14 RELATOS EN TORNO A UN BALÓN OVAL 14 Historias que hablan de rugby Los beneficios sacados de este libro irán destinados a la cantera y categorías inferiores del Club de Rugby el Salvador de Valladolid. H con BLOG de © 2008. Con H de Blog. VVAA. Corrección de textos: Celia Martín Labajos Fotografía de portada: Jose Luis Useros “Bolo” SOOZOO SOOZOO SOOZOO SOOZOO SOOZOO SOOZOO Diseño cubierta y maquetación: Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o trasmitida por, un sistema de SOO SOO SOO SOO recuperación de información, en SOO ningunaSOO forma ZOO ZOO ZOO ZOO ZOO ZOO ni por nigún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor. Índice. Prólogo. Regino Franco El balón estropeado. Guillermo Adán Adán Vida elíptica. Oscar Benito Hernández El último placaje. Luis M. Helguera San Jose Un lunes cualquiera. Hugo Pérez Molina Camisetas granates. Emilio Carrasco Qué curioso… Rafael Fayos Así en el rugby como en la vida. Mensi Nuevo Garcia & Arturo Bravo Nuevo Y qué más da, amigo. Enrique Cardona Soñar. Jack Leyton Sin mí no hay partido. Mario Postigo Hernández Era una noche de sábado. Antonio Sánchez Gavin En torno a un balón oval. Maria Capa El día más feliz de mi vida. Felipe Rodríguez Aguilera. Juan M. Ortega Ilarza 14 relatos en torno a un balón oval Prólogo. Regino Franco Cuando me planteé convocar desde mi blog (www. conhdeblog.blogspot.com) un concurso literario de relatos cortos sobre rugby, sólo pretendía extrapolar a nuestra piel de toro, la cultura literaria existente en otros países donde nuestro deporte se encuentra más arraigado. La calidad de los textos recibidos y la insistencia de algunos en que este concurso se podía convertir en un libro de relatos, me animó a este proyecto. En catorce relatos se desgranan todas las pasiones, virtudes, ideas y sentimientos que hacen de este deporte y su entorno una forma de vida y de sentir, solidaridad, compañerismo, sacrificio, coraje, respeto, esfuerzo, amistad, diversión, dolor, son palabras que marchan de la mano del rugby, un deporte tan especial en el que una “estrella” no es nada sin sus 14 compañeros, o donde el más pequeño o más delgado tienen su sitio en el equipo al lado del más fuerte o el más alto. Éste es un libro de historias de rugby, su lectura es tan recomendable para los amantes de este deporte como para los curiosos que se asomen a él a preguntarse por qué un deporte aparentemente tosco, puede ser una escuela de vida, por qué los vencedores hacen pasillo a los vencidos y viceversa, o por qué los partidos tienen tres tiempos en vez de dos como el resto. Es una buena forma para que los neófitos en la materia puedan disfrutar en su imaginación de las emociones que nos embargan a los amantes de este deporte. Por último solo me queda agradecer a todos los autores por la posibilidad de dar vida a este proyecto con la cesión de sus derechos para que los beneficios se destinen a la cantera y categorías inferiores del Club de Rugby el Salvador de Valladolid. Y para los niños y jóvenes jugadores va dedicado este libro ya que son la savia que fortalece nuestro deporte y las promesas de un rugby mejor con la que soñamos los veteranos del balón oval. 14 relatos en torno a un balón oval El balón estropeado. Guillermo Adán Adán Era sábado por la mañana y papá me despertó temprano. Yo no quería levantarme porque aún estaba muy cansado, pero como llevaba varios días nervioso preparando su antigua mochila, esa que ya nunca usaba, decidí que sería mejor no llevarle la contraria. Dentro de la bolsa, pude ver unas zapatillas, no eran como las que yo uso cuando juego con mis amigos. Estaban viejas y sucias, con un barro diferente al que tienen mis botas en invierno y olían como huele el parque cuando lo riegan por las mañanas. Además tenían clavos que papá tuvo que haber pisado mientras jugaba. Intenté ayudarle a quitarlos porque debe ser muy incomodo correr con clavos en los pies, pero sólo conseguí que mi madre se enfadara conmigo por mancharme la ropa. Creo que ahorraré para comprarle unas zapatillas nuevas a papá. Mientras terminaba de meter en su mochila el resto de cosas, una camiseta grande que ahora le quedaba pequeña, unos pantalones cortos y unas descoloridas medias, miraba las fotos de su despacho. Eran viejas, algunas no tenían colores, pero en todas salían niños jugando al fútbol. Pero era un fútbol raro, la pelota parecía estropeada, como si estuviera pinchada y pensé que tendría que ahorrar mucho porque seguro que a papá le gustaría tener también una pelota nueva junto a sus zapatillas. Yo no sabía quienes eran esos niños pero luego me di cuenta de que a uno de ellos le conocía. Había visto fotos de papá cuando era más pequeño y entre todos esos chicos, había uno que se parecía a él. Además había otro chico alto, muy parecido al tío Alfonso pero con pelo y no tan gordo como él y una persona más grande con barba y 14 relatos en torno a un balón oval una gran sonrisa. Mientras me vestía y pensaba todas estas cosas, papá terminó de hacer la mochila y bajamos al coche con mamá. Después de un rato, llegamos al Polideportivo donde juego al fútbol con mis amigos y mi padre me llevó al campo de hierba que se ve desde la carretera. Allí había más señores como papá, todos con sus viejas mochilas y todos gritando y riendo. Se daban fuertes abrazos, palmadas en la espalda y parecían muy contentos de volver a verse. Yo no sé si lo estaría si mis amigos me dieran semejantes golpes. De repente vi al hombre más grande que he visto nunca, debía medir por lo menos dos metros y era 100 veces más grande que los chicos de la escuela que no nos dejan jugar en el patio. Tenía barba y no paraba de reír, me recordaba al hombre que estaba con el tío Alfonso y con papá en la foto. Cuando me vio se acercó a mí y me cogió en brazos. No me gusta que me cojan en brazos porque ya tengo 6 años y no soy un bebé, pero decidí que siendo tan grande, mejor no rechistar. Me dijo que había crecido mucho y que pesaba casi tanto como un melier y que si seguía así me convertiría en un gran pilier como él. Yo no sé que son esas cosas, pero no me importaría ser tan grande como él y poder levantar a mis amigos. El tío Alfonso llegó corriendo y pidiendo perdón por el retraso. Cuando todos dejaron de meterse con él fueron a los vestuarios. Papá me dijo que fuera con ellos. Al entrar nadie hablaba. No parecían tan simpáticos y todos miraban al suelo e iban colocándose en su sitio. Parecía que cada uno tenía el suyo, pero yo por mucho que miraba no veía nombres por ninguna parte. Me senté entre el tío Alfonso y papá y me quedé observando mientras se cambiaban en silencio. Algunos se quedaban mirando sus viejas camisetas antes de ponérselas, otros mientras se vestían se echaban pomada, y algunos se ponía coderas 14 relatos en torno a un balón oval y rodilleras como las que me obliga a usar mamá cuando voy en bici, aunque lo que más me gustó fueron unos cascos con los que seguro, si te caes, no te duele nada. Cuando todos acabaron, papá se levantó y se puso en el centro del vestuario. En las manos tenía uno de esos balones estropeados, como el que había en las fotos de casa que no dejaba de acariciar, y en la espalda un número 9 descosido y tan viejo como las rodilleras de mi pantalón de gimnasia. Los demás se acercaron a él y formando un círculo se agarraron de los viejos polos y escucharon con atención todo lo que hablaba. Yo no entendí mucho porque las palabras que decían no las hemos estudiado en el colegio. Honor, respeto, abnegación… Sólo entendí algunas como esfuerzo y compañerismo porque siempre nos dicen en clase que tenemos que seguirlas al pie de la letra. Después de un rato empezaron a darse ánimos. Algunos chocaban las manos y se decían cosas muy bajito. Los tres más grandes estaban hablando, con sus cabezas muy juntas, casi abrazándose. Al rato salimos de nuevo al campo de hierba. Todo era silencio, sólo el sonido de los clavos de las botas nos acompañaba y me puso la piel de gallina. En el campo había llovido y olía bien, como el parque los sábados por la mañana y como la mochila de papá, y en él ya estaban preparados y al otro lado del campo, otro grupo de señores como papá. Eran tan grandes como él y su ropa también era vieja, pero vestían colores diferentes. Papá me dejó en el banquillo con mamá y la tía Cristina, que acababa de llegar, y se fue corriendo a hacer sus ejercicios. Yo pensaba que harían juegos como los que manda Don René, el profesor de gimnasia, pero sus juegos eran diferentes. Los más grandes chocaban como los animales que ve el abuelo en la 2 mientras duerme la siesta. Creo que eso debe doler pero no se quejaban y eso 10 14 relatos en torno a un balón oval que no todos llevaban casco. Los demás corrían y se pasaban la pelota, que muchas veces caía y botaba muy raro. Yo no estaba seguro de si podrían jugar porque todos los balones estaban estropeados, aunque no les importó y al rato empezaron a jugar. El equipo de papá sacaba y los otros esperaban quietos y muy callados. Uno de ellos atrapó el balón en el aire como un portero, pero en vez de sacar, corrió hacía delante con ella. Yo no entendía nada, pero menos entendí cuando uno de los amigos de papá agarró al portero y lo tiró hacía atrás. Pensaba que el árbitro pitaría falta como cuando Don René se enfadó conmigo al hacer la zancadilla al de 4º C en el partido de fútbol de las fiestas del colegio. Pero no pitó y siguieron pasándose el balón mientras otros se empujaban y agarraban para coger un balón pinchado. De repente uno del otro equipo, que también tenía el 9 como papá, cogió el balón y empezó a correr. Nadie pudo pararle y cuando le alcanzaron, pasó la pelota hacía su izquierda hasta que le llegó a un hombre más delgado que papá y que corría mucho. A éste no pudieron cogerle y llegó al final del campo, pero en vez de meter gol en la portería, la dejó en el suelo. Yo cada vez entendía menos, pero como a mamá y a la tía no les gustó mucho, creo que papá empezó perdiendo. Algunas cosas se repetían. Los más grandes chocaban con sus cabezas mientras papá y el otro les tiraban el balón entre las piernas, e incluso a algunos les levantaban por el pantalón para recoger la pelota cuando salía fuera del campo. A mí no me gusta que me levanten porque no soy un bebé, pero a ellos parecía no importarles. En una de éstas, el equipo de papá consiguió llegar al lado contrario y mamá se puso muy contenta, aunque 11 14 relatos en torno a un balón oval tampoco consiguieron meter gol en la portería, que por cierto estaba sin acabar. No tenía redes y los palos eran demasiado largos, creo que no se molestaron en cortarlos. Mientras yo seguía buscando un balón normal, llegó el descanso y cambiaron de campo. Mamá y la tía reían mucho y decían no sé qué de unos kilos que pesaban menos que unos años. Yo no sé cuanto pesan los años, pero el hombre de barba tenía que ser viejísimo por todo lo que parecía pesar. El partido comenzó de nuevo, pero esta vez sacaron los que no iban con papá. Uno de los más grandes cogió el balón y corrió unos metros. Le pararon y tampoco esta vez pitaron falta. Todos comenzaron a empujarse hasta que papá llegó y se puso a mandar como cuando nos vamos de viaje y no llegamos a tiempo al aeropuerto. De repente los más delgados se estiraron por el campo y un hombre alto y fuerte se puso al lado de papá. A éste fue al que pasó. Chocó y de nuevo los más grandes fueron a por el balón mientras papá les gritaba que lo limpiaran. No le hicieron mucho caso porque el balón salió tan sucio como entró, pero esta vez no chocó nadie, comenzaron a pasarlo muy rápido y a correr. No me había dado cuenta hasta entonces, pero nunca pasaban el balón hacia delante y le dije a mamá que sería mucho más fácil marcar si la pasaban al revés. Mamá sonrió y me dijo que en este juego sólo se podía pasar hacía detrás. Yo, viendo que los amigos de papá no podían correr mucho y que estaban todos rojos y sudorosos, pensé que no conseguirían marcar nunca, pero ya llevaban dos “ensayos” que son como me dijo la tía Cristina que se llamaban los goles en este deporte. Faltaba poco para acabar y todavía iban empatados. Los jugadores ya no corrían casi nada y estaban muy cansados, todos andando con las manos en las caderas resoplando y poniendo caras raras, menos algunos que sí corrían algo más y se agarraban para parar a 12 14 relatos en torno a un balón oval los contrarios. Siempre miraba para ver si se peleaban después de agarrarse y empujarse como cuando veo el fútbol por la tele, pero no pasaba nada, se levantaban y muchas veces se reían y golpeaban en la espalda como antes y se alejaban charlando hasta que de nuevo recibían el balón estropeado, que por cierto, nunca sabía hacía donde iba a botar. Cuando ya parecía que iban a empatar, el tío Alfredo chocó contra otro señor con casco que le tiró al suelo, esta vez, el árbitro sí que pitó y papá cogió el balón. Los demás se pusieron lejos, Un equipo delante y otro detrás, mirando a papá. Colocó la pelota en el suelo, cogió carrerilla y chutó. Falló, papá es muy malo y su pelota se fue por encima de la portería. Pero como no tiene redes la gente no se enteró que había fallado y el equipo de papá se puso muy contento, hasta mamá dio algunos botes con la tía Cristina. Yo no dije nada y disimulé porque quería que ganara el equipo de mi padre. Papá ganó el partido y se abrazaba con sus compañeros, y también con los del otro equipo, todos mezclados, hablando y diciendo lo mucho que les iba a doler esto y aquello mañana, el lunes y toda la semana. De repente los dos equipos hicieron un pasillo muy largo en el campo y se aplaudieron, también los que habían perdido recibieron sus aplausos y me parecía raro que incluso los que hacía un rato habían estado empujándose estuvieran ahora hablando y riendo como si nada. Mamá me explicó que una vez al año papá se reunía con sus amigos de toda la vida para jugar a algo que se llama rugby y para tomarse esa bebida con espuma que tanto le gusta y contarse sus batallitas recordando los viejos tiempos. Yo le dije que no tengo muchas batallas que contar con mis amigos, pero que después de volver de vacaciones también jugaría al rugby y quien sabe si algún día podré jugar con papá. 13 14 relatos en torno a un balón oval Vida elíptica. Oscar Benito Hernández Miro a mi alrededor para ubicarme, pero nada me resulta familiar. Desorientado y con un fuerte dolor de cabeza, me levanto despacio tratando de evaluar la situación en la que me encuentro. Estoy magullado, pero parece que no tengo nada roto y de mi boca seca sale un olor dulzón. Comienzo a comprender cuál debe ser la causa de esta jaqueca que amplifica los latidos en mis sienes, haciéndome sentir dentro del subwoofer de cualquier pastillero adicto al tuning. No es la primera vez que me encuentro en una situación parecida, así que no me preocupo demasiado. Sé que es el precio a pagar por una noche inolvidable de la que ya no recuerdo nada. Hoy es lunes y los rayos de luz que me han despertado en aquel parque me advierten de que no llegaré a tiempo a la universidad si no corro a darme una ducha. Cualquier otro día me habría quedado en casa dejando pasar las horas, pero hoy tengo que presentar un proyecto que decidirá buena parte del trabajo de todo el año. Salgo de la ducha y me miro en el espejo. El sujeto que está frente a mí tiene una pinta horrorosa, con varias rozaduras en la cara, los brazos y las piernas, además de un ojo que poco a poco va adquiriendo una amplia gama de colores tornasolados. Aún así el sujeto que me mira con ojos cansados sostiene una amplia sonrisa en su cara, por lo que intuyo que a pesar de su lamentable estado, ese hombre debe sentirse muy feliz en estos momentos. En el autobús la gente me mira de forma extraña. Las señoras que van con sus hijos pequeños al colegio son capaces de juzgarme y adjudicarme un sinfín de calificativos sin decir una sola palabra. Me la suda, en estos momentos estoy en un estado de semiinconsciencia del 14 14 relatos en torno a un balón oval que no saldré hasta llegar a mi destino. Salgo del despacho del profesor, cansado pero satisfecho de la presentación. Parece ser que los cuatro cafés que me tomé antes de entrar en aquella sala de tortura habían hecho el efecto deseado. Totalmente despejado por la euforia del momento y por la cafeína llamo a mis amigos. Parece que siguen durmiendo. Creo que la opción más sensata será irme a dormir yo también. “It’s coming home, It’s coming home, It’s coming…”. Mi teléfono móvil me despierta de aquella dulce siesta. Parece que por fin se han levantado y quedamos para tomarnos unas cervezas en el bar de siempre. Antes de salir vuelvo a mirarme en el espejo para confirmar lo que ya sospechaba. El aspecto de aquel hombre había mejorado sensiblemente y la sonrisa seguía en el mismo sitio que estaba esta mañana cuando lo dejé. -¡Hombre!, ¡El desaparecido! ¿Qué tal hemos amanecido esta mañana?