La gestión de los residuos radiactivos en España BASURA DE LARGA DURACIÓN En España se producen cada año 2.160 toneladas de residuos radiactivos. La alta toxicidad de los mismos y su actividad de hasta miles e incluso millones de años exigen que su tratamiento sea extremadamente seguro. Mientras que las 160 toneladas de combustible irradiado que se producen anualmente en los nueve reactores nucleares operativos se guardan provisionalmente en las propias instalaciones, las otras 2.000 toneladas de materiales de baja y media actividad se depositan de forma definitiva en un complejo denominado El Cabril, en la Sierra Albarrana de Córdoba. El V Plan General de Residuos Radiactivos da un plazo hasta 2010 para desarrollar no sólo la tecnología de almacenamiento permanente de los materiales de alta actividad, sino una técnica de transmutación “químicamente primero y nuclearmente después para disminuir el volumen de residuos de alta actividad y la duración de la actividad de los mismos”. El portavoz de la Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (Enresa), Jorge Lang-Lenton, minimiza el “retraso” que se ha producido en la fecha para adoptar esta decisión porque hay medidas de almacenamiento temporal suficientes. Cada una de las nueve centrales nucleares activas en España, que generan el 30 por ciento de la producción eléctrica del país, almacena en sus propias instalaciones sus residuos de alta actividad. El combustible gastado lo componen conjuntos de barras metálicas, de unos cuatro metros de longitud y unos 25 centímetros de lado de malla, en cuyo interior se encuentran pastillas de dióxido de uranio. Estas barras de combustible irradiado son extraídas del reactor e introducidas en la piscina de la central, que proporciona el blindaje y la refrigeración necesaria. Por ahora, la central de Trillo es la única que ha visto superada la capacidad de su piscina y utiliza un almacén temporal de hormigón individualizado y en seco construido en el propio emplazamiento. El Almacén Temporal Centralizado Para el 2010 funcionar una opción de Almacenamiento Temporal Centralizado (ATC), que permitiría la centralización temporal del combustible nuclear gastado. Esta estructura simplificaría la logística y el coste económico, garantizaría la gestión de los residuos por varias décadas y facilitaría el desmantelamiento de las centrales nucleares que hayan alcanzado el fin de su vida operativa. En cuanto a la posibilidad del Almacenamiento Geológico Profundo (AGP), basado en el confinamiento del combustible gastado en formaciones estables a una profundidad de entre los 600 y 1.000 metros, ya se ha comprobado, según Enresa, que existe un gran número formaciones geológicas que reúnen las condiciones técnicas para una instalación de este tipo. También desde hace años se trabaja en nuevas tecnologías de separación y transmutación para convertir, mediante reacciones nucleares, los residuos de larga vida en sustancias de menor actividad y duración, y así reducir su radiotoxicidad. Sin embargo, a corto y medio plazo no parece posible eliminar totalmente los residuos de alta actividad mediante la transmutación. UN DEPOSITO DE RESIDUOS INTEGRADO EN EL ENTORNO NATURAL Los materiales de alta actividad constituyen una parte muy reducida del total de los residuos radiactivos que cada año se producen en España. De hecho, el 95 por ciento de las sustancias de este tipo que se generan son de baja y media actividad. Producidas fundamentalmente en centrales nucleares, proceden también de hospitales, centros de investigación e instalaciones industriales que utilizan fuentes radiactivas. Se trata de líquidos inmovilizados en cemento, herramientas y materiales de operación usados en las centrales; jeringuillas, guantes y material médico diverso de las unidades de medicina nuclear y radioterapia en hospitales; y otros de ensayos en laboratorios. Enresa aplica desde 1992 una solución permanente para estos residuos en la instalación que posee en El Cabril, donde los materiales permanecerán vigilados durante un periodo de hasta 300 años. Excepto una pequeña cantidad de líquidos orgánicos procedentes de hospitales y centros de investigación, los residuos se recogen y transportan en estado sólido, hormigonados en su mayoría dentro de bidones metálicos de tamaño de 220 litros. Cuando los residuos llegan al centro, todas las operaciones de descarga se realizan por control remoto, por lo que los doscientos trabajadores de El Cabril no están en contacto con los materiales y las dosis de radiación que reciben “son muy pequeñas, aproximadamente del 2 al 3 por ciento de las permitidas”, apunta Lang-Lenton. Los bidones se introducen en cubos de hormigón armado de dos metros de lado a los que, una vez llenos, se les aplica una inyección de mortero. A continuación, son trasladados a unas celdas, también con gruesas paredes de hormigón, donde quedarán