TEORÍA Y PRÁCTICA DEL BUEN GOBIERNO CORPORATIVO ALDO OLCESE SANTONJA TEORÍA Y PRÁCTICA DEL BUEN GOBIERNO CORPORATIVO PRÓLOGO DE ANTONIO M. BORGES MADRID MARCIAL PONS, EDICIONES JURÍDICAS Y SOCIALES, S. A. 2005 BARCELONA Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. El autor ha solicitado las autorizaciones oportunas para la reproducción en el Anexo Documental de esta obra de los diferentes textos que en el mismo figuran. No obstante lo anterior, en el caso de que los autores de las mismas entendieran que, como consecuencia de su inclusión en el mencionado Anexo Documental, se hubiera generado alguna expectativa de derecho, se puede poner en contacto con nosotros. © Aldo Olcese Santonja © MARCIAL PONS EDICIONES JURÍDICAS Y SOCIALES, S. A. San Sotero, 6. 28037 MADRID % 91 304 33 03 Diseño de la colección: n estudio gráfico ISBN: 84-9768-232-7 Depósito legal: M-21769-2005 Fotocomposición: Cromotex Impresión: Elecé, Industria Gráfica, S. L. Madrid, 2005 A mis hijos Borja y Aldo, futuros economistas, quizás hombres de empresa. Prólogo El Gobierno Corporativo se ha convertido en uno de los temas más seriamente debatidos de nuestro tiempo. A pesar de que el punto de partida de este alto interés en los temas de Gobierno Corporativo fue la aparición de escándalos mayores en Estados Unidos, sin embargo el debate hoy se centra mucho más en la importancia del Gobierno Corporativo dentro del marco de la Economía de Mercado, tanto para impulsar unos mejores resultados económicos como para proteger los derechos de los inversores. Hoy día existe una mayor consciencia por parte de los inversores, reguladores y directivos de empresas sobre la aportación que la práctica del Buen Gobierno Corporativo puede suponer en términos de una mayor eficiencia en la colocación de capitales y a un más alto nivel de confianza en los Mercados Financieros. Las recomendaciones sobre Buen Gobierno Corporativo tienen que estar basadas en estudios y análisis en profundidad. No hay soluciones simples ni tampoco un modelo único que se adapte a todos los casos. Por el contrario, el Buen Gobierno Corporativo requiere un delicado equilibrio entre objetivos conflictivos y las tradiciones y prácticas establecidas, de las que no se puede prescindir cuando se ofrecen al mercado nuevas soluciones. En consecuencia, cualquier punto de partida para el debate de nuevas propuestas debe estar apoyado en sólidos cimientos de aná lisis y estudios empíricos. Este libro es una gran contribución a estos cimientos. Pasa revista a los principales objetivos del Gobierno Corporativo, destacando y focalizando los conflictos de interés que son tan dominantes en muchas empresas. Asimismo exp lica detalladamente hasta qué punto los modelos de Gobierno Corporativo difieren de un país a otro. Hay una gran variedad de modelos de Gobierno Corporativo y de tradiciones en el mundo desarrollado, que están estrechamente vinculadas a la forma y manera en las que las empresas están controladas, por un lado, y el marco regulatorio de cada país, por otro. La conclusión a la que se puede llegar como consecuencia de la diversidad de modelos es que las recomendaciones aplicables a un modelo no resuelven necesariamente los problemas en otro. Esta deseada convergencia —muy necesaria para promover la integración de los Mercados Financieros— tiene que tener en cuenta los diferentes puntos de partida, que a su vez están en función de la propiedad de las empresas y de la intervención regulatoria. Cualquiera que aspire a una inmediata armonización del Gobierno Corporativo, sus reglas y prácticas, tendría que desarrollar una perspectiva realista después de estudiar las diferencias entre los actuales modelos y sus orígenes. Los principios que están siendo sugeridos por la Comunidad Europea y la OCDE, que se detallan en este libro, tendrían que aplicarse con una significativa adaptación a cada país y a cada Mercado. Gran parte del futuro progreso del Buen Gobierno Corporativo dependerá de cómo esta adaptación se implemente. El libro detalla minuciosamente la situación del Gobierno Corporativo en España, pasando revista a las últimas contribuciones y afirmaciones institucionales. Incluye una importante sección sobre el Sector de inversión colectiva y, en particular, sobre el universo de las Cajas de Ahorros, que tan importante papel juega en la Economía española. Analiza también las empresas familiares, que tan importantes son en Europa. Su superior comportamiento debe ser vinculado al modelo de Gobierno Corporativo que aplica, a veces descrito como «propiedad activa». ¿Sobrevivirá este modelo a la nueva Economía y a la necesidad de gestionar el riesgo a un nivel muy diferente del pasado? Finalmente, el libro dedica un importante capítulo al Sector Público. A pesar de que los debates sobre el Gobierno Corporativo casi siempre tienen en mente compañías cotizadas, no cabe la menor duda de que muchos de los principales temas que el Buen Gobierno Corporativo debe de afrontar —contabilidad, transparencia, buena fe, ética, equidad, etc.— están igualmente presentes en el Sector Público y, sobre todo, en las empresas propiedad del Gobierno o controladas por él. Existe una idea implícita de que, precisamente porque el Gobierno debería actuar teniendo en cuenta el interés colectivo de todos los ciudadanos, las organizaciones controladas por él deberían de estar libres de los problemas del Gobierno Corporativo. La realidad, sin embargo, es desgraciadamente muy diferente de este utópico escenario. Los problemas en el Sector Público y los conflictos de interés —económicos, pero sobre todo políticos— son tan comunes en las organizaciones controladas por el Gobierno que un estudio que afronte su solución es tan fundamental como en el propio sector empresarial privado. Para un estudioso del Gobierno Corporativo, este libro ofrece una enorme riqueza de análisis, información y documentación. Puede que no genere unanimidad de opiniones o puntos de vista, pero ciertamente contribuye, y muy positivamente, al debate, cada día más importante en nuestras sociedades. Antonio M. Borges Chairman, European Corporate Governance Institute Aldo Olcese Santonja Aldo Olcese Santonja, cuarenta y ocho años, es una de las pocas personalidades del panorama económico y empresarial español que aúna la triple condición de protagonista del gobierno empresarial por su pertenencia a numerosos consejos de administración, conocedor de los mercados de capitales y académico e intelectual en materia de gobierno corporativo y transparencia informativa. Su experiencia práctica y sus conocimientos teóricos en los temas desarrollados en este libro, le hacen acreedor de una sólida reputación como experto que otorga a la obra un alto rigor científico aplicado a una realidad concreta y muy conocida y vivida por el autor. Economista, académico numerario de la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras y profesor invitado de Economía Aplicada de la Universidad de Navarra, en la actualidad preside la Fundación de Estudios Financieros y el Instituto Español de Analistas Financieros desde los que ha desarrollado una amplia labor de investigación aplicada en el ámbito del gobierno corporativo. Miembro del European Corporate Governance Institute. Pertenece a los Consejos de Ericsson España, Telepizza, Leche Pascual, AC Hoteles, Bain & Company, Deutsche Telekom, Prointec y Marco Polo Investments SCR, y preside los Consejos Asesores en España del banco francés Société Générale y de TSystems, empresa líder europea de Sistemas de Informació n, filial de Deutsche Telekom. También es presidente y principal accionista de Fincorp Mediación (Merchant Bankers). Anteriormente fue director de Instituciones del Banco Urquijo, presidente de Iberbolsa SGIIC, consejero delegado de Iberagentes Sociedad de Valores y Bolsa, consejero y director general del Grupo Leche Pascual y presidente de Sigma Fund Sicav. Agradecimientos Una obra de esta naturaleza y amplitud ha requerido del trabajo de un equipo conjuntado y experto del que han formado parte profesionales y amigos que la han hecho posible y a los que debo y quiero rendir homenaje en estas líneas. En primer lugar, a Mariano Carbajales, doctor en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid y asesor de la Fundación de Estudios Financieros en materia de Gobierno Corporativo y Transparencia. Él ha realizado una muy laboriosa y fecunda labor recabando y analizando la mayor parte de los textos que acompañan a este trabajo de investigación, en la redacción de los capítulos de la obra y aportando buen criterio y experiencia académica en la ordenación y presentación de los temas desarrollados. Sin él esta obra no hubiera sido posible. En segundo lugar, a Silvia Gómez Ansón, doctora en Economía y profesora titular de Economía Financiera por la Universidad de Oviedo. Su experiencia como ponente de los resultados del Observatorio de Gobierno Corporativo, y Transparencia de las Sociedades Cotizadas del IBEX 35 Español y su extensa labor de investigación en materia de Buen Gobierno Corporativo me han permitido contar con su inestimable colaboración a la hora de revisar la redacción final del texto definitivo aportando correcciones y sugerencias útiles y convenientes. Por último, a Carlos Gascó y Rafael Sarandeses, director general de la Fundación de Estudios Financieros y secretario general del Instituto Español de Analistas Financieros, respectivamente, que a lo largo de los dieciocho meses de elaboración del libro revisaron y ordenaron algunos de los textos y documentos que estuvimos manejando para dotarlos del estilo y rigor necesarios. Cómo no, tengo que agradecer a mi editor, Juan José Pons, de la editorial Marcial Pons, la confianza depositada en mí como autor novel que ha permitido que este libro vea la luz. También vaya mi reconocimiento a Antonio Borges, presidente del European Corporate Governance Institute y ex decano del INSEAD de Fontaineableau por haber aceptado prologar el libro. Su fama de gran experto mundial en gobierno empresarial dignifica, sin duda, el contenido de esta obra. Introducción «Los libros son, de entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la ambición les impiden decirme lo que debo hacer» (Alfonso II de Aragón, 1157-1196. Rey de Aragón) Mucho se ha dicho y escrito sobre el buen gobierno corporativo. Por este motivo, en el momento de plantearnos realizar este trabajo nos asaltaron muchas dudas sobre cuál podía ser su valor añadido. Pero al mismo tiempo nos movía el convencimiento de que tanta dialéctica conllevaba el riesgo, no menor por cierto, que existe siempre que se abusa de un concepto: la pérdida de su sentido original y, al mismo tiempo, la humana tendencia de que, una vez que le damos nombres a las cosas, creemos que ya hemos agotado su significado y que las dominamos. Por ello, el objetivo que nos hemos propuesto con este libro, más que ser originales, es mover a la reflexión sobre los conceptos fundamentales de empresa y gobierno corporativo, facilitar un compendio ordenado de materiales relacionados con este último y, como consecuencia de todo esto, formar una perspectiva omnicomprensiva y poder ver las actuales tendencias en materia de buen gobierno empresarial. En este sentido, desde ahora deseamos dejar claramente expresada al lector que la primera reflexión que nos surge de este trabajo es que en España, donde el proceso de Buen Gobierno avanza razonablemente bien, estamos tratando de aplicar un concepto de gobierno corporativo tal cual ha sido desarrollado y definido en el mundo anglosajón, donde tuvo su origen, con una cultura y una estructura social y económica muy distinta de la nuestra y, en general, de la de los países que integran el continente europeo. En definitiva, una estructura de capital concentrada en pocos y grandes grupos de control de carácter fundamentalmente financiero, que en términos generales se comportan de modo poco anglosajón en el ejercicio del poder económico. Esto causa no pocos problemas en el momento de tener que aplicar el concepto de buen gobierno corporativo a nuestras empresas. Ante tal dificultad caben, al menos, dos alternativas: la primera es adaptarlo a nuestra realidad social y económica. La segunda, propiciar cambios en la estructura del capital del gobierno empresarial español, en la medida en que creamos que este cambio sea beneficioso para la sociedad. Esto último, como es natural, es lo más difícil y lleva mucho más tiempo. Las costumbres no se pueden cambiar de un día para otro; ni tampoco es evidente que la concentración de capital en España no haya tenido efectos positivos en el desarrollo económico español. Lo que nos lleva a decantarnos, al menos por ahora, por la primera alternativa como solución más asequible y más viable. El concepto de buen gobierno corporativo que hemos incorporado a nuestra legislación es anglosajón y viene de una cultura empresarial y una estructura social y económica muy distinta a la nuestra, caracterizada por un fuerte sentido de la libertad personal, la protección a ultranza del derecho de propiedad, un fuerte control sobre todos los mecanismos de poder y, en lo que a nuestro tema respecta, una gran dispersión accionarial en la propiedad de las empresas, eje de todo el sistema. Llegados a este punto cabría preguntarse, como lo hacemos a lo largo de nuestro trabajo, si un sistema puede ser mejor que otro. Concretamente, si el sistema o modelo de mercado de capitales anglosajón es superior o más avanzado que el existente, en general, en el continente europeo, más influenciado por los conceptos de equidad y solidaridad, con un derecho de propiedad más débilmente protegido y una propiedad accionarial más concentrada. Nuestra respuesta a dicho interrogante es negativa. En nuestra opinión, se trata de constatar una realidad fruto de la historia y la tradición y que debe tenerse muy en cuenta a la hora de diseñar sus instituciones. Esto último comprende y concierne a las empresas y a su buen gobierno. Dicho esto, y para no incurrir en ejercicios intelectuales estériles, desde este momento también deseamos dejar clara nuestra posición a favor de una estructura social y económica donde los núcleos de poder y los centros en los que se toman las grandes decisiones que afectan a la sociedad se encuentran más dispersos y más controlados y ejercen su función de una manera más transparente y democrática. Uno de los medios más efectivos para ello es una mayor y mejor defensa del derecho de propiedad, entendiendo éste en su sentido más amplio, y una estructura social y económica más democrática y participativa. Ello contribuirá en gran modo a una economía más competitiva que redundará en beneficio de toda la sociedad. En esta tarea, huelga decirlo, tienen mucho que hacer los poderes públicos. Pero más aun tiene que hacer el sector privado y, especialmente, el sector empresarial, motor de la economía y el bienestar social. Conviene que este sector tome mayor conciencia de sus responsabilidades para con toda la sociedad con la convicción de que ello redunda en su propio beneficio. Las empresas no pueden desarrollarse ajenas a su entorno social. En este sentido, creemos que el sector empresarial debe hacer un ejercicio de autocrítica sobre cuál ha sido hasta ahora su compromiso social, su transparencia, su competitividad y su aportación a la sociedad. No nos cabe duda de que, como fruto de dicho ejercicio, muchas empresas obtendrán un balance positivo, pero también somos conscientes de que muchas otras tienen todavía mucho por hacer. Incluso las mejor posicionadas pueden progresar más aun en el ámbito de la responsabilidad y el buen gobierno corporativo. En pocas palabras, y para no desviarnos del tema central de este libro, estamos convencidos firmemente de que el buen gobierno corporativo legitima el sistema capitalista liberal en el que creemos y que el principio de autorregulación debe ser el eje sobre el cual gire el gobierno empresarial. Y deseamos enfatizar esta afirmación, puesto que actualmente observamos una tendencia, preocupante a nuestro modo de ver, hacia una mayor regulación pública sobre las empresas, localizando en éstas la causa de muchos problemas que aquejan a la sociedad y atribuyéndoles gran parte de la responsabilidad social que, en muchos casos, corresponde a los mismos poderes públicos desarrollar y asumir. Esta tendencia puede observarse claramente a partir de los escándalos corporativos acaecidos en Estados Unidos (Enron, World.Com, Tyco, Global Crossing, Adelphia y otros), pero no sólo en este último país, sino también en varias empresas del continente europeo (Vivendi, EuroDisney, Parmalat y otros). Creer que la autorregulación es la principal causa de estos escándalos sería una excesiva simplificación y, además, en muchos casos, un error. Se precisa analizar a fondo cada uno de estos casos, desde sus orígenes, y no sólo en algunos de sus aspectos más visibles y que se han hecho públicos (por ej., el fraude contable), para realizar un diagnóstico adecuado. Lo contrario podría tener consecuencias muy negativas para el sistema económico en su conjunto. Concretamente, contra el sistema de libre mercado, que ha demostrado ser muy beneficioso para la sociedad y que no está, como cualquier otro sistema, exento de fallos que deben procurar evitarse, pero que, y esto también es importante dejarlo claramente expresado, es imposible erradicar en su totalidad. Pretender lo contrario puede tener graves consecuencias, algunas de las cuales ya han quedado suficientemente patentes en la historia económica de muchos países. No obstante, nos parece evidente que no podrá legitimarse un modelo autorregulatorio en el gobierno de las empresas sin un ejercicio de autocontrol y autocrítica indivisiblemente ligados a él y sin los cuales no podrá afianzarse, como queremos todos los que creemos en la libertad económica, un gobierno independiente de las empresas exento de intervencionismo público. Por este motivo, entre otros, nos hemos decidido a escribir este libro, que aspira a ser un compendio e instrumento de trabajo y reflexión tanto para los empresarios, como para los estudiosos y especialistas dedicados al buen gobierno de las empresas. Somos conscientes de que muchos de los conceptos e ideas expresados en este trabajo no estarán exentos de críticas, pero ello, lejos de intimidarnos, nos anima aun más a su publicación, pues ése es precisamente uno de sus principales objetivos: suscitar la crítica y la reflexión sobre una materia y un concepto que no por muy evocado es siempre bien comprendido, particularmente en España. Hemos estructurado el libro en cinco partes bien diferenciadas e independientes. En la primera parte hemos desarrollado del modo más extenso posible el concepto de gobierno corporativo. Creemos que ponerse de acuerdo sobre el concepto es la primera tarea que toda discusión lógica y honesta debe hacer para poder acercar las distintas posiciones existentes y llegar a conclusiones válidas y constructivas. En esta parte terminamos por definir qué entendemos en este trabajo por buen gobierno corporativo. En la segunda parte hemos intentado observar el gobierno corporativo desde una perspectiva comparada, centrándonos en los países que, en nuestra opinión, han desarrollado más este concepto, que lo han aplicado a sus legislaciones y que más influencia han tenido, tienen o pueden tener en la normativa española. La perspectiva comparada también es una tarea fundamental, pues, como hemos dicho, el concepto y la práctica del gobierno corporativo no han calado del todo aún en la realidad social, política, cultural y económica española. Y más aun, quizá tengan que ser complementados y mejorados a lo largo del tiempo. La tercera parte se centra en España. Teniendo en cuenta la experiencia internacional y los cambios producidos en el sistema económico español desde su ingreso en la Unión Europea, las prácticas de buen gobierno corporativo han impregnado la realidad empresarial española, han llegado también a nuestro país y, como fruto de ello, se han plasmado, primero, en recomendaciones y principios y, últimamente, también en algunas normas y regulaciones de obligado cumplimiento como es la Ley de Transparencia Informativa para las sociedades cotizadas, la Orden Ministerial del Ministerio de Economía y la circular que sobre la materia ha desarrollado la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). Se vislumbra que estas normas también tendrán influencia y serán el detonante de otras futuras. Esta consideración ha reforzado nuestra convicción sobre la necesidad de publicar un trabajo como el presente que defiende específicamente la autorregulación en esta materia. La cuarta parte, que está estrechamente ligada a la anterior, intenta identificar qué normas y prácticas de buen gobierno corporativo pueden ser aplicables al sector público. Concretamente, a las empresas públicas y, en menor medida, a los entes reguladores. La inclusión de esta parte era necesaria atendiendo a la historia económica y a la tradición empresarial española, que ha convivido con un sector público fuerte y con gran influencia en el mundo de los negocios. Estas prácticas, lejos de haber quedado en el pasado, siguen siendo aún hoy una característica del sistema económico y empresarial español como ha quedado demostrado recientemente con algunos acontecimientos producidos en las cúpulas directivas de las más grandes empresas españolas. Por último, hemos dedicado una parte a recoger nuestras ideas esbozadas a lo largo de todo el trabajo a modo de reflexiones o conclusiones. El apéndice de casos prácticos y el anexo documental que se adjuntan pueden constituir instrumentos útiles tanto para el trabajo ordinario de quienes están implicados en el gobierno de las empresas, como para los que se encuentran abocados al estudio del gobierno corporativo y para aquellos que, aun sin estarlo, quieran reflexionar más sobre el tema y observar cómo se han plasmado, en la realidad, los conceptos e ideas desarrollados a lo largo del libro. Primera Parte El concepto de Gobierno Corporativo I. La «Novedad» del gobierno corporativo «El verdadero ejercicio intelectual no consiste en seguir modas, sino en encararse con las dificultades de la propia época» (Francisco Ayala, 1906. Escritor español) Durante casi cuatrocientos años, en el ámbito del derecho de sociedades se ha venido debatiendo acerca de cuál podría ser la mejor forma de gobierno para las compañías, especialmente en lo referente a los problemas que se derivan de la división entre los intereses de los propietarios y los de los administradores de las grandes compañías (problemas de agencia). En los comienzos parece existir una estructura de supervisión o lo que hoy llamaríamos sistema dual de gobierno corporativo (modelo alemán), donde un conjunto de personas, normalmente sus propietarios o accionistas, supervisan y controlan a quienes están encargados de la dirección de la compañía (directivos). Sin embargo, no es así. Desde el siglo xvii, con el nacimiento de las primeras fusiones entre compañías inglesas del este de la India y sus competidoras holandesas (Dutch Verenigde Oostindische Coompagnie-V.O.C.), comienza la organización formal de lo que hoy conocemos como el Consejo de Administración de las Sociedades Anónimas. En esa fusión, el «Consejo» se organizaba con 24 miembros elegidos por los mismos propietarios o accionistas y sujeto a su control (Court of propietors). Es decir, tenía una estructura interna comparable a lo que hoy describiríamos como modelo único o monista (un solo Consejo compuesto por 17 consejeros, elegidos por los gobernadores de seis cámaras1). Este «Consejo» tenía poderes de administración universales y actuaba prácticamente libre de toda supervisión o interferencia de los accionistas minoritarios. Así, en un principio, el Consejo desarrollaba la estrategia del negocio, las rutas (de navegación) y emitía resoluciones vinculantes para las cámaras. Con el paso del tiempo, las compañías fueron agrandándose por el aumento del comercio y el volumen de los negocios, lo que no podía dejar de repercutir en su estructura interna. Como consecuencia de este desarrollo se crea un comité ejecutivo del Consejo (The Hague Committee) que colaboraba con los consejeros, específicamente en las cuestiones contables. Por entonces, el problema central del gobierno corporativo radicaba en la definición de los deberes de los consejeros y en la alineación de sus decisiones con el interés de sus accionistas. El mayor cambio producido en la estructura interna de las compañías se produce con la introducción, en 1623, de un comité de nueve miembros que podría ser interpretado como el inicio del moderno Consejo de Supervisión de algunas Sociedades Anónimas (estructura dual del modelo alemán). Las funciones de este comité eran las de asesorar a los consejeros y aprobar el informe anual de la compañía. Dentro de sus facultades se encontraban las de asistir a las reuniones del Consejo y las de revisar los documentos y los criterios que guiaban a los administradores para realizar los negocios en beneficio de la compañía2. Después de un largo período donde las cuestiones relativas al gobierno corporativo (GC) parecen haber sido olvidadas o, al menos, desplazadas de los problemas económicos y jurídicos, particularmente en Europa3, ha cobrado una especial importancia a partir de los estudios, en 1932, de A. Berle y G. Means acerca de la separación de la propiedad y el control en las empresas y más tarde con los de Jensen y Meckling, en 19764. En las dos últimas décadas, una serie de acontecimientos tanto internacionales como nacionales han provocado profundos cambios en el mundo econó mico y financiero que parecen reimpulsar la investigación y el análisis de los problemas concernientes al buen gobierno de la empresa. El primero de ellos puede ser la decidida política de privatizaciones de empresas públicas que comienza en la década de los años ochenta y que afecta a países de distintos continentes y diferente nivel de desarrollo económico, tales como: el Reino Unido, España, Hungría, Checoslovaquia, Chile, Polonia, Rusia, Argentina y otros. El segundo, más reciente en el tiempo y de consecuencias más directas, son los escándalos financieros que han tenido lugar en varios países desarrollados, como Estados Unidos (Enron, World.Com, Tyco, Global Crossing, Xerox, Adelphia, QWest), Francia (caso Vivendi), Alemania (caso Mannesmann), Holanda (Ahold), Italia (caso Parmalat) y, aunque en menor medida, y con otras características, también en España (caso Banesto, Gescartera y Eurobank). Esta relevancia del gobierno corporativo y su inserción dentro de un concepto más amplio como el de «sostenibilidad» ha sido puesta de manifiesto, entre otras muchas instituciones, por el Global Reporting Initiative (GRI), iniciativa que, a instancias de Naciones Unidas, desarrolla y publica una Guía Global de Sostenibilidad, de cumplimiento voluntario, en aspectos económicos, medioambientales y sociales, que identifica, entre las principales tendencias de las dos últimas décadas, la de la reforma en materia de gobierno corporativo. A pesar de la importancia que este resurgimiento del interés por el GC pueda tener por sus implicaciones en el sistema económico, tanto a nivel nacional como internacional, y más particularmente en los mercados financieros —la capitalización de una compañía puede llegar a caer hasta un 50% o más en un solo día como quedó demostrado en los más recientes escándalos corporativos—, persiste el riesgo de que el GC termine convirtiéndose en una moda o en una mera cuestión de «percepción pública» o «imagen» y de que, después de un tiempo más o menos largo, no deje mayores enseñanzas para el futuro. El buen funcionamiento del GC debe fundarse en principios claros y estables que permitan la viabilidad de la empresa a largo plazo. No hay que olvidar que en la constitución de las grandes empresas se encuentran implícitos contratos «incompletos» entre los administradores y los accionistas de la compañía. En este sentido, los empresarios no deben olvidar que las empresas son el eje del sistema de la economía capitalista y en sus manos está el poder aprovechar todos los potenciales beneficios que tal sistema conlleva. Pero tales beneficios implican unos costes, entre los que se incluyen los de control de los directivos y administradores de sus empresas y el cumplimiento de normas éticas que, muchas veces, pueden mermar los beneficios o las ganancias esperadas. Los empresarios no deben olvidar que el fracaso o éxito de una empresa no se mide por su tamaño o por el aumento temporal de su valor en la Bolsa, el cual puede verse influido por factores exógenos ajenos a la verdadera marcha de la compañía. Esto es lo que, a la luz de los escándalos financieros producidos en la última década, alentados por una coyuntura económica favorable («burbuja tecnológica»), parece haber confundido a muchos directivos, administradores y analistas financieros. Es importante tener en cuenta que si la sociedad civil (empresarios, inversores, trabajadores, universidades y otras asociaciones intermedias que componen el tejido social) no asume las responsabilidades que el buen funcionamiento de un sistema de libre mercado exige, éstas serán necesariamente asumidas por las autoridades públicas expandiendo sus competencias más allá de las que legítimamente les corresponde. Las Administraciones Públicas y los Gobiernos no son (ni deben ser) quienes estén en mejor condición para asignar de forma eficiente (asignación atributiva) los escasos recursos existentes en una comunidad. No hace falta que nos extendamos sobre las consecuencias que tal asignación por parte del gobierno suele tener para el sistema económico en su conjunto, pues la experiencia histórica más reciente (y aun algunos, aunque pocos, por cierto, casos actuales) es suficientemente elocuente y demostrativa de esta afirmación. Por ello, desde ahora, deseamos dejar sentado que la tesis subyacente en este trabajo es que la autorregulación por la propia sociedad civil, en las materias que legítimamente le competen, es la base para el progreso social y económico. En lo que a nuestro tema concreto respecta, el gobierno corporativo, las empresas, deben regular sus sistemas de gobierno, administración y control por sí mismas, en el convencimiento de que ello contribuye a la eficiencia del mercado y a la competitividad y deben ser conscientes de que si esta responsabilidad no es asumida, las autoridades públicas ocuparán su lugar con los riesgos implícitos que ello conlleva. II. El fin de la empresa «No hay virtud más eminente que hacer sencillamente lo que tenemos que hacer» (José María Pemán, 1898-1981. Escritor español) 1. Beneficio contable y riqueza La misión o finalidad de la empresa dependerá de la concepción que de esta última se tenga. Desde una perspectiva financiera, la empresa tendrá como finalidad fundamental generar rentas para sus accionistas (o inversores financieros) y la gestión de sus directivos será evaluada, en el caso de las empresas cotizadas, en base al valor de las acciones en la Bolsa o en el Mercado de Valores, pues el objetivo financiero de la empresa se traduce en la maximización del valor de mercado de la misma. En el caso de que las empresas no coticen en Bolsa, la evaluación de su actuación se realizará fundamentalmente ante la Junta General de Accionistas en función de los resultados de la compañía. Pero, aun tomando como referencia el valor de mercado de las empresas, cabe preguntarse, como lo hace el profesor Vicente Salas Fumás5, «¿cuál es la medida de resultados (performance) en la que tiene que basar sus evaluaciones el Consejo desde una perspectiva estratégica, donde se ven involucrados varios colectivos de personas con intereses diferentes (empleados, proveedores, acreedores, etc.)6 y donde existen inversiones específicas? No se debe olvidar que son estas últimas las que, en última instancia, crean el valor de la empresa a largo plazo». Según el profesor Salas, para responder a esta cuestión es necesario profundizar y clarificar términos como beneficio y riqueza. La primera referencia al beneficio es contable. Desde este punto de vista, el beneficio es la diferencia entre los ingresos y los costes explícitos necesarios para generarlos, calculados a partir de la normativa contable. El beneficio contable es, en principio, la renta de libre disposición para el accionista a partir de la cual decide sobre los dividendos a cobrar y el beneficio a reinvertir. La reinversión y las rentas que ella genera se acumularán con inversiones anteriores para determinar el patrimonio que el accionista posee en la empresa. Desde esta perspectiva, crear riqueza para el accionista puede evaluarse ex post, según la evolución del beneficio contable, o ex ante, en función de la rentabilidad esperada para el beneficio que se reinvierte. Pero éstos, según el profesor Salas, no son criterios suficientes para estar seguros de que se crea valor para el accionista. Crear valor ex post significa que el beneficio contable supera el coste de oportunidad de la inversión que el accionista tiene en la empresa, coste que no está imputado en el cálculo del beneficio contable. La riqueza del accionista aumenta con la reinversión si la rentabilidad supera ex ante el coste del capital financiero invertido. Sin las oportunas correcciones, el beneficio contable no proporciona indicaciones fiables de la creación de riqueza y, por lo tanto, no es el beneficio a maximizar. Es difícil no estar de acuerdo con esta opinión. Sus afirmaciones han sido más que contrastadas por la ciencia económica y, en particular, por el mundo financiero. Nosotros, desde la perspectiva abordada en este trabajo, simplemente nos permitimos enfatizar la importancia de «medir» la labor de los Consejos de Administración. Ésta es una de las funciones más importantes que tienen los códigos y guías de buen gobierno corporativo. Estos códigos y documentos semejantes contribuyen a mejorar lo que el profesor Edgar Shein ha denominado la «cultura empresarial»7, y que es reflejo al mismo tiempo del «estándar ético» de la sociedad y del grado de responsabilidad de sus integrantes, entre quienes se encuentran, obvio es decirlo, los empresarios. El grado de «cultura empresarial» no se puede medir sólo con normas legales, sino que se tornan necesarios otros instrumentos (como los códigos de autogobierno y su efectivo cumplimiento por las propias empresas). La responsabilidad no se agota en el cumplimiento de las leyes. Junto a la autoridad de los códigos de conducta hay que considerar qué grado de compromiso empresarial existe para cumplir dichos códigos. Ello nos lleva a considerar la motivación que los empresarios tienen para actuar de modo ético. Estas motivaciones cobran una importancia vital ante eventuales conflictos de intereses, cada vez más frecuentes en el seno de los Consejos de Administración de las empresas. Si los directivos tienen motivos morales (y no sólo económicos o financieros) y suficiente competencia profesional, tomarán decisiones que armonicen las exigencias de los diversos partícipes de la empresa —no sólo de los accionistas— teniendo en cuenta los resultados a largo plazo8. Es aquí donde la «autorregulación» pasa a jugar un papel vertebral en la sociedad y es aquí donde radica, a nuestro entender, la hoy tan en boga «responsabilidad social de las empresas». 2. El llamado fin social de la empresa y el buen GC «Al hombre que hace lo que puede, no podemos decirle que no hace lo que debe» (Fray Antonio de Guevara, 1488-1545. Escritor español) Decir que la empresa tiene un fin social es decir bastante poco y hasta puede resultar muy engañoso o, al menos, confuso. En una palabra, no es más que un tópico. Actualmente, hablar de la «finalidad social» de la empresa está dentro de las categorías de lo que la filosofía social y política moderna ha dado en llamar lo «políticamente correcto». Por ello es importante aclarar qué entendemos por «fin social de la empresa» o qué queremos decir cuando enunciamos que la empresa, además de una finalidad puramente lucrativa —la de obtener beneficios—, tiene un fin social. Desde el punto de vista de la sociedad civil, la empresa es un importante bien social por cuatro razones: primero, porque crea trabajo; segundo, porque aporta bienes y servicios necesarios para la sociedad; tercero, porque a través de sus ganancias aumenta el bienestar de la sociedad, y cuarto, porque es un instrumento social privado, independiente del Estado, para el sostén moral y material de otras actividades de la sociedad civil9. Cuando se habla de fin social o responsabilidad social de las empresas, se suele hacer referencia al impacto que éstas tienen sobre el entorno que las rodea y al medio ambiente. En este sentido, las grandes empresas parecen enfrentarse a dos objetivos aparentemente contradictorios: satisfacer las expectativas de los inversores de aumentar sus ganancias y, al mismo tiempo, la demanda cada vez mayor de los consumidores y los stakeholders o grupos de interés por una mayor responsabilidad social. Según una investigación realizada por la consultora McKinsey, cuatro son las áreas en las que la responsabilidad social y ética de las empresas parece ser más relevante: 1) la exploración de nuevas tecnologías (como la biotecnología y los tratamientos terapéuticos); 2) el asumir muchas actividades y servicios, antes en manos públicas (servicios públicos o actividades de interés general); 3) el comercio (exportación e importación) con países en vías de desarrollo, y 4) la elaboración de productos manufacturados en países en vías de desarrollo, utilizando sus recursos humanos (lo que da lugar al llamado «dumping social»). La necesidad de la «responsabilidad social» de las empresas parece estar lo suficientemente asentada en la sociedad, por lo que los administradores deben considerar la visión que la sociedad tenga de la empresa como un activo intangible importante. Para nosotros, decir que la empresa tiene un fin social implica concebir a ésta como una auténtica comunidad de personas y, en consecuencia, también de intereses: de empresarios y trabajadores en todos sus niveles, proveedores de la sociedad, inversores, acreedores y consumidores o usuarios. Los empresarios procurarán la máxima rentabilidad de su inversión, los trabajadores tratarán de recibir un salario justo —lo cual implica no sólo atender sus necesidades básicas, sino incluir los incentivos necesarios para que intenten mejorar su trabajo en la empresa—, los proveedores venerarán sus productos, los accionistas y otros inversores tratarán de obtener una razonable rentabilidad por sus inversiones, etc. De este modo, la sociedad en general se beneficia. De la misma opinión parece ser Rafael Termes, para quien la empresa tiene una doble finalidad: por un lado, prestar un servicio, el propio de cada empresa, que redunde en el bien común de la sociedad y, por otro, crear riqueza, añadir valor económico; es decir, generar rentas para los que integran la empresa como aportantes del capital, del trabajo y la dirección. Y todo ello mediante actuaciones que, en todo momento y circunstancia, sean congruentes con la dignidad de las personas que integran la empresa y de aquellas que estén en contacto con ella desde el exterior. Bajo esta perspectiva, la primera finalidad de la empresa es una finalidad social que persigue el bienestar de toda la sociedad a través de las personas que la integran. La segunda es una finalidad de carácter financiero que persigue la maximización del valor económico. La acción empresarial, básicamente, lleva a tres grandes tipos de resultados: a) unos resultados materiales (beneficios, crecimiento, aumento de la participación en la cuota de mercado, información y experiencia objetiva acumuladas, etc.); b) satisfacción de quienes intervienen en la actividad empresarial (clientes, accionistas, trabajadores, proveedores, comunidad local, etc.), y c) desarrollo de las capacidades del personal (directivos, empleados y, en algunos casos, también de clientes o consumidores actuales y potenciales)10. Una buena síntesis de lo que debe entenderse por responsabilidad social de la empresa la da el profesor Juan Marcos de la Fuente, quien advierte que una discusión adecuada en torno a la responsabilidad social de la empresa no debe hacerse de forma global sino analizando separadamente cada una de sus manifestaciones concretas. Para el citado autor dicha responsabilidad puede resumirse en los siguientes puntos esenciales: 1. Muchas de las actividades que se consideran objeto de la responsabilidad social de la empresa pueden perfectamente reconducirse al principio de la máxima rentabilidad, sobre todo si éste se considera, como debe ser, en su debida amplitud y en la perspectiva del largo plazo. Cuidar de la propia imagen, cultivar las relaciones públicas, tener en cuenta las opiniones y expectativas de la sociedad, no es un entretenimiento ni una frivolidad, sino que puede ser —y tal debe ser su sentido— una inversión sumamente rentable, una forma de capitalizar la empresa. 2. El principio de la máxima rentabilidad, fundamento y límite de la actividad de la empresa, debe entenderse sobre la base de que la economía se haya inscrita en una concepción del hombre que trasciende los puros términos económicos. Y también por este camino descubrimos una importante dimensión social de la empresa. La responsabilidad social de la empresa tiene como contenido insoslayable la realización de su fin económico, es decir, la buena administración de bienes que son escasos y ello redunda en beneficio de toda la sociedad de la cual la empresa forma parte. La finalidad de buscar la máxima rentabilidad para sus accionistas, no debe hacer olvidar a los empresarios ni a los directivos de las empresas (en caso de que no coincidan) que la empresa se inserta dentro de una comunidad humana, donde el valor de lo útil se combina (no se opone) con otros valores. En última instancia, la actividad económica no deja de ser una actividad profundamente humana. El empresario debe romper, por sus propios méritos, esa imagen que, desde ciertos sectores sociales y políticos y con cierta carga ideológica, se ha construido de él: un ser egoísta, avaro, ambicioso o, al menos, indiferente a las necesidades de su entorno social. 3. La empresa privada no es el único ni el principal ámbito en que deba plantearse el problema de la responsabilidad social de la actividad económica. Hay muchas funciones o actividades sociales que no son funciones ni actividades propias de las empresas. Ello no impide que los empresarios, asuman voluntariamente tales tareas. Esa «responsabilidad social» que tanto se reclama en los últimos tiempos es competencia, principalmente, de otras organizaciones sociales como el Estado, la Iglesia, las ONG’s, y otras instituciones. Ello refleja la solidez, la madurez y la responsabilidad de una sociedad civil desarrollada. En pocas palabras, si entendemos a la empresa como una comunidad de personas, éstas deben constituir su principal activo y cuidando de él es como aquella obtendrá sus máximos beneficios y, al mismo tiempo, cumplirá su importante función social. No obstante, y para evitar confusiones, conviene siempre recordar que la mejor manera como las empresas pueden cumplir esta «función social», no exenta de cierta carga ideológica, es protegiendo a todos sus accionistas y facilitando el ejercicio pleno de sus derechos. 3. Responsabilidad social versus responsabilidad corporativa «La creación de posibilidades exige de la inteligencia que invente un arte de elegir bien, que es lo que llamamos ética» (José Antonio Marina, 1939- . Filósofo español) De acuerdo con el apartado anterior, en este trabajo preferimos hablar de «responsabilidad corporativa» más que de responsabilidad social de las empresas. Y ello no por una cuestión meramente nominal sino, muy al contrario, por una cuestión filosófica o de principios. El concepto de «responsabilidad social» de las empresas se ha vuelto como una especie de «bumerán» contra el sistema económico del libre mercado y el sistema capitalista en su totalidad. No es infrecuente escuchar hablar de la «responsabilidad social de las empresas» como demostración del fracaso del sistema capitalista- liberal o de que este último carece de una «conciencia social». Incluso en sociedades tan asentadas en una cultura liberal y con mercados financieros altamente desarrollados, como la británica, se han llegado a publicar, ya hace varios años, libros que hacen referencia a la Stakeholder Society en oposición a la Shareholder society11, utilizándose así cierta dialéctica marxista de sociedades de clases, donde cada ciudadano tiene un interés y una reclamación concreta que hacer al Estado de Bienestar en general y sobre las empresas en particular. En Estados Unidos más de la mitad de los Estados Federales que integran la Unión han adoptado estatutos de stakeholders que permiten a los consejeros, en el momento de tomar sus decisiones, tener en consideración una variedad de intereses más allá de los de los accionistas. Expresiones como Corporate Killers («Empresas Asesinas») también son sintomáticas del estado por el que atraviesan las empresas a partir de los escándalos financieros acaecidos desde «caso Enron» en los Estados Unidos, que parecen revivir los ataques de las viejas ideas socialistas contra el capitalismo. No obstante, aunque en la práctica este último haya salido vencedor, las ideas socialistas están lejos de desaparecer y, como el «ave fénix» que resurge de sus cenizas, aparece ahora en escena bajo seudónimos como el medio ambiente, la antiglobalización y, el que más interesa a efectos de nuestro trabajo, el nuevo concepto de stakeholders. 3.1. La «nueva era» de los stakeholders El entrecomillado («nueva era») con el que encabezamos este apartado no es casual. Con él queremos llamar la atención del lector y advertirle que este concepto dista mucho de ser nuevo. Los orígenes del concepto stakeholder pueden remontarse a la Homestead Act de Estados Unidos, cuando los primeros americanos lanzados a la conquista del oeste podían tomar para sí una parcela de tierra y gozar de la protección de su propiedad por parte del Estado12. Desde entonces hasta la actualidad podemos distinguir dos sentidos en el uso de este término. El primero se corresponde con sus orígenes. El gobierno federal había promulgado esta ley por dos razones: para asegurarse de que la zona Oeste del país se desarrollara mediante estados independientes y no como sometidos y para beneficiarse del régimen de propiedad privada y de la iniciativa individual. La filosofía reinante bajo esta norma era la de que el bien común, el bienestar general, se alcanza mejor a través de un régimen que fomenta y protege la propiedad privada antes que la propiedad común o estatal. En este contexto, stakeholder significaba propiedad, riesgo, iniciativa individual. El otro sentido del concepto de stakeholder es el que parece estar vigente en la actualidad y nace con el pensamiento político de la socialdemocracia. Para esta última corriente del pensamiento político, stakeholders son todos aquellos que por sí mismos tienen derecho a formular demandas al sistema y a recibir algo de él (empleados de la compañía, clientes, vecinos, comunidades, agentes e inversores financieros, proveedores, la sociedad en general...). Una sociedad en la que todo ciudadano tiene derecho a hacer demandas a la misma y al resto de los ciudadanos sobre sus necesidades personales (salud, educación, jubilación, etc.). Dado que las demandas humanas pueden ser infinitas, un sistema así sería insostenible en el tiempo. En una sociedad así concebida, el nexo necesidad o deseo y responsabilidad individual desaparece. Otro riesgo no menor para la viabilidad y el éxito de la empresa es el de un mal gobierno corporativo. Will Hutton13, en 1996, enumeró ocho grandes carencias en la legislación británica que impedían el control ejercido por un buen gobierno corporativo: 1. No se exigían comisiones de auditoría que proporcionaran fuentes alternativas de información a los consejeros no ejecutivos. 2. No había comisiones de remuneración independientes para establecer el pago de los consejeros. 3. No existía un sistema para asegurar que quienes custodiaban los fondos de pensiones de la compañía fueran independientes. 4. Las compañías carecían de Consejos supervisores para controlar la labor del Consejo de Administración. Por el contrario, este último parecía ser juez y jurado de sus propios actos. 5. No existía una incorporación formal de los principales stakeholders —sindicatos y bancos— en la escritura de constitución de las empresas. 6. No existía tampoco una incorporación ni un reconocimiento legal de los comités de trabajadores o el reconocimiento de los sindicatos como socios (partners). 7. El público no podía obtener fácilmente información de la compañía. 8. Las normas sobre transparencia y las normas contables no eran vinculantes y podían variar de empresa a empresa o de año en año. Estas declaraciones, hechas hace 10 años, considerando las actuales demandas existentes sobre el gobierno corporativo, parecen cobrar hoy plena actualidad. Ante este panorama, el objetivo de esta obra es reivindicar la autorregulación responsable y ética. Un auténtico sistema liberal, como forma de gobierno y régimen económico, en contra de lo que muchos piensan, va asociado indisolublemente a una forma democrática de gobierno que sea extremadamente respetuosa de las libertades individuales, de la ética y de la transparencia. Ello es lo que muchas veces ha llevado a aceptar ciertos costes llamados «sociales», costes siempre difusos y que generalmente se traducen en el beneficio de unos pocos que están generalmente vinculados con el Estado o con el poder político, quien en última instancia es el encargado de llevar a la práctica ese supuesto «beneficio social» a través de políticas distributivas. El sistema liberal, tal como lo concibiera su fundador, Adam Smith, se basa en una ética del trabajo y de la responsabilidad individual, que concierne tanto a los empleados como a los empresarios pero, fundamentalmente, a estos últimos. El problema es que, a nuestro juicio, en la actualidad muchos llaman sistema liberal a un sistema que realmente no lo es. El auténtico sistema liberal hunde sus raíces en la confianza de la libertad y la capacidad de los individuos para elegir sus propias acciones y asumir su responsabilidad por los resultados de las mismas. Formulada esta reivindicación, consideramos ahora oportuno hacer algunas aclaraciones en torno a la tan declamada «responsabilidad social de las empresas» y que nosotros hemos preferido llamar «responsabilidad corporativa». En ésta, distinguimos valores sociales, personales y empresariales. Estos valores se pueden desglosar en 12 dimensiones14: 1. Responsabilidad Corporativa (RC) y Gobierno Corporativo. 2. RC y Transparencia Informativa y Contable. 3. RC, Medio Ambiente y Sostenibilidad. 4. RC y Acción Social. 5. RC y Relaciones Laborales. 6. RC y Política de Defensa de la Comptencia. 7. RC, Gobierno, Administraciones Públicas y Partidos Políticos. 8. RC e Investigación, Desarrollo e Innovación. 9. RC y Reputación Corporativa. 10. RC, Comunicación y Medios. 11. RC y Mercado de Capitales. 12. RC, Mecenazgo y Cultura. 13. RC y sociedad civil. Esta distinción tiene la ventaja de no plantear como antagónicos la responsabilidad empresarial, el buen gobierno de las empresas y su responsabilidad social, sino que incluye a esta última como una dimensión de un concepto más amplio y más comprehensivo, cual es el de «Responsabilidad Corporativa». A partir de esta distinción, la cuestión ahora es lograr integrar la «responsabilidad corporativa» en la estrategia de las empresas. Como ya hemos dicho, es aquí donde el papel de la autorregulación o, dicho en otros términos, donde la sociedad civil, debe desarrollar una tarea fundamental como es el control y la autocrítica. A ello dedicaremos la última parte de este trabajo. III. El concepto de GC «Tan perjudicial es desdeñar las reglas como ceñirse a ellas con exceso» (Juan Luis Vives, 1492-1540. Humanista español) En torno al concepto de gobierno corporativo debemos decir, en primer lugar, que a pesar de ser tan utilizado no es por ello mejor comprendido. Suele suceder que cuando se abusa de los conceptos éstos terminan por perder su original y auténtico sentido. En una primera aproximación, podríamos decir que el GC se encuentra en la intersección entre el Derecho mercantil o societario y la regulación de los mercados financieros, pues de él depende, en gran medida, el pilar fundamental en el que se asientan estos últimos: la transparencia informativa. Desde esta perspectiva, su estudio y análisis corresponde al ámbito jurídico. En este ámbito el GC comprenderá la publicación y la información a los accionistas de las decisiones relevantes que los directivos toman en el seno de la empresa; los derechos de los accionistas ejercidos a través de su poder de voto (derechos políticos); la regulación del funcionamiento de las Juntas de Accionistas y del Consejo de Administración y los procedimientos para la toma de decisiones; su objeto social; las relaciones del socio con la empresa (derechos y obligaciones); la forma de liquidación o disolución de la misma, y otras. En suma, todos los aspectos relativos a la empresa como sociedad o persona jurídica. Sin embargo, la perspectiva jurídica no es la única desde la que se puede (ni debe) abordar el GC. Su problemática exige ser abordada desde un ámbito multidisciplinar (económico, sociológico y político). Por ello, la definición de lo que deba entenderse por GC, le jos de ser unánime, depende en gran medida de la ciencia o el punto de vista específico desde el cual se aborde su análisis. En este sentido, hay que destacar el análisis económico del GC pues la empresa, antes que un fenómeno jurídico, es un fenómeno económico y, en consecuencia, es esta última rama del saber la que parece haber estudiado con mayor detenimiento los problemas vinculados con el GC. Según la ciencia económica, la empresa existe porque, bajo ciertas condiciones, las relaciones jerárquicas dent ro de ella pueden ser más eficientes que las relaciones basadas en el libre mercado (Coase, 1937). De hecho, el mismo sistema democrático en el que se sustenta actualmente la economía de libre mercado, desde el punto de vista de la eficiencia económica podría ser cuestionado. La economía confía el uso eficiente de los recursos a los mercados y de modo especial a la competencia que se genera en los mismos. Los mercados se refieren a productos y factores (trabajo y capital), a bienes y servicios y a derechos sobre su uso. Pero los mercados a veces no funcionan de modo perfecto como postula la teoría económica (competencia perfecta), sino que existen asimetrías informativas entre oferentes y demandantes, diferencias en los costes de producción y costes de oportunidad ante inversiones específicas y otras limitaciones que impiden que se den las condiciones necesarias para que un mercado de competencia perfecta se desarrolle. Estas imperfecciones hacen necesaria la creación de instituciones y regulaciones que las impidan o, al menos, mitiguen sus efectos negativos. Desde el trabajo original de Berle y Means (1932) sabemos que en la mayoría de las grandes empresas, por lo menos en el mundo anglosajón, la propiedad y el control están separados. Ello implica que el propietario (o los propietarios) principal debe delegar la gestión y dirección de las mismas, para lo cual contrata a directivos (agente), con el consecuente costo de tal delegación. El problema radica en que los contratos de este tipo no son completos y no pueden contemplar todas las situaciones posibles ni se puede especificar qué conductas resultarán óptimas en cada una de ellas. Esto supone que el directivo (agente) puede desviarse del objetivo e interés del propietario y seguir los suyos propios (oportunismo)15. Al problema de agencia hay que agregar otros como son la información asimétrica (donde una de las partes tiene más y mejor información que la otra) y los problemas de acción colectiva (los propietarios —accionistas de la empresa— están muy dispersos y los costes para reunir sus voluntades y tomar una decisión en común que los beneficie a todos son mayores que los eventuales beneficios que tal decisión puede reportarles, o bien se beneficiarán de ella quienes no participaron en esos costes). Es aquí donde entra el Derecho a jugar su papel, tal como hemos descrito más arriba, protegiendo los derechos de los accionistas, estableciendo las responsabilidades del equipo directivo, las exigencias de información, el uso de información privilegiada, los conflictos de interés, el mercado de control corporativo (legislación sobre OPAS) y otros. Para la sociología y la ciencia política, los mecanismos de salvaguarda en las acciones colectivas distinguen entre «salida» y «voz»16. Las garantías y salvaguardas que otorga el mercado equivalen a la «opción de salida», pues la protección de los intereses de quienes participan en los intercambios proviene sobre todo de las posibilidades casi ilimitadas de sustituir a los compradores y a los vendedores. Cuando tales posib ilidades están limitadas o resultan ineficaces, será necesario recurrir al segundo mecanismo de protección, «la voz». Si los mercados fueran perfectamente competitivos, este último mecanismo no sería necesario. Bastaría con que demandantes y oferentes tuvieran siempre la opción de salida. Pero, como hemos adelantado, los mercados no funcionan siempre de modo perfecto. Es entonces cuando los mecanismos de toma de decisiones (o de poder) cobran relevancia. El ejercicio del poder tiene su importancia para la creación de riqueza (eficiencia) cuando la acción colectiva transcurre bajo un contrato ambiguo o incompleto que no prevé todas las contingencias posibles (contrato incompleto). En estos casos es necesario disponer de algún mecanismo para la toma de decisiones, para situaciones imprevistas. Al conjunto de estos mecanismos los economistas le han dado el nombre de governance17. Partiendo de esta base, hemos considerado necesario distinguir un concepto, sentido o perspectiva amplia del GC y otro más restringido o estricto. 1. Sentido amplio del GC Con un criterio o sentido amplio, el GC abarca todos los elementos que sostienen las decisiones de una empresa (de sus consejeros). Ello no sólo incluiría el derecho de control que corresponde a los accionistas, sino también los convenios contractuales y las facultades o poderes sobre la insolvencia que tienen los acreedores de la empresa, las obligaciones para con los empleados, clientes y proveedores, las regulaciones emitidas por las entes reguladores y, como es lógico, el cumplimiento de las leyes. Siguiendo el Informe Cadbury, criterio que parece haber seguido también la Organización Económica para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), desde un sentido amplio, podríamos entender al GC como «aquel sistema por el cual los negocios corporativos (de las empresas) son dirigidos y controlados y donde se establecen derechos y obligaciones entre las diferentes personas involucradas en la empresa: propietarios, consejeros, administradores, accionistas y simples empleados así como también las reglas y los procedimientos para la toma de decisiones sobre esos negocios». De forma más breve, pero siempre desde una concepción amplia, el GC se puede definir como aquel gobierno que promueve la equidad, la transparencia y la responsabilidad de las empresas18. Esta concepción del Gobierno Corporativo tiene algunas consecuencias prácticas que consideramos necesario destacar. 1. Eficiencia. Uno de los fines principales de la empresa es el de optimizar a «largo plazo»19 las ganancias de sus accionistas. Cuando otras consideraciones afecten este objetivo deben ser claramente expuestas. Para cumplir con este cometido la empresa debe esforzarse por asegurar la viabilidad a largo plazo de sus negocios y manejar de modo real y efectivo sus relaciones con los accionistas. 2. Información. Las empresas deben revelar en tiempo oportuno y forma adecuada20 la información necesaria (en particular, la referida al mercado donde operan) de tal manera que los inversores puedan tomar las decisiones relacionadas con la adquisición de obligaciones y derechos o compraventa de acciones. Esta información deberá incluir, como mínimo, los siguientes elementos: — Sistemas operativos, balances y declaraciones de activos que permiten comparar la evolución y desarrollo de la empresa con los de los años anteriores y asegurar que éstos se corresponden con los objetivos previstos. — Opinión de los administradores acerca del desarrollo de la empresa, explicando las eventuales desviaciones que se hayan producido de los objetivos previstos con anterioridad. — Información sobre la participación en el mercado (market share). — Síntesis de las reuniones del Consejo de Administración. — Análisis financiero de la compañía y sus principales competidores. — Información sobre el desempeño de los empleados. — Información sobre las preferencias de los clientes. — Relación de la empresa con los medios de comunicación y la forma de transmitir su política. Información sobre sus competidores y las tendencias del mercado. 3. Igualdad. Las acciones ordinarias de las compañías deben respetar el principio básico de una acción - un voto. Las empresas deben procurar por todos los medios a su alcance que todos los accionistas puedan votar. Los inversores fiduciarios tienen la responsabilidad de hacerlo. Los reguladores deben facilitar los derechos de voto de los accionistas y la oportuna declaración de sus distintos niveles21. 4. Responsabilidad ante todos los accionistas. Los Consejos de Administración o de Supervisión (donde los haya), como órganos en su conjunto e individualmente (cada uno de sus miembros) deben responder ante todos los accionistas. Cada uno de sus miembros debería someterse regularmente a elecciones. Por otro lado, las empresas deben informar acerca de la identidad de los cons ejeros, su proceso de selección, competencias, antecedentes profesionales, cuestiones que puedan afectar a su independencia, y otras22. En relación a este último aspecto, parece conveniente que no más de la mitad de los consejeros sean ejecutivos de la emp resa y que al menos la mitad de sus miembros no ejecutivos no guarden vínculo alguno con ella23. 5. Remuneraciones. Otra cuestión importante por su incidencia en el trabajo efectivo, diligente e independiente de los consejeros es la relativa a la política de remuneraciones. En este punto es necesario, dada la incidencia que han tenido en diferentes escándalos corporativos, como el «caso Enron», hablar de las stock options como forma de retribución a los directivos. El auge de las stock options se remonta a mediados de los años ochenta cuando las compañías comenzaron a utilizar esta forma de retribución con el convencimiento de que era la mejor forma de alinear el interés de los directivos con el de los accionistas. Por esta vía, se pensó, los ejecutivos ganarían si también ganaban los accionistas. Además, las stock options ofrecían la ventaja fiscal de no tributar como ganancias. Con la burbuja bursátil provocada por las empresas tecnológicas, las stock options provocaron una desenfrenada carrera entre los directivos por incrementar el valor de las acciones y demostrar su talento y cualidades profesionales24. Este modo de retribución no parece adecuado dada su estrecha vinculación con el precio de las acciones y la evolución del mercado25. Esta forma de premio (o castigo) a «corto plazo» deja expuestos a los consejeros y administradores a factores fuera de su control como son los sentimientos del mercado, las expectativas de los analistas, etc., y factores no estrictamente relacionados con la buena o mala marcha de los negocios de la compañía. Esto trae consigo serias dificultades para una buena gestión que normalmente requiere de plazos más largos para poder comparar la evolución de los negocios, y, consecuentemente, la pericia de administradores y consejeros. Por ello, alguna otra forma de retribución parece necesaria. 6. Consentimiento. Todas aquellas modificaciones sustanciales del principal negocio de la compañía (core business) no deberían ser hechas sin el consentimiento previo de los accionistas. Igual procedimiento deberían seguir todas aquellas modificaciones que puedan diluir o erosionar los intereses económicos o los derechos de los accionistas. Los accionistas deben ser informados acerca de tales modificaciones de forma que puedan realizar un juicio adecuado sobre las mismas y ejercer plena y efectivamente sus derechos de voto. 7. Códigos. Allí donde existan códigos de buenas prácticas empresariales estos deberían ser aplicados de modo efectivo. Donde no existan, tanto los inversores como todos aque llos vinculados al buen gobierno de las empresas deberían promoverlos en la medida que lo consideren estrictamente necesario26. 8. Mediación. Los problemas que puedan existir entre los accionistas y sus Consejos de Administración deberían ser resueltos, en primer lugar, por la vía de diálogo (antes que recurrir a vías judiciales) y, cuando éste se muestre insuficiente, a través de medios de negociación como la mediación o el arbitraje27. Estos principios son compartidos tanto por el modelo empresarial americano como por el europeo y el asiático28. De lo hasta aquí expuesto, podemos inferir, como parece hacerlo C. K. Parlad, que «los altos directivos deben equilibrar de forma consistente las demandas de todos los interesados y estar sometidos a las disciplinas de distintos mercados de productos (clientes), de trabajo (trabajadores especializados o altamente cualificados), tecnológico y, finalmente, el mercado de capitales (los inversores). En el mismo sentido parecía pronunciarse Kester (1992) cuando decía que «el principal problema del gobierno de las empresas es definir sistemas especializados de incentivos, salvaguardas y sistemas de resolución de conflictos que promuevan la continuidad de las relaciones eficientes dentro del negocio, en presencia de comportamientos oportunistas». Ello permite la estabilidad necesaria para realizar las inversiones específicas a largo plazo que, como hemos dicho con anterioridad, son las que en última instancia, aumentan el valor de la empresa. No obstante su amplitud, y quizá por ello mismo, este sentido amplio del gobierno corporativo no es de aceptación unánime. Hay quienes sostienen que el GC debe limitar su objetivo al de servir a los accionistas que son los dueños de las empresas. Todos los demás objetivos que se pretendan establecer además de éste son accesorios y no forman parte de su esencia y, por ello, prefieren una definición más estricta o restringida. 2. Sentido estricto o restringido del GC «El verdadero modo de ganar mucho, es no querer nunca ganar demasiado y saber perder convenientemente». (Felipe II, 1527-1598. Rey de España) En un sentido estricto o restringido, podríamos decir que el GC es el conjunto de métodos y procedimientos que adoptan las empresas para asegurar que sus acciones y las de sus directivos se dirijan a cumplir los fines de los accionistas. La ventaja de esta definición es que define en forma clara, precisa y concreta cuál ha de ser el objetivo de los directivos, y evita dispersarse en otras cuestiones que podrían obstruirlo o dificultarlo. Desde esta perspectiva, que podríamos llamar «financiera», el problema del GC se reduce a la relación entre los inversores (y los acreedores) que proporcionan los recursos financieros y los directivos que a través de sus decisiones influyen sobre los retornos o ganancias esperadas. Esta concepción estricta o restringida (relación directivo-accionista o, lo que es lo mismo: agente-principal) tiene algunas implicaciones que es necesario considerar, aunque sea brevemente, y que se centran fundamentalmente en los mecanismos de control existentes por los cuales los accionistas pueden supervisar la gestión de su equipo directivo y evitar así la eventual expropiación de sus rentas. Estos mecanismos pueden agruparse, básicamente, en dos grupos: 1) procedimientos o mecanismos internos: consejos de administración y junta de accionistas y 2) procedimientos o mecanismos externos: competencia en el mercado de control de empresas (OPAS), en el mercado de bienes y servicios, y en el mercado de capitales y estructura financiera. 2.1. Los mecanismos internos A) Consejos de Administración El Consejo de Administración, como órgano de supervisión y control de las compañías, es el nexo entre los accionistas (propietarios) de la empresa y los directivos. Si consideramos que uno de los principales problemas de la estructura empresarial, según ha estudiado la ciencia económica y que ya hemos explicado, es el problema de la agencia o relación agente (directivo) y principal (accionista), se puede deducir la importancia que tal órgano tiene en el funcionamiento de la empresa y la necesidad de quitar o disminuir los obstáculos que impidan su labor. Entre esos obstáculos cabe destacar el no establecimiento de los incentivos adecuados para asegurar que los consejeros no actúen movidos por su propio interés y tengan los estímulos adecuados para desarrollar sus funciones de forma diligente, cuestión, por lo demás, bastante difícil de evaluar. Los consejeros, en el ejercicio de sus funciones, pueden actuar respondiendo a los intereses de los directivos (y de esta forma evitarse conflictos) o de modo oportunista, es decir, respondiendo a su propio interés. Y esto puede darse porque el consejero puede considerar que al no tener unos intereses significativos que representar o defender, su decisión tendrá poco «peso» o influencia en la decisión final de la empresa. Ello, sumado al «coste de oportunidad» que significa dedicar tiempo y esfuerzo a informarse para ejercer su función supervisora, puede ocasionar que su labor sea poco diligente. Éste es el riesgo que corre la figura del «consejero independiente». El auge que ha tenido esta clase de consejeros después de los escándalos financieros ocurridos en los Estados Unidos en los últimos cuatro años, y que la mayoría de los códigos recomienden que haya una proporción significativa de consejeros independientes, como veremos más adelante, conlleva un riesgo. El consejero independiente puede, al no guardar con la sociedad ninguna relación mercantil ni ninguna otra distinta de aquella que lo vincula como consejero, actuar negligentemente. Uno de los principales problemas con los que se encuentran los Consejos de Administración de las grandes empresas para cumplir con sus funciones es el de que en su seno se encuentran dos grupos de consejeros: los directivos o internos, que tienen un puesto permanente en la empresa, es decir, son empleados de la misma, y los externos o no ejecutivos. Con esta composición, parece lógico que la labor de supervisión corresponda fundamentalmente a estos últimos. Por ello la cuestión de los incentivos para que éstos cumplan adecuadamente sus funciones es esencial para el buen funcionamiento de las empresas. Y ello es así porque si no tienen unos intereses financieros significativos, su poder de influencia sobre las decisiones finales será escaso o prácticamente nulo. A ello hay que sumarle los costos de obtener la información, es decir, los costes de oportunidad. Sopesando ambos elementos, si los consejeros externos carecen de incentivos suficientes para realizar sus funciones, lo más probable es que no inviertan muchos recursos en ello. Por otro lado, existen casos en que estos consejeros son propuestos por el mismo equipo directivo al que deberían supervisar, con lo cual la independencia necesaria para cumplir su auténtica función de supervisión se ve en entredicho. B) Junta de Accionistas La Junta General de Accionistas es el órgano de gobierno más importante de las sociedades cotizadas. En él están representados todos sus accionistas, es decir, sus propietarios. Cuando los accionistas no están conformes con la labor desempeñada por el Consejo, éstos pueden cesarlo o cambiar a alguno de sus integrantes, ejerciendo su voto en la Junta General siempre, claro está, que cuenten con la mayoría suficiente para ello. No obstante, las Juntas de Accionistas, como todo organismo colectivo, deben enfrentarse al problema, ya estudiado por la ciencia económica, de la «acción colectiva». Esto es, que el coste de ejercer el derecho que le confieren sus acciones sea soportado por unos o pocos de los accionistas mientras que el beneficio que de ello puede derivarse para la empresa se reparta entre todos, incluso entre quienes no asumieron esos costes. Ello, claro está, desincentiva la acción de quienes han decidido iniciar alguna acción (judicial) para investigar y controlar al Consejo y, en su caso, cesarlo. Por este motivo, cualquier accionista, sabiendo que podrá beneficiarse sin asumir ningún coste, se mantendrá inactivo a la espera de que otro lo haga. Esta actitud, conocida como la del «pasajero sin billete» (free rider), tiene como consecuencia que la Junta tenderá a dejar las cosas como están sin hacer ninguna modificación ni ejercer ningún control sobre el Consejo, lo cual favorece al equipo directivo que se ve así libre de todo control. C) Accionistas significativos Una forma de solucionar el problema de la «acción colectiva» que puede darse en las Juntas de Accionistas es potenciando la presencia de accionistas significativos o de referencia. La presencia de este tipo de accionistas reduce la división existente entre la propiedad y la gestión de la empresa, pues en estos casos la propiedad estará concentrada en un grupo pequeño de accionistas que son quienes ejercerán el control efectivo. No obstante, la propiedad concentrada también tiene sus desventajas. En el caso de que esta concentración alcance el 100% de las acciones se corre el riesgo de perder una ventaja muy importante para los inversores, como es la de diversificar el riesgo de sus inversiones (puesto que los obligaría a concentrar su capital en una sola empresa). En caso contrario, cuando el (los) accionista (s) de referencia posea menos del 100% de las acciones de la empresa, los problemas de agencia se ven parcialmente resueltos. Y decimos parcialmente puesto que, en estos casos, el accionista, al no recibir el 100% de los beneficios de su actuación, carecerá de incentivos para supervisar al equipo directivo. Además, se corre el riesgo de que los accionistas minoritarios se vean expropiados, subrepticiamente, de sus rentas (tunnelling). Por último, debemos mencionar el caso de que el accionista significativo o de referencia sea una institución (persona jurídica). En estos casos, como es natural, el problema de la agencia vuelve a resurgir puesto que la institución deberá delegar en un representante el ejercicio de sus derechos en la Junta y este último puede actuar movido por sus intereses personales más que por los de la institución que representa. 2.2. Los mecanismos externos A) Las OPAS y las adquisiciones hostiles Los mecanismos de control externo o de mercado pueden resultar muy efectivos para controlar a los directivos de las empresas. Entre ellos, y quizá los más importantes, se encuentran las Ofertas Públicas de Adquisición (amigables u hostiles, friendly or hostile takeovers). B) La estructura financiera Otro mecanismo externo que puede resultar eficaz para controlar a los Consejos de Administración de las empresas es la estructura financiera. Los inversores pueden realizar sus aportaciones dinerarias en acciones o a través de deuda. Las acciones otorgan el poder para intervenir en el gobierno de la empresa (sea en la Junta General de Accionistas, o a través del Consejo de Administración). En estos casos, el rendimiento que los accionistas obtienen será el del valor de las acciones y otras retribuciones como los dividendos. La deuda, en cambio, establece de antemano unos intereses pactados, lo que otorga a sus beneficiarios unas ganancias ciertas y definidas ex ante. En contrapartida, los acreedores no tienen participación en el gobierno de la empresa salvo cuando se incumple el compromiso contraído (en cuyo caso también decaerá el valor de sus bonos u obligaciones). La deuda tiene, como uno de sus efectos principales sobre el control de las empresas, el de reducir los fondos de libre disposición en manos de los directivos, pues una parte (a veces muy importante) de esos fondos debe destinarse a pagar el capital y los intereses de la deuda. En consecuencia, el poder de los directivos se reduce, pues el equipo directivo deberá acudir al mercado y explicar sus planes de gestión para recibir más fondos. Los inversores, como es lógico, evaluarán los proyectos de la empresa y su gestión y sólo aportarán fondos a aquellos que consideren con valor actual neto positivo. C) Competencia en el mercado La competencia en el mercado es otro de los mecanismos externos que puede ejercer un efectivo control sobre el gobierno de las empresas. Cuando hablamos de mercado, lo hacemos en el sentido más amplio del término. Esto es, incluyendo tanto el mercado de bienes o productos como el de servicios, entre los cuales incluimos los profesionales y, entre estos últimos, el que a nuestro tema concierne: el de los directivos o ejecutivos de las empresas. En un mercado altamente competitivo las empresas compiten por mejorar sus productos y los profesionales por mejorar sus servicios. En estos últimos, los directivos de empresas cuidan su reputación en el mercado. Nadie querrá contratar a directivos que tengan como antecedente una mala gestión de las empresas donde hayan trabajado. La reputación, por tanto, es un activo intangible que los directivos (y otros profesionales al servicio de la empresa) han de valorar y procurar incrementar. Por ello, consideramos que no es necesario aumentar el número de regulaciones sobre las responsabilidades de los directivos en el gobierno de la empresa. En un mercado realmente competitivo, el castigo que pueden recibir estos últimos por su mal desempeño puede ser mucho más severo que el previsto en las normas (siempre más costosas y menos eficientes para los accionistas). El buen GC desde una óptica financiera Desde una concepción microeconómica de la empresa, esto es, concibiendo a ésta con una finalidad meramente financiera, el buen gobierno corporativo se concebirá como un conjunto de medidas que aseguren los incentivos necesarios para una administración eficiente de los negocios. Un campo de la economía que investiga cómo motivar a los consejeros para que obtengan el máximo de ganancias para los accionistas de la empresa en el menor tiempo posible, es decir, reduciendo el coste de oportunidad. Entre esos incentivos podemos encontrar contratos garantizando determinados tipos de remuneraciones, préstamos en condiciones ventajosas, fondos de pensiones, diseños organizacionales específicos que aseguren el poder de decisión a un grupo minoritario de accionistas, normas o regulaciones que promuevan esos incentivos como las stock options (con ventajas contables y fiscales), etc. Las consecuencias de esta visión restringida o microeconómica son evidentes a la luz del «caso Enron» y otros escándalos financieros contemporáneos29. En el caso concreto de las stock options, por citar sólo el caso más controvertido, sus incentivos para mejorar la eficiencia o la búsqueda de ganancias por parte de los consejeros y administradores parecen figurar entre las principales causas de esos escándalos que han provocado una de las más graves caídas en las cotizaciones bursátiles como no se recordaba desde la crisis de 1929. Otra de las consecuencias más evidentes de esta visión «restringida» de la empresa se puede observar en la desprotección de los accionistas minoritarios frente a los mayoritarios o de «referencia», lo que ha provocado en los últimos tiempos un reforzamiento casi extremo del principio de transparencia (full disclosure). 2.3. Visión crítica del sentido restringido del GC A la luz de los últimos escándalos financieros acaecidos en grandes corporaciones a nivel internacional, no sólo en Estados Unidos, donde se dieron los casos de mayor repercusión internacional (Enron, World.Com, Tyco, Adelphia, Xerox, Global Crossing), sino también en países como Francia (Vivendi), Alemania (Manesmann), Holanda (Ahold) e Italia (Parmalat), entre otros, parece necesario cuestionarse la validez de esta concepción estricta del GC que fija como objetivo único de la empresa el interés de los accionistas o, dicho de otro modo, la maximización del valor de la empresa. La empresa, además de su finalidad económica, encierra otras finalidades no menos importantes. El centrar el objetivo último, o finalidad de la empresa, sólo en la máxima eficiencia económica es una visión reduccionista de la misma. Ello, como es de esperar, tiene sus consecuencias en el sistema económico en su conjunto, pues, como hemos señalado ya más arriba, la empresa es el eje de la economía de libre mercado. El problema radica en que la máxima eficiencia económica sólo se consigue en situaciones de competencia perfecta, cosa que rara vez se da en el mundo real. Este modelo de máxima eficiencia ha servido a los economistas para elaborar sus teorías sobre la competencia en los mercados. La máxima eficiencia económica sólo se consigue cuando los agentes individuales maximizan su utilidad y las empresas maximizan su valor social. O, en términos paretia nos, cuando algunos mejoran su situación (económica) sin que, al mismo tiempo, nadie empeore la suya En un entorno de contratos perfectos, el valor social de la empresa coincide con el valor de las acciones a largo plazo. Y si los mercados financieros son eficientes, el valor de las acciones a largo plazo se refleja en el valor de dichas acciones en Bolsa en cada momento. Por lo tanto, la función del directivo es maximizar el valor de las acciones en Bolsa y el problema de la empresa se reduce a conseguir un sistema de contratos, normas e incentivos que muevan a los directivos a conseguir ese valor. Ahora bien, como destaca Argandoña30, la máxima eficiencia económica es un objetivo metaeconómico, que los economistas admiten sin discusión pero que debería ser objeto de un análisis detallado. La explicación del objetivo de la empresa no parte de un estudio empírico que llegue a la conclusión de que las empresas tratan siempre de maximizar el valor de las acciones31. Tampoco se define dicho objetivo a partir de un estudio de la esencia o naturaleza de la empresa —lo que no se corresponde con las concepciones filosóficas que han presidido su creación y su evolución desde Adam Smith hasta nuestros días—. Su objetivo viene dado más bien desde fuera como un requisito de la racionalidad del sistema económico. Si consideramos que el ser humano actúa siempre movido por el principio económico de conseguir los mejores resultados con los recursos disponibles —o, lo que es lo mismo, de minimizar los recursos necesarios para obtener un resultado dado—, la lógica del sistema económico debe ser la de la eficiencia, entendiendo por esta última esa relación entre recursos y resultados. Pero cabría preguntarse si la «máxima eficiencia económica» es el objetivo de la sociedad. Es un hecho que el hombre trata de ser eficiente en su actuación. Según Vernon Smith: «La eficiencia es el resultado conjunto de reglas institucionales y la conducta de los agentes»32. Pero no es cierto que la eficiencia sea el fin último de las acciones humanas. Por otro lado, existe el problema de saber qué recursos y qué resultados han de tenerse en cuenta para definir la eficiencia económica. Los economistas se limitan a los resultados económicos medibles (ingresos en el caso de la empresa) y a los recursos empleados (costes). Pero existen otros resultados y recursos no económicos que también habría que considerar pues también inciden en los comportamientos humanos y, en consecuencia, en la empresa, como son los daños morales producidos en los agentes económicos como consecuencia de sus actuaciones. Dicho esto, parece razonable entonces preguntarse acerca del objetivo de la «maximización del valor para el accionista» como único objeto de la empresa. Esto no quiere decir que dicho objetivo no forme parte, y una parte importante, de la finalidad de la empresa, sino que, como ya señalaban Jensen y Meckling33, las empresas deberían tratar de «maximizar su valor social» porque este valor es una condición para maximizar el valor de la empresa y, en consecuencia, para el accionista. Si el hombre no se mueve sólo por la eficiencia económica, esto implica que el objetivo de la empresa no puede limitarse a la maximización de valor y que debe tener en cuenta el impacto que sobre dicho valor futuro pueden tener las variables no económicas. La «máxima eficiencia económica» sólo se da en situaciones de mercados de competencia perfecta que en la realidad no existen, un modelo de análisis más que un principio de actuación. En la práctica, según puede observarse por el funcionamiento de los mercados financieros de la última década, se ha producido una identificación entre la maximización del valor para el accionista y la maximización del valor de la acción en Bolsa. Las consecuencias de esta identificación parece que se han evidenciado en la última década (quiebra de empresas y corrupción de consejeros). 3. Sentido Institucional del GC Además de las concepciones expuestas (amplia y restrictiva) del GC existen otras que podríamos denominar «institucionales». Éstas utilizan la expresión buen gobierno corporativo como sinónimo de democracia de los accionistas. Con esta concepción el GC no pasaría de ser un tópico recientemente concebido y escasamente definido y que no se distingue de un sistema o régimen cuyo objetivo es procurar el mayor bien de los accionistas, empleados, clientes, banqueros y, ciertamente, por la reputación y la buena situación económica de una nación o comunidad determinada. Esta visión «institucional» del GC parece ser la adoptada por los países en vías de desarrollo y por organismos como la OCDE34. Desde esta visión, el GC «trata de los medios por los que los proveedores de financiación de las empresas se aseguran la rentabilidad esperada de sus inversiones»35. Las cuestiones que el GC contempla, desde esta perspectiva, no difieren, en lo esencial, de aquellas derivadas de su concepción amplia; entre ellas cabe mencionar: — Los accionistas eligen a los consejeros que los representan. — Los consejeros votan sobre los principales asuntos de la empresa y adoptan las decisiones por mayoría. — Las decisiones son tomadas de forma transparente. — Las compañías adoptan estándares contables para generar toda la información necesaria para los consejeros y los inversores, a fin de que éstos puedan tomar sus decisiones. — Las compañías adoptan políticas y prácticas que respeten tanto las normas locales, como nacionales e internacionales. 4. El buen gobierno corporativo «Ser más que parecer» (Gerard Mauley Hopkins, 1844-1889. Poeta inglés) Tras las visiones expuestas, estamos ya en condiciones, si no de definir, al menos de describir qué entendemos por un buen gobierno corporativo, lo cual dependerá, fundamentalmente, de una serie de leyes, regulaciones, contratos y normas. En una palabra, es necesario, para la existencia de un buen GC, un marco institucional adecuado que cree las condiciones necesarias para el desarrollo de las empresas y las expectativas privadas (iniciativa individual), siendo éstas la célula fundamental de una economía de mercado. Este marco institucional debe permitir que las empresas aprueben sus propias normas de gobierno interno y que los administradores respondan ante sus accionistas de sus actuaciones. Desde esta perspectiva se torna esencial la participación del Estado como creador del «marco institucional». 4.1. Nuestra tesis es que antes de hablar de un buen gobierno corporativo es necesario preguntarnos acerca del fin de la empresa ¿Tiene la empresa un fin meramente lucrativo, el de obtener los máximos beneficios en el menor tiempo posible o tiene un fin más amplio? ¿Tiene la empresa un fin social además del estrictamente económico? Si sostenemos que la empresa tiene una finalidad meramente económica o lucrativa, entonces un buen gobierno corporativo será aquel que procure obtener las máximas ganancias en el menor tiempo posible para el inversor. A la luz de la experiencia del «caso Enron» y la cadena de fraudes financieros que le siguieron, parece que éste es el concepto de empresa que ha predominado en la última década en pleno auge de la «burbuja tecnológica». En la década pasada parece que la empresa se concebía como una entidad o corporación cuya única finalidad era la obtención de lucro. Si, por el contrario, entendemos a la empresa como una entidad con una finalidad más amplia, esto es, si creemos que la empresa, además del fin de lucro, tiene un fin social, entonces nuestra concepción del «buen gobierno corporativo» necesariamente ha de ser diferente36. 4.2. ¿Corporate governance o corporate government? Lo dicho en el párrafo anterior no debe llevarnos a confundir lo que realmente debe ser el gobierno de las empresas. Y hacemos esta advertencia pues en el actual estado de la cuestión, muchas recomendaciones, sugerencias y exigencias que recaen sobre las empresas parecen tender a que éstas se gobie rnen como si fueran «sistemas democráticos». La empresa es fundamentalmente una asociación voluntaria, con fines concretos y particulares, y que exige un gobierno predominantemente «ejecutivo», no parlamentario ni consensuado. A diferencia de los gobiernos de los Estados, donde la Ciencia Política, a partir de Tocqueville, ha descubierto la conveniencia de la separación de poderes o, mejor dicho, de «funciones» —legislativa, ejecutiva y judicial— y de un adecuado mecanismo de checks and balances, en las empresas, por el contrario, se torna necesaria la «unidad de poder y de gestión». Esto, en principio, parece ser contradictorio con la insistencia que actualmente se hace en la mayoría de las recomendaciones y códigos de buen gobierno respecto de, por ejemplo, la separación del cargo de primer ejecutivo y de presidente del Consejo. Aun con todo lo que ello pueda tener de positivo y recomendable para el buen gobierno de la empresa y para la percepción que el público inversor tenga de ella, esta separación no debería, a nuestro juicio, constituir una regla básica y fundamental y mucho menos constituirse en norma obligatoria. La naturaleza de las empresas exige una forma de gobierno distinto y que sólo puede determinar la propia empresa. Ésta es la base, y la conveniencia, de la autorregulación. A estas alturas quizá sea bueno recordar la distinción que Michael Oakeshott hacía entre asociaciones civiles y la empresa como «asociación voluntaria sustantiva37; ... con una tarea (un quehacer) común. Pueden existir tantas asociaciones como propósitos o fines conjuntos se persigan». Pero las empresas no son como las asociaciones civiles de caridad o beneficencia, o las Iglesias, o clubes. La empresa tiene otra naturaleza y la regulación debe respetarla, pues si no se corre el riesgo de convertirla en algo distinto de lo que realmente es, y así, de eliminar el eje sobre el cual gira toda la economía del libre mercado y los beneficios que este sistema, aun con sus carencias, ha traído consigo. 4.3. ¿Se puede medir el GC? Llegados a este punto cabe preguntarse por qué decimos que un gobierno corporativo es bueno, cuáles son los parámetros a tener en cuenta para decir que el gobierno de una empresa es mejor que otro, por qué cumple con determinadas normas, por qué el buen GC aumenta el valor de la empresa o por qué promueve determinadas virtudes y normas de conducta entre sus integrantes (incluyendo a todos cuanto tengan relación con la empresa —stakeholders—). El determinar o medir la calidad del gobierno de la empresa no es cuestión baladí si consideramos los beneficios que de ello puede derivarse. Entre ellos, podemos enumerar los siguientes: — Mercados de capitales más amplios y con más liquidez. En una palabra, más fuertes, con todo lo que ello supone para el desarrollo de una economía de libre mercado. — Fortalecimiento de la competencia y lucha contra la corrupción. Estos beneficios del buen GC parecen haber sido percibidos por los más importantes mercados financieros y, en particular, por las empresas que diseñan ratings de medición. En este sentido, debemos destacar, entre otros, la creación por parte de la compañía independiente de índices globales FTSE y la agencia de ratings de gobierno corporativo ISS de un nuevo índice para valorar la gestión del gobierno corporativo38. Con estos índices se busca dar respuesta a la demanda cada vez más creciente de accionistas e inversores por conocer las prácticas del gobierno corporativo de las empresas y su grado de transparencia informativa antes de invertir en ellas. En otras palabras, las buenas prácticas de gobierno corporativo y la transparencia se han constituido en un elemento esencial para tomar decisiones de inversión. Estos nuevos ratios analizan aspectos como la composición del Consejo de Administración, las prácticas de auditoría, la remuneración de los consejeros y los directivos, el funcionamiento de las comisiones de auditoría, de retribuciones y de nombramientos o la existencia de planes para la sucesión del primer ejecutivo. Este nuevo sistema de medición se aplicará para clasificar a las más de 7.000 compañías incluidas dentro de la serie de índices FTSE Global Equity. Además de estos índices, se han realizado numerosos estudios empíricos sobre los efectos positivos que el buen gobierno corporativo tiene para las empresas. Antes de finalizar este apartado consideramos oportuno hacer algunas consideraciones generales en torno a algunos de los desafíos más importantes que actualmente, y especialmente a partir de los escándalos corporativos conocidos en la última década, parece afrontar el buen gobierno corporativo. A) Los conflictos de interés «No dará consejo sano el que su interés procura» (Alonso de Varros, siglo xvi. Escritor español) Los conflictos de interés se revelan como una de las consecuencias más claras de los escándalos corporativos acaecidos a partir del «caso Enron». De ahí que cualquier análisis que se haga posterior a este caso no puede omitir considerar este punto. No obstante, como hemos anticipado ya en la Introducción de este trabajo, la problemática concerniente a los conflictos de interés es inherente al GC y, por tanto, no aparece como una nueva cuestión a resolver. La cuestión de los conflictos de interés tiene que ver con lo que en la doctrina legal anglosajona se conoce como «deberes fiduciarios» de los administradores de las empresas (fiduciary duties)39. El deber de lealtad de los administradores es un principio y, como tal, no es prescriptivo ni preciso; es decir, admite graduaciones e interpretaciones diversas según las circunstancias, cuestión esta última fundamental al juzgar la buena o mala administración de los negocios. Hay conflictos de interés que se muestran más claros y evidentes que otros (robos, malversaciones de fondos, desfalcos) y que son sancionados por normas penales. Pero hay otros, que son los que interesan en este trabajo, que no son tan manifiestos y que, a veces, se hacen de muy difícil investigación. Esta dificultad se ha incrementado a partir de los avances tecnológicos, el desarrollo de los negocios y las más modernas técnicas contables y financieras. Dentro de ellos podemos encontrar, por ejemplo, la autocontratación (selfdealing) entre los administradores y las mismas empresas que administran, directa o indirectamente (a través de la contratación con filiales o subsidiarias, por ejemplo), y que puede adoptar diversas formas, como la compra a precios muy por debajo de los del mercado (o la venta a precios demasiado altos) o la transferencia de beneficios desde la empresa hacia el interés personal del administrador que los controla. Desde el punto de vista normativo, los problemas que suelen presentar, básicamente, los conflictos de interés son los siguientes40: 1. La excesiva amplitud de las normas. Las normas pueden ser muy amplias y abarcar transacciones entre la empresa y uno de sus directivos (internos o externos), quien no controla la decisión del Consejo (en su conjunto). El problema entonces radica en el grado de dependencia que vincula a un consejero con un interés que no ha sido revelado en su totalidad al consejero delegado de la compañía antes de tomar sus decisiones. 2. Por otro lado, las normas pueden ser muy limitadas y, de este modo, pueden descuidar transacciones con la casa matriz o socios mayoritarios o controlantes. 3. Los consejeros pueden perder interés si obtienen un beneficio financiero directo de las transacciones antes aludidas, independientemente del grado de control sobre su elección y la permanencia en el Consejo. En este sentido, hay que resaltar que «desinteresada» no es lo mismo que «independiente». 4. No se presta atención (o al menos no la necesaria) a los pagos si la aprobación (de las transacciones) viene de los accionistas significativos o controlantes de la compañía, pues, normalmente, se aprueban «casi automáticamente» las recomendaciones que les hace el consejero delegado u otro accionista mayoritario. De esta manera, el control deviene más formal que real. Un segundo aspecto de los deberes fiduciarios propios de los administradores deviene del concepto del «debido cuidado» (duty for care), según el cual los administradores deben actuar «con el mismo cuidado, incluyendo una razonable investigación, como ordinariamente lo haría una persona prudente en una posición similar y ante circunstancias similares»41. Esta norma «estándar» expresa un grado de diligencia razonable (rule of reason), conocimiento y preparación por parte de quien toma las decisiones y genera una responsabilidad civil objetiva (strict liability) más estricta que la responsabilidad por culpa o dolo. No obstante, a juicio de los expertos legales, esta responsabilidad, en la práctica, se ve matizada por lo que en la doctrina norteamericana se conoce como «la regla del juicio de los negocios» (business judgment rule), la cual transforma la responsabilidad civil antes citada en un inaceptable (o al menos inequitativo) test de negligencia42. Bajo tales estándares de conducta, la aplicación real y práctica de la responsabilidad de los administradores se torna bastante difícil por parte de los accionistas minoritarios. La justificación que para tales estándares suele darse es que la naturaleza de los negocios requiere libertad de acción por parte de los consejeros de las empresas, y que lo contrario, significaría atar sus decisiones de modo tal que afectaría la eficiencia y buena marcha de las empresas. Por ello, hasta qué punto este criterio pueda ser negativo para los accionistas minoritarios es un problema que hay que resolver en cada caso concreto y que tiene que ver también con la tradición jurídica y legal de cada país. B) La transparencia Otra de las consecuencias relevantes que se pueden observar a partir de los escándalos corporativos de la última década es la importancia que ha tomado el tema de la transparencia informativa o la revelación de información (disclosure). No es éste el lugar para extendernos acerca de un tema esencial para el funcionamiento del mercado financiero, caracterizado, precisamente, por la escasez y la desigualdad de la información. Si bien la transparencia es necesaria para el correcto funcionamiento de todo sistema de libre mercado, en el caso de los mercados financieros, la transparencia en la información adquiere especial relevancia por el valor intrínseco que ella tiene en este mercado. Hecha esta aclaración, lo que sí queremos destacar es que el tema del GC tiene una importancia en sí mismo, más allá de las normas de transparencia. Un buen GC tiene una incidencia directa en la eficiencia y la competitividad de las compañías. Una empresa puede comunicar muy bien sus políticas pero puede tener un mal GC. Puede transmitir muy bien pero gobernar muy mal sus propios negocios. Por otro lado, se corre el riesgo, no menor ni infrecuente, de que el cumplimiento de las normas de transparencia se conviertan en una cuestión de imagen y que no cumplan con su finalidad esencial. 5. A modo de síntesis Para finalizar con esta primera parte y dejar claramente expresada cuál es nuestra posición respecto del gobierno corporativo, diremos que éste no puede verse como un elemento aislado dentro de la empresa ni como una cuestión que afecte sólo a esta última, sino, por el contrario, como una pieza fundamental del mercado de capitales y, en consecuencia, de la economía en su conjunto. El buen gobierno corporativo actúa como un vehículo y un catalizador de la transparencia, condición sine qua non para el eficiente funcionamiento de un mercado de capitales. Pero para que los mercados sean realmente eficientes se requiere también otros elementos generadores de confianza: la optimización de los mercados, a través de la integración, por ejemplo, de sus sistemas de compensación y liquidación; la integración de los mercados de contratación; la creación de nuevos instrumentos financieros con garantías especiales o de propiedad; el desarrollo de las instituciones de inversión colectiva; la protección de los inversores, y otras. El buen gobierno corporativo no es un problema coyuntural sino estructural. Es un proceso dinámico que acompaña los cambios de su entorno, tanto político como social y, por supuesto, el económico. Por ello, a pesar de que su concepto y pilares fundamentales se mantienen a lo largo del tiempo, su estructura y funcionamiento pueden ir variando de época en época, de acuerdo con la evolución de las empresas, no pudiendo hablar de que unos modelos sean mejores que otros. Un modelo, para ser calificado como bueno, debe dar respuesta a sus concretas circunstancias tanto en su dimensión temporal como geográfica, social y económica. 1 Las cámaras se asentaban en diferentes ciudades donde tenían su sede las compañías (Ámsterdam, Middelburg, Rótterdam, Delft, Hoorn y Enkhuizen). Cfr. Hopt, K., y Leyens, P. C. (2004): «Law Working Paper», n.º 18/2004. Enero, Hamburg, Max Planck Institute for Foreign Private and Private International Law, & ECGI (European Corporate Governance Institute). 2 Durante este período, el control externo o de mercado era prácticamente inexistente, y esto explica, en gran manera, el grado de concentración de propiedad de las empresas de entonces. 3 La evolución de la investigación sobre gobierno corporativo en Europa ha sido estudiada por Hopt, Klaus J., et. al. (eds.) (1998), Comparative Corporate Governance, Oxford, Clarendom, pp. 223 y ss. 4 Jensen y Meckling sientan las bases de la llamada Teoría de la Agencia, eje central del gobierno corporativo, en su trabajo (1976): «Theory of the Firm: Managerial Behavior, Agency Costes and Ownership Structure», Journal of Financial Economics, 3, p. 305. 5 En El Gobierno de la Empresa. Servicios de Estudios de La Caixa, 2002, p. 39. 6 El paréntesis es nuestro. 7 Shein, E.: La cultura empresarial y el liderazgo, Barcelona, Ed. Plaza y Janés. 8 Cfr. Mele, D. (1996): Códigos Internacionales de Conducta y Competitividad Global. DI N.° 314. Universidad de Navarra, IESE. 9 Cfr. Novak, M. (1996): The Future of The Corporation, Washington D.C., American Enterprise Institute. 10 Cfr. Melé, D.: Documento de Investigación, n.º 327. Universidad de Navarra, IESE. 11 Hutton, W.: The State we’re in, p. 295. 12 Véase Safire, W. (1996): «On Language», New York Times Magazine, 5, mayo, pp. 26-27. Citado por Novak, M.: The Future of Corporation, ob. cit. 13 En The State we’re in, ob. cit. 14 En la Fundación de Estudios Financieros se está desarrollando un ambicioso trabajo sobre Responsabilidad Corporativa con personas de gran prestigio profesional en cada una de las áreas analizadas. Este trabajo espera ver la luz a finales de este año (2005). 15 Los problemas de agencia son descritos por Jensen, M., y Meckling, W. (1976), «Theory of the Firm: Managerial Behavior, Agency Costs and Ownership Structure», 3, Journal of Financial Economics. 16 Hirschman (1979). 17 Williamson (1985). 18 Concepción adoptada por el Banco Mundial. 19 Entrecomillamos «a lo largo del tiempo» dado las implicaciones que una visión «a corto» pueden tener sobre el gobierno corporativo y la evolución de los negocios de las empresas. 20 Esto significa que los accionistas cuenten con el tiempo suficiente para analizar la información provista y poder ejercer plena y efectivamente su derecho a voto. Ello supone, además, que tal información sea accesible, es decir, que pueda entenderse por cualquier accionista de formación media, sin necesidad de conocimientos especializados. No obstante, ello no implica que muchas veces la complejidad sea connatural a la materia y requiera de la asistencia de un profesional. 21 Con este objetivo, la International Corporate Governance Network, organización no gubernamental con sede en Londres, que representa a inversores institucionales, inversores privados, corporaciones y expertos en gobierno corporativo, ha hecho una serie de recomendaciones acerca de los derechos de voto transfronterizo (Cross Border Voting), cuestión esta esencial en un contexto de globalización de los mercados de capitales. Entre tales recomendaciones se encuentran las siguientes: a) las reglas del mercado por sí solas no son suficientes para garantizar la igualdad del derecho al voto de los accionistas. Cierta regulación es necesaria aunque una sobrerregulación (over reliance) también podría ser contraproducente. En este sentido, una regulación a nivel europeo puede ser la mejor opción dado que evitaría los problemas vinculados a la multiplicidad y diversidad de diferentes regulaciones entre los Estados Miembros de la Unión Europea. En esta regulación parece conveniente garantizar el derecho del «voto en ausencia» (voting in absentia). Este derecho incluiría también el de ser informado oportunamente y de forma inteligible acerca de las cuestiones o temas en discusión (orden del día) sobre los que deberá votar el accio nista así como los procedimientos a seguir. Esta información debería ser notificada en al menos una lengua internacionalmente aceptada; b) conveniencia de una definición clara y precisa de «Último inversor» (Ultimate Investor). El comité de expertos sugiere adoptar la expresión: «Votante beneficiario europeo» (European Beneficial Voter). La ventaja de este término radica en que comprende tanto al tradicional propietario que toma las decisiones como al intermediario que podría ser comisionado a ejercer el derecho al voto (fiduciario), incluso cuando el comitente se halle fuera de la Unión Europea; c) una vez definido el concepto de Beneficial Voter o Beneficial Owner es conveniente establecer una comunicación directa entre éste y el emisor (más que en el deber legal de comunicación a todos los miembros de la cadena). En este punto es importante resaltar la diferencia entre el sistema aquí propuesto y el de la obligatoriedad del registro. La validez de la titularidad de las acciones y, en consecuencia, del derecho a votar, deviene de la posición del titular al final de la cadena. La propuesta aquí efectuada sólo es a efectos de información entre el emisor y sus accionistas; d) una vez establecida la comunicación directa deviene el problema de la privacidad. La obligatoriedad de identificar al votante puede desincentivar o incluso dar lugar al abandono del derecho de voto. Por ello, se sugiere la adopción de una cláusula de opt out para aquellos que prefieran mantener el anonimato; e) abolición del Share Blocking, por el cual se exige que todo aquel que quiera votar debe ser el depositario físico de las acciones en el momento de reunirse la Junta de Accionistas, pues no parece ser el medio más adecuado para incentivar el derecho al voto. Desde esta perspectiva, el modelo del Record Date (Día de Registro), seguido en Estados Unidos y Japón, parece más acorde con los derechos de los accionistas (sobre todo teniendo en cuenta el estado actual de la tecnología y sus futuros avances). En caso de que este modelo sea aceptado, es importante destacar la conveniencia de que el Record Date sea lo más próximo posible al día de la Junta de Accionistas; f) unificación de los períodos de voto (Settlement periods). Los diferentes períodos de voto existentes en cada uno de los Estados Miembros podrían ocasionar que una misma acción otorgue el derecho a votar dos veces en jurisdicciones distintas a través de diferentes poseedores (mientras que otros podrían perder tal derecho). Por ello se recomienda aprobar una norma que establezca que, a los efectos del voto, el momento de la transferencia de la propiedad se determinará como si la transacción tuviera lugar en el Estado sede de la compañía en cuestión; g) desmaterialización de las acciones. En línea con las sugerencias hasta aquí efectuadas, el ICGN propugna la abolición de la diferencia hasta ahora existente entre acciones poseídas (Bearer Shares) y acciones registradas (Registeres Shares). En el estado actual de la tecnología, tal distinción parece haber perdido su justificación original; h) préstamo de acciones. Por último, el ICGN expresa su preocupación por los problemas que implica el préstamo de acciones por cuanto no pocas veces el prestatario no desea ejercer el derecho al voto mientras que el prestamista mantiene su intención de hacerlo. Para ello, se propone que, como en el caso de los dividendos, las acciones del beneficiario no sean prestadas sin una estipulación contractual de quién debe ejercer el derecho a votar. Muchas de estas recomendaciones, aunque en menor detalle, se encuentran recogidas en el Documento de Consulta de la Comisión sobre la protección de los derechos de los accionistas del año 2004 (véase anexo documental). 22 Una cuestión no determinante, pero no por ello menos importante, es la dedicación y la calidad del trabajo de los directivos. En un informe realizado por la revista de negocios Forbes se ha obervado cómo muchos de los consejeros de las compañías que integran el índice S & P 500 pertenecen a 5 o más Consejos de diferentes empresas. Ello, si bien no es determinante para calificar la calidad del trabajo de los directivos, es un factor que puede afectar a la debida diligencia y atención que tales cargos requieren. En este sentido, el presidente de la Asociación Nacional de Consejeros Corporativos (National Association of Corporate Directors - NACD), del Reino Unido, ha afirmado que: «... debe haber un límite en el número de Consejos de los que un ejecutivo puede formar parte. Especialmente si se realizan otros trabajos. Un informe de la misma Asociación muestra cómo los consejeros dedican a los Consejos, en promedio, entre 175 y 200 horas anuales». 23 Un conjunto de expertos españoles en materia societaria y financiera resaltó la importancia de la reforma de los Consejos de Administración exigiendo un mayor número de consejeros independientes y una mayor responsabilidad ante los accionistas publicando, por ejemplo, una declaración escrita que refleje su retribución (véase el periódico económico español Expansión, lunes 7 de octubre de 2002) . Entre las empresas españolas, la primera que hizo público el salario de su presidente fue el Banco Santander Central Hispano. 24 Al final de la década, el promedio anual de este tipo de compensaciones había crecido de un 10 a un 15% por año. Los bancos de inversión parecen haber sido los más proclives a usar este tipo de recompensa para sus directivos. Durante el año 2001, la proporción de las opciones sobre el total del salario creció desde el 40 al 60% en los grandes bancos de inversión y del 25 al 35% en los bancos de inversión de segunda fila (según la consultora norteamericana Freeman & Co.). En España, el Partido Popular adoptó el modelo americano sobre fiscalidad de las retribuciones a los altos directivos a través de la modificación del Impuesto a la Renta de Personas Físicas (IRPF) duplicando el importe de opciones que se podrá beneficiar de incentivos fiscales (100.000 e por año, aprox.). Para ello, y con el fin de evitar casos de abuso como «Enron» o «Telefónica» en 1999, las opciones deberán abarcar a toda la plantilla. Este sistema parece también replicar el sistema francés de retribución variable. Los nuevos modelos de retribuciones basados en acciones (y con significativos beneficios fiscales) incluyen planes como los «paquetes accionariales» (stock bonus); «bonus diferidos» (deferred bonus), los «créditos blandos» (Long Bonus), la venta de acciones a precio rebajado (stock purchase bonus) y los phantom plan (bonus calculados simulando los tradicionales planes de opciones sobre acciones —como si fueran una stock option—, pero que al final del período de dos años se retribuyen con dinero en lugar de con acciones). Finalmente, también podemos mencionar los Saving Plan (seguros de vida que no se pueden rescatar hasta la jubilación y que disfrutan de una exención fiscal del 40%, igual que los planes de pensiones). 25 Las consecuencias negativas de este modelo han quedado en evidencia en el «caso Enron», como se analiza en el anexo documental. 26 Por ejemplo, por ausencia de normas en su legislación mercantil, administrativa, civil, etc. 27 Por ejemplo, los inversores deben tener la posibilidad y el derecho de promover y apoyar resoluciones o reuniones extraordinarias. 28 Especialmente, desde la década de los ochenta y las políticas de privatizaciones y liberalización llevadas a cabo en la mayoría de los países. 29 Algunos de los cuales incluimos en el anexo documental. 30 «Las funciones de la empresa: el papel de la maximización el valor para el economista», Revista del Instituto de Estudios Económicos (IEE), núm. 1, 2003, pp. 57-81, p. 61. 31 En algunos casos puede ser que el directivo reciba el mandato de maximizar el valor de las acciones para su propietario, pero en otros casos ese mandato no se produce, sino que se da por supuesto. 32 Véase «Constructivist and rationality. Ecological rationality in economics», en American Economic Review, junio 2003. 33 En Theory of the Firm..., ob. cit. 34 Organization for Economic and Cooperation Development. 35 Shleifer y Vishny (1997): Journal of Finance, p. 737. 36 Nótese que decimos «diferente» y no «opuesta». 37 Véase Oakeshott, M. (1975): On Human Conduct, Oxford University Press. 38 Desde julio de 2001 existe en el mercado el índice FTSE 4Good, que incluye a empresas que cumplen ciertos criterios de ética y de responsabilidad social. 39 «Los consejeros, aunque no sean estrictamente depositarios, son fideicomisarios y guardan una relación fiduciaria con la empresa y con sus accionistas. Tienen un deber con todos los accionistas, incluyendo los minoritarios, y deben administrar tales deberes para el beneficio común. El concepto de que una empresa es una entidad (separada y distinta de sus administradores y accionistas) no puede interpretarse de modo que restrinja los deberes de todos los accionistas» (Remillard Brick Co. v. Remillard Dandini; 1952). 40 Cfr. Baums, T., y Scott, K. (2003): «Taking Shareholder Protection Seriously?», Coporate Governance in the United States and Germany. European Corporate Governance Institute (ecgi), noviembre. 41 General Corporation Law Section 309(a). 42 «Taking Shareholder Rights Protection Seriously?...», ob. cit. Segunda Parte Perspectiva Comparada del Gobierno Corporativo Segunda Parte Perspectiva Comparada del Gobierno Corporativo I. Los distintos modelos de Gobierno Corporativo1 «El dinero habla un idioma sensato que entienden todas las naciones» (Aphra Behn, 1640-1689. Escritora y dramaturga inglesa) Estados Unidos, Japón y Alemania constituyen tres modelos o paradigmas de gobierno corporativo cuya revisión puede ayudar a comprender mejor de qué manera las visiones sobre la empresa influyen sobre su estructura y sobre el Mercado de Capitales. Vicente Salas2 sostiene que las mayores diferencias en materia de GC, más concretamente, de la forma de estructurar el gobierno de las empresas en relación con su propiedad, surgen más entre empresas de distintas áreas geográficas (y políticas) que entre empresas dentro de una misma área. Tal afirmación avala nuestra posición de que el estudio y la práctica del GC no puede desentenderse del contexto cultural, político social y económico en el que la empresa se asienta o desea instalarse (visión amplia). Existen, básicamente, dos modelos bastante diferenciados de GC: el que podríamos denominar angloamericano, y otro menos definido y menos homogéneo que caracteriza a los países de la Europa Continental y, en cierto sentido, también a Japón. La diferencia entre ambos modelos puede comprenderse a partir del análisis de los siguientes cinco aspectos3: 1. La importancia del Mercado Bursátil En el caso angloamericano (básicamente Estados Unidos y Reino Unido), lo normal es que las empresas grandes coticen en Bolsa. Estar admitido en una Bolsa de Valores constituye un indicador de éxito y de consolidación empresarial y es el objetivo habitual de cualquier empresa que aspira a crecer. En estos mercados, el porcentaje de la capitalización bursátil es muy alto en relación con el Producto Interior Bruto. Por el contrario, en los mercados de Europa Continental (Alemania y Francia, por ejemplo) el número de empresas cotizadas en Bolsa es muy inferior, a pesar del tamaño de sus economías, y el ratio de capitalización bursátil sobre el PIB es menos de la mitad4. En España, el número de empresas cotizadas en la Bolsa de Madrid fue de 3.082 en el año 2004 y el crecimiento de su Mercado Bursátil en los últimos años ha pasado del 36% del PIB en 1998 al 77% (2003). Es decir, se ha más que duplicado en el escaso tiempo de cuatro años. 2. La eficiencia del Mercado de Capitales Sin llegar a establecer una relación de causalidad, podríamos decir que existe una estrecha asociación entre liquidez y eficiencia. Si ello es así, podríamos deducir, de los indicadores existentes5, que los mercados anglosajones tienen un nivel de eficiencia superior. Asimismo, el volumen de títulos que se intercambian en estos mercados es muy superior a los del continente europeo. 3. La inversión institucional La inversión institucional predomina en los mercados bursátiles de Estados Unidos y del Reino Unido y está más desarrollada que en el continente europeo. En España, el volumen invertido por este tipo de instituciones en renta variable apenas llega al 5%, mientras que en aquellos países alcanza aproximadamente el 27% y 63%, respectivamente. 4. El mercado de control corporativo Estas características de la propiedad de las empresas, como es lógico suponer, tienen una incidencia directa en su transmisión y control. En el modelo anglosajón, la transferencia de la propiedad y el control de las empresas a nuevos accionistas suele realizarse en el propio mercado a través de una oferta pública de adquisición (OPA), sea ésta amigable u hostil. Para que ello sea posible se requieren, sobre todo, mercados muy líquidos, sin barreras de entrada y eficientes. Esto da lugar al desarrollo de un mercado de control del gobierno de las empresas más efectivo. Por este motivo, consideramos que no se debería insistir tanto, como se viene haciendo desde el caso Enron, en la transparencia, sin cuidar al mismo tiempo la eficiencia, lo que va estrechamente ligado a la liquidez. Esta última, la mayoría de las veces, viene dada por aquellos que prefieren el «anonimato» de las operaciones; es decir, que prefieren mercados más opacos, pues de ellos reciben sus mejores beneficios y son estos agentes los que buscan la información necesaria para mantener la suficiente liquidez del mercado. En pocas palabras, se trata de ponderar entre la transparencia y la eficiencia. En las economías europeas, los mercados de control de empresas están menos desarrollados por las características de la propiedad de las mismas. La transferencia y el control de la propiedad de las empresas se desarrolla, normalmente, fuera del mercado, entre los accionistas de referencia o significativos. En muchas ocasiones también existen obstáculos como poderes de veto o la constitución de núcleos «duros», o los «blindajes», que obstaculizan las OPAS. 5. El control y la propiedad de las empresas Los estudios empíricos y trabajos de investigación que analizan el nivel de concentración de la propiedad de las empresas6 muestran que en las economías anglosajonas las empresas suelen ser más independientes en el sentido de no estar controladas por algún inversor individual, por otra empresa, por un banco, por un grupo reducido de accionistas o por un grupo familiar. En estos países tampoco son habituales las «participaciones cruzadas entre empresas». En el continente europeo, en cambio, las empresas suelen estar controladas por grupos de inversores estables (grupos familiares, grandes empresas o un reducido grupo de accionistas), con participaciones cruzadas o estructuras piramidales. Así, por ejemplo, en el caso de umbrales de entre el 10 y el 20%7 estos estudios observan que en Alemania, por ejemplo, sólo el 4,4% de las compañías tienen un capital que se puede considerar «d isperso» (con menos del 20% del capital o sin acciones de control), mientras que en el Reino Unido este porcentaje se eleva al 26%. Estas diferencias también pueden observarse en la naturaleza del accionista de control o significativo. Mientras que en Alemania el control por las familias llega hasta el 71,5% de la empresa, en el Reino Unido este porcentaje no supera el 34%. Estas diferencias que no cambian la tendencia, pueden observarse entre todos los países del continente europeo, en comparación con los países anglosajones (particularmente, el Reino Unido y Estados Unidos). En España, en el período 1996-2002, los grupos familiares han aumentado su histórico protagonismo pasando de controlar el 40% de las sociedades cotizadas al 52,7%. Una explicación de este aumento puede ser el que estos grandes grupos familiares han percibido la necesidad de acudir al mercado de capitales para financiarse, pero cuidando de no perder el control de la empresa a través de la retención de la mayoría de derechos de voto u otro tipo de «blindajes», aunque no sean los propietarios mayoritarios. Por otro lado, las Administraciones Públicas, sobre todo después del período de privatizaciones iniciado en la década de los noventa, han reducido su presencia en las compañías del 11,3% al 1,8%. Los bancos con propiedad dispersa y las cajas de ahorro también han disminuido su presencia, pasando del 24,4% al 18,2%8. Estas diferencias tampoco parecen ser recientes sino que responden a una estructura de propiedad empresarial arraigada en los países continentales y anglosajones. El sistema anglosajón, no obstante, no está exento de críticas. Entre las principales se encuentra la de que los inversores institucionales suelen comprometerse poco con la empresa, pues su único objetivo es la rentabilidad al corto plazo. Si bien ello puede ser así, también se debe tener en cuenta que este tipo de inversores requieren de mercados muy eficientes, líquidos y con una buena calidad de información pública. El sistema continental-europeo, en cambio, suele basarse en «relaciones estables» entre sus principales accionistas, lo que puede otorgar mayor estabilidad a la empresa, aunque ello no siempre sea así. De hecho, en este tipo de estructura, puede darse un menor control de los accionistas sobre la gestión de la empresa, lo que puede llevar a sus directivos y principales accionistas a mirar más por su propio beneficio que por el de la mayoría de los accionistas. En una palabra, el problema del «contrato de agencia», en este caso, se plantea entre accionistas minoritarios y accionistas mayoritarios o de referencia. II. Estados Unidos «El dinero es el dinero, cualquiera que sean las manos en las que se encuentra. Es el único poder que no se discute nunca». (Alejandro Dumas hijo, 1824-1895. Novelista francés) 1. El gobierno de las empresas en Estados Unidos Como hemos visto más arriba, el modelo americano de propiedad de las empresas se caracteriza por su dispersión. Esto tiene sus ventajas y desventajas. Entre las primeras, podemos destacar un mercado de capitales más activo, más participativo, más líquido y, en consecuencia, un mercado de control de empresas más efectivo. No obstante, esto también tiene sus deficiencias, puesto que el control se hace más difícil y más costoso. Además, tampoco parece haberse demostrado que los inversores institucionales, que ostentan la representación de la mayoría de los pequeños accionistas, ejerzan su control de modo efectivo. Éstos suelen preocuparse más por la rentabilidad a corto plazo de los valores en los que invierten que por la viabilidad de la empresa. Además, si éstos tienen la mayoría del capital, se corre el riesgo de que se terminen aliando con los «núcleos duros o de control» de la compañía en beneficio de sus propios intereses, más que por el de los accionistas que representan. En Alemania y Japón, al encontrarse más concentrada la propiedad de las empresas, los mercados son menos líquidos y los accionistas mayoritarios pasan a tener un protagonismo directo en la gestión de la empresa. Esto puede permitir una visión más a largo plazo de la empresa que contribuye a su viabilidad, pero con una mayor concentración de riesgos, lo que puede alejar a potenciales inversores. Así, los grupos mayoritarios o «núcleos duros» se consolidan y el mercado se torna menos relevante como mecanismo supervisor. Los modelos de gobierno de empresas influyen también en el sistema legal, en la medida que de ellos pueden surgir distintos tipos de conflictos entre los propietarios (accionistas) y los directivos de la empresa. En los países como Estados Unidos, donde la propiedad está muy dispersa, el Derecho societario procurará defender primordialmente a los accionistas minoritarios, puesto que el control efectivo se encuentra en manos de los directivos. En otras palabras, la responsabilidad de estos últimos aumenta. En los países como Alemania, Japón y España, donde la propiedad está más concentrada, la protección a los accionistas minoritarios suele ser menor y más compleja de llevar a la práctica. El modelo americano de propiedad y control empresarial ha sido criticado, sobre todo en estos últimos años. De manera muy simple, podríamos decir que la mayoría de esas críticas se sustenta en la característica principal del modelo anglosajón de empresa, la extremada dependencia del mercado de capitales y su consecuente inestabilidad. De modo muy sintético, siguiendo a Fanjul9, estas críticas se centran principalmente en tres elementos: 1.1. La búsqueda de beneficios a corto plazo (visión «financiera») sacrificando resultados a largo plazo El argumento es el siguiente: los inversores institucionales tienen un conocimiento limitado de la empresa y se fijan excesivamente en los beneficios a corto plazo, que suelen ser los relevantes para los últimos ahorradores. Esto no casa, como ya hemos visto, con una visión a largo plazo que busque fundamentalmente la viabilidad o «sostenibilidad» de la empresa en el tiempo y que requiere inversiones específicas, que se amortizan a lo largo del tiempo y cuyos resultados no sean inmediatos. La debilidad que puede encontrarse en este tipo de argumentaciones es la falta de definición del «corto» y el «largo» plazo. Por otro lado, so pretexto de buscar la viabilidad la empresa a «largo plazo», se puede encubrir una relajación en la disciplina fiscal (mayores deudas). Además, la experiencia más reciente parece demostrar que este argumento pierde fundamento cuando, por ejemplo, se observan los mercados ingleses y americanos, pues ha sido en estos mercados, precisamente, donde han nacido las empresas de nuevas tecnologías que comenzaron siendo simplemente «ideas» o «proyectos» de futuro (lo que demuestra también la importancia que el derecho de la propiedad intelectual tiene para el crecimiento del mercado de capitales y de la economía en general). Estos proyectos (que dieron lugar a las empresas de nueva tecnología o «punto com») han movilizado grandes volúmenes de capital. 1.2. La separación entre gestores y propietarios (propiedad y control) Esta separación deriva de los ya comentados problemas de agencia, entre los que se incluyen la posible realización de proyectos «faraónicos» fuera de una administración seria, ordenada, realista y transparente. Ello sin mencionar las cuestiones éticas que serían motivo de un análisis separado. Siguiendo a Hirschman, en estos casos, el ejercicio de control por parte del accionista minoritario descontento con la gestión, se torna más fácil y menos costoso a través de «la salida», en lugar del ejercicio del derecho de voto (la «voz»), que la mayoría de las veces carecería de efecto y podría perjudicar al mismo inversor por las posibles consecuencias negativas sobre el precio de la acción en el mercado. Como ya hemos dicho, el problema del control parece menos grave en el sistema europeo, pues existe un grupo relativamente pequeño de accionistas, claramente identificable, que se ocupa del control de los directivos y del gobierno eficiente de la empresa. Pero puede ocurrir también que se produzca una suerte de «complicidad» entre los ejecutivos y estos accionistas y estos últimos terminen por delegar implícitamente sus funciones a través, por ejemplo, de un exceso de confianza en aquéllos, otorgándoles una gran discrecionalidad. Por este motivo, el problema consiste en hallar un adecuado sistema de incentivos que procure que los gestores de la empresa actúen como si fueran sus propietarios y, luego, que los accionistas supervisen de modo efectivo a los gestores. 