Untitled - Cau Metropolitano Rugby Club

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RELATOS
EN TORNO A UN
BALÓN OVAL
14 Historias que hablan de rugby
Los beneficios sacados de este libro
irán destinados a la cantera y categorías
inferiores del Club de Rugby el Salvador
de Valladolid.
H
con
BLOG
de
© 2008. Con H de Blog. VVAA.
Corrección de textos: Celia Martín Labajos
Fotografía de portada: Jose Luis Useros “Bolo”
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Diseño cubierta y maquetación:
Todos los derechos reservados. Esta publicación
no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en o trasmitida por, un sistema de
SOO SOO
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recuperación
de información,
en SOO
ningunaSOO
forma
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ZOO
ZOO
ZOO
ni por nigún medio, sea mecánico, fotoquímico,
electrónico, magnético, electroóptico, por
fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo
por escrito del autor.
Índice.
Prólogo. Regino Franco
El balón estropeado. Guillermo Adán Adán
Vida elíptica. Oscar Benito Hernández
El último placaje. Luis M. Helguera San Jose
Un lunes cualquiera. Hugo Pérez Molina
Camisetas granates. Emilio Carrasco
Qué curioso… Rafael Fayos
Así en el rugby como en la vida. Mensi Nuevo Garcia & Arturo
Bravo Nuevo
Y qué más da, amigo. Enrique Cardona
Soñar. Jack Leyton
Sin mí no hay partido. Mario Postigo Hernández
Era una noche de sábado. Antonio Sánchez Gavin
En torno a un balón oval. Maria Capa
El día más feliz de mi vida. Felipe Rodríguez
Aguilera. Juan M. Ortega Ilarza
14 relatos en torno a un balón oval
Prólogo. Regino Franco
Cuando me planteé convocar desde mi blog (www.
conhdeblog.blogspot.com) un concurso literario de relatos
cortos sobre rugby, sólo pretendía extrapolar a nuestra piel de
toro, la cultura literaria existente en otros países donde nuestro
deporte se encuentra más arraigado.
La calidad de los textos recibidos y la insistencia de
algunos en que este concurso se podía convertir en un libro de
relatos, me animó a este proyecto.
En catorce relatos se desgranan todas las pasiones,
virtudes, ideas y sentimientos que hacen de este deporte
y su entorno una forma de vida y de sentir, solidaridad,
compañerismo, sacrificio, coraje, respeto, esfuerzo, amistad,
diversión, dolor, son palabras que marchan de la mano del
rugby, un deporte tan especial en el que una “estrella” no es
nada sin sus 14 compañeros, o donde el más pequeño o más
delgado tienen su sitio en el equipo al lado del más fuerte o el
más alto.
Éste es un libro de historias de rugby, su lectura es tan
recomendable para los amantes de este deporte como para los
curiosos que se asomen a él a preguntarse por qué un deporte
aparentemente tosco, puede ser una escuela de vida, por qué
los vencedores hacen pasillo a los vencidos y viceversa, o por
qué los partidos tienen tres tiempos en vez de dos como el
resto. Es una buena forma para que los neófitos en la materia
puedan disfrutar en su imaginación de las emociones que nos
embargan a los amantes de este deporte.
Por último solo me queda agradecer a todos los autores
por la posibilidad de dar vida a este proyecto con la cesión de
sus derechos para que los beneficios se destinen a la cantera
y categorías inferiores del Club de Rugby el Salvador de
Valladolid.
Y para los niños y jóvenes jugadores va dedicado este
libro ya que son la savia que fortalece nuestro deporte y las
promesas de un rugby mejor con la que soñamos los veteranos
del balón oval.
14 relatos en torno a un balón oval
El balón estropeado.
Guillermo Adán Adán
Era sábado por la mañana y papá me despertó
temprano. Yo no quería levantarme porque aún estaba
muy cansado, pero como llevaba varios días nervioso
preparando su antigua mochila, esa que ya nunca usaba,
decidí que sería mejor no llevarle la contraria.
Dentro de la bolsa, pude ver unas zapatillas, no
eran como las que yo uso cuando juego con mis amigos.
Estaban viejas y sucias, con un barro diferente al que
tienen mis botas en invierno y olían como huele el parque
cuando lo riegan por las mañanas. Además tenían clavos
que papá tuvo que haber pisado mientras jugaba. Intenté
ayudarle a quitarlos porque debe ser muy incomodo
correr con clavos en los pies, pero sólo conseguí que mi
madre se enfadara conmigo por mancharme la ropa. Creo
que ahorraré para comprarle unas zapatillas nuevas a
papá.
Mientras terminaba de meter en su mochila el resto
de cosas, una camiseta grande que ahora le quedaba
pequeña, unos pantalones cortos y unas descoloridas
medias, miraba las fotos de su despacho. Eran viejas,
algunas no tenían colores, pero en todas salían niños
jugando al fútbol. Pero era un fútbol raro, la pelota parecía
estropeada, como si estuviera pinchada y pensé que
tendría que ahorrar mucho porque seguro que a papá
le gustaría tener también una pelota nueva junto a sus
zapatillas.
Yo no sabía quienes eran esos niños pero luego me
di cuenta de que a uno de ellos le conocía. Había visto
fotos de papá cuando era más pequeño y entre todos esos
chicos, había uno que se parecía a él. Además había otro
chico alto, muy parecido al tío Alfonso pero con pelo y no
tan gordo como él y una persona más grande con barba y
14 relatos en torno a un balón oval
una gran sonrisa.
Mientras me vestía y pensaba todas estas cosas,
papá terminó de hacer la mochila y bajamos al coche con
mamá. Después de un rato, llegamos al Polideportivo
donde juego al fútbol con mis amigos y mi padre me llevó
al campo de hierba que se ve desde la carretera.
Allí había más señores como papá, todos con sus
viejas mochilas y todos gritando y riendo. Se daban
fuertes abrazos, palmadas en la espalda y parecían muy
contentos de volver a verse. Yo no sé si lo estaría si mis
amigos me dieran semejantes golpes.
De repente vi al hombre más grande que he visto
nunca, debía medir por lo menos dos metros y era 100
veces más grande que los chicos de la escuela que no nos
dejan jugar en el patio. Tenía barba y no paraba de reír,
me recordaba al hombre que estaba con el tío Alfonso y
con papá en la foto. Cuando me vio se acercó a mí y me
cogió en brazos. No me gusta que me cojan en brazos
porque ya tengo 6 años y no soy un bebé, pero decidí que
siendo tan grande, mejor no rechistar. Me dijo que había
crecido mucho y que pesaba casi tanto como un melier y
que si seguía así me convertiría en un gran pilier como él.
Yo no sé que son esas cosas, pero no me importaría ser
tan grande como él y poder levantar a mis amigos.
El tío Alfonso llegó corriendo y pidiendo perdón por
el retraso. Cuando todos dejaron de meterse con él fueron
a los vestuarios. Papá me dijo que fuera con ellos. Al
entrar nadie hablaba. No parecían tan simpáticos y todos
miraban al suelo e iban colocándose en su sitio. Parecía
que cada uno tenía el suyo, pero yo por mucho que
miraba no veía nombres por ninguna parte. Me senté entre
el tío Alfonso y papá y me quedé observando mientras se
cambiaban en silencio. Algunos se quedaban mirando sus
viejas camisetas antes de ponérselas, otros mientras se
vestían se echaban pomada, y algunos se ponía coderas
14 relatos en torno a un balón oval
y rodilleras como las que me obliga a usar mamá cuando
voy en bici, aunque lo que más me gustó fueron unos
cascos con los que seguro, si te caes, no te duele nada.
Cuando todos acabaron, papá se levantó y se puso
en el centro del vestuario. En las manos tenía uno de esos
balones estropeados, como el que había en las fotos de
casa que no dejaba de acariciar, y en la espalda un número
9 descosido y tan viejo como las rodilleras de mi pantalón
de gimnasia. Los demás se acercaron a él y formando
un círculo se agarraron de los viejos polos y escucharon
con atención todo lo que hablaba. Yo no entendí mucho
porque las palabras que decían no las hemos estudiado
en el colegio. Honor, respeto, abnegación… Sólo entendí
algunas como esfuerzo y compañerismo porque siempre
nos dicen en clase que tenemos que seguirlas al pie de la
letra.
Después de un rato empezaron a darse ánimos.
Algunos chocaban las manos y se decían cosas muy bajito.
Los tres más grandes estaban hablando, con sus cabezas
muy juntas, casi abrazándose.
Al rato salimos de nuevo al campo de hierba. Todo
era silencio, sólo el sonido de los clavos de las botas nos
acompañaba y me puso la piel de gallina. En el campo
había llovido y olía bien, como el parque los sábados por
la mañana y como la mochila de papá, y en él ya estaban
preparados y al otro lado del campo, otro grupo de
señores como papá. Eran tan grandes como él y su ropa
también era vieja, pero vestían colores diferentes.
Papá me dejó en el banquillo con mamá y la tía
Cristina, que acababa de llegar, y se fue corriendo a hacer
sus ejercicios. Yo pensaba que harían juegos como los
que manda Don René, el profesor de gimnasia, pero sus
juegos eran diferentes. Los más grandes chocaban como
los animales que ve el abuelo en la 2 mientras duerme la
siesta. Creo que eso debe doler pero no se quejaban y eso
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14 relatos en torno a un balón oval
que no todos llevaban casco.
Los demás corrían y se pasaban la pelota, que
muchas veces caía y botaba muy raro. Yo no estaba
seguro de si podrían jugar porque todos los balones
estaban estropeados, aunque no les importó y al rato
empezaron a jugar.
El equipo de papá sacaba y los otros esperaban
quietos y muy callados. Uno de ellos atrapó el balón en el
aire como un portero, pero en vez de sacar, corrió hacía
delante con ella. Yo no entendía nada, pero menos entendí
cuando uno de los amigos de papá agarró al portero y lo
tiró hacía atrás. Pensaba que el árbitro pitaría falta como
cuando Don René se enfadó conmigo al hacer la zancadilla
al de 4º C en el partido de fútbol de las fiestas del colegio.
Pero no pitó y siguieron pasándose el balón mientras otros
se empujaban y agarraban para coger un balón pinchado.
De repente uno del otro equipo, que también tenía
el 9 como papá, cogió el balón y empezó a correr. Nadie
pudo pararle y cuando le alcanzaron, pasó la pelota hacía
su izquierda hasta que le llegó a un hombre más delgado
que papá y que corría mucho. A éste no pudieron cogerle
y llegó al final del campo, pero en vez de meter gol en la
portería, la dejó en el suelo. Yo cada vez entendía menos,
pero como a mamá y a la tía no les gustó mucho, creo que
papá empezó perdiendo.
Algunas cosas se repetían. Los más grandes
chocaban con sus cabezas mientras papá y el otro les
tiraban el balón entre las piernas, e incluso a algunos
les levantaban por el pantalón para recoger la pelota
cuando salía fuera del campo. A mí no me gusta que me
levanten porque no soy un bebé, pero a ellos parecía no
importarles.
En una de éstas, el equipo de papá consiguió llegar
al lado contrario y mamá se puso muy contenta, aunque
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14 relatos en torno a un balón oval
tampoco consiguieron meter gol en la portería, que por
cierto estaba sin acabar. No tenía redes y los palos eran
demasiado largos, creo que no se molestaron en cortarlos.
Mientras yo seguía buscando un balón normal, llegó
el descanso y cambiaron de campo. Mamá y la tía reían
mucho y decían no sé qué de unos kilos que pesaban
menos que unos años. Yo no sé cuanto pesan los años,
pero el hombre de barba tenía que ser viejísimo por todo
lo que parecía pesar.
El partido comenzó de nuevo, pero esta vez sacaron
los que no iban con papá. Uno de los más grandes cogió
el balón y corrió unos metros. Le pararon y tampoco esta
vez pitaron falta. Todos comenzaron a empujarse hasta
que papá llegó y se puso a mandar como cuando nos
vamos de viaje y no llegamos a tiempo al aeropuerto. De
repente los más delgados se estiraron por el campo y un
hombre alto y fuerte se puso al lado de papá. A éste fue
al que pasó. Chocó y de nuevo los más grandes fueron a
por el balón mientras papá les gritaba que lo limpiaran.
No le hicieron mucho caso porque el balón salió tan sucio
como entró, pero esta vez no chocó nadie, comenzaron a
pasarlo muy rápido y a correr. No me había dado cuenta
hasta entonces, pero nunca pasaban el balón hacia
delante y le dije a mamá que sería mucho más fácil marcar
si la pasaban al revés. Mamá sonrió y me dijo que en este
juego sólo se podía pasar hacía detrás. Yo, viendo que los
amigos de papá no podían correr mucho y que estaban
todos rojos y sudorosos, pensé que no conseguirían
marcar nunca, pero ya llevaban dos “ensayos” que son
como me dijo la tía Cristina que se llamaban los goles en
este deporte.
Faltaba poco para acabar y todavía iban empatados.
Los jugadores ya no corrían casi nada y estaban muy
cansados, todos andando con las manos en las caderas
resoplando y poniendo caras raras, menos algunos
que sí corrían algo más y se agarraban para parar a
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14 relatos en torno a un balón oval
los contrarios. Siempre miraba para ver si se peleaban
después de agarrarse y empujarse como cuando veo el
fútbol por la tele, pero no pasaba nada, se levantaban y
muchas veces se reían y golpeaban en la espalda como
antes y se alejaban charlando hasta que de nuevo recibían
el balón estropeado, que por cierto, nunca sabía hacía
donde iba a botar.
Cuando ya parecía que iban a empatar, el tío
Alfredo chocó contra otro señor con casco que le tiró al
suelo, esta vez, el árbitro sí que pitó y papá cogió el balón.
Los demás se pusieron lejos, Un equipo delante y otro
detrás, mirando a papá. Colocó la pelota en el suelo, cogió
carrerilla y chutó. Falló, papá es muy malo y su pelota se
fue por encima de la portería. Pero como no tiene redes la
gente no se enteró que había fallado y el equipo de papá
se puso muy contento, hasta mamá dio algunos botes con
la tía Cristina. Yo no dije nada y disimulé porque quería
que ganara el equipo de mi padre.
Papá ganó el partido y se abrazaba con sus
compañeros, y también con los del otro equipo, todos
mezclados, hablando y diciendo lo mucho que les iba a
doler esto y aquello mañana, el lunes y toda la semana.
De repente los dos equipos hicieron un pasillo
muy largo en el campo y se aplaudieron, también los
que habían perdido recibieron sus aplausos y me parecía
raro que incluso los que hacía un rato habían estado
empujándose estuvieran ahora hablando y riendo como si
nada.
Mamá me explicó que una vez al año papá se reunía
con sus amigos de toda la vida para jugar a algo que se
llama rugby y para tomarse esa bebida con espuma que
tanto le gusta y contarse sus batallitas recordando los
viejos tiempos. Yo le dije que no tengo muchas batallas
que contar con mis amigos, pero que después de volver
de vacaciones también jugaría al rugby y quien sabe si
algún día podré jugar con papá.
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14 relatos en torno a un balón oval
Vida elíptica.
Oscar Benito Hernández
Miro a mi alrededor para ubicarme, pero nada
me resulta familiar. Desorientado y con un fuerte dolor
de cabeza, me levanto despacio tratando de evaluar
la situación en la que me encuentro. Estoy magullado,
pero parece que no tengo nada roto y de mi boca seca
sale un olor dulzón. Comienzo a comprender cuál debe
ser la causa de esta jaqueca que amplifica los latidos en
mis sienes, haciéndome sentir dentro del subwoofer de
cualquier pastillero adicto al tuning. No es la primera vez
que me encuentro en una situación parecida, así que no
me preocupo demasiado. Sé que es el precio a pagar por
una noche inolvidable de la que ya no recuerdo nada.
Hoy es lunes y los rayos de luz que me han
despertado en aquel parque me advierten de que no
llegaré a tiempo a la universidad si no corro a darme una
ducha. Cualquier otro día me habría quedado en casa
dejando pasar las horas, pero hoy tengo que presentar un
proyecto que decidirá buena parte del trabajo de todo el
año.
Salgo de la ducha y me miro en el espejo. El sujeto
que está frente a mí tiene una pinta horrorosa, con varias
rozaduras en la cara, los brazos y las piernas, además de
un ojo que poco a poco va adquiriendo una amplia gama
de colores tornasolados. Aún así el sujeto que me mira con
ojos cansados sostiene una amplia sonrisa en su cara, por
lo que intuyo que a pesar de su lamentable estado, ese
hombre debe sentirse muy feliz en estos momentos.
En el autobús la gente me mira de forma extraña.
Las señoras que van con sus hijos pequeños al colegio
son capaces de juzgarme y adjudicarme un sinfín de
calificativos sin decir una sola palabra. Me la suda, en estos
momentos estoy en un estado de semiinconsciencia del
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14 relatos en torno a un balón oval
que no saldré hasta llegar a mi destino.