- Se escucha a voces con tono guasón mientras cruzo el umbral de la puerta. -Bien, pero no gracias a vosotros cabrones. -¿Nosotros? Pero si desapareciste sin decir nada. - Me replica el capitán del equipo mientras yo desvío la mirada tratando de recordar algo de lo sucedido. Traigo una ronda de cervezas a la mesa y me siento para unirme a la conversación. Todo gira en torno a la noche anterior. Entre risas y las caras perplejas de los protagonistas de cada historia pasamos la tarde. Con la ayuda de todos sacamos una versión difuminada de lo que pudo ser, pero ninguno de nosotros recordaba los detalles. Cansados nos vamos a casa. Tenemos que reponer fuerzas para la intensa jornada que nos espera mañana. Despertador, ducha y desayuno. La rutina diaria que me conduciría a los mismos lugares de siempre. Esa era mi 15 14 relatos en torno a un balón oval vida, la que había elegido, o por lo menos eso pensaba. -¿Qué tal te fue en el trabajo? ¿Te dijo ya la nota?- Me preguntó Susana en voz baja cuando me senté a su lado con la clase ya comenzada. -Bien- le susurré - Al final conseguí un notable. Susana es una de esas amigas que te apoya en todo lo que hagas. Da igual lo cansado o laborioso que pueda llegar a ser demostrar que es una verdadera amiga, ella nunca te defrauda. Desde que comenzó la carrera y nos tomamos el primer café ella ha estado ahí, dándome ánimos y ayudándome a no olvidar cuales deben ser mis auténticas prioridades. Si no fuera por ella estoy convencido de que tendría completamente abandonados los estudios. -Veo que otra vez has jugado. Enhorabuena, espero que lo hicieras muy bien. -Todavía estoy esperando a que subas a verme algún partido- dije en tono burlón- pero parece que nunca te voy a ver en la grada. -¡Eso es mentira!- dijo mientras se daba cuenta de que había alzado la voz más de lo debido y el profesor la miraba de forma fulminante. -Sabes que no puedo ir, tus partidos siempre son los Domingos por la mañana y a esas horas estoy trabajando.continuó en un tono más bajo cuando el profesor dirigió de nuevo la mirada al encerado. -Vale, lo entiendo, pero es que pienso que nunca llegarás a comprender cómo me siento cada vez que juego y me gustaría que lo compartieras conmigo. -Pero si ya lo hago, cada lunes, cuando te veo entrar por la puerta.- y tras decir eso me dedicó una de sus mejores sonrisas. 16 14 relatos en torno a un balón oval A veces pienso en lo especial que me siento por haber elegido este deporte Soy el único que lo practica dentro del grupo de amigos que guardo desde la infancia. Gracias a eso puedo presumir delante de ellos sobre lo orgulloso que estoy y sobre la gran cantidad de lugares que he conocido. Me gusta sentirme así, pero me gustaría más poder compartir con ellos todos los buenos momentos que vivo y que son tan importantes para mí. Por las tardes siempre hay que entrenar. Una de las grandes frases que he leído dice que la distancia entre el querer y el poder se acorta con el entrenamiento. La idea de alcanzar aquello que tanto he soñado es una motivación lo suficientemente fuerte como para que no desista. Muchas veces es complicado compaginar todas las obligaciones, incluso algunos no comprenden el por qué de tu escala de prioridades, pero es que ellos no han saboreado la satisfacción de experimentar un auténtico choque de trenes del cual sales finalmente victorioso. Cuando intento explicarle a alguien que los pisotones, rozaduras y golpes no son nada, al final ellos siempre ponen la misma cara y yo nunca consigo encontrar palabras suficientes. Ahora apenas recuerdo cómo era mi vida antes de descubrir este deporte. Es como si en mi vida existiera un antes y un después. Recuerdo vagamente haber practicado otros deportes, pero cuando eres un niño con gafas, gordito y descoordinado, encontrar tu sitio es muy difícil. Nadie quiere nunca tenerte en su equipo de fútbol durante los recreos y al final te convences de que ser portero tampoco es tan malo. Desde entonces comprendí que aquel deporte sólo era para unos cuantos elegidos. Tal vez sea eso lo que me enamoró de este deporte. En él todos pueden encontrar su sitio y la falta de habilidad puede verse compensada con esfuerzo y ganas. 17 14 relatos en torno a un balón oval 5, 4, 3, 2,… ¡¡¡Riiiiiinnnngggggg!!!- De un golpe seco apago el despertador. Llevo más de una hora con la mirada perdida en el techo de mi habitación. Por fin es sábado y la rutina que he mantenido durante toda la semana desaparece. Eso no cambia nada, en mi cabeza sólo existe una idea. Al mirar por la ventana veo que hace un día esplendido. Una fina lluvia lo riega todo y en mi mente ya puedo sentir el olor a tierra húmeda y hierba recién cortada. Estoy deseando que llegue el momento de ponerme las botas y pisar el césped. Sé que sólo será un simulacro, pero no me importa, no siempre necesito encontrarme envuelto en una lucha encarnizada para disfrutar de este deporte. Hoy es el momento de gozar con cada uno de los movimientos que tan duramente he practicado a lo largo de la semana. Me preparo un desayuno contundente antes de salir de casa, quiero tener energías suficientes a pesar de saber que hoy será un entrenamiento suave. Parece que ha dejado de llover y el sol se asoma tímidamente entre las nubes. Es hora de ponerse en marcha. Extraños y agradables, esa podría ser una buena definición para estos entrenamientos antes de los partidos. Aunque todos podemos intuir quienes serán los elegidos, siempre existen dudas, y eso hace que al final del entrenamiento sientas como un sudor frío te recorre la espalda mientras esperas escuchar tu nombre. Esta vez he tenido suerte y aunque empezaré en el banquillo no me importa demasiado. Otros no han escuchado sus nombres. Eso no significa que sean menos importantes, pero lo cierto es que las victorias no saben igual cuando te toca ver el partido desde la grada. Yo he sentido lo mismo millones de veces y quizá por eso valoro más cada palabra y gesto suyo, porque reconozco el río de sentimientos que les recorre por todo el cuerpo. Después de comer todavía me queda una tarde entera esperando a que llegue el ansiado momento. Es 18 14 relatos en torno a un balón oval mi oportunidad de desconectar un poco y hacer caso a mis amigos futboleros. Hoy juegan un partidillo, así que me aprovisiono de pipas y chicles suficientes como para aguantar hasta que terminen de jugar y me pongo en marcha. Siempre han jugado al fútbol y a pesar de que alguno destacaba en categorías inferiores ninguno llegó nunca a jugar seriamente. Tan sólo uno de ellos recibió una oferta de un equipo que jugaba en regional, pero por razones laborales tuvo que rechazarla. No obstante son felices jugando con la pelota redonda. -¡Jonatán!, ¡Jonatán!, ¡y su equipo ganarán!- Gritamos y reímos a carcajadas los amigos que les veíamos desde la grada. Miró hacia donde estábamos y alzando el brazo nos saludó a todos. Terminó el partido y les esperamos en la salida. Han ganado y todos mis amigos han metido por lo menos un gol. Esta noche será una continua tertulia sobre los golazos que han marcado cada uno de ellos. Son estos los momentos en los que más me alegro de no salir nunca la noche antes de un partido. - ¡¡¡¡¡Riiiiiiinnngggggg!!!!! – Abriendo un ojo miro a aquel instrumento diabólico que me obliga a despertar. Podría apagarlo sin más, pero tengo miedo de volverme a quedar dormido. Tras unos segundos de lucha interna me levanto a apagar el dichoso invento que estratégicamente había colocado a varios metros de mi cama. Después de quitarme las legañas de la cara y desayunar, aterrizo de nuevo en la realidad. Sólo pienso en el momento de escuchar el pitido inicial. Mientras me dirijo al campo repaso mentalmente cada uno de los nuevos movimientos. Probablemente no tenga que hacer nada porque ni siquiera sé si jugaré un minuto, pero hacerlo me relaja. Ya en el vestuario el ambiente que se respira es diferente al de cualquier otro día. Hoy se puede ver en las 19 14 relatos en torno a un balón oval caras la concentración y la tensión que cada uno había guardado esperando a que llegara este momento. Tan sólo el ruido del metal contra el suelo y el esparadrapo desenrollándose rompe por instantes aquel silencio que lo invade todo. Nadie sonríe y mirándoles a los ojos puedes comprobar que el partido ya ha comenzado. Unas palabras de los entrenadores, reparto de camisetas y calentamiento. Ya estamos listos para empezar. Según salgo del vestuario puedo ver de reojo cómo los titulares se abrazan y el capitán les inyecta un extra de moral con palabras que bien podría haber sacado de un film americano. Puede que en el banquillo no te pisen ni te golpeen, pero cualquiera de los que estábamos allí sentados lo preferiría antes que sentir aquella mezcla de nervios e impotencia provocada por cada jugada de peligro. Ya hemos alcanzado el ecuador del partido y el marcador no es favorable. En las miradas de los más jóvenes ya no puedes ver el fuego que desprendían antes de comenzar. Mientras que los menos experimentados se desesperan, los veteranos transforman tranquilidad en garra y coraje. Ahora es cuando la experiencia debe imponerse, porque ellos saben que para cuando el colegiado pite, el final será demasiado tarde. Nerviosos por comprobar que las cosas no estaban saliendo como esperábamos, salimos a calentar todo el banquillo. No es que creamos que vamos a salir para resolver el partido, pero ninguno podía aguantar sentado ni un minuto más. El tiempo pasa como una exhalación y todavía estamos por debajo en el marcador. No sé cuantas flexiones y carreras a lo ancho del campo habré hecho, pero siento que si me quedo quieto me dará un ataque al corazón. Por fin nos ponemos un punto arriba en el marcador. El cronómetro debe estar mal, porque los minutos que hace un momento parecían segundos se han convertido en horas. 20 14 relatos en torno a un balón oval Quedan apenas un par de segundos para que se cumpla el tiempo reglamentario y tenemos la posesión del balón. Ya está hecho, manteniendo el balón bajo nuestro control, el equipo rival no tiene nada que hacer. De repente un pase inexplicable de más de veinte metros transforma nuestros impávidos rostros en horribles muecas de pavor. El balón ha sido interceptado y el jugador con el oval entre sus manos comienza a correr como alma que lleva el diablo. Veloz, a escasos metros de la línea de lateral, vemos como se aproxima hacia el lugar que hemos estado ocupando durante casi toda la segunda mitad. No puedo creer que éste sea el fin. -¡Aaaaahhhhh…!- un golpe seco seguido de un grito de dolor se escucha en todo el campo. Mientras todos habíamos estado mirando a aquel jugador que iba a echar por tierra todo el trabajo y esfuerzo realizado, nuestro medio de melé increíblemente había cruzado todo el terreno de juego para colocarle un contundente placaje bajo las costillas y sacarle del campo. -¡Pí!, ¡Pí!, ¡Píííííí!- Aquella era la señal que daba paso a la euforia de todos los allí presentes. Abrazos, saltos y lágrimas de alegría contrastaban con los rostros de aquellos que se habían visto vencedores unos segundos atrás. Siento un sabor agridulce, seguramente sea porque no he podido jugar, pero ahora es el momento de celebrarlo por todo lo alto. Muchos nunca sabrán de nuestras victorias o derrotas, pero eso a nosotros nos da igual. Es triste, pero la gente sólo recuerda a los vencedores y en estos momentos somos nosotros. Seguramente mañana nadie sabrá por qué aquel chico de aspecto descuidado está sonriendo. Si la noche transcurre como espero, es probable que tampoco yo lo sepa.. 21 14 relatos en torno a un balón oval El último placaje. Luis M. Helguera San Jose Ya era media tarde y el sol empezaba a esconderse por el horizonte. Soplaba la brisa y apenas quedaban unos chavales jugueteando por el campo. Sobre el césped amarillo paseaban cansinamente, sin prisa, ausentes del tiempo y del espacio dos hombres de mediana edad, figura recia y ademán austero. Poseían la mirada limpia y el rostro curtido de quien ha librado mil batallas. -Tú, porque no te acuerdas ya y andas peor de memoria que yo, pero aquel año os ganamos los dos derbys y de paliza, y de paso os quitamos la Liga. -Ya, pero en la Copa nos desquitamos. Lo recuerdo perfectamente porque me fastidiaste los ligamentos de la rodilla cuando me caíste encima, ¿te acuerdas también de eso? -Sí, hombre sí, que todavía andas medio cojo desde entonces. No se veían muy a menudo, pero mantenían amistad desde su juventud, como con tantos otros de su época. Conservaban ese orgullo modesto que da a los grandes hombres saberse pioneros en lo suyo; quizá por eso, aunque sin jactarse demasiado, consideraban que el rugby de su tiempo era más estético y preciosista que el actual, que lo valoraban demasiado profesionalizado a base de fuerza y empuje. En el fondo eran unos nostálgicos. Unos románticos. -¿Te he contado ya que el chico pequeño mío me ha salido futbolero? Mira que les habré hablado yo veces de mis batallitas con el oval y otras que me invento, pues nada, que no hay manera, que al final me voy a quedar con las ganas de tener un medio melé en la familia. 