1.3. El mercado de control corporativo Hemos dicho también que en el modelo anglosajón, el mercado de control corporativo (OPAS) constituye un mecanismo supervisor. Si la empresa no está bien gestionada, existe una potencial amenaza de que «otros» la adquieran prometiendo una mejor gestión en beneficio de sus accionistas. Vinculado estrechamente a lo anterior, se encuentra el problema de los excesivos costes de ejercer el control, lo que deja más discrecionalidad a los directivos que se ven libres de una supervisión efectiva dando lugar así a posibles abusos. La experiencia parece indicar (al menos en el modelo anglosajón) que la mayor parte de estos costes se lo llevan las OPAS (take overs) que incluyen costes legales, bancarios y otros. Estas operaciones también pueden provocar escisiones en las empresas o altos costes laborales y grandes recortes de gastos, pero estas deficiencias no deben ser exageradas ni extrapoladas, puesto que la mayoría de las OPAS son «amistosas» y no conflictivas u hostiles (hostil take-overs). La transparencia de las ofertas públicas de valores hechas por las empresas en los Estados Unidos está regulada en la Securities Act de 1933 (Ley del Mercado de Valores), la cual exige el archivo y el registro de la empresa ante el ente supervisor (Securities and Exchange Comisión-SEC) y la publicación de los folletos informativos que contienen una extensiva y minuciosa información sobre las empresas, su historia, evolución financiera y otros aspectos. Similar información se requiere en los informes periódicos (trimestrales y anuales) que todas las empresas cotizadas tienen la obligación de publicar y enviar a la SEC. La información excesivamente minuciosa y detallada que debe figurar en los folletos informativos ha sido cuestionada a partir del «caso Enron» (hoy MCI) por su falta de claridad y adecuación real (y no meramente formal) a los estándares contables. Aun así, tal información parece haber sido beneficiosa para el mercado de capitales, especialmente, para el correcto funcionamiento del mecanismo de formación de los precios, principal indicador de su eficiencia. La información de carácter contable debe cumplir con los Principios Contables Generalmente Aceptados (GAAP, por sus siglas en inglés) y ser auditada por un contable público independiente. El establecimiento de las normas GAAP ha sido responsabilidad de la Financial Accounting Standards Board (FASB) y sus estándares de auditoría responden a la Ley Sarbanes Oxley de 2002 (Sarbanes Oxley Act. 2002). La responsabilidad de la Comisión de Supervisión de Contabilidad de las Compañías Cotizadas («PCAOB»), en ambos casos, está sujeta a revisión de la SEC. Las normas de transparencia referidas a la compra y venta privada de valores en el mercado secundario de Estados Unidos parecen admitir más flexibilidad que las exigidas en el momento de la emisión (mercado primario). Por la regla 10 b-5 se prohíbe todo error u omisión «material» hecha con un conocimiento «aproximado» por la parte involucrada en la transacción y que tiene el deber de informarla. Este concepto amplio, de modo similar al principio de «debido cuidado» de los administradores, admite diferentes interpretacio nes. Estrictamente hablando, no es una revelación de información obligatoria, sino más bien una regla de comercio, salvo que se realice por insiders (personas de dentro de la compañía que cuentan con información confidencial o privilegiada), pues el insider trading es un delito en los Estados Unidos. 2. La Ley Sarbanes-Oxley El 30 de julio de 2002 entró en vigor la Ley Sarbanes-Oxley (Sarbanes Oxley Act) que modificó en gran medida las normas que hasta entonces regían el funcionamiento de las compañías cotizadas en Estados Unidos. Esta norma ha sido consecuencia de los escándalos financieros desencadenados en aquel país a partir del «caso Enron» y tiene como finalidad mejorar el gobierno corporativo de las empresas que cotizan en su mercado. Entre las princ ipales medidas que la nueva ley adopta, podemos enumerar las siguientes: 2.1. Auditores — Se crea un nuevo órgano de supervisión de los auditores dependientes de la SEC (Securities and Exchange Comisión). —Public Oversight Board— compuesto por cinco miembros, los cuales no podrán provenir del sector (de la auditoría). — Se prohíbe a los auditores prestar nueve tipos de servicios de consultoría, entre ellos, la consultoría informática. — Las firmas de auditoría deberán cambiar el socio encargado de cada cliente cada cinco años. 2.2. Delitos financieros — Se eleva la pena máxima para delitos en el mercado de valores hasta veinticinco años. — Se tipifica un nuevo delito castigado con hasta veinte años de cárcel por destruir, fabricar o modificar documentos durante investigaciones federales, o por crear «artificios» para estafar a los accionistas. — Los presidentes ejecutivos (CEOs) o directores financieros que no certifiquen las cuentas de sus compañías serán castigados con multas de hasta cinco millones de dólares y hasta veinte años de cárcel. — Toda documentación relativa a la auditoría de una compañía deberá guardarse al menos durante cinco años. La destrucción de documentos se castigará con hasta diez años de cárcel. — La pena máxima por falsedad en docume nto se eleva hasta veinte años de cárcel y por estafa a fondos de pensiones hasta diez años. 2.3. Responsabilidad de los directivos — Los presidentes ejecutivos (CEOs) o directores financieros deberán certificar los estados financieros y devolver las plus valías y bonus recibidos en caso de que hubiera que rectificar las cuentas por estafa. — Los directivos de la compañía no podrán vender acciones de la misma durante determinados períodos y todas las personas con acceso a información privilegiada deberán comunicar sus operaciones con valores en el plazo de dos días. — Los directivos y consejeros no podrán recibir préstamos de sus propias compañías, a menos que se trate de créditos al consumo otorgados en el curso normal del negocio. — Las compañías deberán hacer público todo cambio significativo en su situación financiera. — Las empresas adoptarán un código ético para directores financieros. — Las compañías deberán incluir en sus cuentas información sobre operaciones fuera de balance. Uno de los aspectos más controvertidos de esta norma, en opinión de la mayoría de los expertos, parece ser el de su aplicación a empresas extranjeras que cotizan en el mercado estadounidense. «Las leyes nacionales no pueden ser extraterritoriales». Una salida razonable a este conflicto podría ser establecer un acuerdo entre las autoridades norteamericanas y las del resto de los países (especialmente los de la UE). En el caso europeo, la mayoría de los Estados consideran una injerencia de la SEC el que imponga a las empresas extranjeras el modo de gobierno y cómo elaborar su contabilidad. La búsqueda de la transparencia y la independencia en la gestión son dos objetivos comunes a todos los mercados. El problema, sin embargo, parece estar en la diferente estructura de gobierno de las empresas. En este sentido, creemos que hay que hacer una distinción. Es razonable que las empresas que quieren cotizar en un mercado fuera del local, deban acogerse a las leyes del mercado extranjero en el cual quieren cotizar. No creemos que ello constituya una aplicación extraterritorial de la ley, sino de la aplicación de una ley que por su carácter de «orden público» (económico) debe ser aplicable a todo aquel que desee instalarse (en este caso cotizar) en el mercado. Por otro lado, en el supuesto de que se admita una legislación divergente, podría ocurrir que se den situaciones de competencia desleal al permitir que empresas con exigencias más laxas compitan con otras más rígidas. Pero estas consideraciones, que pueden ser válidas para las normas contables no parecen serlo para los aspectos vinculados al gobierno corporativo. Estos aspectos deben quedar en el ámbito de la autorregulación. Desde la aprobación de la Ley Sarbanes-Oxley se han producido intensas reformas en el seno de los Consejos de las compañías norteamericanas. Una encuesta realizada por la consultora McKinsey10 revela que tanto consejeros como inversores institucionales están de acuerdo con que dichas reformas eran necesarias, pero consideran que aún hay mucho por hacer, especialmente, en cuatro áreas intrínsecamente relacionadas11: 1. La separación de los cargos de presidente ejecutivo de la compañía y presidente del Consejo. Algunos máximos ejecutivos (Chief Executive Officers, CEOs) se resisten a esta separación argumentando que el modelo «combinado» (unión de máximo ejecutivo y presidente del Consejo) ha tenido éxito en los Estados Unidos y no hay motivo para cambiarlo, lo que en parte es cierto, dado que la economía norteamericana es la que más ha crecido en los últimos años y la que posee la economía más competitiva. Separar ambos roles, argumentan, sería establecer dos centros de control, lo que dificultaría el proceso de toma de decisiones. Además, encontrar un buen presidente del Consejo es una tarea difícil y elegir a la persona inadecuada puede tener consecuencias negativas e irreparables para la empresa. 2. Aumentar la independencia y la responsabilidad del Consejo. Ésta es otra de las áreas donde el mercado de capitales norteamericano (NASDAQ, NYSE) ha acometido importantes reformas por considerar que es un tema vital para incrementar la confianza que los inversores han perdido en los mercados financieros. Al mismo tiempo, la autoridad reguladora —SEC— está explorando nuevos caminos para promover una auténtica «democracia de lo s accionistas» facilitando a éstos la elección directamente de los miembros del Consejo. 3. La responsabilidad de los consejeros. Igualmente importante parece ser el aumento de la responsabilidad de los consejeros. La encuesta revela que aproximadamente un tercio de los consejeros considera que los otros consejeros no son los miembros adecuados para integrar el Consejo. En este sentido, los cambios producidos en los últimos dos años son notorios. De las 500 compañías que integran el índice Standard & Poors, el porcentaje de los Consejos que han pasado a autoevaluarse han pasado del 37% en 2002 al 87% en 2003. Estas evaluaciones comprenden desde la composición del Consejo hasta la duración y la calidad de sus reuniones. También han pasado a ser materia común de evaluación los consejeros individualmente considerados, analizando sus contribuciones al Consejo, su experiencia profesional, sus funciones y participación en los comités, en su caso. 4. La reforma del sistema de remuneración a los ejecutivos para alinearlos más con la creación de valor a largo plazo. Ésta es la tercera área que la encuesta ha identificado como vital para mejorar el gobierno de las empresas y que se ha revelado como una de las principales causas de los escándalos financieros desde el «caso Enron». La combinación entre salario, bonus, beneficios y opciones sobre acciones ha contribuido a separar o desdoblar la remuneración de los ejecutivos y los resultados de su actividad directiva. Otras conclusiones de la encuesta que merecen ser destacadas son las siguientes: un alto porcentaje de consejeros (40%) y de inversores institucionales (83%) coincide en que la Ley ha provocado un escaso impacto en las reformas necesarias para mejorar el gobierno corporativo. No obstante, puede observarse cómo las diferencias de porcentaje entre ambos grupos es notable (el doble). Lo mismo sucede con otra de las conclusiones a las que llega la encuesta: que se necesitan reformas adicionales a la Ley Sarbanes-Oxley para mejorar las prácticas de buen gobierno empresarial (consejeros = 22%, e inversores institucionales = 55%). La Ley Sarbanes-Oxley parece sólo haber tenido un efecto coyuntural y reactivo más que sustancial y preventivo sobre las prácticas de buen gobierno empresarial. Ambos grupos coinciden tambié n en que el principal obstáculo a las reformas son los mismos máximos ejecutivos (Chief Executive Officer-CEO) y los consejeros. La motivación de los consejeros, el tiempo asignado a sus funciones, la falta de independencia, la resistencia de los consejeros a ser controlados y la insuficiente presión de los inversores y del regulador parecen estar entre las deficiencias más importantes del gobierno corporativo estadounidense. La paradoja de esta observación parece estar en que el elemento que menos pondera entre estas deficiencias es en el que más se ha insistido en las reformas que, en materia de gobierno corporativo, se han acometido en los últimos cuatro años: «la presión de los reguladores». Las exigencias regulatorias establecidas en Estados Unidos han levantado muchas críticas por parte de empresarios, consejeros, ejecutivos, banqueros y el ámbito financiero en general por la onerosa carga que depositan sobre los directivos de las empresas, el exceso de regulaciones y la amplitud de algunos de sus conceptos que generan inseguridad y abren el camino a una gran discrecionalidad por parte del ente regulador. A pesar de estas críticas, algunas investigaciones empíricas han demostrado que la Ley Sarbanex-Oxley y otras regulaciones de la SEC, promulgadas después de los escándalos financieros, han tenido efectos positivos en el mercado de capitales aumentando su liquidez y su profundidad, la confianza de los «creadores de mercados» (market makers) y la de los inversores12. En nuestra opinión, a pesar de la importancia de las conclusiones derivadas de la encuesta, la cuestión que aún sigue pendiente y donde los gobiernos y los reguladores deberían centralizar su atención, es en la participación más activa de los inversores, tanto institucionales como individuales. Una mejor protección legal de los derechos de los accionistas y unos adecuados incentivos para que éstos hagan ejercicio de sus derechos, son los pasos que consideramos necesarios para una auténtica reforma del gobierno corporativo. III. Reino Unido «No tengas miedo a la verdad, puede doler mucho, pero es un dolor sano» (Fray Bartolomé de las Casas, 1480-1566. Religioso y escritor español) 1. El informe Cadbury El Reino Unido es uno de los países con más experiencia en materia de gobierno corporativo y sus antecedentes, evolución e informes son tomados como guías en la mayoría de los países europeos. En el año 1990 se formó un Comité propuesto por el gobierno británico presidido por Sir Adrián Cadbury cuyo resultado ha sido el informe que hoy lleva su nombre y que ha pasado a constituir el modelo de la mayoría de los códigos y guías de buen gobierno corporativo en Europa. El primer borrador, sometido a consulta pública, se presentó en mayo de 1992 y el informe definitivo el 1 de diciembre del mismo año. En el momento de la constitución del Comité, el gobierno corporativo estaba en el centro de las discusiones de la «City» londinense a raíz, principalmente, de las abultadas retribuciones de los consejeros de algunas compañías como BCCI, Maxwell y otras. Ello creó un clima de opinión favorable en el sentido de que era necesario tomar algunas medidas en materia de transparencia e información del gobierno de las empresas, pero siempre a sabiendas de que los mecanismos de gobierno corporativo, aun los más perfeccionados, no pueden evitar el fraude que consejeros y administradores sin escrúpulos y faltos de ética puedan cometer y que un intento de regular podría tener efectos no deseados como los de impedir el funcionamiento eficiente y competitivo de las empresas al intervenir en lo que deben ser aspectos propios y privativos de las empresas. Las dos principales virtudes del Informe Cadbury son, en primer término, que sus resultados y conclusiones no son fruto de una reflexión meramente intelectual ni producto de un trabajo estrictamente académico, sino que ha recogido las opiniones y la experiencia de los protagonistas del mercado financiero, sus principales involucrados. La otra es su carácter voluntario, no obligatorio. La Bolsa londinense exige a las compañías que cotizan en su ámbito que, en caso de no cumplir, en todo o en parte, con las normas del Código expliquen por qué no lo hacen. Esta explicación da a los accionistas y posibles inversores la posibilidad de conocer la calidad del gobierno de la compañía en la que han invertido o piensan invertir. No obstante, el informe reconoce que si las empresas no cumplen voluntariamente con sus recomendaciones, lo más probable es que deban fijarse estándares mínimos a fuerza de regulaciones de carácter estatutario (leyes u otras normas de rango inferior), con el consiguiente riesgo de que las compañías cumplan con la letra de la ley más que con su espíritu. Es importante destacar la insistencia que el Código hace de su carácter voluntario y del convencimiento de que esta filosofía cumple mejor con el espíritu que ha movido a sus redactores. Tal insistencia es comprensible desde una materia tan difícil de controlar y medir como es el gobierno interno de las empresas en las que la línea divisoria entre lo que deben ser normas de obligado cumplimiento, para la protección de los accionistas y del mercado en su conjunto, y la necesaria libertad empresarial en el gobierno y administración de las propias empresas, es muy sutil. Las consecuencias de esto último son de casi imposible medición, mientras que las supuestas bondades de una ley de cumplimiento obligatorio siempre son más fáciles de mostrar y defender, sobre todo por el rédito político que ello puede tener para los gobiernos. El informe Cadbury ha sido el punto de partida de posteriores reformas dentro del mismo espíritu: el convencimiento de que una mayor claridad en las responsabilidades de los consejeros, accionistas y auditores fortalecería la confianza en el sistema corporativo de las empresas con sus consecuentes beneficios para el mercado financiero y de capitales en general. El Informe refleja las mejores prácticas de gobierno corporativo en el Reino Unido y, por ello, constituye un punto básico de referencia en el cual se miran todas las empresas, especialmente las cotizadas, y su eje central gira en torno al «Código de las Mejores Prácticas de Gobierno Corporativo» («The Code f Best Practice», en adelante, «el Código») desarrollado para elevar el estándar de los comportamientos de los consejeros de las empresas. El propósito del Informe es, por tanto, fortalecer la unidad de los Consejos e incrementar su efectividad. Según la ley y el Derecho inglés, todos los consejeros son responsables de la eficiente administración de los activos de las empresas que dirigen (responsabilidad solidaria). Todos los consejeros, por tanto, tengan o no responsabilidades ejecutivas, tienen un papel de supervisión y de control sobre las actividades desarrolladas por la compañía, para que éstas sean correctas y cumplan con su finalidad propia. El sistema británico de gobierno corporativo se basa en la transparencia que ha venido a ser el principio rector en esta materia en todos los países que, conscientes de la importancia que el gobierno corporativo tiene para el buen funcionamiento del mercado financiero, han adoptado las reformas necesarias para acomodarse a las nuevas exigencias. El gran avance tecnológico y la consecuente internacionalización de los mercados de capitales de la última década, es una de las principales causas de estas nuevas exigencias. 1.1. El concepto de gobierno corporativo en el Informe El Informe concibe al gobierno corporativo como el sistema por el cual las compañías son dirigidas y controladas. Los Consejos de Administración son responsables del gobierno de las compañías que dirigen. El papel de los accionistas es el de elegir adecuadamente a los componentes del Consejo de Administración. Desde un punto de vista estrictamente financiero, el gobierno corporativo es el camino por el cual los consejeros de las compañías establecen la política financiera y supervisan su implementación. Desde este punto de vista se puede comprender el papel fundamental que juegan los auditores, pues son quienes dan a los accionistas una visión y opinión externa, experta y objetiva sobre el estado de las cuentas de las compañías. 1.2. Las Bases del Código de Mejores Prácticas El Código se basa en tres principios: transparencia, integridad y responsabilidad. Estos principios van indisolublemente unidos. La transparencia, dentro de los límites que permite la competencia en el mercado, es la base de la confianza, esencial en el mundo de los negocios y para el buen funcionamiento del mercado. Sin esta confianza no podría existir el sector financiero y, en consecuencia, tampoco podría exis tir actividad económica. La integridad implica principalmente dos cosas: negociaciones honestas e íntegras. Esto requiere contar con toda la información necesaria acerca de los asuntos que se negocian. Por último, los Consejos de Administración son responsables ante los accionistas y deben hacer lo posible para que esta responsabilidad sea efectiva. Para ello, deben procurar facilitar información oportuna y eficiente, en una palabra, deben velar por la calidad de la información. El argumento para adherirse al Código es doble: por un lado, el determinar claramente las responsabilidades y los modos en que estas recomendaciones han sido asumidas, contribuye a que los Consejos de Administración ganen el apoyo necesario para sus estrategias y para un funcionamiento eficiente del mercado de capitales. En segundo lugar, como ya hemos adelantado, si las compañías no elevan sus estándares de calidad de gobierno a través del cumplimiento voluntario del Código, la regulación externa o compulsiva tomará su lugar con el riesgo de las ineficiencias que este tipo de regulación suele conllevar. 1.3. Algunas recomendaciones del Código No es éste el lugar ni tampoco nuestra pretensión reproducir aquí el Código de Buenas Prácticas que el Informe Cadbury elaboró13. No obstante, por la importancia que éste ha tenido y aún tiene en la elaboración del resto de códigos, guías y orientaciones de buenas prácticas que se han hecho en otros países, tanto en el continente europeo como fuera de él, hemos considerado necesario reseñar al menos sus aspectos más importantes. La primera recomendación del Código es que las empresas cotizadas cumplan voluntariamente con las prácticas que allí se establecen. La LSE exige algunas de estas recomendaciones como obligaciones. Por ejemplo, requieren que los informes de las empresas cotizadas deban ser revisados por los auditores antes de su publicación. Esta revisión debe cubrir sólo aquellas partes de la declaración que guarden relación con las previsiones del Código. Los auditores no deben ser requeridos para aportar formalmente una conclusión satisfactoria de su revisión y si identifican un área de no cumplimiento que no es correctamente informada, deben llamar la atención sobre tal aspecto en su informe sobre la revisión de las cuentas de la compañía. En este sentido, el Código recomienda que la comisión de auditoría de la compañía (Auditing Practices Board) debe considerar el elaborar guías u orientaciones para saber cómo deben conducirse los auditores en estas situaciones. Fiel a su espíritu, el Código aclara que éste debe ser seguido por compañías e individuos atendiendo a sus propias circunstancias particulares. Estos sujetos son responsables de que sus acciones cumplan con el espíritu del Código. Elevar los estándares de gobierno corporativo no puede hacerse sólo a través de normas. Si bien un marco legal mínimo es importante para impulsar y sostener el buen gobierno de las empresas, más importante aún es el modo en que estas normas se cumplen. La responsabilidad de poner en práctica el Código recae principalmente en los Consejos de Administración de las compañías cotizadas a quienes va dirigido. No obstante, su cumplimiento es una responsabilidad de todos, consejeros y accionistas de las empresas, así como de otros integrantes e instituciones de la sociedad civil donde las compañías están ubicadas y de cuyo desarrollo dependen. Dentro de estas instituciones, las financieras (bancos e Inversores Institucionales) ocupan un lugar esencial, por ejemplo, cuidando que las empresas a las que financian o en las que invierten cumplan con los estándares establecidos en el Código. El Código reconoce que para las empresas de menor tamaño, en principio, el cumplimiento de las recomendaciones puede ser difícil o costoso. En este caso recomienda que estas compañías expliquen las razones de su incumplimiento. No obstante, el Código insiste en los beneficios que producirá el cumplimiento de sus normas, especialmente sobre los Consejos de Administración y, en particular, en lo referente a los consejeros no ejecutivos. El Código recomienda su constante actualización para lo que cuenta con el importante aporte de las normas contables del Accounting Standard Board para ir identificando las distintas prácticas contables y de administración de las compañías y su fiel reflejo en sus estados financieros. 1.4. La efectividad de los Consejos El Código destaca la importancia que un Consejo unido y bien gobernado tiene para las compañías cotizadas. Ello requiere un liderazgo claro, incontrovertible y responsable. Por eso, la figura del Chairman (presidente) es esencial. Los accionistas tienen la responsabilidad de elegir apropiadamente a los miembros del Consejo y ver que su composición sea equilibrada sin que una persona domine sobre el resto. Todos los consejeros son igualmente responsables de la buena marcha de la compañía, pero ciertos consejeros pueden tener responsabilidades particulares, como ejecutivos o no ejecutivos y por las cuales deben responder ante el Consejo. No obstante, es el Consejo en su conjunto el que debe cuidar que tales responsabilidades sean efectivamente cumplidas, pues éste es la máxima autoridad ejecutiva de la compañía. Los consejeros ejecutivos y no ejecutivos contribuyen en diferentes modos al funcionamiento del Consejo. Los consejeros no ejecutivos tienen dos responsabilidades particulares muy importantes y ninguna de ellas va en contra de la unidad del Consejo. La primera es revisar las decisiones del Consejo y de los consejeros ejecutivos. Deben cuidar que estos últimos sean prudentes en sus decisiones y sus puntos de vista. Si el presidente del Consejo es también el consejero delegado de la compañía, el Consejo debe buscar un consejero no ejecutivo que actúe como vicepresidente (Chairman deputy) a quien dirigir sus preocupaciones acerca de esa doble condición del presidente del Consejo y sus consecuencias para el buen funcionamiento del Consejo. La segunda responsabilidad de los consejeros no ejecutivos es asumir el liderazgo cuando se presenten potenciales conflictos de interés (especialmente en situaciones como las fusiones, adquisiciones, OPAS, sucesión de consejeros y otras donde esos conflictos suelen presentarse con mayor intensidad). 1.5. El presidente del Consejo (Chairman) Como hemos adelantado, la figura del presidente del Consejo es crucial para su buen funcionamiento. El presidente es el primer responsable de la buena marcha del Consejo, del equilibrio de sus miembros, de asegurar que todos los aspectos relevantes sean incluidos en el orden del día y de que todos los consejeros, ejecutivos y no ejecutivos, sean capaces de ocuparse totalmente de sus responsabilidades. Dada la importancia del presidente del Consejo y lo esencial de sus actividades, es recomendable que éste sea una persona distinta de aquel que ejerce la presidencia ejecutiva de la compañía. Si ambos roles se confunden en una sola persona, eso implicaría una notable concentración de poder. Por ello, el Código recomienda enfáticamente que ambas funciones, presidente del Consejo y consejero delegado, sean ejercidas por distintas personas. Cuando esto no ocurra, es recomendable una fuerte presencia de miembros independientes en el seno del Consejo. 1.6. Los consejeros no ejecutivos (Non- Executive Directors) Los consejeros no ejecutivos tienen la importante función de dar un juicio independiente sobre los asuntos estratégicos de la compañía, de su trabajo, sus resultados, sus recursos, incluyendo los humanos, y sus estándares de conducta. El Código recomienda que el número de los consejeros no ejecutivos de un Consejo sea tal que sus opiniones tengan un peso relevante en las decisiones finales que se adopten. Para cumplir con estas recomendaciones es aconsejable que todos los Consejos tengan un mínimo de tres consejeros independientes y que cada uno de ellos presida las tres comisiones que el mismo Código recomienda que tengan todos los Consejos (una de nombramientos, otra de retribuciones y otra de auditoría). Como hemos dicho anteriormente, la función más importante de los consejeros no ejecutivos es la de aportar un juicio independiente. Para que esto sea real y efectivo se requiere que no tengan otro vínculo con la compañía más que la retribución que reciben por sus funciones. Deben ser independientes tanto de la administración, como del resto de los negocios que haga la compañía de la que son consejeros. De todos modos, es el propio Consejo quien, en circunstancias particulares, define si estas condiciones se cumplen o no. Acerca de las remuneraciones, debe existir un equilibrio entre el reconocimiento del valor aportado por el cons ejero no ejecutivo y la no dependencia del consejero de esa remuneración. Un elemento que en este sentido ha de tenerse muy en cuenta, aunque no el único, es el tiempo efectivo que el consejero no ejecutivo dedica a su actividad como tal. Las opciones sobre acciones (stock options), en cambio, no parecen ser un instrumento de remuneración muy apropiado, al menos para esta clase de consejeros, así como tampoco el pago de pensiones. Los consejeros no ejecutivos suelen carecer de la información y el conocimiento necesario de los aspectos internos de la empresa en comparación con los consejeros ejecutivos, pero tienen el mismo derecho a su acceso. Finalmente, en lo que a los consejeros no ejecutivos se refiere, es muy importante tener en cuenta su proceso de selección. Deben ser seleccionados con la misma imparcialidad y pericia que los ejecutivos. También es muy recomendable que sus mandatos sean limitados. 1.7. Asesoramiento profesional Existen ocasiones en que los consejeros pueden requerir el consejo o asesoramiento de profesionales (legales, financieros, etc.) para cumplir debidamente sus funciones. Para ello deben poder consultar primero a los consejeros de la compañía. Si, no obstante, estos consejos no parecen suficientes al consejero y considera necesario requerir el consejo de un asesor independiente, el Código recomienda que ello se haga a expensas de la compañía y mediante un procedimiento transparente y formal, por ejemplo, mediante una Resolución del Consejo. 1.8. Formación de los consejeros Dada la responsabilidad que recae sobre los consejeros de las compañías y el incremento y la complejidad que esas responsabilidades suelen tener con el paso del tiempo por la misma dinámica de la compañía y la necesidad de su constante adecuación al entorno donde éste debe desarrollar su actividad, es necesario que los consejeros cuenten con la preparación adecuada para cumplir más eficientemente sus funciones. Para ello parece recomendable alguna formación interna o externa. Esa formación parece más necesaria para los consejeros sin experiencia. Actualmente existen bastantes Escuelas de Negocios y otras instituciones que se dedican a esta tarea. 1.9. La estructura y los procedimientos de los Consejos Un aspecto esencial para el buen funcionamiento de los Consejos es su estructura, en concreto, la elección o designación de comisiones, tales como de auditoría, remuneración y nombramientos. Un proceso claro y transparente en la elección y designación de estas comisiones contribuye directamente al desarrollo eficaz, transparente y eficiente del Consejo y, en consecuencia, a sus resultados. Otro elemento de no menor importancia es el reconocimiento de su función financiera, asignando la responsabilidad a un consejero que debe firmar en nombre del Consejo y que debe tener acceso directo a la Comisión de Auditoría. 1.10. La posición del secretario de la compañía El secretario de la compañía juega un papel fundamental asegurando la legalidad de los procedimientos de toma de decisiones del Consejo. El presidente del Consejo, y éste en su conjunto, deben consultar con el secretario cuáles son sus responsabilidades concretas y cómo éstas deben ser asumidas y desarrolladas. Por ello, la designación del secretario es una cuestión de suma importancia para el Consejo. Es recomendable que el secretario de la compañía sea la principal fuente de consulta del presidente del Consejo y procure la implementación del Código de Mejores Prácticas. 1.11. Las responsabilidades de los consejeros Para que los accionistas tengan claro cuáles son los límites entre los deberes de los consejeros y de los auditores, el Código recomienda que se incluya una breve declaración de las responsabilidades de los consejeros sobre las cuentas de las compañías en la memoria y en las cuentas anuales. En un apénd ice, el Código enumera las responsabilidadaes en este sentido de los consejeros. La declaración de responsabilidad de los consejeros debe estar seguida de la de los auditores y ambas declaraciones deben ser complementarias. 1.12. Estándares de conducta Es importante que los empleados de la compañía conozcan de antemano y con claridad qué conductas se esperan de ellos (nótese que el encabezado de este apartado dice «estándares», y no leyes, regulaciones u otro tipo de normas). Por ello parece recomendable la adopción de códigos éticos o de conducta interna de la empresa (que pueden también ser publicados y divulgados a los inversores). 1.13. Comisiones de nombramiento Como hemos visto con anterioridad, los procedimientos para la elección de los miembros del Consejo son de crucial importancia para su posterior funcionamiento, especialmente en lo que a transparencia se refiere. La comsión de nombramientos tiene la responsabilidad de proponer los candidatos que considere adecuados al Consejo, sean consejeros ejecutivos o no ejecutivos. Esta comisión debería estar integrada por una mayoría de consejeros no ejecutivos y ser presidida por un consejero no ejecutivo o por el presidente del Consejo. 1.14. Los controles internos Dada la responsabilidad que confiere la ley inglesa de sociedades a los consejeros de las compañías de «mantener el informe adecuado de las cuentas...» se torna necesario establecer niveles adecuados y eficientes de controles internos sobre los gestores financieros, incluyendo los procedimientos para minimizar el riesgo de fraude. Existe, así, un requerimiento implícito de los consejeros para asegurar que funcione un apropiado sistema de control interno dentro de la compañía. 1.15. Las comisiones de auditoría El Informe se encarga de destacar que en la Bolsa de Nueva York, desde 1978, las compañías cotizadas tienen la obligación de contar con comisiones de auditoría compuestos sólo por consejeros independientes. Ya en 1987 la America Treadway Commission concluyó que los comités de auditoría tienen una función crítica asegurando la integridad de los informes financieros de las compañías. En el momento de redactar el Informe, dos tercios de las 250 compañías cotizadas más grandes del Reino Unido tenían ya una comisión de auditoría. El Informe recomienda que los comisiones de auditoría estén formadas, como mínimo, por tres miembros y que tales miembros sean consejeros no ejecutivos y la mayoría de éstos independientes. Estas comisiones deben mantener relaciones frecuentes con los auditores externos y tener acceso directo a toda la información necesaria para investigar acerca de los asuntos de su incumbencia. La función de los auditores internos es complementaria pero diferente de la de los auditores externos. El informe recomienda como buena práctica establecer funciones internas de auditoría que permitan un control y la revisión regular de los principales controles y procedimientos. 1.16. La remuneración del Consejo El informe reconoce el carácter controvertido del principio de transparencia sobre la remuneración de los consejeros. No obstante, recomienda, además de hacer pública la remuneración total del Consejo, hacer pública las remuneraciones del presidente y la de los consejeros mejor remunerados, el desglose de sus remuneraciones y los elementos relacionados con tales retribuciones, así como el criterio adoptado para su establecimiento. Dentro de esta aclaración el Informe incluye la relativa a las opciones sobre acciones (stock options), derechos preferentes sobre acciones y contribuciones a través de planes de pensiones. Además, el Informe recomienda que los contratos futuros no excedan de tres años sin la aprobación previa de los accionistas. Para garantizar que se cumplan estas recomendaciones, el Informe considera una buena práctica la constitución de comisiones de remuneraciones compuestas, principal o totalmente, por consejeros no ejecutivos y presididos por uno de éstos. Esta comisión tendría la importante función de asesorar y recomendar al Consejo en materia de remuneración de sus consejeros. Los consejeros ejecutivos no deberían participar en las decisiones sobre salarios. 1.17. El informe financiero Éste parece ser uno de los puntos más críticos del Informe, dado por el riesgo de que no se cumplan los principios de veracidad, imparcialidad y comprensibilidad que rigen los estados financieros, problemas que las nuevas normas internacionales de contabilidad (NIC) pretenden erradicar. Es importante recordar que la información financiera es como la sangre que da vida al funcionamiento de todo el mercado y especialmente al financiero. La información transparente, oportuna y veraz contribuye a que el mercado sea más eficiente. Por ello, el informe hace hincapié en la eliminación de todas las barreras que existan o puedan existir en el flujo de la información. El Informe recomienda la publicación de informes financieros periódicos (además de los balances y la información anual), pues ello disminuirá la cantidad de otros métodos informales de información. No obstante, reconoce que estos Informes implicarán unos costes más altos para las compañías y, por ello, recomienda que se hagan sólo en la medida en que grupos de accionistas no aprueben el modelo o la forma en que los informes están siendo realizados por el Consejo de Administración. Estos informes deberían ser auditados y discutidos por los auditores con las comisiones internas de auditoría. En este sentido, la LSE y el ASB (Accounting Standard Board) deberían dar y formular orientaciones o guías y aclarar lo más posible los principios contables. 1.18. La importancia de la auditoría La segunda parte del Informe Cadbury se dedica a resaltar la importancia que la auditoría tiene para generar la confianza en los mercados financieros en general y en las empresas en particular. En este sentido, de acuerdo con su espíritu, hace una serie de recomendaciones, muchas de las cuales ya han sido recogidas en las actuales Normas Internacionales de Contabilidad (NIC). No nos corresponde a nosotros analizar este cuerpo normativo. No obstante, atentos a la importancia y la incidencia directa que este tema tiene sobre el gobierno corporativo, consideramos oportuno resaltar algunos de sus aspectos más importantes. Como hemos dicho anteriormente, el Informe considera que la cuestión central para generar la confianza suficiente en los mercados es que los auditores cumplan objetiva y claramente su trabajo cuidando que su relación con los administradores de la empresa, necesaria para desarrollar su tarea, no afecte a su función pública de dar una imagen fiel de la empresa a quienes son sus últimos destinatarios, es decir, a los accionistas. Esto es importante repetirlo, pues no es infrecuente escuchar que la misión de los auditores es preparar la declaración financiera de la empresa o asegurarse de que las cuentas sean correctas. Éste es uno de los objetivos fundamentales que ha tenido en cuenta la última reforma de las NIC, resaltar la importancia de los auditores y el respeto al principio de «imagen fiel». Otro aspecto que no podemos dejar de mencionar es el referido a los conflictos de interés. El Informe recomienda la exclusividad del trabajo de los auditores y su incompatibilidad para prestar otros servicios a la empresa. En esta línea, también recomienda la rotación de los auditores. El Informe sugiere que los costes eventuales del cambio de auditores, al incorporar unos nuevos que carecen de la experiencia y el conocimiento que ya habían adquirido los antiguos, o al limitar la libertad de la compañía para elegirlos, no sobrepasan los beneficios potenciales asociados a la objetividad y la imparcialidad. Para ello, el Informe recomienda desarrollar una serie de criterios para asegurar la efectividad de los informes financieros; guías u orientaciones para las compañías que los consejeros deben seguir para redactar los informes, así como guías u orientaciones para los auditores sobre los aspectos más relevantes de los procedimientos a utilizar y la forma en que deben informar. Los controles internos, ya mencionados con relación a la comisión de auditoría, son otro de los elementos que el Informe destaca como relevantes. 1.19. La prevención del fraude La primera responsabilidad, según el Informe, para la prevención del fraude y demás actos ilegales es la responsabilidad fiduciaria de los Consejos de proteger los activos de la empresa. La de los auditores, a su vez, es definida por las guías de auditoría «como el correcto planeamiento, desarrollo y evaluación del trabajo de auditor, así como el tener la capacidad para detectar errores materiales en las declaraciones financieras». Uno de los mayores problemas de los auditores radica, precisamente, en la posibilidad de no detectar los fraudes por la complejidad de los medios y las formas a través de los que son cometidos. Otro problema se presenta cuando los auditores sospechan que son los propios administradores los que están implicados en el fraude sin tener la necesaria evidencia de ello. El Informe propone que los auditores tienen el deber de denunciar el fraude a las autoridades competentes (normalmente éste es denunciado a los administradores de las compañías). En cuanto a otros actos ilegales distintos del fraude, muchos de los cuales están fuera del alcance de la tarea de los auditores y de las declaraciones financieras, el Informe considera que es responsabilidad de los Consejos de Administración establecer cuáles han de ser los deberes legales para prevenir estos actos y buscar los medios para su control. En suma, el Informe llama la atención sobre las nuevas responsabilidades de los auditores y sobre la necesidad de fortalecer su posición ante la sociedad en general y ante las compañías en particular. 1.20. La responsabilidad de los Consejos hacia los accionistas Hemos visto ya en este trabajo cómo la relación entre los accionistas, propietarios de la empresa, y los administradores está en el centro de los problemas del gobierno corporativo. Para mantener el equilibrio entre la gestión profesional y la propiedad se han hecho muchas propuestas. Algunas van dirigidas a que los accionistas se involucren más en la gestión y administración de la empresa, mediante la elección de consejeros y auditores y la formación, a esos efectos, de comisiones de accionistas. Otras apuntan a facilitar que los accionistas, individual o colectivamente, puedan realizar propuestas en las Juntas Generales. Respecto de las primeras, el Comité de expertos que realizó el Informe no encontró evidencias de cómo podrían formarse y funcionar las «comisiones de accionistas», de modo que representen legítimamente a todos los accionistas y que sean compatib les con cambios constitutivos en la empresa. Otra cuestión es la relativa a facilitar a los accionistas la posibilidad de realizar propuestas en la Junta General14. Otro aspecto que el Informe destaca es que todas las medidas que se puedan adoptar para que los accionistas participen más activamente en las Juntas Generales serán de escaso o nulo resultado si éstos no asumen sus responsabilidades y continúan con la práctica ya generalizada de delegar el voto en terceros profesionales (la mayoría de las veces, bancos), sin exigir ningún control, o uno muy débil y poco efectivo. Desde la óptica del Informe, tanto los accionistas como los consejeros deben considerar prioritaria la efectividad de las Juntas Generales y su fortalecimiento (por ej: incrementando las oportunidades de formular preguntas por parte de los accionistas, la ampliación de las competencias de las Juntas sobre determinadas políticas de la empresa, como la de remuneraciones, etc.). 1.21. Los inversores institucionales La participación creciente que han tenido los inversores institucionales en la última década ha obligado a replantearse el papel que éstos habían jugado hasta entonces en las grandes compañías. Éstos han pasado a tener la mayoría de las acciones y no en vano muchos ya hablan de una nueva clase de propiedad o de propietarios. Su importancia debería conllevar responsabilidad y la transparencia de sus decisiones frente a los inversores individuales que representan, particularmente, en el modo en cómo ejercen su voto, lo que es primordial para un buen gobierno corporativo. Por ello, el Informe alabó las conclusiones a las que había llegado el Comité de Inversores Institucionales del Reino Unido sobre la responsabilidad de éstos y destacó tres importantes conclusiones: 1. Los inversores institucionales deben procurar un contacto sistemático y regular con los ejecutivos de la compañía en la cual han invertido para intercambiar información y puntos de vista sobre la estrategia de la compañía, la composición de su Consejo y la calidad de sus administradores. 2. Los inversores institucionales deben hacer un uso positivo de sus derechos de voto, a menos que tengan razones para no hacerlo y deben registrar sus votos, allí donde sea posible. 3. Los inversores institucionales deben tomar un activo interés en la composición de los Consejos, con particular referencia a la concentración del poder de decisión que no corresponda a derechos económicos y a la calidad, la experiencia y la independencia a la hora de elegir los consejeros no ejecutivos. 1.22. La comunicación a los accionistas En este sentido, un aspecto de crucial importancia, dado el poder alcanzado por los inversores institucionales, es el relativo a la igualdad de los derechos de los accionistas. Los Consejos de Administración tienen la responsabilidad fundamental de asegurar que cualquier decisión, o hecho significativo, o declaración significativa para la empresa sea hecha pública e igualmente accesible a todos los accionistas. Con relación a los inversores institucionales, un aspecto importante es el de la información privilegiada. Si esta clase de información es entregada por la compañía a los inversores institucionales, sólo debe hacerse con la previa conformidad de los accionistas, quienes, en consecuencia, no podrán hacer ningún tipo de transacción hasta que tal información se haya hecho pública. Igualmente, si existe una relación a largo plazo entre la compañía y los inversores institucionales, es importante que ésta lo comunique a sus principales accionistas y que esta relación sea explicada y comprensible para los accionistas en general. 2. El Código Combinado El Código de gobierno corporativo reemplaza al Código Combinado publicado por el Comité Hampbel en junio de 198815. Como explica en su prólogo, este Código deriva de la revisión del papel y de la eficacia de los consejeros no ejecutivos realizado por el Derek Higgs (informe Higgs) y del análisis del papel de los comités de auditoría publicado en la Guía para los Comités de auditoría en el Código Combinado en enero de 2003. El sistema adoptado por el Código Combinado se muestra más flexible que los Informes que le precedieron (Cadbury, 1992) y más aproximado a la «autorregulación» sentando sólo unos principios mínimos extraídos de la experiencia y la observación de la mayoría de las compañías cotizadas del Reino Unido. Tales principios han sido incorporados como apéndice de las Reglas de las Compañías Cotizadas. Estas reglas exigen que las compañías informen anualmente cómo son aplicados tales principios y si no son aplicados deban explicar por qué (comply or explain). El Código Combinado sigue la línea iniciada por el informe Higgs, pues gira en torno a las funciones de los consejeros independientes no ejecutivos definiendo a éstos como «aquellos consejeros que no tienen ninguna relación y a los que ninguna circunstancia puede afectar, o podría afectar, la independencia de su juicio»16. En este sentido, el Código recomienda que al menos la mitad del Consejo de las compañías cotizadas esté compuesto por esta clase de consejeros. Otra recomendación importante es la separación entre las funciones del máximo ejecutivo (CEO) y del presidente del Consejo. Tales medidas llevarán a la distinción funcional entre los consejeros ejecutivos y sus controladores (consejeros no ejecutivos encabezados por su presidente). Todos los consejeros tienen la misma responsabilidad. En refererencia a los deberes fiduciarios, la regla de la no existencia de conflictos (de interés) es estricta: cualquier situación que pueda conducir a una ruptura de los deberes de buena fe es automáticamente tratada como si tal ruptura hubiera ocurrido. De todos modos, existen dificultades para trazar el límite entre las conductas materialmente dañosas o perjudiciales para la compañía y aquellas que quedan bajo la discrecionalidad de la compañía. Para la aplicación de las reglas y principios enunciados, se aconseja que los derechos de los accionistas estén claramente establecidos en los Estatutos Sociales, flexibilizando los criterios para el ejercicio de sus derechos ante los tribunales, aunque siempre sujeto al principio (de interpretación discrecional por la compañía y los jueces) del «mejor interés de la compañía». 2.1. La composición del Consejo El Código recomienda que al menos la mitad de los Consejos estén compuestos por «consejeros independientes no ejecutivos» enumerando los criterios que incluyen la definición de independencia, aunque hay que aclarar que esta lista de relaciones constituyen lo que en el ámbito jurídico se llaman presunciones iuris tantum, es decir, admiten prueba en contrario por parte de la compañía, explicando, en su caso, por qué un consejero, aun manteniendo alguna relación de las enumeradas en la lista, debe considerarse independiente. Ello guarda coherencia con la dificultad, reconocida por los autores del Código, de la definición del término «independiente». 2.2. Definición de independencia El Código da una definición amplia de lo que debe considerarse un consejero independiente, dejando para los Consejos los detalles concretos. Fiel a su espíritu anglosajón, el Código sigue la técnica, que avalamos, de definiciones amplias o normas marco. Dice el Código: un consejero no ejecutivo es considerado independiente cuando el Consejo determine que el consejero es independiente en carácter y juicio y que no existen relaciones o circunstancias que afecten o puedan afectar, el juicio de los consejeros (a continuación enumera una lista de esas relaciones17). El Código deja claro que las comisiones de nombramientos, auditoría y remuneraciones deben estar constituidas en su mayoría por consejeros independientes. Además, las comisiones de auditoría y de remuneraciones deben estar constituidas en su «totalidad» por consejeros independientes, dados los problemas de conflictos de interés que se han presentado en los últimos años. En lo que a la composición del Consejo se refiere, cabe destacar que el modelo seguido por el Reino Unido se desmarca del modelo alemán, y en cierto modo también del francés, en cuanto a admitir la representación de los trabajadores. En este sentido, en el Reino Unido sigue predominando el criterio de aumentar y fortalecer la libertad de actuación («vis a vis» frente a los consejeros de la compañía) de los accionistas más que restringirla a través de aumentar la representación de los trabajadores. Ello parece traslucir el fracaso que ha tenido el modelo de «co- gestión» o «co-determinación» alemán. Los resultados de la economía alemana de los últimos años y las reformas introducidas por el gobierno socialdemócrata (Shroeder) parecen confirmar esta hipótesis. El modelo británico, más flexible, otorga poder a los trabajadores vía Consejos de trabajadores en las plantas (fábricas, instalaciones) pero no en el Consejo de Administración 2.3. Controles internos y auditoría El Código Combinado propone una supervisión de la situación financiera de las empresas y del cumplimiento de normas de carácter amplio (en términos similares que los establecidos por la Ley Sarbanes-Oxley de Estados Unidos). En este sentido, el objetivo de las comisiones de auditoría es determinar el alcance y revisar los resultados de la auditoría, sus costes, su efectividad y la independencia y objetividad de los auditores. De nuevo aquí, a pesar de la amplitud de los términos y las suspicacias y temores que ello pueda provocar, el criterio del Reino Unido es flexible, tolerando que los auditores puedan mantener otro tipo de relaciones comerciales con sus clientes, es decir, no prohíbe ni restringe la actividad de servicios que estos últimos pueden ofrecer a sus clientes, aunque en tales casos la comisión de auditoría deberá buscar un equilibrio entre la objetividad y el coste que tales servicios tienen. Una innovación en esta materia la constituye el Análisis (o Revisión) de Operaciones y Financiera (OFR, por sus siglas en inglés), que se enmarca dentro de las normas de transparencia y bajo el principio tradicional y general de que los informes de auditoría deben reflejar la «imagen fiel e imparcial» de la compañía. El OFR debe ser preparado por las grandes compañías y debe contener información específica, no sólo del pasado sino también de las expectativas de los resultados futuros y de las estrategias de negocio. El OFR no requiere un segunda opinión del pleno del Consejo, éstos sólo deberán comprobar si se siguieron los procedimientos apropiados. El modelo monista o de Consejo único en el Reino Unido deja la administración y el control de la misma en manos del mismo Consejo, investido de poderes universales18. IV. El modelo alemán «Cuanto menos se hable con los financieros mejor, y sobre todo yo» (Manuel Azaña, 1880-1940. Presidente de la II República de España) Las compañías alemanas han tenido tradicional, y legalmente, un Consejo de Administración encargado de la dirección y gestión de la compañía, y un Consejo de Supervisión, encargado del control y la supervisión, incluyendo la co-gestión o codeterminación (participación de los empleados). El código de Gobierno alemán (Reifierungskommission Corporate Governance Kodex) de 21 de mayo de 200319, siguiendo la tendencia internacional en la materia, se inclina por un sistema de mayor autorregulación y el principio de «cumplir o explicar» inglés y distingue claramente los distintos niveles de regulación (voluntaria y obligatoria). Desafortunadamente, el Código no parece haber aprovechado esta ocasión para revisar su sistema de co-gestión o co-participación (participación de los trabajadores en el Consejo de Supervisión de la compañía), lo que, según algunos expertos, puede ser la causa de su fallo20. A continuación, pasamos a exponer algunas de las recomendaciones del Código. 1. El papel del Consejo de Supervisión Ésta es la principal característica del modelo de gobierno corporativo alemán y el frente de batalla de todas las reformas. El sistema dual es obligatorio para todas las compañías cotizadas alemanas, independientemente de su tamaño. Mientras que la principal responsabilidad del Consejo de Administración es la conducción de los negocios, la del Consejo de Supervisión no es fácil de describir y he aquí uno de sus mayores problemas. Legalmente, sus funciones son las de supervisión, nombramiento y remoción de los miembros del Consejo de Administración. En la práctica, esta supervisión recae sobre el cumplimiento de la ley y los estatutos de la compañía más que en los deberes fiduciarios y de lealtad de los administradores. Ello deriva en un control meramente «formal» y no en la supervisión real de las decisiones del Consejo de Administración. Otro aspecto que consideramos importante destacar es la responsabilidad objetiva, es decir, independiente de la culpa o el dolo21. 2. La independencia del Consejo Los miembros del Consejo de Supervisión no pueden formar parte del Consejo de Administración al mismo tiempo. Más allá de esta incompatibilidad, tampoco un consejero puede formar parte de más de diez Consejos al mismo tiempo. Pero estas limitaciones no parecen ser suficientes para garantizar una efectiva independencia, objetividad e imparcialidad del Consejo de Supervisión, puesto que, en la práctica, éste se ve involucrado en cuestiones relacionadas con la dirección de la compañía y en sus relaciones comerciales a causa de su misma función de supervisión. Además, muchas compañías contratan como consejeros a anteriores miembros del Consejo de Administración, dada su gran experienc ia y conocimiento de la empresa y los negocios que ésta realiza. Un buen ejemplo de lo dicho lo puede constituir el caso de los representantes de los Bancos. Dado el sistema «bancarizado» existente en Alemania, los bancos suelen tener una doble posición: como depositarios de los derechos de voto, tienen que ejercer los mismos en interés de sus verdaderos titulares (los accionistas) y como prestamista (acreedor) de la compañía, deben cuidar su relación crediticia. Ello plantea un serio conflicto de interés. El conflicto se incrementa si, como suele ocurrir, el banco participa en el capital accionarial de la compañía. El Deutsche Bank AG fue el primer banco en afrontar este problema explícitamente en su Código de Gobierno Corporativo (2001) estableciendo que los miembros del Consejo de Administración no pueden, en principio, asumir la presidencia del Consejo de Supervisión de ninguna empresa no perteneciente al grupo. Este principio parece apuntar a una disminución de poder de los bancos alemanes en los Consejos de Supervisión de otras compañías22. El Código Alemán de Gobierno Corporativo23, al igual que el de Reino Unido, Italia y Francia, no provee una definición taxativa de consejero independiente. De hecho, la cuestión relativa a los antiguos consejeros de la compañía y la posibilidad de que éstos ocupen un asiento en el Consejo de Supervisión (de la misma compañía) es abordada por el Código, a nivel de recomendación, en el sentido de que limita su número a dos y a que éstos no ocupen la presidencia de la comisión de auditoría. En la búsqueda de la independencia, el Código establece la incompatibilidad para los miembros del Consejo de Administración o de Supervisión de formar parte de Consejos de compañías competidoras. Las participaciones accionariales «cruzadas» (en empresas del mismo grupo) por los bancos alemanes han sido, y aún son hoy muy criticadas por los inversores extranjeros. En este sentido, el Código recomienda a las compañías publicar, en el informe anual, las «relaciones» comerciales o empresariales de los miembros del Consejo de Supervisión pero, curiosamente, no menciona explícitamente las participaciones cruzadas y sólo recomienda la revelación de información en el caso de que existan conflictos de interés. Ello, a la luz de las crisis que han afectado la confianza de los mercados en los últimos años no parece suficiente, sobre todo, teniendo en cuenta que, quien define qué tipo de relaciones han de ser reveladas es el mismo Consejo de Supervisión. 3. La co-determinación Ésta es otra de las características del modelo alemán de gobierno corporativo, y quizá su principal fuente de conflictos en la actualidad. Las compañías con más de 2.000 trabajadores deben tener, como mínimo, la mitad de su Consejo de Supervisión compuesto por representantes de los trabajadores. En las grandes compañías, el número de representantes de los trabajadores suele rondar entre 10 y 20 representantes. La cuestión de la participación laboral en el gobierno de las empresas alemanas tiene raíces históricas y culturales cuyo origen puede remontarse a los problemas generados por las dos guerras mundiales24. Esto demuestra, una vez más, la estrecha vinculación existente entre el gobierno corporativo y la historia, cultura y tradición (no sólo legal, sino también política) de los países donde las empresas tienen su sede (concepto amplio de GC). Desde el punto de vista de la empresa, puede argumentarse que la co-determinación parece cumplir una función de «alerta temprana», que permite anticipar los conflictos laborales y prevenir huelgas y otras medidas de fuerza similares. Más aún, se podría decir que tal sistema permite conectar los intereses de los trabajadores y de los accionistas en el seno del Consejo manteniendo, o al menos procurando mantener, un equilibrio de poderes. Nosotros no compartimos esa visión. Nos parece que es confundir el buen gobierno de la empresa con el buen gobierno de una nación, o, dicho de otra manera, confunde un sistema político con un sistema económico. Una empresa no es un sistema democrático de gobierno sino un eficiente sistema económico (aunque ambas cosas puedan coincidir). Una de las consecuencias que tiene el sistema de co-determinación (y el Consejo «dual» en su conjunto) es que la proximidad de los llamados stakeholders con los deberes de los consejeros no permite evaluar de manera precisa las decisiones de los administradores. A ello hay que agregar otros problemas como la cualificación de los trabajadores para integrar el Consejo de Supervisión o la división en el seno del mismo entre los trabajadores y los consejeros que representan a los accionistas, lo que dificulta su cooperación con el Consejo de Administración. A estos problemas, hay que agregar uno no menor, como es el de que los negocios importantes (estratégicos) no pasan por el Consejo de Supervisión, con lo cual éste suele carecer de la información necesaria para ejercer sus funciones de forma apropiada. Esta carencia de información parece haber sido uno de los mayores problemas del Consejo de Supervisión en el pasado25. 4. Los controles internos Las reformas recientes sobre gobierno corporativo tienden a fortalecer los controles internos, como respuesta a los escándalos corporativos. En el caso alemán, esto se ha traducido en recomendaciones para aumentar los poderes del Consejo de Supervisión. No obstante, como señalamos en el apartado anterior, para que estos nuevos poderes sean efectivos se requiere una buena, oportuna, completa y actualizada información. Por ello, la estructura «dual» que gobierna las empresas alemanas y las limitaciones legales que hacen que el Consejo de Supervisión no pueda involucrarse en los negocios de la compañía ni obtener información directamente del Consejo de Administración, hacen dudar de la efectividad que tales propuestas y recomendaciones puedan tener. El Código Alemán de Gobierno Corporativo recomienda que los auditores entreguen una declaración jurada de independencia y se sometan a votación en la Junta General de Accionistas. Según la ley alemana, un auditor que ha obtenido más del 30% de sus ganancias totales exclusivamente de una compañía en los cinco años anteriores, no reúne las condiciones para ser elegido como tal. Además, el informe de auditoría no podrá ser firmado más que seis veces por la misma persona. La rotación obligatoria de la firma auditora ha sido rechazada hasta el momento. Los auditores externos son elegidos por la Junta General y son así un instrumento de control para los accionistas, pero el papel del auditor como «socio» del Consejo de Supervisión ha sido también fortalecido en varias ocasiones. Así, la reforma de 199826, establece que es el Consejo de Supervisión el que firma el contrato de auditoría, poniendo las bases para un mayor flujo de información pero también de mayores poderes al auditor (por ejemplo: en materia de control de riesgos). V. Modelo anglosajón versus Modelo alemán «Pienso que el capitalismo, sabiamente dirigido, puede ser probablemente más eficiente para cumplir los fines económicos que cualquier otro sistema alternativo que tengamos a la vista pero, en varios aspectos, es extremadamente objetable» (John Maynard Keynes, 1883-1946. Economista inglés) El GC en el Reino Unido y en países anglosajones, en general, reúne características diferenciales respecto al de los países del continente europeo, por ejemplo Alemania. Mientras que en el 90% de las compañías cotizadas en la Bolsa londinense (London Stock Exchange) el control está en manos de accionistas que reúnen, como máximo, el 25% de las acciones (o los derechos de votos), en Alemania, los accionistas de control del 85% de las empresas cotizadas, reúnen como mínimo ese porcentaje (25%) o más. En cuanto a la naturaleza de la propiedad, en el caso alemán, ésta se caracteriza por relaciones entre los accionistas de control o el control familiar27, mientras que en el caso del Reino Unido la propiedad de los inversores institucionales es predominante. El grado de competencia al que se enfrentan las compañías en ambos países también difiere. Mientras que la media de vida de una sociedad cotizada británica es de doce años, en Alemania, es de cincuenta años. Estas diferencias revelan que el coste relativo de mantener largos controles también difiere en ambos países. En los países con una deficiente protección de los derechos de los accionistas (Europa Continental), éstos deben proteger sus derechos tomando posiciones de control, mientras que allí, donde sus derechos son mejor protegidos como en el Reino Unido (a través de distintas regulaciones y normas sobre transparencia, información, acciones legales, diferentes clases de acciones de la compañía, deberes fiduciarios, composición de los Consejos de Administración —a través de la inclusión de consejeros independientes, por ejemplo— de las compañías, OPAS obligatorias y otras medidas...), en cambio, no sería necesario tener grandes participaciones accionariales. También parecen existir sustanciales diferencias entre las adquisiciones de empresas (OPAS) con accionistas concentrados y aquellas que hacen las compañías con un accionariado muy disperso o más abierto. En el caso del Reino Unido, es más probable que una empresa sea adquirida por una compañía de estas últimas características (accionariado disperso) cuando la compañía «objetivo» de la compra (target) es grande, rentable y de rápido crecimiento. Las fuentes consultadas también revelan que un alto crecimiento conduce a una propiedad más difusa en el Reino Unido. Por nuestra parte, y en lo que al gobierno corporativo estrictamente se refiere, creemos que las diferentes estructuras accionariales en el Reino Unido y países anglosajones en general y en Alemania y en el resto de los países continentales europeos, justifican que las empresas «diseñen» sus modelos de gobierno corporativo o, más concretamente, sus Consejos de Administración en función de sus singulares y peculiares características (tamaño, sector económico, entorno competitivo, cultura, tradición, y otros...) y nos hacen sospechar de los «modelos o códigos únicos» de buen gobierno empresarial. Ello no obsta a que tales códigos puedan contener recomendacio nes muy generales recogidas como fruto de la experiencia de las empresas más antiguas y exitosas en su gestión y de los sistemas financieros más desarrollados. Aun así, dudamos de algunas recomendaciones que hoy ya se dan como acreditadas por la experiencia. En nuestra opinión, muchas de ellas, especialmente promovidas a partir del «caso Enron» y otros escándalos financieros, forman parte de lo que se ha dado en llamar lo «políticamente correcto» y que contribuyen a mantener una buena imagen más que de prácticas suficientemente demostradas como indicativas de buena gestión («buenas prácticas»). 1. Algunas conclusiones De los estudios empíricos realizados28 pueden obtenerse algunas conclusiones: La primera razón que tienen los accionistas para sostener grandes paquetes accionariales (posiciones de control) en las empresas alemanas, además de la lógica de ganar dinero, parece encontrarse en el sistema legal, más concretamente, en el grado de protección de los accionistas minoritarios. El estudio detallado de las regulaciones existentes en Alemania en comparación con las existentes en el Reino Unido (paradigma del sistema anglosajón) muestra que los derechos de los accionistas minoritarios, la transparencia informativa, y los códigos y normas sobre OPAS, están mejor protegidos en este último país. La práctica general de las votaciones en las Juntas Generales, la composición de los Consejos de Administración y los deberes fiduciarios de éstos refuerza esta conclusión. Como consecuencia de todo ello, el control es más valorado por los accionistas germanos sea para evitar la expropiación de sus inversiones o para obtener mayores «beneficios privados» (no pecuniarios o producto de la revalorización de las acciones en el mercado). Además, mantener grandes posiciones de control es menos costoso en Alemania que en el Reino Unido porque las «estructuras piramidales», la posibilidad de emitir acciones sin derecho a voto y la de nominar representantes en el Consejo aseguran que el control puede ser mantenido con un costo relativamente bajo (inversión proporcionalmente pequeña de capital). Pero sin bien estos factores (entorno legal) permiten predecir la mayor concentración de control en un país respecto del otro, no nos explican cómo nace o cómo se desarrolla esa mayor concentración a lo largo de la vida de la compañía. Para ello es necesario hacer un análisis relativo a las condiciones económicas en ambos países, concentrado en las compañías cotizadas (el cual excedería los límites de este trabajo). El estudio más arriba citado ha investigado esas condiciones y permite ver que el promedio de los accionistas iniciales en las empresas alemanas poseen intereses mucho más grandes que sus pares inglesas pero, al mismo tiempo, pierden la mayoría de su control en sólo seis años después de haber salido a cotización. En contraste, en las compañías cotizadas inglesas la mayoría de control se pierde a los dos años después de haber salido a cotización. Las características corporativas conducen a diferencias en la evolución del control de las compañías. El tamaño de las empresas es un factor determinante de la concentración en el control de las empresas en el Reino Unido, pero no en Alemania. Las grandes compañías inglesas evolucionan hacia un accionariado más disperso, mientras que en Alemania los nuevos accionistas mantienen intereses de votación significativamente más grandes. La razón de ello, según las investigaciones realizadas, puede ser que las normas tendentes a proteger el bienestar de los accionistas son vinculantes en el Reino Unido, mientras que en Alemania, el mayor bienestar de los accionistas minoritarios se ve obstruido o eludido mediante el uso de estructuras piramidales. Por otro lado, la antigüedad de las empresas tiene una relación inversa respecto del control de la compañía. Los accionistas originarios de una empresa alemana antigua tienden a retener un poder de voto menor de aquéllas de igual antigüedad en el Reino Unido. VI. Las últimas reformas en Francia e Italia Las últimas reformas relacionadas con el gobierno corporativo en Francia e Italia parecen confirmar la tesis de este trabajo a favor de la autorregulación, pues éstas darán una mayor flexibilidad a sus normas y principios. Al mismo tiempo, se constata la existencia de una opinión casi unánime acerca de la conveniencia de la separación entre el control y la gestión, no a través de un modelo de Consejo dual (como el alemán), sino a través de la separación de los cargos de primer ejecutivo y presidente del Consejo. Pasamos a continuación a referirnos a las últimas reformas en cada uno de estos países en relación al gobierno corporativo. 1. Francia La opción entre el sistema unitario o monista (Consejo único) y el sistema dual (Consejo de Supervisión) existe en Francia desde el año 1966, aunque la utilización del sistema dual es infrecuente. Sólo aproximadamente entre el 2 y el 3% de las compañías cotizadas han optado por este último sistema. Constituyen el 20% de las compañías que forman el índice CAC 40, la mayoría de las cuales tienen dimensión internacional29. La Ley de Nuevas Regulaciones Económicas (Nouvelles Regulations Economiques. NRE) aprobada en 2001 ofrece a las compañías cotizadas francesas una «tercera opción» para la organización del Consejo. Se trata de adoptar una estructura monista (Consejo único), pero anulando la concentración de poder del Presidente Consejero General (PDG) que además asumía el cargo de primer ejecutivo y presidente de la Sociedad. La idea es la que señalamos antes como tendencia en la mayoría de las reformas de GC, la separación del papel de primer ejecutivo y presidente del Consejo de Administración. Sin duda, ésta parece ser la lección que ha dejado el caso Enron. A pesar de la influencia de la ley de 2001, la influencia del PDG sobre la dirección de la empresa, incluyendo el Consejo (convocatoria de las reuniones, de la agenda e incluso presidiendo algunas de sus comisiones), suele ser predominante en Francia. Las últimas reformas en materia de GC realizadas en Francia se plasman en Los Principios de Gobierno Corporativo de octubre de 2003, resultado de un trabajo conjunto de la Asociación de Compañías Francesas del Sector Privado (AFEP, por sus siglas en francés) y la Confederación de Negocios de Francia (MEDEF), dirigidos por Daniel Bouton (informe Bouton)30. Tales reformas continúan la línea trazada por las reformas inglesas y alemanas en cuanto exigen que se especifiquen las inversiones que requieran la previa aprobación del Consejo. El Código también enfatiza que las competencias y la experiencia de los consejeros debe ser considerada individualmente, además de su independencia y adopta para esta última una definición similar a la adoptada por el Código Combinado inglés, enumerando una lista de conductas incompatibles con el carácter independiente de los consejeros. En este punto, es interesante resaltar que dentro de esta lista incluye a los representantes de los bancos con los cuales la compañía mantiene relaciones. El Código francés también se refiere a la presencia de independientes en los Consejos (entre un tercio y la mitad) y en las comisiones de retribuciones y auditoría, aunque la exigencia es menor que en el «Codigo Combinado» británico. Para la comisión de auditoría, la proporción es de uno a dos tercios de consejeros independientes en lugar de la totalidad como recomienda el Código inglés y para la comisión de retribuciones sólo la mayoría. El Código inglés también aquí exige la totalidad de independientes. Con relación a la auditoría externa, el Código recomienda reuniones de los consejeros independientes con los auditores externos sin la presencia de los ejecutivos. Finalmente, en cuanto a la representación laboral, el Código aconseja la presencia de al menos dos miembros en representación de los trabajadores, con carácter consultivo, en las reuniones del Consejo de Administración (en las compañías con estructuras duales de Consejo, éstos deben estar presentes en el Consejo de Supervisión). Más allá de esta recomendación, las compañías cotizadas francesas están obligadas a nombrar como consejeros hasta tres representantes de los empleados si el total de participación de éstos en el capital de la compañía excede el 3%. 2. Italia El Testo Único de 199831 introdujo normas específicas para las compañías cotizadas. En lo que al gobierno corporativo se refiere, estas normas siguen el modelo dual tradicional italiano: un Consejo de Administración (Consiglio di Administrazione) y un segundo Consejo «el colegio sindical» (Collegio Sindacale) con funciones de auditoría interna, aspecto este último, que lo distingue del Consejo Supervisor alemán. No obstante, la innovación hecha por el Testo Único de extender las tareas del Collegio Sindicale a tareas de supervisión del cumplimiento de las normas y los estatutos, de la estructura organizacional, y del sistema de contabilidad, parecen ir asemejándolo cada vez más al modelo germano, aunque el Collegio Sindícale carece de las facultades respecto a la dirección estratégica de los negocios que posee el Consejo Supervisor alemán. Otra de las novedades del Testo Único es el establecer la obligación de que la auditoría de las compañías se realice por auditores externos, distinguiendo claramente entre la auditoría externa e interna. El Collegio Sindicale realiza las funciones de auditoría interna y, a diferencia del Consejo Supervisor alemán, los «síndicos» son contables titulados. Otra diferencia que distingue al sistema italiano y al alemán es el derecho del síndico de dar órdenes a los empleados. En relación a la independencia de los consejeros, el Código establece la incompatiblidad de ser miembro del Consiglio de Administrazione y del Collegio Sindicale al mismo tiempo. Tampoco los empleados pueden formar parte del Collegio Sindicale. El Código de Conducta (Codici di Autodisciplina) elaborado por la Bolsa italiana recomienda una «adecuada proporción de consejeros no ejecutivos». El número de éstos queda a discreción de cada compañía, particularmente, atendiendo a su estructura de propiedad. En este sentido, el sistema italiano parece aún más flexible que el del Reino Unido y más respetuoso con la autorregulación. En cuanto a qué debe entenderse por consejero independiente, el modelo italiano es bastante similar al inglés y al francés en cuanto que enumera una lista de relaciones y actos que hacen presumir que un consejero no es independiente. También a semejanza de éstos, el Código recomienda una comisión de control (o de auditoría) con el objetivo principal de aconsejar y proponer medidas para la mejor administración de los riesgos. Esta comisión deberá estar integrada por consejeros no ejecutivos, la mayoría de los cuales deberán ser independientes32. En enero de 2003, entró en vigor un decreto que reforma la estructura de control interno en las empresas cotizadas italianas33. Desde enero de 2004, la compañías tienen la opción de elegir entre tres diferentes modelos de GC: el módulo tradicional italiano (que se adopta por defecto), una estructura dual siguiendo el modelo alemán, con un Consejo de Administración (Consiglio di Gestione) y otro de Supervisión (Consiglio de Sorveglianza) y una última opción que es la de un Consejo único (sistema monista, anglosajón) con un único Consejo de Administración compuesto, como mínimo, por un tercio de consejeros independientes y con un comité de control (Comitato per il Controllo sulla gestione) compuesto exclusivamente por consejeros independientes. VII. Algunas conclusiones provisionales sobre los distintos modelos de GC El análisis de las últimas reformas realizadas en materia de GC por países de la UE, sugiere que, en contra de lo que muchos han proclamado, proclaman y piensan, especialmente a partir del escándalo corporativo de Enron y otros que le siguieron, el sistema basado en la autorregulación no ha fracasado sino que ha cobrado una nueva vitalidad. Es más, las empresas parecen haber tomado una mayor conciencia de la importancia del GC y la autorregulación. La conclusión que podemos extraer de estos análisis es que no existe un modelo de GC superior a otro, sino que lo importante es que cada compañía tenga la habilidad de diseñar su propio sistema de gobierno de acuerdo con su estructura de capital y la tradición cultural e historia económica del país de origen (concepto amplio de GC). Como denominador común cabe mencionar la conveniencia de separar claramente la administración y dirección de la compañía de su control, sea a través de una estructura dual del Consejo, o bien a través de la separación de esas funciones en el seno del Consejo (consejero ejecutivo y presidente del Consejo). Se trata de evitar la concentración de poder, uno de los aspectos que parecen haber sido más determinantes en los escándalos corporativos de la última década. A ello se debe sumar el fortalecimiento de los mecanismos de control interno y externo, por ej., evitando los blindajes y otros obstáculos que desincentivan las Ofertas Públicas de Adquisición. Finalmente, pero no por ello menos importante, la experiencia parece indicar la no conveniencia de la representación de los trabajadores en el Consejo de Administración (sistema alemán de cogestión), lo que no debe confundirse con la no consideración de sus intereses en la gestión de la compañía34. VIII. La Unión Europea (UE) «Hay dos maneras seguras de llegar al desastre, una, pedir lo imposible, otra, retrasar lo inevitable» (Francesc Cambó, 1876-1947. Político catalán) 1. El estatuto de la Sociedad Anónima Europea (SE) El Reglamento (CE) n.º 2157/2001 de 8 de octubre de 2001 por el que se aprueba el estatuto de la Sociedad Anónima Europea (SE) deja libertad a los Estados miembros para adoptar el sistema monista o dual de gobierno corporativo35. El Reglamento establece que todo Estado miembro podrá establecer que el responsable de la administración sea uno o más consejeros delegados y que el miembro o los miembros del órgano de dirección serán nombrados y cesados por el órgano de control. El Reglamento prohíbe el ejercicio simultáneo de la función de miembro del órgano de dirección y del órgano de control de la misma SE. No obstante, el órgano de vigilancia podrá, en caso de vacante, designar a uno de sus miembros para ejercer las funciones de dirección. El Reglamento también admite el sistema monista de gobierno de la SE. En este caso, el órgano de administración será el encargado de la gestión y el control, para lo cual deberá reunir toda la información necesaria. Esta función pueden realizarla uno o más consejeros delegados, según lo que establezca cada Estado miembro, pero las condiciones deben ser iguales para todas las sociedades anónimas con domicilio en su territorio. Este órgano deberá constar de un mínimo de tres miembros36. El Reglamento establece normas comunes para ambos sistemas, el dual y el monista. En este sentido, fija un período máximo de seis años para los miembros del/los órgano/s de administración y gobierno, establece que éstos pueden ser reelectos; fija también las condiciones requeridas (de acuerdo a las normas de cada Estado miembro) y el tipo de operaciones para los que se requerirá autorización (del órgano de control en el sistema dual y de una decisión expresa del órgano de administración en el sistema monista). Las Sociedades u otras entidades jurídicas deberán designar a un representante para el ejercicio de las funciones en el órgano de que se trate. 2. El informe Winter El grupo de expertos de alto nivel en Derecho societario, presidido por el profesor Jaap Winter, fue constituido a iniciativa de la Comisión Europea en septiembre de 2001 a efectos de emitir una serie de recomendaciones en asuntos relacionados, en primer lugar, con las normas europeas sobre ofertas públicas de adquisición (OPAS) y también sobre los puntos clave para una modernización del Derecho de sociedades en la UE. El informe tiene la virtud de pronunciarse sobre principios generales, con gran flexibilidad pero sin omitir recomendaciones concretas de aplicación práctica a las compañías europeas. Ello da al informe un carácter realista y actual. El informe se estructura en dos partes: una de temas generales y otra relativa al gobierno corporativo. Pasamos a continuación a referirnos a cada una de estas partes. 2.1. Temas ge nerales A) Armonización y competencia El eje del Informe gira sobre la necesidad de una mayor armonización legislativa que proteja a los Estados miembros y a terceros. En este sentido, se adoptan una serie de medidas que establecen una protección legal equivalente a todos los EM de la UE. El informe además destaca que la eficiencia y la competitividad de las empresas deben constituir el objetivo primordial del Derecho de sociedades. He aquí un primer punto que deseamos resaltar. La finalidad del Derecho de sociedades europeo ha de ser la eficiencia y la competitividad de las empresas. Esto será importante a la hora de interpretar las normas comunitarias y las legislaciones nacionales que las adapten. B) Transparencia El Informe resalta la importancia de la transparencia informativa como el mejor medio para una adecuada armonización legislativa que evite incurrir en normas demasiado rígidas. En este sentido, el Informe recomienda una legislación de «segundo orden» o legislación «blanda» que sea lo suficienteme nte flexible para adaptarse a las cambiantes circunstancias del Derecho de sociedades (recomendaciones en lugar de Directivas). En una clara definición el Informe dice que «la información y la transparencia se encuentran en la intersección entre el Derecho societario y la regulación del mercado de valores y que la transparencia se encuentra particularmente en el área del gobierno corporativo». En resumen, se resalta que el gobierno corporativo es un elemento más, importante por cierto, pero no el único, dentro de un espectro más amplio que es el Derecho societario, en el cual debe enmarcarse. Cualquier reforma seria debería tener muy en cuenta esta cuestión. C) Clasificación de sociedades Se introduce un salto cualitativo en lo referente a la clasificación de las sociedades. Tradicionalmente, éstas se clasificaban entre públicas y privadas. El Grupo de Expertos considera que esta clasificación ya no se adecua a la realidad y prefiere hablar de tres tipos diferentes de compañías: listed companies (empresas que cotizan en la Bolsa); open companies (empresas cuyas acciones pueden transferirse libremente pero fuera de los mercados organizados de capitales) y closed companies (empresas cuyas acciones no pueden transferirse libremente). Las características de cada compañía incidirá sobre la regulación a aplicar a cada una. Además de sus implicancias regulatorias, ya de por sí muy importantes, considero que esta nueva clasificación de las sociedades mercantiles tiene otra implicación significativa: la de superar la tradicional división entre lo público y lo privado y reconocer, implícitamente, que lo «público» no es sinónimo de «estatal» y que el sector privado, o la sociedad civil, está cada vez más implicada en asuntos de «interés público» (matización que los norteamericanos hacen al distinguir entre public interest y governmental interest). En una palabra, actualmente, «lo público» ya no es sinónimo de Estado o entidad estatal sino que concierne a toda la sociedad. D) Principios vs. reglas Otra observación importante destacada por el Informe es la conveniencia de adoptar principios antes que reglas. La diferencia entre ambos es cualitativa, pues los primeros admiten una interpretación más flexible que los segundos, tema crucial en un área tan dinámica como la de las empresas (Derecho económico) Pero la adopción de principios, aunque no reconocido en el informe, confiere a los entes reguladores una mayor importancia. Por ello la profesionalización y la independencia de los entes reguladores es fundamental. En el debate de los «principios vs. reglas», se encuentran también las empresas norteamericanas con la reforma de la Financial Accounting Standards Board (FASB) y su reciente acuerdo con la UE para acercarse a los Principios de la International Accounting Standards Board (IASB). E) Impacto de la tecnología Desde el punto de vista de la igualdad del derecho de los accionistas el impacto de la tecnología es crucial, pues los actuales medios informáticos y telemáticos les permiten votar desde cualquier sitio, sin necesidad de asistir a la Junta General ni delegar su voto. En cuanto a la transparencia, la tecnología es fundamental, pues permite a las compañías mantener la información relevante con el acceso del público a sus páginas web. En este punto me permito hacer un paréntesis para destacar el relevante papel que pueden jugar las instituciones privadas como proveedores de información. El informe habla de registros públicos, lo cual es bueno y quizá necesario dada la necesidad de un mínimo de transparencia informativa para que las reglas del mercado funcionen adecuadamente y no existan abusos ni competencia desleal. Pero junto a estos registros públicos deben existir instituciones privadas, cuyo objeto sea poner a disposición del público en tiempo real (asesoramiento incluido) la «información relevante» de las compañías cotizadas, cosa que difícilmente puede hacer con eficiencia una entidad estatal. El Estado debe delegar cada vez más funciones que hasta ahora venía ejerciendo bajo el argumento del «interés público» y pasar a concentrarse en sus funciones esenciales (seguridad, salud y sanidad). Por ello, debería delegar esta tarea de «registro público» en entidades privadas, manteniendo sobre ellas la debida y adecuada supervisión37. Una observación final sobre este punto es la relativa a la información a suministrar: la información relevante38. F) Recomendaciones Considerando las observaciones anteriores, el Grupo de expertos recomienda: — Adoptar todos los mecanismos posibles para promover la protección de los accionistas y de los acreedores, en especial, el ejercicio de los derechos de voto de los accionistas transfronterizos. Para ello, las compañías deberán elegir los medios que consideren más adecuados. — Conveniencia de los «principios» sobre las reglas. — Analizar más cuidadosamente la conveniencia de la adopción de normas (principios) de transparencia en lugar de reglas sustantivas («legislación dura» o Directivas). — Las regulaciones deben tener en cuenta las características peculiares de los diferentes tipos de compañías: listed companies; open companies y closed companies. — La lucha contra el fraude y los abusos del Derecho por parte de las compañías han de estar fuera del ámbito del Derecho societario y de las regulaciones, ésta debe arbitrarse por otros medios le gales (Derecho penal, por ejemplo). Ello derivaría en el uso, no sólo de unos instrumentos legales más eficaces, sino también de más garantías. — Las compañías cotizadas deben mantener permanentemente actualizada su información a través del uso de los medios electrónicos y de la información a las autoridades competentes. 2.2. Gobierno corporativo Dentro del mandato original del Grupo de Expertos se encontraba el de mejorar las prácticas del buen gobierno de las empresas. Con este objeto, el Informe se cent ra en cinco temas fundamentales que giran en torno a los «elementos internos del gobierno corporativo», no sin antes resaltar la importancia de analizar el gobierno corporativo en el contexto del Derecho de sociedades y del mercado financiero en su totalid ad. En este sentido, la transparencia, sin duda, constituye el elemento más importante. Dentro del sistema del gobierno corporativo, también parece haber cobrado un papel fundamental el ejercicio de los derechos de los accionistas. Los accionistas parecen haber pasado de una etapa donde se limitaban a reclamar —criterio reactivo— a una donde prefieren prevenir —criterio preventivo—, y las regulaciones deberían acompañar este cambio. Esto es especialmente importante en las «compañías cotizadas», donde solía existir cierta apatía de los accionistas. Tradicionalmente, los derechos de accionistas se ejercían físicamente en las Juntas Generales de Accionistas; hoy, sin embargo, con los avances tecnológicos estos derechos pueden ejercerse de un modo mucho más amplio, con los beneficios de un mercado de capitales globales y sin ser necesaria la presencia física de los accionistas en las Juntas. La información en tiempo y forma oportunos antes de las reuniones de los Consejos y las Juntas también es de fundamental importancia. En este sentido, colocar la «información relevante» en la web, así como también los mandatos, los poderes y las delegaciones de voto puede constituir un medio eficaz. No obstante, el Comité de Expertos no recomienda esta práctica con carácter «obligatorio», dadas las dificultades que pueden tener los accionistas de acceder a determinadas tecnologías, su utilización inapropiada y los abusos a lo que ello puede dar lugar. Por otra parte, el Comité recomienda que, ante las dificultades de asistencia a las Juntas, los accionistas deben conservar el derecho de «votar en ausencia», una facilidad que las compañías deberían dar a sus accionistas. A) La información relevante El Informe Winter dice que las declaraciones (informes) anuales sobre gobierno corporativo deben al menos incluir los siguientes temas: — El funcionamiento de la Junta General de Accionistas, sus facultades, los derechos de las acciones, las clases de acciones, y cómo esos derechos pueden ser ejercidos. — El funcionamiento del Consejo y de Administración y sus comisiones, los procedimientos para seleccionar a sus miembros, sus cualidades y sus relaciones directas e indirectas con la compañía más allá de sus funciones de miembros del Consejo. La información sobre la remuneración de los consejeros y su selección y cese deben ser publicadas de forma separada. — Los accionistas de control39, con una descripción de los derechos de voto y derechos especiales de control que pueden ejercer y, si éstos actúan en concierto, una descripción de los elementos clave de los acuerdos existentes. — La relaciones directas e indirectas entre la compañía y los accionistas de control más allá de su relación como accionistas. Este último elemento de transparencia es especialmente importante en las compañías europeas donde una parte sustancial de las acciones de las empresas cotizadas está en manos de grandes inversores, dados los potenciales conflictos de interés entre estos accionistas y los accionistas minoritarios. — Transacciones de la empresa con compañías subsidiarias y asociadas, a menos que ya se hayan especificado en las declaraciones anuales. — El sistema de gestión de riesgos aplicado por la compañía, describiendo su estrategia y las actividades particularmente arriesgadas. Si este sistema no existe, deberá ser comunicado40. B) El voto transfronterizo Respecto a los problemas del voto transfronterizo y la existencia de intermediarios, que hacen difícil la identificación de la persona con derecho al voto, el «Cross Boarding Group» emitió su propio informe en septiembre de 2002. En él propone que el derecho a votar debe corresponder al accionista acreditado, quien debe tener garantizados todos los derechos de voto legales en el Estado miembro. C) El papel de los inversores institucionales Dado el papel cada día más activo de los inversores institucionales, el Comité considera fundamental la transparencia y el flujo de información hacia otras Instituciones de Inversión Colectiva (fondos de pensiones, de inversión, bancos, etc.), así como que éstos especifiquen cómo han sido ejercidos sus derechos de voto. La información cualificada y oportuna tiene un costo. El papel que pueden jugar instituciones no gubernamentales actuando como recopiladores, clasificadores y asesores de la información relativa a los negocios y actividades de las empresas cotizadas es significativo, dado el valor que tal información tiene para los inversores institucionales (de hecho, pequeñas empresas en Estados Unidos y Reino Unido se están desarrollando, con bastante éxito al parecer, en esta tarea). En cuanto a la estructura de los Consejos —monista o dual, a la luz de las consultas efectuadas—, el Comité concluye que no parece que se puedan sacar conclusiones válidas a favor de la eficiencia de uno u otro sistema. 2.3. Consejeros independientes «Haceros con amigos dispuestos a censuraros» (Nicolás Boileau, 1636-1711. Escritor francés) Para tener la condición de consejero independiente es necesario que, aparte de su condición como tal, no tenga ninguna otra relación con la compañía, con los consejeros ejecutivos, o los accionistas de control. El Informe opta por definir por exclusión (o de forma negativa) a los consejeros independientes diciendo que no se considerarán como tales: — aquellos que han sido empleados de la compañía en un período anterior a cinco años desde su incorporación como consejero no ejecutivo o supervisor (en el caso del sistema dual); — aquellos que hayan recibido cualquier tipo de remuneración por tareas de consultoría o asesoramiento de la compañía, o alguno de sus consejeros ejecutivos; — aquellos que estén involucrados en una supervisión «cerrada» (interlocking directorships) donde unos supervisan a otros y éstos, a su vez, a los primeros; — aquellos que representen a grupos de accionistas que tengan como mínimo el 30% del capital de la compañía, actuando solos o en concierto con otros o sus representantes. Nótese aquí cómo el Informe se cuida mucho de hacer una enumeración o definición «taxativa» de lo que debe entenderse como consejero independiente, optando por una definición más bien enunciativa y de carácter negativo, en consonancia con lo que señalamos al principio de este trabajo en cuanto a la preferencia por los principios más que por las reglas. En este caso, el principio general para determinar si un consejero es independiente o no es la obtención de cualquier tipo de beneficio que el consejero haya recibido de la empresa. En relación a las competencias que deben reunir los consejeros no ejecutivos o independientes, éstas suelen ser muy abstractas y parece conveniente determinar con más precisión las calificaciones profesionales de dichos consejeros. Naturalmente, esto se ve más claro en áreas como la auditoría, donde parece lógico exigir cierto grado de formación en temas financieros y ello tanto por el control que deben ejercer sobre la administración de la empresa como por las explicaciones que han de dar a los accionistas. No obstante, la formación especializada no debería constituirse en un obstáculo para el posible nombramiento de consejeros que a pesar de carecer de ella formalmente, por su experiencia profesional, sus condiciones morales y otras cualidades más allá de las técnicamente exigibles, pueden gozar de la confianza y la credibilidad de los accionistas. En una palabra, si bien la profesionalización de los Consejos es buena en principio, se debe cuidar de no caer en una especie de tecnocracia o burocracia profesional. La remuneración de los consejeros es otra de las áreas clave del gobierno corporativo. El Comité no rechaza la remuneración vía opciones sobre acciones y se limita a recomendar que se adopten las medidas necesarias para evitar sus abusos. El «caso Enron» también puso de relieve la necesidad de garantizar la fidelidad de las cuentas anuales y los balances de las compañías (statements). En este sentido, siguiendo al Comité de Expertos, la responsabilidad colectiva del Consejo de Administración por la veracidad de esas declaraciones parece un requisito necesario. A este respecto, sin embargo, hay que decir que el aumento de las penas puede tener un efecto no deseado como es el de aumentar los costes de contratación de los consejeros (sus salarios incluirán primas de riesgo acordes con el grado de las penas) y restringir la oferta, por lo que sólo las grandes compañías podrán atraer a consejeros realmente cualificados. El Comité recomienda la adopción de una norma general sobre operaciones comerciales erróneas o fallidas (wrongful trading). Muchos muestran su desacuerdo con una norma de este tipo, pues consideran que esto es materia propia de una Ley de Quiebras (Insolvency law). La importancia de un buen gobierno corporativo radica en establecer las responsabilidades necesarias sobre los consejeros antes de que la compañía caiga en insolvencia. Las sanciones por los desvíos o faltas en contra de la transparencia deben ser penal y civilmente sancionadas. El Comité enfatiza además la importancia de una adecuada auditoría como pieza fundamental de un buen gobierno corporativo. La Comisión Europea ya ha tomado algunas iniciativas en este sentido como la «Recomendación sobre la independencia del Auditor». El Informe insiste en la importancia de que la auditoría interna sea realizada por consejeros no ejecutivos o independientes. Finalmente, el Comité de Expertos expresa sus reservas sobre la adopción de un único Código de Gobierno Corporativo, pues ello no contribuirá a una mayor información para los inversores ni a una mejora significativa de las prácticas de buen gobierno en las empresas europeas, lo que no implica que no se hagan esfuerzos por coordinar las iniciativas tendentes a promover las prácticas de buen gobierno a nivel europeo. Coincidimos con esta opinión del Comité de Expertos. A) Recomendaciones del Comité de Expertos relacionadas con el GC Las compañías cotizadas deberán incluir en sus informes anuales una declaración coherente y descriptiva que contenga los principales elementos y reglas de gobierno corporativo así como su grado de implementación en la práctica. Estas declaraciones deben colocarse, en forma separada, en la página web de la compañía. La declaración deberá contener también una referencia al código de gobierno corporativo o a las leyes societarias que rigen la compañía y en caso de incumplimiento, explicar por qué. Todos los consejeros asumirán la responsabilidad solidaria por el contenido del informe de GC. Las compañías cotizadas deberán mantener una sección especial en su página web que contenga toda la «información relevante» para los accionistas y otorgar a éstos facilidades para su ejercicio de voto (formularios, ins trucciones, etc.). Las compañías cotizadas deberán explicar a los accionistas cómo pueden formular las preguntas que consideren convenientes, de qué forma debe la sociedad responder a esas cuestiones y bajo qué condiciones pueden los accionistas hacer propuestas a la Junta General. Las compañías cotizadas deben facilitar también a los accionistas la forma en que pueden votar en ausencia (instrucciones y medios electrónicos). En este sentido las compañías cotizadas podrán permitir que los accionistas ausentes en la Junta General participen en ella vía electrónica o vía satélite. En cuanto a la situación transfronteriza, el Grupo de Expertos recomienda que los derechos y obligaciones de los accionistas con derecho a voto y de sus intermediarios sea regulado a nivel europeo (a efectos de que los primeros puedan hacer efectivos sus derechos). Los accionistas minoritarios (5-10%) deberán tener el derecho a solicitar a la Justicia u otras entidades administrativas una investigación especial (cuando sospechen que la ausencia del ejercicio de voto por parte de algunos accionistas se deba a presiones, influencias o carencia de información). Las compañías cotizadas deben tener la libertad de elegir la estructura de su Consejo de Administración (simple o dual). Las compañías cotizadas deben asegurar que los nombramientos y las remuneraciones de los consejeros, así como la auditoría de las cuentas de la compañía, sea ejercida por consejeros no ejecutivos (independientes) o «supervisores» (en el caso de un Consejo dual), compuestos en su mayoría por consejeros independientes. La Comisión deberá controlar estos aspectos vía «recomendación» (exigir a las compañías de los distintos EM el comply or explain de los mínimos que ella misma fije). Esta recomendación también incluirá la de que las compañías expliquen el perfil de sus consejeros y el motivo de sus nombramientos en el caso de que sean «ejecutivos» o no independientes. La remuneración de los consejeros debe incluirse en el Informe anual y ser tratado como punto específico dentro de la agenda de la Junta General de Accionistas, explicándose el sistema de incentivos utilizado (stock options, índices, etc.) y sus costes. La Comisión también debe adoptar una «recomendación» en este sentido41. La responsabilidad de la veracidad de las declaraciones de los estados financieros corresponderá, con rango de norma a nivel europeo, a todo el Consejo. Esta responsabilidad deberá extenderse a toda otra declaración sobre el estado financiero de la compañía. Deberá adoptarse una norma a nivel europeo sobre operaciones fallidas que haga responsable a los consejeros por permitir que la compañía continúe haciendo inversiones cuando deberían haber previsto que no estaba capacitada para afrontar las obligaciones derivadas de estas inversiones. Deben adoptarse sanciones apropiadas por los desvíos de la información (financiera y no financiera) suministrada a los accionistas. Aquí se debe distinguir entre lo que es un desvelo de información intencionado y lo que es simplemente un error (culpabilidad o simple negligencia). La responsabilidad de la supervisión de la auditoría42 de la compañía debe recaer sobre un comité de consejeros no ejecutivos (o supervisores). Deben establecerse también las relaciones entre la auditoría externa e interna. La principal fuente de información para la elaboración de códigos de buen gobierno debe provenir del mercado y de sus participantes. Esta tarea deberá coordinarse a nivel europeo. En este sentido, el Comité de Expertos considera recomendable una legislación de mínimos. 3. Los códigos de gobierno corporativo en los Estados miembro de la UE Un estudio comparativo de los diferentes códigos de gobierno corporativo existentes en los entonces quince Estados miembro (EM) de la UE realizado por encargo de la Comisión Europea en el año 2002 arroja algunas conclusiones que consideramos de sumo interés. Se observa que en casi todos los EM existía un gran interés en articular principios generalmente aceptados de prácticas de buen gobierno corporativo. Ello se reflejaba incluso en aquellos países que no habían adoptado aún un código en la materia (Austria y Luxemburgo), lo que demostraba la importancia que los EM daban al GC por sus efectos sobre la economía. Esta importancia que los EM daban al GC parece ser una consecuencia de otra observación: el interés cada vez mayor que los inversores, tanto nacionales como extranjeros, manifiestan hacia la calidad del GC de las empresas donde han decidido invertir. En este mismo sentido, un estudio de la consultora McKynsey sugiere que los inversores estaban dispuestos a pagar más por una compañía bien gobernada. Además, este mismo informe indicaba que las primas a pagar eran mayores en aquellos países con un sistema más débil de protección de los accionistas. Otros informes agregan que un reducido control y altos costes de transacción son factores negativos que alejan a los inversores de las compañías europeas. 3.1. Convergencias y divergencias en las prácticas de GC de los Estados miembro de la UE Las diferencias más grandes en las prácticas de GC en los EM afloran como resultado de sus diferentes sistemas legales, pero no se reflejan en las recomendaciones que contienen los códigos43, pues las similitudes parecen ser mayores que las diferencias. Todos los códigos tienden a usar expresiones como «buenas prácticas», pero la traducción de esta expresión a la realidad práctica en cada uno de los EM demandará algún tiempo aún. 3.2. Representación de los empleados (co-determinación) en los EM La mayor diferencia existente entre los Códigos de los EM es la relativa al papel que deben jugar los empleados en el gobierno de la empresa. Esta diferencia tiene su raíz en los distintos sistemas legales. En Austria, Dinamarca, Alemania, Luxemburgo y Suecia, los empleados de compañías de cierto tamaño tie nen el derecho de elegir sus representantes en el órgano de control. En Finlandia y Francia, los estatutos de las compañías pueden otorgar a los empleados este derecho44. En otros EM, son los accionistas quienes eligen a todos los miembros del Consejo. 3.3. Las cuestiones sociales y otros intereses distintos del de los accionistas La articulación de los intereses de los gestores de la empresa con los accionistas y otros grupos de interés es contemplada de diferentes modos en los EM: algunos ponen el acento en los intereses más amplios de la empresa y otros se centran más en el derecho de propiedad de los accionistas. Sin embargo, la mayoría de los códigos reconocen expresamente que el éxito de la compañías, la ganancia de los accionistas, la seguridad de los empleados y su bienestar, y otros intereses vinculados a éstos son interdependientes. 3.4. Los derechos de los accionistas y los mecanismos de participación Las leyes y las regulaciones relativas a la igualdad de los accionistas, incluidos los derechos de los accionistas minoritarios en las OPAS o compras de compañías, derechos de salida y otras transacciones controladas por la compañía o por sus accionistas mayoritarios varían significativamente entre los distintos EM. También son diferentes la notificación y la participación en las Juntas Generales de Accionistas y los procedimientos para ejercer el derecho de voto y para adoptar resoluciones. Estas diferencias constituyen hoy en día uno de los principales obstáculos en la construcción de un mercado de capitales único. 3.5. Estructura de los Consejos. Papel y responsabilidad Otra diferencia significativa entre los países miembros de la UE se refiere a la estructura de sus Consejos de Administración. En Austria, Alemania y los Países Bajos, por ejemplo, y en menor medida en Dinamarca parece predominar la estructura dual, con un órgano supervisor y otro ejecutivo. En el resto de los EM, predomina la estructura unitaria (aunque en al menos cinco de ellos el sistema dual también es posible). En algunos EM como Finlandia y Suecia, esta doble estructura puede ser requerida. Además, varios EM tienen un Consejo unitario pero un Consejo de auditores separado. No obstante, estas diferencias podrían calificarse de «formales» teniendo en cuenta las similitudes que se demuestran en su práctica. Generalmente, tanto en las estructuras duales como unitarias, los consejeros son elegidos por los accionistas aunque, como hemos visto, algunos de los miembros de los órganos de supervisión (en los Consejos duales) pueden ser elegidos por los empleados. Bajo los dos sistemas existe una «función» de supervisión o control y otra de dirección o ejecutiva, aunque ambas funciones aparezcan formalmente más claras en los Consejos duales. En este último caso, los dos organismos, el de control y el ejecutivo, son responsables de que la información financiera y los mecanismos de control funcionen apropiadamente y de asegurar que la compañías cumplan con la legislación vigente. Cada modelo, el unitario y el dual, tiene sus ventajas y desventajas. En el sistema unitario, se puede dar una mejor relación y una mejor información entre quienes controlan y quienes dirigen. En el sistema dual, esta comunicación se complica, pero la separación, al hacer más claras ambas funciones, puede (aunque no necesariamente) evitar eventuales conflictos de interés y las tareas de supervisión pueden ser más reales y efectivas. De todas formas, como ya hemos señalado, no conviene exagerar estas ventajas, pues en la práctica ambos sistemas parecen tender a la convergencia. A esto ha ayudado la insistencia de los códigos y recomendaciones en temas como la separación del máximo ejecutivo y el presidente del Consejo de Administración, los consejeros externos o independientes, las responsabilidades compartidas, y la creación de comités especiales. 3.6. Transparencia Por último, como resultado del análisis comparativo, cabe destacar las diferencias en los niveles de transparencia (información) exigidos en cada uno de los EM, lo que se ha revelado como uno de los mayores obstáculos a la hora de formar un mercado de capitales único. En los últimos años, estas diferencias se han ido atenuando cada vez más y los esfuerzos derivados de una mejor regulación en esta materia parece que van dando sus frutos [por ejemplo: en el uso de las International Accounting Standards (IAS)] y en la consolidación y coordinación del funcionamiento de las Bolsas. Es también destacable que las compañías son reacias a desvelar las llamadas «informaciones duras», como las referidas a las remuneraciones de los consejeros. El interés por las responsabilidad social de las empresas también ha ido aumentando en los últimos años, tanto en aquellos que exigen obligatoriamente que se informe al respecto, como quienes sólo lo recomiendan de modo voluntario. En julio de 2000, por ejemplo, una nueva regulación en el Reino Unido exigió a los fondos de inversión informar de sus políticas en materia de responsabilidad social. En el mismo sentido lo hizo Francia en mayo de 2001 al exigir a sus empresas cotizadas, en sus declaraciones anuales, informar cómo tienen en cuenta las consecuencias sociales y medioambientales de sus actividades. En resumen, la mayoría de los códigos promueven y exigen una mayor transparencia de información, que ésta sea accesible a los inversores y que se les permita juzgar sobre la independencia de sus consejeros. El mandato de los Códigos suele seguir la tradicional regla británica del complain or explain. 3.7. La visión del sector privado La comunidad financiera internacional europea ha expresado también sus puntos de vista sobre el gobierno corporativo. En este sentido, es importante destacar que el consenso en el sector privado es que más importante que la insistencia en los códigos de GC, son las diferencias en las leyes societarias y las normas y las regulaciones de los mercados de valores. Las exigencias, requerimientos y recomendaciones sobre GC de las compañías cotizadas en la mayoría de los EM son mínimas y el sector privado considera que esto es bueno y que no debería cambiar, advirtiendo así su oposición a un eventual «Código Europeo de GC» de carácter obligatorio. Según la comunidad financiera, las recomendaciones de buenas prácticas resultan mucho más útiles que un Código Europeo de GC, que podría privar a los principios de buenas prácticas de una de sus mayores ventajas, su practicidad, su flexibilidad y su capacidad para crear una especie de «sentimiento común que se vaya adaptando e incorporando gradualmente en la comunidad financiera». En este sentido, la creación de un Código Europeo de GC, aún de carácter voluntario, podría dañar esta adaptación paulatina, puesto que de la sanción de un Código voluntario a la sanción de normas detallistas y obligatorias de difícil adaptación en todas las compañías cotizadas de los EM, hay un paso muy sutil y un límite difícil de preservar. En este sentido se ha pronunciado, entre otros, la Asociación Francesa de Inversores (AFG-ASFFL) que ha recomendado que: «... las discusiones sobre GC deben realizarse a nivel europeo de modo que constituyan una guía de principios mínimos para todas las compañías cotizadas de la Euro-zona...» 3.8. Algunas conclusiones Tras lo expuesto puede inferirse que no parece existir consenso ni necesidad de un Código Europeo de GC. Las guías de principios y buenas prácticas en materia de GC funcionan ya en la mayoría de los EM (con un razonable grado de cumplimiento). Por otro lado, es importante destacar la opinión del sector empresarial europeo en el sentido de que, al menos por ahora, la existencia de tales códigos y principios no constituye un obstáculo a sus negocios, así como su llamamiento a la reforma de las diferentes normas, leyes y regulaciones en materia de sociedades y mercado de valores. Es importante destacar también que la mayoría de los EM parecen inclinarse, cuando redactan sus principios de buenas prácticas en materia de GC, por los principios de la Organización para la Cooperación del Desarrollo Económico45. Estos principios parecen constituir un bien común denominador que habría que contribuir a consolidar. IX. Los principios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) La finalidad de estos principios, tal cual reza en su preámbulo, consiste en asistir a gobiernos de países miembros, y no miembro en sus esfuerzos por evalua r y mejorar los marcos legales, institucionales y normativos, sobre el gobierno corporativo, así como proporcionar directivas y sugerencias para las Bolsas de valores, los inversores, las sociedades y otras partes implicadas en el proceso de desarrollo de «buenas prácticas» del gobierno de las empresas. Los principios se centran en las empresas cotizadas. No obstante, también pueden constituir herramientas útiles para mejorar el gobierno corporativo en algunas compañías que no cotizan en Bolsa. El informe de la OCDE destaca, al igual que lo hace el informe Winter de la Comisión Europea sobre reforma del Derecho de sociedades, que no existe un modelo único de buen gobierno. Tan sólo se identifican algunos elementos comunes, considerados esenciales a la luz de las consultas efectuadas y la experiencia adquirida. Así, por ejemplo, no se pronuncia (al igual que lo hace el informe Winter) a favor o en contra del llamado modelo «dual» de Consejo (modelo alemán) o monista (modelo americano adoptado en la mayoría de los países de la UE). Otros dos aspectos importantes que merece la pena destacar son que los principios no son vinculantes y no pretenden plantear fórmulas detalladas a las legislaciones nacionales (sólo actúan como puntos de referencia) y que son de naturaleza evolutiva, lo cual permite una mayor flexibilidad y menores costes ante los eventuales cambios que se produzcan. El documento elaborado por la OCDE esta dividido en dos partes: la primera parte contiene los principios del buen gobierno e incluye cinco apartados: I) los derechos de los accionistas; II) tratamiento equitativo de los accionistas; III) la función de los grupos de interés social; IV) comunicación y transparencia, y V) las responsabilidades del Consejo de Administración. Todos estos princip ios están seguidos de una serie de recomendaciones. En la segunda parte del documento se hacen anotaciones y comentarios que complementan a los principios de la primera parte. Pasamos a continuación a referirnos a los principios. 1. Los derechos de los accionistas El marco del gobierno de las sociedades debe proteger los derechos de los accionistas. Se consideran derechos básicos de los accionistas los siguientes: 1) conocer los métodos de registro de la propiedad; 2) traspasar o transferir las acciones (aspectos ambos que afectan al derecho de propiedad); 3) recabar información relevante sobre la sociedad de manera periódica; 4) participar y votar en las Juntas Generales de Accionistas; 5) contribuir a designar a los miembros del Consejo, y 6) participar en los beneficios de la sociedad. Los accionistas tienen derecho a participar y a estar suficientemente informados sobre las decisiones que implican cambios fundamentales en la sociedad, tales como: 1) enmiendas a los estatutos, las escrituras de constitución u otros documentos de gobierno de la sociedad; 2) la autorización para la emisión de nuevas acciones y 3) transacciones extraordinarias que deriven en la venta de la compañía. También los accionistas tienen el derecho de participar de forma efectiva y votar en las Juntas Generales de Accionistas, debiendo ser informados acerca del reglamento, incluido el proceso de votación, que rige dichas Juntas. Se deben revelar las estructuras o convenios de capital que permitan a ciertos accionistas ejercer un control desproporcionado en relación con su participación accionarial y los mercados de control societario deben funcionar de una manera eficiente y transparente. Los mecanismos «anti-absorción» (léase «blindajes») deben ser evitados. Los accionistas, especialmente los inversores institucionales, deben tener en cuenta el coste y los beneficios derivados del ejercicio de su derecho de voto. 2. Tratamiento equitativo de los accionistas El marco del gobierno de las sociedades debe asegurar un trato equitativo para todos los accionistas, incluidos naturalmente, los minoritarios y los extranjeros. Todo accionista debe contar con la posiblidad de obtener reparación efectiva si sus derechos no son respetados. Bajo este principio, se debe respetar el derecho de igualdad de todos los accionistas de una misma categoría; los derechos de voto de todos los socios (sea cual fuere su categoría) y el derecho a la información (especialmente en lo relativo a los derechos de voto asociados a los tipos de acciones antes de adquirirlas). Cualquier cambio de los derechos de voto debe estipularse mediante votación previa de los accionistas. Las entidades depositarias de las acciones deben emitir los votos de acuerdo con la voluntad expresa del propietario nominal de las acciones. Este principio también exige que deban regularse los deberes de lealtad y los conflictos de interés. Las transacciones con información privilegiada y la negociación abusiva por cuenta propia deberían estar prohibidas y a los miembros del Consejo y a la Dirección se les debe exigir que revelen cualquier conflicto de interés material en transacciones o cuestiones que afecten a la sociedad. 3. La función de los grupos de interés social en el gobierno de las sociedades El marco del gobierno de las sociedades debe reconocer los derechos de los grupos de interés social estipulados por ley y alentar una cooperación activa entre las sociedades y estas entidades en la creación de riqueza y empleo y lograr que las empresas sean financieramente sólidas. Uno de los aspectos clave para el funcionamiento de las empresas cotizadas es asegurarse el flujo del capital externo. En consecuencia, el gobierno de la empresa no puede desconocer este aspecto y debe tener una activa política para fomentar la inversión eficiente (económica y de capital humano) de los distintos grupos de interés social. La competitividad y el éxito final de una sociedad es el resultado de un trabajo en equipo que englobe las aportaciones de una amplia gama de proveedores de diferentes recursos (inversores, empleados, acreedores y proveedores). Por lo tanto, fomentar la creación de riqueza y la cooperación entre los distintos grupos de interés social supone un beneficio a largo plazo para la compañía. 4. Comunicación y transparencia informativa El marco del gobierno de las sociedades debe asegurar que se presenta la información de manera precisa y de modo regular acerca de todas las cuestiones materiales referentes a la sociedad, incluidos los resultados, la situación financiera, la propiedad y el gobierno de la sociedad. La información sustancial debe contener como mínimo lo siguiente: 1) los resultados financieros y de explotación de la empresa; 2) los objetivos de la empresa; 3) la participación mayoritaria y los derechos de voto; 4) los miembros del Consejo y los directivos y sus remuneraciones; 5) los factores previsibles de riesgo material; 6) las cuestiones sustanciales referentes a los empleados y otros grupos de interés social; 7) las estructuras y las políticas de gobierno corporativo46. En la información financiera, las empresas procurarán seguir los estándares contables más exigentes. Una empresa independiente tiene que realizar una auditoría anual que permita establecer la preparación y la presentación externa y objetiva de los estados financieros. Los canales de divulgación de la información deben permitir a los usuarios un acceso a la información justa, regular, y a un coste razonable. 5. La responsabilidad del Consejo El marco del gobierno de las sociedades debe estipular las directrices estratégicas de la compañía, un control eficaz de la dirección por parte del Consejo y la responsabilidad del Consejo hacia la empresa y sus accionistas. Los miembros del Consejo deben desempeñar su labor contando con una información completa, de buena fe, con la diligencia y cuidado debidos y mirando siempre por los mejores intereses de la empresa y de sus accionistas. Cuando las decisiones del Consejo pudiesen afectar a los distintos grupos de accionistas de forma dispar, el Consejo debe actuar con todos los accionistas de forma justa. Todos estos aspectos forman parte de la regulación de la sociedad como persona jurídica (no de la empresa como entidad económica ni del mercado). Sin embargo, entre las funciones que, según la OCDE, debe ejercer el Consejo se encuentran: la revisión y dirección estratégica corporativa, los principales planes de acción, la política de riesgo, los presupuestos anuales y los planes de negocio, el establecimiento de los objetivos sobre los resultados; la supervisión de los principales gastos; la selección, retribución y sucesión de directivos y la política de información y comunicación. Éstos, son más bien aspectos que pertenecen al gobierno de la empresa, no de regulación de la sociedad y, por tanto, deben ser autorregulados. Del mismo modo, en relación a la información financiera, la exigencia de una auditoría anual que permita establecer de forma objetiva el estado financiero de la empresa constituye una regulación externa y del mercado, más que de la propia sociedad. X. El Gobierno Corporativo en América Latina En el ámbito de la OCDE, en el año 2000, la Mesa Redonda Latinoamericana sobre Gobierno Corporativo desarrolló un papel de trabajo (White Paper) utilizando los principios que en esta materia ya había establecido la OCDE en su informe de 1999. Las Mesas Redondas Regionales de Gobierno Corporativo, establecidas en cooperación con el Grupo del Banco Mundial en Asia, Eurasia, Rusia, Europa Sur Oriental y América Latina se han creado para apoyar el buen gobierno corporativo en el seno de la OCDE. Las Mesas Redondas ofrecen un marco de trabajo eficaz para un diálogo continuo de políticas y un intercambio multilateral de experiencias. Los planteamientos que se desarrollan en estas Mesas se sustentan en la opinión de asociaciones y otras organizaciones civiles claves en las sociedades de los países que participan en las mismas. La Mesa Redonda Latinoamericana sobre Gobierno Corporativo se compone de responsables políticos, reguladores, empresarios, inversores y expertos de la región, así como de sus pares de los países de la OCDE e inició sus reuniones en el año 2000 en Brasil, continuando luego en Argentina (2001), Méjico (2002) y Chile (2003). Fruto de esas reuniones es el White Paper sobre gobierno corporativo en América Latina. 1. Contexto del White Paper sobre gobierno corporativo en América Latina Antes de entrar en las recomendaciones que la Mesa Redonda Latinoamericana ha hecho en materia de buen gobierno corporativo, consideramos necesario un somero análisis del contexto en que dichas recomendaciones y principios se han dado, pues ello es fundamental para comprender las formas de gobierno de las sociedades de los distintos países de le región. Características comunes en la región: 1.1. Las privatizaciones Las cuestiones relativas al gobierno corporativo en América Latina empiezan a cobrar especial interés a partir del gran movimiento de privatizaciones de empresas públicas que se inicia en la década de los ochenta. Esto ha marcado una clara división de responsabilidades entre los sectores público y privado. 1.2. La concentración de la propiedad A pesar del reducido tamaño de los mercados de capitales de los países de la región, debido a la gran concentración de la propiedad, fundamentalmente en manos de grupos familiares, las cuestiones relativas al gobierno corporativo devienen fundamentales para, precisamente, la ampliación de esos mercados. Lo esencial sigue siendo, al igual que sucede en Europa, la búsqueda de un equilibrio entre un control claro y definido de la propiedad y los intereses de todos los accionistas de la empresa. 1.3. La influencia de los grandes grupos industriales y financieros En América Latina, como en algunos otros países europeos (por ej., Alemania, España, y otros), el control de la propiedad de las empresas suele estar en manos de grandes grupos industriales y financieros47. Dichos grupos se desarrollaron, en parte, como un medio eficaz de financiar empresas con uso intensivo de capital, en ausencia de mercados de capitales eficientes y sostenibles en el tiempo por medio de sistemas legales bien definidos. De ahí la gran influencia de estos grupos tanto en el ámbito económico financiero como en el político, al cual el mercado financiero no es ajeno. Esta característica lleva, por lo general, a la opacidad de las transacciones. 1.4. La reestructuración del sistema bancario Junto a las privatizaciones, otra de las características que ha marcado fuertemente a la región latinoamericana es la reestructuración del sistema bancario. Esto también tiene que ver con las privatizaciones, puesto que antes de éstas muchos de los principales bancos eran propiedad del Estado. Junto con ello, han cobrado especial importancia los intermediarios financieros especializados, lo que ha llevado a una mayor competencia en el sector. Esto cobra especial importancia en una región tan necesitada de fuentes de financiación. 1.5. Internacionalización de las empresas La ola de privatizaciones producida en la región llevó a una mayor internacionalización de las empresas. A ello debe sumarse la integración de los mercados a través de uniones aduaneras o pactos de libre comercio como el ALCA, el NAFTA, el MERCOSUR, el Mercado Común Andino, el Mercado Común Centroamericano y otros procesos de integración económica. Uno de los efectos de estos movimientos es la salida de las empresas a cotizar en mercados extranjeros y la adopción, por las subsidiarias locales, de los modelos (y normas) de gobierno corporativo vigentes en los países en los que salen a cotizar. Ello puede tener como inconveniente la adopción de estructuras de gobierno corporativo «híbridas» no adecuadas a la realidad de la empresa. 1.6. Planes de pensiones privados Finalmente, pero no por ello menos importante, hay que destacar las privatizaciones de los fondos y planes de pensiones que se ha producido en la mayoría de los países de la región. Los planes de pensiones, antes en manos del Estado, han pasado a manos privadas total o parcialmente (fondos mixtos) y están cobrando cada vez más importancia en la región (especialmente por el grado de endeudamiento de los gobiernos). Por ello, el grado en que los administradores de estos fondos promuevan la transparencia de su gestión y las buenas prácticas de gobierno corporativo, como parte de sus mandatos para maximizar retornos para sus clientes, serán cada vez más importantes en los próximos años y los gobiernos de la región deberán considerarlos prioritarios en sus políticas. Tomando en cuenta estas características, que demuestran un conjunto similar de cuestiones y desafíos a los que deben hacer frente los gobiernos latinoamericanos, la Mesa Redonda de Gobierno Corporativo para América Latina ha establecido una serie de prioridades de reforma en la estructura de los gobiernos de las empresas de la región. 2. Las prioridades de la reforma 2.1. Fortalecimiento del derecho de votación de los accionistas Un aspecto clave de todo buen gobierno corporativo, y no sólo en América Latina, es el derecho de voto de los accionistas y su participación activa en las Juntas Generales que, a menudo, es bastante pasiva (particularmente en el caso de los inversores institucionales). Teniendo esto en cuenta, los gobiernos deben incentivar, por medio de la legislación, la activa participación de los accionistas. En este sentido, si la legislación vigente permite diferentes derechos de voto, estas diferencias deberían estar justificadas y deben ir en paralelo con la mayor protección otorgada a los accionistas minoritarios. 