre sufríamos un
espantoso tormento, que sólo puede apreciarlo el que se ha visto en tan triste
circunstancia, cuando al dar lectura de la misma se recreaban en pronunciar el
nombre y le daban una pausa hasta leer el apellido.
En todos los estamentos de la sociedad hay personas buenas y malas.
Afortunadamente, después de tanto sufrimiento, tuve la suerte de que un señor de
prestigio se interesara por mi caso. Gracias a su acertada intervención, consiguió
mi libertad después de siete años de cárcel en la Prisión de Játiva y la cárcel
Modelo de Valencia. Me obligaron a presentarme a las autoridades todos los
meses. Mi situación económica no podía ser peor. Mis hijos pequeños casi sin
alimento. Empeñado en deudas, tuve que trabajar en el pueblo y fuera de él. Con
jornales bajísimos que casi no podía alimentar a mi familia. A tuerza de una
lucha titánica pude remontar mi economía. Los hijos se hicieron mayores y con
su ayuda la situación mejoró.
Nada ni nadie me ha hecho bajar la cabeza porque tengo la conciencia
tranquila de haber actuado en todo momento inspirándome en unos principios
altamente humanitarios y para el bien de los humildes.
Dejo expreso a modo de testamento político, que si más pronto o más
tarde triunfara el sistema comunista en el mundo, es mi deseo más ferviente que
la entrada a esta población que lleva por el centro hasta la plaza se llame
Avenida del Proletariado y la plaza lleve también el mismo nombre. Se
fundamenta esta idea por la razón que antes expongo: haber sido construida en el
tiempo de la guerra civil y como máximo exponente de mi fervor revolucionario
que se cristalizó en esta obra. Así mismo deseo que en la citada plaza y en el
sitio más visible se pongan los bustos de Marx y Lenin, con una inscripción que
diga: " Proletariado de todos los países, ¡uniros!"
Ahora les digo a mis hijos: "que en el cementerio del pueblo, en la calle
n° 2 y n° 19, tengo de mi propiedad dos nichos, uno para mi y otro para mi
esposa Dolores Soto Peña. Así mismo pido que el día de mi entierro, salga la
comitiva de mi casa, en la calle San José N° 8, entre por la calle del Medio a la
plaza Nueva. En ésta descanse dos minutos y siga por la calle Pardo (hoy calle
del Comandante Gozálvez), calle Valencia y Camino del Cementerio. Deseo que
mi entierro sea por lo civil, sin la intervención de la Iglesia de ninguna clase. Que
en la lápida pongan mi fotografía y junto a ella el emblema del Partido
Comunista.
Esta es a grandes rasgos mi vida. Así como la mariposa quema sus alas
alrededor del fuego, así quemé los mejores años de mi vida. No me pesa,
después de todo aun conservo la vida. Cuantos camaradas la entregaron por su
precioso ideal.
A mis hijos, a mis amigos, a los camaradas y a los lectores en general, les
digo que todo lo que hice fue a conciencia y que si la historia se repitiera, lo
volvería hacer. Que no estoy arrepentido de nada. Mi mayor ilusión es que la
antorcha portadora de la revolución sin armas, no se apague hasta conseguir el
triunfo total y definitivo de nuestro ideal.
A todos os saluda Sixto Gozálvez Montoya y desea que éste, mi humilde
ejemplo, sea un estímulo para aquellos que se sientan con las mismas ideas. Que
no desfallezcan, que piensen que todo esfuerzo es poco para conseguir aquellas
metas llenas de humanitarismo.
Teresa de Cofrentes, once de noviembre de mil novecientos, ochenta y
dos.
Sixto en el Hospital Clínico de Barcelona.
Sixto es ingresado en el Hospital Clínico de Barcelona aquejado de una
infección pulmonar. Después de unos días, se empieza a recuperar. Muy
pausadamente empieza ha ingerir alimentos, hasta llegado un día que se niega a
seguir alimentándose. Después de unos días, una monja enfermera que le cuida
entre otras enfermeras comenta con su hija: "Se está suicidando
psicológicamente, negándose a comer".
Sixto, después de la visita de unos familiares, se niega a seguir
alimentándose por sentirse una carga para sus hijos. Decidiendo de ese modo
poner fin a su existencia. Esta es la tercera vez que lo intenta.
Los tres hijos que tiene en Barcelona se turnan cada día para ir al hospital
a darle la comida. Un día llega al hospital la hija que ese día le tocaba darle la
alimentación, al ir la hija a darle la comida le dice Sixto:
- Yo en esta vida ya he hecho todo lo que tenía que hacer. No quiero
comer más.
