Ana Zapata-Calle - University of Utah E Publications

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UFLR September 2009 Vol XVII
Zapata-Calle 35
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La tensión e inversión entre civilización y barbarie: El doble en “El jorobadito” y en “Un
crimen” de Roberto Arlt
Ana Zapata-Calle
University of Missouri-Columbia
En 1845 Domingo Faustino Sarmiento publicó su obra Vida de Juan Facundo Quiroga en
Argentina. Como se sabe, su objetivo político era la homogenización nacional mediante la
exterminación del gaucho y de las minorías indígenas, mestizas o negras a favor de un
blanqueamiento a partir de la inmigración europea que llevarían a la modernización del país. En
su obra se establece la división entre la civilización y la barbarie, entre campo y ciudad, o entre
blanco y negro. Fruto de estas políticas nacionales, ya en el siglo XX, Buenos Aires parece ser
un ejemplo de urbanización y de modernidad a la europea. En literatura, a principios del siglo
XX, con el Modernismo tardío todavía se sigue hablando de la división entre civilización y
barbarie en la oposición europeo-americano con obras como Ariel (1900), de José Enrique Rodó,
o en ensayos como Historia de Sarmiento (1911) de Leopoldo Lugones, desde un punto de vista
europeizante, en el cual la naturaleza se ve como amenazante frente a la civilización urbana.
Uno de los escritores que constituirán un hito en la narrativa breve y fantástica
latinoamericana será el uruguayo Horacio Quiroga que influiría a escritores tan importantes
como Jorge Luis Borges o al autor que nos ocupa, Roberto Arlt, entre otros. Los relatos de
Quiroga retratan a la naturaleza como enemiga del ser humano bajo rasgos temibles y violentos
que le valieron al autor ser comparado con el estadounidense Edgar Allan Poe. La vida de
Quiroga estuvo marcada por la tragedia, los accidentes de caza y los suicidios, lo que se refleja
en sus relatos con personajes desdoblados o trastornados donde la presencia de la muerte es
constante y se presenta mediante una realidad fantástica.
Roberto Arlt retoma la técnica fantástica y el pesimismo de Horacio Quiroga al
superponer en algunos de sus cuentos el plano de la realidad y el de la fantasía o del
subconsciente como elementos estructurales, como ocurre en “Un crimen”, relato que forma
parte de Los siete locos (1929), originalmente llamado Los monstruos, y en “El jorobadito”
(1933), cuento tomado de un libro con el mismo título. Arlt se diferencia de Quiroga en que, en
lugar de presentar a la naturaleza como la fuerza destructora imponente frente a la debilidad del
hombre, la ciudad y los valores burgueses constituyen el mayor enemigo del ser humano, del
hombre marginado, del pobre, del inmigrante. El pez grande se come al pez chico, y en los
cuentos de Arlt los valores de civilización y barbarie se invierten. La clase que tradicionalmente
se había considerado como civilizada en el siglo XIX será para Arlt la fuente del mal. Robert M.
Scari ha tratado en su artículo “Presencia de Buenos Aires en El jorobadito de Roberto Arlt” la
cara de la ciudad víctima, esa otra ciudad, no la luminosa y moderna, sino la oscura, sombría y
enferma. Scari enfatiza la importancia de la dedicatoria a su mujer que Arlt escribe en El
Jorobadito, donde dice: “te dediqué este libro trabajado por calles oscuras y parajes taciturnos en
contacto con gente terrible, triste y somnolienta” (Citado en Scari 17). En la nueva realidad
urbana la división entre civilización y barbarie se crea dentro de la propia ciudad, entre los
arrabales y el centro, entre el proletario y el propietario, entre los nuevos inmigrantes europeos y
los criollos, cambiando la antigua concepción de considerar a todo lo europeo como modelo a
seguir frente a lo americano. Ahora lo nuevo europeo también es considerado como barbarie por
la antigua élite criolla reaccionaria.
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En este ensayo analizaremos, por una parte, cómo se construye el concepto de lo
monstruoso en los dos cuentos mencionados; por la otra, cómo Arlt deconstruye el concepto de
civilización mediante la lucha íntima que surge entre las dos caras de un mismo personaje, entre
su parte civilizada y su parte bárbara o inadaptada, reflejo de los conflictos sociales del momento
en Argentina, con una oligarquía que no quería perder poder frente a una clase media emergente.