2.2. Trato equitativo a los accionistas El trato equitativo a los accionistas se torna especialmente necesario en los cambios en el control de la compañía y en su influencia en la cotización bursátil de los títulos. En estos casos es muy importante contar con reglas claras y transparentes que permitan ex ante saber cómo deben ser tratados los accionistas ante estas transacciones y otras de gran importancia para la compañía. 2.3. Asegurar la integridad de los informes financieros La relevancia de la integridad de los informes financieros ha quedado de manifiesto a partir de los escándalos corporativos acaecidos en Estados Unidos («caso Enron», World.Com, y otros). Consecuencia de estos escándalos es el actual proyecto de integración de las Normas Internacionales de Contabilidad —NIC— (de aplicación en Europa) y las Prácticas de Contabilidad Generalmente Aceptadas (General Accepted Accounting Principles —GAAP—) en vigencia en aquel país. Estas normas deberían ser aplicadas para eliminar los potenciales o reales conflictos de interés. Asimismo, deben procurar la mejora de la información en el sentido de hacerla cada vez más fiable y acorde con la realidad de los negocios. 2.4. Eficacia de los consejeros Las leyes y prácticas sobre gobierno corporativo en América Latina deben procurar que los consejeros de las compañías sean cada vez más diligentes, responsables y eficaces en su gestión, evitando los consejeros inactivos (sleeping boards). Los consejeros deben actuar de forma independiente en interés de todos los accionistas. En este sentido, se podrían concretar más los deberes de lealtad y diligencia de los administradores, que la mayoría de las legislaciones prevén, especificando los procedimientos de su actuación así como también la de las distintas comisiones de trabajo. 2.5. Mejorar la calidad de los marcos reglamentarios Las normas relativas al gobierno corporativo deben procurar que las actuaciones de los consejeros de las compañías sean transparentes y predecibles. Por ello en este aspecto es vital la función de los reguladores que, sin llegar a regulaciones excesivas y a intromisiones ilegítimas dentro del ámbito de la libertad de mercado y libre organización de las empresas, procuren incentivar la transparencia, los derechos de los accionistas y la buena gestión de las empresas. En este sentido se podría analizar la posibilidad de incluir la práctica norteamericana de las «acciones de clase» (class actions) y otros mecanismos para la resolución privada de disputas (el arbitraje, por ejemplo). Estas prácticas deberían introducirse considerando el deficiente funcionamiento que, en general, tienen los sistemas judiciales en los distintos países de la región, a la vez que se promueve la mayor agilidad que requieren los negocios empresariales, incompatibles con procesos judiciales largos y complicados. De lo dicho hasta aquí se observa cómo las prioridades establecidas por los expertos para el gobierno corporativo en América Latina no difieren mucho de aquellas que se han identificado en Europa y, en algunos aspectos, también en Estados Unidos. Por ello, consideramos que lo importante es tener en cuenta que estas necesidades prioritarias deben ajustarse a las diferentes realidades económicas de la región, en particular, las relativas a la concentración de la propiedad y del control. Juntamente con esta consideración, la Mesa Redonda reconoce que cualquier modificación que pueda producirse en los marcos regulatorios e institucionales de estos países debe hacerse analizando los costes y beneficios de la introducción de nuevas reglas. El impacto regulatorio debe ser analizado cuidadosamente para evit ar consecuencias indeseadas o incluso opuestas a las originalmente pretendidas, como puede ser la obstaculización o estancamiento de la actividad económica, especialmente en una región tan necesitada de inversiones. En función de las prioridades establecidas, la Mesa Redonda para el Gobierno Corporativo en América Latina de la OCDE ha hecho una serie de recomendaciones cuya síntesis realizamos a continuación. 3. Las recomendaciones del White Paper 3.1. Los derechos de los accionistas A) El derecho de propiedad. Una acción/un voto Cuando los derechos de voto y los derechos sobre los flujos de caja empresariales no coincidan, el marco reglamentario para la protección de los accionistas minoritarios debe ser más fuerte y más eficaz. Aunque la mejor práctica siga siendo la de respetar el principio básico de una acción un voto, la realidad empresarial demuestra que muchas veces esta regla no se cumple. Por ello, la solución más apropiada parece ser la de establecer mecanismos de control suficientes por parte de los accionistas. B) Simplificación de procesos y nuevas tecnologías Es necesario que los marcos reglamentarios y las prácticas de las compañías eliminen los trámites burocráticos para la obtención de información de la empresa por parte de los accionistas, su participación en la Junta General y su capacidad para votar. Ello implica, entre otras cosas, la notificación a los accionistas, con antelación suficiente, de los temas a tratar en la Junta General para que éstos tengan tiempo de determinar el sentido de su voto; promover su participación, también por representación, y la simplificación de los procedimientos para que los accionistas puedan introducir asuntos en el orden del día de la Junta General. Los regímenes legales y reglamentarios deben incentivar el desarrollo de procesos de votación remotos o por poder ofrecido por custodios y depositarios y con una explícita protección legal de éstos en caso de que cumplan con sus deberes razonablemente y sin incurrir en culpa grave. La eventualidad de litigios y conflictos legales puede desincentivar a estos últimos a mejorar sus prácticas en orden a promover la votación de las acciones depositadas por parte de sus verdaderos dueños. Las normas y las prácticas de las compañías deberían adaptar sus sistemas de información a las nuevas tecnologías procurando mejorar la difusión de la información corporativa y la ejecución de funciones que son clave para la sociedad. Los reguladores y entes autorregulados como las Bolsas también deberían incorporar la tecnología más avanzada. Todo ello contribuirá a una mayor, real y efectiva participación de los accionistas (por ej., a través del voto electrónico y el otorgamiento de poderes de delegación de voto por los mismos medios). C) ADR’s Otra recomendación importante, atendie ndo al uso que han tenido en algunos países latinoamericanos y europeos, es la relativa a los programas de American Deposits Receipts (ADR’s), los cuales deberían proporcionar a sus tenedores los mismos derechos y oportunidades para participar en el gobierno de la compañía que los conferidos a las acciones subyacentes. Se debe promover la participación de los accionistas minoritarios a través de sistemas de votación que proporcionen a éstos la oportunidad real y efectiva de elegir consejeros, especialmente, cuando los sistemas legales admiten el nombramiento de éstos por votación proporcional. En estos casos, se deben facilitar los medios para que los accionistas carentes de control logren realizar una «acción colectiva» que pueda hacer efectiva la influencia de su voto. D) Los inversores institucionales También se debe incentivar la participación de las instituciones de inversión colectiva a través de adecuados marcos normativos, procurando el mayor alineamiento posible entre los intereses de sus administradores y el de sus inversores. Estos fondos deberían estar muy atentos a las prácticas de gobierno corporativo de las empresas en las que invierten. Esto se torna especialmente importante si se tiene en cuenta que las IIC son los grupos de inversores más poderosos. Al mismo tiempo, los legisladores y reguladores deben eliminar la normas que desincentivan a estas instituciones para realizar la gestión activa de sus carteras. 3.2. El trato equitativo a los accionistas Para lograr un trato más equitativo a los accionistas, el marco legal debería especificar claramente el trato que deben recibir los accionistas minoritarios cuando existe un cambio en el control de la empresa o cualquier otra transacción que pudiera dar lugar al mismo. En el mismo sentido, el marco legal debería proporcionar una clara definición de aquellos eventos, tales como la transformación o cambio de objeto social o la reestructuración del capital que podrían modificar la naturaleza de la compañía o que puedan ser tan perjudiciales para los accionistas que provocasen la salida de éstos de la empresa. Otro derecho fundamental que las legislaciones, reglamentaciones y normas de autogobierno deberían garantizar a los accionistas minoritarios es el de desinvertir en la compañía con ciertas garantías en los casos de maniobras societarias tendentes a excluirlos o a limitar sus derechos (squeeze out) tales como la exclusión de la cotización oficial. En dichos casos, el valor de las acciones de éstos debería quedar indemne. Para ello, es muy recomendable contar con evaluaciones independientes. 3.3. El papel de otros agentes en el gobierno corporativo Además de los accionistas, existen otros agentes con intereses en la sociedad y en el buen gobierno de las empresas como son los clientes, los proveedores, los empleados, y otros componentes de la sociedad civil (vecinos, organizaciones protectoras del medio ambiente o de los derechos de los consumidores, etc.). Un buen gobierno corporativo también debe tener en cuenta a estos actores informándolos de aquellos aspectos de la compañía (políticas de empleo, de compras, medioambientales, sociales, etc.). Esto es lo que se ha dado en llamar Responsabilidad Social Corporativa. En el mismo sentido, el consejero y la administración de la compañía deberían incentivar y facilitar la información de comportamientos ilegales o poco éticos a través, por ejemplo, aunque no sólo, de la aprobación y la publicación de un código de ética, en términos claros y concretos, que desarrolle los valores básicos de la compañía y cómo se van a llevar a cabo o también por el establecimiento de un defensor del cliente o de los inversores (ombudsman). Este último ya es exigido en algunas legislaciones europeas (España, por ejemplo). 3.4. Información y transparencia La información y la transparencia han estado en el centro de las recientes reformas legales, elaboración de principios y recomendaciones en el continente europeo y también en Estados Unidos. Las normas sobre transparencia e información financiera exigidas en los distintos países deben procurar aproximarse lo más posible a los estándares internacionales (Estándares de Información Financiera Internacional —IFRS— por su sigla en inglés). Los informes financieros deberían estar auditados por auditores externos e independientes. En este sentido, parece muy recomendable la adopción de los «Principios de independencia, el auditor y el Papel del Gobierno Corporativo en la Supervisión y la Independencia del Auditor» (Principles of Auditor Independence and the Role of Corporate Governance in Monitoring and Auditor’s Independence) de la Organización Internacional de Comisiones de Valores —IOSCO— (International Organization of Securities Commission) y/o los «Principios sobre Supervigilancia de los Auditores» (Principles on Auditor Oversight) también de la IOSCO. Los informes anuales de gobierno corporativo deben incluir la información precisa acerca de quiénes ostentan la propiedad y el control de la compañía. La información precisa acerca de los propietarios finales es esencial para identificar potenciales conflictos de interés y transacciones entre partes relacionadas que podrían ir en detrimento de los accionistas minoritarios. Para este tipo de información también es muy recomendable la adopción del modelo desarrollado por la OCDE: «Opciones para obtener Información acerca de Propietarios Finales y de Control» (Options for Obtaining Beneficial Ownership and Control Information). En los casos de compañías con cotización oficial controladas por familias, las políticas de la compañía relativas a la interacción de ésta y la familia, por ejemplo, emplear a miembros de la familia en la compañía, deberían ser publicados y explicados. Asimismo, los accionistas de control, consejeros, administradores, y otras personas vinculadas con la compañía, deberían comunicar la información completa de las transacciones que realicen con valores de la compañía y de sus filiales. Todas estas recomendaciones en materia de información y transparencia del gobierno corporativo son necesarias para incentivar la confianza pública en los mercados. En este sentido, parece también recomendable que todas las jurisdicciones apliquen reglamentos de short swing profit (ganancias derivadas de operaciones de compra y reventa de acciones y otros títulos en el corto plazo) que requieren, de las personas vinculadas a la empresa, que devuelvan a la compañía los beneficios percibidos a través de la compra y venta de acciones dentro de plazos sospechosamente cortos. En sistemas legales que permiten al consejero retener información considerada reservada, deberían existir limitaciones estrictas sobre la naturaleza de dicha información y la cantidad de tiempo que ésta puede permanecer no disponible al público. No obstante, estas exigencias de información (en algunos casos quizá excesiva) no deberían interpretarse —pues ello desvirtuaría su objeto— como una limitación de las legítimas facultades de los consejeros y administradores para dirigir y administrar la compañía. Por ello, los acuerdos entre accionistas no deberían restringir la capacidad de los administradores. Las disposiciones de los acuerdos con accionistas que otorgan poder a accionistas individuales para indicar a los miembros del Consejo cómo deben votar, deberían ser nulas. 3.5. Responsabilidad del Consejo Los principios y las recomendaciones generalmente aceptadas indican que todos los consejeros, individual y colectivamente, y cualquiera que sea su carácter (ejecutivos, dominicales, independientes o externos) deben ejercer sus funciones siempre en el interés de la compañía y de todos los accionistas. En el caso de compañías controladas por un solo accionista, o por un grupo de accionistas actuando conjuntamente, el Consejo debe asegurar que las actuaciones del propietario o propietarios de control sean claramente comprendidas por el resto de los accionistas e inversores, demostrando que la compañía es dirigida de un modo justo y transparente. Conviene que los marcos legales de los distintos países de la región definan lo más claramente posible las responsabilidades de los consejeros, evitando declaraciones demasiados vagas pero, al mismo tiempo, sin incurrir en reglamentaciones excesivamente detalladas o casuísticas. A) Consejeros independientes Para promover la integridad del Consejo, los accionistas deberían tratar de tener un número suficiente de consejeros que sean independientes de la administración y de los accionistas de control. La definición del concepto de «consejero independiente» y lo que deba entenderse por éste, debe quedar claramente establecida en las regulaciones de los distintos países, así como también en todas las instrucciones, guías u orientaciones de prácticas de buen gobierno corporativo. Un criterio que ha demostrado ser muy conveniente en esta materia parece ser el de que los primeros ejecutivos (CEO’s) no sean a la vez presidentes del Consejo (separación entre el presidente del Consejo de Administración —Chairman— y consejero delegado — CEO—). Pero más allá del concepto de consejero independiente, lo más importante, para que la empresa tenga consejeros realmente independientes, es diseñar una estructura de Consejo que refuerce la actuación de éstos para ejercer de forma independiente de la administración y de los accionistas de control (por ej., permitiendo reuniones regulares sin la presencia de los ejecutivos o creando comités que apoyen su labor). Asimismo, los reguladores deberían fortalecer sus actuaciones con los mecanismos internos de supervisión y control de las compañías, incrementando, por ejemplo, sus competencias y su poder sin llegar a eliminar las tradicionales comisiones del Consejo. B) Los «consejeros alternos o suplentes» Este tipo de consejeros, admitidos en algunas legislaciones, deberían exigir un mayor análisis por parte de los reguladores para que contribuyan efectivamente a la eficiencia del Consejo, evaluando sus potenciales riesgos. Cuando estos consejeros sean admitidos en las distintas jurisdicciones nacionales, el marco legal y los estatutos u otros documentos de la compañía, deberían dejar claramente expresado cuáles son sus competencias, cuándo deben actuar y cuáles son sus responsabilidades e implicaciones sobre las funciones de los consejeros principales. Estos últimos no deberían diluir su responsabilidad y diligencia en esos consejeros suplementarios, alternos o suplentes. C) Necesidad del desarrollo de una cultura de consejeros éticos y eficaces Este punto, que quizá pueda sonar inconsistente o demasiado vago, parece ser el principal desafío al que se ven enfrentadas hoy la mayoría de las grandes empresas (cotizadas y no cotizadas). La mayoría de estos escándalos, más que por la violación de normas, cosa bastante poco frecuente en empresas que están en el centro de la atención del público y de las autoridades supervisoras, se han debido a faltas de comportamiento ético de sus principales ejecutivos y consejeros y ello difícilmente se puede corregir con más regulaciones (sean éstas de carácter vinculante o voluntarias). XI. La importancia de los inversores institucionales «La razón del más fuerte es siempre la mejor» (Jean de la Fontaine, 1622-1695. Escritor francés) El activismo de los inversores institucionales puede ser definido como la gestión de una cartera de compañías y el seguimiento de los resultados por ciertas y determinadas instituciones que se manifiesta, principalmente, por las siguientes acciones48: 1. La venta de sus acciones en una compañía causando así una caída en su precio en el mercado (el solo hecho de que el inversor institucional se desprenda de acciones de una compañía es una señal que el mercado percibe como negativa). 2. El rechazo a comprar nuevas acciones de esa compañía. 3. Publicar el fracaso en las negociaciones y su insatisfacción con los administradores de la compañía. 4. El uso de sus derechos para obtener directamente (por ej., a través de una resolución vinculante de los accionistas) sus pretensiones. 5. El ejercicio de los derechos de accionista, de modo que no contribuyan a los logros de los cambios propuestos sino más bien a obstaculizarlos (por ej., a través de la amenaza de demandar a los consejeros de la compañía por su eventual responsabilidad en transacciones a las que el inversor institucional se opone). Este tipo de acciones son las que parecen seguir los inversores institucionales ingleses y norteamericanos, mercados donde este tipo de inversores están más desarrollados. En base a esta experiencia, las condiciones —económicas y legales— básicas para que el activismo de los inversores institucionales sea posible parecen ser las siguientes49: 1. El tamaño de la propiedad que una institución mantiene en las compañías. Cuanto más grande sea la participación en una compañía, los costes de una acción colectiva (necesidad de coordinar sus acciones con otras instituciones) son menores. Siguiendo la práctica inglesa, esta participación se considera importante cuando es mayor del 5%50. 2. Estrategias de inversión. Las estrategias de inversión condicionan la actividad de las instituciones de inversión colectiva. Cuando estas estrategias se basan en un índice (estrategias pasivas) las instituciones prestarán menor atención a la liquidez, ya que raramente considerarán la posibilidad de desinvertir en una de las empresas del índice de referencia. En este caso, la única forma de incentivar la participación activa de los inversores institucionales es la coordinación de los esfuerzos de todos ellos en el mismo sentido. En caso de invertir en una selección de activos (estrategias activas), en cambio, cuanto más líquido sea un activo, más atractiva será su adquisición por el inversor institucional y ello lleva consigo una activa participación. En general, esta última estrategia de inversión es lo que conduce al «activismo» de los inversores institucionales. 3. Los conflictos de interés. Otro factor que puede condicionar la actividad de los inversores institucionales es la estructura de su propiedad. En este sentido, cuando tales instituciones son compañías cotizadas, pueden surgir conflictos de interés recíprocos dado que la institución podría preferir no intervenir en la administración de la cartera de las compañías que está gestionando para evitar interferencias por otras instituciones de inversión colectiva en las compañías de su cartera de inversiones («reciprocidad») Además, si estas instituciones no sólo prestan servicios de administración de carteras sino también de banca de inversión, banca comercial o actividad aseguradora, también podrían surgir conflictos de interés de cierto alcance. En tales casos, las instituciones pueden optar por la pasividad para evitar perder otras relaciones comerciales reales o potenciales con las compañías en que ellos invierten el dinero de terceros. 4. Estructura de propiedad de las sociedades cotizadas. Ésta parece ser otro de los condicionantes de la actividad de los inversores institucionales. La consecuencia de una caída en el precio de las acciones de una compañía, como consecuencia de la decisión de uno o varios inversores institucionales de desinvertir en dicha compañía, es potencialmente mucho peor para los accionistas controlantes si tomar el control de la compañía es factible por vías de una oferta hostil de adquisición (OPA hostil), desde que el descenso del precio de la acción hace más probable la adquisición de la compañía. La amenaza de salida es más efectiva cuando el control está concentrado, de modo tal que las iniciativas de los inversores colectivos tendrán más probabilidad de éxito cuando el objetivo de compra son compañías con una estructura concentrada. Este tipo de cuestiones no parece plantearse en los Estados Unidos o en el Reino Unido donde la propiedad no suele estar concentrada. 5. La coordinación entre los inversores institucionales. Los inversores institucionales deben hacer frente a problemas de acción colectiva al momento de decidir una activa participación. Es obvio que el activismo será más frecuente si las instituciones son capaces de cooperar unas con otras, tomando cada una un rol activo y protagonista en el seguimiento de la o las compañías o actuando conjuntamente. 6. El sistema legal. El sistema legal tiene una influencia preponderante en la actividad de los inversores institucionales. Esta influencia puede ser negativa a través de regulaciones tales como: 1) la imposición de limitaciones sobre las carteras de las instituciones; 2) desalentar las posiciones de control, por ejemplo, con la finalidad de separar las instituciones financieras del comercio; 3) poner obstáculos, directos o indirectos, a la coordinación entre las instituciones; o bien positiva, con leyes y regulaciones que doten a las instituciones del suficiente poder como para negociar directamente con los administradores de las compañías (objeto de la negociación) y sus accionistas de control51. En general, el llamado «activismo» de los inversores institucionales ha demostrado tener una positiva influencia sobre el gobierno corporativo. Por ello, es importante que dichas instituciones se comprometan más en la gestión y el gobierno de las compañías en las que invierten. No obstante, no está claro hasta qué punto este tipo de inversores tienen un interés real y efectivo en involucrarse en el gobierno de las compañías, pues ello podría condicionar su estrategia de inversión, ya que la política que suelen seguir este tipo de instituciones es la de obtener la máxima rentabilidad posible. Las últimas reformas legislativas producidas en distintos países de la UE tendentes a involucrar más a estos inversores en el gobierno de las compañías e informando de su política de voto nos sugieren que, al menos en la mente del legislador, existe la convicción de que ello contribuirá al fortalecimiento del derecho de los accionistas. En España, las últimas reformas legales también parecen ir en ese sentido52. 1 Los códigos e informes que se mencionan y se introducen en esta parte están incluidos en el apéndice documental de este libro. 2 Ob. cit. 3 Cfr. Fanjul, Conferencia del Grupo Recoletos. 4 En la London Stock Exchange había 2.777 compañías admitidas a cotización en 2004 mientras que en el mercado alemán esta cifra era de 917 y en Euronext, segundo mercado europeo (Ámsterdam, Bruselas, París y Lisboa), de 1.484. 5 Fuente: OCDE. 6 Existe una numerosa evidencia empírica que permite avalar esta firmación. Véase, entre otros: Faccio y Lang (2002): «The Separation of Ownership and Control. An análisis of Ultimate Ownership in Western European Corporations», Journal of Financial Economics, 65, pp. 365-395; La Porta, R.; López de Silanes, F.; Shleifer, A., y Vishny, R. (1999): «Corporate control about the world», Journal of Finance, pp. 1131-1150; Goergen, M., y Rnneboog, L. (2003): «Why are the levels control (so) different in German and UK companies», Finance Working Paper, ECGI, Becht, M., y Boehmer (2001): «The Control of Corporate Europe», Oxford, Oxford, University Press. 7 Basado en los estudios de López de Silanes, ob. cit. 8 Fuente: CNMV. 9 Ob. cit. 10 Véase McKinsey Quarterly. Felton, R. (2004). Número 2. 11 Es importante destacar que estas áreas coinciden con las medidas de consenso reflejadas en el «Estudio para la Mejora del Gobierno Corporativo, la Transparencia Informativa y los Conflictos de Interés», realizado por la Fundación de Estudios Financieros y que constituye la base de su «Guía e Principios de Bueno Gobierno» (que se adjunta en el anexo del presente). 12 Cfr. «The Effect of The Sarbanex- Oxley Act. of 2002 on Market Liquidity», por Pankaj, K. J. (Universidad de Memphis, Estados Unidos), y Jang-Chul, Kim (Universidad de North Dakota, Estados Unidos). 13 Véase anexo. 14 Los estudios de Price Watherhouse Coopers sugieren que el coste medio de comunicar «individualmente» a los accionistas (para asegurar su presencia en la Junta y con el objetivo final de aumentar los quórums en las mismas, tendencia que se viene observando a partir del «caso Enron») es de 20 U$D anuales aproximadamente La información que la mayoría de las empresas vuelcan en la página web de la sociedad y el voto electrónico son algunas de las medidas que la mayoría de los países ya han incorporado a sus legislaciones. 15 Véase anexo documental. 16 El Código enumera, a título enunciativo, siete tipo de relaciones que afectan a la independencia de los consejeros: una relación de empleo en los cinco años anteriores, una relación comercial en los tres años anteriores, remuneraciones adicionales a las de su cargo por consejero, estrechos vínculos familiares, direcciones cruzadas, representación de un accionista significativo o un período de gestión de más de nueve años. 17 Ver apéndice documental. 18 Ver Davies, Paul L., «Gower and Davies», Principles of Modern Company. 19 Ver anexo documental. 20 Cfr. Hopt, K., loc. cit. 21 Equivalente los conceptos de «buen administrador», «buen hombre de negocios» o «administración fiel y leal», previsto en la mayoría de las legislaciones del sistema continental europeo, incluida la española. 22 En Estados Unidos también se ha comenzado a discutir, a partir del «caso Enron», una vuelta a los principios de la Glass Steagal Act y por la cual se separaba claramente la banca comercial de la banca industrial o de inversión (declarando incompatibles ambos negocios en un mismo banco). 23 Ver anexo documental. 24 Cfr. Hopt, K., ob. cit. 25 Ibid. 26 ConTraG reform. 27 Fte.: Finance Working Paper n.º 07/2003. January 2003. European Corporate Governance Institut (ECGI). Why arte teh levels of control (so) different in German and UK companies? Evidence from initial public offerings. 28 Además del citado en nota anterior, existen varios estudios empíricos que analizan las diferencias entre el modelo corporativo anglosajón y europeo continental publicados por el ECGI, entre otros. 29 Cfr. Hopt, K., ob. cit. 30 Ver anexo. 31 En el cual se consolidan las normas sobre compañías cotizadas. Ver anexo documental. 32 En Italia es frecuente la participación del presidente del Collegio Sindicale en la comisión de auditoría, especialmente porque entre las tareas de éstos suelen estar las de evaluación de los estándares de contabilidad junto con los auditores externos. 33 Vietti Reform (por el nombre de su autor), y que sigue las recomendaciones que con anterioridad había hecho el Comité Mirone en 2001. 34 Salvo en el caso de que éstos, a su vez, sean accionistas de la compañía como establece el sistema francés. 35 Su título III - Estructura de la SE. 36 De acuerdo con lo establecido por la Directiva 2001/86, relativa a la participación de los trabajadores en la SE. 37 Un ejemplo que podría ilustrar lo aquí afirmado es el sistema crediticio. En este sector, las compañías necesitan reducir lo más posible el riesgo de sus operaciones, por lo que es vital la información sobre la solvencia de las personas jurídicas. Ello tiene, entre otras, las siguientes consecuencias: 1) limita el número de operaciones de crédito y sus beneficiarios, con la consiguiente caída de la actividad económica, y 2) eleva los tipos de interés que las entidades bancarias cobran a los clientes para prevenir los casos de impago (en síntesis, los problemas de «selección adversa». 38 What is material?, ha sido la cuestión que se ha planteado la jurisprudencia norteamericana en materia de transparencia informativa así como determinar si existe o no ocultamiento o uso privilegiado de la información. 39 Siguiendo la Directiva 2001/34/EC82, y tal como está previsto en la Directiva sobre Transparencia, la Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo del 28 de mayo de 2001 sobre: «Admisión de valores a las Bolsas oficiales (mercados regulados) y la información que debe ser publicada (2001/34 EC, arts. 85 a 97)». 40 Sobre este tema, conviene analizar las normas de la International Accounting Standards Board (art. 24), relativas a la transparencia informativa y los arts. 9 y 10 de la «Cuarta Directiva de Derecho Societario», la Sarbanes-Oxley Act del 30 de julio de 2002 y la propuesta de la SEC de 22 de octubre de 2002, sobre transparencia por los arts. 404, 406 y 407 de aquella Ley. 41 Al momento de escribir el presente, se encuentra vigente una recomendación sometida a consulta de la Comisión Europea del 6 de octubre de 2004 sobre remuneración de administradores cuyo texto se adjunta en el apéndice documental de este libro. 42 La Comisión Europea, con fecha 16 de mayo de 2002, emitió una Recomendación sobre la independencia del auditor. 43 En este punto debemos recordar que el Estatuto de Sociedad Anónima Europea da libertad a los EM para adoptar formas de gobierno de sus sociedades. 44 Además, cuando los empleados alcanzan un determinado porcentaje (en Francia, el 3%) tienen derecho a designar uno o dos consejeros, sujetos a ciertas excepciones. 45 Que veremos seguidamente. 46 Todos estos aspectos, como veremos más adelante, han sido contemplados por la Comisión Aldama. 47 Sobre este aspecto se recogen algunos datos en el anexo documental. 48 Cfr. CONSOB. Quaderni Di Finanza. Studi e Ricerche. Corporate Governance in Italy afeter de 1998 Reform: What Role for Institucional Investors? N. 43- Gennaio. 2001. Para esta enumeración los autores se han basado en la experiencia norteamericana e inglesa donde las instituciones de inversión colectiva están más desarrolladas y participan activamente en el mercado de capitales. Por este motivo, nos pareció oportuno hacer aquí una síntesis de la misma, considerando que estas observaciones son válidas para todos aquellos países donde estas instituciones se encuentran menos desarrolladas. 49 Ibid. 50 También en España se ha establecido este porcentaje. 51 En Estados Unidos son bastante infrecuentes las normas que imponen restricciones cuantitativas sobre las carteras de las instituciones de inversión colectiva, aunque existen diferentes categorías de instituciones. Además, muchas leyes y regulaciones imponen deberes y prohibicione s sobre el control y los grandes accionistas, especialmente a través de las normas que regulan las instituciones y que exigen una detallada y extensiva información a todos aquellos que ostenten más del 5% de la compañía y con intenciones de ejercer el cont rol y otras como las que exigen responsabilidad sobre las ganancias provenientes de pequeñas oscilaciones en el precio de la acción. Por el contrario, en el Reino Unido, parecen existir pocos obstáculos hacia la propiedad de las acciones y las posiciones de control, incluso aunque los riesgos de caer bajo las regulaciones del insider dealing o un accionista de control bajo las leyes de responsabilidad de las personas controlantes podrían desincentivar a las instituciones en tomar una participación activa. 52 La nueva ley de IIC obliga a las Instituciones de Inversión Colectiva a ejercer el derecho de asistencia y voto en las Juntas Generales de Accionistas e informar de su política de voto como veremos más adelante. Al momento de escribir el presente libro, se haya pendiente de aprobación el reglamento de esta ley. Tercera Parte El Gobierno Corporativo en España Tercera Parte El Gobierno Corporativo en España I. Comisión Especial para el Estudio de un Código Ético de los Consejos de Administración de las Sociedades (Código Olivencia) (26 de Febrero de 1998) «En el gobierno todo cambio es sospechoso, aunque sea para mejor» (Francis Bacon, 561-1626. Barón de Verulán. Lord Canciller de Inglaterra) En el año 1997, el Gobierno español encargó al catedrático de Derecho mercantil, Manuel Olivencia, presidir una Comisión de Expertos encargada de elaborar un Código Ético de los Consejos de Administración de las compañías (Código Olivencia), que se finalizó en el mes de febrero del siguiente año (1998). El resultado de este trabajo fue de alta calidad pero poco seguido por los dirigentes empresariales, que prefirieron esperar a mejores momentos para implementar sus recomendaciones. En la introducción a su Informe, la Comisión Especial encargada del Código Ético de los Consejos de Administración, resalta que lo que permite a las sociedades concretar y adecuar a sus propias características el régimen legal de la administración social, establecido en el Derecho español con un carácter genérico, es el principio de la libre autonomía. Por otro lado, la misma Comisión dice que por sus especiales características, son preferentemente las sociedades que captan recursos ajenos en los mercados financieros las que, determinadas por la pluralidad de intereses que representa el cuerpo social, se contemplan como las principales destinatarias de un Código Ético. Estas sociedades reclaman una adecuada regulación de sus Órganos de Gobierno por la presencia en su accionariado de numerosos ahorradores o inversores privados que, junto a otros mayoritarios, o titulares de participaciones significativas, representan intereses dignos de una especial tutela. En líneas generales, podemos decir que el Informe elaborado por la Comisión Olivencia gira sobre tres ejes: la independencia de los consejeros, el aumento de control y la transparencia informativa. Estos tres ejes apuntan a un objetivo común: aumentar la credibilidad y la eficacia. Es de destacar también que el método adoptado por la Comisión para la elaboración de su Informe fue consultivo y no meramente normativo o impositivo. Los comisionados realizaron una amplia consulta a los destinatarios del eventual Código (sociedades cotizadas y emisoras), teniendo en cuenta los recursos tecnológicos disponibles y cuidando siempre respetar la libre autonomía de las compañías en su gestión (autorregulación). 1. Misión del Consejo de Administración La misión fundamental de todo Consejo de Administración ha de ser la supervisión, junto con la dirección estratégica de la compañía. El Informe de la Comisión explica que con frecuencia se contempla al Consejo de Administración como un verdadero órgano de gestión, cuya función primordial es conducir los negocios ordinarios de la compañía. Sin embargo, en las sociedades que superan un mínimo de dimensión —entre las que se incluyen las que cotizan en Bolsa—, las funciones de gestión están fundamentalmente en manos del equipo de dirección, que trabaja bajo la autoridad inmediata del primer ejecutivo de la compañía. Y así tiene que ser necesariamente, pues el Consejo, por su funcionamiento discontinuo, por su estructura colegiada y por su carácter deliberante, no es el órgano idóneo para llevar a cabo la administración de estas empresas. Dentro de la función general de supervisión del Consejo pueden distinguirse tres responsabilidades fundamentales: 1) orientar la política de la compañía; 2) controlar las instancias de gestión, y 3) servir de enlace con los accionistas. El Informe también destaca la relación de colaboración que debe existir entre el órgano de dirección y el Consejo. 2. El núcleo de facultades indelegables La Comisión recomienda que el Consejo asuma las siguientes responsabilidades «indelegables»: a) aprobación de las estrategias generales de la sociedad; b) nombramiento, retribución y, en su caso, destitución de los más altos directivos de la sociedad; c) control y evaluación de la actividad de gestión de los directivos; d) identificación de los principales riesgos de la sociedad e implantación y seguimiento de los sistemas de control interno y de información adecuados; e) determinación de las políticas de información y comunicación de los accionistas, los mercados y la opinión pública. 3. Creación de valor para el accionista La Comisión considera que la llamada «solución financiera» es la más adecuada para que haya un ejercicio efectivo y preciso del principio de responsabilidad y la que mejor responde a las expectativas de los inversores, que es a quienes en definitiva ha de darse cuenta y razón de la gestión. Por ello, el criterio que debe presid ir la actuación del Consejo debe ser el de incremento del valor de la empresa que debe traducirse en otros términos, «la creación de valor para el accionista». La Comisión también se encarga de aclarar, cuestión muy importante a la luz del «caso Enron», que esta «creación de valor» no puede alcanzarse a cualquier precio sino que debe estar sometida a ciertos deberes éticos que sean razonables y apropiados para la conducción de los negocios. 4. Composición del Consejo En este aspecto, la principal recomendación de la Comisión es la introducción de la figura del «consejero independiente» cuya misión primordial consiste en hacer valer en el Consejo los intereses del capital flotante (en manos de accionistas anónimos en el mercado bursátil). Según la Comisión son consejeros independientes aquellos que no están vinculados al equipo de gestión ni con los núcleos accionariales de control («núcleo duro»). Esto no significa, aclara el Informe, que el consejero independiente haya de ser ajeno al capital social, ni que basten esos caracteres de desvinculación para definir su perfil. Es preciso, además, que esas cualidades se completen con las de: experiencia, competencia y prestigio profesional. Desde esta perspectiva, no parece lógico hablar de un consejero neutral o independiente sino más bien de un consejero diligente. En este sentido parece ir la recomendación de este mismo Código al decir que: « ... hablar de consejeros independientes no quiere decir hablar de personas ajenas al capital social...». Por ello, en nuestra opinión, al hablar de «consejeros independientes», se debe hacer referencia a la independencia en relación a los accionistas de control. 5. Clases de consejeros y equilibrio del Consejo La Comisión cree que es preciso identificar las distintas clases de consejeros que deben integrar el Consejo de Administración. En este sentido, dice que debe procurarse hallar un equilibrio razonable. Por esta razón considera muy conveniente que formen parte del Consejo las personas más significativas del equipo de gestión y, especialmente, el primer ejecutivo de la compañía. Como esto último podría afectar a la neutralidad o imparcialidad del Consejo (en una palabra, su independencia), recomienda que éste mantenga una distancia lo suficientemente amplia para examinar la labor de los directivos de la empresa. Ésta es la razón por la que se aconseja que una amplia mayoría de los miembros del Consejo sean consejeros externos, esto es, no ejecutivos, sobre todo en aquellas sociedades no participadas mayoritariamente por una persona, un grupo familiar o un grupo de empresas. Dentro de esta categoría de consejeros externos la Comisión distingue, por un lado, los consejeros independientes1 y, por otro, los que denomina «consejeros dominicales» que representan a los titulares de paquetes accionariales de la compañía con capacidad de influir por sí solos o por acuerdos con otros, en el control de la sociedad (accionistas de referencia, significativos, o «núcleo duro»). La Comisión también estima conveniente que la composición del grupo de consejeros externos se sujete a ciertas reglas que aseguren el debido equilibrio entre los independientes y los dominicales. Respecto de ello, advierte sobre las posibles dificultades del criterio de representación proporcional previsto en la LSA española, a pesar de reconocer que puede servir como virtud, como criterio orientador del gobierno de la empresa. Según la Comisión, la relación entre los consejeros independientes y los dominicales debe establecerse teniendo en cuenta la proporción en el accionariado de la sociedad entre el capital en manos de accionistas minoritarios y anónimos (capital flotante) y el capital estable (accionistas mayoritarios, de referencia o significativos). No se trata de establecer una regla matemática sino una regla prudencial cuyo objetivo es asegurar que los consejeros independientes tengan un peso suficiente en la formación del criterio del Consejo. El carácter «razonable» y «flexible» de esta regla permitirá administrarla en función de las circunstancias de cada tipo de sociedad. 6. El tamaño del Consejo La Comisión estima que los Consejos deben analizar sus dimensiones para ajustar su composición. Pero al mismo tiempo reconoce que no es posible ofrecer una directriz precisa en esta materia y ello por dos razones: por un lado, porque los supuestos contemplados bajo la denominación genérica de sociedades cotizadas son muy diversos en función de la estructura de su accionariado, de la composición de fuerzas o de circunstancias coyunturales (por ej., fusiones). De otra, porque la eficacia resolutiva del órgano no debe ser el único criterio a tener en cuenta a la hora de ponderar su dimensión óptima. No obstante, considera prudente indicar un mínimo de cinco y un máximo de quince miembros y recomendar que las sociedades que tengan Consejos sobredimensionados (según este criterio) que vayan ajustándose progresivamente a la magnitud que consideren adecuada a sus características. 7. Estructura del Consejo de Administración La estructura del Consejo, según la Comisión, debe ser coherente con su objetivo, que es la supervisión. Esto tiene implicaciones directas sobre la estructura del Consejo como son la introducción de órganos que funcionen como contrapesos de poder. 8. El presidente del Consejo Según la Comisión, la figura del presidente del Consejo reviste una gran importancia pues de ella depende, en última instancia, la eficacia operativa del Consejo. El presidente no sólo ha de convocar, formular el orden del día y dirigir las reuniones, sino también ha de velar por que los miembros del Consejo reciban la información necesaria, participen de forma activa y se comprometan en sus tareas. La experiencia enseña que cuando el presidente no ejerce debidamente su actividad de impulso y liderazgo, los Consejos decaen en el ejercicio de sus funciones genuinas y quedan relegados a jugar un papel de segundo orden dentro de la organización. En este ámbito, el aspecto más delicado parece ser el de separar o acumular los cargos del presidente del Consejo y de primer ejecutivo de la sociedad. Ambas alternativas tienen sus ventajas y desventajas. Entre las ventajas de la acumulación de cargos se encuentra la de ejercer un liderazgo claro en el ámbito interno y externo y facilitar el reclutamiento de las personas más competentes para encabezar las sociedades cotizadas. Entre las desventajas: la concentración de poder en manos de una única persona y la confusión de tareas y responsabilidades cualitativamente distintas como son las de dirigir el Consejo y la de gestionar la sociedad. Entre las medidas que la Comisión sugiere para evitar esta confusión, y no obstante anticipar la dificultad de sentar una directriz general, se encuentra la de nombrar un vicepresidente coordinador de entre los consejeros independientes con facultades subsidiarias para convocar el Consejo, incluir nuevos puntos en el orden del día, remitir información a los consejeros y, en general, hacerse eco de sus preocupaciones. En todo caso, continúa la Comisión, parece aconsejable complementar las medidas con la previsión de que el Consejo evalúe una vez al año la labor del presidente en su condición de tal y en su condición de primer ejecutivo de la compañía. 9. La Secretaría del Consejo Sobre la Secretaría del Consejo recaen las responsabilidades de intendencia y de orden. El secretario debe facilitar el buen desarrollo de las sesiones del Consejo, ocupándose especialmente de prestar a los consejeros todo el asesoramiento y la información necesarios, conservar la documentación, dejar constancia en los libros de actas del desarrollo de las sesiones y dar fe de sus resoluciones. Al mismo tiempo, debe velar por la legalidad formal y material de las actuaciones del Consejo y garantizar que sus procedimientos y reglas son respetados y regularmente revisados. Estas actividades y responsabilidades conducen a la Comisión a recomendar la adopción de medidas que realcen la figura del secretario del Consejo y garanticen su independencia y estabilidad (por ej., establecer su independencia jerárquica de alguna de las Comisiones delegadas de control o incluso la de otorgarle la condición de consejero). 10. Las Vocalías del Consejo Según la Comisión, los consejeros, como tales, no tienen asignada ninguna función específica dentro de la estructura del Consejo. Todos han de participar en las deliberaciones y decisiones colegiadas y han de responsabilizarse de ellas. Sin embargo, siguiendo el criterio adoptado para la composición del Consejo, se espera de ellos la contribución prevista. Esto es, que los consejeros ejecutivos aporten la información necesaria para la toma de decisiones, sienten las bases estratégicas y presenten propuestas de decisión. De los consejeros externos (no dominicales), se espera fundamentalmente que sean independientes, que ejerzan con diligencia su función de supervisión, que tengan capacidad de evaluación crítica y autoridad para solucionar los conflictos de interés. Todo ello no debe conducir a una dualidad del Consejo sino, muy por el contrario, a un fortalecimiento de su unidad de criterio y de responsabilidad 11. La Comisión Ejecutiva La Ley de Sociedades Anónimas (LSA) española atribuye al Consejo de Administración amplias facultades para la creación de órganos delegados que le sustituyan y auxilien en el desempeño de sus cometidos. La experiencia muestra que las sociedades —particularmente las cotizadas— hacen un amplio uso de esas facultades. Este fenómeno parece observarse especialmente en relación a los consejeros delegados y las Comisiones Ejecutivas. La preocupación de la Comisión de Expertos se centra en estas últimas. A juicio de la Comisión, las comisiones ejecutivas suelen tomar demasiado protagonismo en los Consejos de las sociedades cotizadas. Esto no significa que se desaconseje su existencia sino que su utilización debería ir disminuyendo a medida que se vayan adoptando las recomendaciones hechas en el Informe, sobre todo, las relativas al tamaño del Consejo y la frecuencia de sus reuniones. En todo caso, la Comisión recomienda que la composición de las comisiones ejecutivas refleje fielmente la composic ión del Consejo y reproduzca en su seno el equilibrio entre los distintos tipos de consejeros (independientes y dominicales). La existencia de una comisión ejecutiva no releva ni reduce las responsabilidades del Consejo y de sus consejeros en el cumplimiento de sus funciones de supervisión. Las relaciones entre ambos órganos deben estar presididas por el principio de transparencia. Para ello, la Comisión recomienda adoptar las medidas precisas para asegurar que el Consejo tenga conocimiento completo de todos los asuntos tratados y de las decisiones adoptadas por la comisión ejecutiva. Según la Comisión, la tradicional estructura del Consejo de Administración necesita completarse con otros órganos delegados que comienzan a aparecer en la práctica societaria. La Comisión estima que la función general de supervisión del Consejo depende en buena medida de la creación de ciertos órganos de apoyo a los que confiar el examen y seguimiento permanente en algunas áreas de especial relevancia para el buen gobierno de la compañía como pueden ser la información y control contable, la selección de consejeros y altos directivos, la determinación y revisión de la política de retribuciones y la evaluación del sistema de gobierno y de sus reglas. Por esta razón la Comisión recomienda la creación de comisiones delegadas. La determinación de sus funciones y competencias dependerá del Consejo basándose en la experiencia nacional y extranjera. En cualquier caso, la Comisión sienta unos cometidos básicos. Los cometidos de la Comisión de Auditoría consisten fundamentalmente en evaluar el sistema de verificación contable de la sociedad, velar por la independencia del auditor externo y revisar el sistema de control interno. La función primordial de la Comisión de Nombramientos es cuidar de la integridad del proceso de selección de los consejeros y altos ejecutivos de la compañía, procurando que las candidaturas recaigan sobre personas que se ajusten al perfil de la vacante. La Comisión de Retribuciones tiene como responsabilidad básica la de auxiliar al Consejo en la determinación y supervisión de la política de remuneración de los consejeros y de los altos ejecutivos de la sociedad. La Comisión de Cumplimiento tiene como misión vigilar que se cumplan las reglas del sistema de gobierno de la compañía, revisar periódicamente sus resultados y elevar al Consejo las propuestas de reforma. En general, el papel de estas comisiones es fundamentalmente informativo y consultivo, aunque excepcionalmente pueda atribuírseles facultades de decisión. 12. La Comisión de Expertos «Un experto es una persona que ha cometido todos los errores que se pueden cometer en un campo muy definido» (Niels Böhr, 1885-1982. Premio Nobel de Física. Danés) La Comisión Olivencia dice que las comisiones delegadas deben nut rirse única y exclusivamente de consejeros externos y reflejar en su composición la relación existente en el Consejo entre consejeros dominicales e independientes. La introducción de ejecutivos en estas comisiones podría poner en duda su credibilidad toda vez que su función, precisamente, es evaluar la gestión de éstos. Ello no obsta, aclara la Comisión, para que los ejecutivos puedan asistir a las reuniones de las comisiones a efectos informativos. También se encarga de resaltar que no es preciso crear una comisión delegada por cada área de responsabilidad (Auditoría, Nombramientos, Cumplimientos y Retribuciones) ni tampoco que los miembros de una no puedan integrar otra. No obstante, salvo circunstancias especiales, recomienda que no se unifiquen todas esas áreas en una sola comisión. Por lo menos deben existir dos distintas: la de Auditoría y Cumplimiento de normas, por un lado, y la de Nombramientos y Retribuciones por el otro. A fin de asegurar su funcionamiento colegiado, la Comisión recomienda que el número de sus miembros sea como mínimo de tres. 13. Funcionamiento del Consejo de Administración La periodicidad de las reuniones del Consejo es vital para la buena marcha de la empresa. Estudios en esta materia han demostrado que una dedicación razonable sería de aproximadamente cien (100) horas anuales2. La Comisión de Expertos no sienta una directriz general en esta materia, pues ello dependerá de las actividades programadas del Consejo, por ello, recomienda en cambio un plan anual de actividades ordinarias y la disposición de un catálogo formal de materias reservadas a su conocimiento con el fin de asegurar su control sobre el gobierno de la compañía. La Comisión se limita a reiterar sus recomendaciones anteriores en relación con las funciones del presidente del Consejo (en particular, la convocatoria de las reuniones, la fijación del orden del día y la notificación e información necesaria a todos los consejeros) y la de contar con un vicepresidente coordinador con funciones subsidiarias que permitan la convocatoria a reuniones en situaciones extraordinarias y la inclusión de temas en el orden del día. 14. Preparación de las sesiones Según la Comisión de Expertos, una adecuada preparación de las sesiones convocadas por el Consejo de Administración debe cumplir dos condiciones: información y tiempo. Sin ellos, es muy difícil que el Consejo pueda cumplir adecuadamente las funciones que le son propias. Según los datos de que disponía la Comisión de Expertos, en el momento de redactar su informe, con frecuencia las reuniones de los Consejos se convocaban sin suficiente información y con poca antelación. Por ello, recomienda la adopción de las medidas necesarias para solucionar este problema. En relación a la información, ésta debe ser precisa y debe evitarse tanto la escasez como el exceso (información no relevante). Debe estar convenientemente elaborada y orientada (no dispersa) hacia los aspectos relevantes según la actividad de la compañía y los temas fijados en el orden del día. Es importante que los consejeros no reciban sólo la información histórica o financiera, sino también información de carácter cualitativo y provisional. El Consejo debe disponer de aquella información que le permita valorar los activos intangibles de la empresa, conocer las tendencias del mercado, el producto, el grado de satisfacción del cliente y todos aquellos otros elementos que le permitan orientar la estrategia adecuada y la perspectiva de los negocios que lleva a cabo la compañía. La política de información del Consejo constituye una responsabilidad primaria del presidente, asistido por el secretario. Ambos deben extremar los medios para lograr los objetivos indicados y para conseguir que la información llegue a sus destinatarios con una anticipación razonable. 15. Desarrollo de las sesiones La Comisión de Expertos resalta la importancia del desarrollo de las sesiones, pues de ellas depende la eficacia de las reuniones del Consejo. En este sentido, la Comisión estima oportuno reiterar la conveniencia de presencia, participación e independencia de criterio de todos los miembros, con ese fin propone algunas pautas en esta materia: la primera versa sobre la representación de consejeros que, a juicio de la Comisión, debe reducirse a casos indispensables. En general, no es una buena práctica, pues favorece la inasistencia y la falta de compromiso y puede perjudicar la calidad de la deliberación del Consejo. En todo caso, si es imprescindible hacer uso de ella, debe procurarse que la representación se confiera con instrucciones y que sea ostentada por consejeros del mismo grupo. Otro aspecto que debe cuidarse, con el fin de evitar la pasividad y la rutina, es la intervención y toma de posición de todos los consejeros en los asuntos objeto de la reunión. En este sentido, es de singular importancia la labor del Presidente sobre el que, en última instancia, pesa la responsabilidad de organizar el debate y promover la participación de los consejeros. 16. Las actas del Consejo El Consejo de Administración, como todos los órganos colegiados, tiene la obligación de reflejar adecuadamente en acta sus deliberaciones y decisiones. Sin embargo, la Comisión de Expertos ha observado que dicha práctica no siempre se cumple de forma satisfactoria. Las consecuencias de ello pueden ser graves en ocasiones puesto que las actas constituyen la memoria del gobierno de la compañía y un elemento de primer orden para evaluar la actividad de los consejeros, y eventualmente, su responsabilidad. Por todo ello, la Comisión recomienda que se esmere el cuidado en la redacción y se procure por todos los medios no caer en la rutina a la hora de confeccionar las actas. 17. Evaluación del funcionamiento En este aspecto, para evitar la rutina y la inercia, la Comisión insta que se adopten pautas de autocontrol y, en esta dirección, se recomienda que el Consejo reflexione como mínimo una vez al año sobre su propio funcionamiento. El objetivo es evaluar la eficiencia de sus reglas y, en su caso, corregir aquellos aspectos que se hayan revelado poco funcionales. En esta tarea habrá de tener muy en cuenta los informes de la Comisión de Cumplimiento. 18. Designación y cese de consejeros Si bien legalmente la designación de los consejeros corresponde a la Junta General de Accionistas, la Comisión de Expertos se encarga de destacar la indudable influencia que en estas designaciones tiene el Consejo de Administración a través de la cobertura provisional de esos cargos por el sistema de cooptación y el sometimiento de sus propuestas a la consideración de Junta General. A ello hay que agregar la escasa participación que los accionistas suelen tener en estas designaciones (especialmente los accionistas minoritarios). A juicio de la Comisión de Expertos, la mejor manera de que el Consejo garantice la calidad y el equilibrio entre los consejeros es instaurar un procedimiento formal que propicie la transparencia y el escrutinio por parte de todos los miembros del Consejo de la selección de candidatos, atribuyendo un especial protagonismo a la Comisión de Nombramientos. La misión de ésta es velar por la integridad del proceso de designación de consejeros y, a tal efecto, parece conveniente encomendarle las siguientes funciones: a) formular y revisar los criterios que deben seguirse para la composición del Consejo de Administración y la selección de candidatos; b) elevar al Consejo las propuestas de nombramiento de consejeros para que éste proceda directamente a designarlos (cooptación) o las haga suyas para someterlas a la decisión de la Junta; c) proponer al Consejo los miembros que deban formar parte de cada una de las Comisiones. La Comisión de Expertos también se encarga de aclarar que no es función de la Comisión de Nombramientos sustituir al Consejo, pero es conveniente que cuando éste decida apartarse de sus recomendaciones explique clarame nte los motivos de ese apartamiento. 19. Designación de los consejeros independientes El procedimiento recomendado por la Comisión de Expertos para la selección de los consejeros debe extremarse en el caso de la designación de los consejeros independientes cuya importancia para el buen gobierno de las empresas cotizadas ya ha sido destacada. Para ello, la Comisión recomienda que estas designaciones sean lo más plurales posibles y no estén condicionadas sólo por la experiencia como ejecutivos que los candidatos hayan tenido anteriormente en otras compañías. A juicio de la Comisión, es conveniente incorporar personas con otras experiencias profesionales. Otra recomendación que hace la Comisión es que el proceso de selección de los consejeros independientes no se vea afectado por relaciones o intereses que puedan comprometer su capacidad para ejercer su juicio con imparcialidad y objetividad. Desde este punto de vista, lo primero que ha de verificarse es la independencia del candidato respecto al equipo ejecutivo para lo cual es necesario examinar si existe algún vínculo significativo —sea de índole familiar, profesional, comercial u otro análogo— con quienes desempeñan puestos ejecutivos en la compañía. La noción de «vínculo significativo», aunque ambigua, es expresiva, dice la Comisión. Siguiendo la práctica internacional, la expresión «vínculo significativo» implica, entre otras, a los antiguos ejecutivos de la compañía, los familiares inmediatos de un alto directivo o de quien lo haya sido en los últimos años, las personas que directa o indirectamente —a través de sociedades en las que participen de manera significativa o en las que ejerzan funciones ejecutivas— tengan o hayan tenido en época reciente relaciones comerciales o profesionales de cierta entidad con la sociedad. Por último, en este punto la Comisión recomienda que la Comisión de Nombramientos ponga especial cuidado en velar por la influencia que los grupos accionariales de control pueden ejercer sobre el equipo ejecutivo. En este sentido, sólo evitando que tales ejecutivos tengan vínculos sustanciales con tales grupos puede asegurarse el equilibrio entre consejeros independientes y dominicales. Ello, aclara la Comisión, no impide la participación en el capital de la sociedad de los consejeros independientes, pero ha de existir un límite como es el de pasar de accionista ordinario a accionista significativo, paso que se produce cuando el accionista, por sí solo o por acuerdo con otros, está en condiciones de influir sobre el control de la compañía. 20. Programa de orientación de nuevos consejeros Recogiendo prácticas muy extendidas, la Comisión de Expertos sugiere que las compañías dispongan de un programa de orientación para los nuevos consejeros que sirva de colofón al proceso de designación. Dicho programa tendría por objeto advertirles de sus obligaciones legales, informarles sobre las reglas de gobierno de la compañía y familiarizarlos con las características, la situación y el entorno de la empresa. 21. Reelección de consejeros En relación a la reelección de consejeros, la Comisión recomienda que las compañías prevean, como parte integrante del proceso de reelección, la evaluación por la Comisión de Nombramientos del trabajo y de la dedicación efectiva al cargo del candidato durante el último mandato con emisión del correspondiente informe. Con esta recomendación lo que se pretende es evitar el «automatismo» que frecuentemente se atribuye a las decisiones del Consejo en esta materia. Otro aspecto particularmente controvertido relacionado con la reelección de consejeros es el vinculado a la oportunidad de limitar los períodos de reelección. A juicio de la Comisión, el debate ha de circunscribirse a los consejeros independientes. La reelección de los consejeros ejecutivos y dominicales no debe tener más restricciones que las derivadas de la propia evaluación y de la subsistencia de la confianza de los grupos que los apoyan. Bajo estas condiciones, sigue la Comisión, la reelección debería propiciarse por la acumulación de experiencia y de conocimiento de los consejeros reelectos. En cuanto a la reelección de los consejeros independientes, la Comisión estima que debe pensarse en medidas de otra naturaleza (distintas de las de prohibir la reelección para minimizar los riesgos de la pérdida de la independencia por el paso del tiempo y la familiaridad que el consejero va adquiriendo con la empresa). En concreto, la Comisión sugiere la posibilidad de establecer pautas de rotación interna de los consejeros independientes, en la adscripción a tareas específicas de control. Lo que se trata de evitar es que estén adscritos siempre a la misma Comisión de control. 22. Cese de los consejeros La decisión del cese de los consejeros sólo puede ser adoptada formalmente por la Junta General de Accionistas (separación) o por el propio consejero (dimisión), con independencia de las causas legales o estatutarias de cese automático. Por ello, según la Comisión, resulta aconsejable incluir dentro de la normativa interna de las compañías relativa al cese de los consejeros ciertas causas estatutarias de cese o, por lo menos, ciertas obligaciones de dimisión en los casos que puedan afectar negativamente al funcionamiento del Consejo e incluso al crédito y reputación de la sociedad en el mercado. Finalmente, sobre este punto, la Comisión recuerda que siempre ha de tenerse en cuenta el principio de lealtad que pesa sobre los consejeros y que les obliga a dimitir siempre que su permanencia en el Consejo pueda poner en riesgo los intereses de la sociedad o cuando desaparezcan las razones por las que fue nombrado. 23. Las virtudes del Código Olivencia El trabajo dirigido por el profesor Olivencia constituye el primer referente válido español en esta materia. Se inspira significativamente en la filosofía del informe Cadbury inglés y establece por primera vez en España el debate sobre la independencia de los consejeros llamando la atención sobre las auténticas responsabilidades de los Consejos de Administración. El Código Olivencia tiene el mérito de haber puesto de relieve una manera diferente de gestionar las empresas cotizadas teniendo más en cuenta los derechos e intereses de los pequeños accionistas y «cuestionando» el modelo de gestión menos democrático de los «núcleos duros» de accionistas o accionistas de control. Además, tuvo la virtud de proponer un código con un articulado que, aunque voluntario, podría tener un importante valor de referencia. El Código se centra fundamentalmente en aspectos de gobierno corporativo, menos en los de transparencia y casi no toca los elementos de igualdad de los accionistas. II. Informe de la Comisión Especial para el Fomento de la Transparencia y Seguridad en los Mercados y en las Sociedades Cotizadas (Informe Aldama) (8 de Enero de 2003) «El premio del que dice bien es la atención que se le presta» (Vicente Espinel, 1550-1624. Escritor español) La llamada Comisión Aldama3 se constituyó a iniciativa del Gobierno español en el mes de julio de 2002 con la finalidad de formular una serie de criterios y pautas a las que deberían someterse las sociedades emisoras de valores e instrumentos admitidos a negociación en los mercados organizados, en sus relaciones con los consultores, analistas financieros y las demás empresas, personas y entidades que las asisten o les prestan servicios profesionales, así como las que han de regir entre estas últimas, con la finalidad de aumentar la transparencia y la seguridad en los mercados financieros. Este grupo de expertos presentó su informe final el día 9 de enero de 2003. Las recomendaciones en él propuestas, como tales, se enmarcan en el ámbito de la autorregulación y fueron adoptadas, en su mayoría, por el Gobierno del Partido Popular en sus posteriores normas y regulaciones. Entre los cambios legales más importantes, la Comisión recomienda exigir a las empresas cotizadas la publicación de un informe anual de gobierno corporativo y la elaboración de reglamentos internos para la Junta General de Accionistas y el Consejo de Administración que deberán depositarse en la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) y en el Registro Mercantil. Además, se propone especificar y delimitar los deberes de lealtad y diligencia de los administradores previstos en forma genérica en el artículo 127 de la LSA. Otras recomendaciones como las de agilizar el funcionamiento de la Junta de Accionistas, exigir transparencia sobre las remuneraciones, evitar los conflictos de interés de los directivos consejeros y otros agentes —como auditores, analistas o bancos de inversión— y potenciar el uso de Internet como medio para divulgar la información completan el conjunto de los cambios propuestos. En líneas generales, la intención es que la información sobre prácticas de buen gobierno tenga el mismo tratamiento que la información contable. En este sentido, el presidente de la Comisión ha dicho que la información sobre el gobierno corporativo debe ser: «completa, correcta, equitativa, simétrica y en tiempo útil». Con estas recomendaciones la Comisión adopta una postura «continuista» de la línea trazada por el Código Olivencia en cuanto procura equilibrar los principios de transparencia, lealtad y diligencia a través de la protección legal de los accionistas y el máximo de autorregulación posible. Para ello, parece muy recomendable adoptar el principio de comply or explain (cumplir o explicar) seguido en el mercado londinense, el más experimentado en esta materia. 1. Las exigencias de información Las exigencias de información que la Comisión propone que se requieran a las empresas cotizadas pueden agruparse en cuatro títulos: 1.1. Propiedad y control La información sobre la estructura de la propiedad de la compañía «debería exceder del actual régimen de publicidad de las participaciones significativas para ofrecer una imagen fiel y actualizada de los poderes que controlan las sociedades». Para ello, la Comisión aboga porque las empresas cotizadas publiquen en su información de buen gobierno su estructura de capital, la representación en el Consejo de los accionistas de referencia y las medidas de blindaje, en el caso de que existan. 1.2. Estructura del Consejo La Comisión pide transparencia en cuanto a la composición del Consejo de Administración de la sociedad, sus reglas de organización y funcionamiento, sus comisiones, las funciones y cargos de los consejeros, su remuneración, su participación en el capital, las relaciones de los miembros del Consejo con los accionistas de referencia, los consejeros cruzados o vinculados, y los procedimientos de selección y reelección. 1.3. Operaciones vinculadas La Comisión Aldama destaca el deber impuesto por la Ley Financiera de informar sobre las operaciones de la sociedad con sus accionistas de referencia, administradores y altos directivos y pide que también exista la obligación de informar sobre las operaciones intra-grupo con filiales. Otro de los aspectos que exige transparencia se refiere a los sistemas y dispositivos de control interno para evaluar o mitigar los riesgos de la sociedad (algo muy recomendado y enfatizado por las empresas de auditoría). 1.4. Junta General Las reglas de funcionamiento de la Junta General de Accionistas también deben ser públicas, así como los cauces de relación que la compañía tenga abiertos con los inversores. La empresa también debería publicar las políticas seguidas en cuanto a la delegación de voto y el desarrollo de las reuniones de la Junta General, incluyendo la asistencia directa, informaciones, preguntas o quejas. Como hemos dicho, la Comisión Aldama continúa la serie de recomendaciones iniciada ya por el Código Olivencia caracterizada por la autorregulación. Quizá por ello algunos expertos, como Fernández Armesto4, se han encargado de señalar que esta Comisión perdió una buena oportunidad para avanzar un poco más en aquellos aspectos que, a la luz de la experiencia adquirida desde la aparición de aquel Código merecían algunos ajustes legales como los relativos a la transparencia informativa, los conflictos de interés y el funcionamiento de la Junta de Accionistas5. En relación a la transparencia informativa, el autor citado nos dice que hubiera sido bueno exigir legalmente a los bancos (y sociedades valores) que hacen habitualmente análisis y recomendaciones de compra y de venta sobre valores de compañías que informen no sólo del número de acciones que tienen en las mismas sino de sus posiciones en instrumentos financieros como las opciones, futuros y derivados, para tener una percepción certera del interés real que tienen en las sociedades que analizan. También, hubiera sido muy recomendable amparar legalmente el principio de que una acción debe ser equivalente a un voto, de manera que al momento de nombrar a los miembros del Consejo de Administración, ningún propietario pueda alcanzar una representación sensiblemente distinta de la que le corresponde en función del número de acciones que posee. En relación a las Juntas de Accionistas hubiera sido bueno regular algunos aspectos de su funcionamiento como son las delegaciones de voto y los porcentajes mínimos requeridos para la asistencia de los accionistas (reduciendo, por ejemplo, el mínimo exigido). 1.5. Las virtudes del Informe Aldama El Informe Aldama pone el énfasis sobre la Transparencia Informativa en materia de gobierno corporativo y se adentra en la importante cuestión del Derecho y la igualdad de los accionistas. En ese sentido, como ya se ha comentado anteriormente, este Informe es complementario del Informe Olivencia más centrado en recomendaciones de buen gobierno empresarial. Algunos pensamos que hubiera debido establecer sus recomendaciones en forma de código, como el de Olivencia, para establecer pautas de comportamiento y referencias medibles. Una posterior circular de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), de marzo de 2004, desarrolló y «cuasi» codificó el Informe Aldama, sobre todo en el ámbito de la transparencia informativa. En materia de Juntas Generales de Accionistas mucho se dejó al ámbito autorregulatorio discrecional de las sociedades cotizadas, abriendo una cierta «ventana» de confusión y no uniformidad, algo perjudicial para los pequeños inversores. III. Ley 26/2003, de 17 de julio, por la que se modifican la Ley 24/1988, de 28 de julio, del Mercado de Valores y el texto refundido de la Ley de Sociedades Anónimas (Ley de Transparencia) «La culpa de la revelación de un secreto la tiene quien lo ha confiado» (Jean de la Brugére, 1645-1696. Escritor francés) El 8 de julio de 2003 el Pleno del Congreso de los Diputados aprobó una ley que modifica la Ley del Mercados de Valores y el texto refundido de la Ley de Sociedades Anónimas, con el fin de reforzar la transparencia en las sociedades cotizadas, conocida como Ley de Transparencia (Ley 26/2003 del 17 de julio)6, elaborada por el entonces Ministro de Economía, Rodrigo Rato. La Ley de Transparencia se enmarca dentro del Plan de Acción sobre el Derecho de Sociedades de la Comisión Europea que parte del Informe sobre la modernización del Derecho de Sociedades Comunitario elaborado por el Comité Winter, en noviembre de 2002 y que responde a un expreso mandato del Consejo de Economía y Finanzas de la Unión Europea (ECOFIN), reunido en la ciudad de Oviedo los días 12 y 13 de abril de 2002, que decidió la reforma de aspectos relevantes en materia de gobierno corporativo como respuesta a los recientes escándalos financieros acaecidos a nivel internacional a partir del «caso Enron». Ya con anteriorid ad a esta Ley, el gobierno había aprobado la Ley 44/2002, de Medidas de Reforma del Sistema Financiero, que había regulado, en lo que a gobierno corporativo respecta, la existencia de una comisión de auditoría para las sociedades emisoras de valores cuyas acciones u obligaciones estén admitidas a negociación en los mercados de valores. Junto a esta medida, también se reforzaron los mecanismos para la independencia efectiva de los auditores y se adaptó la Ley del Mercado de Valores a la Directiva sobre «Abuso de Mercado», estableciendo un régimen más exigente en materia de comunicación de información relevante. Básicamente, los aspectos abordados por la Ley de Transparencia son los siguientes: — Los deberes de información y transparencia. — La definición y régimen de deberes de administradores, especialmente en el ámbito de conflicto de intereses. — La obligación de dotarse de un conjunto de mecanismos en materia de gobierno corporativo que comprendan, entre otros, un reglamento del Consejo de Administración y otro de la Junta General. 1. Los deberes de información y transparencia En materia de información y transparencia, la Ley exige la publicidad de los pactos parasociales y otros que afecten a una sociedad cotizada. Por pactos parasociales, se entienden todos aquellos que afecten el ejercicio del derecho de voto en las Juntas Generales o que restrinjan o condicionen la libre transmisibilidad de las acciones en las sociedades anónimas cotizadas. Las sociedades anónimas cotizadas deberán hacer público con carácter anual un informe de gobierno corporativo que será objeto de comunicación a la CNMV y que tendrá el carácter de información relevante7. Este órgano regulador también determinará el contenido que dicho informe deba tener. No obstante, la Ley de Transparencia determina un contenido mínimo. Esta medida resultó revolucionaria en el mercado español y dio lugar a diversas interpretaciones que generaron importantes controversias societarias (por ej., caso CEPSA y el litigio entre el SCH y la petrolera francesa TOTAL). Es importante destacar este carácter «de mínimo» que la Ley establece, pues eso deja sentado claramente que el contenido de la norma no es exhaustivo y que las empresas tienen libertad para incluir todos aquellos temas que consideren convenientes u oportunos, lo que está de acuerdo, de alguna manera, con el espíritu o la filosofía de la autorregulación que inspira toda la regulación en materia de gobierno corporativo. Ese espíritu no podría quedar violado u obstruido por regulaciones posteriores a cargo del órgano regulador sin el riesgo de desvirtuar la ley y, en consecuencia, con riesgo de inconstitucionalidad. Considerando los avances tecnológicos de los últimos tiempos, la Ley de Transparencia también exige a las sociedades cotizadas que cumpla n con las obligaciones de información que la Ley de Sociedades Anónimas les impone por «... cualquier medio técnico, informático o telemático...» siempre salvando el derecho que tienen los accionistas de solicitar toda la información exigible en forma impresa. Asimismo, la Ley exige que tales sociedades dispongan de una página web para atender al ejercicio de este derecho. Por último, es importante también destacar, pues demuestra la importancia que la Ley ha querido darle a la transparencia informativa, que el incumplimiento de las obligaciones más arriba expuestas se suman al conjunto de obligaciones cuyas infracciones la Ley del Mercado de Valores sanciona como graves y la extensión de la obligación de publicación anual de un informe de gobierno corporativo a las Cajas de Ahorro, hecho éste muy relevante para un mercado como el español en el que las Cajas de Ahorro tienen participaciones significativas en muchas empresas cotizadas. 2. El reglamento de la Junta General de Accionistas y del Consejo de Administración La Ley de Transparencia establece que las Juntas Generales de Accionistas deberán aprobar un reglamento específico para su funcionamiento. Dicho reglamento será aprobado por el quórum que exige la Ley de Sociedades Anónimas y podrá contemplar todas aquellas materias que atañen a la Junta según esa misma Ley. Dicho reglamento deberá ser comunicado a la CNMV. El Consejo de Administración de las sociedades cotizadas también deberá contar con un reglamento que regule su funcionamiento interno, de acuerdo con la ley y los estatutos y que deberá contener las medidas concretas tendentes a garantizar la mejor administración de la sociedad. Dicho reglamento también debe ser objeto de comunicación a la CNMV. 3. Los deberes de los administradores La nueva legislación contempla igualmente que, en los casos de solicitud pública de representación, los administradores de la sociedad no podrán ejercitar el derecho de voto correspondiente a las acciones que representan cuando respecto de ellas se encuentren en conflicto de intereses y, en todo caso, respecto de las siguientes decisiones: a) Su nombramiento o ratificación como administradores. b) Su destitución, separación o cese como administradores. c) El ejercicio de la acción social de responsabilidad dirigida contra ellos. d) La aprobación o ratificación, cuando proceda, de operaciones de sociedad con los administradores de que se trate, sociedades controladas por ellos o a las que represente o personas que actúen por su cuenta. En la Memoria de la Sociedad se deberá informar sobre las operaciones de los administradores, o persona que actúe por cuenta de éstos relacionadas con la sociedad o alguna sociedad del mismo grupo. Los administradores deberán abstenerse de realizar o sugerir la realización a cualquier persona de operaciones sobre valores de la propia sociedad, sus filiales, asociadas o vinculadas de las que cuente, por razón de su cargo, de información privilegiada8 o reservada, en tanto esa información no se dé a conocer públicamente. A las responsabilidades que la Ley de Sociedades Anónimas ya preveía para los administradores, la Ley de Transparencia agrega la persona del «administrador de hecho» de la sociedad el cual deberá responder frente a ésta, sus accionistas y sus acreedores de forma personal por los daños que cause a la sociedad por actos contrarios a la ley o los estatutos sociales. Sin duda, el objeto de esta modificación viene motivada por el deseo de legislador de hacer efectiva la transparencia informativa y proteger mejor el derecho de los accionistas, especialmente, el de aquellos que se encuentran en minoría9. Este término, no obstante, podría ser susceptible de posibles conflictos en cuanto a su interpretación. Uno de los aspectos más polémicos de la reforma ha sido el relativo a los acuerdos «parasociales» que tienen plazo hasta 2006 para hacerse públicos. Una vez hechos públicos, deberán incluirse en la Memoria. Pero no es éste el factor que ha levantado polémica sino su apartado segundo, inciso c) que declara ineficaces los pactos, aun cuando se hayan comunicado, hayan sido depositados y se hayan hecho públicos, como dispone la norma, que hubiesen sido celebrados, prorrogados o modificados con posterioridad a la entrada en vigor de la Ley 24/1988 del Mercado de Valores, cuando las partes vinculadas en el pacto fuesen titulares, directa o indirectamente y en el momento de la celebración, prórroga o modificación, de una participación, que conjuntamente sea superior al 25% de los derechos de voto en la sociedad cotizada, sin que aquéllas o alguna de ellas hubiera formulado en aquel momento una oferta pública de adquisición (OPA) como la que, conforme a la normativa entonces vigente, hubiera debido formular quien pretendiese adquirir un porcentaje del capital social igual al que, en conjunto, era titularidad de las partes vinculadas por el pacto. Con esta medida, el legislador ha pretendido dar transparencia al proceso de OPAS evitando que un porcentaje minoritario de los socios obtenga beneficios de la misma (plusvalías) en detrimento de los accionistas minoritarios. No obstante la buena acogida general que ha tenido la Ley por su carácter de mínimos y el espacio que deja a la autorregulación, algunos expertos consideran que la ley ha dejado algunos temas sin resolver. Entre ellos, Miguel Trías Sagnier10 ha destacado los siguientes: — Definir de forma clara los requisitos que debe reunir un consejero independiente, responsabilizar a los Consejos de su verificación y prohibir el uso de tal calificativo si no se cumplen tales requisitos. — Establecer un proceso de nombramiento diáfano y transparente, con intervención eficiente de la Comisión de Nombramientos. Hay que mostrar los méritos de los nuevos consejeros para su acceso al cargo y desmontar con hechos la presunción muy extendida y, quizá fundada, de que se tiende a elegir a los amigos del presidente. — Separar los roles del presidente y primer ejecutivo, siguiendo una práctica ya generalizada en el Reino Unido. Las empresas necesitan un liderazgo fuerte, pero ese liderazgo debe proyectarse hacia la línea ejecutiva, no hacia los órganos de gobierno que deben supervisar su labor. Estos órganos deben tener un referente personal independiente del primer ejecutivo. — Atribuir a los independientes las funciones de supervisar la auditoría de cuentas. Se trata de la receta adoptada con claridad tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña. Por el contrario, la reforma introducida en la Ley Financiera conduce a una configuración poco independiente de la Comisión de Auditoría. — Fomentar sistemas retributivos que de verdad alineen la gestión de los directivos con los intereses de los accionistas. Aparte de regular la transparencia de las remuneraciones, deben establecerse políticas tributarias tendentes a fomentar sistemas de remuneración adecuados y potenc iar los comités de retribuciones. — Reforzar los sistemas internos de transmisión de la información, haciendo que el director financiero deba rendir cuentas directamente a la comisión de auditoría. — Exigir que una única firma auditora se responsabilice de la totalidad de las cuentas que conforman el perímetro de consolidación. — Controlar de forma estricta la utilización de instrumentos domiciliados en paraísos regulatorios. Todas las empresas deben explicar detalladamente los supuestos en los que optan por la utilización de sociedades domiciliadas en territorios en los que no desarrollan actividades operativas. — La función de la autoridad pública debe ser supervisora y no interventora. En especial en lo relativo a la elección de los órganos de gobierno. Finalmente, el autor destaca la importancia de que la CNMV dicte un nuevo Código de Gobierno Corporativo lo que, en parte, fue resuelto por la circular de la CNMV mencionada anteriormente sobre transparencia que ha sido complementada por la aprobación de un Código Unificado de Gobierno Corporativo como veremos más adelante. En líneas generales, podríamos decir que estas consideraciones coinciden bastante con la opinión vigente en el ámbito empresarial español según puede observarse en el «Estudio para la Mejora del Gobierno Corporativo, la Transparencia Informativa y los Conflictos de Interés» realizada por la Fundación de Estudios Financieros. No obstante, hay que tener en cuenta que la Ley procuró ser fiel al espíritu que la ha animado fomentando la autorregulación, estableciendo simplemente unos mínimos, cuidando al mismo tiempo de no traspasar los límites de la competencia del Estado en el gobierno de las empresas. En este sentido, nuestra opinión coincide con el espíritu de la ley en cuanto a que el mejor control (supervisión) que puede existir sobre el gobierno de las empresas es aquel que ejerce el mismo mercado y por ello lo que el Estado debe hacer es procurar que éste funcione eficientemente. Para que esto sea posible es necesaria la mayor transparenc ia y esto, a nuestro juicio, es lo que ha procurado la Ley. IV. Ley 35/2003 de Instituciones de Inversión Colectiva (BOE, 5 de noviembre de 2003) Las IIC son una pieza esencial de todo sistema financiero, pues constituyen el canal natural para la participación de los pequeños ahorradores en los mercados de capitales. En una palabra, las IIC son la pieza clave del llamado «capitalismo social de mercado» o «economía social de mercado». En lo que a nuestro tema respecta, la importancia que las IIC tienen para el gobierno corporativo puede verse en las reformas que sobre estas instituciones se han realizado, por ejemplo, en Italia11. Partiendo de este convencimiento, el 4 de noviembre de 2003, el Gobierno español aprobó una nueva Ley de Instituciones de Inversión Colectiva que tiene como objetivo instituir de forma clara, ordenada y completa los aspectos sustantivos del régimen jurídico de estas entidades, de modo que se refuercen la seguridad jurídica y la transposición de las dos Directivas que han modificado la regulación comunitaria de los Organismos de Inversión Colectiva en Valores Mobiliarios (OICVM)12. Estas Directivas vienen a completar la regulación de las OICVM en Europa y, al mismo tiempo, cumplen con el Plan de Acción de Servicios Financieros (PASF) para la definitiva conformación de un Mercado Financiero Único Europeo encomendado por el Consejo Europeo a la Comisión Europea13. En este último sentido, cabe destacar que las Directivas mencionadas extienden el pasaporte comunitario a las sociedades ge storas y amplían la gama de activos en inversión colectiva. La nueva Ley de IIC española se basa en tres principios básicos14: 1. La liberalización de la política de inversión. En este sentido, el legislador español ha considerado que las restricciones a las posibilidades de inversión de las IIC podrían convertirse en un freno para que la inversión colectiva española pueda satisfacer las aspiraciones de una base de inversores cada vez más exigente y diversa. En esta materia, la Ley se asienta en los tres principios básicos de toda política de inversión: la liquidez, la diversificación del riesgo y la transparencia. 2. El reforzamiento de la protección a los inversores con nuevos instrumentos. El fortalecimiento de las obligaciones de transparencia y de las normas de conducta para prevenir conflictos de interés, especialmente a partir de los escándalos financieros desde el «caso Enron», se ha mostrado como un instrumento necesario para una más adecuada protección de los inversores que el legislador no puede desconocer. 3. El perfeccionamiento del régimen de intervención administrativa. Con la nueva Ley se intenta agilizar el procedimiento administrativo y la seguridad jurídica para los administrados. Esta intervención cobra una especial importancia considerando el interés público comprometido en el mercado financiero y la velocidad de los negocios que dicho mercado exige para su funcionamiento eficiente. En pocas palabras, eficiencia, transparencia y flexibilidad son tres componentes básicos para el buen funcionamiento del Mercado Financiero. No es éste el lugar para hacer un comentario exhaustivo de la Ley de IIC. Ya otros expertos lo han hecho de modo más acabado de lo que podríamos hacerlo en este libro. Aquí nos corresponde sólo comentar aquellos aspectos que, a nuestro juicio, conciernen al buen gobierno corporativo. En este sentido, la exigencia impuesta por la nueva Ley a las Socieades Gestoras de Instituciones de Inversión Colectiva (SGIIC) de ejercer todos los derechos inherentes a los valores integrados en el Fondo en beneficio exclusivo de los partícipes, especialmente el derecho de asistencia y voto en las Juntas Generales, e informar a éstos de su política en relación al ejercicio de esos derechos justificando bien el no ejercicio del derecho de voto o bien el sentido del mismo15, nos parece una innovación altamente positiva y conforme a las recomendaciones y normas de buenas prácticas de gobierno corporativo. Esta mayor implicación de los Fondos en el gobierno de las empresas en las que invierten contribuirá, sin duda, a fomentar un capitalismo popular acorde con la economía moderna. No obstante, hay que aclarar que esta novedad de la Ley no ha quedado exenta de críticas. En efecto, hay quienes sostienen que obligar a las IIC a ejercer el derecho de voto podría llevar, en la práctica, a su cumplimiento meramente formal, lo que se traduciría en votar de acuerdo con la mayoría del Consejo de modo sistemático. Además, este tipo de instituciones, por una cuestión de estrategia comercial tendente a su eficacia y competitividad, no suelen involucrarse en el gobierno de las empresas en que invierten. V. Observatorio de Gobierno Corporativo y Transparencia Informativa de las Sociedades Cotizadas del IBEX 35 Español de la Fundación Estudios Financieros «La mayoría de la gente gasta más tiempo en hablar de los problemas que en afrontarlos» (Henry Ford, 1863-1947. Empresario norteamericano) Con fecha 15 de septiembre de 2003 la Fundación de Estudios Financieros (FEF) tomó la iniciativa de crear un Observatorio del Gobierno Corporativo y Transparencia Informativa. Dicho observatorio se reunirá con carácter anual para discutir el estado y la evolución del buen gobierno de las empresas y su grado de transparencia. Con este objetivo, la FEF, con la colaboración de un grupo de investigadores de las Universidades de Oviedo y Alicante, ha realizado un trabajo titulado: Observatorio de Gobierno Corporativo de las Grandes Sociedades Cotizadas en el Mercado de Valores Español (IBEX 35), 2003. En el trabajo se han analizado 201 variables. Éstas se engloban en las siguientes categorías: estructura de propiedad (28 variables), composición y funcionamiento del consejo de administración (72 variables), derechos y obligaciones de los accionistas (32 variables), y transparencia informativa (69 variables). Como se mencionaba antes, el Observatorio se reunirá con carácter anual para discutir el estado y la evolución del buen gobierno de las empresas y su grado de transparencia, de modo que sus resultados sean comparables de año en año, siendo, por tanto, una herramienta dinámica. 1. La elevada concentración de la propiedad Una de las conclusiones del estudio realizado, y que coincide con otras de ámbito internacional16 es el alto grado de concentración accionarial existente en las empresas cotizadas españolas. El porcentaje de sociedades en las que un gran accionista tiene más de un 25% supera el 42%. Mucho mayor que, por ejemplo, en países como el Reino Unido, caracterizados por su dispersión accionarial, y donde el 90% de las compañías cotizadas en ese mercado está en manos de accionistas que poseen como «máximo» el 25% de las acciones (o los derechos de voto)17. La alta concentración empresarial es una característica de las empresas de los países del continente europeo y que se mue stra como la mayor diferencia si se las compara con las de los países anglosajones. No obstante, ello no permite hacer juicios de valor sino tan sólo constatar lo que parece ser la respuesta a una determinada estructura social y cultural. En cuanto a la naturaleza o tipo de accionistas significativos, los estudios realizados indican que, como media, la mayor participación corresponde a las empresas no financieras, seguidas por las familias, las entidades bancarias y de seguros y los inversores institucionales. Otro dato importante que refleja la gran transformación sufrida por la economía española desde su ingreso en la Unión Europea es la escasa participación del Estado en las empresas (1,47%) porcentaje que se eleva al 2,30% si se consideran las participaciones que el Estado posee a través de otras sociedades. No obstante, este valor es aún menor si tenemos en cuenta que el Estado participa sólo en un 10% del total de sociedades objeto del estudio 2. Composición y estructura de los Consejos. La importancia de los consejeros independientes «La gente te pide críticas, pero en realidad, sólo quieren halagos» (William Sommerset Maughan, 1874-1965. Escritor inglés) Los Consejos de Administración de las empresas cotizadas españolas no se caracterizan por su gran tamaño (quince miembros como media, número recomendado —como máximo— por el Informe Olivencia y también por otros informes internacionales). Este dato, en principio positivo, debe unirse al relacionado con la frecuencia de sus reuniones (una por mes), que, con mucho, supera la de otros países con un Mercado de capitales más desarrollado como Estados Unidos. Un aspecto importante a destacar, más que el tamaño de los Consejos y la frecuencia con que se reúnen, es el relativo a su composición, es decir, cómo reflejan los Consejos la estructura de la propiedad de la sociedad. Éste es uno de los puntos centrales del buen gobierno corporativo: la relación propiedad-control o los llamados «problemas de agencia». En el caso español, la estructura de los Consejos refleja la alta concentración de capital18. La estructura de los consejos es importante por sus implicaciones en el buen funcionamiento del mismo. En este sentido, debemos destacar que la mayoría de las empresas cotizadas españolas poseen las tres comisiones delegadas recomendadas en el Informe Olivencia y en la mayoría de los códigos y principios internacionales sobre gobierno corporativo: comisión de auditoría y control, comisión de nombramientos y comisión de retribuciones. No obstante, lo positivo de este dato, lo verdaderamente importante es la composición de estas comisiones, esto es, si se componen, en su mayoría, por consejeros independientes, dominicales o ejecutivos. De los análisis realizados19 se observa que la proporción de consejeros independientes dentro del Consejo (no vinculados bajo ningún tipo de relación con la empresa más que la de su relación contractual con la sociedad) aunque no es alta, es significativa. Sólo en un 20% de las sociedades estos consejeros superan el 50% de los puestos del Consejo, pero superan el 25% en el 60% de las sociedades. El número promedio de consejeros de los comités de auditoría es de tres y en su mayoría son independientes (más del 50%). Además, en más del 70% de las sociedades, el presidente de la comisión de auditoría y control es consejero independiente. Datos similares pueden recogerse de las comisiones de nombramientos y retribuciones. Otra variable importante a considerar, por la relevancia que ha tenido a nivel internacional, especialmente a partir del «caso Enron», es el relativo a la separación de los cargos de presidente del consejo y primer ejecutivo de la compañía. La unión de ambos cargos, por la alta concentración de poder que significa en manos de una sola persona, se ha considerado no recomendable por la mayoría de los Códigos de Buen Gobierno Corporativo. En España, el presidente del Consejo de Administración es un ejecutivo en un 80% de las sociedades, siendo, además, su máximo ejecutivo (consejero delegado) en un 77% de los casos analizados. Tan sólo en un 31% de las sociedades el presidente del Consejo de Administración no es el máximo ejecutivo o, siéndolo, el vicepresidente primero es independiente. 3. La remuneración del Consejo de Administración Un tema en el que aún existe mucha controversia y que ha cobrado especial relevancia a partir de los escándalos financieros acaecidos en Estados Unidos es el relativo a la remuneración de los administradores, tanto en sus formas como en sus cantidades. La Comisión Nacional del Mercado de Valores a través de la Circular que establece el contenido del Informe Anual de Gobierno Corporativo20 exige el detalle de la retribución agregada de sus consejeros pero aún permanece abierto el debate en torno a si esta información debe ser individualizada o no y si se deben fijar topes máximos a dichas remuneraciones. En el caso español, del análisis realizado por el Observatorio de Gobierno Corporativo de la FEF puede concluirse que las retribuciones medias de los consejeros no son altas si se compara con sus pares en otros países21. Si las remuneraciones no alcanzan a cubrir correctamente los riesgos y la dedicación que se derivan de una adecuada aplicación de las normas de buen gobierno corporativo, se puede producir una cierta y peligrosa descapitalización de talento de buenos consejeros ya sean externos dominicales o independientes. En cuanto a la forma de remuneración, la más extendida es la retribución fija. A ésta le siguen las retribuciones por dietas y luego la compensación por resultados. La forma menos utilizada es la que más controversia ha suscitado a partir de los escándalos arriba mencionados: las opciones sobre acciones (stock options), utilizada por tan sólo un 9% de las sociedades. No obstante, esta forma de remuneración es la más utilizada para los directivos (57%). La remuneración no es una cuestión menor. Actualmente, se presenta como uno de los principales instrumentos que tiene una compañía para estimular a sus consejeros y directivos no consejeros no sólo al buen desempeño de sus funciones sino en su diligencia para dirigir la compañía y procurar obtener los mejores resultados. Así como las remuneraciones excesivas, a la luz de los últimos escándalos corporativos internacionales, parecen haber sido factores que coadyuvaron a la corrupción de muchos ejecutivos, una retribución poco atractiva o que no logre estimular suficientemente la labor de control que deben realizar los consejeros también puede ser un incentivo negativo y ser contraproducente para la compañía. Por ello, se considera que la política de remuneraciones de las compañías cotizadas, tanto en sus volúmenes como en sus formas, debe ser un ámbito de absoluta y total autorregulación, incluyéndose puntos fijos y variables en función de resultados y una equilibradda proporción de opciones sobre acciones, limitándose la regulación estatal a exigir sólo su información pública. 4. La escasa protección de los accionistas minoritarios Dejando los mecanismos internos de la empresa y observando el mercado, la protección de los derechos de los accionistas ha demostrado ser el instrumento más importante no sólo para el control del gobierno de las empresas sino como estímulo a su eficacia y eficiencia. En última instancia, todas las acciones que decida llevar a cabo una sociedad deben encaminarse a la satisfacción de éstos, sus verdaderos dueños. Hablar de «responsabilidad social» de las empresas sin tener en cuenta también el beneficio de sus accionistas sería confundir o desconocer su objeto y finalidad. Como resultado de los últimos estudios empíricos en la materia22 los países anglosajones se caracterizan por otorgar una mayor protección de los accionistas minoritarios que la otorgada por los países del continente europeo. Un dato positivo que surge del Observatorio del Gobierno Corporativo es que ninguna sociedad cotizada española ha emitido, en el período analizado, acciones sin voto y sólo un ínfimo porcentaje han emitido acciones rescatables y acciones preferentes (2,8 y 8,5 respectivamente). Por otro lado, el dato negativo es la existencia de pactos parasociales (más del 10%). Estos pactos, aunque antes de la Ley de Transparencia no era obligatorio informarlos a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, constituyen una práctica incompatible con las recomendaciones y principios de buen gobierno corporativo de la mayoría de los países y organizaciones internacionales. Las limitaciones establecidas en la mayor parte de las sociedades (94%) para asistir a la Junta General, que se traducen en el establecimiento de un mínimo de representación de acciones o valor nominal del capital social (el límite máximo permitido por la ley es del uno por mil), no puede calificarse, en sí misma, como una práctica negativa, teniendo en cuenta la necesidad de conjugar el derecho de todos los accionistas de asistir a las Juntas y la operatividad y eficacia de las mismas, sobre todo, en empresas con alto grado de capitalización bursátil. No obstante, del estudio realizado se puede deducir que son estas últimas las que más respetan los derechos de los accionistas, superando así a la calificación media no ponderada. De las variables analizadas por los autores en vistas a detectar el nivel de protección de los derechos de los accionistas (pactos parasociales, delegación de voto, número mínimo de acciones para asistir a la Junta y otras) se puede concluir que ese nivel no es alto. Esta observación parece coincidir con las conclusiones a las que llegan estudios empíricos internacionales en cuanto a la escasa protección de los accionistas minoritarios existente en los países del continente europeo comparada con la de los países anglosajones, aspecto éste que debería tenerse muy en cuenta en futuras reformas en materia de Derecho de sociedades. 5. El Reglamento de la Junta General de Accionistas A partir de la aprobación de la Ley de Transparencia23, el Reglamento de la Junta General de Accionistas (JGA) pasó de ser un documento meramente voluntario a tener carácter obligatorio para las sociedades cotizadas españolas. A fecha de diciembre de 2003 (cinco meses después de aprobada la Ley), el porcentaje de sociedades que ha aprobado dicho documento es bajo, asciende a un 28,57%. En cuanto al contenido, dichos reglamentos se refieren, en general, a los aspectos relacionado con la convocatoria, orden del día, celebración y desarrollo de la Junta. Aspectos sustanciales como la necesidad de elevar a la JGA decisiones de negocio trascendentales para la empresa o la posibilidad de que los accionistas presenten sus propuestas en la páginas web, en la mayoría de los casos analizados, no aparecen recogidas en los reglamentos. 6. Blindajes Los blindajes se han mostrado, en la práctica internacional, como un medio muy utilizado por las empresas para protegerse de sus competidores y proteger a sus propios directivos. Estas medidas defensivas, generalmente previstas en los estatutos de las empresas, pueden ser de distinta índole y adoptar distintos modos, a veces encubiertos. Éstas pueden ir desde las llamadas «acciones de oro24» adoptadas por muchas empresas privatizadas, vinculadas con sectores considerados «estratégicos» por los Estados, y donde éstos suelen reservarse cierto poder de veto sobre las decisiones trascendentales de la empresa, pasando por la exigencia de mayorías cualificadas o quórum reforzados para la adopción de ciertas decisiones en el seno de la JGA, la ruptura del principio «una acción - un voto» hasta la limitación del derecho de voto de los accionistas. Los resultados a los que llega el Observatorio muestran que las sociedades del índice selectivo español Ibex 35 usan poco los blindajes. Las medidas defensivas más adoptadas por estas sociedades son la limitación de los derechos de voto de los accionistas (1/3 de las sociedades), los quórum reforzados (25% de las sociedades) y las mayorías cualificadas (20%). 7. La transparencia La transparencia informativa que analiza el Observatorio abarca tres aspectos: la transparencia contable, la transparencia en aspectos relacionados con el gobierno corporativo y la transparencia en página web de las sociedades del Ibex 35. En relación a los principios contables aplicados, la totalidad de las sociedades formulan sus cuentas anuales y los estados financieros trimestrales siguiendo los principios contables admitidos en nuestro país. El porcentaje de sociedades que presentan, en el Informe Anual publicado en nuestro país, las cuentas anuales según los principios internacionales IFRS (NIC), a la fecha del estudio, era bastante reducido (menos de un 9%). Sin embargo, dado que hay sociedades cuyas acciones cotizan en mercados de valores distintos del español (45,7%) éstas presentarán, presumiblemente, las cuentas anuales siguiendo principios contables reconocidos en otros países25. Un dato que quizá merece la pena destacar es que el 100% de las sociedades cotizadas españolas del Ibex 35 incorporan en sus cuentas anuales los estados contables consolidados según las normas de aplicación. En relación a la transparencia en los aspectos relacionados con el gobierno corporativo se contempla la información otorgada por las sociedades en el Informe Anual y en el Informe Anual de Gobierno Corporativo del ejercicio de 2002 (publicados en 2003). Dentro de la información sobre gobierno corporativo encontramos apartados como la estructura de la propiedad, la composición y funcionamiento del Consejo de Administración, el sistema de remuneración de los directivos y consejeros, las Juntas Generales de Accionistas y los derechos de los accionistas. En cuanto a la estructura de la propiedad, un alto porcentaje de las sociedades informan sobre la identidad de los grandes accionistas de la sociedad (90%). Por otro lado, es muy reducido el número de sociedades que manifiestan la existencia o no de pactos parasociales entre accionistas significativos (14%)26. En cuanto al Consejo de Administración, se observa que casi la totalidad (97%) de las sociedades informan sobre la composición del Consejo, detallando los cargos que ocupa cada consejero. La cara opuesta de este dato positivo es que ninguna sociedad informa sobre la existencia, o no, de consejeros cruzados con otras sociedades. Ello puede estar relacionado con la existencia de estructuras piramidales, que, como se ha observado, es una de las características del Mercado de Capitales español. El mismo contraste que observamos entre la información sobre la estructura de la propiedad y la existencia o no de pactos parasociales, podemos observarla en relación a la remuneración de los consejeros. La totalidad de las sociedades informa sobre la remuneración global de sus miembros, pero un porcentaje muy reducido (8,5%) lo hace en forma individualizada. Un aspecto donde la información se revela muy escasa es el relativo a las Juntas Generales de Accionistas, el gran ausente en los Códigos Olivencia y en el Informe Aldama. El análisis realizado observa que menos de un 20% de las sociedades informa sobre el desarrollo de las JGA y menos de un 30% se refieren explícitamente a las medidas defensivas. Este porcentaje aumenta en lo referente a los cauces de información con los accionistas (51%). Otras informaciones relativas al gobierno corporativo muestran que casi la totalidad de las sociedades informan sobre operaciones con empresas del grupo, pero el nivel desciende ostensiblemente en lo referente a las operaciones vinculadas (54%) y sobre los sistemas de control de riesgo (43%). Lo que también puede explicarse por el alto grado de concentración de capital y las estructuras piramidales. En relación a la información sobre los documentos emitidos por las sociedades referidos al gobierno corporativo, se observa que el 50% de las sociedades ha hecho público durante el año 2003 un Informe Anual de Gobierno Corporativo (referido al ejercicio del año 2002). Este porcentaje se eleva al 75% si se consideran las sociedades que dedican una Sección de la Memoria al Informe Anual al gobierno corporativo. Finalmente, cabe mencionar que la información relativa a la Responsabilidad Social Corporativa es relativamente elevada (70%) en lo referente a donaciones y otros compromisos sociales y/o medioambientales. El último aspecto relacionado con la transparencia es el referido a la página web de las sociedades. En primer lugar hay que destacar que el estudio muestra que el 100% de las sociedades tienen un página web a través de la cual se da información sobre la sociedad. En cuanto a los documentos que aparecían en las páginas web de las sociedades, la totalidad de éstas mostraban el Informe Anual del último ejercicio y más de un 88% mostraban los Informes Anuales de los dos últimos ejercicios, tal y como requiere la Ley 44/2003. Aquí, nuevamente, podemos observar que el gran ausente vuelve a ser la Junta General de Accionistas, con tan sólo un 26% de las sociedades publicaban en su página web del Reglamento de la JGA, presumiblemente porque no lo tenían. 8. Conclusiones Del estudio se puede inferir que hay aspectos en los que las grandes sociedades cotizadas muestran buenas prácticas y que pasamos a enumerar a continuación: — La escasa participación del Sector Público en el capital de las sociedades. — Un tamaño promedio de los Consejos de Administración no elevado, aunque algunas sociedades sí posean Consejos de Administración con un número de consejeros elevado. — Una frecuencia de las reuniones del Consejo de Administración casi mensual. — Una composición de los Consejos de Administración que refleja en gran medida la estructura de propiedad de las sociedades. — La existencia de comisiones de auditoría y de nombramientos y retribuciones en prácticamente todas las sociedades, siendo el porcentaje de consejeros externos no vinculados al equipo directivo, presentes en el seno de estas comisiones, muy elevado. — El elevado porcentaje de sociedades con una Oficina de Relaciones con los Accionistas en la página web, o con un espacio dedicado a la Junta General dentro de la página web. — La escasa presencia de blindajes en las sociedades, aunque sería deseable que éstos fuesen inexistentes. — El elevado grado de transparencia contable. — El buen nivel de transparencia en la página web de las sociedades. Entre los aspectos que las sociedades podrían mejorar para adaptarse mejor a las Buenas Prácticas de Gobierno Corporativo internacionalmente reconocidas se pueden encontrar los siguientes: — La existencia de estructuras piramidales en la estructura de propiedad de algunas sociedades. — La escasa participación de los consejeros y consejeros ejecutivos en el capital de las sociedades. — La presencia de consejeros independientes vinculados en algunas sociedades. — La no separación del cargo de presidente del Consejo de Administración y primer ejecutivo de la sociedad, y la no existencia de vicepresidentes independientes en estos casos. — El Secretario del Consejo de Administración no es consejero en la mayoría de las sociedades. — La no existencia de comisiones ejecutivas en un relativamente elevado porcentaje de sociedades. — La no existencia de un Reglamento Interno de Conducta en algunas sociedades. — La remuneración de los consejeros externos. — La escasa implantación de formas de retribución a los consejeros externos ligados a los resultados de la empresa o al valor de la acción. — La no existencia de un Reglamento de la Junta General de Accionistas en un elevado número de sociedades. — El que no se recoja el derecho de los accionistas a la delegación de voto, postal o electrónico, en una amplia mayoría de sociedades. — El bajo grado de transparencia informativa, por parte de las sociedades, en los aspectos relacionados con el gobierno corporativo. VI. Los principios de Buen Gobierno Corporativo del Instituto de ConsejerosAdministradores «Porque el que lo ha de ser (consejero) requiere tener tres calidades: la primera, autoridad; la segunda, prudencia, y la tercera ser llamado» (Miguel de Cervantes, 1547-1616. Escritor español) 1. Código de Buenas Prácticas para los consejeros y el Consejo El Instituto de Consejeros-Administradores (IC-A) de España, en su carácter de organización independiente, no política, formada por consejeros y administradores de entidades, ha desarrollado una extensa labor en la defensa por la aplicación de buenas prácticas de gobierno corporativo, cuidando el ámbito natural de libertad que en este aspecto corresponde a las sociedades. Consecuente con sus objetivos de promoción y difusión de las normas de buen gobierno corporativo, el Instituto ha redactado, en junio de 2004, un Código de Buenas Prácticas para el Consejo y los consejeros27 teniendo en cuenta la extensa experiencia internacional en esta materia y sus más importantes códigos e informes. Como resulta evidente, para su redacción, también se ha tenido en cuenta la legislación española. Se recogen en estos Principios de Buen Gobierno Corporativo del Instituto, que fueron presentados a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) el 13 de julio de 2004, las mejores prácticas internacionales y últimas recomendaciones de la OCDE y UE, así como códigos e informes españoles (más de 17 códigos/informes han sido analizados para la elaboración de dichos principios). A la luz de la experiencia que los miembros del Comité Profesional del Instituto que se ha encargado de redactar el Código de Buenas Prácticas tienen en el gobierno y la administración de las sociedades, en particular en las más grandes, la aportación de su trabajo resulta muy significativa, tanto para los accionistas como para el resto de las sociedades y sus consejeros. También resulta de utilidad para el legislador y las autoridades gubernamentales encargadas de la elaboración y aplicación de las leyes. Esto permitirá que la Administración Pública tenga acceso a documentos que en materia de gobierno empresarial sean fruto de la reflexión y el análisis de las personas que están directamente vinculadas con esta tarea, que son quienes mejor conocen y viven las prácticas de gobierno de la mayoría de las sociedades. En pocas palabras, que las normas sean fruto de la realidad que debe regular y no imposiciones que la encorseten. El Instituto realiza, entre otras, para los Consejeros-Administradores, las actividades de: Representación y Opinión, Difusión de las mejores prácticas de Gobierno Corporativo Internacional, Desarrollo Profesiona l y Formación de Consejeros y Servicios de Información y Consultoría. En relación a la Formación en materia de Corporate Governance a los Consejeros, su filosofía se fundamenta en un modelo internacional ampliamente probado. Su filosofía se inspira en el modelo del organismo equivalente del Reino Unido: el «Institute of Chartered Secretaries and Administrators». Por ello, una vez más, destacamos este significativo documento que ha realizado el Instituto de Consejeros-Administradores y que con su autorizació n anexamos a este libro como uno de los documentos de referencia y consulta obligados en el ámbito español. VII. El Proyecto de Código Unificado de Buen Gobierno Corporativo y Transparencia informativa de la Fundación de Estudios Financieros «Estábamos unidos por la común tarea» (Gabriel Celaya, 1911-1993. Poeta español) El proyecto de Código Unificado de Buen Gobierno y Transparencia Informativa que se adjunta en el anexo documental de este libro ha sido propuesto por la Fundación de Estudios Financieros (FEF) y tiene como objetivo servir de Guía de Buenas Prácticas de Gobierno Corporativo y transparencia informativa. El Código constituye una refundición de la Guía de Principios de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés y de la Guía de Buenas Prácticas para el Desarrollo de las Juntas Generales de Accionistas de Sociedades Cotizadas, publicadas por la FEF. Para su elaboración se han considerado también las recomendaciones hechas por la Comisión Especial para la Transparencia y Seguridad de los Mercados Financieros y las Sociedades Cotizadas (Informe Aldama), las realizadas por la Comisión Especial para el Estudio de un Código Ético de los Consejos de Administración de las Sociedades (Código Olivencia), las incluidas en el Código elaborado por el Instituto de Consejeros-Administradores, las realizadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) así como las que se han hecho sobre esta materia en la Unión Europea (sobre consejeros no ejecutivos, sobre remuneración de los directivos y consejeros y sobre derechos de los accionistas). Este proyecto de unificación nace de la necesidad de simplificar y actualizar las normas relativas al buen gobierno y la transparencia informativa de las sociedades cotizadas que hasta el momento rigen en España. El «Código Unificado» no incorpora las normas de carácter vinculante que, por su propia naturaleza, no deben formar parte de un código de carácter voluntario como el que aquí se presenta. Finalmente, es importante aclarar, para evitar confusiones o malas interpretaciones a que pueda dar lugar la palabra «código», que el mismo no pretende romper con el principio de autorregulación y cumplimiento voluntario que gobierna los documentos que le sirven de base. Por ello, el presente código se rige por el principio general de «cumplir o explicar», por el cual las compañías, bajo su ámbito de aplicación, deberán, en caso de no cumplir con las recomendaciones en él incluidas, explicar por qué no las cumplen. VIII. El Gobierno Corporativo en las Cajas de Ahorros «La virtud y el poder supremo no van de la mano» (Lucano, 39-65. Poeta Latino) También se ha abordado en España la cuestión del Buen Gobierno Corporativo en el Sector de las Cajas de Ahorros. En los momentos de publicar este libro se ha expuesto un texto de consulta en la materia por parte de la CNMV (Comisión Nacional del Mercado de Valores) que se adjunta en el anexo documental y que ha sido discutido por el Supervisor con el Sector de Cajas de Ahorros. El proyecto se somete a consulta del mercado y de sus agentes para afrontar su texto definitivo. Es ésta una de las cuestiones más importantes del proceso de Buen Gobierno Corporativo en España ya que no en vano las Cajas de Ahorros representan más de la mitad del Sistema Financiero del país y, lo que es más importante, a estos efectos, concentran la mayor parte del control de las grandes empresas cotizadas en Bolsa. Además, al tener un estatuto legal que no reconoce propiedad del capital, las Cajas de Ahorros ni pueden cotizar en Bolsa ni están sujetas a reglas de los Mercados Financieros en materia de Transparencia y Governance. Así pues, en nuestro país, los mayores capitalistas de nuestra Bolsa no se rigen por las normas tradicionales de los mercados capitalistas de control y poder económico. Ello ha devenido en la conveniencia de dotar al sector de una normativa específica en materia de Transparencia a través de la próxima circular de la CNMV que más adelante comentaremos. Dos son las reflexiones que se deben hacer en relación a la actuación de las Cajas de Ahorros en el mercado de «control empresarial cotizado». La primera es que los órganos de Gobierno de las Cajas tienen mucho que ver con la política y, por lo tanto, que las Cajas hayan asumido un papel protagonista en las «privatizaciones bursátiles» y se conviertan en los capitalistas por excelencia de nuestra Bolsa suscita recelos entre los partidarios de una economía liberal cada vez más alejada de la política. Si ello es así, además, sin someterse a las normas convencionales de Transparencia, el problema se agrava más. La segunda se refiere al hecho contrastado de que el sector de Cajas se ha comportado muy bien en términos de profesionalidad, eficiencia y solvencia y que su apoyo financiero y de gestión a las grandes empresas cotizadas ha redundado casi siempre en buenas performances y en un crecimiento e internacionalización que sin ese apoyo hubiera sido más difícil o quizá ¿imposible? Resulta paradójico que éste sea el modelo de poder económico de nuestra economía liberal capitalista, pero ha demostrado funcionar correctamente en términos de eficiencia económica, por lo que ahora procede dotar a ese modelo de una credibilidad adicional mediante normas de transparencia y procesos de buen gobierno autorregulados que favorezcan un ejercicio del poder económico más cercano a los intereses minoritarios y a la igualdad de derechos de los accionistas. En definitiva, un modelo de Governance más de tipo anglosajón que se identifique con el concepto de autorregulación que en materias de gobierno corporativo se ha definido en nuestro país. Esa combinación de elementos puede representar un modelo económico y empresarial muy eficiente y beneficioso para el conjunto de la sociedad española, aunque sea sui generis, e inédito en el mercado capitalista mundial. A partir de ahora, muchas son las voces que reclamamos que las Cajas de Ahorros se pongan a la cabeza del movimiento de Buen Gobierno y Transparencia en nuestro país, para garantizar una adecuada consolidación del proceso de nuevo gobierno empresarial. 1. Comentarios a la Circular de la CNMV sobre el Informe Anual de Gobierno Corporativo de las Cajas de Ahorro Con fecha 29 de abril de 2005, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) ha publicado la Circular sobre el Informe Anual de Gobierno Corporativo de las Cajas de Ahorros emisoras de valores admitidos a negociación en mercados secundarios oficiales de valores, y otros instrumentos de información de las Cajas28. El proyecto desarrolla el contenido del informe previsto en la Orden ECO/354/2004, la que a su vez ampliaba el contenido (mínimo) incluido en la Ley de Transparencia (Disposición Adicional Segunda). 2. Ámbito de aplicación de la Circular: Cajas emisoras de valores negociables En primer lugar debemos destacar la distinción que hace la Circular entre Cajas emisoras de cuotas participativas y Cajas emisoras de otros valores. Esta distinción es positiva y ya había sido sugerida por la Confederación Española de Cajas de Ahorro (CECA), con un buen criterio, pues se adapta a la finalidad de la Ley 26/2003, de 17 de julio, de Transparencia de las Sociedades Cotizadas, cual es la de proteger a los mercados financieros a través de una mayor y mejor transparencia. En este sentido, la Circular asume que los rie sgos en que incurren las entidades que emiten cuotas participativas son mayores que los de aquellas entidades que no las emiten29. Debemos recordar, igualmente, que la Circular de la CNMV 1/2004, de 17 de marzo, relativa al Informe Anual de Gobierno Corporativo de las sociedades cotizadas, ya distinguió entre el informe aplicable a emisores de renta variable y el informe aplicable a otras entidades emisoras de renta fija. Con el mismo fundamento, la Circular ha previsto un modelo único de informe aplicable a todas las Cajas emisoras, excluyendo a aquellas que no emitan cuotas participativas del cumplimiento de algunos de sus apartados. Entre ellos, cabe destacar los relativos a la información de auditoría, a los controles de riesgo y, evidentemente, el epígrafe referido a las cuotas participativas. No obstante estas salvedades, las Cajas que no emitan cuotas participativas tienen libertad para incluir esta información en su Informe Anual de Gobierno Corporativo, lo que, sin duda, será muy beneficioso para su reputación en el mercado. 3. Carácter de la información. Responsabilidad En segundo lugar debemos decir que la Circular respeta el principio general de transparencia informativa sentado ya en la Ley de Transparencia en cuanto exige que ésta sea clara, íntegra, correcta y veraz (Norma 2), atribuyendo la responsabilidad de su cumplimiento al órgano de administración de la Caja. Asimismo, atribuye al informe anual de gobierno corporativo el carácter de «información relevante». 4. Operaciones de crédito, aval o garantía Otro aspecto que merece la pena destacar de la Circular es la mayor seguridad jurídica que otorga al definir, en sus instrucciones para el cumplimiento del Informe, qué debe entenderse por entidades dotadas, adscritas y participadas. Estas definiciones son importantes en vistas a los apartados de la Circular que exigen una información detallada de este tipo de operaciones. De particular interés, teniendo en cuenta la gran influencia política a las que están expuestas las Cajas por sus fines y su estructura de gobierno, es el informe detallado que exige la Circular sobre las operaciones de crédito, aval o garantía, efectuadas directa o indirectamente a favor de los grupos políticos que tengan representación en las corporaciones locales y en los Parlamentos autonómicos. 5. Operaciones vinculadas e intragrupo En cuanto a las operaciones vinculadas, la Circular remite a las definiciones y criterios establecidos en la Orden EHA/3050/2004, de 15 de septiembre, sobre la información de las operaciones vinculadas que deben suministrar las sociedades emisoras de valores admitidos a negociación en mercados secundarios oficiales y su desarrollo normativo30. En cuanto a las operaciones intragrupo, la Circular las define como aquellas operaciones que relacionen directa o indirectamente a una entidad con otras del mismo grupo, entendiendo éste tal como lo establece el artículo 4.º de la Ley 24/1988 del Mercado de Valores. 6. Remuneraciones Por la importancia que este aspecto ha tomado desde fechas recientes y también en algunas sociedades europeas, es de destacar la información relativa a las remuneraciones. La Circular distingue tres aspectos: — Remuneración percibida por el personal directivo, los miembros del Consejo de Administración y los miembros de la Comisión de Control, por la prestación de servicios a su entidad o entidades controladas. — Remuneraciones percibidas por los miembros de los Órganos de Gobierno. — Remuneraciones percibidas por los miembros de los Órganos de gobierno y por el personal directivo en representación de la entidad en sociedades cotizadas o en otras entidades en la que la entidad tenga una presencia o representación significativa (las instrucciones de la Circular aclaran que la representación de las Cajas se considerará significativa cuando alcancen, al menos, el 20%). 7. Información en la página web Por último, siguiendo lo establecido en la Orden ECO/354/2004, que desarrolla, la Circular establece el contenido (mínimo) obligatorio y el potestativo de las página web que deben tener las Cajas de Ahorros. Consideramos importante también destacar que la Circular no rompe el equilibrio ya establecido en la Ley de Transparencia, y seguido por sus normas de desarrollo, entre regulación y autorregulación, pues las informaciones en ella exigida son, al igual que aquéllas, de carácter mínimo. Esta información, después de un amplio período de consultas y el consenso del sector, ha sido considerada esencial para la protección de los mercados financieros en general y de los inversores en particular. Esto, lejos de perjudicar a las Cajas, contribuirá a fortalecer aún más su posición en el mercado financiero español. IX. El buen gobierno en la empresa familiar Mucho se ha discutido a lo largo de estos últimos años sobre la idoneidad y convenienc ia de aplicar estándares de Buen Gobierno en las empresas familiares. Hasta el presente (abril de 2005) se ha venido imponiendo la tesis de que las normas y recomendaciones de Buen Gobierno y Transparencia eran propias de empresas cotizadas y no aplicables a las empresas familiares. Las cosas han empezado a cambiar a raíz de la publicación del trabajo Guía Práctica del Buen Gobierno en la Empresa Familiar (véase el anexo documental) y de su presentación pública el 28 de abril de 2005. Esta iniciativa, promo vida por el Instituto de la Empresa Familiar, ha sido desarrollada en colaboración con la Fundación de Estudios Financieros y el IESE. Esta Guía ha sido el último trabajo incorporado a este libro y es, por tanto, el elemento más novedoso que en él se contempla. También lo es porque por primera vez se asocian Buen Gobierno y Empresa Familiar y se hace desde el propio sector en un ejercicio interesante de autorregulación responsable, capitaneado por el propio Instituto de la Empresa Familiar. Con este elemento se abre una nueva era en el «Governance» de la Empresa Familiar y se abordan las cuestiones más delicadas e interesantes respecto del ejercicio del poder y del equilibrio accionarial, en un sector empresarial clave y mayoritario de la economía española, en el que resulta imprescindible encontrar cauces de interacción eficaces y transparentes entre familia, dirección, propietarios y otros grupos de interés (Administraciones Públicas, trabajadores, clientes, etc.). La resistencia al cambio ha sido importante en el núcleo de grandes empresas familiares no cotizadas, pero el acceso gradual al poder económico de las nuevas generaciones accionariales familiares con una visión más moderna de la gestión empresarial, ha permitido el tránsito que esta nueva Guía anticipa hacia un Gobierno Corporativo Familiar más transparente y eficiente. También ha resultado especialmente relevante la influencia del nuevo concepto de Responsabilidad Corporativa referido a los otros grupos de interés fuera del accionariado y la dirección, que en el caso de muchas grandes empresas familiares no cotizadas tienen una importancia notable por su peso y liderazgo en el mercado. En efecto, la posición de mercado de muchas grandes empresas familiares líderes en sus sectores de actividad las obliga a adoptar pautas de comportamiento y transparencia similares a las de las empresas cotizadas en materia de Buen Gobierno empresarial. Como primer paso, cabe reseñar que serán las grandes empresas familiares no cotizadas las que abrirán el proceso que la publicación de la Guía mencionada abre, y ello servirá de referente y ejemplo para otras empresas familiares de menor dimensión. Siendo realistas, hemos de concluir que el nivel de exigencia no puede ser universal para todo tipo de empresas familiares y que criterios de aplicación gradual y selectiva deberán ser implementados en el futuro en esta materia. La clave de este proceso de Buen Gobierno en la Empresa Familiar radica en la aceptación por parte de los líderes empresariales familiares del concepto de mejora de la eficiencia de las compañías frente a la sensación de obligatoriedad, por la imposición de una moda generalizada de transparencia y control, vinculada a escándalos bursátiles que poco tienen que ver con la Empresa Familiar. En efecto, cada vez está más extendida la idea, cierta y demostrable, de que la aplicación de pautas de Buen Gobierno y Transparencia mejora la eficiencia de las empresas, incrementa su valor y asegura la tranquilidad y la fidelidad de los grupos de interés vinculados a ellas. 