- Pero, ¿qué dices? Has el favor de poco a poco ir tomándote está
comida.
- Esa comida se la das a un joven vigoroso, que la necesite más que yo.
- Padre, ese vigoroso que tú dices ya tiene su comida. No necesita ésta,
esta comida es para ti... ¡haz el favor de empezar a comer esto!
- Pues si no se la quieres dar a nadie, tírala por la ventana, que yo no la
necesito.
Un enfermo que en una cama próxima a la de Sixto se está curando de
una úlcera de estómago dice:
- Es que este hombre ha recibido hoy la visita de dos familiares que no
han tenido en consideración el estado en que este hombre se encuentra.
- Padre, por favor, -insistía la hija- cómete esto.
- Lo que yo quiero es que me lleves a mi casica.
- ¿A qué casica quieres ir?
- A la que tengo en el cementerio.
- ¿Pero como has podido cambiar tanto de ayer a hoy? ¿Pues no ves que
si no comes te vas a morir?
- Ya lo sé, treinta días estuvo el tío Celemín sin comer y lo consiguió.
En estos momentos entra en un delirio. Se queja de lo bueno que ha sido
él para todo el mundo y lo malo que han sido todos para él. La hija trata de darle
ánimos. Sixto sigue delirando. Finalmente, despreciando los ánimos que la hija
trata de infundirle le dice:
- ¡¡Veste de aquí, que no te vuelva a ver nunca más!!
La hija, dolorida, mira a su padre, deja pasar unos momentos y cuando lo
ve aparentemente más relajado, dormitando, se marcha muy dolorida buscando
olvidar las duras palabras que su padre le ha dicho. La hija, hundida, dando un
paseo vuelve a su casa.
Al día siguiente, pensando en la noche anterior, la hija vuelve a hacer el
mismo camino hasta llegar al hospital. Al ir a entrar al pasillo que da paso a la
sala de enfermos, sale a su encuentro una monja enfermera y le pregunta:
- ¿Se llama usted Perechi?
-Sí.
- Su padre ha pasado la noche llamándola.
Perechi sigue pasillo adelante hasta llegar al departamento donde se haya
el enfermo. Sixto, al ver a Perechi, sin dejar de mirarla, con voz temblorosa, le
dice:
- Hijica mía, como espero tu visitica.
Poniendo Sixto las manos cóncavas una frente de la otra, dice a su hija:
- Así de chiquitína eras tú cuando a mí me llevaron a la cárcel. Nada más
siento lo que hicieron padecer a mi mujer y a mis hijos. . . y a mí...
- Padre, eso ya no te debe de preocupar, ahora lo que tienes que pensar
es en comer y ponerte bueno.
- Sí, sí, me han amargado la existencia, a mí y a los míos. Mis hijos
hubieran podido tener otra vida.
- Padre, no te preocupes más. A fin de cuentas, todos tus hijos se han
abierto camino y viven de su trabajo.
- Sí, pero si hubiera seguido triunfando lo que yo pensaba en aquellos
días, mis hijas en vez de marcharse a la ciudad a servir, hubieran ido a la escuela
y hoy estarían instruidas y tendrían noción de lo que es el mundo. En aquellos
días, democráticamente, triunfó lo que yo pensaba, pero Franco y los que le
apoyaron fueron unos traidores malos. Se sublevaron porque tenían las armas y
las armas eran de todo el pueblo y ellos las aprovecharon para aplastarlo. Lo que
hicieron los militares al pueblo trabajador fue un robo. Nosotros subimos al
poder democráticamente, echando cada individuo una papeleta en las urnas. Así
fue como triunfó el pueblo trabajador. Si a mí no me hubieran metido en la cárcel
y hubiera continuado la República, mis hijos hubieran podido ir a la escuela,
podrían haber sido maestros, secretarios y mis hijas enfermeras o lo que les
hubiera gustado ser. Aquella dictadura me amargó la existencia a mí y a mi
familia... Pero se les perdono todo el mal que me han hecho..., a cambio de la
paz del mundo... que no haya más guerras en el mundo entero.
A partir de ese día fueron más los momentos lúcidos que los delirantes,
en estos últimos, lo que más pedía, era:
- ¡Congelarme el corazón y llevarme a mi casica!
Salvo estos momentos, hasta el día final, estuvo lúcido.