Salgo del despacho del profesor, cansado pero
satisfecho de la presentación. Parece ser que los cuatro
cafés que me tomé antes de entrar en aquella sala de
tortura habían hecho el efecto deseado. Totalmente
despejado por la euforia del momento y por la cafeína
llamo a mis amigos. Parece que siguen durmiendo. Creo
que la opción más sensata será irme a dormir yo también.
“It’s coming home, It’s coming home, It’s coming…”.
Mi teléfono móvil me despierta de aquella dulce siesta.
Parece que por fin se han levantado y quedamos para
tomarnos unas cervezas en el bar de siempre. Antes de
salir vuelvo a mirarme en el espejo para confirmar lo
que ya sospechaba. El aspecto de aquel hombre había
mejorado sensiblemente y la sonrisa seguía en el mismo
sitio que estaba esta mañana cuando lo dejé.
-¡Hombre!, ¡El desaparecido! ¿Qué tal hemos
amanecido esta mañana?- Se escucha a voces con tono
guasón mientras cruzo el umbral de la puerta.
-Bien, pero no gracias a vosotros cabrones.
-¿Nosotros? Pero si desapareciste sin decir nada. - Me
replica el capitán del equipo mientras yo desvío la mirada
tratando de recordar algo de lo sucedido.
Traigo una ronda de cervezas a la mesa y me siento
para unirme a la conversación. Todo gira en torno a la
noche anterior. Entre risas y las caras perplejas de los
protagonistas de cada historia pasamos la tarde. Con la
ayuda de todos sacamos una versión difuminada de lo que
pudo ser, pero ninguno de nosotros recordaba los detalles.
Cansados nos vamos a casa. Tenemos que reponer fuerzas
para la intensa jornada que nos espera mañana.
Despertador, ducha y desayuno. La rutina diaria que
me conduciría a los mismos lugares de siempre. Esa era mi
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14 relatos en torno a un balón oval
vida, la que había elegido, o por lo menos eso pensaba.
-¿Qué tal te fue en el trabajo? ¿Te dijo ya la nota?- Me
preguntó Susana en voz baja cuando me senté a su lado
con la clase ya comenzada.
-Bien- le susurré - Al final conseguí un notable.
Susana es una de esas amigas que te apoya en
todo lo que hagas. Da igual lo cansado o laborioso que
pueda llegar a ser demostrar que es una verdadera amiga,
ella nunca te defrauda. Desde que comenzó la carrera y
nos tomamos el primer café ella ha estado ahí, dándome
ánimos y ayudándome a no olvidar cuales deben ser
mis auténticas prioridades. Si no fuera por ella estoy
convencido de que tendría completamente abandonados
los estudios.
-Veo que otra vez has jugado. Enhorabuena, espero que lo
hicieras muy bien.
-Todavía estoy esperando a que subas a verme algún
partido- dije en tono burlón- pero parece que nunca te
voy a ver en la grada.
-¡Eso es mentira!- dijo mientras se daba cuenta de que
había alzado la voz más de lo debido y el profesor la
miraba de forma fulminante.
-Sabes que no puedo ir, tus partidos siempre son los
Domingos por la mañana y a esas horas estoy trabajando.continuó en un tono más bajo cuando el profesor dirigió
de nuevo la mirada al encerado.
-Vale, lo entiendo, pero es que pienso que nunca llegarás
a comprender cómo me siento cada vez que juego y me
gustaría que lo compartieras conmigo.
-Pero si ya lo hago, cada lunes, cuando te veo entrar por
la puerta.- y tras decir eso me dedicó una de sus mejores
sonrisas.
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14 relatos en torno a un balón oval
A veces pienso en lo especial que me siento por
haber elegido este deporte Soy el único que lo practica
dentro del grupo de amigos que guardo desde la
infancia. Gracias a eso puedo presumir delante de ellos
sobre lo orgulloso que estoy y sobre la gran cantidad de
lugares que he conocido. Me gusta sentirme así, pero me
gustaría más poder compartir con ellos todos los buenos
momentos que vivo y que son tan importantes para mí.
Por las tardes siempre hay que entrenar. Una de las
grandes frases que he leído dice que la distancia entre
el querer y el poder se acorta con el entrenamiento. La
idea de alcanzar aquello que tanto he soñado es una
motivación lo suficientemente fuerte como para que no
desista.
Muchas veces es complicado compaginar todas
las obligaciones, incluso algunos no comprenden el por
qué de tu escala de prioridades, pero es que ellos no han
saboreado la satisfacción de experimentar un auténtico
choque de trenes del cual sales finalmente victorioso.
Cuando intento explicarle a alguien que los pisotones,
rozaduras y golpes no son nada, al final ellos siempre
ponen la misma cara y yo nunca consigo encontrar
palabras suficientes.
Ahora apenas recuerdo cómo era mi vida antes de
descubrir este deporte. Es como si en mi vida existiera
un antes y un después. Recuerdo vagamente haber
practicado otros deportes, pero cuando eres un niño con
gafas, gordito y descoordinado, encontrar tu sitio es muy
difícil. Nadie quiere nunca tenerte en su equipo de fútbol
durante los recreos y al final te convences de que ser
portero tampoco es tan malo. Desde entonces comprendí
que aquel deporte sólo era para unos cuantos elegidos.
Tal vez sea eso lo que me enamoró de este deporte. En
él todos pueden encontrar su sitio y la falta de habilidad
puede verse compensada con esfuerzo y ganas.
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14 relatos en torno a un balón oval
5, 4, 3, 2,… ¡¡¡Riiiiiinnnngggggg!!!- De un golpe
seco apago el despertador. Llevo más de una hora con
la mirada perdida en el techo de mi habitación. Por fin
es sábado y la rutina que he mantenido durante toda la
semana desaparece. Eso no cambia nada, en mi cabeza
sólo existe una idea.
Al mirar por la ventana veo que hace un día
esplendido. Una fina lluvia lo riega todo y en mi mente
ya puedo sentir el olor a tierra húmeda y hierba recién
cortada. Estoy deseando que llegue el momento de
ponerme las botas y pisar el césped. Sé que sólo será
un simulacro, pero no me importa, no siempre necesito
encontrarme envuelto en una lucha encarnizada para
disfrutar de este deporte. Hoy es el momento de gozar
con cada uno de los movimientos que tan duramente
he practicado a lo largo de la semana. Me preparo un
desayuno contundente antes de salir de casa, quiero tener
energías suficientes a pesar de saber que hoy será un
entrenamiento suave. Parece que ha dejado de llover y
el sol se asoma tímidamente entre las nubes. Es hora de
ponerse en marcha.
Extraños y agradables, esa podría ser una buena
definición para estos entrenamientos antes de los
partidos. Aunque todos podemos intuir quienes serán los
elegidos, siempre existen dudas, y eso hace que al final
del entrenamiento sientas como un sudor frío te recorre
la espalda mientras esperas escuchar tu nombre. Esta
vez he tenido suerte y aunque empezaré en el banquillo
no me importa demasiado. Otros no han escuchado sus
nombres. Eso no significa que sean menos importantes,
pero lo cierto es que las victorias no saben igual cuando te
toca ver el partido desde la grada. Yo he sentido lo mismo
millones de veces y quizá por eso valoro más cada palabra
y gesto suyo, porque reconozco el río de sentimientos que
les recorre por todo el cuerpo.
Después de comer todavía me queda una tarde
entera esperando a que llegue el ansiado momento. Es
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14 relatos en torno a un balón oval
mi oportunidad de desconectar un poco y hacer caso a
mis amigos futboleros. Hoy juegan un partidillo, así que
me aprovisiono de pipas y chicles suficientes como para
aguantar hasta que terminen de jugar y me pongo en
marcha. Siempre han jugado al fútbol y a pesar de que
alguno destacaba en categorías inferiores ninguno llegó
nunca a jugar seriamente. Tan sólo uno de ellos recibió
una oferta de un equipo que jugaba en regional, pero por
razones laborales tuvo que rechazarla. No obstante son
felices jugando con la pelota redonda.
-¡Jonatán!, ¡Jonatán!, ¡y su equipo ganarán!- Gritamos y
reímos a carcajadas los amigos que les veíamos desde la
grada. Miró hacia donde estábamos y alzando el brazo nos
saludó a todos.
Terminó el partido y les esperamos en la salida.
Han ganado y todos mis amigos han metido por lo menos
un gol. Esta noche será una continua tertulia sobre los
golazos que han marcado cada uno de ellos. Son estos los
momentos en los que más me alegro de no salir nunca la
noche antes de un partido.
- ¡¡¡¡¡Riiiiiiinnngggggg!!!!! – Abriendo un ojo miro a aquel
instrumento diabólico que me obliga a despertar. Podría
apagarlo sin más, pero tengo miedo de volverme a quedar
dormido. Tras unos segundos de lucha interna me levanto
a apagar el dichoso invento que estratégicamente había
colocado a varios metros de mi cama.
Después de quitarme las legañas de la cara y
desayunar, aterrizo de nuevo en la realidad. Sólo pienso en
el momento de escuchar el pitido inicial. Mientras me dirijo
al campo repaso mentalmente cada uno de los nuevos
movimientos. Probablemente no tenga que hacer nada
porque ni siquiera sé si jugaré un minuto, pero hacerlo me
relaja.
Ya en el vestuario el ambiente que se respira es
diferente al de cualquier otro día. Hoy se puede ver en las
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14 relatos en torno a un balón oval
caras la concentración y la tensión que cada uno había
guardado esperando a que llegara este momento. Tan
sólo el ruido del metal contra el suelo y el esparadrapo
desenrollándose rompe por instantes aquel silencio que lo
invade todo. Nadie sonríe y mirándoles a los ojos puedes
comprobar que el partido ya ha comenzado.
Unas palabras de los entrenadores, reparto de
camisetas y calentamiento. Ya estamos listos para
empezar. Según salgo del vestuario puedo ver de reojo
cómo los titulares se abrazan y el capitán les inyecta un
extra de moral con palabras que bien podría haber sacado
de un film americano.
Puede que en el banquillo no te pisen ni te golpeen,
pero cualquiera de los que estábamos allí sentados lo
preferiría antes que sentir aquella mezcla de nervios e
impotencia provocada por cada jugada de peligro.
Ya hemos alcanzado el ecuador del partido y el
marcador no es favorable. En las miradas de los más
jóvenes ya no puedes ver el fuego que desprendían antes
de comenzar. Mientras que los menos experimentados
se desesperan, los veteranos transforman tranquilidad
en garra y coraje. Ahora es cuando la experiencia debe
imponerse, porque ellos saben que para cuando el
colegiado pite, el final será demasiado tarde.
Nerviosos por comprobar que las cosas no estaban
saliendo como esperábamos, salimos a calentar todo
el banquillo. No es que creamos que vamos a salir para
resolver el partido, pero ninguno podía aguantar sentado
ni un minuto más. El tiempo pasa como una exhalación
y todavía estamos por debajo en el marcador. No sé
cuantas flexiones y carreras a lo ancho del campo habré
hecho, pero siento que si me quedo quieto me dará un
ataque al corazón. Por fin nos ponemos un punto arriba
en el marcador. El cronómetro debe estar mal, porque los
minutos que hace un momento parecían segundos se han
convertido en horas.
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14 relatos en torno a un balón oval
Quedan apenas un par de segundos para que se
cumpla el tiempo reglamentario y tenemos la posesión
del balón. Ya está hecho, manteniendo el balón bajo
nuestro control, el equipo rival no tiene nada que hacer.
De repente un pase inexplicable de más de veinte metros
transforma nuestros impávidos rostros en horribles
muecas de pavor. El balón ha sido interceptado y el
jugador con el oval entre sus manos comienza a correr
como alma que lleva el diablo. Veloz, a escasos metros de
la línea de lateral, vemos como se aproxima hacia el lugar
que hemos estado ocupando durante casi toda la segunda
mitad. No puedo creer que éste sea el fin.
-¡Aaaaahhhhh…!- un golpe seco seguido de un grito
de dolor se escucha en todo el campo. Mientras todos
habíamos estado mirando a aquel jugador que iba a echar
por tierra todo el trabajo y esfuerzo realizado, nuestro
medio de melé increíblemente había cruzado todo el
terreno de juego para colocarle un contundente placaje
bajo las costillas y sacarle del campo.
-¡Pí!, ¡Pí!, ¡Píííííí!- Aquella era la señal que daba paso a
la euforia de todos los allí presentes. Abrazos, saltos
y lágrimas de alegría contrastaban con los rostros de
aquellos que se habían visto vencedores unos segundos
atrás.
Siento un sabor agridulce, seguramente sea
porque no he podido jugar, pero ahora es el momento
de celebrarlo por todo lo alto. Muchos nunca sabrán
de nuestras victorias o derrotas, pero eso a nosotros
nos da igual. Es triste, pero la gente sólo recuerda a los
vencedores y en estos momentos somos nosotros.
Seguramente mañana nadie sabrá por qué aquel
chico de aspecto descuidado está sonriendo. Si la noche
transcurre como espero, es probable que tampoco yo lo
sepa..
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14 relatos en torno a un balón oval
El último placaje.
Luis M. Helguera San Jose
Ya era media tarde y el sol empezaba a esconderse
por el horizonte. Soplaba la brisa y apenas quedaban
unos chavales jugueteando por el campo. Sobre el césped
amarillo paseaban cansinamente, sin prisa, ausentes del
tiempo y del espacio dos hombres de mediana edad,
figura recia y ademán austero. Poseían la mirada limpia y
el rostro curtido de quien ha librado mil batallas.
-Tú, porque no te acuerdas ya y andas peor de memoria
que yo, pero aquel año os ganamos los dos derbys y de
paliza, y de paso os quitamos la Liga.
-Ya, pero en la Copa nos desquitamos. Lo recuerdo
perfectamente porque me fastidiaste los ligamentos de la
rodilla cuando me caíste encima, ¿te acuerdas también de
eso?
-Sí, hombre sí, que todavía andas medio cojo desde
entonces.
No se veían muy a menudo, pero mantenían amistad
desde su juventud, como con tantos otros de su época.
Conservaban ese orgullo modesto que da a los grandes
hombres saberse pioneros en lo suyo; quizá por eso,
aunque sin jactarse demasiado, consideraban que el rugby
de su tiempo era más estético y preciosista que el actual,
que lo valoraban demasiado profesionalizado a base de
fuerza y empuje. En el fondo eran unos nostálgicos. Unos
románticos.
-¿Te he contado ya que el chico pequeño mío me ha salido
futbolero? Mira que les habré hablado yo veces de mis
batallitas con el oval y otras que me invento, pues nada,
que no hay manera, que al final me voy a quedar con las
ganas de tener un medio melé en la familia.
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14 relatos en torno a un balón oval
-Ahora los padres no quieren tener chavales que jueguen
al rugby. Prefieren que les salgan futbolistas o tenistas,
para que se forren. Todavía piensan que van a llegar a
casa todos los días con la crisma abierta y un brazo roto.
-Eso era antes; más de una vez me tocó a mí entrenar en
la acera de la calle.
La tarde iba cayendo y poco a poco iba refrescando;
el campo paulatinamente se iba despoblando, perdiendo
toda la alegría que dan los entrenamientos de los más
jóvenes. La última luz que precede a la noche, el silencio
y la soledad eran mudos testigos de aquel encuentro, de
aquella conversación entre dos rivales, dos amigos, dos
caballeros.
-¿Qué me dices? No puede ser, no puede ser, ¿estás
seguro?
-Lamentablemente sí, por eso te he llamado para vernos
aquí, no sabía muy bien como decírtelo y en este ambiente
me resulta más familiar. Para mí tampoco es fácil hablar de
esto y darte una noticia así. Quería que lo supieras
-Me has dejado helado, no sé qué decirte. Tú eres un
hombre aún joven y deportista, puedes pedir una segunda
opinión, ¿lo has hecho ya? Muchas veces ocurre, que se
equivocan con el diagnóstico. Me parece muy injusto, una
verdadera putada. Dame un abrazo.
La noche se había echado encima y el aparcamiento
del campo ya casi se había vaciado. Sobre el césped,
apenas un par de chiquillos se afanaban por perseguir un
balón oval que burlaba sus acometidas con caprichosos
saltos en todas las direcciones.
Como el viento, que empezaba a levantarse inquieto
arrastrando la hojarasca mientras silbaba suavemente.
Ya era tarde, pero a veces el tiempo parece pararse
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14 relatos en torno a un balón oval
repentinamente cuando la verdad se muestra desnuda
e implacable y el silencio se convierte en un huracán de
recuerdos y esperanzas
-Aquel año si no me llego a lesionar en el hombro me
habrían convocado para la selección. Hice un muy buen
final de temporada y cada partido notaba que iba a más.