1 Un estudio del European Corporate Governance Institute revela que cerca del 75% de los miembros ejecutivos de las empresas que integran el FT 500 son nacionales de los países sede de las mismas. La proporción entre nacionales y extranjeros de los miembros no ejecutivos es similar a la de los miembros ejecutivos. Sólo el 23% de éstos son extranjeros. El estudio también revela que son los países más pequeños los que incorporan mayor cantidad de ejecutivos foráneos (Suiza, el 50%). Entre los países grandes: el Reino Unido es el que muestra el porcentaje más alto (25%); Francia casi igual que el Reino Unido. En Alemania e Italia, al contrario, la proporción desciende a menos del 10%, mucho más en España donde el porcentaje de extranjeros es irrelevante. Similares resultados se obtienen observando el número de miembros no ejecutivos. No obstante, el estudio se encarga de aclarar que de ello no se puede llegar, al menos hasta ahora, a la conclusión de que una mayor cantidad de miembros (ejecutivos y no ejecutivos) provenientes de fuera del país sede de la compañía, sea una garantía de independencia. La principal conclusión es la gran discrepancia que existe acerca de la internacionalización de las compañías en términos de sus actividades y del número de sus miembros ejecutivos y no ejecutivos. 2 Ya hemos visto en este trabajo cómo, en los Consejos norteamericanos, la dedicación de los consejeros ejecutivos más altos se ha calculado en una media de 300 horas anuales, cuestión que, por su exceso, pone en duda su diligencia. 3 Nombre de su presidente. 4 Ex presidente de la CNMV. 5 En el periódico español de información económica Expansión, 26-01-03. Al decir esto, el autor se está refiriendo, básicamente, a los escándalos financieros acaecidos en Estados Unidos a partir del «caso Enron» y que han repercutido en el ámbito financiero internacional. 6 Desarrollada posteriormente por la Orden del Ministerio de Economía. Orden ECO/3722/2003 del 26 de diciembre, sobre el informe anual de gobierno corporativo y otros instrumentos de información de las sociedades anónimas cotizadas y otras entidades (BOE 18 de julio de 2003) y la Circular 1/2004 de 17 de marzo, de la CNMV sobre el informe anual de gobierno corporativo de las sociedades anónimas cotizadas y otras entidades emisoras de valores admitidos a negociación en mercados secundarios oficiales de valores y otros instrumentos de información de las sociedades cotizadas (BOE, 29 de marzo de 2004). 7 La Ley de Medidas de Reforma del Sistema Financiero (44/2002) define la información relevante como «... toda aquella cuyo conocimiento pueda afectar a un inversor razonablemente para adquirir o transmitir valores o instrumentos financieros y, por tanto, pueda influir de forma sensible en su cotización en un mercado secundario» (art. 82). 8 La Ley de Medidas de Reforma del Sistema Financiero (44/2002) define a la información privilegiada como: «... toda información de carácter concreto que se refiera directa o indirectamente a varios valores negociables o instrumentos financieros...» (art. 81). 9 No obstante, estos loables esfuerzos por mejorar el buen gobierno de las empresas cotizadas, cabe destacar que, en líneas generales, las empresas españolas aún están lejos de la media internacional según las mediciones hechas por algunas consultoras internacionales especializadas en efectuar mediciones y estándares de buen gobierno. Entre ellas podemos citar a la consultora Governance Metrics International (GMI), que el 30 de marzo de 2004, en un estudio de 2.000 empresas cotizadas de todo el mundo (el 55% radicadas en Estados Unidos), se muestra que las empresas españolas están lejos de la media internacional, y notablemente de las estadounidenses, las británicas (que son las que tienen mejores calificaciones) y las alemanas. Según esta consultora, el factor determinante de esta diferencia está en las limitaciones del derecho de voto y la ausencia de consejeros independientes en las sociedades cotizadas españolas. La estructura concentrada de la propiedad, en manos de grupos familiares o accionistas de referencia parece ser la explicación más plausible de este fenómeno. 10 Catedrático de Derecho mercantil de la universidad Ramón Llull y de la Escuela de Administración de Empresas (ESADE), en Expansión, 27-05-2004. Número especial sobre gobierno corporativo. 11 A la que nos hemos referido ya en la Segunda Parte de este trabajo. Ahí hemos destacado la relevancia de las IIC en el desarrollo de un mercado de capitales amplio y diversificado, lo que tiene una directa incidencia en la calidad del gobierno de las empresas cotizadas, particularmente, en lo referente al control de sus administradores por parte de los accionistas. 12 La Directiva 2001/107 y 2001/108 CE, del Parlamento Europeo y del Consejo de 21 de enero de 2002, modificatorias de la Directiva 85/611 CEE del Consejo regulador de las OICVM. Las modificaciones efectuadas por estas dos Directivas se refieren a las sociedades de gestión, los folletos de información y las inversiones que pueden realizar los OICV. 13 Sobre un estudio más detallado de este Plan nos remitimos al Estudio sobre la Reforma de los Mercados Financieros Europeos. Fundación de Estudios Financieros, Papeles de la Fundación, n.º 5. 14 Cfr. Exposición de Motivos de la Ley 35/2003 (BOE, 5 de noviembre de 2003). Al momento de escribir el presente, aún se encuentra en fase de consulta su reglamento. 15 Artículo 46 de la Ley de IIC y 77 del Proyecto de Reglamento. 16 Al respecto, pueden verse los resultados a los que llegan las investigaciones de Laporta y otros en las reflexiones finales de este libro. 17 Ver en la Segunda Parte de este trabajo: «Perspectiva internacional comparada. El modelo anglosajón v. el modelo europeo continental». 18 Consejeros que representan a accionistas con una participación significativa en el capital de la sociedad. Para una mayor distinción entre los diferentes tipos de consejeros y sus relaciones con la sociedad nos remitimos al apéndice documental anejo. 19 Ver Informe en el anexo documental. 20 Circular 1/2004 del 17 de marzo. 21 La retribución media, según los datos disponibles, es de 56.357 euros. 22 Ver en la Quinta Parte de este trabajo las conclusiones a las que llegan Laporta, López de Silanes y otros: «Primera y Segunda Generación de Gobierno Corporativo». 23 Ley 26/2003, de 17 de julio, por la que se modifican la Ley 24/1988, del 28 de julio, del Mercado de Valores y el texto refundido de la Ley de Sociedades Anónimas. 24 Cabe destacar que en el caso español, estas «acciones de oro», en rigor, no son tales, sino que son autorizaciones previas del Ministerio de Economía exigidas por la misma Ley de Privatización de Empresas del Sector Energético (Ley 55/1999) y que han sido declaradas ilegales por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. 25 Las normas NIC serán obligatorias para todas las sociedades a partir del año 2005. 26 La publicación de los pactos parasociales ha devenido obligatoria a partir de la Ley de Transparencia. 27 Véase anexo documental. 28 Véase el anexo documental. 29 Véase el artículo 1 de la Circular. Cuarta Parte Buen Gobierno y Transparencia en el Sector Público Cuarta Parte Buen Gobierno y Transparencia en el Sector Público I. Necesidad de un Código de ética y buen gobierno de la Función Pública «Y los que no hacen nada, no se equivocan nunca» (Theodore de Banville, 1823-1891. Escritor francés) 1. Consideraciones generales La Administración Pública es, fundamentalmente, una organización de personas que gestionan bienes públicos o colectivos. Por tanto, los funcionarios públicos realizan una tarea de servicio público, es decir, destinada al interés general. De ahí que, en la función pública, las consideraciones éticas o deontológicas constituyen algo esencial de su propio servicio. Los códigos de deontología o buena conducta para los funcionarios públicos no son algo nuevo. Desde el principio de las civilizaciones se ha juzgado necesario establecer códigos de buena conducta referidos a los funcionarios públicos. Lo que llama la atención de todas estas normas es la coincidencia en su contenido, lo que nos permite hablar verdaderamente de normas universales de una ética pública. No obstante, en los tiempos modernos, éstas deben replantearse conforme a las distintas culturas y estructuras administrativas de los distintos Estados donde aquéllas se apliquen. También la mayoría de las profesiones (abogados, médicos, economistas, etc.) cuentan con un código ético desde hace muchos años. No obstante, en el ámbito de la función pública, esta tendencia parece haber recobrado un renovado interés en la última década. Muy sintéticamente podríamos decir que el renovado interés por la ética en la Administración Pública comienza con la iniciativa propuesta del vicepresidente norteamericano Al Gore al presidente Clinton en 1993 en el Informe «Crear una función pública que funcione mejor y cueste menos» elaborado por la National Performance Review, y luego continuado con el Libro Blanco «Modernizar la Administración» de la Administración del primer ministro británico, Tony Blair, en marzo de 1999 y el Libro Blanco sobre la Mejora de los Servicios Públicos elaborado por el ministro español de Administraciones Públicas, Ángel Acebes, en el año 2000. Todos ellos documentos de referencia que por cuestiones de espacio no reproducimos en este libro. De este modo, determinados países, como es el caso de España, aún no cuentan con un código ético para los funcionarios públicos a pesar de que han existido iniciativas y proyectos con este objetivo. La iniciativa más avanzada en este sentido fue el proyectado «Estatuto de la Función Pública» del año 1999 que hasta el momento no ha visto la luz. Actualmente, los deberes y obligaciones de los funcionarios públicos se expresan en las correspondientes regulaciones estatutarias (Art. 76 a 82 de la Ley de funcionarios de 1964) y en ausencia de éstas, se infieren de las reglas de los servicios públicos que tiene a su cargo o de la descripción de conductas que se consideran infracción disciplinaria, sin que entre unas y otras puedan apreciarse diferencias sustanciales. Esta dispersión muestra ya de por sí la necesidad de su agrupamiento y ordenación en un Código o Carta única de deberes de los funcionarios públicos y de Buen Gobierno y Ética en el Sector Público. Además de esta razón de carácter formal, podríamos decir también que la codificación es una tarea necesaria en un ambiente como el actual donde predomina el «relativismo ético», esto es, la ausencia de principios o valores que sirvan como referencia o que orienten o guíen las conductas individuales. Esto se torna particularmente grave cuando se trata de los funcionarios públicos, pues de ellos se espera más que los agentes privados. Por ello, creemos que la codificación se torna necesaria y debe ser un medio indispensable para la formación de los funcionarios públicos y la consecuente mejora de la calidad y la eficiencia en los servicios públicos. No obstante, esta conveniencia debe tener presente que la ética no puede quedar reducida a códigos. Un ejemplo de ello lo podemos observar en los recientes escándalos empresariales ocurridos en los Estados Unidos, país pionero en materia de códigos éticos tanto en el ámbito privado como en el sector público. En los últimos años, la complejidad técnica, económica y ética de la sociedad moderna ha obligado a reflexionar sobre muchas normas éticas hasta ahora existentes y, en especial, en el seno de la Administración Pública. En 1981, la llamada Mesa Redonda de la Asociación Internacional de Escuelas e Institutos de la Administración Pública recomendó reforzar la codificación de los criterios éticos del servicio público. Sobre todo, porque en un mundo complejo como el actual, se encuentran no pocas veces ante problemas éticos. La elaboración de normas escritas permite conocer con mayor objetividad y transparencia los criterios de actuación de los funcionarios y gestores públicos. Los nuevos desafíos que debe afrontar el Estado1, exigen modificar muchos de sus modos de actuación y de sus funciones. Por ejemplo, el nuevo concepto de servicio público implica una participación mucho mayor de la sociedad civil y que el Estado concentre su atención y sus recursos más en la labor de supervisión y control que de intervención, sin dejar por ello de ejercer sus funciones esenciales. Esto, como es lógico suponer, implica también un cambio en las normas éticas de los funcionarios públicos en el cumplimiento de sus deberes. En pocas palabras, la evolución del Estado social y democrático de Derecho hacia un modelo más liberal supone una nueva funcionalidad de la Administración Pública en el momento de gestionar el interés general o bien común. Entre estos nuevos aspectos que es necesario considerar en el comportamiento ético de los funcionarios públicos, mencionaremos dos que nos parecen fundamentales y que han cobrado renovada importancia a partir de la década de los ochenta, coincidiendo con el auge y la consolidación de la liberalización y la globalización. Estos dos principios son: eficacia y eficiencia. Y ello es así porque la etapa histórica por la que atravesamos ha implicado mayor libertad en el intercambio de bienes y servicios y ha obligado al Estado a replantear su política de asignación de recursos. La globalización implica atender a nuevos desafíos sociales a los que el Estado no puede permanecer ajeno. La eficacia, la eficiencia y la legalidad son criterios generales que deben enmarcar la actuación de los funcionarios públicos y que se encuentran plasmados tanto en la Constitución2 como en la Ley del Régimen Jurídico de la Administración Pública y Procedimiento Administrativo Común3. Pero los deberes éticos sobrepasan los deberes jurídicos. Además, actualmente, a estos principios ya asentados en la legislación hay que agregar nuevos aspectos o, si se quiere, una nueva perspectiva. Esta nueva perspectiva, en nuestra opinión, tiene una doble dimensión: Por un lado, una mayor participación de la sociedad civil en la gestión de los servicios públicos a través de su participación (por ej., por medio de asociaciones de distinto tipo e incluso a título individual); por el otro, un mayor y más eficiente control sobre la calidad de los servicios públicos (a través de encuestas de opinión sobre la calidad de los servicios, oficinas de quejas y reclamaciones, e incluso la posibilidad de proponer iniciativas a través de organismos parlamentarios y administrativos diseñados al efecto). Dicho esto, debemos ahora mencionar la dificultad o el desafío que esta nueva perspectiva supone: la medición de la calidad en la prestación de los servicios públicos y el comportamiento de los funcionarios públicos. Estas cuestiones deben estar unidas a una ética de la Administración Pública moderna. En esta dirección parece apuntar el mencionado Libro Blanco sobre la mejora de los Servicios Públicos elaborado por el Ministerio de Administraciones Públicas en el año 2000 cuando resalta la importancia de la profesionalidad y la ética de los funcionarios públicos y la calidad de los servicios públicos4. Estos aspectos también han sido resaltados en iniciativas de otros países de la Unión Europea donde se ha demostrado la necesidad de contar con una carta o código ético o deontológico para los funcionarios públicos. Entre ellos podemos enumerar, a modo de ejemplo, el Servicio Público Portugués; El Primer informe sobre las Normas en la Vida Pública del comité NOLAN del Reino Unido; Los Principios de Conducta Ética en los Estados Unidos; Los principios de la Organización para la Cooperación al Desarrollo Económico (OCDE) y El Proyecto Europeo de Código de Buena Conducta Administrativa. Seguidamente, pasaremos revista a los principios fundamentales que establecen los Códigos de los países citados. 2. Experiencia comparada 2.1. Carta deontológica del servicio público portugués Esta Carta enumera como valores fundamentales de los funcionarios públicos los siguientes: — El ejercicio de sus funciones en exclusivo interés del servicio o el interés público. — La neutralidad en todas las situaciones, comprendiendo ésta la objetividad y la imparcialidad. — La responsabilidad. — La competencia, la cual comprende la eficiencia. — La integridad, que exige que no se acepten dádivas u otro tipo de regalos. 2.2. El informe NOLAN del Reino Unido El segundo de los documentos mencionados (el informe Nolan) enumera siete principios básicos de la vida pública. Ellos son: — El desinterés personal. — La integridad. — La objetividad. — La responsabilidad. — La franqueza. — La honradez. — Dotes de mando (promoviendo los principios antes mencionados y dando ejemplo de su cumplimiento). Estos principios serán de aplicación general a todos los servicios de la función pública (Poder Legislativo, Ejecutivo y Organismos «Paraestatales» o Ejecutivos No Ministeriales). Además de la enumeración de los principios básicos que deben regir la vida pública, el informe, a partir de su análisis, llega a una serie de conclusiones que consideramos importante enumerar. En primer lugar, los principios de conducta generales que deben sostener la vida pública deben ser formulados de nuevo, y esto es lo que el informe ha hecho con los siete principios básicos enumerados anteriormente. En segundo lugar, todos los organismos públicos deben establecer códigos de conducta que incorporen estos principios. En tercer lugar, los sistemas internos para mantener las normas deben ser respaldados por una investigación independiente. Por último, es necesario promover y perfeccionar las normas de conducta en los organismos públicos, en particular, mediante orientación y formación, incluida la formación con incentivos. 2.3. Los Principios de Conducta Ética en los Estados Unidos Más allá del ámbito de la Unión Europea, no podemos dejar de hacer referencia al país más experimentado en materia de normas éticas de la función pública. Nos referimos a los Estados Unidos de América. En este país, estas normas se han incorporado en una orden ejecutiva (decreto) del 12 de abril de 1989 (y luego enmendada por otra orden ejecutiva 12731). Los Principios de Conducta Ética establecidos en dicha orden son los siguientes: — Legalidad. El servicio público es un patrimonio público que exige que los empleados le deban lealtad a la Constitución, a las leyes y a los principios éticos por encima de la ganancia personal. — Conflicto de intereses. Los empleados no deben poseer intereses financieros que estén en conflicto con el desempeño concienzudo de sus deberes. Los empleados no deben llevar a cabo trabajo o actividades fuera de su empleo, buscar negocios que estén en conflicto con sus deberes y responsabilidades gubernamentales. — Honradez. Los empleados no deben participar en transacciones financieras utilizando información del Gobierno que no es pública, ni permitir el uso impropio de dicha información para el beneficio de ningún interés particular. — Integridad. Los empleados públicos no deben aceptar dádivas o regalo alguno ni ningún otro artículo de valor monetario de ninguna persona o entidad que pretenda con el organismo para el que trabaja en el marco de actuación regulado. — Honestidad. Los empleados deben llevar a cabo sus deberes empeñándose por hacer un esfuerzo honesto. — Responsabilidad. Sin autorización, los empleados no deben hacer compromisos ni promesas de ningún tipo. — Desinterés personal. Los empleados no deben usar el cargo público para ganancia particular. — Imparcialidad. Los empleados deben actuar imparcialmente y no dar tratamiento preferencial a ninguna organización privada ni a individuo alguno. — Austeridad. Los empleados deben proteger y conservar la propiedad estatal, y no deben usarla para actividades que no sean las autorizadas. — Diligencia. Los empleados deben denunciar a las autoridades correspondientes de cualquier despilfarro, fraude, abuso y corrupción. — Buena fe. Los empleados deben cumplir de buena fe sus obligaciones como ciudadanos. — Objetividad e imparcialidad. Los empleados deben adherirse a todas las leyes y reglamentos que ofrecen igualdad de oportunidad a todos los ciudadanos, sea cual fuere su raza, color, religión, sexo, nacionalidad, edad o minusvalía. — Ejemplaridad. Los empleados deben esforzarse por evitar cualesquiera acciones que den la apariencia de que están violando las leyes o las normas de ética que se estipulan en esta orden. 2.4. Los principios de la OCDE El Consejo de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), a propuesta del Comité de la gestión pública, ha hecho una serie de recomendaciones (1996) a los países que lo integran para que adopten medidas dirigidas a controlar el buen funcionamiento de las instituciones y sistemas destinados a fomentar un comportamiento acorde con la ética del servicio público. A continuación, enumeramos las que hemos considerado más importantes: 1. Las normas éticas aplicables al servicio público deben ser claras. 2. Las normas éticas deben estar inscritas en el marco jurídico. 3. Los que ocupan un cargo público deben poder recibir formación en materia de ética. 4. Los que ocupan un cargo público deben conocer sus derechos y obligaciones cuando se encuentren con actuaciones reprobables. Para eso es necesario mejorar el sistema de responsabilidad de los funcionarios públicos. 5. El compromiso de los responsables políticos a favor de la ética del servicio público debe ser real, coherente y efectivo. 6. El proceso de la adopción de decisiones públicas debe ser siempre transparente y sometido a controles. 7. Deben existir directrices claras en materia de relaciones entre el sector público y el sector privado (por ejemplo, en materia de contrataciones o de acceso a la función pública). 8. Los gestores públicos deben promover un comportamiento ético. 9. Las políticas, los procedimientos y las prácticas de gestión deben favorecer un comportamiento de acuerdo con la ética. 10. Las condiciones de empleo propias de la función pública y de la gestión del personal deben fomentar comportamientos de acuerdo con la ética. 11. Deben establecerse en el servicio público mecanismos que permitan la rendición de cuentas. 12. Deben existir procedimientos y sanciones adecuadas en caso de comportamientos culpables. 2.5. El Proyecto Europeo de Código de Buena Conducta Administrativa Finalmente, no podemos omitir mencionar el Proyecto Europeo de un Código de Buena Conducta Administrativa, el cual establece los principios que han de regir la actividad de los funcionarios públicos de la Unión Europea en sus relaciones con el público: — Legitimidad. Por este principio, el funcionario está obligado a actuar en el marco de la ley y aplicar las normas y procedimientos establecidos. — Ausencia de discriminación. Este principio obliga a la igualdad de trato del funcionario hacia el público. — Proporcionalidad. Este principio exige al funcionario que sus decisiones sean proporcionales al fin que se persigue sin imponer cargas que excedan de este objetivo. — Ausencia de abuso de poder. Por este principio el funcionario está obligado a ejercer los poderes que le otorga la ley sólo con la finalidad exclusiva para los que le han sido otorgados. — Imparcialidad e independencia. Este principio impide al funcionario actuar de forma arbitraria, debiendo justificar siempre sus decisiones. — Objetividad. Por este principio el funcionario debe sopesar los aspectos relevantes de sus decisiones, otorgándoles a cada uno su propia importancia, excluyendo los irrelevantes. — Legítimas expectativas. Los ciudadanos tienen el derecho de exigir a los funcionarios que sean coherentes con la propia práctica administrativa salvo que existan razones fundadas para apartarse de ellas. — Justicia. Por este principio el funcionario debe actuar de forma justa y razonable. — Cortesía. Este principio implica la diligencia y la corrección de los funcionarios en su trato con el público. — Respuestas a cartas en la lengua del ciudadano. Por este principio el funcionario debe garantizar que todo ciudadano de la Unión o cualquier miembro del público que se dirija por escrito a una institución de la UE en una de las lenguas del Tratado reciba una respuesta en esa misma lengua. — Acuse de recibo e indicación del funcionario competente. Bajo este principio toda carta o reclamación dirigida a una institución debe ser objeto de un acuse de recibo en el plazo determinado (dos semanas), excepto en el caso de que en ese período pudiera enviarse ya la respuesta pertinente (principio de celeridad y abreviación o simplificación de los trámites). — Obligación de remisión al servicio competente de la institución. Este principio indica que si un ciudadano remite su reclamación a un órgano de las instituciones (Dirección General, Dirección, Unidad, etc.) que no sea el competente para resolver la cuestión, este organismo debe reenviarlo sin demora al servicio competente. Este principio, como se podrá observar, está estrechamente vinculado con el anterior en cuanto persigue la celeridad y la reducción de los trámites. — Derecho a ser oído y a hacer observaciones. Este principio no es más que la traducción del derecho fundamental de defensa de todos los individuos. El funcionario debe garantizar por todos los medios a su alcance que este derecho sea respetado. — Plazo razonable de adopción de decisiones. El funcionario debe garantizar que la decisión de toda solicitud o reclamación se adopte en un plazo «razonable» (dos meses) y sin demora. En caso de que dicho plazo sea insuficiente por la complejidad del asunto, el funcionario deberá informarlo al requirente. Ello no obsta para que la decisión sea adoptada en el menor plazo posible. — Deber de indicar los motivos de la apelación. Este principio no es más que la apelación del principio de no apelación. Las apelaciones siempre han de ser motivadas de forma clara invocando las normas en las que se sustentan. — Indicación de las posibilidades de apelación. Este principio también es una derivación del derecho fundamental de defensa. Toda decisión de un funcionario público que afecte negativamente a los derechos de un ciudadano debe indicar las posibilidades de su defensa (posibilidad de recursos judiciales, organismos ante los que debe interponerse y el plazo para hacerlo). — Notificación de la decisión. Por este principio todo funcionario debe garantizar que sus decisiones sean comunicadas fehacientemente a los destinatarios de las mismas y abstenerse de comunicarlas con anterioridad a otras personas distintas de los directamente afectados por tales decisiones. — Protección de datos. Este principio ha cobrado vigencia a partir de los avances tecnológicos y la construcción de bases de datos que contienen información sobre las personas. Para que ello no vulnere el derecho fundamental de la intimidad, el funcionario que maneje tales datos respetará los principios establecidos en esta materia5. En general, dicho tratamiento siempre ha de estar justificado y no enviarse a otras personas distintas del interesado (o a personas no autorizadas). — Solicitudes de información. La naturaleza de bien público de la información exige que el funcionario responsable facilite al público la información que éste solicite de forma clara y comprensible salvo los casos de confidencialidad en cuyo caso el funcionario debe indicar este motivo a la persona afectada. Vinculados al principio anterior están las solicitudes de acceso público a documentos y el mantenimiento de los archivos adecuados. 2.6. Algunas reflexiones De lo hasta aquí expuesto, podemos deducir que existe ya un acervo suficiente a partir del cual elaborar una carta o código deontológico que sirva de guía de actuación a los funcionarios públicos en el ejercicio de sus funciones. El contenido de esta guía, más que normativo o de normas detalladas y prescriptitas ha de ser de «principios». La naturaleza misma de las normas éticas exige que así sea. Los principios, a diferencia de las reglas, siempre dejan un margen a la discreción en su aplicación y a la ponderación en su interpretación, lo cual dependerá de las circunstancias concretas del caso. Las reglas, en cambio, no admiten tal gradación y deben cumplirse, por caer dentro de ámbito de actuación o conducta prescrita, o no, por quedar fuera de ella. La ética es una ciencia práctica dirigida a adecuar el comportamiento de las personas a los principios de la recta conciencia. Entre esos principios comunes que deben guiar la actuación administrativa podemos enumerar los siguientes: — La legalidad. — La neutralidad. — La profesionalidad. — La integridad. — La objetividad. — La efectividad. — La iniciativa. — La austeridad. — La honestidad. — La responsabilidad. — La diligencia. — La transparencia. — La permanente búsqueda del interés general. Otra conclusión a la que podemos llegar es que a los funcionarios públicos, en el cumplimiento de sus deberes y aún más allá de éstos se les exige un comportamiento ético mayor que al de la media de los ciudadanos. Y ello es coherente por el interés general que están llamados a procurar y defender. Finalmente, cabe resaltar también que el ámbito de aplicación de los principios ha de ser el de la relación de los funcionarios con el público, más que la relación de éstos con la institución en la cual están insertos, para lo que debe existir un estatuto o reglamento interno. Precisamente, esta mayor participación del público en los servicios de interés general o servicios públicos, favorecida por los avances tecnológicos, la consolidación y progreso del Estado de Derecho y la complejidad técnica y ética de la sociedad actual, hacen necesario un replanteamiento de tales principios y su plasmación expresa. 3. El problema de la «captación» de los funcionarios públicos Otro problema, ya abordado por la «Teoría de la Elección Pública» de J. Buchanan, es el llamado problema de la «captación» de los funcionarios públicos por los agentes privados. Esta teoría sostiene que los políticos (y funcionarios) tratan de maximizar las posibilidades de ser elegidos. Es decir, son maximizadores de votos. De este modo, niega la posibilidad de una racionalidad colectiva. Sólo hay intereses privados. Por ello, los agentes del Estado cuando actúan (racionalmente) lo hacen en beneficio propio dando lugar al llamado «rentismo» («rent seeking»-buscadores de rentas). Vinculado estrechamente a este problema está el llamado «revolving door» por el cual los funcionarios públicos (tanto reguladores, como directivos de empresas públicas) suelen estar tentados por cumplir sus funciones y desarrollar su gestión de un modo favorable a los agentes privados, pues son éstos quienes en definitiva, una vez finalizado el mandato de aquéllos les pueden proporcionar un puesto de trabajo (generalmente mejor retribuido). 4. El Estatuto del Funcionario Público en España El 5 de julio de 1999 el Gobierno presentó un Proyecto de Ley del Estatuto Básico de la Función Pública que hasta el día de hoy no se ha convertido en ley y que debería volver a impulsarse al más alto nivel político, pues los motivos para la aprobación de esa norma no sólo siguen vigentes sino que se han vuelto más acuciantes. Así, en el primer trimestre de 2005 una Comisión Especial creada por el ministro de Administraciones Públicas para la reforma del Estatuto del Empleado Público presentará su propuesta al Gobierno. Esta comisión está presidida por el catedrático de Derecho administrativo Miguel Sánchez Morón y de ella forma parte el autor de este libro. Todo ello representa, sin duda, una buena y esperanzadora noticia. De modo muy sintético (extendernos más excedería los límites del presente libro) diremos que la aportación de ese proyecto es el reconocimiento expreso de una serie de principios éticos del servicio público, como son: la integridad, la transparencia en la gestión, la receptividad, la responsabilidad profesional, el servicio a los ciudadanos, la neutralidad y la imparcialidad. Por último, un aspecto que no debería omitirse en este nuevo Estatuto es el relacionado con la estructura y la retribución de los funcionarios públicos, tema que abordaremos en el punto siguiente. 5. El Código de Buen Gobierno del Gobierno de España «¿Qué forma de gobierno es la mejor? La que nos enseña a gobernarnos a nosotros mismos» (Johann Wolfgang von Goethe, 1749-1832. Escritor alemán) En febrero de 2005, el Gobierno español del Partido Socialista, a propuesta del ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, aprobó una iniciativa original e inédita en el mundo occidental que supone un hito de transparencia y buen gobierno muy relevante para los ministros, secretarios de Estado y altos cargos en general6. En este código se incluyen principios básicos y principios éticos, principios de conducta y un articulado sobre cumplimiento del código en régimen autorregulatorio, supervisado por el propio Consejo de Ministros. En paralelo, el Consejo de Ministros de 22 de febrero aprobó un proyecto de Ley de regulación de los Conflictos de Intereses de los miembros del Gobierno y altos cargos de la Administración General del Estado7 que será debatido en el Parlamento español a lo largo del año 2005, que incluyen requisitos de comparecencia ante el Congreso de los Diputados para determinados nombramientos de altos cargos, algunos artículos sobre conflictos de interés, régimen de incompatibilidades, régimen de actividades, obligaciones de los altos cargos, órganos de vigilancia y control y régimen sancionador. II. La Reforma del Estado. Las Últimas Reforma Pendientes «Confundes el asunto con la persona» (Franz Kafka, 1883-1924. Escritor checo) La sociedad española ha realizado en los últimos treinta años una extraordinaria transformación en el orden político, económico y social que ha convertido a nuestro país en una de las economías más abiertas del mundo y a la sociedad española en una sociedad democrática ava nzada a la altura de las más dinámicas del mundo occidental. Durante estos años, España ha realizado reformas trascendentales que han abordado prácticamente todas los problemas pendientes desde el punto de vista histórico, resolviendo buena parte de estos retos: desde la incorporación en Europa hasta la realización de uno de los procesos históricos más importantes de transformación que ha sufrido un país: el cambio en las reglas de distribución territorial del poder político que ha transformado España hasta el punto de convertir un Estado unitario fuertemente centralizado en uno de los países con mayor distribución territorial de competencias de Europa. Pero, si analizamos la situación actual de nuestro país, podemos comprobar cómo este proceso de transforma ción no ha venido acompañado por una adaptación paralela de la estructura de la Administración del Estado en la misma medida. La estructura del Estado no ha dejado de ser, en buena medida, un espectador más o menos pasivo de ese proceso. Así, la reforma del Estado sigue siendo una de las tareas pendientes que restan para completar la modernización de España. Confluyen en este tema tres problemas de naturaleza diferente que dibujan una situación compleja pero que, al mismo tiempo, hacen cada vez más urgente afrontar la reforma del Estado. Estos problemas son los siguientes: 1. La necesidad de resolver una serie de problemas históricamente pendientes en la organización de nuestra Administración Publica, tanto desde el punto de vista de la organización administrativa como de la función pública. 2. Adaptar la organización y funciones de la Administración del Estado a la nueva realidad autonómica que exige una nueva concepción del papel de la administración General del Estado (AGE). 3. Introducir en el funciona miento del Estado las nuevas exigencias que impone la llegada de las nuevas tecnologías y, en general, la implantación de la Administración electrónica que igualmente supone un reto indispensable de abordar, completando, asimismo, el tímido proceso de incorporación al Estado de sistemas de gestión propios de las organizaciones más eficientes. Resolver problemas endémicos de la Administración, adaptar su estructura y funcionamiento al Estado autonómico y modernizar la Administración mediante la introducción de la administración electrónica hacen especialmente compleja la reforma del Estado, pero, al mismo tiempo, suponen una oportunidad histórica de establecer un nuevo modelo coherente de Administración a la altura de los retos del siglo xxi. En este libro sólo nos ocuparemos del primero de estos desafíos: el concerniente a la estructura administrativa y los funcionarios públicos8. 1. Estructura administrativa y remuneración en el sector público Al comienzo del siglo xxi persisten en nuestra Administración una serie de problemas endémicos que nunca han tenido una solución adecuada y definitiva. Nos encontramos con dos asuntos que es necesario abordar y que están estrechamente vinculados entre sí: la persistencia de la estructura funcionarial tradicional y una secular falta de adaptación retributiva de nuestra función pública a las exigencias de una sociedad moderna y a la altura de los retos de adaptar la Administración Pública al Estado de las autonomías y a la administración electrónica. 1.1. La estructura administrativa La estructura administrativa es una estructura poco flexible, ineficiente y de difícil adaptación dominada, además, por un régimen organizativo difícil de modificar y que dificulta cualquier proceso de modernización. En modo alguno se trata de cuestionar el estatuto de funcionario de nuestros servidores públicos, que es una garantía constitucional para los derechos de los ciudadanos, pero quizás sea el momento de abordar con coraje qué sentido tiene que todos los niveles de la Administración estén servidos por personas dotadas del Estatuto funcionarial. Tiene toda justificación que los niveles administrativos que implica el ejercicio de funciones públicas estén servidas por funcionarios dotados de las garantías de objetividad e inamovilidad que este estatuto conlleva, pero no existe razón alguna, salvo aplacar a los poderosos sindicatos de la función pública, que justifique que las funciones administrativas o auxiliares se realicen por personas vinculadas al Estado no por una relación laboral sino de naturaleza estatutaria. No existe justificación constitucional alguna para que estas funciones sean realizadas por funcionarios públicos y, al mismo tiempo, esta «cosificación» de la estructura administrativa es una rémora esencial para cualquier proceso de reforma de la Administración del Estado. Por tanto, cualquier reforma de la Administración debería restringir el estado de funcionario a aquellos niveles de la Administración que están vinculados al ejercicio de funciones o potestades públicas en sentido estricto y no a aquellas funciones meramente administrativas o de apoyo. Un cambio de esta naturaleza facilitaría enormemente la adaptación de la estructura de la AGE a los retos del siglo xxi, tanto en tamaño como en eficacia organizativa. 1.2. La remuneración del sector público «Los hombres desaprueban siempre todo lo que no son capaces de hacer» (Cristina de Suecia, 1626-1689. Reina de Suecia) También juega un papel esencial en esta cuestión la solución de otro de los problemas seculares de nuestra Administración: el régimen retributivo de nuestros funcionarios. La LOFAGE supuso un paso importante en la profesionalización de la Administración del Estado, sobre todo en los niveles directivos, pero cualquier esfuerzo en este sentido será totalmente estéril mientras no se resuelva de manera satisfactoria el problema del régimen retributivo de nuestros servidores públicos. Este es ciertamente un tema delicado, pero hay que ser conscientes de que nunca se abordará adecuadamente la reforma administrativa en tanto no se adapten las retribuciones de nuestros funcionarios directivos a la realidad. Caben sobre este tema algunas reflexiones: — No tiene sentido que las retribuciones de nuestros servidores públicos presenten una brecha tan descomunal con la retribución del sector privado. No se trata —ni tendría justificación alguna— de equiparar las retribuciones públicas y privadas, pero no tiene ningún fundamento que las funciones directivas de la Administración tengan unos niveles retributivos que en ningún caso llegan a cubrir el 30 ó 40% de las retribuciones del sector privado. — Igualmente carece de sentido que en la estructura Administrativa la separación entre los niveles salariales públicos y privados sea mayor en los niveles directivos que en los niveles administrativos o auxiliares. — La solución a este tema requiere un alto grado de coraje político y, probablemente, de un acuerdo entre fuerzas políticas, porque la solución de este problema debe dejarse fuera de la demagogia fácil. Alguien debe explicar a la opinión pública que es más caro para la sociedad el sistema actual que un sistema retributivo que remunere razonablemente a los responsables públicos que gestionan ingentes recursos económicos y manejan cuestiones de alto interés público. Es difícil exigir responsabilidades a nuestros servidores públicos si éstos pueden parapetarse en la escasez de su remuneración. Igualmente, es un derroche en términos económicos (aunque no sólo económicos) fomentar con bajas retribuciones el tránsito permanente de parte de los mejores directivos del sector público a la actividad privada. — Es perfectamente compatible mejorar el nivel retributivo de nuestros funcionarios y directivos públicos con realizar ahorros en el coste global de los servicios públicos. Es más, un nuevo sistema retributivo debe contribuir directamente también a una mejor gestión de los recursos públicos y de la propia masa salarial de los funcionarios. — Esta adecuación del sistema retributivo de los funcionarios permitirá introducir en la gestión pública procedimientos de gestión directiva y de recursos humanos procedentes del sector privado que, sin duda, mejorarían la eficiencia de nuestra gestión pública, permitiendo retener en el servicio público y atraer a él un capital intelectual idóneo. — El establecimiento de un nuevo marco retributivo y profesional para los servidores públicos es indispensable para avanzar en el proceso de mejora de la estructura y el tamaño de la Administración y también para afrontar los otros problemas a que se tiene que enfrentar nuestra Administración. III. Ética y buen gobierno en las empresas públicas 1. Algunas consideraciones previas Antes de nada, debemos decir que la Administración Pública no es libre para elegir la forma jurídica que más le convenga en la realización de actividades empresariales. En virtud de los artículos 9 y 103 de la Constitución existe una reserva constitucional de Derecho público y el Estado no puede actuar bajo cualquier forma jurídica9. En una palabra, existe un régimen jurídico de orden constitucional para los poderes públicos. Este orden jurídico se compone, entre otros, de los siguientes principios: — La estricta vinculación a la ley en su organización y actividad. Los entes administrativos no determinan autónomamente sus fines, sino que éstos les vienen dictados por el ordenamiento legal, frente a la autonomía de la voluntad que rige la actividad privada. — Indisponibilidad sobre el patrimonio. La Administración, en principio, no puede llevar a cabo actos de disposición sobre el patrimonio, salvo habilitación legal expresa. — Debido procedimiento legal. En sus actos y contratos, la Administración Pública debe ajustarse estrictamente al procedimiento legal establecido. — Respeto a los derechos fundamentales. En particular, la sumisión al principio de igualdad. — Régimen financiero de Derecho público. Existe una Ley de Presupuesto que es vinculante para la Administración y está presidida por los principios de preclusión y especialidad del gasto, estricta legalidad de sus ingresos, rendición pública de cuentas, intervención y control previo del gasto. — Fiscalización jurisdiccional. De toda la actuación administrativa, sin excepciones (no hay «actos políticos» exentos de revisión por Tribunales independientes y especializados). Pero junto a estas limitaciones o «restricciones» respecto de la actividad privada, la Administración Pública también goza de una serie de «prerrogativas» que es necesario tomar en cuenta. Entre ellas, enumeraremos las siguientes: — La presunción de legalidad de sus actos y el privilegio de decisión unilateral y ejecutoria. — Régimen privilegiado de sus bienes (inembargabilidad, acciones posesorias, etc.). — Régimen privilegiado de sus créditos (prelación, no compensación, ejecución por vía de apremio, principio de solve et repete). — Potestad de actuar coactivamente sobre los derechos ajenos (por ej., expropiaciones y ciertas limitaciones a los derechos privados individuales.) Éstas son algunas de las razones que avalan nuestra afirmación en el sentido de que la Administración, para actuar en la vida privada, no es libre de elegir cualquier forma jurídica. Con la rúbrica «La huida del Derecho público al Derecho privado», la doctrina administrativa ha querido destacar el hecho de que muchos gobiernos, políticos y funcionarios, al adoptar para las empresas públicas formas jurídicas del Derecho privado (sociedad anónima, por ejemplo) lo que buscan, en realidad, no es una mayor eficiencia o eficacia en la gestión sino evadir o eludir determinados procedimientos legales (más estrictos) del Derecho público, particularmente, la normas relativas a la transparencia, la responsabilidad, la publicidad de información, la objetividad, la imparcialidad, y otras...10. 2. Tipos de empresas públicas Como hemos advertido en el apartado anterior, el término empresa pública (EP) puede comprender diferentes tipos de realidades, por lo que se torna necesario delimitar su alcance. En este trabajo, al hablar de EP nos referimos al conjunto de unidades económicas (unidad de organización, conjunto de medios materiales y humanos al servicio de una finalidad o servicio público) que la Contabilidad Nacional considera EP y que se pueden clasificar de los siguientes modos: según su forma jurídica, según los titulares de la empresa, según la participación del Estado o según el contexto en el que opere la empresa: 1. Según la forma jurídica. Dentro del sector público empresarial pueden distinguirse dos formas jurídicas básicas: Entidades públicas empresariales (EPE) y sociedades mercantiles. 2. Según los titulares de la empresa. Dentro de esta clasificación se pueden distinguir las empresas controladas por el Estado o empresas controladas por las Administraciones territoriales y por los entes locales. 3. Según la participación del Estado (o agente público). Aquí podemos distinguir entre empresas públicas (EP) con el 100% del capital público y empresas mixtas (EM) que combinan el capital público y el privado en diferentes proporciones con mayoría o no de capital público pero siempre con una participación significativa de este último en su gestión y control. 4. Según el contexto de la actividad. Finalmente, debemos distinguir entre la empresa pública que actúa en el marco de la libre competencia con otras empresas privadas (en igualdad de condiciones y, por lo tanto, sometida como las demás a las leyes de la competencia), o bien la empresa pública que presta un servicio público y que actúa en régimen de monopolio para la provisión de servicios públicos. 3. La ética de los directivos de empresas públicas y privadas Las nuevas teorías del análisis económico han desarrollado ya con exhaustividad los problemas que origina la supuesta capacidad de los administradores del Estado para el control de la economía. No se trata de una desconfianza en la capacidad individual de los responsables estatales, sino más bien de un problema del sistema económico y social. Se trata de saber si éste puede ser conducido por el Estado hacia un progreso económico, creciente, estable y duradero. En lo que a nuestro tema respecta, sólo queremos resaltar ahora una de las consecuencias de estos estudios cual es la del riesgo de usar principios comunes para el análisis de las organizaciones privadas y públicas que, si bien es cierto que comparten muchas características comunes, guardan una diferencia fundamental, a saber: la primera «produce» bienes privados y la última bienes públicos. En este sentido, no en vano muchos autores (no sólo economistas, sino también juristas, politólogos y sociólogos) han venido demandando, particularmente desde el inicio de la década de los ochenta —era de las «privatizaciones» o la «liberalización» de los servicios públicos en Europa y América—, una «recuperación del espacio público», que, bueno es aclararlo, no es sinónimo de Estado ni de intervención estatal. Si bien el número de empresas públicas es cada vez menor en la mayoría de los Estados debido, principalmente, a la evolución que ha tenido el concepto de servicio público, éstas siempre tendrán cabida en las legislaciones nacionales y podrán existir en la medida en que todo Estado tiene intereses generales que satisfacer y objetivos estratégicos que cumplir que no pueden quedar circunscritos sólo a la actividad privada o al arbitrio del mercado. El fin del Estado, el bien común, requiere que, en determinadas circunstancias, este último se reserve el desarrollo o control de determinadas actividades, incluso de carácter meramente económico. Si ello es así, cabe hacer algunas aclaraciones en torno a los principios éticos que deben guiar la actuación de los funcionarios públicos de estas empresas, particularmente a sus altos directivos. Por ejemplo, el Estado, en su actividad empresarial, podría competir con otras empresas privadas y entonces el Derecho de la competencia y la competencia leal pasarían a formar parte, de forma indiscutible, de ese conjunto de normas éticas que deben regir su actividad. En el mismo sentido, en su relación con proveedores y otros agentes privados se le exigirán normas claras de procedimiento y transparencia. Por ejemplo, en materia de contrataciones, licitaciones, elección de sus empleados, etc. Dicho esto, es importante aclarar que la ética es una y el funcionario no tiene una ética pública y una ética privada. En última instancia, la moral privada no puede desvincularse totalmente de la pública. Como bien ha explicado el académico D. Rafael Termes: la división entre ética pública y privada no ha hecho más que producir efectos adversos a los adversos. La unidad de las personas y los principios generales de la ética se aplican igua lmente a quien está investido de un cargo público como a quien se encuentra en una reunión privada o en su familia. Otra cosa son las consecuencias ad extra que producen los actos realizados en público y en privado. Es contradictorio hablar de «virtudes públicas y vicios privados». Pero el elemento esencial que no debe olvidarse y que distingue a la gestión pública de la privada es que la primera administra y gestiona bienes públicos. Esto, además de ser una condición necesaria para su buen gobierno es una exigencia democrática. Las instituciones públicas pertenecen a los ciudadanos, no a los funcionarios. Éstos, independientemente de sus niveles de mando, siempre son gestores de bienes que pertenecen a toda la comunidad. De allí la importancia de su control. 4. Los conflictos de interés Un tema de especial relevancia al que la ética en el ámbito empresarial, tanto público como privado, debe prestar especial atención es actualmente el de los conflictos de interés. Esta situación se produce cuando un directivo (de empresa pública o privada) intenta compatibilizar su función con la dedicación a negocios o intereses particulares. Otro aspecto de la ética aplicada en el ámbito empresarial y válido, tanto para el sector público como para el privado es el relacionado con la autoridad. Se debe tener en cuenta que ésta no es un fin en sí misma sino que debe ser un instrumento para alcanzar los objetivos de la empresa. Hechas las precedentes aclaraciones, corresponde que veamos ahora en qué medida las normas y recomendaciones de buen gobierno de las empresas elaboradas para el sector privado son aplicables a las EP. Para ello, hemos tomado como referencia la Guía de Principios de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés en las Sociedades Cotizadas, elaborado por la Fundación de Estudios Financieros (Papeles de la Fundación, n.º 2). 5. Adaptación de ciertas prácticas de buen gobierno y transparencia del sector privado al sector público 5.1. Procesos de buen gobierno y transparencia informativa En base a la clasificación realizada relativa a los distintos tipos de EP y tras el estudio y análisis de las recomendaciones de la Guía de Principios de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés en las Sociedades Cotizadas, hemos llegado a la conclusión de que estas recomendaciones, en líneas generales, podrían aplicarse también los entes públicos empresariales (EPE). Esta afirmación, sin embargo, requiere de algunas matizaciones. En primer lugar, hay que tener en cuenta que si bien, por regla general, los EPE se regirán por el Derecho privado, ello es así en la medida en que nada se disponga en la Ley de Organización y Funcionamiento de la Administración General del Estado. Esta ley rige todo lo concerniente a la formación de la voluntad de estos entes, el ejercicio de las potestades administrativas que tengan atribuidas y otros aspectos específicos, como el personal a su cargo (sus funcionarios se deben someter a las legislación sobre Función Pública y no al derecho laboral), su patrimonio (además del suyo propio pueden tener bienes adscritos a la Administración General del Estado), su régimen de contratación, su régimen presupuestario y control financiero (que se regirá por la Ley General Presupuestaria, LGP) y su control de eficacia, el cual será ejercido por el Ministerio y, en su caso, por el organismo público al que estén adscritas. Del análisis de las leyes antes citadas, no se observa incompatibilidad alguna en aplicar a estos entes las recomendaciones de la Guía de Buen Gobierno sobre «Procesos de Gobierno» (Cap.I-B.3) pues estas recomendaciones tienen que guardar un carácter deontológico más que organizativo y, en la medida que sea pertinente e independientemente del cumplimiento de las leyes administrativas que sean de aplicación (Ley de Organización y Funcionamiento de la Administración General del Estado, Ley Presupuestaria, etc.), las recomendaciones hechas en materia de transparencia informativa, en particular, aquéllas recogidas en el apartado A.3.2 («transparencia e información: la página web de la sociedad») del Capítulo II: Transparencia de la «Guía de Buen Gobierno». En cuanto a los Procesos de Gobierno, cabe resaltar las siguientes recomendaciones: — El Consejo deberá disponer de aquella información que le ayude a valorar los activos intangibles de la empresa, a conocer las tendencias del mercado, el grado de satisfacción del cliente, la calidad del producto y todos aquellos otros elementos que le permitan orientar la estrategia y encuadrar adecuadamente las perspectivas de los negocios de la sociedad. — El consejero debe procurar asistir personalmente a todas las reuniones del Consejo y de las Comisiones de las que forme parte. En caso de no poder hacerlo, deberá conferir representación, con instrucciones, a alguno de los consejeros de su misma clase. — El consejero debe intervenir de forma activa, tomando posición, en los asuntos que son objeto de la reunión. — El Consejo de Administración deberá reunirse con la periodicidad, normalmente mensual, que sea adecuada para seguir de cerca las actuaciones de los ejecutivos y de la Comisión delegada, en su caso, y adoptar las decisiones oportunas en relación con las mismas. Además, se reunirá en todas las ocasiones en las que el presidente o un número suficiente de consejeros así lo solicitara, de acuerdo con sus Estatutos y Reglamentos. A lo largo del ejercicio deberá analizar de forma específica el presupuesto y la marcha del plan estratégico, si lo hubiere, y su grado de cumplimiento, así como los estados financieros trimestrales que la sociedad haya de enviar a los órganos reguladores o de supervisión de los mercados para su publicación. No podemos obviar que la mayoría de los consejeros de empresas públicas lo son en razón de un cargo público y, como consecuencia, por la vía de estos Consejos, se establece una política de remuneración complementaria para paliar la precariedad de las remuneraciones de los altos directivos públicos. Tampoco podemos negar que la mayoría de los Consejos de empresas públicas tienen un funcionamiento limitado y formalista, quedando en manos del ministro o secretario de Estado del ramo y del presidente de turno, el ejercicio de casi todo el poder ejecutivo. En definitiva, estimamos que los procesos de gobierno de las empresas públicas dejan mucho que desear y requieren un urgente replanteamiento. 5.2. Transparencia e información: la página web de la sociedad Esta es una recomendación que bien podría ser tomada en cuenta por los entes públicos empresariales pues, a pesar de las previsiones legales, en la práctica, la información publicada por estos entes por medios informáticos parece ser, al menos por ahora, bastante escasa y, en algunos casos, deficiente. Partiendo de este dato, hemos considerado conveniente recomendar la aplicación por las empresas públicas, con las modificaciones propias a su naturaleza jurídica, del punto A. 3,2.1 y A. 3.2.3 del Capítulo II de la «Guía de Buen Gobierno». Éstas son: — «El Consejo de Administración ofrecerá a los accionistas, a los inversores y, en general, al mercado (en nuestros caso sería sólo a este último) información completa, correcta, equitativa, simétrica y en tiempo útil no sólo sobre los hechos relevantes capaces de influir en los precios de la Bolsa (en nuestro caso, este último aspecto no sería de aplicación), sino sobre los aspectos concernientes al gobierno societario...» — «La sociedad tendrá una página web, a través de la cual informará al mercado en general de los hechos económicos y de todos aquellos de carácter significativo que se produzcan en relación con la sociedad.» En cambio, en lo referente a las recomendaciones para la actuación de los consejeros, éstos, en el caso de los entes públicos empresariales, dado su carácter de funcionarios públicos, deberían regirse por las normas para los funcionarios públicos (particularmente la Ley 30/1984, de 2 de agosto, de Normas de Reforma de la Función Pública, y la Ley 53/1984, de 26 de diciembre, de Incompatibilidades del Personal al Servicio de las Administraciones Públicas) que, como hemos adelantado ya más arriba, guardan un nivel de exigencia ética mayor que aquel que se exige a los directivos de empresas privadas. Como última recomendación de este apartado, y en consonancia con lo ya expresado en el inciso e) del punto I («Remuneración de los Funcionarios Públicos»), debemos decir que parece oportuno iniciar un debate sobre la remuneración de los consejeros de entidades públicas empresariales, pues ésta debería ser acorde con las misiones, funciones y responsabilidades que los consejeros de estas entidades asumen a un nivel competitivo con sus pares del sector privado. 5.3. Visión crítica de las empresas públicas Tradicionalmente, la EP se justificó en los llamados «fallos de mercado»: existencia de monopolios naturales, producción de bienes públicos, generación de externalidades (negativas), competencia deficiente, etc. Hoy, a la luz de las actuales circunstancias, con el alto grado de competitividad de los mercados, su internacionalización y los avances tecnológicos, estas justificaciones, en la mayoría de los casos, dejaron de tener entidad. Los estudios sobre esta materia realizados a nivel oficial por distintos gobiernos, algunas instituciones internacionales, universidades y académicos en la última década, sugieren que la vinculación de las EP a objetivos políticos y sociales les impone condicionamientos que hacen difícil su correcta gestión y la falta de excedentes empresariales (beneficios reales) en las EP ha sido nota característica de éstas en toda Europa, lo que ha llevado a los gobiernos a otorgarles subsidios, hoy reñidos con las normas de la Competencia de la UE. Las EP han sido utilizadas, por tanto, con fines partidistas por parte de los gobiernos (lucha contra la inflación, desempleo, desarrollo económico, etc.) y la invocación a los «sectores estratégicos» o el «interés público» han sido eufemismos muy utilizados, pues estos conceptos indeterminados implican la imprecisión de las obligaciones legales y de los objetivos financieros y comerciales de las leyes que crean estos entes (leyes nacionalizadoras) y, en consecuencia, producen una falta de definición clara de la función de la empresa pública en el mercado. 5.4. Las «golden share» y el buen gobierno de las empresas Ya hemos visto cómo la intervención del Estado en el mundo empresarial carece hoy de justificación suficiente. No obstante el acuerdo unánime que existe en esta opinión no parece haberlo tanto en relación a otro tema no de menor importancia para la competitividad y buen gobierno de las empresas que, sin ser públicas, estén sujetas a un control estatal a través de las llamadas golden shares (acciones de oro). Este factor de perturbación en el gobierno y el control externo de las empresas les resta competitividad y ha sido ya cuestionado por la Comisión Europea y el mismo Tribunal de Justicia de la Unión Europea. No obstante, varios gobiernos (entre ellos el español en Repsol, Telefónica y Endesa, por lo cual ha sido condenada por aquel Tribunal y debe cambiar ahora su legislación en la materia) mantienen aún estas «acciones de oro» sobre determinadas empresas que, a pesar de haber sido privatizadas, se consideran «estratégicas» o prestan algún servicio público. Y ello así al amparo de la jurisprudencia que el mismo Tribunal de Luxemburgo ha hecho en torno al artículo 295 del TUE, el cual dice claramente que el Tratado de la UE no se pronuncia sobre los regímenes de propiedad que cada Estado miembro adopte en su legislación interna, lo cual a todas luces parece una contradicción. Estas «acciones de oro» consisten en una o más acciones que se reserva el Estado, dotadas de algunos derechos y prerrogativas especiales sobre la gestión de la sociedad como son el derecho a nombrar uno o dos miembros del Consejo de Administración y la facultad de vetar determinadas decisiones de la empresa sobre cuestiones consideradas «estratégicas» (fusión, escisión, disolución, cambio del objeto social y otras). Como hemos visto más arriba, esta típica invocación al «interés público» parece haber perdido ya bastante rigor a la luz de la experiencia de unos mercados cada vez más abiertos y competitivos. La mayoría de esos fines ya pueden alcanzarse hoy, y aún de mejor manera, con una regulación sectorial bien diseñada. Es evidente que las llamadas golden shares constituyen una restricción al mercado de empresas (piénsese por ejemplo en una eventual adquisición u OPA) en la medida que impiden la libre enajenación de las acciones por sus dueños y su compra por posibles adquirentes, sean nacionales o extranjeros. En suma, las golden shares, así como los blindajes empresariales y la constitución de «núcleos duros» de las empresas, obstaculizan un mercado de empresas libre y competitivo al retener en manos de unos pocos el control de la empresa y obstaculizar la posibilidad de que otros asuman su gestión. Ante este panorama que hemos descrito en torno a las empresas públicas o entes con participación pública deberían buscarse, además de los instrumentos y procedimientos legales, otros mecanismos adicionales de incentivo y control de este tipo de entidades. 6. La «calidad» como nueva dimensión ética en las empresas públicas Ya hemos dicho en este papel que una nueva dimensión se había planteado, en la última década, en los servicios públicos: la orientación o satisfacción del cliente y la medición de la calidad de los servicios. Demostración de ello es la instauración de los premios a la calidad. Estos premios constituyen un instrumento de medición del rendimiento que promueven la innovación y la calidad en el sector público al identificar y evaluar organismos públicos a través de comisiones y jurados independientes, con la activa participación de departamentos públicos. El objetivo de estos premios es hacer visibles y públicos los factores de éxito conducentes a la excelencia en las prácticas administrativas. Entre ellos, podemos mencionar el programa británico de premios Charter Mark, el premio Speyer alemán, el premio IPAC a la gestión innovadora de Canadá, el Programa de Premios Presidenciales y a la Innovación en la Administración de Estados Unidos, y el reciente premio a la Innovación Tecnológica de la Administración en España. El nuevo paradigma de la gestión pública ha trasladado la importancia que antes se le daba a la «cantidad» hacia la «calidad» en los servicios. Este nuevo paradigma ha sido importado del sector privado. Esta importación se encuentra con una dificultad en el sector publico cual es la de su medición11. En el ámbito privado, la creciente importancia de la calidad se puede explicar básicamente por los siguientes factores: la creciente competencia en los mercados mundiales; los cambios en las preferencias de los consumidores; los nuevos sistemas logísticos (como el just in time); los avances tecnológicos en la cadena de producción; la mayor demanda de los empleados por un empleo «de calidad» y una mayor participación. A la luz de estos factores, la pregunta que debemos hacernos ahora es cuál o cuáles de estas razones pueden ser aplicables al sector público. No parece exigir mayor demostración el hecho de que la mayor competencia internacional no se encuentra entre ellas, debido a que el sector público está más orientado a los servicios que al producto. Por el mismo motivo, tampoco existe una necesidad técnica de orientación a la calidad desde el punto de vista del proceso productivo. Por lo tanto, los únicos factores que impulsan la tendencia a la calidad en el sector público son la conciencia y percepción de calidad de los ciudadanos y las expectativas de los empleados públicos de realizarse en su trabajo y la competencia internacional por un marco regulador y buen gobierno favorable a las decisiones de inversión de las compañías internacionales. La calidad, al menos implícitamente, siempre ha desempeñado un rol preponderante en la Administración Pública. Algunos expertos en la materia han distinguido tres fases en la evolución de la calidad en el sector público: La calidad en el sentido del respeto a las normas y procedimientos, la calidad en el sentido de eficacia y la calidad en el sentido de satisfacción del cliente. En el primer caso, la calidad significa la ausencia de errores arbitrarios. Esta noción corresponde a la antigua concepción de calidad entendida como cumplimiento de las normas legales o «conformidad técnica a las especificaciones» en el ámbito de la industria. El significado de calidad en el ámbito de los servicios públicos cambió a partir de la década de lo sesenta, cuando empezó a cobrar más importancia la gestión por objetivos. A partir de entonces, la calidad aplicada en el sector público incluirá, además de la ausencia de errores o respeto a las normas y procedimientos, el objetivo que se persigue con la prestación de un servicio o la elaboración de un producto. A principios de la década de los ochenta, el concepto de «calidad total» del sector privado se transfirió al sector público haciendo de la satisfacción al cliente el punto de referencia para medir el grado de calidad. Una demostración de ello es la creación del Premio Europeo a la Calidad (EQA, siglas en inglés), impulsado por catorce grandes empresas europeas que percibieron la necesidad de aplicar estos criterios y otros programas para la mejora continua de la calidad de los servicios públicos. En 1988 se creó la Fundación Europea para la Gestión de la Calidad con el doble objetivo de incrementar la aceptación de la calidad como una estrategia para alcanzar ventajas competitivas y promover las medidas de mejora de la calidad. El Premio Europeo a la Calidad es una parte importante de esta política y fue convocado por primera vez en 1992. En los premios a la calidad especialmente convocados para el sector público, los criterios y el diseño de las distintas convocatorias toman en cuenta las características particulares y los valores culturales o de mentalidad que predominan en la Administración Pública. Esto no es así cuando las convocatorias para premiar la calidad en el sector privado son simplemente transferidas al sector público. El concepto de «calidad total» sólo es aplicable al sector público en la medida que se tomen en consideración las características específicas de dicho sector. Por consiguiente, el riesgo que se corre es que las convocatorias a nivel nacional de estos premios en el sector privado, al abrirse al sector público, presenten grandes deficiencias si no se adaptan al sistema administrativo en cuestión. Pero si estos premios se aplican a las empresas públicas, con los matices y adaptaciones necesarias, creemos que constituirán un aliciente fundamental para la mejora de la calidad de los servicios públicos e indirectamente, una impronta para el ejercicio ético de la actividad de sus directivos. En otras palabras, se trata de un cumplimiento de las normas éticas en un sentido positivo más que negativo, mediante la formación profesional, la competitividad e incentivos distintos de los meramente económicos. Finalmente, para terminar este apartado referido al buen gobierno y la transparencia en las empresas públicas (o, mejor dicho, de sus directivos) y a modo de puntualizar algunas tareas que pueden ayudar a su concreción y evaluación, no se debería descartar la elaboración de Guías o Manuales de Buen Gobierno y Transparencia para Empresas Públicas que orienten su actividad siguiendo el modelo de la «Guía de Buen Gobierno» elaborada por la Fundación de Estudios Financieros para las empresas cotizadas en España. Ello contribuiría de manera sustancial al principio de transparencia que deben regir sus actuaciones. IV. La Ética y el Buen Gobierno en los Entes Reguladores y Supervisores «Los proyectos que necesitan mucho tiempo para ser ejecutados, no tienen éxito casi nunca» (Montesquieu, 1689-1755. Pensador francés) Esta es la tercera área de trabajo que hemos identificado como prioritaria. De más está resaltar su importancia desde que estos entes u organismos constituyen el instrumento fundament al por el cual se puede evaluar la eficiencia y la eficacia de los funcionarios que dirigen empresas públicas en una Administración Pública moderna que ha privatizado la mayor parte de sus servicios públicos o esenciales. Estos aspectos, según ya hemos exp licado, forman parte de la nueva dimensión ética en la Administración Pública. Ello se torna más importante aún si no olvidamos que las empresas públicas no persiguen un fin de lucro sino el bienestar general o bien la protección de interés considerado estratégico por el Estado. Dicho esto, el dilema que ahora se plantea es el ya conocido: «quién controla al controlante». En el caso de los entes reguladores y supervisores, si éstos fueran verdaderamente independientes, esta función debería corresponder al Parlamento (como lo es en los Estados Unidos). Pero lo cierto es que en el caso español estos entes siguen dependiendo del poder ejecutivo a pesar de las fiscalizaciones a las que estos mismos entes y su actuación puedan estar sometidos con posterioridad12. En este sentido, el control debería ejercerlo la autoridad jerárquica superior. Aun así, como ya se ha hecho en otros países con mayor experiencia regulatoria (por ej., Reino Unido) y como hemos adelantado más arriba en relación a las empresas públicas, resultaría útil y conveniente la elaboración de guías o manuales que permitan evaluar la gestión de los funcionarios encargados de dirigir estos entes. 1. La independencia de los entes reguladores y supervisores Por una cuestión de tradición jurídica, nuestros entes reguladores carecen de la independencia necesaria y están excesivamente vinculados al poder político y no parece haber demasiada prisa por abordar estas cuestiones a nivel político en España. Ello tiene una incidencia directa en la calidad de los controles y en la supervisión que deben ejercer estos entes. Pero más grave aún es cuando estos entes, como en su mayoría, tienen la función de regular y/o supervisar un servicio público o alguna actividad de interés público, especialmente las de carácter económico. Por ello, en algunos países, estas regulaciones y supervisiones se encomiendan a comisiones o entes de carácter eminentemente técnico, no político, compuestos por expertos en la materia sujeta a la regulación y cuyas funciones deben quedar protegidas de la injerencia política. Esta independencia se ha de notar, en primer lugar, en el modo de sus designaciones y remociones, en la garantía de estabilidad en sus funciones y en los modelos de reguladores, entes reguladores independientes y/o supervisores cuyo ejemplo más acabado lo podemos encontrar en aquellos países de tradición jurídica anglosajona (Reino Unido y Estados Unidos). Lo antedicho no significa que estos entes deban (ni puedan) estar al margen de la política general del gobierno de tur no. Este último siempre será quien marque las directrices generales a las que ningún ente regulador, a pesar de su carácter técnico, puede sustraerse. Lo contrario sería ir en contra de principios constitucionales. Pero tales entes sí deben estar exentos de las influencias de los partidos políticos. El Estado moderno tiene hoy asumida la dirección o gestión de muchas actividades que requieren quedar fuera de la política partidista. Estas funciones administrativas especializadas o de carácter técnico pueden observarse en sectores como en el de la televisión, educación, banca, y servicios públicos como la telefonía, el gas, el agua y la electricidad, o la actividad financiera. 2. Algunas ventajas y desventajas de los entes reguladores Dos son las principales ventajas de contar con estos entes reguladores: la especialización y la independencia. La especialización. La mayoría de los problemas con los que deben enfrentarse los organismos reguladores requieren un considerable grado de especialización técnica y económica si se quiere llegar a soluciones racionales. Ello, como hemos dicho, requiere de un personal especializado y profesional, con dedicación plena, características estas difíciles de encontrar en los políticos. La independencia. Ningún sentido tendría la especialización antes referida si el ente regulador no cuenta con la suficiente independencia para ejercer sus funciones. Por estas dos razones, principalmente, la doctrina norteamericana ha hablado del taken out of politics y la necesidad de entregar su administración y dirección a expertos no partidistas. Una vez enumeradas las ventajas, nos toca ver algunas de las desventajas que se han criticado de estos entes reguladores, no sin antes advertir que estas críticas distan muchos de ser unánimes. La especialización del personal. Se suele decir que, en la práctica, tal especialización no es tal, y que el personal, particularmente sus consejeros o altos mandos, están nombrados por consideraciones políticas más que técnicas o profesionales. La independencia. Se ha visto como un factor de debilidad, y de falta de independencia real y efectiva, el hecho de que los entes reguladores o comisiones «independientes» no cuenten, para el desarrollo de sus tareas, con el suficiente «consenso político» o apoyo popular. Como consecuencia de ello, quedan aislados y forzosamente se ven obligados a pactar con los sectores sometidos a su regulación, supervisión o control. De este modo, el ente o comisión termina por replegarse, cayendo en la inactividad o pasividad para no ga narse enemistades o evitarse problemas, sin resolver los problemas de fondo del sector. Pero la amenaza de la independencia de los entes reguladores no sólo viene desde el sector público sino también desde el sector privado. Más concretamente, de las mismas empresas sujetas a los reguladores. Esto es lo que se conoce con el nombre de «captación» o «captura» del regulador, problema este al que nos hemos referido ya con anterioridad al hablar de la necesidad de un código ético de los funcionarios públicos («Captación de los funcionarios públicos», punto I.3). Finalmente, otra de las críticas que reciben estos entes son sus procedimientos excesivamente formales. Esto demora mucho la toma de decisiones y se torna especialmente grave en el caso de los entes, pues éstos suelen regular actividades económicas que, por su dinámica, requieren de decisiones rápidas, ágiles, y sometidas al riesgo de que una demora en su toma de decisiones puede llegar a tornarlas obsoletas o nulas. 3. Las recomendaciones de la British Regulation Task Force Las recomendaciones de un grupo de especialistas en regulación del gobierno británico han identificado una serie de temas que merecen especial atención en base a la experiencia recogida y otros estudios realizados, especialmente sobre la Civil Aviation Authority (Organismo regulador de la Aviación Civil), la OFGEN (Organismo Regulador del Gas y la Energía) y la OFTEL (Organismo Regulador de las Telecomunicaciones),y que pretenden mejorar las técnicas regulativas. Dadas las características del Informe, pensamos que muchas de sus recomendaciones podrían ser aplicables, cuidando las diferencias, a distintas agencias o entes reguladores en otros países, como por ejemplo, España. Entre los temas de especial interés se encuentran los siguientes: La estructura de los organismos reguladores. Se destaca la tendencia (conveniente por cierto) de que dichos organismos tengan una estructura colegiada (board structure) en vez de individual. Dicho organismo debería poseer miembros ejecutivos y no ejecut ivos. También se sugiere la conveniencia de que los reguladores expliquen claramente el motivo de sus decisiones y su justificación en base a un criterio de costes y beneficios, de acuerdo con los objetivos propuestos. Todo ello tendrá una significativa influencia en el mundo de los negocios. Los principios básicos de la regulación. La regulación debe responder a cuatro principios básicos: transparencia, responsabilidad (rendición de cuentas), proporcionalidad, consistencia y concentración (o especialización). Estos cuatro principios son los que deberían guiar toda actividad regulatoria. A la luz de estos principios, se podría, por ejemplo, evaluar la tarea de los entes reguladores en períodos más o menos razonables según las tareas que se les encomienden. Los incentivos que el regulador debe procurar brindar a los regulados es un tema crucial para una eficaz y eficiente regulación. Tradicionalmente éstos parecen haberse concentrado en los precios, lo que no siempre es el mejor camino (especialmente en algunos servicios públicos como energía y transporte ferroviario). El tiempo que llevan los procedimientos regulatorios suele ser extenso y sus costes excesivos. Se observa que sería más conveniente un mecanismo por el cual los regulados (empresas) pudieran apelar sólo sobre una cuestión o tema fundamental y no sobre la revisión, por ejemplo, de los precios en su totalidad. Estas observaciones no desconocen el peligro de las empresas que buscan sacar sólo los temas que a ellas les disgustan más que aquellos que contribuyan a mejorar el sistema. Aun así, creemos que esta especie de «confrontación» entre regulador y regulado contribuye a sacar a la luz los temas realmente conflictivos y a encontrar un resultado justo para ambas partes: el regulado y el regulador en su carácter de intermediario entre los intereses del regulado y la comunidad. En cuanto a las recomendaciones, la BRTF formula cuatro de especial importancia: — Los planes anuales de los reguladores deben incluir una clara explicación del orden de prioridad de sus objetivos. Los reguladores deben también explicar la relación entre sus decisiones y estos objetivos. — Los reguladores económicos deben ser requeridos para establecer los costes y beneficios asociados a sus acciones que tengan un impacto significativo sobre la actividad económica. — El Consejo directivo de los entes u organismos reguladores debe estar integrado por miembros ejecutivos y no ejecutivos. — Los reguladores deben desarrollar un programa en sus planes anuales de trabajo para revisar los sectores del mercado para acondicionar o actualizar los controles de precios y remover aquellas condiciones de licencias que no estén vigentes. Las compañías deben ser capaces de emitir sus opiniones y discutir las disfunciones que observan en los entes reguladores para completar estos programas. V. Algunas conclusiones sobre el buen gobierno en el sector público Las circunstancias actuales y el amplio debate que se ha producido en el ámbito privado sobre la transparencia informativa y el buen gobierno societario aconsejan afrontar un proceso similar en el sector público. Además de ello, existe una gran demanda social y política de transparencia y ética en el gobierno de los intereses públicos que hace conveniente la implantación de un Código de Buen Gobierno y Ética en la Función Pública. Otras iniciativas internacionales en este campo desarrolladas en los Estados Unidos, Reino Unido, UE y OCDE pueden servir de referente para la definición del conjunto de principios y recomendaciones aplicables a la materia. Se torna necesaria una reforma de la estructura administrativa del Estado y del esquema de remuneración de los funcionarios y dirigentes públicos que permita una mayor eficiencia de la gestión pública, que se adapte mejor a las exigencias de la modernización tecnológica y de las necesidades de los ciudadanos. Las empresas públicas deben afrontar un cambio profundo en sus procesos de gobierno empresarial adoptando algunos conceptos de transparencia y buen gobierno del sector privado que les permita mejorar su gestión y su competitividad. El ejercicio del poder en estas empresas y la remuneración de sus consejeros se aleja de las prácticas de buen gobierno que son recomendables para garantizar su eficacia futura y su tránsito coherente hacia la privatizació n. Una nueva concepción de la función e independencia de los entes reguladores y supervisores, basada en la transparencia y la ética, debe conducir a un modelo de libertad económica más sólido, más arraigado en la sociedad civil y menos dependiente del poder político. 1 Estos desafíos fueron enumerados en la primera parte del Libro Blanco para la mejora de los Servicios Públicos, presentado por el entonces ministro de Administraciones Públicas, M. A. Acebes, en el año 2000. 2 Art. 103. CE. 3 Art. 12. LRJAPPAC. 4 El Libro Blanco para la mejora de los servicios públicos constituye una reflexión sobre los retos a los que han de enfrentarse las Administraciones Públicas ante las profundas transformaciones que tienen lugar en la sociedad hoy día, en sus relaciones con los ciudadanos y en la prestación de los servicios. 5 Directiva 95/46/CE, relativa a la protección de los datos de las personas físicas y la libre circulación de los mismos. 6 Ver anexo. 7 Ver anexo. 8 Para el resto de los problemas planteados me remito al documento de la Fundación de Estudios Financieros «Buen gobierno, transparencia y ética en el sector público», Papeles de la Fundación, n.º 4. 9 El artículo 9 de la CE afirma que «los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitució n y al resto del ordenamiento jurídico»; y garantiza el principio de legalidad [...] la seguridad jurídica, la responsabilidad y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos». El artículo 103.1 a su vez, afirma: «La Administración Pública sirve con objetividad a los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de la eficacia [...] con pleno sometimiento a la Ley y al Derecho». 10 Dos recientes sentencias del Tribunal de Justicia de Luxemburgo han condenado a España por el uso que ha hecho de las llamadas «entidades de Derecho público» dando a éstas la forma jurídica del Derecho privado (por ej., S.A.) pero que por sus objetivos, su misión y sus actividades son claramente de Derecho público y, como tales, deben acogerse a las normas del procedimiento administrativo. 11 Sobre el tema de la medición de la calidad del servicio público se vienen desarrollando, ya desde la década de los noventa, una serie de trabajos y estudios en el Instituto Nacional de la Administración Pública, dependiente del Ministerio de Administraciones Públicas, que se pueden consultar. 12 En el caso español correspondería al Tribunal de Cuentas ejercer esta fiscalización. Quinta Parte Reflexiones finales y tendencias Quinta Parte Reflexiones finales y tendenc ias I. Síntesis de las ideas de este trabajo «Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y costumbres». (Francisco de Quevedo y Villegas, 1580-1645. Escritor español) Considerando las concepciones de la empresa y de gobierno corporativo expuestos en este trabajo podríamos decir que, desde una concepción amplia, el buen gobierno corporativo remite fundamentalmente a principios éticos1 mientras que desde una visión restrictiva, en cambio, será una cuestión exclusivamente financiera que tiene que ver con la «imagen» o la reputación. Esta última concepción parece estar más ligada a la obtención inmediata de beneficios, cuestión ésta que, en el contexto de una sociedad de consumo donde la «apariencia» parece tener más peso que la «esencia», tiene mucha importancia ¿Qué otra cosa significan si no los fraudes contables que han ido apareciendo en las grandes empresas multinacionales? En estos casos, la «imagen» (falsa) de la empresa ha primado sobre la realidad de sus negocios. Por este motivo, creemos que antes de hablar de buen gobierno corporativo es necesario definir cuál es nuestra concepción de empresa. Para esto puede sernos útil recordar el sentido originario de este término. La palabra empresario viene de «emprendedor», de alguien que emprende o inicia alguna actividad, que innova, que crea poniendo sus recursos en juego para obtener beneficios. Éste es el origen del sistema capitalista que hoy conocemos y que a partir del «caso Enron» y otros escándalos financieros que le han sucedido (World.Com, Global Crossing, Tyco, Adelphia y otros), ha sido tan cuestionado, injustificadamente a nuestro entender, por algunos sectores políticos y también por buena parte de la doctrina académica y científica2. Desde esta perspectiva, creemos que más normas, más sanciones, más regulaciones, como se ha venido proponiendo hasta ahora en distintos países y también en diversos foros intelectuales y profesionales a raíz de los escándalos financieros antes mencionados, no son la solución de fondo para la crisis de confianza que se ha generado en los mercados financieros y, en última instancia, en el sistema de libre mercado. Nuestra tesis propone volver a los principios fundamentales: que el debate de fondo debe plantearse nuevamente sobre el sistema de libre mercado actualmente vigente y, más concretamente, sobre el modelo empresarial, que deberá adaptarse al contexto histórico, social y cultural en el que debe desarrollarse. En este sentido, creemos que debe pasarse de un modelo «anónimo y competitivo», como el hasta ahora existente, hacia uno más «responsable, solidario y ético»3. En definitiva, hemos de migrar de un modelo capitalista liberal economicista a uno más humano y solidario4. El modelo europeo continental parece responder más al modelo humano y solidario al sustentarse en una concepción amplia de la empresa con una finalidad no meramente lucrativa sino también social y un modelo o sistema normativo que podríamos llamar modelo «institucional»o «preventivo». El modelo anglosajón, en cambio, es un modelo más de «mercado»o «reactivo»5, centrado fundamentalmente en el valor de las acciones de la empresa. Por ello, históricamente, en los países donde rige este modelo, la cultura de los managers (o directivos) ha tenido trascendental importancia. En algunos casos particulares, como el modelo de gestión empresarial alemán de cogestión o co-determinación, el modelo institucional o preventivo se ve reforzado. El sistema bancarizado existente en Alemania —«The Hausbank System», por el cual los bancos son también accionistas y mantienen elevadas participaciones cruzadas en las compañías (banca industrial), parece ir relajándose cada vez más en respuesta a una legislación que fragmenta los impuestos sobre las ganancias de capital y facilita a los bancos vender sus acciones y obtener importantes retornos. Esta «depreciación» del modelo parece haber tenido una consecuencia directa sobre el gobierno corporativo alemán como lo demuestra el cambio operado en la entidad financiera más grande de aquel país: el Deutsche Ba nk, que ha dado un giro en su modelo de gobierno corporativo —desde un Consejo de Administración (Vorstand) compuesto por muchos miembros—, hasta uno más concentrado donde el poder queda en manos de consejeros6. Este modelo se asemeja más al norteamericano. Este cambio que parece ir produciéndose en la economía más grande de la UE, no parece ser compartido en el resto de los Estados miembro y aún parece existir cierta resistencia dentro de Alemania. En este sentido, podemos poner como ejemplo el debate propuesto por uno de los consejeros del Consejo de Administración de una de las más grandes compañías industriales de este país, Thyssen Krupp AG, en torno a cuál sea el mejor modelo de gobierno corporativo. Este directivo propugna un código voluntario de cond ucta diseñado para estandarizar y clarificar las regulaciones alemanas sobre la ética en los negocios, así como la necesidad de reformar el tamaño de los Consejos de Supervisión (Aufsichrat). Frente a los críticos a esta posición, que sostienen que este tipo de normas (códigos voluntarios) son muy débiles, el mismo consejero defendió su postura alegando que las leyes, ordenanzas y regulaciones alemanas son numerosas e incomprensibles para los inversores extranjeros. Por ello, propone un sistema más sencillo basado en el clásico principio del «honorable hombre de negocios». A pesar de estas críticas al modelo alemán vigente, el directivo no se muestra partidiario de adoptar las normas norteamericanas, pues sostiene que en Estados Unidos el sistema se basa en casos particulares y que ello ha permitido, en gran medida, que se produjeran casos como el de Enron (modelo «reactivo»). En torno a la división de responsabilidades en el Consejo de Administración, entre los que tienen funciones ejecutivas y los que tienen funciones de supervisión, el directivo de Thyseen Krup AG no se muestra convencido de que tal división sea la más conveniente por la duplicidad de información que se produce y la demora en la toma de decisiones. En una palabra, se trataría de un Consejo poco ágil, no acorde con la velocidad de los negocios, aunque no deja de reconocer la ventaja de mantener ambas funciones separadas, a condición de reducir el número de los consejeros miembros del Consejo de Supervisión y de mejorar sus remuneraciones. En España, un ejemplo reciente lo podemos encontrar en una de las últimas reformas realizadas en el Banco Popular, consistentes en la simplificación y la racionalización del organigrama del banco en busca de una mejora de eficiencia. El eje de tales reformas gira en torno a una mayor delegación de funciones para la toma de decisiones junto con un reforzamiento de la cohesión interna y el trabajo en equipo, además del estímulo a la promoción de directivos7. Fernández Armesto8, sostiene que ni el sistema alemán ni el anglosajón parecen haber producido los resultados deseados. En el alemán (sistema dual) la supervisión de los directivos la realiza un órgano especializado distinto (el Consejo de Supervisión, Aufsichtsrat) en el que participan representantes de accionistas y trabajadores (cogestión). En el anglosajón, consejeros independientes y directivos comparten un mismo órgano de dirección. Ambos sistemas han tropezado con un mismo problema: los consejeros independientes tienden al «diletantismo», y se muestran poco eficaces en su misión de vigilar eficazmente a un grupo profesional de directivos. Algunos expertos en la materia han propuesto como vía de solución una mayor implicación de las instituciones de inversión colectiva en el nombramiento de los consejeros independientes, a través del ejercicio del derecho de voto de dichas instituciones en la Junta General de Accionistas (sea por representación o no). El modelo «de mercado» o «reactivo» adoptado en países como los Estados Unidos y el Reino Unido, centra su objetivo en las ganancias que recibirán los accionistas. Este modelo es propio del contexto donde se desarrolla, caracterizado por un mercado con un accionariado disperso (baja concentración de capital) y con un alto grado de competitividad en el mercado de capitales. Es, por tanto, bien distinto del de los países del continente europeo y en países con economías en desarrollo (mercados emergentes) caracterizados por compañías con alto grado de concentración de capital y de propiedad familiar o con fuertes vínculos con la compañía. En este modelo, los altos directivos suelen ser también los propietarios de la empresa y su presencia en los órganos directivos es mayor. Además, no existen inversores anónimos por quienes preocuparse o a quienes rendirles cuentas. De hecho, la mayoría de las reformas realizadas en los países de economías emergentes sobre las compañías cotizadas han sido costosas al reducir el control familiar o la concentración del accionariado de las mismas9. No obstante, hay que tener en cuenta que los distintos modelos de GC no son más que eso, modelos, que aunque importantes para un adecuado análisis de carácter teórico, cobran su verdadero sentido cuando pueden ser aplicados en la práctica. En este sentido, podríamos decir que las últimas reformas que en materia de GC han hecho la mayoría de los países, como hemos visto en este trabajo, presentan características similares. Entre ellas podemos destacar: la conveniencia, o al menos una mayor toma de conciencia, de la división entre la gestión y su control, sea en un Consejo de estructura dual como el alemán, o en el modelo monista a través de la separación de las funciones del primer ejecutivo (CEO) y el presidente del Consejo (Chairman), junto a la tendencia cada vez más creciente de aumentar y fortalecer el carácter independiente de los Consejos con la presencia de los denominados «no ejecutivos». Otro de los elementos comunes de estas reformas es el reforzamiento de los controles o auditorías internas a través de las comisiones de auditoría y la creación de comisiones de nombramiento y remuneraciones. En resumen, el modelo mayoritariamente seguido en el Continente europeo y en la mayoría de los economías en desarrollo se caracteriza por una propiedad muy concentrada, en general en grupos familiares, un Consejo de Administración con fuerte presencia de ejecutivos, mercados de capitales no muy desarrollados, una débil protección del accionista minoritario frente a un «núcleo duro» de accionistas y poca transparencia. Frente a este modelo, el modelo de «mercado» en países como Estados Unidos, se caracteriza por un accionariado disperso, Consejos con mayoría de miembros no ejecutivos, directivos ejecutivos con mucho poder de gestión, mucha transparencia, accionistas minoritarios muy protegidos y un mercado de capitales muy competitivo. Paradójicamente, ha sido en el mercado de los Estados Unidos donde se han producido los mayores escándalos financieros y los mayores abusos de los ejecutivos, amparados en ese enorme poder discrecional, no controlados por la ausencia de grupos accionariales de control. Éstos, presentes en el modelo europeo continental, y aún abusando, a veces, de su poder y sus privilegios en relación a los accionistas minoritarios, han evitado en ocasiones escándalos de fraudes empresariales. Sin embargo, no sería correcto concluir que un modelo es mejor que otro, pues el buen gobierno corporativo implica una combinación de factores: personas éticamente responsables, una adecuada estructura de los Consejos de Administración y procedimientos ágiles y transparentes. Determinar el grado de cada uno de estos factores es el desafío que cada compañía debe afrontar y para el cual deberá tener muy en cuenta el contexto social, político y económico donde pretende desarrollarse. Ésta parece ser la idea del legislador europeo al redactar el Estatuto de la Sociedad Anónima Europea y dejar libertad a los Estados miembro para que escojan entre un sistema monista o dual de gobierno corporativo. El modelo europeo continental, con un mercado de capitales más desarrollado, una mayor transparencia y una mejor protección de los accionistas minoritarios, tiene muchos atractivos, en nuestra opinión, para consolidarse como un buen referente de una nueva economía capitalista liberal. II. Hacia un nuevo modelo de Gobierno Corporativo Dentro de los análisis e investigaciones que hasta la actualidad se han realizado en materia de gobierno corporativo10, podríamos distinguir, básicamente, «dos generaciones»11. Una primera generación, iniciada con el trabajo seminal de Jensen y Meckling12 (1976), donde la atención se centra en los problemas que plantea el control de los propietarios sobre los administradores cuando estas dos condiciones no coinciden en la misma persona —los llamados «costes de agencia» (propiedadcontrol)—. Estos estudios se centran fundamentalmente en las empresas norteamericanas y fueron también realizados en otros mercados. Una segunda generación podría ser la que se inicia con los análisis centrados más en los mecanismos externos de control y la protección y el fortalecimiento del derecho de los accionistas minoritarios13. 1. La «primera generación» del GC: la propiedad y el control de la empresa «Todo necio confunde valor y precio» (Antonio Machado. Poeta español) Para la «primera generación», el GC es definido como: «el conjunto de mecanismos —institucionales y de mercado— que inducen a quienes ejercen el control de la compañía (consejeros y administradores) a tomar decisiones que maximicen el valor de la empresa para sus propietarios (accionistas o proveedores del capital)». En otras palabras: «El GC trata de las vías por las cuales los proveedores financieros de las empresas se aseguran de obtener el máximo rendimiento a sus inversiones»14. Desde esta perspectiva, los problemas centrales a resolver son dos: el estudio de si los mecanismos supervisores afectan a la eficiencia de la empresa y cómo se puede medir o evaluar su comportamiento. La segunda es cómo afectan tales mecanismos a decisiones particulares de la empresa como el cambio de dirección, la política de inversiones o las reacciones ante intentos de control por terceros ajenos a la empresa (OPAS). Para intentar resolver estas cuestiones se han analizado los mecanismos llamados «internos y externos» del GC. 1.1. Los mecanismos internos del GC A) El Consejo de Administración El Consejo de Administración es el primero de los mecanismos «internos» del GC. Como hemos visto a lo largo de este trabajo, el Consejo tiene como una de sus principales responsabilidades controlar (contratar, relevar y retribuir) a los directivos de la empresa, siempre teniendo como fin último la maximización del valor para el accionista. El Consejo debe ser el auténtico y más fiel representante de los intereses de los accionistas. La mayoría de los análisis, estudios y encuestas realizados sobre los Consejos suelen estar concentrados en su estructura, la remuneración de sus integrantes (para alinear sus intereses con los de los accionistas) y su funcionamiento. Estructura del Consejo En lo relativo a su estructura, la característica más analizada es la de la proporción o número de consejeros «externos». En las empresas norteamericanas, por ejemplo, la proporción de «consejeros externos» («outside directors) es bastante alta pero ello no parece guardar relación directa con los resultados de la compañía. La segunda evidencia (siempre en el modelo de empresa norteamericana) se refiere al tamaño de los Consejos. Desde este punto de vista, parece existir una relación negativa entre el desarrollo de la empresa y el tamaño del Consejo. Es decir que Consejos muy grandes suelen ir asociados a decisiones no óptimas. Por último, los cambios de los miembros del Consejo suelen ir asociados a unos resultados mediocres, cambios en la presidencia ejecutiva y en la estructura de la propiedad de las empresas. Fuera de los Estados Unidos, la evidencia empírica parece ser bien distinta. En el caso de Japón, por ejemplo, donde los consejeros externos son definidos como aquéllos previamente empleados por bancos y otras corporaciones no financieras. Sus nombramientos parecen ir seguidos por una peor marcha de la empresa y suelen ser frecuentes en compañías muy dependientes de préstamos bancarios, un accionariado muy concentrado y con miembros del Consejo muy dependientes en grupos de empresas. En la mayoría de los países europeos los Consejos suelen ser unitarios como en los Estados Unidos. Sólo en algunos se presenta una estructura dual con carácter obligatorio (Alemania, Austria u Holanda) y en otros pocos con carácter voluntario (Francia y Finlandia). Esta estructura dual suele componerse de un Consejo de Dirección, integrado por ejecutivos de la empresa y un Consejo Supervisor, en el que, como en el caso de Alemania, la representación de los empleados en este último es obligatoria (co-gestión). En el caso del Reino Unido, paradigma del GC en Europa, los estudios e investigaciones realizadas acerca de los efectos del Código de Buenas Prácticas de GC (Cadbury Code) parecen indicar que los Consejos de sus empresas son más proclives a contratar a «consejeros externos» como primer ejecutivo, una vez que la empresa ha aumentado la representación de los consejeros externos y cumple con el Código. No obstante, conviene resaltar que la recomendación de la separación del primer ejecutivo de la compañía (Chief Executive Officer, CEO) y el presidente del Consejo (Chairperson) no parece tener una incidencia significativa en el desarrollo de la empresa ni en su proceso de toma de decisiones. Remuneración del Consejo La remuneración de los consejeros ha pasado a ser un tema de capital importancia a partir del «caso Enron», especialmente, en una de sus modalidades más extendidas en los Estados Unidos: las opciones sobre acciones (stock options). La remuneración de los directivos es un tema central del gobierno corporativo porque es el instrumento que permite alinear los intereses de éstos con los de los accionistas. La evidencia empírica parece demostrar que esta preocupación se ha extendido al resto de los países que en los últimos años han realizado reformas en sus sistemas de gobierno corporativo, como es el caso español15. No obstante, al igual que en relación con la composición del Consejo, la experiencia parece demostrar que la remuneración de los ejecutivos no suele ir asociada a una mejora muy significativa en el desarrollo de la empresa ni a unos mejores resultados16. De lo hasta aquí expuesto, podemos ir concluyendo, al menos provisionalmente, que de los estudios e investigaciones hasta ahora realizados no se deduce que la composición de los Consejos y el modo en que éstos se estructuran, hayan tenido una influencia significativa en los resultados de las empresas, aunque sí parecen haber influido en otro tipo de decisiones empresariales. No parece ser tanto la existencia o no de consejeros independientes lo realmente importante y que pueda influir en los resultados finales de la empresa, sino más bien el grado en que el Consejo representa al capital. En cuanto a las remuneraciones, éstas sí parecen tenerse muy en cuenta a partir del «caso Enron». Si esto es así, la conclusión es que todos los aspectos asociados a la estructura del Consejo y su remuneración, aunque de importancia, no deben tomarse aisladamente ni deben ser excesivamente determinantes para evaluar o calificar la calidad de gobierno corporativo de las empresas. B) La estructura de la propiedad El segundo de los mecanismos internos del GC es el relativo a la estructura de propiedad de las empresas. El efecto último de la propiedad de los directivos de una firma sobre su valor depende de las diferencias entre su alineamiento con los intereses de los accionistas o su aprovechamiento, es decir, la búsqueda y protección de sus propios intereses en lugar de los de la compañía en su conjunto. Este problema es típico en las empresas norteamericanas por la gran dispersión de su accionariado, pues los accionistas, al poseer proporciones pequeñas de participación en el capital de la compañía carecen de incentivos para su efectivo control por los costes que ello implica. A esta falta de incentivos debe sumarse el problema que los economistas han dado en llamar del «pasajero sin billete» (free rider) que se da cuando unos interesados obtienen beneficios de una acción general impulsada por otros sin incurrir en costes (en nuestro caso, el control de los administradores de la compañía). En pocas palabras, unos se benefician «gratuitamente» de las acciones de otros que lo hacen «onerosamente». El resultado final será la pérdida de incentivo de estos últimos para continuar con su actividad de control. Por el contrario, aquellos que tienen participaciones significativas de la empresa sí tendrán incentivos suficientes para ejercer su control. No obstante, en este último caso, también habrá que evaluar o calcular la diferencia entre el beneficio asociado a la acción supervisora de estos accionistas significativos, de referencia o institucionales, para el resto de los accionistas, es decir, a la empresa en su conjunto, y el eventual beneficio privado que desean obtener por esa actividad. En este caso surgen los posibles conflictos de agencia (accionistas mayoritarios vs. accionistas minoritarios). La estructura de la propiedad de las empresas, más concretamente, su grado de concentración, es un mecanismo interno de GC que ha sido ampliamente estudiado. En Europa Continental, a diferencia de los Estados Unidos, la propiedad suele estar muy concentrada (principalmente en manos de las familias). Las mismas características se dan en otras economías asiáticas. En cuanto a la relación que puede existir entre la estructura de la propiedad y los buenos resultados de las compañías no parece haber una relación significativa entre el valor de la empresa y «endogeneidad» de la estructura de la propiedad. La privatización de empresas Hemos visto en la Cuarta Parte de este trabajo, al hablar del Buen Gobierno Corporativo en el Sector Público, cómo la privatización de empresas que antes estaban en poder del Estado ha sido, en general, beneficiosa, no sólo para las propias empresas sino para la economía en su conjunto. Esto, naturalmente, también es extensible al gobierno corporativo. Aunque la comparación entre empresas públicas y privadas requiere de ciertas referencias o índices (benchmarks), no siempre disponibles o posibles por las distintas características de unas y otras, se podría afirmar, en base a varios estudios sobre la materia17, que en los casos de privatizaciones, la identidad de los propietarios y la medida de su participación tiene una influencia directa en el desarrollo del valor de la compañía. La presencia de accionistas particulares y/o de inversores extranjeros suele estar asociada a mejores resultados en la compañía mientras que la propiedad del Estado suele tener efectos negativos. No obstante, la misma conclusión no podría extraerse si tomamos en cuenta la estructura de los Consejos y la compensación de los ejecutivos después de la privatización. Los beneficios privados del control También hemos visto anteriormente que los accionistas de referencia o «institucionales» con participaciones significativas (blockholders) pueden ejercer su poder de control de manera efectiva, lo que irá en beneficio de todos los accionistas pero que, al mismo tiempo, estos inversores pueden extraer «beneficios particulares» de dicha actividad de control lo que, a largo plazo, diluye el valor de la empresa. En la medida que la tarea de control sobre los administradores de la empresa tenga un valor que vaya más allá que los derechos de voto (y el efectivo ejercicio de esos derechos) que otorgan la simple tenencia de acciones (1 acción 1 voto) existe un incentivo negativo para extraer beneficios privados de las acciones de control o, lo que es lo mismo, una desproporción entre el control y la propiedad que da derecho al mismo. Las investigaciones realizadas sobre las empresas norteamericanas en este aspecto demuestran que las empresas que tienen mayor número de votos preferentes o con mayor poder de control, tienen una prima menor que aquellas que no lo tienen o su número es menor18. En pocas palabras, el no cumplimiento del principio básico (derivado del derecho fundamental de propiedad) de que toda acción es igual a un voto, tiene un efecto negativo sobre el valor de la empresa. Esta desproporción entre el poder de control y el número de acciones (derecho de propiedad) suele quedar patente en las participaciones que se establecen a través de estructuras «piramidales» (pyramid structures) o «participaciones cruzadas» (cross holdings) mediante las cuales la empresa matriz, que se encuentra en el vértice de la pirámide, tiene el control efectivo de todo el grupo de empresas con una inversión proporcionalmente pequeña a través de otra/s compañías. La consolidación del control de las empresas a través de distintas clases de acciones, estructuras piramidales o participaciones cruzadas son muy comunes en las empresas de todo el mundo. Estas estructuras de propiedad a través de «grupos» suelen darse en países de muy distintas características de mercado y en algunos de ellos reciben distintos nombres: en Japón «keiretsu»; en Korea «chaebols»; o en Rusia «grupos industriales-financieros». También suelen darse en India, Brasil, Italia, Sudáfrica (donde según una investigación realizada en 2002 existen sólo cinco grandes grupos industriales controlados por sus fundadores o familias). Estos grupos suelen controlar grandes conglomerados manteniendo una participación proporcionalmente pequeña en alguna de las empresas del grupo. La experiencia internacional parece demostrar que este tipo de estructuras reducen el valor (de mercado) de las empresas19. De todas las observacio nes y análisis hechos en relación a los mecanismos internos de control del GC que se han denominado de «Primera Generación», se pueden extraer tres conclusiones básicas20: 1. La propiedad, en general, está mucho más concentrada en países europeos (a excepción del Reino Unido) y también no europeos que en los Estados Unidos, que suele tomarse como paradigma de todos los estudios por el peso de sus empresas en el mercado mundial. 2. De modo similar, la estructura de propiedad tiene menos importancia en los Estados Unidos que en el resto de los países y, sobre todo, la concentración de la propiedad privada suele tener un efecto positivo sobre el valor de la empresa. 3. Existen significativos beneficios privados de control en la mayoría de las empresas de todos los países, pero siempre es menor en los Estados Unidos. En relación con estos beneficios, la estructura o sistemas que permiten un control (derechos de voto) en exceso a las acciones efectivamente poseídas (ruptura del principio 1 acción = 1 voto) suelen reducir el valor de las empresas. 1.2. Los mecanismos externos del GC A) El mercado de OPAS (Ofertas Públicas de Adquisición) Cuando los mecanismos internos de control fallan (cuando el diferencial entre el valor actual de la empresa y su valor potencial es negativo) se genera un incentivo para que terceros ajenos a la empresa (generalmente competidores de la misma) procuren adquirirla o controlarla. Además, la mera amenaza del cambio de control de la compañía que recae sobre quienes lo están ejerciendo en ese momento provee un importante incentivo para que mejoren su gestión, procuren aumentar el valor de la empresa de manera que el diferencial entre el valor actual y potencial no sea negativo o, al menos, no lo sea hasta el punto de generar o crear un incentivo para que terceros se apropien de la compañía. Por ello compartimos la opinión de quienes sostienen que los mecanismos de mercado, o «externos», constituyen un incentivo eficaz para que se desarrolle un buen gobierno corporativo21. No obstante, investigaciones recientes en esta materia22 parecen demostrar que las adquisiciones hostiles (hostil takeovers) no tienen un efecto positivo, por ejemplo, en países como Alemania a diferencia de países como Estados Unidos y el Reino Unido. En general, las OPAS no suelen ser vistas como uno de los mecanismos de GC en países distintos de estos dos últimos. Ello, sin duda, se debe a las diferentes estructuras de los mercados: más concentrados en el continente europeo y en Asia. 2. La «segunda generación» del GC : el sistema legal y la protección de los accionistas minoritarios «No tengas por inoportuno al que pida cosas justas» (Cristóbal Pérez de Herrera, 1558-1625. Escritor y médico español) El sistema legal que acompaña a los mecanismos de buen gobierno de las empresas no parece haber sido suficientemente estudiado o, al menos, no ha merecido la misma atención que han recibido otros aspectos como los ya vistos «mecanismos internos y externos». Una posible explicación de esta deficiencia puede ser que durante la última década, el renovado interés por el tema del GC ha sido abordado, fundamentalmente, por economistas dedicados a la economía empresarial y al estudio de las organizaciones. Pero en los últimos años economistas como La Porta, López de Silanes, Shleife r, y Vishny (LLSV)23 han advertido de la importancia del sistema legal para un buen GC. En particular, la protección que éste otorgue a los accionistas minoritarios. También se puede concluir que mientras los mercados financieros fueron dando rendimientos espectaculares a todos los accionistas, pocas fueron las preocupaciones por sus derechos. Cuando los mercados sufrieron procesos de «ajuste» violentos («crash bursátiles») inevitablemente surgieron procesos de reivindicación de la igualdad de los derechos de los accionistas y de su protección ligados a iniciativas políticas, académicas y también periodísticas vinculadas a los escándalos financieros vividos. Esto fue especialmente significativo a partir del año 2000. Las investigaciones realizadas por los economistas antes citados apoyan que el grado de protección que un país otorgue a los derechos de sus inversores —y en la medida que tales derechos sean efectivamente ejercidos y aplicados por los tribunales— son determinantes para la valoración de las empresas y el desarrollo económico del país donde éstas se asientan. La evidencia empírica sugiere así que existen grandes diferencias en la protección de esos derechos en los distintos países y que aquéllos con un bajo grado de protección de sus inversores se caracterizan por un alto grado de concentración de la propiedad accionarial de las empresas y mercados de capitales menos desarrollados. Así, después de analizar los sistemas legales de 27 países y sus compañías cotizadas, los autores llegan a la siguiente conclusión: Que las compañías son mejor valoradas en aquellos países con mejor protección de los derechos de los accionistas minoritarios24 y cuando poseen un alto grado de concentración del capital en manos de algún accionista de control (controlling shareholder25). En otras palabras, los países con un pobre o deficiente sistema legal de protección de los accionistas son penalizados con un menor valor de sus empresas. Al mismo tiempo, la concentración del capital flotante en manos de un accionista de control o de referencia aumenta el valor de las compañías. Indirectamente, las observaciones parecen demostrar la importancia que tiene «la expropiación», también llamada «tunnelling», en la terminología anglosajona, que los accionistas minoritarios sufren de manos de los accionistas de control en muchos países y el papel de las instituciones legales para limitar tales expropiaciones. Los autores entienden que la función que corresponde al sistema legal es fundamental para un reforzamiento y aumento del mercado de capitales así como los incentivos adecuados para permitir a los accionistas una mejor valoración de sus inversiones. La concentración del capital aparece como una respuesta lógica en un mercado que otorga escasa o nula protección legal a los inversores. Si el derecho no los protege (o no lo hace adecuadamente) los inversores deben buscar mecanismos de autoprotección y adoptarán medidas para no perder el control de la empresa. Cuanto mejor sea la protección legal de los inversores, las primas de riesgo del mercado financiero serán menores, las tasas internas de retorno disminuirán y el mercado de capitales, en consecuencia, mejorará con el consecuente beneficio para las empresas y la economía en su conjunto. Al mismo tiempo, una mayor protección legal a los inversores está asociada a una mayor información y transparencia y, de este modo, menos costos originados por los problemas de agencia. Tanto la «primera generación» (medios de control y estructura de propiedad) como la «segunda generación» (sistemas le gales-protección a los inversores) de estudios sobre GC permiten concluir que el nivel de concentración de propiedad de las empresas que cotizan sus acciones en el mercado es mucho menor en Estados Unidos y el Reino Unido que en el resto de los países de todos los continentes y que esta concentración del capital parece tener un origen en la protección a los inversores. No obstante, hay que tener en cuenta que este tipo de mecanismos de autoprotección y control, como es la concentración de la propiedad, suelen tener costes asociados a los potenciales conflictos de agencia entre los grandes y pequeños accionistas que, en última instancia, reducen el mercado de capitales encareciendo la financiación de las empresas e impiden un mayor desarrollo económico nacional. Teniendo en cuenta el grado de concentración empresarial y la protección legal de los inversores, López de Silanes y Laporta han ampliado los dos modelos típicos de GC vistos hasta ahora: sistemas centrados en el sistema bancario y otras instituciones financieras- «banked-oriented system» (Alemania, Japón) —y los centrados en el mercado «market oriented system»— (Estados Unidos y Reino Unido), a cuatro, que nos parece oportuno citar en este trabajo porque es ilustrativo y permite dar un paso más en el intento de establecer un modelo más avanzado para futuros estudios e investigaciones sobre el GC. Así, los autores mencionados hablan de: países con sistema de «common law» («common law» countries: particularmente Estados Unidos y Reino Unido); países con sistema legal francés (French civil laws countries); países con sistema legal alemán (German civil law countries) y países con sistema legal escandinavo (Scandinavian civil law countries). 2.1. La división entre el control y la propiedad Este es el tercer aspecto que junto con la estructura de la propiedad y la protección legal de los inversores parece determinante para evaluar los sistemas de GC. En este sentido, las compañías con acciones de distintas clases que otorgan distintos derechos (acciones con voto o sin voto) aparecen menos valoradas que aquellas que no tienen tales tipos o clases de acciones. Esta separación de la regla una acción-un voto permite una menor extracción de beneficios privados por quienes ostentan el control de la empresa pero sin tener una proporción equivalente de su capital. En una palabra, la quiebra del derecho de propiedad (una acción un voto) aparece como un elemento negativo al momento de valorar a una empresa26. La literatura sobre GC ha identificado dos técnicas bastante extendidas para extraer «beneficios privados de control»: el «tunnelling» y el nombramiento de administradores. Por el primero, se transfieren (ocultamente o de manera difícilmente detectable) activos y ganancias desde la empresa hacia quienes ejercen el control. En las estructuras «piramidales», por ejemplo, el «tunnelling» suele adoptar diversas formas como la venta de bienes de empresas que están más alto en la «pirámide» hacia empresas que están más abajo o, a la inversa, vendiendo bienes de estas últimas a las primeras a precios más bajos que los del mercado, transacciones más ventajosas para los directivos, retribuciones y compensaciones excesivas u ocultas, préstamos garantizados, aprovechamiento de oportunidades de negocio, uso de información privilegiada, adquisiciones hostiles con primas ocultas o que diluyen el valor de las acciones (para los minoritarios), ciertos acuerdos para-sociales y otras de similar tenor. En pocas palabras, técnicas por las cuales los accionistas pueden verse expropiados de valor legalmente pero injustamente y sin ninguna compensación. El control de la empresa también permite a los accionistas controladores nombrar a sus directivos y administradores. Esto es más plausible en los países de propiedad muy concentrada o con estructuras piramidales de control que en aquéllos donde la propiedad es más dispersa. Así, las investigaciones hechas en esta materia demuestran que aquellos regímenes con un sistema legal de protección débil de los inversores minoritarios son proclives a tener directivos y administradores contratados o designados por el grupo de control (familias o instituciones financieras), mientras que aquéllos con un alto grado de protección de los minoritarios suelen tener administradores y directivos profesionales. No obstante, como demuestra la reciente experiencia en los Estados Unidos, ello no es suficiente garantía para evitar el fraude. Por otro lado, el hecho de que un grupo de control (familiar o de otro tipo) nombre a los consejeros y administradores de su preferencia, no quiere decir necesariamente que éstos no sean competentes en sus cargos ni que no sean los mejores, pero la experiencia parece demostrar que estos casos son escasos. Ambos aspectos no suelen coincidir. Además, si realmente estos gestores son los mejores y más competentes para los cargos para los cuales se les designa no parece haber motivos para no someterlos a procesos más transparentes y competitivos. De todos modos, aún cuando estos directivos y administradores sean los más aptos y competentes en sus puestos, los análisis empíricos demuestran que las empresas donde sus ejecutivos y administradores son nombrados por los grupos de control (familiares o financieros) son peor valoradas que aquéllas donde los administradores y ejecutivos no tienen vínculos con estos últimos27. Como conclusión podríamos decir que la división de la propiedad y el control conlleva costes de agencia y tiende a disminuir el valor de la empresa. Estrechamente vinculada a esta división está la protección legal de los accionistas minoritarios. 2.2. ¿Hacia una convergencia de los sistemas de GC? A pesar de la existencia de diferentes modelos o formas de entender el GC (el modelo centrado en los derechos de los accionistas, shareholder primacy model; el modelo centrado en los cons ejeros, directors primacy model; el modelo centrado en los trabajadores, labor oriented model; o el modelo centrado en aquellos que, aparte de los accionistas, tienen algún interés o vínculo con la empresa, stakeholder model) la experiencia a nivel internacional indica que todos ellos hunden sus raíces en dos modelos de mercado de capitales y, en consecuencia, también de GC: aquel que se asienta en el poder de control del mercado («market-oriented system») como son los casos de los países anglosajones (Estados Unidos y Reino Unido) y que gira en torno a los grandes inversores institucionales, principalmente, aunque no sólo, entidades financieras («banked-oriented system») y grupos familiares o industriales, como son los casos de Alemania y Japón, por ejemplo, e Italia y España28. También hemos visto cómo el primer sistema lleva asociado una protección legal mayor de los accionistas e inversores minoritarios que el segundo, lo cual, en cierto modo, es explicable y razonable puesto que en el último de los sistemas, al carecer de una suficiente protección legal, los accionistas buscan otros modos de proteger sus intereses. Se concentran como medio de autoprotección, para asegurar sus ganancias. Frente a estos dos sistemas básicos lo que cabe preguntarse ahora es cuál de los dos es mejor. Los estudios sobre la materia no permiten afirmar, al menos con certeza absoluta, que un sistema sea mejor que otro. Ambos tienen sus ventajas y sus desventajas. Así, hemos visto cómo en aquellos países donde rige el «market-oriented system» existen altos costes de control y de conflictividad derivados, fundamentalmente, de los problemas de agencia y de las presiones del mercado. En los países no orientados al mercado y con menor protección de los intereses de los accionistas existen menos costes de control, mayor coordinación por una menor dispersión de la propiedad y más estabilidad pero, al mismo tiempo, los accionistas minoritarios están menos protegidos y están más expuestos a la «expropiación» de manos de los grupos de control (familias o grupos industriales y/o financieros) y las empresas ven perjudicado su valor. La convergencia hacia un sistema de mayor protección de los inversores incrementa las inversiones y fomenta el crecimiento; no obstante, no está claro cuándo tal convergencia pueda ocurrir en forma real y si llegará en tiempo oportuno. En otros aspectos del GC, como la composición del Consejo, la convergencia parece ya bastante consolidada, al menos en algunos países. Sólo el tiempo podrá decir cuál de los dos sistemas es el mejor o cuál es el límite de ambos para evolucionar hacia un sistema más eficiente o más perfeccionado. Con todo, en este trabajo adoptamos una posición más favorable al primero de los sistemas (market-oriented system) por considerar que los riesgos que lleva consigo no son mayores que aquellos que lleva consigo el segundo. A ello debemos sumar que en este último sistema los accionistas minoritarios están más desprotegidos y las posibilidades de ser «expropiados» es más factible y más difícil de descubrir y denunciar. Quizá por ello, en la última década, todas las legislaciones de los países de este último sistema han reforzado los mecanismos de transparencia de la información en las compañías cotizadas y han desarrollado informes y códigos de buenas prácticas de gobierno corporativo, algo que en los países anglosajones basados en el «marketoriented system» ya se venía haciendo desde hace mucho tiempo atrás. Ello, no obstante, en países de propiedad concentrada como España, en los que el reequilibrio de la propiedad por medio de un nuevo modelo de ahorro a largo plazo vinculado a un sistema de pensiones público y privado de capitalización más que de reparto tardará en llegar, la mejor fórmula consistirá en un capital concentrado, que ha garantizado correctamente el desarrollo y la internacionalización de muchos grandes grupos cotizados, con un nuevo modelo de protección de los derechos de los accionistas minoritarios y un más igualitario ejercicio de los derechos de voto y representación en las Juntas Generales, junto a mecanismos de transparencia en el seno de los Consejos. La corrupción que eventualmente pudiera observarse en uno u otro sistema no puede detectarse sólo por instrumentos legales. La ética está más allá de la ley aunque esta última presupone la primera. Si bien sabemos que el mercado no es perfecto, también estamos convencidos de que es el mejor de los sistemas hasta ahora conocidos y practicados para evitar el abuso del poder y delatar la corrupción. La defensa del derecho de propiedad constituye el eje del sistema capitalista y de una economía de libre mercado. La quiebra de este derecho a través de la escisión de uno de sus componentes esenciales —el poder de control— es, a nuestro juicio, junto al problema ético, el núcleo del problema del GC en la actualidad. 