Con estos dos aspectos, se pretende demostrar que en la obra del autor que nos ocupa todo lo que
se saliese del modelo de nación latinoamericana creado en el siglo XIX bajo los conceptos de
una moral católica, una lengua única y unificada y un ideal europeo elitista que se consideraba
ejemplo de costumbres, era considerado como monstruoso por parte de la burguesía argentina de
principios de siglo XX. Arlt, como escritor representante de la vanguardia comprometida, fue
capaz de expresar en sus cuentos, mediante el realismo social, esta inversión de valores donde la
otredad se ve constituida por el nuevo inmigrante europeo que ya no responde al ideal del siglo
XIX. El nuevo inmigrante trae ideas anarquistas y socialistas que la élite criolla no comparte y
tratará de erradicar. La barbarie ya no está en el marginado del Estado, sino en la tiranía de las
altas esferas, en la concepción del Estado mismo bajo unas estructuras socio-económicas
capitalistas.
La vida en la ciudad del margen no será sino un mar de sufrimientos que llevará a los
protagonistas de Arlt a obsesionarse con la muerte, el crimen, el asesinato o el suicidio. Como
en el cuento de Quiroga “El hombre muerto”, los personajes de Arlt cuentan sus vivencias
sabiendo que van a morir o que van a matar o que ya han matado. Se dirigen o se envuelven en la
idea de la muerte inmediata, como pasa en “El jorobadito” que desde el principio sabemos que
ha sido asesinado por el narrador, su alter ego. La idea del alter ego o doblez de los personajes
en la obra de Arlt fue expuesta por Mirta Arlt, la hija del escritor, en 1985 en el libro Prólogos a
la obra de mi padre, al comentar El jorobadito (143). Esta idea es retomada por otros críticos,
entre ellos, Carmen Ruiz Barrionuevo en su artículo “Doble y parodia en „El jorobadito‟ de
Roberto Arlt”. Ruiz Barrionuevo expone la influencia que la obra de Dostoievski tuvo sobre Arlt
en la concepción de sus relatos, entendidos como una confesión donde sólo interesa el análisis
interior del protagonista. La ciudad sombría sería entonces el espacio de angustia íntima de los
personajes. La narración se hace por una primera persona en la que se insertan los orígenes que
explican la caída en desgracia de un ciudadano dentro de la sociedad en la que vive (4). En la
duplicación del ser arltiano se presenta el conflicto entre su yo íntimo y su yo alienado a la
sociedad que lo maltrata, lo que permite además estructurar sus relatos de forma dialógica:
Arlt sería autor de relatos fuertemente dialógicos en los que las tensiones se
manifiestan irónicamente en las fricciones de sus personajes, Astier y el Rengo,
Erdosain, Barsut y la Bizca, o como en este caso, el narrador y Rigoletto; personajes
todos que se complementan o se presentan las diversas vertientes de una idea
proyectada en la sociedad argentina. (Ruiz Barrionuevo 6)
Estas mismas características son mostradas en “Un crimen”, en cuanto a la expresión de lo
íntimo, la doblez del personaje y el carácter dialógico del cuento por la confesión, con la
particularidad de que en este cuento el doble no participa en el diálogo, sino que el protagonista
crea en su subconsciente una interlocutora mujer con la que confiesa que planea matar a su
doble.
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Ambos relatos comparten la idea del crimen. El protagonista de “El jorobadito” está entre
dos mundos, el civilizado y el bárbaro, y confiesa al lector cómo decidió matar a Rigoletto, al
monstruo, de lo cual se arrepiente: “Retorcerle el pescuezo al jorobadito ha sido de mi parte un
acto más ruinoso e imprudente para mis intereses que atentar contra la existencia de un
benefactor de la humanidad” (21). El protagonista se da cuenta tarde de que a quien debería
haber matado era al “benefactor de la humanidad”, a su parte civilizada y no a la bárbara. Esta
muerte se invierte en “Un crimen”, donde el hombre deforme está planeando su suicidio, el
asesinato de una parte de él, la del “hombre de la mentira”. Lo quiere hacer como experimento,
para salvar al otro, al deforme. Y lo va a asesinar por dinero, el nuevo tirano o dios de la
modernidad, prometedor de mundos mejores. Como dice Ernesto Goldar cuando estudia el poder
del dinero en la obra de Arlt, el dinero es el centro de las angustias y de las imposibilidades de
los personajes, “es el desvarío de los protagonistas, el espacio de la irrealidad” (89). El
protagonista afirma, “sin dinero el crimen es inútil … son quince mil pesos … yo puedo
escaparme con ellos … la sociedad se va al diablo … el hombre se salva … ¿Se da cuenta usted?