22 14 relatos en torno a un balón oval -Ahora los padres no quieren tener chavales que jueguen al rugby. Prefieren que les salgan futbolistas o tenistas, para que se forren. Todavía piensan que van a llegar a casa todos los días con la crisma abierta y un brazo roto. -Eso era antes; más de una vez me tocó a mí entrenar en la acera de la calle. La tarde iba cayendo y poco a poco iba refrescando; el campo paulatinamente se iba despoblando, perdiendo toda la alegría que dan los entrenamientos de los más jóvenes. La última luz que precede a la noche, el silencio y la soledad eran mudos testigos de aquel encuentro, de aquella conversación entre dos rivales, dos amigos, dos caballeros. -¿Qué me dices? No puede ser, no puede ser, ¿estás seguro? -Lamentablemente sí, por eso te he llamado para vernos aquí, no sabía muy bien como decírtelo y en este ambiente me resulta más familiar. Para mí tampoco es fácil hablar de esto y darte una noticia así. Quería que lo supieras -Me has dejado helado, no sé qué decirte. Tú eres un hombre aún joven y deportista, puedes pedir una segunda opinión, ¿lo has hecho ya? Muchas veces ocurre, que se equivocan con el diagnóstico. Me parece muy injusto, una verdadera putada. Dame un abrazo. La noche se había echado encima y el aparcamiento del campo ya casi se había vaciado. Sobre el césped, apenas un par de chiquillos se afanaban por perseguir un balón oval que burlaba sus acometidas con caprichosos saltos en todas las direcciones. Como el viento, que empezaba a levantarse inquieto arrastrando la hojarasca mientras silbaba suavemente. Ya era tarde, pero a veces el tiempo parece pararse 23 14 relatos en torno a un balón oval repentinamente cuando la verdad se muestra desnuda e implacable y el silencio se convierte en un huracán de recuerdos y esperanzas -Aquel año si no me llego a lesionar en el hombro me habrían convocado para la selección. Hice un muy buen final de temporada y cada partido notaba que iba a más. Nunca había jugado tanto tiempo de tercera y ni yo mismo meses antes hubiera apostado por mí para jugar tanto tiempo ahí, pero ya ves, al final terminé de tercera línea toda la vida. Le acabé quitando el puesto a aquel francesito que teníamos, que siempre estaba estudiando y nunca salía con nosotros. -Sí, Rafa. Sé quien dices. Era muy rápido. -Ahora creo que es abogado. Sé casó con una chica de Peñafiel. Esos años yo jugué como nunca, tú lo sabes, era imparable, pero las lesiones me frenaron. En ese verano es cuando me llamaron los ingleses para ir a probar allí con ellos, pero al final por unas cosas o por otras no me decidí. Antes no era como ahora, que la gente se va al extranjero hasta para pasar el fin de semana, yo lo veo en mis hijos que no paran en casa. Además, tenía que ayudar a mi padre en la ferretería, tampoco podía dejar los estudios y por aquella época empecé a salir con Elvira. Quizá hoy… bah, en realidad toda la vida he sido un poco cobarde para todo, ¿no te parece? Si hubiese probado fortuna fuera yo creo que luego todo hubiese sido diferente -Sí, es posible. -Figúrate lo que era aquello entonces. Bueno, entonces y ahora igual. Los ingleses siempre han sabido de qué va esto. Entrenan más que nadie, tienen la mejor técnica y la mueven hasta que te marean, y si tienen que pisarte la cabeza te la pisan. Yo sé que tú eres más del rugby champán y todas esas zarandajas y que te tragas todos los partidos de la Heineken y que el verdadero rugby es el del hemisferio sur, que lo demás es un deporte diferente, 24 14 relatos en torno a un balón oval pero donde estén los ingleses…Precisamente, el otro día contra Gales… -¿Cuándo te lo han dicho? -La semana pasada -¿Qué vas a hacer? -No lo sé. Estoy un poco confuso aún. Pero estoy tranquilo. Este partido se me está acabando y Dios en cualquier momento va a pitar el final, ya me entiendes. Seguro que me tiene preparado un buen tercer tiempo para mí, ¿no crees? ¿Viste el otro día el Stade Toulousain – Harlequins? ¡Menudo juego a la mano, amigo! ¡Cómo paró en seco la delantera de los ingleses el maul de tus amigos! -Sí, el juego a la mano, ya no se ve un juego así, como el de antes. -Nunca te lo dije, pero tú eras muy buen ala Chano, pura dinamita, ¡cómo me hubiera gustado jugar contigo en el mismo equipo! No sé por qué la gente pretendía que nos llevásemos todos mal, cuando la verdad es que en aquellos tiempos todos formábamos una gran familia. -Sí, alguno todavía no nos perdonará que aún hoy nos llevemos bien y nos hablemos. -Oye, veo que tú todavía estás en forma. Espera un momento. Verás ¡Eh, chicos! ¡Aquí! ¡Pasadnos un momento el balón! Gracias, ahora va. Un viejo oval llegó brincando hasta su posición. Se agachó delicadamente como si fuera a romperse por la espalda y tomó el balón entre sus manos; su amigo y otrora rival lo miraba expectante, los dos chicos a unos metros también los observaban parados, esperando con interés y curiosidad el destino de su balón, y la noche, ya 25 14 relatos en torno a un balón oval cerrada y fresca, se había posado sobre un campo casi desierto, testigo mudo de aquel encuentro de soledades y generaciones, mientras arreciaba una brisa suave con intención de quedarse toda la noche. -Toma el balón, Chano, aléjate unos metros y corre hacia a mí. -Pe…pero no entiendo, ¿qué dices? o sea, como… -Sí, por favor, coge el balón, ve hacia adonde están aquellos chicos, ven corriendo hacia mí y trata de sortearme. -Oye mira, creo que es muy tarde, quizá necesitemos descansar ya, ha sido un día muy largo, devuélvele el balón a esos chicos y nos vamos, yo te acerco a casa. Rafael se acercó a su amigo, lenta y firmemente, de quien apenas le separaban unos metros. Posó sus manos sobre sus hombros y lo miró fijamente a los ojos, con una mirada que no pudo ocultar una dramática sonrisa, mitad aprecio y mitad resignación. La historia de amistad de estos dos hombres no podría entenderse sin la presencia de un oval de por medio. -Chano, escúchame, por mi parte el tiempo ya está vencido. Por favor te lo ruego, no tengas en cuenta el momento ni el lugar y cumple esto que te estoy pidiendo. Aléjate unos metros y corre hacia mí lo más rápido que puedas. Cuando llegues a mi altura, esquívame como tú sabes y sigue corriendo hasta que me dejes atrás. Los dos chicos se habían acercado hasta aquellos enigmáticos hombres y escuchaban atónitos aquella conversación, sin comprender absolutamente nada de cuanto oían. Chano, sin apenas poder articular palabra se alejó cabizbajo hasta donde le había indicado su amigo, unos veinte metros hacia el centro del campo, con el balón cogido de una mano y apoyado en el mentón. Llegando allí se giró hacia donde lo esperaba Rafael y retirados unos 26 14 relatos en torno a un balón oval pasos, a un lado, los otros dos muchachos. -Venga va, cuando quieras –animó Rafael con impaciencia. Sin tiempo para mayores preámbulos y con la firme intención de acabar con aquella situación cuanto antes, Chano arrancó a correr hacia él a toda velocidad, recordando las no pocas veces que hizo lo mismo por la banda de aquel vetusto campo hace más de veinte años. Al enfilar a su rival, quien ya lo esperaba en posición de defensa, amagó con salirle por su flanco derecho cargando por ese lado, para en un último giro de cintura y sin llegar a frenar, rectificar la inercia que llevaba y acostarse hacia el lado izquierdo. No bien lo hubo superado, y mientras trataba de proseguir con su carrera, Rafael modificó su impulso inicial para revolverse en un suspiro y literalmente volar con los brazos por delante y cargar duramente con su hombro derecho contra el pecho de Chano. De este tremendo choque de trenes salieron despedidos los dos por los aires sin soltarse, al tiempo que volaron llaves, gafas y móviles, yendo los dos a parar a dos metros de allí, momento en que por fin Rafael lo soltó, y rodaron ambos hasta quedar boca arriba, mirando a la luna, que también contempló la escena. De nuevo el silencio se apoderó de la noche, cada vez más estrellada. -¿Estás bien? -Joooooooooder tío, me has descolocado todos los huesos de su sitio, ¿se puede saber qué carajo te pasa? Los dos hombres trataban de incorporarse poco a poco, si bien el fuerte golpe y algunos kilos de más les impedían hacerlo ya con la soltura de antaño. Mientras, recogían todos los objetos que habían ido quedando desperdigados por el suelo y se limpiaban las briznas de hierbas y polvo que se habían pegado a sus ropas. -Anda que, te habrás quedado a gusto, ¿no? Vaya tackle, campeón, cualquiera diría que te debo algo. 27 14 relatos en torno a un balón oval Los dos amigos aún incorporándose sobre el césped quedaron mirándose unos segundos, un rato, una eternidad. Toda su infancia y toda su juventud acababan de revivirse en un breve lapso de tiempo. De pronto, y mientras se seguían sacudiendo la hierba de las rodillas rompieron a reír en una sonora carcajada. Apenas podían terminar de levantarse y la risa retumbaba gozosamente en todo el campo. -Vamos gordo, ayúdame, que no puedo ya ni con mi alma. -Tú sí que estás viejo, amigo, con lo que has sido, mírate ahora, hecho una piltrafa. La verdad es que siempre has tenido poco aguante, te lo tengo dicho. -Calla, por Dios, verás cuando me vea mi santa, mira cómo me has puesto los pantalones. -Venga vamos, anda. Si supieras que llevaba años con ganas de hacerte un placaje así. Dile que he sido yo, ella lo entenderá. Así se alejaban hacia la salida del campo, ayudándose mutuamente a caminar mientras rememoraban viejas hazañas de rugby que les hacía pararse para compartirlas y reírlas. Despeinados, sucios y con la ropa por fuera, pero pletóricos, enfilaban el final de aquel encuentro extraordinario. -Oye, ¿no te has dado cuenta de una cosa? -No, dime. -Te llevas el balón de aquellos chicos. Y Rafael lanzó el balón a los dos muchachos que aún aguardaban impávidos y callados en el césped, en el mismo sitio que diez minutos atrás. Ambos corrieron hacia el balón que tras varios botes irregulares fue cogido por uno de los chicos, mientras el otro se le tiraba 28 14 relatos en torno a un balón oval encima. Ellos no lo saben aún, pero acaban de asistir a un encuentro extraordinario, a un rito de amistad y utopía, una fuerza superior bañada de épica, un canto a la verdad y a la esperanza. Rafael y Chano conocían toda esa liturgia desde su niñez, desde que empezaron a practicar el rugby. Por eso no necesitaban darse más explicaciones. Comprendían el lenguaje del honor y el sacrificio. Por eso sabían que ya no habría nunca más placajes en la noche fría 29 14 relatos en torno a un balón oval Un lunes cualquiera. Hugo Pérez Molina El dolor casi ni me ha dejado dormir, estoy destrozado, hecho polvo, tengo dolores por todo el cuerpo, la tan conocida sensación del día después de un partido... Abro los ojos y me quedo tumbado en la cama, mirando al techo, sin pensar en nada, sólo sintiendo cada una de las células de mi cuerpo protestar, arrepentidas por no ser jugador de ajedrez. -¿No te levantas? -Mi mujer me saca del otro mundo donde de vez en cuando me refugio. Las mujeres de los jugadores, pienso, las sufridas madres y mujeres del rugby. -Sí, ya voy, -contesto, aunque levantarse va a ser una tarea complicada: en el partido de ayer había vuelto a lesionarme, por enésima vez, otra rotura en el gemelo, y van... -Deberías ir al médico. -¿Para qué? Es una rotura, descanso, hielo y a que el fisio me meta los dedos. -Desde luego, ¡qué bruto eres!, ¿y si es otra cosa? -Qué no, tú tranquila. -Vale, haz lo que quieras, pero deberías pensarte seguir jugando. Y me lo pienso, claro que me lo pienso, empiezo a estar mayor para esto, los golpes cada vez duelen más, antes a los dos días se me pasaban, ahora duran hasta tres o cuatro días. Las lesiones, el trabajo, la vida familiar, claro que lo pienso. 30 14 relatos en torno a un balón oval Al fin consigo levantarme, vestirme y salir hacia el curro después de una ducha a cámara lenta, muleta en mano, cojeando. Bajar las escaleras no es lo peor, pienso mientras lo hago, ahora a aguantar a los compañeros de curro reírse y burlarse de mí por estar otra vez cojo, otra vez la misma cantinela de siempre: que si estoy viejo, que si cuando lo vas a dejar, que si eso no es un deporte… ¡Qué sabrán ellos!, nunca han sentido la emoción de hacer un eslalon con el oval en las manos, esquivando contrarios, nunca se han visto venir un “miura” de frente y se han agachado a placarlo y lo han tirado al suelo. ¡A un tío que te saca dos cuartas por cada dimensión del espacio! Nunca han escuchado el sonido de la melé cuando sus primeras líneas chocan, qué sabrán ellos, qué diablos sabrán ellos. No me equivoco. Cuando llego a la oficina, todos van desfilando por mi mesa para preguntar qué me ha pasado y luego soltar el comentario jocoso, si supieran lo mal que me sientan, creo que no lo dirían, pero no protesto, no suelto ni una palabra desagradable; a ver, qué le vamos a hacer, esto es así, no, no duele casi (si supieras lo que duele me dejarías en paz) en un par de semanas estoy ya bien... Nunca hay que jactarse de estar lesionado, hay que llevarlo con paciencia, con la mayor calma posible, respira hondo, mañana o pasado ya no llevas muleta y casi ni cojeas y la gente se olvida de ti. Mientras todos van haciendo la peregrinación a mi mesa voy revisando el correo, miro los resultados de los diferentes partidos que me interesan, ese fin de semana hubo Heineken, pero no ha habido mucha suerte, todos los galeses han perdido, “malos tiempos para la lírica”, aunque en mi memoria aún está reciente el partidazo en el Millenium ante Francia, ¡menudo Gram Slam! Lo había visto en un pub irlandés, buen ambiente: galeses, irlandeses e ingleses sobre todo, algún francés que veía incrédulo como los Dragones levantaban la moral de un país entero, el orgullo de un pueblo. Es en esos momentos cuando te das cuenta que esto del rugby, al menos en otros sitios, 31 14 relatos en torno a un balón oval es más que un simple deporte y miras con cierta envidia como los “guiris” celebran la victoria y dices: del año que viene no pasa, el Gales-Irlanda no me lo pierdo. Mientras espero mi hora del desayuno llega mi jefe, momento delicado, entra mosqueado, como casi todos los lunes. Al darle los buenos días se percata de mis muletas. -¿Otra vez? Ya no tienes edad para estar siempre así, ¿podrás conducir? -Pues claro, ¿he dejado alguna vez de trabajar por una lesión? Si he venido hasta cuando se me salió el hombro, cuando el esguince de tobillo, con la baja del médico en la mano y trabajando, pienso, pero no contesto, lo miro y de mi boca no sale ni una palabra, mi presencia allí ya es una respuesta y así parece entenderlo porque no me dice nada más, se mete en su despacho y cierra la puerta. ¡Por fin! Uno de mis compañeros pregunta cuándo vamos a desayunar. Sin decir ni “mu”, me levanto y me dirijo al bar de siempre. Allí la cosa no es diferente, las camareras al verme aparecer comienzan con la misma cantinela: -Jesús, ¡este hombre está siempre igual! ¡Cualquier día aparece descalabrao! -Lo de siempre por favor. Es mejor no hacerles caso, sonrío. Permanezco de pie mientras me ponen mi tostada integral con jamón de York y mi descafeinado de sobre. Me siento y como con el ruido de fondo del bar y la conversación de mis compañeros de mesa que ese día no me interesa para nada, atento a la puerta, esperando que aparezca Alfonso, aunque aquel lunes parece retrasarse. Termino de comer rápido, estaba hambriento, y les digo a mis compañeros que me voy ya. Mientras pago en 32 14 relatos en torno a un balón oval la barra, llega Alfonso. Al verme con las muletas sonríe y se me acerca con esa ligera cojera suya que tiene desde que una mala caída después de una touch le sacó la cadera de su sitio y lo tuvo más de tres meses en la cama. No pudo jugar más, pero seguía amando el rugby como el primer día. Llevaba viéndolo desayunar en ese bar desde hacía un par de años, no sabía que había sido jugador. Un día, colgando un cartel anunciando el próximo partido de mi equipo se acercó y lo leyó: ¿centro, zaguero o ala? me preguntó; los tres, pero como de “15” nada, ¿tú? segunda, ¿no? Jugaba con ventaja, su altura y corpulencia lo delataban. Desde ese día, siempre que nos vemos charlamos un poco, llevo más de tres años intentando convencerle para que se haga entrenador, pero siempre dice que no, desde su lesión no ha vuelto a ir a un campo, sólo lo ve por la tele. -¿Cómo quedasteis? -Me pregunta antes de saludarme siquiera. -Ganamos, por poco, pero ganamos. -¿Qué ha sido esta vez? -Los gemelos.