3. Hacia la «tercera generación» del GC: la autorregulación «Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos» (Alfred Adler, 1870-1937. Psiquiatra austríaco) Después de analizar las tendencias del desarrollo y el análisis del GC, y siguiendo la línea trazada ya por Denis y Mc Conell29, la hipótesis de este trabajo es que se debe llegar a una «tercera generación de GC» centrada no ya en los mecanismos de control (internos y externos) y los problemas de agencia (comisiones de auditoría, consejeros externos independientes) ni en el sistema legal (protección de los inversores), sino también en aquellos mecanismos, legales y no legales (incentivos) que fomenten y mejoren la autorregulación responsable y transparente fundamentado en el principio de cumplir o explicar (las empresas deben decir si cumplen lo que han establecido en régimen de autorregulación y en caso de no cumplir, explicar el porqué y que todo esto sea transparente y público). Nuestra tesis es que la «autorregulación» por parte de los sectores o empresas involucradas es más beneficiosa que la «heterorregulación» (regulaciones provenientes del Estado o cualquiera de sus entes vinculados). Pero esta tesis requiere, como condición previa, que las empresas estén lo suficientemente preparadas para lograr la aprobación, tanto del Gobierno como del resto de la sociedad civil, de las normas de actuación y conducta que ellas mismas dicten y se obliguen a cumplir. En una palabra, se trata de crear una «cultura autorregulatoria». En este trabajo, entendemos por autorregulación el proceso por el cual una compañía o una asociación de cualquier tipo elabora sus propias normas de actuación asumiendo la responsabilidad de su cumplimiento. La autorregulación es común en las asociaciones profesionales, especialmente en lo relativo a la relación entre éstos y sus clientes y en establecer incompatibilidades. También en algunas industrias que implican ciertos riesgos para la sociedad (riesgos industriales, por ejemplo). En estos casos, dada la especialidad del sector y la dificultad para que la administración establezca una regulación eficiente, la autorregulación suele estar justificada. La principal justificación económica de la autorregulación radica en la reducción de sus costes de transacción. Para la Administración Pública, sería mucho más costoso obtener la información necesaria para establecer la regulación más adecuada. Y si lo hace, los riesgos de su ineficiencia son bastante altos. En el caso de la autorregulación, la función o el papel de la Administración se circunscribe a los aspectos de control y supervisión. La autorregulación suele ser frecuente también en aquellos servicios que dependen mucho de su propia reputación para competir en el mercado. La auditoría puede ser un buen ejemplo de ello. La sanción del mercado por no actuar éticamente o fuera de ciertos estándares mínimos de conducta puede ser mucho más severa que aquella que pueda imponer la Administración. La autorregulación suele plasmarse en códigos éticos y de conducta entre cuyos objetivos está el de hacer que los administradores cumplan lealmente sus deberes; que asuman como propios los objetivos de la empresa para fomentar una cultura empresarial no sólo dentro de la empresa sino también fuera de ella (en sus relaciones con los clientes y proveedores); para elevar el nivel de calidad de sus productos o servicios por el trabajo responsable de sus empleados, quienes se verán estimulados al notar que pertenecen a una compañía que reconoce sus valores (cabe recordar que los reconocimientos no sólo tienen que ser económicos); para gestionar el riesgo en situaciones de crisis y prevenir comportamientos oportunistas y muchos otros que sería imposible enumerar. Existen, básicamente, dos modos de asegurarse que un código ético cumpla con sus fines, esto es, que sus directivos actúen siempre de modo ético. El primero es «obligar» a la compañía a atenerse siempre a ciertas reglas de conducta (remitiendo tales conductas a un órgano interno o bien a una autoridad independiente y especializada u otorgando tales controles de supervisión a un «defensor del cliente o del usuario», como parece ser el caso de España a partir de la Ley de Reforma del Sistema Financiero). El fundamento de este concepto radica en el principio de cumplir o explicar lo antes mencionado y que obliga a una transparencia total en el cumplimiento o la explicación detallada y pública de por qué se incumple. El segundo viene por vía de la propia reputación que la compañía quiera mantener en el mercado (lo que constituye un valor intangible cada vez más apreciado). Tal reputación se consigue cuando se procura ir más allá de cuidar una imagen exterior. Cuando no sólo se limita a «cumplir» ciertas normas sino a dar a éstas su más pleno sentido a través de sus comportamientos. No se trata pues, de «deslindar responsabilidades» ni cumplir con un mero expediente. Existen varios modelos de autorregulación. En algunos casos, el Estado provee normas muy generales o marcos de regulación a partir de los cuales las compañías organizan su propio sistema regulatorio que viene a llenar o completar en detalle el marco general diseñado por el gobierno, evitando así las desventajas de normas rígidas y muy casuísticas (regulación de «mínimos»). Éste parece ser el modelo adoptado por el gobierno español en su última Ley de Transparencia y el que ha inspirado todos sus informes previos. En otros casos, una industria o sector económico es responsable de regular su propia actividad y el Estado se limita a exigir un inspección adecuada por las personas competentes designadas para ello (por ej., los temas vinculados con el medio ambiente y la seguridad industrial). En síntesis, el mensaje que queremos transmitir es que existe todo un mundo, aún poco conocido, fuera del Gobierno o el ámbito estatal, donde la regulación puede desarrollarse. Este desconocimiento alcanza incluso a sectores de los reguladores, políticos, científicos y estudiosos. El «caso Enron» ha marcado un punto de inflexión en la historia de la regulación. Ello se debe, a nuestro entender, a que la carencia de una debida y oportuna transparencia en la autorregulación, por parte del sector en cuestión, parece haber sido, entre otras, más vinculadas al fraude y al delito personal, una de las causas de este fraude financiero y, como consecuencia de ello, el endurecimiento de las regulaciones estatales, estableciendo un régimen mucho más rígido y estricto que el hasta entonces vigente, lo que ha puesto en riesgo el negocio de las compañías que prestan servicios de auditoría y de consultoría (por citar sólo el sector aparentemente más afectado)30. Un problema añadido al de esta estricta regulación es la del cumplimiento de la letra de ley en vez de con su «espíritu». El actual sistema contable es tan prolijo y complejo que fomenta la mentalidad de completar un formulario. Esa crítica ha llevado a la Financial Accounting Standards Board (FASB), organismo privado controlado por las firmas de auditoría que se encarga de fijar las normas contables en Estados Unidos, a ser objeto de severas críticas por su lentitud en elaborar directrices como consecuencia de las presiones a que se ven sometidas sus iniciativas por parte de las propias empresas. La FASB lleva veinte años sin definir con precisión cuál debe ser el tratamiento de las «Special Purpose Entities (SPE) (este tipo de sociedades son las que sirvieron a Enron para eludir los controles de los entes reguladores sacando de sus balances operaciones financieras). Por otro lado, la Asociación de Analistas Financieros norteamericana que gestiona el programa de titulaciones Chartered Financial Analysts (CFA), un sello de calidad muy prestigioso dentro del sector y que se rige por un código de ética propio, ha declarado, a través de su presidente, Robert Jonhson, que sentirse satisfe chos con las reformas que afectan a la práctica profesional de los Analistas Financieros, pues contribuirán a elevar el «estándar ético» de la profesión, hubiera sido mucho más efectivo que si la iniciativa hubiera partido de los propios analistas. También la UE, como no podía ser de otra manera, se ha hecho eco de estas reformas y proyecta crear un «superregulador» que refuerce la supervisión de las auditoras y recorte su autorregulación y ha establecido un grupo de trabajo para revisar los estándares profesionales de los analistas financieros. Benito Arruñada31, refiriéndose al caso específico de los servicios de auditoría y complementarios que prestan las firmas auditoras, pero que consideramos en gran medida aplicable a otros varios sectores de la economía y, en particular, del mundo financiero, nos dice que: «...la regulación de estos servicios ha de ser una regulación de “mínimos” [...] el mercado proporciona incentivos para controlar los posibles problemas que pudieran surgir en este terreno. La regulación tendrá así un papel esencial como facilitador de esa tarea del mercado, asegurando que éste recibe la información relevante para que esos incentivos funcionen eficazmente. Ello no quiere decir que el análisis de los problemas particulares de cada tipo de servicio y la formulación de soluciones específicas sean innecesarios, sino que tanto los reguladores públicos como los analistas externos nos encontramos en mala posición para abordar con éxito esas tareas. El problema reside en que desde el exterior de las firmas o de la profesión es improbable que se pueda observar o reunir con la rapidez y precisión suficientes el tipo de información que es necesaria para valorar los problemas que plantean servicios específicos». Por ello, a nuestro juicio, la regulación detallada de tales servicios debe dejarse principalmente en manos de las propias empresas (autorregulación), y a las decisiones organizativas de las propias firmas, motivadas por un mercado lo más transparente posible. Por el contrario, la diferenciación regulatoria tiene en general poco sentido porque, para ser útil, necesitará una información demasiado específica, que rara vez tendrá disponible, todo lo cual aconseja que se establezca en el propio ámbito de la firma y de las profesiones (auditores, analistas financieros, consejeros y administradores). Como ejemplo podemos citar áreas como las pensiones y los conglomerados financieros donde la estructura regulatoria, de los Estados Unidos y la UE, es aún bastante diferente, al igual que en las áreas del gobierno corporativo y las normas contables [aunque en esta última se están dando pasos importantes con el fin de, por lo menos, armonizar las Normas Internacionales de Contabilidad (NIC Europeas)] y las que rigen en los Estados Unidos (Federal Accounting Standards Board, FASB). Pero estas reformas no sólo parecen haber afectado seriamente a las auditoras y consultoras y analistas financieros. También los directivos y consejeros (especialmente en Estados Unidos) han dado su voz de alerta contra la mayor responsabilidad que sobre ellos ha recaído y el desproporcionado poder que van adquiriendo los accionistas minoritarios y otros stakeholders al punto de que algunos ya han hablado de una auténtica «revolución de los accionistas». Estas reformas, según opinan los mismos ejecutivos, han aumentado los costes de la empresa (asesoramientos legales, salarios de los ejecutivos que buscan cubrirse de eventuales demandas por responsabilidad, creación de departamentos específicos dentro de la empresa para la supervis ión permanente de los estados financieros y otros). Casos como el de Eurotunnel en Francia, EuroDisney en Estados Unidos o Glaxo-SmitKline en el Reino Unido pueden ser demostrativos de esta llamada «revolución». Entre los principales cuestionamientos que los presidentes de las empresas norteamericanas, ya sean industriales o financieras, hacen a las nuevas normas de buen gobierno podemos encontrar las siguientes: — La excesiva carga que suponen para las empresas (por ej., costes legales y de supervisión interna)32. — La Bolsa de Nueva York, ente autorregulador del mercado, dice que las nuevas normas desalientan a las empresas que quieren cotizar. — Para muchas empresas, los costes administrativos que suponen adecuarse a las nuevas normas supera los beneficios. Tanto auditoras como bufetes de abogados han aumentado sus tarifas. — La SEC (Securities and Exchange Comission) está estudiando dar más poder a los accionistas en la elección de los consejeros, a pesar de la reticencia de las compañías. — Algunas empresas siguen ignorando la voluntad de sus accionistas en temas clave, como el reconocimiento como gasto de las opciones sobre acciones. — Los analistas y banqueros, por su parte, alegan que Wall Street y los agentes de Bolsa se enfrentan a una excesiva carga regulatoria diseñada para intentar frenar los abusos del mercado. — El Fiscal General de la ciudad de Nueva York declaró que los cambios son necesarios para evitar que los inversores reciban informaciones erróneas. Esto predispuso a los accionistas contra los dirigentes empresariales de forma arbitraria y dramática. — Los banqueros y analistas también hacen saber su disconformidad ante la prohibición de que se reúnan para tratar ciertos asuntos, a menos que lo hagan en presencia de un abogado que actúe como guardián. 3.1. Los «flancos débiles» de la autorregulación Pero la autorregulación también tiene sus «flancos débiles» como son los problemas de la captura33 por las compañías reguladas (aunque de esto no está exento tampoco el regulador) y la influencia de poder político (del cual tampoco está exento el regulador estatal). Por ello consideramos esencial distinguir qué aspectos de la autorregulación pudieron fallar en los casos mencionados. En el mercado europeo de capitales, las regulaciones son segmentadas y aplicadas por distintas autoridades reguladoras todo lo cual multiplica los riesgos, los posibles abusos de mercado y otras prácticas sancionables como el «insider trading» o la «manipulación» de las cotizaciones. Con este objetivo, el Parlamento y el Consejo de la UE, dentro del Plan de Acción de Servicios Financieros (PASF)34 ha aprobado una Directiva Comunitaria (Directiva de Abuso de Mercado). A pesar de la importancia de esta Directiva, faltan en ella algunas consideraciones o referencias que tengan en cuenta la autorregulación, lo cual refleja las distintas concepciones que sobre esta materia tienen los Estados Unidos y la UE35. El Comité Europeo de Reguladores (CESR) de títulos valores36 publica los principios que consideran, basados en su experiencia, buenas prácticas regulatorias. En su último documento, este comité ha identificado tres componentes básicos para la efectiva protección contra el «abuso del mercado»: La primera es la transparencia informativa. Los emisores deben dar a conocer toda la información interna (entendemos que relativa a la correspondiente operación) a todos los accionistas y tan pronto como esto sea posible. La segunda es la confidencialidad. Previamente a revelar información, los emisores deben tomar «todas las medidas razonables» para asegurar la confidencialidad. Cuando esto ya no sea posible, la información debe ser revelada públicamente «sin demora». El tercer y último componente es la propia organización interna. Los emisores deben tomar medidas para evitar el «abuso del mercado por parte de personas relevantes» (toda persona con potencial acceso a información privilegiada o interna) y deben organizar su estructura de forma tal que se pueda controlar esa información. De lo dicho, se puede observar que la responsabilidad de cumplir con el principio de transparencia informativa recae sobre el emisor, el cual puede decidir no confesar información relevante si considera que ello puede violar otro principio fundamental: la confidencialidad. Si consideramos, por ejemplo, el artículo sexto de la referida directiva comunitaria: «...el emisor debe revelar la información interna (o privilegiada) tan pronto como sea posible... y, al mismo tiempo... puede dilatar revelar esa información en protección de la confidencialidad de la misma», veremos que el mismo sujeto que asume el riesgo de mantener reservada tal información es el que luego se ve sujeto a que dicha reserva no sea considerada como causante de un eventual perjuicio al accionista o al público en general por las autoridades reguladoras y los mismos inversores, independientemente de cualquier violación a la confidencialidad y a la que el emisor hubiera otorgado mayor «peso» o «importancia». A tenor de este artículo parece que ni aún adoptando el emisor un apropiado sistema interno de organización para conducir o controlar la información interna o privilegiada, quedará a salvo de eventuales responsabilidades. Ello genera un grado de inseguridad jurídica para el emisor de valores con las consecuentes secuelas negativas que ello tiene para el buen funcionamiento del mercado de capitales y su auténtica y efectiva unificación. Para corregir estas deficiencias se han efectuado, por distintos especialistas y políticos, distintas propuestas37 muy concretas, entre ellas, podríamos mencionar, a modo de ejemplo, la siguiente: Es necesario precisar y matizar el tipo de información que requiere ser revelada. En la aludida Directiva, la «información privilegiada» (inside information) está definida como de una «precisa naturaleza», que no es conocida por el público y la cual, si fuera revelada, podría tener efectos significativos sobre los precios de las acciones o productos derivados relacionados. Consideramos que este concepto es demasiado amplio. Piénsese, por ejemplo, en el hecho de que una compañía esté negociando una fusión o considerando una OPA hostil (hostil take over) que implica el manejo de información que el emisor sólo puede mantener oculta bajo su propio riesgo. El revelar dicha información, vital para el precio de las acciones y la integridad del mercado, podría hacer fracasar la adquisición o fusión. El «caso Enron», como era de prever, ha tenido también sus efectos directos en España donde, entre otras medidas38, se ha reformado la ley de auditoría y se ha reducido el poder de control antes delegado en las propias auditoras (autorregulación), se impuso la obligación de rotación de socios y equipos de trabajo asignados a determinados clientes y la obligación, cuando éstas presten también servicios de consultoría (como lo es en el 80% de los casos) de la separación «jurídica» y de los socios de las firmas que presten estos servicios. Estas limitaciones, según las auditoras, con todo lo que puedan tener de positivo, provocarán un incremento en los precios de sus servicios. Existen además otros motivos en pro de la «autorregulación» que han dado lugar a recomendaciones formuladas por el Institut of Economic Affairs39. Entre ellos, destacamos las siguientes: — Imponer a los reguladores estatales el deber de promover la competencia, el cual actualmente se aplica a los servicios públicos o «esenciales», con la finalidad de impedir o poner límites a la tendencia expansiva de los entes reguladores. — Transferir los procedimientos de supervisión y control, allí donde sea posible, desde los entes reguladores al sector privado. Por ejemplo, el requisito estatal de la inspección por «persona competente», podría reemplazar a normas de tipo prescriptivo. El Estado exigiría regulación pero no entraría en los detalles de la misma ni se reservaría en exclusiva o directamente la actividad de control y supervisión. — Permitir a compañías privadas el establecimiento de principios (standards) aún en competencia con los entes reguladores estatales. — Admitir los «principios privados» voluntariamente, de ma nera que la regulación privada retenga su carácter no coercitivo. Los involucrados podrían decidir de este modo si optan o no por cumplir tales estándares, lo cual dependerá de cómo afecte ese cumplimiento a su reputación en el mercado. Uno de los factores de decisión de los consumidores al momento de adquirir determinados bienes o servicios podría ser (y en la actualidad frecuentemente lo es) que tengan o no esos estándares. La ausencia de la regulación estatal no significa que exista un vacío regulatorio que deje a los consumidores e inversores expuestos a las leyes del libre mercado sin ningún tipo de protección. Por el contrario, la experiencia parece indicar que el mercado es quien está en mejores condiciones para generar sus propias normas de actuación, incluyendo las de protección. Al Estado le es más difícil y costoso por una cuestión evidente: el Estado depende de la información que le brinde el mercado. Ello no implica, repetimos, que el Estado se desentienda de sus funciones esenciales pero las puede ejercer, como hemos visto en los ejemplos antes citados, de modos muy diversos y más efectivos que estableciendo normas coercitivas. Eso le permitirá liberar recursos y ser más eficiente en el ejercicio de sus funciones propias e indelegables. Los últimos escándalos financieros producidos en Estados Unidos y en Europa han provocado un cuestionamiento del sistema capitalista que a nuestro modo de ver es injustificado. Recordando las ideas de Shumpeter: «el mercado, abandonado a su propia mecánica, puede llevar a su propia destrucción...», debemos reconocer, avalados por la experiencia histórica, que esta «autodestrucción» no es propia ni exclusiva del capitalismo sino que también lo fue de los sistemas socialistas o de economías planificadas. Por ello preferimos hablar de la «creación destructiva» implícita en un sistema donde el eje está puesto en la libertad y la iniciativa privada. En otras palabras, un aprendizaje por «prueba y error» («learning by doing») que hace prevalecer la libertad individual sobre su sujeción a determinadas planificaciones hechas por supuestos expertos. Lo dicho, como hemos anticipado, no quiere decir que el Estado deje de cumplir con sus funciones esenciales. En el «caso Enron», por ejemplo, esta demostración por «prueba y error» puede observarse no sólo en la ya referida reforma del sistema de financiación de partidos políticos —cuestión por cierto no ajena al buen GC— sino también en el renacimiento del debate acerca de la reforma del sistema de inversiones de los fondos de pens iones, que llevó a proponer por parte de la oposición en el Senado, una nueva ley que limite las compras, por parte de los empleados, de las acciones de sus propias empresas hasta un 10% de los activos en sus planes de pensiones (en lugar del 20% existente hasta el momento). Para finalizar, y ya desde una perspectiva más general, consideramos que habría que evitar una «regulación reaccionaria» ante los hechos acaecidos en el mercado norteamericano y que afectaron gravemente a la credibilidad de sus empresas. Tampoco hay que olvidar que el GC constituye un bien en sí mismo para las empresas, pues contribuye en no poca medida a su eficiencia y competitividad y todo ello independientemente de todas las exigencias de transparencia y revelación de información que se quieran imponer. Los casos de corrupción, como «Enron» no se pueden solucionar sólo, ni fundamentalmente, con un aumento de la regulación. El problema de fondo no se resuelve con más regulaciones sino con un cambio de cultura y educación empresarial, especialmente en el campo de la ética, que va más allá de lo estrictamente jurídico. Con relación a este último aspecto —el jurídico— quizá sea conveniente especificar algunos de los principios ya existentes en la legislación como el deber de diligencia y lealtad de los administradores contenidos en el artículo 127 de la LSA, la información que las empresas (principalmente las cotizadas) deben brindar al mercado de forma periódica y el establecimiento de algunas incompatibilidades en materia de auditoría, considerando que ésta cumple una función pública. En este sentido consideramos positiva la Ley de Transparencia de las sociedades cotizadas y algunas de las reformas en la Ley de Auditoría. Al mismo tiempo, un endurecimiento de las penas sobre ciertas conduc tas empresariales puede ser también un efectivo instrumento disuasorio en la medida que tales penas o sanciones no sean desproporcionadas a los fines que con ellas se pretenden obtener pues, de lo contrario, podría llevar a los responsables a limitarse a cumplir estrictamente los mandatos legales (por ej. otorgar la información mínima exigida, «información dura») y descuidar el «espíritu» de la norma que en el caso concreto de la información se traduce en procurar la mayor transparencia posible, lo que no sólo está ligado a la información legalmente exigida sino a todo un conjunto de hechos y circunstancias ajenos a ella («información blanda»). En última instancia, de lo que se trata es de crear y fomentar una determinada «cultura empresarial», un modelo con suficiente ascendiente o fuerza moral para ser imitado. Ello, como ya se ha comprobado a través de numerosos estudios efectuados por importantes escuelas de negocios, tiene efectos directos positivos sobre la competencia, el desarrollo económico y, consecuentemente, también sobre los mercados financieros. En pocas palabras, se trata de percibir a la ética empresarial no sólo como un deber moral sino también como una ventaja competitiva. No obstante, insistimos en que el GC debe ser entendido más como un sistema que como algo aislado que pueda fácilmente ser regulado por un conjunto de normas claras, distintas y fácilmente aplicables. A este respecto, me permito traer a colación el resultado de un informe elaborado por la CNMV donde llama la atención a las empresas españolas por su escaso cumplimiento de las recomendaciones del Código Olivencia de buen gobierno corporativo. En 1999, la CNMV elaboró un cuestionario que anualmente remite a todas las compañías. De las casi 200 empresas que cotizan en España, sólo 59 respondieron, y dentro de las del índice selectivo Ibex 35, sólo veinte (datos del año 2002), siendo sólo ocho las que cumplían el total de recomendaciones del Código Olivencia (23). Si bien el cumplimiento de este Código de Buen Gobierno es voluntario, las autoridades recomendaron enfáticamente, desde sus comienzos, su aplicación. Entre las conclusiones del análisis destaca la falta de avance en el cumplimiento de los principios de gobierno corporativo. Los aspectos más necesitados de reforma, según este informe, son los siguientes: la acumulación de poder del presidente del Consejo; la creación de comisiones compuesta sólo por consejeros externos y el establecimiento de una edad límite. Del lado positivo, las empresas parecen haber mejorado en lo referente a la transparencia de la información al mercado40; el funcionamiento del Consejo y la presentación de auditorías sin salvedades. A nuestro entender, estos aspectos (positivos) son los más relevantes para el buen funcionamiento del mercado financiero y aquellos que la CNMV destaca como negativos o incumplidos son los que, precisamente, deberían permanecer en el ámbito de la autorregulación. Como conclusión y mensaje final de este trabajo diremos que es necesario analizar más profunda y objetivamente los problemas existentes (causas y consecuencias de los escándalos financieros ocurridos en los últimos años) y matizarlos según sus circunstancias41. Si bien el Comité Winter aconseja regular el gobierno corporativo (y el de sociedades en general) a través de «recomendaciones» (legislación «blanda»- «soft law») es conocido ya el peso y la influencia que éstas tienen en la práctica del Derecho comunitario. Difícilmente una compañía se atrevería a no seguir esas recomendaciones o «legislación blanda» conociendo sus consejeros las eventuales responsabilidades que luego les pueden ser atribuidas por otras vías más «duras» que normalmente acompañan a las primeras (por legislación interna de cada Estado miembro por ejemplo). La experiencia demuestra que el efecto «d isciplinario» de las recomendaciones es muy significativo y el paso de éstas a una legislación de carácter vinculante (sea a través de códigos o directivas) suele ser muy corto42. Con ello se corre el riesgo de que las empresas sólo cumplan con la forma de las normas y no con el fondo, es decir, con su auténtico fin y, de este modo, se pueden perder los beneficios provenientes de una auténtica autorregulación entre los cuales podemos enumerar algunos no menores como normas más adecuadas, precisas y eficientes para el sector sujeto a las mismas, una competencia positiva entre distintos modos de organizar las empresas y, lo más importante, un mayor compromiso por parte de la sociedad civil en el gobierno de sus empresas, fuente de desarrollo y bienestar de toda la sociedad. 3.2. El autocontrol y la autocrítica legitiman el modelo de autorregulación del GC «Y la verdad os hará libres» (San Juan) Todo lo anteriormente expuesto queda en «aguas de borrajas» si la sociedad civil económico- financiera, protagonista irrenunciable de la gestión empresarial, no asume que ningún proceso de autorregulación puede legitimarse frente al resto de la sociedad que no participa de la dirección y el control de la economía y de las finanzas, sin el autocontrol y la autocrítica, dos principios indisolublemente ligados a ella, que son imprescindibles para la consolidación de un sistema capitalista liberal sano y de corte humanista, que no se guía exclusivamente de criterios economicistas vinculados sólo al incremento de valor para los accionistas. Nadie más y mejor que los capitalistas deben estar interesados en el buen funcionamiento de la economía de mercado. Pero para ello hay que legitimarlo cada día demostrando a la sociedad en su conjunto un compromiso real con el buen gobierno y la ética empresarial que ha de ponerse de manifiesto con mecanismos de autocontrol y autocrítica mediante los cuales se pongan en evidencia entre los propios dirigentes empresariales y desde ellos hacia el público, las disfunciones y aspectos a mejorar en el gobierno empresarial, en la transparencia y en la igualdad de los accionistas, proponiendo las medidas correctoras necesarias para un buen funcionamiento de las empresas y de los mercados de capitales, llamando la atención a aquellos que con su conduc ta conculquen y atenten contra el modelo de autorregulación, de gestión y de buen gobierno empresarial. En España se ha desarrollado en el segundo semestre de 2004 la primera experiencia de esta naturaleza a través del Observatorio de Gobierno Corporativo promovido y realizado por la Fundación de Estudios Financieros (FEF) que ha reunido a los máximos dirigentes de empresas cotizadas (presidentes, consejeros delegados, consejeros y secretarios del Consejo) en torno a un estudio de 201 variables de gobierno corporativo, transparencia, estructura de capital y derecho de los accionistas, tras el que se ha editado una publicación con los análisis efectuados, los cambios correctores recomendados y consensuados y los aspectos destacables que han funcionado correctamente43. A) Hacia un equilibrio autorregulatorio y normativo Para no pecar de ingenuos, hemos de concluir que el proceso de buen gobierno empresarial debe ser necesariamente una adecuada combinación de normas y principios autorregulatorios. Las primeras, más vinculadas a la protección e igualdad de los derechos de los accionistas y las segundas referidas al gobierno empresarial a través de los Consejos de Administración y su funcionamiento. La proporción y la gradualidad de normas y principios autorregulados tendrán como resultado un nuevo modelo económico capitalista-liberal y marcarán la inclinación de los gobiernos y de las sociedades modernas en el camino del desarrollo económico y de la prosperidad para las próximas décadas. 1 Este sentido ético de la empresa y del gobierno corporativo ha sido destacado por varios informes, algunos de los cuales más tarde se han convertido en Códigos (voluntarios ) o Guías de Buen Gobierno Corporativo. Entre ellos, se pueden destacar los siguientes: Cadbury (Londres 1992); Hampbel (Londres 1998); Higgs (Londres, 2002); Vienot (París, 1995 y 1999), Preda (Roma, 1999), las recomendaciones de la Comisión Portuguesa del Mercado de Valores y las de la Federación de Empresas de Bélgica (FEDI). En España se redactó el Informe Olivencia, el cual propone la sanción de un Código Ético de los Consejos de Administración de las Sociedades. Para un resumen de dichos informes se puede recurrir al trabajo del profesor Manuel Álvarez Valdés, publicado en el Libro Homenaje al profesor Fernando Sánchez Calero (2002). Para Rafael Termes, la preocupación de la dirección de la empresa debe equilibrar todos sus componentes. Así, si bien el único fin de ésta no es crear valor para los accionistas, su objetivo financiero subordinado a su fin último y concurrente a su logro sí es crear valor para los accionistas, intentando maximizar el valor de mercado de la acción. Según un estudio de la consultora McKinsey, el 78 % de los inversores europeos y el 76% de los estadounidenses estarían dispuestos a pagar una prima con tal de asegurar unos principios éticos en la dirección de las compañías a las que confían sus ahorros. Ignacio Suárez Zuloaga, después de diez años de análisis de las conductas de los líderes de grandes grupos empresariales, llega a la conclusión de que los escándalos (corporativos) poco tienen que ver con el tamaño y estrategia de las empresas. Las claves están en los valores, en la actitud de los líderes y en los mecanismos que se empleen para controlar su actuación (véase Expansión, del 25 de julio de 2002). 2 También en este último caso la etimología puede ayudarnos. Capitalismo deriva del término capital, y éste del latín «caput» que significa cabeza. El empresario, como «corazón « o «motor» del sistema capitalista», es aquel que debe utilizar fundamentalmente su «cabeza» (inteligencia) para innovar, crear y mejorar su entorno social y no un mero especulador como muchas veces se le quiere mostrar. 3 Actualmente, varios estudios demuestran que, según el estado actual de la economía, la clave para ser competitivo radica más en la cooperación que en las ventajas competitivas como las marcas o el servicio al cliente, las ventajas comparativas por situación geográfica o la lucha por la obtención de cuotas de mercado. Acciones como la coordinación, la reciprocidad y las asociaciones se muestran fundamentales para ser competitivo en el actual estado de la economía internacional. 4 No debemos olvidar que el padre del capitalismo moderno, Adam Smith, era profesor de ideas morales antes que economista y que fue desde esas virtudes morales desde donde partió para la defensa del libre mercado. Un mercado realmente libre es imposible que funcione sin un sustrato moral. 5 Este modelo parece estar actualmente en discusión a partir del «caso Enron» (y otros que fueron apareciendo como World Com; Global Crossing; Tyco; Q- West; Adelphia; Xerox) y las reformas adoptadas. De estas reformas, debemos resaltar el endurecimiento de las penas contra los directivos que hayan incurrido en fraudes contables (entre otras, penas de hasta 20 años de prisión) que a pesar de ser comprensibles por las consecuencias que el caso tuvo (debemos recordar que la caída de los valores bursátiles producida por entonces fue la peor desde la crisis de 1929), pueden ser desproporcionadas o incluso negativas. Concretamente, nos referimos a la pretensión de responsabilizar a los CEO’s (Chief Executive Officers) de las principales empresas norteamericanas por las estados financieros de sus compañías. Los directivos ya tenían obligaciones legales y fiduciarias antes de las reformas propuestas. Una cosa es penalizar por la comisión de un fraude (en este sentido, el endurecimiento de las penas puede ser algo positivo) y otra es mandar a la cárcel a personas por «errores de juicio» o por una mala asunción de riesgos. Estas modificaciones tienen el grave peligro de causar un gran retraso en la economía más grande del mundo (falta de innovación, de creación de nuevas empresas, en síntesis: estancamiento) al minar uno de los pilares del sistema económico capitalista: la limitación de la responsabilidad. Este principio (por el cual las pérdidas son limitadas pero las ganancias ilimitadas), ha permitido el enriquecimiento de muchas familias norteamericanas y de todos los países que participan del mismo sistema. Los negocios se han expandido de tal forma que puede hablarse de la conversión de un sistema capitalista corporativo hacia un capitalismo popular. En una palabra: el riesgo es uno de los pilares de la economía moderna y desarrollada. 6 El nuevo comité ejecutivo del banco está compuesto por cinco miembros del Consejo de Administración y, además, incluye siete consejeros. El consejero ejecutivo Josef Ackerman, es también el presidente del Consejo. 7 Véase Expansión del 24 de julio de 2002. Secc. Finanzas. 8 Ex presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). 9 «Mayor transparencia significa más oportunidades para el gobierno para favorecer a mis competidores». Ésta es la idea sostenida por algunos de los propietarios de estas compañías según un informe realizado por una consultora norteamericana (Cfr. McKysinsey Quarterly, 2001, n.° 4). Este trabajo ha sido producto de una investigación y una encuesta realizada en la Internacional Finance Corporation’s Global Private Conference (May 9-11, 2001). 10 La mayoría de estas investigaciones y documentos de trabajo a los que nos referiremos en esta parte se han publicado por el European Corporate Governance Institue (ECGI). 11 Denis, D. K. y McConell, J. J. (2003): Working Paper, n.º 05/2003. January (ECGI). 12 Jensen, M. y Meckling, W. (1976): «Theory of the Firm: Managerial Behaviour, Agency Costs and Ownership Sturcture», 3, J. Fin. Econ., 305. 13 Laporta; López de Silanes; Schleifer, y Vishny (LLSV) (1998): «Law and Finance», Journal of Policital Economy. 14 Schleifer y Vishny, ob. cit. 15 La casi totalidad de los Códigos de Buenas Prácticas de la mayoría de los países vigentes en la actualidad incluyen dentro de sus recomendaciones el que en los Consejos de Administración existan, al menos, dos comisiones, una de auditoría y otra de remuneraciones y nombramientos. 16 Denis y McConell, ob. cit. 17 Megginson, W. L. y Netter, J. M. (2001): «From State to Market: A Survey of Empirical Studies on Privatizations», Journal of Economic Literature, 39, pp. 321-389; La Porta, R. y López de Silanes, F. (1999): «Benefits of Privatization. Evidence from Mexico», Quarterly Journal of Economics, 114, pp. 1193-1242, entre otros. 18 Cfr. Denis, D. K. y McConnell, J., ob. cit. 19 Cfr. Denis, D. K. y McConnell, J., ob. cit. 20 Ibid. 21 En este sentido, alabamos la última reforma del gobierno español en materia de OPAS (Real Decreto 432/2003, de 11 de abril) que modifica el sistema vigente hasta entonces (RD 1197/91 de 26 de julio) y en el que, entre otras modificaciones, se extiende la obligación de realizar una OPA para quien pretenda adquirir el control de una sociedad sin alcanzar el 25% y cuando se den ciertas condiciones «objetivas» enumeradas por el RD. Coherentemente con ello, y con el mismo objetivo (mejorar los derechos y fortalecer la posición de accionistas minoritarios), se modifica el sistema de OPAS «parciales obligatorias» (extendiendo su obligación cuando no se alcance el 25% del capital de la compañía) se admiten las OPAS condicionadas y se extienden las posibilidades de mejorar la oferta. 22 Jenkinson, T. y Ljunqvist, A. P. (2001): «The Role of the Hostil Stakes in German Corporate Governance», Journal of Corporate Finance, 7, pp. 397-446; Franks, J. R. y Mayer, C. (2001): «Ownership and Control in German Corporations», Review of Financial Studies, 14, pp. 943-977, entre otros. 23 «Law and Finance», en Journal of Policital Economy, 106, pp. 1113-1155 (1998). 24 Los derechos (variables) que componen esta protección son los siguientes: (1) la posibilidad de los accionistas de emitir su voto por correo electrónico; (2) la no exigencia de depósito de las acciones antes de la Junta General de Accionistas; (3) La posibilidad de los votos «cumulativos» o representación proporcional de las minorías en el Consejo; (4) mecanismos de defensa como las «acciones de clase» («class actions»); (5) porcentajes mínimos entre 0 y 10 % de participación en el capital para poder convocar Juntas Extraordinarias; (6) derechos preferentes que sólo pueden ser ejercidos a través de una Junta de Accionistas. 25 Generalmente grupos familiares o financieros. 26 Sobre este tema véase: Dyck, A. y Zingales, L. (2002): «Private Benefits of Control: An internacional Comparision», Journal of Finance; Nenova, T. (2003): «The Value of Corporate Voting Rights and Control: A Cross-Country Análisis», Journal of Finance and Economics, entre otros. 27 Jonson, W.; Magee, R.; Nagarajan, N., y Newman, H. (1985): «An analysis of the Stock Price Reacti Executive Deaths: Implication for the Mana gement Labor Market», Journal of Accounting and Economics, 7, pp. 151-174; Burkhart, M.; Panunzi, F., y Shleifer (2002): «Family Firms», Working Paper, CEPR, entre otros. 28 En el caso español, el 20% de las empresas que cotizan en el índice selectivo IBEX 35 son familiares y una gran parte del capital de las empresas de este índice pertenece a los grandes grupos financieros ligados a Bancos y Cajas de Ahorro. 29 Ob. cit. 30 «El “caso Enron” ha motivado cambios en las normas que regulan la auditoría. De hecho, el mayor impacto ha recaído sobre la estrategia de las firmas y, en especial, sobre las “Big Five” (hoy “Big Four” después de la desaparición de Arthur Andersen) que han hecho prácticamente desaparecer la consultoría de su oferta de servicios». La investigación abierta para aclarar la actuación del auditor, Arthur Andersen, ha impulsado a la Comisión del Mercado de Valores de Estados Unidos (SEC) a plantear una reforma de las normas de auditoría que, entre otras modificaciones, redujo la capacidad de autorregulación de las firmas auditoras. Pero estas reformas no sólo parecen haber afectado seriamente a las auditoras. 31 En su obra: «La calidad de la Auditoría», Incentivos privados y regulación, Marcial Pons, 1997 (pp. 94 y ss.), 32 Por cada estudio que muestra los perjuicios de las nuevas obligaciones que acarrean las reformas sobre el buen gobierno, otro informe insiste en lo contrario. Un análisis del bufete Foley & Lardner ha señalado que de cien empresas encuestadas, el 20% estaba pensando abandonar el parqué por el aumento de la regulación. Otro estudio (Broadgate Capital Advisors y Bank of New York) afirmaba que la Ley SarbanesOxley sólo representa un obstáculo para el 8% de las empresas. Christopher Liddell, consejero financiero de International Paper, estima que la Sección 404 de las Ley Sarbanes-Oxley —que obliga a las compañías a instaurar rigurosos controles internos sobre la contabilidad y la documentación— supondrá un gasto en el año 2004 de más de 10 millones de dólares, una quinta parte del presupuesto de su departamento. General Electric ha gastado 30 millones de dólares y 250.000 horas de tiempo de sus empleados en instaurar los procedimientos que dicta la Sección 404. Por otro lado, los auditores exigen mayores salarios por el aumento de sus responsabilidades (Fuente: Expansión, miércoles 2 de julio de 2004). 33 Ya mencionados en la Tercera Parte de este libro. 34 Plan cuyo objetivo es la unificación del mercado financiero europeo iniciado a partir del Informe «Lamfalussy». 35 Por ejemplo, la prevención del insider dealing esta basada esencialmente en normas que exigen la revelación de información por los emisores de acciones, lo que no sólo puede resultar inadecuado sino también vejatorio de otros derechos como el secreto profesional. Sin llegar a eso, la revelación de información no relevante o de otras características distintas de la exigida estrictamente para la conducta punible que se pretende investigar puede causar un daño irreparable para los negocios y las empresas, sobre todo, cuando en la Nueva Economía, esencialmente basada en la innovación y la creatividad, los secretos comerciales e industriales (valores intangibles) se tornan en el eje del sistema y son una de las piezas fundamentales (si no la que más) para ganar ventajas competitivas. 36 Cesr —siglas en inglés. 37 Entre ellos Renato Brunetta, euro-parlamentario y Stéfano Micossi, analista financiero italiano. 38 Como la aprobación de la Ley de Transparencia. 39 Think Tank con sede en Londres. 40 No obstante el valor positivo de la transparencia, debemos hacer una importante diferenciación entre ésta y el buen gobierno corporativo. Desde el análisis hecho por la Fundación de Estudios Financieros a través del Observatorio de Buen Gobierno Corporativo, hemos podido observar que empresas con un alto grado de transparencia, tenían, sin embargo, una puntuación muy baja en materia de gobierno corporativo. 41 El escándalo «Enron» no se puede equiparar al de «Gescartera» en España o el de «Parmalat» en Italia, por sólo citar unos ejemplos. A estos efectos incluimos en este libro un apéndice con los escándalos corporativos que más han impactado sobre los mercados financieros. 42 La demostración más reciente de esta afirmación puede ser que la última recomendación de la Unión Europea sobre remuneración de los directivos de las compañías cotizadas y en opinión de muchos funcionarios involucrados en su desarrollo tardará poco en convertirse en norma vinculante. 43 Observatorio de Gobierno Corporativo y Transparencia Informativa de las Sociedades Cotizadas del IBEX 35 español. Papeles de la Fundación, n.º 7, Fundación de Estudios Financieros, 2004 (véase anexo documental de este libro). Apéndice Los escándalos corporativos Apéndice Los escándalos corporativos I. El «caso Enron» «Se puede enga ñar a todo el mundo por un tiempo y a algunos siempre, pero no a todos siempre» (Abraham Lincoln, 1809-1865. Presidente de los Estados Unidos) La compañía Enron fue creada en Houston (Texas, Estados Unidos) en el año 1985 como resultado de la fusión entre la Houston Natural Gas e InterNorth y en pleno auge de la política liberalizadora de la energía que por entonces había iniciado el gobierno del presidente Ronald Reagan. Bajo el liderazgo de Kenneth Lay (ex consejero delegado de Houston Natural Gas y lue go nombrado presidente ejejcutivo, Chief Executive Officer (CEO) de la nueva empresa resultante de la fusión). Enron pasó de la distribución de gas natural (su negocio tradicional) a la comercialización al por mayor de energía. Favorecida por una agresiva política de liberalización del mercado energético, Enron se convirtió en la primera comercializadora de energía del mundo. Su objetivo principal era beneficiarse de la diferencia entre el precio de compra y el precio del venta del gas, pero también ofrecía a los consumidores de gas un cierto número de productos financieros basados en complejos instrumentos derivados sobre commodities como el petróleo, la pasta de papel, los plásticos y otros, asegurando a sus clientes no sólo contra las variaciones del precio de estos productos sino también contra los riesgos del tipo de cambio, las tasas de interés, el impago de deudas, las condiciones meteorológicas o la banda ancha1. Este tipo de actividades, como es de suponer, exigen un alto grado de liquidez o, lo que es lo mismo, un rápido acceso al mercado de capitales y al crédito bancario. De este modo, Enron dejó de ser un mero intermediario a entablar transacciones directas, tanto con proveedores como con consumidores de energía. Durante esta época de liberalización del mercado de la energía, se elaboró una legislación orientada y promovida por el lobby de las compañías eléctricas que, ante la urgente necesidad de acceder al crédito, necesitaban una «excelente imagen ante el mercado», que dejó fuera del ámbito de supervisión tanto de la Comisión Federal de la Energía como del órgano de regulación bursátil, SEC (Securities Exchange Commission) a vehículos financieros como las Special Purposes Entities (SPE) que las mismas compañías utilizaban2. Estas entidades para fines especiales son asociaciones independientes creadas por un tercero con el objeto de emprender proyectos específicos y limitados y cuyos activos y pasivos quedaban fuera de balance3. El 16 de octubre de 2001, el presidente de Enron4, Kenneth Lay, anunció a los analistas unas pérdidas trimestrales de 618 millones de dólares y un saneamiento contra fondos propios de 1.200 millones de dólares. Poco después, se supo que el origen de esas pérdidas estaba en sociedades instrumentales (SPE) creadas por el entonces consejero financiero de la compañía5 para sacar fuera de balance deuda y activos. El 8 de noviembre, Enron anunció una rectificación contable que redujo los resultados de los últimos cuatro años en casi 600 millones de dólares, lo cual generó una desconfianza tal en el mercado y en su calificación crediticia que dificultó las vías para obtener financiación6. Tras caer en suspensión de pagos7, Enron despidió a 4.000 de los 7.500 empleados que trabajaban en su sede de Houston. Pero las peores consecuencia s han sido para los trabajadores que participaban en el plan de pensiones de la compañía, cuyos activos estaban invertidos alrededor de un 60% en acciones de la misma compañía. La compañía bloqueó la posibilidad de vender las acciones en el momento en que la cotización se desplomó hasta caer por debajo de un dólar8. Como consecuencia de todo ello, la SEC abrió una investigación para determinar la existencia de fraude contable en Enron9, investigación que luego amplió a su compañía auditora, Andersen Consulting10. Varios comités del Congreso también iniciaron sus propias indagaciones sobre ambas compañías y sobre los vínculos entre el gobierno de Bush y Enron11. Determinar con la mayor claridad que sea posible las consecuencias del «caso Enron» es de vital importancia pues de ello depende no sólo un modelo o sistema regulatorio específico, sino toda una política económica12. La opinión prácticamente unánime de académicos y del público en general, después de la caída de Enron, fue la de atribuir las causas de su caída al liberalismo y la codicia inherentes a una economía de libre mercado. Otros, en cambio, piensan que la caída de la empresa energética más grande del mundo no se debe a un fallo de aquel sistema económico. Estos últimos, entre los que nos encontramos, no creen que la economía de mercado se sustente en la codicia sino que ésta, más bien, se opone al pensamiento de Adam Smith13 para quien la búsqueda del propio beneficio personal hace participar de la riqueza creada a los demás, aun sin proponérselo, pero respetando siempre la dignidad de las personas implicadas en el proceso, con un comportamiento íntegro. Destacamos el pensamiento de Adam Smith pues no es extraño encontrar a quienes piensan que el filósofo, moralista y economista inglés no tenía ninguna preocupación por las cuestiones morales cuando justamente es todo lo contrario. Los individuos pueden comportarse debida o indebidamente tanto en una sociedad socialista como capitalista14. Pero lo cierto es que este último sistema descansa más en la generosidad, la magnanimidad y el altruismo que en el egoísmo. George Gilder, en su obra Riqueza y Pobreza dice textualmente: «El capitalismo empieza por dar. Nadie puede esperar que las recompensas del comercio sean fruto de la codicia, la avaricia o incluso el egoísmo, sino de un espíritu íntimamente afín al altruismo, una consideración de las necesidades del prójimo, un talante humano, sociable y animoso. No el tomar y el consumir, sino el dar, arriesgar y crear es lo que distingue al capitalismo»15. Desde nuestra óptica, consideramos que sería un grave error o, al menos, una lectura muy parcial, atribuir a la liberalización de los mercados energéticos las causas del caso Enron. Este mercado se ha beneficiado mucho por la liberalización y creemos que seguirá haciéndolo16. En opinión de algunos expertos y comercializadores de energía, los mercados no se hubieran visto conmocionados aunque Enron se hubiese colapsado repentinamente. El motivo de ello es, según dicen, que la oferta y la demanda no cambiaron cuando cayó el gigante energético. Como Enron había adoptado una estrategia de tener pocos activos en los últimos años, abandonando la tenencia de plantas energéticas a favor de derivados financieros sofisticados, su caída no restó mucha oferta real de gas o electricidad del mercado. El mercado real o físico parece ser lo suficientemente flexible como para haberse sostenido, aun en el caso de que Enron se colapsara repentinamente. En cambio, el mercado de operaciones financieras en el que Enron operaba (a través de sus SPE) y en el cual era pionera, se ha reducido a un tercio de su nivel anterior a la quiebra17. La capacidad de respuesta del mercado físico apunta a la explicación más importante de por qué no hay crisis: la desregulación de la energía. Gracias a la liberalización (impulsada por el mismo lobby de Enron ante el Gobierno norteamericano) los mercados de energía han crecido enormemente a ambos lados del Atlántico y ha aumentado la competencia. Incluso Enron on line, la plataforma de comercialización por Internet de Enron, ha sido reemplazada por competidoras como Intercontinental Exchange (ICE). El problema entonces no parece haber sido la liberalización del mercado energético sino más bien una deficiente regulación del mercado financiero. 1. Las lecciones del «caso Enron» El «caso Enron» ha dejado importantes lecciones en materia de gobierno corporativo: altos ejecutivos que permitieron o fomentaron un tratamiento contable engañoso. Una comisión de auditoría que firmó cuentas falsas. Individuos que se enriquecieron mediante transacciones con la compañía que les empleaba. Un Consejo de Administración ineficaz en la supervisión de las acciones de los altos directivos y muchas quejas y demandas de información que fueron ignoradas. La importancia de un buen gobierno corporativo no sólo radica en que de su gestión depende el éxito de la empresa y, en consecuencia, el beneficio de los inversores, sino también en que es la única forma que éstos tienen para protegerse de los errores de los ejecutivos18. Casi todas las economías desarrolladas han creado códigos de gobierno corporativo, han redactado las mejores prácticas y han intentado imponer estructuras apropiadas en los Consejos de Administración. Por ello, insistimos en nuestra tesis en cuanto a que la solución de fondo no pasa por establecer más normas, más regulaciones, más sanciones o nuevos códigos de conducta sino más bien en una razonada y ponderada aplicación de los principios jurídicos existentes19. 2. Estructura del Consejo de Administración En el caso Enron, aunque en el Consejo se sentaban un número significativo de consejeros no ejecutivos, no había un líder claro o un control eficaz de las acciones de la dirección ejecutiva. La estructura norteamericana tradicional en la que el Consejo consta de consejeros no ejecutivos con sólo el presidente y el consejero delegado en representación de la dirección, es potencialmente vulnerable a la manipulación de la información dada a los consejeros. Una representación más amplia de la alta dirección en el Consejo de Administración con una mayoría de consejeros no ejecutivos, encabezados por un presidente también no ejecutivo o un consejero independiente parece ser una fórmula apropiada, puesto que equilibra la necesidad de una supervisión externa fuerte con la capacidad de los miembros del Consejo de conocer el modus operandi interno de la compañía. 3. La comisión de auditoría Un comité auditor poderoso y eficaz es condición sine que non para el buen funcionamiento de un Consejo de Administración. En el «caso Enron» esta comisión no supo mantener bajo su control las cuentas y a sus contables. Una buena comisión auditora debería reclutar a los auditores, tener experiencia contable actualizada o un presupuesto para contratar asesoramiento sobre los principios contables y su puesta en marcha. Este comité debería tener un papel especial en el nombramiento y revisión del trabajo del consejero financiero. Al mismo tiempo debería asegurar que los procesos de control interno sean adecuados. Cuando esto falle, la comisión de auditoría actuará como receptor de las quejas de otros informadores internos. Los altos directivos deberían comunicar las quejas a la comisión para su investigación, bien por parte de los miembros de la misma o por expertos externos contratados por ellos. El informe anual de estas investigaciones debería remitirse a la Bolsa en la que cotiza la compañía. 4. Los conflictos de interés Un tema de capital importancia, tanto para los inversores como para los ejecutivos y también para los reguladores, es el del conflicto de intereses que puede enfrentar al auditor (externo) con su cliente, esto es, la empresa auditada. De ello también puede dar buena cuenta el caso que venimos comentando. El «caso Enron» ha revelado todo un modus operandi de las grandes firmas auditoras que las aleja mucho de lo que debería ser su objetivo primordial, esto es, hacer lo más transparente posible el estado contable y financiero de las empresas a efectos de que el público inversor tenga un fiel conocimiento del mismo y pueda tomar la mejor decisión para sus inversiones. Esto es esencial para el buen funcionamiento de una economía de libre mercado. En síntesis: el bien (intangible) que las auditoras deben proveer a la sociedad es de difícil o imposible valoración, éste es: «la confianza». Sin ella, es imposible, por más normas o regulaciones que se impongan, que una economía de libre mercado funcione adecuadamente. Al ser el mercado de la auditoría un mercado de información asimétrica, esto es, donde una de las partes (en nuestro caso, la firma o empresa auditada) posee más información y de un carácter más relevante que la de sus accionistas e inversores en general, parece necesaria (como ya hemos explicado en el capitulo II) una mínima regulación que procure equiparar, lo más posible, la cantidad y la calidad de información que tienen las partes intervinientes en una relación (contratación) de servicios de auditoría20. Según estudios empíricos realizados en esta materia, los sujetos económicos adquieren los servicios de auditoría para aumentar el valor informativo que proporcionan los estados contables a sus usuarios. En este sentido, podríamos decir que la auditoría cumple una función de «garantía» en la relación entre las empresas y sus accionistas o entre aquélla y sus acreedores, pues, como hemos anticipado, la información entre ambas partes es asimétrica, y sin esa «garantía» se dificultaría, o incluso se imposibilitaría, la referida relación contractual, con el consecuente perjuicio para la sociedad en su conjunto al impedir el buen funcionamiento de la economía. Dicho esto, ya podemos «vislumbrar» las connotaciones públicas de la función del auditor. De él se requiere absoluta independencia por el importante papel que está llamado a desempeñar en la sociedad, éste es, según entendemos, el ser «garante» de la transparencia y la solidez financiera de las empresas ante sus accionistas, acreedores, intermediarios y la sociedad en general. Por ello, la calidad de este servicio (el de auditoría) es fundamental. Partiendo de estas premisas, la pregunta que ahora debemos hacernos es cómo garantizar o asegurar esa «calidad» o «confianza» que, atento a sus funciones, debe reunir un auditor (persona física o jurídica). La demanda de auditoría externa se relaciona directamente con el hecho de que son los administradores o directivos (en la relación empresa-accionistas) o bien los deudores (en una relación de crédito) quienes elaboran y dan a conocer a sus contrapartes la información (contable) de la empresa. La explicación de ello radica básicamente en los costes, puesto que son esas mismas partes quienes en mejor condición están para obtener y proveer la información necesaria (que en su mayoría es interna de la empresa). Por este motivo surge la necesidad de algún mecanismo de verificación o «árbitro» externo que verifique o garantice la fidelidad de esa información. Uno de los modos de garantizar la calidad de los auditores puede ser a través de la regulación pública directa, otorgando licencias o permisos (habilitación subjetiva) a quienes, de acuerdo con las normas que la ley establezca, sean aptos para ejercer dicha función y determinando el tipo (calidad y cantidad) de la información que deben suministrar. Esta alternativa parece ir cobrando cada vez mayor fuerza, como hemos adelantado, por los escándalos financieros (mayoritariamente de carácter contable) conocidos a partir del «caso Enron». Estos casos (lo suficientemente importantes para ser tenidos en cuenta) parecen avalar también la hipótesis de que las auditorías internas de las empresas han cumplido una mera función de «imagen»21 más que de verdadera supervisión. Pero ésta no es la única forma, ni está demostrado que sea la mejor. La existencia de una demanda regulatoria o pública de auditoría no quita relevancia a un análisis basado en la demanda voluntaria22. Ello es así por varios motivos: En primer lugar, porque existe una demanda de auditoría por encima (en cantidad y, sobre todo, en calidad) del mínimo regulatorio que podría ser cubierto a un coste mucho menor23. En segundo lugar, se puede decir que la posición de los usuarios privados de la información contable es equiparable a la de los usuarios públicos. Si bien estos últimos no pueden protegerse incrementando el precio explícito de su aportación a la empresa, sí pueden aumentar su labor regulatoria e inspectora para con la empresa, tanto en términos fiscales como de cumplimiento de otro tipo de normas (las inspecciones de entidades financieras por ejemplo). Es aquí donde juega un papel esencial los entes u organismos reguladores. La calidad en los servicios de auditoría exige dos componentes esenciales: competencia técnica e independencia. La competencia técnica se define como la capacidad del auditor para detectar defectos o errores en los estados financieros que verifica. Por independencia se entiende la disposición del auditor a reflejar en el informe de auditoría todos los defectos y problemas que haya detectado en los estados contables sometidos a revisión24. Estos dos componentes o dimensiones de la calidad de la auditoría suelen encuadrarse dentro de la clasificación que la doctrina económica ha hecho entre «bienes de experiencia» y de «confianza» más que de búsqueda25. En los primeros, quien adquiere los servicios de auditoría (la empresa) sólo conoce algunos atributos de la calidad después del consumo; principalmente, la competencia técnica. De igual modo, en los bienes de confianza, como es la independencia, se puede tardar aún más tiempo en conocerla, sobre todo cuando no se plantean conflictos entre el auditor y su cliente o cuando el auditor se comporta con independencia respecto a ese cliente pero no respecto a otros26. Los costes contractuales de las empresas varían considerablemente según cuál sea su estructura. Por ello, la demanda de auditoría varía (demanda derivada) según su tamaño y exposición al mercado y no es lógico exigir a todas las empresas el mismo tipo y calidad de la información a través de una norma única y obligatoria27. Otra de las propuestas28 para garantizar la calidad de los servicios de auditoría, es limitar la oferta de servicios que las firmas auditoras pueden prestar a las empresas y que deben ser aprobados por la Comisión de Auditoría de estas últimas. En cualquier caso, la auditora no realizará los sistemas de información financiera, ni el outsourcing de la auditoría interna. Se recomienda además que los equipos de auditoría externa y el socio responsable deberán rotar pasado el período de tiempo que establezca el código de buen gobierno. Por último, se aconseja que las gestoras de fondos de inversión y de pensiones participen activamente como accionistas de las sociedades en que invierten, dando cuenta a sus inversores de su estrategia. Todas estas propuestas, si bien importantes y basadas en la experiencia práctica, sin embargo, no parecen prestar mayor atención a los mecanismos que el mismo mercado pueda ofrecer como salvaguardia de la «garantía» o, dicho en otros términos, de la «calidad» que deben prestar las firmas auditoras. En este sentido, debemos anticipar que son estas mismas firmas, por la naturaleza de su actividad (servicio basado en la «experiencia» y en la «confianza») las interesadas en mantener una intachable reputación29. Para maximizar el valor de la auditoría, el marco regulatorio debe hacer posible que el auditor utilice y transmita al mercado y a terceros lo que después de las distinciones hechas por Grossman y Hart se ha dado en denominar «información blanda»30. Una buena política legislativa y regulatoria debe procurar optimizar el valor de la información que las firmas de auditoría dan a sus usuarios. Una regulación, como la que parece resaltarse a partir del «caso Enron», que ponga demasiado énfasis en la independencia (formal) puede impedir que el auditor transmita la «información blanda» de que dispone y base su opinión sólo en la «información dura» de menor contenido informativo. Contra esta opinión suele argumentarse que una regulación demasiado «laxa», puede provocar que los auditores pierdan independencia y objetividad a favor de sus clientes. Sin embargo, esta posible consecuencia no tiene el sustento suficiente para convertirse en regla general. El mercado provee incentivos suficientes para que al menos una parte de los auditores desarrolle una reputación realizando juicios profesionales equilibrados. En el caso en que la ley no establezca ningún régimen sancionador para los auditores y que sea incluso inviable demandarles por responsabilidad, es previsible que se desarrollen en mayor medida los instrumentos sancionadores privados (autorregulación), como es la reputación del auditor y su eventual castigo por el mercado31. Por nuestra parte, consideramos que el mercado está en mejores condiciones de establecer cuál ha de ser la información relevante que los auditores deben suministrar y cuál ha de ser el grado óptimo de su independencia. Y ello por los siguientes motivos: a) el mercado no restringe el uso de un tipo determinado de pruebas (como lo haría con la información verificable judicialmente o «dura»); b) el mercado actúa por agregación de decisiones individuales por lo que pierden relevancia las variables personales (relación cliente-auditor); c) las decisiones en el mercado suelen estar tomadas por profesionales a quienes se supone mejor informados, y d) los costes de negociación en el mercado son prácticamente nulos32. En conclusión, mucha información que es observable por el auditor, pero no verificable judicialmente, sí es verificable por el mercado y el auditor no tendrá reparos en darla a conocer por el potencial castigo que pueda provenir del mercado si no lo hace. Las consecuencias normativas (que es lo que a nosotros nos interesa) de lo comentado anteriormente son que si se pretende otorgar un mayor valor a la calidad y cantidad informativa de los auditores, la legislación debe incentivar el buen juicio profesional más que establecer una lista de sanciones e incompatibilidades taxativamente enumeradas. Entre estos incentivos, los servicios complementarios a la auditoría parecen jugar un papel fundamental. Por una parte, cuando esos servicios se prestan a los clientes de auditoría, el auditor puede alcanzar un juicio profesional más fundamentado, pues conoce con mayor profundidad aquella parte del valor de la empresa que rara vez adquiere traducción contable, como son todos los activos intangibles (reputación, solidez de la estructura organizativa, capacidad gerencial, sistemas de información, etc.). Con sólo la actividad de auditoría es muy difícil comprender la importancia que esos activos tienen para la empresa auditada y cómo funcionan. Esta información, sin embargo, es importante para los clientes o usuarios de la misma (accionistas, inversores) que incluso estarían dispuestos a pagar por ella. La auditoría podría prestarles estos servicios y, de ese modo, ambas partes se verían beneficiadas: el cliente o usuario por la información obtenida (lo que le permitiría una mejor evaluación de su inversión) y la auditora verá incrementado sus conocimientos para emitir un juicio profesional de mayor solidez. Por otro lado, la prestación de servicios permite que la firma auditora pueda contratar y hacer una utilización eficiente de los expertos que sean necesarios para perfeccionar y extender el ejercicio de su juicio profesional, tanto en el sentido de una mayor profundidad y fiabilidad como en el de alcanzar actividades y empresas muy especializadas. 5. Opciones sobre acciones (stock options) El «caso Enron», desde que las recompensas generadas por los planes de opciones sobre acciones para la alta dirección eran desorbitadas, ha situado el tema de las «opciones sobre acciones» (stock options) en el centro del debate no sólo académico, sino también político. Nosotros consideramos importante destacar que las stock options no son una mala forma de recompensar a los directivos33, el problema está en su uso abusivo. Los pla nes de compensación, estrechamente vinculados al riesgo del precio de la acción son susceptibles de ser manipulados. Por ello, incluso los ejecutivos de compañías con pobres resultados pueden hacer una «buena gestión». Las masivas ofertas de stock options han exacerbado los beneficios en determinadas instancias. Los directivos han sido capaces de convertir pequeños incrementos de precio en las acciones, en grandes ganancias basados puramente en el número de opciones sobre acciones por ellos mantenidas. Otro factor fundamental a considerar es el factor tiempo. Las compañías tienden a otorgar opciones sobre acciones una vez al año. Los ejecutivos son libres de ejercer las opciones sobre acciones otorgadas en cualquier momento durante la vida de la opción, lo que puede convertir a las stock options más en un juego de lotería que en una recompensa por una buena gestión. Por otro lado, las potenciales recompensas han excedido significativamente el riesgo inherente a las mismas. Los ejecutivos podrían estar tentados a asumir grandes compromisos (que luego no podrá asumir) o, lo que sería aún peor, conducir artificialmente al alza del precio de las acciones de la compañía con una muy limitada responsabilidad personal si los resultados o las expectativas previstas no se cumplen. Además de los riesgos mencionados, la contabilidad favorable que han recibido las stock options, más que sus beneficios marginales, han sido determinantes para su implementación por parte de las empresas. Los incentivos alternativos a largo plazo rara vez reciben atención por parte de las comisiones de remuneraciones, incluso si las alternativas están mejor alineadas con los negocios a largo plazo de la compañía y los intereses de los accionistas. Todos estos problemas que presentan las stock options podrían verse neutralizados (o al menos atenuados) con un control apropiado de los momentos en los que se puede ejercer la opción (fijando períodos mínimos durante el cual los directivos que las poseen deben conservar sus acciones), el poder que otorgan, su libre elección y la medida de su premio. Este debe ser un objetivo prioritario de las comisiones de remuneración de los Consejos de la empresa, los cuales, al igual que los comisiones de auditoría, deben asegurar que sus miembros reúnen las condiciones para evaluar alternativas a las tradicionales opciones sobre acciones y la independencia para actuar en beneficio de los accionistas. Otra posible solución a los riesgos de «inflar» los negocios que pueden provocar las stock options son los índices sobre opciones. Éstos funcionan de modo similar a aquéllas con una excepción: en lugar de dar el derecho a ejercer la opción al precio del mercado el día fijado, tal precio varía basado en el cambio de un índice concreto, por ejemplo: el Ibex, en el caso español, el Standard & Poors 500 o el Nasdaq en el mercado norteamericano. De este modo, las ganancias de los ejecutivos sólo se producirán a partir de la evolución positiva del índice referenciado. Esto da a dichas ganancias un carácter más relativo y flexible al equilibrar el desempeño del mercado y las ganancias absolutas de la empresa. Debido a que las stock options indexadas se pagan principalmente en función de un «acto externo» (como la evolución de un índice bursátil) son altamente «apalancadas» (requieren más acciones para elegir el mismo valor que las stock options tradicionales). Con esta modalidad, los ejecutivos de más alto nivel en la empresa se hacen más responsables por las ganancias de los accionistas. Para los ejecutivos de menor nivel, en cambio, parece que es más conveniente restringir el número de acciones al que pueden acceder. En este caso, su ganancia estará directamente vinculada con el valor absoluto de la acción más que en un índice. Otro modo de medir el rendimiento de los directivos es el conocido como «TRS» (Total Returns to Shareholders) que calcula el valor de la acción de la compañía en el mercado más los dividendos pagados a sus accionistas. Este método no es muy diferente al de las stock options tradicionales. Un modelo compleme ntario al de las stock options puede ser el denominado Talent Growth-Dynamic, que podríamos traducir como «Modelo Dinámico de Crecimiento de Talentos»34 con el cual se pretende que los consejeros y administradores de las empresas encuentren más incentivos dentro que fuera de las mismas. Para ello, este modelo procura identificar un conjunto (pool) de talentos, concibiendo éstos como recurso tangible e intangible en constante movimiento (no como un activo fijo)35. Este modelo se ha mostrado especialmente útil en las empresas de alta tecnología, de servicios financieros, las farmacéuticas, las administraciones públicas y los servicios profesionales, todas ellas altamente dependientes del capital humano. Los modelos de retribución a los directivos llamados por los norteamericanos phantom plan, además del aumento de la desgravación en un 10%, elimina el tope para todos los productos de retribución, excepto para stock options y entregas de acciones, para las que se amplía al doble, siempre que se repartan entre la plantilla. Este aumento del «tope máximo» es el que parecen aprovechar los denominados phantom plan al funcionar como bonos pactados a dos o tres años cuyo importe varía dependiendo de la cotización de la acción en Bolsa o de los rendimientos de la empresa. De este modo, estos planes replican los movimientos de las opciones tradicionales con la única diferencia de que no se llegan a conceder opciones y, al terminar el plazo, no se entregan las acciones correspondientes sino que la empresa paga, en forma de bonus, el importe que se hubiese ganado con la opción. Esta diferencia sirve para que el plan no sea estrictamente un plan de opciones y se le pueda aplicar la exención fiscal además de aportar una solución al «factor tiempo» de las stock options, tal cua l indicamos más arriba, y por tener en cuenta otros baremos además de la acción o título que, como hemos visto, eran algunos de los problemas más graves que presentaban las stock options. Por lo expuesto, creemos que antes de desechar por completo a las stock options y correr el peligro de «tirar al bebé junto con el agua de la bañera», es conveniente detenerse a analizar en profundidad aquellos aspectos que deben ser reformados o mejorados para aprovechar los beneficios que este modo de retribución tiene y que puede contribuir a una mejor administración de las empresas y a un entorno más competitivo. Estas reformas sugeridas para los modos de retribución deben basarse en el diseño de un buen gobierno corporativo. II. El caso World.Com36 El caso World.Com (WC) ha transformado a la segunda operadora de larga distancia de Estados Unidos, y una de las dos más extensas y completas redes de comunicaciones del mundo, en uno de los escándalos financieros también más grandes en la historia de las empresas americanas hasta ahora conocidos37. El caso World.Com se ha producido tan sólo seis meses después del caso Enron y se ha desencadenado a partir de una combinación de factores estrechamente relacionados entre sí y que, en alguna medida, se fueron retroalimentando. Estos fallos tienen dos raíces: un débil y deficiente gobierno corporativo y una falta de formación ética en sus directivos. En el mes de junio de 2002 World.Com (hoy MCI) admitió haber sobrevaluado sus ganancias en casi 4.000 millones de U$D y el 21 de julio del mismo año solicitó de la Sala de Quiebras del Distrito Sur de Nueva York, el privilegio de la suspensión de pagos, al amparo del art. 11 de la Ley de quiebras norteamericana. Inmediatamente después, la Securities and Exchange Comisión (SEC), ente regulador y supervisor del mercado de valores norteamericano, interpuso una demanda contra la compañía. Entre otras medidas, la SEC ordenó la realización de determinadas acciones (affirmative action) consistentes en: 1) un amplio programa de revelación de información financiera y formación ética de sus directivos; 2) una revisión completa de los sistemas de control interno de la compañía, y 3) una completa revisión de su sistema de gobierno corporativo38. WC fue fundada en 1984 por Bernard Ebbers, cuando la empresa ATT fue dividida por su carácter monopólico, según las leyes antitrust norteamericanas. Esta división otorgó diversas oportunidades de negocios a muchos operadores menores y emprendedores como el fundador de WC39. Cuatro años después de su fundación, la empresa ya salía a cotizar en Bolsa. Su precio inicial fue de 5 U$D y luego empezó a subir hasta llegar, en 1999, a 80 dólares. En este momento, B. Ebbers adquirió el grupo MCI, y Bert C. Roberts, primer ejecutivo de MCI, pasó a ser presidente no ejecutivo de WC, mientras B. Ebbers se mantenía como primer ejecutivo. Desde el momento de la fusión, el negocio de la telefonía de larga distancia aportado por MCI empezó a declinar, arrastrando a la baja las acciones de WC, para llegar a 10 dólares a principios de 200240. Hasta el reconocimiento de su quiebra, la compañía, aprovechando lo que se ha dado en llamar la era de la «burbuja tecnológica»41, había hecho una serie de adquisiciones para las cuales se había endeudado muy por encima de sus reales posibilidades financieras42. Uno de los factores, quizá el más grave del caso y en torno al cual parecen girar el resto de las conductas negligentes de sus directivos, es el inapropiado uso que se ha hecho de las reglas contables, capitalizando la mayor parte de su deuda como costos operativos normales. Esta ficticia capitalización más el abuso o mal uso de sus reservas y otras argucias contables no podían tener otro resultado distinto que el que finalmente tuvo: una sobreestimación de las ganancias que los informes más favorables calcularon en 11.000 millones de U$D en un período de tres años (19992001)43. Tales sobreestimaciones crearon una apariencia de gestión exitosa y muy favorable al equipo de dirección de la compañía lo que impulsó unos niveles de compensación extraordinarios para sus ejecutivos44. Otro serio problema del caso WC fue la sobreestimación de su valor neto. Cuando la compañía presenta su balance ante la emergencia de la quiebra, los 104.000 millones U$D iniciales se redujeron a 20.000 millones45. A estas sobreestimaciones hay que sumar las cantidades falsamente declaradas46. En suma, más del 75% de los activos declarados provenían de una «contabilidad creativa» de recursos tangibles de valor neto. Esta desproporción fue aumentando a lo largo de los años durante los cuales el fraude se fue gestando hasta hacerse público47. Todo lo hasta aquí dicho ha sido posible por el deficiente control interno de la compañía sobre la declaración de sus resultados financieros. El personal contable de las oficinas centrales de la compañía no ha podido (y en algunos no ha querido e incluso ha sido cómplice) identificar y evitar la manipulación de las cuentas de la compañía, dificultado por la vertiginosa política de adquisiciones y la discrecionalidad de sus gestores, particularmente, su consejero financiero y su consejero ejecutivo48. Esta debilidad (y complicidad) en los controles se vio potenciada por la fragmentación y dispersión de su departamento contable (en distintas áreas geográficas), lo cual dificultaba la unidad de las decisiones y controles coherentes. Pero aun así, con todas estas deficiencias en los controles puestas de manifiesto, una sobreestimación de más de 10.000 millones U$D o de 80.000 millones U$D como la realizada por la compañía no es posible ni encuentra explicación alguna si no es por la previa y deliberada intención de manipular y falsificar las cuentas y la finalidad de obtener beneficios personales. En síntesis, una actitud no sólo culpable sino dolosa. 1. Las deficiencias del gobierno corporativo El marco global que hace posible la manipulación y fraude contable en el caso WC es la deficiencia, o más bien «inexistencia» de buenos mecanismos de gobierno corporativo lo que ha permitido una excesiva concentración de poder en manos de su consejero ejecutivo —Chief Executive Officer (CEO)—, B. Ebbers. Esta concentración de poder se vio materializada, particularmente, en la discrecionalidad con que este ejecutivo ha decidido la política de remuneraciones e indemnizaciones de la empresa. A ello debe sumarse la falta de idoneidad (poca experiencia acreditada en las cuestiones de su competencia). Estos abusos se han puesto de manifiesto en la persona de su consejero ejecutivo, B. Ebbers, y la serie de adquisiciones suntuosas amparadas por su posició n en la compañía. De hecho, la mayoría de esas adquisiciones49 se realizaron con préstamos bancarios garantizados por su holding de activos de Word.Com. Algo que va contra las normas más elementales de buen gobierno corporativo. Aun así, todos estos negocios no fueron prohibidos por el Consejo de Administración de la compañía. Cuando en los años noventa se «desinfla» la «burbuja tecnológica» iniciada diez años atrás (y con ella empiezan los problemas contables de muchas empresas de telecomunicaciones, entre ellas, World.Com), B. Ebbers comienza a afrontar una gran presión por encauzar o reducir drásticamente los márgenes de llamadas, que podría llevar a la empresa a la quiebra (y a su quiebra personal). A pesar de ello, durante el año 2000 el Consejo de Administración aprobó pagar más de 238 millones U$D en la concesión de subsidios de «retenciones» (retention grants) para evitar que los empleados se marcharan a otras compañías50. A todo ello hay que agregar también una gran desproporción entre el valor econó mico agregado por los directivos a la empresa y el nivel de stock options concedidos a sus ejecutivos impulsados por la «burbuja tecnológica». 2. Las prácticas de buen gobierno Éste, quizá, sea el hecho más aleccionador del caso WC. Que la compañía «cumplía» con todas las normas y recomendaciones de buenas prácticas de gobierno corporativo51. Ello demuestra que el simple cumplimiento de las normas no es suficiente para garantizar el buen gobierno de las empresas. Para que dichas prácticas tengan efectividad se torna necesario una sólida formación ética y profesional de sus directivos. En este último sentido, es importante destacar que WC tenía a consejeros sólidamente formados y experimentados que no hubieran tolerado las manipulaciones contables y hubieran evitado el fraude si hubieran sido debidamente informados por el Comité de Auditoría. El Consejo de Administración no había desarrollado sus propios sistemas de análisis de riesgos y se guió en sus actuaciones por el principio de que la elevación del precio de las acciones de la compañía era signo de que todo marchaba bien y que el equipo de gestión era eficiente. A ello hay que sumarle la opinión excesivamente optimista de algunos reconocidos analistas52. 3. El funcionamiento del Consejo El funcionamiento del Consejo tampoco parecía el más apropiado para identificar la manipulación contable. Así, las reuniones con carácter trimestral, que en principio general es un término adecuado, no lo era para una empresa del tamaño de WC. Estas reuniones estaban caracterizadas por largas presentaciones formales a cargo de su presidente ejecutivo que dificultaban más que facilitaban la tarea de supervisión que por esencia le correspondía al Consejo. Ello provocaba que las reuniones del Consejo sirvieran más para ratificar la labor del primer ejecutivo de la compañía que para controlar realmente su gestión. Por otro lado, los comités mostraron un desproporcionado nivel de actividad que reflejaban, en parte, cuál estaba siendo el comportamiento de los ejecutivos de la empresa53. Pero el tiempo asignado a sus reuniones no parece ser la peor falencia del Consejo sino más bien su escaso o casi nulo poder de control sobre las actividades de su primer ejecutivo, quien controlaba su funcionamiento estableciendo la agenda, el tie mpo asignado a las reuniones, la política de remuneraciones, etc. En pocas palabras, el Consejo actuaba como simple cobertura de las acciones de B. Ebbers que era quien gobernaba realmente la compañía. 4. La regulación La regulación es sólo uno de los instrumentos necesarios para evitar casos como el de WC pero es sólo una parte de la solución. La regulación sólo puede actuar eficazmente después de los hechos. Pretender que la regulación prevenga ex-ante todos los riesgos es no sólo imposible sino que puede resultar aún más arriesgado puesto que lo más probable (la experiencia así lo demuestra) es que incurra en un exceso de regulaciones que terminen por bloquear la dinámica propia de la empresa, haciéndola ineficiente y, en definitiva, obteniendo resultados opuestos a los buscados. Ello no quiere decir que las últimas reformas en materia de transparencia informativa y de gobierno corporativo que han adoptado la mayoría de los países después del caso Enron54 no tengan utilidad alguna, muy por el contrario, son muy positivas, pues construyen el marco institucional necesario para que las empresas realicen sus negocios, sean competitivas y el sistema económico en su conjunto pueda funcionar correctamente. 5. La importancia del buen gobierno corporativo y la formación ética El común denominador de la mayoría de los fraudes de las empresas conocidos en la última década55 son las malas prácticas y el mal funcionamiento de sus mecanismos internos de control, es decir, de su gobierno corporativo: Consejo de Administración, auditores externos y consejeros externos. Éstos deben ser los verdaderos «porteros» o «cuidadores» del buen funcionamiento de la empresa y de que las acciones fraudulentas no tengan cabida. De más está decir que ellos tampoco pueden actuar aisladamente sino que deben hacerlo de forma estrechamente vinculada al equipo de gestión. De nada sirve su diligencia si no son bien informados. Un Consejo de Administración bien preparado y formado éticamente es el mejor remedio contra los fraudes corporativos56. Es importante destacar que los aspectos éticos son tan importantes como los estrictamente profesionales (idoneidad y diligencia), pues de la observación de la mayoría de los fraudes también puede hallarse otro denominador común: las excesivas compensaciones que les ofrecía un entorno altamente competitivo y, en la mayoría de las ocasiones, inescrupuloso. La adopción de un código ético o de conducta interno de la compañía (y su efectivo cumplimiento) puede ser un primer paso en este sentido. 6. Las reformas necesarias Partiendo de los mandamientos y otras órdenes judiciales en su proceso de bancarrota, se pueden identificar cuáles son las reformas más importantes que debió afrontar World.Com para su transformación57. Dichas recomendaciones se basan, fundamentalmente, en evitar la concentración de poder en manos del consejero ejecutivo de la compañía que, según hemos visto, parece haber sido la causa fundamental de la bancarrota de WC. Los temas principales sobre los que se dirigen las reformas propuestas son las siguientes: la selección de los consejeros, su cualificación (idoneidad), estándares de conducta y de independencia de los miembros del Consejo (códigos éticos), funcionamiento del Consejo y sus comités, creación de la posición de consejero no ejecutivo (vicepresidente), límites a las compensaciones, programas de compensación en acciones y otros títulos valores, responsabilidad y transparencia informativa. 6.1. Creación de la «Constitución» de la compañía El Acta constitutiva de la compañía debe incluir los principios y normas de gobierno de la compañía que sólo podrán ser modificados con el previo consentimiento de los accionistas. Esto permitirá fortalecer los derechos y el poder de estos últimos y evitar concentrarlo en manos de las Juntas Directivas o los Consejos de Administración. La discrecionalidad de estos últimos se mantendrá sobre la estrategia y la dirección de la compañía pero se limitará en los casos de las normas relativas al gobierno de la compañía. 6.2. Más comunicación entre los accionistas El voto de los accionistas debe ser requerido para todas las modificaciones que se pretendan hacer sobre los estándares o principios de buen gobierno de la empresa, sobre ciertos programas de compensación a sus directivos y otras situaciones equivalentes. Esta comunicación debe facilitarse por todos los medios electrónicos posibles. Los accionistas deben tener la posibilidad real y efectiva de proponer resoluciones o emitir sus consideraciones a través de estos medios electrónicos independientemente de que tales propuestas sean admitidas según las regulaciones existentes58. 6.3. Selección de los consejeros Es necesario abordar una total reforma en el proceso de selección de consejeros. Con ello, la importancia del Comité de nombramientos queda en evidencia59. Se recomienda que al menos un consejero cambie todos los años. En la primera oportunidad, un grupo de accionistas tendrá el poder, si no se llega a un acuerdo sobre los candidatos propuestos a llenar las vacantes existentes, a proponer a sus propios candidatos para ser incluidos en los poderes otorgados a los consejeros. Conjuntamente con este procedimiento, deberían exigirse niveles mínimos de cualificación que tendrán que ser acordes con el tipo de negocio de la compañía. 6.4. Un Consejo activo, bien informado e independiente La independencia real (y no meramente formal) de los consejeros es un principio fundamental de buen gobierno y así lo recogen hoy la mayoría de los códigos y guías de «buenas prácticas». A excepción del consejero ejecutivo (CEO), el 100% de los miembros del Consejo han de ser independientes60. El CEO no podrá formar parte y los consejeros independientes lo podrán hacer en un máximo de tres, incluido el de la compañía. El Consejo debe reunirse en pleno al menos ocho veces por año, mantener una reunión anual donde se explique la estrategia de la compañía y mantener un adecuado programa de entrenamiento de sus miembros. Los miembros del Consejo deberían visitar la compañía y familiarizarse con ella independientemente de sus reuniones periódicas. También es necesario que al menos una vez al año se reúnan con el consejero financiero (CFO) y con el secretario general de la compañía, independientemente del CEO. En dichas reuniones se debe prever también mantener conversaciones sin la presencia del CEO. Ninguna compensación, contrato de consultoría u otros pagos a cualquier clase de consejeros distintas de las retenciones propias del Consejo y los Comités debe ser permitida. El porcentaje máximo de los honorarios destinados a la compra de acciones no puede exceder el 25% y debe ser mantenido hasta que el directivo deje la compañía. 6.5. Presidente no ejecutivo del Consejo Debe crearse la posición del presidente no ejecutivo del Consejo. Sus funciones serán las de coordinar el trabajo del Consejo, presidir las reuniones, coordinar sus acciones con los presidentes de los comités, y organizar revisiones a las tareas del CEO y del mismo Consejo. No debe estar involucrado en la dirección de la compañía (el CEO mantiene su total responsabilidad). 6.6. Los comités La compañía debe tener un comité de auditoría, un comité de gobierno, un comité de compensaciones y otro de dirección de riesgo. El CEO no debe formar parte de ninguno de estos comités. Todos ellos deben estar integrados por consejeros independientes. Debe existir un mínimo de reuniones anuales de estos comités y sus miembros deben reunir un mínimo de cualificaciones profesionales (propias de la misión asignada al comité). 6.7. Duración de los mandatos Los consejeros de la nueva compañía (MCI) durarán en sus cargos un máximo de diez años. Los auditores independientes de la compañía tendrán también una duración máxima de diez años antes de que su rotación se lleve a cabo61. 6.8. Límites a las compensaciones Se deben establecer límites máximos a las compensaciones otorgadas a los consejeros por cada año e individualizadamente y sus aumentos no podrán realizarse sin la previa autorización de los accionistas62. 6.9. Compensación a través de acciones Las opciones de compra sobre acciones como vía de compensación no deben exceder de los cinco años. La extensión de este período debe ser aprobada por los accionistas y deben computar como «gastos» en los informes contables de la empresa. 6.10. Transparencia Se recomienda que la compañía intensifique los esfuerzos en materia de transparencia informativa, especialmente en los aspectos financieros y más concretamente en la política de dividendos y en los flujos de caja (cash flows). Se recomienda también ir más allá de las exigencias mínimas de la SEC. 6.11. Secretario general Se recomienda que el rol del secretario general de la compañía sea fortalecido, en particular, como responsable del cumplimiento normativo y el establecimiento de los principios éticos que deben regir las conductas de los miembros del Consejo y extenderlos a todos los miembros de la compañía. Los programas de entrenamiento para los consejeros y los empleados, tanto en aspectos éticos como profesionales, también deben ser una de las tareas que el secretario general fomente y controle. 6.12. Mecanismos de control Se recomienda poner límites a los cambios en los mecanismos de control que pueden ser utilizados. Dichos cambios deben ser asumidos por el Consejo. Las prácticas como las poison pills (blindajes) deben ser prohibidas. El respeto al principio de un acción = un voto debe respetarse (aunque se permiten por períodos limitados de tiempo). En el futuro, todos los accionistas deben tener igualdad de condiciones e iguales oportunidades de participar en el control de la compañía. 7. Breve comentario final El objeto de todas estas recomendaciones es diseñar un Consejo independiente, sólido y eficiente para la compañía. Poner límites a las excesivas y arbitrarias compensaciones y aumentar la transparencia, así como la integridad de sus miembros. Es importante mantener un balance entre los legítimos intereses de los consejeros, los del Consejo, los de los accionistas y los de los empleados, así como del resto de personas que tienen intereses en la empresa (proveedores, clientes, entorno social, etc.). Respecto del futuro de WC, los actuales directivos se proponen concentrarse en el negocio nuclear de la compañía desprendiéndose de más de setenta empresas adquiridas por Ebbers. No obstante esta nueva buena política, de lo que no cabe duda es que a partir de casos como los de Enron y WC la confianza de los inversores en el sistema financiero llevará un tiempo muy largo en recuperarse y las políticas de crecimiento y «creación de valor» indiscriminado (y a corto plazo) deberán cambiar. III. El caso Global Crossing Global Crossing, uno de los más grandes proveedores de redes de telecomunicaciones de alta velocidad del mundo con base en las islas Bermudas, pidió la suspensión de pagos en junio de 2002 y pasó a sumarse así a la cadena de grandes escándalos corporativos ocurridos en Estados Unidos a partir del caso Enron. La enorme deuda de la compañía que la obligó a recurrir al Capítulo 11 de la Ley de Quiebras norteamericana es consecuencia del dinero invertido en la construcción de su red de fibra óptica que llega a más de 200 ciudades en 27 países diferentes. La compañía, a pesar de sus ingentes esfuerzos, ha sido incapaz de renegociar su deuda. Días después de su anuncio, la compañía comunicó que tenía activos por un valor de 22.400 millones y 12.000 millones de U$D en deudas. Unos años antes, en 1999, la compañía era considerada como una de las más prometedoras en la nueva generación de empresas de telecomunicación que florecieron en la década del «boom tecnológico de los noventa». Al momento de su nacimiento, la compañía había asegurado un valor en bolsa de 75.000 millones de U$D. Pero sus expectativas de crecimiento se vieron frustradas63. En diciembre de 2002 Global Crossing anunció pérdidas por valor aproximado de 4.000 millones de U$D y un recorte de 3.200 empleos. Un año antes, las acciones de la compañía ya habían caído un 96% Global Crossing fue fundada por el agente de bolsa Gary Winnick con unas expectativas más modestas. En su comienzos, su principal activo fue un cable de fibra óptica que iba desde Europa hasta América. Pero la visión de Winnick le permitió saltar por encima de la tecnología que hasta el momento venían usando las compañías con cables submarinos y gracias a ello rebajó significativamente sus costos y, en consecuencia, sus precios, desplazando así a sus competidores. La «explosión» de Internet y la demanda de transmisión de datos a alta velocidad hizo que Mr. Winnick apostara a que podía repetir ese éxito a nivel global transformando las antiguas industrias de telecomunicaciones. Pero a juzgar por los resultados no fue el único que se creyó capaz de acometer tal empresa. De hecho, al poco tiempo, el sobredimensionamiento de cables de fibra óptica dieron al traste con la industria y sus precios cayeron de forma abrupta. Los clientes de Global Crossing, las «viejas compañías tecnológicas» que estaban pagando cientos de miles de dólares al año por arrendar el circuito de comunicaciones más rápido del mundo, al poco tiempo podían arrendar un circuito con una capacidad diez veces mayor y por un costo diez veces menor. Por lo visto, el caso Global Crossing fue consecuencia de una sobrevaloración de sus ganancias («contabilidad creativa») y a una exceso de confianza en la generación de caja (cash flow). A ello, hay que sumarle los suntuosos planes de pensiones para sus ejecutivos sin relación alguna con los resultados reales de la compañía y desproporcionados con aquéllos pagados a sus empleados y cuyos costos reales fueron ocultados a sus accionistas y carecían de control y supervisión alguna. Esta es una tendencia que parece repetirse en todos los escándalos corporativos que han ido apareciendo a partir del caso Enron64. Como ejemplo, baste mencionar que la SEC, órgano regulador del mercado de valores norteamericano, ha demostrado que la compañía había concedido préstamos a su principal ejecutivo, Thomás Casey, por valor de ocho millones de dólares en noviembre de 2000 y 1,8 millones a su presidente, David Walsh, en marzo de 2001. Ambos préstamos fueron garantizados con las propiedades de ambos ejecutivos pero con unas tasas de interés muy inferiores a las de mercado. Para darse una idea del vertiginoso crecimiento de Global Crossing baste recordar que a AT &T, la empresa de telecomunicaciones de «vieja generación» más grande de los Estados Unidos, le llevó treinta años construir su primer cable de telefonía submarino. Global Crossing, cuyas 100.000 millas de red de fibra óptica recorrían casi todo el globo, le llevó menos de cinco años. Ello fue posible por la fuerte apuesta que habían hecho banqueros y otros inversores institucionales por las nuevas tecnologías. También resulta de interés mencionar que en el caso Global Crossing se hallan involucrados una serie de contactos políticos que nos hacen recordar al caso Enron. El senador demócrata Richard Perle fue investigado por la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes norteamericana por un posible conflicto de intereses al haber firmado con la compañía un contrato de consultoría que le permitió a esta última entrar en negociaciones, después de su quiebra, con Hutchinson Whampoa Ltd y Singapore Technologies Telemedia Pte, ambas propiedad del magnate chino Li Ka Ching, mientras se desempeñaba, al mismo tiempo, como asesor del Pentágono. Ello también ha provocado una revolución en el seno del gobierno, al saber que Li Ka Ching estaba estrechamente vinculado al gobierno chino y sus fuerzas armadas. IV. El caso Vivendi En 1853 un decreto imperial creó la Compagnie Générale des Eaux (CGE) para prestar el servicio de aguas de Lyon. Inicialmente, el negocio central y exclusivo de la empresa fue el tratamiento de aguas residuales expandiéndose tanto en Francia como fuera de ella. A partir de los años sesenta, la compañía amplió sus servicios al medioambiente, la limpieza, el tratamiento de residuos domésticos, la gestión energética y el transporte. En 1994, la CGE tenía un volumen de negocios de 150.000 millones de francos, contaba con 2.500 filiales y empleaba a más de 200.000 personas. No obstante su gran tamaño, tenía una deuda de 57.000 millones causada, fundamentalmente, por la crisis inmobiliaria y casos de corrupción. Para resolver el problema del gran endeudamiento se nombra a Jean Marie Messier como administrador general de la compañía. Jean Marie Messier, por sus antecedentes, parecía reunir el perfil de consejero general que la compañía necesitaba. Messier, en su carácter de inspector de Finanzas en su paso por la Administración Pública, había participado en la mayoría de los procesos de privatización de empresas estatales emprendidos en Francia. Si bien asumió su cargo, Messier dividió los bienes de la empresa entre estratégicos y no estratégicos, reorganizó los bienes inmobiliarios y vendió activos (FNAC, Saint Gobain, Alcatel y otros...). En 1995, la Compañía anunció la s primeras pérdidas en la historia de la compañía por un monto de 3.700 millones de francos. En 1996, Messier fue ascendido a presidente de la CGE. En aquel momento, Messier ya había diseñado una estrategia para ampliar las actividades del Grupo. Entre sus prioridades estaba extenderse al servicio que más cautivaba a los gestores en esa década, las telecomunicaciones. Así, redujo los negocios inmobiliarios y de los recursos obtenidos con esta venta llegó a formar el segundo grupo de comunicaciones del mundo a través de una serie de adquisiciones excesivamente onerosas y la ampliación en empresas en las que participaba: la SFR (telefonía móvil) y Canal +. A finales de 1996, sorprendentemente, Messier anunció que el grupo volvía a tener ganancias. Vendió activos por valor de 19.000 millones de francos y creó Cegetel, con British Telecom, para competir con France Telecom en la telefonía fija. En 1997, la CGE siguió vendiendo activos y adquirió el 30% del grupo periodístico y editorial Havas. En ese momento, la participación de la CGE en el sector de las comunicaciones tan sólo representaba el 4% del volumen de negocios de grupo. A partir de estas ampliaciones y adquisiciones, Messier comienza un vertiginoso crecimiento con un objetivo central: «la convergencia (integración vertical) entre los contenidos y los medios técnicos para distribuirlos». La idea subyacente a este proyecto era la de que toda sinergia era buena, sobre todo, si son entre campos distintos En una palabra, el crecimiento y la expansión indiscriminados era lo más importante sin tener en cuenta el precio que había que pagar por ello. Este crecimiento se vio impulsado por la fase alcista que atravesaba la Bolsa en 1998. La expansión de Messier hacia las comunicaciones no impidió que continuara haciendo inversiones en el negocio tradicional agrupados bajo Vivendi Environment. En 1999, Messier adquirió, en contra de la opinión de sus consejeros por lo excesivo de su precio, la primera empresa estadounidense en el tratamiento de aguas, US Filter, por valor de 38.000 millones francos. Ello produjo, a favor de la tesis de Messier, un aumento del precio de la acción en la Bolsa que pasó de valer 20 a 40 euros y a partir de 1998 continuó subiendo hasta los 90 euros en 1999. En esta época muchos directivos ya comenzaron a abandonar la empresa por la agresiva política de adquisiciones llevada a cabo por Messier. De tales adquisiciones (conducciones de agua en Praga, la explotación de la red de Berlín y otras...) la que parece haber causado peor impacto en el mercado financiero fue la creación de Vivendi Universal, como producto de un acuerdo con Universal Music —antes Polygram— la primera productora discográfica del mundo. El objetivo de Messier era disponer de contenidos para los abonados de Canal +, usuarios de Vizzavi (portal creado también por Messier para competir con Yahoo). Como hemos anticipado, el mercado financiero no acogió bien dicho acuerdo65 y las acciones de la compañía cayeron un 15% en sólo dos sesiones. En el 2000 la acción de Vivendi cayó hasta 80 euros (de los 150 que valía un año antes). En el año 2001 Messier se estableció en Nueva York para gestionar el nuevo gigante de la comunicación que había creado. Para entonces las deudas del grupo habían pasado a Vivendi Environment, el grupo de negocios tradicionales. No obstante, y a pesar del excesivo nivel de la deuda y la crisis por la que atravesaban las empresas vinculadas a Internet, Messier continuó con su cadena de adquisiciones. Compró «mp3», número uno mundial en la distribución y venta de música a través de la red por 373 millones de dólares. Luego compró Houghton Miffin, una de las primeras editoriales estadounidenses y así convirtió a Vivendi Universal en Vivendi Universal Publishing y por la que pagó 2.500 millones de dólares, el doble de la cifra de negocio de la editorial. Todas estas adquisiciones pagadas a precios por encima de los del mercado y de forma poco explicable no podían tener otro resultado que generar una desconfianza en su gestión por parte de los inversores y del propio Consejo de la compañía. Para afrontar el fuerte endeudamiento, Messier sacó a la venta 55 millones de acciones a 60 euros por acción al Deutsche Bank y al banco de inversión Goldman Sachs, lo que representaba una aportación de capital de 3.300 millones de euros66. La intención de estos últimos era luego revenderlas, pero no pudo ser y llegaron a perder 400 millones de euros en la operación. El 5 de marzo de 2002 el Consejo de Administración de Vivendi Universal pidió cuentas a Messier por primera vez y notó que Messier no había estado diciendo toda la verdad sobre las deudas del grupo67. La estrategia de Messier de integración vertical de los medios de comunicación (distribución y contenidos) no parecía haber tenido el éxito esperado. El 29 de mayo del mismo año, dos de los consejeros americanos desautorizaron públicamente a Messier. Se constituyó un comité especial para poner en marcha un programa para la reducción de la deuda. Messier dimitió el 2 de julio de 2002. Por entonces, la acciones de Vivendi habían bajado ya a 17, 8 euros. Para reemplazar a Messier, el Consejo nombró a Jean René Fourtou, de un perfil similar al primero, quien debió enfrentarse con una deuda de la compañía de 35.000 millones de euros, incluyendo Vivendi Environment. La base para sus negociaciones fueron los activos de Vivendi Universal. El 8 de julio, un consorcio formado por el Deutsche Bank y otros siete grandes bancos aceptó la renovación de varias líneas de crédito por un valor de 3.800 millones de euros. Evidentemente, los bancos estaban interesados en sacar a flote la deuda en la que sus propias finanzas estaban comprometidas. René Fourtou comenzó por depreciar los activos adquiridos por Messier durante la «burbuja tecnológica» por valor de 11.000 millones de euros y provisionando 3.400 millones. Con estas medidas, la deuda neta del grupo alcanzó, en el primer semestre de 2002 a 12.300 millones de euros. Con este dato Standad & Poors rebajó la calificación de la deuda hasta la categoría de bonos basura, argumentando que las previsiones de recuperación del cash flow no eran positivas. A pesar de esta mala calificación, Fortou siguió adelante con su agresivo plan de desinversiones con el objetivo final de reducir la deuda a 10.000 millones en el plazo de dos años. Además de la reducción de la deuda, Fortou se proponía aumentar la productividad y el cash flow de la compañía, recortando gastos generales y no realizando ninguna adquisición. La primera manifestación del plan de desinversiones del nuevo presidente fue la cesión a Vodafone del control del portal Vizzavi por 143 millones de euros. Posteriormente, a fines de septiembre, Vivendi vendió Telepiú, la plataforma de satélite italiana, por 1.000 millones de euros y luego el grupo editorial del grupo Lagardére. Mientras tanto, Vivendi había conseguido un crédito por 3.000 millones de euros de un consorcio de entidades bancarias francesas y extranjeras. Ello era clara demostración del renacimiento de la confianza en la compañía. Llegados aquí deseamos destacar un aspecto de este caso que nos parece de interés a efectos de extraer algunas lecciones en materia de buen gobierno empresarial. A diferencia de lo sucedido en los casos Enron y World.Com, ambas caídas en bancarrota, Vivendi Universal, pese a su enorme deuda, pudo ser reflotada gr acias a la oportuna intervención de su Consejo de Administración. V. El caso Parmalat «Se gobierna mejor a los hombres aprovechándose de sus vicios que de sus virtudes» (Napoleón Bonaparte, 1769-1821. Emperador de Francia) Parmalat era la más grande empresa de alimentación italiana y la cuarta en Europa, con un 50% del mercado italiano de la leche (y sus derivados), y con 4.000 empleados aproximadamente. Por ello, al descubrirse su falseamiento contable (4.000 millones de euros de liquidez y 8 millones de euros en bonos), muchos analistas comenzaron a comparar este caso con el de la compañía energética norteamericana Enron. De hecho, la quiebra de Parmalat es la más grande en la historia de las empresas europeas. La empresa italiana representaba, hasta el momento de su quiebra, el 1,5% de Producto Interior Bruto de Italia, que, en proporción, es mayor que el que Enron y World.Com representaban para los Estados Unidos. Si fijamos una fecha para determinar cuándo empiezan los problemas financieros que ahora salen a la luz, deberíamos remontarnos a 1997, cuando Parmalat decidió convertirse, como muchas otras empresas, en una «empresa global» (global player) y para ello comenzó con una vertiginosa política de adquisiciones, especialmente, en Norteamérica y Sudamérica, financiadas a través de deudas. Muy pronto, Parmalat se había convertido en el tercer fabricante de galletitas en Estados Unidos. No obstante, las ganancias no siguieron ese ritmo y al aparecer los primeros números rojos la empresa comenzó a endeudarse de una forma desproporcionada a sus expectativas de crecimiento. Ante esta situación, la compañía empezó a crear sociedades instrumentales y a invertir en productos financieros derivados68. El centro del fraude parece haber tenido lugar en Nueva York (donde se iniciaron las acciones legales contra la empresa y los bancos participantes de las operaciones financieras), donde Parmalat habría vendido ciertas compañías a ciudadanos americanos con sobrenombres italianos para luego ser «recompradas» por Parmala t. Así, el dinero que entraba en Parmalat por esas supuestas ventas provenía de otras empresas de su propiedad y se hicieron con la intención de crear «liquidez». Gracias a esta «liquidez ficticia» Parmalat pudo emitir bonos de deuda. Según el propio presidente de la compañía, Callisto Tanzi y su consejero financiero, Fausto Tonna, ésta había sido una idea de los propios bancos69. La crisis de Parmalat salió a relucir finalmente el 8 de diciembre de 2003 cuando la compañía incumplió el pago de bonos por valor de 150 millones U$D. Según sus gestores, esto fue causa de la acción especulativa del fondo de pensión Epicurum, que no pagó sus cuentas. Los mismos alegaron que la propia Parmalat había ganado con el contrato de derivados que mantenía con este fondo y por el cual habían apostado en contra del dólar. Al poco tiempo, se supo que Epicurum era propiedad de la mismas empresas cuyos domicilios eran idénticos a los de empresas off shore de Parmalat. En síntesis, Epicurum pertenecía a Parmalat. Al día siguiente de que el escándalo saliera a la luz pública, Standard & Poor’s había bajado la calificación de los bonos de la compañía al nivel de «bonos basura» y pocos días después las acciones de la compañía cayeron un 40%. Más tarde, el Bank of America anunciaba que una cuenta declarada de 3,9 mil millones de euros reclamados por Parmalat eran inexistentes. Ante esta declaración, las acciones de la compañía volvieron a caer un 66%. Finalmente, Tonna, el consejero financiero en ese momento, confesó que había falseado tales cuentas. Pocos días después de la quiebra de Parmalat, el gobierno italiano aprobó una legislación de emergencia (decreto) para salvar a la compañía y proteger su actividad industrial y las fuentes de trabajo. Lo llamativo del caso, además del vacío legislativo existente, es que la persona designada por el gobierno para administrar la compañía en quiebra, Enrico Bondi, era al mismo tiempo el hombre de confianza de los bancos70 quienes tenían intenciones de partir la compañía y venderla «en pedazos». Con el estallido del caso Parmalat muchas voces se alzaron alegando que ello no era más que el reflejo del mal funcionamiento del sistema financiero y que la solución de fondo pasaba por la regeneración de todo el sistema financiero71. Esto causó también preocupación en el gobierno por una eventual crisis del sistema financiero («riesgo sistémico»). El ministro de finanzas italiano, Tremonti, se refirió a los 100.000 italianos propietarios de bonos de Parmalat que habían sido asesorados por los mismos bancos emisores de tales bonos. El pánico no parecía injustificado si se considera que el caso Enron fue el tercer fraude cometido contra los inversores italianos en el término de un año. El primero fue el de los bonos argentinos, en el cual se dejaron de pagar 12 mil millones de euros pertenecientes a 450.000 italianos; luego, vino la quiebra del banco Cirio, otra compañía alimenticia, con una quiebra de 1,2 mil millones en bonos que abarcaban a 40.000 familias italianas. Como conclusión de todo ello, no sorprende que el mismo supervisor del sistema financiero italiano, el Banco de Italia, fuera puesto en cuestión. Dado que el Banco de Italia es supervisado por el Banco Central el que, a su vez, es controlado por los mismos bancos supervisados, que son sus accio nistas72. La cuestión parece ser la de siempre: ¿quién controla al controlador? Muchos de las factores que han llevado a la quiebra de Parmalat son comunes con el caso Enron y otros escándalos financieros ocurridos en Estados Unidos: la creación de sociedades en «paraísos fiscales», sus abusos en las prácticas contables («contabilidad creativa»), sus operaciones fuera de balance (off balance-sheet), los conflictos de interés que enmarcaban las relaciones entre los auditores, la compañía y sus asesores legales y financieros73, y, algo también común en el resto de escándalos financieros que se desataron a partir del caso Enron: una agresiva y desproporcionada política de crecimiento. Pero junto a estos elementos comunes, también existen algunas diferencias que quizá sea lo más interesante resaltar74. Entre ellas podemos destacar las siguientes: — En primer lugar, y desde una visión «macro», la diferente estructura de propiedad accionarial existente entre Estados Unidos (muy diversificada) y Europa continental (muy concentrada, especialmente en grupos familiares y bancos); sus prácticas de gobierno corporativo (más reglamentadas en el primero y menos en el segundo) y los distintos valores y costumbres sociales. — En segundo lugar, y ya entrando en las compañías en concreto, se debe resaltar las diferencias de tamaño. Parmalat es una empresa familiar, muy pequeña cuando se la compara con Enron75. Las acciones de Enron llegaron a valer en el Nyse hasta 66,1 billones de dólares mientras que Parmalat nunca llegó a tener un valor de mercado superior a 3,2 billones de dólares. — En tercer lugar: Parmalat surgió y se mantiene hasta hoy como una empresa familiar. El ex presidente de la compañía, Callisto Tanzi, y su familia controlan el 51% de las acciones de la empresa. En el caso de Enron, todos los miembros del Consejo al momento de estallar el escándalo, controlaban menos del 5% de las acciones. La estructura accionarial de Parmalat no es una excepción ni en Italia ni en la Europa continental. — En cuarto lugar: la protección de los inversores es mucho más sólida en Estados Unidos que en Italia (y también en el resto de los países de la Europa continental). En el caso de Parmalat, hablar de inversores es prácticamente lo mismo que hablar de la familia Tanzi. En el caso Enron, en cambio, es hablar de miles de inversores (incluyendo empleados de la compañía) sin un control directo y eficaz sobre la gestión de la empresa. El buen gobierno debe procurar definir claramente contra quién deben protegerse los inversores o, más bien, a quién deben controlar (al equipo de gestión, a algún consejero en particular, a un grupo controlante aunque no mayoritario, u otros...). — Por último: hay que hacer notar también las diferentes normas que rigen el procedimiento de quiebra y reestructuración en ambos países: más dinámica y flexible en el primero, y más rígida y obsoleta en el segundo. En Estados Unidos el capítulo 11 de la Ley de bancarrotas (bankruptcy Act) permite un saneamiento adecuado de la compañía. En Italia, ante el caso Parmalat, hubo que aprobar de urgencia un decreto específico para el caso. Ello es un factor de inseguridad jurídica para los inversores. La obsolescencia de los procedimientos concursales también parece ser un denominador común en el resto de los países de la Europa continental76. También es interesante resaltar que en el caso Parmalat fue decisiva la intervención de la SEC norteamericana, que demandó a la empresa italiana —que cotizaba en el Nyse— por defraudar a los inversores al presentar un documento falso por parte de su consejero financiero por el cual se certificaba un depósito de casi 5.000 millones de U$D, y que luego fue negado por el Bank of America, interviniente en la operación. Cabría preguntarse, atendiendo al curso de los acontecimientos, si tal fraude hubiera sido descubierto por las autoridades reguladoras italianas (Banco de Italia y CONSOB) si la empresa sólo hubiera cotizado en el mercado italiano. Y ello así por cuanto la gran diferencia que parece existir entre el caso Enron y el caso Parmalat, a nuestro juicio, radica en los diferentes modelos sociales, culturales y económicos donde se desarrollan ambas compañías: diferentes sistemas judiciales, diferentes sistemas administrativos y diferentes modelos económicos. Como última reflexión de la observación de ambos casos, quisiéramos resaltar las diferentes concepciones del sistema capitalista. En Estados Unidos parece ser bien distinto de aquella que existe en la sociedad italiana. En el caso Enron, se intentaron crear nuevos negocios con un alto riesgo, que trató de innovar, en exceso quizá, por el contexto económico en el que dichas operaciones fueron realizadas77. En el caso Parmalat, en cambio, sólo se produjo un fraude, sin creación ni intención de innovación alguna. Por ello, en el primero se podría hablar de una «mala gestión del riesgo», y en el segundo, en cambio, de un mero fraude tejido en el entramado de una familia y con la complicidad del sistema bancario. Es cierto que ambas compañías intentaron diversificarse, pero Enron lo hizo sobre negocios que ya conocía o estaban muy relacionados con su actividad78, mientras que Parmalat incurrió en mercados que desconocía totalmente y ajenos a su core business79. Enron actuó dentro del «marco de legalidad» que le permitió el sistema legal norteamericano80, mientras que Parmalat actuó directamente fuera de la legalidad falsificando documentos. Finalmente, cabe una reflexión en relación a los distintos modos en que funciona el libre mercado, pilar del sistema capitalista, en uno y otro país. En Estados Unidos, la compañía Enron cayó en quiebra después de conocerse sus maniobras contables; Parmalat, en cambio, fue rescatada por el Estado italiano a través de un decreto aprobado de urgencia para atender a su caso específico. VI. Los casos Eurotúnel y EuroDisney: La rebelión de los accionistas 1. El caso Eurotúnel En el caso Eurotúnel, la empresa concesionaria del tren (eurostar) que une el Reino Unido (Dover) y Francia (Calais) a través del Canal de la Mancha, a diferencia del resto de los escándalos corporativos ocurridos a partir del caso Enron, no es un caso de fraude por parte de los directivos sino más bien de mala gestión. A ello, hay que sumarle otra importante diferencia: en este caso el Consejo de Administración ha sido destituido por la acción conjunta de un grupo de accionistas minoritarios. El 7 de abril de 2004, una agrupación de accionistas minoritarios franceses — ADACTE— (Asociación de Accionistas de Eurotúnel) y un accionista «rebelde», Nicolás Miguet, habían logrado imponerse en la Junta General de Accionistas para expulsar al Consejo de Administración y nombrar uno nuevo para reflotar la compañía caída en bancarrota, con una deuda de casi 12 mil millones de dólares (sin contar los intereses). El caso Eurotúnel ha sido calificado como un verdadero éxito de la acción colectiva de los accionistas minoritarios. Quizá, el más relevante en la historia de las corporaciones europeas, al punto de que se ha llegado a hablar de la nueva «rebelión de los accionistas» y de la nueva «democracia de los accionistas». Miguet ya había intentado desalojar al Consejo de la compañía un año antes pero los tribunales franceses (la Corte) se lo impidieron (le faltaba un voto). Muchos analistas y periodistas económicos vieron la campaña de Miguet como una auténtica campaña política y ven difícil que el nuevo Consejo pueda reflotar la empresa en bancarrota y hacer frente ahora a difíciles negociaciones con los bancos acreedores (más de 200). Al mismo tiempo, temen el aumento de poder que los accionistas minoritarios han cobrado a partir de las privatizaciones y de las nuevas normas sobre gobierno corporativo. La preocupación de estos analistas parece venir de las posibles consecuencias que ello pueda tener sobre la dirección de las compañías francesas en el futuro, especialmente por la presión que pueden ejercer (especialmente a través de los medios) sobre los consejeros de la compañía coartando su libertad de acción. En este sentido, algunos consideran que el intento de Miguet en interferir en la política de tarifas que el Consejo de la empresa había decidido, invade las legítimas competencias de este último81. Otros comparan este nuevo auge del poder de los accionistas franceses con el tradicional y más experimentado, de los accionistas ingleses. Pero en lo que unos y otros parecen coincidir es que ésta puede ser una buena oportunidad para mejorar el estado del gobierno corporativo en el país galo —caracterizado por un clase directiva arrogante y encerrada en sí misma—, fortaleciendo, por ejemplo, la actuación de los inversores institucionales. Pero más allá de estos temores, lo cierto es que desde que Eurotúnel empezó a cotizar (1987), los inversores han visto caer el valor de sus acciones en un 80%. Ante semejante caída, parece que la reacción de los accionistas está más que justificada. Según los expertos, la mala gestión de la compañía se debe a una combinación de factores entre los cuales se encuentra el error en la previsión de los costes de construcción, unas ganancias menores que las esperadas (debido en gran parte a la competencia sufrida por las líneas aéreas de bajo costo) y una serie de errores en las acciones para reflotar la compañía (la última ha sido bajar los precios en el transporte de pasajeros y de mercancías). Otra significativa diferencia que ha y que destacar de este caso, en relación al resto de los escándalos corporativos vistos hasta ahora, es que Eurotúnel era una empresa estatal, coparticipada por el gobierno inglés y francés, que luego, a impulso del primero, fue privatizada. No obstante, fueron los inversores ingleses quienes comenzaron a abandonar la empresa cuando las cosas empezaron a ir mal, dejándola casi totalmente en manos francesas. 