Nunca había jugado tanto tiempo de tercera y ni yo
mismo meses antes hubiera apostado por mí para jugar
tanto tiempo ahí, pero ya ves, al final terminé de tercera
línea toda la vida. Le acabé quitando el puesto a aquel
francesito que teníamos, que siempre estaba estudiando y
nunca salía con nosotros.
-Sí, Rafa. Sé quien dices. Era muy rápido.
-Ahora creo que es abogado. Sé casó con una chica de
Peñafiel. Esos años yo jugué como nunca, tú lo sabes, era
imparable, pero las lesiones me frenaron. En ese verano es
cuando me llamaron los ingleses para ir a probar allí con
ellos, pero al final por unas cosas o por otras no me decidí.
Antes no era como ahora, que la gente se va al extranjero
hasta para pasar el fin de semana, yo lo veo en mis hijos
que no paran en casa. Además, tenía que ayudar a mi
padre en la ferretería, tampoco podía dejar los estudios y
por aquella época empecé a salir con Elvira. Quizá hoy…
bah, en realidad toda la vida he sido un poco cobarde para
todo, ¿no te parece? Si hubiese probado fortuna fuera yo
creo que luego todo hubiese sido diferente
-Sí, es posible.
-Figúrate lo que era aquello entonces. Bueno, entonces
y ahora igual. Los ingleses siempre han sabido de qué va
esto. Entrenan más que nadie, tienen la mejor técnica y
la mueven hasta que te marean, y si tienen que pisarte
la cabeza te la pisan. Yo sé que tú eres más del rugby
champán y todas esas zarandajas y que te tragas todos
los partidos de la Heineken y que el verdadero rugby es el
del hemisferio sur, que lo demás es un deporte diferente,
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14 relatos en torno a un balón oval
pero donde estén los ingleses…Precisamente, el otro día
contra Gales…
-¿Cuándo te lo han dicho?
-La semana pasada
-¿Qué vas a hacer?
-No lo sé. Estoy un poco confuso aún. Pero estoy
tranquilo. Este partido se me está acabando y Dios en
cualquier momento va a pitar el final, ya me entiendes.
Seguro que me tiene preparado un buen tercer tiempo
para mí, ¿no crees? ¿Viste el otro día el Stade Toulousain
– Harlequins? ¡Menudo juego a la mano, amigo! ¡Cómo
paró en seco la delantera de los ingleses el maul de tus
amigos!
-Sí, el juego a la mano, ya no se ve un juego así, como el
de antes.
-Nunca te lo dije, pero tú eras muy buen ala Chano, pura
dinamita, ¡cómo me hubiera gustado jugar contigo en
el mismo equipo! No sé por qué la gente pretendía que
nos llevásemos todos mal, cuando la verdad es que en
aquellos tiempos todos formábamos una gran familia.
-Sí, alguno todavía no nos perdonará que aún hoy nos
llevemos bien y nos hablemos.
-Oye, veo que tú todavía estás en forma. Espera un
momento. Verás ¡Eh, chicos! ¡Aquí! ¡Pasadnos un momento
el balón! Gracias, ahora va.
Un viejo oval llegó brincando hasta su posición.
Se agachó delicadamente como si fuera a romperse por
la espalda y tomó el balón entre sus manos; su amigo y
otrora rival lo miraba expectante, los dos chicos a unos
metros también los observaban parados, esperando con
interés y curiosidad el destino de su balón, y la noche, ya
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14 relatos en torno a un balón oval
cerrada y fresca, se había posado sobre un campo casi
desierto, testigo mudo de aquel encuentro de soledades
y generaciones, mientras arreciaba una brisa suave con
intención de quedarse toda la noche.
-Toma el balón, Chano, aléjate unos metros y corre hacia a
mí.
-Pe…pero no entiendo, ¿qué dices? o sea, como…
-Sí, por favor, coge el balón, ve hacia adonde están
aquellos chicos, ven corriendo hacia mí y trata de
sortearme.
-Oye mira, creo que es muy tarde, quizá necesitemos
descansar ya, ha sido un día muy largo, devuélvele el
balón a esos chicos y nos vamos, yo te acerco a casa.
Rafael se acercó a su amigo, lenta y firmemente, de
quien apenas le separaban unos metros. Posó sus manos
sobre sus hombros y lo miró fijamente a los ojos, con una
mirada que no pudo ocultar una dramática sonrisa, mitad
aprecio y mitad resignación. La historia de amistad de
estos dos hombres no podría entenderse sin la presencia
de un oval de por medio.
-Chano, escúchame, por mi parte el tiempo ya está
vencido. Por favor te lo ruego, no tengas en cuenta el
momento ni el lugar y cumple esto que te estoy pidiendo.
Aléjate unos metros y corre hacia mí lo más rápido que
puedas. Cuando llegues a mi altura, esquívame como tú
sabes y sigue corriendo hasta que me dejes atrás.
Los dos chicos se habían acercado hasta aquellos
enigmáticos hombres y escuchaban atónitos aquella
conversación, sin comprender absolutamente nada de
cuanto oían. Chano, sin apenas poder articular palabra se
alejó cabizbajo hasta donde le había indicado su amigo,
unos veinte metros hacia el centro del campo, con el balón
cogido de una mano y apoyado en el mentón. Llegando
allí se giró hacia donde lo esperaba Rafael y retirados unos
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14 relatos en torno a un balón oval
pasos, a un lado, los otros dos muchachos.
-Venga va, cuando quieras –animó Rafael con impaciencia.
Sin tiempo para mayores preámbulos y con la
firme intención de acabar con aquella situación cuanto
antes, Chano arrancó a correr hacia él a toda velocidad,
recordando las no pocas veces que hizo lo mismo por la
banda de aquel vetusto campo hace más de veinte años.
Al enfilar a su rival, quien ya lo esperaba en posición
de defensa, amagó con salirle por su flanco derecho
cargando por ese lado, para en un último giro de cintura
y sin llegar a frenar, rectificar la inercia que llevaba
y acostarse hacia el lado izquierdo. No bien lo hubo
superado, y mientras trataba de proseguir con su carrera,
Rafael modificó su impulso inicial para revolverse en un
suspiro y literalmente volar con los brazos por delante y
cargar duramente con su hombro derecho contra el pecho
de Chano. De este tremendo choque de trenes salieron
despedidos los dos por los aires sin soltarse, al tiempo
que volaron llaves, gafas y móviles, yendo los dos a parar
a dos metros de allí, momento en que por fin Rafael lo
soltó, y rodaron ambos hasta quedar boca arriba, mirando
a la luna, que también contempló la escena. De nuevo el
silencio se apoderó de la noche, cada vez más estrellada.
-¿Estás bien?
-Joooooooooder tío, me has descolocado todos los
huesos de su sitio, ¿se puede saber qué carajo te pasa?
Los dos hombres trataban de incorporarse poco
a poco, si bien el fuerte golpe y algunos kilos de más les
impedían hacerlo ya con la soltura de antaño. Mientras,
recogían todos los objetos que habían ido quedando
desperdigados por el suelo y se limpiaban las briznas de
hierbas y polvo que se habían pegado a sus ropas.
-Anda que, te habrás quedado a gusto, ¿no? Vaya tackle,
campeón, cualquiera diría que te debo algo.
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14 relatos en torno a un balón oval
Los dos amigos aún incorporándose sobre el
césped quedaron mirándose unos segundos, un rato, una
eternidad. Toda su infancia y toda su juventud acababan
de revivirse en un breve lapso de tiempo. De pronto, y
mientras se seguían sacudiendo la hierba de las rodillas
rompieron a reír en una sonora carcajada. Apenas podían
terminar de levantarse y la risa retumbaba gozosamente
en todo el campo.
-Vamos gordo, ayúdame, que no puedo ya ni con mi alma.
-Tú sí que estás viejo, amigo, con lo que has sido, mírate
ahora, hecho una piltrafa. La verdad es que siempre has
tenido poco aguante, te lo tengo dicho.
-Calla, por Dios, verás cuando me vea mi santa, mira cómo
me has puesto los pantalones.
-Venga vamos, anda. Si supieras que llevaba años con
ganas de hacerte un placaje así. Dile que he sido yo, ella lo
entenderá.
Así se alejaban hacia la salida del campo,
ayudándose mutuamente a caminar mientras
rememoraban viejas hazañas de rugby que les hacía
pararse para compartirlas y reírlas. Despeinados, sucios y
con la ropa por fuera, pero pletóricos, enfilaban el final de
aquel encuentro extraordinario.
-Oye, ¿no te has dado cuenta de una cosa?
-No, dime.
-Te llevas el balón de aquellos chicos.
Y Rafael lanzó el balón a los dos muchachos que
aún aguardaban impávidos y callados en el césped, en
el mismo sitio que diez minutos atrás. Ambos corrieron
hacia el balón que tras varios botes irregulares fue
cogido por uno de los chicos, mientras el otro se le tiraba
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14 relatos en torno a un balón oval
encima. Ellos no lo saben aún, pero acaban de asistir a un
encuentro extraordinario, a un rito de amistad y utopía,
una fuerza superior bañada de épica, un canto a la verdad
y a la esperanza. Rafael y Chano conocían toda esa liturgia
desde su niñez, desde que empezaron a practicar el
rugby. Por eso no necesitaban darse más explicaciones.
Comprendían el lenguaje del honor y el sacrificio. Por eso
sabían que ya no habría nunca más placajes en la noche
fría
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14 relatos en torno a un balón oval
Un lunes cualquiera.
Hugo Pérez Molina
El dolor casi ni me ha dejado dormir, estoy
destrozado, hecho polvo, tengo dolores por todo el
cuerpo, la tan conocida sensación del día después de un
partido... Abro los ojos y me quedo tumbado en la cama,
mirando al techo, sin pensar en nada, sólo sintiendo cada
una de las células de mi cuerpo protestar, arrepentidas
por no ser jugador de ajedrez.
-¿No te levantas? -Mi mujer me saca del otro mundo
donde de vez en cuando me refugio. Las mujeres de los
jugadores, pienso, las sufridas madres y mujeres del rugby.
-Sí, ya voy, -contesto, aunque levantarse va a ser una
tarea complicada: en el partido de ayer había vuelto a
lesionarme, por enésima vez, otra rotura en el gemelo, y
van...
-Deberías ir al médico.
-¿Para qué? Es una rotura, descanso, hielo y a que el fisio
me meta los dedos.
-Desde luego, ¡qué bruto eres!, ¿y si es otra cosa?
-Qué no, tú tranquila.
-Vale, haz lo que quieras, pero deberías pensarte seguir
jugando.
Y me lo pienso, claro que me lo pienso, empiezo a
estar mayor para esto, los golpes cada vez duelen más,
antes a los dos días se me pasaban, ahora duran hasta tres
o cuatro días. Las lesiones, el trabajo, la vida familiar, claro
que lo pienso.
30
14 relatos en torno a un balón oval
Al fin consigo levantarme, vestirme y salir hacia el
curro después de una ducha a cámara lenta, muleta en
mano, cojeando. Bajar las escaleras no es lo peor, pienso
mientras lo hago, ahora a aguantar a los compañeros de
curro reírse y burlarse de mí por estar otra vez cojo, otra
vez la misma cantinela de siempre: que si estoy viejo, que
si cuando lo vas a dejar, que si eso no es un deporte… ¡Qué
sabrán ellos!, nunca han sentido la emoción de hacer un
eslalon con el oval en las manos, esquivando contrarios,
nunca se han visto venir un “miura” de frente y se han
agachado a placarlo y lo han tirado al suelo. ¡A un tío
que te saca dos cuartas por cada dimensión del espacio!
Nunca han escuchado el sonido de la melé cuando sus
primeras líneas chocan, qué sabrán ellos, qué diablos
sabrán ellos.
No me equivoco. Cuando llego a la oficina, todos
van desfilando por mi mesa para preguntar qué me ha
pasado y luego soltar el comentario jocoso, si supieran
lo mal que me sientan, creo que no lo dirían, pero no
protesto, no suelto ni una palabra desagradable; a ver, qué
le vamos a hacer, esto es así, no, no duele casi (si supieras
lo que duele me dejarías en paz) en un par de semanas
estoy ya bien... Nunca hay que jactarse de estar lesionado,
hay que llevarlo con paciencia, con la mayor calma
posible, respira hondo, mañana o pasado ya no llevas
muleta y casi ni cojeas y la gente se olvida de ti.
Mientras todos van haciendo la peregrinación a mi
mesa voy revisando el correo, miro los resultados de los
diferentes partidos que me interesan, ese fin de semana
hubo Heineken, pero no ha habido mucha suerte, todos
los galeses han perdido, “malos tiempos para la lírica”,
aunque en mi memoria aún está reciente el partidazo en el
Millenium ante Francia, ¡menudo Gram Slam! Lo había visto
en un pub irlandés, buen ambiente: galeses, irlandeses
e ingleses sobre todo, algún francés que veía incrédulo
como los Dragones levantaban la moral de un país entero,
el orgullo de un pueblo. Es en esos momentos cuando te
das cuenta que esto del rugby, al menos en otros sitios,
31
14 relatos en torno a un balón oval
es más que un simple deporte y miras con cierta envidia
como los “guiris” celebran la victoria y dices: del año que
viene no pasa, el Gales-Irlanda no me lo pierdo.
Mientras espero mi hora del desayuno llega mi jefe,
momento delicado, entra mosqueado, como casi todos los
lunes. Al darle los buenos días se percata de mis muletas.
-¿Otra vez? Ya no tienes edad para estar siempre así,
¿podrás conducir?
-Pues claro, ¿he dejado alguna vez de trabajar por una
lesión? Si he venido hasta cuando se me salió el hombro,
cuando el esguince de tobillo, con la baja del médico en la
mano y trabajando, pienso, pero no contesto, lo miro y de
mi boca no sale ni una palabra, mi presencia allí ya es una
respuesta y así parece entenderlo porque no me dice nada
más, se mete en su despacho y cierra la puerta.
¡Por fin! Uno de mis compañeros pregunta cuándo
vamos a desayunar. Sin decir ni “mu”, me levanto y me
dirijo al bar de siempre. Allí la cosa no es diferente, las
camareras al verme aparecer comienzan con la misma
cantinela:
-Jesús, ¡este hombre está siempre igual! ¡Cualquier día
aparece descalabrao!
-Lo de siempre por favor. Es mejor no hacerles caso,
sonrío.
Permanezco de pie mientras me ponen mi tostada
integral con jamón de York y mi descafeinado de sobre.
Me siento y como con el ruido de fondo del bar y la
conversación de mis compañeros de mesa que ese día no
me interesa para nada, atento a la puerta, esperando que
aparezca Alfonso, aunque aquel lunes parece retrasarse.
Termino de comer rápido, estaba hambriento, y les
digo a mis compañeros que me voy ya. Mientras pago en
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14 relatos en torno a un balón oval
la barra, llega Alfonso. Al verme con las muletas sonríe y
se me acerca con esa ligera cojera suya que tiene desde
que una mala caída después de una touch le sacó la
cadera de su sitio y lo tuvo más de tres meses en la cama.
No pudo jugar más, pero seguía amando el rugby como el
primer día. Llevaba viéndolo desayunar en ese bar desde
hacía un par de años, no sabía que había sido jugador. Un
día, colgando un cartel anunciando el próximo partido
de mi equipo se acercó y lo leyó: ¿centro, zaguero o
ala? me preguntó; los tres, pero como de “15” nada, ¿tú?
segunda, ¿no? Jugaba con ventaja, su altura y corpulencia
lo delataban. Desde ese día, siempre que nos vemos
charlamos un poco, llevo más de tres años intentando
convencerle para que se haga entrenador, pero siempre
dice que no, desde su lesión no ha vuelto a ir a un campo,
sólo lo ve por la tele.
-¿Cómo quedasteis? -Me pregunta antes de saludarme
siquiera.
-Ganamos, por poco, pero ganamos.
-¿Qué ha sido esta vez?
-Los gemelos.-contesto.
-¿Otra vez? -Asiento- bueno, ya sabes, hielo, descanso y
que el fisio te meta los dedos. En un par de semanas si hay
suerte estás otra vez jugando.
Sonrío ligeramente: “ya”.
-¿Cuántos partidos te pierdes?
-Un par de ellos.
-¿Ya acabaste?, tómate un café y me cuentas.
Miro a mis compañeros y les digo que me quedo.
Entonces le cuento el partido, los lances de juego, lo
que me había parecido el contrario, los fallos que le vi a
33
14 relatos en torno a un balón oval
mi equipo, las cosas que habíamos hecho bien, también
comentamos los resultados del fin de semana.