De mi honradez criminal depende todo” (226). El dinero es visto como el dios de la modernidad,
de la elite que lo posee y que lleva al crimen. El marginal se deja llevar por la tiranía del dinero
para aspirar a mundos mejores e inalcanzables. De esto se implica que el mundo
tradicionalmente civilizado corrompe al ser natural, no lo salva sino que lo conduce al crimen.
La tensión entre la civilización y la barbarie se percibe entre la criminalidad y la honradez
combinadas en el mismo personaje.
Arlt sitúa la barbarie en la ciudad y la presenta como una reivindicación, compartiendo
espacio con la civilización y considerando a esta última como fuente de todos los males y
sufrimientos. Para entender esta tensión hay que considerar el rápido crecimiento con el que se
desarrolló la ciudad de Buenos Aires, la venida en masa de inmigrantes europeos y las
condiciones en que estos sobrevivían en la ciudad. Arlt como hijo de inmigrantes va a expresar
en sus obras esa otredad, ese margen que no se quiere ver desde el centro, ese mundo atacado por
el creciente fascismo argentino. Beatriz Sarlo ha tratado el tema del crecimiento abrupto de la
ciudad de Buenos Aires en su libro Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930, en el
que habla de cómo el proceso de cambio impresionaba a los porteños por su magnitud y
profundidad, no solo por los cambios materiales rápidos de la ciudad, sino por las nuevas
corrientes ideológicas, morales y lingüísticas que se van estableciendo causadas con este gran
crecimiento urbano. Como dice Sarlo, “[u]na ciudad que duplica su población en poco menos de
un cuarto de siglo sufre cambios que sus habitantes, viejos y nuevos, debieron procesar” (17-8).
Estamos pues a principios del siglo XX en una sociedad cambiante con una oligarquía criolla que
no termina de asimilar los nuevos valores de la modernidad o de dejar atrás la moralidad o
cultura colonial. Mientras que las estructuras económicas cambian y la modernidad es celebrada
en el arte y en la voz de pensadores como Raúl Scalabrini Ortiz que creen ver transformaciones
espectaculares en cuanto a las relaciones humanas, Sarlo apunta que “esta celebración de la
modernidad contrasta con las descripciones ácidas de Roberto Arlt, que todavía denuncia el
noviazgo y el matrimonio como trampas para hombres solos tendidas por mujeres hipócritas y
poco escrupulosas, angustiadas ante la posibilidad de una soltería que representa, además de una
capitis diminutio social, el seguro estado de la estrechez económica” (24). Se presenta aquí el
debate entre lo privado y lo público, entre la apariencia y la realidad o entre lo moderno y lo
antiguo para mostrar lo artificial de los cambios en estas primeras décadas del siglo XX en
Buenos Aires. Esta tensión entre el ayer y el hoy, entre el centro y la otredad, o lo colonial y la
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modernidad se expresan en “El Jorobadito” en la relación que se establece entre el protagonista y
la madre de Elsa que él mismo describe:
Yo tuve la sensación, en un momento dado, que esa mujer me aborrecía, porque la
intimidad, a la cual ella «involuntariamente» me había arrastrado, no aseguraba en su
interior las ilusiones que un día se había hecho respecto a mí. Y a medida que el odio
crecía, y lanzaba en su interior furiosas voces, la señora X era más amable conmigo,
se interesaba por mi salud, siempre precaria … (29-30)
En esta cita se ve cómo se produce la transformación social siendo la novia un mero
objeto de enlace entre un sistema fuerte, el colonial de la mujer vieja, y el nuevo, el moderno,
aun débil, joven y dominable que no cumple las expectativas que el antiguo sistema había
soñado. En ambos cuentos, los protagonistas están desdoblados y se decantan por matar a su otro
yo, en un caso al yo-bárbaro que es asesinado en “El Jorobadito” y en otro caso el yo-civilizado,
al de mentira, para salvar al verdadero hombre como el narrador afirma en “El crimen”. Pero, a
pesar de esta oposición aparente, ambos cuentos comparten la misma amenaza de muerte contra
la civilización colonial-nacional conceptualizada en los valores de Domingo Faustino Sarmiento:
El jorobado amenaza con un arma a la madre de Elsa, directora colonial de todos los
movimientos de su hija, mientras que en “El crimen” Erdosain amenaza con matar a su yo
civilizado, aunque en ninguno de estos casos se produce la muerte, quedando esta amenaza
contra la civilización en un proyecto irrealizable.