2. El caso Disney El caso Disney puede constituir otro claro ejemplo de esta «nueva democracia de los accionistas» a la que hemos aludido con anterioridad. En el caso, un alto porcentaje (45%) de los accionistas de la compañía de entretenimientos norteamericana movilizados, como en el caso Eurotúnel, por uno de ellos especialmente, ha logrado separar de su cargo a Michael Eisner, principal ejecutivo y presidente del Consejo de Administración, por desacuerdos en su gestión de EuroDisney, la filial europea de la compañía norteamericana. Inaugurado en 2002 con el objetivo de vender la marca Disney en Europa, el parque temático filial del emporio norteamericano de entretenimientos, necesitó una inversión inicial de 610 millones de euros para convertirse en el más grande de los emprendimientos de su género en Europa pero, y este elemento parece ser común con el resto de los escándalos corporativos de la era «Enron» (enronitis), la compañía sobrevaloró las expectativas de crecimiento. Del tránsito previsto (4 millones de turistas), sólo se cumplió la mitad (2,2 millones) en los seis primeros meses. Ni siquiera la creación de un nuevo parque —Walt Disney Studios— ha sido suficiente para atraer más turistas. Éstas parecen ser unas de las principales causas de su quiebra. La otra es la falta de inversión. Desde 1999 la compañía no ha agregado nuevos entretenimientos. Quizá por ello, ya en el año 2002, sólo el 40% de los visitantes volvía una segunda vez frente al 60% de su competidor «Asterix». Otro de los factores comunes que se pueden hallar entre el caso Disney y el resto de los escándalos corporativos es la excesiva compensación de sus consejeros. En este caso, Roy Disney, que lideró la compaña contra Eisner, ha conseguido que un juez ordene la revelación, al resto de los accionistas, de documentos confidenciales que contienen las deliberaciones en torno a los pagos a los ejecutivos de la compañía. Pocos meses después, la compañía anunciaba a su matriz el cambio de políticas de remuneraciones. Esto, con todo lo positivo que puede tener, puede sentar peligrosos antecedentes para la política de confidencialidad de las compañías. ¿Qué limites debe tener ésta? ¿Existe margen para la confidencialidad en la política y dirección de las compañías cotizadas? Preguntas esenciales y que, a nuestro juicio, deberán ser resueltas en un futuro próximo. Entre las causas exógenas de la quiebra del parque temático pueden encontrarse las siguientes: la debilidad de la coyuntura internacional; la guerra de Irak, que obligó a significativos gastos en seguridad por la movilización de los ciudadanos franceses — principales visitantes del parque de atracciones y contrarios a la intervención norteamericana en aquel país—; la amenaza del terrorismo internacional y los conflictos laborales en Francia. De modo muy similar al caso Eurotúnel, en el caso Disney el accionariado ha sido movilizado por dos accionistas muy activos: Roy Disney y Sanley Gold, ambos ex consejeros de la compañía, que han organizado una campaña para que éstos retiren el voto de confianza al Consejo de Administración existente. Pero a diferencia de aquél, en este caso el voto de los accionistas, a pesar del alto porcentaje obtenido (45%), no logró imponerse del todo ante un Consejo que, blindado para mantener a Eisner en la dirección ejecutiva (CEO) y mantener la estrategia trazada por éste para la compañía, optó sólo por separarlo de su cargo de presidente del Consejo y nombrar al ex senador G. Mitchell, también adicto a Eisner y al resto de los miembros del Consejo. La separación de los cargos de CEO y presidente del Consejo, es uno de los problemas centrales que aqueja al estado actual del gobierno corporativo al punto que al día de hoy está incluido en todos los códigos y recomendaciones de buenas prácticas. Quizá esta medida no sea buena en sí misma, pero parece un buen primer paso para sanear el Consejo de una empresa cuya credibilidad y buena gestión está siendo cuestionada por un significativo número de sus accionistas. Otra diferencia, por cierto significativa, es la activa intervención de los inversores institucionales (Calpers y ISS), que también mostraron su descontento con la gestión de la empresa y apoyaron con su voto la expulsión de Eisner. Por lo demás, la campaña organizada por Disney y Stanley parece reunir similares características a la organizada por Miguet en el caso Eurotúnel. Una gran presión a través de los medios de información. Pero en este caso, con una ventaja adicional, Disney es propietaria de una importante cadena de información, ABC Televisión Network, y de la que Roy Disney parece haber sacado un buen provecho. Este nuevo «estilo» o modo de actuación de los accionistas parece ser una de las características que está marcando la llamada «nueva era de los accionistas». Finalmente, cabe considerar la OPA (Oferta Pública de Adquisición) que la compañía de cable COMCAST había efectuado con anterioridad a la quiebra, y que aún mantiene (aunque con algunas modificaciones, naturalmente, después de la quiebra de la compañía) y sobre la cual el Consejo de EuroDisney aún no se ha pronunciado. Pero lo más importante a destacar en este caso es la creciente importancia que van adquiriendo los accionistas minoritarios para los Consejos quienes, a la luz de los últimos escándalos financieros, parecen haberse olvidado que ésa es su principal misión: velar por los derechos de aquéllos. Y ello a pesar de que las actuales normas de la SEC (ente regulador norteameicano) no permiten que éstos (ni aun con una mayoría tan alta como la obtenida, 45%) puedan nominar a los miembros del Consejo. Pero este caso parece haber llevado a la SEC a considerar esta norma, al punto que ha propuesto cambiarla y permitir que los accionistas, cuando alcancen un porcentaje del 50%, puedan nombrar a los miembros del Consejo que se deben integrar al año siguiente en que dicha votación haya sido efectuada (una propuesta anterior establecía un mínimo del 35%, pero la dura oposición de los directivos de la mayoría de las empresas hizo retroceder al ente regulador y dejar de lado esta propuesta). Al momento de escribir el presente, EuroDisney carga con una deuda de 2.200 millones de euros y con una clientela descontenta (uno de cada dos visitantes dice salir insatisfecho) e intenta llegar a un acuerdo con sus principales acreedores: Walt Disney Co. y la Caisse de Depôts de Consignations (CDC). De no llegarse a un acuerdo, la compañía tendría que hacer el pago inmediato a sus acreedores, cosa que, a día de hoy, es materialmente imposible. Una última observación: tanto en este caso Disney como el caso Eurotúnel, la intervención de los Estados parece haber sido decisiva. Como hemos dicho anteriormente, en el caso Eurotúnel el gobierno británico jugó un rol fundamental y fue el principal promotor de la privatización de la compañía, luego caída en quiebra a causa de una «inflación de expectativas»y una mala gestión de su Consejo. En el caso Disney, debemos tener en cuenta que su principal acreedor, la Caisse de Dêpots (CDC), poseedor del 41% de las acciones y segundo mayor aportante de la ampliación de capital propuesta por la empresa para reestructurar su deuda, pertenece al Estado francés. Quizá también aquí, como en Eurotúnel, el Estado confió demasiado en el éxito de la empresa y por ello ha contribuido financieramente a su sustentabilidad. ¿Hubiera hecho lo mismo una empresa totalmente privada? No lo sabemos. Lo que parece claro es que, a la luz de ambos caso, el Estado no ha sido un buen gestor y que el mejor control que puede recaer sobre las empresas es el que ejerce el mercado. Ésta debería ser, a nuestro juicio, la característica de la «nueva democracia de los accionistas». Todos estos casos de escándalos corporativos parecen demostrar la veracidad y la actualidad de las palabras que hace dos siglos pronunció un escritor italiano: «La felicidad consiste casi siempre en saber engañarse» (Carlos Bini, 1806-1842). VII. Buscando las causas de los escándalos corporativos «Los hombres tienden a creer aquello que les conviene» (Julio César, 100-44 a. de C.) Más allá de todas las consideraciones en torno a las similitudes y diferencias que existen en los distintos casos de quiebras y escándalos empresariales que hemos descrito en este apéndice, de lo que no parece haber duda es que todas las compañías actuaron fraudulentamente favorecidas por un entorno económico, político y legal y en una conjunción de conflictos de interés con la falta de ética. Esto último, la falta de ética, la ausencia de valores distintos de los meramente económicos, una concepción de la empresa exclusivamente financiera y malos mecanismos de control de gobierno corporativo son, a nuestro parecer, las causas fundamentales de los escándalos corporativos que estallaron a comienzos del año 2000. Félix Robatyn, ex consejero de Lazard New York y ex embajador de Estados Unidos en Francia, declaró que la ética es una parte integrante del capitalismo moderno y una buena filosofía el conducir una empresa sobre bases éticas. «Estoy convencido — afirmó—, que las sociedades transparentes, conducidas por dirigentes con comportamientos éticos, bajo la vigilancia de Consejos de Administración serios y con auditorías claras, estarán mejor cotizadas en el mercado». Y acto seguido añadió que, en su opinión, los Consejos de Administración de muchas empresas americanas no habían cumplido con su deber82. Estos escándalos, son también, en buena medida, consecuencia del boom o «burbuja» bursátil que se desarrolló en la década de los noventa de la mano de las empresas tecnológicas (la llamada «nueva economía»). Todo ello ha desembocado en una batería normativa en la mayoría de los países afectados por tales escándalos (aunque no sólo en ellos) dirigidas a exigir una mayor transparencia a las empresas, una mejor política de riesgos, una mejor gestión de los conflictos de interés y un mayor control, tanto externo como interno, de sus órganos de gobierno y administración. Todo ello es positivo y consecuencia, en última instancia, de los mecanismos que complementan el libre mercado. Sin embargo, estos escándalos han dado motivo también a aquellos que se oponen o al menos no participan de las ideas del libre mercado. A partir de estos escándalos ha resurgido cierta política antiliberal, antimercado y antiglobalización en la mayoría de los países que en este libro hemos querido rescatar. Quienes participan de estas ideas parecen desconocer, o al menos haber olvidado, que el auténtico sistema capitalista de libre mercado, tal cual ha sido concebido por quienes se consideran sus padres fundadores, se basa en la ética personal. A quienes participamos de esta línea de pensamiento los escándalos financieros y contables acaecidos se deben más que a un fallo del sistema, a un fallo de las personas. Aun con las reformas que la experiencia histórica nos muestra como necesarias, sobre todo en un sistema económico y político y gracias a la cual éstos van evolucionando hacia su perfeccionamiento (más justos, más equitativos), en nuestro caso concreto, entre esas reformas podríamos destacar las relativas a la regulación de los mercados financieros83. En un intento sistematizador de trazar las principales causas que han contribuido a estos escándalos, seguiremos la línea de Rafael Termes84, enumerando las siguientes: La creación de valor Como hemos dicho al principio de este trabajo, en la última década se ha extendido la visión de la empresa desde una perspectiva meramente financiera y cuya única misión es la creación de valor. Esta visión parece haber demostrado ya sus deficiencias. La empresa no sólo persigue crear valor para sus accionistas (que también) sino prestar un servicio a la sociedad, servicio propio de su actividad. Esto no es incompatible sino que va conjunta e intrínsecamente unido a la creación de valor y la generación de riqueza en forma de rentas para todos los que participan de alguna forma en la empresa (shareholders y stakeholders). La obsesión por el tamaño «Los directivos ahora cuestionados tenían en común el ser compradores en serie de otras empresas», según palabras de Jeffrey Sonnenfeld, decano de la Yale Scholl of Management85. La prioridad de los directivos de las empresas que protagonizaron los escándalos corporativos de la década de los noventa era crecer a cualquier precio, sin prestar mayor atención a la mejor producción de bienes y servicios (su núcleo de negocios) o a una mejor atención a sus clientes lo que, generalmente, requiere concentración en el negocio principal de la empresa. A este respecto sería bueno preguntarse sobre los límites de la diversificación, estrategia que pareció ser dominante en la mayoría de las empresas. La mayoría de las compañías aspiraban a convertirse en «conglomerados»86. Los conflictos de interés: auditorías y consultorías. Analistas financieros y bancos de negocios La naturaleza de función pública que desempeñan los auditores parece incompatible con otras tareas (al menos para la misma empresa que auditan). Este hecho quedó claramente demostrado en el caso Enron, donde la compañía Andersen, hoy desaparecida a consecuencia de este mismo caso, desarrollaba también tareas de consultoría para la empresa de donde obtenía sus ingresos más significativos. Tampoco eran compatibles las recomendaciones de analistas financieros vinculadas a posicio nes de cartera propia o de los bancos que los empleaban y que mantenían serios conflictos de interés en operaciones relacionadas con empresas cotizadas. Los Consejos de Administración Los Consejos de Administración han sido, sin lugar a duda, el centro de los escándalos corporativos. Es en este punto donde más enseñanzas se pueden extraer. Su principal función —la de vigilancia— ha demostrado ser prácticamente nula en la mayoría de los casos estudiados, ya sea por negligencia (omisión de sus deberes) ya sea por un mal diseño de los mismos, al permitir la concentración de poder en manos del principal ejecutivo de la empresa. Respecto de esto último, mucho se ha insistido (y se exige legalmente en Estados Unidos) en la necesidad de que cierto número de «consejeros independientes» integren los Consejos de Administración. Con todo lo positivo que ello pueda tener, consideramos que ésta no es la solución de fondo y que, muchas veces, más que permitir identificar y afrontar los problemas reales por los que atraviesa la empresa, sirven para ocultarlos, pues parece que basta el «título» de independiente para garantizar la objetividad y la imparcialidad y, de este modo, «cumplir» con la ley (o las recomendaciones de buen gobierno). El caso Enron es bien demostrativo de lo que estamos diciendo. En el Consejo de Enron se sentaban graduados en leyes de las más prestigiosas universidades norteamericanas. Dos eran médicos. Un presidente en activo de una universidad se sentaba al lado de un presidente emérito de otra. Varios máster de las escuelas de negocios más prestigiosas (Harvard). Uno de ellos escribía periódicamente en la Journal of Law & Economics. También había consejeros con gran experiencia política y en legislación reguladora. La mayoría de ellos con gran experienc ia internacional y la mayoría también, sino todos, eran consejeros de, por lo menos, alguna entidad sin fines de lucro. ¿Se podía tener un Consejo con más prestigio, más «profesional» o más «independiente»? 1. La responsabilidad de los consejeros «Todos reclamamos la verdad pero pocos se ocupan de ella» (George Berckeley, 1685-1753. Filósofo y obispo irlandés) Samuel Gregg, autor del libro Corporations and Corporate Governance. A Return of Principles, dice que los administradores deben ser capaces de identificar los asuntos clave que afectan a la entidad; deben ser capaces de plantear las preguntas necesarias para salvaguardar el interés de los propietarios y, obtenidas las respuestas, evaluarlas y actuar en consecuencia; deben asegurar que la compañía permanece leal a los objetivos corporativos; deben emitir prudentes juicios sobre la actuación de los ejecutivos; y deben demostrar valentía moral para llevar a cabo estas responsabilidades87. Asumiendo que el Consejo de Enron desconocía los verdaderos negocios de la compañía por la información falsa o incompleta que recibían de sus principales ejecutivos88, la profesionalidad y experiencia de sus integrantes hacen difícil justificar, no obstante, que hayan omitido hacer las investigaciones o indagaciones pertinentes. Demostración de ello es que el comité interno designado con posterioridad para investigar las irregularidades de la compañía presentó un informe de 203 páginas a los tres meses de haber recibido tal encargo89. La enseñanza de ello es que los consejeros no asumieron sus responsabilidades como debían. 2. Los abusos en provecho propio Este aspecto quizá sea uno de los más difíciles de controlar y demostrativo de que no bastan las normas legales ni los códigos éticos para mejorar el estado del gobierno corporativo y restaurar la confianza de los mercados. Los abusos que se pueden cometer pueden provenir de muchas vías diferentes imposibles de controlar en su totalidad y arriesgando, con su control, a recortar la legítima libertad del gobierno de las empresas. Algunas veces, sin embargo, estos abusos parecen notorios y no requerir mayor investigación. En el caso Enron, por ejemplo, la directora del departamento financiero, remitió una carta al presidente ejecutivo y consejero delegado, Kenneth Lay, donde le expresaba su preocupación por las prácticas contables en ciertas sociedades controladas por el director de su departamento, Fastow. En la carta se describían todas las irregularidades, en particular las relativas a las compañías fuera de balance y de objetos especiales y sugería un plan para resolver la situación con el fin de proteger a Enron de los daños que le amenazaban. Después de esta carta y una conversación de la directora con K. Lay, éste encargó a los abogados Vinson & Elkins —que tenía intereses en las compañías creadas por Fastow— una carta donde informaba, como era de esperar, que «si bien las transacciones llevadas a cabo [...] son creativas y agresivas, no hay ninguna razón para creer que son inapropiadas desde el punto de visto técnico». No obstante ello, Lay, durante ese año, hizo que Enron le recomprara acciones por 100 millones USD, y, mientras las vendía, recomendaba a los empleados e inversores que compraran acciones de Enron. Después de recibir la carta, Lay vendió acciones por 4 millones de dólares al tiempo que comunicaba a sus empleados que su principal prioridad era restablecer la confianza en los inversores, añadiendo que ello se traduciría en una significativa elevación del precio de la acción. Pocos días después insistía en que adquirir acciones de Enron era una buena compra, y que él las había estado comprando durante los últimos dos meses. Lo cual, de hecho, era cierto, ya que había estado ejecutando opciones de compra de acciones. 3. En búsqueda de soluciones a los escándalos corporativos Ante todos les escándalos corporativos que se han ido sucediendo a partir del caso Enron parece natural preguntarse si ello puede evitarse en el futuro y, en su caso, cómo. La respuesta, como suele suceder, no es simple ni única para todos los problemas. La realidad suele ser demasiado compleja para quedar encerrada en simples recetas, sean éstas legales o de otra índole. De lo que no cabe duda es de que para restablecer la confianza de los inversores en las mercados financieros en general y en las compañías cotizadas en particular, se torna necesario elevar la calidad ética de los directivos de estos últimos. Un gobierno corporativo «ético» exige directivos éticos y esto no se logra sólo a fuerza de normas y códigos, sean éstos voluntarios u obligatorios. Ante la ausencia de valores morales, los ejecutivos, en lugar de asumir como deben sus responsabilidades, conscientes de que administran bienes ajenos y de la trascendencia social de sus decisiones (aspecto este que no suele ser tenido en cuenta por los ejecutivos), abusan de su poder y procuran obtener el mayor beneficio (propio) posible (especialmente ante un mercado cada vez más competitivo que presiona sobre los resultados de sus tareas). No obstante ello, es necesario, dado el daño que estos escándalos han supuesto y pueden suponer a terceras personas, las cuales no pueden esperar (ni es justo que así sea) la sola sanción del mercado, tomar (o mejorar en el caso de que ya existan) algunas medidas preventivas. Entre ellas, se pueden mencionar las siguientes: La ley no es suficiente David Skeel y William Stuntz, profesores de Derecho de las Universidades de Pennsylvania y Harvard, respectivamente, explican por qué creen que el endurecimiento de la normas penales, como se ha hecho en Estados Unidos, no es suficiente para cortar con la cadena de escándalos corporativos: «La razón es simple y, a la vez, fácilmente olvidada: las leyes penales hacen que la gente se preocupe de lo que es legal en vez de lo que es ético». Este diagnóstico puede ser perfectamente aplicable al caso Enron. Hace cien años, dicen los profesores, en Estados Unidos, la ley penal federal sobre el fraude consistía en unas pocas disposiciones. En cambio, hoy «el código penal federal incluye más de trescientos disposiciones sobre el fraude y la falsedad contable; la mayoría van más allá de lo que la ley solía cubrir. Con todo este arsenal legal, deberíamos haber alcanzado un alto nivel ético empresarial»90. Los hechos demuestran que esto no ha dado resultado. Los códigos éticos La serie de escándalos corporativos acaecidos a partir del caso Enron han provocado que los gobiernos de la mayoría de los países se lanzaran a proponer, y en algunos casos hasta obligar, la sanción y adopción de códigos éticos en las empresas. Países con una gran experiencia en los mercados financieros, como el Reino Unido, ya con mucha anterioridad habían adoptado medidas en este sentido y su modelo fue seguido por muchos países. Con todo lo bueno que ello pueda tener, no obstante, tampoco parece ser la solución —«de fondo»— para la recuperación de la confianza de los inversores y la mejora del gobierno corporativo de las empresas. En este sentido, compartimos parcialmente el escepticismo de Rafael Termes al cuestionarse sobre la efectividad de estos códigos. El autor citado se pregunta, después de definir qué debe entenderse por un código ético: ¿cuál es el resultado que cabe esperar de estos códigos? ¿Su implantación equivale a la implantación de la ética en la empresa? Su aparición, en algunas empresas, ¿refleja una preocupación ética generalizada, aunque no sea proclamada, en el conjunto de las empresas? ¿Significa, por lo menos, que se ha aceptado la idea de que, sin una actuación ética habitual, la empresa, a la larga, no puede funcionar eficientemente? Frente a estas cuestiones el autor reflexiona sobre la posibilidad de que este auge por los códigos no pase de ser una mera operación «cosmética» donde las empresas se ocupen más de cuidar su imagen o aprueben tales códigos con la finalidad de obtener de ello réditos económicos. Y más adelante, afirma que: «Sin negar que tales códigos éticos puedan ser útiles, por muy acertados y detallados que sean, no lograrán el correcto funcionamiento de las empresas si en sus gentes está ausente el ejercicio prudencial de todas las virtudes morales. Si los directivos y demás personas de la empresa están decididos a comportarse de forma conducente a valer más como persona, con independencia de que con esta actuación lleguen a tener más o menos cosas, sabrán perfectamente cómo han de actuar en todas las ocasiones y circunstancias, aunque no exista en su empresa ningún código de comportamiento que lo diga. En cambio, en ausencia de esta conciencia moral, fruto de la cultura del ser, frente a la cultura del disfrutar, por mucha normas de comportamiento que existan y por muchas sanciones que se establezcan para los incumplimientos, las normas saltarán hechas añicos cada vez que se presente la oportunidad de obtener, por medios torcidos, la satisfacción de los apetitos». Las precedentes consideraciones son trasladadas, por el autor, a los códigos corporativos. Justo y lamentable es reconocer que a la luz de los últimos acontecimientos en el mundo empresarial, los temores del autor fueron confirmados. Los consejeros independientes Aunque ayude, tampoco la solución parece estar sólo en la incorporación de un mayor número de consejeros «independientes», figura poco desarrollada, al menos hasta la aparición del caso Enron, a la cultura europea91. En este sentido, baste como ejemplo que Enron tenía en su Consejo a quince prestigiosos académicos y profesionales considerados «independientes», sin embargo, el fraude de la compañía no se evitó. Y ello así, a nuestro juicio, porque la calificación de independiente es muy fácil de cumplir (basta con adecuarse a la definición que de ella haga la ley, reglamento o norma correspondiente) pero su ejercicio es muy difícil de controlar. Después de la caída de Enron, fue obvio que los consejeros independientes no funcionaron, pero para ello la empresa hubo de caer antes en bancarrota y defraudar a millones de inversores y a los mismos trabajadores de la empresa. Por lo demás, la misma definición de qué debe entenderse por «independiente» dista mucho de ser pacífica y aun cuando ésta sea claramente definida, se corre el riesgo, como quedó demostrado en Enron y otras compañías que cayeron en quiebra, de que las empresas cumplan con la letra de la ley y tener una buena «imagen» en el mercado, dando muestras de la composición de los Consejos. En España, por ejemplo, muchas compañías, inmediatamente después de la aprobación de la Ley de Transparencia, anunciaron la incorporación de consejeros independientes en el seno de su Consejos. Pero más allá de estas cuestiones meramente «nominales» en torno a la figura del consejero independiente, lo que queremos destacar en este apartado es la filosofía de la empresa que puede estar subyacente a esta figura cual es la de que la empresa no tiene dueño, de que la propiedad puede administrarse por personas totalmente ajenas a ella con la misma responsabilidad, dedicación y esfuerzo que por quienes están comprometiendo sus propios bienes, su propio patrimonio. Esto no quiere decir que no haya personas que ejerzan responsablemente su labor, pero no debemos olvidar que los llamados «consejeros independientes» son contratadas y pagadas por la misma compañía, a partir de aquí, la cuestión de la independencia ya puede ponerse en duda. Tampoco quiere esto decir que los consejeros, dominicales o ejecutivos, no se asistan de la opinión de personas ajenas a la gestión y no comprometidas con la empresa para contar con opiniones objetivas e intercambiar visiones y opiniones sobre las distintas cuestiones que conciernen a la empresa, pero ello forma parte del juicio de los miembros de un Consejo responsable más que de la obligación de incorporar en su seno «consejeros independientes». En este sentido, lo que ha de buscarse más bien es un equilibrio en la representación de los Consejos de Administración procurando que todas las partes interesadas estén bien representadas e informando y fomentando la presencia de los accionistas en las Juntas Generales y su participación. Cuando una compañía es bien gestionada y da resultados satisfactorios para sus accionistas, es muy raro que éstos se preocupen por si existen o no consejeros «independientes». Más aún, puede ser que ni siquiera estén interesados en ello. Los mercados financieros en general y los inversores en particular son naturalmente adversos al riesgo y prefieren estabilidad más que «grandes cambios o innovaciones». En suma, volvemos a lo dicho anteriormente, lo importantes son las personas. 4. El marco legal De lo hasta aquí dicho podría pensarse que al gobierno no le queda nada por hacer en materia de gobierno de empresas y que todo lo referente al gobierno de éstas debe dejarse librado a las «leyes» del mercado. Ello no sólo sería ingenuo sino, además, erróneo. Actualmente, hasta la más profunda ortodoxia del pensamiento liberal reconoce que el mercado tiene sus límites y que para que éste funcione adecuadamente se requieren determinadas regulaciones. Lo importante es delimitar bien dónde termina la acción pública y dónde empieza la privada. En lo que al gobierno corporativo se refiere, creemos que una buena Ley de Transparencia Informativa debe ser clara, concisa y concreta, sin ambigüedades ni definiciones «abiertas» que causen incertidumbre en las empresas destinatarias de la misma, con una información lo suficientemente amplia, veraz y claramente verificable que se ajuste al principio de la «realidad económica». Esto último requerirá un juicio prudencial o ponderación del regulador por lo que desde aquí advertimos que cierto grado de discrecionalidad en estos últimos, contra lo que suele pensarse, no siempre es negativo ni motivo de inseguridad jurídica. Basta con recordar el caso Enron, con regulaciones escrupulosamente definidas y con escaso margen de interpretación para el regulador (el cual busca eludir responsabilidades legales) que han demostrado ser un fracaso al momento de investigar la realidad de los negocios. En cuanto a la información que dicha ley deba exigir de forma obligatoria y aquellas cuestiones que deba regular, nos remitimos al documento adjunto en el apéndice documental de este libro realizado por la Fundación de Estudios Financieros: «Estudio para la mejora del gobierno corporativo, la transparencia informativa y los conflictos de interés». Allí se podrán encontrar aquellas medidas que, a juicio de los mismos empresarios, deberían ser reguladas y cuáles deberían quedar libradas a las mismas empresas (autorregulación). En este lugar, sólo nos permitimos agregar, a los comentarios del citado documento, que para un buen gobierno corporativo se hace fundamental también contar con una ley concursal ágil, que procure un equilibrio entre acreedores y deudores, que permita, si cabe, un salvamento rápido de la empresa y lo menos oneroso posible. Para ello, es necesario que las partes (acreedores y deudores) tengan libertad y capacidad de negociación, estableciendo severas penas para las quiebras fraudulentas, y permitiendo una ejecución rápida y eficaz y sin pretender salvar negocios inviables bajo argumentos como «protección de las fuentes de trabajo», o de «mantenimiento de la empresa», y sin conceder privilegios injustificados. En un mercado que funcione correctamente, es normal que muchas empresas fallen en sus iniciativas pero también es normal que crezcan otras nuevas que crearán nuevas fuentes de trabajo, más solventes que las anteriores. Ésta es la «destrucción creativa» de la que hablaba Schumpeter. Esta «destrucción creativa» es lo que permite la innovación y el progreso económico. Un mercado eficiente es esencialmente «dinámico» no «estático». Y en la era de la tecnología y de la información, esto se vuelve cada vez una realidad más tangible. Como hemos visto en el caso Parmalat, a diferencia del caso Enron, el gobierno italiano demostró no tener una ley concursal apropiada al tener que recurrir a un decreto de emergencia para salvar la compañía. 5. Blindajes Otros aspectos relacionados con el marco legal del gobierno de las empresas a los que quisiéramos hacer una breve referencia, por las opiniones divergentes existentes y lo controvertido de su solución es el de las stock options y el de los «blindajes» de los Consejos. En cuanto a las stock options ya nos hemos referido a ellas al analizar las lecciones del caso Enron y a las cuales nos remitimos. En cuanto a los «blindajes» de los Consejos (acciones privilegiadas, con poder de veto, otorgantes de más de un voto y otras medidas similares —«píldoras envenenadas», poison pills, como se las conoce en la jerga financiera de los Estados Unidos—) que impiden, en principio, un efectivo control del mercado sobre los Consejos de la compañía, deberíamos decir que, al impedir un efectivo control, es decir, un auténtico control «externo» sobre los Consejos de Administración de las compañías, son en principio reprobables. Por otro lado, y desde el estricto punto de vista jurídico, viola en alguna medida el derecho de propiedad, al no respetar el principio de una acción = un voto. No obstante no falta quienes sostienen, con argumentos razonables por cierto, que dichas medidas que impiden las «compras hostiles» permiten a sus directivos y gestores desarrollar una política a más largo plazo, no guiadas por los simples vaivenes del mercado ni por los beneficios a corto plazo. En una palabra, permiten una mayor sostenibilidad de la empresa permitiendo a sus gestores desarrollar un plan razonable, creíble, sustentable y rentable. Un ejemplo que puede aclarar lo que estamos diciendo es el caso de Google y su salida a Bolsa. Los dos fundadores de la empresa Google, el portal de búsqueda en Internet, Larry Page y Sergey Brin, han querido mantener el control de la empresa después de su salida a Bolsa para conservar su estrategia y su política (la cual, dicho sea de paso, ha demostrado ser exitosa). Para ello, han diseñado una estructura corporativa que los protege contra compras hostiles. Concretamente, han creado una clase de acciones tipo «B», que son las que ellos poseen en su mayoría, que otorgan diez votos cada una, a diferencia de las clases comunes «A». Los fundadores han explicado al ente regulador del mercado financiero —la Securities and Exchange Comission— que esta estructura está diseñada para evitar que otros puedan quedarse con el control de la compañía. Cabe señalar que esta arriesgada estrategia por parte de los fundadores del portal de Internet que más éxito ha tenido va a contrapelo de lo que parece ser la tendencia del mercado, especialmente después de la aprobación de la Ley Sarbanes-Oxley, cual es el de «desmantelar» todas las medidas defensivas que pueden existir en el seno de los Consejos (Goodyear, Tire & Rubber Co, First Energy Corp, ConAgra Foods Inc, y otras muchas). Estas medidas, como es obvio, no son del agrado de los consejeros financieros, primeros afectados de las compras «hostiles». Quienes sostienen la necesidad de eliminar las llamadas en el lenguaje inglés poison pills, argumentan, no sin razón, que la mejor defensa es la buena gestión de la compañía. Además, la práctica demuestra que lo que suele ocurrir con las medidas defensivas, en lugar de permitir una política sostenible tendente a obtener beneficios a largo plazo, es convertirse en un instrumento de negociación de los administradores de las empresas que son objetivo de la compra (empresas target) para elevar las ofertas de compra en su beneficio, más que en el de los accionistas. Las experiencias más recientes parecen avalar esta opinión. VIII. Resumen y conclusiones de los escándalos corporativos «El escándalo, cuando se produce para que se proclame la justicia, no es dañoso sino saludable al bien público» (Manuel Azaña, 1880-1940. Presidente del Gobierno español) 1. La crisis del modelo capitalista liberal92 La extensión del capitalismo económico en la gran mayoría de los países del mundo a través de la globalización e internacionalización de la economía ha resultado incompatible con el incremento del valor para el accionista como único credo del capitalismo empresarial moderno. La excesiva implicación de lo financiero en el ámbito empresarial a través de un desorbitado protagonismo de los mercados de capitales en las estrategias y actuaciones de las empresas y sus dirigentes, ha configurado un marco de referencia equivocado y desenfocado de la realidad de la mayoría de los grandes gestores empresariales. La «tiranía» de la codicia por ganar dinero, el más posible y en el menor plazo de tiempo, reformulada en el presente y disfrazada de nuevas exigencias del guión para los inversores financieros, analistas, banqueros de inversiones y demás agentes intervinientes en los mercados de capitales, ha provocado una carrera desenfrenada por el incremento del beneficio de las empresas, a toda costa, incluso mediante la ocultación, el engaño y la trampa en la información contable y financiera de las compañías. La espiral del incremento del valor de las acciones sin límites ha llevado a los gestores empresariales a dirigir sus empresas con una visión netamente financ iera y orientada al corto plazo, sacrificando inversiones y estrategias a largo plazo, apostando por «lo grande contra lo bueno» y, en muchas ocasiones, abandonando la honradez y la ética profesional y personal93. Esta visión economicista extrema, ligada a la extensión geográfica del modelo capitalista ha generado una realidad del sistema económico y financiero mundial que requiere un replanteamiento en profundidad de las reglas de funcionamiento de una economía capitalista y no tanto de sus fundamentos básicos como algunos oportunistas tratan de hacernos creer. La economía de mercado basada en la propiedad privada, cuanto más extendida mejor, no está en crisis; lo que está en entredicho son las normas y pautas de conducta abusivas de las grandes corporaciones empresariales y sus dirigentes. 2. El fracaso del «Corporate Governance» internacional La nueva economía vinculada al mundo de las telecomunicaciones y sus excesos, el sistema de remuneración de los gestores por stock options, la manipulación contable y el papel de los auditores, y el conflicto de intereses en la industria financiera son tres cuestiones capitales que se encuentran en el origen del problema. 2.1. Los excesos de la nueva economía El crecimiento del sector de las telecomunicaciones vinculado especialmente al desarrollo de Internet provocó la aceleración de una burbuja especulativa financiera en torno a los valores bursátiles del sector sin precedentes históricos similares. La proyección de modelos de negocios y planes empresariales y financieros increíbles, ligados a desarrollos espectaculares de las tecnologías de la información y la comunicación fueron obligando a los gestores del sector a entrar en una dinámica perversa de gestión para cumplir con los ambiciosos objetivos expuestos y prometidos a la comunidad inversora internacional. La espiral del incremento desorbitado de las cotizaciones bursátiles, gracias a previsiones espectaculares incumplibles, han llevado al sector y a una gran parte de sus dirigentes a la realización de políticas empresariales poco ortodoxas y temerarias, con tal de cumplir con las exigencias de los inversores financieros y de sus banqueros de negocios y analistas financieros. Es en este sector donde mayor concentración de abusos del buen gobierno societario se han producido, ello también debido al advenimiento al poder de una clase dirigente nueva, poco experta en cuestiones industriales y comerciales y muy orientada a la tecnología y a las finanzas, y sin la experiencia empresarial que da el conocimiento de varios ciclos económicos y no sólo de una etapa prolongada de bonanza y prosperidad. 2.2. La manipulación contable, el sistema de «stock options» y el papel de los auditores El derrumbamiento del binomio cotización-previsiones por el incumplimiento galopante de las previsiones desorbitadas de crecimiento presentadas por los gestores empresariales para justificar y conseguir escaladas sin fin de las cotizaciones, se sitúa en el origen de la manipulación contable. El modelo de remuneración por opciones sobre acciones de los gestores de las empresas cotizadas y la evolución increíble de las cotizaciones por el boom tecnológico y bursátil, empuja a los gestores a políticas irracionales desde el punto de vista empresarial con tal de garantizar sus propios beneficios económicos. Cuando se ve que ya no va a ser posible por la evolución de los mercados y de las compañías, muchos acuden al engaño y a la ocultación para materializar cuanto antes sus plusvalías. La manipulación contable es la consecuencia de lo anterior; los gestores deshonestos recurren a ella para mantener las expectativas y las cotizaciones de sus empresas artificialmente altas, la mayoría de las veces engañando al auditor y las menos en connivencia con él94. En el origen de la manipulación contable están los gestores deshonestos y las malas prácticas de buen gobierno toleradas por las empresas por no disponer de un «Corporate Governance» moderno y comprometido, y con los filtros y controles necesarios para evitar los abusos de poder empresarial llevados a cabo especialmente por los consejeros ejecutivos. Algún caso aislado de auditor deshonesto y connivente con los gestores fraudulentos no puede llevarnos a la conclusión de que el sistema de auditorías externas no funciona. Lo que sí hemos de concluir de estas circunstancias adversas es que es necesario extremar las cautelas, los controles y las incompatibilidades que mejoren las relaciones empresariales y la protección de los inversores en un régimen de total transparencia. 2.3. El conflicto de intereses en la industria financiera Muchos de los abusos vividos tienen su fundamento y justificación en la tolerancia y en la injerencia de la industria financiera en la gestión empresarial y sus relaciones con los mercados de capitales. En efecto, se han producido constantes conflictos de interés entre las diversas partes o actividades financieras que influyen en la vida de las empresas y su cotización. Así, los analistas financieros de los bancos de inversión y agencias bursátiles han elaborado informes favorables de las empresas que eran objeto de relaciones comerciales con el área de asesoramiento financiero o «Corporate Finance» de su firma y con la de gestión de patrimonios e inversiones. De esa manera se ha visto muchas veces conculcada la independencia con la que los profesionales del análisis deben pronunciarse sobre las recomendaciones de inversión, induciendo a los inversores y a las empresas a operaciones y situaciones equivocadas y dañinas para sus propios intereses. Muchas veces el fraude contable se ha visto camuflado por actuaciones financieras de dudosa connivencia entre banqueros y empresas para salvaguardar sus propios intereses en contra de los inversores más indefensos y menos «iniciados» en la información y en el tráfico mercantil y bursátil95. En este sentido es imprescindible revitalizar la independencia total de actuación de las diferentes actividades financieras mediante la transparencia absoluta y la explicación exhaustiva de las relaciones y los conflictos de interés existentes entre ellas y los clientes empresariales, para que los inversores puedan decidir libremente y con todo conocimiento de causa sobre las recomendaciones bursátiles. 3. Hacia un nuevo modelo de buen gobierno societario Es evidente que se requiere un nuevo modelo de buen gobierno societario que garantice una mejor eficiencia empresarial y una adecuada protección de los inversores. Un modelo que dote de madurez y credibilidad al modelo capitalista liberal y evite que situaciones de fraude y de abuso de poder empresarial puedan poner en peligro la estabilidad económica mundial y el bienestar de los ciudadanos. 3.1. Autogobierno frente a intervención Muchas son las voces, incluso de liberales de pro, en demanda de una intervención gubernamental y normativa sobre estas cuestiones, que reconduzca la situación y establezca bases sólidas y cumplibles sobre los principios del buen gobierno empresarial. El autogobierno societario está en entredicho por sus deficientes resultados en relación con la reciente crisis de confianza bursátil. Parece difícil abogar y defender, en los tiempos que corren, un modelo de autocontrol y autogobierno societario. Tampoco parece sensato defender e impulsar un modelo intervencionista en el que la necesaria soberanía empresarial quede depositada en el Boletín Oficial del Estado, vulnerando los principios básicos de una economía de libre mercado. Nos encontramos en una encrucijada y ante un escenario en el que va a ser necesario establecer un sistema de buen gobierno societario de carácter mixto, es decir, fundamentado en prácticas de autocrítica, autocontrol y autogobierno, pero encuadrado en torno a unos principios universales comunes de buen gobierno que sean de obligado cumplimiento y sobre cuya implantación podamos estar todos de acuerdo y respondan a una lógica empresarial y a una ética de comportamiento. Ello comportará sin duda un incremento de valor de las empresas que estén en disposición de ponerlas rápidamente en práctica96. 3.2. Principios universales comunes de buen gobierno La lógica de eficacia y ética del buen gobierno empresarial debe estar presidida por dos principios elementales: 1) El autogobierno; 2) la transparencia. Es decir, las empresas deben tener sus propias pautas de comportamiento, gestión y control, y éstas deben ser claras y transparentes y ser comunicadas, conocidas y evaluadas de forma continua por la comunidad inversora y financiera y por la sociedad en su conjunto. Dentro del ámbito de las propias normas de las empresas algunas cuestiones pueden y deben ser de obligado cumplimiento o, lo que es lo mismo, debe existir un régimen de «mínimos» en cuanto a transparencia, independencia y eficiencia de la gestión societaria. — Un primer bloque de cuestiones en este sentido serían aquellas referidas a las restricciones estatutarias limitativas del ejercicio del poder soberano de las Juntas Generales de Accionistas y de su propio funcionamiento democrático, libre y transparente. Las restricciones estatutarias no deben existir en las sociedades cotizadas y las Juntas Generales deben regirse por un principio de transparencia y democracia que garantice a los accionistas la información, el debate y la expresión de sus ideas y opiniones con la debida y razonable anticipación, profundidad y extensión. — Un segundo grupo de temas serían aquellos relacionados con los órganos de administración y su funcionamiento e independencia. Así deberán considerarse obligatorias las comisiones de auditoría de los Consejos de Administración integradas exclusiva o mayoritariamente por consejeros independientes o externos (no vinculados a la gestión ejecutiva) y que el auditor externo de las empresas reporte directamente a ellos. Igual tratamiento deberán tener las comisiones de remuneraciones y nombramientos para garantizar la independencia de estas cuestio nes extremadamente relevantes en la vida de las empresas. Otra cuestión relevante dentro de este apartado se establece en la necesaria separación de la presidencia de la Junta General de Accionistas y de la presidencia ejecutiva de la empresa para garantizar una efectiva y total independencia entre control y gestión de las empresas. — Un tercer capítulo sería el que compete a la remuneración de consejeros y consejeros ejecutivos de las empresas cotizadas. Es momento de reivindicar un sistema mixto de tres vectores de remuneración: 1. Un salario digno acorde con la responsabilidad y que no debe ni puede ser pequeño. 2. Una participación en los beneficios de la empresa que debe ser moderada. 3. Un plan de acciones u opciones sobre acciones que no puede ser muy importante ni sobresalir en exceso de los capítulos anteriores, para que los consejeros estén estimulados por la buena marcha de la cotización bursátil, pero que ésta no pueda convertirse en fin en sí mismo, sino en la consecuencia de un trabajo bien hecho por la empresa y sus integrantes. — Un cuarto y último epígrafe es el que se refiere al conflicto de intereses de los agentes intervinientes en la cadena de control y transparencia de las actividades empresariales: auditores, consultores, asesores legales, analistas financieros y banqueros. En este ámbito no creo tanto en un régimen riguroso de incompatibilidades entre las diferentes actividades sino más bien en un disclosure o descubrimiento y manifestación total y pública de las interrelaciones entre ellos y los clientes y de los conflictos que se derivan de éstas. De esta forma los inversores y todos los implicados en el tráfico mercantil podrán establecer y formular con libertad y total conocimiento sus decisiones financieras de inversión. La releva ncia pública social y económica de la función auditora merece una reflexión en profundidad sobre su incompatibilidad total o no con cualquier actividad en el perímetro de actuación con un mismo cliente. 4. El capitalismo del futuro Ningún modelo económico puede garantizar mejor el bienestar de la mayor parte de la humanidad que el sistema capitalista liberal, quien mejor garantiza el desarrollo y la implantación del libre mercado, del libre comercio y de la extensión gradual de la propiedad privada empresarial. Un modelo que en definitiva garantiza a los seres humanos la capacidad de emprender libremente y de ser dueños de su bienestar y de su futuro97. Pero nuestro capitalismo actual, el del siglo xxi, no puede estar basado en el economicismo sin límites que nos ha llevado a esta crisis de confianza en los mercados de capitales y a una crisis económica y social de importantes dimensiones hoy todavía imprevisibles. Ha de ser un nuevo capitalismo fundamentado en el Humanismo y en la Ética, valores irrenunciables en un modelo económico y social que pretenda ser universal y garante de la extensión total de la igualdad de oportunidades entre todos los ciudadanos del mundo. Los nuevos capitalistas no sólo han de ser eficientes en su gestión sino especialmente muy transparentes en su ejecución y explicación pública y sobre todo éticos en la implementación de la misma. En definitiva, Humanismo implica tener en cuenta a los seres humanos y sus necesidades vitales y emocionales y Ética supone ejercer y compartir con ho nradez y solidaridad el poder económico y la riqueza que una sociedad libre entrega cada vez con mayor amplitud a los agentes económicos privados. 1 Antes de la suspensión de pagos, el comercio de energía aportaba el 90% de los ingresos de la compañía. Como parte del procedimiento de suspensión de pagos, la actividad ha sido objeto de una subasta judicial cuyo adjudicatario ha sido el banco UBS. 2 La misma Casa Blanca ha reconocido que directivos de Enron se reunieron en seis ocasiones en años anteriores a la suspensión de pagos con el vicepresidente (Dick Cheney), responsable de la legislación del mercado liberalizado de energía. También se desveló que Ken Lay, presidente de Enron, llamó al secretario del Tesoro, Paul O N’eill, y le advirtió del paralelismo entre la situación de la compañía y la LTCP, el hedge fund cuya quiebra se evitó en 1998 gracias a una acción coordinada de los bancos de inversión de Wall Street. Lay también pidió al secretario de Comercio, Donald Evans, su intercesión para evitar la degradación de la calificación crediticia de la compañía por parte de las agencias de rating. Además, el Departamento del Tesoro ha desvelado que el consejero general de la eléctrica, Greg Whalley, pidió al subsecretario de Finanzas Internas, Peter Fisher, que interviniera a favor de Enron ante las entidades financieras con las que negociaba una aportación de fondos. Fisher también fue instado por Robert Rubin, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton y luego dirigente del Citigroup —uno de los principales acreedores de Enron—, a que reclamase a las agencias de calificación que colaborasen para evitar la degradación del rating de Enron. Casi la mitad de los miembros de la Cámara de Diputados y el 75% de los del Senado han recibido donaciones de la compañía en sus campañas electorales. Según el Centre for Responsive Politics (Centro de Responsabilidades Políticas), Enron ha donado 5.700 millones de dólares a los partidos republicano y demócrata de los Estados Unidos desde 1989. Lay, amigo personal del presidente Bush, y otros empleados de Enron, han sido los mayores benefactores del presidente norteamericano aportando 623.000 dólares a lo largo de su carrera política. 3 La legislación norteamericana obliga a consolidar (integración al balance de la compañía matriz) los activos y pasivos y resultados de sus filiales. El fin de la consolidación es mostrar claramente la situación financiera del grupo. Pero esta misma legislación establece que tal consolidación no es necesaria cuando exista una participación de un tercero en el capital de la SPE igual al 3% de su activo total. Este es el resquicio legal que A. Fastow, consejero financiero de Enron y creador de su compleja «estructura financiera», aprovechó para dejar fuera de balance a más de 3.000 de esas SPE. El fraude consistía en que esas SPE, que se crearon para asegurar los activos de Enron, estaban constituidas con esos mismos activos. Es decir que Enron se aseguraba a sí misma. De allí la importancia de que las acciones de Enron subieran o, al menos, que los inversores creyeran que lo harían. 4 Hasta su bancarrota, Enron había sido la compañía eléctrica más grande del mundo y la séptima compañía norteamericana más grande. 5 Se calcula que el entramado de estas compañías que operaba fuera del mercado regulado ascendía al número de 3.500. La compañía fue ampliando su gama de productos hasta llegar a negociar contratos de futuros y otros productos derivados, no sólo sobre suministros de gas y electricidad, sino también sobre activos tan abstractos como el clima (una nevada por ejemplo). Sus ingresos (100.000 millones de US en el año 2000 y 130.000 aprox en el año 2001) resultaron más imaginarios que reales. Esto se debió a que llevó al extremo una práctica que parecía ya habitual en el sector: anotar todo el valor de las operaciones comerciales como ingresos, y no simplemente las ganancias obtenidas en esas operaciones (operación que no es permitida a los bancos de Wall Street). Si esos eventuales ingresos se hubieran reflejado, Enron en el año 2000 hubiera ingresado en realidad USS 8.000 millones. También era exagerada su participación en el mercado (según estos ingresos «reales», la firma hubiera tenido alrededor de un 15 % del mercado). 6 Una de sus principales competidoras, Dynegy, presentó una oferta de compra de 9.000 millones de dólares, que poco después retiró. 7 La compañía anunció su bancarrota (la mayor de la historia) el 2 de diciembre de 2000. Este anuncio reabrió la polémica sobre la controvertida ley de financiación de partidos políticos en Norteamérica. 8 A principios de 2001, las acciones de Enron llegaron a cotizar a 85 dólares para terminar, después de la quiebra, en 0,10 US. Por el contrario, casi treinta dirigentes y consejeros de Enron obtuvieron un total de 1.100 millones de dólares por la venta de acciones de Enron realizadas entre 1999 y mediados de 2001. El mismo Ken Lay ingresó más de 30 millones de dólares procedentes de la venta de títulos. 9 La contabilidad llevada por la compañía norteamericana se conoce en la jerga contable de Estados Unidos como contabilidad «agresiva» y luego ha venido a llamarse también «contabilidad creativa». Este tipo de contabilidad consistía en una estrategia para evadir impuestos, o minimizarlos, a través de sociedades instrumentales y otros instrumentos contables y legales. Inflar los beneficios y los ingresos contabilizando inmediatamente como ganancias contratos que podrían llevar varios años en completarse y contabilizar como ingresos transacciones hechas con sus propias compañías; librarse de deuda transfiriéndola a sociedades fuera de balance y dirigidas por empleados de la misma compañía; manipular los resultados trimestrales alargando las transacciones hasta el final del período contable para favorecer los beneficios y resultados contables; evitar los impuestos o minimizarlos a través de negocios que quedaban fuera del balance como la utilización de sociedades instrumentales (special purposes entitities) o los beneficios de los planes de pensiones y usar derivados y otros instrumentos financieros para disminuir pérdidas especulativas. 10 En su primera comparecencia ante uno de los comités de investigación, el entonces presidente de la consultora, Joe Berardino, reconoció que la compañía había cometido un «error de juicio» a la hora de revisar las filiales instrumentales de Enron. Además afirmó que se avisó al cliente de la posible existencia de «ilegalidades» en ellas y que la compañía ocultó información a los auditores. No obstante, una semana antes la consultora Arthur Andersen había admitido que sus empleados habían destruido un «número significativo», pero indeterminado, de documentos electrónicos y en papel. También la consultora Merryl Lynch se ha visto involucrada en el falseamiento de contratos (New York Times del 9 de agosto de 2002), aunque esta última aseguró que, aunque arriesgados para la empresa, los contratos fueron legales. 11 La Oficina de Contabilidad del Congreso de los Estados Unidos presentó el 30 de enero de 2002 una demanda legal para forzar a la Casa Blanca a entregar todo el listado de las reuniones que han mantenido funcionarios del Gobierno con ejecutivos de las empresas energéticas. Al mismo tiempo, y a modo de «contraataque», el presidente Bush encomendó al secretario del Tesoro una revisión de las normas que regían las obligaciones informativas y contables de las empresas. Además, el mismo secretario (Paul O’Neill) recibió el mandato de revisar el tratamiento de los planes de pensiones con el fin de imponer reglas más estrictas que protejan a los pensionistas. Hasta el 4 de marzo de 2002, se habían presentado 47 demandas colectivas (class actions) por parte de accionistas y empleados contra los ejecutivos y consejeros de la compañía. 12 No olvidemos que el «caso Enron» fue producto de una vigorosa política de liberalización iniciada por el presidente Reagan en los Estados Unidos y por Margaret Thatcher en el Reino Unido en la década de los ochenta. 13 Filósofo y economista inglés del siglo xviii. Considerado el padre fundador de la economía del libre mercado por su obra: La Riqueza de las Naciones (cabe recordar que el título original de la obra era: Estudio sobre la causa y origen de la riqueza de las naciones). 14 Nombre no acuñado por Adam Smith y rechazado por Hayek, economista de la Escuela austriaca y que, junto con el filósofo inglés, son considerados los padres de la economía moderna del libre mercado. 15 Gilder, G. (1984): Riqueza y Pobreza, Madrid, Instituto de Estudios Económicos, p. 39. 16 Una prueba de esta afirmación la puede constituir el caso del «apagón» acaecido en la costa Noreste de Estados Unidos dejando a millones de ciudadanos sin luz (la ciudad de Nueva York incluida) y con más de mil millones de dólares de pérdidas. Si bien al momento de escribir esto las causas precisas de este «apagón» están aún por determinar, los expertos parecen coincidir en que la principal de ellas se encuentra en la vetustez del sistema de distribución eléctrico, el cual, a pesar de estar desregulado y debido a la falta de incentivos adecuados (es bueno recordar que las tarifas eléctricas norteamericanas están entre las más bajas del mundo) no ha sido actualizado por las empresas distribuidoras. A ello deben sumarse también factores políticos que impidieron tender más cables de tendido eléctrico en las ciudades afectadas. En suma, en opinión del que en su momento fuera secretario de Energía del presidente Clinton, el sistema de distribución eléctrico en los Estados Unidos es tercermundista. El jefe de la Seguridad Eléctrica de aquel país ha dicho que el sistema está atrasado unos cuarenta o cincuenta años. (Debemos recordar que en el año 2000, también se produjo una crisis en el sistema eléctrico en la costa Oeste, California, aunque de menores magnitudes.) 17 Según información de importantes consultoras internacionales. 18 Estados Unidos aprobó la ley antifraude conocida por el nombre de sus autores: «Sarbanes-Oxley Act» la cual, entre otras medidas, penaliza hasta con 20 años de prisión y 5 millones de dólares de multa a aquellos ejecutivos que sean responsables de fraude en la contabilidad de las compañías. Al mismo tiempo, la Ley obliga a los consejeros ejecutivos y financieros (CEO y CFO) a certificar bajo juramento los estados contables de sus empresas. 19 Por ejemplo: en materia contable al principio, de naturaleza jurídica, de la realidad económica y en relación al gobierno corporativo, al de «administrador diligente y leal», del art. 127 de la LSA o, dicho en otros términos el del «buen hombre de negocios» principio general del Derecho mercantil. En suma, creemos que bastaría con la aplicación de la normativa jurídica existente (LSA, Código Penal, Ley de Intervención de Entidades de Crédito, LMV y otras que quizá estemos omitiendo involuntariamente). Esta aplicación de los principios fundamentales y de la normativa vigente, en contra de la opinión de algunos (véase Álvarez Valdés, M., y Valdés, en el Libro Homenaje al profesor Sánchez Calero, 2002), no debería impedir el fomento de la autorregulación. Hemos visto ya en la primera parte de este trabajo que la aplicación de principios nos lleva a otorgar a sus aplicadores (reguladores) un margen más amplio de interpretación de acuerdo con los criterios de razonabilidad y proporcionalidad. 20 Según la clasificación elaborada por la Accounting Practices Borrad las auditoras tienen tres conjuntos de «usuarios» o destinatarios de los informes contables: primarios (accionistas, reguladores financieros), secundarios (acreedores y empleados) y terciarios (inversores potenciales, intermediarios, autoridades fiscales, etc.). Las responsabilidades del aud itor son decrecientes según estos tres grupos. En resumen, la auditoría presenta tres tipos de conflictos respecto de la calidad: a) una asimetría entre auditor y cliente, cuya manifestación más clara se refleja en la competencia técnica a la que se suele clasificar como «bien de experiencia»; b) la asimetría indirecta entre auditor-cliente por un lado, y los usuarios de los estados contables por otro que se manifiesta en la «independencia» y que en la doctrina económica se clasifica como «bien de confianza », pues su calidad sólo es perceptible a lo largo del tiempo y si empeora la situación financiera del cliente; c) la asimetría indirecta entre los diferentes clientes del auditor acerca de la independencia de éste respecto a otros clientes. (Cfr. Arruñada, B. (1997): La calidad de la auditoría. Incentivos privados y regulación, Marcial Pons, pp. 30 y ss.) 21 Se ha alegado que las sociedades pueden formar comités de auditoría por meros motivos de imagen (Bradbury, 1990). El estudio de Menon y Williams (1994) muestra que los comités de auditoría creados voluntariamente por compañías estadounidenses son, en general, poco activos, aunque su actividad aumenta con la presencia de vocales externos (no ejecutivos) en el Consejo de administración. Este resultado parece lógico: la comisión de auditoría puede funcionar como un órgano que ayude al Consejo en su tarea de vigilancia, pero esta función sólo tiene sentido si el propio Consejo también la realiza y es en alguna medida independiente de los directivos. (Cabe, no obstante, otra explicación, relacionada con el deseo de los consejeros externos de parecer independientes, de cara, sobre todo, a eventuales acciones de responsabilidad.) (Cita tomada de La calidad de la auditoría..., ob. cit.). 22 Cfr. La calidad de la auditoría..., ob. cit. 23 La importancia de la demanda voluntaria de auditoría parece venir avalada por el mismo origen histórico de la profesión de auditor que parece haberse desarrollado al margen de las obligaciones legales. Tal es el caso británico donde muchas de sus leyes en materia de sociedades, durante el siglo xix, no obligaban a realizar auditorías o que éstas fueran realizadas por profesionales. Ello no fue óbice para que ya a finales del siglo xix, cuando la Companies Act de 1900 vino a generalizar la obligatoriedad de auditoría para las sociedades que cotizaran en Bolsa, casi todas las cuentas de estas sociedades estuvieran siendo ya auditadas por chartered accountants (profesionales). Lo cierto es que la auditoría nace y permanece durante mucho tiempo (desde el siglo xiii aprox.) al margen de cualquier norma legal obligatoria (véase La calidad de la auditoría..., ob. cit., nota a pie de pagina n.° 12). Estudios empíricos han demostrado que la mayoría de las empresas (al menos aquellas relevantes para el mercado) eligen auditores de probada calidad, pese a que el cumplimiento de los mínimos legalmente establecidos podrían cubrirlos a un menor coste con auditores de menor reputación. En el año 1995, en España, subsistía una importante demanda de auditorias de origen puramente voluntario (un 23, 01% del total de auditorías realizadas en ese año). Actualmente, atentos a los profundos cambios que ha padecido el mundo financiero a nivel mundial, esa demanda voluntaria ha crecido de modo exponencial. Ya en la década anterior a su imposición obligatoria, en España, se fue observando un notable crecimiento de la demanda de auditoría por las empresas más grandes a efectos de enviar una señal positiva (de solvencia y salud financiera) al mercado y asegurar eventuales riesgos contractuales futuros. Ello nos permitiría al menos inducir un paso de la heterorregulación (regulación impuesta por el Estado) a la autorregulación. 24 Cfr. La calidad de la auditoría..., ob. cit., pp. 23 y ss. 25 Los conceptos de bienes de búsqueda y experiencia fueron formulados por Nelson en 1970 y el de bienes de confianza por Darbi y Karni (1973) (citado por Benito Arruñada en La calidad de la auditoría..., ob. cit.). 26 El caso Enron demuestra cómo la falta de independencia del auditor respecto de uno de sus clientes es conocida bastante más tarde, y a raíz de un conflicto, por el resto de los clientes de ese mismo auditor, con todas las consecuencias negativas que ello ha tenido, entre las cuales, no la menor ha sido la pérdida de va lor de los ahorros de muchos empleados de la compañía. 27 En numerosos trabajos empíricos se ha comprobado la existencia de una relación positiva entre diversas variables indicativas de la intensidad de los «costes de agencia» y la elección de auditores de mayor calidad. En un análisis retrospectivo, Chow (1982) ha demostrado que en 1926, con anterioridad a la promulgación en los Estados Unidos de una norma de auditoría obligatoria, la demanda voluntaria de auditoría por parte de las empresas norteamericanas dependía de diversos indicadores que parece razonable pensar estaban relacionados directamente con el grado de conflicto entre directivos, accionistas y acreedores. Tales indicadores eran la proporción de acciones que no eran propiedad de los directivos, la tasa de endeudamiento, el tamaño de la empresa y el número de cláusulas ligadas a datos contables en sus contratos de empréstitos. Otros estudios empíricos han probado que las variables indicativas de costes de agencia influyen significativamente en los cambios de auditor, presentando el efecto esperado, incluso tras controlar por cambios en el tamaño y el crecimiento del cliente, variables estas que se considera son las que ejercen mayor influencia en las decisiones del cambio de auditor. En este mismo sentido, la mayoría de las empresas que salen a Bolsa (y por tanto incrementan su potencial grado de conflictividad contractual) cambian de auditor, pasando a serlo por una de las grandes firmas (Carpenter y Strawser, 1971). También se ha comprobado cómo las empresas que salen a Bolsa son más propensas a contratar para sus auditorías firmas de mayor tamaño (o mayor reputación), cuanto mayores sean sus costes de agencia (Firth y Smith, 1992) (citado por B. Arruñada, en La calidad de la auditoría..., ob. cit.). 28 Formuladas por el periódico Expansión dentro de un marco de recomendaciones para el buen gobierno corporativo y que ha sido el resultado de una serie de consultas y encuestas a las principales empresas españolas (incluyendo firmas de auditoría). En concreto, las referentes a los conflictos de interés son las que llevan los números 28, 29 y 30 (véase Expansión del martes 15 de octubre de 2002, pp. 4 y ss.). 29 Las principales firmas de Wall Street y los reguladores federales y estatales han acordado la creación de un nuevo organismo de supervisión, financiado por las propias firmas de Wall Street (Public Company Accounting Oversight Borrad). 30 Cfr. La calidad de la auditoría, ob. cit., p. 27 y nota al pie. Se conoce como «información blanda» aquella que es observable pero no «verificable» y, por el contrario, por «información dura» aquella que es observable y verificable. Esta última es la que predomina si se imponen regulaciones estrictas y sanciones muy severas sobre el contenido de la información que deben reunir los informes de auditoría, pues ante aquéllas, naturalmente, los auditores tenderán a cubrirse de toda eventual responsabilidad. Éste parece haber quedado demostrado en el «caso Enron». Cuando el régimen legal es excesivamente estricto (como lo es el norteamericano) y el régimen legal (responsabilidad) es desproporcionado respecto del daño que puede ocasionar un informe de auditoría deficiente, se corre el riesgo de una «independencia formal». Esto ha dado lugar a lo que se ha llamado una «auditoría defensiva», por la cual el auditor, para evitar incurrir en un conflicto legal, sólo brindará la información estrictamente verificable judicialmente (información dura) pero no aquella que puede provenir de su juicio y experiencia profesional y, por tanto, no directamente verificable (información blanda). En definitiva, se limita su discrecionalidad. Desde el punto de vista social, no parece que una auditoría «formal» sea el resultado óptimo sino que debe procurarse que la independencia de la auditoría sea «real», esto es, con independencia de juicio (aun con el riesgo de incluir errores) y que les permita brindar la mayor cantidad de información posible y relevante. En este sentido, quizá resulten aclaratorias las palabras de Grout quien considera que debe reconsiderarse positivamente la negociación entre auditor y cliente sobre el contenido de las cuentas: «Lo más informativo de las cuentas tal y como se preparan en la actualidad pudiera no ser tanto la interpretación literal de la información que contienen (ratios de endeudamiento, beneficios, etc.) como el hecho de que un grupo aparentemente competente de auditores profesionales, tras ejercer su juicio profesional, esté dispuesto a permitir que la compañía efectúe tales afirmaciones, incluso a pesar de que estos auditores estén sujetos, consiguientemente, a la posibilidad de sufrir grandes pleitos» (1994, p. 332). 31 El caso de Arthur Andersen, y su «desaparición» a partir del escándalo de Enron, puede ser una buena muestra de cuán severa puede ser la sanción del mercado en este sector. 32 Cfr. La calidad de la auditoría, ob. cit. 33 Las stock options son un modo de remuneración creado para ligar los intereses de los accionistas con el de los altos ejecutivos. 34 Ver McKynsey Quarterly, 2000, Number 3. 35 Este conjunto de «recursos» o «activos» humanos están en constante movimiento, acumulando conocimientos, experiencias, relaciones plásticas y flexibles. 36 El análisis de este caso está basado en el Informe realizado por el supervisor designado por al Corte del Distrito Sur de la ciudad de Nueva York en el mes de agosto de 2003 para diseñar el futuro gobierno corporativo de la WC (hoy MCI). Cabe destacar una intervención externa a la compañía, continuada después del procedimiento de quiebra, que no tiene precedentes en la historia judicial norteamericana. Se podría hablar de la mayor intervención de las autoridades norteamericanas en el gobierno de una compañía. World.Com tenía actividades en más de 65 países, 20 millones de clientes, 85.000 empleados, cientos de miles de inversionistas y docenas de millones de internautas. 37 En el fraude se hallaron involucradas algo más de cien personas. La compañía ha pedido la suspensión de pagos de acuerdo con la normas norteamericanas dejando sin trabajo a decenas de miles de empleados que tenían acciones de la compañía por valor de aproximadamente 200.000 millones de dólares (invertidos en fondos de retiro y otras compensaciones). Aun después de este fraude, World.Com continuaba siendo una de las más grandes comp añías de telecomunicaciones con más de 55.000 empleados y con aproximadamente 20 millones de clientes (individuales y corporativos). Después del procedimiento de reestructuración que sigue a la quiebra, la compañía pasó a llamarse MCI (nombre que ostenta actualmente) y se ha construido sobre un nuevo modelo de cultura empresarial basado en la transparencia y en la integridad. 38 La orden judicial incluía, dentro de este plan de revisión : 1) Investigar si WC cumplía con los estándares de buenas prácticas de gobierno corporativo; 2) Si WC tenía suficientes políticas y salvaguardas para: a) asegurar que el Consejo de la compañía y todos sus comités tenían apropiados poderes para actuar, su estructura, su composición y sus recursos, y b) para prevenir que los directivos realicen acuerdos en su propio interés; 3) Si WC tenía un apropiado y adecuado código de ética y conducta en los negocios y sus mecanismos para hacerlo cumplir, y 4) Si WC había adoptado las suficientes salvaguardas para evitar violaciones de las leyes federales del mercado de valores. 39 B. Ebbers, hasta entonces, era propietario de una cadena de hoteles de Mississippi. 40 Cfr. R. Termes (2002): Las irregularidades financieras y la economía de mercado, Universidad de Navarra. 41 Caracterizada por la sobrevaluación de las empresas tecnológicas, especialmente, las vinculadas con las telecomunicaciones y que se extiende durante la década de los ochenta (1980-1990). 42 La compañía cargó con una deuda de 40.000 millones de U$D y no integró las nuevas adquisiciones a su negocio, incurriendo así en un endeudamiento muy por encima de sus ganancias. A ello se debe agregar el posterior declive de la industria de telecomunicación por cable a favor de las líneas fijas, incurriendo así en una «sobrecapacidad» o, en otros términos, capacidad «ociosa». Cabe señalar que esto no sólo afectó a World.Com sino a toda la industria en general. 43 Las cifras pueden llegar a ser aún mayores dependiendo de cómo se asignen los más de 80.000 millones de U$D de activo para cancelar la deuda. 44 Si el Consejo de Administración hubiera percibido la realidad de la gestión de su consejero ejecutivo, B. Ebbers, y el alto riesgo de sus operaciones, lo hubiera despedido mucho antes de que el escándalo saltara a la luz pública. 45 La compañía declaró 104 .000 millones de U$D aprox. en activos a 31 de marzo de 2002, incluyendo 45.000 millones como fondo de comercio y 39.000 millones de valor corriente de sus activos fijos (propiedades, plantas y equipamiento PP & E). 46 Aproximadamente 11.000 millones incluidos en ganancias retenidas, nunca realizadas, y que debieron ser declaradas netas de impuestos. 47 El 8 de agosto, WC anunció que a las pérdidas de 3.850 millones de dólares confesadas en el mes de junio, había que añadir otros 3.833 millones de dólares, con lo cual las pérdidas no consignadas desde 1999 hasta el primer trimestre de 2002 ascendían a 7.683 millones de dólares. 48 Scott Sullivan (Chief Financial Officer, CFO) y B. Ebbers (Chief Executive Officer, CEO). Hay que destacar que esta práctica se ha extendido a otras muchas compañías durante la era de la «burbuja tecnológica». 49 Un yate, un puerto deportivo, un equipo de hockey, tierras, hoteles y otros de similar envergadura. La suma total de la deuda personal de B. Ebbers se ha calculado entre 500 millones y 1000 millones de U$D aprox. 50 De los cuales también se benefició su consejero ejecutivo (Ebbers) y su consejero financiero (Sullivan). 51 Hasta la aprobación de la Ley Sarbanes Oxley, en 2002, los «estándares de buenas prácticas» fueron desarrollados por la NYSE y el NADAQ y sólo en menos medida con los poderes de la SEC. Estos «estándares» no pasaban de ser «recomendaciones de buenas prácticas de aplicación voluntaria entre las compañías y que éstas se comprometían a seguir». Esta filosofía ha cambiado radicalmente a partir de los casos Enron y Word.Com. Esta última compañía cumplía con «exceso» las prácticas de buen gobierno existentes hasta el momento: el 80% de sus consejeros cumplían con los requisitos de independencia (al menos formalmente, puesto que en su mayoría habían sido personas vinculadas a B. Ebbers, su consejero ejecutivo, e incorporadas a la compañía gracias a su intermediación.) La proporción de estos consejeros excedía el 50% recomendado. El consejero ejecutivo y el presidente del Consejo eran personas distintas. También funcionaban todos los Comités recomendados. 52 Grubman. 53 Mientras el comité de auditoría se reunió un promedio de tres a seis horas por año, el de Compensaciones lo hacía diecisiete veces por año. Téngase en cuenta que WC era una empresa que alcanzaba los 30.000 millones de ganancias. 54 Y cuyo punto de partida es la Sarbanes Oxley Act. 55 Enron, World.Com, Global Crossing, Tyco, Adelphia, Xerox, Royal Ahold, Credit Lyonnais, Shell, Vivendi, Mennessman, y otros. 56 Es de destacar que B. Ebbers recibió 679 millones de U$D de una filial de Citigroup para comprar 184.000 hectáreas de bosque en Alabama, Tennesse y Mississippi, garantizando los préstamos con acciones de WC, lo que motivó una demanda de los accionistas e inversores de Citigroup contra este último, alegando que el préstamo fue concedido a cambio de que la banca de inversión de Citigroup, Salomon Smith Barney, dirigiera la venta de 17.000 millones de dólares en bonos de WC. 57 El informe realizado por el supervisor del procedimiento ha elaborado una lista de 78 recomendaciones que han servido también como Plan de Acción para la transformación de la compañía (hoy MCI). 58 En este caso, se trata de los poderes de la SEC. 59 La importanc ia de este comité ya había sido resaltada por el código de buenas prácticas del Reino Unido (Código Smith). 60 Téngase en cuenta que estas recomendaciones son específicas de World.Com. 61 Esta rotación está exigida ya por la Ley Sarbanex Oxley. 62 Se recomienda que este máximo no exceda los 15 millones. 63 Cabe resaltar que éste no fue un problema exclusivo de Global Crossinng, como podemos observar de los restantes casos citados en este trabajo y que se suman a otros muchos (Xerox, Tyco, Adelphia, Level 3, Q-West y otros...). 64 Es de desatacar también que la compañía Arthur Andersen, como en el caso Enron, actuaba como consultor y auditor al mismo tiempo. Todo ello refleja un modus operandi en la aprobación y aplicación de normas y regulaciones norteamericanas y el modo de actuar de sus reguladores. 65 Lo cual era perfectamente lógico si se tiene en cuenta que en 1999, los estudios Universal presentaron pérdidas por 200 millones de dólares. 66 Y ello a pesar de que la acción en el mercado rondaba los 40 euros. 67 Que por entonces ascendía a 13.600 millones de euros. La mayor deuda en la historia empresarial de Francia. 68 Parmalat había constituido en las islas Cayman empresas como Bonlat, la cual había invertido 6,9 millones de U$D en derivados financieros de alto riesgo (interest swaps). Por estas operaciones, sólo, desaparecieron 8 mil millones de dólares. Ello dejó a la compañía en manos de los bancos acreedores y Parmatour, una empresa de turismo. Además, hay que recordar que Parmalat es la principal accionista del club deportivo Parma. 69 Más concretamente, del Deutsche Bank. El propio Tonna, declaró haberse quedado perplejo ante la proposición, atendiendo a la fallida emisión previa de bonos por el total del 600 millones U$D en la primavera de 2003 y que habían causado la caída del 10% del valor de sus acciones. A consecuencia de ello, Tonna deja la compañía y es reemplazado por Alberto Ferraris, que provenía del Citibank. Poco tiempo después, se incorporaba otro nuevo miembro al Consejo, Luca Scala, proveniente del Deutsche Bank. 70 Enrico Bondi había participado con anterioridad en la reorganización del grupo Ferrusi-Montedison, que fuera vendido al grupo Agnelli (Fiat). 71 Se llegó a hablar hasta de un «Nuevo Bretón Woods». 72 El Banco Central Italiano no es muy distinto al existente de la Reserva Federal de Estados Unidos u otros sistemas de bancos centrales. Bajo el sistema de regulación establecido en Bretón Woods, no obstante, estaba controlado parcialmente por el gobierno. Esto cambió en 1979, cuando la desregulación liberó al Banco Central de la obligación de comprar la deuda del gobierno y luego, en 1992, cuando los más grandes accionistas del Banco de Italia fueron privatizados (Banca Commerciale pasó a ser Intesa BCI; Credito Italiano, hoy Unicrédito; IMI, hoy San Paolo, y Banca Nazionale del Lavoro). Éstos son quienes controlan el Banco de Italia y principales acreedores de Enron y tenedores de bonos. Al momento de escribir el presente, se estaba discutiendo la creación de un supervisor único del sistema financiero (siguiendo el modelo adoptado por el Reino Unido). 73 Entre los bancos que participaron en la emisión de bonos de Parmalat y que actuaron como auditores se encuentran Bank of América, Citicorp, J. P. Morgan Deustsche Bank (y sus socios europeos e italianos). 74 En este punto nos basamos en un artículo publicado por el profesor del IESE Campa, J. M., en Expansión con fecha 30-12-03. «Enron y Parmalat, sobre todo, diferencias». 75 Campa, J. M., ob. cit. 76 En el caso de España, al momento de escribir estas líneas, se ha aprobado una nueva Ley concursal. 77 No se debe olvidar que las operaciones de Enron se realizaron en el marco del «boom bursátil» de los años noventa y que llevaron a la quiebra a muchas empresas tecnológicas. 78 Enron intentó aumentar su comercio de electricidad a través de productos financieros derivados sobre el clima, factor que incide directamente sobre el consumo de energía. 79 Desde galletitas, pasando por empresas de turismo hasta clubes deportivos. 80 Las operaciones que realizaba Enron no estaban reguladas y, en consecuencia, tampoco supervisadas. No entramos aquí en las negligencias de los auditores, en concreto, Arthur Andersen, desaparecida luego de este escándalo. 81 Ver Kay, J.: Financial Times del 14 de abril de 2004. 82 Robatyn, Felix (200): Le Monde, 27 de julio de 2002, citado por Rafael Termes en Las irregularidades financieras y la economía de mercado, IESE Business School, Univ. de Navarra. 83 Entre estas reformas caben mencionar las normas sobre transparencia informativa, la relativa a las Ofertas Públicas de Adquisición (OPAS), a efectos de lograr un mayor control externo de los Consejos de Administración, las relativas a los auditores y los conflictos de interés, las relativas a las «murallas chinas» en el seno de los bancos de inversión (entre las actividades de asesoramiento y de análisis) y una mayor protección a los accionistas minoritarios (derecho de propiedad). 84 En su trabajo Las irregularidades financieras..., ob. cit. 85 The New York Times, 12 de junio de 2002. 86 Esto se ha podido ver claramente en el caso Parmalat, aunque no sólo en él. 87 Gregg, S. (2001): Corporations and Corporate Governance: A Return to First Principles, The Centre of Independent Studies, Sidney, citado por Termes, R., ob. cit. 88 Lay, K., y Skilling, J. 89 Powers, W., Troubh, R., Winokur, H. (2002): Report of Investigation by the Special Investigative Committee of the Board of Consejeros of Enron Corp, Enron Corp. Houston, Texas, citado por Termes, R., ob. cit. 90 Cfr. Termes, R., ob. cit. 91 Cfr. Termes, R., ob. cit. 92 Publicado en el libro Homenaje a Mario Pifarré, editado por la Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras. 93 Collins, S. (2001): Good to Great, Nueva York, Harper Business. 94 Eccles, R., Herz, R., Kreqan, M., Phillips, D. (2001): La Revolución Value Reporting, más allá de la cuenta de resultados, Bilbao, Ediciones Deusto. 95 Prat, M., Arroyo, A. (2000): Ética Financiera, Madrid, Universidad Pontificia de Comillas. 96 Global Investor Survey, McKinsey Director Opinion Survey on Corporate Governance 2002, McKinsey, 2002. 97 Schwartz, P. (1998): Nuevos Ensayos Liberales, Madrid, Espasa Hoy. Anexo documental España Comisión Especial para el Estudio de un Código Ético de los Consejos de Administració n de las Sociedades (Código Olivencia) (26 de Febrero de 1998) El gobierno de las sociedades cotizadas I. Introducción II. Informe sobre el Consejo de Administración III. Código de Buen Gobierno Madrid, 26 de febrero de 1998 Comisión Especial para el estudio de un Código Etico de los Consejos de Administración de las Sociedades ÍNDICE I. INTRODUCCIÓN 1. La Comisión Especial: origen y fines 2. La demanda de reformas 3. La elaboración del Informe 4. Naturaleza del trabajo 5. El movimiento de reforma en España II. INFORME SOBRE EL CONSEJO DE ADMINISTRACIÓN 1. Misión del Consejo de Administración 1.1. La función general de supervisión 1.2. El núcleo de las facultades indelegables 1.3. Creación de valor para el accionista 2. Composición del Consejo 2.1. La figura del consejero independiente 2.2. Clases de consejeros y equilibrio del Consejo 2.3. El tamaño del Consejo 3. Estructura del Consejo de Administración 3.1. Consideración preliminar 3.2. El presidente del Consejo 3.3. La Secretaría del Consejo 3.4. Las Vocalías del Consejo 3.5. La Comisión Ejecutiva 3.6. Las Comisiones delegadas de control 4. Funcionamiento del Consejo de Administración 4.1. Organización de las reuniones del Consejo 4.2. Preparación de las sesiones 4.3. Desarrollo de las sesiones 4.4. Las actas del Consejo 4.5. Evaluación del funcionamiento 5. Designación y cese de consejeros 5.1. El proceso de designación y la Comisión de Nombramientos 5.2. Especial referencia a la selección de consejeros independientes 5.3. Programas de orientación de nuevos consejeros 5.4. La reelección de consejeros 5.5. El cese de consejeros 6. Las facultades de información del consejero 6.1. Información y examen 6.2. Intendencia y auxilio de expertos 7. La retribución del consejero 7.1. El control de las políticas de retribución 8. 7.2. El importe de la retribución 7.3. Estructura de la retribución 7.4. Transparencia de la retribución Los deberes de lealtad del consejero 8.1. Los deberes genéricos 8.2. Conflictos de intereses 8.3. Información no pública 8.4. Uso de activos sociales y oportunidades de negocios 8.5. Deberes de comunicación 8.6. Extensión de los deberes fiduciarios a los accionistas significativos 9. El Consejo de Administración y los accionistas 9.1. Las limitaciones de la Junta General de accionistas 9.2. Delegación de votos 9.3. Comunicación con los accionistas 9.4. Inversores institucionales 10. Relaciones del Consejo de Administración con los mercados 10.1. Las exigencias del principio de transparencia 10.2. Información financiera periódica 11. Relaciones del Consejo con los auditores 11.1. El papel de la Comisión de Auditoría 11.2. La independencia de los auditores 11.3. Reservas y salvedades 12. Adopción y publicidad de las reglas de gobierno 12.1. Voluntariedad 12.2. Publicidad III. CÓDIGO DE BUEN GOBIERNO 1. Consideraciones generales 2. Recomendaciones I. Introducción 1. La Comisión Especial: origen y fines El Consejo de Ministros, a propuesta del Vicepresidente Segundo del Gobierno y Ministro de Economía y Hacienda, acordó, en su reunión de 28 de febrero de 1997, la creación de una Comisión Especial para el Estudio de un Código ético de los Consejos de Administración de las Sociedades. Por Orden Ministerial de 24 de marzo de 1997, el Vicepresidente Segundo del Gobierno y Ministro de Economía y Hacienda, en cumplimiento de lo dispuesto en el Acuerdo del Consejo de Ministros, designó a los miembros de la Comisión Especial: Presidente D. Manuel Olivencia Ruiz Vicepresidente D. Luis Ramallo García Vocales D. Pedro Ballvé Lantero D. Eduardo Bueno Campos D. José María López de Letona y Núñez del Pino D. Cándido Paz-Ares Rodríguez D. Víctor Pérez Díaz D. Enrique Piñel López D. Jesús Platero Paz Secretario D. Antonio J. Alonso Ureba El 30 de junio siguiente se constituyó formalmente la Comisión Especial. El acuerdo del Gobierno encomienda a esta Comisión Especial un doble cometido: la redacción de un Informe sobre la problemática de los Consejos de Ad ministración de las sociedades que apelan a los mercados financieros y la elaboración de un Código ético de buen gobierno de asunción voluntaria por estas sociedades. Responde este encargo a una de las medidas anunciadas por el Consejo de Ministros el 21 de febrero de 1997, en el marco de las reformas estructurales en el ámbito empresarial: la iniciativa de abordar el funcionamiento de los Consejos de Administración. Entiende el Gobierno que con ello se ha de dar respuesta a una gran demanda, que desde sectores profesionales y desde los propios mercados viene reclamando mayores cotas de eficacia, agilidad, responsabilidad y transparencia en el gobierno de las sociedades que apelan a los mercados financieros, para alcanzar así, en definitiva, una más elevada credibilidad y una mejor defensa de los intereses de todos los accionistas. Señala, además, el Gobierno en la parte expositiva del Acuerdo por el que crea la Comisión, que la necesidad de esta medida se acrecienta por la política de privatizaciones y venta de sociedades públicas, que se traducirá en un muy notable aumento del número de accionistas con derecho a ejercer mayor protagonismo en su administración. 2. La demanda de reformas La Comisión Especial ha dedicado prioritaria reflexión a los motivos del encargo del Gobierno. La gran demanda que, en la expresión del Acuerdo del Consejo de Ministros, reclama un mejor gobierno de las sociedades que apelan a los mercados financieros, define un movimiento de reforma, surgido en los últimos años y en amplios sectores de la opinión pública, cuyo origen puede encontrarse en el mundo anglosajón, pero cuya expansión a muchos otros países acusa el fenómeno de la globalidad de la economía y la internacionalización de los mercados. El movimiento de reforma propugna cambios en los modos de organizar el gobierno de las sociedades, fundamentalmente de aquellas cuyas acciones cotizan en los mercados de valores. La aspiración al cambio denota una insatisfacción respecto de prácticas anteriores, cuya mejora se propone conseguir, pero la demanda no se dirige tanto a los poderes públicos, por la vía de las reformas legislativas, como a las propias sociedades, para que, al amparo de la autonomía de la voluntad privada y de las facultades de autorregulación de sus órganos, adopten las decisiones conducentes a su mejor gobierno. En las causas de esa corriente reformista se halla una de fondo, que puede considerarse constante en la naturaleza de las sociedades que apelan a los mercados de capitales: la separación entre propiedad y gestión. Si bien esta separación puede producir ventajas, como la especialización de las funciones financieras y gerenciales, lleva inherente el riesgo de conflictos de intereses. A este riesgo se suma el derivado de la existencia de diversos grupos de accionistas. Junto a los accionistas significativos, el creciente número de los pequeños inversores y el peso cada vez mayor de los institucionales son factores que introducen tensiones internas en la propiedad de las sociedades. Por eso, a medida que aumenta el grado de separación entre propiedad y gestión y la importancia relativa de los inversores pequeños y de los institucionales, se acentúa la necesidad de nuevas fórmulas de equilibrio en la organización del gobierno de las sociedades cotizadas. Todos los accionistas son, en su conjunto, los dueños de la sociedad, pero el distinto papel de cada uno de los grupos en que se encuadran requiere la adopción de medidas de moderación o contrapeso, al objeto de que ninguno de ellos se arrogue un poder a expensas o en detrimento de los intereses de los otros. Han sido algunos excesos cometidos por gestores y grupos de control los que, al desembocar en casos de crisis financieras, han puesto más agudamente de manifiesto —en los propios mercados, en la opinión pública y en las instancias políticas— la necesidad de evitar o corregir los males padecidos. Pero no es necesario llegar a esas consecuencias extremas para percibir que el verdadero mal está en las causas, y que éstas radican en el desequilibrio que se produce cuando las sociedades concentran excesivamente el poder de dirección en instancias de gobierno en las que no encuentran la debida representación los intereses de los diversos grupos, y en la falta de transparencia y de fluidez en la información, cuando no en la ocultación o en el falseamiento de ésta. De ahí que la exigencia a quienes controlan el gobierno de las sociedades de dar cuenta y razón de su proceder, sea una constante de todo el movimiento reformador. Este principio de buen gobierno, aun teniendo valor en sí mismo, no basta si no va vinculado al de eficacia —al que no puede contraponerse—, en función y al servicio del interés de la sociedad. Inspiradas en tales principios y orientadas en ese objetivo último, las medidas de buen gobierno de las sociedades han de centrarse, como núcleo fundamental, en los Consejos de Administración, en su funcionamiento y en las conductas de sus miembros. La Comisión Especial entiende que en la reflexión sobre estos temas y en la propuesta de criterios y medidas que puedan contribuir al mejor gobierno de nuestras sociedades radica la razón de ser de su trabajo. 3. La elaboración del informe El propio Acuerdo del Consejo de Ministros señala a la Comisión Especial algunas pautas relativas a su método de trabajo: la previa realización de una amplia consulta con todos los agentes y entidades que actúan en el mercado, o sus organizaciones más representativas, y la facultad de requerir de los órganos y entes de la Administración los datos, antecedentes, informes, auxilio y colaboración necesarios para el desarrollo de su actuación. De acuerdo con estas disposiciones, los miembros de la Comisión Especial, aun antes de su constitución formal, iniciaron los trabajos preparatorios, consistentes en la recopilación, análisis y sistematización de los informes y estudios realizados sobre esta materia tanto en España como en otros países, el seguimiento de la aplicación de los Códigos de mejor práctica o de buen gobierno y el tratamiento doctrinal de las corrientes de reforma enmarcadas en lo que, en expresión inglesa, se denomina Corporate Governance. Conscientes de que la tarea encomendada ha de partir precisamente de la concreta realidad económica sobre la que se propone operar, los miembros de la Comisión Especial realizaron en la primera fase de su trabajo un estudio sobre la estructura del accionariado y de los Consejos de las sociedades cotizadas españolas, así como una encuesta para el conocimiento del estado actual de un amplio repertorio de temas que, por su naturaleza, forman parte del contenido necesario del Informe solicitado por el Gobierno, y de la que fueron destinatarias las treinta y cinco sociedades más líquidas del mercado bursátil, que integran el denominado índice IBEX-35. Todas las sociedades consultadas contestaron al cuestionario, lo que ha permitido un estudio muy amplio de la problemática abordada y de las tendencias observadas para su tratamiento en la práctica española. A esa encuesta sobre el estado de la cuestión, siguió otra sobre opiniones y sugerencias acerca del contenido que habrían de abarcar el Informe y el Código Etico de buen gobierno encomendados a la Comisión. El cuestionario se distribuyó entre numerosos sectores empresariales y del mercado de valores, organizaciones representativas de intereses económicos, colegios profesionales, entidades académicas y otras instancias, públicas y privadas, cuyo parecer estimó la Comisión de necesaria consulta para la elaboración del Informe. El estudio de las respuestas recibidas ha constituido una valiosa ayuda para el conocimiento de las corrientes de opinión existentes en España sobre la materia objeto de estudio y para la formulación de los criterios inspiradores del Informe de esta Comisión Especial. El régimen de trabajo interno de la Comisión ha consistido, fundamentalmente, en la elaboración de un proyecto de temario general; distribución de su contenido en ponencias encomendadas a los distintos miembros; sometimiento de cada ponencia a análisis crítico, observaciones y enmiendas de los demás miembros; examen de los textos en reuniones de la Comisión y discusión de cada tema hasta su aprobación final por consenso. En total, han sido cuarenta y dos sesiones plenarias de la Comisión con más de doscientas horas de deliberación, aparte de las reuniones del grupo de redacción. Desde la fase inicial, la Comisión Nacional del Mercado de Valores ha venido prestando a estos trabajos y a todas las actividades de la Comisión Especial, el apoyo que el Acuerdo del Consejo de Ministros recabó de ella, a través de servicios especialmente valiosos. La valoración de los datos obtenidos a través de esta metodología ha llevado a la Comisión a establecer aquellas características de las sociedades cotizadas en bolsas españolas que las diferencian de otros modelos extranjeros y que, por consiguiente, han de ser tenidas en cuenta a la hora de formular recomendaciones sobre reglas de buen gobierno. Muy principalmente, el análisis de la estructura accionarial de nuestras sociedades muestra que la mayor parte de las sociedades cotizadas en el mercado continuo están controladas por un socio mayoritario o por un grupo de socios significativos. No obstante, aunque sean minoría las sociedades cotizadas en las que el volumen de acciones de libre circulación (free float) supera el 75% del capital social, su participación en el mercado en términos de capitalización bursátil se aproxima a la mitad de éste. Pero ni el análisis de la realidad, ni la conclusión que de él se desprende respecto de las características del mercado español, eximen de valorar las experiencias comparadas que la Comisión ha tenido muy en cuenta en su trabajo. Incluso aquellas características propias de la realidad española en esta materia hay que valorarlas poniéndolas en relación, y en su caso hasta en contraste, con otras exteriores. En efecto, resulta imposible aislar un supuesto modelo español, ya que, cada vez más, la globalización de la economía y la internacionalización de los mercados imponen una clara tendencia a converger en estructuras de capital y en sistemas de gobierno. Por último, ha de resaltarse que este Informe tiene, en el aspecto coyuntural, la ventaja de haber sido elaborado en una fase de expansión económica, lo que ha favorecido el clima de serenidad en la reflexión que exige un trabajo de esta naturaleza. Las circunstancias de tiempo en que se ha realizado el trabajo han permitido a la Comisión disponer de un gran volumen de antecedentes, textos, aplicaciones prácticas, resultados y valoraciones críticas en relación con otros países que ya han vivido esta experiencia, y han facilitado la posibilidad de dar al Informe el tono que reclama su naturaleza. 4. Naturaleza del trabajo La expresión «Código ético», con la que el Gobierno ha denominado el encargo hecho a la Comisión Especial, ha sido interpretada por ésta en el sentido que estima más acorde con la naturaleza y la finalidad del mandato recibido. Aunque el vocablo «Código» tiene una acepción que lo refiere a cuerpo de normas jurídicas, no es ése el sentido con que se utiliza en este documento. No se trata aquí de imponer deberes cuyo incumplimiento desencadene responsabilidades, ni obligaciones cuyo cumplimiento sea exigible. Este «Código» no viene impuesto desde los poderes públicos en el ejercicio de la potestad legislativa o reglamentaria y, por lo tanto, no contiene normas de Derecho imperativo ni dispositivo. Por su parte, el vocablo «ético» ha de entenderse en su sentido más amplio, referido a reglas, principios y modelos de conducta, que responden a criterios de corrección y racionalidad. Por la connotación más usual de la palabra (la referente a los valores permanentes de la moral), que aquí resulta equívoca, la Comisión prefiere utilizar la denominación de «Código de Buen Gobierno». La Comisión desea dejar constancia expresa de la relatividad de sus formulaciones, que si bien están inspiradas en el propósito de sintetizar las prácticas de buen gobierno y se refieren a situaciones concretas de lugar y tiempo, habrán de ser ponderadas en cada caso, valoradas en su adecuación a las características de cada sociedad y enmarcadas en un proceso dinámico que determinará su continua adaptación al cambio de circunstancias. Se respeta así el amplio ámbito de autonomía que a las sociedades anónimas reconoce la ley en esta materia, y la facultad de autorregulación que confiere al Consejo de Administración. Sólo si en uso de esa libertad los estatutos sociales, al disponer la estructura del órgano de administración y su régimen de actuación, o el Consejo de Administración, al regular su propio funcionamiento, asumen las recomendaciones contenidas en el Código, pasarán éstas a tener vigencia, pero no como normas de Derecho positivo, sino como reglas de origen convencional o negocial. Es precisamente el marco de la libre autonomía de la voluntad el que permite a las sociedades concretar y adecuar a sus propias características el régimen legal de la administración social, establecido en nuestro Derecho con un carácter genérico, que no distingue entre los muy diversos supuestos que caben en el tipo social de la anónima española, desde la sociedad familiar hasta la sociedad abierta, que apela a los mercados financieros. Son, preferentemente, las sociedades que captan recursos ajenos en estos mercados, las que, por sus especiales características, determinadas por la pluralidad de intereses que presenta el cuerpo social, se contemplan como las primeras destinatarias de este Código. Más que por sus dimensiones, estas sociedades reclaman una adecuada regulación de sus órganos de gobierno por la presencia en su accionariado de numerosos ahorradores o inversores privados que, junto a otros mayoritarios o titulares de paquetes significativos, representan intereses dignos de una específica tutela. Pero el hecho de que las recomendaciones del Código tengan como primeras destinatarias a las sociedades que cotizan en mercados de valores y, en especial, a las que presentan un mayor porcentaje de acciones de libre circulación (capital flotante), no significa que sólo sean útiles para estas sociedades. Las recomendaciones están también indicadas para todas las sociedades que captan recursos financieros en los mercados de capitales, aunque sus acciones no coticen en Bolsa. Y, sin duda, otras sociedades, ajenas a las características señaladas, podrán optar, dentro del ámbito de su libertad de organización, por inspirarse en este Código para configurar sus estructuras de gobierno. 5. El movimiento de reforma en España Los ejemplos que ofrece la práctica española muestran que medidas encuadradas en el moderno movimiento de buen gobierno han comenzado a ser adoptadas libremente por algunas sociedades, aun antes de que existiese indicación o recomendación alguna por parte de los poderes públicos en esta materia y de acuerdo con la evolución conocida en otros países. En las respuestas a la encuesta realizada por la Comisión, se encuentran ya sociedades —precisamente aquellas en las que el free float es mayor— que afirman disponer de códigos éticos o de conducta, estatutos del consejero u otras reglas internas de funcionamiento de los órganos de gobierno. La iniciativa emprendida por algunas de nuestras más importantes asociaciones profesionales y sociedades ha propiciado la adopción en la práctica española de medidas concretas que se vinculan al movimiento de reforma de los órganos de gobierno, tale s como la incorporación de consejeros independientes, la reducción del número de miembros del Consejo, la existencia de Comisiones de estatuto del consejero, de retribuciones, de auditoría u otras instancias de control interno, así como una información adicional a la legalmente impuesta. Se trata de una evolución en las estructuras de gobierno de las sociedades que no viene impuesta por el Derecho, sino surgida de la realidad social, demandada por exigencias de los propios sectores económicos y vivida en la práctica. Como tal, es un fenómeno que se plasma en nuevos modelos de organización, cuya observancia o inobservancia, al margen de toda consecuencia jurídica, es objeto de una valoración por los mercados, con repercusiones cada vez más notorias sobre la credibilidad de las sociedades que apelan a ellos. Esa evolución, que responde a la dinámica de la economía moderna, de apertura a los mercados y a la libre competencia, no debería encontrar en su desarrollo el obstáculo del inmovilismo, contrario a toda reforma. II. Informe sobre el Consejo de Administración 1. Misión del Consejo de Administración 1.1. La función general de supervisión Con frecuencia se contempla al Consejo de Administración como un verdadero órgano de gestión, cuya función primordial es conducir los negocios ordinarios de la compañía. Sin embargo, en las sociedades que superan un mínimo de dimensión — entre las que se incluyen todas las que cotizan en Bolsa—, las funciones de gestión están fundamentalmente en manos del equipo de dirección, que trabaja bajo la autoridad inmediata del primer ejecutivo de la compañía. Y así tiene que ser necesariamente, pues el Consejo, por su funcionamiento discontinuo, por su estructura colegiada y por su carácter deliberante, no es el órgano idóneo para llevar a cabo la administración de aquellas empresas. Pero esta constatación no significa que el Consejo haya quedado y, menos aún, que deba quedar vacío de contenido ni relegado a una función decorativa o simplemente representativa. Todo lo contrario, invita a potenciar su papel en relación con aquellas tareas que mejor pueda desarrollar y que más valor pueda añadir al gobierno de la sociedad. Los debates foráneos sobre la reforma del Consejo y la sensibilidad que comienza a aflorar en nuestra propia experie ncia indican que esas tareas se refieren todas al mismo objetivo: el control de la gestión. Y es lógico que así sea, pues en la fase actual de desarrollo de nuestro mercado de capitales, caracterizada por un espectacular crecimiento de la inversión del púb lico y de la afluencia de inversores institucionales, nacionales y extranjeros, es preciso disponer de estructuras de gobierno aptas para hacer frente al mayor riesgo de divergencia de intereses entre la propiedad y la gestión que trae consigo el incremento del capital flotante. En este contexto, el Consejo de Administración debe configurarse básicamente como un instrumento de supervisión y control, dirigido a alinear los planes de quienes gestionan la sociedad con los intereses de quienes aportan los recursos y soportan el riesgo empresarial. Esta Comisión estima que la función general de supervisión es la más genuina del Consejo de las sociedades cotizadas y, dentro de ella, desglosa tres responsabilidades fundamentales: orientar la política de la compañía, controlar las instancias de gestión, y servir de enlace con los accionistas. El énfasis puesto en la función de supervisión no debe conducir, sin embargo, a plantear la relación entre el Consejo y el equipo ejecutivo en términos antagónicos, sino a contemplarla en términos constructivos. La mutua confianza y la leal colaboración entre el Consejo y la alta dirección serán siempre de inestimable valor para el adecuado gobierno de la sociedad. 1.2. El núcleo de las facultades indelegables El buen gobierno de la compañía debe comenzar con la toma de conciencia por parte del propio Consejo de Administración de que el núcleo de su cometido institucional radica en esa función general de supervisión y, a tal efecto, esta Comisión recomienda que el Consejo asuma expresamente las responsabilidades siguientes: a) aprobación de las estrategias generales de la sociedad; b) nombramiento, retribución y, en su caso, destitución de los más altos directivos de la sociedad; c) control de la actividad de gestión y evaluación de los directivos; d) identificación de los principales riesgos de la sociedad e implantación y seguimiento de los sistemas de control interno y de información adecuados; e) determinación de las políticas de información y comunicación con los accionistas, los mercados y la opinión pública. La Comisión estima que el Consejo debe asumir como indelegables las funciones enunciadas. La importancia que revisten desde el punto de vista del control de la gestión hace necesario, en efecto, que las decisiones que hayan de tomarse en estos ámbitos se adopten por el Consejo de Administración en pleno y sólo por él. La delegación de facultades decisorias sobre tales materias en otras instancias podría poner en entredicho la efectividad y credibilidad de la función general de supervisión y la propia misión del Consejo. Naturalmente, ello no ha de ser óbice para que el Consejo encomiende a otras personas u órganos de la sociedad labores informativas, consultivas o simplemente ejecutivas en relación con dichas materias. 1.3. Creación de valor para el accionista El buen gobierno de las sociedades reclama una clara definición de los fines que debe perseguir la administración de la sociedad. La Comisión ha llegado al convencimiento de que la llamada solución «financiera» es la más adecuada para que haya un ejercicio efectivo y preciso del principio de responsabilidad y la que mejor responde a las expectativas de los inversores, que es a quienes, en definitiva, ha de darse cuenta y razón de la gestión. Por ello, recomendamos establecer como objetivo último de la compañía y, consiguientemente, como criterio que debe presidir la actuación del Consejo, la maximización del valor de la empresa o, para decirlo con una fórmula que ha arraigado en medios financieros, la creación de valor para el accionista. Frente a otras definiciones o interpretaciones más amplias —pero también más confusas— del llamado «interés social», nos parece preferible ésta por varias razones: en primer lugar, porque proporciona al Consejo y a las instancias ejecutivas sujetas a su supervisión una directriz clara, que facilita la adopción de decisiones y la evaluación de sus prestaciones; en segundo lugar, porque, en mercados competitivos, favorece la formación del capital y la más correcta asignación de recursos; en tercer lugar, porque acompasa eficientemente el diseño de la organización a los incentivos y riesgos de todas las partes implicadas en la empresa. Pero esto no significa que el Consejo y la dirección de la compañía hayan de perseguir los intereses de los accionistas a cualquier precio, desconsiderando o considerando insuficientemente los que atañen a otros grupos implicados en la empresa y a la propia comunidad en que ésta se ubica. En este sentido, el interés de los accionistas proporciona una guía de actuación que necesariamente habrá de desarrollarse respetando las exigencias impuestas por el derecho (por ejemplo, normas fiscales o medioambientales), cumpliendo de buena fe las obligaciones contractuales explícitas e implícitas concertadas con otros interesados (trabajadores, proveedores, acreedores, clientes) y, en general, observando aquellos deberes éticos que razonablemente sean apropiados para la responsable conducción de los negocios. 2. Composición del Consejo 2.1. La figura del consejero independiente Desde del punto de vista de la efectividad y credibidilidad de la función general de supervisión, el análisis de las pautas de composición de nuestros Consejos de Administración revela la conveniencia de introducir algunas innovaciones. Las más importantes afectan a la composición cualitativa del órgano y, en definitiva, a la procedencia o perfil de los consejeros. Nuestra principal recomendación en este punto se basa en la figura del consejero independiente, cuya misión primordial consiste en hacer valer en el Consejo los intereses del capital flotante. La Comisión utiliza la denominación de consejero independiente por tratarse de un término aceptado convencionalmente en esta materia, aunque no exprese con exactitud la figura de consejero que trata de identificar ni sus diferencia con los otros grupos. En realidad, se denominan así aquellos consejeros que no están vinculados con el equipo de gestión ni con los núcleos accionariales de control que más influyen sobre éste. Naturalmente, ello no significa que el consejero independiente haya de ser ajeno al capital social, ni que basten esos datos de desvinculación para definir su perfil. Es preciso, además, que esas notas se completen con la de experiencia, competencia y prestigio profesional, que han de ser siempre características del consejero independiente. La Comisión confía en que la entrada de consejeros de esta índole, con peso específico en el órgano de gobierno de la compañía, incrementará su representatividad, ampliará sus puntos de vista y, sobre todo, elevará la disposición y la capacidad del Consejo para desarrollar con eficiencia la función de supervisión. Algunos de los informantes de nuestra encuesta expresan ciertas reservas sobre el papel y el valor de los consejeros independientes: piensan que puede faltarles motivación para el ejercicio del cargo y abrigan dudas sobre la posibilidad de ser verdaderamente independiente de quienes procuran su nombramiento. A juicio de la Comisión, esta opinión reviste un gran interés en tanto advierte de riesgos ciertos frente a los que conviene alertar; pero no puede compartirse en cuanto aconseja prescindir de una figura que viene avalada por el criterio de los grupos de trabajo y foros de debate más prestigiosos en la escena internacional, y por la evidencia empírica acumulada en los mercados de capitales más desarrollados. En efecto, los estudios realizados en este campo confirman la existencia de resultados positivos asociados al anuncio de designación o de aumento del número de consejeros independientes. Y esta favorable reacción de los mercados sólo puede ser interpretada en el sentido de que los inversores están dispuestos a confiar en la independencia de esta clase de consejeros. Naturalmente, esa confianza será tanto mayor cuanto mayor sea la reputación de los seleccionados: los mercados suelen medir la independencia en función de lo que tenga que perder el que la conculque. Con todo, la Comisión es consciente de que el proceso de incorporación de la figura del consejero independiente a la praxis societaria tiene que dirigirse con prudencia. De un lado, no puede hacerse de espaldas a la estructura de propiedad altamente concentrada que presenta nuestro mercado bursátil. De otro, ha de verificarse de manera gradual, evitando alteraciones bruscas en la composición de los órganos de gobierno de nuestras sociedades cotizadas y al compás del propio desarrollo de lo que ha dado en llamarse el «mercado de los independientes». Si realmente aspiramos a que la independencia sea algo más que una etiqueta, habrá que impulsar una tradición, todavía muy incipiente entre nosotros de que personas con alta capacitación profesional presten sus servicios y asuman responsabilidades en sociedades a las que no les liga más vínculo que el que pueda derivarse de su participación accionarial. Las sociedades han de arbitrar las garantías necesarias para asegurar que el proceso de selección se realiza adecuadamente y que los candidatos elegidos se adaptan al perfil del puesto (a tal efecto se ofrecen algunas indicaciones más delante: v. infra 5.2). Nuestra impresión es que en los medios financieros se está extendiendo una interpretación un tanto ligera de lo que es el consejero independiente, más atenta a la letra que al espíritu de la denominación. 2.2. Clases de consejeros y equilibrio del Consejo Una vez introducida la figura del consejero independiente, se hace preciso identificar los distintos grupos de consejeros que han de estar en el Consejo de Administración y determinar cómo se articula un equilibrio razonable entre ellos. El objetivo es evitar que el proceso de toma de decisiones dentro del órgano se concentre en manos de una sola persona o de un pequeño grupo de personas. Es manifiesto que el Consejo ha de estar informado de la gestión de la sociedad y coordinado con los niveles ejecutivos que la dirigen. Por esta razón, consideramos altamente conveniente que formen parte de él las personas más significadas del equipo de gestión y, singularmente, el primer ejecutivo de la compañía. Pero al propio tiempo, el Consejo ha de mantener la capacidad para examinar con cierta distancia e imparcialidad la labor desarrollada por los directivos de la empresa. De lo contrario, la función general de supervisión podría quedar en entredicho. Esta es precisamente la razón por la que se recomienda que una amplia mayoría de los miembros del Consejo sean consejeros externos, es decir, no ejecutivos, sobre todo en aquellas sociedades no participadas mayoritariamente por una persona, un grupo familiar o un grupo de empresas. Dentro de la categoría de los consejeros externos han de distinguirse, por un lado, los ya mencionados consejeros independientes y, por otro, los que podemos denominar, con terminología más gráfica que exacta, consejeros dominicales. Los primeros, ya se ha dicho, son los llamados a formar parte del Consejo de Administración en razón de su alta cualificación profesional y al margen de que sean o no accionistas. Los segundos son los que acceden al Consejo por ser titulares o representar a los titulares de paquetes accionariales de la compañía con capacidad de influir por sí solos, o por acuerdos con otros, en el control de la sociedad. Aquéllos están llamados a representar los intereses del capital flotante (accionistas ordinarios). Éstos están vinculados al accionista o grupo de accionistas de control (accionistas significativos). Y aun cuando de todos ellos se espera que aporten un punto de vista distanciado del equipo de dirección, no puede desconocerse que la situación de unos y otros, en términos de incentivos, intereses y vínculos, no es equivalente. Por ello, esta Comisión estima conveniente que la composición del grupo de consejeros externos se sujete a ciertas reglas que aseguren el debido equilibrio entre los independientes y los dominicales. Es sobradamente conocido que el sistema proporcional, previsto en la legislación de sociedades anónimas para la designación de consejeros, ha encontrado dificultades insuperables en las sociedades cotizadas, a causa de la imposibilidad de agrupar las acciones de los inversores dispersos. El sistema proporcional contiene, sin embargo, un principio regulativo de indudable valor para orientar el gobierno de la empresa, y en él se inspira nuestra propuesta para determinar la composición del grupo de consejeros externos. El parecer de la Comisión es, en efecto, que la relación entre los consejeros independientes y los dominicales debe establecerse teniendo en cuenta la existente en el accionariado de la sociedad entre el capital flotante (en mano de inversores ordinarios) y el capital estable (en mano de accionistas significativos). No se trata obviamente de una regla matemática, sino de una regla prudencial, cuyo objetivo es asegurar que los consejeros independientes tengan un peso suficiente en la formación del criterio del Consejo. El carácter razonable y flexible de la regla permitirá administrarla en función de las circunstancias de cada tipo de sociedad. En este sentido, es manifiesto, por ejemplo, que a medida que aumente el volumen de su capitalización bursátil o el número de sus accionistas significativos, estará más justificado reducir las exigencias de la proporcionalidad estricta. 2.3. El tamaño del Consejo Junto a su vertiente cualitativa, la composición del Consejo de Administración presenta una vertiente cuantitativa, que también merece alguna reflexión. El número de miembros que integran el Consejo representa un factor de indudable valor para apreciar la eficacia de su funcionamiento y la calidad de sus decisiones. Es preciso un mínimo de participantes para que el órgano tenga capacidad de deliberación y riqueza de puntos de vista, pero también es preciso no sobrepasar un límite máximo. En nuestra práctica, los Consejos son con frecuencia demasiado grandes, lo que va en detrimento de su deseable efectividad y, en ocasiones, incluso de su deseable cohesión. Los Consejos muy numerosos favorecen la inhibición del consejero, diluyen su sentido de la responsabilidad y fomentan actitudes pasivas. En esa medida, resultan poco propicios para el debate y proclives a conducirse de manera rutinaria o formularia. La Comisión estima, por ello, que los Consejos deben analizar sus dimensiones para ajustar su composición. Autorizadas opiniones propugnan una reducción drástica hasta un tamaño ideal, cifrado, de acuerdo con modernos estudios sobre equipos y procesos de decisión conjunta, entre cinco y siete personas. Frente a esas tesis, la Comisión estima que no es posible ofrecer una directriz tan precisa en esta materia. De una parte, porque los supuestos contemplados bajo la denominación general de sociedades cotizadas son muy diversos en función de la estructura de su accionariado, de la composición de fuerzas o de circunstancias coyunturales (fusiones, por ejemplo). De otra, porque la eficacia resolutiva del órgano no debe ser el único criterio a tener en cuenta a la hora de ponderar su dimensión óptima, una magnitud que depende de circunstancias diversas, como la complejidad de la organización empresarial o el número y la composición de las Comisiones del Consejo. En consecuencia, parece prudente indicar como mínimo y máximo del número de consejeros una franja más amplia, entre los cinco y los quince, y recomendar que las sociedades que actualmente tengan Consejos sobredimensionados vayan ajustándose progresivamente a la magnitud que consideren adecuada a sus características. 3. Estructura del Consejo de Administración 3.1. Consideración preliminar La reflexión sobre las distintas piezas que forman parte de la estructura del Consejo de Administración —la Presidencia, la Secretaría, las Vocalías y las Comisiones Delegadas— ha de partir también de la función general de supervisión que prioritariamente está llamado a desempeñar el órgano. La cuestión reviste aquí un notable interés, puesto que las pautas de organización del Consejo más extendidas en nuestra praxis societaria no siempre corresponden a los objetivos que se persigue. Las sociedades destinatarias del Informe que quieran ajustarse a las recomendaciones de buen gobierno que en él se contienen, necesariamente habrán de introducir algunas garantías (contrapesos de poderes, creación de órganos auxiliares, etc.) que faciliten la consecución de los objetivos propuestos de control y transparencia. 3.2. El presidente del Consejo A la cabeza del Consejo de Administración se encuentra el presidente. Se trata de una figura que reviste una extraordinaria importancia, pues de ella depende, en última instancia, la eficacia operativa del Consejo. El presidente, en efecto, no sólo ha de ocuparse de convocar, formular el orden del día y dirigir las reuniones, sino que también ha de velar por que los miembros del Consejo reciban la información necesaria, participen de manera activa y se comprometan en sus tareas. Sobre el presidente recae la responsabilidad de promover el buen funcionamiento del Consejo. La experiencia enseña que cuando el presidente no ejerce debidamente su actividad de impulso y liderazgo, los Consejos decaen en el ejercicio de sus funciones genuinas y quedan relegados a jugar un papel de segundo orden dentro de la organización. De los diversos problemas que se suscitan en este ámbito, el más delicado versa sobre la oportunidad de separar o de acumular los cargos de presidente del Consejo y de primer ejecutivo de la sociedad. La Comisión es consciente de que cualquiera de las alternativas ofrece ventajas e inconvenientes. La acumulación o combinación de cargos puede proporcionar a la compañía un liderazgo claro en el ámbito interno y externo, y facilitar el reclutamiento de las personas más competentes para encabezar las sociedades cotizadas. Pero ello no debe hacer olvidar las dos principales desventajas que presenta esa solución, a saber: que concentra demasiado poder en manos de una única persona, y que puede confundir dos tipos de tareas y responsabilidades cualitativamente distintas como son la de dirigir el Consejo y la de gestionar la sociedad; todo lo cual puede hacer más difícil para el Consejo, en su conjunto, el eficaz desarrollo de la función de supervisión. En tales circunstancias, considerando además que la conjunción de cargos es la pauta más generalizada en nuestro país, como en los de nuestro entorno, la Comisión reconoce que, en este momento, no es oportuno ofrecer una directriz general. No obstante, la preocupación por preservar las mejores condiciones para el buen desarrollo de la función general de supervisión nos lleva a aconsejar la adopción de algunas medidas de cautela para el caso de que se opte por la acumulación de cargos. De lo que se trata es de crear contrapesos que permitan al Consejo funcionar con la mayor independencia del equipo de gestión y conservar su capacidad para fiscalizarlo. Las medidas a que aludimos pueden arbitrarse de muchas maneras, aunque probablemente la más efectiva consista en designar, de entre los consejeros independientes, un vicepresidente coordinador y con facultades subsidiarias de convocar el Consejo, incluir nuevos puntos en el orden del día, remitir información a los consejeros y, en general, hacerse eco de sus preocupaciones. En todo caso, parece aconsejable complementar las medidas con la previsión de que el Consejo evalúe una vez al año la labor del presidente en su condición de tal y en su condición de primer ejecutivo de la compañía. 3.3. La Secretaría del Consejo Otra pieza de notable importancia dentro de la estructura del Consejo de Administración es la Secretaría, sobre la que recae buena parte de las responsabilidades de intendencia y orden. El secretario, en efecto, debe facilitar el buen desarrollo de las sesiones del Consejo, ocupándose muy especialmente de prestar a los consejeros el asesoramiento y la información necesarios, de conservar la documentación, de dejar constancia en los libros de actas del desarrollo de las sesiones y de dar fe de sus resoluciones. Al propio tiempo, debe velar especialmente por la legalidad formal y material de las actuaciones del Consejo y garantizar que sus procedimientos y reglas de gobierno son respetados y regularmente revisados. Siendo ello así, parece aconsejable dar mayor relieve a la figura del secretario en el seno del Consejo y dotarla de ciertas garantías de independencia y estabilidad. En esta línea, podrían sugerirse medidas como la de establecer su dependencia jerárquica de una de las Comisiones delegadas de control, o incluso la de otorgarle la condición de consejero, a fin de reforzar su autoridad dentro del Consejo y hacer más exigente su régimen de responsabilidad. Se trata, en todo caso, de indicaciones a título de ejemplo, que podrán ser completadas o sustituidas por las compañías destinatarias del Informe, con otras fórmulas de análoga significación. 3.4. Las Vocalías del Consejo Los consejeros, como tales, no tienen asignada ninguna función específica dentro de la estructura del Consejo. Todos ellos han de participar en las deliberaciones y decisiones colegiadas y han de responsabilizarse de ellas. Es indudable, sin embargo, que la contribución de cada uno puede ser diferente. Las indicaciones realizadas en su momento sobre la composición cualitativa del Consejo reflejan, en efecto, esta diferencia de contribuciones. De los consejeros que proceden de la línea ejecutiva se espera, sobre todo, que aporten información, valoración estratégica y propuestas de decisión, mientras que de los consejeros externos se espera fundamentalmente independencia de juicio, capacidad de evaluación y autoridad para dilucidar los conflictos de intereses. En todo caso, esta Comisión quiere alertar frente al riesgo de que esa diferencia de contribuciones se traduzca en una dualización del Consejo, que, como órgano único, debe funcionar con unidad de criterio y de responsabilidad. 3.5. La Comisión Ejecutiva La Ley de Sociedades Anónimas atribuye al Consejo de Administración amplias facultades para la creación de órganos delegados que le sustituyan y auxilien en el desempeño de sus cometidos, y la experienc ia muestra que las sociedades —en particular, las cotizadas— hacen amplio uso de ellas. El fenómeno se aprecia sobre todo en relación a los consejeros delegados y las Comisiones Ejecutivas. Las preocupaciones de esta Comisión se centran especialmente en las Comisiones Ejecutivas y en su manifiesto protagonismo en la vida de muchas compañías, que en ocasiones puede llegar a ensombrecer e incluso anular los papeles de liderazgo y fiscalización que cumple desempeñar al Consejo. Esto no significa, naturalmente, que se desaconseje la existencia de Comisiones Ejecutivas —instrumento de gran valor en el seno de las organizaciones más complejas—, aunque su necesidad tenderá a disminuir a medida que se vayan adoptando las recomendaciones contenidas en este Informe, sobre todo las relativas al tamaño del Consejo y a la frecuencia de sus reuniones. En todo caso, y con el fin de evitar que se atenúe el peso que deben tener en las estructuras de gobierno de las sociedades cotizadas los consejeros externos —sobre todo los independientes—, se recomienda que la composición de la Comisión Ejecutiva refleje fielmente la composición del Consejo y reproduzca en su seno el equilibrio entre los distintos tipos de consejeros. La existencia de una Comisión Ejecutiva no releva ni reduce las responsabilidades del Consejo y de sus consejeros en el cumplimiento de sus funciones de supervisión, tantas veces mencionadas. Las relaciones entre ambos órganos han de estar presididas por un principio de transparencia y, en este sentido, la Comisión recomienda adoptar las medidas precisas para asegurar que el Consejo tenga conocimiento completo de todos los asuntos tratados y de las decisiones adoptadas por la Comisión Ejecutiva. 3.6. Las Comisiones delegadas de control La tradicional estructura del Consejo de Administración necesita completarse con otros órganos delegados que comienzan a aparecer en nuestra práctica societaria. La Comisión estima, en efecto, que la función general de supervisión del Consejo depende en buena medida de la creación de ciertos órganos de apoyo a los que confiar el examen y seguimiento permanente en algunas áreas de especial relevancia para el buen gobierno de la compañía: información y control contable; selección de consejeros y altos directivos; determinación y revisión de la política de retribuciones; y evaluación del sistema de gobierno y de la observancia de sus reglas. Por esta razón, se recomienda la creación de las correspondientes comisiones delegadas. La determinación de las funciones y competencias de cada una de ellas corresponde al Consejo, y en esa tarea hará bien en dejarse guiar por los criterios que han ido consolidándose en las mejores experiencias, tanto foráneas como propias. En cualquier caso, parece oportuno señalar cuáles son los cometidos básicos de las distintas comisiones. Los de la Comisión de Auditoría consisten fundamentalmente en evaluar el sistema de verificación contable de la sociedad, velar por la independencia del auditor externo y revisar el sistema de control interno. La función primordial de la Comisión de Nombramientos es cuidar de la integridad del proceso de selección de los consejeros y altos ejecutivos de la compañía, procurando que las candidaturas recaigan sobre personas que se ajusten al perfil de la vacante. La responsabilidad básica de la Comisión de Retribuciones consiste en auxiliar al Consejo en la determinación y supervisión de la política de remuneración de los consejeros y altos ejecutivos de la sociedad. La misión fundamental de la Comisión de Cumplimiento es vigilar la observancia de las reglas que componen el sistema de gobierno de la compañía, revisar periódicamente sus resultados y elevar al Consejo las propuestas de reforma. Con carácter general, el papel de estas comisiones es fundamentalmente informativo y consultivo, aunque excepcionalmente puedan atribuírseles facultades de decisión. De lo que se trata no es de que sustituyan en sus decisiones al Consejo, sino de que le suministren elementos de juicio —información, asesoramiento y propuestas— para que éste desarrolle con efectividad su función de supervisión y mejore en este ámbito la calidad de sus prestaciones. La eficacia de estas comisiones dependerá del valor de la información que produzcan y, puesto que éste depende del grado de rigor y de fiabilidad con que se elabore, son necesarias una cierta regularidad en su funcionamiento y una cierta independencia en su composición. En este último aspecto, estimamos que las Comisiones delegadas deben nutrirse única y exclusivamente de consejeros externos y reflejar, razonablemente en su composición, la relación existente en el Consejo entre consejeros dominicales y consejeros independientes. La presencia en ellas de ejecutivos podría restar credibilidad a la información, toda vez que ésta, en buena medida, tiene por objeto evaluar su gestión. Nada de ello debe impedir, sin embargo, la asistencia a sus reuniones de miembros del equipo de dirección, con fines informativos. Corresponde al Consejo de Administración determinar el número de los órganos delegados y de los consejeros que deban integrarlos en función de sus necesidades y de sus disponibilidades. En este punto, conviene indicar que no resulta preciso crear una Comisión delegada diferente para cada área de responsabilidad (Auditoría, Nombramientos, Retribuciones y Cumplimiento), ni menos aún exigir que los consejeros que formen parte de cada una de ellas sean distintos. No obstante, salvo circunstancias especiales, entendemos que no es aconsejable unificar todas las responsabilidades en un único órgano, pues ello puede reducir su eficacia por sobrecarga de trabajo, concentración excesiva de poder y pérdida de protagonismo del Consejo. Parece conveniente disponer, al menos, de dos Comisiones, una encargada de las funciones relativas a la Auditoría y Cumplimiento y otra responsable en las áreas de Nombramientos y Retribuciones. A fin de asegurar su funcionamiento colegiado, se recomienda asimismo que cada una de las Comisiones que decidan constituirse estén compuestas de tres miembros como mínimo. 4. Funcionamiento del Consejo de Administración 4.1. Organización de las reuniones del Consejo Es indudable que el Consejo debe reunirse con cierta periodicidad a fin de mantener una presencia constante en la vida de la compañía. No es fácil que pueda llevar a cabo la misión que tiene encomendada si no dedica regularmente un mínimo de tiempo a sus actividades. De los datos disponibles se desprende que nuestros Consejos están muy lejos de cumplir la «regla de las cien horas anuales» sugerida por algunos estudiosos de la materia e incluso con el más modesto objetivo de una reunión mensual. Conscientes de la dificultad de ofrecer pautas generales en esta materia, no mencionamos estas propuestas con el propósito de recomendar la adopción de alguna de ellas, sino para llamar la atenc ión de los destinatarios del Informe acerca de la necesidad de reflexionar sobre estos extremos y fijarse objetivos más exigentes de los que son usuales en la práctica actual. El nivel de exigencia también debe elevarse en relación a la planificación de las tareas del Consejo. En este sentido, la Comisión estima que el Consejo debería elaborar un plan anual de actividades ordinarias y disponer de un catálogo formal de materias reservadas a su conocimiento, con el fin de asegurar que el gobierno y el control de la compañía no escapan de sus manos. No es fácil hacer un inventario general de estas materias, pues su relevancia varía en función de las características de la sociedad y del sector en que opera. La confección del inventario es cometido formal del Consejo, que deberá asegurar que todos los asuntos que tienen un impacto relevante sobre la buena marcha de la empresa quedan convenientemente recogidos. En la consecución de estos objetivos, el presidente del Consejo tiene una especial responsabilidad, pues a él incumbe la convocatoria de las reuniones y la fijación del orden del día, sin que ello suponga inhibir o impedir la iniciativa de los demás consejeros en tales materias. En esta línea, la Comisión recomienda la adopción por parte de las compañías de los instrumentos oportunos para facilitar la participación de todos los miembros del Consejo en la determinación de aspectos tan importantes para la efectividad de las reuniones. En particular, como se ha sugerido ya, podría resultar oportuno prever una facultad subsidiaria de convocatoria a favor del vicepresidente coordinador de los consejeros externos y, desde luego, hacer vinculantes para el presidente las solicitudes de convocatoria o de inclusión de otros puntos en el orden del día cursadas por los distintos consejeros. 