Suena el móvil, es un mensaje de texto, lo
miro, es de Chemi, ¡qué grande eres Chemi! pienso,
preguntándome qué hace el capitán de la selección
española que jugó el mundial sentado en un autobús que
va a jugar un partido de segunda regional. “¿Cómo tienes
esos gemelos?”, me pregunta. Le contesto: “N 15 dias stoy
ntrnando”.
Cuando Alfonso termina de desayunar nos
acercamos a la barra. Loli, una de las camareras, nos
pregunta que cómo nos gusta un deporte tan duro, que
eso era una locura, Alfonso y yo nos miramos, no hace
falta que nos digamos nada, nuestras miradas lo dicen
todo: Él también está maldito. Saco lentamente unas
monedas, pago y sin inmutarme le digo:
-Cinco minutos de rugby merecen cualquier lesión.
De reojo veo como Alfonso sonríe y asiente.
Vuelvo a mi puesto de trabajo despacio, tranquilo,
cojeando. Mientras, mi cabeza da vueltas y vueltas sobre
el partido de ayer: las miradas con mis compañeros al
entrar al vestuario, el sol colándose por la ventana donde
nos cambiamos dando al lugar una luz extraña, casi irreal,
el olor a pomada y venda, las palabras del capitán, las del
entrenador, el sonido del chocar de los tacos en el suelo, el
olor de la hierba, húmeda aún por el rocío de la mañana, el
primer sprint en el calentamiento, romper a sudar, la calma
antes de la batalla, el corazón casi saliéndose del pecho
un segundo antes de que el árbitro pite el comienzo del
partido, las jugadas en las que había participado, las veces
que había cogido el balón, los placajes hechos, recibidos y
fallados, (ésos duelen más que los golpes, maldita sea) las
sensaciones…
34
Una vez leí que el rugby es un deporte de
14 relatos en torno a un balón oval
sensaciones y el que lo dijo, no recuerdo el nombre, tenía
toda la razón, son casi dos horas de sensaciones. Todo se
olvida, los dolores del cuerpo y del alma, nada importa,
sólo tu equipo, el compromiso con tus hermanos, la
pelota, ensayar...
Y me pregunto a mí mismo cuando será la próxima
vez que vuelva a sentirme vivo dentro de un campo de
rugby.
35
14 relatos en torno a un balón oval
Camisetas granates.
Emilio Carrasco
Olía el vestuario a una mezcolanza agria de
amoniaco y sudor. El vaho del agua caliente salía por la
puerta entreabierta. Un muchacho barbilampiño, de ojos
castaños, algo desgarbado, con una sudadera empapada
esperaba la salida del equipo. El primer partido de la
temporada acababa de finalizar. Lo había visto en las
gradas desde el comienzo, a pesar de la lluvia. El equipo
visitante había arrollado claramente al de su escuela. No
parecía un inicio prometedor. En realidad no tenía muy
clara la razón por la que sus pasos le habían conducido
hasta allí. La puerta se abrió repentinamente, sacándolo de
su ensimismamiento.
-¿Qué opináis?: ¿creéis que debemos dar una oportunidad
a este novato?
Estas palabras las pronunciaba un gigantón de casi
dos metros con más de 125 kilos encima. Con la cabeza
baja, la mirada taladrando el suelo y completamente
ruborizado, el aludido deseaba firmemente ser tragado
por la tierra en ese mismo instante, mientras maldecía la
ocurrencia de haberse presentado allí así. Todos tenían
la sonrisa en los labios. Rememoraban su ingreso en el
equipo. Desde un rincón, mientras se calzaba, sonó una
voz serena, pero firme: “Oso, no te pases”. Se levantó y
se dirigió hacia el recién llegado. Le tendió la mano. “Yo
soy Manu y éste es Oso. Claro que puedes entrenar y si
te apetece realmente, también jugar con nosotros. Como
verás no has venido a dar con el mejor equipo de la liga”
El ruido de voces, risas y platos era ensordecedor.
La mayoría debían estar en clase y no en la cafetería de
la escuela. Para poder oírse, se elevaba el volumen de las
conversaciones, ya de por sí alto, que a su vez aumentaba
el caos general. El encanto de una cafetería concurrida
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14 relatos en torno a un balón oval
tradicional que se precie. En las mesas del fondo
acababan de sentarse los del equipo de rugby. El recién
llegado estaba disipando su resquemor inicial. Ya se
habían presentado la mayoría del equipo: Manu, silencioso
pero amable. Oso, el más pesado y descomunal, jugaba
de delantero, Pitu, más pequeño, anchote y morenito,
jugaba de talonador. Estaban también Isra, “el alemán”,
por su aspecto teutón. Rafa, Manu, Jorge, Emilio, todos
con sus apodos correspondientes, que no era capaz de
memorizar. Los prejuicios que tenía sobre el equipo se
fueron diluyendo entre risas, cervezas y anécdotas.
El recién llegado, Rafa, fue bautizado con “Gace”, al
ser tan rápido como una gacela. Chisco, el medio scrum
granadino -uno de los tipos más divertidos que se pueda
uno imaginar, a pesar de su aspecto fiero- fue el que le
bautizó así. Gace era un tipo rápido, no muy fornido, así
que le pusieron a jugar de ala izquierda. El primer partido
fue un cúmulo de despropósitos. Gace apenas había
jugado y la primera vez que le pasaron el balón cometió
un avant. Sus placajes eran casi abrazos de ballet.
Finalmente tras una melé se llevó un pisotón terrible. La
segunda vez que capturó el maldito melón se le volvió a
escurrir entre las manos. Incómodo, ofuscado, no paraba
de hacerse preguntas: “¿Quién habrá inventado un balón
con esta forma? ¿Qué sentido tiene sólo poder pasar hacia
atrás? Acumulaba las cuestiones casi tan rápido como los
despropósitos de sus acciones. Con lo fácil que sería jugar
al fútbol sala como todo el mundo... Lamentablemente
perdieron el encuentro de una manera humillante. Creyó
percibir alguna mirada de desaprobación, y se sentía
bastante confuso.
Pasaron un par de semanas y con ellas un par de
partidos más, transformados en sendos fracasos. Gace
mejoraba, pero no lo suficiente. El equipo no cuajaba.
Tras la última derrota, ya en el vestuario y para atajar su
sentimiento de culpabilidad, se armó de valor y propuso
entrenar semanalmente. Todos miraron con incredulidad
sus ojos castaños y huidizos. Ya se había intentado antes,
37
14 relatos en torno a un balón oval
pero era imposible poner de acuerdo a todos. Además
aquello era para pasar un buen rato, hacer algo de deporte
y poco más. La propuesta del novato desgarbado nunca
funcionaría. Pero él, orgulloso y firme, convocó a todos al
siguiente lunes a las seis. Que fuera quien quisiera.
Cuando llegó la fecha se encontró sólo con Manu
como único voluntario y seguidor de su propuesta. No
estaba llamado por el camino de la movilización de
multitudes, claramente. El segundo y el tercer día se
mantuvo el dúo, aunque mientras hacían carrera continua
se cruzaron con un par de compañeros del equipo. Por
fin el cuarto día fueron cinco. En cuanto a los partidos, la
cosa fue mejorando un poco. Perdieron un par de ellos,
pero empezaban a presentar batalla y dejarse la piel en la
defensa.
Los meses se precipitaban a una velocidad de
vértigo, como un coche sin frenos. Aunque con cierta
incredulidad inicial, poco a poco en los entrenamientos
empezaban a participar todos los del equipo. Manu solía
llevar la voz cantante. El entrenamiento empezaba a
formar parte de lo cotidiano. Sin embargo era adictivo, así
como los compañeros. Incluso empezaron primero con
cierta sorna y después completamente comprometidos a
preparar jugadas. El progreso fue lento pero firme y los
resultados comenzaron a llegar. Decidieron apuntarse
al torneo universitario, todo un clásico. Normalmente
actuaban de sparring y quedaban eliminados a las
primeras de cambio. La liga se había terminado y habían
hecho un buen papel.
Sin embargo este año algo era diferente. Habían
mantenido los entrenamientos, no eran un puñado de
tipos que jugaban un partido juntos semanalmente y
empezaban a confiar unos en otros y a luchar por los
compañeros, no por su propia individualidad.
Ganaron el primer partido de una manera más
cómoda de lo previsto. Podría pensarse que se trataba de
38
14 relatos en torno a un balón oval
la suerte de los novatos, aunque no lo era. Desprendían
ilusión y ganas. Sus amigos les regalaron para el siguiente
partido de octavos una equipación nueva, toda una
sorpresa, más por lo que significaba que por el regalo
en sí. El reconocimiento de todo el trabajo acumulado.
Eran unas camisetas granates con un pantalón azul. Les
parecieron toda una premonición. No podían perder con
ese regalo en sus manos.
En un encuentro tremendamente disputado,
ganaron también el partido siguiente. Oso fue el gran
protagonista. Pudo con todo lo que se interponía en su
camino. Pitu anotó un par de drops y Gace se apuntó un
par de ensayos meritorios. Los cuartos volvieron a ser
una lucha titánica. Pudieron también con la escuela “y”,
uno de sus rivales típicos. Habitualmente eran derrotados
con contundencia, pero esta vez las tornas cambiaron.
Jugaban cada vez de una manera más armónica,
conjuntados, haciendo un balance defensivo casi perfecto.
No se lo podían creer, pero llegaron a semifinales.
Se formó la melé. La cabeza incrustada contra
otras cabezas. Respiraciones agitadas y la tensión previa
a la introducción del balón. Línea de 22. Sus camisas
granates estaban llenas de tierra y sudor. Los brazos de
los compañeros firmes en los hombros de sus amigos.
Las caras llenas de barro y el olor a tierra húmeda. Suena
el silbato: el balón comienza a rodar y el empuje de
los equipos, como si se tratara de dos grandes trenes
que chocan entre sí, arranca puntual y ferozmente.
Las piernas se tensan y empujan oblicuamente. Se va
pateando el balón hacia atrás, sin ceder en la melé, pese
al empuje rival. Pitu lo saca, y haciendo un quiebro pasa
a Manu, que comienza a correr con unas fuerzas sacadas
del corazón, porque después de la paliza del partido, no
le pueden quedar energías ya en sus piernas. Dribla a un
contrario con un gesto de cintura, a un segundo con un
reverso, pero no puede librarse del tercero que le hace
un tremendo placaje. Se oye un chasquido, se trata de la
rodilla.
39
14 relatos en torno a un balón oval
Sin embargo logra pasar el balón a Gace, algo
desgarbado, pero que corre como alma que lleva al diablo.
Está casi en la línea de ensayo. Tras un último quiebro
consigue llegar. Los 5 puntos suben al marcador. Pierden
20-18. Queda muy poco tiempo. Las espadas, contra todo
pronóstico siguen en todo lo alto. Nadie podía prever
que el equipo de la “escuela X”, de medio pelo pudiera
llegar hasta esta semifinal. La posición parece demasiado
escorada para poder transformar con éxito. El pateador,
Emilio, alias Campana, coloca el balón con suavidad,
casi con mimo. Marca cuatro pasos hacia atrás. La lengua
recorre sus labios resecos. Se pasa la mano por la cara
limpiándose el sudor que le cae de la frente. Máxima
concentración. Como si fuera electricidad, la tensión
se contagia entre todos los jugadores. Han olvidado el
cansancio, sólo están pendientes de la transformación.
Corre, golpea y atraviesa milagrosamente los tres palos.
La alegría del equipo es desbordante, acaban de cumplirse
los segundos cuarenta minutos. No hay tiempo para más.
El milagro se ha cumplido. ¡A la final!
Era el pasaporte para lo impensable, para un sueño.
¡Casi no se lo podían creer! Después de 20 años, el equipo
de la escuela x llegaba a la final del torneo. Había sido
un largo camino hasta llegar aquí. Oso, el pilar, se había
roto el tobillo en un maul. Manu tenía una rodilla que
parecía un globo. La mayoría estaban deshechos de la
tremenda paliza. Sin embargo la sonrisa se ha instalado
en sus rostros. La posterior celebración fue espectacular.
La mayoría de sus compañeros se rindieron ante este
puñado de deportistas que compartían el día a día con
ellos y rompían los tópicos y estereotipos de lo que se
imaginaban era un equipo de rugby.
Por fin llegó el día de la final. Nunca habían visto
tanta gente en el campo. Me gustaría poder contar que
aquel partido se ganó. Pero no fue así. Pelearon como
leones. Se partieron por dentro y por fuera luchando en
cada jugada. Sin embargo conquistaron lo más importante,
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14 relatos en torno a un balón oval
sin pretenderlo: respeto. Un profundo respeto no ya de
sus novias, amigos y compañeros, -ése lo tenían desde
hacía mucho- sino del público y especialmente de sus
rivales. Aquellos tipos que empezaron como un grupo de
amiguetes se habían convertido en un equipo. Luchaban
por cada metro, en cada melé, por cada placaje no sólo
por ellos sino por sus compañeros. Especialmente por los
que no podían participar en el partido. Eran ellos, Manu y
Oso, los que más sufrieron los golpes de sus compañeros.
Aunque juró que era mentira y lo negará siempre, a Oso
se le cayeron unas cuantas lágrimas cuando Pitu, paraba a
tipos de más de 120 kilos.
Algo que era más que la suma de sus
individualidades. Al término del encuentro, un grupo
de hombres rotos, literalmente, fue aplaudido por el
vencedor.
Verdaderamente emocionante. No importaba la
copa, ni el inscribir su nombre por primera vez como
campeones. Se perdió el partido, pero ganaron honor
y respeto. No cotizan en bolsa, por eso es más valioso,
porque forja a los verdaderos hombres para el día a día.
Años después, se siguen reuniendo en cenas y
celebraciones –sigue habiendo motivos para celebrar
cualquier cosa-. No con tanta frecuencia, porque se han
convertido en tipos ocupados, padres responsables,
hombres de negocios o “currantes”. Todos saben que una
parte de lo que son, como amigos y como luchadores
cotidianos, se lo deben a aquel equipo de rugby que
perdió la final. Y todos guardan las camisetas granates de
aquella derrota victoriosa.
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14 relatos en torno a un balón oval
Qué curioso…
Rafael Fayos
“Qué curioso…”, era lo único que decía el pobre
hombre, aunque de aquella manera, claro, pues con la
mandíbula rota tampoco resulta muy fácil decir algo no
similar a “aaaargh”. Pero aún así, esas dos palabras son las
que salían desde su garganta, “qué curioso…”. Y pasado
unos minutos lo volvía a decir.
Todos a su alrededor, y en aquel momento aquella
camilla parecía el centro de una melé o un maul, para
que me entendáis, no podían por menos que esbozar
una media sonrisa, en parte por lo que un tipo realmente
maltrecho trasmitía con cierta gracia por sus ojos (de lo
poco que podía mover, o al menos con lo poco que podía
mostrar sentimiento alguno) en parte, por lo chocante de
la situación.
Y cuando digo chocante me refiero a que
dos enfermeras y un auxiliar y dos celadores y un
traumatólogo (más un cirujano que pasaba por allí, cosas
que pasan en los hospitales, que cuando no necesitas
uno resulta que pasa por tu lado el mejor abretripas de
la región) estaban con una sonrisa en la cara como si
acabase de nacer un niño tras el parto más complicado
con final feliz de toda la Historia de la Humanidad. Si
bien lo único que ocurría allí es que se encontraban
reunidos con un gesto simpático alrededor de un tipo
que difícilmente podía mover un músculo del cuerpo por
debajo de la nuez, y que a duras penas conseguía articular
su mandíbula (o mandíbulas, pues en aquel momento la
inferior ni se sabe cuantos trozos tenía) pero cuyos ojos
mostraban profunda felicidad, o al menos lo parecía, tal
y como apuntaba uno de los celadores, individuos que
en estos casos siempre parece que sepan más que todos
los demás, quizá porque pueden opinar sin riesgo a
equivocarse, pues acierten o no, tampoco parece que los
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14 relatos en torno a un balón oval
que deciden les vayan a hacer mucho caso.
Ninguno de los reunidos allí le preguntaba
al interfecto mucho más, pues viendo su maxilar
(o maxilares) inferior (es) todos entendían que
aquel momento tampoco era para entablar muchas
conversaciones con él, pero de verdad que cada vez que
el “qué curioso…” sonaba en la camilla, una fuerte punzada
de curiosidad sacudía a todos los presentes en lo más
hondo de sus cerebros.
El cirujano maxilofacial llegó pronto (los almuerzos
en el Hospital eran por suerte frugales) y lo primero
que decidió, visto el nerviosismo reinante en el grupo,
fue llevarse a aquel tipo de allí a un box un poco más
reservado, para así poder empezar a trabajar sin el ya
mencionado consejo de los celadores.
Y allí fue donde reunidos ya por fin especialista,
enfermeras y paciente, sonó de nuevo el “qué curioso…”,
pero adornado esta vez con una mueca que el maxilo
(perdonad la abreviatura, pero las enfermeras le llamaban
así) no pudo por menos deducir para sorpresa de las
presentes que se trataba de una sonrisa.