En el arte de vanguardia, las aportaciones de la modernidad serán celebradas o, por el
contrario, vilipendiadas dependiendo de la clase social a la que pertenezca el sujeto que
experimenta sus consecuencias. Esta oposición entre la periferia y el centro se lleva al campo de
la expresión literaria en la polémica Boedo-Florida. En esta polémica se enfrentarán los
intelectuales del barrio de Boedo, compuesto básicamente por proletarios y artesanos
inmigrantes, contra los miembros del grupo de Martin Fierro, con representantes como Oliverio
Girondo y Borges, que se reunían en la calle Florida. Los del barrio de Boedo “defendían los
conceptos de arte comprometido encarnados en la búsqueda de un mensaje directo que debía
representar los dolores y las esperanzas populares por medio de un lenguaje directo, sencillo,
coloquial, cotidiano. Criticaban al grupo de Florida […] por ser “artepuristas, reaccionarios en
política y aún en estética “(Goloboff 10). Roberto Arlt no participa en esta polémica, pero en su
obra se opera con la ideología de la periferia, con la estética del realismo social del grupo de
Boedo, desde el punto de vista del que sufre, desde lo íntimo del ser humillado por la
modernidad. Es desde esta perspectiva que podemos analizar los dos cuentos que aquí nos
ocupan, donde se ve esa dicotomía de la periferia y el centro, la civilización y la barbarie
enfrentándose en un mismo ser que se desdobla, se enfrenta y se asesina.
La ideología política imperante del momento está presente en los relatos y en las
relaciones de los personajes arltianos con el mundo. Los siete locos, de donde tomamos el relato
“Un crimen”, es un libro que se publica el mismo año de la depresión de 1929, que coincide con
el debilitamiento del presidente Yrigoyen que fue derrocado un año después por del golpe de
Estado en 1930. El poder militar, como apunta José Ortega, tuvo que enfrentarse con fuertes
agitaciones sociales y gobernó el país con una mezcla de paternalismo y dureza. Ortega, al
hablar de los cuentos de Arlt escritos en torno a 1930, afirma que estos relatos evocan el
dislocamiento sociomoral que resultó del desequilibrio entre la prosperidad de 1920 y la
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depresión de 1929 (72). El paternalismo de la dictadura, mezclado con la violencia, las amenazas
y el miedo dejan su huella claramente no solo en Los siete locos, sino también en “El jorobadito”
escrito años después. Estas ideas nos clarifican uno de los diálogos que mantienen los dos
personajes cuando el civilizado le dice al jorobadito o, lo que es lo mismo, a su subconsciente
marginal: “te voy a retorcer el pescuezo, Rigoletto. Escucha mis paternales advertencias,
Rigoletto. Te conviene…” (22). También la violencia imperante se vislumbra en las torturas a las
que el jorobado somete a la marrana mostrando toda la cadena de violencia que genera el
capitalismo donde el más fuerte siempre busca a uno más débil para ejercer su poder sobre él. En
el caso del monstruo proletario, los únicos seres inferiores en la cadena capitalista son los
animales. Rigoletto trata a la marrana como él mismo es tratado por la sociedad.