-contesto. -¿Otra vez? -Asiento- bueno, ya sabes, hielo, descanso y que el fisio te meta los dedos. En un par de semanas si hay suerte estás otra vez jugando. Sonrío ligeramente: “ya”. -¿Cuántos partidos te pierdes? -Un par de ellos. -¿Ya acabaste?, tómate un café y me cuentas. Miro a mis compañeros y les digo que me quedo. Entonces le cuento el partido, los lances de juego, lo que me había parecido el contrario, los fallos que le vi a 33 14 relatos en torno a un balón oval mi equipo, las cosas que habíamos hecho bien, también comentamos los resultados del fin de semana. Suena el móvil, es un mensaje de texto, lo miro, es de Chemi, ¡qué grande eres Chemi! pienso, preguntándome qué hace el capitán de la selección española que jugó el mundial sentado en un autobús que va a jugar un partido de segunda regional. “¿Cómo tienes esos gemelos?”, me pregunta. Le contesto: “N 15 dias stoy ntrnando”. Cuando Alfonso termina de desayunar nos acercamos a la barra. Loli, una de las camareras, nos pregunta que cómo nos gusta un deporte tan duro, que eso era una locura, Alfonso y yo nos miramos, no hace falta que nos digamos nada, nuestras miradas lo dicen todo: Él también está maldito. Saco lentamente unas monedas, pago y sin inmutarme le digo: -Cinco minutos de rugby merecen cualquier lesión. De reojo veo como Alfonso sonríe y asiente. Vuelvo a mi puesto de trabajo despacio, tranquilo, cojeando. Mientras, mi cabeza da vueltas y vueltas sobre el partido de ayer: las miradas con mis compañeros al entrar al vestuario, el sol colándose por la ventana donde nos cambiamos dando al lugar una luz extraña, casi irreal, el olor a pomada y venda, las palabras del capitán, las del entrenador, el sonido del chocar de los tacos en el suelo, el olor de la hierba, húmeda aún por el rocío de la mañana, el primer sprint en el calentamiento, romper a sudar, la calma antes de la batalla, el corazón casi saliéndose del pecho un segundo antes de que el árbitro pite el comienzo del partido, las jugadas en las que había participado, las veces que había cogido el balón, los placajes hechos, recibidos y fallados, (ésos duelen más que los golpes, maldita sea) las sensaciones… 34 Una vez leí que el rugby es un deporte de 14 relatos en torno a un balón oval sensaciones y el que lo dijo, no recuerdo el nombre, tenía toda la razón, son casi dos horas de sensaciones. Todo se olvida, los dolores del cuerpo y del alma, nada importa, sólo tu equipo, el compromiso con tus hermanos, la pelota, ensayar... Y me pregunto a mí mismo cuando será la próxima vez que vuelva a sentirme vivo dentro de un campo de rugby. 35 14 relatos en torno a un balón oval Camisetas granates. Emilio Carrasco Olía el vestuario a una mezcolanza agria de amoniaco y sudor. El vaho del agua caliente salía por la puerta entreabierta. Un muchacho barbilampiño, de ojos castaños, algo desgarbado, con una sudadera empapada esperaba la salida del equipo. El primer partido de la temporada acababa de finalizar. Lo había visto en las gradas desde el comienzo, a pesar de la lluvia. El equipo visitante había arrollado claramente al de su escuela. No parecía un inicio prometedor. En realidad no tenía muy clara la razón por la que sus pasos le habían conducido hasta allí. La puerta se abrió repentinamente, sacándolo de su ensimismamiento. -¿Qué opináis?: ¿creéis que debemos dar una oportunidad a este novato? Estas palabras las pronunciaba un gigantón de casi dos metros con más de 125 kilos encima. Con la cabeza baja, la mirada taladrando el suelo y completamente ruborizado, el aludido deseaba firmemente ser tragado por la tierra en ese mismo instante, mientras maldecía la ocurrencia de haberse presentado allí así. Todos tenían la sonrisa en los labios. Rememoraban su ingreso en el equipo. Desde un rincón, mientras se calzaba, sonó una voz serena, pero firme: “Oso, no te pases”. Se levantó y se dirigió hacia el recién llegado. Le tendió la mano. “Yo soy Manu y éste es Oso. Claro que puedes entrenar y si te apetece realmente, también jugar con nosotros. Como verás no has venido a dar con el mejor equipo de la liga” El ruido de voces, risas y platos era ensordecedor. La mayoría debían estar en clase y no en la cafetería de la escuela. Para poder oírse, se elevaba el volumen de las conversaciones, ya de por sí alto, que a su vez aumentaba el caos general. El encanto de una cafetería concurrida 36 14 relatos en torno a un balón oval tradicional que se precie. En las mesas del fondo acababan de sentarse los del equipo de rugby. El recién llegado estaba disipando su resquemor inicial. Ya se habían presentado la mayoría del equipo: Manu, silencioso pero amable. Oso, el más pesado y descomunal, jugaba de delantero, Pitu, más pequeño, anchote y morenito, jugaba de talonador. Estaban también Isra, “el alemán”, por su aspecto teutón. Rafa, Manu, Jorge, Emilio, todos con sus apodos correspondientes, que no era capaz de memorizar. Los prejuicios que tenía sobre el equipo se fueron diluyendo entre risas, cervezas y anécdotas. El recién llegado, Rafa, fue bautizado con “Gace”, al ser tan rápido como una gacela. Chisco, el medio scrum granadino -uno de los tipos más divertidos que se pueda uno imaginar, a pesar de su aspecto fiero- fue el que le bautizó así. Gace era un tipo rápido, no muy fornido, así que le pusieron a jugar de ala izquierda. El primer partido fue un cúmulo de despropósitos. Gace apenas había jugado y la primera vez que le pasaron el balón cometió un avant. Sus placajes eran casi abrazos de ballet. Finalmente tras una melé se llevó un pisotón terrible. La segunda vez que capturó el maldito melón se le volvió a escurrir entre las manos. Incómodo, ofuscado, no paraba de hacerse preguntas: “¿Quién habrá inventado un balón con esta forma? ¿Qué sentido tiene sólo poder pasar hacia atrás? Acumulaba las cuestiones casi tan rápido como los despropósitos de sus acciones. Con lo fácil que sería jugar al fútbol sala como todo el mundo... Lamentablemente perdieron el encuentro de una manera humillante. Creyó percibir alguna mirada de desaprobación, y se sentía bastante confuso. Pasaron un par de semanas y con ellas un par de partidos más, transformados en sendos fracasos. Gace mejoraba, pero no lo suficiente. El equipo no cuajaba. Tras la última derrota, ya en el vestuario y para atajar su sentimiento de culpabilidad, se armó de valor y propuso entrenar semanalmente. Todos miraron con incredulidad sus ojos castaños y huidizos. Ya se había intentado antes, 37 14 relatos en torno a un balón oval pero era imposible poner de acuerdo a todos. Además aquello era para pasar un buen rato, hacer algo de deporte y poco más. La propuesta del novato desgarbado nunca funcionaría. Pero él, orgulloso y firme, convocó a todos al siguiente lunes a las seis. Que fuera quien quisiera. Cuando llegó la fecha se encontró sólo con Manu como único voluntario y seguidor de su propuesta. No estaba llamado por el camino de la movilización de multitudes, claramente. El segundo y el tercer día se mantuvo el dúo, aunque mientras hacían carrera continua se cruzaron con un par de compañeros del equipo. Por fin el cuarto día fueron cinco. En cuanto a los partidos, la cosa fue mejorando un poco. Perdieron un par de ellos, pero empezaban a presentar batalla y dejarse la piel en la defensa. Los meses se precipitaban a una velocidad de vértigo, como un coche sin frenos. Aunque con cierta incredulidad inicial, poco a poco en los entrenamientos empezaban a participar todos los del equipo. Manu solía llevar la voz cantante. El entrenamiento empezaba a formar parte de lo cotidiano. Sin embargo era adictivo, así como los compañeros. Incluso empezaron primero con cierta sorna y después completamente comprometidos a preparar jugadas. El progreso fue lento pero firme y los resultados comenzaron a llegar. Decidieron apuntarse al torneo universitario, todo un clásico. Normalmente actuaban de sparring y quedaban eliminados a las primeras de cambio. La liga se había terminado y habían hecho un buen papel. Sin embargo este año algo era diferente. Habían mantenido los entrenamientos, no eran un puñado de tipos que jugaban un partido juntos semanalmente y empezaban a confiar unos en otros y a luchar por los compañeros, no por su propia individualidad. Ganaron el primer partido de una manera más cómoda de lo previsto. Podría pensarse que se trataba de 38 14 relatos en torno a un balón oval la suerte de los novatos, aunque no lo era. Desprendían ilusión y ganas. Sus amigos les regalaron para el siguiente partido de octavos una equipación nueva, toda una sorpresa, más por lo que significaba que por el regalo en sí. El reconocimiento de todo el trabajo acumulado. Eran unas camisetas granates con un pantalón azul. Les parecieron toda una premonición. No podían perder con ese regalo en sus manos. En un encuentro tremendamente disputado, ganaron también el partido siguiente. Oso fue el gran protagonista. Pudo con todo lo que se interponía en su camino. Pitu anotó un par de drops y Gace se apuntó un par de ensayos meritorios. Los cuartos volvieron a ser una lucha titánica. Pudieron también con la escuela “y”, uno de sus rivales típicos. Habitualmente eran derrotados con contundencia, pero esta vez las tornas cambiaron. Jugaban cada vez de una manera más armónica, conjuntados, haciendo un balance defensivo casi perfecto. No se lo podían creer, pero llegaron a semifinales. Se formó la melé. La cabeza incrustada contra otras cabezas. Respiraciones agitadas y la tensión previa a la introducción del balón. Línea de 22. Sus camisas granates estaban llenas de tierra y sudor. Los brazos de los compañeros firmes en los hombros de sus amigos. Las caras llenas de barro y el olor a tierra húmeda. Suena el silbato: el balón comienza a rodar y el empuje de los equipos, como si se tratara de dos grandes trenes que chocan entre sí, arranca puntual y ferozmente. Las piernas se tensan y empujan oblicuamente. Se va pateando el balón hacia atrás, sin ceder en la melé, pese al empuje rival. Pitu lo saca, y haciendo un quiebro pasa a Manu, que comienza a correr con unas fuerzas sacadas del corazón, porque después de la paliza del partido, no le pueden quedar energías ya en sus piernas. Dribla a un contrario con un gesto de cintura, a un segundo con un reverso, pero no puede librarse del tercero que le hace un tremendo placaje. Se oye un chasquido, se trata de la rodilla. 39 14 relatos en torno a un balón oval Sin embargo logra pasar el balón a Gace, algo desgarbado, pero que corre como alma que lleva al diablo. Está casi en la línea de ensayo. Tras un último quiebro consigue llegar. Los 5 puntos suben al marcador. Pierden 20-18. Queda muy poco tiempo. Las espadas, contra todo pronóstico siguen en todo lo alto. Nadie podía prever que el equipo de la “escuela X”, de medio pelo pudiera llegar hasta esta semifinal. La posición parece demasiado escorada para poder transformar con éxito. El pateador, Emilio, alias Campana, coloca el balón con suavidad, casi con mimo. Marca cuatro pasos hacia atrás. La lengua recorre sus labios resecos. Se pasa la mano por la cara limpiándose el sudor que le cae de la frente. Máxima concentración. Como si fuera electricidad, la tensión se contagia entre todos los jugadores. Han olvidado el cansancio, sólo están pendientes de la transformación. Corre, golpea y atraviesa milagrosamente los tres palos. La alegría del equipo es desbordante, acaban de cumplirse los segundos cuarenta minutos. No hay tiempo para más. El milagro se ha cumplido. ¡A la final! Era el pasaporte para lo impensable, para un sueño. ¡Casi no se lo podían creer! Después de 20 años, el equipo de la escuela x llegaba a la final del torneo. Había sido un largo camino hasta llegar aquí. Oso, el pilar, se había roto el tobillo en un maul. Manu tenía una rodilla que parecía un globo. La mayoría estaban deshechos de la tremenda paliza. Sin embargo la sonrisa se ha instalado en sus rostros. La posterior celebración fue espectacular. La mayoría de sus compañeros se rindieron ante este puñado de deportistas que compartían el día a día con ellos y rompían los tópicos y estereotipos de lo que se imaginaban era un equipo de rugby. Por fin llegó el día de la final. Nunca habían visto tanta gente en el campo. Me gustaría poder contar que aquel partido se ganó. Pero no fue así. Pelearon como leones. Se partieron por dentro y por fuera luchando en cada jugada. Sin embargo conquistaron lo más importante, 40 14 relatos en torno a un balón oval sin pretenderlo: respeto. Un profundo respeto no ya de sus novias, amigos y compañeros, -ése lo tenían desde hacía mucho- sino del público y especialmente de sus rivales. Aquellos tipos que empezaron como un grupo de amiguetes se habían convertido en un equipo. Luchaban por cada metro, en cada melé, por cada placaje no sólo por ellos sino por sus compañeros. Especialmente por los que no podían participar en el partido. Eran ellos, Manu y Oso, los que más sufrieron los golpes de sus compañeros. Aunque juró que era mentira y lo negará siempre, a Oso se le cayeron unas cuantas lágrimas cuando Pitu, paraba a tipos de más de 120 kilos. Algo que era más que la suma de sus individualidades. Al término del encuentro, un grupo de hombres rotos, literalmente, fue aplaudido por el vencedor. Verdaderamente emocionante. No importaba la copa, ni el inscribir su nombre por primera vez como campeones. Se perdió el partido, pero ganaron honor y respeto. No cotizan en bolsa, por eso es más valioso, porque forja a los verdaderos hombres para el día a día. Años después, se siguen reuniendo en cenas y celebraciones –sigue habiendo motivos para celebrar cualquier cosa-. No con tanta frecuencia, porque se han convertido en tipos ocupados, padres responsables, hombres de negocios o “currantes”. Todos saben que una parte de lo que son, como amigos y como luchadores cotidianos, se lo deben a aquel equipo de rugby que perdió la final. Y todos guardan las camisetas granates de aquella derrota victoriosa. 41 14 relatos en torno a un balón oval Qué curioso… Rafael Fayos “Qué curioso…”, era lo único que decía el pobre hombre, aunque de aquella manera, claro, pues con la mandíbula rota tampoco resulta muy fácil decir algo no similar a “aaaargh”. Pero aún así, esas dos palabras son las que salían desde su garganta, “qué curioso…”. Y pasado unos minutos lo volvía a decir. Todos a su alrededor, y en aquel momento aquella camilla parecía el centro de una melé o un maul, para que me entendáis, no podían por menos que esbozar una media sonrisa, en parte por lo que un tipo realmente maltrecho trasmitía con cierta gracia por sus ojos (de lo poco que podía mover, o al menos con lo poco que podía mostrar sentimiento alguno) en parte, por lo chocante de la situación. Y cuando digo chocante me refiero a que dos enfermeras y un auxiliar y dos celadores y un traumatólogo (más un cirujano que pasaba por allí, cosas que pasan en los hospitales, que cuando no necesitas uno resulta que pasa por tu lado el mejor abretripas de la región) estaban con una sonrisa en la cara como si acabase de nacer un niño tras el parto más complicado con final feliz de toda la Historia de la Humanidad. Si bien lo único que ocurría allí es que se encontraban reunidos con un gesto simpático alrededor de un tipo que difícilmente podía mover un músculo del cuerpo por debajo de la nuez, y que a duras penas conseguía articular su mandíbula (o mandíbulas, pues en aquel momento la inferior ni se sabe cuantos trozos tenía) pero cuyos ojos mostraban profunda felicidad, o al menos lo parecía, tal y como apuntaba uno de los celadores, individuos que en estos casos siempre parece que sepan más que todos los demás, quizá porque pueden opinar sin riesgo a equivocarse, pues acierten o no, tampoco parece que los 42 14 relatos en torno a un balón oval que deciden les vayan a hacer mucho caso. Ninguno de los reunidos allí le preguntaba al interfecto mucho más, pues viendo su maxilar (o maxilares) inferior (es) todos entendían que aquel momento tampoco era para entablar muchas conversaciones con él, pero de verdad que cada vez que el “qué curioso…” sonaba en la camilla, una fuerte punzada de curiosidad sacudía a todos los presentes en lo más hondo de sus cerebros. El cirujano maxilofacial llegó pronto (los almuerzos en el Hospital eran por suerte frugales) y lo primero que decidió, visto el nerviosismo reinante en el grupo, fue llevarse a aquel tipo de allí a un box un poco más reservado, para así poder empezar a trabajar sin el ya mencionado consejo de los celadores. Y allí fue donde reunidos ya por fin especialista, enfermeras y paciente, sonó de nuevo el “qué curioso…”, pero adornado esta vez con una mueca que el maxilo (perdonad la abreviatura, pero las enfermeras le llamaban así) no pudo por menos deducir para sorpresa de las presentes que se trataba de una sonrisa. Aún así, o precisamente por ello, decidió que era preciso empezar cuanto antes a encajar el rompecabezas -los maxilofaciales ven así una mandíbula partida, qué le vamos a hacer-, si bien la anestesia no sería general, pues no podían