Aún así, o precisamente por ello, decidió que era
preciso empezar cuanto antes a encajar el rompecabezas
-los maxilofaciales ven así una mandíbula partida, qué
le vamos a hacer-, si bien la anestesia no sería general,
pues no podían arriesgarse a que aquel animal (lo dijo
cariñosamente y así lo entendieron todos, pues habrían
faltado centímetros de camilla por los cuatro lados para
que estuviese recogido como debía ser) pues aquel
animal, decía, habría necesitado tanta droga para dormirle
que, a pesar de los calambres en sus piernas y el shock
post-traumático derivado de que te partan la mandíbula
así a lo vivo, habría podido conllevar más complicaciones
que ventajas, por lo que le pincharon una dosis (una dosis
grandecita) de nolotil, y con eso empezaron a trabajar,
eso sí, tras oír por última vez un “qué curiossso…” más
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14 relatos en torno a un balón oval
alargado que los anteriores.
Mientras aquello ocurría fueron llegando por tandas
los compañeros, dos de los cuales pasaron nada más
quitarse el barro del partido a buscar a la sufrida mujer
(sufrida pues aguantaba -con ironía, eso sí- cada domingo
los calambres y dolores de su marido mientras éste
incomprensiblemente sonreía recordando los lances del
partido, quizá aún un poco anestesiado por las cervezas
del tercer tiempo, y no podía evitar dejar perdidas de
rojo otra vez las sábanas con la sangre de sus rodillas y
codos) Por supuesto también las dos pequeñas hijas del
mastodonte les acompañaban pues la esposa insistió
en ello, no resultara que aquella vez fuese algo gordo lo
ocurrido y luego no pudiese estar pendiente de que sus
hijas lograran ver a su padre tal y como hasta ahora le
habían conocido, broma que repetían siempre antes de
que él saliera a jugar un partido.
Y así, en el pasillo, frente al quirófano, se
encontraron aquella mañana un montón de tipos
magullados de gran tamaño, un par de señoritos que
podrían ser modelos o algo similar, impecables sus
facciones y sin un sólo rasguño (los dos alas, en efecto)
más las dos pequeñas niñas y la mujer de un tipo que
había entrado una hora y media antes por la puerta de
urgencias repitiendo el “qué curioso” de marras.
Como siempre ocurre en estos casos, los últimos
que entran llegan con cara de preocupación, pero a
medida que el grupo aumenta las caras largas se tornan
en sonrientes, tal y como van surgiendo las tan previsibles
conversaciones acerca del partido jugado, de los que
nunca hicieron un ensayo (y el hoy lesionado había
logrado ese día el primero tras muchos años de pilier en
el equipo de su ciudad, momento en el que un contrario
le pisó involuntariamente la cabeza y le llevó a acabar de
esta guisa) del último viaje de equipo, o la paciencia que
nuestras santas tienen con nosotros cuando llegamos a
casa tras cada partido y no podemos ni movernos.
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14 relatos en torno a un balón oval
Si a ese grupo añadimos a dos criaturitas de tres
y cinco años con ganas de juerga, es fácil pensar que
aquello se convirtió de inmediato en un extraordinario
espectáculo, de modo que aquel pasillo de normal triste,
serio y aséptico era de repente algo extrañamente
parecido a una fiesta, con tipos pasando sobradamente
los 100 kilos jugando en el suelo a imitar animales (la
trucha o el perro los más celebrados) y otros con unas
orejas que no parecían tales y cejas hinchadas de los
sucesivos golpes recibidos (incluso con algún ojo morado)
haciendo vocecitas de imitación de no-se-sabe-muy-bienqué pero que a las niñas (y al respetable) les llenaban de
júbilo a pesar de la situación que les había reunido allí,
aparentemente olvidada.
Tres horas más tarde fue cuando un agotado
cirujano maxilofacial salió al pasillo para tratar de explicar
a la multitud tanto la lesión en sí (fractura de la mandíbula
inferior en tres trozos debido a un fuerte golpe con un
objeto contundente) cómo la intervención, un éxito, pues
al ser una rotura limpia las partes encajaron con relativa
facilidad.
Pero unos instantes después el jolgorio cesó, y las
risas provocadas a todo el equipo tras el comentario del
galeno de que las cicatrices no iban a notarse apenas
pasado un tiempo (si hubiese observado cuánto careto
marcado no por el acné precisamente había allí en ese
momento seguro que se lo habría ahorrado) pues éste
cambió su expresión de modo que la algarabía giró de
modo súbito en un silencio frío y cortante.
Algo ocurría, algo que el especialista no había
comentado, de modo que fue la mujer del intervenido
la única que alzó la voz entre todos aquellos tipos, para
preguntar qué era lo que no les había contado pero que
no iba a tardar en hacer. El doctor trató de contestar, pero
lo cierto es que el silencio que siguió a la pregunta de la
mujer fue demasiado largo, tanto que incluso las pequeñas
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14 relatos en torno a un balón oval
hijas se dieron cuenta de que algo ocurría.
Y finalmente habló, pero tan nervioso que parecía
que la noticia iba a ser mala, pues a los médicos siempre
les suponemos una tranquilidad tan estudiada, que en
ese momento, viéndole así, todos entendieron que algo
pasaba. El médico no sabía por donde empezar, pero
finalmente les comentó su inquietud, y ésta venía dada
porque por primera vez en su carrera, un paciente estaba
comentando algo durante la intervención en la mandíbula,
lo cual era a todas luces dificultoso y sorprendente.
La frase la conocía ya todo el turno del hospital, y
era el tantas veces repetido “qué curioso” que desde el
primer momento había estado expulsando la boca abierta
del lesionado, por lo que el maxilo les rogó que tratasen
de enterarse del porqué, para poder descartar una lesión
cerebral derivada del golpe, en forma de amnesia posttraumática o quizá algo neurológico de difícil diagnosis.
La mujer, el capitán del equipo y el médico entraron
en el box en el que estaba tumbado el pilier, y mientras
este último se quedó un poco separado de la camilla, los
otros dos se acercaron, y lo encontraron relajado, con
media cabeza tapada por las vendas pero con sus grandes
ojos marrones brillantes de felicidad y con una mueca
parecida a una sonrisa, quizá provocada por la presión
que las citadas vendas le producían, pero parecida a una
sonrisa al fin y al cabo.
Ambos supieron de inmediato que estaba bien, pues
esa era la expresión que tantas veces le habían visto tras
un buen partido en la ducha o un buen placaje aún en el
campo (o incluso cuando cogió en sus enormes brazos
a sus hijas recién nacidas) por lo que no tardaron en
abordar el tema de la frase que el cirujano les pidió que
averiguasen. Esperando una respuesta, y una vez se dieron
cuenta de que les hacía un gesto con su mano derecha,
le acercaron un papel y un bolígrafo con el que pudiese
escribirles algún mensaje de tranquilidad.
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14 relatos en torno a un balón oval
Y así lo hizo, con lo que un instante después –en
cuanto el capitán salió al pasillo para que las niñas
entraran a ver a su padre- el ruido volvió al pasillo en
forma de una sonora y multitudinaria carcajada en medio
de un abrazo de todos los presentes.
El capitán llevaba entre sus manos un papel
manuscrito por un tío hecho polvo que apenas podía
moverse por el dolor, con la mandíbula rota y la cara
hinchada bajo las vendas, y con un ataque de amnesia
posterior a un golpe que podía haberle costado algo más
que una fractura, pero que estaba completamente feliz
y sorprendido pues, tras anotar su primer ensayo, no
recordaba qué le había llevado allí, con lo que sólo acertó
a escribir “qué curioso, no imaginaba que al anotar me
sentiría así, ¿cuándo es el próximo partido?”
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14 relatos en torno a un balón oval
Así en el Rugby como en la vida.
Mensi Nuevo Garcia & Arturo Bravo Nuevo
En la auditoría en la que trabajo desde hace doce
años en N.Y. no se suelen recibir correos privados. Pero
allí es donde precisamente llegó.
Decía.- ¿Eres de Madrid?, ¿te llamas Moto?, ¿Juegas al
rugby? Firma Termi.
Venía remitido desde…. La Cruz de Huanacaxtle. MÉXICO.
El impacto fue tremendo, recibir este mail desde
un pueblo perdido de México que ni siquiera ubicaba en
el mapa, a mi nombre, de alguien que era para mí, de
momento, un completo desconocido y que me devolvía
al mundo que dormía en mis recuerdos, un mundo de
tiempos fáciles y felices donde la amistad era amistad
y no importaban los objetivos económicos a cumplir. El
dinero solo valía para tomar unas copas y todos éramos
hermanos y solidarios. Recuerdos que yo tenía casi
olvidados.
Al trabajar para una gran compañía internacional,
los secretos económicos que pasan por las manos de los
empleados son secretos más que de Estado. Puede ser
que algún competidor de fuera o dentro, quiera sonsacar
las fusiones, opas o sencillamente pillar un soplo a algún
inocente, que de saberse por parte de la compañía, le
pondría en la calle en dos segundos, con el agravante de
la imposibilidad posterior de trabajar para nadie.
Así que tanteé al paisano trascurridos dos días.
-Sí, me llamaban Moto, jugaba al rugby de apertura. Pero
de eso hace ahora mucho tiempo ¿Tú quién eres?, ¿Cómo
me has encontrado? Moto.
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Me contestó a las tres horas.
14 relatos en torno a un balón oval
-No me digas que eres Moto, vi tu nombre en una revista
de economía por Internet, venía tu email, ¡¡¡Que alegría!!!
Jugábamos juntos en el equipo de la UAM. Soy Dany,
me llamabais Termi, por Terminador, ja ja ja. ¿Recuerdas
el año 90, cuando jugamos la final universitaria contra
la Politécnica? Tenían medio equipo de Arquitectura.
Recuerdo que quedaban 10 minutos de partido, teníamos
el balón en su 22 y tú me pediste un cruce para que yo,
como siempre, rompiera. Esta vez, no me diste el oval sino
que te lo quedaste. Me engañaste a mí y a ellos. Viste el
hueco y metiste el ensayo entre los palos. A la siguiente
jugada me luxé el hombro. Al final del partido me llevaste
a urgencias, los dos con una cerveza en la mano y yo con
un brazo colgando, que por cierto se me sale cada vez
que entreno. Nada menos que “La Poli” nos hizo el pasillo.
Somos casi viejos Moto. ¿Sigues jugando?...
Cuéntame qué es de tu vida, un abrazo Termi.
Mi vida, preguntaba por mi vida, pensé. Este Termi
sigue siendo un inocente. Casi nada de lo que tuve he
conservado, mis amigos, perdidos a miles de kilómetros.
Hace tiempo que dejamos de escribirnos. Se enfrían los
afectos en la distancia. Mi matrimonio: un fracaso. Quizás
se podría haber salvado, luchamos poco por ello. Mis hijas,
lo que más quiero en el mundo, las veo 15 días al año, ellas
viviendo en España y yo en Nueva York, que cada día
me conocen menos y a las que cada día conozco menos.
Tendría que mejorar esta relación, pero no sé ni cómo.
Mi madre, a la que vi, cuando ya no conocía, muerta
de un cáncer fulminante y mi padre, solo, perdiendo la
razón cada día un poco más. Gano mucho dinero para
tenerlo en el banco y para tener un Mercedes en la puerta
de la casa. ¡¡ La vida debe ser otra cosa!!
-Querido Termi: Eso de ganar a La Poli fue el crack de
nuestro equipo. Me has hecho recordar muchas cosas. Me
acuerdo de ese partido. Creo que ha sido el único partido
conmigo de apertura y tú de centro en el que no te di la
bola en un cruce, porque sinceramente tu eras un “toro”.
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14 relatos en torno a un balón oval
Te tengo en algunas fotos antiguas, una del año 89, en
que quedamos segundos pero ganamos moralmente. Me
alegro de que me hayas encontrado. Mi vida es muy poco
interesante. Cuéntame la tuya, un abrazo. Moto.
-Querido Moto: dejé de jugar con vosotros, tuve que
abandonar los estudios, mis padres murieron en un
accidente de coche el verano del 90 y me puse a atender
el pequeño comercio de mis padres, para mantener a mis
tres hermanos y mi abuela, pero seguí jugando al rugby y
todavía sigo de alguna manera.
Me llamabas mucho, pero no podía ir con vosotros,
estaba avergonzado por haber dejado la carrera. Continué
jugando en otros equipos, les imbuí a mis hermanos el
amor a este deporte, el pequeño es un campeón, juega en
la regional de Madrid. Pero él juega de medio melé porque
ha sido el único con cerebro de la familia.
Vine a una feria a México y me conquistó una
mexicana, vivo en este pueblo perdido. Mi mujer y mi
suegra regentan un hotel rural, no nos sobra ni un peso,
pero tampoco nos falta, soy feliz, nunca le pedí a la vida
más que vivirla y eso es lo que me han concedido los
dioses.
Tengo tres chicos ¿Te lo imaginas? Sí, todos son jugadores
de rugby. También tengo una niña que es el vivo retrato
de su madre.
Digo que soy escritor y ellas me dejan escribir,
de vez en cuando me publican algo y es una fiesta, lo
celebran como si me hubieran dado el Nóbel. Suelo
escribir historias de deporte, pero fundamentalmente de
rugby.
También entreno al equipo local. Tío no te imaginas que
chusma tan entregada, tienen un entusiasmo increíble,
la temporada pasada por poco quedamos quintos, eso
es lo que más me divierte, el Rugby. Aquí en México,
nadie juega al rugby pero como los mexicanos le ponen
corazón y cojones a todo, los que lo prueban, quedan
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14 relatos en torno a un balón oval
enganchados.
Tú Moto eras un tipo muy fardón, ja ja ja y muy
inteligente, siempre te admiré, tus tácticas en el rugby, tus
buenas notas y cómo te llevabas a las chicas más guapas,
tenías loca a Patricia, que fue el dolor de mis amores, ¿La
volviste a ver?, ja ja ja. Un abrazo. Termi.
-Querido Termi, a Patricia la vi, mucho, sí, me casé con
ella. Ahora no nos vemos gracias a Dios o a quien sea,
pero tiene a las dos hijas que tuvimos en común. Si llego a
saber como iba a resultar te la habría cedido, con MUCHO
gusto. Ja Ja ja. En cuanto me puse a trabajar, dejé de jugar
al rugby. Mi excusa fue la falta de tiempo.
-Querido Moto, dentro de dos semanas hay un partido
amistoso que se juega entre mi equipo y uno de Oaxaca.
Siempre perdemos contra ellos. Más que nada porque su
equipo esta lleno de australianos y neozelandeses. Una
cosa sí te digo y es que los terceros tiempos aquí son
legendarios.
Es cerca de este pueblo, te invito a venir, te hospedas
en nuestro hotel, no te esperes nada del otro mundo. Me
encantaría verte. Un abrazo. Termi.
-Querido Termi, siempre tan generoso, justo tengo
vacaciones esos días. Acepto encantado. Un abrazo
campeón. Moto.
Encontré un hombre bien parecido, de hecho había
cambiado poco desde que jugábamos juntos, algunas
canas, pocos kilos de más y todavía un toro. Pero sobre
todo encontré un hombre feliz, atendía a los pocos
clientes que tenía en el hotel con sonrisa fácil y abierta. En
el pueblo los chicos seguían nuestra furgoneta saludando
a su entrenador como si vieran a los Reyes Magos.
En su hotel sus mujeres le esperaban para que diera
el visto bueno al guiso especial, arreglara la cañería o
ayudara a los hijos a hacer los deberes. Él era el rey. Tenía
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14 relatos en torno a un balón oval
una complicidad envidiable con su mujer, con sus hijos y
hasta con su suegra. Vive en el único lugar de todo México
donde se juega más al rugby que al fútbol.
Anhelé la vida de este hombre llano que no terminó
la carrera, que se casó con una mujer sencilla, que tenía un
coche de hace seis o siete años, que veía a sus hijos todos
los días y que lo mismo ponía todo su empeño en reparar
cualquier cosa que en entrenar a un equipo imposible.
Estábamos tomando un tequila, era madrugada y
se nos fue el tiempo recordando jugadas, gente, errores,
placajes, tanganas, y algún ensayo.
Termi, alzando el vaso, dijo, “Por nosotros Moto, que
así en el rugby como en la vida danos hasta la última gota
de sudor, hasta la ultima carrera.
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14 relatos en torno a un balón oval
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14 relatos en torno a un balón oval
Y qué más da, amigo.
Enrique Cardona
Me despierto dolorido y desorientado, la luna ya ha
escapado y sobre mí, un incipiente sol de verano me dice
que es de día. Pienso, trato de pensar con más fuerza pero
no me viene nada a la cabeza. De repente una luz cruza mi
mente y me dice:
“¿Dónde estás?”