El crecimiento rápido de la ciudad también generó un malestar en la clase alta argentina
por la presencia de elementos no deseados en su entorno. Esto fue desarrollando la idea fascista
de la limpieza, entendiéndose esta por étnica o de clases. Arlt retoma en sus textos las políticas
que se llevaron a cabo contra los inmigrantes, judíos, prostitutas, o discapacitados que llegaron a
su culmen con la “Liga patriótica” en 1919, en su manifestación más violenta, y con la
institucionalización de la tortura. Esta limpieza se presenta sucintamente en “El jorobadito”
cuando Rigoletto va por primera vez a la casa del protagonista-narrador y se espanta de lo limpio
que está todo, con las puertas recién pintadas y el fuerte olor a aguarrás (25). La élite burguesa se
protegía con el sistema de valores fascista para no estar en contacto con las clases más bajas por
miedo de “mancharse” y para no perder su poder potenciando la inmovilidad de clases. Los
hombres que quisieran escalar o mejorar su estatus sólo podían aspirar, si por suerte tenían
contacto con la burguesía, a renunciar a su parte „bárbara‟ y adaptarse al sistema burgués
mediante matrimonios por conveniencia. Casarse con una mujer burguesa necesitada de marido
era una posibilidad para algunos hombres ya que las mujeres burguesas mismas, si no se
casaban, estaban fuera del sistema burgués establecido por su clase. Muchos hombres del margen
aspiraban a estos matrimonios para pertenecer a la burguesía. Por ello, en los cuentos de Arlt, los
solteros de la clase baja renuncian a unirse en matrimonio con mujeres deformes o iguales a
ellos, como la Coja del relato “Un crimen”, para buscar algo de dignidad en uniones interesadas.
El mismo jorobado se ríe de su doble aburguesado cuando éste le confiesa no saberse querido por
su novia diciéndole que “[n]o sé por qué se me ocurre que usted es de la estofa con que se
fabrican excelentes cornudos” (26). Se implica con este comentario que estos matrimonios eran
por conveniencia y que las mujeres burguesas tenían además de sus maridos, sus amores
extramaritales. El matrimonio se constituía para el pobre como una forma de salir de la
humillación social para recaer en otra humillación privada más profunda que la servidumbre: la
de saberse utilizado como proveedor material del sustento sin recibir amor a cambio sino
desprecio. Erdorsain, el protagonista de “Un crimen”, al analizar su pasado exclama: “me
preguntaba qué es lo que había hecho, no sé en qué tiempo, para soportar tantas humillaciones y
cobardías. Sufrí mucho … tanto … que más de una vez me sentí tentado a irme a ofrecer como
criado en alguna casa rica… ¿Podía acaso tragar más vergüenza?” (238). Al personaje se le niega
la posibilidad del progreso en un mundo en el que tiene que aparentar unos valores que no posee,
como ser alienado, que van en contra de sí mismo. En esta situación, no tolera que se lo
confunda con la clase inferior proletaria, despreciando a su doble marginal, malgastando toda su
energía en defender su propio orgullo y vindicarse por la hipocresía. Según Ruiz Barrionuevo:
[L]a narrativa de Arlt […] es reflejo de la quiebra de esas aspiraciones frustradas, y
también del fracaso de una democracia, que se concentra a nivel individual, en un tipo
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de hombre que deseaba escalar cuanto antes los peldaños sociales y al que sin
embargo se le vedaba cualquier posibilidad de progreso. (3)
En esta división de clases, Mirta Arlt afirma que su padre se apoya en la filosofía
nietzscheana para la cual la legitimidad del crimen se justifica por la inferioridad de unos con
respecto a los otros. Así, el protagonista de “El jorobadito” al estrangular a un “gobo” contribuye
positivamente a favor de la sociedad (143). Otra filosofía que subyace en la obra de Arlt, sobre
todo en Los siete locos, es el existencialismo de Sartre. Mirta Arlt compara a Erdosain, el
protagonista de “El crimen”, con el héroe sartreano y lo sitúa por debajo de los imperativos
colectivos que están sobre él, Dios y la sociedad. Erdosain se siente rechazado por ambos, por
dios y por la sociedad, por eso quiere matar a su yo social. Mirta Arlt apunta que,
[c]omo ese santo sartreano, el Erdosain de Roberto Arlt se desvincula de la esfera
social y religiosa para llevar consigo las tribulaciones de los imperativos que a su
pesar lo dominan: Dios, la sociedad. Esto significa que Remo Erdosain se piensa y
piensa a los demás desde dos puntos referenciales: la vinculación del hombre con la
divinidad y la vinculación con la sociedad. (113)
Si la división de clases capitalista hará parecer como monstruosos a los inadaptados, a los
pobres, o a los proletarios, la moral católica será otro de los mecanismos de represión y
exclusión utilizados por la sociedad criolla burguesa. En los cuentos esta moral se aprecia en las
relaciones entre hombres y mujeres. El dinero se ha convertido en el nuevo dios de la
modernidad, en la nueva religión, sin embargo se presenta bajo los preceptos del Dios católico
con una moralidad calculada como un plan. En los dos cuentos, los protagonistas se sienten
engañados por una aparente moralidad que con el tiempo vislumbran desde términos
económicos. Leemos en “El Jorobadito” que el personaje se reprocha a sí mismo el haberse
dejado manipular: “En la casa de la señora X yo „hacia de novio‟ de una de las niñas. Es curioso.