arriesgarse a que aquel animal (lo dijo cariñosamente y así lo entendieron todos, pues habrían faltado centímetros de camilla por los cuatro lados para que estuviese recogido como debía ser) pues aquel animal, decía, habría necesitado tanta droga para dormirle que, a pesar de los calambres en sus piernas y el shock post-traumático derivado de que te partan la mandíbula así a lo vivo, habría podido conllevar más complicaciones que ventajas, por lo que le pincharon una dosis (una dosis grandecita) de nolotil, y con eso empezaron a trabajar, eso sí, tras oír por última vez un “qué curiossso…” más 43 14 relatos en torno a un balón oval alargado que los anteriores. Mientras aquello ocurría fueron llegando por tandas los compañeros, dos de los cuales pasaron nada más quitarse el barro del partido a buscar a la sufrida mujer (sufrida pues aguantaba -con ironía, eso sí- cada domingo los calambres y dolores de su marido mientras éste incomprensiblemente sonreía recordando los lances del partido, quizá aún un poco anestesiado por las cervezas del tercer tiempo, y no podía evitar dejar perdidas de rojo otra vez las sábanas con la sangre de sus rodillas y codos) Por supuesto también las dos pequeñas hijas del mastodonte les acompañaban pues la esposa insistió en ello, no resultara que aquella vez fuese algo gordo lo ocurrido y luego no pudiese estar pendiente de que sus hijas lograran ver a su padre tal y como hasta ahora le habían conocido, broma que repetían siempre antes de que él saliera a jugar un partido. Y así, en el pasillo, frente al quirófano, se encontraron aquella mañana un montón de tipos magullados de gran tamaño, un par de señoritos que podrían ser modelos o algo similar, impecables sus facciones y sin un sólo rasguño (los dos alas, en efecto) más las dos pequeñas niñas y la mujer de un tipo que había entrado una hora y media antes por la puerta de urgencias repitiendo el “qué curioso” de marras. Como siempre ocurre en estos casos, los últimos que entran llegan con cara de preocupación, pero a medida que el grupo aumenta las caras largas se tornan en sonrientes, tal y como van surgiendo las tan previsibles conversaciones acerca del partido jugado, de los que nunca hicieron un ensayo (y el hoy lesionado había logrado ese día el primero tras muchos años de pilier en el equipo de su ciudad, momento en el que un contrario le pisó involuntariamente la cabeza y le llevó a acabar de esta guisa) del último viaje de equipo, o la paciencia que nuestras santas tienen con nosotros cuando llegamos a casa tras cada partido y no podemos ni movernos. 44 14 relatos en torno a un balón oval Si a ese grupo añadimos a dos criaturitas de tres y cinco años con ganas de juerga, es fácil pensar que aquello se convirtió de inmediato en un extraordinario espectáculo, de modo que aquel pasillo de normal triste, serio y aséptico era de repente algo extrañamente parecido a una fiesta, con tipos pasando sobradamente los 100 kilos jugando en el suelo a imitar animales (la trucha o el perro los más celebrados) y otros con unas orejas que no parecían tales y cejas hinchadas de los sucesivos golpes recibidos (incluso con algún ojo morado) haciendo vocecitas de imitación de no-se-sabe-muy-bienqué pero que a las niñas (y al respetable) les llenaban de júbilo a pesar de la situación que les había reunido allí, aparentemente olvidada. Tres horas más tarde fue cuando un agotado cirujano maxilofacial salió al pasillo para tratar de explicar a la multitud tanto la lesión en sí (fractura de la mandíbula inferior en tres trozos debido a un fuerte golpe con un objeto contundente) cómo la intervención, un éxito, pues al ser una rotura limpia las partes encajaron con relativa facilidad. Pero unos instantes después el jolgorio cesó, y las risas provocadas a todo el equipo tras el comentario del galeno de que las cicatrices no iban a notarse apenas pasado un tiempo (si hubiese observado cuánto careto marcado no por el acné precisamente había allí en ese momento seguro que se lo habría ahorrado) pues éste cambió su expresión de modo que la algarabía giró de modo súbito en un silencio frío y cortante. Algo ocurría, algo que el especialista no había comentado, de modo que fue la mujer del intervenido la única que alzó la voz entre todos aquellos tipos, para preguntar qué era lo que no les había contado pero que no iba a tardar en hacer. El doctor trató de contestar, pero lo cierto es que el silencio que siguió a la pregunta de la mujer fue demasiado largo, tanto que incluso las pequeñas 45 14 relatos en torno a un balón oval hijas se dieron cuenta de que algo ocurría. Y finalmente habló, pero tan nervioso que parecía que la noticia iba a ser mala, pues a los médicos siempre les suponemos una tranquilidad tan estudiada, que en ese momento, viéndole así, todos entendieron que algo pasaba. El médico no sabía por donde empezar, pero finalmente les comentó su inquietud, y ésta venía dada porque por primera vez en su carrera, un paciente estaba comentando algo durante la intervención en la mandíbula, lo cual era a todas luces dificultoso y sorprendente. La frase la conocía ya todo el turno del hospital, y era el tantas veces repetido “qué curioso” que desde el primer momento había estado expulsando la boca abierta del lesionado, por lo que el maxilo les rogó que tratasen de enterarse del porqué, para poder descartar una lesión cerebral derivada del golpe, en forma de amnesia posttraumática o quizá algo neurológico de difícil diagnosis. La mujer, el capitán del equipo y el médico entraron en el box en el que estaba tumbado el pilier, y mientras este último se quedó un poco separado de la camilla, los otros dos se acercaron, y lo encontraron relajado, con media cabeza tapada por las vendas pero con sus grandes ojos marrones brillantes de felicidad y con una mueca parecida a una sonrisa, quizá provocada por la presión que las citadas vendas le producían, pero parecida a una sonrisa al fin y al cabo. Ambos supieron de inmediato que estaba bien, pues esa era la expresión que tantas veces le habían visto tras un buen partido en la ducha o un buen placaje aún en el campo (o incluso cuando cogió en sus enormes brazos a sus hijas recién nacidas) por lo que no tardaron en abordar el tema de la frase que el cirujano les pidió que averiguasen. Esperando una respuesta, y una vez se dieron cuenta de que les hacía un gesto con su mano derecha, le acercaron un papel y un bolígrafo con el que pudiese escribirles algún mensaje de tranquilidad. 46 14 relatos en torno a un balón oval Y así lo hizo, con lo que un instante después –en cuanto el capitán salió al pasillo para que las niñas entraran a ver a su padre- el ruido volvió al pasillo en forma de una sonora y multitudinaria carcajada en medio de un abrazo de todos los presentes. El capitán llevaba entre sus manos un papel manuscrito por un tío hecho polvo que apenas podía moverse por el dolor, con la mandíbula rota y la cara hinchada bajo las vendas, y con un ataque de amnesia posterior a un golpe que podía haberle costado algo más que una fractura, pero que estaba completamente feliz y sorprendido pues, tras anotar su primer ensayo, no recordaba qué le había llevado allí, con lo que sólo acertó a escribir “qué curioso, no imaginaba que al anotar me sentiría así, ¿cuándo es el próximo partido?” 47 14 relatos en torno a un balón oval Así en el Rugby como en la vida. Mensi Nuevo Garcia & Arturo Bravo Nuevo En la auditoría en la que trabajo desde hace doce años en N.Y. no se suelen recibir correos privados. Pero allí es donde precisamente llegó. Decía.- ¿Eres de Madrid?, ¿te llamas Moto?, ¿Juegas al rugby? Firma Termi. Venía remitido desde…. La Cruz de Huanacaxtle. MÉXICO. El impacto fue tremendo, recibir este mail desde un pueblo perdido de México que ni siquiera ubicaba en el mapa, a mi nombre, de alguien que era para mí, de momento, un completo desconocido y que me devolvía al mundo que dormía en mis recuerdos, un mundo de tiempos fáciles y felices donde la amistad era amistad y no importaban los objetivos económicos a cumplir. El dinero solo valía para tomar unas copas y todos éramos hermanos y solidarios. Recuerdos que yo tenía casi olvidados. Al trabajar para una gran compañía internacional, los secretos económicos que pasan por las manos de los empleados son secretos más que de Estado. Puede ser que algún competidor de fuera o dentro, quiera sonsacar las fusiones, opas o sencillamente pillar un soplo a algún inocente, que de saberse por parte de la compañía, le pondría en la calle en dos segundos, con el agravante de la imposibilidad posterior de trabajar para nadie. Así que tanteé al paisano trascurridos dos días. -Sí, me llamaban Moto, jugaba al rugby de apertura. Pero de eso hace ahora mucho tiempo ¿Tú quién eres?, ¿Cómo me has encontrado? Moto. 48 Me contestó a las tres horas. 14 relatos en torno a un balón oval -No me digas que eres Moto, vi tu nombre en una revista de economía por Internet, venía tu email, ¡¡¡Que alegría!!! Jugábamos juntos en el equipo de la UAM. Soy Dany, me llamabais Termi, por Terminador, ja ja ja. ¿Recuerdas el año 90, cuando jugamos la final universitaria contra la Politécnica? Tenían medio equipo de Arquitectura. Recuerdo que quedaban 10 minutos de partido, teníamos el balón en su 22 y tú me pediste un cruce para que yo, como siempre, rompiera. Esta vez, no me diste el oval sino que te lo quedaste. Me engañaste a mí y a ellos. Viste el hueco y metiste el ensayo entre los palos. A la siguiente jugada me luxé el hombro. Al final del partido me llevaste a urgencias, los dos con una cerveza en la mano y yo con un brazo colgando, que por cierto se me sale cada vez que entreno. Nada menos que “La Poli” nos hizo el pasillo. Somos casi viejos Moto. ¿Sigues jugando?... Cuéntame qué es de tu vida, un abrazo Termi. Mi vida, preguntaba por mi vida, pensé. Este Termi sigue siendo un inocente. Casi nada de lo que tuve he conservado, mis amigos, perdidos a miles de kilómetros. Hace tiempo que dejamos de escribirnos. Se enfrían los afectos en la distancia. Mi matrimonio: un fracaso. Quizás se podría haber salvado, luchamos poco por ello. Mis hijas, lo que más quiero en el mundo, las veo 15 días al año, ellas viviendo en España y yo en Nueva York, que cada día me conocen menos y a las que cada día conozco menos. Tendría que mejorar esta relación, pero no sé ni cómo. Mi madre, a la que vi, cuando ya no conocía, muerta de un cáncer fulminante y mi padre, solo, perdiendo la razón cada día un poco más. Gano mucho dinero para tenerlo en el banco y para tener un Mercedes en la puerta de la casa. ¡¡ La vida debe ser otra cosa!! -Querido Termi: Eso de ganar a La Poli fue el crack de nuestro equipo. Me has hecho recordar muchas cosas. Me acuerdo de ese partido. Creo que ha sido el único partido conmigo de apertura y tú de centro en el que no te di la bola en un cruce, porque sinceramente tu eras un “toro”. 49 14 relatos en torno a un balón oval Te tengo en algunas fotos antiguas, una del año 89, en que quedamos segundos pero ganamos moralmente. Me alegro de que me hayas encontrado. Mi vida es muy poco interesante. Cuéntame la tuya, un abrazo. Moto. -Querido Moto: dejé de jugar con vosotros, tuve que abandonar los estudios, mis padres murieron en un accidente de coche el verano del 90 y me puse a atender el pequeño comercio de mis padres, para mantener a mis tres hermanos y mi abuela, pero seguí jugando al rugby y todavía sigo de alguna manera. Me llamabas mucho, pero no podía ir con vosotros, estaba avergonzado por haber dejado la carrera. Continué jugando en otros equipos, les imbuí a mis hermanos el amor a este deporte, el pequeño es un campeón, juega en la regional de Madrid. Pero él juega de medio melé porque ha sido el único con cerebro de la familia. Vine a una feria a México y me conquistó una mexicana, vivo en este pueblo perdido. Mi mujer y mi suegra regentan un hotel rural, no nos sobra ni un peso, pero tampoco nos falta, soy feliz, nunca le pedí a la vida más que vivirla y eso es lo que me han concedido los dioses. Tengo tres chicos ¿Te lo imaginas? Sí, todos son jugadores de rugby. También tengo una niña que es el vivo retrato de su madre. Digo que soy escritor y ellas me dejan escribir, de vez en cuando me publican algo y es una fiesta, lo celebran como si me hubieran dado el Nóbel. Suelo escribir historias de deporte, pero fundamentalmente de rugby. También entreno al equipo local. Tío no te imaginas que chusma tan entregada, tienen un entusiasmo increíble, la temporada pasada por poco quedamos quintos, eso es lo que más me divierte, el Rugby. Aquí en México, nadie juega al rugby pero como los mexicanos le ponen corazón y cojones a todo, los que lo prueban, quedan 50 14 relatos en torno a un balón oval enganchados. Tú Moto eras un tipo muy fardón, ja ja ja y muy inteligente, siempre te admiré, tus tácticas en el rugby, tus buenas notas y cómo te llevabas a las chicas más guapas, tenías loca a Patricia, que fue el dolor de mis amores, ¿La volviste a ver?, ja ja ja. Un abrazo. Termi. -Querido Termi, a Patricia la vi, mucho, sí, me casé con ella. Ahora no nos vemos gracias a Dios o a quien sea, pero tiene a las dos hijas que tuvimos en común. Si llego a saber como iba a resultar te la habría cedido, con MUCHO gusto. Ja Ja ja. En cuanto me puse a trabajar, dejé de jugar al rugby. Mi excusa fue la falta de tiempo. -Querido Moto, dentro de dos semanas hay un partido amistoso que se juega entre mi equipo y uno de Oaxaca. Siempre perdemos contra ellos. Más que nada porque su equipo esta lleno de australianos y neozelandeses. Una cosa sí te digo y es que los terceros tiempos aquí son legendarios. Es cerca de este pueblo, te invito a venir, te hospedas en nuestro hotel, no te esperes nada del otro mundo. Me encantaría verte. Un abrazo. Termi. -Querido Termi, siempre tan generoso, justo tengo vacaciones esos días. Acepto encantado. Un abrazo campeón. Moto. Encontré un hombre bien parecido, de hecho había cambiado poco desde que jugábamos juntos, algunas canas, pocos kilos de más y todavía un toro. Pero sobre todo encontré un hombre feliz, atendía a los pocos clientes que tenía en el hotel con sonrisa fácil y abierta. En el pueblo los chicos seguían nuestra furgoneta saludando a su entrenador como si vieran a los Reyes Magos. En su hotel sus mujeres le esperaban para que diera el visto bueno al guiso especial, arreglara la cañería o ayudara a los hijos a hacer los deberes. Él era el rey. Tenía 51 14 relatos en torno a un balón oval una complicidad envidiable con su mujer, con sus hijos y hasta con su suegra. Vive en el único lugar de todo México donde se juega más al rugby que al fútbol. Anhelé la vida de este hombre llano que no terminó la carrera, que se casó con una mujer sencilla, que tenía un coche de hace seis o siete años, que veía a sus hijos todos los días y que lo mismo ponía todo su empeño en reparar cualquier cosa que en entrenar a un equipo imposible. Estábamos tomando un tequila, era madrugada y se nos fue el tiempo recordando jugadas, gente, errores, placajes, tanganas, y algún ensayo. Termi, alzando el vaso, dijo, “Por nosotros Moto, que así en el rugby como en la vida danos hasta la última gota de sudor, hasta la ultima carrera. 