Me incorporo y descubro que estoy en un banco, en
plena calle y que ya es de día, por suerte son las primeras
luces y nadie me ha visto. ¡Qué pensaría la gente! Una
persona educada y bien formada como yo pagando los
excesos de una noche loca tirado en la calle como un
vagabundo.
A mi lado, en el mismo banco, otra persona, no la
conozco de nada pero no lo puedo asegurar, mis neuronas
viajan a velocidad reducida. Trato de recordar qué ha
sucedido:
“¡Vamos, piensa! ¿Qué hice ayer de noche?” Mi
cerebro parece estar ajustándome las cuentas por
mis excesos con él. No recibo respuesta. Trato de
incorporarme y un agudo dolor se me clava en la espalda,
echo las manos para ver qué me sucede.
No alcanzo a tocar el lugar exacto más que con
las yemas de la mano izquierda, parecen cicatrices de
cortes pero no lo puedo ver, escuecen, es una sensación
conocida pero que no alcanzo a identificar.
Me incorporo y respiro hondo, otro dolor, esta
vez en el cuello, parece que se me ha sentado encima
un elefante, “habré cogido una postura por dormir en el
banco” –pienso. Este dolor, más intenso que el anterior,
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14 relatos en torno a un balón oval
me espabila un poco, trato de ir atrás en mi memoria hasta
el primer recuerdo conocido para empezar a investigar en
los resquicios de mi mente a partir de ahí.
Ayer no fui a trabajar. Era sábado. Sé que me
desperté pronto. ¿Para qué? ¡Era sábado! ¿Qué tenía que
hacer por la mañana? No lo sé. Al fin se me enciende la
bombilla, ese dolor en el cuello. ¡Las melés! ¡Ayer fue el
torneo!
El último mes fue un ir y venir constante para que el
I Torneo veraniego de Rugby que organizaba mi club fuera
un éxito. Seguro que lo había sido aunque aún no lo tenía
muy claro.
Poco a poco fueron regresando a mi mente los
sucesos del día anterior. La recepción de los equipos,
el sorteo del calendario de competición, las labores
de inscripción y reparto de material, etc. Incluso luego
empecé a recordar los partidos, no todos por supuesto,
sólo los que había jugado mi equipo y pude ver desde
la banda retazos de los momentos en los que yo había
intervenido.
Recuerdo un partido fácil, ante un equipo mermado
que reclutó varios “mercenarios” para poder jugar. Fue un
partido de mucho movimiento, todos nosotros, sobre todo
yo, estábamos muy ilusionados por este nuevo paso en
nuestro club y lo dimos todo sobre el campo. Aunque no
llegué a anotar ningún ensayo, colaboré muy activamente
en la recuperación de balones y facilité buenos pases a mis
compañeros para que ellos pudieran anotar. Sus puntos
eran también míos.
A medida que recordaba un nuevo dato, otros más
se agolpaban en mi cabeza mientras exprimía al máximo
esas sensaciones y emociones que estaba redescubriendo.
El puzzle se iba completando y lo estaba disfrutando al
100%.
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14 relatos en torno a un balón oval
En esa primera fase nos cruzamos con uno de los
“cocos” del torneo: “Los halcones”. Un equipo muy fuerte
con jugadores de gran nivel que se pasaban el verano
jugando y ganando torneos por los campos y playas
españolas e incluso de otras partes de Europa.
Estuvimos a punto de dar la sorpresa, hicimos el
mejor rugby de nuestra vida y ellos vieron cómo su actitud
casi chulesca habitual se estaba volviendo en su contra.
Hicieron entrar a sus mejores hombres y empezaron
a jugar duro, muy duro. Ahí me crecí y tome la
responsabilidad de plantarles cara, no en el juego, ya que
no pude aportar mucho con el balón, pero sí en frenarles
lo mejor que pude. El enfrentamiento fue subiendo de
tono hasta que mi homólogo en “Los halcones” optó
por la vía violenta: golpes indiscriminados, placajes
demasiado altos, pisotones con fuerza al caer al suelo en
los agrupamientos.
El árbitro no supo o no pudo parar el juego, era
comprensible, estaba arbitrando gente que no se dedicaba
realmente a ello, eran jugadores de los distintos equipos
del torneo, con buena intención, pero sin experiencia
en esas lides. Ni él ni yo fuimos expulsados pese al
intercambio de acciones duras que llevamos a cabo, por
suerte para el resto de jugadores, entre nosotros.
Ahí me di cuenta de qué eran esos dolores de mi
espalda, ese maldito jugador de “Los halcones” me había
dejado los tacos marcados por todo el cuerpo.
Un sentimiento de rencor inundó mi mente en ese
momento pero sin saber muy bien por qué. Tardó apenas
unos segundos en desaparecer, seguí recordando y no
reflexioné sobre ello.
Luego llegaron los demás partidos, la comida y los
sorteos para las finales. El azar –sorteo puro- quiso que
no nos volviéramos a cruzar hasta la final. Para nosotros
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14 relatos en torno a un balón oval
llegar a la final era un exitazo, ya habíamos cumplido con
creces nuestras expectativas más optimistas, pero yo
quería volver a medirme con él, el resultado era un poco lo
de menos pero le iba a demostrar quién era yo.
En ese momento sonó mi teléfono móvil, eran mis
compañeros que me preguntaban dónde estaba, que
hacía horas que me habían perdido de vista. Hablando
con ellos recordé el tercer tiempo y su continuación
hasta altas horas de la madrugada mientras ellos seguían
preguntando que dónde estábamos. “¿Dónde estábamos?
¿Quiénes? ¡Si yo estoy solo!” Atropelladamente me
contaron que al finalizar el tercer tiempo y antes de
dirigirnos todos juntos a otro local, había desaparecido de
allí junto con Paco.
-“¿Quién es Paco?” –pregunté-, “¿pero eso a qué hora
fue?” No entendía nada.
Ya con un poco más de calma me explicaron la
situación: Paco era ese jugador de “Los Halcones” con
el que me las había tenido que ver durante el torneo;
sus compañeros estaba muy preocupados porque no
sabían qué había sido de él y no respondía al teléfono. No
conocía la ciudad. Entre todos fueron hilando la historia y
llegaron a la conclusión de que él y yo nos habíamos ido
juntos a continuar la fiesta en algún bar cercano.
A mí me parecía imposible. ¿Yo de fiesta con ese
tipo tan desagradable? No creo. Después de lo que
sucedió en la primera fase del torneo y en la… en la… ¡La
final! ¡No recordaba qué había pasado en la final! Vaya
laguna mental.
Ahora quien se atropelló al preguntar fui yo, quería
saber todo lo que había sucedido en ese partido. Me
resumieron en pocas palabras la final. Parecido al primer
partido en todo, sobre todo en el “pique” entre ese chico,
Paco, y yo, pero con mejor resultado para mi equipo, yo
había logrado el ensayo decisivo pasando literalmente por
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14 relatos en torno a un balón oval
encima de Paco en la última jugada. Él se había levantado
y vino hacía mí, pensé que tendría algún gesto arrogante
como los que había tenido anteriormente, pero en lugar de
ello me dio la mano y me felicitó por el torneo, no por la
final, no por el ensayo, por el torneo, y me agradeció como
organizador el haberlos invitado.
En ese momento escuché otro teléfono sonar. Me
giré hacia el sonido y vi al otro individuo que estaba tirado
en el banco cómo se despertaba y cogía el teléfono. Al
incorporarse le pude ver la cara. ¡Era Paco! Habíamos
estado bebiendo juntos toda la noche hasta quedarnos
rendidos en ese banco a la salida del último local de copas.
Le comuniqué a mis compañeros que lo había
encontrado mientras escuchaba una conversación similar
a la que yo había tenido con mis compañeros, pero
esta vez era Paco el que la tenía con los suyos. Les dije
dónde estábamos y dijeron que nos vendrían a buscar
inmediatamente.
En ese momento, me senté al lado de Paco y éste
me preguntó: “Oye, ¿tú te acuerdas de cómo quedamos
ayer? ¿Cómo quedamos al final?” Y yo le dije: “y qué más
da, amigo”
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14 relatos en torno a un balón oval
Soñar.
Jack Leyton
El calor estaba convirtiendo la estancia en un lugar
incomodo, por eso el joven entrenador decidió que lo
mejor seria bajar los grados de aquel aparato que insistía
en echar aire caliente. Pero el mando a distancia no se
encontraba cerca, y dejando sobre la mesilla un libro que
estaba leyendo, se incorporó pesadamente de la cama,
ayudado por su inseparable bastón, para acercarse hasta
la pared y accionar manualmente el panel empotrado de
climatización con el objetivo de reducir así la temperatura.
Caminaba descalzo sobre la suave moqueta
aterciopelada, de un cálido color melocotón que durante
el día hacía que todo refulgiese con una intensidad
especial gracias a la luz que se colaba a través de las
grandes cristaleras que tenía la balconada de aquel
lujoso hotel. Pero ahora de noche ya no había luz que
entrase por aquella ventana intentando dibujar sombras
caprichosas, Y aquella noche las numerosas nubes que
se apoderaban del cielo amenazaban con descargar ríos
de agua. Tan solo unas luces tenues de incandescentes
bombillas alumbraban la habitación y los esplendidos
tonos vivos del día se trocaron lúgubres, y ahora lo que
más destacaba en aquella habitación era una replica del
cuadro “Adieu” que por sus tonos y geometría, hacía de la
estancia un lugar de acogedor y sugestivo aspecto, donde
era fácil abordar recuerdos y nostalgias.
El sueño se había esfumado porque algo inquietaba
en ese momento de forma inusual al joven entrenador
del equipo de rugby que había marcado una revolución
durante esa temporada, y es que en ocasiones los
deportistas de elite se ven sometidos a una presión
especial cuando el compromiso que van a afrontar tiene
una importancia trascendental.
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14 relatos en torno a un balón oval
Había comenzado a llover y las gotas de agua
se deslizaban por los cristales como queriendo ser
las primeras en llegar a una imaginaria línea de marca
esquivando a todas aquellas que ya se habían detenido.
El entrenador las miró fijamente y sin querer su mente
viajo tiempo atrás para evocar aquella maldita mañana de
domingo en la que también como ahora llovía; Se había
producido una falta y había que jugar el balón ovalado en
una melé. Todos los “Forward” dispuestos mientras que
el talonador ya agachado se abrazaba fuertemente a los
pilares frente a la mediana para construir la primera línea
de la formación. El agua se deslizaba por sus ya de por
sí sudadas frentes y se estancaba en sus ojos, lo que les
obligaba a mantenerlos semicerrados.
El árbitro dio la orden de “entren”, y el balón
ovalado se perdió bajo los pies de todos aquellos hombres
que luchaban por sacarlo por la parte trasera de la
melé. Un compañero recogió al fin la pelota y avanzó
en perpendicular a la línea corriendo tan solo unos tres
metros antes de soltarla con un puntapié de volea que
buscara a un jugador desmarcado con vistas a un ensayo.
Todas las miradas de los jugadores se concentraron en
el ovalo volante y todos a su vez iniciaron una frenética
carrera con la intención de interceptarlo en el aire, pero
él, fue el más rápido, recogió el balón y lo colocó en su
cadera, parecía imparable. Un jugador contrario apareció
por un lateral y extendió sus brazos para lanzarse a por el
en un vuelo sin motor, pero apenas si rozó su pantalón, se
le escurrió como pez en agua, el publico rugió y rompió
en un aplauso prolongado que animaba su carrera. Hizo
después un brusco movimiento de caderas con el que
evito del blocaje de un segundo contrario que a punto
estuvo de conseguirlo; ya solo faltaban unos metros
para llegar al ensayo cuando un jugador que corría tras
él, le dio alcance abalanzándose enérgicamente para
realizar un placaje antirreglamentario agarrándole por el
cuello. Aún se estremecía al recordar el dolor que sintió
en toda su espalda, y cuando cayó al suelo herido ya de
gravedad con el balón aún en las manos, ni el frío agua
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14 relatos en torno a un balón oval
que encharcaba aquel suelo junto a la línea de marca pudo
sentir. Y en realidad, aquella lesión que le impidió volver
a jugar, que le tuvo en cama catorce meses y que dejaría
en él secuelas que arrastraría durante toda su vida, no
fue curiosamente lo que recordaba con más dolor, pues
la sensación más dolorosa sobre las sabanas blancas que
cubrían el colchón de la cama de aquel hospital que se
convirtió en su casa, era comprobar que después de una
vida luchando por el noble deporte que en su día inventara
William Web Ellis, nadie, ni un periódico deportivo, ni un
informativo de televisión se había encargado de llevar la
triste noticia de su lesión hasta el gran público que vivía
hipnotizado bajo los efectos sedantes del fútbol y no era
capaz de prestar atención a cualquier otro deporte que no
le metieran por los ojos los noticieros.
Dejó que el libro que leía se deslizase entre sus
dedos -como un balón que se escurre de las manos-, para
que cayese al suelo, aspiró una bocanada de aire y le
pareció percibir el aroma de la tierra mojada de aquel día,
incluso su espalda sudada por el amargo recuerdo parecía
estar posada sobre aquel barral, luego giró su cabeza
recostada sobre la almohada y contempló las luces de
colores de la ciudad y se quedó ensimismado mirando allá
a lo lejos un reloj cuyas agujas marcaban las once y treinta
de la noche, y curiosamente, su inquietud se hizo visible,
en ese momento recordó a sus amigos, se preguntó que
estarían haciendo ese sábado noche. Seguramente ya
estuvieran todos juntos contándose todo lo acaecido
durante la semana, escuchando música, bailando, jugando
a los bolos, al billar, al mus, o afinando el gaznate con un
poco de licor milagroso ¿Qué más daba lo que estuvieran
haciendo? El caso, es que estarían pasándoselo bien, y
él estaba allí como seleccionador de un equipo de rugby
al que amaba pero sintiendo en su interior la impotencia
al no poder saltar al terreno de juego y meter un balón
entre los tres palos con un puntapié franco ¿Merecía la
pena encerrarse allí, ese sábado noche como otro de
tantos, inmerso en un enorme estado de nerviosismo y
preocupación? Una vez más se contestaba a si mismo
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14 relatos en torno a un balón oval
que sí, sabía que amaba a un deporte minoritario en
comparación con otros, y que tenía -como le sucede a la
mayoría de los deportes de contacto-, una significativa
nobleza y un gran respeto hacía el adversario, y por
supuesto, practicarlo hacia que en uno nacieran valores
positivos Lo sabía bien y eso le reconfortaba a cada
minuto, y bien merecían la pena tres derrotas si se obtenía
una sola victoria que sabia a dulce. Pero es más, no había
derrotas en su equipo, ahora con sus conocimientos bien
aplicados, con su forma de concebir el juego, y el toque
de espectacularidad que siempre creyó necesario fue
trasmitido a sus jugadores a la perfección, y ello, había
dado como resultado que su lucha en los despachos
por una oportunidad televisiva se viera consolidada.
Aquella era la noche antesala al gran partido que todo el
país podría ver. Cuando el sol asomara por poniente ya
estarían los técnicos montando aquellos miles de cables y
colocando las cámaras que llevarían el juego de su equipo
a todos los hogares españoles. Tenía la responsabilidad
de hacer entender a sus hombres que aquel día sería uno
de los más importantes en la lucha por el rugby y que
tendrían que dar de sí todo cuanto estuviera en sus manos
para garantizar una audiencia constante y que al fin su
deporte favorito refulgiese con la intensidad que merecía.
Finalmente cerró los ojos y evocar los recuerdos alegres
de las grandes victorias le sirvió para al fin descansar.
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14 relatos en torno a un balón oval
Sin mí no hay partido.
Mario Postigo Hernández
Alguien me cogió del fondo de una bolsa de
deporte, tanteó en todos los sentidos, me hicieron
rebotar cinco o seis veces sobre un suelo de hormigón,
posteriormente me apoyaron en el banco cerca de una
toalla. Una voz dijo: “¡jugamos con éste!”. Soy un balón.
Oval de cuero, soy nuevo, sin experiencia, hasta ahora
nunca me escogieron entre los otros balones.
¡Sin mí no hay partido!
Pues sí, me seleccionaron también para esta final,
como a los treinta jugadores; estoy en mi esquina y
espero. Oigo el rumor del estadio que inflama más la hora
del partido que se acerca; escucho los tacos de las botas
resonar en el pasillo de los vestuarios, por el momento se
olvidan de mí.
¡Sin mí no hay partido!
Eso quiere decir que soy importante, me doy cuenta
de ello. Mi cuero ha sido plastificado, soy de color blanco
con dos ribetes azul claro que van del centro de mi vientre
rollizo hasta terminar en los extremos y tengo mi nombre
grabado en la superficie, mi nombre o más bien mi marca,
pero nadie me llama jamás así.