Fui atraído, insensiblemente, a la intimidad de esa casa por una hábil conducta de la señora X”
(25). El personaje se siente burlado ya que todo era un ardid de la señora X para conseguir que se
casara con su hija y la mantuviera económicamente, a la que no tenía derecho ni a besar antes del
matrimonio por la supuesta moral católica. Sus deseos reprimidos lo van a ir convirtiendo en
monstruo hasta que, al final del cuento, cuando le pide a su novia que lo bese, llega a ser
considerado poco menos que un loco asesino. Todo el plan que el protagonista-narrador tiene
con su alter ego radica en cometer el crimen de besar a su novia. Cuando Elsa huye avergonzada
por la situación creada, el corcovado desenfunda su revólver contra los padres, siendo esta arma
un símbolo fálico. Estamos pues ante la representación de la represión de los instintos que tanto
denuncia el surrealismo y que no llevarán sino a la expresión de una sexualidad oculta
envilecida, como en este cuento se sugiere al nombrar a la marrana a la que el jorobado maltrata
y con la que podría tener contactos sexuales. Arlt, de nuevo, subvierte el orden entre civilización
y barbarie. El monstruo íntimo del protagonista ha llegado a su estado de deformidad moral
víctima de la moral oficial. El ser puro se ha visto vilipendiado y ha llegado a ser un monstruo,
por eso el narrador afirma que “lentamente se agrió mi natural bondad convirtiéndome en un
sujeto taciturno e irónico” (24).
En “Un crimen” se repite esta misma represión sexual como centro de la moral
establecida. El protagonista-monstruo recuerda la frialdad con la que su mujer llegó al
matrimonio y cómo fue el momento de la noche de bodas cuando él se dio cuenta de que lo que
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le había parecido pureza y pudor, no había sido sino un plan para engañarlo y cazarlo. De este
modo, cuando habla con Hipólita, ésta le pregunta si alguien lo había querido y él responde que
no lo sabe:
[N]unca el amor me fue mostrado en su pasión terrible. Cuando me casé tenia veinte
años y creía en la espiritualidad del amor [...] Cuando me casé no la había besado a
mi mujer. Cierto es que jamás había sentido la necesidad de hacerlo, porque yo
confundía con pureza lo que era frialdad de sus sentidos […] la noche del día que nos
casamos, cuando ella se desvistió con naturalidad frente a la lámpara encendida, yo
volví la cabeza avergonzado… y después me acosté con los pantalones puestos. (236)
La represión del erotismo llevará al protagonista al estado de monstruosidad moral que
se presenta en el cuento cuando Endorsain conversa de temas obscenos con una niña de nueve
años y la incita a corromper a sus amigas. El protagonista de “Un crimen” reflexiona sobre el
pecado y lo relativiza:
el pecado no es una falta… yo he llegado a darme cuenta de que el pecado es un acto
por el cual el hombre rompe el débil hilo que lo mantenía unido a Dios. Dios le está
negado para siempre… Yo voy a romper el débil hilo que me unía a la caridad divina.