4.2. Preparación de las sesiones Una adecuada preparación por parte de los consejeros de las sesiones convocadas tiene dos presupuestos indispensables: información y tiempo. Sin ellos, difícilmente el Consejo podrá hacer una contribució n importante al gobierno de la compañía, con el riesgo de que el equipo de gestión asuma un protagonismo que no le corresponde. Los datos de que ha podido disponer esta Comisión indican que con cierta frecuencia las reuniones de los Consejos se convocan sin suficiente información y con poca antelación. Hay que recomendar, por ello, la adopción de las medidas necesarias para asegurar que los consejeros tengan acceso antes de las reuniones a la información relevante y que dicha información les llega con la antelación precisa. En relación al primer punto, ha de atenderse a la cantidad de la información y a su calidad. Respecto a la cantidad, debe evitarse tanto la escasez de información como el exceso de documentación. La información remitida debe estar convenientemente elaborada y orientada hacia los aspectos relevantes, hacia el núcleo del asunto. Respecto a la calidad de la información, es importante que los consejeros no reciban sólo —como frecuentemente sucede— información histórica o financiera, sino también información tanto de carácter cualitativo como previsional. El Consejo tiene que disponer de aquella información que le ayude a valorizar los activos intangibles de la empresa, conocer las tendencias del mercado, el grado de satisfacción del cliente, la calidad del producto y todos aquellos otros elementos que le permitan orientar la estrategia y enmarcar adecuadamente las perspectivas de los negocios que lleva a cabo la compañía. La política de información del Consejo constituye una responsabilidad primaria del presidente, asistido por el secretario. Uno y otro deben extremar el celo para lograr los objetivos indicados y para conseguir que la información llegue a sus destinatarios con una anticipación razonable, al objeto de que puedan familiarizarse con ella y aprovecharla para mejorar la calidad de su aportación a las deliberaciones del Consejo. La importancia y naturaleza reservada de la información, no puede servir de pretexto —salvo circunstancias excepcionales— a la inobservancia de esta regla, pues el primer deber del consejero es la confidencialidad. 4.3. Desarrollo de las sesiones Otro aspecto esencial del funcionamiento del Consejo es el relativo al desarrollo de sus sesiones. Puede afirmarse que la eficacia de las reuniones del Consejo depende de la riqueza de puntos de vista y de la vitalidad del proceso de deliberación, que a veces se resiente en la práctica de un exceso de «presidencialismo». Desde esta perspectiva, la Comisión estima oportuno reiterar la conveniencia de presencia, participación e independencia de criterio de todos los miembros, y con ese fin propone algunas pautas en estas materias. La primera versa sobre la representación de consejeros, que, a juicio de la Comisión, debe reducirse a casos indispensables. En general, no es una buena práctica, pues favorece la inasistencia y la falta de compromiso, y puede perjudicar la calidad de la deliberación del Consejo. En todo caso, si es preciso acudir a ella, debe procurarse que la representación se confiera con instrucciones y que sea ostentada por consejeros del mismo grupo. Otro aspecto que debe cuidarse, con el fin de evitar la pasividad y la rutina, es la intervención y toma de posición de todos los consejeros en los asuntos objeto de la reunión. En este sentido es de singular importancia la labor del presidente, sobre el que, en última instancia, pesa la responsabilidad de organizar el debate y de promover la participación de los consejeros. 4.4. Las actas del Consejo Como todos los órganos colegiados, el Consejo de Administración tiene la obligación legal de reflejar adecuadamente en acta sus deliberaciones y decisiones. Sin embargo, la experiencia enseña que este cometido —que incumbe a la totalidad del Consejo, aunque la responsabilidad interna se haga recaer sobre su secretario — no siempre se cumple satisfactoriamente. Las consecuencias pueden ser graves en ocasiones, puesto que las actas constituyen la memoria del gobierno de la compañía y un elemento de primer orden para evaluar la actividad de los consejeros y, eventualmente, su responsabilidad. Por todo ello, la Comisión, consciente además de la extraordinaria importancia que reviste esta cuestión en el orden judicial y probatorio, recomienda muy vivamente que se esmere el cuidado en la redacción y se procure por todos los medios no caer en la rutina a la hora de confeccionar las actas. 4.5. Evaluación del funcionamiento El Consejo ha de estar alerta frente al riesgo de la rutina y de la inercia. Resulta conveniente, por ello que, adopte pautas de autocontrol y, en esta dirección, se recomienda que el Consejo reflexione al menos una vez al año, a poder ser en sesión monográfica, sobre su propio funcionamiento. Se trata de valorar la calidad de sus trabajos, de evaluar la eficiencia de sus reglas y, en su caso, de corregir aque llos aspectos que se hayan revelado poco funcionales. En esta tarea, cuyo objetivo final es asegurar la efectividad del órgano y, en definitiva, su capacidad de supervisar la gestión de la compañía, habrá de tener muy en cuenta los informes de la Comisión de Cumplimiento. 5. Designación y cese de consejeros 5.1. El proceso de designación y la Comisión de Nombramientos Aun cuando la competencia legal para la designación de consejeros recae sobre la Junta General de accionistas, es evidente que el Consejo de Administración desempeña un papel de primer orden dentro de este proceso. La facultad de cubrir provisionalmente las vacantes por el sistema de cooptación y de someter a la consideración de los accionistas las correspondientes propuestas de nombramiento, unida a la escasa participación del capital flotante en la Junta General, confieren al Consejo de las sociedades cotizadas una influencia decisiva en el proceso de designación, que ha de compensarse con la asunción expresa de la correspondiente responsabilidad y la previsión de los oportunos sistemas de control. De lo que se trata es de garantizar que las reglas de buen gobierno que el Consejo tenga a bien establecer en este ámbito —especialmente, las relativas a la composición cualitativa del órgano y al equilibrio dentro de él entre los distintos tipos de consejeros— se cumplan no sólo formalmente, sino también sustantivamente. Para el mejor logro de este objetivo, la Comisión recomienda instaurar procedimientos formales que propicien la transparencia y el escrutinio por parte de todos los miembros del Consejo de la selección de candidatos, atribuyendo un especial protagonismo a la Comisión de Nombramientos. La misión de la Comisión de Nombramientos es velar por la integridad del proceso de designación de consejeros, y a tal efecto parece conveniente encomendarle las siguientes funciones: a) formular y revisar los criterios que deben seguirse para la composición del Consejo de Administración y la selección de candidatos; b) elevar al Consejo las propuestas de nombramiento de consejeros para que éste proceda directamente a designarlos (cooptación) o las haga suyas para someterlas a la decisión de la Junta; c) proponer al Consejo los miembros que deban formar parte de cada una de las Comisiones. Como es natural, en el desempeño de estas funciones y, especialmente, en la formulación de propuestas de nombramiento, la Comisión deberá considerar las sugerencias que le hagan llegar el presidente, los miembros del Consejo, los directivos o los accionistas de la sociedad. Su función es examinar esas sugerencias, valorarlas e informar sobre ellas con criterios de objetividad e imparcialidad, para que el Consejo pueda obrar con conocimiento de causa. La función de la Comisión no es sustituir al Consejo, pero es conveniente que cuando éste decida apartarse de sus recomendaciones motive su decisión. El sistema de designación, en su integridad, debe dirigirse a garantizar la debida representatividad del Consejo y la competencia, solvencia y experiencia de las candidaturas seleccionadas. 5.2. Especial referencia a la selección de consejeros independientes El rigor que debe presidir el proceso de selección ha de extremarse, en todo caso, en relación a aquellos candidatos llamados a cubrir un puesto de consejero independiente, cuya importancia para el buen gobierno de las compañías cotizadas ya ha quedado oportunamente subrayada (supra 2.1). Para orientar la labor de las Comisiones de Nombramientos y, en general, de los Consejos de Administración que hayan de enfrentarse a esta delicada tarea, estimamos conveniente ofrecer algunas indicaciones. La primera se refiere a la extracción profesional de los independientes. La idea fundamental aquí es el pluralismo: no hay un perfil único de consejero independiente. Por ello, no resulta aconsejable seleccionarlos exclusivamente de entre personas que hayan sido o sean ejecutivos significados de otras compañías, aunque esta procedencia les cualifique especialmente para orientar la estrategia y llevar a cabo con efectividad la función de supervisión. Es también conveniente incorporar personas de otra extracción profesional. Con ello, además de evitarse el riesgo de las «consejerías cruzadas», se logra que el Consejo se enriquezca con puntos de vista diferentes y con la aportación de experienc ias plurales, incluso procedentes de ámbitos ajenos al mundo de la empresa. La segunda indicación versa sobre la independencia. El proceso de elección debe cuidar de asegurar que el consejero independiente no se vea afectado por relaciones o intereses que puedan comprometer su capacidad para ejercer su juicio con imparcialidad y objetividad. Desde este punto de vista, lo primero que ha de verificarse es la independencia del candidato respecto del equipo ejecutivo, para lo cual es necesario examinar si tiene algún vínculo significativo, sea éste de índole familiar, profesional, comercial u otro análogo, con quienes desempeñan puestos ejecutivos. La noción de «vínculo significativo» es ciertamente ambigua, pero parece suficientemente expresiva. Siguiendo pautas bien establecidas en la práctica internacional, ya aceptadas por algunas de nuestras empresas más representativas, puede indicarse, a título de ejemplo, que están ligados por un vínculo de esa naturaleza: los antiguos ejecutivos de la compañía, los familiares inmediatos de un alto directivo o de quien lo haya sido en los últimos años, las personas que directa o indirectamente —a través de sociedades en las que participen de manera significativa o en las que ejerzan funciones ejecutivas— que tengan o hayan tenido en época reciente relaciones comerciales o profesionales de cierta entidad con la sociedad. Se trata, como es natural, de indicaciones meramente orientativas, que no eximen de comprobaciones ulteriores. La responsabilidad última de asegurar la efectiva independencia recaerá sobre la Comisión de Nombramientos y sobre el propio Consejo de Administración. Nuestra última indicación versa sobre la participación del consejero independiente en el capital de la sociedad. Los responsables del proceso de selección del candidato han de velar también por la independencia respecto de los grupos accionariales de control que puedan ejercer influencia sobre el equipo ejecutivo. Sólo evitando la selección de candidatos que tengan vínculos sustanciales con tales grupos puede asegurarse, además, el deseable equilibrio entre consejeros independientes y consejeros dominicales. Nada de esto debe interpretarse, sin embargo, en el sentido de desaconsejar la participación en el capital de los consejeros independientes. Todo lo contrario. La Comisión estima muy deseable esa participación con el fin de incrementar la motivación del consejero y reforzar su alineamiento con los intereses de los inversores. Hay, no obstante, un límite que no se debe superar: es el límite en el cual una persona deja de ser accionista ordinario para convertirse en accionista significativo, y esto se produce —conviene reiterarlo— cuando, a la vista de la estructura de propiedad de la sociedad, el accionista, por sí solo o por acuerdo con otros, está en condiciones de influir sobre el control de la compañía, pues en ese supuesto, la naturaleza de su relación con la sociedad sufre una alteración sustancial. La Comisión reconoce que en algunos casos no será fácil determinar si una persona que posea una participación accionarial de cierta entidad es accionista ordinario o accionista significativo. La responsabilidad de elegirla como consejero independiente recaerá, de nuevo, sobre la Comisión de Nombramientos y sobre el propio Consejo, que han de poner todos los medios para preservar la integridad del sistema de designaciones. 5.3. Programas de orientación de nuevos consejeros Recogiendo pautas ya extendidas en la práctica, la Comisión estima que las compañías destinatarias del Informe deberían disponer de un programa de orientación para los nuevos consejeros que sirva de colofón al proceso de designación. El programa tendría por objeto advertirles de sus obligaciones legales, informarles sobre las reglas de gobierno de la compañía y familiarizarlos con las características, la situación y el entorno de la empresa. En el marco de este programa sería muy útil ofrecer a los nuevos consejeros la oportunidad de conocer directamente la organización y de tomar contacto personal con sus principales responsables. 5.4. La reelección de consejeros Las informaciones disponibles revelan que el proceso de reelección de consejeros no es siempre todo lo reflexivo que sería deseable. La inercia y la tendencia natural a soslayar las cuestiones personales son riesgos ciertos para los que conviene encontrar paliativos. La Comisión cree que el establecimiento de algún procedimiento formal puede contribuir a mejorar la situación y, en esta línea, recomienda que las compañías prevean como parte integrante del proceso de reelección la evaluación por la Comisión de Nombramientos del trabajo y de la dedicación efectiva al cargo del candidato durante el último mandato, con emisión del correspondiente informe. Cabe esperar que de este modo se reduzca el riesgo de automatismo que frecuentemente se achaca a las decisiones del Consejo en esta materia. Un aspecto especialmente problemático es el relativo a la oportunidad de limitar los períodos de reelección. A juicio de esta Comisión, es claro que el debate ha de quedar circunscrito a los consejeros independientes. La reelección de los consejeros ejecutivos y dominicales no debe tener más restricciones que las derivadas de la propia evaluación y de la subsistencia de la confianza de los grupos de apoyo. Es más, satisfechas estas condiciones, la reelección debería propiciarse, pues la acumulación de experiencia y de conocimiento específico de la empresa que se consigue con el transcurso del tiempo hacen más valiosos a los consejeros para el desempeño de sus funciones. El problema se plantea en relación con los consejeros independientes. Con frecuencia se argumenta que si bien es cierto que la antigüedad en el cargo incrementa la calidad del capital humano puesto al servicio de la empresa, también aumenta el riesgo de que debilite su independencia. El paso del tiempo —se afirma— favorece un clima de familiaridad y el estrechamiento de lazos personales con quienes deben ser supervisados. Y precisamente en atención a esta circunstancia, se propone limitar la posibilidad de reelección a un solo mandato. Con todo, esta Comisión no considera oportuna una recomendación tan drástica. Los escasos datos empíricos disponibles indican que los posibles costes asociados a una menor independencia no justifican renunciar a los beneficios de la experiencia acumulada. Más aún, la propia existencia de una limitación del horizonte temporal del consejero puede restarle incentivos para dedicarse a las tareas del Consejo y, en general, para implicarse y comprometerse con el futuro de la compañía. Por ello, la Comisión estima que ha de pensarse en medidas de otra naturaleza para minimizar los riesgos que tratan de paliarse y, en concreto, sugiere la posibilidad de establecer pautas de rotación interna de los consejeros independientes, en la adscripción a tareas específicas de control. De lo que se trata fundamentalmente es de evitar que estén adscritos siempre a la misma Comisión de control. 5.5. El cese de consejeros La decisión de cese de consejero sólo puede ser adoptada formalmente por la Junta General (separación) o por el propio consejero (dimisión), con independencia, claro está, de las causas legales o estatutarias de cese automático. Resulta aconsejable, por ello, que las compañías reflexionen sobre este extremo e incluyan en su normativa interna ciertas causas estatutarias de cese o, por lo menos, ciertas obligaciones de dimisión en supuestos que puedan afectar negativamente al funcionamiento del Consejo e incluso al crédito y reputación de la sociedad en el mercado. Adicionalmente, ha de recordarse que los deberes generales de lealtad que pesan sobre el consejero le obligan a dimitir siempre y cuando su permanencia en el Consejo pueda poner en riesgo los intereses de la sociedad o cuando desaparezcan las razones por las que fue nombrado (por ejemplo, cuando un consejero dominical se deshace de su participación en la compañía o un consejero independiente se integra en la línea ejecutiva). En principio, las decisiones de dimisión del consejero deben ser respetadas, pues hay muchas razones —salud, compromisos familiares, exceso de trabajo, etc.— que pueden justificarlas, pero es deseable que esos procesos y sus causas sean transparentes. Finalmente, conviene abordar el establecimiento de un límite de edad para el desempeño de la función de los consejeros. El criterio de la Comisión en este punto es que deben adoptarse algunas medidas que faciliten la sustitución de los consejeros de más edad, aun cuando dentro de ellas se otorgue a la sociedad un margen de maniobra para que pueda aprovechar la veteranía de ciertos consejeros. En este sentido, parece recomendable establecer una edad prudencial de retiro, que probablemente podría ser de sesenta y cinco a setenta años, para los consejeros ejecutivos y para el presidente, y más flexible para el resto (puede pensarse, por ejemplo, en un límite porcentual del número de consejeros que puedan seguir prestando sus servicios al sobrepasar las edades de referencia). 6. Las facultades de información del consejero 6.1. Información y examen Además de la responsabilidad que el presidente y el secretario tienen en el desarrollo de una buena política de información hacia los consejeros, ha de subrayarse la facultad y el deber que tiene individualmente cada consejero de recabar y obtener toda la información necesaria para el cumplimiento de sus funciones de supervisión. Se recomienda por ello que la normativa interna de la sociedad reconozca formalmente el derecho de todo consejero a examinar los libros, registros y documentos de cualquier clase, a contactar con los responsables de los distintos departamentos y divisiones y a visitar las instalaciones y dependencias de la compañía. Naturalmente, con el fin de no perturbar la gestión ordinaria de la compañía, será necesario en la generalidad de los casos establecer cauces dentro de la estructura del Consejo para asegurar un cierto orden en la petición, producción y canalización de la información. Lo normal será que los consejeros cursen sus solicitudes de información a través del presidente o del secretario y que éstos las atiendan, facilitándoles directamente la información, ofreciéndoles los interlocutores apropiados o arbitrando las medidas para que puedan practicar in situ las diligencias de examen. La Comisión recomienda que se arbitren medidas para dirimir los conflictos que puedan suscitarse cuando las peticiones de información sean denegadas, retrasadas o defectuosamente atendidas. Una medida adecuada pudiera ser la de encomendar la decisión de eventuales conflictos a una de las Comisiones de control. 6.2. Intendencia y auxilio de expertos La Comisión estima que la sociedad, al objeto de facilitar la labor de los consejeros, debe garantizar su acceso a los servicios de los expertos internos y, cuando circunstancias especiales lo hagan necesario, contratar expertos externos que puedan asesorarles en relación con los problemas que se plantean en el ejercicio del cargo. Con el fin de evitar un uso indebido de esta prerrogativa en perjuicio de la compañía, ésta podrá establecer límites al ejercicio de tales derechos. En este aspecto, se consideran perfectamente justificadas las exigencias de que la contratación de expertos externos sea aprobada por la mayoría de los consejeros independientes o por una de las Comisiones delegadas de control, que sea comunicada al presidente de la compañía y que pueda ser vetada por el propio Consejo cuando concurran causas justificadas (por ejemplo, por resultar innecesaria o excesivamente costosa). 7. La retribución del consejero 7.1. El control de las políticas de retribución La retribución de los Consejeros representa un tema de capital importancia en el buen gobierno de la compañía y, como tal, constituye una legítima preocupación de los accionistas, como se ha podido comprobar en los sondeos de opinión que hemos realizado. La información disponible nos hace pensar también que es éste un campo en el que todavía queda un largo trecho por recorrer. Los accionistas esperan que la remuneración del Consejo no exceda de lo que sea necesario para atraer a personas competentes; que esté de alguna manera asociada a los rendimientos individuales y de la compañía, y que sea conocida para facilitar su escrutinio público. Y éstas son, en efecto, las directrices que a juicio de esta Comisión deben orientar la política que adopte cada compañía en esta área de responsabilidad. Para facilitar su implantación y control, insistimos en la conveniencia de que el Consejo constituya una Comisión de Retribuciones con las características a que ya se ha hecho referencia (supra 3.6) y formalmente le atribuya, al menos, las siguientes comp etencias: a) proponer al Consejo de Administración el sistema y la cuantía de las retribuciones anuales de los consejeros; b) revisar periódicamente los programas de retribución, ponderando su adecuación y sus rendimientos; y c) velar por la transparencia de las retribuciones. 7.2. El importe de la retribución La compañía, aun gozando naturalmente de libertad para fijar las retribuciones, debe proceder con ciertas cautelas, orientándose por las exigencias del mercado y considerando la responsabilidad y el grado de compromiso que entraña el papel que está llamado a desempeñar cada consejero. La moderación es la regla que ha de presidir las decisiones que se adopten en este campo. Ciertamente, la retribución ha de calcularse de tal manera que ofrezca incentivos suficientes para la dedicación del consejero, pero que al propio tiempo no comprometa su independencia. 7.3. Estructura de la retribución En este aspecto, la Comisión estima que deben favorecerse las modalidades que vinculen una parte significativa de las retribuciones de los consejeros, especialmente de los consejeros ejecutivos, a los resultados de la empresa, puesto que de esta manera se alinean mejor los incentivos de los consejeros con los intereses de los accionistas que se trata de maximizar. No entramos a valorar las ventajas o inconvenientes de cada elemento o modalidad retributiva (planes de incentivos, pago con acciones, opciones de compra o de venta sobre acciones, etc.), algunos de los cuales se encuentran hoy con ciertos obstáculos fiscales, inexistentes en otros países. Es responsabilidad de la Comisión de Retribuciones ponderar las distintas posibilidades de configuración y ajustarlas a las particulares circunstancias de cada compañía. Parece, en cambio, oportuno señalar que los sistemas de retribución más extendidos en nuestra práctica societaria no se ajustan a la recomendación establecida. Lo usual, según ha podido constatar esta Comisión, es la previsión de un porcentaje de los beneficios para retribuir al Consejo. El problema estriba en que ese porcentaje sólo opera como límite máximo, por lo que no puede considerarse en sentido estricto como una participación en beneficios ni, por tanto, consigue el efecto buscado. En todo caso, resulta importante revisar periódicamente las políticas retributivas al objeto de asegurar la adecuación de su importe y estructura a las responsabilidades, riesgos y tareas de los consejeros. Desde este punto de vista, conviene que el propio Consejo, con la ayuda de los informes que a tal efecto le facilite la Comisión de Retribuciones, evalúe estos extremos al menos una vez al año e incluya en la memoria información sobre este aspecto. 7.4. Transparencia de la retribución Un tema al que, por su importancia y delicadeza, la Comisión ha dedicado una especial reflexión es el de la transparencia de las retribuciones de los consejeros, cuestión que puede considerarse de gran interés para asegurar la confianza de los accionistas y los mercados en los Consejos de Administración. Al observar la realidad española en esta materia se percibe una larga tradición de opacidad, que nuestras leyes no han contribuido a desterrar. La exigencia legal de que se indique en la memoria anual el importe de los sueldos, dietas y remuneraciones de cualquier clase devengadas por los miembros del órgano de administración y de las obligaciones contraídas en materia de pensiones o de pago de primas de seguros respecto de los miembros antiguos y actuales, no pasa de imponer una información global por concepto retributivo que en su aplicación práctica no satisface enteramente el interés de los accionistas y de los mercados en esta materia, e incluso propicia una visión deformada de la realidad, fuente de frecuentes malentendidos. La Comisión advierte que las expectativas generalizadas en esta ma teria y las orientaciones de reforma que se observan en las nuevas prácticas de buen gobierno de las sociedades tienden, inequívocamente, a la superación de las actuales exigencias legales, en favor de una transparencia cada vez mayor. Por ello, la Comisión recomienda que la política de información de las retribuciones de los consejeros se inspire en el principio de máxima transparencia. La aplicación de este principio exige avanzar lo más rápido posible desde la situación actual hasta la más completa y detallada información sobre las retribuciones de los consejeros, lo que supone individualizarla para cada uno de éstos y pormenorizarla por conceptos, tanto los que corresponden a su condición de miembros del Consejo (retribuciones fijas, dietas, participación en beneficios, bonus, incentivos, pensiones, seguros, pagos en especie u otros) como los que, además de éstos, determinen remuneraciones a cargo de la sociedad por otras relaciones jurídicas (servicios profesionales, cargos de dirección o ejecutivos). La Comisión recomienda que las sociedades destinatarias de este informe que no opten por una aplicación inmediata del principio de máxima transparencia, sino por su implantación gradual o por fases, y aquellas que opten por su aplicación parcial expliquen públicamente sus razones para ello en la Memoria anual de la sociedad. En uno y otro caso, esas sociedades deberían informar, al menos, de manera individualizada acerca de las retribuciones de todos los consejeros en su carácter de tales, por cada uno de los conceptos antes mencionados, y además, de los honorarios percibidos por sus servicios profesionales. De otra parte, las retribuciones de los consejeros ejecutivos se darían de forma global para todos ellos, indicando el número de los que las perciben por cada uno de los conceptos retributivos. Toda esta información sería incluida en la Memoria anual. 8. Los deberes de lealtad del consejero 8.1. Los deberes genéricos La legislación sustantiva establece que el consejero ha de desempeñar el cargo con la diligencia de un ordenado empresario y de un representante leal. El carácter altamente abstracto o genérico de esta norma de conducta hace recomendable, en nuestra opinión, que las reglas de funcionamiento interno de la compañía recojan con detalle las principales obligaciones que dimanan de los deberes generales de diligencia y de lealtad, con el fin de estimular que los consejeros tomen conciencia de los compromisos que contraen al asumir el cargo y de facilitar la valoración de su actuación. Al deber de lealtad se dedican los apartados siguientes. Aquí, conviene recordar las principales obligaciones derivadas del deber de diligencia, que incluyen, entre otras, las de informarse y preparar adecuadamente las reuniones del consejo y de los órganos delegados a que pertenezca el consejero; asistir a las reuniones y participar activamente en las deliberaciones, a fin de que su criterio contribuya efectivamente a la toma de decisiones; realizar cualquier cometido específico que, dentro de su compromiso de dedicación, le encomiende el Consejo; trasladar cualquier irregularidad en la gestión de la compañía de la que haya tenido noticia; y vigilar las situaciones de riesgo que se puedan presentar, promoviendo al efecto la convocatoria de una reunión extraordinaria o la inclusión de los extremos convenientes en el orden del día de la primera que haya de celebrarse. 8.2. Conflictos de intereses Uno de los aspectos más descuidados en nuestra práctica societaria y al propio tiempo más relevantes para fomentar el mejor gobierno de las compañías que recurren a los mercados de capitales, consiste en establecer reglas claras para afrontar las situaciones de conflicto de intereses, es decir, aquellas en que entran en colisión el interés de la sociedad y los intereses personales, directos o indirectos, del consejero. La Comisión entiende que para el adecuado tratamiento de esta materia es preciso establecer con toda claridad, al menos, dos reglas fundamentales: La primera es que el consejero se abstenga de asistir y de intervenir en las deliberaciones que afecten a asuntos en los que se halle interesado y, muy particularmente, en todas las relativas a su reelección o cese. La segunda se basa en la necesidad de limitar y rodear del máximo de cautelas la realización —por vías directas o indirectas— de transacciones profesionales o comerciales entre el consejero y la compañía, porque estas operaciones pueden resultar peligrosas para el interés social. A tal efecto, la Comisión estima que la normativa interna de la sociedad debería recoger formalmente el deber del consejero de informar anticipadamente de la situación de conflicto de intereses y establecer un mecanismo de control, que podría consistir —según enseña la mejor práctica— en la previsión de que estas operaciones hayan de ser aprobadas por el Consejo, previo informe por la Comisión delegada que corresponda. También, sería conveniente dar publicidad a estas operaciones. 8.3. Información no pública En relación a la información de la sociedad a la que tienen acceso los consejeros, la Comisión recomienda que las reglas de funcionamiento interno de la compañía recojan expresamente las obligaciones de discreción y de pasividad. La obligación de discreción impone al consejero no sólo el deber de guardar secreto de las deliberaciones del Consejo y de las Comisiones de que forme parte, sino también el de abstenerse de revelar cualquier información a la que haya tenido acceso en el desempeño de su cargo. La obligación de pasividad le obliga a no hacer uso de la información reservada de la compañía para fines privados. Obviamente, no es ésta una obligación absoluta, puesto que si la aplicación de la información resulta inocua para la sociedad, no hay razón para privar al consejero de la oportunidad de utilizarla; pero se recomienda a las compañías destinatarias del Informe que regulen los procedimientos a seguir en casos de duda en cuanto a que la utilización no cause perjuicio alguno a la compañía. En ningún caso se podrá utilizar dicha información para realizar operaciones de adquisición o venta de valores de la sociedad o cualquier tipo de actuación especulativa con dichos valores. 8.4. Usos de activos sociales y oportunidades de negocios Las exigencias derivadas del deber de lealtad se manifiestan en muchos otros planos, que no siempre se hallan debidamente clarificados en nuestra experiencia societaria y, respecto de los cuales, en ocasiones se advierte un relajamiento de las buenas prácticas. El primer tema al que en este campo la Comisión recomienda que las compañías destinatarias del Informe dediquen atención y regulen expresamente, es el de la utilización por los consejeros de los activos sociales, con objeto de impedir su aplicación con fines exclusivamente privados o el aprovechamiento de ventajas patrimoniales. El segundo tema versa sobre las denominadas «oportunidades de negocios». Bajo esta rúbrica, la Comisión incluye cualquier posibilidad de realizar una inversión u operación comercial que haya surgido en conexión con el ejercicio del cargo por parte del consejero. Recomendamos que las sociedades adopten normas claras que impidan a sus consejeros aprovechar en beneficio propio o de sus allegados una oportunidad de negocio que corresponda a la sociedad. Como siempre, serán admisibles excepciones razonables. En este sentido, juzgamos satisfactoria una regla que permita al consejero explotar una oportunidad de negocio de la sociedad siempre que, habiéndole ofrecido previamente la posibilidad de valerse de ella, la sociedad la hubiera rechazado y lo autorice la Comisión delegada que corresponda. 8.5. Deberes de comunicación El deber de lealtad implica también la obligación del consejero de revelar las situaciones personales, las de sus familiares más allegados e incluso de las sociedades en las que juegue un papel relevante, relativas a participaciones, puestos que desempeñe y actividades que realice en otras compañías y entidades, pactos de sindicación de los que forme parte y, en general, cualquier hecho, situación o vínculo que pueda resultar relevante para su leal actuación como administrador de la sociedad. La Comisión recomienda que estas obligaciones, algunas de las cuales están ya sancionadas por la legislación del mercado de valores, se reflejen formalmente en la normativa interna de la compañía. 8.6. Extensión de los deberes fiduciarios a los accionistas significativos La estructura de propiedad de las sociedades que integran nuestro mercado bursátil se caracteriza, como ya se ha indicado, por una notable concentración de capital y, por tanto, por una fuerte presencia de accionistas significativos (accionistas capaces de influir, individual o conjuntamente, sobre el control de la compañía). El reconocimiento de esta realidad nos ha llevado a propiciar la participación de estos accionistas en el Consejo («consejeros dominicales»), y asimismo ha de llevarnos ahora a aconsejar la adopción de medidas que puedan eliminar o, al menos, reducir el riesgo de que hagan uso de su posición privilegiada para obtener ventajas especiales, sean de índole informativa, contractual o patrimonial. El fundamento de estas medidas descansa sobre el deber de fidelidad, que también alcanza a los accionistas significativos, dada su especial posición en una sociedad cotizada. La Comisión recomienda por ello que los Consejos de Administración de las sociedades destinatarias de este Informe adopten o promuevan la adopción de medidas de salvaguardia o de garantía similares a las relativas a los consejeros y, singularmente, en los casos de conflictos de intereses y de uso de información no pública. A título orientativo, la Comisión sugiere tres reglas básicas. La primera es una regla de competencia, de conformidad con la cual el Consejo de Administración debería reservarse formalmente el conocimiento de cualquier transacción directa o indirecta entre la sociedad y un accionista significativo, con la previsión de que en ningún caso procederá a aprobarla si previamente no ha sido emitido un dictamen por parte de la Comisión delegada que se estime más adecuada, que habrá de valorar la transacción desde el punto de vis ta de la igualdad de trato debido a todos los accionistas y de las condiciones de mercado. Tratándose de operaciones ordinarias, podría bastar una autorización genérica de la línea de operaciones y de sus condiciones de ejecución. La segunda es una regla de transparencia, en cuya virtud el Consejo de Administración quedaría obligado a reflejar en la memoria anual de la sociedad información sobre las transacciones realizadas con accionistas significativos (volumen de las operaciones y naturaleza de las más relevantes) a fin de que todos los demás puedan conocer su alcance e importancia. La tercera es una regla de abstención, que obligaría a los accionistas significativos a no votar en las decisiones de las juntas en las que, directa o indirectamente, tengan un interés propio (por ejemplo, medidas defensivas frente a ofertas de adquisición hostiles). Respecto al uso de información no pública, la Comisión ha detectado la existencia de una cierta preocupación en los mercados por la distribución asimétrica de la información entre los accionistas y por el acceso de los accionistas significativos a información reservada de la sociedad. El Consejo de Administración deberá estar vigilante ante este tipo de situaciones, para determinar si ha habido alguna anomalía o filtración, con el objeto de exigir las correspondientes responsabilidades. En cualquier caso, no estará de más contemplar la extensión a los accionistas significativos del deber de confidencialidad y de no explotación de la información privilegiada. 9. El Consejo de Administración y los accionistas 9.1. Las limitaciones de la Junta General de accionistas Aun cuando el examen del papel de la Junta General como foro de los accionistas para expresar sus puntos de vista y censurar la gestión social desborda los límites del encargo recibido, esta Comisión no puede ignorar una evidencia incontestable, y es que la efectividad de la Junta General de las sociedades cotizadas como instrumento de control y decisión está sujeta a muchas limitaciones estructurales. La experiencia muestra, en efecto, que la mayor parte de los accionistas ordinarios se desentiende de las tareas de la Junta; y la ciencia enseña, además, que esta actitud es económicamente comprensible a causa de los problemas de «apatía racional» (frecuenteme nte el coste de participar en la asamblea es superior al rendimiento que puede obtenerse) y de «acción colectiva» (no es posible coordinar las iniciativas individuales de los accionistas dispersos, y, en esa tesitura, no hay incentivos para realizar esfuerzos que fundamentalmente aprovecharán otros). Nada tiene de extraño, por ello, que la Junta haya quedado reducida en muchas ocasiones a una reunión protocolaria o simplemente rutinaria. En buena medida, el movimiento de reforma en que se inserta este Informe, orientado a impulsar el Consejo como órgano de supervisión, tiene su origen en la constatación de la escasa eficacia disciplinar de la Junta General. Siendo todo ello así, esta Comisión abriga dudas sobre la efectividad de determinadas políticas encaminadas a reactivar la Junta General estimulando la participación de los accionistas (creando comités de accionistas, facilitando las convocatorias instadas por accionistas, recurriendo a las primas de asistencia, etc.). Ello no quiere decir, sin embargo, que deba descartarse cualquier actuación encaminada a incrementar la efectividad del control de los accionistas, ámbito que esta Comisión considera que todavía ofrece un amplio margen. Nos referimos fundamentalmente a aquellas medidas que tienden a hacer más transparente el mecanismo de delegación de votos, a acentuar la comunicación de la sociedad con sus accionistas y estimular la actividad de aquellos accionistas que más pueden contribuir al control de la gestión: los inversores institucionales. 9.2. Delegación de votos Es una evidencia incontestable que la participación del capital flotante en la Junta General se canaliza en la gran mayoría de las ocasiones a través de las delegaciones de voto. Es también sabido que el protagonismo en la gestión de este proceso se reparte entre las entidades depositarias de las acciones y el propio equipo de gestión de la sociedad, que tiene bajo su control la intendencia necesaria para llevarlo a efecto (edición de tarjetas de representación, materiales de propaganda, servicios postales, etc.). No es de extrañar por ello que en este contexto se haya expandido el temor de que el órgano que controla este mecanismo pueda controlar también la Junta General. De ahí surge una comprensible inquietud, que ha llevado a muchos a proponer medidas muy drásticas, tales como confiar la gestión del sistema de delegación de votos de las sociedades cotizadas a una instancia oficial o a un comité de accionistas (formado, por ejemplo, por los quince o veinte accionistas más importantes de la compañía, con un sistema de un voto por cabeza). La Comisión desconfía mucho de la utilidad y conveniencia de esta clase de medidas, que pueden burocratizar la gestión y ser fuente de nuevos conflictos. Pero esto no significa que recomiende aceptar resignadamente la realidad que se ha impuesto. Pensamos, en efecto, que las pautas de funcionamiento del sistema de delegación de votos más extendidas en nuestra práctica pueden mejorarse sustancialmente, y en este sentido invitamos a los Consejos de Administración a reflexionar sobre ellas. La práctica de los mercados más desarrollados ofrece abundantes modelos de inspiración. En nuestra opinión, los esfuerzos deberían dirigirse básicamente en la dirección de mejorar la transparencia, y en este sentido pensamos que sería altamente positivo justificar de manera más detallada de la que suele ser usual las propuestas de votación que se ofrecen en la solicitud, al menos en relación a la adopción de acuerdos que revistan cierta importancia de delegación, y revelar la existencia de conflicto de intereses, siempre que pueda plantearse esta situación. Es evidente, por ejemplo, que en el caso de que se incluya una propuesta de introducir una medida defensiva frente a ofertas de adquisición hostiles, deberá indicarse que el Consejo de Administración está en una situación de conflicto. Adicionalmente, podría ser deseable promover medidas que faciliten la captación de delegaciones de votos por parte de grupos significativos de accionistas. 9.3. Comunicación con los accionistas El frecuente absentismo de los accionistas y las limitaciones de la Junta General como foro de comunicación de la sociedad con sus inversores quizá justifiquen esfuerzos adicionales por crear otros cauces o instrumentos de comunicación más flexibles. Las recomendaciones que se han hecho por parte de las instituciones y comités más activos en este campo son muy variadas. Unas veces, se ha sugerido la conveniencia de que el Consejo, después de cada Junta, dirija una carta a todos los accionistas ofreciéndoles una síntesis de los debates que han tenido lugar y de los resultados alcanzados. En otras ocasiones, se ha propuesto la celebración de seminarios informativos descentralizados (por ejemplo, a nivel regional o provincial) para los accionistas, o el envío periódico de ciertas circulares informándoles sobre la marcha de la empresa, sobre sus planes y, muy especialmente, sobre los asuntos relacionados con el gobierno de la compañía. Con la misma finalidad, se ha sugerido también que, además de la información estándar que proporciona la sociedad en forma de memorias anuales, semestrales o trimestrales, se propicien reuniones con los analistas de los intermediarios del mercado, para que estas experiencias puedan llegar a los inversores. Especialmente interesantes nos parecen, en fin, las propuestas encaminadas a la creación de «oficinas de información del accionista». El objetivo que persiguen estas medidas es arbitrar cauces permanentes de comunicación con el accionista, complementarios del que proporciona el derecho de pregunta previsto por la Ley con ocasión de la celebración de la Junta General, a fin de que en cualquier momento puedan obtenerse de la sociedad las informaciones deseadas. La ventaja de este sistema es que, al propio tiempo, facilita la labor del Consejo, pues de este modo dispondrá de un instrumento adicional para pulsar las inquietudes de sus accionistas. La Comisión es consciente de que cualquiera de estas medidas, enunciadas a título meramente indicativo u orientativo, tiene un alcance muy limitado. Nuestro propósito en este punto no es formular una recomendación precisa, sino solamente llevar al ánimo de los responsables de las compañías cotizadas la necesidad de experimentar e imaginar nuevas fórmulas de comunicación y cohesión, que sean capaces de aumentar la confianza de los accionistas en las compañías a las que han destinado sus inversiones. Naturalmente, en esta tarea el Consejo de Administración ha de ponderar los costes que entraña para la sociedad la puesta en marcha de cada una de estas iniciativas y valorar si están justificados desde el punto de vista de la utilidad que puede aportar para su buen gobierno. 9.4. Inversores institucionales Dentro del capítulo dedicado a las relaciones del Consejo de Administración con los accionistas no debe faltar una referencia, siquiera sea breve, a los denominados inversores institucionales (fondos de inversión, fondos de pensiones, compañías de seguros, etc.), pues aun cuando el mercado español no ha alcanzado los niveles de inversión institucional que registran otros, la evolución más reciente muestra un espectacular incremento, que ha llegado a representar en el último año en torno al 25% de la inversión bursátil. Desde el punto de vista del gobierno de las sociedades cotizadas, los inversores institucionales son agentes de gran relieve, puesto que los intereses de sus afiliados o partícipes (titulares de pólizas de seguros, de participaciones en fondos de inversión, etc.) coinciden en buena medida con los intereses de los accionistas ordinarios. Es sabido que los inversores institucionales, nacionales y extranjeros, no han manifestado tradicionalmente especial interés por tener una presencia activa en la vida de las compañías, ni a través de una representación en el Consejo ni de una política participativa en los debates y votaciones de la Junta General. Con frecuencia, optan por tener las manos libres para salir de la sociedad cuando lo estimen oportuno. En una palabra, prefieren la liquidez al control. No obstante, es previsible que a medida que crece el volumen de sus inversiones y que, por tanto, se incrementa la dificultad de desinversión rápida (máxime, en mercados no suficientemente profundos como los nuestros) estas políticas pasivas experimenten algún cambio de orientación, y de hecho no faltan indicios de ello. Está fuera de nuestro cometido orientar las políticas de los inversores institucionales recomendando una mayor implicación en el gobierno de la compañía, aunque desde luego pensamos que si adoptasen esas políticas activas deberían ser aceptadas de buen grado por parte de los Consejos de las sociedades cotizadas. En todo caso, parece oportuno recomendar a los Consejos la adopción de políticas de comunicación con los inversores institucionales. Esta Comisión considera, en concreto, que el Consejo debe propiciar un contacto regular con dichos inversores para intercambiar puntos de vista y establecer un cauce que les permita proporcionar información valiosa a la dirección de la compañía para articular sus estrategias empresariales y de gobierno. No ignoramos que la puesta en marcha en estas iniciativas entraña siempre el riesgo de acceso a información sensible, y que ello pueda reducir la libertad de salida de los inversores institucionales que no apuestan por inversiones estables. Se trata, no obstante, de riesgos menores, que siempre pueden paliarse con la formulación de algunas normas de conducta. En todo caso, y con independencia de la política de participación que en cada circunstancia decidan adoptar, la Comisión confía en el compromiso cada vez mayor de los inversores institucionales con la promoción de las reglas de buen gobierno y, en este sentido, les invita a revelar sus preferencias sobre las pautas de organización de los Consejos de Administración y a hacer uso de su influencia para promover o favorecer su adopción por parte de las compañías destinatarias de sus inversiones. 10. Relaciones del Consejo con los mercados 10.1. Las exigencias del principio de transparencia El principio de transparencia y la salvaguardia de los intereses de los inversores reclaman una especial atención por parte del Consejo de Administración de las sociedades destinatarias de este Informe. La política de transparencia informativa impone a estas sociedades la obligación de suministrar al mercado información precisa y fiable sobre sus actividades y resultados. El Consejo de Administración de una sociedad cotizada debe ser consciente de esta responsabilidad y, por tanto, de su obligación de adoptar un papel activo en esta materia. Los deberes informativos de las sociedades cotizadas están regulados, en muchos casos, de forma detallada. En otros, las normas se limitan a recoger deberes genéricos, cuyo adecuado cumplimiento obliga a una mayor exigencia y comporta un grado mayor de responsabilidad. En todo caso, esta Comisión recomienda que el Consejo de Administración extreme el celo ofreciendo información inmediata y suficiente no sólo sobre los hechos relevantes capaces de influir de forma sensible en la formación de los precios de Bolsa, sino también sobre aquellos que afecten a la estructura de propiedad de la sociedad (en especial, las variaciones de participaciones significativas, los pactos de sindicación y demás formas de coalición que puedan establecerse); que entrañen una modificación sustancial de las reglas de gobierno (se trata de una información adicional a aquella que se recomienda ofrecer en el punto 12.2); que versen sobre operaciones vinculadas de especial relieve (transacciones dentro del grupo y con personas vinculadas a los miembros del Consejo de Administración); o que se refieran a los fondos propios de la sociedad. En relación con este último punto, la Comisión llama la atención sobre la necesidad de extremar el rigor en materia de autocartera. Las operaciones sobre acciones propias están muy extendidas en nuestra práctica y, a decir verdad, pueden resultar convenientes en muchas ocasiones. No obstante, dado los peligros que les son inherentes, deben sujetarse a la máxima transparencia. Cuando una sociedad se propone realizar una operació n de importancia en este ámbito, sea a través de una única transacción o de una serie de ellas, debe hacer públicos sus proyectos, al objeto de que las órdenes que lleguen al mercado puedan ser correctamente interpretadas. Desde el punto de vista procedimental, la aplicación del principio de transparencia hace aconsejable que el Consejo de Administración se responsabilice del contenido íntegro de toda la información de importancia que se transmita a los mercados. 10.2. Información financiera periódica La información financiera anual constituye un elemento fundamental en la política de transparencia y, por esta razón, la Ley rodea su elaboración de toda clase de cautelas, incluida su verificación por un auditor externo. No obstante, los mercados de capitales necesitan un flujo informativo más frecuente, y de ahí que la normativa del mercado de valores imponga también la obligación de informar semestralmente y hasta trimestralmente y, que en muchos casos, la propia prudencia exija que el órgano de gobierno de la compañía ofrezca información financiera en lapsos de tiempo aún más breves. En todos estos supuestos, los principios directrices deben ser los de máxima homogeneidad y máxima fiabilidad. Recomendamos, por ello, que la información financiera puesta a disposición de los mercados se elabore de acuerdo con los mismos principios, criterios y prácticas profesionales con que se elaboran las cuentas anuales, para asegurar así la transparencia a la hora de transmitir a mercados e inversores la «imagen sobre la actividad, los resultados y la razonabilidad en la continuidad» de la compañía. La experiencia indica que, en ocasiones, las informaciones trimestrales o semestrales se ven súbitamente desmentidas por las cuentas anuales, con grave daño para los inversores que previamente han confiado en una información periódica elaborada con ligereza. Sin llegar a preconizar la sujeción de esta información a una auditoría externa —ni siquiera a una auditoría menos exigente— parece oportuno recomendar que previamente sea exa minada por la Comisión de Auditoría. 11. Relaciones del Consejo con los auditores 11.1. El papel de la Comisión de Auditoría La auditoría de las cuentas anuales es una pieza de importancia capital dentro del sistema de controles de las sociedades anónimas. Los auditores son llamados para verificar los estados financieros preparados por el equipo de gestión y, en este sentido, contraen importantes responsabilidades. El Consejo de Administración ha de tomar las medidas necesarias para asegurar que los auditores realizan su misión convenientemente y, en especial, que trabajan libres de interferencias de la línea ejecutiva. Dentro de estas medidas destaca el establecimiento de una Comisión de Auditoría con las características y cometidos que vimos en su momento (v. supra 3.6). Para cumplir su misión es necesario dotarla al menos de las siguientes competencias: a) proponer la designación del auditor, las condiciones de contratación, el alcance del mandato profesional y, en su caso, la revocación o no renovación; b) revisar las cuentas de la sociedad, vigilar el cumplimiento de los requerimientos legales y la correcta aplicación de los principios de contabilidad generalmente aceptados, así como informar las propuestas de modificación de principios y criterios contables sugeridos por la dirección; c) servir de canal de comunicación entre el Consejo de Administración y los auditores, evaluar los resultados de cada auditoría y las respuestas del equipo de gestión a sus recomendaciones y mediar y arbitrar en los casos de discrepancias entre aquéllos y éste en relación con los principios y criterios aplicables en la preparación de los estados financieros; d) comprobar la adecuación e integridad de los sistemas internos de control y revisar la designación y sustitución de sus responsables; e) supervisar el cumplimiento del contrato de auditoría, procurando que la opinión sobre las cuentas anuales y los contenidos principales del informe de auditoría sean redactados de forma clara y precisa. 11.2. La independencia de los auditores La preocupación fundamental de los accionistas y de los mercados en este tema se centra en la efectiva independencia de los auditores. Queda fuera de nuestro cometido examinar la procedencia de adoptar nuevas regulaciones en este campo y, en su caso, de determinar su orientación y contenido. Nuestra impresión, sin embargo, es que en términos generales la mayor garantía de independencia estriba en la reputación de las firmas auditoras, pues todas ellas tienen fuertes razones comerciales para conservarla e incrementarla. No puede descartarse, sin embargo, que en ocasiones estén sometidas a presiones que lleguen a relajar sus estándares de conducta y, por ello, parece conveniente instar a los Consejos de Administración y a las Comisiones de Auditoría para que estén atentos ante aquellas circunstancias de las firmas de auditoría que puedan ser indicativas de una situación de riesgo. En concreto, se recomienda que verifiquen el grado de diversificación de la auditora y que se abstengan de contratar a aquellas firmas en las que los honorarios percibidos de la compañía representen un porcentaje significativo —por ejemplo, superior al diez por ciento— de sus ingresos totales. También es frecuente que la firma auditora preste a la compañía servicios profesionales de otra naturaleza (consultoría, asesoría jurídica, etc.). Esta Comisión, aun considerando perfectamente legítima esta práctica, recomienda la adopción de algunas cautelas, tales como incluir los ingresos por estos conceptos en el cálculo del grado de diversificación e informar públicamente de los honorarios globales que la sociedad satisface a la firma auditora por servicios distintos de la auditoría. 11.3. Reservas y salvedades La evidencia de que disponemos muestra que un elevado número de las opiniones emitidas por los auditores externos de las sociedades cotizadas en nuestros mercados contiene reservas y salvedades sobre los estados financieros que han sido objeto de verificación (un promedio del 27%, en los últimos tres años, presentaban salvedades). Se trata, a juicio de esta Comisión, de una situación anómala, sin parangón en otros mercados desarrollados, que necesariamente tiene que ser enmendada. Es de esperar, en este sentido, que el mayor rigor en la elaboración de las cuentas que propiciará la creación de Comisiones de Auditoría, ayudará a resolver el problema. Pero, en todo caso, encarecemos a los Consejos de Administración que eviten estas situaciones, causantes de tanta perplejidad entre los inversores. De todas formas, cuando ello no sea posible, la Comisión de Auditoría debe procurar que tanto el Consejo como los auditores informen claramente sobre las discrepancias, explicando su contenido y alcance a los accionistas y a los mercados. 12. Adopción y publicidad de las reglas de gobierno 12.1. Voluntariedad Las reflexiones y recomendaciones que han venido desgranándose a lo largo de este Informe tienen fundamentalmente un propósito orientador. La Comisión entiende que no deben ser objeto de regulación legislativa ni ser impuestas a sus destinatarios, ni siquiera indirectamente a través de sistemas de control de su adopción que puedan desvirtuar el carácter voluntario del Código de Buen Gobierno. En nuestra opinión, la libertad y la autonomía de organización han de quedar plenamente salvaguardadas, pues de ellas depende en gran medida la capacidad de adaptación de nuestras sociedades a los condicionamientos internos y externos, que han de afrontar. Adicionalmente, ha de subrayarse el carácter singular de cada sociedad y la conveniencia de que, como tal, no se vea privada de su soberanía para diseñar sus propias estructuras de gobierno en función de sus preferencias, de sus circunstancias y de sus características idiosincrásicas. La imaginación y la capacidad de innovación son fuerzas que tamb ién en este campo deben promoverse, en lugar de limitarse contra el riesgo del inmovilismo. Confiamos, sin embargo, en que nuestras recomendaciones puedan ser útiles en general para elevar los estándares de gobierno corporativo más extendidos en el mercado español. Elaboradas a partir de las mejores experiencias, pero teniendo en cuenta las características diferenciales de nuestra práctica societaria, serán particularmente provechosas para aquellos destinatarios que consideren que el valor de la organización se acrecienta con el incremento del control, de la transparencia y, en definitiva, de la disposición a dar cuenta y razón de sus decisiones. De otra parte, los criterios y reglas ofrecidas en este Informe han sido pensados para ser aplicados con flexibilidad e imaginación y no para trasponerlos mecánicamente, con el espíritu de quien cumple un trámite enojoso. El buen gobierno no se asegura con la simple apariencia externa de formalidades y procedimientos, sino que precisa la voluntad de asumir la filosofía y los principios que inspiran sus reglas. 12.2. Publicidad No cabe duda de que las cuestiones de gobierno corporativo son sumamente relevantes, y así lo documenta la experiencia disponible. En general, los expertos en esta materia, analistas y gestores de fondos consideran que los estándares de gobierno corporativo revisten una notable importancia a la hora de adoptar decisiones de inversión, y los sondeos de opinión realizados corroboran esta impresión. Las compañías deben ser transparentes, al objeto de facilitar la evaluación por parte de los mercados de sus sistemas de gobierno. Por esta razón, aconsejamos que las sociedades cotizadas informen públicamente sobre dichos sistemas, debiendo asegurarse que la Comisión delegada de Cumplimiento, cuyo cometido básico es evaluar la eficiencia de sus reglas de control y decisión y vigilar su efectiva observancia, participe en la elaboración de esta información. De lo que se trata es de que el Consejo de Administración incluya en su documentación pública anual información de sus reglas de gobierno. Parece muy aconsejable que las compañías justifiquen sus decisiones de no seguir las pautas recomendadas en el Código de Buen Gobierno que resulta de nuestro Informe. Esta exigencia de información razonada servirá, además, para fomentar en las sociedades el hábito de reflexionar regularmente sobre sus estructuras de gobierno, estimulándolas a adaptarse a las exigencias de los mercados, en beneficio de una mayor credibilidad. III. Código de buen gobierno 1. Consideraciones generales 1. Sirven de base a este Código las consideraciones contenidas en el precedente informe sobre el Consejo de Administración, que constituyen una reflexión y, a la vez, una invitación a los destinatarios a reflexionar sobre las cuestiones más importantes que plantea en la actualidad el gobierno de las sociedades. 2. El Código está dirigido, principalmente, a las sociedades españolas que cotizan en el mercado de valores y, en especial, a aquellas que presentan en la composición de su capital social un porcentaje mayoritario de acciones de libre circulación. 3. El Código formula recomendaciones que pretenden sintetizar medidas o prácticas de buen gobierno en el estado actual de evolución de las sociedades españolas. No trata de proponer normas de Derecho objetivo, sino de ofrecer a la consideración de las sociedades destinatarias un catálogo de medidas que, en uso de la libre autonomía de la voluntad y de la facultad de autorregulación que nuestro ordenamiento jurídico les reconoce, podrán adoptar en sus estatutos o reglas de funcionamiento orgánico. Dado el carácter de relatividad y flexibilidad con que se formulan las recomendaciones, las sociedades que opten por aceptarlas podrán, además, adaptarlas a sus propias características y circunstancias. 4. Las medidas que constituyen objeto de recomendación se centran en los Consejos de Administración y se inspiran en los principios de cuenta y razón —que incluye los de transparencia y responsabilidad del Consejo— y de eficacia, al servicio del interés social, definido conforme a la regla de creación de valor para el accionista. 2. Recomendaciones Se recomienda a las sociedades destinatarias que tomen en consideración las medidas siguientes: 1. Que el Consejo de Administración asuma expresamente como núcleo de su misión la función general de supervisión, ejerza con carácter indelegable las responsabilidades que comporta y establezca un catálogo formal de las materias reservadas a su conocimiento. 2. Que se integre en el Consejo de Administración un número razonable de consejeros independientes, cuyo perfil responda a personas de prestigio profesional desvinculadas del equipo ejecutivo y de los accionistas significativos. 3. Que en la composición del Consejo de Administración los consejeros externos (dominicales e independientes) constituyan amplia mayoría sobre los ejecutivos y que la proporción entre dominicales e independientes se establezca teniendo en cuenta la relación existente entre el capital integrado por paquetes significativos y el resto. 4. Que el Consejo de Administración ajuste su dimensión para lograr un funcionamiento más eficaz y participativo. En principio, el tamaño adecuado podría oscilar entre cinco y quince miembros. 5. Que, en el caso de que el Consejo opte por la fórmula de acumulación en el presidente del cargo de primer ejecutivo de la sociedad, adopte las cautelas necesarias para reducir los riesgos de la concentración de poder en una sola persona. 6. Que se dote de mayor relevancia a la figura del secretario del Consejo, reforzando su independencia y estabilidad y destacando su función de velar por la legalidad formal y material de las actuaciones del Consejo. 7. Que la composición de la Comisión Ejecutiva, cuando ésta exista, refleje el mismo equilibrio que mantenga el Consejo entre las distintas clases de consejeros, y que las relaciones entre ambos órganos se inspiren en el principio de transparencia, de forma que el Consejo tenga conocimiento completo de los asuntos tratados y de las decisiones adoptadas por la Comisión. 8. Que el Consejo de Administración constituya en su seno Comisiones delegadas de control, compuestas exclusivamente por consejeros externos, en materia de información y control contable (Auditoría); selección de consejeros y altos directivos (Nombramientos); determinación y revisión de la política de retribuciones (retribuciones); y evaluación del sistema de gobierno (Cumplimiento). 9. Que se adopten las medidas necesarias para asegurar que los consejeros dispongan con la antelación precisa de la información suficiente, específicamente elaborada y orientada para preparar las sesiones del Consejo, sin que pueda eximir de su aplicación, salvo en circunstancias excepcionales, la importancia o naturaleza reservada de la información. 10. Que, para asegurar el adecuado funcionamiento del Consejo, sus reuniones se celebren con la frecuencia necesaria para el cumplimiento de su misión; se fomente por el presidente la intervención y libre toma de posición de todos los consejeros; se cuide especialmente la redacción de las actas y se evalúe, al menos anualmente, la calidad y eficiencia de sus trabajos. 11. Que la intervención del Consejo en la selección y reelección de sus miembros se atenga a un procedimiento formal y transparente, a partir de una propuesta razonada de la Comisión de Nombramientos. 12. Que las sociedades incluyan en su normativa la obligación de los consejeros de dimitir en supuestos que puedan afectar negativamente al funcionamiento del Consejo o al crédito y reputación de la sociedad. 13. Que se establezca una edad límite para el desempeño del cargo de consejero, que podría ser de sesenta y cinco a setenta años para los consejeros ejecutivos y el presidente, y algo más flexible para el resto de los miembros. 14. Que se reconozca formalmente el derecho de todo consejero a recabar y obtener la información y el asesoramiento necesarios para el cumplimiento de sus funciones de supervisión, y se establezcan los cauces adecuados para el ejercicio de este derecho, incluso acudiendo a expertos externos en circunstancias especiales. 15. Que la política de remuneración de los consejeros, cuya propuesta, evaluación y revisión debe atribuirse a la Comisión de Retribuciones, se ajuste a los criterios de moderación, relación con los rendimientos de la sociedad e información detallada e individualizada. 16. Que la normativa interna de la sociedad detalle las obligaciones que dimanan de los deberes generales de diligencia y lealtad de los consejeros, contemplando, en particular, la situación de conflictos de intereses, el deber de confidencialidad, la explotación de oportunidades de negocio y el uso de activos sociales. 17. Que el Consejo de Administración promueva la adopción de las medidas oportunas para extender los deberes de lealtad a los accionistas significativos, estableciendo, en especial, cautelas para las transacciones que se realicen entre éstos y la sociedad. 18. Que se arbitren medidas encaminadas a hacer más transparente el mecanismo de delegación de votos y a potenciar la comunicación de la sociedad con sus accionistas, en particular con los inversores institucionales. 19. Que el Consejo de Administración, más allá de las exigencias impuestas por la normativa vigente, se responsabilice de suministrar a los mercados información rápida, precisa y fiable, en especial cuando se refiera a la estructura del accionariado, a modificaciones sustanciales de las reglas de gobierno, a operaciones vinculadas de especial relieve o a la autocartera. 20. Que toda la información financiera periódica que, además de la anual, se ofrezca a los mercados se elabore conforme a los mismos principios y prácticas profesionales de las cuentas anuales, y antes de ser difundida, sea verificada por la Comisión de Auditoría. 21. Que el Consejo de Administración y la Comisión de Auditoría vigilen las situaciones que puedan suponer riesgo para la independencia de los auditores externos de la sociedad y, en concreto, que verifiquen el porcentaje que representan los honorarios satisfechos por todos los conceptos sobre el total de los ingresos de la firma auditora, y que se informe públicamente de los correspondientes a servicios profesionales de naturaleza distinta a los de auditoría. 22. Que el Consejo de Administración procure evitar que las cuentas por él formuladas se presenten a la Junta General con reservas y salvedades en el informe de auditoría, y que, cuando ello no sea posible, tanto el Consejo como los auditores expliquen con claridad a los accionistas y a los mercados el contenido y el alcance de las discrepancias. 23. Que el Consejo de Administración incluya en su informe público anual información sobre sus reglas de gobierno, razonando las que no se ajusten a las recomendaciones de este Código. Informe de la Comisión Especial para el Fomento de la Transparencia y Seguridad en los Mercados y en las sociedades cotizadas —Informe Aldama— (8 de enero de 2003) Miembros de la comisión especial para el fomento de la transparencia y la seguridad en los mercados financieros y las sociedades cotizadas Presidente D. Enrique de Aldama y Miñón Vicepresidente D. Carlos Bustelo García del Real Vocales D. Juan Iranzo Martín D. Jordi Canals Margalef D. Federico Durán López D. Víctor Pérez Díaz D. Carlos Pérez de Bricio Olariaga D. Cándido Paz-Ares Rodríguez D. Antonio Zoido Martínez D. Antonio Hernández-Gil Álvarez-Cienfuegos D. Miquel Roca Junyent D. Alejandro Fernández de Araoz y Marañón D. Alberto Bercovitz Rodríguez-Cano D. Fernando Sánchez Calero Secretario D. José María Garrido García ÍNDICE I. CONSIDERACIONES GENERALES 1. El mandato de la Comisión 2. Diagnóstico general de la situación 3. La tradición española y el Código Olivencia 4. El Código Olivencia cuatro años después y el papel de esta Comisión 5. Destinatarios de este Informe 6. Contenido y estructura del Informe II. EL PRINCIPIO DE TRANSPARENCIA Y EL DEBER DE INFORMAR 1. La transparencia 1.1. Información completa 1.2. Información correcta 1.3. Información equitativa, simétrica y en tiempo útil 2. El deber de información 2.1. Contenido de la informació n que han de hacer pública las sociedades cotizadas sobre su estructura de gobierno 2.2. Los instrumentos de información sobre gobierno corporativo 2.3. Garantías de la calidad de la información: el principio «cumplir o explicar» III. EL PRINCIPIO DE SEGURIDAD Y EL DEBER DE LEALTAD. LAS RESPONSABILIDADES DE LOS ADMINISTRADORES 1. La seguridad 2. La responsabilidad de los administradores: deberes de lealtad y diligencia 2.1. El deber de lealtad en los conflictos de intereses 2.2. Especificación de los deberes de lealtad 2.3. La extensión subjetiva de los deberes de lealtad 2.4. Los deberes de diligencia 3. El marco ético del gobierno corporativo LOS ÓRGANOS DE GOBIERNO 1. La Junta General de Accionistas 1.1. Información al accionista con ocasión de las Juntas Generales 1.2. Información sobre los criterios de gobierno corporativo y su observancia 1.3. Reglamento de la Junta General 1.4. Convocatoria, orden del día, propuestas de acuerdos e información a disposición del accionista durante el período de preparación de la Junta 1.5. Celebración y desarrollo de la Junta 1.6. Otras medidas 2. El Consejo de Administración 2.1. Los consejeros 2.2. Inamovilidad de los consejeros externos 2.3. La edad de los consejeros 3. Composición del Consejo de Administración 4. El presidente del Consejo de Administración 5. Comisiones del Consejo de Administración 5.1. La Comisión Ejecutiva o Delegada 5.2. La Comisión de Auditoría y Control 5.3. La Comisión de Nombramientos y Retribucio nes 5.4. La Comisión de Estrategia e Inversiones 6. La remuneración del Consejo y de la alta dirección 7. La formulación de las cuentas anuales y de los estados financieros semestrales y trimestrales 8. El cumplimiento de los criterios de gobierno corporativo. Reglamento del Consejo V. LOS PRESTADORES DE SERVICIOS PROFESIONALES 1. Auditores 2. Analistas financieros y bancos de inversión 3. Agencias de calificación VI. ALCANCE DE LAS PRESENTES RECOMENDACIONES 1. El principio de la autorregulación 2. La conveniencia de un soporte normativo adicional IV. I. Consideraciones generales 1. El mandato de esta Comisión El Consejo de Ministros, en su reunión del 19 de julio de 2002, adoptó un acuerdo cuya parte dispositiva dice así: Se constituye una Comisión Especial de carácter técnico para el estudio de los criterios y pautas a que deben someterse las sociedades emisoras de valores e instrumentos admitidos a negociación en los mercados organizados, en sus relaciones con los consultores, analistas financieros y las demás empresas, personas y entidades que las asisten o prestan sus servicios profesionales, así como las que han de regir entre estas últimas, con la finalidad de aumentar la transparencia y la seguridad en los mercados financieros, a la luz de los cambios estructurales, la actual economía globalizada y las tendencias de los mercados internacionales. Además, esta Comisión analizará el estado actual de situación y grado de asunción del Código de Buen Gobierno de las Sociedades Cotizadas. Esta Comisió n entiende que este mandato le obliga a estudiar y proponer «criterios y pautas» en lo que se refiere al gobierno de las sociedades, a su relación con una serie de empresas de servicios profesionales, y a establecer tales criterios y pautas con vistas a aumentar «la transparencia y la seguridad en los mercados»; y ello, después de analizar el estado actual de la aplicación del Código de Buen Gobierno de las sociedades cotizadas. Para realizar su misión la Comisión se ha reunido con frecuencia; ha trabajado, primero, en comisiones y, luego, en sesiones plenarias; ha requerido amplia información entre las sociedades que cotizan en bolsa y los prestadores de servicios profesionales, y ha puesto a disposición del público una dirección de correo electrónico a la que enviar sugerencias y observaciones. Como resultado de ello, ha elaborado el presente Informe, que comienza con estas consideraciones generales, continúa con una reflexión sobre los criterios de transparencia y seguridad de los mercados, y llega a una serie de recomendaciones relativas tanto a la relación de las sociedades cotizadas con las empresas de servicios profesionales antes mencionadas como al mejor gobierno de aquellas sociedades, de acuerdo con el mandato recibido. La Comisión está de acuerdo sobre el conjunto del documento que se presenta como Informe, aunque no refleje el contenido de la opinión individual de cada uno de sus miembros sobre cada uno de los puntos tratados. 2. Diagnóstico general de la situación Como es bien sabido, las economías de mercado contemporáneas se encuentran insertas en un proceso acelerado de globalización, uno de cuyos elementos es la integración de sus mercados de capitales. Semejante proceso de integración ha provocado fuertes presiones a favor de una cierta convergencia de los modelos institucionales de los mercados de capitales de los países más avanzados, según la cual el sistema centrado sobre todo en los bancos e instituciones financieras similares, como ha sido tradicional en las economías europeas continentales, está siendo desplazado por otro sistema centrado principalmente en las bolsas de valores, al modo tradicional en las economías de mercado de tipo anglosajón. En estas presiones concurren tanto la necesidad de acceso a mayores fondos de capital, como las posibilidades de una comunicación global en tiempo real, facilitada por los cambios en las tecnologías de la información, así como los efectos de un proceso complejo de difusión cultural. Suele entenderse que el correcto funcionamiento de un mercado de capitales como el actual, de alcance mundial, y que atrae un volumen de capitales creciente y de las más variadas procedencias, en condiciones de gran incertidumbre, exige la aplicación de una filosofía coherente de regulación o coordinación de la economía en torno a tres criterios o principios: el de la vigencia efectiva del imperio de la ley, el de la autorregulación de los mercados, en el mayor grado posible, y el de la máxima transparencia. Sin una aplicación efectiva del imperio de la ley, mediante la intervención pronta y competente de instrumentos institucionales de seguimiento, resolución de conflictos y aplicación de la justicia, el sistema pierde seguridad y legitimidad a los ojos de amplias capas de la sociedad. Sin aplicar el mayor grado posible de autorregulación de los mercados, los países avanzados abandonarían la senda de un modo de coordinación liberal de sus economías. Sin poner especial atención en el principio de la transparencia, es decir, en fomentar la difusión de una información lo más amplia y fiable posible, la autorregulación de los mercados y la corrección de sus imperfecciones —por otra parte, lógicas e inevitables— se llevarían a cabo con mucho mayores costes y turbulencias de los necesarios. Las recientes dificultades que se han podido observar en los mercados de capitales tienen que ver con varios factores. Para empezar, en buena medida, estas dificultades responden al proceso de aprendizaje colectivo que acompaña al proceso de cambio del marco institucional de los mercados de capitales hacia sistemas centrados en las bolsas de valores. En relación con ese aprendizaje se ha observado, en los Estados Unidos y en otros países, el efecto de factores diversos, entre los cuales se cuentan el funcionamiento parcialmente defectuoso de los mercados de control corporativo, los errores estratégicos de las empresas que han aumentado exageradamente su nivel de endeudamiento o infravalorado los riesgos de sus operaciones, y las actuaciones inapropiadas de determinadas empresas, incluidas prácticas contables que han distorsionado, a veces gravemente, la percepción de la situación, sin olvidar la responsabilidad de las propias autoridades reguladoras que han podido generar marcos de incentivos equivocados para los agentes económicos. Además, hay que tener en cuenta que, a veces, la percepción social de las turbulencias de los mercados, y la sensación de inquietud, o incluso de alarma, ante determinados escándalos, pueden ser amplificadas como consecuencia de factores tales como la resonancia que tales hechos tienen en los medios de comunicación, a veces cargada de dramatismo —lo que no debe ser óbice para reconocer el papel clave de los medios en general a la hora de informar al público sobre tales asuntos—, el posible exceso en la reacción a los problemas con un incremento de la regulación y de la intervención estatal; y la comprensible aprensión de un público de familias cada vez más involucradas en los mercados de capitales ante las fases bajas de los ciclos económicos, un público carente con frecuencia de juicio propio en la materia, que ha recibido mensajes de un optimismo excesivo durante mucho tiempo. Aunque todas estas dificultades y estas circunstancias son importantes, y requieren cuidadosa atención, vistas con perspectiva, no ponen en cuestión los fundamentos del sistema de economía de mercado, ni la orientación general de las economías avanzadas hacia sistemas centrados en las bolsas de valores. En consecuencia, las dificultades de estos años no sólo no cuestionan los principios del imperio de la ley, la autorregulación y la transparencia, sino que su solución puede y debe acometerse de acuerdo con esos mismos criterios. 3. La tradición española y el Código Olivencia España ha participado del proceso de transición ya mencionado hacia un sistema centrado en las bolsas de valores, con especial intensidad en los últimos años. Sin embargo este proceso es lento y complejo y su culminación depende de cambios en las pautas de conducta, en los modos de percepción, y en los marcos de incentivos, que no pueden realizarse meramente mediante una intervención legislativa o el establecimiento de un código de conducta. Hay que tener en cuenta, además, el punto de partida de nuestro país, compartido con otros muchos países de nuestro entorno: la existencia de una larga tradición de coordinación económica estatista y reglamentista, y de un mercado de capitales centrado en torno a los bancos e instituciones financieras, con una frecuencia alta de participaciones accionariales cruzadas, capital social concentrado y núcleos estables, y unos gestores habituados a relaciones de proximidad con los poderes públicos, y relativamente poco controlados por su Consejo de Administración y, mucho menos aún, por su Junta de accionistas. Este orden de cosas ha sido sometido a un proceso de crecimiento muy intenso de la actividad financiera, caracterizado por el recurso a las bolsas de valores por parte de unas grandes empresas empeñadas en procesos de expansión y de consolidación, de empresas medianas y pequeñas que daban el salto de una empresa familiar tradicional a una empresa moderna y de mayores ambiciones, y de un ahorro familiar de volumen creciente que se aventuraba, muchas veces por primera vez, en este terreno. Hay que recordar que la estructura de los activos financieros de las familias españolas ha experimentado un cambio sustancial en la última década. A finales de 2001, cerca del 60% de esos activos estaba formado por productos financieros relacionados directa o indirectamente con el mercado bursátil (acciones, bonos, fondos de inversión, fondos de pensiones y seguros), frente al 37% en 1995 y el 23% en 1985. De hecho, a fines de 2002, el 28% de la capitalización de la Bolsa de Madrid, por ejemplo, estaba en manos de las familias: un porcentaje superior al existente en la mayoría de las bolsas europeas. En estas circunstancias, de un cambio rápido contra el telón de fondo de una tradición propia de una época anterior, no puede extrañar que el tránsito a un sistema basado en las bolsas de valores y en el protagonismo relativo de los accionistas resulte complicado y titubeante. Tampoco puede extrañar que, por ello, el intento de llevarlo a cabo se haya traducido, de hecho, todavía, en el mantenimiento de facto de la pauta de un control débil de los gestores por parte de Consejos y Juntas, de una retórica de creación de valor para el accionista —entendido como sinónimo de la cotización bursátil del momento—, de la adopción de códigos de gobierno a veces simplemente pro forma, de la difusión de una figura de consejero independiente todavía sin asentarse en la práctica, o de un primer movimiento a favor de un aumento importante de las remuneraciones de los directivos y cierta resistencia a la publicidad de esas retribuciones. Todos ellos son signos de una fase relativamente inicial de la transición, en la que los cambios culturales e institucionales han quedado, quizá, esbozados y enunciados, pero todavía no se han realizado plenamente. En este proceso de transición se sitúa la actuación de la Comisión Olivencia. Como es sabido, esta Comisión fue creada por el Gobierno español en 1997, y elaboró un Informe, hecho público en febrero de 1998, sobre el proceso en curso por el cual, fundamentalmente, la Comisión preveía como probable y deseable la incorporación de buena parte de la tradición anglosajona de las prácticas de buen gobierno a las empresas cotizadas y los mercados de capitales en España; y, en congruencia con ello, partió de una consideración del gobierno de la empresa que enfatizaba la responsabilidad de la dirección y de los Consejos de Administración ante los accionistas de la sociedad. El Informe de la Comisión Olivencia abocó a una serie de recomendaciones, precisas y ponderadas, que constituyen un Código de Buen Gobierno, de adopción voluntaria por parte de unas emp resas que se deberían comprometer bien a cumplir el código, bien a explicar por qué no lo hacen, en la expectativa de que los mercados, a los que llegará esta información, probablemente recompensen las prácticas de buen gobierno y sancionen negativamente su incumplimiento, salvo que las razones de la empresa para no cumplirlo les parezcan persuasivas, o salvo que den más importancia a la eficacia de los resultados económicos de la sociedad que a sus prácticas de gobierno. Con todo ello, la Comisión Olivencia hacía suya una orientación que respondía justamente a los criterios de imperio de la ley, autorregulación y transparencia de la gestión a los que se ha hecho referencia. 4. El Código Olivencia cuatro años después y el papel de esta Comisión El Informe Olivencia y su Código de Buen Gobierno han sido objeto de la atención y el comentario de un segmento estratégico pero restringido de la población. Al cabo de cuatro años no se sabe con precisión hasta qué punto ha sido efectivamente aplicado, aunque sí se dispone de una evidencia parcial interesante sobre la cuestión. La CNMV ha dado a conocer las respuestas de lo que dicen las empresas cotizadas acerca de su cumplimiento del código, pero se trata de una información agregada y sin contrastar. Una segunda Comisión Olivencia, establecida precisamente para seguir el cumplimiento del Código, promovió dos encuestas, realizadas en el año 2000, a una muestra estratégica de unos 200 expertos y a una muestra representativa de 800 accionistas, respectivamente. Los resultados demuestran que si bien los expertos conocen el Informe y el Código Olivencia, y lo estiman positivamente, los accionistas apenas lo conocen. Unos y otros parecen suscribir la filosofía de la voluntariedad del Código y la autorregulación por los mercados, que es característica del Informe. Sin embargo, merece resaltarse el hecho de que, según estas encuestas, la opinión mayoritaria de expertos y accionistas es que, en la práctica, la información proporcionada por las sociedades cotizadas a los mercados y a sus accionistas es muy insuficiente, lo que se aplica en particular a la información proporcionada con ocasión de las Juntas de accionistas. Ambos grupos, expertos y accionistas, dan por supuesto que, al amparo de esta falta de transparencia, se dan conflictos de intereses y el uso de información privilegiada por parte de directivos y consejeros, en detrimento de la sociedad. Ven con cierto interés la figura del consejero independiente, pero dudan de que, en realidad, tales consejeros sean realmente independientes; una duda que, probablemente, refleja la escasa experiencia real acumulada sobre este particular en el mundo de los negocios y en la sociedad en España. En estas circunstancias, y a la vista de esta información fragmentaria sobre la realidad del gobierno de las sociedades cotizadas, el paso siguiente ha sido y es el dado por esta Comisión, en aplicación del mandato mencionado en el punto de partida de este Informe. Se trata de un paso más a lo largo de la senda de la transformación del mercado de capitales español, que continúa la tradición del Informe Olivencia, puesto que hace suyo lo fundamental de la filosofía del imperio de la ley, la autorregulación y la transparencia. También considera esta Comisión, como lo hizo la anterior, que su función no es la de sustituir al legislador, ni la de recortar la capacidad de autorregulación de las sociedades. Por el contrario, entiende que el estilo de su intervención es el apropiado a su tarea de proponer unas reflexiones sobre la situación, esclarecer el sentido del proceso de cambio en el que estamos insertos, y realizar determinadas sugerencias, señalando problemas y apuntando posibles soluciones, sin dogmatismo, en el tono y la manera de pautas prudentes en una materia de una complejidad considerable y creciente, y sometida a cambios continuos. 5. Destinatarios de este Informe Las reflexiones y recomendaciones de este Informe van dirigidas, ante todo, a las propias sociedades y a los partícipes en los mercados de capitales, sin perjuicio, naturalmente, del uso que de ellas hicieran o estimaran necesario hacer los poderes públicos, así como de la contribución que aquellas reflexiones puedan suponer al debate público y a la deliberación de la sociedad en general sobre tales asuntos. En concreto, el Informe toma como punto central de referencia las sociedades cotizadas, que se encuentran en el núcleo de los mercados de capitales y de la captación de recursos financieros del público, pero sus recomendaciones pudieran extenderse también a todas aquellas sociedades que acuden al mercado primario de valores (mercado de emisiones) con el objetivo de colocar sus valores al público, con independencia de que los valores no coticen posteriormente en un mercado secundario. Asimismo, el Informe contempla, aunque sea de forma lateral, la relación de determinados operadores y sujetos especializados con las sociedades cotizadas, y a ellos van destinadas también, por tanto, algunas de sus recomendaciones. 6. Contenido y estructura del Informe Tomando en consideración el Informe de la Comisión Olivencia, las experiencias recogidas de su aplicación y los retos que hoy se plantean, este informe aborda varios de los problemas que fueron objeto del Informe anterior, y algunos otros nuevos. Asimismo, este Informe responde a una orientación de regulación de los mercados de capitales que es coherente con el Informe anterior, mientras que, al tiempo, desarrolla con mayor amplitud determinados principios y criterios. Este Informe responde a la búsqueda de un equilibrio entre, por una parte, una regulación orientada a la protección legal de los derechos de propiedad de los accionistas, que constituyen, en último término, la piedra angular del sistema de los mercados de capitales, y, por otra parte, la mayor autorregulación posible de las empresas cotizadas. Puede decirse que esta filosofía se resume en una afirmación del principio de libertad si se entiende que este principio tiene una doble dimensión, la relativa al ejercicio de libertad de los accionistas y la relativa a la autorregulación de las empresas a la hora de decidir y aplicar sus estrategias, pero también a la de organizar su gobierno corporativo. De este principio de libertad se deducen, a su vez, los principios de transparencia y de lealtad, debidamente equilibrado con el de diligencia, a los que este Informe dedica gran parte de su atención, así como el tratamiento que hace tanto del funcionamiento de los órganos del gobierno corporativo como de las relaciones con empresas de servicios y asesoramiento. Entre los problemas tratados en este informe cabe mencionar los relativos a la especificación de los deberes de lealtad y diligencia, la definición de los conflictos de interés, el funcionamiento de los Consejos de Administración y la Junta General de accionistas, así como la relación entre las empresas cotizadas y otras empresas con las que mantienen relaciones comerciales o de servicios de asesoramiento. En consecuencia, el Informe se ha estructurado de la forma siguiente. Las secciones II y III se dedicarán al análisis de los problemas relativos a la aplicación de los principios de transparencia y del deber de lealtad. A continuación, la sección IV tratará sobre «Los órganos de gobierno», y la sección V, sobre «Los prestadores de servicios profesionales». Finalmente, la sección VI contiene un conjunto de reflexiones acerca del alcance y la aplicación de las recomendaciones propuestas. II. El principio de transparencia y el deber de informar 1. La transparencia En los mercados financieros, la información es la piedra angular sobre la que descansa todo el sistema para que los precios se formen adecuadamente y se pueda tutelar la posición de quienes en ellos actúan. Por eso, la regulación de los mercados financieros y de sus agentes debe asegurar la correcta y necesaria transmisión de información de modo que cuantos participan en los mismos puedan formarse juicios fundados y razonables para sus decisiones de inversión o de desinversión, erigiéndose en principio fundamental el de la transparencia, por el cual: — Se transmite al mercado toda la información relevante para los inversores. — La información que se transmite es correcta y veraz. — La información se transmite de forma simétrica y equitativa. — La información se transmite en tiempo útil. Cuando estas condiciones se cumplen, los participantes en el mercado pueden juzgar correctamente a las sociedades cotizadas, y tomar las decisiones oportunas, asumiendo los riesgos inherentes al mercado. Se impone, por ello, examinar el régimen de transparencia de los mercados financieros y de las sociedades cotizadas al efecto de corregir las posibles carencias que puedan manifestarse en el análisis de la situación actual. La Comisión considera que nuestro sistema de transparencia está esencialmente orientado a la información cuantitativa (económica y contable) y a la de impacto más inmediato (hechos relevantes), pero que todavía ha de desarrollarse más en relación a la información cualitativa y, específicamente, en materia de gobierno corporativo. La recomendación en este punto es que se extiendan los deberes de información sobre las estructuras y prácticas de gobierno de cada sociedad y, en general, que se adopten medidas para asegurar la mayor calidad de la información. El establecimiento de obligaciones de transparencia constituye una medida especialmente adecuada porque: a) proporciona información sobre una dimensión de la empresa que cada vez resulta de mayor importancia para su evaluación y, consiguientemente, para adoptar decisiones de inversión; b) facilita que las fuerzas del mercado desplieguen su fuerza disciplinar, lo que a su vez crea incentivos para que la autorregulación no se use para preservar intereses creados sino para incrementar la eficiencia de la organización, y c) constituye, en definitiva, una medida poco agresiva o intervencionista, capaz de sustituir con ventaja otras disposiciones limitativas de la libertad de organización. En este sentido, la Comisión ve las obligaciones de transparencia como una pieza complementaria de la autorregulación facilitando las condiciones que permiten dejar muchas otras cuestiones al ámbito de la autonomía privada con mayor flexibilidad y adaptabilidad. 1.1. Información completa El desarrollo de los mercados y de las sociedades hacen que hoy en día los inversores necesiten una mayor cantidad y calidad de información para poder formarse una «imagen fiel» de una sociedad cotizada. No basta, como se dirá inmediatamente, que se tenga acceso a la información contable de la sociedad; es preciso, igualmente, tener acceso a datos que en los mercados actuales tienen una relevancia cada vez mayor y entre los cuales destacan todos aquellos referidos al gobierno de las sociedades. Con independencia del equilibrio entre mecanismos de regulación y de autorregulación de las sociedades cotizadas, los inversores tienen derecho a conocer los datos clave relativos a los procesos de toma de decisiones en las sociedades cotizadas y todos los demás que revelen aspectos importantes del gobierno societario. 1.2. Información correcta De nada sirve que la información sea completa si no es posible garantizar que sea también correcta. Los procedimientos que garanticen su corrección deben extenderse a cualesquiera aspectos de la información que han de suministrar las sociedades cotizadas y, de modo especial, a la relativa al gobierno societario, dado que, como se ha expresado anteriormente, se ha convertido también en información relevante para los inversores, así como a la información contable. La experiencia reciente de los Estados Unidos ha demostrado que la contabilidad, el lenguaje financiero de las empresas, ha de servir para trasladar una información correcta al mercado, y no para ocultar o distorsionar esa información. En relación con la importante tarea de elaborar un cuerpo básico de normas contables que puedan ser aceptadas en los mercados financieros internacionales, la Comisión quiere destacar el meritorio esfuerzo de armonización internacional que se está llevando a cabo en la Unión Europea, que ha hecho posible la reciente aprobación del Reglamento Europeo sobre Normas Internacionales de Contabilidad, que será aplicable a partir de 2005. La Comisión opina, sin embargo, que los principios tradicionales de contabilidad basados en la prudencia valorativa no deberían ser abandonados a favor de unos valores de mercado o valores razonables, resultado siempre de apreciaciones subjetivas y sometidos a fuertes oscilaciones. Los acontecimientos que se han producido en los Estados Unidos demuestran que los estados financieros elaborados de acuerdo con los nuevos criterios pueden dejar de ser guías de acción eficaces para los gestores e indicadores fiables para los inversores. La Comisión basa su preocupación en el hecho probado de que las empresas europeas se han mantenido en gran medida ajenas a los problemas financieros norteamericanos precisamente por no haber adoptado los nuevos principios contables que ahora se van imponiendo también en la Unión Europea. Por otra parte, la volatilidad propia de los valores de mercado, o valores razonables, puede ser incompatible con la seguridad, claridad y confianza que los balances empresariales deben suministrar a los mercados. Finalmente, las normas de contabilidad vigentes, a través de las oportunas notas adicionales a la memoria anual de la empresa, ya permiten que se informe a los accionistas de cuál sería el valor de mercado de los activos más importantes en una determinada fecha. Estas prácticas no deben erosionar el principio tradicional de prudencia que exige toda valoración contable. Es oportuno reflexionar sobre la conveniencia de extender la garantía de corrección a cualesquiera otros aspectos de la información que han de suministrar las sociedades cotizadas y, de modo especial, a la relativa al gobierno societario, dado que, como se ha expresado anteriormente, se ha convertido también en información relevante para los inversores. 1.3. Información equitativa, simétrica y en tiempo útil Finalmente, la información ha de ser transmitida al mercado de forma equitativa y simétrica: todos los partícipes del mercado deben tener acceso a una información sustancialmente igual en un mismo horizonte temporal, por lo que las sociedades deben trasladar a los accionistas e inversores, en general, el contenido de las presentaciones facilitadas a bancos de inversión, analistas, agencias de calificación, accionistas significativos y a todos los depositarios de información sensible a partir del momento en que esta información sea conocida por la sociedad. El momento en que se transmite la información al mercado tiene también la mayor relevancia. De nada sirve una información correcta, equitativa y simétrica si no se transmite en el momento en que esa información es conocida por la propia sociedad. Las modificaciones incluidas en la Ley de Medidas de Reforma del Sistema Financiero (Ley 44/2002, de 22 de noviembre) apuntan a un régimen cada vez más exigente en materia de comunicación de la información relevante al mercado (artículo 37 y siguientes). Sería recomendable extender ese régimen a las informaciones relativas al buen gobierno, y las exigencias de tratamiento equitativo en la distribución de la información han de predicarse también respecto de los demás sujetos que, interviniendo en el mercado, se relacionan con las sociedades. 2. El deber de información En relación con cuanto se ha expuesto, es necesario que las empresas reconozcan y observen los mencionados deberes de transparencia: la transmisión de información al mercado no puede ser meramente voluntaria, independientemente de la naturaleza vinculante o no de las reglas o criterios de buen gobierno societario. Y respecto de estas reglas o criterios ha de exigirse que, como mínimo, las sociedades transmitan al mercado la información sobre cuáles adoptan y cuál es su grado de observancia en cada caso, para que los inversores puedan formarse un juicio correcto sobre esas sociedades. El cumplimiento de estos deberes de las sociedades cotizadas corresponde a sus gestores, bajo el control y responsabilidad última del Consejo y sus órganos delegados o especializados. 2.1. Contenido de la información que han de hacer pública las sociedades cotizadas sobre su estructura de gobierno De acuerdo con lo anteriormente dicho, la Comisión recomienda el establecimiento de deberes de transparencia sobre los siguientes aspectos de su estructura y prácticas de gobierno: A) Estructura de propiedad de la sociedad La información relativa a este extremo debería exceder del actual régimen de publicidad de las participaciones significativas para ofrecer una imagen fiel y actualizada de los poderes que controlan las sociedades, haciendo pública la estructura de su capital y, dentro de él, indicar los porcentajes de participación y las relaciones de índole familiar, comercial, contractual o societaria que existan. La Comisión entiende que es de suma importancia que los mercados estén al corriente de los pactos parasociales y de la estructura de control de las sociedades o grupos de sociedades que participan en el capital de la sociedad y en el de sus filiales, sobre todo cuando en ellas participen también los accionistas de referencia, así como de la representación — directa o indirecta— que tienen en el Consejo estas sociedades, y de las medidas de blindaje de cualquier clase que puedan existir en la sociedad. B) Estructura de la administración de la sociedad Los mercados deben conocer asimismo la composición, reglas de organización y funcionamiento del Consejo de Administración y de sus Comisiones; la identidad, trayectoria, participación en el capital y remuneración de sus miembros, las funciones y cargos de cada consejero dentro de la sociedad, las relaciones entre éstos y los accionistas de referencia, los consejeros cruzados o vinculados y los procedimientos de selección, remoción o reelección. La información no ha de limitarse a los aspectos formales, sino que debe completarse con la explicación y evaluación de las prácticas seguidas. C) Operaciones vinculadas y operaciones intragrupo La Ley de Medidas de Reforma del Sistema Financiero, de 22 de noviembre de 2002, ha dado un paso muy importante al establecer el deber de informar sobre las operaciones de la sociedad con sus accionistas de referencia y sus administradores y altos directivos (artículo 37 de la Ley 44/2002). Asimismo debe informarse de las operaciones con las sociedades filiales y, en general, de aquellos extremos que puedan ser relevantes para enjuiciar el grado de efectividad y observancia de los deberes de lealtad a que se refiere la sección III de este Informe. D) Sistemas de control del riesgo Se trata de hacer públicos los dispositivos de control establecidos para evaluar, mitigar o reducir los principales riesgos de la sociedad. E) Funcionamiento de la Junta General La información pública ha de extenderse también a las reglas de funcionamiento de la Junta General y a los cauces de relación que tenga abiertos la sociedad con sus accionistas. También en este plano resulta de suma importancia que se justifiquen las políticas seguidas por la sociedad en materias tales como las delegaciones de voto, se dé cuenta de los problemas con que se encuentra la Junta y se ofrezcan datos sobre el desarrollo de sus reuniones (asistencia directa, informaciones, preguntas, quejas), evaluándose su cometido y aportación. 2.2. Los instrumentos de información sobre gobierno corporativo Los cauces para hacer efectiva la transparencia sobre los puntos anteriores pueden ser muy variados, desde notas de prensa hasta comunicaciones regladas a las autoridades supervisoras (participaciones significativas, hechos relevantes, memorias o informes de gestión y específicos sobre gobierno corporativo, etc.). Ello no debe obstar a que se dé una información unitaria y ordenada sobre el gobierno corporativo. A tal efecto, la Comisión recomienda, en primer lugar, que el conjunto de disposiciones sobre gobierno corporativo de cada sociedad (principios de actuación de los administradores, especificación de sus deberes, funciones e incompatibilidades, reglas de funcionamiento del Consejo de Administración o de la Junta General) se refundan en un texto único que se publique para su conocimiento general por accionistas e inversores. En cualquier caso, toda la información relevante sobre esta materia se debería consolidar periódicamente en un documento especial al que podría denominarse «informe anual de gobierno corporativo», y actualizarse media nte las tecnologías de Internet para facilitar la difusión de esa misma información y toda aquella otra que sea relevante para que el mercado pueda evaluar las pautas y prácticas de cada sociedad sobre gobierno corporativo. A) El informe anual de gobierno corporativo Sería de la máxima importancia que el Consejo —previo informe de la Comisión de Auditoría y Control o, en su caso, de la Comisión de Nombramientos y Retribuciones— elaborase un informe anual sobre la estructura y prácticas de gobierno corporativo de la sociedad en donde se expongan ordenadamente los extremos a que se ha hecho referencia en el apartado 2.1 precedente. La estructura de este informe — como la de las cuentas anuales— podría ser objeto de alguna forma de regulación para que su presentación sobre bases homogéneas facilite a los inversores su evaluación y seguimiento. B) La página web de la sociedad Para el cumplimiento del deber de información se deben utilizar adecuadamente y de forma regular los mecanismos que la sociedad de la información pone a disposición de las empresas, es decir, los medios electrónicos de comunicación a través de Internet. Este instrumento debería sustituir progresiva y eficazmente a mecanismos más tradicionales de información y, por otra parte, facilitar que ésta fuera más extensa y eficaz. Las empresas que cotizan en bolsa deben tener una página web a través de la cual puedan tanto informar a sus accionistas, inversores y al mercado en general de los hechos económicos y de todos aquellos de carácter significativo que se produzcan en relación con la sociedad, como facilitar la participación de los accionistas en el ejercicio de su derecho de información y, en su caso, de otros derechos societarios. Singularmente, los accionistas deben encontrar en la pagina web corporativa la vía para la formulación de sus propuestas alternativas en relación con los puntos del orden del día y peticiones de información, debiendo la sociedad, por la misma vía, facilitar que aquellas propuestas sean conocidas por los restantes accionistas con suficiente antelación al momento en que, si procede, deban ser sometidas a la Junta General. Corresponderá, en todo caso, al Consejo de Administración establecer el contenido típico de la información facilitada que, como mínimo, debería comprender: — Estatutos sociales. — Reglamentos de la Junta General y del Consejo de Administración y otras disposiciones de gobierno corporativo. — Informes trimestrales del ejercicio e informes anuales correspondientes a los dos últimos años, junto con los informes de los auditores externos. — Composición del Consejo y de sus Comisiones. — Identificación de los accionistas con participaciones estables, directas e indirectas, y su representación en el Consejo, así como todos los pactos parasociales entre accionistas que de cualquier modo se hayan comunicado a la sociedad o al mercado. — Participaciones accionariales, directas e indirectas, de cada uno de los miembros del Consejo y que deberán comunicarse a la sociedad dentro de un plazo no superior a las 48 horas. Igualmente se informará sobre la autocartera que tenga la sociedad y sus variaciones significativas. — Información contenida en las presentaciones hechas a los distintos operadores del mercado y a accionistas significativos. — Convocatorias de las Juntas Generales y la información contenida en las mismas, a la que se hará referencia mas adelante. — Acuerdos adoptados en la última Junta General celebrada. Asimismo, la página web de la sociedad será el espacio para consignar cualquier hecho de carácter relevante sobre el que el Consejo considere conveniente informar y, en especial, las operaciones relacionadas o vinculadas entre la sociedad y sus consejeros, administradores o accionistas, que pudieran aprobarse y fueran significativas. La Comisión recomienda, también, que, en busca de la simetría de la información, se dé cuenta en la página web de un resumen de los informes emitidos por los principales analistas, bancos de inversión o agencias de calificación, que siguen la sociedad de manera continua. 2.3. Garantías de la calidad de la información: el principio «cumplir o explicar» Al objeto de asegurar la mejor calidad de la información deben arbitrarse también algunas medidas fundadas, especialmente, en la exigencia de motivación y explicación de las reglas de gobierno elegidas y de su grado de efectivo cumplimiento. Se trata, en última instancia, de introducir en nuestra práctica el principio conocido como «cumplir o explicar». Las sociedades disponen de un amplio grado de autonomía para estructurar la organización y funcionamiento de sus órganos de gobierno y para adaptarlos a sus necesidades, circunstancias y preferencias específicas. No obstante, cuando se aparten de los estándares de buen gobierno, sea de los establecidos o recomendados con carácter general —como los que se contienen en este Informe—, sea de los adoptados y publicados por cada sociedad, deben ofrecer una explicación o motivación detallada de sus decisiones, para que los mercados puedan valorarlas adecuadamente. Además, en relación a las prácticas efectivamente seguidas, la exigencia de motivación significa evaluar regularmente las propias prácticas de gobierno y ofrecer un juicio sobre su grado de observancia, aportando —allí donde resulte posible— datos y soportes que puedan acreditarlos. III. El principio de seguridad y el deber de lealtad. Las responsabilidades de los administradores 1. La seguridad Como hemos visto, se ha de conformar un régimen de transparencia de los mercados y de las sociedades cotizadas que incremente, al mismo tiempo, su seguridad. Así, por la propia naturaleza de los mercados financieros, la transparencia, con las condiciones que se han descrito, es el primer instrumento de protección de los inversores. Sin embargo, el ámbito del principio de seguridad es relativame nte diverso y más amplio: aunque la seguridad en un mercado financiero y en las sociedades cotizadas se actúe principalmente a través de la transparencia, es necesario el reconocimiento de determinados deberes y responsabilidades que refuercen la seguridad en aquellas situaciones en las que la gravedad de los conflictos de intereses de quienes han de tomar o ejecutar las decisiones hace que la transparencia sea insuficiente para proteger a los inversores. Este es el núcleo fundamental de la exigencia de seguridad en los mercados: los inversores han de tener confianza en que el valor producido por la empresa se distribuye correctamente, y los administradores y accionistas de control no obtienen beneficios desproporcionados respecto de su trabajo y participación en el capital. El tratamiento más indicado está en la regulación de las situaciones de conflicto de intereses. El Informe Olivencia dio un paso fundamental en esta línea al llamar la atención sobre la importancia de los deberes de lealtad de los administradores y accionistas significativos, pero sus indicaciones seguramente deben completarse e incorporarse a la legislación societaria. La autorregulación parece insuficiente cuando se trata de afrontar situaciones de conflictos de interés grave. La opinión de esta Comisión es que en este campo resultaría conveniente una intervención legislativa, cuya función fuera suplementar la debilidad de los mecanismos disciplinares que proveen las fuerzas del mercado en aquellos casos en los que se enfrenta abiertamente el interés social y el interés personal de quienes tienen influencia en la gestión de la sociedad. El instrumento fundamental consistiría en un desarrollo ordenado de los supuestos y del régimen de responsabilidad de los administradores por infracción del deber de lealtad. 2. La responsabilidad de los administradores: deberes de lealtad y diligencia 2.1. El deber de lealtad en los conflictos de intereses Es sabido que en los sistemas jurídicos continentales —y, desde luego, en el nuestro— el legislador se ha mostrado ausente y hasta tolerante con las operaciones en conflicto de interés y demás prácticas dudosas desde el punto de vista del deber de lealtad: apenas les ha prestado atención y, cuando lo ha hecho, ha sido con una cierta dosis de ingenuidad. La raíz del problema está en haber diseñado las reglas sobre responsabilidad de los administradores de manera unitaria y tomando como paradigma el problema de la negligencia. Este modo de proceder ha desembocado en un defecto en el tratamiento de la deslealtad que debe remediarse estructurando un régimen articulado de los deberes de lealtad. Para tratar de manera correcta los deberes de los administradores y su régimen de responsabilidad, la Comisión considera que sería necesario separar nítidamente el aspecto de la creación de valor y beneficios en la empresa, del aspecto relativo a la distribución de ese valor para distinguir correlativamente el deber de diligencia y el deber de lealtad, dentro de los deberes fiduciarios de los administradores. En definitiva, los administradores están sujetos a dos imperativos: maximizar la creación de valor, no entendido ni única ni principalmente como valor de cotización bursátil en un determinado momento, y distribuir correctamente ese valor o beneficio. El régimen de responsabilidad de los administradores debe tratar con el debido rigor la infracción de los deberes de lealtad, sin menoscabo del tratamiento adecuado del deber de diligencia. Por su parte, las exigencias derivadas del deber de diligencia — obtención de información, dedicación, participación en la formación colegiada del criterio— no deberían eliminar el ámbito de discrecionalidad o competencia técnica de las decisiones empresariales propias de la administración de la sociedad. 2.2. Especificación de los deberes de lealtad Nuestra legislación de sociedades se ha limitado tradicionalmente a establecer un deber muy genérico o abstracto de lealtad. Es ilustrativo, por ejemplo, el laconismo legislativo del artículo 127 de la Ley de Sociedades Anónimas, que refleja también la tónica general del Derecho continental europeo: todo lo que dispone es que los administradores han de proceder como un representante leal. Es cierto que el amparo legal que proporciona esta cláusula genérica de lealtad podría haber sido suficie nte para que la doctrina y la jurisprudencia hubieran creado con el paso de los años un nutrido complejo de criterios y reglas claros y orientativos sobre la materia. La experiencia indica, sin embargo, que este resultado, por causas diversas, apenas se ha alcanzado. Por ello, la primera medida a adoptar para reforzar la eficacia del deber de lealtad consistiría en detallar —al menos en un nivel intermedio de especificación— las obligaciones básicas derivadas del principio general, como sugería ya el Informe Olivencia. En efecto, la definición de pautas de actuación concretas incrementa la observabilidad y verificabilidad de las conductas indebidas facilitando el trabajo de quienes han de velar por su cumplimiento y especialmente el de los jueces, orienta la conducta de los administradores; suministra amparo a los operadores para resistir presiones indebidas, y contribuye a la creación de una cultura corporativa adecuada, que en última instancia es lo más importante. Deberían contemplarse, al menos, los siguientes deberes de lealtad de los administradores: — Evitar los conflictos de intereses entre los administradores, o sus familiares más directos, y la sociedad, comunicando en todo caso su existencia, de no ser evitables, al Consejo de Administración. — No desempeñar cargos en empresas competidoras de la sociedad o de su grupo. — No utilizar, con fines privados, información no pública de la sociedad. — No hacer uso indebido de activos de la sociedad ni tampoco valerse de su posición en esta última para obtene r, sin contraprestación adecuada, una ventaja patrimonial. En todo caso, de las relaciones económicas o comerciales entre el consejero y la sociedad deberá conocer el Consejo de Administración. — No aprovecharse de las oportunidades del negocio que conozca por su condición de consejero. — Mantener secretos, aun después de su cese, cuantos datos e informaciones reciba en el desempeño de su cargo, no pudiendo utilizarlos en beneficio propio, ni facilitarlos a terceros, sin perjuicio de las obligaciones de transparencia e información que impongan la legislación mercantil y de los mercados de valores. Cuando el administrador sea persona jurídica, el deber de secreto se extenderá a los administradores de ésta. — Abstenerse de intervenir en las deliberaciones y vo taciones sobre propuestas de nombramiento, reelección o cese cuando les afecten, así como en cualquier otra cuestión en la que tengan un interés particular. — Notificar a la sociedad los cambios significativos en su situación profesional, los que afecten al carácter o condición en cuya virtud hubiera sido designado como consejero, o los que puedan entrañar un conflicto de interés. — Informar a la sociedad de las acciones de la misma, opciones sobre acciones o derivados referidos al valor de la acción, de que sea titular, directamente o a través de sociedades en las que tenga una participación significativa, así como de las modificaciones que sobrevengan en dicha participación accionarial o derechos relacionados, con independencia del cumplimiento de la normativa del mercado de valores. — Informar a la sociedad de todas las reclamaciones judiciales, administrativas o de cualquier otra índole que por su importancia pudieran incidir gravemente en la reputación de la sociedad. La regulación ha de partir del principio de obligatoriedad del régimen de los anteriores deberes de lealtad, que no es forzosamente incompatible, sin embargo, con un principio de dispensabilidad ad hoc, en cuya virtud pudieran ser autorizadas, caso por caso, ciertas operaciones. Aunque ello incremente las posibilidades de eludir la efectiva observancia del deber de lealtad, la solución contraria podría impedir operaciones potencialmente productivas para la sociedad y ser menos conveniente. En todo caso, la dispensa debería ser a la vez relativamente fácil de administrar y difícil de eludir, mediante un procedimiento que asegure la independencia del órgano que la otorga —el Consejo de Administración, o incluso la Junta General, según la trascendencia de la decisión— respecto del administrador afectado y que la operación sea equitativa y en condiciones de mercado; junto a una regla de transparencia, en términos similares a los que ha anticipado la Ley de Medidas de Reforma del Sistema Financiero (artículo 37 de la Ley 44/2002, de 22 de noviembre). La Comisión entiende que no sería eficaz la especificación de los deberes de lealtad si existieran dificultades legales para exigir en la práctica la responsabilidad por infracción de tales deberes. Por ello se considera que esta materia debería ser objeto de una intervención legislativa clarificadora para definir una política de rigor, conforme a nuestra tradición jurídica, capaz de interpretar la eficacia disuasoria de la responsabilidad por infracción del deber de lealtad, facilitando los procedimientos y requisitos de exigencia de esta responsabilidad por parte de los accionistas. Finalmente, cabe destacar que en los casos de violación de los deberes de lealtad se producen situaciones especialmente frustrantes desde el punto de vista de los inversores y de la opinión pública cuando las medidas legales adoptadas respecto del administrador infiel no consiguen la devolución de las cantidades con que se ha enriquecido ilícitamente. La Comisión entiende que este tema excede del mandato recibido, pero no puede dejar de expresar su preocupación al respecto y su deseo de que esta situación sea tratada adecuadamente. 2.3. La extensión subjetiva de los deberes de lealtad Otro elemento decisivo para incrementar la seguridad de los mercados a través de la responsabilidad por infracción de los deberes de lealtad vendría dado por la extensión subjetiva de aquellos deberes cuya naturaleza lo permita a quienes, aun sin ostentar una posición formal de administrador, desempeñan en la sociedad un papel de índole similar. Tal extensión podría estar más justificada incluso que la propia regla originaria referida a los administradores, puesto que la mayor opacidad de la actividad de estas personas, que a menudo actúan en la sombra o detrás de los órganos de decisión formales, determina una menor eficacia disciplinar de los instrumentos dispuestos por las fuerzas del mercado. La extensión debiera alcanzar al menos a las siguientes personas: — A las personas físicas que representan a los administradores que sean personas jurídicas. — A los altos ejecutivos de la sociedad aunque no ostenten la condición de consejeros. — A los administradores de hecho, es decir, a aquellas personas que en la realidad del tráfico desempeñan sin título —o con título nulo o extinguido— las anteriores funciones. — A los administradores ocultos, bajo cuyas instrucciones suelen actuar los administradores de la sociedad. — A los accionistas de control. 2.4. Los deberes de diligencia La Comisión ha analizado la situación actual de la aplicación jurídica del deber de diligencia y propone por ello la necesidad de separar lo más claramente posible las consecuencias de las decisiones adoptadas por los miembros del Consejo en interés de la sociedad, con el debido estudio y asesoramiento, de aquellas otras que se toman por los consejeros en razón de un interés personal, o en conflicto con los de la sociedad, como ya se ha indicado en apartados anteriores. En todo caso, la Comisión desea destacar la importancia de que todos los miembros del Consejo de Administración, sean o no ejecutivos, desempeñen su cargo de buena fe y con la diligencia necesaria para la consecución de los intereses sociales; actuación que debe estar orientada hacia la participación efectiva del administrador en las reuniones del Consejo, así como en las de las Comisiones de las que forme parte. Se estima esencial el abandono de concepciones pasivas del cargo de administrador, incompatibles con las actuales exigencias de profesionalidad, eficacia y responsabilidad. En cualquier caso los deberes de diligencia deberían incluir: — Dedicar con continuidad el tiempo y esfuerzo necesarios para seguir de forma regular las cuestiones que plantea la administración de la sociedad, recabando la información suficiente para ello y la colaboración o asistencia que considere oportuna. — Participar activamente en el órgano de administración y en sus Comisiones o tareas asignadas, informándose, expresando su opinión, e instando de los restantes consejeros su concurrencia a la decisión que se entienda más favorable para la defensa del interés social. De no poder asistir, por causa justificada, a las sesiones a las que haya sido convocado, procurará instruir de su criterio al consejero que, en su caso, le represente. — Oponerse a los acuerdos contrarios a la Ley, a los Estatutos o al interés social, y solicitar la constancia en acta de su posición cuando lo considere más conveniente para la tutela del interés social. — Instar la convocatoria de reuniones del Consejo cuando lo estime pertinente, o la inclusión en el orden del día de aquellos extremos que considere convenientes, de acuerdo con la Ley y con los Estatutos sociales. — Solicitar la información que estime necesaria para completar la que se le haya suministrado, de forma que pueda ejercer un juicio objetivo y con toda independencia sobre el funcionamiento general de la administración de la sociedad. Cada uno de los miembros del Consejo de Administración tendrá acceso a toda la información comunicada a dicho órgano y podrá exigir además, por medio del presidente, cualquier otra información que sea necesaria para el cumplimiento de su misión. Por último, la Comisión quiere destacar la importante responsabilidad que de una u otra forma recae sobre los administradores y, por ende, la obligación de una correcta selección de los mismos y la definición de sus deberes, derechos y obligaciones en relación con el interés general de la sociedad y de los accionistas. 3. El marco ético del gobierno corporativo Las leyes y códigos de buen gobierno y los principios de transparencia y seguridad son necesarios para garantizar que la actividad económica se desenvuelva dentro del clima de confianza que requieren la eficiencia de la empresa y el progreso social. Sin embargo, la experiencia demuestra que ni las leyes más exigentes ni los códigos mejor elaborados resultan suficientes para garantizar el buen gobierno de las empresas. Éste exige, además, competencia profesional y un comportamiento ético por parte de los administradores y gestores, que impulse siempre a buscar el bien de la empresa a largo plazo por encima de sus propios intereses a corto plazo. El respeto hacia los valores éticos en la vida profesional es imprescindible y sin él las reglas y prácticas relativas al gobierno de la empresa resultarán insuficientes. En último término, la ejemplaridad de administradores y gestores resulta imprescindible para crear una cultura de buen gobierno. Algunas empresas definen su propio código de valores éticos y otros principios corporativos que desean impulsar y respetar. En cualquier caso, las relaciones profesionales en toda empresa deben basarse en el respeto a las leyes, a la dignidad de cada persona y a lo valores éticos tradicionales imprescindibles para la convivencia humana, muy particularmente, el valor de la justicia. La primera obligación de la empresa es el cumplimiento de su misión dentro del marco legal general. No obstante, más allá del estricto cumplimiento de las leyes y de los deberes que su misión establece, recientemente se ha venido sosteniendo que la empresa tiene otras responsabilidades sociales. Organismos internacionales como la ONU, o la Unión Europea, y numerosas empresas internacionales responden en sentido afirmativo a esta cuestión e instan a que las empresas asuman y cumplan con otras responsabilidades sociales. Por consiguiente, en las responsabilidades de una empresa podemos distinguir dos niveles: El primer nivel se refiere a la continuidad de la empresa a largo plazo, que supone generar beneficios suficientes mediante una buena posición competitiva en los mercados, cumpliendo las leyes y evitando toda actuación injusta, incluso más allá de lo que la ley regula. Esto exige también minimizar los efectos colaterales negativos ocasionados por la actividad empresarial (reestructuraciones, contaminación, etc.). El segundo nivel, más amplio y contingente, lleva a actuaciones positivas con todos los agentes involucrados directa o indirectamente en la empresa, incluyendo a la sociedad en su conjunto, en la medida y extensión en que sea posible en cada situación. Este segundo nivel de responsabilidades tiene, por naturaleza, un carácter variable en el tiempo, muy dependiente de las realidades sociales y culturales de cada país, y, en consecuencia, debe ser claramente de naturaleza voluntaria. El gobierno corporativo de la empresa y la dirección ejecutiva han de considerar los diversos intereses concurrentes en una decisión, pero el criterio superior para dirimir intereses en conflicto y para avanzar es el bien de la empresa en su conjunto y su continuidad a largo plazo. En el contexto de la denominada responsabilidad social de la empresa en la gestión de sus negocios y en su relación con sus interlocutores, cada empresa podrá asumir libremente aquellas obligaciones o compromisos adicionales que desee de carácter ético o social dentro de un marco general de desarrollo sostenible, como la presentación de un triple balance económico, social y medioambiental que se discute en algunos foros, para darlos a conocer a los accionistas, empleados y a la sociedad en su conjunto, sobre la base de los principios de voluntariedad y transparencia. IV. Los órganos de gobierno 1. La Junta General de Accionistas La Comisión ha considerado que uno de los primeros objetivos del gobierno corporativo es la potenciación del papel de la Junta General de Accionistas como órgano de decisión y control básico para la vida de la sociedad y la tutela de los intereses de los accionistas. La Junta General de Accionistas, como órgano social soberano a través del cual se articula el derecho del accionista a intervenir en la toma de decisiones esenciales de la sociedad, debe posibilitar del modo más eficaz esa participación, facilitándose la representación del accionista que no concurre a la misma y la expresión de sus intereses a través del derecho de voto. 1.1. Información al accionista con ocasión de las Juntas Generales Con ocasión de la celebración de las Juntas Generales de Accionistas, y desde su convocatoria, la sociedad debería informar del contenido íntegro de todas las propuestas de acuerdo que se vayan a someter a la Junta, utilizando para ello la propia página web, con independencia de cualquier otro procedimiento legal o voluntario de que se dote la sociedad. Para cada una de las propuestas de acuerdo se debería expresar y publicar su justificación, en términos no sólo precisos, sino claros, inteligibles y útiles para valorar la decisión que se propone y formar criterio en orden a la definición de la voluntad social. Los anteriores puntos y, en general, todo lo relativo a los procedimientos de puesta a disposición de los accionistas de la información, sea a su requerimiento o por iniciativa de la sociedad, se deberían contener en el Reglamento de la Junta General a que se hace referencia posteriormente. 