Fuera una llovizna ligera comienza a caer, ya que soy
imprevisible, me pregunto qué supondrá esto para mi
primer partido, pero en el fondo soy como ellos, me
encanta jugar.
El tic tac del reloj electrónico de la entrada del
vestuario marca el tiempo que pasa. Cada vez que un
minuto desaparece, un alerón cambia las cifras, son
las once horas y cincuenta y siete minutos, esto va
a comenzar pronto, presiento que dentro de algunos
instantes todo el mundo me querrá.
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14 relatos en torno a un balón oval
Una mano me toma firmemente, me sopesa una
última vez; luego otra mano me estrecha, es una sensación
divertida, tengo ganas de escapar de allí prejuzgando la
suerte que me espera. Las presentaciones de los equipos
se hacen por megafonía, no me olvidaron para la foto,
faltaría más. Siento la agitación anterior al partido, me
fijan sus ojos los jugadores, el público, los árbitros. Todos
esperan el saque del centro.
El árbitro y ambos capitanes se inclinan , no es a
mí a quien observan, sino a la moneda que recogen de
inmediato del césped, los negros van a sacar, ganaron el
sorteo, los blancos se repliegan en la esquina derecha del
terreno. Los negros en la parte izquierda forman una piña
y se concentran.
¡Esto comienza!
Un jugador de anchas espaldas y grandes manos
me bota a pocos centímetros del césped en el círculo
central, voy a recibir mi primera patada, levanta un brazo
hacia sus compañeros y me deja caer, es el saque de
centro.
El silbido del árbitro provoca un resorte de
liberación en el estadio, de las tribunas desciende un grito
poderoso ¡vamos chami, vamos!, gritos y cantos salen de
la grada hasta inundar el campo.
Me siento indiferente, no soy de ningún equipo.
Tras recuperarme, me patea el Tres cuartos centro
de los negros hasta los veintidós metros opuesto, esta vez
sacan los blancos. He sentido un gran choque en mi cuero,
me recogen de fuera de banda y me lanza en medio de un
alineamiento un jugador con casqueta que pronuncia un
número como una retahíla. Me palmean y caigo al lado
del que debería ser el receptor, tengo tiempo de cruzar
el cuero de la bota de uno de los jugadores negros que
rompen el alineamiento, ¡todo en una décima de segundo!
Un blanco grita: “¡es mía!”. Se arrojan sobre mí, intento
escaparme, la llovizna grasa que está cayendo sobre mi
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14 relatos en torno a un balón oval
piel me ayuda, pero el número seis negro me arranca
de las manos del once blanco, me acomoda contra su
costado ya mojado por sudor.
Se lo dije, ¡sin mí no hay partido!
Los jugadores se despliegan ahora como una ola
batiendo al asalto de una barrera de peñascos, me pasan
de unas manos a otras, me estrangulan, resbalo a manos
de un gran negro, que carga y cae en la hierba. Mientras
me libera por debajo de su cuerpo, siento que chorreo,
una mezcla entre el sudor del combate y el aguacero
naciente que se invita al partido.
Durante un largo periodo se repiten como en un
déjà vu situaciones y jugadas, de nuevo voy de mano en
mano hasta que de repente algo cambia.
¡Ruck!, ¡abierta! Me golpean hacia arriba y en todos los
sentidos. Entre nosotros, prefiero el juego a la mano,
pero nunca sabemos cual va a ser la estrategia de un
equipo, depende de sus jugadores: un buen pateador, un
talonador hábil, un zaguero ofensivo…
En este momento, el árbitro pita un golpe de
castigo, un jugador blanco ha entrado por un lado del ruck
para abalanzarse sobre mí.
Se encargan de mí, me secan con la camiseta, es negra
con unos estampados en forma de parábola. Está cubierta
de publicidad. Estoy mojado, con algunas briznas de
hierba pegadas a mi piel que me quitan con el antebrazo.
Me siento importante, sé que miles de pares de
ojos me observan fijamente en este instante. El árbitro
espera que me apoyen sobre un soporte, el tipo que va
a darme un puntapié en el cuero está concentrado en los
palos, sopesa la velocidad de la brisa y el punto de envío
ayudado de una brizna de hierba que deja caer de su
mano, luego se mueve, da algunos pasos. Se lo dije, ¡soy a veces inasequible y a menudo
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14 relatos en torno a un balón oval
caprichoso!
Una ráfaga de viento furtiva me tumba, ruedo
sobre la hierba. En las tribunas, se impacientan unos y
comienzan a silbar, los otros los mandan callar.
Me recogen, un compañero se tumba y con un dedo me
sujeta manteniéndome en la posición de tiro.
Se lo dije, sin mí no hay partido.
Siento la sacudida. Ya está, he notado de lleno el
impacto, estoy a treinta y tres metros, me elevo por los
aires, hiriendo el espacio, la muchedumbre contiene su
respiración, la mirada del pateador me acompaña e inclina
la cabeza como para guiarme.
A los pies de los postes, los blancos están
reagrupados, ellos también siguen la curva de mi carrera
en los aires. Yo me siento bien en la altura, veo todo el
estadio lleno de colores y de ruidos, me deslizo entre las
gotas, planeo hacia los postes. Voy a pasar y paso, ambos
jueces, impasibles, levantan sus banderas. El estadio
brama, pero solo es una parte, una bandera gigante blanca
y negra corre por la grada.
Mientras los blancos me cogen con rabia, el árbitro
pita el final del primer tiempo, me entregan a su custodia
y los gladiadores blancos y negros se van unos y otros a
cada lado del campo.
Desde las manos del árbitro observo con curiosidad todo
lo que ocurre alrededor mío, un exiguo 3-0 campea en el
marcador del estadio.
Se lo dije, sin mí no hay partido.
Comienza la segunda parte, me ponen en juego
de nuevo y se reanuda el partido, los blancos atacan con
fuerza, paso de brazo a brazo, de manos a manos, me
escapo, salgo a Touche. ¡Ah la touche! No es la jugada
que prefiero del juego, siempre aterrizando en los lugares
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14 relatos en torno a un balón oval
más insospechados.
Mientras vuelo por el pasillo, una mano enorme me
envuelve, me esconde. Alrededor, la jauría, todos quieren
tenerme. Me trituran el cuero, me agarran, me golpean
para dominarme mejor, pero reboto. La lluvia cesó, el
cielo es azul, nos encaminamos hacia el final del partido,
por fin, todavía me queda un buen cuarto de hora para
sufrir los asaltos de estos treinta diablos de hombres.
En varias ocasiones los pateadores de los dos equipos
han intentado enviarme entre los tres palos, pero he sido
caprichoso.
Se lo dije, sin mí no hay partido.
Los blancos lanzan una ofensiva por todo el campo,
pero no pasamos. Una y otra vez rebotamos contra una
pared negra de gestos feroces. Se suceden los ruck y las
melés ordenadas, el medio de melé blanco acosado por el
ocho negro me lanza con desesperación hacia su apertura,
estoy volando fijándome en las manos que me tienen que
acoger, pero súbitamente me siento atrapado por un obús
negro que intercepta mi desplazamiento. ¡Cielos! Me dirijo
hacia los tres palos pegado a su pecho mientras escucho
los latidos del corazón de mi portador como una manada
de caballos desbocados. Le persiguen con gesto de
desesperación y pánico dos jugadores blancos mientras el
clamor del campo se hace ensordecedor.
Se lo dije, sin mí no hay partido.
Mi portador cae conmigo entre los tres palos,
desequilibrado por la zancadilla francesa de uno de sus
perseguidores. Es marca, sí, el árbitro levanta el brazo y
me señala con el otro.
Se lo dije, sin mí no hay partido.
Esto está terminado y como era de esperar, yo soy
el protagonista. Siento la emoción de los negros mientras
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14 relatos en torno a un balón oval
me entregan a su pateador, puedo ver los abrazos de los
jugadores desde mi aro de lanzamiento. Mientras atravieso
fácilmente los tres palos y el árbitro pita el final, medio
estadio truena de júbilo mientras otro medio contiene las
lágrimas. Y guarda silencio.
Soy feliz, ¿ven? ¡Sin mi no hay partido!
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14 relatos en torno a un balón oval
Era una noche de sábado.
Antonio Sánchez Gavin
Era una noche de sábado como otra cualquiera
de principios de mayo, las cuatro de la mañana. Salgo
del bar para irme a casa cuando se cruzan en mi camino
dos chicos del pueblo de al lado, grandes y borrachos,
“mal rollo” pienso, “aún tendremos follón”. Con estos
pensamientos, caigo en la cuenta de que los he visto esta
tarde en el primer partido que jugaba el recién creado club
de rugby de mi pueblo. El más grande me dice:
-Oye, esta tarde te he visto en el campo y parecía que
sabías de qué iba esto del rugby.
-Pues te ha parecido mal, porque no tengo ni p… idea.
-Bueno eso no importa, tienes cuerpo y parece que
te ha gustado, ¿por qué no te pasas el lunes por el
entrenamiento a ver qué te parece?
-Vale, me lo pienso -Contesto, sin ninguna intención de
aparecer.
El domingo le estuve dando vueltas y al final el lunes
aparezco en el entrenamiento. Desde el primer momento
me sorprende una cosa: la cordialidad
Muchos de los jugadores, mejor dicho, de los
“proyectos de jugadores” son del pueblo vecino y no se ve
ni rastro de la típica animadversión. En el entrenamiento
la mayoría de los que estábamos no teníamos ni idea de
rugby, sólo que el balón era “raro”, que sólo se podía
pasar hacia atrás y que se permitía el contacto. Como
todos estábamos igual de perdidos con los términos del
rugby, el entrenador, antiguo jugador con más voluntad
que conocimientos, pero al que estaré agradecido hasta
el día de mi muerte y mucho más, se dedicó a lo básico:
técnica individual de balón, placaje y poco más. Dos horas
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14 relatos en torno a un balón oval
y media de no saber ni por dónde me venía el aire.
El entrenamiento del miércoles fue más o menos
parecido, pero me trajo una novedad, el entrenador se me
acercó y me dijo: “Qué, chaval, ¿te gusta?” “Pues no lo sé,
no me entero mucho aún”, contesto. “No te preocupes
por eso, no tienes miedo a chocar y además creo que te
he encontrado tu posición, vas a ser pilar” “Ah, muy bien”
contesto sin saber que es un pilar más que en los edificios.
Y sigue el entrenamiento con la palabra “pilar” dándome
vueltas en la cabeza. Ya en el vestuario me entero que el
sábado siguiente por la tarde se van a jugar en nuestro
campo las finales de la Copa Primavera y que, si no pasa
nada, el “Mister” quiere que debute. Yo estoy alucinando,
¿cómo voy a debutar, ni siquiera jugar, si no sé ni lo que
soy? Hablo con el entrenador y se lo comento. Me vuelve a
decir que no me preocupe, que todos los del equipo están
como yo, que no va a ser tan malo. “Vale”, pienso, ¿pero
qué es un pilar?
El viernes tenemos entrenamiento específico,
es decir, me indican que un pilar es un miembro de la
primera línea de los delanteros y que voy a jugar en el
lado izquierdo. Me enseñan los agarres, a agacharme
y entonces vamos al “melier”, un artefacto de metal
diseñado por el entrenador y fabricado por un taller local.
Ni el aparato tiene protecciones ni yo tampoco, y mis
compañeros se empeñan en intentar hacerme pagar la
novatada y entrar fuerte sin saber yo ni como hacerlo.
Menos mal que estoy más hábil y no me daño mucho
los hombros. No sé si aparecer por el campo mañana o
dejarlo.
Llega el sábado y decido ir al partido. Un amigo
futbolero me deja unas botas de tacos. No sólo debuto
sino que juego todo el partido y noto un gusanillo que
me empuja hacia delante y me hace no pedir el cambio
y aguantar. Termina el partido. Hemos perdido. Todos los
asistentes nos aplauden, no lo hemos hecho mal del todo.
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14 relatos en torno a un balón oval
Vamos al vestuario entre canciones que no conozco
y los compañeros me aceptan como uno más. Nos
duchamos rápido, se está jugando otro partido, después
otro más y posteriormente vamos todos los equipos de
cena juntos, donde se entregan los trofeos. “Qué raro”,
pienso,”que es este deporte y la gente que lo juega, se dan
todos los “viajes” del mundo en el campo, después, el que
gana le hace pasillo al que pierde, se abrazan todos, y para
rematar, ahora nos vamos todos juntos de marcha”. La
cena fue salvaje, hasta nos esperaba la Guardia Civil a la
salida.
El domingo le doy unas vueltas al asunto y decido
que el lunes voy a ir a entrenar. Conforme se acerca la
hora del entrenamiento tengo más ganas de ir, a medida
que se aproxima el día del partido, siento la necesidad de
enfundarme la zamarra del club y luchar por, para y con
mis compañeros, ahora amigos del equipo.
Ha pasado tiempo desde entonces, aún juego
con varios de esos amigos y con lo chicos “grandes
y borrachos” con los que pensaba que iba a tener
problemas. La nuestra no es una amistad del colegio ni
siquiera del pueblo. Es una amistad forjada en las melés,
en el sudor, en los desplazamientos, pero sobre todo en el
amor a este deporte y a su idiosincrasia. Es una amistad
sincera y ruda como este deporte. Uno de estos amigos
me tomó bajo su protección cuando yo daba mis primeros
pasos en este deporte y un día me comentó que alguien
dijo una vez que cuando se entra en una melé no se sale
nunca.
Tenía razón.
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14 relatos en torno a un balón oval
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14 relatos en torno a un balón oval
En torno a un balón oval.
Maria Capa
-Juntaros un poco más que no salís en la foto – Se arriman
todos un poco y ponen cara de foto.
-¡Vamos, que llevamos tres horas posando!
-Ya va...venga, ya está. Habéis salido todos muy guaposdice uno de los fotógrafos mientras que desde el grupo de
retratados se oye algún comentario en tono irónico.
Se van levantando todos entre risas y bromas,
sofocados por el calor de una tarde de primavera y van
desfilando hacia el vestuario. La foto ha quedado bien y el
partido ha terminado. Hemos ganado, pero el resultado es
lo de menos. Es un partido de veteranos, aunque a la foto
se ha apuntado todo el que andaba cerca.
Dos personas se levantan y caminan juntos, como
dos compañeros. Hablan:
-¿Qué?, ¿Qué te ha parecido?
-Resoplabais mucho, pero vaya carrera que te has pegado.
¡Y luego habéis metido ensayo!
-Sí, hay que aprovechar las fuerzas. Dos carreritas, pero
bien empleadas.
-Tú también has jugado bien. ¡¡Y has marcado!!
-Es que he puesto ganas. Nos lo dijo el entrenador. Dice
que es lo más importante.
Les espero un poco apartada, sonriendo,
aguardando a que se acerquen. Me detengo un momento
en su aspecto. Uno de ellos está muy rojo por el esfuerzo
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14 relatos en torno a un balón oval
reciente del partido, con una rozadura en la cara (ya
verás qué risa en la oficina), se toca insistentemente el
hombro, sé que le duele. El otro también muy colorado,
esta vez por efecto del sol y con las rodillas en una mezcla
del verde del césped del campo y un incipiente morado,
consecuencia de un choque en el último partido de la
mañana.
La apariencia que presentan es lamentable, pero no
parece importarles lo más mínimo. Parecen contentos
y relajados y les brillan los ojos cuando comentan sus
respectivas actuaciones.
Sigo sonriendo mientras se acercan y no es para
menos. Más de cuarenta años les separan y ahí están,
contándose batallitas el uno a otro, como dos amigos que
se sientan un rato a charlar.
Uno de ellos lleva toda la vida pendiente del rugby.
Fue jugador pero nunca se ha desvinculado de este
deporte ni de su club; ahora juega pachanguillas con los
amigos, con la excusa de poder organizar un buen tercer
tiempo repleto de antiguos compañeros y de anécdotas
que cuentan una y otra vez, algunas de las cuales ya son
parte de la leyenda. De su propia leyenda.
El otro apenas tiene edad de jugar, es principiante.
Con un comienzo titubeante ya que no tenía muy claro
cómo se jugaba a esto. Pero los niños que él había visto
aquel día de otoño, la primera vez que le llevaron a Pepe
Rojo, parecían divertirse. Quería probarlo.
Hoy ha jugado un gran partido, y ha marcado un
ensayo. Su primer ensayo. Ha sido una bonita jugada de
equipo en la que todos han participado. De garra. Y vaya
cara que ha puesto cuando se ha levantado del suelo y
ha sido consciente de lo que había conseguido... ¡no se lo
creía!
Uno es mi padre y el otro mi primo. Tan lejos uno
de otro en edad como cerca en torno a un balón oval. Qué
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14 relatos en torno a un balón oval
paradoja.