Lo siento. Desde mañana seré sobre la tierra un monstruo… imagínese usted una
criatura… un feto… (240)
En esta cita se ve cómo la deformidad de los personajes de Arlt no es física, sino que es
una deformidad causada por salir de los parámetros morales impuestos por la burguesía bajo los
que se fundó la nacionalidad argentina elaborada en el siglo XIX. Siguiendo estos principios, el
protagonista del “El jorobadito” mata a su parte instintiva, periférica, y en “Un crimen” se
planea matar al hombre público para poner al íntimo, al instintivo, al deforme en el centro,
aunque no se llega a producir esa ruptura del sentido común ni del buen gusto propios del mundo
burgués. El monstruo se adormila y deja su plan para un futuro indeterminado.
Arlt deconstruye la realidad y propone un acercamiento a lo obscuro del hombre, a lo
irracional, a lo instintivo, a lo sucio y considerado monstruoso en su provocación vanguardista
contra lo institucionalizado. Junto al sistema capitalista y a la moral burguesa, Arlt quiere romper
con la idea del sentido común y con la estética del buen gusto imperante. Quiere corromper a la
niña en “Un crimen” para que no se deje llevar por esta moral basada en la mentira. Como dice
Fernando Ainsa, “lo que importa es la subversión de las leyes de lo „bello‟ y de la „decencia‟, la
demolición de la „visión del hombre honesto‟ heredada del siglo XIX” (21-2). En este sentido, la
prosa arltiana también propone una nueva manera de ver el arte, expresada en el estilo kitsch
contra el buen gusto burgués. En “Un crimen”, el Erdosain bárbaro relata lo que la sociedad
bien-pensante lo ha hecho sufrir con todo tipo de vejaciones, incluso negándole a Dios, por
pecador, por estar fuera de la norma, por ser “un feto que tuviera la virtud de vivir fuera del seno
materno” (227). Pero esta perspectiva se subvierte al final cuando el mismo bárbaro se convierte
en un hombre que nos recuerda a Jesucristo a quien Hipólita, como la Magdalena bíblica, quiere
besarle sus pies: “Endorsain la levantó con dulzura infinita. Sentíase ablandado de una piedad
infinita, la atrajo sobre su pecho, le alisó el cabello en la frente, y dijo: —si supieras ahora lo
fácil que va a ser morir. Como un juego” (228). Esta escena podría muy bien ser comparada con
la escena final de la película de L‟age d‟or (1930) de Luis Buñuel. En esta película vanguardista,
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realizada un año después de la publicación de Los siete locos, el protagonista es obligado a
reprimirse sexualmente por la sociedad burguesa y, al final, los propios representantes de esta
represión quedan presentados con su icono más significativo, Jesucristo, para protagonizar una
orgía donde el asesinato y el sexo se entrelazan. Pero la magnificencia de la escena dramática
final de “Un crimen” queda ridiculizada por el arte kitsch. De este modo, cuando el lector más
se espera que ocurra algo grandioso o fatídico como el suicidio anunciado, los dos personajes se
duermen ridiculizando aun más toda la escena. Como apunta Andrés Avellaneda, el soliloquio de
Endorsaín se va cargando de tensión hasta llegar a un momento extremo:
lo que en un nivel especifico puede ser leído como la historia de un personaje
psicótico, es, en el nivel de la desfamiliarización, una puesta al desnudo de
significados „no psicológicos‟ que establecen el imperio de los sentidos de
inestabilidad, de desequilibrio, de límites que ponen al borde de un estallido final.
(651)
La tensión y la escena de Jesucristo son elementos que desfamiliarizan a los personajes
en el texto y con ellos se presentan unas realidades sociales que están fuera del personaje, como
la tensión social entre la oligarquía criolla que no quiere perder poder y la emergente clase media
argentina. Otro momento kitsch en este mismo relato que sirve también como técnica de
desfamiliarización es cuando Endorsain imagina lo que podría hacer con el dinero que va a
cobrar por matar a su yo de mentira. Se imagina en lugares paradisíacos propios de
radionovelas, aspira a ascender socialmente para poder permitirse los lujos que, desde su punto
de vista, la oligarquía disfruta:
podría irme a las Filipinas … al Ecuador a recomenzar mi vida, casarme con alguna
doncella millonaria y delicada … estaríamos durante las siestas acostados en una
hamaca, bajo los cocoteros, mientras que los negros nos ofrecerían naranjas partidas.