52 14 relatos en torno a un balón oval 53 14 relatos en torno a un balón oval Y qué más da, amigo. Enrique Cardona Me despierto dolorido y desorientado, la luna ya ha escapado y sobre mí, un incipiente sol de verano me dice que es de día. Pienso, trato de pensar con más fuerza pero no me viene nada a la cabeza. De repente una luz cruza mi mente y me dice: “¿Dónde estás?” Me incorporo y descubro que estoy en un banco, en plena calle y que ya es de día, por suerte son las primeras luces y nadie me ha visto. ¡Qué pensaría la gente! Una persona educada y bien formada como yo pagando los excesos de una noche loca tirado en la calle como un vagabundo. A mi lado, en el mismo banco, otra persona, no la conozco de nada pero no lo puedo asegurar, mis neuronas viajan a velocidad reducida. Trato de recordar qué ha sucedido: “¡Vamos, piensa! ¿Qué hice ayer de noche?” Mi cerebro parece estar ajustándome las cuentas por mis excesos con él. No recibo respuesta. Trato de incorporarme y un agudo dolor se me clava en la espalda, echo las manos para ver qué me sucede. No alcanzo a tocar el lugar exacto más que con las yemas de la mano izquierda, parecen cicatrices de cortes pero no lo puedo ver, escuecen, es una sensación conocida pero que no alcanzo a identificar. Me incorporo y respiro hondo, otro dolor, esta vez en el cuello, parece que se me ha sentado encima un elefante, “habré cogido una postura por dormir en el banco” –pienso. Este dolor, más intenso que el anterior, 54 14 relatos en torno a un balón oval me espabila un poco, trato de ir atrás en mi memoria hasta el primer recuerdo conocido para empezar a investigar en los resquicios de mi mente a partir de ahí. Ayer no fui a trabajar. Era sábado. Sé que me desperté pronto. ¿Para qué? ¡Era sábado! ¿Qué tenía que hacer por la mañana? No lo sé. Al fin se me enciende la bombilla, ese dolor en el cuello. ¡Las melés! ¡Ayer fue el torneo! El último mes fue un ir y venir constante para que el I Torneo veraniego de Rugby que organizaba mi club fuera un éxito. Seguro que lo había sido aunque aún no lo tenía muy claro. Poco a poco fueron regresando a mi mente los sucesos del día anterior. La recepción de los equipos, el sorteo del calendario de competición, las labores de inscripción y reparto de material, etc. Incluso luego empecé a recordar los partidos, no todos por supuesto, sólo los que había jugado mi equipo y pude ver desde la banda retazos de los momentos en los que yo había intervenido. Recuerdo un partido fácil, ante un equipo mermado que reclutó varios “mercenarios” para poder jugar. Fue un partido de mucho movimiento, todos nosotros, sobre todo yo, estábamos muy ilusionados por este nuevo paso en nuestro club y lo dimos todo sobre el campo. Aunque no llegué a anotar ningún ensayo, colaboré muy activamente en la recuperación de balones y facilité buenos pases a mis compañeros para que ellos pudieran anotar. Sus puntos eran también míos. A medida que recordaba un nuevo dato, otros más se agolpaban en mi cabeza mientras exprimía al máximo esas sensaciones y emociones que estaba redescubriendo. El puzzle se iba completando y lo estaba disfrutando al 100%. 55 14 relatos en torno a un balón oval En esa primera fase nos cruzamos con uno de los “cocos” del torneo: “Los halcones”. Un equipo muy fuerte con jugadores de gran nivel que se pasaban el verano jugando y ganando torneos por los campos y playas españolas e incluso de otras partes de Europa. Estuvimos a punto de dar la sorpresa, hicimos el mejor rugby de nuestra vida y ellos vieron cómo su actitud casi chulesca habitual se estaba volviendo en su contra. Hicieron entrar a sus mejores hombres y empezaron a jugar duro, muy duro. Ahí me crecí y tome la responsabilidad de plantarles cara, no en el juego, ya que no pude aportar mucho con el balón, pero sí en frenarles lo mejor que pude. El enfrentamiento fue subiendo de tono hasta que mi homólogo en “Los halcones” optó por la vía violenta: golpes indiscriminados, placajes demasiado altos, pisotones con fuerza al caer al suelo en los agrupamientos. El árbitro no supo o no pudo parar el juego, era comprensible, estaba arbitrando gente que no se dedicaba realmente a ello, eran jugadores de los distintos equipos del torneo, con buena intención, pero sin experiencia en esas lides. Ni él ni yo fuimos expulsados pese al intercambio de acciones duras que llevamos a cabo, por suerte para el resto de jugadores, entre nosotros. Ahí me di cuenta de qué eran esos dolores de mi espalda, ese maldito jugador de “Los halcones” me había dejado los tacos marcados por todo el cuerpo. Un sentimiento de rencor inundó mi mente en ese momento pero sin saber muy bien por qué. Tardó apenas unos segundos en desaparecer, seguí recordando y no reflexioné sobre ello. Luego llegaron los demás partidos, la comida y los sorteos para las finales. El azar –sorteo puro- quiso que no nos volviéramos a cruzar hasta la final. Para nosotros 56 14 relatos en torno a un balón oval llegar a la final era un exitazo, ya habíamos cumplido con creces nuestras expectativas más optimistas, pero yo quería volver a medirme con él, el resultado era un poco lo de menos pero le iba a demostrar quién era yo. En ese momento sonó mi teléfono móvil, eran mis compañeros que me preguntaban dónde estaba, que hacía horas que me habían perdido de vista. Hablando con ellos recordé el tercer tiempo y su continuación hasta altas horas de la madrugada mientras ellos seguían preguntando que dónde estábamos. “¿Dónde estábamos? ¿Quiénes? ¡Si yo estoy solo!” Atropelladamente me contaron que al finalizar el tercer tiempo y antes de dirigirnos todos juntos a otro local, había desaparecido de allí junto con Paco. -“¿Quién es Paco?” –pregunté-, “¿pero eso a qué hora fue?” No entendía nada. Ya con un poco más de calma me explicaron la situación: Paco era ese jugador de “Los Halcones” con el que me las había tenido que ver durante el torneo; sus compañeros estaba muy preocupados porque no sabían qué había sido de él y no respondía al teléfono. No conocía la ciudad. Entre todos fueron hilando la historia y llegaron a la conclusión de que él y yo nos habíamos ido juntos a continuar la fiesta en algún bar cercano. A mí me parecía imposible. ¿Yo de fiesta con ese tipo tan desagradable? No creo. Después de lo que sucedió en la primera fase del torneo y en la… en la… ¡La final! ¡No recordaba qué había pasado en la final! Vaya laguna mental. Ahora quien se atropelló al preguntar fui yo, quería saber todo lo que había sucedido en ese partido. Me resumieron en pocas palabras la final. Parecido al primer partido en todo, sobre todo en el “pique” entre ese chico, Paco, y yo, pero con mejor resultado para mi equipo, yo había logrado el ensayo decisivo pasando literalmente por 57 14 relatos en torno a un balón oval encima de Paco en la última jugada. Él se había levantado y vino hacía mí, pensé que tendría algún gesto arrogante como los que había tenido anteriormente, pero en lugar de ello me dio la mano y me felicitó por el torneo, no por la final, no por el ensayo, por el torneo, y me agradeció como organizador el haberlos invitado. En ese momento escuché otro teléfono sonar. Me giré hacia el sonido y vi al otro individuo que estaba tirado en el banco cómo se despertaba y cogía el teléfono. Al incorporarse le pude ver la cara. ¡Era Paco! Habíamos estado bebiendo juntos toda la noche hasta quedarnos rendidos en ese banco a la salida del último local de copas. Le comuniqué a mis compañeros que lo había encontrado mientras escuchaba una conversación similar a la que yo había tenido con mis compañeros, pero esta vez era Paco el que la tenía con los suyos. Les dije dónde estábamos y dijeron que nos vendrían a buscar inmediatamente. En ese momento, me senté al lado de Paco y éste me preguntó: “Oye, ¿tú te acuerdas de cómo quedamos ayer? ¿Cómo quedamos al final?” Y yo le dije: “y qué más da, amigo” 58 14 relatos en torno a un balón oval 59 14 relatos en torno a un balón oval Soñar. Jack Leyton El calor estaba convirtiendo la estancia en un lugar incomodo, por eso el joven entrenador decidió que lo mejor seria bajar los grados de aquel aparato que insistía en echar aire caliente. Pero el mando a distancia no se encontraba cerca, y dejando sobre la mesilla un libro que estaba leyendo, se incorporó pesadamente de la cama, ayudado por su inseparable bastón, para acercarse hasta la pared y accionar manualmente el panel empotrado de climatización con el objetivo de reducir así la temperatura. Caminaba descalzo sobre la suave moqueta aterciopelada, de un cálido color melocotón que durante el día hacía que todo refulgiese con una intensidad especial gracias a la luz que se colaba a través de las grandes cristaleras que tenía la balconada de aquel lujoso hotel. Pero ahora de noche ya no había luz que entrase por aquella ventana intentando dibujar sombras caprichosas, Y aquella noche las numerosas nubes que se apoderaban del cielo amenazaban con descargar ríos de agua. Tan solo unas luces tenues de incandescentes bombillas alumbraban la habitación y los esplendidos tonos vivos del día se trocaron lúgubres, y ahora lo que más destacaba en aquella habitación era una replica del cuadro “Adieu” que por sus tonos y geometría, hacía de la estancia un lugar de acogedor y sugestivo aspecto, donde era fácil abordar recuerdos y nostalgias. El sueño se había esfumado porque algo inquietaba en ese momento de forma inusual al joven entrenador del equipo de rugby que había marcado una revolución durante esa temporada, y es que en ocasiones los deportistas de elite se ven sometidos a una presión especial cuando el compromiso que van a afrontar tiene una importancia trascendental. 60 14 relatos en torno a un balón oval Había comenzado a llover y las gotas de agua se deslizaban por los cristales como queriendo ser las primeras en llegar a una imaginaria línea de marca esquivando a todas aquellas que ya se habían detenido. El entrenador las miró fijamente y sin querer su mente viajo tiempo atrás para evocar aquella maldita mañana de domingo en la que también como ahora llovía; Se había producido una falta y había que jugar el balón ovalado en una melé. Todos los “Forward” dispuestos mientras que el talonador ya agachado se abrazaba fuertemente a los pilares frente a la mediana para construir la primera línea de la formación. El agua se deslizaba por sus ya de por sí sudadas frentes y se estancaba en sus ojos, lo que les obligaba a mantenerlos semicerrados. El árbitro dio la orden de “entren”, y el balón ovalado se perdió bajo los pies de todos aquellos hombres que luchaban por sacarlo por la parte trasera de la melé. Un compañero recogió al fin la pelota y avanzó en perpendicular a la línea corriendo tan solo unos tres metros antes de soltarla con un puntapié de volea que buscara a un jugador desmarcado con vistas a un ensayo. Todas las miradas de los jugadores se concentraron en el ovalo volante y todos a su vez iniciaron una frenética carrera con la intención de interceptarlo en el aire, pero él, fue el más rápido, recogió el balón y lo colocó en su cadera, parecía imparable. Un jugador contrario apareció por un lateral y extendió sus brazos para lanzarse a por el en un vuelo sin motor, pero apenas si rozó su pantalón, se le escurrió como pez en agua, el publico rugió y rompió en un aplauso prolongado que animaba su carrera. Hizo después un brusco movimiento de caderas con el que evito del blocaje de un segundo contrario que a punto estuvo de conseguirlo; ya solo faltaban unos metros para llegar al ensayo cuando un jugador que corría tras él, le dio alcance abalanzándose enérgicamente para realizar un placaje antirreglamentario agarrándole por el cuello. Aún se estremecía al recordar el dolor que sintió en toda su espalda, y cuando cayó al suelo herido ya de gravedad con el balón aún en las manos, ni el frío agua 61 14 relatos en torno a un balón oval que encharcaba aquel suelo junto a la línea de marca pudo sentir. Y en realidad, aquella lesión que le impidió volver a jugar, que le tuvo en cama catorce meses y que dejaría en él secuelas que arrastraría durante toda su vida, no fue curiosamente lo que recordaba con más dolor, pues la sensación más dolorosa sobre las sabanas blancas que cubrían el colchón de la cama de aquel hospital que se convirtió en su casa, era comprobar que después de una vida luchando por el noble deporte que en su día inventara William Web Ellis, nadie, ni un periódico deportivo, ni un informativo de televisión se había encargado de llevar la triste noticia de su lesión hasta el gran público que vivía hipnotizado bajo los efectos sedantes del fútbol y no era capaz de prestar atención a cualquier otro deporte que no le metieran por los ojos los noticieros. Dejó que el libro que leía se deslizase entre sus dedos -como un balón que se escurre de las manos-, para que cayese al suelo, aspiró una bocanada de aire y le pareció percibir el aroma de la tierra mojada de aquel día, incluso su espalda sudada por el amargo recuerdo parecía estar posada sobre aquel barral, luego giró su cabeza recostada sobre la almohada y contempló las luces de colores de la ciudad y se quedó ensimismado mirando allá a lo lejos un reloj cuyas agujas marcaban las once y treinta de la noche, y curiosamente, su inquietud se hizo visible, en ese momento recordó a sus amigos, se preguntó que estarían haciendo ese sábado noche. Seguramente ya estuvieran todos juntos contándose todo lo acaecido durante la semana, escuchando música, bailando, jugando a los bolos, al billar, al mus, o afinando el gaznate con un poco de licor milagroso ¿Qué más daba lo que estuvieran haciendo? El caso, es que estarían pasándoselo bien, y él estaba allí como seleccionador de un equipo de rugby al que amaba pero sintiendo en su interior la impotencia al no poder saltar al terreno de juego y meter un balón entre los tres palos con un puntapié franco ¿Merecía la pena encerrarse allí, ese sábado noche como otro de tantos, inmerso en un enorme estado de nerviosismo y preocupación? Una vez más se contestaba a si mismo 62 14 relatos en torno a un balón oval que sí, sabía que amaba a un deporte minoritario en comparación con otros, y que tenía -como le sucede a la mayoría de los deportes de contacto-, una significativa nobleza y un gran respeto hacía el adversario, y por supuesto, practicarlo hacia que en uno nacieran valores positivos Lo sabía bien y eso le reconfortaba a cada minuto, y bien merecían la pena tres derrotas si se obtenía una sola victoria que sabia a dulce. Pero es más, no había derrotas en su equipo, ahora con sus conocimientos bien aplicados, con su forma de concebir el juego, y el toque de espectacularidad que siempre creyó necesario fue trasmitido a sus jugadores a la perfección, y ello, había dado como resultado que su lucha en los despachos por una oportunidad televisiva se viera consolidada. Aquella era la noche antesala al gran partido que todo el país podría ver. Cuando el sol asomara por poniente ya estarían los técnicos montando aquellos miles de cables y colocando las cámaras que llevarían el juego de su equipo a todos los hogares españoles. Tenía la responsabilidad de hacer entender a sus hombres que aquel día sería uno de los más importantes en la lucha por el rugby y que tendrían que dar de sí todo cuanto estuviera en sus manos para garantizar una audiencia constante y que al fin su deporte favorito refulgiese con la intensidad que merecía. Finalmente cerró los ojos y evocar los recuerdos alegres de las grandes victorias le sirvió para al fin descansar. 63 14 relatos en torno a un balón oval Sin mí no hay partido. Mario Postigo Hernández Alguien me cogió del fondo de una bolsa de deporte, tanteó en todos los sentidos, me hicieron rebotar cinco o seis veces sobre un suelo de hormigón, posteriormente me apoyaron en el banco cerca de una toalla. Una voz dijo: “¡jugamos con éste!”. Soy un balón. Oval de cuero, soy nuevo, sin experiencia, hasta ahora nunca me escogieron entre los otros balones. ¡Sin mí no hay partido! Pues sí, me seleccionaron también para esta final, como a los treinta jugadores; estoy en mi esquina y espero. Oigo el rumor del estadio que inflama más la hora del partido que se acerca; escucho los tacos de las botas resonar en el pasillo de los vestuarios, por el momento se olvidan de mí. ¡Sin mí no hay partido! Eso quiere decir que soy importante, me doy cuenta de ello. Mi cuero ha sido plastificado, soy de color blanco con dos ribetes azul claro que van del centro de mi vientre rollizo hasta terminar en los extremos y tengo mi nombre grabado en la superficie, mi nombre o más bien mi marca, pero nadie me llama jamás así. Fuera una llovizna ligera comienza a caer, ya que soy imprevisible, me pregunto qué supondrá esto para mi primer partido, pero en el fondo soy como ellos, me encanta jugar. El tic tac del reloj electrónico de la entrada del vestuario marca el tiempo que pasa. Cada vez que un minuto desaparece, un alerón cambia las cifras, son las once horas y cincuenta y siete minutos, esto va a comenzar pronto, presiento que dentro de algunos instantes todo el mundo me querrá. 