1.2. Información sobre los criterios de gobierno corporativo y su observancia Como se ha indicado anteriormente, es de la máxima importancia que el Consejo, previo informe de la Comisión de Auditoría y Control, o, en su caso, de la Comisión de Nombramientos y Retribuciones o de una Comisión ad hoc, elabore un Informe anual sobre la estructura y prácticas de gobierno corporativo de la sociedad, en el que se expongan ordenadamente los extremos a que se ha hecho referencia en el apartado 2.1 de la sección II. 1.3. Reglamento de la Junta General Se recomienda que la adecuación de los criterios de gobierno corporativo a las nuevas líneas de actuación que se recomiendan en este Informe se lleve a cabo mediante la elaboración y difusión por las sociedades de Reglamentos específicos para las Juntas Generales, que se sometan a su aprobación y que regulen la convocatoria, preparación, información, concurrencia, desarrollo y ejercicio de los derechos políticos, en tanto la propia Junta no los modifique, siempre de acuerdo con la Ley y con los Estatutos. El Reglamento de la Junta General de accionistas deberá incluirse en la página web de la sociedad, haciendo público así el marco jurídico en que van a desarrollarse las expresadas Juntas Generales, para conocimiento de los accionistas e inversores. Es recomendable que cada sociedad regule la necesidad o no de elevar a la Junta General algunas decisiones de negocio, debidamente delimitadas, que sean trascendentales para el futuro de la sociedad y los intereses de accionistas e inversores. También se debería exigir el acuerdo de Junta General para la adopción de medidas de blindaje que tengan como finalidad dificultar tomas de control o la remoción de determinados cargos. Entiende la Comisión que podría incluso valorarse la exigencia de mayorías reforzadas o hasta la prohibición de algunas de estas medidas de blindaje, de acuerdo con lo que al respecto se establezca en los Estatutos sociales. La Comisión considera que, en los supuestos de adopción de estas medidas, los afectados por un posible conflicto de intereses deberían abstenerse. En cualquier caso, la Comisión entiende que el Reglamento de la Junta debería incluir, al menos, los siguientes aspectos, desarrollando, en su caso, las previsiones de la Ley y de los Estatutos sociales: 1.4. Convocatoria, orden del día, propuestas de acuerdos e información a disposición del accionista durante el período de preparación de la Junta En cuanto a la convocatoria, debería hacerse pública con tiempo suficiente para permitir que los accionistas pudieran solicitar y obtener información complementaria en relación con los puntos del orden del día, o cursar instrucciones de voto. Además, debería darse a conocer, por anticipado, a través de la página web, el texto de todos los acuerdos que se proponen para su adopción, junto con una información suficiente sobre su justificación y oportunidad. Asimismo, habrían de disponerse los medios para facilitar la difusión de propuestas alternativas de acuerdos relativos a los puntos del orden del día de la Junta convocada, si los hubiere, en los términos que resultan de la mención efectuada en este Informe con ocasión del deber de transparencia. 1.5. Celebración y desarrollo de la Junta La Comisión recomienda que se adopten todas aquellas medidas que puedan facilitar la participación de los accionistas en las Juntas Generales, garantizando que la expresión de su voto respete el sentido de su voluntad. Debería facilitarse que los inversores institucionales —fondos de inversión, entidades financieras, intermediarios de cualquier otro tipo—, que agrupan accionistas e inversores múltiples, pudieran contribuir más activamente a la conformación de la voluntad social. En cualquier caso, parece que, dada la importancia creciente de la participación de los inversores institucionales en el accionariado de las sociedades, se recomienda que definan y hagan pública su política de participación o no en las decisiones de las sociedades en las que han invertido y que esta definición sea conocida y comunicada a sus partícipes. El Reglamento de la Junta debería también regular, del modo más adecuado a los intereses y características de cada sociedad, el régimen de desarrollo de la Junta: presidencia; información a facilitar durante la Junta y contestación a preguntas formuladas por escrito; duración, orden y número de las intervenciones; asistencia e intervención, en su caso, del auditor externo y de los presidentes de las Comisiones especializadas del Consejo, y forma del acta, entre otros puntos. Debe favorecerse la homogeneización de las tarjetas de asistencia o títulos documentales que se faciliten a los accionistas para asistir a la Junta, conferir su representación y cursar instrucciones de voto. 1.6. Otras medidas Las anteriores medidas, asumibles por vía de autorregulación, no excluyen otras igualmente tendentes a facilitar o asegurar la representación y el acceso a la Junta por parte de los accionistas, como las dirigidas a incrementar la antelación de la convocatoria respecto de la celebración de la Junta y a permitir que los accionistas, con exigencia de aquellos requisitos de legitimación que se entendieran procedentes, pudieran tanto solicitar la adición de puntos del orden del día en la Junta convocada como formular en relación con dichos puntos propuestas alternativas de acuerdos con una cierta antelación respecto de la Junta General con el fin de que el Consejo pudiera definir su posición sobre la oportunidad o no de su inclusión en el orden del día a publicar, motivando las razones de su inadmisión; o implantar los sistemas necesarios para el cómputo electrónico del quórum, así como para la delegación y el voto por correo o por medios electrónicos. 2. El Consejo de Administración Las actuales exigencias de profesionalidad y eficacia en la administración de las sociedades que están presentes en los mercados de capitales, así como la necesidad de establecer rigurosos mecanismos de dirección y control de la gestión que salvaguarden los intereses de accionistas e inversores, otorgan un papel preponderante al Consejo de Administración. La Comisión quiere insistir en la misión de todos los miembros del Consejo de defender la viabilidad a largo plazo de la empresa, así como en la unidad de acción de todo el Consejo en la protección conjunta de los intereses generales de la sociedad y en la obligación de todos los consejeros de cooperar en ese sentido. La estructura unitaria del órgano de administración en nuestro ordenamiento no impide que, mediante la división funcional en el seno del Consejo y la disposición de controles internos, se garanticen aquellas pautas de gobierno corporativo idóneas para el fomento de la seguridad y la transparencia en las sociedades y el mercado. Para ello debe tenerse en cuenta la posibilidad de crear y regular comisiones especializadas y diferenciar distintos tipos de consejeros que, sin perjuicio de la igualdad de obligaciones y derechos de todos los consejeros, aseguren la tutela de los intereses de los accionistas no representados en el Consejo. Sobre tales bases, y especial grado de dedicación, actividad y responsabilidad, el Consejo de Administración deberá tener un número razonable de miembros para asegurar su operatividad y el trabajo de cada consejero, y poder contar con todos los medios necesarios para el mejor y más eficaz ejercicio de sus funciones, incluyendo la comunicación con los responsables de las diferentes áreas de negocio y servicios, y, en su caso, la asistencia de profesionales y expertos externos. El Consejo y las personas que lo forman deberán contar con la información necesaria para el mejor y más eficaz ejercicio de sus funciones, siendo responsabilidad suya identificarla y solicitarla. A tal efecto todo consejero tendrá derecho a disponer y recabar, en su caso, tal información, dirigiendo sus requerimientos en ese sentido, salvo diversa determinación estatutaria o reglamentaria, al secretario del Consejo, y a dejar constancia en acta de las insuficiencias que apreciaren en el cumplimiento de su requerimiento de información. El Consejo de Administración de las sociedades cotizadas deberá reunirse en sesión ordinaria con la periodicidad, normalmente mensual, que sea adecuada para seguir de cerca las actuaciones de los ejecutivos y de la Comisión delegada, en su caso, y adoptar las decisiones oportunas en relación con las mismas. Además, se reunirá en todas las ocasiones en las que el presidente o un número suficiente de consejeros así lo solicitara, de acuerdo también con sus Estatutos y Reglamento. A lo largo del ejercicio deberá analizar de forma específica el presupuesto y la marcha del plan estratégico, si lo hubiere, y su grado de cumplimiento, así como los estados financieros trimestrales que la sociedad haya de enviar a los órganos reguladores o de supervisión de los mercados para su publicación. A continuación, se formulan determinadas recomendaciones sobre la organización del Consejo de Administración tendentes a mejorar su eficacia. 2.1. Los consejeros La Comisión ha querido profundizar en la definición de los miembros del Consejo de Administración, en razón de su relación con la sociedad, como uno de los elementos básicos de la composición del Consejo, sobre la base de que no hay distintas clases de consejeros sino que todos deben cooperar de forma efectiva a que este órgano pueda cumplir, de forma unitaria, las funciones que tiene atribuidas. Al establecer estas definiciones, la Comisión propone precisar algunas de las denominaciones al uso, para evitar la interpretación de que hay un grupo de consejeros, los llamados independientes, cuya función pudiera parecer que es únicamente la de controlar a los restantes miembros del consejo o la de representar a los accionistas minoritarios. A tal fin, se utiliza como distinción básica la de consejeros internos o ejecutivos y consejeros externos, dentro de los cuales se definen las categorías de los dominicales y los independientes para equilibrar la composición del Consejo, sin perjuicio de que pueda haber consejeros externos que no pertenezcan a ninguna de estas dos categorías. A) Consejeros internos o ejecutivos Se trata de los consejeros que poseen funciones ejecutivas o directivas en la sociedad o en alguna de sus sociedades participadas, y en todo caso, los que mantengan una relación contractual laboral, mercantil o de otra índole con la sociedad, distinta de su condición de consejeros. También son consejeros ejecutivos quienes tengan alguna capacidad de decisión en relación con alguna parte del negocio de la sociedad, o del grupo, mediante delegación o apoderamiento estables conferidos por el Consejo de Administración o por la sociedad, respectivamente. A sensu contrario, no debería considerarse consejero ejecutivo o interno a quien recibe facultades especiales de la Junta General o del Consejo de Administración, vía delegación, autorización o apoderamiento, para un acto concreto. B) Consejeros externos dominicales Son los consejeros propuestos por accionistas, individuales o agrupados, en razón de una participación estable en el capital social que, independientemente de que dé o no derecho a un puesto en el órgano de administración, se haya estimado suficientemente significativa por el Consejo, teniendo en cuenta el capital flotante de la sociedad, para elevar su propuesta a la Junta General de Accionistas. Su régimen de incompatibilidades para mantener relaciones comerciales o profesionales con la sociedad y su grupo debería asemejarse al de los consejeros independientes, previéndose qué incompatibilidades pueden afectar a los propios accionistas por él representados. Deberán desvelar al Consejo cualquier situación de conflicto de interés entre la sociedad y el accionista que ha propuesto su nombramiento cuando afecte a las cuestiones que se sometan al Consejo, absteniéndose obligatoriamente, en tal caso, de participar en la adopción de los correspondientes acuerdos. C) Consejeros externos independientes Son aquellos consejeros de reconocido prestigio profesional que pueden aportar su experiencia y conocimientos al gobierno corporativo y que, no siendo ni ejecutivos ni dominicales, resulten elegidos como tales y reúnan las condiciones que aseguren su imparcialidad y objetividad de criterio. Entre éstas, con carácter indicativo, se señalan las siguientes: — No tener, o haber tenido recientemente, relación de trabajo, comercial o contractual, directa o indirecta, y de carácter significativo, con la sociedad, sus directivos, los consejeros dominicales o sociedades del grupo cuyos intereses accionariales éstos representen, entidades de crédito con una posición destacada en la financiación de la sociedad, u organizaciones que reciban subvenciones significativas de la sociedad. — No ser consejero de otra sociedad cotizada que tenga consejeros dominicales en la sociedad de que se trate. – No tener relación de parentesco próximo con los consejeros ejecutivos, dominicales o los miembros de la alta dirección de la sociedad. Si existiera alguna de las relaciones anteriores deberá ser conocida y evaluada por el Consejo, previo informe de la Comisión de Nombramientos y Retribuciones, y recogida en el informe anual. 2.2. Inamovilidad de los consejeros externos y duración de su cargo Uno de los puntos de mayor relevancia en el objetivo de mejorar la transparencia y seguridad de los mercados es lograr que los consejeros externos cumplan adecuadamente su función. Con ese fin, una vez elegidos los consejeros externos dominicales e independientes por la Junta General, el Consejo de Administración no debería proponer su cese antes del cumplimiento del período estatutario para el que fueron nombrados, salvo por causas excepcionales y justificadas aprobadas por el Consejo de Administración, previo informe de la Comisión de Nombramientos y Retribuciones. La Comisión ha reflexionado sobre las ventajas e inconvenientes que la fijación de un número máximo de mandatos podría tener en el mantenimiento de las razones del nombramiento de los consejeros, especialmente de los independientes. Aunque cabe considerar que la limitación de reelección de los consejeros independientes constituye una garantía de su independencia, la Comisión ha llegado a la conclusión de que no parece razonable que la sociedad tenga que prescindir de la colaboración del consejero cuando se ha comprobado su actuación positiva. En ese sentido la Comisión se inclina por no recomendar la limitación de mandatos y que ésta sea una decisión de cada sociedad, que debería reflejarse en los Estatutos sociales. La propuesta de renovación corresponde al Consejo de Administración, previo informe de la Comisión de Nombramientos y Retribuciones sobre el cumplimiento de las condiciones establecidas al tiempo de proponerse su renovación. 2.3. La edad de los consejeros La Comisión ha debatido también ampliamente sobre las limitaciones de edad de los consejeros. Aun cuando la fijación de un límite de edad para los consejeros facilita que se pueda producir una sustitución automática, sin ningún tipo de tensiones, de los consejeros que lleguen a dicha edad, la Comisión ha llegado a la conclusión, que lleva a revisar en este punto el criterio del Informe Olivencia, de que, en atención a la creciente esperanza de vida, a la naturaleza liberal o privada del cargo y a las responsabilidades en el proceso de selección que tiene el Consejo, no subsisten razones sustantivas desde el punto de vista del buen gobierno para formular una recomendación al respecto. La única precisión que debe hacerse es que la sociedad que adopte una política en este punto, debe establecerla con claridad en su normativa interna (Estatutos o Reglamento). 3. Composición del Consejo de Administración El establecimiento de reglas, criterios o recomendaciones de gobierno corporativo y, en particular, la composición del Consejo de Administración y sus Comisiones, deberán tener en cuenta la estructura del capital social para el cumplimiento de los fines generales de protección a los accionistas minoritarios. La Comisión recomienda que el Consejo de Administración, a través de los consejeros, represente el mayor porcentaje de capital posible. Se ha reflexionado también sobre la dificultad de establecer una regla de carácter general para definir el numero y proporción que deben alcanzar los consejeros externos independientes: un criterio aplicable, actualizando el del Informe Olivencia, sería que existiera una mayoría amplia de consejeros externos en el Consejo y, dentro de éstos, una participación muy significativa de consejeros independientes, teniendo en cuenta la estructura accionarial de la sociedad y el capital representado en el Consejo. 4. El presidente del Consejo de Administración Uno de los temas a los que la Comisión ha prestado más atención durante sus reuniones es el relativo a la conveniencia o no de recomendar la separación del cargo de presidente del Consejo y la función de primer ejecutivo de la sociedad. Y no podía ser de otra forma, dada la intensa polémica suscitada por la cuestión en los foros de debate que se han ocupado del gobierno corporativo en los últimos tiempos. El punto de vista que parece prevalecer en la discusión pública —así lo atestigua alguna de las más recientes encuestas de opinión— se muestra favorable a la separación de cargos o funciones, y ello porque propiciaría una mayor independencia del Consejo respecto del equipo ejecutivo y, por tanto, incrementaría su predisposición para desarrollar eficazmente la función de supervisión. La Comisión se ha mostrado muy sensible a este argumento, pero al propio tiempo no ha podido dejar de sopesar los inconvenientes de la solución dualista alternativa, a saber: puede privar a la sociedad de un liderazgo neto y claro; puede dificultar notablemente la transmisión de información entre la dirección de la sociedad y el Consejo; y puede generar costes de coordinación en la organización. Por todo ello, la Comisión ha estimado, finalmente, que no debía pronunciarse a favor de la separación de cargos y que, en definitiva, debía reiterar el criterio de la Comisión Olivencia, incluidas sus cautelas. En última instancia, este criterio se justifica en la convicción de que la opción por una estructura de liderazgo de uno u otro tipo —dual o unitaria— no puede formularse con carácter de regla general, sino que depende crucialmente de las circunstancias de cada empresa. 5. Comisiones del Consejo de Administración El fortalecimiento y, de modo especial, la eficacia en el desarrollo de las funciones del Consejo requieren la constitución de Comisiones especializadas en su seno, a fin de diversificar el trabajo y asegurar que, en determinadas materias relevantes cuya inmediatez e importancia no exigen su remisión directa al pleno del Consejo, las propuestas y acuerdos del mismo hayan pasado primero por un órgano especializado que pueda filtrar e informar sus decisiones, a fin de reforzar las garantías de objetividad y reflexión de sus acuerdos. El Consejo de Administración designará sus miembros, aprobará, cuando proceda, sus Reglamentos, considerará sus propuestas e informes y ante él habrán de dar cuenta de su actividad y responder del trabajo realizado. Las Comisiones cuya constitución procedería para el mejor gobierno corporativo, y sin perjuicio de cuantas otras puedan constituir las sociedades o del desglose en varias Comisiones de las que a continuación se describen, serían las siguientes: — La Comisión Ejecutiva o Delegada, con funciones ejecutivas para la adopción de acuerdos vinculantes para la sociedad dentro del ámbito de su delegación. — Las Comisiones de Auditoría y Control, de Nombramientos y Retribuciones y, en su caso, de Estrategia e Inversiones, con funciones únicamente de informe y propuesta al Consejo de Administración y aquellas otras que, en el ámbito interno de sus competencias, les atribuyan la Ley, los Estatutos o el Reglamento del Consejo. 5.1. La Comisión Ejecutiva o Delegada De carácter potestativo, según actualmente se regula, como órgano en el que el Consejo delega total o parcialmente, de forma estable o permanente, el ejercicio de sus funciones para la adopción de acuerdos sobre la administración y gestión de la sociedad. El Consejo de Administración decidirá la composición de esta Comisión, recomendándose que, cuando la comisión ejecutiva asuma totalmente o de manera significativa las facultades del Consejo, su composición sea similar a la del propio Consejo por lo que respecta a la participación en la misma de las diferentes categorías de consejeros. 5.2. La Comisión de Auditoría y Control La Ley de Medidas de Reforma del Sistema Financiero establece la obligatoriedad de la existencia en las sociedades cotizadas de una Comisión de Auditoría (artículo 47 de la Ley 44/2002, de 22 de noviembre). Esta Comisión considera que corresponde al Consejo de Administración, en el ejercicio de su función de autorregulación, la designación de los miembros integrantes de la Comisión de Auditoría y Control, para lo que habrá de tener en cuenta sus conocimientos y experiencia profesional. Dichos miembros deberían ser todos ellos externos, manteniéndose en la Comisión una proporción entre dominicales e independientes similar a la del propio Consejo. La presidencia de la Comisión de Auditoría debería recaer en un consejero independiente. La Comisión de Auditoría debería tener, dentro del reglamento del Consejo, su propio reglamento de funcionamiento, elaborado y aprobado por el Consejo de Administración. El Reglamento debería contemplar además las siguientes cuestiones: Informar las Cuentas Anuales, así como los estados financieros semestrales y trimestrales, que deban remitirse a los órganos reguladores o de supervisión de los mercados, haciendo mención a los sistemas internos de control, al control de su seguimiento y cumplimiento a través de la auditoría interna, así como, cuando proceda, a los criterios contables aplicados. La Comisión deberá también informar al Consejo de cualquier cambio de criterio contable y de los riesgos del balance y de fuera del mismo. El acceso pleno a la auditoría interna e informar durante el proceso de selección, designación, renovación y remoción de su director, así como participar en la fijación de la remuneración de éste, debiendo informar acerca del presupuesto de este departamento. Los poderes para informar y proponer acerca de la selección, designación, renovación y remoción del auditor externo, así como las condiciones para su contratación. Estas facultades no podrán ser delegados a la gerencia, ni a ningún otro órgano de la sociedad. La elaboración de un informe anual sobre las actividades de la Comisión de Auditoría y Control que deberá ser incluido en el informe de gestión. No podrán ser miembros de esta Comisión de Auditoría y Control los consejeros ejecutivos, pero sí deberán acudir a informar en la medida que la propia Comisión así lo acuerde. 5.3. La Comisión de Nombramientos y Retribuciones La Comisión entiende que todas las sociedades deberían dotarse de una Comisión de Nombramientos y Retribuciones, que tendría la función de informar al Consejo de Administración sobre nombramientos, reelecciones, cese y retribuciones del Consejo y de sus cargos, así como sobre la política general de retribuciones e incentivos para los mismos y para la alta dirección. En particular, le corresponderá a esta Comisión informar, con carácter previo, todas las propuestas que el Consejo de Administración formule a la Junta General para la designación o cese de los consejeros, incluso en los supuestos de cooptación por el propio Consejo de Administración. Los miembros de la Comisión serán designados por el Consejo de Administración de entre los consejeros externos y siguiendo las proporciones del mismo. Asimismo, el Consejo elaborará y aprobará, dentro del Reglamento del Consejo, normas específicas para esta Comisión, de la que no podrán ser miembros los consejeros ejecutivos. 5.4. La Comisión de Estrategia e Inversiones Las sociedades deben valorar la oportunidad de dotarse de una Comisión de Estrategia e Inversiones, que tendría funciones de propuesta o informe al Consejo sobre todas aquellas decisiones estratégicas, inversiones y desinversiones, que sean de relevanc ia para la sociedad o para el grupo, valorando su adecuación al presupuesto y planes estratégicos. En general, le corresponderá el análisis y seguimiento de los riesgos de negocio. La designación de los miembros de esta Comisión y, en su caso, la aprobació n de su reglamento de funcionamiento, corresponderán al Consejo. Podrán ser miembros los consejeros ejecutivos y los externos. 6. La remuneración del Consejo y de la alta dirección Aunque la remuneración del Consejo debe ser decisión particular de cada empresa, cabe recomendar con carácter general que las remuneraciones consistentes en entregas de acciones de la sociedad o sociedades del grupo, opciones sobre acciones, o referenciadas al valor de la acción, deberían limitarse a los consejeros ejecutivos o internos. La remuneración de los consejeros en cuanto se determine en razón de los resultados de la sociedad, deberá tomar en consideración las salvedades que consten en el informe del auditor externo y que afecten a la cuenta de resultados de manera significativa. El Informe Olivencia recomendó, como uno de los puntos básicos para lograr un nivel adecuado de transparencia, que se hicieran públicas las remuneraciones individualizadas de cada consejero con el mayor desglose posible. La Comisión ha constatado el ritmo lento a que dicha recomendación avanza en su implantación y ha deliberado sobre ello, considerando que lo allí recomendado es un claro indicador de la calidad del gobierno corporativo y cumple una función de ejemplaridad en la vida de las sociedades cotizadas, y por ello reitera a las sociedades la conveniencia de su implantación. La Comisión considera que, de forma inmediata, la cuantía de la remuneración percibida por cada consejero debería recogerse en la Memoria anual, desglosando esta remuneración en todos los conceptos, incluyendo la entrega o asignación de acciones, opciones sobre acciones o sistemas referenciados al valor de la acción, que requerirán aprobación de la Junta General. Respecto de los consejeros ejecutivos, la Comisión estima que, transitoriamente y sin menoscabo del objetivo final establecido, podría separarse la remuneración que les corresponde como consejeros, que iría recogida en la Memoria anual de manera individualizada, de la que les corresponde en su calidad de directivos de la sociedad, que se comprendería, sin mención individualizada, dentro de la información a que se refiere el párrafo siguiente. En todo caso, se recomienda que la remuneración y el coste total de la alta dirección (comité de dirección o similar), junto con el número e identificación de los cargos que lo componen, se incluya, conjuntamente, en el informe anual, desglosando los conceptos a que corresponden: salario en metálico y en especie, opciones sobre acciones, bonus, fondos de pensiones, provisiones por indemnizaciones y otras compensaciones que pudieran existir. En relación con el establecimiento de cláusulas de garantía o de blindaje, para casos de despido o cambios de control, en favor de los componentes de la alta dirección de las sociedades, la Comisión, aunque no considera adecuadas algunas de estas actuaciones, entiende que son de difícil regulación con carácter general, y su recomendación se inclina a que sea cada Consejo de Administración el que se autorregule con el fin de evitar situaciones abusivas o poco justificables. En cualquier caso, se estima necesario que cualquier contrato de este tipo cuente con la aprobación formal del Consejo de Administración. Una vez aprobada por el Consejo la cuantía de la indemnización pactada, cuando su importe exceda de dos años del salario acordado, el exceso debe ser provisionado en el balance del mismo ejercicio en que se apruebe, constando su importe separadamente. 7. La formulación de las cuentas anuales y de los estados financieros semestrales y trimestrales Las cuentas anuales que se presenten al Consejo de Administración para su formulación deberán ser previamente certificadas en cuanto a su exactitud e integridad por el presidente (si tiene funciones ejecutivas), el consejero delegado y el director financiero o responsable del departamento correspondiente, haciéndose constar que en las cuentas anuales consolidadas están incorporados los estados contables de todas las sociedades participadas, tanto nacional como internacionalmente, que integran el perímetro de consolidación de acuerdo con la normativa mercantil y contable de aplicación. La certificación de las cuentas atribuye una específica responsabilidad a aquellos que tienen una vinculación directa con la marcha societaria, pero no excluye la responsabilidad solidaria de todos los consejeros por la formulación de las cuentas anuales. El Consejo de Administración, partiendo de las cuentas certificadas, contando con los informes de la Comisión de Auditoría y Control y realizadas las consultas que considere necesarias al auditor externo, habiendo dispuesto de toda la información necesaria, formulará en términos claros y precisos, que faciliten la adecuada comprensión de su contenido, las cuentas anuales y el informe de gestión. Los principios contables que se aplicarán en la formulación de las cuentas anuales, así como en la elaboración de los estados financieros semestrales y trimestrales que deban ser remitidos a los órganos reguladores o de supervisión de los mercados, dentro del más estricto respeto a la normativa mercantil y contable de aplicación donde coticen los títulos de la sociedad, serán aquellos reconocidos internacionalmente. En el caso de sociedades que coticen en mercados de otros países, se informará de los resultados a que se llegaría en las cuentas a presentar en dichos mercados de aplicarse los correspondientes criterios contables. La formulación de las cuentas no puede considerarse como un acuerdo aislado del Consejo, sino que éste debería seguir la evolución de las cuentas, al menos trimestralmente, con los informes correspondientes de la Comisión de Auditoría y la participación del auditor de cuentas de la sociedad. 8. El cumplimiento de los criterios de gobierno corporativo. Reglamento del Consejo Toda sociedad habría de dotarse de un conjunto de reglas o criterios de gobierno corporativo incluyendo, al menos, los Reglamentos de la Junta General y del Consejo de Administración. La elaboración de un informe anual de gobierno corporativo a que se ha hecho referencia en la sección II de este Informe, debería ser también objeto de examen y aprobación, en su caso, por el pleno del Consejo, y habrá de ser puesto a disposición de todos los accionistas con ocasión de la Junta General Ordinaria. Los aspectos que se han ido recogiendo en los dis tintos apartados de este Informe sobre el órgano de administración, junto con todos otros aquellos que el propio Consejo considere conveniente incluir, podrían integrar el Reglamento del Consejo de Administración, que debería ser inscrito en el Registro Mercantil, depositado en la CNMV y puesto a disposición de cualquier accionista o inversor a través de la pagina web de la sociedad. Al secretario del Consejo de Administración debería atribuírsele, de forma expresa, además del deber de atender a la legalidad formal y material de las actuaciones del Consejo, el de comprobar su regularidad estatutaria, el cumplimiento de las disposiciones emanadas de los organismos reguladores, y la consideración, en su caso, de sus recomendaciones, así como el de velar por la observancia de los principios o criterios de gobierno corporativo de la sociedad y las normas del Reglamento del Consejo. V. Los prestadores de servicios profesionales La fiabilidad de los informes de profesionales externos es una de las cuestiones clave relativas a la protección de inversores y accionistas. En concreto, la fiabilidad y exactitud de los informes de auditoría y la objetividad de las recomendaciones y análisis realizados por analistas financieros, bancos de inversión y agencias de calificación. El correlato de esta exigencia de fiabilidad y exactitud tendría que ser el reconocimiento de una responsabilidad de estos agentes por la negligencia en la información facilitada al mercado, o en su comprobación, cuando aquélla se revela inexacta o incorrecta. 1. Auditores La Ley de Medidas de Reforma del Sistema Financiero recoge una serie de limitaciones que deben cumplir los auditores con las que esta Comisión Especial manifiesta su acuerdo (v. especialmente el artículo 51 de la Ley 44/2002, de 22 de noviembre), si bien considera que en sus disposiciones de gobierno corporativo, las sociedades deberían especificar los sistemas de control de los contratos ajenos a la propia auditoría de cuentas que realicen estas empresas, así como la necesidad de su aprobación por la Comisión de Auditoría y Control, y el reflejo de las mismas en la memoria anual. 2. Analistas financieros y bancos de inversión Los analistas financieros realizan análisis y recomendaciones sobre valores cotizados que pueden ser utilizados por inversores actuales y potenciales para sus decisiones de inversión. El principal problema que plantea la actuación de estos analistas viene dado por la vinculación de los mismos a entidades financieras que participan en operaciones de asesoramiento financiero y estratégico para las mismas sociedades que son objeto de análisis, lo que podría influir en las opiniones de los analistas. Por ello, resulta necesaria una regulación de dichas actividades y del acceso a la profesión que garantice la transparencia e independencia de las opiniones y recomendaciones de los analistas. Respecto a la transparencia, se recomienda introducir en los informes de análisis una declaración que incluya, a título enunciativo pero no limitativo, las siguientes menciones explícitas: — Que los puntos de vista expresados en los informes de análisis reflejan la opinión personal del analista sobre la entidad y sus valores. — Que la retribución del analista no está vinculada al sentido de la recomendación contenida en dicho análisis. — La participación, en su caso, que la entidad financiera para la que trabaja el analista haya tenido en operaciones de aseguramiento y/o oferta de valores de la sociedad objeto del informe en los doce meses anteriores a la publicación del mismo. — Las compensaciones que, en su caso, la entidad financiera hubiera recibido por los servicios de asesoramiento financiero prestados a la sociedad objeto del análisis en los últimos doce meses anteriores a la publicación de dicho informe. — La vinculación accionarial, directa o indirecta, así como la representación en los órganos de gobierno de la sociedad objeto del análisis por parte de la entidad financiera. — La indicación, dentro del universo de valores que cubre dicho analista financiero, del reparto porcentual de las recomendaciones de sobreponderar, mantener e infraponderar. Respecto a la independencia, a título enunciativo pero no limitativo, se recomienda la adopción de las siguientes medidas que inciden en las relaciones entre los analistas y las entidades financieras para las cuales trabajan: — Debería existir separación física y de flujo de información entre los departamentos de análisis y de asesoramiento. Estos departamentos deberían depender, a todos los efectos, de direcciones generales distintas. — No debería existir una revisión del informe, previa a su publicación, por parte de los profesionales del departamento de asesoramiento de la propia entidad financiera ni por parte de la sociedad objeto del informe. — Deberían aplicarse restricciones a la s posibles operaciones de compraventa del analista respecto de las acciones de la sociedad objeto de su estudio. — La retribución del analista financiero debería fijarse en función solamente de las actividades desarrolladas por el departamento del que forme parte, desvinculándola de las actividades realizadas por otros departamentos dentro de la entidad financiera. Las entidades financieras deberán dotarse de un conjunto de criterios de conducta que cubran aspectos tales como: — Los plazos y situaciones dur ante los cuales no se podrán publicar informes sobre determinadas entidades. — Las situaciones en las que la entidad financiera tendrá que imponer restricciones de actividad a departamentos sobre determinados valores. — Las restricciones de compraventa de valores a ciertos profesionales en determinados casos, así como imposición de procedimientos internos de aprobación para esas operaciones. — La no participación del analista financiero en reuniones de la entidad financiera con los órganos de administración de las sociedades analizadas. En cualquier caso, dado que la gran mayoría de los bancos de inversión tienen carácter internacional, deberá prestarse atención a las medidas que se están adoptando en otros países. Los bancos de inversión deberían aprobar y hacer públicos sus propios códigos de conducta orientados a la separación lo más clara posible de sus servicios de análisis y de asesoramiento, a desvelar y cuantificar al mercado las circunstancias, relacionadas con la sociedad considerada, que pudieran interferir en su independencia de criterio. 3. Agencias de calificación Las agencias de calificación facilitan la evaluación, por los operadores del mercado y las autoridades de supervisión, de la solvencia de los deudores potenciales y de los valores de los distintos emisores. Las calificaciones proporcionadas por las agencias especializadas superan las asimetrías de información y permiten a los operadores del mercado ahorrarse el coste de estudiar un gran volumen de información financiera. El suministro de calificaciones precisas y fiables se ha convertido en una cuestión de gran importancia para el mercado y de interés para la política económica. Por lo tanto, se hace necesario, entre otros aspectos: — La identificación de aquellas actividades profesionales que puedan vulnerar la independencia del analista. — La identificación de las actividades incompatibles. — La imposibilidad de contratación, por parte de las sociedades estudiadas, del analista responsable del informe durante los dos años posteriores a la emisión del mismo. — El desglose de los honorarios percibidos por todos los conceptos. — El establecimiento de un régimen sancionador, en la medida en que sus conductas no estén ya cubiertas por las normas del mercado de valores. Al igual que en el caso de los bancos de inversión, e incluso con mayor motivo, ha de destacarse que la naturaleza esencialmente multinacional de las empresas dedicadas a la calificación de riesgos hace que el esfuerzo de someter a estas sociedades a normas de conducta pueda ser ineficaz si no existe una armonización internacional de su regulación. VI. Alcance de las presentes recomendaciones 1. El principio de la autorregulación Al articular el conjunto de medidas anteriormente expuesto, la Comisión ha querido situarlas, como recomendaciones dirigidas ante todo a las propias empresas objeto de este Informe, en el ámbito de la autorregulación. En primer lugar, para cumplir fielmente el mandato constitutivo de esta Comisión para el estudio de los «criterios y pautas» —no otra cosa son las recomendaciones— a que «deben someterse las sociedades emisoras de valores e instrumentos admitidos a negociación en los mercados organizados en sus relaciones con los consultores, analistas financieros y las demás empresas» que las asisten o prestan servicios e intervienen en los mercados, de acuerdo, por otra parte, con el también afirmado carácter técnico de esta Comisión, sin competencia para legislar, regular o proponer disposiciones de tal naturaleza. En segundo lugar, porque se ha querido facilitar la línea de continuidad con las recomendaciones del Código Olivencia, que no sólo han cumplido un importante papel en la conformación histórica de un modelo pionero de gobierno corporativo, sino que la mayor parte de sus principios siguen teniendo vigencia e informan las presentes recomendaciones, que las desarrollan, precisan y complementan, salvo en aquellos puntos concretos en que la reflexión sobre las actuales necesidades de las sociedades y los mercados, junto a la propia experiencia en la observancia de aquel Código, aconsejan soluciones diversas. Y en tercer lugar, por la convicción de que la variedad de problemas que plantea el gobierno corporativo de sociedades de estructura cada vez más compleja y exigencias crecientes de especialización y profesionalización en un entorno competitivo, se aborda mejor desde la flexibilidad de la autorregulación, bajo el principio constitucional de la libertad de empresa, y con la sanción del mercado al régimen de autogobierno elegido por cada sociedad en condiciones de transparencia. Los principios de buen gobierno corporativo —como los descritos anteriormente— pueden tener, como principios básicos, un amplio ámbito de aplicación. Sin embargo, su concreción en medidas específicas puede resultar adecuada en algunos casos e inadecuada en otros, y no puede generalizarse sobre la conveniencia de su implantación. Aquellas medidas que pueden ser válidas para una empresa en un país determinado, pueden no serlo para otra empresa, incluso dentro del mismo país o sector. La historia, el origen, la estructura accionarial y los valores corporativos de cada empresa tienen un papel en la determinación de sus códigos propios de buen gobierno. Lo más importante es que cada empresa efectúe las reflexiones pertinentes sobre el modo de concretar aquellos principios en medidas específicas y que explique a los inversores las razones para hacerlo de un modo o de otro. Por tal motivo, esta Comisión se inclina por exigir a las empresas la máxima transparencia en el uso y difusión de la información, y por fomentar la autorregulación en la concreción de sus disposiciones de gobierno corporativo. La autorregulación se apoya en dos pilares, que son el marco ético de la dirección de empresas y el principio de transparencia. Por consiguiente, la autorregulación coloca a las empresas ante el deber de informar constantemente sobre el modo de enfocar los asuntos relativos al gobierno corporativo y a las razones para hacerlo de un modo u otro. Las empresas pueden, en virtud del poder de autorregulación de que disponen dentro del marco legal existente, incorporar a su régimen de gobierno corporativo las recomendaciones que consideren oportunas y en la forma que estimen más conveniente, esto es, incorporándolas a los Estatutos, en forma de Código o principios de buen gobierno, o estableciendo reglamentos específicos para la Junta General o el Consejo de Administración. Los poderes públicos pueden hacer el uso que consideren oportuno de las recomendaciones contenidas en este Informe, formulando las propuestas legislativas o reglamentarias que estimen convenientes. Naturalmente, también quienes participan en el mercado pueden tomar nota de las medidas propuestas a la hora de decidir sus actuaciones en relación con las entidades que operan en él. 2. La conveniencia de un soporte normativo adicional La anterior apreciación no es óbice para que esta Comisión advierta que, como se indica en el propio texto del Informe, algunas de las recomendaciones que formula tendrían un más adecuado soporte con una regulación heterónoma que contuviese mandatos cuyo cumplimiento no dependiera sólo de la libre y voluntaria determinación de la empresa afectada. Entre otras, destacamos las siguientes: — Los deberes básicos de información y transparencia en materia de gobierno corporativo, comprendiendo la obligación de dar una explicación razonada de la desviación, por parte de la sociedad, respecto de las recomendaciones de buen gobierno o de los propios criterios que en esta materia haya adoptado y publicado, así como en materia de información financiera y de gestión. — La definición y régimen de los deberes de lealtad y diligencia más allá de la actual «diligencia de un ordenado empresario y de un representante leal» (art. 127 de la Ley de Sociedades Anónimas), especialmente en el ámbito de los conflictos de interés, tanto en las sociedades cotizadas como en los restantes agentes del mercado que se consideran en este Informe. — La obligación de dotarse de un conjunto de disposiciones en materia de gobierno corporativo que comprendan, al menos, lo que a lo largo de este Informe se ha considerado propio de un Reglamento del Consejo de Administración, así como de un Reglamento de la Junta General, integrando o complementando, según se estimara procedente, los Estatutos sociales. La Comisión no quiere concluir sin llamar la atención sobre la necesidad de un comportamiento ético por parte de todos los sujetos a los que se refiere este Informe para orientar tanto la función de autorregulación de sus conductas como la observancia de las normas que en cada momento sean aplicables o el seguimiento de las recomendaciones que se formulen. Sólo así, en el marco de los principios y valores que la Constitución proclama, se puede lograr el equilibrio y la tutela efectiva de los distintos intereses concurrentes en el adecuado desarrollo de los mercados financieros. Guía de Principios de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés de la Fundación de Estudios Financieros ÍNDICE I. PRESENTACIÓN DEL PRESIDENTE DE LA FEF II. EQUIPO DE TRABAJO III. GUÍA DE PRINCIPIOS DE BUEN GOBIERNO CORPORATIVO, TRANSPARENCIA INFORMATIVA Y CONFLICTOS DE INTERÉS EN LAS SOCIEDADES COTIZADAS 1. Gobierno corporativo 1.1. La Junta General 1.2. El Consejo de Administración 1.3. Tamaño y composición del Consejo 1.4. Clases de consejeros 1.5. Deberes de los consejeros 1.6. Nombramiento, reelección y cese de los consejeros 1.7. Estructura del Consejo 1.8. El presidente del Consejo 1.9. El secretario del Consejo 2. Transparencia 2.1. Remuneración de los consejeros 2.2. Informe anual sobre el estado del buen gobierno corporativo 2.3. Relaciones con los inversores y el mercado 2.4. Contabilidad y auditoría 3. Relaciones con los agentes del mercado 3.1. Gestión de conflictos de intereses 3.2. Responsabilidad social, ética y medioambiental I. Presentación del presidente de la FEF Como presidente de la Fundación de Estudios Financieros (FEF) tengo la satisfacción de presentarles este texto denominado «Guía de principios de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés en las Sociedades Cotizadas». Esta Fundación, como centro de reflexión, pensamiento e investigación de la sociedad civil económica y financiera española, viene trabajando en la necesidad de sensibilizar a la comunidad financiera española en particular y al mundo empresarial en general sobre la importancia de las cuestiones relativas al buen gobierno de las empresas y en facilitar su mejor cumplimiento y divulgación. Consideramos este texto un paso adicional en la dirección adecuada. Es precisamente por ese motivo por el que desde la FEF estamos contribuyendo de forma constante y desinteresada a dar forma definitiva a una serie de documentos y estudios de carácter consultivo y eminentemente práctico sobre estas —y también otras— cuestiones relacionadas con la transparencia informativa y el correcto funcionamiento de los mercados. En este sentido, en materia de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés, la FEF comenzó su trabajo con la publicación el pasado mes de diciembre de 2002 del «Estudio para la Mejora del Gobierno Corporativo, la Transparencia Informativa y los Conflictos de Interés» destinado en primer lugar a nuestros patronos y resto de órganos de gobierno, a los reguladores y supervisores y a la comunidad económica y financiera española. En el mencionado Estudio se pudo recabar la opinión cualificada de un importante número de dirigentes —178— especialmente cualificados para el contenido de la investigación, y se ponían de manifiesto determinadas fortalezas y debilidades en esta materia, así como un buen número de posibilidades concretas de mejora, con un énfasis importante en los principios autorregulatorios. Posteriormente, con la finalidad de acceder al público general, se publicó una edición especial en colaboración con el diario económico Expansión que alcanzó una tirada de unos 30.000 ejemplares. De esta forma, desde la FEF hemos contribuido efectivamente con nuestra opinión cualificada al trabajo que con este mismo objetivo ha realizado el Ministerio de Economía a través de la «Comisión Especial para el Fomento de la Transparencia y la Seguridad en los Mercados Financieros y en las Sociedades Cotizadas» (Comisión Aldama). Posteriormente hemos podido comprobar el resultado de nuestras aportaciones en el denominado «Proyecto de Ley por la que se modifican la Ley 24/1988, de 28 de julio, del Mercado de Valores,y el texto refundido de la Ley de Sociedades Anónimas, aprobado por el Real Decreto Legislativo de 1564/1989, de 22 de diciembre, con el fin de reforzar la transparencia de las Sociedades Anónimas Cotizadas» aprobado en julio del presente año. Asimismo, la demanda de una mayor concreción en lo referente a las reglas de aplicación en materia de gobierno corporativo por parte de las sociedades, cotizadas o no, y del público interesado, así como el relativo «exceso» de información conceptual en materia de gobierno corporativo, unido quizá a ciertas dudas interpretativas en determinadas cuestiones, hacen complejo elegir, seleccionar y entender los principios y elementos más relevantes en lo relativo al gobierno de la empresa. Por ello, la FEF, con el significativo apoyo de sus patronos y colaboradores, ha venido trabajando en el desarrollo de un texto que hoy les presento, denominado «Guía de principios de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés en las Sociedades Cotizadas». Con esta iniciativa la FEF persigue ofrecer al mercado un documento de referencia que, fruto del trabajo y del estudio de los principales textos en esta materia, como son los Informes «Olivencia» y «Aldama», los británicos «Higgs» y «Cadbury» entre otros, así como los textos legales que definen el marco regulador que atañe a esta cuestión, aborde las diferentes cuestiones relativas al gobierno de la empresa y su necesaria transparencia, con rigor, claridad y desde una perspectiva eminentemente práctica. Consideramos que este documento será, en su categoría, un referente en el mercado y que servirá, con toda seguridad, a un buen número de empresas y de inversores en España. En resumen, nuestro objetivo último con este documento es el de ordenar y sistematizar la información referida al buen gobierno empresarial y servir de «guía» para que aquellos interesados tengan a su disposición un documento de fácil manejo y entendimiento. Para concluir sólo me queda añadir que venimos impulsando nuevas iniciativas en este ámbito. Entre ellas quisiera destacar la creación de un «Observatorio Anual del Buen Gobierno Corporativo en España», y ligado a éste, la concesión de unos «Premios a la Empresa Cotizada con mejores prácticas en materia de Buen Gobierno Corporativo»; ambas verán la luz en la primera mitad del año 2004. Confiamos en que esta nueva iniciativa resulte de su interés, al tiempo que consideramos que este es un paso adicional en materia de transparencia, responsabilidad y colaboración de la sociedad civil económico financiera española que la Fundación junto con otras instituciones representa, en las cuestiones que resultan de gran trascendencia y relevancia para el mejor funcionamiento de nuestra economía. Aldo Olcese Santonja Presidente II. Equipo de trabajo El equipo de trabajo de la Fundación de Estudios Financieros ha estado dirigido por su presidente, D. Aldo Olcese Santonja, y ha estado compuesto por las siguientes personas: D. Manuel Martín, secretario general de la FEF. D. Carlos Gascó, director general de la FEF. D. Mariano Carbajales, asesor de la FEF. Asimismo, la Fundación de Estudios Financieros ha contado con la colaboración inestimable y desinteresada de las siguientes personas, a las que quiere mostrar público reconocimiento y sincero agradecimiento (en orden alfabético): D. Ramón Abella, senior manager de PriceWaterhouseCoppers. D. José Luis Blanco, socio de Cuatrecasas Abogados. D. Luis de Carlos, socio de Uría & Menéndez. D. Jesús Díaz de la Hoz, socio director de PriceWaterhouseCoppers. D. Luis Fernández de la Gándara, socio de Garrigues Abogados y catedrático de Derecho Mercantil en la Universidad Complutense de Madrid. D. Pedro Huerta, asociado senior de PriceWaterhouseCoppers. D. José Massaguer, socio de Uría & Menéndez y catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad Pompeu Fabra. D. Manuel Sánchez Álvarez, abogado de Garrigues Abogados y profesor titular de Derecho Mercantil en la Universidad de las Palmas de Gran Canaria. D. Miguel Trías, socio de PriceWaterhouseCoppers. III. Guía de principios de buen gobierno corporativo, transparencia informativa y conflictos de interés en las sociedades cotizadas 1. Gobierno corporativo 1.1. La Junta General A) Participación de los socios en la sociedad El Consejo de Administración promoverá la más eficaz participación de los accionistas en la toma de las decisiones esenciales de la sociedad, hará público el contenido íntegro de todas las propuestas de acuerdo que se vayan a someter a la Junta General y facilitará la representación del accionista en la Junta General y la expresión de sus intereses a través del derecho de voto y contenido íntegro. B) Reglamento de la Junta El Consejo de Administración elaborará una propuesta de Reglamento de la Junta General, que ordenará su funcionamiento y demás cuestiones que atañan a la Junta de conformidad con la Ley y los Estatutos, que someterá a la Junta General para su aprobación y que será publicado. 1.2. El Consejo de Administración A) Función del Consejo de Administración a) La actuación del Consejo de Administración debe orientarse por la defensa de la viabilidad a largo plazo de la empresa y la protección de los intereses generales de la sociedad, buscando alinear los planes de los que gestionan la sociedad con los intereses de accionistas e inversores. b) Sin perjuicio de las competencias legalmente atribuidas, el Consejo de Administración es principalmente un organismo de supervisión y control. La función general, que es la más genuina del Consejo, de supervisión se desglosa en tres responsabilidades fundamentales: orientar la política de la compañía, controlar las instancias de gestión y servir de enlace con los accionistas. B) Competencias del Consejo El Consejo debe asumir, con carácter indelegable, las siguientes competencias: a) Aprobación de las estrategias generales de la sociedad. b) Nombramiento, retribución y, en su caso, destitución de los más altos directivos de la sociedad. c) Control de la actividad de gestión y evaluación de los directivos. d) Identificación de los principales riesgos de la sociedad e implantación y seguimiento de los sistemas de control interno y de información adecuados. e) Determinación de las políticas de información y comunicación con los accionistas, los mercados y la opinión pública. C) Procesos de gobierno a) El Consejo debe disponer de aquella información que le ayude a valorar los activos intangibles de la empresa, a conocer las tendencias del mercado, el grado de satisfacción del cliente, la calidad del producto y todos aquellos otros elementos que le permitan orientar la estrategia y enmarcar adecuadamente las perspectivas de los negocios que lleva a cabo la compañía. b) El consejero debe procurar asistir personalmente a todas las reuniones del Consejo y de las Comisiones de las que forme parte. En caso de no poder hacerlo, deberá conferir representación, con instrucciones, a alguno de los consejeros de su misma clase. c) El consejero debe intervenir de forma activa, tomando posición, en los asuntos que son objeto de la reunión. d) El Consejo de Administración deberá reunirse con la periodicidad, normalmente mensual, que sea adecuada para seguir de cerca las actuaciones de los ejecutivos y de la Comisión delegada, en su caso, y adoptar las decisiones oportunas en relación con las mismas. Además, se reunirá en todas las ocasiones en las que el presidente o un número suficiente de consejeros así lo solicitara, de acuerdo con sus Estatutos y Reglamento. A lo largo del ejercicio deberá analizar de forma específica el presupuesto y la marcha del plan estratégico, si lo hubiere, y su grado de cumplimiento, así como los estados financieros trimestrale s que la sociedad haya de enviar a los órganos reguladores o de supervisión de los mercados para su publicación. D) El Reglamento del Consejo de Administración Cada Consejo de Administración debe dotarse de su propio Reglamento, en el que se recojan las normas que ordenan su régimen interno y de funcionamiento, debiendo regular, como mínimo, las siguientes materias: — Funciones del Consejo. — Tamaño del Consejo. — Composición del Consejo. — Procedimientos y criterios a seguir para el nombramiento, reelección y cese de los consejeros. — Estructura de gobierno del Consejo. — El presidente del Consejo. — El secretario del Consejo. — Procesos de gobierno. — La retribución de los consejeros. — Los deberes fiduciarios de los consejeros: • Deber de diligencia. • Deber de lealtad y fidelidad. • Deber de fidelidad. Dicho Reglamento deberá ser inscrito en el Registro Mercantil, depositado en la CNMV y puesto a disposición de cualquier accionista o inversor a través de la página web de la sociedad. 1.3. Tamaño y composición del Consejo A) Tamaño El Consejo de Administración deberá tener el número de miembros que resulte razonable para asegurar su operatividad y el trabajo de cada consejero, y poder contar con todos los medios necesarios para el mejor y más eficaz ejercicio de sus funciones. B) Composición a) El Consejo de Administración, a través de los consejeros, deberá representar el mayor porcentaje de capital posible, debiendo existir una mayoría amplia de consejeros externos y, dentro de éstos, una participación significativa de consejeros independientes, teniendo en cuenta la estructura accionarial de la sociedad y el capital representado en el Consejo. b) Se recomienda que las personas más significadas del equipo de gestión y, singularmente, el primer ejecutivo de la compañía, formen parte del Consejo. 1.4. Clases de consejeros a) Son consejeros internos o ejecutivos los que poseen funciones ejecutivas o directivas en la sociedad o en alguna de sus sociedades participadas, y en todo caso, los que mantienen con la misma una relación contractual laboral, mercantil o de otra índole, distinta de su condición de Consejeros, así como los que ostentan algún poder de decisión en relación con alguna parte del negocio de la sociedad o del grupo, mediante delegación o apoderamiento estables conferidos por el Consejo de Administración o por la sociedad, respectivamente. b) Son consejeros dominicales los propuestos por los accionistas, individuales o agrupados, en razón de una participación estable en el capital social que, independientemente de que dé o no derecho a un puesto en el órgano de administración, se ha estimado suficientemente significativa por el Consejo, teniendo en cuenta el capital flotante de la sociedad, para elevar su propuesta a la Junta General de Accionistas. c) Son consejeros independientes aquellos de reconocido prestigio profesional que pueden aportar su experiencia y conocimientos al gobierno corporativo y que, no siendo ni ejecutivos ni dominicales, resulten elegidos como tales y reúnan aquellas condiciones que aseguren su imparcialidad y objetividad de criterio y, en particular, los que: — No tienen, o no han tenido recientemente, relación de trabajo, comercial o contractual, directa o indirecta y de carácter significativo, con la sociedad, sus directivos, los consejeros dominicales o sociedades del grupo cuyos intereses accionariales representen, entidades de crédito con una posición destacada en la financiación de la sociedad u organizaciones que reciban subvenciones significativas de la sociedad. — No son consejeros de otra sociedad cotizada que tenga Consejeros dominicales en la sociedad de que se trate. — No tienen relación de parentesco próximo con los consejeros ejecutivos, dominicales o los miembros de la alta dirección de la sociedad. Cuando concurra alguna de las circunstancias anteriores, la misma deberá ser conocida y evaluada por el Consejo, previo informe de la Comisión de Nombramientos y Retribuciones, y recogida en el Informe Anual. 1.5. Deberes de los consejeros A) Deber de lealtad y fidelidad a) El deber de actuar con lealtad y fidelidad para con la sociedad, impone a los administradores el cumplimiento de las siguientes obligaciones: — Deber de secreto, no pudiendo utilizar en beneficio propio, ni facilitar a terceros, cuantos datos e informaciones reciba en el desempeño de su cargo, sin perjuicio de las obligaciones de transparencia e información que impongan la legislación mercantil y de los mercados de valores. — Deber de hacer lo posible para evitar los conflictos de intereses entre él o sus familiares más directos, y la sociedad, comunicando en todo caso su existencia, de no ser evitables, al Consejo de Administración. — No desempeñar ningún cargo en empresas competidoras con la sociedad o sociedades de su grupo. — Abstenerse de intervenir en las deliberaciones y votaciones sobre propuestas de nombramiento, reelección o cese cuando les afecten, así como en cualquier otra cuestión en la que tengan un interés particular. — No utilizar con fines privados información no pública de la sociedad, salvo con la autorización del Consejo, debiendo informar al mismo de la situación que diera lugar a la aplicación de este precepto. — No hacer uso indebido de activos de la sociedad ni tampoco valerse de su posición en esta última para obtener, sin contraprestación adecuada, una ventaja patrimonial. En todo caso, de las relaciones económicas o comerciales entre el consejero y la sociedad deberá conocer el Consejo de Administración. — No aprovecharse de las oportunidades del negocio que conozca por su condición de consejero. — Notificar a la sociedad los cambios significativos en su situación profesional, los que afecten al carácter o condición en cuya virtud hubiera sido designado como consejero, o los que puedan entrañar un conflicto de interés. — Informar a la sociedad de las acciones de la misma, opciones sobre acciones o derivados referidos al valor de la acción, de que sea titular, directamente o a través de sociedades en las que tenga una participación significativa, así como de las modificaciones que sobrevengan en dicha participación accionarial o derechos relacionados, con independencia del cumplimiento de la normativa del mercado de valores. — Informar a la sociedad de todas las reclamaciones judiciales, administrativas o de cualquier otra índole que por su importancia pudieran incidir gravemente en la reputación de la sociedad. b) El administrador afectado por alguna de las circunstancias anteriores debe comunicar a la sociedad su existencia. Ésta puede eximirle de su cumplimiento siempre que: — Se realice mediante un procedimiento que asegure la independencia del órgano que otorga la dispensa respecto del administrador afectado. — Se asegure que la transacción es equitativa y se hace en condiciones de mercado. — Se asegure la transparencia de la operación. c) Las anteriores obligaciones deben extenderse también a las siguientes personas: — A las personas físicas que representan a los administradores que sean personas jurídicas. — A los altos ejecutivos de la sociedad aunque no ostenten la condición de consejeros. — A los administradores de hecho, es decir, a aquellas personas que en la realidad del tráfico desempeñan sin título —o con un título nulo o extinguido— las funciones propias de administrador. — A los administradores ocultos, siendo éstos aquellas personas bajo cuyas instrucciones suelen actuar los administradores de la sociedad. — A los accionistas de control. B) Deber de diligencia El administrador debe: a) Dedicar con continuidad el tiempo y esfuerzo necesarios para seguir de forma regular las cuestiones que plantea la administración de la sociedad, recabando la información suficiente para formar criterio respecto de las cuestiones que se vayan a someter y la colaboración o asistencia que considere oportuna, dejando constancia, en su caso, del grado de cumplimiento de su solicitud. b) Participar activamente en el órgano de administración y en sus Comisiones o tareas asignadas, informándose, expresando su opinión, e instando de los restantes consejeros su concurrencia a la decisión que se entienda más favorable para la defensa del interés social. De no poder asistir, por causa justificada, a las sesiones a las que haya sido convocado, procurará instruir de su criterio al consejero que, en su caso, le represente. c) Oponerse a los acuerdos contrarios a la Ley, a los Estatutos o al interés social, y solicitar la constancia en acta de su posición cuando lo considere más conveniente para la tutela del interés social. d) Instar la convocatoria de reuniones del Consejo cuando lo estime pertinente, o la inclusión en el orden del día de aquellos extremos que considere convenientes, de acuerdo con la Ley y con los Estatutos sociales. 1.6. Nombramiento, reelección y cese de los consejeros A) Política de nombramiento de los consejeros a) La selección de candidatos es cometido preferente de la Comisión de Nombramientos, que llevará a cabo esta labor de forma transparente. El sistema de designación de consejeros garantizará la debida representatividad así como la competencia, solvencia y experiencia de los candidatos seleccionados. b) El consejero independiente ejercitará sus funciones con objetividad e imparcialidad. En el proceso de selección de estos últimos se verificará la inexistencia de vínculos significativos con el equipo directivo y los grupos accionariales de control. c) En orden a la protección de los accionistas minoritarios se procurará que la composición del Consejo refleje la estructura del capital y que, dentro de una amplia gama de consejeros externos, exista una participación muy significativa de consejeros independientes. B) Reelección y cese de los consejeros Reelección. La Comisión de nombramientos evaluará el trabajo del candidato a la reelección y su dedicación al cargo durante el último mandato, así como el cumplimiento de las cond iciones establecidas al tiempo de proponerse su renovación con emisión del correspondiente informe. En caso de ser favorable se propiciará la reelección de los consejeros ejecutivos y dominicales, pudiéndose así mismo establecer pautas de rotación interna de los consejeros independientes en la adscripción a tareas específicas de control. Cese. Una vez elegidos los consejeros externos, dominicales e independientes por la Junta General, el Consejo de Administración no propondrá su cese antes del cumplimiento del período estatutario para el que fueron designados, salvo por causas excepcionales y justificadas, aprobadas por el Consejo de Administración, previo informe de la Comisión de Nombramientos y Retribuciones, y en todo caso, en aquellos supuestos que puedan afectar negativamente al funcionamiento del Consejo o al crédito y reputación de la sociedad en el mercado, los Estatutos preverán el cese o la dimisión del consejero. 1.7. Estructura del Consejo A) Las Comisiones del Consejo La Comisión Ejecutiva En el caso de que se prevea la existencia de una Comisión Ejecutiva y ésta asuma totalmente o de manera significativa las facultades del Consejo, su composición será similar a la del propio Consejo, reproduciendo en su seno el equilibrio entre las diferentes categorías de consejeros. La Comisión de Auditoria, Control y Cumplimiento a) El cometido básico de la Comisión de Auditoría y Control consiste en evaluar el sistema de verificación contable de la sociedad, velar por la independencia del auditor externo y revisar el sistema de control interno, evaluar y controlar los procesos de gobierno corporativo, transparencia informativa y conflictos de interés, correspondiéndole a tal fin las siguientes competencias y facultades para su desempeño: — Informar sobre las cuentas anuales, así como los estados financieros semestrales y trimestrales, que deban remitirse a los órganos reguladores o de supervisión de los mercados, haciendo mención de los sistemas internos de control, al control de su seguimiento y cumplimiento a través de la auditoría interna, así como, cuando proceda, de los criterios contables aplicados. La Comisión deberá también informar al Consejo de cualquier cambio de criterio contable y de los riesgos del balance y de fuera del mismo. — El acceso pleno a la auditoría interna e informar durante el proceso de selección, designación, renovación y remoción de su director, así como participar en la fijación de la remuneración de éste, debiendo informar acerca del presupuesto de este departamento. — Supervisar y controlar la adecuación e integridad de los sistemas de auditoría interna. — Los poderes para informar y proponer acerca de la selección, designación, renovación y remoción del auditor externo, así como las condiciones para su contratación. Estas facultades no podrán ser delegadas en la gerencia, ni en ningún otro órgano de la sociedad. — Servir de canal de comunicación entre el Consejo de Administración y los auditores, evaluar los resultados de cada auditoría y las respuestas del equipo de gestión a sus recomendaciones y mediar y arbitrar en los casos sociedades cotizadas de discrepancias entre aquéllos y éste en relación con los principios y criterios aplicables en la preparación de los estados financieros. — Aprobar, controlar y supervisar los contratos, distintos del contrato de auditoría, concluidos por la sociedad con los auditores de cuentas. — Elaborar un informe anual sobre las actividades de la Comisión de Auditoría y Control que deberá ser incluido en el informe de gestión. — Supervisar el cumplimiento del contrato de auditoría, procurando que la opinión sobre las cuentas anuales y los contenidos principales del informe de auditoría sean redactados de forma clara y precisa. — Recibir de los auditores externos información sobre aquellas cuestiones que puedan poner en riesgo la independencia de éstos. — Reunirse periódicamente, y en todo caso con carácter trimestral, con los auditores de cuentas. — Reunirse periódicamente con los auditores internos. — Elaborar un informe anual de gobierno corporativo, transparencia informativa y conflictos de interés que será presentado al Consejo y a la Junta General de Accionistas. — Supervisar y tomar razón de los conflictos de interés entre accionistas, consejerosdirectivos y la sociedad. b) No podrán ser miembros de la Comisión de Auditoría y Control los consejeros ejecutivos, pero sí deberán acudir a informar en la medida que la propia Comisión así lo acuerde. Se mantendrá una proporción entre consejeros dominicales e independientes similar a la del propio Cons ejo. c) El presidente de la Comisión ejercerá su cargo durante cuatro años, pudiendo ser reelegido una vez transcurrido un plazo de un año desde su cese. d) El número de miembros se fijará estatutariamente. El presidente del Consejo de Administración y quienes formen parte de otras comisiones no podrán ser miembros de esta Comisión. Asimismo, los miembros de la Comisión que, por cualquier causa, cesen de su cargo de consejero, no podrá prestar servicios en sociedad competidora o en cualquier otra pertenecie nte al mismo grupo durante cinco años a contar desde el momento del cese. e) Sin perjuicio de lo establecido en los Estatutos y en el Reglamento del Consejo, la Comisión de Auditoría y Control tendrá su propio reglamento de funcionamiento, elaborado y aprobado por el Consejo de Administración. La Comisión de Nombramientos y Retribuciones a) Toda sociedad cotizada deberá contar con una Comisión de Nombramientos y Retribuciones. Corresponde a esta última informar al Consejo de Administración, con carácter previo, de todas las propuestas que el Consejo formule a la Junta General para la designación o cese de los consejeros, incluso en los supuestos de cooptación. Asimismo, informará sobre retribuciones del Consejo y de sus cargos, así como sobre la política general de retribuciones e incentivos para los mismos y para la alta dirección. b) Los miembros de la Comisión serán designados por el Consejo de Administración de entre los consejeros externos y siguiendo las proporciones del mismo. No podrán ser miembros de esta Comisión los consejeros ejecutivos. e) Sin perjuicio de lo establecido en los Estatutos y en el Reglamento del Consejo, la Comisión de Auditoría y Control tendrá su propio reglamento de funcionamiento, elaborado y aprobado por el Consejo de Administración. La Comisión de Nombramientos y Retribuciones a) Toda sociedad cotizada deberá contar con una Comisión de Nombramientos y Retribuciones. Corresponde a esta última informar al Consejo de Administración, con carácter previo, de todas las propuestas que el Consejo formule a la Junta General para la designación o cese de los consejeros, incluso en los supuestos de cooptación. Asimismo, informará sobre retribuciones del Consejo y de sus cargos, así como sobre la política general de retribuciones e incentivos para los mismos y para la alta dirección. b) Los miembros de la Comisión serán designados por el Consejo de Administración de entre los consejeros externos y siguiendo las proporciones del mismo. No podrán ser miembros de esta Comisión los consejeros ejecutivos. c) Sin perjuicio de lo establecido en los Estatutos y en el Reglamento del Consejo, la Comisión de Nombramientos y Retribuciones tendrá su propio reglamento de funcionamiento, elaborado y aprobado por el Consejo de Administración. La Comisión de Estrategia e Inversiones Las sociedades cotizadas podrán contar con una Comisión de Estrategia e Inversiones con la función de proponer o informar al Consejo sobre todas aquellas decisiones estratégicas y de inversión con relevancia para la sociedad o para el grupo. Podrán ser miembros de la misma los consejeros ejecutivos y los externos y su designación, al igual que la aprobación de su Reglamento de funcionamiento, corresponderá al Consejo. 1.8. El presidente del Consejo a) El presidente tiene la responsabilidad de promover el buen funcionamiento del Consejo, para lo que deberá velar porque sus miembros reciban la información necesaria, participen de manera activa y se comprometan en sus tareas. b) Cada sociedad debe decidir, en función de su conveniencia, si el presidente del Consejo puede compaginar su cargo con el de primer ejecutivo de la compañía, en cuyo caso se recomienda designar, de entre los consejeros independientes, un vicepresidente coordinador y con facultades subsidiaria de convocar el Consejo, incluir nuevos puntos en el orden del día, remitir información a los consejeros y, en general, hacerse eco de sus preocupaciones. Así mismo, el Consejo evaluará una vez al año la labor del presidente en su condición de tal y en su condición de primer ejecutivo de la compañía. 1.9. El secretario del Consejo a) Debe reforzarse la figura del secretario del Consejo y su régimen de responsabilidad, dotándole de ciertas garantías de independencia y estabilidad para lo que se puede establecer su dependencia jerárquica de una de las Comisiones delegadas de control u otorgarle la condición de consejero. b) El secretario del Consejo de Administración debe atender a la legalidad formal y material de las actuaciones del Consejo, comprobar su regularidad estatutaria, el cumplimiento de las disposiciones emanadas de los organismos reguladores, y la consideración, en su caso, de sus recomendaciones, así como velar por la observancia de los principios o criterios de gobierno corporativo de la sociedad y las normas del Reglamento del Consejo y de la Junta General. c) Todos los consejeros deberán contar con la información necesaria para un más eficaz ejercicio de sus funciones. Salvo diversa determinación estatutaria o reglamentaria corresponderá al secretario del Consejo facilitar tal información. 2. Transparencia 2.1. Remuneración de los consejeros a) En la Memoria anual general de la compañía y particular específica de gobierno corporativo se recogerá la cuantía de la remuneración percibida por cada consejero en su condición de tal, desglosando esta remuneración en todos los conceptos, incluyendo retribuciones fijas, dietas, participación en beneficios o sistemas referenciados al valor de la acción, bonus, incentivos, pensiones, seguros, pagos en especie como la entrega o asignación de acciones, opciones sobre acciones, y en su condición de prestador de servicios profesionales. Asimismo, en el Informe anual se recogerá conjuntamente la remuneración y el coste total de la alta dirección (comité de dirección o similar), junto con el número e identificación de los cargos que lo componen, desglosando los conceptos a que corresponden: salarios en metálico y en especie, opciones sobre acciones, bonus, fondos de pensiones, provisiones por indemnizaciones y otras compensaciones que pudieran existir, así como la remuneración que corresponde a los consejeros ejecutivos en su calidad de directivos de la sociedad sin mención individualizada. 2.2. Informe anual sobre el estado del buen gobierno corporativo a) El Consejo de Administración —previo informe de la Comisión de Auditoría y Control— elaborará un informe anual sobre la estructura y prácticas de gobierno corporativo de la sociedad en donde se expongan ordenadamente los extremos a que se hace referencia en el apartado 3.2.a) de este capítulo. 2.3. Relaciones con los inversores y el mercado A) Relaciones con los inversores institucionales El Consejo de Administración fomentará la más activa contribución de los inversores institucionales a la conformación de la voluntad social y propiciará un contacto regular con ellos para intercambiar puntos de vista y establecer un cauce que les permita proporcionar información valiosa a la dirección de la compañía para articular sus estrategias empresariales y de gobierno. B) Transparencia e información: la página web de la sociedad a) El Consejo de Administración ofrecerá a los accionistas, a los inversores y, en general, al mercado información completa, correcta, equitativa, simétrica y en tiempo útil no sólo sobre los hechos relevantes capaces de influir de forma sensible en la formación de los precios de Bolsa, sino también sobre los aspectos concernientes al gobierno societario y, en particular, sobre los siguientes aspectos: — Estructura de propiedad de la sociedad y, en particular, una imagen fiel y actualizada de los poderes que controlan las sociedades, haciendo públicas: a) la estructura de su capital e indicando, dentro de él, los porcentajes de participación y las relaciones de índole familiar, comercial, contractual o societaria que existan; b) los pactos parasociales; c) la estructura de control de las sociedades o grupos de sociedades que participan en el capital de la sociedad y en el de sus filiales, sobre todo cuando en ellas participen también los accionistas de referencia, así como la representación —directa o indirecta— que tienen en el Consejo estas sociedades, y d) las medidas de blindaje de cualquier clase que puedan existir en la sociedad. — Estructura de la administración de la sociedad y, en particular, a) la composición, reglas de organización y funcionamiento del Consejo de Administración y de sus Comisiones; b) la identidad —incluida la edad—, trayectoria profesional, participación en el capital y remuneración de sus miembros; c) las funciones y cargos de cada consejero dentro de la sociedad; d) las relaciones entre los consejeros y los accionistas de referencia; e) los consejeros cruzados o vinculados, y f) los procedimientos de selección, remoción o reelección, todo ello debidamente completado con la explicación y evaluación de las prácticas seguidas. — Operaciones vinculadas y operaciones intragrupo y, en particular y sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 37 de la Ley de Medidas de Reforma del Sistema Financiero, de las operaciones con las sociedades filiales, así como de aquellos extremos que puedan ser relevantes para enjuiciar el grado de efectividad y observancia de los deberes de lealtad de los consejeros. — Sistemas de control del riesgo y, en particular, de los dispositivos de control establecidos para evaluar, mitigar o reducir los principales riesgos de la sociedad. — Funcionamiento de la Junta General y, en particular y sin perjuicio del contenido del Reglamento de la Junta General: a) los cauces de relación que tenga abiertos la sociedad con sus accionistas; b) la justificación de las políticas seguidas por la sociedad en materias tales como las delegaciones de voto; c) los problemas con que se encuentra la Junta, d) los datos sobre el desarrollo de las reuniones de la Junta (asistencia directa, informacio nes, preguntas, quejas), y e) una evaluación de su cometido y aportación. b) El Consejo de Administración elaborará, bajo su responsabilidad, la información financiera que ponga a disposición de los mercados de acuerdo con los mismos principios, criterios y prácticas profesionales con los que se elaboran las cuentas anuales y hará que sea examinada por la Comisión de Auditoría y Control con carácter previo a su publicación. c) La Sociedad tendrá una página web, a través de la cual informará a sus accionistas, inversores y al mercado en general de los hechos económicos y de todos aquellos de carácter significativo que se produzcan en relación con la sociedad. En todo caso, a través de la página web de la sociedad se informará acerca de los siguientes extremos: — Estatutos sociales. — Reglamentos de la Junta General y del Consejo de Administración y otras disposiciones de gobierno corporativo. — Informes trimestrales del ejercicio e informes anuales correspondientes a los dos últimos años, junto con los informes de los auditores externos. — Composición del Consejo y de sus Comisiones. — Identificación de los accionistas con participaciones estables, directas e indirectas, y su representación en el Consejo, así como todos los pactos parasociales entre accionistas que de cualquier modo se hayan comunicado a la sociedad o al mercado. — Participaciones accionariales, directas e indirectas, de cada uno de los miembros del Consejo y que deberán comunicarse a la sociedad dentro de un plazo no superior a las 48 horas. Igualmente se informará sobre la autocartera que tenga la sociedad y sus variaciones significativas. — Información contenida en las presentaciones hechas a los distintos operadores del mercado y a accionistas significativos. — Convocatorias de las Juntas Generales y el contenido íntegro de todas las propuestas de acuerdo que se vayan a someter a la Junta, expresando su justificación en términos no sólo precisos, sino claros, inteligibles y útiles para valorar la decisión que se propone y formar criterio en orden a la definición de la voluntad social. — Acuerdos adoptados en la última Junta General celebrada. — Cualquier hecho de carácter relevante sobre el que el Consejo considere conveniente informar y, en especial, las operaciones relacionadas o vinculadas entre la sociedad y sus consejeros, administradores o accionistas, que pudieran aprobarse y fueran significativas. — Los resúmenes de los informes emitidos por los principales analistas, bancos de inversión o agencias de calificación, que siguen la sociedad de manera continua. — Las memorias anuales de los tres últimos ejercicios con sus correspondientes informes de auditoria y de gobierno corporativo. — Los informes exteriores de expertos independientes, si los hubiere, sobre el gobierno corporativo, la transparencia informativa y los conflictos de interés. Asimismo, la sociedad facilitará a través de su página web la participación de los accionistas en el ejercicio de su derecho de información y, en su caso, de otros derechos societarios. A estos efectos, y siempre que el estado de la tecnología lo permita de un modo razonable y seguro, la sociedad dispondrá en la página web los medios necesarios para que los accionistas formulen propuestas alternativas en relación con los puntos del orden del día y peticiones de información, debiendo la sociedad, por esta misma vía, facilitar que aquellas propuestas sean conocidas por los restantes accionistas con suficiente antelación al momento en que, si procede, deban ser sometidas a la Junta General. 1.4. Contabilidad y auditoría A) Las cuentas anuales a) Las cuentas anuales que se presenten al Consejo de Administración para su formulación serán previamente certificadas, bajo su responsabilidad, por el presidente (si tiene funciones ejecutivas), el consejero delegado y el director financiero o responsable del departamento correspondiente en cuanto a su exactitud e integridad, haciéndose constar que en las cuentas anuales consolidadas están incorporados los estados contables de todas las sociedades participadas, tanto nacional como internacionalmente, que integran el perímetro de consolidación de acuerdo con la normativa mercantil y contable de aplicación. b) El Consejo de Administración, partiendo de las cuentas certificadas, contando con los informes de la Comisión de Auditoría y Control y realizadas las consultas que considere necesarias al auditor externo, habiendo dispuesto de toda la información necesaria, formulará las cuentas anuales y el informe de gestión en términos claros y precisos, que faciliten la adecuada comprensión de su contenido. c) Sin perjuicio del más estricto respeto a la normativa mercantil y contable de aplicación donde coticen los valores emitidos por la sociedad, en la formulación de las cuentas anuales, así como en la elaboración de los estados financieros semestrales y trimestrales que deban ser remitidos a los órganos reguladores o de supervisión de los mercados, se aplicarán los principios contables reconocidos internacionalmente. En el caso de que la sociedad cotice en mercados de otros países, se informará asimismo de los resultados a que se llegaría en las cuentas a presentar en dichos mercados de aplicarse los correspondientes criterios contables. B) Control interno a) El Consejo de Administración establecerá las oportunas pautas de control interno, revisará, a la luz de los pertinentes informes de la Comisión de Auditoría y Control, la calidad de sus trabajos, su capacidad de supervisión de la gestión de la compañía, la eficiencia de sus reglas de funcionamiento, tratará al menos una vez al año y en sesión monográfica sobre su propio funcionamiento, y adoptará la medidas necesarias para corregir los aspectos que se revelen poco funcionales. b) El Consejo de Administración deberá seguir la evolución de las cuentas, al menos trimestralmente, con los informes correspondientes de la Comisión de Auditoría y la participación del auditor de cuentas de la sociedad. c) El Consejo de Administración será el responsable último del establecimiento de un sistema de control interno adecuado en la compañía. Dicho sistema de control deberá situarse dentro de aquellos parámetros comúnmente aceptados como los de mayor eficacia para satisfacer las necesidades de un buen gobierno corporativo de las empresas. Dicho sistema de control deberá atender no sólo a los aspectos relacionados con la fiabilidad de la información financiera de las compañías, sino que deberá también proporcionar un grado de seguridad razonable en la eficacia y eficiencia de las operaciones y en el cumplimiento de las normas y leyes que les sean aplicables. d) Las compañías deberán mantener un sistema de control del riesgo, haciéndolo público de cara a terceros, y explicando cuáles han sido los sistemas establecidos para evaluar, mitigar o reducir los principales riesgos del negocio. C) Comité de Auditoría y control de los auditores La compañía establecerá los oportunos sistemas de control de los contratos ajenos a la propia auditoría de cuentas que realicen con auditores de cuentas, entre los que se contará la necesidad de su aprobación por la Comisión de Auditoría y Control y su reflejo en la Memoria. 3. Relaciones con los agentes del mercado 3.1. Gestión de conflictos de intereses Las empresas emisoras cotizadas velarán por la transparencia y los conflictos de interés en sus relaciones con los intermediarios financieros y en especial establecerán relaciones profesionales sólo con aquellos que dispongan de códigos de gobierno corporativo que incluyan los estándares vigentes. a) En el caso de tratarse del código tipo de un banco de inversión o un analista financiero debería incluir los siguientes aspectos tendentes a garantizar la transparencia e independencia de las opiniones y recomendaciones de los analistas financieros: — Las declaraciones que se incluyan en los informes comprenderán las siguientes menciones explícitas: • Que los puntos de vista expresados en los informes de análisis reflejan la opinión personal del analista sobre la entidad y sus valores. • Que el documento no constituye una oferta de venta o suscripción de valores. • Que la retribución del analista no está vinculada al sentido de la recomendación contenida en dicho análisis. • La participación, en su caso, que la firma haya tenido en operaciones de aseguramiento y/o oferta de valores de la sociedad objeto del informe en los doce meses anteriores a la publicación de dicho informe. • Las compensaciones que, en su caso, la firma hubiera recibido por los servicios de asesoramiento financiero prestados a la sociedad objeto de análisis en los últimos doce meses anteriores a la publicación de dicho informe. • La vinculación accionarial, directa o indirecta, así como la representación en los órganos de gobierno de la sociedad objeto del análisis por parte de la firma. • La indicación del reparto porcentual de las recomendaciones de sobreponderar, mantener e infraponderar. — Al objeto de garantizar la independencia de los analistas financieros, la firma adoptará las siguientes medidas: • Separación física y de flujo de información entre los departamentos de análisis y de asesoramiento, que dependerán, a todos los efectos, de direcciones generales distintas. • No realización de una revisión del informe, previa a su publicación, por parte de los profesionales del departamento de asesoramiento financiero de la firma ni por parte de la sociedad objeto del informe. • Aplicación de restricciones a las posibles operaciones de compraventa del analista respecto de las acciones de la sociedad objeto de estudio. • Retribución del analista financiero sólo en función de las actividades desarrolladas por el departamento del que forme parte, sin vinculación con las actividades realizadas por otros departamentos dentro de la compañía. • Obligación de dejar constancia frente a los clientes de cualquier posible conflicto de intereses en relación con el asesoramiento o con el servicio de inversión que se preste. — Los plazos y situaciones durante los cuales no se podrán publicar informes sobre determinadas entidades. — Las situaciones en las que la firma tendrá que imponer restricciones de la actividad a departamentos sobre determinados valores. — Las restricciones de compraventa de valores a ciertos profesionales en determinados casos, así como imposición de procedimientos internos de aprobación para esas operaciones. — La no participación del analista financiero en reuniones de la firma con los órganos de administración de las sociedades analizadas. — Las medidas que garanticen la igualdad de trato entre los clientes, evitando primar a unos frente a otros a la hora de distribuir las recomendaciones e informes. — Las normas destinadas a impedir el flujo de información privilegiada entre las distintas áreas de actividad, de forma que se garantice que cada una de éstas tome de manera autónoma sus decisiones y se eviten conflictos de interés, que incluirán, al menos, las siguientes previsiones: • Definición de un sistema de decisión sobre inversiones que garantice que éstas se adopten autónomamente dentro del área separada. • Elaboración y mantenimiento de una lista de valores e instrumentos financieros sobre los que se dispone de información privilegiada y una relación de personas y fechas que hayan tenido acceso a tal información. Los administradores, directores generales, asimilados y apoderados de las empresas de servicios de inversión deberán tener una reconocida honorabilidad empresarial y profesional. En todo caso, el código de conducta de estas entidades declarará la incompatibilidad de la actividad de análisis de valores de las instituciones financieras con otras actividades que pueden afectar a la independencia de la actividad o, al menos, obligar a una declaración pública del conjunto de las relaciones entre la firma o entidad financiera y la sociedad analizada. b) En el caso de tratarse del código tipo de una agencia de calificación debería incluir los siguientes aspectos tendentes a garantizar la precisión e independencia de las calificaciones de las agencias: — Identificación de las actividades que puedan vulnerar la independencia del analista. — Identificación de actividades incompatibles. — Desglose de los honorarios percibidos por todos los concepto — Medidas que regulen el flujo de información. — Incorporación de estándares de lealtad y diligencia en el desarrollo de los correspondientes análisis. En el código tipo de la sociedad cotizada que contrate los servicios de la agencia de calificación éste incluirá la obligación de la sociedad de no contratar a los analistas de agencias de calificación que hayan sido responsables de informes relativos a ella durante los dos años siguientes a su emisión. Asimismo, podrán incluir la obligación de la compañía de solicitar a la agencia de calificación la acreditación del cumplimiento de las medidas anteriores (o de aquellas que se establecieran normativamente) cuando sea la propia compañía la que solicite el análisis o facilite la información para la elaboración del mismo. 3.2. Responsabilidad social, ética y medioambiental La responsabilidad social, ética y medioambiental de las empresas deberá inicialmente circunscribirse a lo que la legislación vigente en dichas ma terias estipule. Una vez alcanzado el estricto cumplimiento de las leyes, las compañías deberán centrar su ámbito de actuación desde dos niveles diferentes: a) Deberán actuar sobre los aspectos relacionados con la continuidad de la empresa en el largo plazo, evitando a su vez actuaciones injustas que puedan tener lugar, incluso más allá de lo regulado por la Ley. b) Las empresas deberán desarrollar acciones que ayuden a fortalecer a todos aquellas partes interesadas o stakeholders (proveedores, clientes, accionistas, empleados, Gobierno, inversionistas...) que centran su ámbito de actuación en torno a las mismas, incluyendo dentro de las mismas a la propia sociedad en su conjunto. Adicionalmente cada empresa podrá asumir libremente todas aquellas actuaciones de carácter social, ético y medioambiental que desee, como por ejemplo la presentación de un triple balance (económico, social y medioambiental) que pueda ser de interés para cualquiera de sus stakeholders. Guía de Buenas Prácticas para el Desarrollo de la Junta General de Accionistas de Sociedades Cotizadas Director Aldo Olcese Santonja Presidente de la Fundación de Estudios Financieros y del Instituto Español de Analista Financieros Coordinadores Manuel Martín Martín Secretario General de la Fundación de Estudios Financieros Carlos Gascó Travesedo Director General de la Fundación de Estudios Financieros José Luis Sánchez Fernández de Valderrama Presidente de la Comisión Académica y Científica de la FEF y el IEAF Miembros del Grupo de Trabajo José Luis Blanco Ruiz Socio de Cuatrecasas Abogados Luis Fernández de la Gándara Socio de Garrigues Abogados Luis Fernández del Pozo Vicepresidente del Registro Mercantil de Barcelona Fernando González de Zulueta Socio del Área Legal de Deloitte José Félix de Luis Lorenzo Abogado del Estado en excedencia y Ex Consejero de la CNMV José Massaguer Fuentes Socio de Uría y Menéndez Abogados Giulio Pediconi Director de GS Proxiberia Manuel Sánchez Álvarez Asociado de Garrigues Abogados Eliseo Sierra Noguero Doctor en Derecho y Profesor de Derecho Mercantil de la Universidad Autónoma de Barcelona Miguel Trías Sagnier Socio de Landwell-PriceWaterhouseCoopers ÍNDICE I. Presentación del Presidente de la Fundación de Estudios Financieros II. Convocatoria y fijación del orden del día 1. Previsiones reglamentarias sobre la convocatoria de la junta 1.1. Régimen jurídico 1.2. La convocatoria de junta general en el corporate governance 2. La autorregulación sobre la fijación del orden del día de la junta. La hipotética disciplina reglamentaria de las propuestas alternativas 2.1. Régimen jurídico 2.2. Orden del día en el corporate governance 3. Recomendaciones para el reglamento de junta general en materia de convocatoria y fijación del orden del día 3.1. Competencia para la convocatoria 3.2. Facultad y obligación de convocar 3.3. Anuncio de la convocatoria 3.4. Contenido del anuncio de la convocatoria III. Asistencia a junta y ejercicio del derecho de voto 1. Introducción 2. Recomendaciones en materia de legitimación para asistir a la junta general y ejercer el derecho de voto 2.1. Lista de accionistas legitimados 2.2. Titularidad accionarial en el momento de celebración de la Junta 2.3. Titularidad transfronteriza 2.4. Identificación de los depositarios 2.5. Otros sujetos legitimados 2.6. Agrupación de acciones 2.7. Quórum de constitución 2.8. Atribución específica de derechos de voto a cada accionista asistente 2.9. Bloqueo de acciones 2.10. Escrutinio de votos IV. Representación del accionista 1. Recomendaciones en materia de captación pública del voto y acceso a la información sobre la lista de accionistas 1.1. Identificación de los accionistas 1.2. Forma y plazos 1.3. Información que debe acompañarse 1.4. Solicitud pública de representación efectuada por la sociedad 1.5. Solicitud pública de representación o grupos diferentes a la representación de la sociedad 1.6. Seguimiento del voto emitido por representación 1.7. Ejercicio del voto delegado por parte de las entidades de crédito V. Delegación y voto a distancia y electrónico 1. Previsiones reglamentarias sobre la celebración y desarrollo de la junta general 2. Previsiones reglamentarias sobre delegación y voto a distancia y electrónico 2.1. Habilitación estatutaria 2.2. Formularios electrónicos de voto a distancia y delegación telemática de la representación 2.3. Garantía de la identidad del sujeto que ejercita su derecho de voto y de delegación 2.4. Recibo del voto electrónico o de la delegación telemática VI. Derecho de información del accionista 1. El derecho de información en las sociedades cotizadas con ocasión de la junta general (art. 112 LSA) 1.1. Antes de la celebración de la junta general 1.2. Durante la celebración de la junta 1.3. Dispensa de la obligación de informar 1.4. Consecuencias de la infracción del derecho 2. Previsiones reglamentarias sobre el portal corporativo 3. Previsiones reglamentarias sobre el contenido y la puesta a disposición de los socios del informe anual de gobierno corporativo (art. 116 LMV) 3.1. Estructura de la propiedad de la sociedad 3.2. Estructura de la administración de la sociedad 3.3. Sistemas de control de riesgos 3.4. Funcionamiento de la junta general y desarrollo de sus sesiones 3.5. Grado de seguimiento de las recomendaciones en materia de buen gobierno 3.6. Otra información de interés I. Presentación Como presidente de la Fundación de Estudios Financieros (FEF), me corresponde y me complace presentar este documento, el número seis de la colección «Papeles de la Fundación», con el título «Guía de Buenas Prácticas para el Desarrollo de la Junta General de Accionistas de Sociedades Cotizadas». Esta nueva iniciativa refleja la labor de reflexión e investigación de la FEF sobre las circunstancias que afectan a la sociedad civil en el ámbito económico y financiero, y pone el acento, como en ocasiones anteriores, en el carácter eminentemente práctico de las publicaciones de la FEF. Con ella pretendemos dar un paso adicional en la tarea de aclarar los conceptos, usos y costumbres de todo lo relacionado con las mejores prácticas en materia de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés, línea de trabajo que venimos desarrollando desde el año 2002. En este sentido, conscientes de la importancia que estas cuestiones tienen para el buen funcionamiento del mundo financiero, la FEF ya ha publicado con anterioridad el «Estudio para la Mejora del Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés» (Papeles de la Fundación, n.º 1), así como la «Guía de Principios de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia Informativa y Conflictos de Interés en las Sociedades Cotizadas» (Papeles de la Fundación, n.º 2). Así mismo, y aunque no directamente relacionado con el buen gobierno societario, la FEF ha editado una monografía titulada «Buen Gobierno, Transparencia y Ética en el Sector Público» (Papeles de la Fundación, n.º 4), que pone el acento en aquellas cuestiones relacionadas con el buen gobierno en el ámbito público. La FEF, como representante legítimo y acreditado de la sociedad civil económica y financiera española, ha reunido, una vez más, a una significativa representación de expertos del ámbito académico y profesional, que, de forma desinteresada han contribuido con su análisis y posterior discusión en la elaboración del presente texto. Aprovecho la ocasión para agradecer a todos los partícipes, una vez más, su compromiso con la Fundación y la cesión de su talento para una mejor comprensión y funcionamiento de los mercados. La «Guía de Buenas Prácticas para el Desarrollo de la Junta General de Accionistas de Sociedades Cotizadas» que ahora editamos viene a completar lo que podríamos denominar la «Trilogía» de documentos de la FEF en materia de Buen Gobierno Corporativo. Nace con vocación de ser un instrumento útil para los dirigentes empresariales y especialmente para los accionistas legítimos, propietarios de las compañías cotizadas. Abundando en esta idea, el criterio que preside el presente documento es el de la protección y ejercicio de los derechos de los accionistas, tanto desde la óptica de la profundización de la necesaria democracia en el desarrollo de las Juntas Generales, como en la naturaleza de las cuestiones que en las mismas se tratan. De esta nueva iniciativa esperamos que, al igual que ha sucedido con nuestra «Guía de Principios de Buen Gobierno Corporativo, Transparencia informativa y Conflictos de Interés en las Sociedades Cotizadas», se constituya en un documento de referencia para el sector y para todo aquel que esté interesado en estas cuestiones. De un modo general, pues entrar en los temas concretos excedería el objeto de esta breve presentación, diremos que parece existir un consenso bastante generalizado entre los expertos respecto a que la regulación que el actual «Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas» establece para las Juntas Generales de Accionistas ha quedado desfasado ante el avance vertiginoso de las nuevas tecnologías, la internacionalización y la sofisticación de los mercados de capitales. Esto ha tenido como consecuencia principal un aumento en las exigencias de información y participación de los accionistas en las Juntas Generales, órgano esencial de gobierno las sociedades cotizadas. Por todo lo hasta aquí expuesto la FEF, con la colaboración de su patronos y fiel a los principios que inspiran todos sus trabajos —la autorregulación y el ejercicio responsable, por parte de la sociedad civil de sus derechos y obligaciones—, pone a disposición del mercado este documento con el objetivo de que contribuya al fortalecimiento del gobierno corporativo de las sociedades, eje de todo sistema económico libre y democrático y que, junto con otros factores igualmente significativos, han contribuido a situar a España a la vanguardia de estas cuestiones entre los países de su entorno. Aldo Olcese Santonja Presidente de la Fundación de Estudios Financieros y del Instituto Español de Analistas Financieros II. Convocatoria y fijación del orden del día 1. Previsiones reglamentarias sobre la convocatoria de la junta 1.1. Régimen jurídico El régimen jurídico de la convocatoria de las juntas generales de las sociedades anónimas con acciones admitidas a negociación en un mercado oficial de valores se encuentra establecido en el Real Decreto Legislativo 1564/1989, de 22 de diciembre, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas (en adelante, la LSA) y en la Ley 24/1988, de 28 de julio, del Mercado de Valores (en adelante, la LMV). Sin perjuicio de que la convocatoria de la junta general de accionistas de las sociedades cotizadas se regule principalmente en la LSA, la LMV adquiere especial relevancia en los aspectos tratados en la presente Guía de buenas prácticas para el desarrollo de la junta general de accionistas de las sociedades anónimas cotizadas en virtud del nuevo Título X, bajo la rúbrica «De las sociedades cotizadas», introducido por el artículo 1 de la Ley 26/2003, de 17 de julio, por la que se modifica la LMV y la LSA, con el fin de reforzar la transparencia de las sociedades anónimas cotizadas (en adelante, la Ley de Transparencia). A) El Texto Refundido de la Ley de Sociedades Anónimas La LSA faculta a distintas personas u órganos, dependiendo de las diferentes circunstancias que concurran, para convocar la junta general, indistintamente de su carácter de ordinaria o extraordinaria. En términos generales, la competencia para convocar la junta general corresponde a los administradores de la sociedad, en virtud de los artículos 94 y 100 de la LSA. Sin perjuicio de lo anterior, la LSA prevé que la junta general de accionistas pueda convocarse por el Juez de Primera Instancia del domicilio social de la sociedad (vid. artículo 101 LSA), por el comisario del sindicato de obligacionistas de la sociedad (vid. artículo 304.2 LSA) y por los liquidadores de la sociedad. Los socios no están facultados para convocar la junta general de accionistas, pero sí pueden recabar a los administradores su convocatoria cuando sean titulares de, al menos, un cinco por ciento del capital social, expresando en la solicitud los asuntos a tratar en la junta general de accionistas. Conforme al artículo 100 de la LSA los administradores estarán obligados a convocar la junta general de accionistas en los treinta días siguientes a la fecha en que se les hubiese requerido notarialmente por los socios que, al menos, sean titulares de ese porcentaje del capital social. En la convocatoria, los administradores deberán incluir necesariamente en el orden del día los asuntos incluidos en el requerimiento notarial, sin perjuicio de que puedan añadir los que consideren oportunos. En aquellos supuestos en los que los administradores se nieguen a convocar la junta general ordinaria para que se celebre en los seis primeros meses de cada ejercicio o la junta general extraordinaria cuando se produzca una solicitud de los accionistas en la forma antes descrita, la Ley concede a los accionistas la facultad de acudir al auxilio judicial (vid. art. 101 LSA) y solicitar del Juez de Primera Instancia del domicilio social la convocatoria de la junta general, sin que sea necesario que deba concurrir un cinco por ciento del capital social en el caso de que se trate de la junta general ordinaria. La junta general deberá ser convocada mediante anuncio publicado en el Boletín Oficial del Registro Mercantil y en uno de los diarios de mayor circulación en la provincia con una antelación de, al menos, quince días sobre la fecha fijada para su celebración (vid. art. 97 LSA), excluyéndose para el cómputo la fecha de publicación y la fecha fijada para la reunión. Si esto es así con carácter general, en los supuestos de fusión y escisión debe mediar un plazo de un mes (arts. 240 y 254 LSA), computado de fecha a fecha, y cuando se trate de modificaciones del capital social de entidades bancarias que hayan de restablecer su equilibrio patrimonial y financiero por conminación del Banco de España es de siete días (vid. art. 3 del Real Decreto-Ley 4/1980, de 28 de marzo). En el anuncio de la convocatoria podrá constar la fecha en que se reunirá la junta general en segunda convocatoria. La práctica ha supuesto que las sociedades anónimas incluyan en el anuncio de convocatoria también la fecha de la segunda convocatoria con el fin de garantizar la válida constitución de la junta general al margen de los requisitos sobre quórum previstos en el artículo 102.1 de la LSA. En cualquier caso, entre la primera y la segunda reunión debe mediar como mínimo un plazo de veinticuatro horas. El artículo 98.3 de la LSA establece que en aquellos supuestos en los que la junta general debidamente convocada no se celebrase en primera convocatoria y no se hubiera previsto en el anuncio la fecha de la segunda, deberá anunciarse, conforme a los mismos requisitos de publicidad previstos en el artículo 97 de la LSA, dentro de los quince días siguientes a la fecha de la junta no celebrada y con ocho de antelación a la fecha de su reunión. El requisito de la previa convocatoria de la junta general decae en el supuesto de la junta universal cuando estando presente todo el capital social los asistentes aceptan por unanimidad la celebración de la junta general. En cualquier caso, difícilmente una sociedad anónima cuyas acciones estén admitidas a negociación en un mercado oficial de valores celebrará una junta universal. El anuncio de la convocatoria ha de expresar necesariamente y como mínimo: la denominación social, la fecha y hora de la reunión de la primera convocatoria, el lugar en que la misma ha de celebrarse, que deberá encontrarse obligatoriamente en la localidad donde la sociedad tenga el domicilio, y el orden del día de los asuntos que serán objeto de deliberación. B) La Ley 24/1988, de 28 de julio, del Mercado de Valores La LMV, de aplicación exclusiva a las sociedades anónimas con acciones admitidas a negociación en un mercado oficial de valores, contiene en su artículo 113 la obligación de aprobar un reglamento específico para la junta general, estableciendo que en el mismo se podrán contemplar todas las materias que atañen a la junta general, respetando aquellas reguladas en la Ley y los estatutos, debiendo ser objeto de comunicación a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (en adelante, la CNMV) y, posteriormente, al Registro Mercantil. En este sentido, cabe prever que aunque el legislador no imponga los elementos que deban ser regulados en dicho reglamento específico para la junta general, la convocatoria será objeto de autorregulación por las sociedades afectadas por dicha norma. El artículo 117.2 de la LMV establece la obligación de que las sociedades anónimas cotizadas dispongan de una página web para, entre otras cuestiones, difundir la información relevante. En este sentido, debe inferirse que el acuerdo del consejo de administración convocando la junta general es información relevante a estos efectos y, como tal, después de su comunicación a la CNMV, debe ser difundido en la propia página web de la sociedad anónima cotizada, incluyendo, en consecuencia, los asuntos del día acordados por los administradores para su deliberación en la junta general. Este régimen específico de las sociedades cotizadas queda completado por las disposiciones de la Orden del Ministerio de Economía 3722/2003, de 26 de diciembre, sobre el informe anual de gobierno corporativo y otros instrumentos de información de las sociedades anónimas cotizadas y otras entidades (en adelante, la Orden 3722/2003), que por lo que ahora interesa exige que las obligaciones de información establecidas en la LSA, entre las que cabe entender incluidas las relativas a la convocatoria de la junta general, se cumplan por cualquier medio técnico, informático o telemático, sin perjuicio del derecho de los accionistas a solicitar la información impresa. Las sociedades anónimas cotizadas deberán disponer de una página web para atender el ejercicio del derecho de información por parte de los accionistas y para difundir la información relevante. 1.2. La convocatoria de junta general en el corporate governance A) Orientación política de la junta general en el corporate governance Como es sabido, las medidas propuestas con ocasión del debate sobre el buen gobierno corporativo o corporate governance se han encaminado a dar una respuesta al conocido fenómeno de la separación entre la propiedad y el control de la gestión de las grandes sociedades abiertas y, al menos en un primer momento, se dirigieron al control directo e interno en el propio seno del consejo de administración, potenciando, por ejemplo, la presencia de consejeros independientes o promoviendo la creación de diferentes comités en el seno del Consejo. De esta manera, la junta general se veía relegada en sus funciones clásicas de control y supervisión, fruto de unas construcciones doctrinales que ponían de manifiesto las dificultades y falta de eficiencia de la junta general en el desempeño de dichas tareas en las sociedades anónimas cotizadas. La dispersión de los accionistas propia de las sociedades abiertas, la propia pasividad y desinterés por participar en la marcha de los asuntos sociales, la falta de incentivos para votar en la junta general y, sobre todo, la intencionada condición de inversores pasivos, únicamente preocupados por la rentabilidad de su inversión y en la fácil obtención de liquidez mediante la transmisión de sus acciones en un mercado oficial de valores han sido los argumentos utilizados para explicar la pérdida de influencia de la junta general en la vida social. Por ello, se venía afirmando que el instrumento que tenían y utilizaban los accionistas de las sociedades cotizadas para censurar la gestión social de los administradores era la ve nta de sus acciones. La orientación política del corporate governance consideraba que los únicos instrumentos de control del consejo de administración eran intraorgánicos (es decir, comisiones de control o consejeros independientes). Buen ejemplo de ello son las reflexiones del Informe del Gobierno de las Sociedades Cotizadas, elaborado por la Comisión Especial para el estudio de un Código Ético de los consejos de administración de las sociedades (en adelante, el Código Olivencia) sobre este particular. Esta etapa, sin embargo, puede considerarse superada. En la actualidad, el movimiento de gobierno corporativo ha asumido la necesidad de reforzar el papel de la junta general como órgano superior y supremo en la organización de la vida social. Ciertamente, los distintos informes y recomendaciones nacionales e internacionales elaborados [(el Informe Cadbury, el Código Hampel, el Código Olivencia o el Informe de la Comisión especial para el fomento de la transparencia y seguridad en los mercados y en las sociedades cotizadas (en adelante, el Informe Aldama)] se centraban en el estudio de propuestas y recomendaciones de control intraorgánico del consejo de administración. Ello no obstante, tampoco faltaban propuestas de medidas encaminadas a potenciar la participación de los accionistas en la adopción de las decisiones de su competencia y en la censura de la gestión de la vida en el seno de la propia junta general. En este contexto, no puede desconocerse el importante papel reservado a la convocatoria de la junta general. B) Estado de la cuestión La convocatoria, como requisito necesario en un órgano colegiado, se convierte en un instrumento esencial para el ejercicio de los derechos mínimos del accionista de asistencia, voto e información en las juntas generales. De esta manera, la convocatoria debe servir de instrumento para reducir aquellos obstáculos que impidan a los accionistas pronunciarse sobre la gobierno y desarrollo de la vida social de las sociedades anónimas cotizadas. C) Medidas propuestas e informes sobre gobierno corporativo El Informe Cadbury (emitido en Inglaterra en el año 1992 y revisado en varias ocasiones) puso de manifiesto la necesidad de reforzar al máximo el órgano social, aunque ciertamente sin una concreción de las medidas adecuadas al efecto. Así, se propuso que los consejos de administración de las sociedades abiertas reflexionaran y adoptaran aquellas medidas necesarias para que el control sobre los administradores por la junta general fuera más efectivo, proponiéndose la posibilidad de que los accionistas pudieran realizar, además de las preguntas que desearan formular en la propia reunión, interpelaciones a los administradores por escrito con antelación a la celebración de la junta sobre cuestiones relacionadas con el orden del día. Asimismo, se propuso la elaboración de un breve resumen de los asuntos planteados y debatidos en la junta general para su distribución entre los accionistas. El conocido como Segundo Informe Winter (informe elaborado por un grupo de expertos en gobierno societario, a solicitud de la Comisión Europea, presidido por Jaap Winter y publicado el 4 de noviembre de 2002) propuso la utilización de las nuevas tecnologías y, en particular, de la página web de las sociedades e Internet para facilitar a los accionistas información sobre sus sociedades y también para que la sociedad conociera las propuestas e intereses de sus accionistas. De esta manera, se recomendó incluir en dicha información la convocatoria, el orden del día, los acuerdos, propuestas y explicaciones sobre la oportunidad de la adopción de los mismos. Sin perjuicio de lo anterior, también se consideró que, al no tener todos los accionistas acceso a esas tecnologías, esa información igualmente debería ser facilitada por medios impresos. La Comunicación 2003/0284 de la Comisión al Consejo y al Parlamento Europeo sobre la modernización del Derecho de sociedades y mejora de la gobernanza empresarial en la Unión Europea - Un plan para avanzar (en adelante, la Comunicación 2003/0284) también puso de manifiesto las posibilidades que las nuevas tecnologías proporcionan para el intercambio de información entre las sociedades anónimas cotizadas y sus accionistas. De esta manera, la Comunicación 2003/0284 recoge lo anteriormente establecido en la Propuesta de Directiva sobre la transparencia, por la que los accionistas de sociedades anónimas cotizadas deben disponer de medios electrónicos que les permitan acceder a la información pertinente antes de que se celebren las juntas generales y que, en consecuencia, los Estados miembros de origen deben autorizar a los emisores a recurrir a medios electrónicos para informar a sus accionistas (en particular, artículos 13 y 17, Propuesta de Directiva sobre la transparencia). Sobre la presente cuestión, no pueden pasarse por alto los problemas manifestados en el Segundo Informe Winter sobre la gestión de dicha información y los posibles abusos que de esos derechos puedan hacer los accionistas. Por otro lado, en la inserción de la convocatoria en las páginas web de las sociedades se ha visto una medida que ha de facilitar igualmente que los accionistas de otros países tengan acceso a dicha información y promover, en consecuencia, la internalización de los mercados. El Código Olivencia, por su parte, destacó las limitaciones estructurales de la junta general de accionistas en las sociedades cotizadas como instrumento de control y decisión (vid. II.9.1. Las limitaciones de la junta general de accionistas). En aquella ocasión no dejaron incluso de airearse algunas dudas sobre la efectividad de determinadas políticas propuestas por diferentes sectores encaminadas a reactivar la junta general de accionistas, como, por ejemplo, el impulso de las convocatorias instadas por accionistas. El Informe Aldama, adoptando una aproximación diversa, ha hecho de la potenciación de la junta general uno de sus primeros objetivos, poniendo de relieve la necesidad de aplicar medidas de buen gobierno o corporate governance también a la junta general de accionistas. Así, ha considerado que, desde su convocatoria, la sociedad debería informar del contenido íntegro de las propuestas de acuerdo que vayan a someter a la junta, utilizando para ello la propia página web, sin perjuicio de cualesquiera otros procedimientos legales o voluntarios de los que se dote la sociedad. El anterior Informe ha recomendado, en particular, la elaboración de un reglamento de junta (vid. 1.3. Reglamento de la junta general) que, entre otros aspectos, regule la convocatoria de la junta y se incluya en la página web de la sociedad (vid. IV.1. Los órganos de gobierno. La junta general de accionistas). En este sentido, la llamada Comisión Aldama ha estimado que la publicidad de la convocatoria debería hacerse con tiempo suficiente para permitir que los accionistas puedan solicitar y obtener información complementaria en relación con los puntos del orden del día, para permitirles cursar instrucciones de voto; a tal efecto ha propuesto que a través de la página web de la sociedad cotizada debería darse a conocer por anticipado el texto de todos los acuerdos que se proponen para su adopción, junto con información suficiente sobre justificación y oportunidad, que los accionistas deberían disponer de los medios que faciliten la difusión de propuestas alternativas de acuerdos relativos a los puntos del día de la junta general. En el Informe Aldama no se excluyen otras medidas dirigidas a aumentar la antelación de la convocatoria respecto de la celebración de la junta, así como a permitir que los accionistas que cumplan los requisitos de legitimación establecidos al efecto puedan solicitar la adición de puntos del orden del día en la junta general o formular, sobre los puntos propuestos, alternativas de acuerdos con una cierta antelación respecto de la celebración de la junta general, con el fin de que el Consejo pudiera definir su posición sobre la oportunidad de su inclusión. El Informe Aldama estimó que todas estas medidas podían ser establecidas por la vía de autorregulación, sin necesidad de la intervención del legislador (y ésta es, de hecho, la opción a que responde la Ley de Transparencia). D) Medidas propuestas por la doctrina Las propuestas realizadas en la doctrina acerca de las medidas de gobierno corporativo relativas a la junta general han sido muy diversas. Algunos autores han considerado que la concepción del órgano social de la junta general debía ser revisado e, incluso, desaparecer. Esta posibilidad está descartada en la actualidad y el debate se ha centrado en el grado de intervención de los poderes públicos en la ordenación de las cuestiones relacionadas con la junta general. Así, y particularmente en materia de convocatoria, el Anteproyecto de Código de Sociedades elaborado por la Sección de Derecho Mercantil de la Comisión General de Codificación (en adelante, el Anteproyecto del Código de Sociedades) previó la posibilidad de que la CNMV tuviera potestad para convocar la junta general y para modificar o incluso impugnar el orden del día. Estas medidas fueron valoradas negativamente por los operadores de los mercados financieros y por amplios sectores doctrinales, que las consideraron excesivamente intervencionistas e incluso altamente perjudiciales para la consecución de los objetivos del gobierno corporativo. El debate doctrinal no se encuentra actualmente alentado por un espíritu tan intervencionista. Al contrario, se reconoce que las circunstancias singulares de cada sociedad cotizada y las diferentes coyunturas que pueden afectar a los mercados financieros deben permitirles operar con un necesario margen de flexibilidad y dotarse de aquellos instrumentos de gobierno corporativo que estimen convenientes sus accionistas a través de sus propios instrumentos de autorregulación. Desde esta perspectiva, se proponen ahora medidas como la ampliación del plazo entre la publicación de la convocatoria y la celebración de la junta general de accionistas, la disminución de los porcentajes previstos para que los accionistas de las sociedades cotizadas puedan compeler a los administradores a convocar e incluir, al menos, los asuntos propuestos en el orden del día para su deliberación en la junta general, proponiéndose al respecto, incluso, un sistema de minorías decreciente inversamente proporcional a la cifra del capital. El fundamento de esta propuesta es la dificultad de que en las sociedades abiertas puedan alcanzarse los umbrales legalmente previstos respecto de la convocatoria a instancias de la minoría (vid. art. 100 LSA), debido a la dispersión accionarial. La cuestión sobre si las futuras medidas de corporate governance deben adoptarse mediante la autorregulación o la imposición de normas imperativas probablemente no puede considerarse definitivamente resuelta. Dicho esto, sin embargo, conviene apresurarse a recordar que el legislador español, así como de otros países de nuestro entorno, ha optado, como ya ha puesto de manifiesto con la Ley de Transparencia, por imponer por vía legislativa a las sociedades cotizadas sólo algunos aspectos del corporate governance y dejar, al menos por ahora, otros a la autorregulación de las compañías. Entre estos últimos se cuenta, precisamente, el grueso de la ordenación de la convocatoria de la junta general. 2. La autorregulación sobre la fijación del orden del día de la junta. La hipotética disciplina reglamentaria de las propuestas alternativas 2.1. Régimen jurídico El orden del día consiste en una relación de todos aquellos asuntos que deben tratarse en la junta general. Estos asuntos deben determinarse previamente a la celebración de la junta general y su fijación, con carácter general, corresponde a los administradores de la sociedad. La determinación del orden del día de la junta general tiene también un contenido negativo, en el sentido que no podrán debatirse asuntos que no se hayan incluido (como excepciones a lo anterior pueden destacarse, la separación y, en su caso, el nombramiento de administradores, la separación de los liquidadores o el ejercicio de la acción social de responsabilidad). En consecuencia, la inclusión en el orden del día de los asuntos a tratar se configura en la LSA como un presup uesto necesario para su discusión y deliberación ulterior en la junta general y, por tanto, para la expresión de la voluntad social de las sociedades anónimas. Los asuntos incluidos en el orden del día deben elaborarse de forma tal que, ya sea por la forma de mencionar los asuntos, ya sea, complementariamente, por las circunstancias que han rodeado a la convocatoria, se haga posible a los accionistas conocer los asuntos que se van a tratar y, en consecuencia, puedan recabar el asesoramiento e información que estimen oportuno para valorar su trascendencia y ejercitar su derecho al voto de forma consciente y reflexiva. Siendo esto así, el orden del día debe ser claro, evitándose expresiones que resulten genéricas, y completo, integrando todos y cada uno de los asuntos sobre los que la junta general ha de manifestar su voluntad. Con carácter general, puede afirmarse que la determinación del orden del día corresponde a quienes ostentan las facultades para convocar la junta general. Sin perjuicio de lo anterior, existen algunos supuestos en los que su elaboración no es una facultad discrecional de los administradores. Así ocurre en las juntas universales (vid. art. 99 LSA), las convocatorias de juntas generales ordinarias (vid. infra), juntas constituyentes (vid. art. 25 LSA sobre el régimen de la fundación sucesiva) o en las solicitudes de convocatoria de los socios a los administradores (vid. art. 100.3 LSA). Mención especial merece la configuración del orden del día de la junta general ordinaria, en la que, entre los asuntos a tratar, debe incluirse, al menos, la censura de la gestión social, la aprobación, en su caso, de las cuentas del ejercicio anterior y la resolución sobre la aplicación del resultado. En cualquier caso, nada impide que en la junta general extraordinaria puedan ser objeto de deliberación y aprobación aspectos relacionados con estos asuntos (vid., a simple título de ejemplo, art. 216 LSA, que permite resolver sobre el resultado de la sociedad a cuenta de dividendos o arts. 131 y 134 LSA, que permiten la censura de la gestión social mediante la separación de administradores o el ejercicio de la acción social de responsabilidad). Resulta igualmente relevante la limitación que sufren los administradores en la elaboración del orden del día en aquellos supuestos en los que al menos el cinco por ciento del capital social de la sociedad solicite a los administradores la convocatoria de una junta general. En dicho caso, los administradores deben incluir en el orden del día de la convocatoria, al menos, lo s asuntos solicitados por los accionistas en su requerimiento. Si los administradores ignorasen ese requerimiento, cabe inferir que, al margen de las responsabilidades personales en las que puedan haber incurrido, el Juez de Primera Instancia puede convocar la junta general, incluyendo en el orden del día los asuntos solicitados por los accionistas. Tampoco pueden los administradores modificar el orden del día de las segundas convocatorias de las juntas generales, ya que, por su propia esencia, deben incluir los mismos asuntos contenidos en la primera convocatoria. La elaboración del orden del día extiende sus efectos no sólo a las deliberaciones y, en su caso, a los acuerdos sociales adoptados, sino también a otros aspectos de la vida social. Así, la válida constitución de la junta general requiere, en ocasiones, la concurrencia de determinados quórums especiales (vid. art. 103 LSA), ampliables en el ejercicio de la autonomía de la voluntad social por sus estatutos. La aplicación de los anteriores quórums especiales resulta del contenido del orden del día (por ejemplo, la emisión de obligaciones, modificaciones del capital social, transformación, etc.). De otro lado, la fijación del orden del día guarda una especial relación con el contenido del derecho de información de los accionistas. El artículo 112 de la LSA, en la nueva redacción dada por la Ley de Transparencia, establece que «hasta el séptimo día anterior al previsto para la celebración de la junta, los accionistas podrán solicitar de los administradores, acerca de los asuntos comprendidos en el orden del