Y yo miraría tristemente el mar … (“Un crimen” 226)
En “El jorobadito”, lo kitsch estaría en la dramatización de la escena final cuando, como
si de un crimen o de un atraco se tratara, el jorobado quiere robarle un beso a la novia y exclama
con una grandilocuencia impropia de su clase, con un revólver en la mano y con su otro yo
riéndose a carcajadas “¡Yo he venido a cumplir una alta misión filantrópica! Y es necesario que
Elsa me dé un beso para que yo le perdone a la humanidad mi corcova” (38). La tensión se
mantiene en crescendo durante todo el relato y estalla en esta última escena de enfrentamiento
que pretende la desestabilización de todo un sistema al pedir un beso prohibido antes de
institucionalizar el matrimonio.
Para terminar, otro de los aspectos de la monstruosidad del marginado es el lenguaje. El
español se había constituido como lengua oficial y la literatura se había expresado hasta este
momento con el español más tradicional. A pesar de que en la Vanguardia se rompieran las
formas, se respetaba aún la institución lingüística de la palabra unificada del mundo hispano.
Arlt, con sus “Aguafuertes porteñas” presenta una identidad lingüística multifacética al
incorporar el lunfardo en sus textos, desafiando a la academia. Este hecho le granjeó ataques
desde las élites, incluso por el propio Jorge Luis Borges al considerar sus textos como mal
escritos. Como apunta Adriana Rodríguez Pérsico “[L]os textos de Borges y de Arlt se enfrentan
en una disputa que gira en torno al derecho de una lengua a ampliar sus dominios, a dejar los
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estrechos márgenes de la ciudad y extenderse por la magia de la sinécdoque hasta ocupar los
anchos límites de la nación” (8). Arlt desplaza la lengua hacia lo popular incluyendo las
variedades lingüísticas y los giros gramaticales porteños aportados por los inmigrantes
extranjeros dentro del ideario nacional. Así, la primera vez que aparece la voz directa de
Rigoletto, el jorobadito, en su cuento, con motivo de la recriminación del protagonista por el
maltrato a la marrana, este le contesta con una frase gramaticalmente diferente a la norma
incluyendo un se no institucionalizado: “¿Qué se le importa?” (22). Y conforme transcurre el
cuento, cuando el protagonista-narrador profundiza en su amistad con Rigoletto, él mismo
también asume las variantes del lenguaje no canónicas en el momento, usando el pronombre vos
alternándolo con el tú: “No seas ridículo, Rigoletto! Quien te va a Ultrajar? ¡Si vos sos un bufón!
¿No te das cuenta? ¡Sos un bufón y un parásito! ¿Para qué haces entonces la comedia de la
dignidad?” (34).
A pesar de la reivindicación de la periferia y de la barbarie, el margen no llega nunca al
centro. En ambos relatos los protagonistas se sienten prisioneros, inadaptados. Arlt no encuentra
soluciones para un mundo en el que no desea vivir, del que se quiere evadir sin lograrlo. No tiene
otra manera de exorcizar su malestar que mediante la expresión de la violencia y del sufrimiento
del hombre sometido a la marginalidad y la otredad, desde una mirada cínica hacia lo que le
rodea. En “El Jorobadito” el personaje está en la cárcel, atacado por todas las instituciones por
haber matado a su doble, a su yo libre, al bárbaro. Esta cárcel es la metáfora de la misma
sociedad a la que él se ha asimilado o alienado. También esta opresión que el personaje siente, se
asocia con la institución estatal por excelencia de las sociedades patriarcales, el matrimonio. En
“Un crimen” el relato se produce en un recinto cerrado, íntimo, recluido, donde se expresan
ciertas ideas revolucionarias que el lector intuye que nunca llegarán al espacio público o abierto,
y que se van extinguiendo conforme el protagonista se va durmiendo. El enfrentamiento de Arlt
no es romántico, no llega hasta el cataclismo, sino que se queda paralizado por la impotencia. Su
obra constituye, no obstante, un intento de romper con una conceptualización tan arraigada como
lo era la separación entre la civilización y la barbarie, y poner sobre el papel la nueva división de
la sociedad con las concepciones y valores cambiantes que la modernidad trajo a la Argentina de
principios del siglo XX.
Obras citadas
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UFLR September 2009 Vol XVII
Zapata-Calle 44
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