almacenados. El suelo de las celdas forma una leve pendiente hacia el centro para que el agua, en el caso de entrar en la celda, se drene a un desagüe dispuesto en su parte inferior que se canaliza hasta un depósito de control. El transporte de los residuos hasta El Cabril “se realiza siguiendo una directiva europea muy estricta para el transporte de cualquier mercancía peligrosa”, asegura Lang-Lenton, quien señala que esta instalación podrá albergar residuos hasta 2040 ó 2050 una vez que se construyan cuatro nuevos módulos para materiales de muy baja actividad. Al finalizar el período de explotación de El Cabril, se cubrirá el conjunto con drenantes e impermeabilizantes y, finalmente, con tierra vegetal para integrarlo en el paisaje con la plantación de especies autóctonas. MATERIALES FICHADOS, SEGUROS Y PAGADOS Enresa, que se encarga desde 1984 de la gestión de los residuos radiactivos, ha conseguido que en los últimos diez años se haya reducido en más de la mitad el volumen de estas sustancias a través de proyectos con los productores para aislar las fuentes, evaporar la parte líquida o, como en el caso de la ropa, tratar sólo la parte contaminada, explica Lang-Lenton, quien asegura que el proceso de manipulación de estos residuos es “absolutamente” seguro. Todos los materiales radiactivos están perfectamente inventariados porque “se producen en industrias en condiciones operativas estrictas” y en las que “por ley hay un sistema de gestión y control antes de que sea retirado por Enresa”, que contempla las vigilancia por parte del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) y, en el caso de las centrales, inspectores residentes. Los gastos que genera la gestión de los residuos y el desmantelamiento de las centrales nucleares durante los próximos decenios se financia mediante un “fondo de los consumidores”. La mayor aportación se obtiene de la aplicación en la factura de la luz de un canon del 0,8 por ciento que se recalcula todos los años. CERRAR LAS CENTRALES PARA CONSENSUAR EL TRATAMIENTO DE LOS RESIDUOS Lang-Lenton reconoce que por el momento tan sólo se conoce como previsto el cierre en 2006 de la central de Zorita (Guadalajara), aunque “no hay planes de hacer otras nuevas” y la vida operativa de las centrales es de unos 40 años. El responsable de la campaña de Energía Nuclear de Greenpeace, Carlos Bravo, supedita el debate de la gestión de los residuos nucleares al cierre de las centrales, en las que se producen la totalidad de los residuos radiactivos de alta actividad y el 95 por ciento de los de media y baja. “En el marco de un plan de abandono de la energía nuclear es cuando hay que ponerse a discutir las soluciones menos malas a los residuos radiactivos”, explica este experto que se refiere a la necesidad de un consenso en toda la sociedad, partidos políticos y todos los sectores implicados, desde organizaciones ecologistas hasta la propia industria nuclear. Greenpeace defiende “el abandono progresivo pero urgente” de la energía nuclear en todo el mundo. En el caso de España, Bravo afirma que se puede hacer en un plazo de diez años. Señala que, transcurrido ese periodo, la más joven de las centrales nucleares españolas, Trillo, cumpliría 30 años de vida útil. Se muestra contrario a desplazar los residuos radiactivos, operación que considera una “aberración desde el punto de vista medioambiental”. “No hay solución buena”, asegura, “pero la menos mala es mantener los residuos en contenedores en seco en cada central nuclear”, permanentemente vigilados. En este sentido, propone un sistema similar al ATI de la central de Trillo. Bravo tiene dudas con respecto al AGP porque, dice, no se puede garantizar el aislamiento y en ningún caso por más de mil años, lo que parece insuficiente a la vista de que la actividad de estos materiales alcanza las decenas de miles de años. Asimismo, señala que la transmutación está todavía en un estado de ciencia básica, con algunas experiencias en Francia y Estados Unidos, aunque dice que “podría ser interesante” estudiar si podría ser aplicado a medio o largo plazo. Este ecologista critica la política de Enresa que califica de “nefasta porque ha no ha acertado en nada” y por el “fracaso” de los planes “uno tras otro”. En concreto, “el V Plan posponía hasta 2010 la solución para el almacenamiento permanente”. Además tilda a El Cabril de “cementerio nuclear” y afirma que no está ubicado allí porque se hiciera un estudio sobre la idoneidad, sino como una política de hechos consumados, fruto de que en los años 70 la Junta de Energía Nuclear decidiera depositar “desordenadamente” residuos nucleares en una antigua mina de uranio en la Sierra Albarrana. Asimismo, alerta sobre los centenares de años de actividad de los residuos de media y baja actividad allí depositados y del peligro que supondría una filtración al río Bembézar, afluente del Guadalquivir.