64 14 relatos en torno a un balón oval Una mano me toma firmemente, me sopesa una última vez; luego otra mano me estrecha, es una sensación divertida, tengo ganas de escapar de allí prejuzgando la suerte que me espera. Las presentaciones de los equipos se hacen por megafonía, no me olvidaron para la foto, faltaría más. Siento la agitación anterior al partido, me fijan sus ojos los jugadores, el público, los árbitros. Todos esperan el saque del centro. El árbitro y ambos capitanes se inclinan , no es a mí a quien observan, sino a la moneda que recogen de inmediato del césped, los negros van a sacar, ganaron el sorteo, los blancos se repliegan en la esquina derecha del terreno. Los negros en la parte izquierda forman una piña y se concentran. ¡Esto comienza! Un jugador de anchas espaldas y grandes manos me bota a pocos centímetros del césped en el círculo central, voy a recibir mi primera patada, levanta un brazo hacia sus compañeros y me deja caer, es el saque de centro. El silbido del árbitro provoca un resorte de liberación en el estadio, de las tribunas desciende un grito poderoso ¡vamos chami, vamos!, gritos y cantos salen de la grada hasta inundar el campo. Me siento indiferente, no soy de ningún equipo. Tras recuperarme, me patea el Tres cuartos centro de los negros hasta los veintidós metros opuesto, esta vez sacan los blancos. He sentido un gran choque en mi cuero, me recogen de fuera de banda y me lanza en medio de un alineamiento un jugador con casqueta que pronuncia un número como una retahíla. Me palmean y caigo al lado del que debería ser el receptor, tengo tiempo de cruzar el cuero de la bota de uno de los jugadores negros que rompen el alineamiento, ¡todo en una décima de segundo! Un blanco grita: “¡es mía!”. Se arrojan sobre mí, intento escaparme, la llovizna grasa que está cayendo sobre mi 65 14 relatos en torno a un balón oval piel me ayuda, pero el número seis negro me arranca de las manos del once blanco, me acomoda contra su costado ya mojado por sudor. Se lo dije, ¡sin mí no hay partido! Los jugadores se despliegan ahora como una ola batiendo al asalto de una barrera de peñascos, me pasan de unas manos a otras, me estrangulan, resbalo a manos de un gran negro, que carga y cae en la hierba. Mientras me libera por debajo de su cuerpo, siento que chorreo, una mezcla entre el sudor del combate y el aguacero naciente que se invita al partido. Durante un largo periodo se repiten como en un déjà vu situaciones y jugadas, de nuevo voy de mano en mano hasta que de repente algo cambia. ¡Ruck!, ¡abierta! Me golpean hacia arriba y en todos los sentidos. Entre nosotros, prefiero el juego a la mano, pero nunca sabemos cual va a ser la estrategia de un equipo, depende de sus jugadores: un buen pateador, un talonador hábil, un zaguero ofensivo… En este momento, el árbitro pita un golpe de castigo, un jugador blanco ha entrado por un lado del ruck para abalanzarse sobre mí. Se encargan de mí, me secan con la camiseta, es negra con unos estampados en forma de parábola. Está cubierta de publicidad. Estoy mojado, con algunas briznas de hierba pegadas a mi piel que me quitan con el antebrazo. Me siento importante, sé que miles de pares de ojos me observan fijamente en este instante. El árbitro espera que me apoyen sobre un soporte, el tipo que va a darme un puntapié en el cuero está concentrado en los palos, sopesa la velocidad de la brisa y el punto de envío ayudado de una brizna de hierba que deja caer de su mano, luego se mueve, da algunos pasos. Se lo dije, ¡soy a veces inasequible y a menudo 66 14 relatos en torno a un balón oval caprichoso! Una ráfaga de viento furtiva me tumba, ruedo sobre la hierba. En las tribunas, se impacientan unos y comienzan a silbar, los otros los mandan callar. Me recogen, un compañero se tumba y con un dedo me sujeta manteniéndome en la posición de tiro. Se lo dije, sin mí no hay partido. Siento la sacudida. Ya está, he notado de lleno el impacto, estoy a treinta y tres metros, me elevo por los aires, hiriendo el espacio, la muchedumbre contiene su respiración, la mirada del pateador me acompaña e inclina la cabeza como para guiarme. A los pies de los postes, los blancos están reagrupados, ellos también siguen la curva de mi carrera en los aires. Yo me siento bien en la altura, veo todo el estadio lleno de colores y de ruidos, me deslizo entre las gotas, planeo hacia los postes. Voy a pasar y paso, ambos jueces, impasibles, levantan sus banderas. El estadio brama, pero solo es una parte, una bandera gigante blanca y negra corre por la grada. Mientras los blancos me cogen con rabia, el árbitro pita el final del primer tiempo, me entregan a su custodia y los gladiadores blancos y negros se van unos y otros a cada lado del campo. Desde las manos del árbitro observo con curiosidad todo lo que ocurre alrededor mío, un exiguo 3-0 campea en el marcador del estadio. Se lo dije, sin mí no hay partido. Comienza la segunda parte, me ponen en juego de nuevo y se reanuda el partido, los blancos atacan con fuerza, paso de brazo a brazo, de manos a manos, me escapo, salgo a Touche. ¡Ah la touche! No es la jugada que prefiero del juego, siempre aterrizando en los lugares 67 14 relatos en torno a un balón oval más insospechados. Mientras vuelo por el pasillo, una mano enorme me envuelve, me esconde. Alrededor, la jauría, todos quieren tenerme. Me trituran el cuero, me agarran, me golpean para dominarme mejor, pero reboto. La lluvia cesó, el cielo es azul, nos encaminamos hacia el final del partido, por fin, todavía me queda un buen cuarto de hora para sufrir los asaltos de estos treinta diablos de hombres. En varias ocasiones los pateadores de los dos equipos han intentado enviarme entre los tres palos, pero he sido caprichoso. Se lo dije, sin mí no hay partido. Los blancos lanzan una ofensiva por todo el campo, pero no pasamos. Una y otra vez rebotamos contra una pared negra de gestos feroces. Se suceden los ruck y las melés ordenadas, el medio de melé blanco acosado por el ocho negro me lanza con desesperación hacia su apertura, estoy volando fijándome en las manos que me tienen que acoger, pero súbitamente me siento atrapado por un obús negro que intercepta mi desplazamiento. ¡Cielos! Me dirijo hacia los tres palos pegado a su pecho mientras escucho los latidos del corazón de mi portador como una manada de caballos desbocados. Le persiguen con gesto de desesperación y pánico dos jugadores blancos mientras el clamor del campo se hace ensordecedor. Se lo dije, sin mí no hay partido. Mi portador cae conmigo entre los tres palos, desequilibrado por la zancadilla francesa de uno de sus perseguidores. Es marca, sí, el árbitro levanta el brazo y me señala con el otro. Se lo dije, sin mí no hay partido. Esto está terminado y como era de esperar, yo soy el protagonista. Siento la emoción de los negros mientras 68 14 relatos en torno a un balón oval me entregan a su pateador, puedo ver los abrazos de los jugadores desde mi aro de lanzamiento. Mientras atravieso fácilmente los tres palos y el árbitro pita el final, medio estadio truena de júbilo mientras otro medio contiene las lágrimas. Y guarda silencio. Soy feliz, ¿ven? ¡Sin mi no hay partido! 69 14 relatos en torno a un balón oval Era una noche de sábado. Antonio Sánchez Gavin Era una noche de sábado como otra cualquiera de principios de mayo, las cuatro de la mañana. Salgo del bar para irme a casa cuando se cruzan en mi camino dos chicos del pueblo de al lado, grandes y borrachos, “mal rollo” pienso, “aún tendremos follón”. Con estos pensamientos, caigo en la cuenta de que los he visto esta tarde en el primer partido que jugaba el recién creado club de rugby de mi pueblo. El más grande me dice: -Oye, esta tarde te he visto en el campo y parecía que sabías de qué iba esto del rugby. -Pues te ha parecido mal, porque no tengo ni p… idea. -Bueno eso no importa, tienes cuerpo y parece que te ha gustado, ¿por qué no te pasas el lunes por el entrenamiento a ver qué te parece? -Vale, me lo pienso -Contesto, sin ninguna intención de aparecer. El domingo le estuve dando vueltas y al final el lunes aparezco en el entrenamiento. Desde el primer momento me sorprende una cosa: la cordialidad Muchos de los jugadores, mejor dicho, de los “proyectos de jugadores” son del pueblo vecino y no se ve ni rastro de la típica animadversión. En el entrenamiento la mayoría de los que estábamos no teníamos ni idea de rugby, sólo que el balón era “raro”, que sólo se podía pasar hacia atrás y que se permitía el contacto. Como todos estábamos igual de perdidos con los términos del rugby, el entrenador, antiguo jugador con más voluntad que conocimientos, pero al que estaré agradecido hasta el día de mi muerte y mucho más, se dedicó a lo básico: técnica individual de balón, placaje y poco más. Dos horas 70 14 relatos en torno a un balón oval y media de no saber ni por dónde me venía el aire. El entrenamiento del miércoles fue más o menos parecido, pero me trajo una novedad, el entrenador se me acercó y me dijo: “Qué, chaval, ¿te gusta?” “Pues no lo sé, no me entero mucho aún”, contesto. “No te preocupes por eso, no tienes miedo a chocar y además creo que te he encontrado tu posición, vas a ser pilar” “Ah, muy bien” contesto sin saber que es un pilar más que en los edificios. Y sigue el entrenamiento con la palabra “pilar” dándome vueltas en la cabeza. Ya en el vestuario me entero que el sábado siguiente por la tarde se van a jugar en nuestro campo las finales de la Copa Primavera y que, si no pasa nada, el “Mister” quiere que debute. Yo estoy alucinando, ¿cómo voy a debutar, ni siquiera jugar, si no sé ni lo que soy? Hablo con el entrenador y se lo comento. Me vuelve a decir que no me preocupe, que todos los del equipo están como yo, que no va a ser tan malo. “Vale”, pienso, ¿pero qué es un pilar? El viernes tenemos entrenamiento específico, es decir, me indican que un pilar es un miembro de la primera línea de los delanteros y que voy a jugar en el lado izquierdo. Me enseñan los agarres, a agacharme y entonces vamos al “melier”, un artefacto de metal diseñado por el entrenador y fabricado por un taller local. Ni el aparato tiene protecciones ni yo tampoco, y mis compañeros se empeñan en intentar hacerme pagar la novatada y entrar fuerte sin saber yo ni como hacerlo. Menos mal que estoy más hábil y no me daño mucho los hombros. No sé si aparecer por el campo mañana o dejarlo. Llega el sábado y decido ir al partido. Un amigo futbolero me deja unas botas de tacos. No sólo debuto sino que juego todo el partido y noto un gusanillo que me empuja hacia delante y me hace no pedir el cambio y aguantar. Termina el partido. Hemos perdido. Todos los asistentes nos aplauden, no lo hemos hecho mal del todo. 71 14 relatos en torno a un balón oval Vamos al vestuario entre canciones que no conozco y los compañeros me aceptan como uno más. Nos duchamos rápido, se está jugando otro partido, después otro más y posteriormente vamos todos los equipos de cena juntos, donde se entregan los trofeos. “Qué raro”, pienso,”que es este deporte y la gente que lo juega, se dan todos los “viajes” del mundo en el campo, después, el que gana le hace pasillo al que pierde, se abrazan todos, y para rematar, ahora nos vamos todos juntos de marcha”. La cena fue salvaje, hasta nos esperaba la Guardia Civil a la salida. El domingo le doy unas vueltas al asunto y decido que el lunes voy a ir a entrenar. Conforme se acerca la hora del entrenamiento tengo más ganas de ir, a medida que se aproxima el día del partido, siento la necesidad de enfundarme la zamarra del club y luchar por, para y con mis compañeros, ahora amigos del equipo. Ha pasado tiempo desde entonces, aún juego con varios de esos amigos y con lo chicos “grandes y borrachos” con los que pensaba que iba a tener problemas. La nuestra no es una amistad del colegio ni siquiera del pueblo. Es una amistad forjada en las melés, en el sudor, en los desplazamientos, pero sobre todo en el amor a este deporte y a su idiosincrasia. Es una amistad sincera y ruda como este deporte. Uno de estos amigos me tomó bajo su protección cuando yo daba mis primeros pasos en este deporte y un día me comentó que alguien dijo una vez que cuando se entra en una melé no se sale nunca. Tenía razón. 72 14 relatos en torno a un balón oval 73 14 relatos en torno a un balón oval En torno a un balón oval. Maria Capa -Juntaros un poco más que no salís en la foto – Se arriman todos un poco y ponen cara de foto. -¡Vamos, que llevamos tres horas posando! -Ya va...venga, ya está. Habéis salido todos muy guaposdice uno de los fotógrafos mientras que desde el grupo de retratados se oye algún comentario en tono irónico. Se van levantando todos entre risas y bromas, sofocados por el calor de una tarde de primavera y van desfilando hacia el vestuario. La foto ha quedado bien y el partido ha terminado. Hemos ganado, pero el resultado es lo de menos. Es un partido de veteranos, aunque a la foto se ha apuntado todo el que andaba cerca. Dos personas se levantan y caminan juntos, como dos compañeros. Hablan: -¿Qué?, ¿Qué te ha parecido? -Resoplabais mucho, pero vaya carrera que te has pegado. ¡Y luego habéis metido ensayo! -Sí, hay que aprovechar las fuerzas. Dos carreritas, pero bien empleadas. -Tú también has jugado bien. ¡¡Y has marcado!! -Es que he puesto ganas. Nos lo dijo el entrenador. Dice que es lo más importante. Les espero un poco apartada, sonriendo, aguardando a que se acerquen. Me detengo un momento en su aspecto. Uno de ellos está muy rojo por el esfuerzo 74 14 relatos en torno a un balón oval reciente del partido, con una rozadura en la cara (ya verás qué risa en la oficina), se toca insistentemente el hombro, sé que le duele. El otro también muy colorado, esta vez por efecto del sol y con las rodillas en una mezcla del verde del césped del campo y un incipiente morado, consecuencia de un choque en el último partido de la mañana. La apariencia que presentan es lamentable, pero no parece importarles lo más mínimo. Parecen contentos y relajados y les brillan los ojos cuando comentan sus respectivas actuaciones. Sigo sonriendo mientras se acercan y no es para menos. Más de cuarenta años les separan y ahí están, contándose batallitas el uno a otro, como dos amigos que se sientan un rato a charlar. Uno de ellos lleva toda la vida pendiente del rugby. Fue jugador pero nunca se ha desvinculado de este deporte ni de su club; ahora juega pachanguillas con los amigos, con la excusa de poder organizar un buen tercer tiempo repleto de antiguos compañeros y de anécdotas que cuentan una y otra vez, algunas de las cuales ya son parte de la leyenda. De su propia leyenda. El otro apenas tiene edad de jugar, es principiante. Con un comienzo titubeante ya que no tenía muy claro cómo se jugaba a esto. Pero los niños que él había visto aquel día de otoño, la primera vez que le llevaron a Pepe Rojo, parecían divertirse. Quería probarlo. Hoy ha jugado un gran partido, y ha marcado un ensayo. Su primer ensayo. Ha sido una bonita jugada de equipo en la que todos han participado. De garra. Y vaya cara que ha puesto cuando se ha levantado del suelo y ha sido consciente de lo que había conseguido... ¡no se lo creía! Uno es mi padre y el otro mi primo. Tan lejos uno de otro en edad como cerca en torno a un balón oval. Qué 75 14 relatos en torno a un balón oval paradoja. Y yo estoy en medio. Una generación intermedia a ambos y nunca he jugado al rugby. He crecido viendo en casa fotos de equipo con tíos muy serios, casi todos con barba y en el medio un balón raro que mi padre guarda como oro en paño, oyendo historias de viajes interminables para jugar finales, historias de partidos ganados y perdidos, relatos de lesiones. ¿Hay algún hueso que no se haya roto? Pero nunca he jugado. Quizá cuando era pequeña no había equipos de chicas o mixtos. No sé. El caso es que luego escogí otro deporte que practiqué como jugadora y entrenadora y del que recientemente me he jubilado. Nunca fui especialmente buena, pero hice amigos que conservaré siempre y como decía el padre de la mejor de ellos, “no conozco a nadie que disfrute más del baloncesto que tú”. Siempre me he sentido halagada por ello. Me han dicho siempre que el rugby tiene algo especial, que es un deporte muy noble y que tiene unos valores que lo presiden de arriba abajo, pero nunca lo he acabado de entender. No sentía qué es eso tan especial. ¿Con los golpes que se dan?... y al fin y al cabo, todos los deportes tienen valores, ¿no? Pero la verdad es que ahora empiezo a comprender todo eso que me contaba mi padre, y es que últimamente he vuelto la mirada hacia Pepe Rojo y poco a poco he ido descubriendo cosas que me han ido atrayendo, como si de un imán se tratase. ¿Cómo lo explico? Son sensaciones. Como notar la piel de gallina al escuchar el silencio de la grada cuando un jugador contrario va a tirar a palos, o el orgullo que se siente cuando acaba un partido y se hace un pasillo, con la cabeza alta, reconociendo al rival...