Murió como vivió, proyectando mejoras para su pueblo. En sus últimos
momentos, lo que sigue fue lo que más veces repitió:
- Mira, - decía a su hija- diles a las autoridades del pueblo que en la
mente donde esperan los ancianos a que el médico abra la consulta, que pongan
un techo de lo que sea para que cuando llueva la gente que está allí esperando,
no se moje y cuando aprieta el sol no se estén allí torrando. Aquello está en
malas condiciones para esperar que abran la consulta.
Yo era un empleado de la hidroeléctrica Española y por mi manera de
pensar me despidieron. Aquello fiie un atraco a mí y a mi familia. Yo tenía un
empleo ganado honradamente, me lo gané por mi interés en el trabajo, sin ningún
sentido de maldad hacia nadie, y al venir aquella tirantez y aquella humillación,
me amargaron la existencia. Me entroncaron la vida, a mí y a mi familia. Nada
más siento lo que hicieron sufrir a mi mujer y a mis hijos,... ¡y a mí!... Pero se les
perdono todo a cambio de la paz del mundo, ¡qué no haya más guerras en
ninguna parte del mundo!
:••• S I X T O ; ;-•
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E8TRMJ* ttVPÜSLB;;fMXk Pim ÜUÉVA
t 20 - f - 1Í68 - I LOS 88 AÑOS
S©#RE TE HENOS QUERIDO
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Sixto muere en Barcelona el 20-3-1986 sus restos mortales fueron
trasladados al cementerio Parroquial de Teresa de Cofrentes.
índice
Mi niñez
El batán situado en la partida de los batanes
Me volví a casar
Intentando cambiar la vieja máquina del batán
Me afilié en la casa del pueblo de ayora
Tratando de convencer al pueblo trabajador
La finca del Prado Ancho
Un pozo en el Cerro del Cabello
El reparto de utilidades
El apedreo
La traída de las aguas potables al pueblo
La fábrica de la luz
Vuelvo a ser readmitido en la hidroeléctrica española
La proclamación de la República
Los primeros socialistas de Teresa de Cofrentes
El primer mitin democrático que se dio en Teresa de Cofrentes
Después del primer mitin
La junta me nombra presidente del comité revolucionario
Una de las fincas conseguida bajo la ley de la reforma agraria
La derecha atemorizada
La destrucción
El cura de Teresa de Cofrentes
Dos monjas hijas del pueblo
El pueblo necesita mejoras urgentes
La nueva entrada al pueblo
El gobernador civil de Castellón de la Plana
El médico
La finca de Don Ramiro
La trilladora
La serrería
La queja
Una orden de abastos
Los tres transformadores
El servicio militar
El delegado de la cooperativa de abastecimiento
Una plaza en el centro del pueblo
La vieja presa de la acequia madre se la lleva una avenida del río
Reuní a la junta para proponer hacer una nueva presa en la acequia madre
10
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74
76
78
80
Viajo a Valencia a exponer al partido el estado en que la avenida del río ha
dejado la presa
81
La fábrica de cemento de Buñol
83
Intentando comprar el terreno para construir la nueva presa
85
Se construye la nueva presa de la acequia madre
87
El viejo molino de Don Víctor Carrión se reforma y se monta una fábrica de
harina
88
El sindicato del teclado y vestido
90
Cuatro novedades que revolucionan al pueblo
92
La instalación del teléfono
93
La huida
96
El pasaporte
97
En busca de un refugio
99
Un anochecer nos vinimos para el pueblo
101
El pueblo en contra de los perdedores
102
La gran recogida
103
En el ayuntamiento
105
En la cárcel de Ayora
106
El cabo que estaba al frente del recogimiento
108
La venganza
109
En el penal de Játiva
111
El cura de Teresa de Cofrentes nos visita a los encarcelados del pueblo
113
La muerte de Abel
114
La muerte de Don Juan Peset
116
La muerte de Taberner y su hermana
117
El cura de la cárcel de Játiva
118
¿cómo sanear la finca del Prado Ancho?
120
Veraneando Gonzalito en Benidorm
122
Don Pedro Pérez me visita en el penal de Játiva
123
La libertad
125
Don Pedro me acoge en su domicilio
127
Los maquis
129
Saneamiento de la finca del prado ancho
131
¡Es un dolor muy grande ver a mi hijo en esas condiciones!
135
La pólvora para volar el cinto de la cueva de la finca del Prado Ancho
136
Recordando el pasado en la paz de Franco
139
A la memoria de mi padre
157
Mis memorias a nivel de testamento
158
1O
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