Y yo estoy en medio. Una generación intermedia
a ambos y nunca he jugado al rugby. He crecido viendo
en casa fotos de equipo con tíos muy serios, casi todos
con barba y en el medio un balón raro que mi padre
guarda como oro en paño, oyendo historias de viajes
interminables para jugar finales, historias de partidos
ganados y perdidos, relatos de lesiones. ¿Hay algún hueso
que no se haya roto?
Pero nunca he jugado. Quizá cuando era pequeña
no había equipos de chicas o mixtos. No sé. El caso es que
luego escogí otro deporte que practiqué como jugadora
y entrenadora y del que recientemente me he jubilado.
Nunca fui especialmente buena, pero hice amigos que
conservaré siempre y como decía el padre de la mejor de
ellos, “no conozco a nadie que disfrute más del baloncesto
que tú”. Siempre me he sentido halagada por ello.
Me han dicho siempre que el rugby tiene algo
especial, que es un deporte muy noble y que tiene unos
valores que lo presiden de arriba abajo, pero nunca lo he
acabado de entender. No sentía qué es eso tan especial.
¿Con los golpes que se dan?... y al fin y al cabo, todos los
deportes tienen valores, ¿no?
Pero la verdad es que ahora empiezo a comprender
todo eso que me contaba mi padre, y es que últimamente
he vuelto la mirada hacia Pepe Rojo y poco a poco he ido
descubriendo cosas que me han ido atrayendo, como si
de un imán se tratase. ¿Cómo lo explico? Son sensaciones.
Como notar la piel de gallina al escuchar el silencio de la
grada cuando un jugador contrario va a tirar a palos, o el
orgullo que se siente cuando acaba un partido y se hace
un pasillo, con la cabeza alta, reconociendo al rival...¡Con
las vueltas que ha dado este tema en otros deportes!
Hay más cosas. Ver que el respeto al contrario
se entiende jugando a tope a cada instante del partido
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14 relatos en torno a un balón oval
aunque tú seas mucho mejor, porque si no lo hicieras lo
estarías menospreciando, oír a un chavalillo decir que
las ganas son lo más importante, o verles hacer una
piña gritando “¿qué somos? ¡¡Un equipo!! ¡¡UN EQUIPO!!
O que el entrenador se enfade más por una burla a un
compañero que por un ejercicio mal hecho.
Eso nunca, nunca lo he visto enseñar en otros deportes
con tanta intensidad como en el rugby.
El caso es que me entran ganas de jugar. Qué
pena ya a estas alturas, ¿de qué jugaría? Mi padre me
diría que de medio melé. No sé si porque soy más bien
tirando a pequeña o por la mala uva. O a lo mejor de ala.
A baloncesto siempre he jugado por la banda. Era mi
terreno. Y soy rápida. Además, ¿no es ahí donde ponen a
los nuevos? Sonrío una vez más.
-¿De qué te ríes ahí tu sola?
-De nada hombre, cosas mías. ¿Cansado? Vaya pinta que
tenéis.
-¿Has visto que jugada? Vaya finta que le he hecho a
Julián ¿eh?
-Ya, pero el siguiente te ha placado bien, ¿eh? Ja ja
-Oye, no te pases que soy tu padre, y además todavía te
puedo.
-Anda, anda, me ha gustado verte jugar. En serio. Hace
mucho que no os veía. ¡Y a ti también!
-¡Y he marcado ensayo! Ya verás cuando lo cuente el lunes
en el cole. Se lo voy a decir a Rodrigo que es del Quesos, y
a Pablo y a Monchi.
Se desvían los dos hacia el vestuario y yo espero
en el borde del campo guardando la cámara con la que
he estado haciendo fotos todo el día. Siguen contándose
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14 relatos en torno a un balón oval
cosas, emocionados.
Cualquiera diría ahora que son dos generaciones tan
diferentes. Vaya dos. No sabría decir quién de los dos está
más emocionado, uno por el primer logro en este deporte
y el otro por el reencuentro con viejas amistades, pero yo
me siento orgullosa de los dos.
Todo esto es lo especial del rugby, no sé explicarlo, pero
¿no lo sientes?
Algo me golpea el pie. Bajo la vista. Es un balón. Un
chavalillo me lo pide desde el campo haciendo gestos.
Está tirando a palos. Dejo la mochila en el suelo, cojo el
balón y le doy una patada hacia donde está el chico.
No esta mal, la ha cogido, el caso es que en lo que
salen estos dos....bueno, ¿por dónde iba? Ah, ya, que
podría jugar de ala, o de medio melé, no estaría mal. Si
sacaran un equipo me apetece jugar, ¿y si le digo al chaval
que puedo hacer unos tiros con él? Sí, seguro que tardan
un ratillo, es que... venga va.
-¡Eh! ¡Oye!, ¿puedo hacer un par de tiros?
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Asiente con la cabeza... ¡allá voy!
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14 relatos en torno a un balón oval
El día más feliz de mi vida.
Felipe Rodríguez
Me levanto a las 7:30 de la mañana del sábado para
ir con las chicas a un torneo femenino que se celebraba
ese día. Llegamos allí y el único que se presenta es un
equipo universitario. No llega nadie de la organización
hasta bien pasadas las 11:45, hay cosas que sólo pasan
aquí. Jugamos el partido y perdemos 19-15, pero las
sensaciones son buenas y las chicas salen contentas con
tres ensayos en el saco.
Me voy a casa, tengo que dormir antes del
encuentro pero apenas tengo tiempo. Voy al partido, si lo
ganamos nos da la Liga, la primera Liga del club en más de
40 años. Sólo me da tiempo a una siesta de media hora de
la que me levanto y pienso –me gustaría tener ese disco
que me grabó Erre y que tenía “The eye of the tiger”- en el
ascenso de hace cuatro años la escuché como diez veces
antes del partido.
Bajo al garaje, me meto en el coche y pongo M80,
están pinchando “The eye of the tiger”, sin duda va a
ser un gran día. Llego al Campus un poco más tarde de
lo acordado, saludo a Pozo, Mark, Iñaki y a los que me
encuentro de camino al vestuario. Entro con Carlitos y allí
Cantalejo, Papanacho, Rubén y algunos veteranos más nos
dan gritos de ánimo, están sobreexcitados y empiezo a ver
lo que significa todo esto. Nosotros ni nos inmutamos, la
concentración es máxima, como nunca.
Nos cambiamos tranquilamente, pero comienzo
a ponerme nervioso, bebo agua, voy al baño, me mojo
la cara, guardo las cosas, saco las cosas… No sé lo que
hacer –vámonos de una puta vez al campo- pienso. Así lo
hacemos y dejamos la charla para después. De camino al
campo los veteranos nos animan con mucha fuerza, se te
ponen los pelos de punta, tíos a los que has admirado toda
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tu vida son los que hoy te animan a ti, esto es mágico, se
palpa en el ambiente.
Un calentamiento bastante suave para lo que
acostumbramos, hace calor y sudamos demasiado así que
en veinte minutos Isma nos ordena volver al vestuario.
Allí estamos 22 amigos y un solo corazón, de la
charla de los entrenadores, Willy y Mark, apenas me
acuerdo, pero antes de salir al campo Isma nos dice –“Ahí
fuera está la gloria, ahí fuera está la inmortalidad”- joder
casi no puedo aguantar las lágrimas. Me abrazo a Fane, a
Becerra –“Los vamos a matar, joder”-.
Vamos trotando, cruzamos la valla del campo y
salimos entre palos para nuestra mitad, la gente anima,
hay un bombo y el griterío de la grada de nuestro lado es
ensordecedor. Empezamos a mirar a la banda, hay más
gente que nunca, no podemos fallar, no vamos a fallar.
Empieza el partido, Tavo hace la primera jugada,
se resbala y cae, pero el apoyo está cerca y seguimos
jugando. La cosa pinta bien, ellos están a la espera. En su
primera jugada Becerra intercepta y ensaya, la gente se
pone loca, somos campeones de Liga, por el momento.
El árbitro detiene frecuentemente el juego y
parece que llevamos ya media hora cuando apenas se
han cumplido diez minutos. Tenemos la mayor parte del
tiempo la posesión de la pelota, jugamos en su campo,
pero no anotamos, empiezan los nervios.
Quedan aproximadamente diez minutos para que
finalice la primera parte. Benito se acerca y me dice “o
marcamos un puto ensayo de una vez, o se nos va a poner
difícil”. Dicho y hecho en la siguiente jugada hacemos una
acción de enlace, recibo un buen pase de Rodrigo y no me
lo pienso, tengo a Benito en el apoyo, pero estoy en la 22,
no voy a parar. Ensayo. Rodrigo y yo nos abrazamos, la
gente de la grada se las promete muy felices pero los que
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llevamos camiseta del club y vamos de corto sabemos que
aún no hemos hecho nada.
Busco a Flor en la grada, su marido está en
Argentina por enfermedad de su padre y hoy no puede
acompañarnos, la encuentro, le doy un beso y le digo “Éste por Maxi”
Sebas se lesiona, esguince cervical que luego le
obligaría a llevar collarín, sale Javito. Los contrarios
no saben lo que les espera con nuestro 4 en el campo.
Ellos ensayan, pero rápidamente Javito hace una jugada
personal y se va, poniendo tierra de por medio antes del
descanso. Respiramos tranquilos, 22-5 es una renta buena
para un equipo al que superamos en físico.
En el descanso se oyen petardos y la grada no
para de animar, ellos saben lo que va a pasar luego, pero
nosotros seguimos tranquilos, a lo nuestro, ya habrá
tiempo después. Segunda mitad y carrusel de cambios,
salen Gonzalo, Crestas, Pelos, Vasco, Pí… todos los que
estaban esperando, pero no sólo este partido sino toda la
vida.
Yo soy el primer sustituido, abrazo a Gonzalo,
le deseo suerte. Me abrazo a Mark, está llorando, toda
la grada quiere saludarme, esto es muy grande, 500
personas con un solo sentimiento, de verdad si el rugby es
sólo un deporte, el corazón es sólo un órgano.
Voy en busca de María, me dicen que está en la
grada de los cánticos, con los veteranos. Tengo que pasar
por detrás de la grada, el público se da cuenta y se dan
la vuelta “Felipe, ¡gracias!” es lo único que puedo oír, es
el gracias más sincero que he oído en mucho tiempo,
no se quien lo dijo pero de verdad gracias a ti, gracias
a todos. Lorenzo me para: “buena caza” me dice, me
acuerdo entonces cuando entrenábamos ocho, con lluvia,
con frío, sabedores que no jugaríamos el fin de semana,
ni al siguiente, ni al otro porque no teníamos equipo. Hoy
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somos campeones de Liga.
Me quedo de linier, no me gusta pero hoy me da
igual, todo me da igual. Cuando estoy cerca de la grada
de los veteranos no puedo oír nada del campo. Javito en
una touch pide silencio porque no se oyen las indicaciones
de Isma para el saque. En ese tiempo Carlitos y Benito
ensayan, se lo merecen. Pero ellos nos ensayan otras dos
veces, no sé si alguien se ha dado cuenta, pero hemos
empatado en la segunda parte.
Termina el partido, la gente se tira al campo,
saltando gritando, llorando. Tíos como castillos llorando,
seguramente hace años que no lloraban, pero hoy lo
hacen por nosotros. Entro en el pasillo y delante sólo se
ve una nube de champán, apenas salgo del pasillo y varios
se me tiran encima. Papanacho me abraza entre lágrimas,
después Dua, José Antonio, Alberto, Rodolfo… Es raro, soy
bastante sensible con el rugby pero esta vez no lloré, ni
una lágrima, y no se porqué.
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Aguilera.
Juan M. Ortega Ilarza
Se pueden escribir millones de historias sobre el
rugby, cien mil tópicos vienen a la cabeza de cualquier
aficionado y todos ellos emocionan de algún modo
cuando son recordados. Pero cuando de verdad se eriza el
vello y uno entiende la esencia de este deporte es cuando
se vive en directo en un histórico campo de batalla.
Esta noche de marzo invita a la épica. Lluvia y viento
arrecian con violencia y las luces del estadio se reflejan en
el aguacero aumentando la sensación de frío. Caminamos
protegidos por unos endebles paraguas, ansiosos por la
proximidad de un momento especial.
El tumulto de aficionados en la puerta, alegres
y apasionados por sus colores sube las escaleras de
hormigón anchas y desnudas que se asoman al mítico
césped que Serge Blanco hizo inexpugnable, al campo
en el que un pueblo vuelca su peculiaridad y su orgullo
en las batallas del oval ante los grandes de Europa,
el Stade Aguilera. El añejo campo con sus dos gradas
contrapuestas y desprotegido del agresivo viento marino
que en noches como ésta muestra su aspecto más temible
para los treinta hombres que se van a enfrentar sobre la
hierba inundada.
La oscuridad y el agua se mezclan con el rojo y
blanco que tiñe la grada que entona al unísono:
_ “Qui va gagner
allez allez
C’est le BO….”
El partido ha comenzado y desde nuestros asientos
protegidos de las inclemencias climatológicas somos
testigos desde la patada inicial del sacrificio del juego a la
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mano, santo y seña del rugby de este país, por un juego de
delantera más acorde al estado del terreno.
Una y otra vez se escucha el impacto de los cuerpos,
los gritos del medio melée guiando a sus hombres, la
respiración profunda y entrecortada tras cada titánico
esfuerzo, es lo autentico. Cada hombre se vacía por sus
compañeros en perfecta comunión con el público que no
deja de jalear:
_”…très très fort il va pousser
plein d’essais il va marquer…”
Una dura batalla se desarrolla próxima a la línea
de ensayo. El Biarritz choca una y otra vez contra una
muralla defensiva sin fisuras. Como un ariete embiste una
y otra vez intentando abrir una fisura, un punto de luz
que le permita avanzar hacia el objetivo. El balón intenta
moverse con rapidez para descolocar la defensa pero
cada hombre cubre su posición con firmeza.
_¡¡¡¡Essai!!!!_
En un alarde de potencia el pillier derriba la muralla
defensiva y posa el balón en la zona de marca en una
posición que el pateador no tiene dificultades de pasar
entre palos, más allá del fuerte viento reinante, situando
siete a cero el marcador a favor de los locales.
En el descanso, la cerveza y la charla sobre
el partido cobran un total protagonismo. Nuestros
anfitriones nos incluyen en el circulo, donde antiguos
jugadores y aficionados de siempre recuerdan épocas
pasadas bañadas por el barniz épico del tiempo. Tiempo
de duras botas, campos embarrados y pesadas camisetas,
por no mencionar los interminables terceros tiempos
llenos de anécdotas y camaradería.
La segunda parte no rebaja la intensidad del partido,
ayudado sobre todo por el empuje del rival que quiere
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dar la réplica al ensayo de la primera parte. Las delanteras
siguen chocando en un terreno cada vez más encharcado
donde el juego a la mano es una quimera. Los centros y
los alas tienen grandes problemas al intentar evitar los
placajes rivales por el resbaladizo estado del piso, no será
la forma de juego más estética pero sin duda está plena de
emoción.
En un momento del encuentro, más allá de la
línea de veintidós, un hombre solitario, el oval y los
palos a lo lejos son el centro de atención. Las gotas de
lluvia resbalan por su cara y el viento atraviesa su piel.
Impertérrito, centrando su mente en el objetivo, acompaña
con su respiración fatigada su avance hasta que patea
con convicción. Todo el estadio persigue con su mirada el
balón con destino entre los palos. En ese momento él es el
héroe, el aguijón de un todo formado por los quince.
_” ¡Yachvili, Yachvili...!”
El marcador está diez a cero y queda poco tiempo
para el final, pero los más que probables perdedores
se vacían en el intento de remontada. Los anfitriones
responden a esa entrega con dureza y cada agrupamiento
es una dura batalla de esta guerra de ochenta minutos.
El barro complica distinguir el color de las camisetas
y la extenuación se hace presente después de cada
carrera o placaje que los treinta valientes efectúan ahí
abajo, olvidando golpes, cortes y demás magulladuras.
Hace tiempo que en las gradas se ha dejado de
sentir el frío, cada uno de los hombres, mujeres y niños
que están en el estadio esta noche reconocen y aplauden
con admiración el esfuerzo de los jugadores que hasta el
último minuto continúan la lucha sin tregua; una vez que el
arbitro decreta el final del partido, sólo queda reconocer el
mérito de vencedores y vencidos ante el aplauso unánime
del público.
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Paulatinamente se van vaciando las gradas, la lluvia
y el viento continúan golpeando al viejo campo. De sus
gradas desiertas, eternos recuerdos de rugby toman
vida flotando en el aire. Leyendas de entrega y valor se
abrazan a los palos y un aura de historia lo cubre todo.
_ ¡Au revoir Stade Aguilera!
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