¡Con las vueltas que ha dado este tema en otros deportes! Hay más cosas. Ver que el respeto al contrario se entiende jugando a tope a cada instante del partido 76 14 relatos en torno a un balón oval aunque tú seas mucho mejor, porque si no lo hicieras lo estarías menospreciando, oír a un chavalillo decir que las ganas son lo más importante, o verles hacer una piña gritando “¿qué somos? ¡¡Un equipo!! ¡¡UN EQUIPO!! O que el entrenador se enfade más por una burla a un compañero que por un ejercicio mal hecho. Eso nunca, nunca lo he visto enseñar en otros deportes con tanta intensidad como en el rugby. El caso es que me entran ganas de jugar. Qué pena ya a estas alturas, ¿de qué jugaría? Mi padre me diría que de medio melé. No sé si porque soy más bien tirando a pequeña o por la mala uva. O a lo mejor de ala. A baloncesto siempre he jugado por la banda. Era mi terreno. Y soy rápida. Además, ¿no es ahí donde ponen a los nuevos? Sonrío una vez más. -¿De qué te ríes ahí tu sola? -De nada hombre, cosas mías. ¿Cansado? Vaya pinta que tenéis. -¿Has visto que jugada? Vaya finta que le he hecho a Julián ¿eh? -Ya, pero el siguiente te ha placado bien, ¿eh? Ja ja -Oye, no te pases que soy tu padre, y además todavía te puedo. -Anda, anda, me ha gustado verte jugar. En serio. Hace mucho que no os veía. ¡Y a ti también! -¡Y he marcado ensayo! Ya verás cuando lo cuente el lunes en el cole. Se lo voy a decir a Rodrigo que es del Quesos, y a Pablo y a Monchi. Se desvían los dos hacia el vestuario y yo espero en el borde del campo guardando la cámara con la que he estado haciendo fotos todo el día. Siguen contándose 77 14 relatos en torno a un balón oval cosas, emocionados. Cualquiera diría ahora que son dos generaciones tan diferentes. Vaya dos. No sabría decir quién de los dos está más emocionado, uno por el primer logro en este deporte y el otro por el reencuentro con viejas amistades, pero yo me siento orgullosa de los dos. Todo esto es lo especial del rugby, no sé explicarlo, pero ¿no lo sientes? Algo me golpea el pie. Bajo la vista. Es un balón. Un chavalillo me lo pide desde el campo haciendo gestos. Está tirando a palos. Dejo la mochila en el suelo, cojo el balón y le doy una patada hacia donde está el chico. No esta mal, la ha cogido, el caso es que en lo que salen estos dos....bueno, ¿por dónde iba? Ah, ya, que podría jugar de ala, o de medio melé, no estaría mal. Si sacaran un equipo me apetece jugar, ¿y si le digo al chaval que puedo hacer unos tiros con él? Sí, seguro que tardan un ratillo, es que... venga va. -¡Eh! ¡Oye!, ¿puedo hacer un par de tiros? 78 Asiente con la cabeza... ¡allá voy! 14 relatos en torno a un balón oval 79 14 relatos en torno a un balón oval El día más feliz de mi vida. Felipe Rodríguez Me levanto a las 7:30 de la mañana del sábado para ir con las chicas a un torneo femenino que se celebraba ese día. Llegamos allí y el único que se presenta es un equipo universitario. No llega nadie de la organización hasta bien pasadas las 11:45, hay cosas que sólo pasan aquí. Jugamos el partido y perdemos 19-15, pero las sensaciones son buenas y las chicas salen contentas con tres ensayos en el saco. Me voy a casa, tengo que dormir antes del encuentro pero apenas tengo tiempo. Voy al partido, si lo ganamos nos da la Liga, la primera Liga del club en más de 40 años. Sólo me da tiempo a una siesta de media hora de la que me levanto y pienso –me gustaría tener ese disco que me grabó Erre y que tenía “The eye of the tiger”- en el ascenso de hace cuatro años la escuché como diez veces antes del partido. Bajo al garaje, me meto en el coche y pongo M80, están pinchando “The eye of the tiger”, sin duda va a ser un gran día. Llego al Campus un poco más tarde de lo acordado, saludo a Pozo, Mark, Iñaki y a los que me encuentro de camino al vestuario. Entro con Carlitos y allí Cantalejo, Papanacho, Rubén y algunos veteranos más nos dan gritos de ánimo, están sobreexcitados y empiezo a ver lo que significa todo esto. Nosotros ni nos inmutamos, la concentración es máxima, como nunca. Nos cambiamos tranquilamente, pero comienzo a ponerme nervioso, bebo agua, voy al baño, me mojo la cara, guardo las cosas, saco las cosas… No sé lo que hacer –vámonos de una puta vez al campo- pienso. Así lo hacemos y dejamos la charla para después. De camino al campo los veteranos nos animan con mucha fuerza, se te ponen los pelos de punta, tíos a los que has admirado toda 80 14 relatos en torno a un balón oval tu vida son los que hoy te animan a ti, esto es mágico, se palpa en el ambiente. Un calentamiento bastante suave para lo que acostumbramos, hace calor y sudamos demasiado así que en veinte minutos Isma nos ordena volver al vestuario. Allí estamos 22 amigos y un solo corazón, de la charla de los entrenadores, Willy y Mark, apenas me acuerdo, pero antes de salir al campo Isma nos dice –“Ahí fuera está la gloria, ahí fuera está la inmortalidad”- joder casi no puedo aguantar las lágrimas. Me abrazo a Fane, a Becerra –“Los vamos a matar, joder”-. Vamos trotando, cruzamos la valla del campo y salimos entre palos para nuestra mitad, la gente anima, hay un bombo y el griterío de la grada de nuestro lado es ensordecedor. Empezamos a mirar a la banda, hay más gente que nunca, no podemos fallar, no vamos a fallar. Empieza el partido, Tavo hace la primera jugada, se resbala y cae, pero el apoyo está cerca y seguimos jugando. La cosa pinta bien, ellos están a la espera. En su primera jugada Becerra intercepta y ensaya, la gente se pone loca, somos campeones de Liga, por el momento. El árbitro detiene frecuentemente el juego y parece que llevamos ya media hora cuando apenas se han cumplido diez minutos. Tenemos la mayor parte del tiempo la posesión de la pelota, jugamos en su campo, pero no anotamos, empiezan los nervios. Quedan aproximadamente diez minutos para que finalice la primera parte. Benito se acerca y me dice “o marcamos un puto ensayo de una vez, o se nos va a poner difícil”. Dicho y hecho en la siguiente jugada hacemos una acción de enlace, recibo un buen pase de Rodrigo y no me lo pienso, tengo a Benito en el apoyo, pero estoy en la 22, no voy a parar. Ensayo. Rodrigo y yo nos abrazamos, la gente de la grada se las promete muy felices pero los que 81 14 relatos en torno a un balón oval llevamos camiseta del club y vamos de corto sabemos que aún no hemos hecho nada. Busco a Flor en la grada, su marido está en Argentina por enfermedad de su padre y hoy no puede acompañarnos, la encuentro, le doy un beso y le digo “Éste por Maxi” Sebas se lesiona, esguince cervical que luego le obligaría a llevar collarín, sale Javito. Los contrarios no saben lo que les espera con nuestro 4 en el campo. Ellos ensayan, pero rápidamente Javito hace una jugada personal y se va, poniendo tierra de por medio antes del descanso. Respiramos tranquilos, 22-5 es una renta buena para un equipo al que superamos en físico. En el descanso se oyen petardos y la grada no para de animar, ellos saben lo que va a pasar luego, pero nosotros seguimos tranquilos, a lo nuestro, ya habrá tiempo después. Segunda mitad y carrusel de cambios, salen Gonzalo, Crestas, Pelos, Vasco, Pí… todos los que estaban esperando, pero no sólo este partido sino toda la vida. Yo soy el primer sustituido, abrazo a Gonzalo, le deseo suerte. Me abrazo a Mark, está llorando, toda la grada quiere saludarme, esto es muy grande, 500 personas con un solo sentimiento, de verdad si el rugby es sólo un deporte, el corazón es sólo un órgano. Voy en busca de María, me dicen que está en la grada de los cánticos, con los veteranos. Tengo que pasar por detrás de la grada, el público se da cuenta y se dan la vuelta “Felipe, ¡gracias!” es lo único que puedo oír, es el gracias más sincero que he oído en mucho tiempo, no se quien lo dijo pero de verdad gracias a ti, gracias a todos. Lorenzo me para: “buena caza” me dice, me acuerdo entonces cuando entrenábamos ocho, con lluvia, con frío, sabedores que no jugaríamos el fin de semana, ni al siguiente, ni al otro porque no teníamos equipo. Hoy 82 14 relatos en torno a un balón oval somos campeones de Liga. Me quedo de linier, no me gusta pero hoy me da igual, todo me da igual. Cuando estoy cerca de la grada de los veteranos no puedo oír nada del campo. Javito en una touch pide silencio porque no se oyen las indicaciones de Isma para el saque. En ese tiempo Carlitos y Benito ensayan, se lo merecen. Pero ellos nos ensayan otras dos veces, no sé si alguien se ha dado cuenta, pero hemos empatado en la segunda parte. Termina el partido, la gente se tira al campo, saltando gritando, llorando. Tíos como castillos llorando, seguramente hace años que no lloraban, pero hoy lo hacen por nosotros. Entro en el pasillo y delante sólo se ve una nube de champán, apenas salgo del pasillo y varios se me tiran encima. Papanacho me abraza entre lágrimas, después Dua, José Antonio, Alberto, Rodolfo… Es raro, soy bastante sensible con el rugby pero esta vez no lloré, ni una lágrima, y no se porqué. 83 14 relatos en torno a un balón oval Aguilera. Juan M. Ortega Ilarza Se pueden escribir millones de historias sobre el rugby, cien mil tópicos vienen a la cabeza de cualquier aficionado y todos ellos emocionan de algún modo cuando son recordados. Pero cuando de verdad se eriza el vello y uno entiende la esencia de este deporte es cuando se vive en directo en un histórico campo de batalla. Esta noche de marzo invita a la épica. Lluvia y viento arrecian con violencia y las luces del estadio se reflejan en el aguacero aumentando la sensación de frío. Caminamos protegidos por unos endebles paraguas, ansiosos por la proximidad de un momento especial. El tumulto de aficionados en la puerta, alegres y apasionados por sus colores sube las escaleras de hormigón anchas y desnudas que se asoman al mítico césped que Serge Blanco hizo inexpugnable, al campo en el que un pueblo vuelca su peculiaridad y su orgullo en las batallas del oval ante los grandes de Europa, el Stade Aguilera. El añejo campo con sus dos gradas contrapuestas y desprotegido del agresivo viento marino que en noches como ésta muestra su aspecto más temible para los treinta hombres que se van a enfrentar sobre la hierba inundada. La oscuridad y el agua se mezclan con el rojo y blanco que tiñe la grada que entona al unísono: _ “Qui va gagner allez allez C’est le BO….” El partido ha comenzado y desde nuestros asientos protegidos de las inclemencias climatológicas somos testigos desde la patada inicial del sacrificio del juego a la 84 14 relatos en torno a un balón oval mano, santo y seña del rugby de este país, por un juego de delantera más acorde al estado del terreno. Una y otra vez se escucha el impacto de los cuerpos, los gritos del medio melée guiando a sus hombres, la respiración profunda y entrecortada tras cada titánico esfuerzo, es lo autentico. Cada hombre se vacía por sus compañeros en perfecta comunión con el público que no deja de jalear: _”…très très fort il va pousser plein d’essais il va marquer…” Una dura batalla se desarrolla próxima a la línea de ensayo. El Biarritz choca una y otra vez contra una muralla defensiva sin fisuras. Como un ariete embiste una y otra vez intentando abrir una fisura, un punto de luz que le permita avanzar hacia el objetivo. El balón intenta moverse con rapidez para descolocar la defensa pero cada hombre cubre su posición con firmeza. _¡¡¡¡Essai!!!!_ En un alarde de potencia el pillier derriba la muralla defensiva y posa el balón en la zona de marca en una posición que el pateador no tiene dificultades de pasar entre palos, más allá del fuerte viento reinante, situando siete a cero el marcador a favor de los locales. En el descanso, la cerveza y la charla sobre el partido cobran un total protagonismo. Nuestros anfitriones nos incluyen en el circulo, donde antiguos jugadores y aficionados de siempre recuerdan épocas pasadas bañadas por el barniz épico del tiempo. Tiempo de duras botas, campos embarrados y pesadas camisetas, por no mencionar los interminables terceros tiempos llenos de anécdotas y camaradería. La segunda parte no rebaja la intensidad del partido, ayudado sobre todo por el empuje del rival que quiere 85 14 relatos en torno a un balón oval dar la réplica al ensayo de la primera parte. Las delanteras siguen chocando en un terreno cada vez más encharcado donde el juego a la mano es una quimera. Los centros y los alas tienen grandes problemas al intentar evitar los placajes rivales por el resbaladizo estado del piso, no será la forma de juego más estética pero sin duda está plena de emoción. En un momento del encuentro, más allá de la línea de veintidós, un hombre solitario, el oval y los palos a lo lejos son el centro de atención. Las gotas de lluvia resbalan por su cara y el viento atraviesa su piel. Impertérrito, centrando su mente en el objetivo, acompaña con su respiración fatigada su avance hasta que patea con convicción. Todo el estadio persigue con su mirada el balón con destino entre los palos. En ese momento él es el héroe, el aguijón de un todo formado por los quince. _” ¡Yachvili, Yachvili...!” El marcador está diez a cero y queda poco tiempo para el final, pero los más que probables perdedores se vacían en el intento de remontada. Los anfitriones responden a esa entrega con dureza y cada agrupamiento es una dura batalla de esta guerra de ochenta minutos. El barro complica distinguir el color de las camisetas y la extenuación se hace presente después de cada carrera o placaje que los treinta valientes efectúan ahí abajo, olvidando golpes, cortes y demás magulladuras. Hace tiempo que en las gradas se ha dejado de sentir el frío, cada uno de los hombres, mujeres y niños que están en el estadio esta noche reconocen y aplauden con admiración el esfuerzo de los jugadores que hasta el último minuto continúan la lucha sin tregua; una vez que el arbitro decreta el final del partido, sólo queda reconocer el mérito de vencedores y vencidos ante el aplauso unánime del público. 86 14 relatos en torno a un balón oval Paulatinamente se van vaciando las gradas, la lluvia y el viento continúan golpeando al viejo campo. De sus gradas desiertas, eternos recuerdos de rugby toman vida flotando en el aire. Leyendas de entrega y valor se abrazan a los palos y un aura de historia lo cubre todo. _ ¡Au revoir Stade Aguilera! 87